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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 1

1) Extraer las ideas fundamentales con relación a la pregunta ¿qué es el hombre?


2) ¿Qué característica común relaciona los diferentes fragmentos entre sí?

Veremos, a través de ejemplos, cómo el hombre se piensa a sí mismo:


- En el pensamiento arcaico: “La tierra, con todo lo que sostiene y contiene, ha sido desde el principio una fuente
inagotable de existencias que se revelaban al hombre de manera inmediata...” “El padre no es padre de sus hijos más
que en el sentido jurídico, pero no en el sentido biológico de la palabra. Los hombres no están vinculados entre sí
más que por sus madres, e incluso este vínculo es precario. En cambio, estos hombres se sienten vinculados al
mundo cósmico que los rodea, de una manera infinitamente más estrecha de lo que una mentalidad moderna,
profana, puede concebir. Son, en el sentido concreto y no alegórico de la palabra, hijos del lugar.” “Antes de
conocer las causas fisiológicas de la concepción, los hombres han creído que la maternidad era debida a la inserción
directa del niño en el vientre de la madre... los hijos no son engendrados por el padre, sino que, en un momento más
o menos avanzado de su desarrollo, vienen a ocupar su lugar dentro del claustro materno...” (Extraído del texto de
Mircea Eliade, “Manual de Historia de las Religiones”)

- En el pensamiento hindú: “Arrástrate hasta la tierra, tu madre.” “A ti que eres tierra, te pongo en la tierra.” “La
tierra es madre, yo soy hijo de la tierra ... nacidos de ti los hombres vuelven a ti...” “Tu aliento va hacia el viento; tu
oído hacia los puntos cardinales; tus huesos vuelven hacia la tierra...” “Un profeta indio, Smohalla, de la tribu
umatilla, aconsejaba a sus discípulos que no cavaran la tierra porque es un pecado -decía- herir o cortar, desgarrar o
arañar a nuestra madre común con los trabajos agrícolas. Y justificaba su actitud antiagrícola como sigue: Me pedís
que labre la tierra, ¿tomaría yo mi cuchillo para hundirlo en las entrañas de mi madre? Me pedís que cave y quite
las piedras, ¿mutilaría yo sus carnes para llegar hasta sus huesos? Me pedís que corte la hierba y el heno y que los
venda y que me enriquezca como los blancos. Pero ¿cómo iba yo a atreverme a cortar la cabellera de mi madre?”
(Citado por M. Eliade)

- En el pensamiento mítico: “Anaximandro de Mileto concibió la teoría que, originariamente, de la tierra y el agua
calentadas habrían surgido peces o criaturas muy semejantes a los peces, y en éstos se desarrollaba el hombre, en
forma de embrión retenido en el interior hasta su pubertad; finalmente entonces, las criaturas peces explotaban y
aparecían hombres y mujeres ya capaces de alimentarse por sí solos.” (Citado por Kirk y Raven, “Los filósofos
presocráticos”). “En el prólogo de Edipo Rey, el sacerdote se lamenta de la desgracia que ha caído sobre Tebas: La
ciudad se va muriendo en los gérmenes fructíferos de la tierra, en los rebaños de bueyes que pacen, en los partos de
las mujeres, todos terminan sin nacimiento.” (M. Eliade, Opus cit)

- En el pensamiento religioso: “... Y formó Yahvé Dios al hombre del polvo de la tierra e insufló en sus narices
aliento de vida ... hizo brotar de la tierra toda clase de árboles de hermoso aspecto y de frutos para comer y llevó
Dios al hombre al jardín del Edén para que lo labrase y lo cuidase.” (Génesis, La Biblia)

- En el pensamiento primitivo: “Para los arapesch, el mundo es una huerta que debe ser cultivada, no para uno
mismo, a fin de jactarse o enorgullecerse, acumular, guardar y luego practicar la usura, sino para que los ñames
(especial clase de patatas), perros, cerdos, y todos los niños puedan crecer.” (Margaret Mead, “Sexo y
Temperamento”)

- En el pensamiento filosófico: “Pues es con la tierra que vemos la tierra, con el agua que vemos el agua, por el aire
vemos el aire brillante y con el fuego, el fuego que devora. Es por el amor que vemos el amor y por la funesta
discordia que conocemos la discordia.” (Empédocles, Fragmento 109) “Yo recorro las etapas fijadas por la
naturaleza hasta que caiga y repose, cuando devuelva mi soplo a este aire que respiro todos los días, cuando caiga
sobre la tierra de donde mi padre ha tomado mi germen, mi madre mi sangre, mi nodriza su leche; que me da
diariamente después de tantos aires mi aliento y mi bebida, que me soporta cuando camino y de la cual recibo tantos
beneficios ... ¡Yo me acomodo a todo lo que pueda acomodarte, oh Mundo! Nada llega demasiado temprano ni
demasiado tarde para mí de lo que está a punto para ti. ¡Todo es fruto para mí de lo que producen tus estaciones, oh
Naturaleza! Todo viene a ti, todo vuelve a ti.” (Marco Aurelio, “Pensamientos”).

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 2
Después de leer atentamente el texto responde:
1) ¿Cuál es la idea de hombre que se desprende de la religión órfica?
2) ¿Qué aportes novedosos aparecen en relación con la idea de alma en esta concepción?
3) ¿Qué papel juega la idea de reencarnaciones sucesivas o metempsicosis en ella?
4) ¿Qué comparación es posible establecer entre el orfismo y la religión apolínea expresada en los poemas
homéricos?

Los textos homéricos son representativos de una religión y una mentalidad griegas que pueden considerarse
dominantes en la época clásica. La religión apolínea es una religión de la luz y del sol, de esta vida, por lo tanto, la
única que tiene valor. A nadie le interesaba mayormente lo que podría ser, después de su muerte, de su ‘imagen’ –la
psiché- tan muerta prácticamente como el original, tan enterrada en el Hades como el cuerpo bajo la tierra.
Mucho más importante es el alma en las sectas religiosas que, aproximadamente en el siglo VI a. C., renovaron la
vida religiosa que se había visto amenazada con la ola del naturalismo practicado por los ‘físicos’.
En esa época circulaban ampliamente una serie de escritos bajo el nombre de Orfeo como autor legendario. En ellos
se narraban las vicisitudes que habría pasado Dionisos, hijo de Zeus y de su hija Perséfone. Destrozado por los
Titanes, a quienes movió en su contra la envidia de Hera -esposa de Zeus-, del corazón de la víctima resurge un
nuevo e inmortal Dionisos. Zeus, por su parte, fulmina a los Titanes, y de sus cenizas nace el género humano,
mezcla del elemento titánico, concebido como principio del mal, y del elemento dionisíaco, principio del bien. De
ahí la necesidad en que el hombre se halla de liberarse del primero para hacer triunfar el principio divino, a lo cual
llega mediante sucesivas purificaciones que tienen lugar a través de existencias consecutivas, hasta el día en que
pueda oír de boca de Perséfone la sentencia salvadora: “¡Bienaventurado de ti, que en adelante serás dios y no
mortal!”
Con estos datos bastará para hacer ver cómo nos encontramos aquí con algo completamente nuevo y ajeno del todo
a la religión apolínea. La psiché tiene ahora una individualidad permanente. Es una divinidad temporalmente caída
y desterrada, y es, por consiguiente, inmortal. La gran preocupación de los practicantes del orfismo es la práctica de
ciertas normas, en parte morales y en parte ceremoniales, cuya observancia ha de llevar a la psiché a su liberación
final del círculo de las reencarnaciones hasta su completa restauración en la sociedad de los dioses.
Dejando aparte el problema de cómo y dónde surgió la doctrina de la metempsicosis (insoluble porque se ha perdido
casi todo el material tradicional importante), es patente que lo que fue realmente fecundo fue la teoría del desarrollo
de la idea del alma como unidad de la vida y del espíritu, y el vigor con que concibió esta psiché como un ser
espiritual del todo independiente del elemento corpóreo.
La metempsicosis es algo que no tiene sentido sino sobre el supuesto de la perfecta unión alma-vida, las dos
entidades entre las cuales existía el más completo divorcio en la religión homérica. Para poder verdaderamente
sobrevivir al cuerpo, y más aún, transmigrar de uno en otro cuerpo, el alma necesita ser algo más, mucho más mejor
dicho, que la sombra evanescente de los poemas homéricos. Debe ser de cualquier modo algo incomparablemente
más consistente y más vigoroso que el cuerpo; algo, por lo mismo, más valioso en todos los órdenes. Y una vez
consumado este paso, de lo ontológico a lo axiológico, viene el menosprecio de lo corpóreo y terrenal: “El alma,
que viene de lo divino, y aspira a retornar al dios, no tiene ninguna otra misión que cumplir sobre la tierra; debe
mantenerse libre de la vida misma y no contaminarse con nada que sea terrenal”.

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 3

La virtud como armonía


a) Así como en la ciudad brota la armonía de la unidad entre las tres clases de ciudadanos (de oro, de plata, de
bronce), en el hombre brotará de la unidad de lo racional, de lo concupiscible y de lo irascible, que serán
educados respectivamente por la prudencia, la gimnasia y la música.

Sócrates: - Pero en ningún sentido olvidaremos que el Estado es justo por el hecho de que las tres clases que existen
en él hacen cada una lo suyo.
Glaucón: - No creo que lo hayamos olvidado.
- Debemos recordar entonces que cada uno de nosotros será justo en tanto cada una de las especies que hay en él
haga lo suyo, y en cuanto uno mismo haga lo suyo.
- Sin duda debemos recordarlo.
- Y al raciocinio corresponde mandar, por ser sabio y tener a su cuidado el alma entera, y a la fogosidad (lo
irascible) le corresponde ser servidor y aliado de aquél.
- Ciertamente.
- ¿Y no será, como decíamos, una combinación de música y gimnasia lo que las hará concordar, poniendo a una en
tensión y alimentándola con palabras y enseñanzas bellas, y, en cambio, relajando y apaciguando la otra,
aquietándola por medio de la armonía y del ritmo?
- Claro que sí.
- Y estas dos especies, criadas de ese modo y tras haber aprendido lo suyo y haber sido educadas verdaderamente,
gobernarán sobre lo apetitivo (lo concupiscible), que es lo que más abunda en cada alma y que es, por su naturaleza,
insaciablemente ávido de riquezas. Y debe vigilarse esta especie apetitiva, para que no suceda que, por colmarse de
los denominados placeres relativos al cuerpo, crezca y se fortalezca, dejando de hacer lo suyo e intentando, antes
bien, esclavizar y gobernar aquellas cosas que no corresponden a su clase y trastorne por completo la vida de todos.
- Con toda seguridad.
- ¿Y no serán estas dos mismas especies las que mejor pongan en guardia al alma íntegra y al cuerpo contra los
enemigos de afuera, una deliberando, el otro combatiendo en obediencia al que manda, y cumpliendo con valentía
con sus resoluciones?
- Sí.
- Valiente, precisamente, creo. Llamaremos a cada individuo por esta segunda parte, cuando su fogosidad preserva,
a través de placeres y penas lo prescrito por la razón en cuanto a lo que hay que temer y lo que no.
- Correcto.
- Y sabio se le ha de llamar por aquella pequeña parte que mandaba en su interior prescribiendo tales cosas,
poseyendo en sí misma, a su vez el conocimiento de lo que es provechoso para cada una y para la comunidad que
integran las tres.
- De acuerdo.
- Y moderado será por obra de la amistad y concordia de estas mismas partes, cuando lo que manda y lo que es
mandado están de acuerdo en que es el raciocinio lo que debe mandar y no se querellan contra él.
- Pues eso y no otra cosa es la moderación, tanto en lo que hace al Estado como en lo tocante al individuo.
Platón: República, 441d – 442d

b) La justicia, virtud del alma, es interior y es una armonía de las facultades, sin intromisiones indebidas.

