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Árbol genealógico

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La noche en la que todo comenzó ..............................................................4
Capítulo 1....................................................................................................9
Capítulo 2.................................................................................................14
Capitulo 3...................................................................................................22
Capítulo 4..................................................................................................28
Capítulo 5..................................................................................................33
Capítulo 6..................................................................................................41
Capítulo 7..................................................................................................45
Capítulo 8..................................................................................................53
Capítulo 9..................................................................................................54
Capítulo 10................................................................................................61
Capítulo 11................................................................................................65
Capítulo 12................................................................................................69
Capítulo 13................................................................................................76
Capítulo 14................................................................................................83
Capítulo 15................................................................................................86
Capítulo 16................................................................................................91
Capítulo 17................................................................................................98
Capítulo 18..............................................................................................102
Capítulo 19..............................................................................................105
Capítulo 20..............................................................................................109
Capítulo 21..............................................................................................115
Capítulo 22..............................................................................................119
Capítulo 23.............................................................................................125
Capítulo 24.............................................................................................133
Capítulo 25..............................................................................................136
Capítulo 26..............................................................................................143
Capítulo 27..............................................................................................152
Capítulo 28..............................................................................................161
Capítulo 29..............................................................................................166
Capítulo 30..............................................................................................172
Capítulo 31..............................................................................................176
Capítulo 32..............................................................................................183
Capítulo 33..............................................................................................191
Capítulo 34..............................................................................................196

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La noche en la que todo comenzó

—Quiero que me cubras las espaldas—Konstantine le pasó a su hermano la botella y


señaló hacia el campamento del valle que había abajo—. Voy a coger a la chica Gitana.
—Se supone que no debemos molestar a los Gitanos—Oleg tomó un largo trago de
vodka—. ¿Recuerdas? Está escrito. Cualquier mujer es nuestra para follar, excepto esas
Romaníes.
Konstantine mostró sus blancos y afilados dientes en lo que pasó por una sonrisa.
—Me pregunto por qué—la familia Varinski no tenía reglas. Casi ninguna regla.
Podían hacer lo que quisieran—secuestrar, robar, torturar, asesinar—y nadie podría
pararlos.
Pero existía una antigua ley.
No podían tocar a una mujer gitana.
—Los Gitanos son asquerosos—Oleg escupió en dirección al campamento, y el
escupitajo se evaporó al tocar el suelo congelado. Ese otoño era tan frío como los pechos de
una bruja, con una gelidez temprana que había arruinado los cultivos y puesto un filo
hambriento en el carácter de cada uno—. Cogerás una enfermedad.
—¿Qué me importan las enfermedades? Lo único que me puede matar, hermano,
eres tú.
—No te mataría—dijo apresuradamente.
Oleg tenía la edad de Konstantine, y casi el mismo tamaño: dos metros, bien
musculados, con grandes puños. Mejor, Oleg era un gran luchador. Pero le temía al dolor.
Cuando tenía que luchar, lo hacía, pero no le gustaba.
Konstantine lo amaba. Amaba ganar, por supuesto, pero más que eso, amaba todo lo
relacionado con una pelea. Amaba trazar sus estrategias mientras estaba en pie,
figurándose quién sería el siguiente en atacar y cómo, calculando cuál de sus enemigos era
más fácil de vencer y cuál requería un esfuerzo extra. El dolor actuaba como estimulante, y
el rojo era su color preferido.
Aquella noche Konstantine quería más acción. Supuso que allí habría
probablemente cuarenta personas en el campamento Gitano: treinta hombres y mujeres de
quince a setenta años, y diez niños.
—¿Acaso no hemos peleado fuerte esta noche? ¿No nos hemos lavado las manos en
la sangre de nuestros enemigos?
—No eran nuestros enemigos—Oleg clavó su mirada en las fogatas del
campamento—. Era únicamente otro trabajo.
—Sea quien sea al que nos hayan contratado matar, es nuestro enemigo—
Konstantine cogió la botella y bebió hasta que el vodka quemó sus tripas, y la devolvió a su
sitio. Él no infravaloraba a los Gitanos; defendían lo suyo, valoraban a la chica, y más que
nada, peleaban sucio. Apreciaba eso. También calculó que podría robarles a la chica

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delante de sus propias narices—. Estoy negociando con un terrorista en Indonesia. Pronto
iremos a la guerra. Hasta entonces—miró colina abajo hacia el campamento, la emoción de
la persecución corriendo por sus venas—, pillaré unas cuantas gatitas Gitanas.
Oleg impactó la botella contra su cabeza.
Konstantine vio las estrellas.
Haciéndole un placaje por detrás de sus rodillas, lo tumbó y envolvió un codo
doblado alrededor de su garganta.
—Si lo haces, deberás dejar el clan.
—¿Quién tendrá los cojones de echarme? —Konstantine miró dentro de los ojos de
su hermano a modo de desafío—. No tú, Oleg.
—No. Yo no. Pero tal vez…tal vez la ley Gitana no viniera del primer
Konstantine…sino de su creador.
—¿De su madre? —sus labios se curvaron—. Mató a su madre para sellar el pacto
con su sangre.
—No. Del diablo—Oleg tiró del pelo de Konstantine—. ¿Nunca pensaste en eso?
¿Nunca has pensado que el diablo pudiera haber sido el que puso esa condición en el pacto?
—Por supuesto que lo pensé. ¿Nunca te preguntaste por qué? ¿Por qué habría de
decirle el diablo al viejo Konstantine que no podía tocar a las mujeres Gitanas?
—Yo…no lo sé.
Konstantine se relajó bajo los brazos de su hermano. En un tono coloquial, dijo:
—¿Viste a la chica Gitana cuando estaba en el pueblo? —esperó—. Bueno, ¿la viste?
—Sí —Oleg era reacio a alimentar la obsesión de Konstantine, pero la entendía muy
bien—. Es preciosa. Demasiada pequeña para ti, sin embargo.
—Pechos erguidos, cintura estrecha, pequeñas caderas, pelo oscuro—
—Le crecerá un bigote pronto.
—¿Qué me importa? No voy a quedarme con ella. ¿Pero te diste cuenta de esos
profundos y oscuros ojos que lo ven todo? ¿Sabes por qué sus ojos son así? Porque puede
ver el futuro.
Oleg bajó la guardia.
—Son Gitanos. Mienten para poder quitarles el dinero a los humanos crédulos.
—No, escuché a su gente hablando—creyeron que era un perro. La chica no dice la
fortuna. Tiene visiones. Quiero que tenga a un hijo mío.
—Un hijo. No puedes tener un hijo con ella. ¡Es Gitana!
Konstantine agarró con fuerza las muñecas de Oleg.
—Piénsalo bien, Oleg. Abre tu pequeña y diminuta mente. Imagina un hijo con mis
dones y sus visiones combinados. Sería poderoso, tan poderoso que El Maligno lo temería.
Es por eso que no podemos yacer con las Gitanas. Porque mi hijo podría tomar el lugar del
diablo como líder del infierno.
Oleg volvió a sentarse, su expresión horrorizada.
—A veces, Konstantine, estás loco.

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Y tan pronto como Oleg perdió la oportunidad de mantenerlo agarrado,
Konstantine cambió.
Donde había estado tumbado sobre la tierna hierba, había un montón de ropa, y
sobre ellas se erguía un enorme y musculoso lobo de pelaje castaño—un lobo que era
Konstantine.
Oleg se debatió por recuperar el agarre, pero el lobo cogió la mano de Oleg entre sus
dientes y mordió hasta que los huesos crujieron.
—¡Puto govnosos! —aulló Oleg.
Konstantine lo soltó. A veces Oleg necesitaba ser puesto en su lugar.
Trotando colina abajo, entró en el campamento. Casi a la primera, captó la esencia
de la chica—un cuerpo joven, fresco y limpio. Se mantuvo lejos de los hombres, queriendo
no meterse en problemas hasta que tuviera su presa a la vista, y que nadie le prestara
atención, porque los lobos viajaban en manada, y los canes aislados no eran un incordio.
Siguió a su olfato, y allí estaba ella, sentada con las otras niñas, escuchando y hablando,
riéndose de las payasadas de otra que estaba haciendo un sombrero de piel, todas usando
un huso para convertir la lana en hilo. Se mantuvo fuera de la vista de la hoguera,
observando.
Sus intenciones eran frías y calculadoras, cierto; quería un hijo nacido de sus
entrañas. Pero el acto sería un placer, porque la chica era muy guapa.
Inesperadamente, algo frío corrió por su espina.
Peligro.
Miró a su alrededor. Los hombres estaban bebiendo, y no se habían percatado de su
presencia. Oleg no se atrevería a interferir de nuevo; probablemente estaría aún curando su
mano y maldiciéndolo.
¿Entonces dónde estaba el peligro?
Allí. En el lado más alejado de la hoguera. La anciana.
¡Clac! Estaba espantada, la corazonada de una vieja bruja con las cejas tan oscuras y
salvajemente rizadas que se podían ver desde esa distancia. Tenía una de esas blandas,
protuberantes narices de señoronas que se curvaba sobre sus labios arrugados. Lo peor de
todo era que, bajo esas arrugas y el pelo cada vez menos abundante, vio un retazo de
belleza. Era como si le hubieran echado un maleficio, que le causara vejez.
Estaba seguro de que su abrigo de pelo castaño y su inmovilidad lo esconderían de
ojos humanos, hasta que ella miró directamente hacia él, sus grandes gafas de monturas
negras agrandando sus atemorizados ojos. Lentamente alzó su mano y lo señaló con su
torcido dedo.
El silencio cayó sobre las niñas, y todas se giraron a mirarlo como si fuera uno solo.
—Varinski —dijo, y la palabra era una maldición.
—No seas tonta, vieja. Los Varinski no nos molestan.
—Varinski —dijo la anciana de nuevo.
¿Cómo lo había sabido? ¿Cómo lo reconoció?
Entonces la niña, la que tenía las visiones, se levantó con el huso en la mano.

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—Iré a comprobarlo, anciana.
Era más fácil de lo que esperaba.
La chica comenzó a caminar hacia él.
Él absorbió al lobo y volvió a ser un hombre.
—¡No! —gritó la mujer con una fuerza sorprendente.
La chica se giró y caminó de vuelta hacia él.
—Está todo bien. Tengo que coger más lana, de todas formas.
Mientras la mujer luchaba por ponerse en pie, la hermosa Gitana caminó directa
hacia los brazos de Konstantine. No gritó; él no le dio la oportunidad. Con una mano sobre
su boca, envolvió su brazo alrededor de su cintura, la levantó, y caminó hacia el extremo
del campamento. Él estaba desnudo. Ella llevaba una falda.
Sería fácil.
Entonces la muy perra usó el huso para pincharlo en el costado.
Él la soltó y rugió.
Ella gritó tanto como le permitieron sus pulmones, y gateó para escapar.
Pudo vislumbrar a los sorprendidos hombres llegando y cargando contra él.
Agarrando su brazo, la giró hacia él, y cuando levantó la aguja de nuevo, la arrancó de su
mano y la lanzó a sus rescatadores.
—¡Poyesh’ govna pechyonovo! —rió, cogió al líder del grupo y lo arrojó con un
puñetazo al centro de la masa de hombres que cargaba contra él. Lanzando a la pequeña
Gitana sobre sus hombros, corrió a la oscuridad.
Ellos no podrían atraparlos, esos Romaníes. No tenían su velocidad, sus pulmones o
sus instintos.
Después de varios intentos de golpearlo para hacerlo perder el equilibrio, la chica
paró, pero él no cometió el error de creer que se había resignado. Sólo estaba esperando.
Esperando a que él parase y pudiera combatirlo con toda su fuerza y espíritu. Lo hacía
querer reír, esa pequeña cosa que quería apuñalarlo con aquel artilugio de mujer. Sería un
placer domarla.
Media hora después, paró en un motel a las afueras de Poltava. Tenía un acuerdo
con el posadero.
Allí, éste mantenía una cabaña disponible para Konstantine, y él lo dejaba vivir.
La chica estaba lacia, tiritando de frío, y sin aliento de haber estado golpeando el
hombro de Konstantine. La empujó encaminándola hacia la puerta y el calor dentro de la
habitación. Le permitió deslizarse por su cuerpo, y la mantuvo mientras recuperaba su
equilibrio, esperando mientras ella lo examinaba.
No se molestó en mirarlo de arriba abajo; apuntó justo en sus genitales y los
inspeccionó con indiferencia.
La mayoría de las mujeres se desmayaban o hacía sonoros arrullos. Entonces ella
escaneó el resto de su cuerpo. Su mirada persistió en la evidencia sangrienta de su ataque
con el huso. Dijo:
—Así que puedes ser herido—y sonrió.

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No estaba asustada. Estaba furiosa, y preparada para atacar. Sólo medía apenas
metro y medio de estatura, conteniendo un valor de dos metros y medio de desafío. No
podría ser sometida; eso nunca funcionaría. Así que hizo algo fuera de su carácter. La besó.
No supo por qué. Nunca había besado a una mujer antes. El coito no requería ese
tipo de intimidad. Pero algo en esa niña le hacía querer tocar sus labios con los suyos, y no
era un hombre que se privara de sus deseos. Era un beso lujurioso.
Aplastó su boca contra la suya.
Frunció estiradamente sus labios para repelerlo, y al mismo tiempo, ciñó sus brazos
con sus dedos.
Entonces…cuando su aliento tocó su cara, las sensaciones lo barrieron. No lo
reconoció, se sentía como un fuego encendido en una estufa que nunca había tenido una
llama. Deslizó sus brazos por su espalda, buscando la fuente de ese sentimiento.
Ella dejó de agarrar sus brazos y se mantuvo inmóvil. Entonces, oh dios, sus labios
se ablandaron y se abrieron. Era como una ciruela madura lista para que él le diera un
bocado—lo cual hizo, el más gentil mordisco en su exuberante labio inferior.
Ella brincó, y cuando él la lamió, volvió a brincar.
Su lengua tocó la suya, y tan rápidamente como un incendio forestal, el calor rugió
fuera de control. Su beso se convirtió en un intercambio de sabores, roces, pasiones, almas.
Su beso los consumió, cegándolo del peligro y llevándolo a la locura.
Nunca más cogería a otra mujer. La quería a ella, la Gitana. Nunca otra mujer.
Cuando finalmente se apartaron, sin aliento y asombrados, él miró el interior de sus
oscuros ojos castaños, y vio su destino. Eso era por lo que debía tenerla.
Eso era por lo que el diablo se la había prohibido.
Cuando habló, su voz era ronca y llena de pasión.
—Mi nombre es Zorana.
—Zorana —repitió. Conocía bien la magia contenida en un nombre; supo, también,
que ella se lo había regalado con una parte de su alma—. Mi nombre es Konstantine.
—Konstantine —asintió.
Cogiendo su mano, lo guió hacia la cama. Para él fue como si el universo hubiera
cambiado, convertido en un lugar donde las antiguas normas no eran aplicables, y la
frescura traía esperanza, por mucho tiempo apagada, ahora devuelta a la vida.
Estaba en lo cierto.
Pero ningún hombre desobedecía abiertamente la autoridad del diablo sin temibles
consecuencias.

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Capítulo 1

—Tengo el avión—gritó Rurik a la vez que agarraba los controles.


La agreste ladera de una montaña se avecinaba.
El misil estaba casi sobre ellos.
Condujo el avión hacia arriba y al lado.
No lo iban a conseguir.
No iban a…
—Perdone, caballero, estaremos aterrizando en unos minutos. Necesita reclinar su
asiento a la posición inicial.
Rurik Wilder se despertó bruscamente, su corazón galopando, el sudor brillando en
su cuerpo.
La azafata se mantuvo en el pasillo, dirigiéndole esa falsa media sonrisa que le decía
que no le importaba si lo había despertado, que el viaje de siete horas de Newark a
Edimburgo la había mantenido de pie todo el tiempo, y ¿había él escuchado a los niños
correteando arriba y abajo por el pasillo mientras sus padres roncaban y todos se quejaban?
Él la miró detenidamente, desconcertado, intentando orientarse a sí mismo.
—Perdóneme, caballero, aterrizaremos en unos minutos. Necesita…
—¡Está bien! —trató de verse normal, sonriendo a modo de disculpa, y subió su
asiento hasta la posición vertical.
Ella se marchó con ese golpear de tacones que decía que no estaba apaciguada.
La anciana a su izquierda lo miró a través de esos ojos tan marrones que eran casi
negros.
A su derecha, sintió los ojos de alguien clavados en él, y cuando se giró, la chica
americana apartó la mirada.
El pánico lo golpeó, y pasó su mano por su rostro.
No, quizás tuviera los ojos abiertos como platos, pero sus latidos eran lentos y, más
importante aún, sus rasgos eran humanos.
Intentó una sonrisa.
—¿Estaba roncando?
—Parecía que estuvieses recibiendo algún tipo de paliza. Debe haber sido una buena
pesadilla.
La chica tendría probablemente diecinueve años, con grandes y suaves ojos castaños,
un bronceado natural, y pechos que le harían ganar fans alrededor del mundo.
Qué pena que los únicos pechos que lo atraían estaban unidos a una mujer con
grandes ojos azules, pelo corto, negro y rizado, una cámara digital Nikon SLR siempre
alrededor de su cuello, y una forma de desaparecer cuando menos se lo esperaba que
golpeaba su ego.

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Maldita Tasya Hunnicutt. Maldita la fascinación que había ejercido sobre él desde el
primer momento en que se conocieron. Maldita ella por ser tan inconsciente, y maldito él
por quererla más, ahora que la había tenido, que antes.
Tasya era su destino—y ella ni siquiera lo sabía.
—Siempre tengo esa pesadilla cuando vuelo. Lo normal es que no duerma, pero dejé
Seattle hace veintitrés horas, y entre las paradas y el retraso en Chicago… —se encogió de
hombros, haciéndolo parecer casual, pretendiendo que el sueño no era más que una
pesadilla causada por el jet lag y el cansancio.
La chica se lo tragó, y asintió comprensiva.
—¿Es tu primer viaje a Escocia?
Él interpretó expertamente cada uno de los sonidos que hizo el motor del jet.
—¿Qué? No. No, de hecho he vivido allí desde hace diez meses.
Ella pareció animarse.
—¡Genial! Siempre he querido vivir en un país extranjero. Creo que abriría mis
horizontes, ¿sabes?
—Si, tengo unos horizontes muy abiertos —y el culo dormido de estar sentado tanto
tiempo.
—¿Qué haces aquí?
—Llevo una excavación arqueológica en las Islas Órcadas al norte de Escocia —los
ojos de la chica se agrandaron.
—¿No es una coincidencia? ¡Siempre quise ser arqueóloga!
Tú y todo aquel que oyó hablar sobre el descubrimiento de la tumba de oro del rey
Tutankamón.
—Eso es una coincidencia.
—¿Qué estás excavando?
—Hasta que no la hayamos abierto del todo, no lo sabremos —aunque sentía en sus
propios huesos que siempre lo había sabido—. Pero creo que es la tumba de un caudillo
celta —se tensó al escuchar los cambios en el ala mientras descendían.
Hombre, era patético. Habían pasado cinco años desde que se sentó en el asiento del
piloto, cinco años desde que había jurado no volver a volar jamás, y aún no podía relajarse
y confiar en los vuelos comerciales. Si pudiera mirar fuera de la ventanilla, podría juzgar
mejor cómo lo estaba haciendo el piloto, pero Rurik estaba en el segundo asiento en la
sección de la mitad.
Cuando había recibido la llamada de la excavación, había cogido el primer vuelo, y
ese era su castigo—un asiento demasiado estrecho para sus hombros, las rodillas casi en su
barbilla. Pero al menos estaba de regreso a tiempo para abrir la tumba.
—¡Sé quién eres! —la chica se levantó de un salto, sus ojos brillando—. ¡Te vi en la
CNN!
—¿No lo hizo todo el mundo? —él también lo había visto en los resúmenes de las
noticias, y había confirmado sus peores miedos.
—El Sr. Hardwick estaba hablando de usted.

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—El buen viejo Hardwick—el capataz de la excavación, Rurik se dio cuenta en ese
momento, que era un teatrero sediento de publicidad.
—Eres el chico que todos creían loco cuando empezó a excavar alrededor de las
pequeñas islas y ahora has encontrado un buen alijo de oro.
Con la innata precaución de un arqueólogo con experiencia, dijo:
—De hecho, la Sociedad Nacional de Antigüedades me financió, así que siempre
tuve un equipo, y hay algo que parece oro, tal vez, dentro de lo que parece una tumba, tal
vez, pero hasta que llegue allí y podamos abrirla, no lo sabremos realmente.
Debía estar allí ahora, para ver si Hardwick había encontrado la caja que Rurik
había estado buscando, la caja que contenía algo más preciado que el oro.
—Wow… sólo…wow —los ojos de la chica eran grandes y llenos de adoración. Le
ofreció su mano reverentemente—. Soy Sarah.
Él le estrechó la mano.
—¿Por qué tienes pesadillas? —le sonrió, acariciando sus blancos nudillos con la
yemas de los dedos.
—Porque… ¿tengo miedo a volar? —ridículo, por supuesto, pero mejor que contarle
la verdad.
—Pobrecito —le sonrió de nuevo. Él necesitó esa segunda sonrisa para darse
cuenta—tenía a una chica de diecinueve años intentando besarle. Se deshizo de su toque.
Miró a su alrededor para saber si la anciana de ojos oscuros lo había visto.
Por supuesto que sí. Estaba lanzándole cuchillos con los ojos, sus pesadas y grises
cejas uniéndose sobre su estrecha nariz. Sarah se acercó a él.
—Podría ser de mucha ayuda en esa excavación tuya.
Él evitó su mirada, y urgió mentalmente al piloto a que pusiera el maldito avión
sobre tierra.
—Me encantaría tenerte, pero sólo contratamos a arqueólogos experimentados.
Además, ¿no te vas a encontrar con nadie?
Se encogió de hombros.
—Sólo a mi grupo de la Iglesia.
Así que tenía diecinueve años, era parte de un grupo de la Iglesia, y estaba
intentando seducirlo. Genial. Simplemente genial. Había crecido sabiendo que iría al
infierno. Sólo que no se había dado cuenta de que iba de culo a ciento veinte por hora por
la carretera directa hacia el infierno.
—Un grupo de la Iglesia es excitante.
—¿Excitante? —su voz rayaba la incredulidad—. ¿Has estado alguna vez en un
grupo de la Iglesia?
Vaya, no. Nunca. Las Iglesias no recibían a familias como la suya.
El avión dio una sacudida cuando las ruedas tocaron la pista.
—¿Vas a ir a París? Te encantará. Grandes Catedrales. Pequeñas y entrañables
iglesias.
Él no había estado en ninguna de ellas.

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Se puso de pie antes de que las azafatas abrieran las puertas.
—Algunos coros fantásticos. No te pierdas Roma. ¡El vaticano está allí!
Un sitio donde él se aseguraría de estar lejos.
Mientras Sarah luchaba por sacar su maleta por encima de su cabeza, él agarró su
equipaje de mano y se metió por medio del pasillo.
Su madre lo habría matado por ser tan bruto, y su hermano se habría muerto de la
risa. Por Dios mío. Una chica menor de edad intentando besarlo—eso lo hacía oficialmente
un viejo y sucio hombre a la madura edad de treinta y tres. Se apresuró a la recogida del
equipaje. Una niña de diecinueve años que dio un paso hacia él, y Tasya Hunnicutt que no
se podía alejar de él lo suficientemente rápido. Había ido a casa de su familia para la
celebración del cuatro de Julio que había empezado genial y había terminado en un
hospital sueco en Seattle, y al mismo tiempo, la tumba que tan laboriosamente había
excavado se había abierto para revelar un destello de oro. Qué puñetero mes había pasado.
Ahora le iba a costar un duro día conducir a través de las cada vez más angostas carreteras
para llegar al ferry de John O’Groat e ir desde allí hacia las Islas Órcadas. Y sería
afortunado si, al hacerlo, un vendaval no se había levantado, obligando al ferry a
mantenerse en puerto. No había sido especialmente afortunado desde que comenzó la
excavación. Habían sufrido tormentas, por supuesto—nadie atravesaba el norte de escocia
en invierno sin devastadores vientos fríos y lluvias que congelaban el trasero, pero él había
tenido que parar sólo un par de días, y también en los domingos, de todas maneras. Si era
un hombre supersticioso, diría que la excavación servía a un propósito mayor.
No había sido un hombre supersticioso cuando había comenzado a trabajar en el
sitio. Lo era ahora.
Cogiendo su maleta de la cinta transportadora, se encaminó al alquiler de coches,
cogió las llaves de un Mini Cooper, y entonces salió fuera y se puso las gafas de sol.
—Un bonito día.
Se giró para encontrar a la anciana del avión de pie a sus espaldas. Era baja y
encorvada; la parte más alta de su cabeza casi se hallaba a la misma altura que sus
hombros.
—Sí, lo es—lo que en Escocia incluso en mitad del verano era increíble.
—Pero se avecina un cambio —su voz era ronca, gravemente acentuada…y no
escocesa. Sonaba casi como su padre—ruso o ucraniano.
—¿De verdad? —él escudriñó los cielos—. ¿Los meteorólogos predicen tormenta?
Bueno, no es sorprendente, ¿no? Después de todo, es Escocia.
—Un cambio en la Tierra.
—¿Huh? —la miró de nuevo.
—Puedo intuirlo —sus ojos oscuros lo escrutaron de la cabeza a los pies; vio más
allá de sus ropas y su piel, debajo de sus huesos, y vio algo que no le agradó—. Hay algo
surgiendo desde el infierno, y el cielo está desplegándose hacia abajo —su voz se convirtió
en un susurro—, y cuando los dos colisionen, todo será diferente.

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—Seguro —avanzó de costado hacia el bordillo—. Bueno, tengo mucha distancia
que recorrer, así que adiós.
—Ve con Dios—respondió.
Vieja loca.
Se apretó dentro del asiento del conductor, y arrancó.
¿Cómo hacía para atraer siempre a los más locos?
Pero cuando miró por el retrovisor, ella se mantuvo en pie observándolo. Un rayo
de sol tocó la plata de su oscuro pelo. Irresistiblemente le recordó a su madre, y la visión
que había cambiado su vida.
Y un estremecimiento trepó por su espalda.

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Capítulo 2

Sol. Trabajadores interinos de setenta años. Ningún viento. Ninguna insinuación de


lluvia, y ninguna en la conjetura.
Rurik se encontraba sobre el arco del barco—él era un pasajero solitario—y esperó a
la primera señal de la Isla de Roi.
El día anterior había conducido como un loco por las Tierras bajas escocesas, las
amplias expansiones de nada, interrumpidas por los campos de golf, ciudades industriales,
y fabricantes de whisky. Su propia fatiga lo había forzado a pararse en Inverness y caer en
una pensión, luego levantarse temprano para conducir hacia las Tierras altas, la tierra de
Braveheart, entrecruzándose por diminutos caminos de dos veredas que se torcían y daban
vueltas, donde la velocidad máxima era lenta y debía parar para que cruzaran las oveja.
Pero incluso ese retraso había sido menor. Por la tarde, había llegado a la costa del
norte de Escocia. Parecía como si los elementos conspiraran para que llegara a la
excavación lo más pronto como fuera posible.
Hay algo surgiendo desde el infierno, y el cielo está desplegándose hacia abajo. Y cuando los
dos colisionen, todo será diferente.
Su madre había dicho algo así, pero a diferencia de la extraña anciana, Zorana no
era rara o vieja ni acostumbraba a hacer declaraciones enigmáticas, a menos que
considerarse un “Carga el lavavajillas, gran lummox— no te di a luz para tener a otro hombre
esperando.
Detrás de él, el primer oficial del barco aconsejó:
—No llegarás a la isla más rápido por mucho que presiones.
—Duncan. Oye, ¿cómo estás?— Rurik sonrió y le dio la mano al curtido escocés—.
No puedo evitarlo. Yo debería haber estado allí todo el tiempo.
—Siempre, te quedas aquí día y noche y en cuanto das la espalda, tu equipo retira el
mantel de debajo de la porcelana—Duncan se unió con él en la barra y miró fijamente al
mar picado—. ¿Sabes a cuántos turistas hemos transportado en los pasados cuatro días?
—¿Cuántos?
—Bastantes como para hundir el barco—bajo su barba cana, recortada, el labio de
Duncan se rizó con desdén.
—Si el equipo hubiera mantenido sus bocas cerradas…
—No puedes contener el rumor sobre el oro, amigo. Esto no ha cambiado en los
últimos diez mil años. El oro atrae a la mirada de avaros y codiciosos.
—Ellos no tenían por qué que llamar una maldita rueda de prensa—que era lo que
se le había atragantado—ver a Kirk Hardwick en cámara, exponiendo su fabuloso tesoro
de oro y conocimientos.
—A Hardwick realmente le gusta su pequeño minuto de atención y con ustedes
yéndose, él lo ha tenido.

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—Estoy seguro—la insinuación de una sombra apareció sobre el horizonte. La Isla
de Roi.
—Cuando digo a los turistas americanos que la isla tiene sólo siete millas de ancho,
y que no hay coches, me miran como si me hubiera vuelto tonto—los astutos ojos de
Duncan miraban cómo la isla tomaba forma— plana en un extremo, alzándose lentamente
en un acantilado en el otro—. ¡Y los reporteros! Graznando y cargando hacia abajo con
cámaras, cada uno tratando de dar a Freckle y Eddie una propina por llevar su equipaje.
Rurik echó un vistazo atrás a los dos tripulantes.
—¿Ganaron mucho?
—Les gusta el dinero. Pero no les gusta ser tratados como estúpidos aldeanos.
—¿Cuántos reporteros hay?
—Cuatro— dos de Edimburgo, uno de Londres, y un alemán de alguna agencia de
noticias internacional. Bastante para escribir una decente historia, podrás pensar, pero
aún tengo que verlos—Duncan miró a Rurik, se apoyó contra el pasamanos, y cruzó sus
brazos sobre su pecho—. Ahora, cuando esa muchacha de pelo negro y rostro dulce
comience a escribir, entonces veremos algo.
Rurik fingió ignorancia.
—¿Quién?
Duncan no se lo tragó eso.
—Sabes quién.
—¿Tasya?
—No, no conozco a Tasya. Me refiero a Hunni.
—Tasya... Hunnicutt—todos la llamaban Hunni, y ella respondía fácilmente a esa
expresión cariñosa, sonriendo a todo el mundo, hombres encantadores, mujeres, y niños
igualmente. Rurik no podía usar su apodo tan casualmente. Esto lo irritaba—ella lo
irritaba—como un grano de arena en una almeja.
—¿Ah, es ese su verdadero nombre?—dijo Duncan—. No lo sabía—y un infierno
que no sabía. Él había lo visto perfectamente aunque Rurik había pretendido indiferencia.
—Entonces ella está aquí— Rurik la vería otra vez, la vería por primera vez desde
que él había completado su cuidadosa seducción y ellos hubieran pasado la noche en
Edimburgo juntos.
—La he traído esta mañana. Ella dijo que habría estado aquí antes, pero estaba
terminando las fotos para su historia en Egipto. Ella es una viajera, de las buenas.
Eso es endemoniadamente cierto. Un hombre tendría que clavar sus pies al piso para
mantenerla en un lugar.
—Ella no ha estado aquí mucho. Bien.
—La muchacha no ha sido dañada.
¿Ningún daño? Rurik recordó todo demasiado claramente, el daño que ella le había
hecho. El olor de su piel, el sonido de su risa ronca, la sensación de su cuerpo acalorado
contra el suyo, su sabor...
—Ella es demasiado entrometida para su propio bien.

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—De un modo encantador—pero entonces, me siento atraído por ella— Duncan
puso su mano a su pecho y suspiró como un chaval herido de amor.
Rurik abrochó la barra del pasamanos tan herméticamente como pudo. Debía
hacerlo, o estrangularía Duncan.
Él empezó a parlotear
—No hay ni un hombre en la isla, excepto ese reportero marica de Londres, cuya
brújula no señale al norte al verla.
—Ella tiene una cara huesuda.
—¿Ella tiene cara?
La incredulidad de Duncan cogió a Rurik por sorpresa, y él se rió. Desde luego,
Duncan tenía razón. ¿Por qué debería cualquiera de los tipos cuidarse de lo que su cara
pareciera?
Lamentablemente para Rurik, no podía conseguir sacar el rostro de Tasya de su
mente. Su pelo corto era tan negro que a la luz, como en el pub después de una difícil
jornada laboral y unas pocas horas bebiendo, los mechones resplandecían con los colores y
el lustre del ala de un cuervo. Sus cobaltos ojos estaban rodeados por pestañas de
Snuffleupagus 1 , de un espesor absurdo, del color del hollín, y largas. Cuando ella
parpadeaba, sus pestañas abanicaban el aire, y cuando miraba a Rurik, su mirada azul
eléctrica le enviaba una descarga a lo largo de sus nervios. Y para ser justos, su cara no era
realmente huesuda—esculpida sería una mejor palabra, con una amplia mandíbula que
ella usaba para enfatizar sus palabras—ella la levantaba cuando se obstinaba, la giraba
lejos cuando no tenía ninguna intención de escuchar, señalaba a alguien cuando ella quería
hacer un comunicado.
Cuando se trataba de su cuerpo... bien, de acuerdo, Rurik entendía por qué los tipos
gemían cuando tenían una erección y se encontraban en una situación embarazosa. Ella se
parecía una diosa de película de los años cincuenta, con los pechos generosos—Rurik le
daba una C, y eso no era una clasificación—una cintura diminuta, unas gloriosas caderas, y
buenas piernas. Largas, musculadas, buenas, buenas, buenas piernas. Todos eso se
condensaba en aproximadamente un metro sesenta de acción dinámica.
Cubría todo con el hábito de una monja, nada más dejaba salir un atisbo de su cara,
y ningún hombre la notaba—excepto él.
Así que, desde luego, Duncan contradijo el pensamiento nostálgico de Rurik
rápidamente con:
—Y sus labios... Ella hace a un hombre pensar en pecados realizados
pecaminosamente, despacio, y muy a menudo.
Eso describía perfectamente a Tasya y sus labios y el sexo...
—Ella es una distracción.
—Eso es lo que es—Duncan fervientemente estuvo de acuerdo—. Pero ella no usa
sus artimañas para el mal, Rurik. No ha hecho nada a tus espaldas.

1
Personaje de la serie Barrio Sésamo.

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Rurik había sido injusto con su carácter. Probablemente. Y por sus propios motivos.
Pero cuando Tasya Hunnicutt vio la excavación, no fue la pasión hacia él la que hizo que
sus ojos azules se pusieran grises e intensos. Él juraría que ella tenía más en su mente el
asegurarse de conseguir buenas fotos y escribir una historia.
—Ella sabe demasiado sobre el sitio.
—Querrás decir que ella sabe tanto como tú—dijo Duncan hábilmente. Dios prohíba.
Rurik miró fijamente a la isla que se acercaba.
—Ella es una reportera, y su patrón financia la excavación, así que tal vez su trabajo
es saber demasiado— Duncan palmeó el hombro de Rurik—. Si me preguntas, te diría que
debes apuntar hacia Hunni y dejar de enfurruñarte.
Rurik sacudió su cabeza y lo fulminó con la mirada.
—No es que los demás vayamos a coger algo. Eres el único con alguna oportunidad.
Ahora, si me excusas, el capitán MacLean estará requiriendo mi ayuda para atracar el ferry.
Duncan se dirigió hacia el puente, sonriendo abiertamente. Rurik enfrentó la isla,
pero veía a Tasya—y su destino.
La Isla de Roi tenía la forma de un antebrazo óseo, con el extremo del codo elevado
fuera del agua. La tumba estaba en el lado alto, no lejos de los precipicios y a treinta metros
sobre el mar.
Cuando el barco arribó a la isla, pudo ver todo con más detalle—el rubor de la
hierba en verano, unos cuantos árboles, inclinados por el viento, las playas de arena blanca
bajo las rocas. El lugar era un asilo para las aves; revoloteaban por el aire, llorando por las
largas migraciones y cortos veranos, y una sola águila real volaba sobre todos ellos,
cazando... siempre cazando.
Rurik siguió su arco, su alma desesperada por alzar el vuelo, para planear sobre las
corrientes de aire ascendentes hasta alcanzar el sol, entonces replegar sus alas cerca de su
cuerpo y zambullirse hacia el océano, el viento tan fuerte llenando sus pulmones, el
regocijo afilado, penetrante, fresco.
Sin problemas, él podría convencerse de que era necesario. Si él se lo permitiera
simplemente a sí mismo, podría cambiar su forma, convertirse en una gigantesca ave de
caza. Él tenía poderes que ningún hombre debería tener, dados a él debido a un pacto
hecho hace mucho entre el primer Konstantine y el diablo. El padre de Rurik dijo que el
cambio les trajo más cerca del mal, pero Rurik lo debería usar para bien.
Esto es lo que él se había dicho a sí mismo cinco años atrás... y un hombre bueno
había muerto.
No importaba cuánto añorara las alegrías del vuelo, desde entonces Rurik nunca
había vuelto a hacerlo.
Aun así el poder no era algo que él pudiera perder. Esto era un hambre que crecía
cada día, un ansia en su tripa que él apenas podría contener — y esto lo hacía todo más
peligroso.

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Ahora, más que nunca, su visión del halcón parecía la mejor manera de velar por su
proyecto, sus garras largas y caídas en picado combinados con el elemento sorpresa eran la
defensa más probable.
Más importante, él podría decir que los Varinski lo habían encontrado...
Ellos, después de todo, habían encontrado a Jasha, y esto era sólo cuestión de
tiempo antes de que ellos lo detectaran, también. Rastrear era lo que los Varinski mejor
hacían—o eso dijo su padre.
Pero era lo que su madre había dicho lo que de verdad lo atormentó... él se
estremeció al recordarlo. Él había ido a casa a las Montañas de la Cascada en Washington
para celebrar el cuatro de julio, con la familia Wilder, su primer descanso desde que él
había empezado el trabajo en la zona de excavación.
Esa noche, después de que los fuegos artificiales hubieran terminado, los invitados
se hubieran marchado, y la hoguera se extinguiera, esta visión poderosa había asaltado a
su madre. Y sí, ella era un Gitana, y sí, Rurik sospechaba que ella era una psíquica. Y sí, su
familia entera era un poco diferente de la mayoría de las familias americanas—sus padres
habían inmigrado de Ucrania y habían cambiado su nombre de Varinski a Wilder porque
los Varinski eran asesinos y estaban bastante cabreados con sus padres, y el clan Gitano de
su madre estaba que se subía por las paredes, también.
Pero excepto en la ocasión cuando Rurik tenía ocho y había robado en las tiendas
Wal—Mart en Marysville un Megatron Transformador y su madre lo había hecho darle la
vuelta a sus bolsillos y después devolverlo antes de abandonar la tienda, él nunca había
atestiguado algún signo de que Zorana fuera psíquica—hasta la noche del día cuatro. Su
cuerpo ligero había exudado poder, su voz usualmente femenina se había puesto profunda
y potente. Ella había mirado a Rurik, y él habría jurado que ella podría ver las manchas
sobre su alma.
Ella había maldecido a la familia con su profecía....
Cada uno de mis cuatro hijos debe encontrar uno de los iconos de los Varinski.
Sólo su amor puede traer las piezas sagradas a casa.
Uno realizará lo imposible. Y el amado de la familia será corrompido por la traición…y
saltará al fuego.
El ciego puede ver, y los hijos de Oleg Varinski nos han encontrado. Nunca estaréis a salvo,
ellos harán lo que sea para destruiros y mantener el pacto intacto.
Si los Wilder no rompen el pacto con el diablo antes de tu muerte, irás al infierno y estarás
separado por siempre de tu amada Zorana...
Y tú, mi amor. Ya no eres de esta tierra. Estás muriendo...
Se lo había dicho a su padre, y en cuanto había terminado de hablar, Konstantine se
cayó al suelo, aplastado bajo las garras de una rara enfermedad que desgastaba en su
corazón.
Konstantine siempre había sido uno de los hombres más cordiales, imponentes que
Rurik se había encontrado alguna vez. Verlo estirado sobre una camilla en el Hospital
sueco en Seattle, IVs pinchados en sus brazos, una desviación en su pecho, tubos que

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corrían en torno en su nariz—en ese momento, Rurik entendía que el mundo había
cambiado.
Él tenía sólo un tiempo limitado para encontrar el icono que salvaría la vida de su
padre y su alma. Si Rurik fallara, la destrucción vendría a por todo lo importante para él.
Su familia. Su mundo.
Tal vez el mundo entero.
El barco tomó un giro cerrado hacia la izquierda, dando la vuelta por el final de la
isla, y allí estaba, el pueblo de Dunmarkie, recostado en el puerto y presumiendo de tres
docenas de casas, una taberna, y un mercado.
Las calles estaban vacías.
Rurik se enderezó.
Como si lo hubiera hecho cada día durante los últimos veinte años, el capitán, de
manera eficiente, acercó el barco en el muelle. La tripulación se apresuró, asegurando sus
amarras, poniendo la pasarela... y luego se encontraron de pie allí, mirando inquietamente
el pueblo.
—¿Dónde están todos?—preguntó Duncan.
Rurik encontró la mirada fija del hombre
—Algo pasó en el sitio.

Rurik pasó la última cuesta, miró hacia abajo, y juró.


Su asolada y azotada por el viento excavación arqueológica, con su tumba
gentilmente apilada, que era alternativamente cepillada por el toque de la brisa del mar y
el rugido brutal de tormenta fuera del Mar del Norte, estaba inundada por la gente.
Aldeanos, pescadores, fotógrafos, y reporteros— estaban todos allí, estropeando la hierba
verde pálida y las frágiles flores, invadiendo sus secciones marcadas con cuidado, dando
vueltas, hablando, empujando por buscar una posición.
¿Dónde estaban sus trabajadores? ¿Quién estaba controlando todo?
¿Dónde estaba su superintendente? ¿Dónde estaba Hardwick?
Rurik dio un paso adelante severamente.
La muchedumbre alrededor ya lo había descubierto, y él escucho su nombre
repetido una y otra vez.
Ashley Sundean se puso ante él primero antes de que alcanzara el borde de la
muchedumbre. Ella era un estudiante de arqueología de Virginia, que estaba ese verano en
la excavación, una muchacha que hablaba suavemente arrastrando las palabras y que
ocultaba un corazón de acero. Él se paró y la afrontó.
—¿Que es lo que pasa aquí?
—Esto es... es tan horrible...— se desplomó antes que él.
—Seguro como el infierno que lo es—vio el destello de los objetivos de las cámaras
que se giraban a su paso, y los oyó comenzar a pulsar y arremolinarse—. Comencemos por
el principio. Cuéntamelo todo.

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Ella respondió a su voz de mando enderezando sus hombros y examinando dentro
de sus ojos.
—Aproximadamente una semana después de que salieras, nosotros estábamos
aclarando las ruinas en la sección F21 en la rampa.
Él miro colina abajo hacia el sitio. Hacía un año y veinte pies de montones de tierra,
ellos encontraron una rampa de piedra que descendía hacia la tumba. Desde entonces
habían concentrado su atención allí, atravesando la suciedad, trabajando su camino hacia
donde Rurik creía que estaba la entrada a la tumba. Habían seguido el camino ancho de
piedras entre el frío y las sombras oscuras de la tierra. Doce pies bajo el nivel de la tierra, el
camino terminaba en una esquina formada por las dos paredes verticales que sellaban la
tumba.
Ashley continúo.
—Hubo una tormenta. Nosotros preparamos una lona, pero el agua siguió goteando
y el viento arrancó la esquina de la lona.
—Entonces dejasteis el trabajo ese día.
—Sí—se sorbió la nariz, y se dio golpecitos con su manga en su enrojecida punta.
Estaba llorando. ¿Por qué estaba llorando?
—Fue una noche del demonio. La lluvia cayendo, y el viento aullando— la gente en
la taberna decían que las banshees estaban anunciando que la muerte había sido soltada y
el mundo estaba acabándose—tembló como si la amenaza fuera verdadera.
Él no sentía ningún escepticismo. ¿Cómo podría él? Quizás las banshees eran
reales— él era el último hombre que podría rebajar las viejas leyendas.
—Cuando volvimos al día siguiente, el sol había salido. La luz era brillante y fresca.
Podíamos ver a una gran distancia—miró la tumba como si ella recordara—. La lona se
había ido. Algunas piedras sobre la pared de roca se derrumbaron sobre la tierra— y tan
pronto como abrimos, el sol entró en la tumba por primera vez desde el día en que había
sido sellada—y los rayos hicieron brillar el oro.
—Eso escuché. En cada canal de noticias del aeropuerto.
Ashley frotó una mancha en su frente,
—Yo le dije que debería llamarte y luego poner la cubierta sobre…
—¿Se lo dijiste a Hardwick?
—Sí. Y él no se le dijo a nadie, pero las palabras se escaparon con los aldeanos y
desde allí, el rumor salió volando de la isla sin que nadie dijera una palabra—arrastró su
dedo del pie por la áspera hierba, conteniendo cierta…información.
—¿Pero?
—Pero una vez que los reporteros se presentaron, Hardwick no pudo soportar la
presión. Se puso a excavar. Preparó tours, habló sobre el progreso de la excavación—te dio
todo el crédito. De verdad, lo hizo—tocó la manga de Rurik, tan afligida que él asintió en
reconocimiento—. Le gustaba ser el centro de atención. A todos nos gustó—era refrescante
sacar nuestras cabezas de la suciedad y tener reporteros tratándonos como si todo lo que
dijéramos fuera importante. Pero no hicimos ningún mal.

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La mirada de Rurik barrió a la muchedumbre, notando a los reporteros que surgían
ahora hacia ellos.
—Hablar con la prensa puede haberos sentado bien a vosotros, pero no ha ayudado
al sitio—siguió adelante, ignorando a los reporteros, los turistas, los visitantes que gritaron
su nombre.
Ashley se agarró a su manga, dejándole hacer camino a través de la muchedumbre.
—Hardwick dijo que no teníamos una opción.
—Hardwick es un idiota.
La voz de Ashley subió dos octavas.
—¡No diga esas cosas sobre él!
—Supuestamente es quien está al control de todo. ¿Por qué no debería decirlas? —
Rurik avanzó por el borde de la rampa. Llegó a la escena en la pared de la tumba— y supo
la respuesta antes de que Ashley contestara.
Una pared había sido rota. La roca se había derrumbado sobre la tierra. Dentro, una
ventana de oro hacía señas... y la empuñadura de un sable antiguo de acero salió de
aquella ventana.
La punta salió del cráneo de Hardwick.
Y Tasya Hunnicutt, la mujer cuyo coraje descuidado lo irritaba con furia e inquietud,
luchó para levantar el cuerpo y quedar libre.

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Capitulo 3

Los ojos de Tasya Hunnicutt se humedecieron mientras se esforzaba por levantar el


cuerpo inerte de Kirk Hardwick del afilado borde de la espada. Ella no estaba llorando,
exactamente, pero había llegado a la escena a tiempo para ver a Hardwick metiendo la
mano en la tumba para recuperar el primer pedazo de oro, y disparar la trampa para bobos
de hacía mil años—esa escena se aparecería y repetiría en sus pesadillas. Y en su
ocupación, ella había visto bastantes atrocidades para poblar sus pesadillas; ella no había
esperado ninguna durante esa excavación arqueológica dirigida por el frío, decisivo Rurik
Wilder.
Pero Rurik no estaba localizable, y eso explicaba el error que le había costado a
Hardwick su vida. Rurik no le habrían permitido a Hardwick excavar la tumba mientras se
exponía ante las cámaras. Los reporteros nunca habrían podido intimidar a Rurik para que
se apresurase la excavación.
Ella iba caminando, cuando vio a Hardwick arrodillándose ante la ventana que
daba a la tumba, y le oyó decir:
—Hace cuatro a cinco mil años, montones de tumbas fueron construidas. La teoría
del Sr. Wilder es que hace mil años, un guerrero medieval llamado Clovus el Beheader
tomó la estructura y la hizo propia, abasteciéndola con el tesoro como anticipación de su
muerte.
¿Brandon Collins para el London Globe había gritado:
—¿Qué llevo al Sr. Wilder a esa conclusión?
—Él hizo una extensa investigación sobre Clovus y el camino de destrucción que
trascendió por la Francia contemporánea, Inglaterra, y Escocia—Hardwick removió
piedras de la pared mientras el equipo de arqueólogos de Rurik se mantenía en pie detrás,
frunciendo el ceño y mirando atentamente, sus brazos cruzados—. El Sr. Wilder
documentó la lenta desintegración de Clovus desde ser el más poderoso y temido guerrero
de su tiempo a un hombre débil derrotado por una enfermedad, y él trazo la retirada de
Clovus a esta remota ubicación…
Llegados a ese punto, Tasya había saltado al sendero de piedra. Ella era la
representante de National Antiquities, la única que tenía una oportunidad de convencer a
Hardwick antes de que dañara al sitio—y Rurik lo dañara a él.
Eso fue el por qué ella vio lo sucedido tan claramente: ¡ella había estado a diez pies
de distancia cuando Hardwick se interrumpió y exclamo con alegría:
—¡Es un arcón lleno de tesoros cubierto de oro!
En ese momento, una ola invisible de rabia congelante surgió de dentro de la tumba.
No había experimentado tal choque de maldad pura desde el día en que tenía cuatro años
y había visto su mundo subir en llamas. El frío se llevó su aliento, la cegó, la frenó en seco.

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Para cuando ella pudo ver y hablar de nuevo, Hardwick había alcanzado el interior.
Y la espada saltó hacia fuera de de la nada y le perforó directo a través del ojo.
El destello embotado de oro debió haber sido la última cosa que pudo ver en vida.
Hardwick murió instantáneamente, la espada colgada de él como una horrible
advertencia a todo el que se atreviera a asaltar la santidad del tesoro de Clovus.
La muchedumbre jadeó, murmurando, chillando... y encogiéndose atrás del borde
de la calzada. De modo distante, Tasya oyó el chasquido y zumbido de cámaras y
computadoras, cómo los reporteros y turistas luchaban para capturar la escena y
transportar una historia que en un instante había pasado de ser algo insignificante a un
espectáculo.
Nadie vino en su ayuda. Tenían miedo.
Tasya tuvo miedo, también. Para ella, la tumba abierta exudó una maldad palpable,
tan gruesa y ácida como el veneno. Ella respiró, y deseó urgentemente deshacerse de ella,
pero la malevolencia era vieja, potente, e infinita.
Aún así, alguien tenía que mover a Hardwick de la espada, colocarlo sobre la tierra,
y darle lo que se debía a los muertos. Aunque ella misma se enorgulleciera de su fuerza
superior, Hardwick era tan alto como rechoncho, y cada vez que ella movía el cuerpo, el
sonido de la espada que raspaba la carne y el hueso la hacía querer vomitar.
Entonces lo oyó. La voz que hacía un mes que no escuchaba, diciendo su nombre
con pasión…
—Espera, Tasya, y te ayudaré.
Ella miró hacia arriba. Vio a Rurik bajando a lo largo de la rampa sin prestar
atención a su propia seguridad.
Dos reacciones la golpearon simultáneamente.
Mi amante.
Y...
El idiota. El maldito idiota.
Liberada del peso de Hardwick, se lanzó hacia Rurik. Ella hundió su hombro en su
barriga, enviándolo a una inevitable caída, y antes de que él pudiera recuperar su
respiración, se arrastró sobre él y dijo en su cara:
—¿No tienes ningún sentido común? Hay más trampas para tontos.
—¿Quién no tiene sentido, entonces?—sus ojos, el color del coñac crudo, ardieron
con irritación—por ella.
Si su conducta fuera algo por lo que juzgarla, ella siempre lo habría irritado.
—Yo estoy siendo cuidadoso, no yendo por el camino con mi cabeza bien alta,
preguntando como podría cortármela.
—Yo he pasado por este camino antes.
—Sí, y cuando la primera piedra en esa pared se movió, todo en esta tumba salió de
equilibrio—agarró la camisa de Rurik en sus puños y susurró suavemente, no queriendo
que ninguno de los reporteros escuchara—. El viejo demonio que está enterrado aquí está
determinado a hacernos pagar caro por los contenidos. Nada es seguro.

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—¿Entonces qué estás haciendo aquí?—su abdomen era sólido. Él estaba cálido. Y
ella tenía frío y miedo. Y se sintió protector hacia ella.
Eso estaba mal. Tan emal.
—¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar a Hardwick a los pájaros de carroña?
Él pareció dejar de respirar, y sus párpados flaquearon, y sus ojos crecieron. . .
nublados, como si él luchara para ocultar algún secreto dentro de él. Apresuradamente,
soltó su camisa.
Nadie sabía mejor que ella que su liso y castaño pelo se sentía suave cuando ella
enredaba sus dedos en él, que el cuerpo tenso bajo su ropa de trabajo podría transportar a
una mujer al éxtasis, que el tatuaje grabado en su fuerte pecho, vientre, y brazo debía haber
sido la insensatez de un joven, y la de una mujer era trazarlo. La memoria del placer que
ellos habían compartido la hizo derretirse. El calor de posesión, cuando él buscó marcarla
como suya, la había hecho correr.
Más que eso—a veces cuando ella estaba cerca de él, experimentaba el escozor de
algo... espantoso. Algo qué le recordó aquella noche de fuego y destrucción, miedo, y la
oscuridad interminable.
Ella se calmó y se alejó de él.
Sus ojos volvieron a ser normales, y se abrieron de golpe con irritación.
—¿Siempre tienes que ser la única en arrojarse al peligro? ¿No puedes dejar sólo por
una vez a alguien más hacer el informe sobre la masacre en Somalia o la plaga en
Indonesia?—actuaba como si hubieran tenido esta lucha cien veces, cuando en realidad él
nunca había mencionado su trabajo antes.
Ellos apenas habían hablado antes. Su mutua antipatía no había requerido palabras.
Su pasión mutua tampoco.
No. Nada de recuerdos. ¡No ahora!
Ella echó un vistazo por encima a las caras que los miraban detenidamente. Los
aldeanos estaban allí. Los reporteros. El equipo arqueológico.
–Este no es momento para conversación.
—¿Cuándo sugieres entonces que hablemos? ¿Después de haber hecho el amor toda
la noche? No, espera. Tú no te quedas para un tranquilo desayuno. Te marchas sin decir
adiós—Rurik permaneció sobre la tierra, sarcástico y, gracias a todos sus intentos y
propósitos, relajado.
No la pudo engañar. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso.
¿Porque quería aprovecharse de ella? ¿Para recordarle que la última vez que había
puesto sus ojos sobre él, había estado desnuda en sus brazos?
—No ahora—dijo entre dientes.
—Créeme, me he dado cuenta, o si no yo estaría enfocando una luz hacia tus ojos
mientras te interrogaba—deliberadamente, se incorporó, y apoyó sus brazos sobre sus
rodillas inclinadas—. Dime que pasó aquí.
Ella estaba más que alegre por el cambio de tema.

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—Hardwick nunca lo vio venir. Él quitó una piedra y la espada saltó hacia fuera—
había estado esperando durante mil años a que ocurriera esto.
Rurik miró a Hardwick, y su cara no mostró ningún signo de compasión.
—El tonto hijo de perra.
—Él no merecía morir por su estupidez. Nadie merece esto.
La mirada fija de Rurik cambió hacia ella.
—No. Nadie merece esto. Lamentablemente, pasa más de lo que a cualquiera de
nosotros nos gustaría.
—Mira, ¿va a estar cada palabra que digas cargada de significado?—oyó un
murmullo, y mirando arriba a las líneas de caras fijas llenas de avidez, comprendió que
había elevado su voz.
—¿Lo sacamos fuera de aquí?—preguntó Rurik.
Él actuaba como si su arrebato desenfrenado hubiera satisfecho alguna necesidad
perversa en él, o le había demostrado algo, y esto la enojó más aún—. Trata de no perder la
cabeza por un corte. Podrías necesitarla algún día—ella se dirigió de vuelta al cuerpo de
Hardwick.
Rurik la siguió, mientras mantenía su perfil bajo y su cuerpo firme, un hombre que
se muestra como un blanco más pequeño a su inadvertido—y largamente muerto—
atacante. Cogiendo a Hardwick por debajo de sus brazos, él lo alzó, fácilmente,
gentilmente.
Las lágrimas escocían en los ojos de Tasya otra vez e hicieron que su nariz picara.
Este no era sólo el dolor y el choque; ver a Rurik tratar a Hardwick como si fuera un bebé
que necesitaba un descanso causaba una punzada de ajena ternura a su naturaleza.
¿Porque, cómo podría una mujer como ella llevar una maleta llena de ternura en sus
viajes? Eso abría la puerta al dolor de corazón, y se interfería con el trabajo.
Ella no era una idiota—sabía que su trabajo era importante. Sus fotos mostraban una
resuelta luz sobre la guerra y la pobreza, y sus historias detallaban injusticias tan
inequívocamente que ella era un personaje no grato para algunos gobernantes del mundo...
y una heroína para otros.
Más importante aún, cuando tuviera éxito consiguiendo su libro publicado con la
estruendosa compañía de la publicidad, ella habría mejorado el mundo, y ganado el
pedazo más pequeño, más jugoso de venganza personal. Todo lo que la posicionaría en las
listas de best sellers del mundo sería la evidencia que existía en aquella tumba.
Ella siguió a Rurik sobre la rampa, mirando, escuchado, sintiendo, en busca de más
trampas.
La muchedumbre estaba en silencio. Rurik colocó el cuerpo sobre uno de los carros
que el equipo usaba para mover los escombros, y encaró a la gente que estaba de pie
alrededor.
Visiblemente, él tenía las riendas en sus manos.
—Marta y Charlie, escoged a dos de mi equipo para os ayuden a arrastrar el cuerpo
al pueblo y amortajar al Sr. Hardwick.