Sócrates: - Y la justicia era en realidad, según parece, algo de esa índole, mas no respecto del quehacer exterior de lo
suyo, sino respecto del quehacer interno, que es el que verdaderamente concierne a sí mismo y a lo suyo, al no
permitir a las especies que hay dentro del alma hacer lo ajeno ni interferir una en las tareas de la otra. Tal hombre ha
de disponer bien lo que es suyo propio, en sentido estricto, y se autogobernará, poniéndose en orden a sí mismo con
amor y armonizando sus tres especies simplemente como los tres términos de la escala musical: el más bajo, el más
alto y el medio. Y si llega a haber otros términos intermedios, los unirá a todos; y se generará así, a partir de la
multiplicidad, la unidad absoluta, moderada y armónica. Quien obre en tales condiciones, ya sea en la adquisición de
riquezas o en el cuidado del cuerpo, ya en los asuntos del estado en las transacciones privadas, en todos estos casos
tendrá por justa y bella –y así la denominará- la acción que preserve este estado de alma y coadyuve a su

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producción, y por sabia la ciencia que supervise dicha acción. Por el contrario, considerará injusta la acción que
disuelva dicho estado anímico y llamará ‘ignorante’ a la opinión que la haya presidido.
Platón: República, 443 d- 444 a

c) La justicia, virtud social gracias a la cual cada ciudadano desempeña su propia tarea, es principio de armonía
social.

Sócrates: - Justamente, lo que establecimos al principio, cuando echábamos los fundamentos de la ciudad para que
se realizase en todas las circunstancias, eso mismo por lo menos en mi opinión, viene a ser una forma de la justicia o
la justicia sin más. Lo que establecimos y dijimos repetidamente, si quieres hacer memoria, es que conviene que
cada cual preste atención a una sola cosa de la ciudad, precisamente a aquella para la que por naturaleza esté mejor
preparado.
Glaucón: - Sí; convengo contigo.
- Pero también hemos oído a otros muchos y nosotros mismos repetíamos con frecuencia, que el hacer cada uno lo
suyo y no tratar de meterse en cosas ajenas constituye la justicia.
- Eso hemos dicho.
- Entonces, mi querido amigo –añadí-, parece que ya encontramos en qué consiste la justicia: no en otra cosa que en
hacer cada uno lo suyo. Y ¿sabes de dónde saco esta conclusión?
- No, pero dímela tú –objetó.
- A mi entender –dije yo-, lo que faltaba por considerar en la ciudad, después de haber tratado de la templanza
(moderación), del valor (fortaleza) y de la prudencia (sabiduría), era eso que da a estas cualidades la fuerza que
necesitan para subsistir. Si permanece en ellas, no hay dudas de que las conserva. Decíamos en verdad que si
encontrábamos las tres cualidades citadas, la cuarta sería sin duda la justicia.
- Y por fuerza que sí ha de ser –observó.
- Pero si hubiese necesidad de discriminar –proseguí-, qué cualidad hará a nuestra ciudad mejor, estimo que sería
difícil de determinar si la igualdad de opiniones de los gobernantes y de los gobernados, o el hecho de que se
mantenga en los soldados la idea legítima e inquebrantable sobre lo que es temible o no, o la inteligencia y la
vigilancia en los gobernantes o, en fin, eso mismo que sobre todo hace buena a la ciudad y que descansa en la
ocupación propia y limitada del niño, de la mujer, del esclavo, del hombre libre y del artesano, del gobernante y del
gobernado, a sus actividades características.
Platón: República, 433 a – 433 d

d) Las clases sociales son: los gobernantes o filósofos, los auxiliares, labradores y artesanos.

Sois hermanos, por tanto, cuantos habitéis en la ciudad, les diríamos prosiguiendo la fábula, y sois hermanos en los
que los dioses hicieron entrar oro al formar a los destinados al gobierno, plata al preparar a los auxiliares y bronce y
hierro al hacer surgir a los labradores y demás artesanos. Así pues, como tenéis un mismo origen, ocurrirá que
engendraréis hijos parecidos a vosotros, aunque quizá pueda llegar a nacer un hijo de plata de un padre de oro, o un
hijo de oro de un padre de plata, pudiendo producirse también combinaciones semejantes. La divinidad prescribe de
manera primordial y principalísima a los gobernantes que ejerzan su vigilancia como buenos guardianes respecto al
metal que entra en composición en las almas de los niños, con objeto de que si alguno de ellos, incluso su propio
hijo, cuenta en la suya con parte de bronce o de hierro, no se compadezca en absoluto, sino que le relegue al estado
que le conviene, bien sea éste el de los artesanos o el de los labradores. Y les ordena igualmente que si nace de éstos
un hijo cuya naturaleza contenga oro o plata, le prodiguen la educación que corresponde a un guardián en el primer
caso o la que se da a los auxiliares en el segundo, puesto que, según la predicción de un oráculo, la ciudad será
destruida cuando la vigile un guardián de hierro o de bronce.
Platón: República, 415 a

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 4

Consigna: Compare la concepción platónica del alma con la idea aristotélica del alma humana.
1. “Ya que emprendemos ciertas investigaciones sobre el tema del alma, es necesario que, al examinar las
dificultades que nos saldrán al paso antes de encontrar la solución recojamos las opiniones de nuestros predecesores
que nos han dado a conocer su punto de vista sobre nuestro tema a fin de tomar lo que nos sea útil y rechazar lo que
no sea verdadero.” Aristóteles. Tratado del alma.
2. “Cualquiera que se apegue a la filosofía será tildado por los otros como un hombre cuya única ocupación es la de
morir, y la de estar muerto ... la muerte no es otra cosa que la separación del alma del cuerpo ... El filósofo se
descubre cuando desliga el alma lo más posible de su comunidad con el cuerpo... Y ahora, en cuanto a la adquisición
de la ciencia, dime, ¿es el cuerpo o no un estorbo, cuando se le asocia a esta investigación?... ¿Acaso alguna verdad
es suministrada a los hombres mediante la vista o el oído? ¿No es suministrada acaso como nos lo repiten sin cesar
los poetas, sin que necesitemos ver ni oír exactamente? Si entre las sensaciones corpóreas estos dos sentidos no
ofrecen seguridad, menos la ofrecerán aún los demás, porque son mucho más débiles ... ¿Cuándo el alma alcanza la
verdad? Está visto que, cuando ella pretende examinar con la ayuda del cuerpo alguna cuestión, el cuerpo la engaña
radicalmente ... Por consiguiente, ¿no es en el acto de pensar cuando se manifiesta al alma en plenitud la realidad de
un ser?... Sin duda razona mucho mejor cuando ninguna turbación viene a trastornarla, ni de parte de la vista, ni del
oído, ni de parte de un sufrimiento, ni tampoco de un placer, sino cuando, por el contrario, el alma se ha aislado lo
más posible dentro de ella misma, enviando a paseo al cuerpo, y cuando, rompiendo todo contacto con él, aspira a lo
real ... Si queremos saber algo con toda claridad y pureza, será preciso separarnos del cuerpo y mirar únicamente
con los ojos del alma las cosas en sí mismas... Durante el tiempo que pueda prolongarse nuestra vida estaremos, de
este modo, más cerca del saber, sin lugar a dudas, con tal que evitemos en lo posible todo trato y comercio con el
cuerpo, si no es de necesidad mayor; con tal que no nos dejemos contaminar con su naturaleza, sino que estemos
puros de su contacto, y así hasta el día en que Dios haya desatado por sí mismo estos lazos. De esta suerte,
habremos llegado al estado de pureza, separados de la demencia del cuerpo, y estaremos, en verdad, unidos a seres
semejantes a nosotros... Cuando el alma es perfecta y alada, camina por las alturas y administra el mundo entero,
cuando, por el contrario, ha perdido sus alas, ella se ve arrastrada hasta que encuentre algo sólido a lo que asirse; allí
establece su residencia, toma un cuerpo de tierra... Lo que ha dado en llamarse un ser viviente, es este conjunto de
alma y cuerpo sólidamente ajustado.” (Platón, Fedón)
3. Es el alma la que mantiene, la que hace posible la unidad con el cuerpo, la que asegura su consistencia. Cuando
el alma se va, el cuerpo se disipa y se corrompe ... Si el ojo fuera un ser vivo, su alma sería la vista: porque allí está
efectivamente, la substancia del ojo. Si la vista acaba de desaparecer, ya no hay ojo, a no ser que por homonimia
llamemos ojo a esa configuración de materia, como podríamos hablar de un ojo de piedra o de un ojo pintado... La
mano o cualquier otro miembro son nada sin el alma. No son ni mano ni miembro. No podemos hablar de rostro, o
de carne, si no están informados por el alma; y después de la muerte sólo por homonimia se puede hablar de rostro o
de carne, exactamente como podríamos hablar de rostro o de carne si estas partes fueran de piedra o de madera ...
Sin alma es imposible que pueda darse el cuerpo, que exista sin la presencia del alma. Sin alma sería lo mismo que
un cadáver ... Parece ser que no hay ninguna afección que el alma, sin el cuerpo, pueda experimentar o ejercitar: por
ejemplo, la cólera, la audacia, la ambición, y en general, la sensación. No obstante, si existe alguna operación que
parezca por excelencia propia del alma, es el acto de pensar... Ahora bien, parece que todas las afecciones del alma
se dan juntamente con el cuerpo: la valentía, la ternura, el temor, la piedad, la audacia, la alegría, lo mismo que el
amor y el odio.” (Aristóteles. Tratado del alma)
4. Sobre Aristóteles y el alma: Desde que el hombre o el animal muere, no existe, en absoluto, cuerpo. Queda una
materia, que mantiene durante algún tiempo las apariencias grotescas del cuerpo, pero, en realidad, ya no se puede
hablar de cuerpo. Es una masa. La materia que había sido informada se descompone. No es el cuerpo el que se
descompone. El cuerpo deja de existir desde el momento en que el alma cesa de estar presente en el compuesto ...
Una verdad intuida por Aristóteles y que se confirma plenamente hoy día, es que lo biológico y lo psíquico, o el
psiquismo y los elementos orgánicos están indisolublemente unidos en la vida humana, tanto afectiva como
fisiológica. Creemos que Aristóteles, como buen naturista, no ha disociado al hombre ni de la naturaleza ni del
reino animal y ha llegado a la conclusión de que el organismo viviente es una composición, en la que hay que
reconocer la existencia de una multiplicidad material y la existencia de un principio sustancial de información: el
alma. (Extractado de El problema del alma de Claude Tresmontant).