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Martha era la dueña de la tienda de la taberna y la tienda de comestibles, tan a cargo
como alguien pudiera de los doscientos pescadores, granjeros, y ancianos de Roi. Charlie
era el tipo que distribuía consejos religiosos, no un ministro, pero un hombre sabio con una
buena cabeza sobre sus hombros.
Ellos asintieron, tomaron a Jessica Miller y Johnny Boden de su equipo, y se
dirigieron hacia el pueblo. En cuanto cubrieron la colina y desaparecieron de la vista, los
reporteros comenzaron a gritar preguntas. Él ondeó pidiendo silencio.
—Nosotros queremos ofrecerle el respeto apropiado al Sr. Hardwick, y al mismo
tiempo asegurar el sitio que él tan arduamente trabajó. Hardwick creía profundamente en
la protección de nuestro patrimonio y entender el pasado, por lo que quiero que cada uno
se quede atrás mientras yo remuevo el arcón con el tesoro y cualquier otro objeto de valor.
Entonces pondremos a un guardia para este lugar y los objetos.
Tasya observó mientras los reporteros respondían a su fácil aire de mando,
escribiendo y grabando cada palabra que había dicho.
Desde la primera vez ella se lo había encontrado, había sabido que él era un hombre
nacido para la autoridad. Él nunca se marchaba sin mirar a sus espaldas para ver si
alguien estaba siguiéndolo—lo que siempre ocurría. Sus gentes le rendían culto. Ella se dijo
que era porque él había sido un piloto de las Fuerzas Aéreas; sabía eso porque no había
podido resistirse a investigar su pasado. Ella le guardaba rencor por ser capaz de fascinarla
sin realizar ningún esfuerzo mientras la trataba como una peste insignificante, una soplona
enviada por la National Antiquities Society para vigilar su trabajo.
Entonces... ellos hicieron el amor, y él le demostró que le había estado prestando
más atención de la que ella había imaginado.
Dios mío. Cuando Rurik Wilder mostró interés por una mujer, por ella, se sintió
como una tonelada de ladrillos. Cuando descubrió que toda aquella indiferencia metódica
que había desplegado no era nada más que una fachada que usaba para desafiarla, atraerla
en sus brazos... de acuerdo, ella corrió. Corrió como un conejo asustado.
Ella todavía pensó que su vuelo había sido la mejor, la más inteligente decisión que
ella pudo haber tenido... si ella nunca hubiera tenido que verlo de nuevo.
Pero aquí estaban, de pie ante la tumba que traería su éxito y venganza, y mientras
lo veía tomar una toalla y limpiar las manchas de la sangre de Hardwick en la piedra y
organizaba varios turnos para guardar la tumba, todo en lo que ella podía pensar era lo
mucho que quería mantenerlo a salvo.
Era una idiota. Qué pedazo de idiota.
Su mirada cambió a la suya. Por un momento, su corazón trinó cuando él se centró
en ella.
Entonces dijo:
—Srta. Hunnicutt, necesitaré que dirijas el equipo aquí mientras yo abro la tumba…
En una llamarada, toda su determinación retornó apresuradamente.

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Si él descubriera lo que ella esperaba descubrir—probaría la perfidia de los Varinski
que trascendía a mil años atrás—ella estaría a su lado. Ella sonrió, un ataque frontal lleno
de encanto mezclado con resolución, y dijo:
—Necesitarás que yo tome fotos mientras excavas el sitio. Así que yo me quedaré
contigo.

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Capítulo 4

Rurik se arrodillo ante la ventana de la tumba, removiendo las piedras una por una,
removiendo el polvo de un millón de años.
Concentrado en su trabajo… y al mismo tiempo, a lo largo de los bordes de su
mente, era consciente de Tasya. Escuchó los clicks de su cámara grabando sus movimientos.
Escuchando su voz cuando tomaba nota de sus progresos. Filtrando el calor de su cuerpo,
ya que se arrodillaba junto al él.
No la quería aquí.
Todos los datos de la investigación del líder guerrero Clovus decían que no había
tenido nada mejor que hacer que ser un asesino en serie medieval-un caníbal, un salvaje,
un matón que quemó todo en su camino a la destrucción de Europa, y que obtuvo mucho
placer en el sufrimiento de otros, la sociedad moderna lo etiquetaría un psicópata.
¿Trampas?
Sí, para todos, Clovus fue sin duda quemado en el infierno, y no habría usado allí su
saqueo, él podría haberse asegurado el que nadie más pudiera tener un momento de placer
con su botín.
Trabajar aquí era más o menos esperar entonces por el siguiente golpe para caer… y
si Rurik no tenía cuidado Tasya podría ser el siguiente muerto acostado sobre una losa en
la iglesia.
Al mismo tiempo, se regocijó de saber que trabajaban juntos de nuevo. Él podría
mantenerla con vida, y de alguna manera hacerle pagar por hacerlo pasar por tonto.
Hacerle pagar con sus labios, cuerpo y mente, una y otra vez, hasta que ella no tuviera
fuerzas para ponerse en pie.
Como aliviado por cada piedra lejos del camino, abriendo una puerta más y más
grande en la casa de los muertos, él mantuvo su atención sobre su trabajo y lejos de la
plataforma de piedra que albergaba el cofre del tesoro.
Quiso extender la mano y tomarlo pero la lección enseñada por la avaricia de
Hardwick no podía ser rebajada. Y también la posición del cofre era sospechosa-¿Por qué
poner un tesoro que podría ser visto fácilmente por un casual ladrón? ¿Por qué estaba allí
una pared de piedra detrás que ocultaba el interior de la tumba? Una fina hoja de oro
martillada cubría la caja, y la cerradura de cobre sostenía una llave, esperando dar vuelta.
El cofre del tesoro era un señuelo, y Rurik no tenía dudas de que había más trampas
esperando por él.
–Espera un minuto, Rurik –Tasya se giro y entregó la cámara a Ashley–. Retrocede
cuidadosamente-y toma fotos del proyecto en su conjunto. Quiero un marco amplio de las
paredes, el camino, y el agujero de entrada.
–Correcto –Ashley sonaba alegre de volverse-parecía estar muy asustada.

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Cuando puso sus dedos en la siguiente piedra, Tasya estableció la mano sobre la de
él y hablo suavemente en su oído.
–No tires, que uno esta flojo.
Él se giro a mirar en sus ojos.
El brillante azul se había convertido solemne y gris; ella sabía algo que él no.
–No se siente bien. Un paso atrás, y tira de el con un palo o un gancho de agarre.
¿Que no se siente bien? ¿Qué diablos significa eso?
–¿Por qué debo escucharte? –¿por qué escuchar la advertencia de una mujer con
nada más que ella y su profesión?
La mano de Tasya apretaba sobre la suya.
–No es que me guste malditamente si vives o mueres. Pero no estoy ansiosa por ver
a otro hombre gotear sangre mientras él se cuelga en la punta de una espada.
–Encantador.
–Exacto. Entonces ¿qué tienes que perder? –su tono sarcástico desmentía la
intensidad en su rostro. Ella estaba tan segura. Tan segura.
Y mientras él quiso despedirla, había visto a su madre, la mujer más prosaica en el
mundo, agarrada en las fauces de una poderosa profecía. Durante aquel día hacía menos
de dos semanas, su vida se había partido por la mitad… otra vez.
Un hombre aprendía de sus experiencias. Rurik no podría alejar a Tasya del peligro,
pero podría usar la oportunidad para descubrir más-sobre ella, y su pasado, el pasado
sobre el que nunca hablaba.
Moviéndose con cuidado, él retiro su mano de la piedra. Giró su palma dentro de la
suya, y agarró sus dedos.
–¿Hay allí algo de lo que quieras decirme?
Tasya se encogió de hombros y miró a lo lejos.
–Tengo una sensación –dijo ella en un tono bajo.
- ¿Tienes una sensación sobre Hardwick?
La pálida tez de Tasya se tornó gris.
Aparentemente, incluso un duro reportero conocía el miedo cuando roza por lo
sobrenatural.
–Sí. Pero no pude llegar a él a tiempo.
Tiró de su mano para liberarla, y él la dejo. Ella evito su mirada, no queriendo darle
entrada la pregunta sobre su intuición… como si él quisiera, mientras los reporteros y
turistas miraban con avidez, y Ashley esta detrás de ellos, cámara en mano, grabando cada
movimiento y palabra.
–Ashley, consigue el garfio –él la llamó. Cuando Ashley se apresuró por el camino
hacia su cobertizo de almacenamiento, él se rió de Tasya–. Por fin solos –su fija mirada en
sus ojos, después lejos–. No lo hagas.
Él estiro la mano… ella lo había abandonado, había corrido sin una palabra, sin una
nota, sin una llamada. Él se había despertado a partir de una larga noche de hacer el amor

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para descubrir una cama fría y sin ningún signo de la mujer que él tan cuidadosa y
astutamente, cortejó y reclamó.
Ahora aquí, ellos estaban cara a cara, solos, y ella desesperadamente quiso evitar
una íntima discusión… que dulce venganza. Esto era una reanudación de la persecución-
pero esta vez él no se molesto con el subterfugio o la sutileza. Esta vez, ella sabía que él
estaba en caliente búsqueda… y sabía que estaba enojado.
Naturalmente al ser Tasya trató ella de tomar el mando de la situación.
-Este no es el momento, ni el lugar para hablar de asuntos personales. Tenemos un
trabajo que hacer.
–Estoy de acuerdo. Hablaremos de nuestros asuntos personales… más tarde –
permitió que su mirada vagara de la punta de su cabeza hasta la punta de sus desaliñados
zapatos de deporte, tocando todos los puntos importantes en medio.
Ella enrojeció en un doloroso tono.
–Yo no corrí.
–Como un conejo asustado –él espació las palabras, teniendo cuidado en acentuar
cada sílaba-. Mírate. No puedes mentir sobre ello satisfactoriamente –se rió suavemente,
con un borde de amenaza–. Tengo la intención de tomar posesión de lo que es mío.
Ella se inclinó hacia él, levantando su barbilla.
–No soy tuya –su barbilla dio un paso involuntario.
Ashley gorgojeó.
–Aquí está el garfio, señor.
–Gracias –sin soltar la fija mirada de Tasya, acepto el largo poste.
–Debí haber dejado que la trampa saliera –dijo Tasya con ferocidad.
–¿Podrías tú salvar el mundo y dejarme ir al infierno? –él se burló.
–De donde tú te sientas, te prometo este será un viaje corto.
–Pero Tasya, te tengo conmigo… a donde vaya.
Ellos se miraron fijamente el uno al otro, desafiándose cada uno con sus cuerpos y
sus mentes.
–¡Wauu! ¡Estas van a ser grandes fotos! –dijo Ashley.
Él oyó el chasquido del capturador. Vio a Tasya dar vuelta y arrebatar su cámara de
las manos de Ashley. Él se relajó y sonrió.
–Tienes razón, Ashley. Aquellas van a ser grandes fotos.
Dos horas más tarde por el tiempo en que ellos terminaron, Rurik había saltado más
de tres trampas. Con la ayuda de Ashley, Tasya había tomado doscientas fotos. Habían
limpiado completamente la entrada-y Rurik ayudo a sostener el cofre del tesoro en sus
manos.
En todo caso, la multitud alrededor tenía la tumba más grande. Él no sabía de donde
venían ellos; cada persona de la isla ya estaba aquí. Entonces, un helicóptero se acercó, y
comprendió que la gente de la prensa llegaba de cualquier forma que pudiera. Había
estado concentrándose con demasiada fuerza para notarlo.

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Concentrándose en su trabajo. Concentrándose en mantener segura a Tasya.
Concentrándose en observar el sexto sentido que ella había estado ocultando a tales
dolores.
¿Ella estaba sensible… a qué? ¿Intenciones crueles? ¿El residuo del mal que rodeó al
muerto Clovus y todos sus hechos?
Rurik no sabía, pero sabía que su conocimiento no la había tomado de improviso.
Ella había estado muy conciente de su capacidad, y esto lo hizo ser aún más curioso sobre
ella.
¿Cuándo había ella aprendido que tenía tal regalo? ¿Qué acontecimientos habían
provocado su instinto?
–¿Hay una trampa en el cofre? –preguntó él suavemente.
–No –ella encontró su atenta mirada de interrogatorio–. Estoy segura –miro atrás a
la tumba–. Estamos seguros por ahora. Hay más allí, pero no… de algún modo, ellos están
en silencio. Detrás de algo, pienso.
–Correcto.
El sol bajaba sobre el horizonte occidental.
Reverentemente él llevo el cofre del tesoro hacia las sombras y entre los rayos que
todavía brillaban al final del camino de piedra. No lo colocó sobre la tierra, se arrodillo
sobre ella.
Como si fuera una señal, Tasya se arrodilló en un lado y Ashley en el otro.
Él estaba bien conciente en que parecían a antiguos sacerdotes que adoraban a un
dios de oro. Miró a Tasya.
Ella comenzó son sus fotos reverentemente, aún más una animación que hizo claro
que este hallazgo era importante y emocionante. Ella desempeño su parte a la perfección,
ya que servía al National Antiquities y su desesperada necesidad por financiar.
Él dio vuelta a la llave en la cerradura de bronce, nunca esperando que pudiera
abrirla. Aún mientras los funcionamientos hacían un chirrido y horrible sonido, el eje de la
llave se sostenía estable. Abrió la tapa sin la visible vacilación.
Ashley jadeó.
La muchedumbre murmuró.
La cámara de Tasya pulsó cuando disparo el tiro.
El contenido era todo lo que un arqueólogo pudiera desear.
Ellos brillaron.
Con gran ceremonia, removió cada pedazo y colocó sobre la tierra. Una daga de
acero con juego de zafiros en una empuñadura de plata. Un brazalete de oro en forma de
una serpiente con ojos de rubíes. Anillos de pulseras en oro y ámbar.
Cada vez que él extrajo un artefacto, los reporteros hablaron por micrófonos,
tomaron imágenes fijas y registraron video.
Pero cuando alcanzó la base final de cedro del cofre, dio un toque para asegurarse
que no existiera ningún falso botón y nada oculto en las profundidades, y susurró.
–Maldición.

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Cada uno de mis cuatro hijos debe encontrar uno de los iconos Varinski.

Rurik siempre supo de la leyenda del Varinski. Su padre le había contado la historia,
y a sus hermanos Jasha y Adrik, y a su hermana Firebird.

Hacía mil años, un guerrero brutal vagó por las estepas rusas.
Conducido por su ansia de poder, el primer Konstantine Varinski cometió una terrible
negoció. A cambio de la capacidad de cambiarse a voluntad en un depredador insensible, prometió su
alma, y las almas de sus descendientes. Y pagó al Diablo con los iconos benditos Varinski-y la sangre
vital de su madre.
Cada uno de mis cuatros hijos debe encontrar uno de los iconos Varinski.

Zorara tenía sólo tres hijos. Uno había desaparecido en las regiones inexploradas de
Asia. Su profecía era imposible.
Pero menos de una semana después de su visión, Jasha había llegado a su casa en
Washington con su mujer-y uno de los iconos Varinski: una interpretación rusa tradicional
de la Virgen.
Ella sostenía al niño Jesús, José de pie a su derecha, y sus halos brillaban con las
hojas de oro. Sus trajes eran de color rojo cereza, el fondo de oro, y sus ojos… sus ojos eran
grandes y oscuros, llenos de compasión.
Entonces Rurik, quien ya había estado buscando un modo de romper el pacto, ahora
tenía que encontrar el siguiente icono.
Él había sido un piloto de las Fuerzas Aéreas; esto estaba en contra de cada fibra de
su ser, creer en una visión y una profecía.
Pero como otros hombres en su familia, él vivía cada día atado a un pacto con el
Diablo. Sería un idiota el desmentir lo sobrenatural, pero verdaderamente ponía más fe en
su investigación. Él había creído que había localizado al correcto jefe militar y tu tumba.
Pero el icono no estaba en el cofre.
Y en un tono desesperado, Tasya susurro.
–Maldición.
El le dirigió una dura mirada.
Este hallazgo trajo publicidad a la National Antiquities, un rico tiró de artefactos, y
reporteros para cubrirlo todo.
¿Qué podría desear Tasya?
¿Qué buscaba ella?
¿Y por qué?

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Capítulo 5

En julio en el norte de Escocia, el sol se alzó a las cuatro de la mañana. Rurik se alzó
antes. Se vistió de camuflaje y botas de combate, y salió afuera a su usual carrera
mañanera—salvo que no era su costumbre correr por la mañana.
Ahora mientras él sabía que los reporteros habían tirado sus almohadas sobre sus
ojos y los vecinos dormían la resaca, recorrió el camino a la tumba.
Se había pasado la tarde anterior en la taberna del pueblo, elogiando a Hardwick,
presumiendo los descubrimientos de la tumba, fingiendo modestia, y compartiendo el
crédito con cada uno de los miembros de su equipo. Había tomado demasiadas cervezas
inglesas, y observado a Tasya a través de la muchedumbre, intercambiando información
con los reporteros, respondiendo las preguntas de turistas, y hablando con los arqueólogos
locales. Oh, e ignorándolo a él. Ella hizo eso con una facilidad obvia y consumada.
Al menos podía tener consuelo en el hecho de que ella se molestó. Peor, mucho peor,
sería si lo tratara con la indiferencia con que trataba a los otros. Era media noche cuando él
se fue a la cama, y las tres de la mañana cuando se levantó, desvelado y desesperado por
regresar a la tumba.
No había localizado el icono Varinski. El cofre del tesoro pudo haberlo contenido
una vez—según la investigación de Rurik, lo había contenido una vez—pero ahora se había
ido.
Todavía la tumba era grande y Clovus había demostrado ser más taimado y más
cruel de lo que Rurik imaginó; quizás el icono se encontraba secretamente en alguna parte
dentro del lugar. O quizás la tumba contenía una pista acerca de su paradero. Hoy los
arqueólogos y reporteros se apresurarían a la tumba con las esperanzas de clasificar los
descubrimientos... así que él corrió.
El sol estaba en su espalda. El aire fresco llenó sus pulmones. Siguió el camino, su
paso era largo desafiando rápidamente la ascendente cuesta de la isla. Sin embargo,
cuando se acercó al montículo de tierra, se encontró a sus hombres alejándose. ¿Qué
demonios. . .? Se paró y esperó hasta que Connell y Tony lo alcanzaron.
—Este no es el tiempo para el cambio de guardia.
Connell apuntó.
—MacNachtan todavía esta allá arriba con su rifle.
El cruel aldeano se paró en un grupo de piedras, perfilado contra el cielo, y Rurik le
envió un fuerte saludo.
—No podemos ver sentido alguno de que todos nosotros estemos aquí –Tony tenía
el pelo de punta—probablemente había dormido con la ropa puesta.
—¿Todos nosotros? –preguntó Rurik.
—Hunni dijo que usted estaría pronto por aquí –dijo Connel.

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—¿Hunni? –Rurik miró fijamente el césped, mientras soplaba la brisa del océano, en
la tumba, paciente y amenazante—. ¿Tasya Hunnicutt está aquí?
—Sí, dijo que usted quería que ella empezara fotografiando la entrada –Tony le
sonrió abiertamente, con la mueca afectada de un hombre que hacia un momento había
cumplido sus sueños con palabras y sonrisas coquetas de una mujer.
—Usted sabe, jefe, es genial tenerla aquí de Nacional Antiquities. Ella tiene un
verdadero caso de calentura por las cosas de allí. Podría ser una arqueóloga—ella
totalmente lo consigue.
—Es asombrosa –en más de una forma. Rurik observo a los chicos mientas se alejaban.
El genio idiota. Nunca se le ocurrió que Tasya pudiera estar mintiendo, que podría
tener un motivo ulterior. La utilización de arqueólogos para proteger la tumba se parecía a
utilizar cachorros para proteger un hidrante de insectos.
Por supuesto, nunca se le habría ocurrido a él que Tasya se levantaría más temprano
que él para comprobar la tumba. ¿Así que quién era el genio idiota, ahora?
Caminaba por la rampa de piedra hacia la entrada de la tumba, teniendo cuidado de
que Tasya no lo oyera.
Siempre había pensado que ella sabía demasiado, estaba demasiado interesada,
tenía razones para seguir la excavación tan estrechamente. Ahora tenía la intensión de
interrogarla—y disfrutaría cada minuto.
La luz goteó dentro de la tumba. Ella tenía alguna fuente de iluminación, y podía oír
su cámara, tomando imagen tras imagen. Teniendo cuidado de no alertar su presencia, él
se movió hacia dentro y miro fijamente.
Allí estaba ella, vestía una camiseta de camuflaje con sus gloriosos jeans apretados.
No era de extrañar que los chicos creyeran cada palabra que ella dijera. La mujer
tenía una forma que hacía que un hombre quisiera tirar ese gol a través de ese neumático.
Repetidamente.
Llevaba botas de trabajo negras, y su mochila caqui descansaba en el suelo al lado
de ella. Uno podría suponer que vendría vestida para el polvo en la tumba… o si uno fuera
supersticioso, podría creer que había llevado el camuflaje por la misma razón que él.
Entonces no sería fácilmente vista. Ella se arrodillo en la pared detrás del estante dónde el
cofre del tesoro había sido colocado. Las talladuras cubrían la piedra, y apoyó el lente de la
cámara cerca. Para capturar cada panel.
Cómo fascinaba. Ella trabajó exactamente la pared que él pensaba examinar. ¿Por
qué estaría interesada en las talladuras cuándo el interior de la tumba podría contener más
oro? ¿Más joyas?
¿Qué estaba buscando?
Ahora mismo, a no le importaba. Porque ellos estaba solos. Así que como lo había
prometido, la tenía acorralada, y no tenía hacia donde correr.
Deliberadamente, él surgió de la entrada, bloqueando la luz del sol que alcanzó
adentro, tocando la pared… tocándola a ella.
Cuando ella se giró alrededor, ella se agachó en una posición luchadora.

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—Estas nerviosa –él se agachó en la tumba—, ¿Por qué? ¿Eres culpable?
—Rurik ¿Qué estas haciendo aquí? –ella lo miró directamente a los ojos.
—Se supone que yo me encuentre aquí según le dijiste a mis chicos.
—Sí, bien –puso la cámara alrededor de su cuello y se preocupó con pequeñeces en
las escenas.
Sip. Era culpable.
—No podía esperar a ver que era lo que había dentro de la tumba –dijo ella.
—Pero no estás dentro. Estabas concentrada en las talladuras de la pared de entrada.
¿Por qué era eso?
—Soy fotógrafa del National Antiquities. Necesito tener un record de cada pedazo
de la tumba –su pelo negro se rizaba tumultuosamente, como si no hubiera hecho nada,
más que pasar sus dedos a través de el.
Rurik extendió la mano.
Ella trató de echarse a un lado, luego deliberadamente no se movió. ¿Trataba de
convencerlo de que no se preocupaba de que la tocara? Buena suerte.
Él envolvió un rizo detrás de su oreja.
Ella se mordió un labio.
Chica inteligente. Debería estar preocupada.
Deslizando su mano detrás de su cuello, tiró de ella hacia él.
—No –ella presento sus puños.
—Trata de detenerme –él se rió con una sonrisa dentuda—. Realmente me gustaría
que lucharas.
—¿Por qué? ¿Qué vas hacer? ¿Forzarme o besarme? –sonaba altiva como solo una
mujer independiente podía sonar.
—No tengo que obligarte a hacer nada –le susurró al oído—, voy a hacerlo tan
caliente, que nos fundiremos juntos, y nunca sabrás donde yo termino y tú comienzas.
La forma en que ella respiro hizo maravillas con su temperamento.
Volviendo su cabeza, él beso su mejilla.
—Pero después… —después, cuando él hubiera jugado con ella, cuando ella
estuviera fuera de balance, amenazando su mundo, y prometido el cielo.
No podía hacer el amor con ella, no podía hacer que se quedara con él, pero por
Dios, si ella corría otra vez, ella lo recordaría.
Girando su atención a la pared, y en un tono que garantizaba incomodarla, él dijo,
—Esto demuestra un regalo de Clovus que se parece mucho a… espera, sí, parece
invaluable… se ve como el envoltorio de una barra de ¡Hershey!
Realmente, parecía como la forma y tamaño de un icono. Pero los artistas
medievales no usaban la perspectiva realista, y a tallistas de piedra en el norte de Escocia
les faltaban a veces las habilidades de los artesanos del sur. Hasta que él hubiera estudiado
la escritura, no podría estar seguro qué regalo de Clovus había recibido, e incluso entonces,
sería duro; le llevaría tiempo llevar lejos pedazos y parches.

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—No seas idiota –obviamente, Tasya nunca había querido algo tan sinceramente—.
Es demasiado corto y amplio para ser una barra de Hershey. Créeme. Yo si sé lo que es mi
barra de Hershey –miró ella nuevamente a través de la cámara, y tomo fotografías de
varios angulos.
No sabía por qué Tasya estaba tan interesada. Pero al final ¿Qué importa eso?
Mientras él pudiera leer la escritura y estudiar las talladuras, tendría éxito en su parte de la
búsqueda.
—¿Tomasteis fotos de todo?
—Tomé un panorama general. Ahora estoy haciendo unas tomas desde varios
ángulos usando otros tipos de luz.
—Bien ¿Todavía ningún woo—woo sobre las trampas de bobo?
—Nada. Estamos seguros –bien.
Él sacó la linterna del bolsillo en su pierna.
—Yo estoy seguro. Tú estas en serios problemas.
Ella detuvo la toma de fotos y se encendió con exasperación.
—No dejas de ser odioso en cada oportunidad que se te aparece.
—No estoy siendo odioso. Estoy siendo realista –se movió alrededor del borde de la
pared a través de los escombros, e ilumino con una linterna la antecámara de la tumba.
Las paredes eran de piedra, densa y oscura, y su cabeza rozo el techo de la piedra.
Herramientas antiguas y huesos de animales desordenados en el suelo, y ante el muro un
altar de piedra. Un sarcófago de piedra entreabierto se apoyaba contra el.
Tasya caminó dentro con él.
—¿Qué hay aquí?
—Es una mezcla de la edad de bronce y de artefactos medievales. Eso confirma mis
sospechas—la tumba probablemente es de hace cuatro mil años, y Clovus quitó al rey y lo
enterró aquí, y confiscó las tierras para él.
—¿Ese tipo no tenía miedo, verdad?
—Ningún miedo a la muerte, y poco respeto por el pasado. Sospecho que este
sarcófago contiene al primer ocupante de la tumba.
—No me gusta este lugar –ella se encogió de hombros inquietamente—. ¿Dónde
esta Clovus?
—La cámara del entierro está allí –Rurik cabeceó hacia una pared de piedra lisas.
—Sí –ella se estremeció—, puedo sentirlo.
Él no sabía nada de ella. Nada. Y aquí estaba su oportunidad.
—¿Qué sientes? ¿Cómo sabes que es él? ¿En cuánto tiempo se puede deducir si es
un hombre malo?
No pensó que ella le respondería, pero ella tomó sus preguntas una a la vez.
—Me siento como si estuviera ahogada por la oscuridad. ¿No estoy segura de que
esto es Clovus, pero quién puede ser? Y los sentí cuándo tenía cuatro años, y nunca se me
ha olvidado la sensación
—¿Ellos? –ella tenía toda su atención—. ¿Quiénes son ellos?

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Ella no le prestaba atención, pero gradualmente dirigió su cabeza hacia la entrada y
miró fijamente e intensamente. Susurró.
—Quizás no sea Clovus pero siento… que ellos están aquí.
Al mismo tiempo, él oyó voces, y no tuvo problema de poder reconocer su acento,
su tono jactancioso, su amenaza Varinski. El hijo de perra. Varinskis. Sus primos del
infierno lo habían encontrado.
Los Vainskis fueron entrenados para encontrar al incauto, asesinar a sus enemigos,
para destruir todo lo que ellos quisieran destruir. Usualmente, solo realizaron sus
asesinatos y sabotajes solo por el pago de sus clientes. Nadie le estaba pagando ahora. Ellos
cazaban a los Wilder por venganza. Habían encontrado a su hermano mayor, Jasha. Ahora
lo encontraron a él.
Rurik se encontraba aquí… entre su destino y una mujer que hacia que le doliera el
color y temperatura de fuego.
Su muerte acabaría con la esperanzas de su familia, pero él lucharía, y conseguiría
sacar a Tasya. No merecía morir porque estuviera con él.
—Vuelve –dijo él—, ve hacia detrás del altar.
Ella miraba la cámara en su mano.
—Mi mochila. ¡Mi mochila estaba allí en la entrada!
Él se dio prisa, agarró su mochila y su linterna, y la empujó a la pared de atrás.
Juntos se arrodillaron detrás del altar. La puso detrás de él—y con un jadeo, ella
desapareció en la pared. Un pequeño panel de sólida roca la había girado y tragado.
El metió la mano en la densa—oscuridad.
Ella cogió su mano, y su mano tembló. Lo mismo hizo su voz.
—Estoy aquí. A un paso.
Sí. El aire fresco venía directo del mar.
Él se apoyó. Su visión era excelente—más que excelente—y vio una cámara pequeña
de piedra y un túnel que se torcía lejos en la tierra. Empujo su mochila y linterna hacía ella.
—Vete. Necesito oír lo que ellos dicen.
Tirándose atrás en la antecámara de la tumba, cerró la pared, se agachó, y esperó.
Había cuatro de ellos, hombres por supuesto—los Varinskis solo producían hijos—y
Rurik comprendió en seguida que ellos no sospechaban que estaba ahí.
También comprendió que Boris, la cabeza de los Varinskis, no había enviado a sus
principales hombres a esta misión. O si él tenía, el Varinskis tristemente fue sobrestimado.
Como todos eran ruidosos, ineptos, despreocupados sobre qué, o quien, podría ocultarse
en la tumba. Ellos anduvieron, muchachos sin cuidado en el mundo.
Uno de ellos, uno rudo de treinta años, cargaba una bolsa de cuero de buen tamaño.
—Entonces, ¿Cuál es el problema aquí? –pregunto en ruso.
—Sí, ¿Por qué tuvimos que venir a una pequeña isla de mierda en Escocia?
Otro tipo examinó el pilar de piedra y la pared que bloqueaba la entrada. Llevaba
un sombrero de vaquero y botas, y se parecía a un cosaco que imitaba a un tejano.
Rurik resbaló alrededor, quedándose detrás del altar, observando.