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 5

a) La política entre las otras ciencias


Toda ciudad es una clase de asociación y toda asociación se establece en vista de algún bien, puesto que los
hombres en todos sus actos tienden a conseguir lo que les parece ser bueno. Pero si todas las asociaciones buscan
algún bien, la ciudad o la comunidad política, que es la más alta de todas y que comprende a todas las demás,
también busca un bien más alto que todas las otras.
Aristóteles. Política I, 1.

... puesto que la filosofía política se sirve de las demás disciplinas prácticas y legisla además qué se debe hacer y de
qué cosas hay que apartarse, su objeto comprenderá el de las demás disciplinas. Podemos, pues, decir ese objeto
será el verdadero bien humano; pues aunque el bien del individuo y el de la ciudad sean el mismo, es evidente que
será mucho más grande y más perfecto alcanzar y preservar el de la ciudad. Procurar ese bien a una sola persona
es ya ciertamente algo deseable; pero procurárselo a un pueblo y a una ciudad es algo mucho más noble y más
divino.
Aristóteles: Ética a Nicómaco, I, 1.

b) Dignidad de la ciencia política


Sería absurdo pensar que el arte de la política es la ciencia más alta, si no fuera el hombre la cosa más excelente
que hay en el mundo.
Aristóteles. Ética a Nicómaco, VI, 7.

El fin de la política debe ser el bien del hombre.


Aristóteles. Ética a Nicómaco, I, 2.

c) La vida en sociedad es un fenómeno ‘natural’ en el hombre.


Por lo tanto, está claro que la ciudad es una de las cosas naturales y que el hombre es, por naturaleza, un animal
cívico. Y el enemigo de la sociedad ciudadana es, por naturaleza, y no por casualidad, o bien un ser inferior o más
que un hombre. Como aquel al que recrimina Homero: “sin fratría, sin ley, sin hogar“. Al mismo tiempo, semejante
individuo es, por naturaleza, un apasionado de la guerra, como una pieza suelta en un juego de damas.
La razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregaria, es
clara. La naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los animales, posee la
palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la tienen también los otros animales. (Ya que por
su naturaleza ha alcanzado hasta tener sensación del dolor y del placer e indicarse estas sensaciones unos a otros.)
En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo
propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo
justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. La participación comunitaria en éstas funda la casa familiar y la
ciudad.
Aristóteles. Política II, 1.

d) El fin del estado.


Toda ciudad o estado es, como podemos ver, una especie de comunidad, y toda comunidad se ha formado teniendo
como fin un determinado bien –ya que todas las acciones de la especie humana en su totalidad se hacen con la vista
puesta en algo que los hombres creen ser un bien-. Es, por tanto, evidente que, mientras todas las comunidades
tienden a algún bien, la comunidad superior a todas y que incluye en sí todas las demás debe hacer esto en un
grado supremo por encima de todas, y aspira al más alto de todos los bienes; y ésa es la comunidad llamada
Estado, la asociación política.
Aristóteles. Política I, 1.

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 6
Consignas:
1. Explique las ideas fundamentales que se desprenden del concepto de persona expuesto por cada uno de los
tres autores presentados.
2. Indique, de acuerdo a Jacques Maritain, qué se entiende por individualidad y por personalidad.

1) Es preciso que el hombre, por una experiencia intelectual profunda, supere el nivel de los sentidos y la
imaginación, que le mantienen inmerso en el tiempo, y alcance la dimensión de la inteligencia, cuyo vértice
supremo es la facultad de lo eterno. Nuestra característica diferencial entre todas las criaturas es que nuestra verdad
trasciende el tiempo. San Agustín propone ascender por el sendero interior hasta allí donde se enciende la luz de la
razón.
“No vayas afuera; vuelve a ti mismo: en el hombre interior habita la verdad: y si hallas que tu naturaleza es
mudable, trasciéndete a ti mismo. Mas acuérdate, cuando te trasciendes, que trasciendes tu misma alma
razonadora. Tiende, por tanto, allá, donde se enciende la luz de la razón”. (San Agustín, De vera religione, 39,72).

2) Emmanuel Mounier (1905-1950) fue el impulsor del movimiento personalista en el siglo XX a través de la revista
Esprit.
“La persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser;
mantiene esta subsistencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y
vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión: unifica así toda su actividad en la libertad y
desarrolla por añadidura, a impulso de actos creadores, la singularidad de su vocación .” (Emmanuel Mounier,
Manifiesto al servicio del personalismo, pp. 71-72)

3) “Digamos inmediatamente que a esta exigencia de una experiencia fundamental el personalismo añade una
afirmación de valor, un acto de fe: la afirmación del valor absoluto de la persona humana. Nosotros no decimos
que la persona del hombre sea el Absoluto (aunque para un creyente el Absoluto sea Persona y que en rigor del
término no sea más espiritual que personal). (…) tal como la designamos, la persona es un absoluto respecto de
cualquiera otra realidad material o social y de cualquier otra persona humana. Jamás puede ser considerada como
parte de un todo: familia, clase, Estado, nación, Humanidad. Ninguna otra persona, y con mayor razón ninguna
colectividad, ningún organismo, puede utilizarla legítimamente como un medio. Dios mismo, en la doctrina
cristiana, respeta su libertad”. (Mounier, Manifiesto … , pp. 72.73)

4) “Llamamos personalista a toda doctrina, a toda civilización que afirma el primado de la persona humana sobre
las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sostienen su desarrollo”. (Mounier, Opus cit. p.
9)

5) Individuo e individualidad
“Para Santo Tomás, la individualidad, o más exactamente la individuación, es lo que hace que una cosa, teniendo
la misma naturaleza que otra, se diferencie de ella, dentro de una misma especie y de un mismo género: es decir: se
diferencie de otra cosa de la misma naturaleza. Así se comprende sin dificultad que la individuación es la condición
de la existencia misma de las cosas.” (Jacques Maritain. Reflexiones sobre la persona humana y la filosofía de la
cultura, Pp. 42-43)

6) La persona
“La personalidad es para Santo Tomás lo que hace que ciertos seres, dotados de inteligencia y de libertad, subsistan,
se mantengan en la existencia como un todo independiente (más o menos independiente) dentro del gran todo del
universo y frente al todo trascendente que es Dios.
No se trata ya de compartir con otro una naturaleza, sino de tener consistencia en el ser, de poseer la existencia con
cierta plenitud y con cierta eficacia, (…). Santo Tomás enseña que es por la subsistencia misma del alma espiritual
por lo que subsiste el cuerpo humano. Así, la personalidad del alma impregna ontológicamente cada célula, cada
elemento histológico del cuerpo humano, que existe por la existencia misma de su alma.
Lo que hace la dignidad de la persona (…) “es el existir por sí separadamente, es el ser independiente en su
existencia y, por consiguiente, el no depender más que de sí misma en el orden de la acción”.

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Sin duda alguna, un individuo de una especie cualquiera, animal, vegetal o hasta mineral, ya es un todo subsistente,
indiviso en sí y distinto de cualquier otro; pero ¡cuán imperfectas son esta subsistencia y esta independencia …!
Todos estos seres son lo menos subsistentes e independientes posible; están encarcelados en el determinismo que
rige el mundo de los cuerpos; son como piezas de este mundo. (…) EL hombre, en cambio, por estar dotado de una
razón que se levanta por encima de los fenómenos sensibles, para alcanzar el ser y rebasar el mundo material puede
volver sobre sus propios actos, sobre su juicio, (…) El hombre, si sabe querer, puede desempeñar un papel en el
mundo, es una persona.
Saben que, según Boecio, esta palabra ‘persona’ procede de ‘personna’ en el sentido de careta, la careta de que se
servían los actores en las comedias y tragedias antiguas: y así como estas caretas representaban a los héroes cuyos
papeles desempeñaban los actores, se legó a llamar personas a los demás hombres que se distinguen por una marca,
por un aspecto particular, y actúan como personajes en el escenario del mundo.
Ahí tienen estos dos aspectos metafísicos del ser humano, individualidad y personalidad. Observen que no se tratan
de dos cosas cortadas a tijeretadas en el ser humano. Es el mismo ser entero, el que en un sentido es individuo y en
el otro persona. No distinguimos la personalidad y la individualidad en el ser humano así como distinguimos el
hidrógeno y el oxígeno en el agua, sino así como podría decirse que un poema que por su técnica pertenece a un
género literario, es sublime por su inspiración.” (Jacques Maritain. Opus cit, Pp. 45-47)

7) Implicaciones prácticas
“Cada ser humano es –como el animal, la planta o el átomo- un individuo; es decir un fragmento de una especie,
una parte de este universo, un punto singular en la inmensa red de fuerzas e influencias cósmicas, étnicas,
históricas, a cuyas leyes está sujeto; y al mismo tiempo es una persona, es decir, un universo de naturaleza
espiritual, dotado de la libertad de elección y constituyendo, por lo tanto, un todo independiente frente al mundo.
(…) Pues bien; el hombre debe realizar por su voluntad lo que su naturaleza es en boceto. Según un lugar común,
muy profundo por cierto, debe devenir lo que es. Y esto asumiendo riesgos y dolores a un precio doloroso y con
posibilidades tremendas; debe ganar en el orden ético y moral su personalidad y su libertad, imprimir él mismo en
su propia vida el sello de su radical unidad ontológica. (…) Con otros términos, el desarrollo dinámico del ser
humano podrá verificarse en un sentido o en otro; en el sentido de la individualidad material o en el de la
personalidad espiritual.” Jacques Maritain. Opus cit. P. 48)

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 7
PICO DE LA MIRÁNDOLA: La dignidad humana.

Consignas: 1) Después de leer atentamente señala las ideas fundamentales del texto.
2) Responde a qué figura del hombre corresponde y por qué.

“... Sin embargo, al meditar sobre el significado de tales afirmaciones no me parecieron persuasivas las múltiples
razones que son aducidas a propósito de la grandeza humana: que el hombre, familiar de las criaturas superiores y
soberano de las inferiores, es el vínculo entre ellas; que por la agudeza de los sentidos, por el poder indagador de la
razón y por la luz del intelecto, es intérprete de la naturaleza; que, intermediario entre el tiempo y la eternidad es
poco inferior a los ángeles. Cosas grandes, sin duda, pero no tanto como para que el hombre reivindique el
privilegio de una admiración ilimitada. Porque en efecto, ¿no deberíamos admirar más a los propios ángeles?
Pero, finalmente, me parece haber comprendido por qué es el hombre el más afortunado de todos los seres animados
y digno, por lo tanto, de toda admiración. Y comprendí en qué consiste la suerte que le ha tocado en el orden
universal, no sólo envidiable para las bestias, sino para los astros y espíritus ultramundanos. ¡Cosa increíble y
estupenda! ¿Y por qué no, desde el momento que precisamente en razón de ella el hombre es llamado y considerado
justamente un gran milagro y un ser maravilloso?
Pero escuchad cual sea la condición de grandeza y prestad oído benigno a este discurso mío. Ya el sumo Padre, Dios
arquitecto, había construido con leyes de sabiduría esta mansión mundana. Había embellecido la región celeste con
inteligencia, avivado los etéreos globos con almas eternas, poblado con una turba de animales de toda especie el
mundo inferior. Pero, consumada la obra, deseaba el artífice que hubiese alguien que lo comprendiera la razón de
una obra tan grande, amara su belleza y admirara la inmensa vastedad. Por ello, cumplido ya todo pensó por último
en producir al hombre.
Entre los arquetipos, sin embargo, no quedaba ninguno sobre el cual modelar la nueva criatura, ni ninguno de los
tesoros para conceder en herencia al nuevo hijo, ni sitio alguno en todo el mundo donde residiere este contemplador
del universo. Todo estaba distribuido y lleno en los sumos, en los medios y en los ínfimos grados. Estableció,
entonces, el óptimo artífice que a aquél a quien no podía dotar de nada propio le fuese común todo cuanto le había
sido dado separadamente a los otros. Tomó por consiguiente al hombre, obra de naturaleza indefinida y habiéndolo
puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera: “Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un
aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que
concientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros
seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescriptas. Tú, en cambio, te la determinarás según el arbitrio a
cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en
él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano
artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores
que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas”.
Las bestias en el momento mismo en que nacen, sacan consigo del vientre materno todo lo que tendrán después.
Los espíritus superiores, desde un principio o poco después, fueron lo que serán eternamente. Al hombre, desde su
nacimiento, el Padre le confirió gérmenes de toda especie y gérmenes de toda vida. Y según como cada hombre los
haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Y si fueran vegetales, será planta; si sensibles, será bestia; si
intelectuales, será ángel o hijo de Dios, y, si no contento con la suerte de ninguna criatura, se repliega en el centro de
su unidad, transformado en un espíritu a solas con Dios en la solitaria oscuridad del Padre, él, que fue colocado
sobre todas las cosas, las sobrepujará a todas.
¿Quién no admirará a este camaleón nuestro? ¿Quién no admirará al hombre? ... Si veis a alguno entregado al
vientre arrastrarse por el suelo como una serpiente no es hombre ese que veis, sino planta. Si hay alguien esclavo de
los sentidos, cegado por vanos espejismos, no es un hombre lo que veis, sino una bestia. Si hay un filósofo con recta
razón que discierne todas las cosas, venéralo: es animal celeste, no terrestre. Si hay un puro contemplador ignorante
del cuerpo, adentrado por completo en las honduras de la mente, éste no es un animal terreno ni celeste: es un
espíritu augusto, revestido de carne humana.
Invada nuestro ánimo una sacra ambición de no saciarnos con las cosas mediocres, sino de anhelar las más altas, de
esforzarnos por alcanzarlas con todas nuestras energías, dado que, con quererlo, podremos.”

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 8

a) Responder, teniendo en cuenta el texto que sigue, lo siguiente: ¿En qué sentido, la proposición ‘yo pienso, luego
soy’, se convierte en el primer principio de la filosofía cartesiana?

La duda metódica
“... Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo
pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: ‘yo pienso, luego soy’, era tan firme que las más
extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin
escrúpulos, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.
Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podría fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había
mundo ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía fingir por ello que no fuese, sino al
contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente
que yo era, mientras que, con sólo dejar de pensar, aunque todo lo demás que había imaginado fuese verdad, no
tenía yo razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda
es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que este yo, es
decir, el alma por la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que
éste, y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es.
Después de esto, consideré, en general, lo que se requiere en una proposición para que sea verdadera y cierta, pues
ya que acababa de hallar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y
habiendo notado que en la proposición ‘yo pienso, luego soy’, no hay nada que me asegure que digo verdad, sino
que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla general: que las cosas
que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas, pero que sólo hay alguna dificultad en notar
cuáles son las que concebimos distintamente.” (René Descartes, Discurso del método, IV parte)

b) Responder de acuerdo al texto que sigue:


¿En qué difieren cuerpo y alma en Descartes?

Naturaleza de la ‘res cogitans’

“¿Qué soy entonces? Una cosa que piensa. Y, ¿qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, que entiende,
que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también, y que siente. Sin duda no es poco, si todo
eso pertenece a mi naturaleza. ¿Y por qué no habría de pertenecerle? ¿Acaso no soy yo el mismo que duda casi de
todo, que entiende, sin embargo, ciertas cosas, que afirma ser esas solas las verdaderas, que niega todas las demás,
que quiere conocer otras, que no quiere ser engañado, que imagina muchas cosas –aun contra su voluntad- y que
siente también otras muchas, por mediación de los órganos de su cuerpo? ¿Hay algo de esto que no sea tan
verdadero como es cierto que soy, que existo, aun en el caso de que estuviera siempre dormido, y de que quien me
ha dado el ser empleara todas sus fuerzas en burlarme? ¿Hay algunos de estos atributos que pueda distinguirse de
mi pensamiento, o que pueda estimarse separado de mi mismo? Pues es de suyo tan evidente que soy yo quien
duda, entiende y desea, que no hace falta añadir aquí nada para explicarlo. Y también es cierto que tengo la
potestad de imaginar: pues aunque pueda ocurrir que las cosas que imagino no sean verdaderas, con todo, ese
poder de imaginar no deja de estar realmente en mí, y forma parte de mi pensamiento. Por último, también soy yo
el mismo que siente, es decir, que recibe y conoce las cosas como a través de los órganos de los sentidos, puesto
que, en efecto, veo la luz, oigo el ruido, siento el calor. Se me dirá, empero que esas apariencias son falsas, y que
estoy durmiendo. Concedo que así sea: de todas formas, es al menos muy cierto que me parece ver, oír, sentir
calor, y eso es propiamente lo que en mí se llama sentir y, así precisamente considerado, no es otra cosa que
‘pensar’. Por donde empiezo a conocer qué soy, con algo más de claridad y distinción que antes.” (René Descartes.
Meditaciones metafísicas, II)

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 9

1. Describir el estado de naturaleza definido por Thomas Hobbes.


2. Comparar este planteo de las relaciones entre los hombres con la posición clásica.

a) “Durante todo el tiempo que los hombres viven sin poder común que los mantenga a raya, se hallan en la
condición que se denomina guerra, y esta guerra es una guerra de todos contra todos... En una situación semejante
no existe oportunidad para una actividad industriosa, porque el fruto no está asegurado, y consiguientemente no hay
ni agricultura, ni navegación, ni uso de las riquezas que pueden ser importadas por el mar; tampoco construcciones
cómodas, ni aparatos capaces de mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza; ni conocimientos de la faz
de la tierra, ni cómputos del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existen continuo temor
y riesgo de una muerte violenta; la vida del hombre es entonces solitaria, menesterosa, penosa, casi animal y breve”.
THOMAS HOBBES. Leviatán.

b) “Partamos del derecho fundamental de cada individuo, naturalmente absoluto y coextensivo con su poder. En el
estado de naturaleza, cada cual tiene, por definición, derecho a hacer todo lo que desee y tenga fuerza para hacer, sin
ninguna consideración para con los demás: el derecho se reduce al hecho, en el campo de las necesidades, las
acciones y las reacciones. Ese hecho es siempre el hecho de un individuo en el que, contrariamente a la concepción
de Aristóteles, no existe la menor sociabilidad natural. Igualdad y semejanza, por una parte, y desbordamiento
recíproco por otra, explican esa guerra de individuo contra individuo: las pasiones son las mismas en todos, aunque
no lo sean siempre sus objetos, y nadie es más fuerte que nadie, para tomarlo todo, mientras que el derecho de cada
uno, en tanto que absoluto, invade el derecho de los demás. No podrían faltar las ocasiones de conflicto. Y al
esforzarse cada cual por superar a los demás, sin conseguir jamás un dominio duradero, el estado de guerra se
convierte en absolutamente permanente. En la lucha por la supremacía se descubre el riesgo permanente de la
muerte violenta, y por la misma derivación que hacía que el deseo de poder fuese la pasión suprema, el temor a la
muerte lo suplanta a su vez. En una primera etapa los hombres ponen el deseo de poder por encima de todo, pero en
una segunda etapa hacen prevalecer el deseo de seguridad. Al fin de cuentas, el estado de naturaleza se ofrece como
enteramente absurdo: se emplea el tiempo en matarse unos a otros, sobre todo como consecuencia del recíproco
desbordamiento de los derechos naturales. Hay que practicar una salida fuera del individualismo natural, inventar la
paz, la seguridad.” JEAN BENHARDT. Hobbes.

c) “La naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en sus facultades corporales y mentales que, aunque pueda
encontrarse a veces un hombre manifiestamente más fuerte de cuerpo, o más rápido de mente que otro, aun así,
cuando todo se toma en cuenta en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es lo bastante considerable
como para que uno de ellos pueda reclamar para sí beneficio alguno que no pueda el otro pretender tanto como él.
Porque en lo que toca a la fuerza corporal, aun el más débil tiene fuerza suficiente para matar al más fuerte, ya sea
por maquinación secreta o por federación con otros que se encuentran en el mismo peligro que él .... De esta
igualdad de capacidades surge la igualdad en la esperanza de alcanzar nuestros fines. Y, por tanto, si dos hombres
cualesquiera, desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos gozar, devienen enemigos; y en su camino
hacia su fin (que es principalmente su propia conservación, y a veces su delectación) se esfuerzan mutuamente en
destruirse o subyugarse. Y viene así a ocurrir que, allí donde un invasor no tiene otra cosa que temer que el simple
poder de otro hombre, si alguien planta, siembra, construye, o posee asiento adecuado, pueda esperarse de otros que
vengan probablemente preparados con fuerzas unidas para desposeerle y privarle no sólo del fruto de su trabajo, sino
también de su vida, o libertad. Y el invasor a su vez se encuentra en el mismo peligro frente a un tercero.
No hay para el hombre más forma razonable de guardarse de esta inseguridad mutua que la anticipación; esto es,
dominar, por fuerza o astucia, a tantos hombres como pueda hasta el punto de no ver otro poder lo bastante grande
como para ponerle en peligro. Y no es esto más que lo que su propia conservación requiere, y lo generalmente
admitido... Por lo demás, los hombres no derivan placer alguno (sino antes bien, considerable pesar) de estar juntos
allí donde no hay poder capaz de imponer respeto a todos ellos. Pues cada hombre se cuida de que su compañero le
valore a la altura que se coloca él mismo. Y ante toda señal de desprecio o subvaloración es natural que se esfuerce
hasta donde se atreva en obtener de sus rivales, por daño, una más alta valoración; y de los otros, por el ejemplo.
Así pues, encontramos tres causas de riña en la naturaleza del hombre. Primero, competición; segundo, inseguridad;
tercero, gloria.