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El líder quizás tenía cuarenta años, y se paro en el medio de la tumba con sus manos
en la cadera.
—Al parecer uno de los viejos chicos tuvo una visión. Yo no sé lo que era, pero
hombre, eso hizo que Boris se asustara.
—Yo estaba allí cuando pasó –dijo el chico más joven.
Los otros tres lo miraron.
—Tú no eras –el líder simplemente no le creía.
—Sí, era yo –el chico insistió—. El estrafalario tía Iván, el tipo ciego con la telilla
blanca encima de sus ojos, llamo a Boris como si pudiera verlo, lo agarró por la garganta, y
esa voz que parecía… como… —el chico se estremeció— parecía muy profunda, fuerte y
espectral.
—Al tío Iván nunca le ha gustado Boris –dijo el líder—. Él lo ceba.
El chico se encogió inquietamente.
—Sí. Lamento que yo no creyera esto.
—¿Tan, que dijo él? –preguntó uno de los otros tipos.
—Tío Iván le dijo a Boris que el trato con el diablo se estaba rompiendo
separadamente, a menos que los Varinskis consiguieran su mierda juntos y mataran al tipo
que se casó con la Gitana.
—Konstantine –dijo el líder.
—Sí, Konstantine. Si los Varinskis no mataran a Konstantine, a sus cachorros y a la
perra con la que se casó, los Varinskis se volverían un hazmerreír y el pacto se rompería.
La cosa entera me da escalofríos.
La historia a Rurik le daba escalofríos, también. Había asumido que la visión de su
madre era un incidente aislado, y sin considerarlo, había figurado que una fuerza benévola
había trabajado a través de ella. La visión le había advertido a su familia del problema, los
instruyó sobre cómo romper el pacto con el diablo.
Ahora parecía como si uno de los Varinskis hubiera tenido una visión similar
diciéndole a Boris contundente que destruyera a Konstantine y a su familia—si no.
Mierda
—¿Entonces que se supone que haremos en este lugar? –el tipo con la bolsa, tiro de
ella y la abrió. Lanzó un disco metálico a cada uno de los otros.
—El tío Ivan dijo que había un icono, una especie de cosa santa que nosotros
teníamos que encontrar –el chico cogió un disco y lo ató a un pilar—, supongo que el icono
esta aquí, y nosotros vamos a destruirlo hasta hacerlo añicos.
Rurik que estaba concentrándose en escuchar detrás de las puertas comprendió que
sus asesinos primos… eran el equipo de demolición.
Nada asombroso ellos no se preocupaban si alguien se ocultaba aquí. ¿Iban a volar
la tumba, y posiblemente a destruir el icono, la oportunidad de su padre de la salvación
y… oh, Dios, ¿Tasya sobreviviría?
—Tú conociste a Konstantine, ¿no lo hiciste, Kaspar? –preguntó el chico.
—Lo conocí –dijo el líder.

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—Era cierto que él era el más grande, el mejor jefe que tuvimos, y que Boris tuvo
miedo de él? –los tres subordinados se volvieron hacia Kaspar y esperaron por la respuesta.
—Él no era el más grande, pero era el más inteligente. Taimado. Cuando luchaba,
siempre ganaba. Tenía las mejores estrategias, y cuando estuvo al cargo, los Varisnkis eran
el más gran poder en el mundo –Kaspar escupió en la tierra—, no como ahora.
El equipo estaba callado, mientras ponían las cargas. Rurik no se atrevió a moverse.
El icono… y Tasya. ¿Los perdería a ambos?
El chico dijo.
—Boris mejor hace algo pronto, o caerá.
—¿Oíste por casualidad eso, también? –Kaspar se burló.
—Boris es mi padre, pero Vadim es mi hermano. Vadim tiene mi lealtad, y prometo,
él será el siguiente jefe –el chico rió, y giro su cabeza hacia la luz del sol. Rurik salto.
Sus labios eran de color rojo, sus mejillas igualmente brillantes, sus ojos estaban
inclinados. Tal vez llevaba maquillaje por lo que podría verse así, pero Rurik no lo creía.
Ese chico era un fenómeno natural.
—No seas necio –dijo Kaspar bruscamente—, Vadim es demasiado joven.
El chico le silbo a Kaspar. Se balanceó, y Rurik tuvo una súbita visión de en lo que el
niño podría convertirse… las pupilas en sus ojos fueron señalando de arriba abajo, su lisa
piel brillo como si estuviera cubierta por un brillo de uñas, y los dientes en su boca eran
puntiagudos como un vampiro… o una serpiente de cascabel.
Kaspar chasqueó sus dedos al chico.
—¡Basta! Alek, no tenemos tiempo para esta mierda. Tenemos que conseguir hacer
esto antes de que alguien venga a verificar la tumba.
Alek dejó de balancearse.
—Si alguien nos coge, será un maldito enredo –agregó Kaspar.
—De acuerdo. Pero no insultes a mi hermano, o él te conseguirá –Alek tomó su
carga y se inclino abajo para ponerlo.
Cuando Kaspar se aseguro de que Alek no le prestaba atención, se volvió hacia atrás
y usó su pañuelo para limpiar su frente.
Rurik le habría gustado hacer lo mismo. Los Varinskis eran aves de rapiñas, lobos o
panteras. Nunca serpientes. Nunca algo que se deslizó en la tierra y mató con veneno.
¿Qué había pasado? ¿Cuándo había ocurrido este cambio?
Cuando Alek se enderezó, Kaspar preguntó.
—¿Cargas en el lugar? ¿Cronometraron los relojes? –cuando todos asintieron, dijo—.
Entonces saquemos el infierno fuera de aquí.
El Varinski los apremió a una velocidad que expresaba claramente el poder de la
explosión. Rurik se movió a través de la pared y el túnel—y corrió hacia Tasya.
—¿Qué averiguasteis? –susurró ella.
—¿Qué diablos haces aquí? Corre, ¡corre! –la empujo hacia delante. Chica inteligente.
No pidió detalles. Ella respondió a su agitación y corrió a toda velocidad en la oscuridad.
Él corrió con ella, su mano en su espalda.

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La luz se marchitó detrás de ellos. El túnel se hizo más estrecho y más corto. Ellos
corrían a través de la suciedad ahora, con algunas rocas… pero el olor del mar atraía a
Rurik adelante.
La oscuridad los rodeó. Tasya tropezó con los escombros del suelo. Él la mantuvo de
pie.
—Baja, el techo está disminuyendo. Vamos a tener que arrastrarnos—ahora –él la
puso de rodillas y la empujó delante de él—el túnel era más estrecho—pero adelante y
alrededor de una esquina podía ver la luz—. Casi estamos allí.
—Se hace tan estrecho –ella jadeaba por el esfuerzo, pero más que eso—por el
pánico.
Claustrofobia. Qué infierno de tiempo para averiguar eso.
—Déjame estar al frente. Si puedo pasar, tú puedes.
—Si. Bien –el pensamiento pareció hacerla sentir mejor.
Tal vez esto no era una buena idea para añadir a su terror, pero por lo que sabía él
del carácter de Tasya, ella se levantaría con la ocasión. Cuando él se apretó delante de ella,
dijo.
—Mantén el ritmo. La tumba va a volar.
Ella continuó.
Ellos rodearon la esquina. Él podía ver la luz del sol adelante. Era un agujero
pequeño, pero podrían extenderlo. Estaban arrastrándose, moviéndose rápidamente. El
túnel se estrechó más, descomponiéndose a una mera madriguera, y él se encontró
arrastrándose a lo largo de su vientre.
—Unos metros más. ¡Unos más!
Al principio, la vibración era un zumbido en la tierra. Creció a un retumbo. El
temblor vino y los cogió por detrás. La tierra se alzó una vez, un gran susto. Su mano asió
una piedra en la pared de fuera.
Tasya gritó.
Y con un violento temblor, el túnel se derrumbó, enterrándolos a ambos en la tierra.

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Capítulo 6

Tasya no podía respirar. Ella no podía respirar. No había aire. Estaba oscuro. La
tierra la sobrecargaba. Tenía suciedad en la boca, en sus pulmones.
Toda su vida, esto había sido su pesadilla.
Que fuera enterrada viva.
Se revolvió, desorientada, no sabiendo cómo salir.
Entonces alguna cosa la agarró. Tirando de ella por sus hombros. Ella luchó,
tratando de ayudar. Tratando de escapar.
Golpeó con fuerza algo con su cabeza. Sintió que algo se deslizaba
desesperadamente por delante de ella. Tomó una barra metálica y uso eso como remo.
Intento gritar, pero no podía respirar.
Oh, Dios. Iba a morir. En la oscuridad. Iba a ahogarse en la oscuridad.
Y de repente, su cabeza estaba fuera. Fuera, al aire libre. No podía ver, sus ojos se
endurecieron con la suciedad. No podía respirar. La suciedad llenaba su boca y nariz. Sin
embargo, el peso se había ido de su cabeza. Podía sentir el aire, y saborear la impresión de
la luz del sol.
Alguna cosa tiró de ella más duro. Arrancándola totalmente del túnel que había sido
su tumba, y la echó en la tierra.
Frenéticamente, ella sacudió su cara, escupió tierra, todavía no podía respirar. Su
cabeza estaba zumbando.
Ella se estaba muriendo.
—Detente –Rurik, Rurik está aquí—. Voy a ayudarte.
Puso su boca en la suya y le dio su respiración.
Ampliando sus pulmones. Cuando se apartó, ella tosió. Tosió y tosió, arrojando
suciedad, recibiendo el aire, sonándose la nariz… estaba viva.
Se sentía como el infierno, pero estaba viva.
Cuando pudo abrir los ojos, se encontró en una estrecha cornisa de roca en el
acantilado sobre el mar. Eran uno diez pies por debajo del nivel del suelo, y alrededor de
noventa pies sobre el océano.
Rurik se sentó a su lado, los brazos descansando sobre sus rodillas levantadas, las
manos colgando.
Miraba fijamente hacia el mar. Suciedad apelmazando su pelo, sus cejas, su ropa, su
piel. La suciedad estaba en su oído. Un corte sobre su frente rezumó sangre.
Le dio una idea de cómo de horrible ella debía de mirarse.
No se preocupó. Estaba viva.
Inclinó su cabeza contra la piedra. El aire olía bien, como el océano… y la tierra. Las
piedras se encajaban en su espalda, las molestias le decían que estaba viva. La suciedad

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llenaba sus botas, guijarros se habían hecho camino entre los dedos de sus pies, y eso era
bueno, también.
—Tienes miedo a las alturas? –pregunto Rurik.
—No –muy abajo, las olas golpeaban las rocas—. Solo a la oscuridad –él asintió—.
No puedo creer que me hayas hecho salir con la mochila –miro hacia abajo. Si bien había
esperado por Rurik en la entrada del túnel, había colocado la mochila al frente de ella,
apretando las correas tanto como pudo—. La cámara –dijo.
Él rió un poco entre dientes.
—Figúrate –y—, ¿Estas bien?
Ella abrió la cremallera principal de ala flexible, sacó la Nikon, y la examinó. Su
impermeable, a prueba de suciedad, de rayos, la mochila acolchada había llegado.
—Parece bien.
—Buena chica –sonrió de nuevo.
Con ternura, guardo su amada cámara de nuevo.
Tomando él su teléfono celular del bolsillo, lo abrió. Cayó suciedad.
—Mierda –la pantalla estaba agrietada. Lo sacudió, empujando hablar, lo puso en su
oreja—. Mierda –dijo de nuevo—, no fue construido para entrar en una cueva –lo puso en
su bolsillo—. ¿Tienes uno?
—En mi mochila –dijo vagamente—, sin embargo esta apagado. ¿Quién me va a
llamar?
—No sé, ¿Tu madre? ¿Tu padre?
Ella miraba al otro lado del océano. Una fina, línea de color gris pálido deslizándose
hasta la línea del horizonte, para tragar el cielo azul.
—Mis padres están muerto.
—¿Y tu otro amante?
—Él esta ocupado –dijo sin perder un golpe.
—¿Estas tratando de ponerme celoso?
—No.
—Por supuesto que no. Para ello, tendrías que tener cuidado.
¿Tú realmente quieres hablar de esto ahora? Pero ella no contesto. Él realmente quería
hablar, en cualquier momento, en todas partes. Y ella quería evitar aquella confrontación a
toda costa.
Ella comenzó a desabrochar la mochila.
—¿Quieres llamar a tu familia? Porque cuando salga en las noticias lo de la
explosión, se van a preocupar.
Puso su mano sobre la de ella para detenerla.
—Ellos no se preocuparan, no por algunos días, de todos modos. Tengo una forma
de aterrizar sin problemas. No, guarda el teléfono por ahora.
Ella sabía porque. Apuntando hacia arriba en la parte superior del acantilado,
preguntó.
—¿Aquí estamos en peligro?

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—No. Esos hombres no sabían que estábamos en la tumba. Con certeza no nos
vieron escapar.
—Sabía que la leyenda era exagerada –dijo ella con satisfacción.
Él se volvió a mirarla.
—¿Qué leyenda?
—Te diré cuando estemos fuera de esta isla.
Sus ojos se estrecharon. Él comenzó a hablar. Cambiando su pensamiento. Habló de
todos modos.
—¿Qué es lo que sostienes?
Ella apostaría que eso no era lo que había estado a punto de decir. Miró hacia su
mano. Agarraba una pieza sucia de metal oxidado de más o menos ocho pulgadas de largo
y estrecho como una espada.
—No lo sé. El cuchillo de algún rey. Es como si me hubiera encontrado mientras me
estabas halando fuera.
—Guárdalo. Lo examinaremos más tarde.
Ella abrió la cremallera del bolsillo de su mochila, en uno de los bolsillos para el
agua que nunca llevaba, y lo guardo dentro. Rurik la miró, y la decepción de su boca se
convirtió en una delgada línea.
—Ese cuchillo puede ser lo único que halla quedado de la excavación.
—Lo siento –puso la mano sobre su brazo—. Se lo que significaba esa tumba para ti.
Él considero su mano. Miró a ella. Y sus ojos eran salvajes. Casi… aterradores, con
una llama roja en el interior. Capturando su aliento. Quito su mano enseguida.
—Mientras estés viva, la tumba no es nada.
Ella había esperado que se pegara contra ella, que la agarrara, la besara. No que
dijera eso. Y en un tono grave dijo.
—Eh estado en peligro antes.
—No como este. No por mí.
El podía ser tan irritante—poderoso, y seductor. Hacia que pusiera todas sus
defensas en alto, la hacía sentir a salvo del mundo—y en peligro con él. Si ella cediera ante
él, confiara en él, creyera en él, sería la tonta más grande en la historia del mundo.
Mantuvo su voz enérgica y sin bienvenida.
—Te das demasiado crédito. Me temo que soy yo quien te puso en peligro.
Al principio comenzó a negarlo. Luego se rió en silencio.
—Sí. Tú puedes hacer enfurecer a un santo. Pero no importa a quien se culpe por
esto, voy a hacer todo lo que este en mi poder para mantenerte viva. –se puso de pie y
extendió su mano.
Ella lo dejo ponerla de pie.
Deslizando su brazo alrededor de su cintura, la acerco hacia él e inclinó la frente
contra la suya.
—No puedo predecir el futuro, pero sé que esto acaba de empezar.

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Sus pestañas estaban granuladas con tierra, pero sus ojos castaños estaban oscuros,
tranquilos y pensativos—y no hablaba de la tumba o la explosión; hablaba de ellos.
Miedo. Rurik daba miedo cuando estaba así.
No físicamente miedo. Nunca pensó que él pudiera hacerle daño. Pero, implacable
miedo.
La quería a ella, y tenía intención de tenerla. Tal vez podría explicarle porque era
imposible. Tal vez le confesara su pasado, y le explicara el peligro de estar con ella, y
espantarlo.
Pero Rurik no parecía asustarse fácilmente y si hablaba de los fantasmas que la
atormentaban—él sabría. Conocería que la fachada de reportera valiente era una farsa, que
era una niña asustada que temblaba en la noche. Él brillaría con luz en las oscuras esquinas
de su alma, y ella sería obligada a hacerle frente a los recuerdos y sus miedos.
Entonces… ¿Qué pasa si odiaba lo que veía? ¿Qué pasaría si él se reía y le dijera que
creciera? ¿Qué pasaría si utilizaba sus miedos para manipularla?
¿Qué pasaría si él se alejaba?
No, sabía que era mejor mantenerlo a distancia.
¿Cómo va esto, Tasya?
No muy bien, ya que él me sostenía contra su cuerpo y observaba mis ojos como si entendiera,
el largo camino.
Moviéndose con deliberada lentitud, se desenredo de él.
—Mira, necesito que regresemos a los periodistas y los arqueólogos para subir las
fotos que tomé ayer y hoy, y enviarlos a mi jefe en la National Antiquities. No estoy
demasiado feliz sobre llevar conmigo el único verdadero registro de tus conclusiones, y
ellos estarán seguros en el ordenador de la revista.
Rurik mantuvo el agarre de su mano cuando ella dio un paso lejos. Posiblemente
porque en la roca donde estaban tenía solo tres pies de ancho. Tal vez porque no quería
dejarla ir.
—Escuché a los tipos que explotaron la tumba. Alguien de allí atrás quiere la
información borrada. Están bien financiados, son hombres desesperados, posiblemente
ecos terroristas, y como testigos, tenemos que mentir un poco y no ser reconocidos hasta
que podamos hablar con las autoridades.
Entonces ella casi le dice. Hubiera sido tan fácil darle una explicación de quienes
eran aquellos hombres, y la verdadera razón del por qué ellos habían puesto esos
explosivos.
Pero entonces habría que decirle a Rurik lo que ella había sido hasta ahora, y que
había puesto a él y a su amada excavación, en peligro.
Ella esperaba sobre el borde de la plataforma.
Se trataba de un largo descenso hacía el océano.
Le diría a él después.

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Capítulo 7

Rurik mantuvo un ojo en Tasya cuando subía ella el precipicio detrás de él.
No era una mentirosa. No tenía miedo a las alturas. No le tenía miedo a lo que
pudiera ver—excepto a la oscuridad.
Él amararía saber por qué, pero ahora no era el momento. Ahora ellos tenían que
corre. Correr lejos y rápido, proteger esas fotos de las talladuras de la pared, estudiarlas, y
quizá, encuentre una manera de no sólo salvar la vida de su padre, sino también su alma.
–Esta es la situación –Rurik alcanzó la cima del precipicio. Se arrojó en el suelo de
tierra, y se arrastró lejos de la orilla–. Tenemos que bajar de esta isla sin marcados, y yo me
he preparado para tal eventualidad.
Sobre un precipicio de cien pies por encima del océano, Tasya dejo de subir. Ella
ignoró su mano, mientras se movía para agarrarse, y lo miraba como si estuviera chiflado.
Él no le dio oportunidad de preguntar.
–Tengo escondido material de supervivencia, no lejos de aquí.
–Seguro que lo tienes –Tasya terminó su subida, y se arrojó sobre la plana tierra,
también.
Habían recorrido un largo camino en el túnel, y ahora un levantamiento los ocultó
de la cueva de Clovus. La isla desnuda, sin árboles les dejaba poca cobertura en el camino;
él tendría que usar los contornos de la tierra para dejarlos fuera de la vista.
No es que nada de eso importara. Si los Varinskis vinieran en busca de ellos, que se
encontraran. Él los conocía por su reputación. Los reconocía en su sangre.
Desde el día que nació, su padre lo había entrenado para esperar problemas, lo
preparo para ellos, le enseño a caminar inadvertidamente y oír cada sonido.
Kostantine había entrenado a sus hijos—y a su hija—para la inevitable aparición de
los Varinskis. Rurik no estaba sorprendido porque hubieran llegado ahora; sólo estaba
sorprendido de que les hubiera tomado tanto tiempo en encontrarlos.
–Nunca nadie nos descubrió –Tasya sacudió su ropa y pasó sus dedos a través de su
pelo. La suciedad llovió por todas partes–. Somos parte de la tierra.
Él se maravillo con su ingenuidad.
Ella lo miro y él la atrapo mirándole.
–¿Qué?¿Por qué me miras así?
–Vamos –él le señaló a Tasya fuera de la tumba, llevándola rápidamente fuera por la
Isla de Roi, esperando que pudieran escapar antes de que fueran descubiertos. ¿Quizá
podría comandar forzosamente un bote? ¿O la barca?
–He estado pensando sobre cómo bajar de la isla –ella siguió de cerca sus talones–.
Mi ultraligero está aquí.
–¿Un ultraligero? –él se detuvo tan de repente que ella casi choca con él, y se giró
para enfrentarla–. ¿Qué quieres decir con un ultraligero?

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–¿Tú sabes–pequeño avión de ala fija–diseñado para volar cortas distancias a lenta
velocidad?
–Sé lo que es un ultraligero –dijo él con irritación–, ¿Por qué esta aquí?
–Me gusta volar. Es hermoso aquí, y los cielos están despejados –ella lo miraba de
lado.
No quería que él mirara en sus ojos.
–¿Por qué no?
–¿Cuándo lo trajiste aquí?
–Mientras te ibas.
–¿Cuándo comenzaste a volar?
–Tomé lecciones la última vez que estuve en los Estados Unidos.
Lecciones. Cuando estuvo en los Estados Unidos.
–¿Por qué ahora?
–¿Por qué esperar?
–¿Dónde aterrizaste? –un ultraligero. Esas condenadas cosas eran notoriamente
inestables. Una persona podría matarse…

–Tengo el avión –grito él cuando agarró los controles.


Frente a una severa cara montañosa.
El proyectil casi sobre ellos.
Condujo el avión de lado.
No iban a lograrlo…

–Hay mucha tierra llana aquí para usar como pista de aterrizaje –estaba molesta.
Bien.
–De nuevo –¿por qué trajiste un ultraligero a Escocia?
–¿Por qué el interrogatorio? –estallo ella–. ¿Qué tiene de malo haber traído un
ultraligero? Muchas personas los disfrutan. Tú sabes, ¡pasatiempo y posesiones!
Un pasatiempo. Ella pensaba que volar era un pasatiempo.
–Las personas disfrutan de sus ultraligeros cuando están en sus casas. ¿Pero en una
isla al Norte del Atlántico?
¿Dónde se va de visita solo de vez en cuando? ¿Dónde las corrientes de los vientos
eran traicioneras y una buena tormenta en el océano empujaría ese ultraligero hasta la
deriva?

Rurik piloteaba el avión de un lado para otro.


No iban a lograrlo…

Respiró profundamente, intentando alejar los recuerdos.


–Es muy conveniente que lo trajeras cuando tenemos problemas. Yo no confío en lo
conveniente.

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–Correcto. Quizá sospeché que habría problemas debido al libro que escribí sobre la
familia Varinski y específicamente de los gemelos Varinskis.
Los Varinskis.
Se olvidó del avión. Se olvidó del ultraligero.
Los Varinskis.
Se sentía exactamente como cuando el túnel se había derrumbado. Aturdido,
jadeante, incapaz para asimilar la magnitud del desastre.
Ella estaba de pie y lo miraba, boquiabierta.
–Grandes dientes.
Cerró de golpe la mandíbula.
–Dame más información.
–Mi publicista me ha preparado una entrevista en GMA 2 en cuanto pusiera mis
manos en alguna prueba de la leyenda. Estoy segura que ellos utilizaran lo de la explosión
en la tumba mientras exploraba lo que pondrá la historia en primera página.
–Estoy bastante seguro de que tienes razón. Dime todo sobre eso cuando estemos
fuera de la isla –agarrando su brazo, él marchó hacia el escondite.
–Además, tienes el arte de la supervivencia escondida en la isla. Eso es conveniente,
también –jadeaba, pero no aminoro el paso.
–Mi padre enseño a sus hijos a siempre anticiparnos a cualquier amenaza, luego de
agradecer de que el peligro no se mantuviera en su fea cabeza.
–¿Tu papá es un superviviente?
–Se podría decir eso.
–¿Es por lo qué vives en las montañas en Washington? Siempre oí que ellas estaban
llenas de… –ella misma atrapada en el acto.
–¿Casos de cabeza? Sé muchos de ellos –sabía mucho de los Varinskis, demasiado—
sólo su apellido era Wilder.
Parecía afligida por haber preguntado.
–Pero actualmente, mis padres se movieron a Washington para evitar a sus familias.
Las familias que no querían que se casaran, por lo que huyeron lejos –no le digas la verdad a
Tasya. Al menos no toda—, una partida de amor.
–Con seguridad, ellos son la razón para creer en el amor –ahora parecía que Tasya
quisiera salir corriendo a toda velocidad. Sí, cariño, Yo puedo hablar sobre el amor, y eso te
asusta de muerte… y voy a averiguar por qué.
Alcanzaron a llegar al comienzo del arroyo que corría por la isla.
Los antiguos habían venerado también aquí, amontonando las piedras alrededor de
la primavera, plantando un solo árbol. Y estaba muerto ahora, salvo una rama, torcida por
los vientos que constantemente soplaban hacia el océano.
Rurik se despojó de sus botas y cinturón.
–¿Qué sobre tus padres? ¿Dijiste que ellos estaban muertos, pero eran una partida
de amor?

2
NT "Good Morning America Noticias.

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–No pienso eso. Pienso que era un matrimonio arreglado –mantuvo su boca cerrada.
–¿Un matrimonio arreglado? ¿En estos tiempos? –tomando su muerto teléfono
celular del bolsillo, lo dejó caer en una bota–. Ellos no nacieron en los Estados Unidos –
Tasya realmente mantenía la información privada. Por suerte para él, estaba entretenido–
—. ¿Pero se amaron? –camino hacia el arroyo.
–No lo recuerdo. Murieron hace mucho tiempo –lo miró, frunciendo el entrecejo.
Sin vacilación, él se reclinó. En el claro, el agua fría fluyó sobre él, mientras se
despojaba de la suciedad que había trabajado a su manera en cada grieta. Limpió su olor,
también—por si la escuadrilla de bomba Varinskis fuera bastante inteligente para
buscarlos, no los rastrearían fácilmente.
Cuando salió del agua, sacudió su cabeza como un perro, rociando agua por todas
partes.
–¿Para qué hiciste eso? –Tasya preguntó en un tono que claramente le dijo que ya
había preguntado varias veces.
Él la miro.
–La pregunta no es ¿para qué hice eso? Es, ¿por qué no lo estas haciendo? –él estaba
de pie y salio, mientras limpiaba el agua de su cara, exprimiendo lo peor de su ropa.
Ella observo el cielo.
La línea delgada de color gris le había dado alcance al azul, y el sol se marchitó. La
brisa dio de puntapiés, no tenían mucho tiempo antes de que la tormenta de verano
escocés les robara el calor.
Arrodillándose, empujó su mano en el agua, e hizo una mueca por el frío. Lo miro
de nuevo.
Él se refirió a si mismo.
–Limpio.
Ella se quito sus botas y cinturón, y con gran cuidado puso su mochila al lado.
–Muy bien –y tomando una respiración profunda, se sumergió.
Estaba exactamente como él. Ella probablemente rasgó fuera de sus vendas en un
rápido tirón, también.
Mientras ella se retorcía en el arroyo como un salmón encallado, él alzó dos piedras
cuidadosamente equilibradas del monumento primitivo y recuperó su equipo de
supervivencia.
Tasya no era la única con una mochila que podría durar más de una explosión
nuclear. Tenía un cambio de calcetines allí. Un pasaporte que lo identificaba como John
Telford, y uno que lo identificaba como Cary Gilroy. Una linterna. Una brújula. Un espejo
de señal. Cerillas en un cilindro impermeable. Sedal. Botiquín. Pastillas de yodo. Raciones
deshidratadas por congelación. Manta especial. Tres cuchillos, una pequeña pistola y
municiones, gafas de sol, un sombrero—una navaja de afeitar. Espero hasta que Tasya salió
del agua, que titiritaba de frío.
–Pareces bien.