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El primero hace que los hombres invadan por ganancia; el segundo, por seguridad; y el tercero, por reputación. Los
primeros usan de la violencia para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y ganado de otros hombres; los
segundos para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, y
cualquier otro signo de subvaloración, ya sea directamente de su persona, o por reflejo en su prole, sus amigos, su
nación, su profesión o su nombre.
Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les obligue a todos al
respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre.
Pues la Guerra no consiste sólo en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo donde la voluntad
de disputar en batalla es suficientemente conocida.
Puede resultar extraño para un hombre que no haya sopesado bien estas cosas que la naturaleza disocie de tal
manera a los hombres y les haga capaces de invadirse y destruirse mutuamente. Y es posible que, en consecuencia,
desee, no confiando en esta inducción derivada de las pasiones, confirmar la misma por experiencia. Medite
entonces él, que se arma y trata de ir bien acompañado cuando viaja, que atranca sus puertas cuando se va a dormir,
que echa el cerrojo a sus arcones incluso en su casa, y esto sabiendo que hay leyes y empleados públicos armados
para vengar todo daño que se le haya hecho, qué opinión tiene de su prójimo cuando cabalga armado, de sus
conciudadanos cuando atranca sus puertas, y de sus hijos y servidores cuando echa el cerrojo a sus arcones. ¿No
acusa así a la humanidad con sus acciones como lo hago yo con mis palabras?
... De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que nada puede ser injusto. Las
nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar. Donde no hay poder común, no hay ley. Donde no
hay ley, no hay justicia. La fuerza y el fraude son en la guerra las dos virtudes cardinales.
La justicia y la injusticia no son facultad alguna ni del cuerpo ni de la mente. Si lo fueran, podrían estar en un
hombre que estuviera solo en el mundo, como sus sentidos y pasiones. Son cualidades relativas a hombres en
sociedad, no en soledad. Es consecuente también con la misma condición que no haya propiedad, ni dominio, ni
distinción entre mío y tuyo; sino sólo aquello que todo hombre pueda tomar; y por tanto tiempo como pueda
conservarlo.
... Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son
necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria. Y la razón sugiere adecuados
artículos de paz sobre los cuales puede llevarse a los hombres al acuerdo. Estos artículos son aquellos que en otro
sentido se llaman leyes de la naturaleza”. Leviatán. Thomas Hobbes. Editorial Nacional, 1979. Cap. XIII: De la
condición natural del género humano, en lo que concierne a su felicidad y miseria.

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 10
a) Del estado de naturaleza
Para entender correctamente el poder político y deducirlo desde su origen, debemos considerar en qué estado se
hallan naturalmente todos los hombres; éste es un estado de perfecta libertad para ordenar sus acciones y disponer de
sus posesiones y personas como les parezca adecuado, dentro de los límites de la ley de la naturaleza, sin pedir
permiso o depender de la voluntad de ningún otro hombre.
Es también un estado de igualdad, en el que todo poder y jurisdicción son recíprocos, pues nadie tiene más que otro.
Nada hay más evidente que el hecho de que las criaturas de la misma especie y rango, que nacieron promiscuamente
para disfrutar de las mismas ventajas de la naturaleza y usar las mismas facultades, también deberían ser iguales
entre sí, sin subordinación o sujeción, a menos que el señor y amo de todas ellas, por manifiesta declaración de su
voluntad, pusiera a una por encima de la otra y le confiriera, por medio de una evidente y clara designación, un
derecho indudable de dominio y soberanía.
John Locke. Segundo ensayo sobre el gobierno civil , cap. II, 4.

b) Formación y sentido de la sociedad política.


Habiendo nacido el hombre, como quedó demostrado, con derecho a una perfecta libertad y al libre goce de todos
los derechos y privilegios de la ley de la naturaleza, al igual que todo hombre o conjunto de hombres en el mundo, él
está capacitado por naturaleza no sólo para preservar su propiedad –es decir, su vida, libertad y patrimonio- contra
los daños y atentados de otros hombres, sino para juzgar y castigar las violaciones de aquella ley, por otros, con el
rigor que a su juicio merezca la ofensa; y tratándose de crímenes en que la atrocidad del hecho, en su opinión, lo
exija, hasta con la misma muerte. Pero siendo que la sociedad política no puede existir ni subsistir sin poseer en sí
misma el poder de preservar la propiedad, y, para ello, de castigar los delitos de todos sus miembros, únicamente
puede haber sociedad política allí donde cada uno de sus componentes ha renunciado a ese poder natural a favor de
la comunidad, en toda circunstancia que no implique ser excluido de la protección que acuerda la ley establecida por
dicha sociedad. Y quedando así eliminado todo juicio privado de cada miembro individual, la comunidad se erige en
árbitro y decide en todos los litigios que puedan producirse entre sus miembros respecto de cualquier asunto de
derecho; y castiga los delitos que cualquier miembro haya cometido contra la sociedad, con las penas que la ley haya
establecido. Con esto resulta fácil discernir quiénes están o no reunidos en sociedad política. Los que están unidos
en un cuerpo, y tienen una ley y jurisdicción común a la que puedan apelar con autoridad para decidir en las
controversias que surjan entre ellos y para castigar a los culpables, encuéntranse en sociedad civil unos con otros;
mas aquellos que no tienen –en la Tierra- a quién apelar en común, están todavía en el estado de naturaleza; allí
donde cada cual es su propio juez y hace de verdugo, existe, como antes lo he mostrado, el perfecto estado de
naturaleza.
John Locke. Segundo ensayo sobre el gobierno civil , cap. VII, 87.

c) La monarquía absoluta es incompatible con la sociedad civil.


De ello resulta evidente que la monarquía absoluta, que algunos consideran como la única forma posible de gobierno
en el mundo, es en realidad incompatible con la sociedad civil, y por lo mismo no puede en modo alguno ser una
forma de gobierno civil. El propósito de la sociedad civil, en efecto, consiste en evitar y remediar las
inconveniencias del estado de naturaleza derivadas del hecho de que todo individuo sea su propio juez, para lo cual
se crea una autoridad conocida a la que cada hombre pueda apelar en dicha sociedad cuando sufra cualquier daño o
se produzca cualquier controversia, autoridad a la que todos los miembros de la sociedad deban obediencia.
Dondequiera existan personas desprovistas de una autoridad común a la que puedan apelar para que decida en
cualquier litigio, dichas personas se encuentran aún en el estado de naturaleza. Y lo mismo se halla todo príncipe
absoluto respecto de quienes están bajo sus dominios.
John Locke. Segundo ensayo sobre el gobierno civil , cap. VII, 87.

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 11
a) El pacto de los hombres, base de la sociedad
El Estado no es una institución basada en el derecho natural, sino en una simple convención o contrato. En cambio,
la familia es una institución natural.
Pero el orden social constituye un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás. Sin embargo, este derecho
no es un derecho natural: está fundado sobre convenciones. Trátase de saber cuáles son esas convenciones; pero
antes de llegar a ese punto, debo fijar o determinar lo que acabo de afirmar ... La más antigua de todas las
sociedades y la única natural es la de la familia ...
Jean Jacques Rousseau. El contrato social. I, 1, 2.

b) El pacto social defiende y protege a los asociados. Les permite permanecer libres.
Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada
asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como
antes. Tal es el problema fundamental cuya solución da el contrato social.
Jean Jacques Rousseau. El contrato social. I, 6.

c) El pacto social hace iguales a todos los asociados; por tanto, crea una unión estrecha entre ellos y así todos salen
beneficiados:
Estas cláusulas, bien estudiadas, se reducen a una sola; a saber: la enajenación total de cada asociado con todos
sus derechos a la comunidad entera, porque primeramente, dándose por completo cada uno de los asociados, la
condición es igual para todos; y siendo igual, ninguno tiene interés en hacerla onerosa para los demás.
Además, efectuándose la enajenación sin reservas, la unión resulta tan perfecta como puede serlo, sin que ningún
asociado tenga nada que reclamar, porque si queda en algunos derechos a los particulares, como no habría ningún
superior común que pudiese sentenciar entre ellos y el público, cada cual siendo hasta cierto punto su propio juez,
pretendería pronto serlo en todo; consecuentemente, el estado natural subsistiría a la asociación; convertiríase
necesariamente en tiránica o inútil.
En fin, dándose cada individuo a todos no se da a nadie, y como no hay un asociado sobre el cual no se adquiera el
mismo derecho que se cede, se gana la equivalencia de todo lo que se pierde y mayor fuerza para conservar lo que
se tiene.
Si se descarta, pues, del pacto social lo que no es de esencia, encontraremos que queda reducido a los términos
siguientes: Cada uno pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general,
y cada miembro considerado como parte indivisible del todo.
Jean Jacques Rousseau. El contrato social. I, 6.

d) El hombre, al formar parte de la sociedad, ya no se guía por el instinto o el apetito ‘naturales’, sino por la justicia,
el deber y la inteligencia ‘sociales’. Es, en verdad, un hombre al pasar del estado ‘natural’ al estado ‘civil o social’.
La transición del estado natural al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable, substituyendo en su
conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moralidad de que antes carecía. Es entonces cuando,
sucediendo la voz del deber a la impulsión física, y el derecho al apetito, el hombre, que antes no había considerado
ni tenido en cuenta más que su persona, se ve obligado a obrar basado en distintos principios, consultando a la razón
antes de prestar oído a sus inclinaciones. Aunque se prive en este estado de muchas ventajas naturales, gana en
cambio otras tan grandes, sus facultades se ejercitan y se desarrollan, sus ideas se extienden, sus sentimientos se
ennoblecen , su alma entera se eleva a tal punto, que si los abusos de esta nueva condición no le degradasen a
menudo hasta colocarle en situación inferior a la que estaba, debería bendecir sin cesar el dichoso instante en que la
quitó para siempre y en que, de animal estúpido y limitado se convirtió en un ser inteligente; en hombre.
Jean Jacques Rousseau. El contrato social. I, 8.

e) La suprema autoridad o soberanía reside en la ‘voluntad general’ de los ciudadanos. En lugar del absolutismo real
formulado por ‘el Estado soy yo’, Rousseau propone: ‘el Estado somos nosotros’.
La voluntad general, para que verdaderamente lo sea, debe serlo en su objeto y en su esencia; debe partir de todos
para ser aplicable a todos, y que pierde su natural rectitud cuando tiende a un objeto individual y determinado,
porque entonces, juzgando de lo que nos es extraño, no tenemos ningún verdadero principio de equidad que nos
guíe.