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La suciedad se había lavado río abajo, dejando humedad en la pálida piel y
vibrantemente rosada. Su pelo corto, rizado y negro aparecía en todas direcciones, y… oh,
maldita sea, podía ver sus pezones a través de su camisa.
No quiso ver ahora mismo el contorno de sus pezones. No quería pensar en sus
pechos, o la curva de su cintura, o su pequeño clítoris, o la manera que le hizo sentirse
cuando se apretó a él y gimió y vino…
Estaban atrapados en una isla escocesa. Necesitaban salir antes de que sus primos
los alcanzaran. La mejor forma de salir en el ultraligero que Tasya había traído por alguna
razón nefaria.
Y él había jurado nunca volver a volar. No así. No con el viento en la cara. La
muertes había estado muy cerca el día de hoy; el hundimiento había cerrado sus ojos y
oídos, la tierra había pasado demasiado, y durante unos minutos horrorizados, había
pensado que ellos tendrían su último respiro. Él había pensado que los Varinskis habían
ganado.
Entonces había luchado por salir y estar de pies sobre la repisa, la suciedad cayó en
cascadas frente a é—y el maldito túnel se había derrumbado detrás del él.
Había tenido que regresar, en el aire de la oscuridad para rescatar a Tasya…o morir
con ella.
Él había servido como partera y había tirado de ella liberándola, y ahora, le gustara
o no, la fuerza de ese augurio los unió. Tonta mujer. Ella no entendía. Pero él caminaba por
la leyenda todos los días, y vivía con la prueba del mal. En la profecía de su madre, había
visto la evidencia de Dios.
Ahora con el hedor frío de la muerte todavía en sus fosas nasales, dos grandes
necesidades rasgaron dentro de él… querer volar, quererla a ella. Ambas necesidades
calentaron su sangre, y toda el agua fría del mundo no podrían lavarlas lejos.
Y Tasya ofrecía mientras negaba el otro. Ella no entendía… nada.
Empujó la navaja de afeitar a ella.
–Afeita mi cabeza.
–Afeitarte...
–No hay ningún modo más rápido de cambiar de imagen. Tengo que ser
irreconocible.
Ella sonrió abiertamente, y pasó a su mejor imitación del Medio Oeste.
–Yo no sé como destrozarte, chico grande, pero un tipo que mide seis pies y cuarto
es reconocible en todas partes.
Él no le devolvió la sonrisa.
–El oro en el sitio es una gran noticia. La explosión es una noticia aun más grande, y
el personal de noticias estará aquí para cubrirlo. Nuestra desaparición llevará a la
especulación—primero, el que estemos enterrados en la tumba, y luego que nuestros
cuerpos no sean encontrados—que fuimos nosotros quienes pusimos las cargas.
Ella pestañeó, asustada.
–Esto apesta.

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–Sí. Pero es la realidad. Si quieres ponerte a segura en alguna parte y sacar esas
fotografías, afeita mi cabeza.
Ella se puso seria.
–Todo el mundo va a mirarte.
–Cariño, todos esperan que los tipos grandes parezcan duros, y siendo el más
mezquino, al menos nadie querrá mirarme directamente, o hablar sobre mí, o pensar sobre
mí.
–Sí –ella miró fijamente su pelo castaño, oscuro y mojado, y luego la navaja de
afeitar en su mano.
Durante la noche que habían pasado juntos, ella había tocado su pelo, una y otra vez,
recorriendo sus dedos a lo largo de su cuero cabelludo, acariciando las hebras de su cabello.
En sus ojos, él vio los recuerdos.
Con seguridad, ella no quería afeitar su cabeza. Pero dio una mueca, y señalo la
tierra.
Se sentó, con las piernas cruzadas delante de ella, y tuvo el cuidado de no retroceder
cuando ella deslizo la navaja de afeitar cuidadosamente a lo largo de su cuero cabelludo.
–¿Qué vamos a hacer conmigo? –la navaja de afeitar era nueva y afilada, pero solo
con agua podía facilitar el paso de ella, al ras de la piel.
–Tú vas a usar mi sombrero y gafas, y en cuanto podamos encontrar ropa diferente,
tendrás que cambiar tu estilo.
–¿Siempre piensas tan rápido? –ella estaba cogiendo la forma, razón por lo que la
navaja se deslizaba más fácilmente.
–Es parte de mi entrenamiento.
–Entrenado por la fuerza aérea, eso significa.
Bueno. Lo había investigado. Pero no había ningún camino para que ella investigara
a su familia. Kostantine tenía bien cubiertas sus huellas, ningún reportero podría rastrear
sus antecedentes.
–En la Fuerza Aérea me enseñaron un poco, pero sobre todo fue mi padre. Un
sobreviviente ¿recuerdas?
Ella levanto la navaja de afeitar de su cabeza.
–¿Te estas burlando de mi?
Él la miro estoicamente
–No.
–Inteligente. Ya te afeite. No querría resbalarme y cortarte.
Por primera vez desde la llegada de ayer a la isla, él sonrió abiertamente y se relajó.
Ellos oscilaban al borde del desastre, y ella lo amenazó.
No porque ella no comprendiera el peligro—lo hacía definitivamente—sino porque
no importaba la circunstancia del caso, ella no tomaba una mierda de alguien.
Despertaba su cuerpo hasta la locura, sí, pero incluso si ella no lo hiciese, todavía la
adoraría.

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–No te preocupes por afeitarme. O cortarme. Sano rápidamente –muy rápidamente–.
Háblame del ultraligero porque la maldita cosa era lo mejor, lo más rápido para salir de la
isla —y él podría poder escaparse a menos que lo detectaran, ¿pero los dos?
No. Ella tenía razón. Tendrían que volar.
–Es de dos plazas, un poco más pesado que lo normal. Puedo conseguir el principal.
Él rompió un juramento que había hecho cuando había mirado fijamente el cuerpo
torturado y mutilado de Jedi. El joven piloto más brillante que nunca había visto volar
con… frotó su pecho, el lugar más triste de su corazón.
Pero quizá no era tan malo. Cada día ansiaba volar, y si se refrenaba de tomar los
mandos, si él se detuviera del éxtasis de ser el piloto, quizás todavía abrazaría su voto.
–Allí –ella sacudió el pelo suelto fuera de sus hombros, estaba de pie detrás, y lo
inspecciono—. Hice un buen trabajo, a pesar de que pareces… –buscaba ella en su mente.
–¿Una cabeza de polla? –él paso sus manos sobre el cuero cabelludo, mientras hacía
una mueca de dolor a las cortaduras, pero complacido de encontrarlo liso.
–Bien… sí –ella tembló cuando el viento se levanto.
Lejos en la distancia, él oyó el rugido de un avión. Echó un vistazo; esto era un
hidroavión, que aterrizaba en el océano, cargado de reporteros, curiosos o la policía. Sí, el
reporte de la explosión había salido.
–Prepárate para irnos –él se puso sus calcetines secos, cargo su mochila, se puso el
cinturón.
Ella hizo lo mismo.
–Después de aterrizar, tendremos que caminar un poco para alquilar un coche…
–No. Encontré afuera una pensión. De camino. Nos quedaremos allí esta noche.
–Pero si conducimos toda la noche, podemos llegar a Aberdeen antes de la
mañana…
–No queremos conducir de noche. No necesitamos linternas y serpentear en curvas,
el camino de noche en Escocia, es más oscuro que el de clubes ahí afuera, todos, yendo a
cazarnos, y el primer tipo que nos encuentre, nos matará o nos entrevistará repetidamente
–cuando ella iba a objetar, él le ofreció su mano—. Tú sácanos de la isla. Consigue que
salgamos vivos de Escocia.
Ella miraba su palma, con clara renuencia en su cara.
No quería estar con él más tiempo del requerido. Todavía sabía que él tenía razón…
–Yo sostendré esto –ella intentó hacer esto como trato comercial. Intento agitar su
mano.
En cambio, él la capturo, abrió sus dedos, mirando fijamente su palma. A la piel
pálida, sensible y las líneas experimentadas y al destino allí tallado.
–¿Te das cuenta de lo que sucedió hoy?
–¿Qué? –lo miro sospechosamente.
–Tú y yo hemos renacido de la Madre Tierra, mientras arañábamos la manera de
salir del canal del nacimiento y entrar a la precaria vida –Rurik miró abajo fijamente a ella.
–Juntos.

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Él podía ver el casi comienzo de las protestas de Tasya.
–¿Qué significa eso?
–No lo sé, pero últimamente he aprendido una cosa… los presagios no son para ser
ignorados –tiernamente, él atrajo su palma a sus labios, y besó la almohadilla bajo su dedo
pulgar–. Sospecho que, bastante pronto, averiguaremos lo que significa.

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Capítulo 8

Tasya esperó hasta que ellos estuvieron en el aire y sobre el océano antes de volver a
llamar.
—Tú nunca volaste de nuevo.
Rurik no contestó. Se sentó detrás de ella directamente en el pequeño asiento, su
cuerpo caliente contra su columna vertebral. Durante el vuelo preliminar y despegue, él
había estado tenso y poco conversador, y ella recordó claramente que su investigación se
había vuelto a la renuncia de Rurik de la fuerza aérea tras la muerte accidental de su
copiloto.
Ella no había podido conseguir más información que esa; sus preguntas habían
hecho que la fuerza aérea se mantuviera firme y sospechara, por lo que ella había dejado el
asunto. Ella no podría permitirse el lujo de hacerlos enfadar; una mujer que viajaba por el
mundo tomando fotos nunca sabía cuándo podría necesitar la ayuda militar.
Pero obviamente Rurik había sufrido algún trauma, excepto cuando tomaba las
aerolíneas comerciales, él no había vuelto a volar desde entonces.
El motor—pequeño, compacto—zumbó ruidosamente, pero el sonido de la brisa se
escuchaba lejos. Su peso hizo que el manejar el ultraligero fuera diferente. Su silencio la
hizo querer ayudarle a relajarse. Ella charló.
—Mi instructor me dijo que tengo un verdadero sentido para el vuelo. No sé si él me
contó puras tonterías, pero yo amo esto. Amo el viento en mi cabello. A amo el
sentimiento de libertad—ninguna respuesta—. Cuando yo estoy a aquí, deseo poder hacer
esto para siempre. Deseo poder subir a las nubes, y rozar la cima de los árboles. Pero no lo
haré—se rió entre dientes—. ¿Yo te estoy poniendo nervioso?
Ninguna respuesta.
—¿Se siente como cuando tu volabas?
Todavía ninguna respuesta.
Ella no sabía si él estaba aterrorizado o se había tomado una siesta. En cuanto ellos
estuvieron sobre el continente y los vientos se estabilizaron bastante como para echar un
vistazo lejos, ella torció alrededor y lo miró.
Sus ojos estaban cerrados.
Pero él no tenía miedo.
Tampoco estaba dormido.
Él tenía una expresión de júbilo al contrario de cualquiera que ella hubiera visto...
excepto una vez, cuando ella lo había sostenido en sus brazos, en su cuerpo, y le había
sentido estremecerse en el éxtasis. Ella miró al frente de nuevo, y se preguntó cuál podría
ser la historia detrás del vuelo—y desesperadamente lamentaba preocuparse por ello.

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Capítulo 9

Rurik se encontraba sobre la alfombra en la entrada de la pequeña pensión. Estaba


goteando por la lluvia que había estado cayéndole durante las últimas cuatro horas, y
Señora Reddenhurst no le permitiría caminar más lejos, a la calidez del cuarto. En lugar de
eso, estaba de pie con sus manos en sus amplias caderas, y con impaciencia le escuchó
implorar:
—Por favor, mi esposa y yo necesitamos un cuarto—limpió su cara con la toalla de
la cocina que ella le dio—. Decidimos hacer una caminata por las Regiones montañosas
para nuestra luna de miel. Porque ambos tenemos, usted sabe, ascendencia escocesa. Y
Braveheart nos gustó especialmente. Se supone que nosotros nos quedaríamos esta noche
en el pueblo de Cameron, pero entonces la lluvia empezó a caer…
—Una pequeña llovizna—la señora Reddenhurst era alta, robusta, y rápida, con un
acento fuerte—. Eso es lo que tenemos aquí.
—Sí, seguro que lo es. Trajimos impermeables—levantó el borde de su poncho y le
mostró el nylon impermeable de camuflaje—. Pero tomamos la curva incorrecta. Tenemos
frío y hambre. Por favor, por favor, si usted tiene cualquier compasión en su corazón—ese
lugar era perfecto. Pequeño, apartado, una casa privada que satisfacía los turistas, pero no
conocido.
—Sr. Telford, ya se lo dije. Nosotros no tenemos espacio disponible.
—Un armario. Un ático. En cualquier parte donde podamos acostarnos durante la
noche. Nos iremos a primera hora de la mañana—gesticuló afuera de la puerta—. Le
prometí a Jennifer que vendría primero a conseguir un cuarto. Por favor. Nosotros
estamos recién casados y no quiero que ella comprenda...—movió inquieto sus pies—. Ella
piensa que soy capaz de hacer algo y yo deseo...—tomó la mano enrojecida de la Señora
Reddenhurst, pareciendo motivado y lastimoso—. Por favor, no lo estropee ahora.
La tenía. La Señora Reddenhurst suspiró fuerte, pero dijo:
—Me recuerdas mi marido. Un hombre grande con más pelo que inteligencia—
desprendiéndose de su agarrre, ella limpió su mano en su delantal—. Todo lo que yo tengo
es el ático.
—Nosotros lo tomaremos.
—Lo llamo la suite nupcial.
—¡Qué perfecto!
—Lo llamo así porque la cama es horrible, y los dos rodarán al medio.
—Oh. Eso es incluso mejor—nunca había hablado con más sinceridad en su vida.
—Tendréis que compartir mi baño. Eso está escaleras abajo desde el ático, primera
puerta a la izquierda.
—Aquí es mi tarjeta de crédito—sacó su cartera de la mochila. Cuando el cargo
pasase por la cuenta de Telford, Jasha lo notaría en seguida. Era una manera más

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inteligente y más segura que una llamada telefónica celular para permitir a la familia saber
que él estaba vivo y seguro.
—Tendrás que sobrevivir con un bistec y huevos para la cena. No tengo ni salmón
ni cordero para vosotros.
—Cualquier cosa que usted haga estará bien—era verdad, y él estaba hambriento—.
¿Necesita ver mi documento de identidad?
—No voy a atenderos—agitó su dedo hacia él—. Tendréis que valeros por vosotros
mismos.
—Podemos hacerlo.
—¿Cuándo va a llegar tu esposa?—la señora Reddenhurst asomó la cabeza fuera la
puerta en la llovizna.
—La deje casi una milla atrás. Correré a buscarla y la traeré—hizo su mejor
imitación de un tímido americano—. No hemos visto nada aparte de ovejas en todo el día,
y ella se avergüenza por la forma en que se ve. Así que si no le importa, lo dejaremos en
decir hola y subiremos directos al ático.
—Estoy preparando la cena, por lo dejaré que vayan al ático y se limpien—
obviamente, nunca se le ocurrió a la señora Reddenhurst que él podría estar mintiendo.
—¿Los otros huéspedes no están aquí?—se asomó a lo largo del corredor detrás de
ella. Había amplias puertas a ambos lados—salas públicas de algún tipo, supuso.
—Un joven en su habitación, cambiándose para la cena. El otro fue al lago
MacIlvernock. ¡Los americanos son siempre tan enérgicos!—sacudió la cabeza como si ella
no los entendiera.
Rurik y Tasya habían llegado precisamente en el momento adecuado.
Cuando él salió fuera, lo llamó.
—Tendréis que comer en la cocina.
Él agitó su mano hacia ella, esperó hasta que estuviera fuera de vista, entonces
caminó hacia el cobertizo en el patio, y encontró Tasya, quien estaba de pie bajo la
pendiente, sus brazos cruzados, sus labios azules.
Su ropa había estado húmeda mientras ellos habían volado sobre el mar, y cada vez
que pudieron aterrizar en suelo llano, ella había estado temblando. Los dos habían
comenzado a atravesar los caminos que iban hacia el Bed and Breakfast 3, y en menos de
una hora, la lluvia había comenzado a caer. Ambos se habían puesto sus impermeables,
pero mientras Rurik se calentaba debido al esfuerzo, Tasya no podía sacudirse el
enfriamiento. Siendo ella, se quejó calurosamente, indicando que ellos podrían haber
alcanzado la ciudad y el centro de alquiler de coches en una hora, pero ella caminó
trabajosamente tras él. Ella había prometido confiar en él, y no rompería su promesa
debido a un mal tiempo.
—Ven. Podemos subir directos al cuarto, así que intentemos evitar el ser
descubiertos—tomó su mano, y por una vez, ella estaba demasiado cansada y fría para
luchar con él.

3
Bed and Breakfast (B&B): Alojamiento y desayuno.

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Corrieron por la casa hacia los escalones de la segunda planta. Localizó la puerta al
ático, y cuando lo abrió, una corriente de aire frío bajó por la escalera estrecha—. Los
escoceses y su obsesión con el aire fresco podrían ser la causa de nuestra muerte—dijo él.
Tasya se estremeció.
—Yo voy al baño, me tomo una ducha y me cambio, y veré lo que puedo hacer para
parecer diferente—asió su mochila e intentó sonreír—. Afeitarme la cabeza puede ser lo
mejor para mí.
Él quiso prohibirle que lo hiciera. Pero al examinar sus ojos, vio la mezcla de
travesura y desafío, e hizo lo que él tan bien sabía, y en lo que ella era pésima—él aceptó su
batalla. Tan ligeramente como cualquier marido, dijo:
—Queremos cambiar tu apariencia, no hacerte parecer un sospechoso terrorista.
Tasya parecía cabizbaja porque él hubiera rechazado su desafío.
—Espero que la propietaria tenga algún maquillaje o algún producto de pelo que yo
puedo usar furtivamente—se dirigió hacia el baño.
—Sí, yo también—murmuró. Revocando la imagen de la señora Reddenhurst, el
pelo gris herrumbroso y la boca delgada, él no apostaría por ello.
Tasya, con la piel pálida, clara, ojos azules eléctricos, y ese pelo negro como el hollín,
ella estaba demasiado reconocible—y demasiada atractiva para él.
Bajó los escalones y miró alrededor—y si Tasya hubiera visto su mala sonrisa, habría
corrido a toda velocidad en dirección opuesta y no pararía hasta llegar a la frontera inglesa.
¿Cuántas semanas habían pasado desde que la había reclamado? ¿Cuántas semanas
se había estado despertando cada noche en una furia rugiente por ella, y había pasado cada
día preparándose en una lujuria roja?
Ahora Rurik y Tasya pasarían la noche en una Bed and Brakfast en medio de
ninguna parte, en el frío, diminuto ático, juntos en una cama de matrimonio alzada con
edredones, con un colchón que se hundía al medio. Tasya Hunnicutt estaba en un
problema—y ella aún no lo sabía.

Tasya estaba en un problema, y lo sabía. Se apoyó contra el lavamanos de porcelana


blanco cortado y se miró fijamente en el espejo, sus ojos oscuros y redondos.
Esa mañana, la determinación de Rurik por quedarse a un Bed and Brakfast tenía
sentido. Pero entonces, esa mañana, ella casi se había colapsado y explotado. Esa mañana
había sido un milagro de la vida. Esa mañana, ella se había sentido como si pudiera
manejar cualquier cosa, incluso a Rurik con su humor más despiadado. Ahora ella había
estado fría durante horas, estaba hambrienta, y tenía que jugar al papel de una novia... de
Frankenstein.
De acuerdo, Rurik no se parecía a Frankenstein, pero era bastante grande como para
ser el monstruo. De hecho, la primera vez que ellos habían hecho el amor y él había
empujado dentro de ella, se lo había pensado dos veces.

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Esa noche, si ella hubiera estado pensando, su reacción a su jadeo de pánico la
habría asustado más que su tamaño. Ellos habían yacido en la cama, totalmente desnudos,
y en un momento cuando la mayoría de los tipos habrían ido adelante a toda costa, él había
notado su aprehensión. Él se había detenido, realmente se detuvo. Se había tomado un
momento, ajustó sus piernas, besó sus labios, barrió las yemas de sus dedos por sus
pezones, entonces bajó por su vientre... Cuando se trataba de deducir lo que necesitaba una
mujer, él era el amo. Cuando él tocó su clit. . . bien, cuando ella había terminado de
correrse, él estaba aún dentro de ella y enseñándole el significado de múltiple orgasmo.
Era grande, él era determinado, él era cruel, y él la quería. Oh, y, Tasya, no nos
olvidemos que él está cabreado porque lo abandonaste.
Lo abandonó porque había dado demasiado de ella, y Tasya Hunnicutt nunca hacía
eso.
Peor, ella lo quería tanto que cuando él se acercaba, supiera o no que estaba allí,
cada nervio se ponía en alerta y sus bajos niveles de adrenalina se disparaban.
Abrió el grifo y salpicó un poco de agua fría sobre su cara. Tomando la toalla para
las manos, se secó la cara, y se miró otra vez. Todavía se veía como un infierno. Porque ella
tenía que decirle pronto la verdad. Bien, no toda la verdad. Ella nunca le dijo toda la
verdad a alguien.
Pero bastante verdad para hacerlo comprender que la responsabilidad de la
explosión descansaba sobre sus hombros, y que si él fuera elegante, alejaría el infierno de
ella. Levantó su barbilla. Probablemente se mataría antes de que eso terminara, pero si
tenía éxito en la adquisición de la maldita información sobre los Varinski, la justicia tendría
que ser servida; en Sereminia, Yerik y Fdoror Varinski serían condenados por crimen
organizado y asesinato, y ejecutados. Tasya podría morirse, pero lo haría con la
satisfacción de saber que los Varinski se estrellarían, sus mil años de reinado de terror
terminarían—y ella tendría su venganza. Miró hacia abajo a su mochila. Su cámara estaba
en allí. Las fotografías estaban en la memoria.
Una sensación de urgencia la instigó. ¡Si pudiera ver las evidencias que tenía…!
Miró hacia la puerta, preguntándose si la señora Reddenhurst le permitiría usar su
ordenador.
En ese momento, que tuviera las fotografías no importaba si no era capaz de salir de
Escocia. De algún modo, ella tenía que enmascararse.
Abriendo el botiquín de la Señora Reddenhurst, Tasya escarbó desesperadamente a
través de los tubos de ChapStick, el ungüento para los juanetes y uno para las hemorroides,
las lociones de mano, las pinzas, las vendas... La señora Reddenhurst debería ser la mujer
más aburrida en la historia del mundo. Entonces, atrás en la esquina del fondo, Tasya
encontró lo que quería. Miró la caja aporreada, la fecha de caducidad había vencido hacía
mucho tiempo, y comprendió—eso era perfecto. Absolutamente perfecto.
No sólo podía cambiar su aspecto, casi podría garantizar que Rurik iba a aborrecer
este cambio. Aborrecerlo, despreciarlo... y tenía que vivir con ello por el resto de su viaje.

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Rurik estaba de pie delante de la estufa de la anticuada cocina, mientras calentaba
sus espaldas, mirando a señora Reddenhurst cocinar.
Sobre la encimera, la televisión de pantalla pequeña resonó con las nuevas sesiones
de comedia de la BBC. Una olla en la estufa hacía estallar su tapa cada vez que burbujeaba.
Los platos de barro en el horno se oscurecieron al calentarse. Todo el tiempo, la Sra.
Reddenhurst habló de su marido grande y tonto en tonos de afecto y exasperación. Era
obvio que ella lo extrañaba; Rurik había obtenido de su conversación que la pérdida de su
ingreso era la razón por la que ella había tenido que convertir su pequeña casa en una
pensión.
La señora Reddenhurst le recordó a su madre—severa por fuera, suave y dulce por
dentro. Había jurado que no iba a desvivirse por atender a sus invitados inesperados, y en
el espacio de media hora, ella había estado de acuerdo con dejarle usar su ordenador para
mirar sus “fotos de vacaciones”. Se había ofrecido a lavar y secar su ropa, y que las tendría
lista para el amanecer. Había conseguido que pudieran ir a Edimburgo con otra de las
parejas de la pensión. Lo más importante, ella había sacado los bollos de avena de esa
mañana para que tomara un bocado mientras esperaba por Tasya.
Que estaba bien, porque Tasya había estado en aquel cuarto de baño durante más de
una hora.
—A las señoras jóvenes les gusta tomarse su tiempo en el baño, especialmente
cuando tienen un joven para impresionar—se movió sobre la encimera y sacó el cordero
del horno—. Usted verá. Cuando tu señora pase por aquella entrada, te lanzarás sobre ella.
—Eso es a lo que le tengo miedo—murmuró él.
Pero realmente, ¿en qué travesura podría estar Tasya dentro del baño de la señora
Reddenhurst?
Ésta alzó la vista mientras servía los platos y dijo:
—Aquí está jovencita.
Rurik miró hacia la puerta—y se quedó doblemente horrorizado.
De alguna manera, Tasya había conseguido peróxido y ahora las puntas de sus
cabellos eran de color blanco brillante. Como si eso no fuera suficiente, había encontrado
gomina y eliminado el rizo de su cabello. Pinchos pegados en cada dirección. Ella parecía
un miedoso y envejecido puercoespín.
Él iba a matarla.
Dio un paso en su dirección—y casi chocó contra la señora Reddenhurst mientras
iba de aquí para allá, preparando la mesa.
—¡Qué cosa más bonita!—lo miró con desaprobación—. Yo no sabía que tenías a
una niña como novia, señor Telford.
Oh, Dios. Señora Reddenhurst tenía razón. El pelo de Tasya la hacía parecer una
menor de edad.
¿Por qué?, quería decirle. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

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Pero él sabía ya la respuesta—porque había dicho que necesitaban cambiar su
apariencia, porque de alguna manera había encontrado lejía, y porque ella amaba irritarlo.
Había hecho un buen trabajo esa vez.
—Esas ropas son perfectas para una noche casual—la señora Reddenhurst aprobó
los pantalones caqui de Tasya, la camiseta suelta de color negro, y la chaqueta ajustada
también caqui—. Ven y siéntate. No seas tímida.
—Estoy tan contenta de conocerla, señora Reddenhurst—Tasya se acercó y, con una
sonrisa, extendió su mano—. Muchas gracias por hospedarnos, y espero que no seamos
demasiado problema.
Rurik no era el único que tenía el encanto en abundancia. Vio la prueba de ello
cuando la señora Reddenhurst sonreía y respondía:
—Ningún problema en absoluto.
—El señor Telford nos ha perdido, pero usted ha salvado nuestras vidas—Tasya
deslizó un brazo alrededor de la cintura de Rurik y lo abrazó con falso afecto.
Rurik abrazó su espalda, con un poco de demasiado fuerza, y la sostuvo bastante
estrechamente para ella a sintiera su ira.
—Ahora, querida, si comienzas a contarle a la Sra. Reddenhurst todas nuestras
proezas en sus hermosas montañas, alguien va a ruborizarse—en ese justo momento, el
color saltó a las mejillas de Tasya—. Creo que eres tú—se inclinó y la besó en la boca, y
como todo lo que hacía era por venganza a sus comentarios de sabelotodo, sus labios se
demoraron... y volvieron. Ella estaba caliente de la ducha, la humedad, y olía a fresco, era
un afrodisíaco en sus brazos. Sujetando su cabeza, él miró hacia abajo a su cara: sus ojos
cerrados, aquellas pestañas ridículamente largas, la manera que sus labios se ruborizaron
para conjuntar con sus mejillas. . . .
El sonido de una campana distante los volvió a la realidad.
—Creo que los demás quieren su plato principal. Eso es bueno—ya que aquí está
subiendo la temperatura—la Sra. Reddenhurst sonrió con satisfacción, tomó los platos y se
encaminó hacia el comedor diminuto, dejándolos solos.
Rurik se apoyó para besar Tasya de nuevo.
Ella puso una mano en su boca.
—Déjame ir. Estoy hambrienta.
Ella lo había exasperado hoy; la mantuvo cautiva sólo por diversión.
—Yo debería azotarte por lo que hiciste con ese pelo.
—Me dijiste que cambiara mi apariencia—tenía aquel aire arrogante sobre ella que
claramente le decía que le encantaba su reacción.
—Entonces te azotaré por diversión.
Ella casi se rió. Casi.
Nunca habría pensado que lo haría. Parecía la clase de mujer que se tomaba una
amenaza, sin importar lo profundamente relacionada con el sexo que estuviera, demasiado
en serio.
—¿Piensas que no lo haré?