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Concíbese, desde luego, que lo que generaliza la voluntad no es tanto el número de votos cuanto el interés común
que los une, pues en esta institución, cada uno se somete necesariamente a las condiciones que impone a los demás:
admirable acuerdo del interés y de la justicia, que da a las deliberaciones comunes un carácter de equidad
eliminando en la discusión de todo asunto particular, falto de un interés común que una e identifique el juicio del
juez con el de la parte.
Desde cualquier punto de vista que se examine la cuestión, llegamos siempre a la misma conclusión; a saber: que
el pacto social establece entre los ciudadanos una igualdad tal, que todos se obligan bajo las mismas condiciones y
todos gozan de idénticos derechos. Así, por la naturaleza del pacto, todo acto de soberanía, es decir, todo acto
auténtico de la voluntad general, obliga o favorece igualmente a todos los ciudadanos, de tal suerte que el
soberano conoce únicamente el cuerpo de la nación sin distinguir a ninguno de los que la forman.
Jean Jacques Rousseau. El contrato social. II, 4.

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico N° 12

De La Mettrie, Julien. (1709-1751) El hombre máquina.

1) Los metafísicos que han insinuado que la materia bien podría tener la facultad de pensar no han deshonrado su
razón. ¿Por qué? Pues porque tienen una ventaja (ya que aquí, realmente lo es), en haberse expresado mal. En
efecto, preguntarse si la materia puede pensar sin considerarla más que en sí misma, es preguntar si la materia
puede señalar las horas. Se ve de antemano que hemos de evitar este escollo en el cual el señor Locke ha tenido la
desgracia de naufragar. (pp. 31-32)

2) El hombre es una máquina tan compleja que resulta imposible formarse primero una idea clara al respecto y luego
definirla en consecuencia.
Por eso todas las investigaciones que los más grandes filósofos han hecho a priori, es decir, queriendo servirse en
cierta manera de las alas del espíritu, han sido vanas.
Así, únicamente a posteriori o tratando de discernir el alma a través de los órganos del cuerpo, se puede, no digo
descubrir con evidencia la naturaleza misma del hombre, pero sí alcanzar el mayor grado de probabilidad posible
sobre este tema. (p. 35)

3) El cuerpo humano es una máquina que pone en marcha sus propios mecanismos: viva imagen del movimiento
perpetuo. (p. 39)

4) Los diversos estados del alma son, pues, siempre correlativos a los del cuerpo.
Pero, para demostrar mejor toda esa dependencia y sus causas, sirvámonos aquí de la anatomía comparada, abramos
las entrañas del hombre y de los animales. ¿Cómo conocer la naturaleza humana si no se está iluminado por un
adecuado paralelo entre la estructura de unos y otros? (p. 44)

5) La misma mecánica que abre el canal de Eustaquio en los sordos, ¿no podría destaparlo en los monos? Un ansia
feliz de imitar la pronunciación del amo, ¿no podría poner en libertad los órganos de la palabra en animales que
imitan tantos otros signos con tal habilidad e inteligencia?
No sólo desafío a que se me cite alguna experiencia verdaderamente concluyente para demostrar lo imposible y
ridículo de mi proyecto, sino que, siendo tal la semejanza de las estructuras y de las operaciones del mono, no dudo
casi de que, si se ejercitara perfectamente a este animal, se lograría enseñarle a pronunciar y, por consiguiente, a
conocer una lengua. No sería entonces ya un hombre salvaje ni un hombre frustrado: sería un hombre perfecto, un
hombrecito de ciudad, con tanta estofa y músculos como nosotros mismos para pensar y aprovechar su educación.
La transición de los animales al hombre no es violenta. Los verdaderos filósofos lo reconocerán.
¿Qué era el hombre antes de la invención de las palabras y del conocimiento de las lenguas? Un animal de su
especie que, con mucho menos instinto natural que los otros, de los cuales aún no se creía rey, no se distinguía del
mono y de los demás animales sino como se distingue el mismo mono, es decir, por una fisonomía que anunciaba un
mayor discernimiento. (p. 50)

6) No tenemos intención de ocultarnos las objeciones que se pueden hacer a favor de la distinción primitiva entre el
hombre y el animal, contra nuestra opinión.
Hay en el hombre, se dice, una ley natural, un conocimiento del bien y del mal que no ha sido grabado en el corazón
de los animales.
Pero esta objeción o, más bien, esta aserción, ¿está fundada sobre la experiencia, sin la cual un filósofo puede
rechazar cualquier cosa? ¿Tenemos acaso alguna que nos convenza de que sólo el hombre ha sido iluminado por un
rayo de luz rehusado a todos los otros animales?
Si no la hay, somos tan incapaces de conocer por ella lo que en éstos y aun en los hombres sucede como de dejar de
sentir lo que afecta el interior de nuestro ser.
Sabemos que pensamos y que tenemos remordimiento: una íntima persuasión harto nos obliga a confesarlo; pero,
para juzgar los remordimientos ajenos, esa persuasión que está en nosotros resulta insuficiente. Por eso es necesario
creer a los demás hombres a través de su palabra o de los signos sensibles y exteriores que hemos notado en
nosotros mismos cuando experimentábamos el mismo estado de conciencia y los mismos tormentos.

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Pero, para determinar si los animales que no hablan han recibido la ley natural, es preciso referirse en consecuencia
a esos signos de los cuales acabo de hablar, suponiendo que existan. (pp.62-63)

7) El hombre no está formado de un barro más precioso. La Naturaleza no ha empleado más que una sola y única
pasta, en la cual ha variado sólo las levaduras. Si el animal, pues, no se arrepiente de haber violado la conciencia
interior de la que hablo o si, más bien, está absolutamente privado de ella, resulta necesario que el hombre se halle
en el mismo caso; admitido lo cual, es preciso despedirse de la ley natural y de todos esos bellos tratados que sobre
ella se han publicado.
Todo el reino animal en conjunto estaría privado de ella.
Pero, recíprocamente, si el hombre no puede excusarse de confesar que distingue siempre, mientras la salud le
permite gozar de sí mismo, a quienes tienen probidad, humanidad y virtud de quienes no son ni humanos ni
virtuosos ni honrados; que resulta fácil distinguir lo que es vicio o virtud por el solo placer o la propia repugnancia,
que son sus efectos naturales, se sigue que los animales, formados de la misma materia a la cual no ha faltado quizás
sino un grado de fermentación para igualarlos a los hombres en todo, deben participar de las mismas prerrogativas
de la animalidad y que, así, no hay alma o sustancia sensitiva sin remordimientos. (p. 66)

8) ¿Quién sabe, por otra parte, si la razón de la existencia del hombre no estará en su existencia misma?
Quizás ha sido arrojado al azar en un punto de la superficie terrestre, sin que se pueda saber el cómo y el porqué,
sino solamente que debe vivir y morir, semejante a esos hongos que aparecen de un día al otro o a esas flores que
bordean los pozos y cubren las murallas.
No nos extraviemos en el infinito: no estamos hechos para tener de él la menor idea; nos es absolutamente imposible
remontarnos al origen de las cosas. (p. 71)

9) No me engaño. El cuerpo humano es un reloj, aunque inmenso y construido con tanto artificio y habilidad que, si
la rueda que sirve para marcar los segundos llega a detenerse, la de los minutos gira y sigue siempre su ritmo, así
como la rueda de los cuartos y las otras continúan moviéndose cuando las primeras, herrumbradas o descompuestas
por lo que fuere, han interrumpido su marcha. (p. 92)

10) Los médicos ilustrados saben a qué atenerse sobre la naturaleza del hombre y, para decirlo de pasada, de dos
médicos, el mejor, el que más confianza merece, es siempre, a mi juicio, aquel que está más versado en la física o la
mecánica del cuerpo humano y que, dejando a un lado el alma y todas las inquietudes que esta quimera procura a los
tontos y a los ignorantes, no se ocupa en serio sino de la pura parte natural. (p. 93)

11) Ser máquina, sentir, pensar, saber distinguir el bien del mal como el azul del amarillo, en una palabra, haber
nacido con inteligencia y con un seguro instinto moral y no ser sino un animal, no son, por tanto, cosas más
contradictorias que ser un mono o un loro y saber procurarse el placer. (...)
Considero el pensamiento tan poco incompatible con la materia organizada que hasta me parece ser una propiedad
de ésta, tal como la electricidad, la facultad motriz, la impenetrabilidad, la extensión, etcétera. (pp. 94-95)

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 13
Después de leer los siguientes textos: a) destaque las ideas fundamentales, y, b) determine a qué ‘figura’ pertenece
cada uno. Fundamente su respuesta.

1) “El suborden de los Antropoides incluye al resto de los primates: simios y hombre. Estos animales poseen un
cerebro más grande y complicado que el de los restantes primates, ojos dirigidos hacia adelante que les proporciona
visión binocular y una manca en el centro de la retina, donde la visión es particularmente aguda. La mayoría camina
normalmente sobre los cuatro miembros, pero todos tienden a sentarse en actitud erguida, de manera que las manos
quedan libres para manejar objetos … El hombre es más parecido al chimpancé y al gorila que a los otros primates,
pero difiere en un número suficiente de rasgos como para ser ubicado en una familia separada, la de los hominidae.
Las diferencias que existen entre los otros simios y el hombre son relativamente insignificantes y relativas a la
proporción de partes corporales; se relacionan con nuestra adaptación a la vida terrestre, en vez de arbórea. Casi
todos los huesos, músculos, órganos internos y vasos sanguíneos del simio se repiten en el hombre. El orangután es
el único mono que posee exactamente el mismo número de costillas que nosotros y también tiene nuestra frente alta.
Respecto de cualquier estructura o proporción de partes, la diferencia entre el hombre, el gorila y el chimpancé es
menor que la que existe entre cualquiera de estos animales y los restantes monos”. (Claude Villee. Biología)

2) “La magnitud de los problemas que plantea la sociedad como objeto de conocimiento impone un abordaje
científico. Ha llegado la hora de indagar leyes científicas de la evolución social y de instrumentar técnicas adecuadas
para el ajuste de los conflictos que recorren Europa. La ciencia social, a imagen de las ciencias de la naturaleza,
debía constituirse positivamente … La sociedad, así, será comparable al modelo del organismo. Para su estudio
habrá que distinguir un análisis de sus partes –una morfología o anatomía- y otro de su funcionamiento. Así definía
Saint Simon las tareas de la nueva ciencia: una fisiología social, constituida por los hechos materiales que derivan de
la observación directa de la sociedad y una higiene encerrando los preceptos aplicables a tales hechos, son, por lo
tanto, las únicas bases positivas sobre las que se puede establecer el sistema de organización reclamado por el estado
actual de la civilización. Es decir, fisiología e higiene, no pura especulación sino también la posibilidad de
instrumentar preceptos aplicables para la corrección de las enfermedades del organismo social.” (J. C. Portantiero.
La sociología clásica)

3) “Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de
pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto el nombre de homo sapiens. Esta rara y
floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones y una cantidad de tiempo
igual ignorando concienzudamente las fundamentales. (…) Es una mono muy parlanchín, sumamente curioso y
multitudinario, y ya es hora de que estudiemos su comportamiento básico. Yo soy zoólogo y el mono desnudo es un
animal. Por consiguiente, es un tema adecuado para mi pluma”. (Desmond Morris, El mono desnudo)