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Entonces rió realmente en silencio.
—Pienso que disfrutarías demasiado.
—Yo pienso que tú lo disfrutarías, también—se apoyó atrás contra la encimera, y la
ajustó para que todas las partes de su cuerpo descansaran contra todas las de el—. Sobre
todo disfrutarías la parte donde yo sostuviera tu cara en mi regazo, y extendiera tus
piernas, y te tocara.
La risa de Tasya se marchitó.
—Bastante pronto me estarías rogando. Usarías ese tono jadeante que tienes cuando
la necesidad está controlándote.
Sus ojos azules se volvieron un gris humeante.
—Lo oí varias veces esa noche en Edimburgo—pronunció con lentitud arrastrando
las palabras—. Recuerdas esa noche, ¿verdad?
—Déjame ir—se retorció contra él.
La mejor maldita tortura que él alguna vez había sufrido.
—Esa noche, aprendí mucho sobre lo que te gusta. Es por eso que sé que después de
que te azote, podría tocarte aquí—deslizó una mano entre sus cuerpos y apretó donde lo
haría mejor—. Entonces yo resbalaría un dedo dentro de ti, y te correrías sobre mi regazo.
Ella se deshizo de su agarre.
Él le dejó, luego la acechó mientras huía hacia la mesa de la cocina.
—Cuando introduzca el segundo dedo dentro de ti, estarás tan lista, que tendré que
sujetarte con la otra mano para que no te derritas en el suelo.
—¡Detente!—lo miró con ojos atormentados.
—Oblígame—se sentó en la mesa, las palmas de sus manos sobre la superficie.
Tasya se irguió encarándolo, sus manos en puños delante de su pecho.
—Rompe a correr, Tasya—se mofó—. Para que yo pueda cazarte.
—No te daré la satisfacción.
—Oh, sí, quieres. Y te prometo que me darás exactamente la satisfacción que yo exija.
Una tos ligera les hizo a los dos dar la vuelta rápidamente para enfrentar a su
posadera.
En un tono tanto horrorizado como encantado, la Sra. Reddenhurst preguntó:
—¿Queréis vuestro filete y huevos ahora, o la ensalada primero? ¿O preferís que yo
aplace la cena un poco mientras termináis vuestra lucha arriba?

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Capítulo 10

Boris Varinski se extendió en el sillón más grande en la casa de la familia Varinski


en Ucrania, con el control en la mano, viendo las noticias de CNN por la TV de pantalla
plana de cincuenta y ocho pulgadas. El sonido resonaba. Todo alrededor de él, Varinskis
golpeando con los puños en la espalda de otros y riendo estridentemente.
Él no se reía.
Él había lo estado; cuando las noticias de la explosión en la excavación escocesa
salieron, con mucho gusto había recibido felicitaciones de sus hombres. Las recibió con
renovado respeto.
Entonces los reporteros vinieron y anunciaron que el administrador de la excavación,
Rurik Wilder, y la fotógrafo del National Antiquities, Tasya Hunnicutt, habían
desaparecido y se les creían muertos en la explosión. Habían mostrado fotos de ellos, y
enseguida, Boris supo que todo se había ido al infierno… y él era el único Varinski bastante
inteligente para saberlo. Aquel hombre en la pantalla era el cachorro de Konstantine.
Boris había pasado todo un largo día en Kiev, encerrado con Mykhailo Khmelnytsky,
un historiador respetado, mientras que Mykhailo investigaba los iconos de la familia
Varinski y donde podrían estar ahora. De vez en cuando, Boris lo había animado a
apresurarse, y con un incentivo, cortó trocitos de la punta de uno de sus dedos—su dedo
pequeño del piel. Al final, Mykhailo había llegado a identificar la tumba en Escocia como
un lugar en donde los iconos fueron ocultados.
Boris había enviado al equipo de demolición, ellos habían volado el sitio, y en la
celebración que siguió, él había tenido por unos momentos la esperanza de que había
salvado su propio culo.
Pero si el hijo de Konstantine dirigió la excavación en el mismo sitio, Boris podría
apostar que el muchacho buscaba el mismo maldito icono para el que había sido instruido
para encontrar—y no por una buena razón.
Peor, que no moría tan fácilmente como los reporteros se imaginaban, y si él tuviera
el icono en su posesión…
Boris echó un vistazo alrededor.
Al menos, el tío Iván había caído de borracho otra vez, y ahora debería estar en
algún sitio en la grande y tediosa casa, sus ojos blancos volteados a su cabeza.
El tío Iván bebió ruidosamente más vodka de lo que cualquier hígado pudiera llevar,
tratando de curar su pena, que era ser el primer Varinski ciego en mil años, y Boris con
mucho gusto le daba botellas. Por que cuando el tío Iván estaba ahogando sus penas, Boris
sabía que él estaba seguro del tío Iván y el ser que lo poseía.
Por lo que sabía del icono, él usaba el cuerpo del tío Iván para agarrar a Boris y
amenazarlo.

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Si Boris tuviera suerte, su equipo de demolición encontraría a Rurik, lo encontrarían
rápido, lo eliminarían, y tomarían el icono. Boris les daría a la muchacha. Ella sería una
recompensa para ellos, y una lección para ella.
—Denme un teléfono –dijo Boris. Nadie le presto atención. Se levanto por su propio
pie. El dolor pasando como un rayo por su cadera mala, y el dolor haciéndolo más fuerte y
beligerante—, ¡Denme un teléfono!
Abruptamente, la celebración murió. Los muchachos se pusieron de pie y lo miraron
fijamente, y miró atrás.
¡Blin! La mitad de los jóvenes eran idiotas, babeando, mirando inexpresivamente, no
entendían nada. Tenían toda la inteligencia de un chimpancé. Algunos de ellos, lo más
jóvenes, cambiaban a bestias repulsivas—comadrejas, o serpientes, o buitres.
Depredadores, pero no nobles depredadores—depredadores nobles que cazaban carroña.
Depredadores que se deslizaban o corrían o se escabullían.
Y de estos era Vadim. El propio hijo de Boris. Vadim era simpático, mezquino,
grande, y no precisamente de veinte. Desde el tiempo que él pudo gatear, había gobernado
su generación. Aquel pequeño govnosos miró a Boris como un tigre que mira a un antílope
envejecido que pronto sería derribado. Vadim miró, y él espero, satisfecho en la creencia de
que pronto Boris caería y él podría estar en sus zapatos.
Era de mierda. Seguro, después de que Konstantine lo abandonó, Boris había tenido
que luchar para ser declarado el líder del clan Varinski, pero había mantenido el poder
durante más de treinta años. Había sido él quién decidió abandonar la búsqueda de
Konstantine y su perra esposa. Había sido él que trajo a los Varinskis a la era moderna con
los dispositivos de rastreo y modernos explosivos y un sitio Web realmente bueno que
declaró su objetivo y tenía una gran logro corporativo.
Varinski… Cuándo Usted Quiere el trabajo Hecho, y Bien Terminado.
Boris había hecho esto sobre él mismo, y el lema lo dijo todo. El negocio había
aumentado con la publicidad. Los Varinski recogían oro— y era de oro. Cuando un
dictador vino y quiso dejar a alguien, pago en oro. Cuando una corporación de petrolera
quiso comenzar una pequeña guerra, ellos pagaron en oro. Y cuando Boris chantajeó al
dictador y a la compañía petrolera, para que él mantuviera la información tranquila, ellos
pagaron mucho oro.
Demonios, Boris tenía un analista en inversiones, y el tipo tenía el verdadero
incentivo para asegurarse que la inversiones fueran legitimas. Sabía que si no lo hacía,
Boris lo mataría con sus manos desnudas.
Justo cuando consiguió que toda la familia Varinski se colocara a su gusto… los
materiales pasaron. Algunos tipos se enfermaron. Varinski no se enfermó. Alguno de los
más viejos murieron en sus ochenta años. Los Varinskis vivían bien en sus cientos. Algunas
víctimas de los Varinski comenzaron a defenderse; las mujeres que habían sido violadas la
cargaron contra ellos.

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Ellos no pudieron ir muy lejos—ayudaba que los Varisnki tuvieran al sistema de
justicia en un firme hacinamiento—pero que las mujeres tuvieran tan poco respeto por las
costumbres fue de mal augurio para el futuro de las generaciones Varinski.
Yerik y Fdoro habían sido capturados y las pruebas presentadas por crimen
organizado y asesinato. ¡Algo así no había pasado antes¡
Pero esta vez, Boris no hizo nada, no presiono para no tener que ver con el gobierno
Sereminian, no ofreció ningún soborno, ninguna amenaza que hiciera a los funcionarios de
Sereminia, podría conseguir liberarlos.
El mundo y todos trazaron una conspiración para derribar a Boris.
–Aquí hay un teléfono, hermano –uno de sus hermanos, uno de los de su propia
generación, le dio un inalámbrico.
Boris miró abajo, agarrándolo con su apretón de manos, y comprendió que no podía
hablar aquí. Su agitación ya lo había traicionado demasiado.
–Voy a mi oficina.
–Tío, antes de que haga tu llamada telefónica para tratar de arreglar este lío, dame el
control remoto de la tv –Vadim holgazaneó sobre el sofá, esa sonrisa repelente, burlona.
Boris miró fijamente con los ojos abiertos a los jóvenes idiotas, a los críticos hombres
maduros, y a los viejos decrépitos. Él extendió el remoto al tío Shaman.
Vadim chasqueó sus dedos, y Shaman se lo extendió a él.
¡Su propio tío traiciono a Boris!
Traicionado y mirándolo fijamente, acusadoramente.
–¡Eh, gracias! –Vadim se rió y cambio de canal.
Boris arremetió contra Vadim. Vadim nunca se movió. Pero otros muchachos lo
hicieron, intervinieron frente a él, como si de buen grado sacrificasen su vida por Vadim…
y algunos de ellos eran los hijos de Boris.
¡Sus hijos! ¡Sus tíos! Todos desleales. ¡Todos!
Boris se detuvo. Él se mofó.
–Tú no mereces mi saliva –se dio la vuelta para irse… después de todo ¿Qué opción
tenía?
Vadim lo llamo.
–Cojeas, tío. ¿Puedo ayudarte en tu oficina?
–Tú pequeño pedazo de mierda –refunfuño Boris. Abandono el cuarto de TV,
andando sin un tirón. Deteniéndose justo a tiempo, apoyó su mano contra la pared,
sacudió su pierna, tratando de mover la unión a una posición más cómoda. Entonces cojeó
por el pasillo oscuro hacia su oficina.
Su cadera dolía. El estúpido doctor había dicho que esto era artritis. Entonces Boris
lo había matado. Él no necesitaba testigos de su debilidad.
Pero no podía matar al testigo que molía sus huesos y comía sus nervios, noche tras
noche, día tras día. La enfermedad estaba allí, y empeoraba.

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Necesitaba su medicina. Dio un paso rápidamente… cuando estuvo en la oscuridad,
algo agarró su tobillo. Tropezó. Su pierna cedió. Se cayó sobre una rodilla, se cogió a una
mano… y se encontró en el suelo con el tío Iván.
El tío Iván, con sus ojos que brillaban azules en la oscuridad. Tío Iván, que se movió
con una capacidad y fuerza lejos de las capacidades de un viejo guerrero.
–Te advertí –su voz era profunda, cruel, bastante fría para congelar el tuétano en los
huesos de Boris.
Esto no era el tío Iván. Esto era… esto era el Otro.
–No es mi culpa –dijo Boris–, yo no sabía que el cachorro de Konstantine era el
director de la excavación. No lo sabía…
En un destello, el tío Iván cambió su apretó del tobillo de Boris a su garganta. Los
viejos dedos torcidos tocaban la tráquea de Boris exprimiendo, cortando su aliento.
–¿Culpa? ¿Quién habla de culpa? Me preocupo sólo por los resultados.
La presión alivió un poco, justo lo suficiente para que Boris pudiera hablar.
–Yo sé. Voy a buscar los…
–Te dije que encontraras los iconos.
–Lo hice. Encontré uno. Traté de destruirlo…
–No puedes destruir los iconos. Ningún hombre puede.
–La explosión…
–No hizo nada. ¿Tú no entiendes? –la mano se apretó. Y apretó–. La madre Varinski
dio su vida para proteger la Virgen. Su sangre hizo los iconos indestructibles.
La última cosa que Boris recordó era ser agarrado por el brazo debilitado, y
comprendió que algo dio la fuerza al tío Iván.
Cuando Boris volvió en conocimiento, el Otro se inclino sobre él, despiadado, viejo,
malo en un modo que Boris sólo había comenzado a comprender.
La llama azul brilló dentro de los ojos del tío Iván, y é susurró.
–Tráeme los iconos. Todos ellos. Y encuentra las mujeres.
Boris desesperadamente quiso cerrar los ojos… y no sé atrevió.
–Sí.
–Las mujeres amadas por los Wilder están unidas por los iconos. Encuentra a las
mujeres. Encuentra los iconos. Encuéntralos, tráemelos.
–Sí –Boris dijo con voz ronca.
–Ten éxito, Boris –el olor de azufre corrompió el aliento del anciano—, tendrás éxito,
o veras el infierno en toda su gloria, y mucho, mucho más pronto de lo que te hallas
imaginado.

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Capítulo 11

—Te escuchó.
Embargada por el enojo y la vergüenza, Tasya anduvo a zancadas por el corredor
débilmente iluminado hacia la biblioteca en miniatura.
—¡La Sra. Reddenhurst escuchó cada palabra!
— Y lo disfrutó, también.
Rurik dio un paseo detrás de Tasya, sus largas piernas la alcanzaban con facilidad.
—Apuesto a que ella va a dormir esta noche abrazada a su almohada.
—Sólo en el caso de que la almohada contenga dos pilas de tamaño D. Tasya nunca
había estado tan mortificada en su vida.
No había estado enojado. Obviamente. Él simplemente sonrió y se comió su carne y
huevos con entusiasmo.
Y eso fastidió a Tasya aún más.
—Quiero decir, no soy ninguna mojigata—
—Sólo inexperta.
Ella se detuvo. Giro. Se encontró su nariz casi enterrada en su pecho.
—¡No soy!
—Inexperta y aturdida.
Caminó alrededor de ella, más allá del salón dónde la Sra.. Reddenhurst se sentaba
con dos de sus visitas, la televisión vociferando, y en la biblioteca vacía. La computadora
de la Sra. Reddenhurst ubicada sobre el escritorio, una Mac de cuatro—años con un
monitor de doce pulgadas. Él la encendió, examinó las conexiones, y extendió su mano.
—Podemos hacerlo. ¿Dónde está la memoria?
Tasya se deslizó en la silla.
— Aquí mismo.
Ella sacó la memoria de su bolsillo y la puso en el lector.
Rurik espera que tratara de desalojarla de su puesto a mitad de camino, pero él
acerco una silla y se sentó sobre su hombro izquierdo.
—¿Están las fotos allí?
Cargó las fotos en el programa, las subió, y dio un suspiro de alivio.
—Parece que no hubiera ningún problema.
Ayer había tomado cientos de fotos del sitio, el cofre, y todo su contenido, pero ella
pasó rápidamente por delante de aquellas para poner la que había tomado esta mañana.
Hizo una mueca de dolor cuando vio la cantidad —solamente una docena de un
panel de tres pies de largo y densamente cubierto con figuras, símbolos, y escritura.
Entrecerró los ojos. El monitor no era bueno; todo estaba verde, y la resolución era
malísima.
—¿Cómo está tu inglés antiguo? –preguntó.

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—No es bueno, pero por suerte esta escultura fue hecha solo unos años antes de la
invasión normanda, así que nos estamos acercando al Inglés Medio. Además la mayor
parte de la historia se cuenta en imágenes.
Señaló la primera foto.
—¿Puedes ampliar esa?
Lo hizo, y los dos estudiaron la vista de la pared.
Ella indicó la figura a la izquierda.
—Clovus es un jefe militar—él decapita a sus enemigos hasta tener una gran pila de
cuerpos bajo sus pies, y otros guerreros se agachan ante él.
—He encontrado la prueba de eso, —acordó Rurik.
—El corta un barrido de destrucción a través de Europa, y el único que puede contra
él es este tipo.
Señaló a la figura, groseramente dibujada, de una figura coronada con un ojo y una
cara derretida.
—Hace que te preguntes qué era el rey si se las arreglaba para superar Clovus el
Beheader.
—Había muchas personas encantadoras en aquellos días.
Buscó la siguiente foto, y comprendió que ayudaba si se inclinaba hacia atrás y
miraba la imagen en conjunto en lugar de tratar de descifrar cada línea.
—Clovus tomó un barco.
Sabía que era Clovus, ya que él había traído una cabeza de souvenir que gotea.
—Entonces supongo que cruzó el canal a Inglaterra.
Rurik señalo unas palabras.
—Eso es lo que dice aquí.
Ella miró la pantalla entrecerrando los ojos.
— ¿Realmente? ¿Eso es lo que dice? Debería haber estudiado más Beowulf.
—Me alegro de descubrir una razón para haberlo hecho.
Rurik puso su mano tras su cuello y usó sus dedos para masajear el nudo que tenía
allí. Si fuera inteligente, le diría que ya basta. Pero él usaba sus manos con verdadero
talento, y había tenido un día largo. Un muy largo, muy tenso día.
—Bien. Entonces esta vez, Clovus corta una andana por el campo inglés, hasta el
momento en que encontró —amplió la imagen—. ¿Encontró al diablo? Esto se pone cada
vez mejor y mejor.
—Pezuñas hendidas. Cola. Yep, este es el diablo.
Rurik parecía prosaico.
—Clovus realmente se rodeó de gente mala.
Ella controló su entusiasmo y busco la siguiente foto.
—El diablo le dio un maravilloso presente.
—La barra de Hershey.
—Rurik señalo el cuadrado que estaba cambiando de manos.
—Oh, muérdeme.

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Pero se estaba concentrando demasiado duro y su masaje era demasiado bueno para
ella para poner mucho vitriolo detrás de su insulto.
—¿Qué piensas de esto?
—No lo sé.
—¿Ves el brillo que hay alrededor? Pienso esta debe ser una tableta de oro.
—Podrías tener razón.
Ella se giró para mirarlo.
—¿Qué pasa?
—¿Qué piensas?
—Suenas tan…neutral. Y te ves—
Parecía raro. Más bien perspicaz, y lleno de emoción reprimida.
—Tú eres el arqueólogo. Solo soy sólo aficionado. ¿Estoy leyendo esto mal?
—Tú lo lees exactamente como yo. Excepto... Yo no pienso que esto sea de oro.
Él señaló a la pantalla, al objeto que el diablo le dio a Clovus.
—¿Qué piensas que es?
—Pienso que esto es un objeto santo.
—Debido al halo.
Eso arrojaba al infierno todas sus teorías sobre el tesoro del Varinski.
—¿Pero qué hace el diablo con un objeto santo?
—Nada bueno, apostaré.
—No.
Ella se retiró del escritorio.
—Estás decepcionada.
—No lo sé.
Ella pensó en los detalles de la mitología del Varinski.
—¿Cuál era la parte era sobre el icono—?
—¿El Icono?
Rurik al instante estaba alerta.
—Nada. Yo solo... nada.
No necesitaba entrar en eso ahora mismo. Volviendo a la pantalla, dijo,
—Mira. Clovus está enfermo.
La piedra había dado la imagen de varios trastornos corporales de Clovus con
exhaustividad repugnante.
—Y él culpa al objeto, lo que sea, y lo envía al rey con un ojo.
Rurik se inclinó en la silla y presionó los talones de sus manos a su frente. —
¡Esto podría ser perfecto!
—¿Perfecto?
Apenas podía contener su decepción.
—¿Si la tabla de Hershey estaba en algún sitio en Europa? ¿Por qué?

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—Por qué de otra manera, este objeto fue volado por las nubes con la tumba, e
incluso si no fue destruido, esto va a tomar diez años para tamizar los restos y catalogar
cada pedazo, ¿y quién demonios tiene diez años?
—Bien, —dijo ella sarcásticamente.
—Ahora todo lo que tenemos que hacer es averiguar quién es la figura de un solo
ojo, pensar a que gobernante hijo de puta del siglo undécimo europeo se lo envío.
Al final, para todos sus renuncias, Rurik descifró bastante del Viejo inglés para
entender cual era el rey tuerto que había vivido y saqueado en Lorena, ahora una provincia
sobre el borde de Extremo Oriente de Francia. Empezarían allí.
Su beca impresionó a Tasya. Esto y el calor proporcionado por él al sentarse tan
cerca, y sus dedos que rozan la base de su cuello... le gustaba sentarse aquí con él,
descifrando las talladuras, hablando sobre el próximo movimiento. Estaban cómodos el
uno con el otro, dos personas que tenían mucho en común. Casi... amigos.
Amigos, excepto el hecho que ella no había sido completamente franca con él—para
decir lo menos—y allí estaba aquella cosa sexual que ellos hicieron tan bien y que la hizo
querer huir tan lejos.
Porque Rurik Wilder nunca sería amenazado por su carrera y su independencia y
escaparía. Rurik Wilder no se sentía amenazado por nada. Él quería una relación con ella—
de que clase y por cuanto tiempo, ella no desafiaba preguntar— y eso la aterrorizaba. La
aterrorizada por las personas que la perseguían. La aterrorizada porque él podría sufrir
algún daño. Y no sería justo para él.
Mientras retiraba la tarjeta, la substituía en su cámara, y ponía su cámara a
resguardo, él limpiaba los remanentes de las fotos de la computadora de la Sra.
Reddenhurst. Tasya observó satisfecha que habían hecho un buen trabajo. Hacían un buen
equipo.
Él apagó el ordenador, entonces se giro, y tan rápidamente que no tuvo tiempo de
retroceder, agarró su mano en la suya.
—Ahora, háblame sobre ti y los Varinskis.
El ajuste de cuentas había venido más temprano de lo que había pensado.

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Capítulo 12

—No sé por dónde comenzar.


Tasya trató de controlar sus dedos por su pelo, e inmediatamente los pinchos
rígidos le recordaron qué había hecho para cambiar sus apariencias, y por qué.
—Empezando por el principio.
Rurik usó su dedo del pie para tirar de la silla directamente en frente de él, y la
señaló.
Podía no gustarle su actitud, pero se sentó. Después de todo, se lo debía.
Lo había involucrado en algo muy por encima de su cabeza, él nunca podría
manejarlo.
Aunque quizás se estuviera engañando a sí misma. Porque de la forma en que este
día había transcurrido, cada vez estaba más impresionada con sus capacidades. El tipo
tenía una habilidad especial: la había sacado afuera del túnel, había ocultado la mochila
repleta de suministros de supervivencia, exploró fuera de B y B—todas acciones que
revelaron su carácter. Este era un hombre que esperaba el peligro y se preparaba para el
problema.
Sin embargo, ella había traído el problema, por lo que se inclinó hacia adelante.
— ¿Sabes quienes son los Gemelos Varinski?
—Dos asesinos experimentados de legendaria familia criminal Rusa—bien, ahora
Ucraniana—de la mafia que fueron capturados en Sereminia cometiendo un asesinato por
encargo y que ahora están en prisión esperando el juicio.
—Exactamente. Ellos no son los primeros miembros de la familia que son
capturados, pero ellos son los primeros que no han logrado 'escaparse' —usó comillas en el
aire— antes de su juicio. Los Varinskis han estado alquilándose como mercenarios durante
mil años, cometiendo horribles fechorías, y nunca han sido condenados por un solo
crimen.
Ella se inclinó aún más hacia adelante, caliente por el entusiasmo del tema.
— ¿Puedes imaginarte eso? Mil años.
—Increíble.
Se sentaba totalmente quieto, escuchando como si ella fuera el más brillante orador
en el mundo.
— ¿Por qué sabes tanto sobre ellos?
—He hecho mi investigación.
— ¿Qué tipo de investigación?
—De todo tipo. En la biblioteca, en línea, he hecho entrevistas.
Eso no era todo, pero ella sospecha que él no aprobaría el resto.
Estaba diciendo demasiado probablemente. Pero ella nunca llegó a hablar de estas
cosas. No con alguien que odiaba a los Varinskis como ella lo hacía. Aquí estaba Rurik, su

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sitio arqueológico hecho volar por las nubes, el trabajo de su vida arruinado—la
entendería.
—He documentado la historia de los Varinskis, su leyenda, y sus crímenes. ¿Sabes
que la historia Rusa más antigua que he podido encontrar es de casi ochocientos años, un
manuscrito iluminado que habla de un tesoro de gran valor que el primer Konstantine
Varinski había dado —al diablo— para recibir sus habilidades sobrenaturales?
—¿Qué habilidades sobrenaturales serian?
Rurik sonaba amable, como alguien que piensa que tiran de su pierna.
Tasya no lo culpó ni un poco.
—Lo sé—tampoco puedo creer que los Varinskis se escaparan con estas gilipolleces.
Supuestamente, estos tipos son cambia—formas, y cambian en depredadores siempre que
ellos quieran. Los Monjes tuvieron miedo de ellos, y dijeron que esto provenía de un trato
con el diablo y convirtió a los Varinskis de seres humanos a demonios. Cada documento
ruso posterior que encontré dice la misma cosa, y afirman que es por eso que son tan
buenos rastreadores y por qué nadie puede librarse de ellos. ¿No es el mejor caso de
Relaciones Públicas que hayas oído?
—Asombroso.
Rurik estaba apoyado contra el respaldo, los brazos cruzados en su pecho, solo su
cara fuera de la luz.
—¿Cuál crees que es la verdad?

—Descubrí que Konstantine le había pagado a alguien, algún hombre poderoso,


probablemente un representante del zar, un montón de dinero para hacer lo que deseara
sin interferencias en las estepas de Ucrania. Konstantine, una vez recibido ese permiso,
procedió a hacerse un buen nombre para sí mismo como un guerrero brutal.
No hablaría de las cosas que Konstantine había hecho, desde Konstantine lo que
hizo Clovus parecía leve en comparación.
—Crió a los guerreros más brutales, y ellos criaron a muchos más, siguiendo la
tradición familiar como hombres que se contratan como cazadores y asesinos, hombres que
luchan como mercenarios en cualquier ejército. Ellos no se casan, ellos salen y violan
mujeres, y si las mujeres saben lo que es bueno para ellas, paren a sus bebés.
Supuestamente, los Varinskis tienen sólo hijos—
—Que es posible, ya que es el macho quien determina el género, —interpuso Rurik.
—Sí, pero con estos tipos, yo sospecharía que ellos dejan fuera a las niñas para
morir. —
Rurik casi habló, luego regresó a su estado de vigilancia.
—Todos los Varinskis están entrenados para ser soldados de perversidad
impresionante.
—¿Así que no crees en la parte sobrenatural?
—Oh, por favor.
—Tú no crees en lo sobrenatural.

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—No, yo creo en lo que puedo ver, saborear y tocar.
Ella ni siquiera creía en Dios. Había perdido la fe la misma noche en que había
perdido a sus padres.
—Estoy al día lo que creo puede ser una pieza del tesoro de la familia Varinski—
—¿El tesoro que Konstantine dio al diablo?
Con la cara de Rurik en la sombra, podía ver sólo sus ojos, y ellos estaban vivos y
observando.
—¿Por qué el diablo no lo tiene?
—Según el mito Varinski, el diablo dividió el tesoro en cuatro partes y arrojó los
pedazos a los cuatro vientos.
Rurik sacudió su cabeza.
—Él los arrojó a las cuatro esquinas de la tierra.
—Así es. ¡Tú sabes sobre esas cosas!
Ella le dio puntos por eso.
—El diablo arrojó los pedazos a las cuatro esquinas de la tierra. Los relatos
discrepan en cuanto al tesoro y lo que era. Algunos dijeron oro. Otros plata. Algunos
dijeron que era un icono santo de la clase que todas las familias rusas guardan en su lugar
santo de la casa.
Rurik fijo la mirada en el ordenador, y asintió.
—Pensé que si era tan valioso, probablemente fuera de oro, como indicaban todas
las fotos y todas las iluminaciones mostradas en fotos como estas sobre el panel de piedra.
Ella tocó el chip de memoria en el bolsillo de camisa.
—Deduje que el convenio que da sus derechos a Konstantine como un hijo de puta
debía estar grabado sobre el tesoro de algún modo.
— Bien, —dijo Rurik despacio, frunciendo el ceño—. Esto es un salto grande.
—Si Konstantine Varinski estuviera tan preocupado por la urna, la barra de Hershey
que arregló esta historia sobre el diablo que lo arroja a las cuatro esquinas de la tierra,
entonces hay algo incriminatorio en ello.
—Si todo lo que dicen es cierto—la leyenda de Varinski es falsa, ellos no cambian en
bestias de presa, y ellos simplemente se limitan a utilizar el mito para asustar a la gente de
muerte— entonces sí, parece lógico. Pero qué si—
—¿Y si realmente cambian en animales?
Ella se rió ligeramente.
En un rápido movimiento, se sentó derecho, a la luz. Su rostro estaba vívidamente
exasperado, y ella habría jurado que iba a hacer algo imprudente, aunque, no sabía qué. Él
se hundió nuevamente en su silla, pero ella sintió una atención y una impaciencia, como la
actitud de un halcón que espera un ratón para librarse de su agujero.
—Eso realmente es un gran mito. Ellos no son lobos, controlados por la luna, o
vampiros no pueden salir por la noche. Ellos pueden ir a cualquier a parte en cualquier
como hombres o como bestias. Eso les hace mucho más peligrosos, ¿no crees?
Ella rió de nuevo.

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—¡Hablas de la RR.PP.!
—Increíble.
Parecía elegir cuidadosamente sus palabras.
—¿Qué pasa si la tabla de Hershey no es más que un icono de una familia rusa, y
que tú te has tomado todos esos problemas para localizar el tesoro de Varinski en la tumba
de Clovus en la Isla de Roi?
—¿Pero no lo ves? Los Varinskis son cazadores internacionales, de alta tecnología,
exitosos perseguidores y asesinos a sueldo. Hicieron explotar la tumba.
Puso su mano sobre su rodilla.
—Tratan de ocultar algo.
—Entonces estas convencida de que los Varinskis fueron quienes volaron la tumba.
Su pierna estaba tensa como el acero bajo su apretón.
—Desde luego que lo creso. Y si tú piensas en ello, también.
Apretó sus dedos, luego se alejó.
—Dijiste que no creías en las coincidencias.
—Entonces, probablemente, ellos quisieron matarte. Al Varinskis no le gusta la
intervención de la gente alrededor, exponiendo sus secretos.
Rurik sabía más sobre los Varinskis de lo que ella se había imaginado.
—Eso es posible.
—Tomas tu posible muerte con mucha calma.
Ella pensó en varias respuestas, y las descartó—todas ellas parecieron tan
melodramáticas.
—Aquel cofre fue una decepción. Cuando llegaste al fondo y la loza no estaba allí,
casi lloré.
—Casi lloro ahora mismo.
Él realmente parecía un poco rojo.
—¿Tanto como lamento preguntar... qué estás haciendo con toda esta información?
—Escribí un libro.—
—¿Escribiste un libro sobre los Varinskis?
La voz de Rurik se elevó. Entonces alzó sus cejas.
—¡Está bien!
—Hazme un favor. Vaya a no me quiero enterar.
—Mi editor dice que está bien.
En tono de horror, preguntó:
— ¿Tienes un editor?
—Esto va a ser publicado en dos meses. ¡En libro de tapa dura!
Ella había usado todas sus habilidades como escritora para tejer los hechos y
fantasías juntos en una persuasiva lectura. Estaba orgullosa de sí misma— y estaba
haciendo mella en su euforia.
—¿Sabes algo sobre la industria editorial?
—Conozco la mayor parte de los libros de suspenso. Tal vez nadie notará el tuyo.

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Él parecía positivamente esperanzado.
—Actualmente, las preventas son excelentes, —dijo ella con fría cortesía—. Mi
editor dice que será el gran éxito de ventas del New York Times.
Ella quiso aplastarlo como un bicho–a él y su carencia de entusiasmo.
—He documentado toda mi investigación, pero si puedo reproducir un verdadero
pedazo vivo de historia Varinski—que excitará a la prensa y me dará la exposición que
necesito. Así que aunque solo fuera un somero registro escrito de la corrupción de
Konstantine estaría bien, puedo buscar el icono, también, si eso es lo que es. Es todo sobre
publicidad.
—Todo sobre publicidad, —repitió él—. Cuando comenzamos esta conversación, te
dije que comenzaras por el principio, pero no creo que lo hicieras. ¿Quién es el Varinskis
para ti?
Con cuidado espació cada palabra.
—¿Qué piensas tu? ¿Preguntas si ellos son parientes?
Sus mejillas se calentaron.
—Porque no estoy relacionada con aquellos monstruos. ¡Y nunca dormí con uno!
Apartó la mirada, hizo un movimiento rápido con sus ojos y le regresó la mirada.
—No. Eso no es lo que pregunto. Hay muchas injusticias en este mundo, Tasya
Hunnicutt, y tú los sabes. Tas ha visto. ¿Por qué decidiste intentar y destruir este mal?
—Por qué es correcto.
Pobre respuesta.
—Porque es lo que hago.
—No. Con los otros males, tú tomas fotos. Escribes una historia. Te mueves hacia la
relativa seguridad. Con el Varinskis, una vez que se declare tu enemigo, no volverás a estar
segura. Y tú lo sabes. Entones otra vez, te pregunto— ¿por qué los Varinskis?

—Deberías saber que tengo algunos gobiernos en este mundo que me odian por mis
historias.
No había pensado que Rurik le preguntaría sobre su motivación, o que él sería tan
astuto con su interrogatorio. Muchos hombres son olvidadizos con todo excepto con la
comida, la bebida, y el sexo. ¿Por qué tuvo que meterse de lleno con el Sr. Interrogación?
—Intuyes el mal.
La miró impasible.
Ella se retorció en su silla. Sabía hacia donde iba.
—Sentiste a Clovus y sus trampas. Sabías que los Varinskis estaban afuera.
—Cuando ellos se acercaron, Yo siento... hay un zumbido en mis oídos que me
pone enferma, y tengo este destello caliente que me hace ver llamas.
Muy cerca, Tasya! ¡Patinas muy cerca de la verdad!
—¿Ha habido alguna otra vez que hayas sentido esto?
Se sentía extraño cuando estaba él alrededor, pero lo atribuía a una lujuria constante
de bajo nivel que la afligía, y al modo en que olvidaba respirar cuando lo miraba fijamente.

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A ella le gustaba mirarlo, sus dorados ojos, su fuerte y severo rostro, el cuerpo
musculoso que se veía tan bien con ropa—y mucho mejor sin ella. Le gustaba su olor, y le
gustaba la forma en que la hacia sentir cuando la tocaba. . . como si fuera a vivir para
siempre. Para siempre, en un momento.
—¿Hubo otras veces en que hayas sentido lo mismo? –repitió él.
No iba a dejar ir el asunto.
Y ella no iba a hablar sobre eso—sobre esa noche hace mucho tiempo, sobre las
llamas en el horizonte, y cómo ella había gritado por su mami por que esos hombres
horrorosos estaban cerca, estaba enferma, tan enferma.
—Lo siento, Rurik. En parte fue culpa mía que bombardearan el sitio, pero lo juro,
nunca se me ocurrió que sería así.
— Entonces lo has sentido antes.
Él se parecía a un perro con un hueso.
—Y de todos modos tienes el descaro de decir que no crees en lo sobrenatural.
Su humor había estado vacilando de un lado a otro, y ahora se rompió.
—Esto no es sobrenatural. ¡Esto es solamente un presentimiento!
—Uno muy útil.
Se puso de pie.
—¿Crees en lo sobrenatural?
— Muchísimo.
Ella no podía saber si el estaba de broma o no.
—¿Un piloto de las Fuerzas Aéreas que cree en ghoulitos4 y fantasmitas?
—Un ex—piloto de las Fuerzas Aéreas. Quizás los ghoulitos y fantasmitas son la
razón de que lo dejara.
Todo eso no tenía sentido. Se puso también de pie.
– ¿Qué piensas de lo que hago?
—Pienso que te van a asesinar.
—¿Pero si derribo una herencia de crueldad, no lo valdrá?
—No. Porque no puedo pensar en un mundo sin ti.
Antes de que sospechara de sus intenciones, la tenía en sus brazos, presionada
contra su cuerpo. Él estaba duro y caliente, justo del modo en que ella lo recordaba, pero
menos gentil.... Quería besarla, y no tenía paciencia para la seducción. Este era un beso
violento como una tormenta, tan completo como un clímax. Él usó su lengua en su boca,
sus dientes sobre su labio inferior. La sujetó con un brazo por la espalda mientras que con
la otra mano acunaba su trasero y la masajeaba tan profundamente que ella se estremeció,
a mitad de camino de rendirse.
Entonces la dejó ir. La dejo ir y retrocedió. Y caminó a la puerta.
Ella tocó con sus dedos sus labios magullados, y cerró los ojos. Había pensado que
nadie lloraría su muerte, y sin embargo—Rurik podría parecer calmado y estoico, pero el

4
Ghoul: Un espíritu maligno o demonio en folclore musulmán que se creía saqueaba tumbas y se alimentaba de
cadáveres

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hombre escondía unas profundidades de pasión y angustia que elevaba su temperatura y
la hacia querer vivir, todo al mismo tiempo.
En una prisa repentina, corrió por el pasillo, con la intención alcanzarlo.
Él estaba de pie en el arco de la sala, donde la televisión resonaba, y miraba
fijamente sobre la cabeza de la Sra. Reddenhurst y dos de sus invitados.
Tasya se detuvo junto a él.
Una reportera permanecía de pie en la lluvia frente al montículo derrumbado de la
Isla de Roi. Detrás de ella, varias personas trabajaban bajo reflectores, cavando
frenéticamente, cuando ella dijo:
—No sabemos quien bombardeó el lugar. Se especula, desde luego, que fueron
terroristas, pero sabemos que dos personas están perdidas y se suponen muertas. Pero
hasta que sus cuerpos no sean encontrados, son sospechosos en la explosión.
Y las fotos de Rurik y Tasya aparecieron sobre la pantalla.

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Capítulo 13

Tasya parecía culpable y con ganas de huir, pero Rurik tenía que saber si su fachada
era suficiente.
—Sra. Reddenhurst, mi esposa y yo subiremos ahora.
Sra. Reddenhurst se giró en su sillón.
—Entren, entren. Encontré la gente amable que ha aceptado compartir su coche con
ustedes por la mañana.
Rurik tomó la mano de Tasya y la condujo al pequeño cuarto.
—Apreciamos que nos permitan ir con ustedes, Sr. y Sra. Kelly.
—Serena y Hamlin, —dijo el Sr. Kelly, y extendió su mano. Él era bajo, envejecido,
con un vientre redondo que sobresalía de su cinturón, y una barba blanca. Su esposa le
correspondía en altura y contorno, y ambos sonrieron radiantemente con entusiasmo.
Aparentemente en verano Papá Noel y su esposa pasaban las vacaciones en el norte
de Escocia.
—Encantado de la compañía, especialmente con la parte de que usted compartirá la
gasolina.
Inclinó la cabeza.
—Yo le conozco.
Mierda.
—O al menos reconozco su acento. Ustedes son yanquis, —continuó.
—Somos justo del norte tuyo, —dijo Serena—, de Canadá. Siempre es bueno ver
vecinos cuando viajamos.
Tasya se apoyó en Rurik como si necesitara apoyo.
—¿Recuerdas cuando estuvimos con Fred y Carol en Florida? –dijo Hamlin.
—Eso fue salvaje. ¿No fue salvaje?
—Fred y Carol Browning eran nuestros verdaderos vecinos, de nuestro vecindario,
y nuestros hijos crecieron juntos, —explicó Serena—. Y nosotros los encontramos en
Florida en febrero. Imagínese esto.
Hamlin metió sus pulgares en sus tirantes.
—Imagínese, —dijo Tasya débilmente.
Antes de que los Kellys pudieran tomar aliento otra vez, Rurik dijo:
—Sra. Reddenhurst, queremos agradecerle por prestarnos su ordenador, y gracias
por darnos refugio.
—Sí, gracias.
Tasya tomó su mano.
—Eres bienvenida, ambos los son.
La Sra. Reddenhurst los miraba feliz por sus atenciones.
—¿Subirán ahora?

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—¡Desde luego que lo harán! –dijo Hamlin en tono gracioso.
—Ellos son recién casados!—
Serena lanzó una carcajada para ajustarse a la suya.
— ¡Mañana las ventanas de coche van a permanecer cerradas todo el viaje!
Iba a ser un largo camino hasta Edinburgo.
Rurik empujó a Tasya hacia el pasillo y hasta arriba de las escaleras.
—Ninguno de ellos reconoció nuestras fotos en la TV. –dijo ella en voz baja.
—Entonces tenemos una oportunidad de pasar exitosamente a Francia.
Él la siguió pisándole los talones mientras ella subía la escalera al segundo piso. Ella
se detuvo en el corredor.
—No tienes que ir a Francia conmigo.
—Créeme. Si tengo.
—No, realmente. Te he puesto en peligro.
Él se rió breve y amargamente. Ya había estado en peligro, pero ella definitivamente
se había añadido a la mezcla.
—Tengo una mejor idea. ¿Por qué no te mantengo segura mientras voy a Francia
tras el tesoro Varinski?
—No. –se respondió él mismo al tiempo que ella le contestaba.
—Tengo que encontrar el tesoro para mí.
Sus grandes ojos azules estaban muy serios.
—¿Por qué eso es lo mejor para las R.R.P.P?
Él apenas podía contener su irritación.
Cuando él recordó su plan—escribió un libro sobre los Varinskis, y deseaba hacer
un buen trabajo para convertirlo en un gran suceso— quiso gritarle. Como podía Tasya
Hunnicutt, la trotamundos más perspicaz que había conocido nunca, imaginarse podía
encender la mecha del Cártel más mortal del mundo y ganar.
Los Varinskis hacían a la Mafia parecer monaguillos, y ¿por qué?
Porque el viejo Konstantine había hecho un trato con el diablo, y el diablo sabía
como hacer sus cosas.
¿Qué importaba que Tasya no creyera en demonios y cambia formas?
Rurik vivía con la prueba— y las consecuencias—cada día.
Así que iría a Francia con ella, y cuando localizaran el icono... lo tomaría.
Porque ellos buscaban el icono que podría salvar la vida de su padre, y, más
importante—su alma.
Tasya se enfadaría, pero tendría que aprender a vivir con ello, porque Rurik tenía la
intención de retenerla.
—Deberías volver a la excavación. –dijo ella.
—Deja que yo busque el tesoro Varinski.
Su humor vaciló dudó entre la caliente frustración y la fría intención. Poniendo sus
dedos sobre sus labios, dijo,
—Ni siquiera lo insinúes. No te dejare enfrentarte sola al Varinskis.

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Sus ojos se llenaron de lágrimas. Miró hacia abajo, respiró ruidosamente y dijo:
—Lo siento, realmente debo estar cansada.
Ella pensaba que él era un buen tipo, un tipo humano, y su imbecilidad
intencionada, por no mencionar el comienzo de una confrontación, lo hizo enfurecer aún
más.
—Los dos lo estamos. Voy a tomar darme una ducha. La Sra. Reddenhurst dijo que
te prestaría uno de sus camisones. No me quedaré esperando.—
—Voy.
Miró hacia arriba.
—Rurik, realmente siento que tu excavación explotara.

Ella pensó que él estaba enfadado debido a la excavación. ¿Acaso podía estar más
equivocada?
Sin esperar una respuesta, ella se detuvo en la cima de la escalera.
Él la miró y dijo suavemente,
—No te preocupes. Tú vas a pagar— en más de un sentido.—
***
Tasya durmió mucho tiempo, el apagón absoluto del agotamiento, y luego
lentamente regresó a la conciencia.
Fue consciente del calor... excepto por aquel pie que colgada fuera de la cama.
Colgaba fuera de las sabanas, y sus dedos estaban fríos. Pero el resto de ella estaba
caliente... así que se relajó... El sueño era lo mejor que ella alguna vez hubiera tenido.
De Rurik girándola sobre su espalda. De Rurik levantándole el ridículo camisón de
franela de la Sra. Reddenhurst. “De Rurik deslizando sus dedos en sus bragas y
acariciándola justo encima de su clítoris... construyendo las sensaciones lentamente,
dejándola descansar, comenzando otra vez.... El aire frío en el ático pinchaba su cara,
agrietando sus labios... y Rurik se sostuvo sobre ella, grande, oscuro, la sombra de un
predador al acecho en la penumbra de la noche horas antes del amanecer.
Todo lo que necesitaba era que él la tocara un poco más a menudo, con un poco más
intimidad, y tal vez una pequeña presión....
Ella hizo rodar sus caderas, una invitación voluptuosa de invadir más bien que
haraganear.
Una risa rugió fuera de él, y deslizó su pierna desnuda entre las suyas.
—No, esto no va a ser fácil.
Y ella despertó de golpe.
—¿Qué?
Estaba demasiado soñolienta y confundida para comprender lo que decía, o aún
exactamente qué pasaba.
Porque si él había decidido tomar las cosas en sus propias manos y atacar sus
sentidos——y aunque ella supiera que tenía muchas importantes objeciones razonables a
aquella idea, ahora mismo no se opuso a tener la decisión tomada para ella—¿entones

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porque estaba comenzando a excitarla pero no ha montarla? ¿Por qué no la estaba
arrastrando a lo largo de la fuerza de la pasión?
¿Por qué demonios él no estaba dentro de ella aún?
Dio un murmullo suave e incoherente, uno que no podía ser interpretado como
estímulo, pero lo era.
La besó; entonces sus labios se deslizaron a lo largo de su mandíbula hacia el lóbulo
de su oreja.
Lo chupó, algo que ella encontró suavemente interesante, luego la mordió, un
rápido, leve dolor.
Ella se arqueó fuera de la cama.
Él se rió otra vez.
No entendió lo que era tan gracioso para él.
Su mano cepilló su garganta desnuda, entonces un poco más abajo, entonces un
poco más abajo.... El camisón de la Sra. Reddenhurst inundo a Tasya en la esencia de
lavanda que perfumaba la franela. Era tan grande y tan ridículo, y el ático estaba tan
malditamente frio, Tasya se sentía segura con esa ropa.
Aparentemente Rurik había pasado por alto lo absurdo y encontrar sus debilidades,
ya que ella comprendió que él desabotonaba los cuatro botones del frente. Sólo cuatro
botones cerca de su garganta——aún el vestido era tan grande, que podría haber sido la
protección que la Sra. Reddenhurst le proporcionaba para el acceso fácil a Rurik.
Su mano se deslizo adentro, permitiendo que la brisa helada susurrara a lo largo de
su piel sensible. Extendiendo el camisón, encontró el pecho de Tasya, tomándolo en su
ahuecada palma. Lo levantó, y su boca se cerró sobre su pezón, chupando con fuerza,
tirando de ella hacia la azotea de su boca, masajeando con su lengua.
La ola de la pasión la golpeó, y Tasya se hundió con un sólo gemido largo.
Había pasado tanto… semanas desde que lo había tenido a él. Semanas de insomnio,
de deseo infructuoso, de despertar de sueños eróticos con su cuerpo estremeciéndose en
los agarres del orgasmo.
Ahora él estaba aquí, y la llevaba al borde del climax... al borde del climax... y la
dejaba temblando y privada.
Tomó aliento. Abriendo sus ojos.
El sol probablemente se elevaría en media hora. Podía ver a Rurik inclinarse sobre
un codo, mirándola. Sus amplios hombros estaban desnudos, con la piel tensa estirada
sobre cada músculo.
Era magnífico, grande, limpio, y masculino. Y ella lo quería.
—Por favor. –susurró.
Él sacudió su cabeza.
—No, cariño. Te quiero exactamente donde estas.
—¿De qué hablas?

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—Mientras viajemos, quiero saber que tú me estás queriendo. Mientras buscamos el
tesoro, quiero tu necesidad vibrando suavemente en el fondo, que estés consciente de cada
minuto mientras sigas con vida.
Su voz era baja, profunda, separada en capas humeantes.
—Estás loco.
Ella también lo estaba.
—Estoy obsesionado.
Se inclinó para acariciar su mejilla y su oreja con su aliento.
—Y quiero que tú te obsesiones, también.
Él estaba loco.
Igual que ella, porque estaba medio halagada por sus intenciones—medio halagada,
y completamente borracha.
—No es como si no supiera cómo cuidar de mí misma.
Deslizó su mano por su vientre lista para tocarse a sí misma.
El capturó sus muñecas y las levantó por encima de su cabeza.
—Y sé cómo hacer que te detengas. Su pierna se mezclaba con la suya, llevándola
directo al borde nuevamente. Ella luchó contra su agarre. La sostuvo fácilmente.
Ella estaba en gran forma, pero mientras se agitaba bajo él, utilizando todos los
movimientos de autodefensa que alguna vez había aprendido, el bastardo ni siquiera
transpiró. Finalmente se cansó.
Mientras estaba tendida allí, jadeando de ira y frustración, la besó con besos largos,
lentos, dulces que se iniciaron en su frente y deslizaron hasta sus labios, su garganta, sus
pechos. Él encontró la carne desnuda de su vientre, y, por último, su lengua se deslizó
entre sus pliegues. . . .
Durante su primera noche juntos, habían hecho el amor más veces de lo que podía
recordar, pero nunca llegaron a este punto.
Así que fue una delicia descubrir cómo Rurik conocía a fondo el cuerpo de una
mujer. . . donde a lamer, cuánta presión aplicar, cómo construir el deseo en la lenta
marejada del placer.
No se sorprendió; él exudaba esa aura masculina de experiencia que prometía
mucho, y que entregaba con lánguido disfrute.
Luego, en el momento en que sus sentidos comenzaban a encresparse, el retrocedió.
Olvidó la dignidad y se aferró a él, pero él se deslizó de la cama y se puso de pie,
con orgullo desnudo, su erección prominente y tentadora.
—Tenemos que irnos.
¿Ella había pensado que el exudaba un aura masculina de experiencia?
Sí, el era masculino, claro. Él era un gran, gran idiota.
—Eso era malo.
Se sentó y tiró de las sábanas hacia atrás, esperando que el aire frío sometiera su
libido desenfrenada.

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Desafortunadamente para su libido, él caminó a través de la habitación para recoger
su ropa, y su culo le recordó al de David de Miguel Ángel. Sólo vida.
—Sí. Casi tan malo como para gastar una gran noche para hacer el amor conmigo, y
luego huir sin una palabra como si yo fuera una especie de monstruo.
Se giró, camiseta en mano. El tatuaje que antes la había fascinado serpenteaba hacia
abajo por su brazo, a lo largo de su hombro, y en el pecho, deslizándose gloriosamente por
su cintura.
Capturó su mirada, y en un lento, exótico striptease invertido, levantó los brazos
sobre su cabeza y tiró de la tela elástica. Su boca se secó ante el panorama que se
desarrollaba justo dentro del marco de la ventana.
—¿Tal vez te gustaría decirme por qué te acobardaste? –le preguntó.
—No me acobardé. Simplemente...
Tan solo tenía miedo. Miedo de que fuera el único hombre que seguiría con ella.
Miedo de que fuera el único hombre al que podría amar. Entonces, si algo le pasaba... Pero
ella no podía decirlo, ¿verdad? Porque revelaría demasiado de un alma marcada por la
pérdida.
—Siempre supe que había una posibilidad de que los Varinski me capturaran. No
quería que te hicieran daño
—Eso es noble. Tan noble.
El sonido de su voz no representaba tal significado.
—Eres tan buena para tomar la decisión de salvar mi vida de posibles lesiones como
para salir furtivamente temprano en la mañana como alguna prima—donna foto—
periodista asustada a la que le hubiera pedido un autógrafo.
—Eso no fue lo que hice!
—Entonces dime por qué te fuiste.
Él no le creía. ¿Cómo podría no creer en ella?
—Tengo miedo que de te hagan daño. –dijo ella tercamente.
Se acercó a la cama en un rápido movimiento. Trató de evitarlo, y consiguió
atraparla en medio, la mitad fuera de la cama, desequilibrada y vulnerable.
Sosteniéndola presionada contra su cuerpo, la besó, un lento volver a encender el
deseo apenas controlado. Como toda su resistencia era débil y ella estaba de acuerdo puso
sus brazos alrededor de su cuello, dejó que se deslizara nuevamente sobre las sábanas.
Con total naturalidad, regresó con sus ropas.
Ella empujó su pelo de su frente húmeda.
—¿Por qué haces esto?
—Porque quiero que cada aliento tuyo esté vacío a no ser que estés lo bastante cerca
para olerme. Cada palabra que digas carezca de importancia a no ser que sea para mí.
Cada sonido que oigas este vacío a no ser que provenga de mi voz. Quiero que recuerdes
que cada placer que tengas de ahora en adelante, provendrá de mí.
Él examinó sus ojos.

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—Quiero que confíes en mí lo suficiente como para decirme la verdad, toda la
verdad——sobre Tasya Hunnicutt.
Era raro como él puso el problema con los Varinski, directamente en perspectiva. Un
metro noventa y cinco de problemas directamente frente a ella, poniéndose sus pantalones.

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Capítulo 14

Tasya y Rurik estaban de pie, en la acera frente a la estación de tren de Edimburgo y


miraban a Hamlin y Serena Kelly cuando se iban.
–Este es el viaje más largo de mi vida –dijo Rurik–, ¿Cómo lo sabes? Dormisteis la
mayor parte de él –Tasya no lo había hecho. Tasya había estado despierta, escuchando a
los Kellys y su constante charla sobre su casa, sus vecinos, sus viajes, sus vidas. Y justo
cuando pensó que los mataría si no cambiaran de tema, ellos lo hicieron—y alegremente
advirtieron que, sí, de verdad, ella y Rurik empañaron las ventanas traseras.
Ya que para entonces Rurik roncaba, Tasya no sabía por qué era tan gracioso, pero
mantuvo a los Kellys entretenidos por millas. Si hubiera dejado de llover, Tasya podría
haber abierto las ventanas y dejado que el viento se llevara sus voces fuera. Pero no, la
niebla continúo sin cesar, y ella había estado atrapada.
Atrapada entre un feliz dormir de Rurik, dos exuberantes canadienses, y los
recuerdos de la noche anterior. Maldito Rurik. Porque por él, ella era cuidadosa, sentada
con cautela, y quería todo el tiempo. La había convertido en una adolescente caliente otra
vez, y ella no apreciaba tener cada pensamiento consumiéndola en una cosa–sexo. Y más
que eso–sexo con él.
Ahora que Rurik le hacia señas al taxi, ella preguntó.
–¿Qué estás haciendo?
–Vamos a ver cuanto sale el barco para Bélgica.
–¿El barco para…? Pero le dijimos a la Sra. Reddenhurst y a los Kellys que nosotros
tomaríamos la línea ferroviaria por el Eurotúnel.
–Mentimos –él sostuvo la puerta del taxi mientras ella subía, y dio al taxista las
direcciones. Deslizando su brazo a través del asiento para descansarlo sobre sus hombros,
Rurik murmuró en su oído–, alguien que no nos gusta puede hacerles preguntas, y entre
menos sepan, mejor.
–Oh.
Ella estaba acostumbrada a ser cautelosa; una mujer sola que viajaba a todas partes
del mundo tenía que serlo. Pero este viaje se parecía a Bourne Identity, sólo que con alguien
que se veía mejor que Matt Damon.
Ella miró por la ventana. Tenía que dejar de pensara así. Solía saber que Matt
Damon era el tipo que mejor se veía en el mundo. Seguramente, si evitaba mirar a Rurik,
podría convencerse otra vez.
–¿Piensas que estamos siendo seguidos?
–Cualquier cosa es posible –él puso un dedo sobre sus labios, e indicó al taxista.
En quince minutos, ellos tenían sus entradas para el barco. Tardaba dieciocho oras
en cruzar a Zeebrugger, Bélgica, e incluía restaurantes y casinos. El abordaje era en dos

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horas, la salida antes del anocheces, y Rurik decidió que tenían bastante tiempo para visitar
una tienda de ropa de segunda mano.
Tasya se encontró comerciando sus ocasionales caquis por un equipo que se veía
vagamente gótico y totalmente vergonzoso.
Después, a medida que caminaban por la calle, ella miró abajo, al remolino negro de
algodón justo alrededor de sus caderas, y en su hendidura, excluida en una camisa rosa
brillante con la cara de Marilyn Monroe en relieve sobre su diafragma.
–Pensé que nosotros tratábamos de parecer discretos.
–No –Ryrik vertía una abrigo de cuero negro que lo cubría desde el cuello hasta
debajo de las rodillas, descoloridos vaqueros negros, y una camisa repentina delantera.
Todo lo que él necesitaba era un sombrero de vaquero y podría pasar por un tejano—.
Queremos que la gente mire en algún otro sitio además de tu cara. Tenemos la ventaja
añadida que ahora, con tu pelo y este equipo, pareces de quince. Si alguien tiene que
describirte, esto es una buena cosa.
–Ellos nunca van a creer que tú eres un vaquero –lo informó.
–Estaré satisfecho si parezco un poco menos masivo –le sostuvo la puerta en una
cafetería–. Es mi tamaño que no puedo disfrazar.
El lugar era grande, olía a rico café y bollos, y tenía televisiones altas en cada
esquina y computadoras alineadas en la pared trasera. Dirigiéndose a la barra, él compro
dos cafés y la contraseña para el Wi–Fi, y la colocó ante uno de los ordenadores vacíos.
Él tomó una silla al lado de ella, de cara hacia la habitación, y en una suave vos dijo,
–Envía aquellas fotos a tu jefe.
Gracioso, por tener su corazón golpeando con la excitación como lo había hecho
cientos de veces–bajar y enviar fotos a Kirk Lebreque al National Antiquieties. Ella lo
imaginaba recibiendo los archivos, estudiando las fotos, poniéndolos en la producción, y
desde allí extendiéndolos a través del país. Él podría entender que ella estaba todavía viva,
y estaría tan contento–le gustaba ella como persona, sí, pero él la amaba como reportero.
Y qué alivio era no tener la entera responsabilidad de registrar los hallazgos.
El proceso entero tomó al menos quince minutos, y cuando ella deslizo la memoria
de regreso a su mochila, le dio un codazo a Rurik.
–Ahora podemos irnos.
Pero él se sentó rígido, mirando fijamente en una de las televisiones.
Ella oyó una voz que reconoció. Se dio la vuelta y miró.
La Sra. Reddenhust sollozando soportadamente delante de su pensión que ardía en
llamas, diciendo muchas veces con una voz rota.
–No sé por qué ellos lo hicieron. Aquellos hombres solamente anduvieron
caminando y prendieron fuego a mi casa. He perdido todo. Todo…

***

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Kirk Lebreque sentado miraba las fotografías aparecer, una tras otras, y
desesperadamente intento memorizar cada detalle, estimando tamaños, materiales, edad.
Cuando la última había llegado, con cuidado las coloco en una carpeta de la Foto de
tienda. Se sentó, su mano cernida sobre el ratón.
El final frío del revólver toco su cuello.
–Hágalo –la voz era áspera y con acento ruso.
Tragando el terror de consternación en su garganta, él tomo el archivo y lo puso en
la papelera.
–Esto no esta bien –la pistola golpeo a Kirk otra vez–. Limpie la memoria de la
computadora.
Kirk no podía ayudarle. Él se quebró.
–¿Por qué no le dispara a la computadora?
–Usted trata de engañarme. ¿Piensa que soy estúpido? Aquella computadora se
apoya en la unidad central. Hasta que usted limpie la memoria, no hará ninguna diferencia
–escucho él reflexivo–. Quizás le pegaré un tiro más tarde por diversión.
–¡Pero la sociedad tenía información importante sobre estas computadoras!
–Dejela limpia.
Kirk frotó sus húmedas palmas sobre sus pantalones, y jalo el archivo de utilidades.
Encontró el comando de borrado, destacó el disco duro…
–Esto es un crimen. Hay cosas en esta computadora que nunca podrá ser recuperado.
–Exactamente.
Kirk no podía mirar al tipo una vez más. Lo había mirado durante seis horas,
discutiendo al principio, diciendo al tipo que Tasya estaba muerta, luego callado para
evitar aquellos puños grandes.
No sabía su nombre. Solo sabía que era grande y feo, y que algo estaba mal con su
cara–su nariz parecía casi de una rata, y él parecía capaz de ver en la oscuridad.
Él animo a Kirk a que se arrastrara para comenzar, y el modo en que manejaba el
cuchillo, y la pistola semiautomática… Kirk pulsó borrar, y miró como la computadora
iniciaba el proceso de limpiar el disco duro.
Él giro lejos su cabeza. No podía mirar. Buscando, subió a la cara del tipo, él le dijo.
—Usted no se saldrá con la suya, sabe. Puedo identificarle.
Tuvo un segundo para comprender que había subestimado la situación.
Entonces él tiró del gatillo e hizo volar sus sesos por todas partes del cuarto.
Stanislaw Varinski cio el lío con satisfacción.
–No más, usted no puede.