4) “Para los arapesch, el mundo es una huerta que debe ser cultivada, no para uno mismo, a fin de jactarse o
enorgullecerse, acumular, guardar y luego practicar la usura, sino para que los ñames (especial clase de patatas),
perros, cerdos, y todos los niños puedan crecer. De esta actitud provienen muchos de sus otros rasgos: falta de
conflictos entre viejos y jóvenes, la ausencia de estímulo para la codicia o la envidia y la importancia que asignan a
la cooperación. Ahora bien, ¿de qué forma se modela al niño arapesch para que se convierta en un individuo
tranquilo, humilde y receptivo? ¿Cuáles son los factores determinativos en la educación que aseguran que el chico
será plácido y fácil de conformar, pacífico y apocado, receptivo y sin afán de competir, afectuoso, dócil y honesto?
… Amamantado cada vez que llora, cerca de alguna mujer que le da el pecho si es necesario, durmiendo en estrecho
contacto con el cuerpo de su madre, colgado en el saco de red de su espalda, enroscado en su falda mientras la
madre cocina o teje, el niño experimenta constantemente una tibia sensación de seguridad. De este modo crece con
una seguridad emocional debida al cuidado que otros le prodigan y no a su propio dominio del medio ambiente…”
(Margaret Mead, Sexo y Temperamento)

5) “Muy distinto es el panorama que se nos muestra entre los alorenses. Aquí encontramos, ante todo, una especial
división del trabajo: todo lo que se relaciona con los vegetales recae sobre las mujeres, que se ocupan así del trabajo
agrario. La madre, catorce días después del parto, vuelve a sus trabajos en los campos que se encuentran alejados de
la aldea. Los cuidados del niño se vuelven entonces esporádicos. Atendido antes de salir hacia los cultivos, queda

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prácticamente abandonado durante el día y hasta el anochecer en que retorna la madre. El resultado es fácil de
prever. La personalidad básica en Alor es ansiosa, suspicaz, recelosa, desconfiada y sin interés en el mundo externo.
Difícilmente podría ser otra la ‘disposición’ que un alorense podría tener hacia la existencia.” (A. Kardiner,
Fronteras psicológicas de la sociedad)

6) “El ser humano pertenece al reino animal. Prácticamente a partir de las teorías evolucionistas, con rectificaciones
y nuevos aportes, la ciencia admite el parentesco del homo sapiens con los primates más desarrollados. Un alto
porcentaje del material genético de un chimpancé es igual al humano. Cuando King y Wison, en 1975, compararon
electroforéticamente 44 proteínas distintas entre ambos, cerca de la mitad eran idénticas y la mayoría de las que
diferían lo hacían en solo un aminoácido de los cientos existentes en cada una. Las técnicas de hibridación del
D.N.A. dieron resultados similares: combinaciones de D.N.A. humano-chimpancé permitieron detectar diferencias
de sólo el 1%.” (Alberto Estefan, Verdades soslayadas)

7) “Durante más de un siglo, desde que Darwin expuso su teoría, los humanos hemos aceptado a regañadientes que
tenemos una deuda con nuestros primos los simios, si bien estamos seguros de que ningún simio puede acercarse a
las infinitas y nobles facultades humanas. Este año, el análisis del genoma nos causó un gran choque, revelando una
verdad aun más curiosa y humillante: no sólo somos monos, sino también su merienda preferida. Cuanto más
aprendemos sobre el genoma, más conocemos nuestro propio lugar en la red de la vida. Dice Robert May, un
biólogo especialista en evolución y presidente de la Sociedad Real de Gran Bretaña. Por ejemplo, compartimos la
mitad de nuestros genes con la banana. O quizás sería más acertado decir que las bananas comparten la mitad de sus
genes con nosotros, pues su genoma es más pequeño.” (Revista Discover. Febrero 2001)

8) “La historia del salvaje de Aveyron nos permite percibir el efecto que produce en las personas la completa
ausencia de relaciones sociales. El salvaje de Aveyron era biológicamente un hombre. Sin embargo, su aspecto, sus
actitudes y su forma de moverse lo asemejaban más a un animal. Su historia permite comprobar que el ser humano
no nace hombre ni nunca llega a serlo sino está en contacto con otros seres humanos que viven en sociedad. Sólo a
partir de la relación con otros un hombre puede convertirse en una persona ya que si bien la naturaleza nos
proporciona los órganos necesarios para hablar, comer, caminar, etc., el lenguaje, los hábitos alimentarios, la
posición erecta, el caminar, son elementos culturales que sólo adquirimos en la interacción social.” (Alicia Casullo,
El ser humano en sociedad)

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 14
1. ¿Cuáles son las ideas principales del texto?
2. ¿Qué planteos novedosos, con relación a las posturas anteriores, expone el existencialismo?

“El reproche esencial que nos hacen, como se sabe, es que ponemos el acento en el lado malo de 1a vida humana.
Una señora, cuando por nerviosismo deja escapar una palabra vulgar, dice excusándose: creo que me estoy poniendo
existencialista. En consecuencia se asimila fealdad a existencialismo ... La palabra existencialismo ha tomado hoy
tal amplitud y tal extensión que no significa absolutamente nada. Parece que, a falta de una doctrina de vanguardia,
la gente ávida de escándalo se dirige a esta filosofía, que, por otra parte, no les puede aportar nada en este dominio,
en realidad es la doctrina menos escandalosa, la más austera; está destinada estrictamente a los técnicos y filósofos.
Sin embargo se puede definir fácilmente.. Lo que tienen en común los existencialistas es simplemente que
consideran que la existencia precede a la esencia, o si se prefiere, que hay que partir de la subjetividad. ¿Qué
significa esto?
Consideremos un objeto fabricado, por ejemplo un libro o un cortapapel. Este objeto ha sido fabricado por un
artesano que se ha inspirado en un concepto, se ha referido al concepto de cortapapel, e igualmente a una técnica de
producción previa que forma parte del concepto, y que en el fondo es una receta. Así, el cortapapel es a la vez un
objeto que se produce de cierta manera y que, por otra parte, tiene una utilidad definida, y no se puede suponer un
hombre que produjera un cortapapel sin saber para qué va a servir ese objeto. Diríamos entonces que en el caso del
cortapapel, la esencia -es decir, el conjunto de recetas y cualidades que permiten producirlo y definirlo- precede a la
existencia. Tenemos aquí. pues, una visión técnica del mundo, en la cual se puede decir que la producción precede a
la existencia.
Al concebir a un Dios creador, este Dios se asimila la mayoría de las veces a un artesano superior, y cualquiera sea
la doctrina que consideremos, admitimos siempre que la voluntad sigue más o menos al entendimiento, o por lo
menos le acompaña, y que Dios, cuando crea, sabe con precisión lo que crea. Así el concepto de hombre en el
espíritu de Dios es asimilable al concepto de cortapapel en el espíritu del industrial, Dios produce al hombre
siguiendo técnicas y una concepción, exactamente como el artesano fabrica un cortapapel siguiendo una definición y
una técnica. Así el hombre individual realiza cierto concepto que está en el entendimiento divino. Esta idea la
encontramos un poco en todas partes, el hombre es poseedor de una naturaleza humana que se encuentra en todos
los hombres, lo que significa que cada hombre es un ejemplo particular de un concepto universal, el hombre. Así
pues, la esencia del hombre precede a esa existencia histórica que encontramos en la naturaleza.
El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser
en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que
este ser es el hombre. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza
por existir, se encuentra, surge en el mundo y que después se define. El hombre, tal como lo define el
existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya
hecho ... El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe
después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia, el hombre no es otra cosa que
lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo. Es también lo que se llama subjetividad...Pero
¿qué queremos decir con esto sino que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa? Porque
queremos decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que se lanza hacia un porvenir,
y que es conciente de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente,
en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el
cielo inteligible, y el hombre será ante todo lo que habrá proyectado ser. El quietismo es la actitud de la gente que
dice: los demás pueden hacer lo que yo no puedo. La doctrina que yo les presento es justamente lo opuesto al
quietismo, porque declara: sólo hay realidad en la acción, y va más lejos todavía, porque agrega: el hombre no es
nada más que su proyecto, no existe más que en la medida que se realiza, no es por lo tanto más que el conjunto de
sus actos, nada más que su vida. De acuerdo con esto, podemos comprender por qué nuestra doctrina horroriza a

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algunas personas. Porque a menudo no tienen más que una forma de soportar su miseria y es pensar así: las
circunstancias han estado contra mí; yo valía mucho más de lo que he sido; evidentemente no he tenido un gran
amor, o una gran amistad, pero es porque no he encontrado ni un hombre ni una mujer que fueran dignos; no he
escrito buenos libros porque no he tenido tiempo para hacerlos; no he tenido hijos a quienes dedicarme, porque no
he encontrado al hombre con el que podría haber realizado mi vida. Han quedado, pues, en mí, sin empleo, y
enteramente viables, un conjunto de disposiciones, de inclinaciones, de posibilidades que me dan un valor que la
simple serie de mis actos no permite inferir. Ahora bien, en realidad, para el existencialismo, no hay otro amor que
el que se construye, no hay otra posibilidad de amor que la que se manifiesta en el amor; no hay otro genio que el
que se manifestó en las obras de arte ... Un hombre que se compromete en la vida dibuja su figura y, fuera de esta
figura no hay nada. Evidentemente, este pensamiento puede parecer duro para aquel que no ha triunfado en la vida
Pero, por otra parte, dispone a las gentes para comprender que sólo cuenta la realidad, que los sueños, las esperas,
las esperanzas, permiten solamente definir a un hombre como sueño desilusionado, como esperanzas abortadas,
como esperas inútiles; es decir que esto lo define negativamente; sin embargo, cuando se dice: tú no eres otra cosa
que tu vida, esto no implica que el artista será juzgado solamente por sus obras de arte; miles de otras cosas
contribuyen igualmente a definirlo. Lo que queremos decir es que el hombre no es más que una serie de empresas,
que es la suma, el conjunto de las relaciones que constituyen estas empresas. En estas condiciones, lo que se nos
reprocha aquí no es en el fondo nuestro pesimismo, sino una dureza optimista. Si la gente nos reprocha las obras
novelescas en que describimos seres flojos, débiles, cobardes y alguna vez francamente malos, no es únicamente
porque estos seres son flojos, débiles, cobardes o malos; porque si, como Zola, declaráramos que son así por
herencia, por la acción del medio, de la sociedad, por un determinismo orgánico o psicológico, la gente se sentiría
segura y diría: bueno, somos así, y nadie puede hacer nada; pero el existencialista, cuando describe a un cobarde,
dice que el cobarde es responsable de su cobardía. No lo es porque tenga un corazón, un pulmón o un cerebro
cobarde; no lo es debido a una organización fisiológica, sino que lo es porque se ha construido como hombre
cobarde por sus actos. No hay temperamento cobarde: hay temperamentos nerviosos, hay sangre floja, como dicen,
o temperamentos ricos; pero el hombre que tiene una sangre floja no por eso es cobarde, porque lo que hace la
cobardía es el acto de renunciar o de ceder; un temperamento no es un acto; un cobarde está definido a partir del
acto que realiza. Lo que la gente siente oscuramente y le causa horror es que el cobarde que nosotros presentamos es
culpable de ser cobarde. Lo que la gente quiere es que se nazca cobarde o héroe. En el fondo es esto lo que 1a
gente quiere pensar: si se nace cobarde, se está perfectamente tranquilo, no hay nada que hacer, se será cobarde toda
la vida, hágase lo que se haga; si se nace héroe, también se estará perfectamente tranquilo, se será héroe toda la vida,
se beberá como héroe, se comerá como héroe. Lo que dice el existencialista es que el cobarde se hace cobarde, el
héroe se hace héroe. Ustedes ven que no puede ser considerada como una descripción pesimista del hombre: no
hay doctrina más optimista, puesto que el destino del hombre está en él mismo; ni como una tentativa para
descorazonar al hombre alejándolo de la acción, puesto que le dice que sólo hay esperanza en su acción, y que la
única cosa que permite vivir al hombre es la acción”.

JEAN PAUL SARTRE. El existencialismo es un humanismo.

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 15
1. ¿Cómo encara el existencialismo el problema de las relaciones interhumanas?
2. Comparar con el tratamiento que le dan los filósofos de la modernidad.
3. ¿Qué es el ‘uno’ y cuál es su relación con el ‘yo’?
a) “Heidegger dice: el hombre no es sólo un ‘ser-en’ el mundo sino también un ‘ser-con’ otros, con lo que quiere
indicar que no sólo me encuentro inserto en un mundo natural sino también y al mismo tiempo, en un mundo
humano. Los otros no son primariamente realidades que capto frente a mí y de los cuales me distinguiría yo. Los
otros son, ante todo, aquellos de quienes no me distingo, porque primariamente no soy ‘yo’ sino ‘uno de ellos’, ‘uno
de tantos’. En el modo como ‘uno’ vive, se viste y piensa, en el temple con que ‘uno’ siente la vida, se manifiesta
una comunidad de ser indiferenciado, una personalidad común y anónima, sobre la base de la cual emerge el yo:
antes de haber pensado nuestra clase o nuestro medio, somos esta clase y este medio. El yo se inserta en un mundo
social e histórico en cuanto es ‘uno’. Este transfondo social de la personalidad individual ha dado origen a
interesantes análisis empíricos. Bajo la rúbrica de ‘personalidad básica’ y ‘genio de la cultura’, ha surgido a la luz
cómo cada grupo social promueve un particular modo de pensar, obrar e incluso de sentir, compartido por la mayor
parte de sus miembros y que los distingue de los otros grupos sociales. Estos estudios sugieren que el hombre no
nace de una naturaleza ( conjunto de instintos, necesidades, apetitos, formas de comportamientos) fija e inmutable,
sino que, dotado de inmensa plasticidad es configurado por el grupo humano en que vive. Deviene ‘natural’ aquello
que la cultura enseña y requiere de sus miembros, es ‘natural’ porque es habitual una vez adquirido. Sabiamente,
desde el nacimiento y a través de las técnicas de crianza, confirmado luego por las instituciones y mitos, cada
cultura configura el estilo de ser en el mundo de sus nuevos miembros. Esta configuración se extiende en todos los
niveles, desde el temple de ánimo fundamental hasta las ‘ideas’ más abstractas”. VASCONI, Rubén. Las relaciones
interhumanas.
b) “El ser que es en el mundo es el hombre. ¿Cómo es este ser? Ante todo, es un ser en común. Heidegger, con sus
fórmulas tan especiales, lo caracteriza como ser-con. En síntesis, que no hay un hombre sino hombres, muchos
hombres. Y así como el hombre, porque está en una constante relación con el mundo, es un ser-en el mundo, es un
ser-con en tanto está en una constante relación con los demás. Ocurre aquí lo mismo que con su relación con el
mundo. En esa relación con los demás se determina a sí mismo y descubre a los otros. Así, yo soy en y por la
relación con los demás hombres y el mundo... El hombre es un ser en común, que vive con los otros y que esta
circunstancia de vivir en común hace que la realidad de cada uno de nosotros dependa, en cierta medida, de la
realidad de los demás. Es decir, que si bien nos sentimos libres frente a cada uno de los otros, ya que no porque
alguien haga tal cosa, tenemos que hacerla, ni porque alguien elija tal otra, habremos de elegirla, estamos sometidos
a la totalidad, sometidos a lo que Heidegger considera como un tirano implacable y desconocido, que nunca
podemos ubicar y sin embargo está siempre presente. Este tirano es el ‘uno’, el ‘man’ dice en alemán Heidegger, el
impersonal ‘se’. ¿Quién es el verdadero sujeto de la vida cotidiana, ésta que nosotros habitualmente vivimos? No
yo, no cada uno de nosotros, sino ‘uno’. Yo digo muchas veces ‘yo’, pero en el fondo hago lo que uno hace, pienso
como uno piensa, me visto como uno se viste, como debe vestirse. Entonces, ¿quién decide realmente mi existencia?
¿Yo? No, uno. Claro que ¿quién es uno? Uno no es ninguno de ustedes, uno no soy yo, uno no es nadie que esté
por encima de nosotros, uno es todos, es cualquiera; uno es, en el fondo, aquel que está sustituyendo, desplazando
siempre el yo de cada uno de nosotros. En lugar de ser yo mismo, soy ahora uno de tantos. Uno tiene, por su parte,
exigencias bien definidas. Uno es, por ejemplo, enemigo de toda vida secreta, uno se siente muy molesto cuando la
gente es reservada, cuando guarda algún misterio. Uno quiere que a uno le cuenten todo, que la vida sea abierta,
pública y transparente. Uno está en todas partes; uno decide por todos y el existente cotidiano concreto consulta
continuamente a uno. Así decimos: ¿qué es lo que uno tendría que hacer? y hacemos lo que uno hace. ¿Qué es lo
que uno debe pensar sobre este asunto? Y pensamos lo que uno piensa. Es decir, nadie hace lo que él piensa sino lo
que uno piensa. ¿Por qué, como existente cotidiano, me entrego tan dócilmente a esta tiranía hasta el punto de que ni
siquiera la siento como tal? Porque si yo fuese auténticamente yo, tendría que decidir en todos los casos y hacerme
responsable. Pero si soy sólo uno de tantos, uno me dice lo que debo hacer, cómo pensar y comportarme, uno me
entrega la vida hecha, los problemas resueltos, y entonces uno vive tranquilo, seguro como uno más entre los demás.
Así, lo que pierdo en libertad lo gano en seguridad, la vida se desenvuelve tranquila, llana y sin riesgos. Pero esta
vida bajo el uno cotidiano conduce por una pendiente muy suave hacia lo que Heidegger llama ‘la inautenticidad’...
Lo que caracteriza al hombre inauténtico es su forma de conocer, porque ha perdido enteramente el hábito de
ponerse en contacto con las cosas mismas, interesado nada más que en saber lo que de ellas se dice”.
VASCONI, Rubén. Problemas de la filosofía actual.

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ANTROPOLOGÍA - Trabajo Práctico Nº 16
Después de leer atentamente el texto responde:
1. ¿Cuáles son las ideas fundamentales del mismo?
2. ¿Qué diferencias plantea en relación con los filósofos modernos?
3. Compara la posición de Gabriel Marcel con la de Jean Paul Sartre al tratar el tema de los otros.

“El punto de partida de la filosofía existencial es el hombre concebido como existencia. Hemos dicho ya muchas
veces: el hombre, como ser en el mundo, se constituye a partir de su relación con el mundo. Pero el mundo es una
realidad global e indiferenciada, donde podemos distinguir sectores como la naturaleza, la cultura, los otros. Los
otros constituyen el mundo humano. Yo soy en el mundo humano en tanto soy con ellos, el “ser-con” es una
característica necesaria del ser-ahí, según Heidegger. Yo soy a partir de mi relación con los otros, es decir, mi ser es
la intersubjetividad.
Podemos considerar, según Gabriel Marcel, tres formas fundamentales de ser con otro:
a) La inserción ciega: el yo se encuentra inserto en una comunidad con los otros de la cual no se distingue y a la cual
no se enfrenta. Hay en este plano un ser con otro sin que aflore todavía la conciencia de nuestra individualidad, por
lo cual no podemos hablar de una estricta relación en tanto los polos de la misma no se han diferenciado lo
suficiente.
b) La objetividad: aquí sí encontramos una verdadera relación; yo me afirmo como yo frente a los otros
distinguiéndome de ellos. El espíritu de reivindicación, marcado con un tinte más o menos agresivo, es distintivo de
este estadio de relación. Aquí está dibujado perfectamente el yo, pero se elabora por lo que tengo: sus propiedades y
sus funciones. Pero si yo me identifico con ellas soy un objeto más entre los objetos. Por eso destaca Jaspers el
carácter impersonal de este tipo de relación: estando constituida por objetos -con determinadas propiedades y
funciones a cumplir- cualquiera de ellos puede ser reemplazado por otro que tenga los mismos caracteres. Es decir,
que la comunidad que se establece de esta manera no se dirige de persona a persona sino de las propiedades y
funciones de uno a las propiedades y funciones del otro. La relación es abstracta. No es desde mi ser que me
relaciono con el de los otros, sino que lo hago a través de mis funciones y propiedades. Pero no nos olvidemos que
mi ser se constituye a partir de mi relación y es por esto que el sujeto tiende naturalmente a identificarse con sus
funciones, a definirse y comprenderse por lo que hace: soy profesor, soy empleado.
¿Admitiría alguien la sustitución de un amigo por otro que fuese igualmente servicial e inteligente, que funcionara,
en consecuencia, del mismo modo? Si un sentimiento de rechazo, inclusive de absurdo, aflora en nosotros con sólo
pensar en esta posibilidad, es porque sabemos que hay otras formas de comunidad, menos objetivas y
funcionalizadas.
c) La superación de la objetividad, la revelación del sujeto: es la forma más alta de relación, en que el otro es
comprendido como un sujeto, no como una cosa. Este reconocimiento está sostenido por el amor. El conocimiento
intelectual y objetivante se dirige a las propiedades que el otro tiene. Sólo el amor me permite alcanzar lo que el
otro es. Si en la captación intelectual yo me detengo en una imagen, el amor en cambio trasciende toda imagen. Yo
no amo la imagen del otro, sino a otro; yo amo su ser, no sus propiedades.
El otro como sujeto libre o como persona sólo es conocido a través del amor. Pero conocer no significa aquí captar
una esencia objetiva. No significa tampoco que, como psicólogo, me encuentre en condiciones de emitir juicios
adecuados sobre el otro. Juzgar es clasificar, objetivar, degradar la libertad del otro en cosa. Por eso el precepto ‘no
juzgar’ tiene para Marcel una profunda dimensión metafísica. Sólo la abstención del juicio y el amor permiten el
acceso al ser como presencia no objetiva del otro.

Extractado de Origen y esencia del conocimiento en la fenomenología existencial, Rubén Vasconi.

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