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Capítulo 15

Rurik cogió un vislumbre de él mientras ellos abordaban el barco. Solo un vislumbre.


Esto era suficiente, y sabía-un Varinski los habría encontrado. Condujo a Tasya a un área
pública donde podrían mirar al resto de los pasajeros embarcar. El amplio barco, con fondo
plano sostenía a ochocientos treinta pasajeros y ciento veinte coches, al menos según la
literatura de la empresa, y él no vio ningún signo de más asesinos.
Pero con un barco de ese tamaño, un Varinski podría fácilmente esconderse en el
maletero de un coche o trabajar en la tripulación.
En ninguna parte se estaba seguro de los Varinskis, a menos que Rurik lo hiciera
seguro.
–¿Debemos ir a nuestros asientos? –Tasya preguntó–. ¿O quieres ir al casino? ¿O a
alguno de los restaurantes? –estaba siendo sarcástica.
Ella estaba alterada por la Sra. Reddenhurst y su pensión, y aun todas las
aseguraciones de Rurik de que su familia la ayudaría, no habían borrado el odio y la
desesperación en la fija mirada de Tasya. Ella tomaba su responsabilidad en el asunto muy
seriamente, e hizo recordar a Rurik lo que su madre siempre decía-el pelaje de asesino y
pillaje estaba en más que la vida y los bienes.
Los Varinskis destruyeron cada sentido de seguridad, y sombrearon cada día
soleado.
–Vallamos a localizar nuestros asientos primero.
Los asientos eran al estilo aeroplano, enfrentados en una dirección en un enorme
cuadro. Ellos se reclinaron, Rurik había pagado en primera clase, por lo tanto tenía el
cuarto para estirar las piernas.
La cabina estaba atestada con gente que colocaba sus pertenencias, pero un rápido
vistazo no le mostró ningún signo del Varinski.
Sentándose al lado de Tasya, preguntó.
–¿Tienes el mapa del barco?
Ella se lo dio y cerró los ojos.
Él desdoblo el mapa y estudió la ubicación de las áreas públicas, el cuarto de la
tripulación, y los armarios de almacenaje, notando cada parte donde un Varinski podría
ocultarse.
–Cuando aterricemos en Bélgica, compraremos pasajes para ir en tren desde allí.
Ella abrió los ojos.
–No seas tonto. El tren tomara demasiado tiempo. Volaremos a Lorena.
Él hizo una pausa.
–El tren será…

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–¿Lento? –ella se sentó hacia adelante–. Ahora mismo sostenemos la ventaja sobre
los Varinskis. Ellos no saben a donde vamos, y un brinco rápido en un avión los dejaría
fuera, por lo menos por un poco de tiempo.
–Aprendes rápidamente.
Maldición.
–Nosotros cogeremos un vuelo rápido a Estrasburgo y lo haremos. Con un poco de
suerte nosotros lo haremos.
Primero, ellos tenían que bajar del barco.
Él miró la parte de atrás del mapa. Los servicios eran siempre un peligro; tenía que
visítalos a cada uno, pero nadie tardaba, y las posibilidades para un ataque solitario
estaban bien.
–Los Varinskis podrían mirar los aeropuertos.
–¿Cómo ellos no miraron los trenes? –su tono tiro sobre una muesca.
Físicamente ella se relajó hacía atrás en el asiento, y moduló su tono. Era la voz de la
razón cuando dijo.
–He hecho este viaje antes, Rurik. Conozco de qué hablo.
–Sí. Se que lo haces –los pasillos inferiores donde la tripulación, los coches, y el
equipaje fueron guardados–se miraban bien, también.
Pero Rurik aposto en el suelo. Todavía llovía y cuando la noche llegara, el aire se
pondría más frío. Nadie estaría ahí, y el simpático Varinski podía estar al acecho hasta que
la mayor parte de los pasajeros estuvieran dormidos o jugando. Todo lo que él tendría que
hacer era encontrar a Rurik y Tasya solos, y el golpe sería tan fácil.
–Entonces iremos en avió –dijo ella.
Él al miró. Si Rurik no cogía al Varinski, ellos nunca se bajarían del barco. Ahora
mismo, estaba dispuesto a luchar por sus vidas; luchar con Tasya sobre como ellos
viajarían pareció menos importante. Después de todo, él había volado en el ultraligero.
Seguramente podía soportar un vuelo a través de Francia.
–Bien.
Ella lo miro curiosamente.
–¿Qué pasa? –el barco estaba en marcha, saliendo del puerto y hacía el Mar del
Norte.
–Voy a estirar las piernas –se puso de pie–. Tú permanece en tu asiento.
–¿Y si tengo que orinar?
–Lo tendré en cuenta ahora si te gusta, pero después, me gustaría que permanecieras
en tu asiento.
Ella echó un vistazo alrededor.
–¿Estamos en peligro?
–Soy cauteloso.
–No tengo que ir –sacó ella su manta de viajes y cubrió sus hombros–. Me quedaré
aquí.

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Con la llave, ella estaría segura de las personas y los empleados que cruzaban los
pasillos.
Esperó.
Abrió él la puerta exterior, y el viento casi la arrancó de sus manos. La niebla se
había desarrollado en una tormenta, y las nubes y el sol poniente hicieron de la cubierta un
lugar sombreado, vacío, barrido por la lluvia. Las escaleras surgieron; los botes salvavidas
sostenidos en esquinas donde un Varinski podría ocultarse-especialmente un Varinski que
se mantenía en su estado animal. Parches de luz por las ventanas crearon sombras extrañas,
y cuando Rurik pisó la cubierta resbaló su cuchillo de la vaina alrededor de su cintura.
Alcanzó la popa. Hizo una pausa durante un minuto y miro por la estela agitada
salida por el barco. Escucho un movimiento y… oyó algo, el golpecito muy débil de una
pluma.
Sólo aquella fracción de segundo en que los ojos de Rurik le advirtieron el peligro.
El peregrino vino directamente a su cara con las garras hacía afuera. Con sus brazos,
él abofeteo al pájaro de lado. Un dolor cegador cortó a través de su pecho. En un instante,
el peregrino cambio, convirtiéndose en un hombre tan alto como Rurik, con brazos largos e
intento de una fija mirada letal.
Rurik no dejó de mirar fijamente. Cargó, estocando el cuchillo… y este entró en
contacto, cortando la carne sobre la garganta del Varinski. El tipo brinco atrás con sorpresa.
Bien. Estos bastardos siempre subestimaban a los hijos de Konstantine.
Rurik se rió.
- ¿Ellos enviaron a sólo unos de ustedes?
El tipo limpió su mano a través de la sangre que goteaba bajando por su garganta.
-Solo un Varinski era necesario –cogió la mano de Rurik en el cuchillo en su enorme
apretón, y aporreó su pecho con el otro puño-. El mejor.
El cuchillo giro hacia Rurik, directamente a su pecho.
Concentrado, abrió sus dedos. El cuchillo hizo ruido en el piso. Rurik se dejo caer de
rodillas, su peso lanzo al Varinski fuera de balance. Pasando por debajo del Varinski, usó
su hombro para sacar el brazo del hombre de su agarre.
El Varinski rugió de dolor. Entonces puso una presión aplastante en la mano de
Rurik. Aparentemente, el dolor lo hizo enfadarse.
Los huesos de Rurik comenzaron a romperse y separarse. El dolor era horrible; su
visión comenzó a descolorarse. Se iba hacía adelante.
Apenas en el barco de almacenaje de su memoria, oyó a su padre que le gritaba que
pensara. Oyó a sus hermanos que se burlaban de él por desmayarse, por ser una mujercita.
Contra el gorila Varinski, solo tenía una posibilidad. Enfocó, hasta que pudo trabajar
su otra mano alrededor y abrir el estilete oculto bajo su manga… y se posiciono entre las
costillas del Varinki.
Este colgó allí sobre la lámina, sus amplio ojos, su apretó inflexible. Entonces, en un
chorro de sangre, murió.

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Rurik lo cogió cuando se cayó. Verificando su pulso, no encontró nada. Sin hacer
una pausa, lo arrastró al lado y lo levantó sobre el carril. No se detuvo para escuchar la
salpicadura. La mancha sangrienta desaparecería bajo el azote de la lluvia, pero no podía
depender de que los pasajeros y la tripulación hubieran visto la lucha. Necesitaba
limpiarse, antes de que alguien lo viera.
Rompió la cerradura sobre uno de los armarios de almacenaje de los porteros, y se
tallo con las toallas de papel. Removiendo un plumero, lo saco fuera y lo examino. Estaba
mojado, pero no ensangrentado.
Miro con el ceño fruncido su pecho. El peregrino había abierto una herida de ocho
pulgadas o través de su camisa y sobre su pecho derecho. Eso quemaba. Su tatuaje tenía
bordes dentados, pero la piel se curaría. La camisa no, y esta dejaba pruebas muy graficas
de su lucha. Con un encogimiento de hombros, él volvió a ponerse la chaqueta por delante.
Teniendo gran cuidado, hizo un recorrido alrededor del barco, haciendo una pausa,
escuchando y examinando a los otros pasajeros. Se detuvo en la tienda de regalos, compró
una camisa que decía Transpórteme Lejos, y se cambió en el probador de los hombres.
Finalmente hizo su retorno a su asiento.
Podría mirar a lo largo de la noche, pero creyó que Tasya y él estarían seguros.
Tasya despertó cuando se sentaba, pestañeando hacia él.
–Oh. Eres tú.
–Sí, soy yo –y recordó algo que antes no le había importado. Había estado de
acuerdo en volar con ella a Lorraine.
El misil estaba casi sobre ellos.
Rurik condujo el avión de lado.
Ellos no iban a lograrlo…
–¿Todo está bien? –ella preguntó–. ¿Hay algún Varinski en el barco?
Él miró fijamente inexpresivo, entonces se calmo.
–Tú dime ¿Has sentido la presencia de cualquier Varinski?
La había cogido media dormida, todas sus barreras abajo. Ella mordió su labio
inferior, y desvió la mirada.
–¿Qué? –su obvia incomodidad lo cautivó.
Satisfecho.
Ella lo hizo volar.
Él le hizo revelarse.
Ella ya había confesado sus premoniciones. ¿Por qué estaba ahora intranquila?
–No sentiría a un Varinski a nos ser que él estuviera muy cerca, porque cuando
estoy contigo, siempre siento una sensación de bajo nivel de… algo –ella puso su mano en
su brazo como para tranquilizarlo–. Pienso justamente que, a tu propio modo, eres
peligroso.
–Ya veo.
Se había preguntado. Ahora sabía. Sus instintos sobre él estaban bien.
Justo no lo suficientemente bien.

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***

Boris Varinski se sentó frente a su computadora con el teléfono, en su oficina,


buscando CNN.com por las noticias que quería.
Nada.
Ni una palabra sobre los asesinatos misteriosos de Rurik Wilder y Tasya Hunnicutt.
¿Por qué no?
Duscha era uno de sus hijos, un asesino experto bendecido con brazos largos y una
masa aplastante de músculos. Le gustaba la matanza, insistiendo en ejecutar todas y cada
una de las sus asignación de propia mano. Ellos-Boris y sus hermanos-habían pensado que
la debilidad de Konstantine por la mujer gitana debía engendrar hijos inferiores.
Aún Jasha Wilder había mostrado ser imposible de matar, y ahora, por cada minuto
que pasaba sin una llamada telefónica de Duscha, las esperanzas de Boris fallaban un poco
más.
La puerta se abrió de golpe. Uno de los muchachos más jóvenes pegó su cabeza.
–Eh, tío ¿quieres jugar al póquer?
Boris amaba jugar, y últimamente, demasiado a menudo, la familia jugaba sin
pedirle participar. Su falta de respeto era otro signo que su estado como líder había
decaído, y esta era una buena oportunidad de reforzar su control sobre ellos.
Pero si dejaba la oficina esta noche, podría perder la llamada de Duscha.
Peor, podría ver a tío Ivan.
–Espero una llamada ¿No puedes ver que espero una llamada?
–Sí, seguro. Espera por tu llamada –el muchacho cerró la puerta con un golpe.
Mientras Boris miraba fijamente el teléfono.

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Capítulo 16

Rurik sentado en la fila de pasillo, miraba fijamente a la puerta que estaba entre él y
el piloto, trató de penetrar la barrera con su mente, entender si el piloto era moderado,
cuantos años de vuelo tenía, si podría convertirse en un pájaro y elevarse sobre las
corrientes de viento…
Tasya cogió su mano.
–¿Estás bien?
El hizo mover su cabeza hacia ella.
–Estoy bien.
–No dormiste ni un poco anoche ¿verdad? –ella apretó sus dedos–. ¿Por qué no
tomas una siesta?
–No puedo dormir hasta que estemos lejos de la tierra.
–Sí, correcto –ella llevaba esa sonrisa torcida–. Estas a punto de quedarte dormido
ahora mismo.
–No, realmente. Yo… tengo miedo de volar.
Bien, la mentira más grande que alguna vez había dicho, pero la muchacha sobre el
avión de los Estados lo había creído ¿Por qué Tasya no debería?
Porque ella sabía que él había sido piloto.
–Oh, solamente cierra tus ojos.
Pero cuando sus ojos se cerraron, pudo escuchar el sonido del avión cuando este
unió la coleta, analizo el sonido del motor, el ruido de las solapas de alas preparadas para
el despegue…

En el aire sobre Afganistán


Hace cinco años.

El XF-155 Blackshadow cortó el cielo azul pálido, dejando un rastro de vapor blanco. Debajo,
en el borde del llano afgano, la tierra se torció, renunciando abruptamente del marrón llano plano
aumentando a las montañas altísimas. Por cuatro mil años, el llano, las montañas, el calor, el frío, la
sequía y el enemigo oculto que se desliza entre las cuevas y a través de pases, hicieron de Afganistan
una perra ciudad de hacer guerra.
Pero esas no eran noticias.
Las Fuerzas Aéreas estadounidenses nunca habían molestado al Capitán de estación Rurik
Wilder –Halcón– en ninguna parte, excepto en los agujeros de orina del mundo.
Y él fue, con gusto, por la posibilidad a volar aviones que volaban bajo radar, ambos
literalmente y figuradamente, sin levantar tanto como una onda.
Del asiento del copiloto detrás de él, el novato preguntó.
–Eh, Halcón ¿qué es lo que buscamos?

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–No sé –Rurik escaneó la tierra, buscando por alguna… cosa.
–¿No tenemos todas las pistas?
–Sólo sé que el jefazo se comporta como un muchacho con el pene torcido.
–¿Peor que de costumbre?
–Piensa en esto, Jedi. Volamos un avión tan secreto, ni una indirecta de su existencia ha
escapado a la prensa. Esta es mi tercera vez en el asiento del piloto, tu primera vez como WISO, y
solo conseguiste venir porque lo pedí. Y el General García llamó a la base, nos dio coordenadas ¿y te
dice reconoce? –Rurik silbó su despreció–. Por favor. Hasta ellos corren una docena de misiones en
este bebé, ellos no estarán convencidos de que ella pueda quedarse en el aire –el Halcón siguió
explorando el terreno abajo–. Le pregunte al general que si hubiera cualquier satélite Intel el podría
pasarnos desapercibidos ¿sabes lo que dijo? –no esperando respuesta continuo–. Él dijo que el
satélite Intel era lo que causaba que la misión nos fuera dada. Su información no es concluyente,
pero era lo suficientemente bueno para nosotros, lo que causa un guiño bajo. Yo estoy aquí para
decirte, Jedi, hay algo serio, muy serio cagarte cuando te bajes.
–¿Esta es la terminología oficial de la Fuerza Aérea estadounidense?
–Sí… como una especie de FNG.
Jedi se rió.
FNG traducido vagamente como-multa al nuevo tipo…y Matt–Jedi–Clark era un FNG. Él
había terminado su formación teatral de guerra con su instructor piloto. Esta era la novena misión
operacional de Jedi como los Sistemas de Información de Armas Officer–WISO–en un área hostil con
el Halcón como piloto, y otro pensamiento de WISOS que tenía él que hacer.
Rurik Wilder era el mejor piloto en las Fuerza Aéreas. Cada uno lo sabía; cada uno sabía que
Jedi había sido afortunado porque él tenía el mejor potencial para tomar el lugar de Rurik en la
cadena alimenticia.
Jedi estaba bien. Realmente bien. Valiente, fuerte, y verdadero. Es por eso que ellos le
llamaron Jedi. El chico era Luke Sky–Walker sin el lloriqueo.
Pero Rurik era “el Halcón”. En veintiocho, él había pasado mucho tiempo parando a
desafiadores de los servicios de su propio país, así como más que unos cuantos de otras naciones-
unas pocas amistosas y unas definitivamente agresoras. Hasta ahora, nadie había llegado cerca de
sus capacidades. Ninguno de estos chicos lo sabía, pero nadie podría alguna vez.
Él echó un vistazo por encima del espejo retrovisor sobre la cubierta de proa.
Por otra parte, Jedi era lindo. Tenía ojos negros, pelirrojo,, un cuerpo tonificado por el
levantamiento de pesas, y el Yo soy-un-caliente-de-mierda la jactancia que tantos pilotos habían
perfeccionado.
Rurik sonrió abiertamente.
Las chicas amaban a Jedi.
Las chicas amaban a Rurik.
De todos modos Jedi era rápido y simpático con una destreza para el vuelo. Él llegaría lejos.
–Déme una vista de las montañas –llamó Jedi.
Rurik se dirigió a la izquierda.

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Debajo de ellos, la llanura brilló en le calor de verano, y Rurik no vio una maldita cosa de
interés. ¿Qué podría haber allí? El terreno era marrón y el mandato, entonces el marrón y agudo,
subiendo rápidamente hacía el cielo y brillante con tanta fuerza… ¿Qué pasaba allí?
–Terremoto –la voz de Jedi se elevó con entusiasmo–. ¡Terremoto!
Las rocas cayeron cuesta abajo de la montaña. El aire se sacudió tan fuerte como la tierra. Y
directamente allí en el pliegue de la montaña, Rurik vio el rasgón de tierra abierta.
No, no la tierra.
Tiró de la visera de su casco y miró otra vez.
Había material rasgado abierto-material de camuflaje. Algo que ellos buscaban estaba allí,
algo expuesto por un truco de la naturaleza.
Esto era lo que el jefazo les había mandado que vieran. Una instalación enemiga de alguna
clase…
–Hijo de perra –susurró Rurik.
–¿Qué es ello, Halcón?
–¿Qué piensas que es? –Rurik pensó que lo sabía. Él también sabía que tenía que estar
absolutamente seguro.
–Pienso es… pienso que esto es algún tipo de campo militar o… –Jedi sonó estirado–. Esto
necesita dejar de temblar, y yo necesito estar más cerca. ¿Puede llevarnos más cerca?
–No puedo. No queremos que ellos consigan una buena mirada de este bebé –el avió, quiso
decir, el nuevo juguete de las Fuerzas Aéreas. Además, Rurik tenía otra opción. Sólo esperaba que el
FNG pudiera colgar sobre su entrenamiento bajo presión–. Estoy en el frente. Tengo una vista. Tú
toma los mandos.
–¿Quieres que yo tome los mandos? ¿Del Blackshadow?
–Ahora.
–Entendido –Jedi sonó estable como una roca, Halcón lo sintió mover el mando de control.
Buen chico. Porque Rurik sabía aún mientras él volaba, que Jedi debía planificar la escena
entera–la barra, los pilotos, el anuncio que el Halcón le había dado de volar el nuevo avión…
–Concéntrate en volar. Mantenlo derecho, mantenlo estable.
–Bien Halcón. Lo tengo.
Todavía Rurik esperó, mirando a Jedi en el espejo retrovisor.
El chico realmente lo tenía. Era tan bueno como había pensado.
Rurik tomó una larga respiración. Durante el más mero segundo, se relajo y cerró los ojos.
Profundamente dentro, lo sintió. El cambio, la prisa de regocijo… el sentido de superioridad.
Había pasado tan largo tiempo desde que se había permitido cambiar, que se había olvidado…
se había olvidado de ese cuchicheo silencioso, sibilante en su cerebro, mientras celebraba el poder. Él
podría tomar una mujer. Podría ayudar a un niño. Podría aplastar a un hombre.
Él era un dios.
Entonces, como una palmada, una voz más profunda, más dura se sobrepuso en su mente.
No un dios. Un demonio.
Abriendo los ojos, echó un vistazo otra vez a Jedi.
El chico tenía su cabeza en la cabina mirando las medidas.

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Entonces Rurik enfocó en el campo tan distante debajo. Más cerca, eligiendo detalles que él
nunca podría haber visto con su vista normal.
Camiones. Hombres.
Mierda.
Tomando otro largo aliento, afiló su visión de nuevo.
Una instalación nuclear.
Bastantes ojivas–¿Cuántas?
Cuéntalas.
Bastantes para vaporizar a lo americanos y paquistaníes, y, de aquí, el subcontinente indio
entero… la rabia se elevó en él. Aquellos estúpidos, pequeños tiranos. Ellos podrían matar a cada
uno.
Otra vez, la pequeña voz susurraba en su mente.
Él tenía el poder de terminar con ellos ahora mismo…
Él quiso terminar con ellos en ese mismo momento…
Oyó un ruido estrangulado sobre él, y que, aún más que la profunda memoria de su padre,
con voz severa, arrastrándolo atrás por el borde.
Correcto.
Él tenía trabajo que hacer. El poder sobre la vida y la muerte tendría que esperar.
–No tengas pánico, Jedi. Los cogimos a tiempo –alcanzo por el botón trasmisor de la radio-y
rompiendo la atención cuando oyó el chasquido de seguridad en la pistola de Jedi.
Mirando sobre el espejo, observó sus propios ojos-el profundo destello rojo dentro de sus
largas pupilas, el sentido del Otro.
Encontró la mirada del chico.
Los ojos de Jedi eran humanos, tan humano, y feroz, enfadado… ansioso.
Jedi era primer piloto de la Fuerza Aérea, luego un WISO, excepcionalmente bien entrenado
para tratar con cada circunstancia que los militares podrían imaginarse.
Los militares solo no podían haber imaginado alguna vez nada como esto.
Jedi apunto su pistola en Rurik.
–Ponga las manos sobre la cubierta de proa donde pueda verlas.
Rurik hizo en cambio a con una voz calmada, procurando tomar el mando de una situación
insostenible.
–Jedi… Jedi, vuela el avión.
–Lo hago. Y haga lo que dije.
Despacio, Rurik hizo lo que había ordenado; las manos sobre la cubierta de proa manteniendo
su mirada estable sobre Jedi en el espejo.
Las mejillas de Jedi se tornaron como una cereza enturbiada.
El problema era, ¿el chico tenía bastante experiencia para sostener un arma sobre Rurik,
mantener el control del Blankshadow… y manejar su miedo? Un miedo que rápidamente daba
vuelta al enfado.
Con furia, el chico preguntó.
–¿Qué hacen sus ojos así? ¿Qué es?

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Maldición. Rurik había dicho a Jedi que se concentrara en volar el avión. Infierno al tiempo
por no haber él seguido las órdenes.
–¿Sobre?
–No es de extrañar que esté tanta mierda hoy. Usted está con algún tipo de… –Jedi presionó
el botón de micrófono.
Puffy–Major Jerry Jacobs-contesto la llamada, y que más nada podría haber dicho Rurik
como seriamente ellos tomaron este vuelo y sus observaciones. Puffy tenía tan clara la alta seguridad
que rápidamente los había clasificado.
–Adelante, Blakshadow.
–El Capitán Wilder está drogado –soltó Jedi.
Hijo de perra. Ahora ellos estaban en problemas.
–¿Novato, sabe usted lo que dice? –el comandante Jacobs sonó totalmente ofendido.
–Está sobre una especie de droga de diseño. Sus ojos llamearon rojos. Como él era el… –Jedi
se detuvo. Tragando-. Rojo como el fuego. Entonces sus pupilas cambiaron de tamaño. Esto era un
cambio pronunciado.
La voz de Jacobs se deslizo en un bajo, controlado coraje.
–¿Comprende usted esta acusación?
–Lo veo claramente señor –Jedi estaba firme–y aterrorizado. Sabía la seriedad de sus
acusaciones y acciones, pero más que eso…a Rurik le asusto que él se meara.
–Tengo los mandos.
Porque esto no era drogas. En algún lugar de su mente, Jedi lo sabía. Él sabía que había visto
una pequeña parte del cambio de forma de Rurik de hombre… a un halcón.
Pero Jedi era un hombre moderno. No creía en demonios. No creía que el diablo caminara en
la tierra tratando con mortales. Él no lo creía, y no quiso saber.
–¿Tomó usted los mandos del Capitán Wilder? –la voz inflexible de Jacob exigía una
respuesta… la respuesta correcta.
Ningún piloto de la Fuerza Aérea ha tomado antes los mandos por la fuerza.
Nunca.
–Abandoné los mandos al Capitán Clark, así yo podría concentrarme en mi reconocimiento –
dijo Rurik..
No fabricando una mala situación.
–¿Y? –Jacobs quiso algo de Rurik–tranquilidad, una negación, algo.
–Cuando lleguemos a tierra tengo un informe que dar.
–Bien. Clark, tráigalo aquí.
El micrófono pulsó apagado.
Jedi continúo volando el avión, pero su control estaba cada vez más errático, mientras trataba
de mantener un ojo sobre Rurik y su arma cerca.
El avión era demasiado nuevo, y demasiadas montañas surgieron alrededor de ellos para
aquella clase de vuelo.
–Permanece en calma -poco a poco Rurik bajó sus manos–. Solo regrésanos a la base. Tú la
puedes volar. Lo puedes conseguir. No voy a interferir.

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–¡Callase! –dijo Jedi con ferocidad–. Solo cállese y mantenga sus manos lejos de los mandos.
Rurik sabía que esto no resultaría bien para el chico-o para él. Ellos aterrizarían; le harían
hacer pis en una taza. Harían pruebas a su sangre, a su hígado, a su piel. Por Dios, encontrarían sus
amígdalas, que había perdido en un hospital en Seattle hace veintidós años.
Cada prueba estaría limpia.
Entonces el FNG sería probado, y cuando él pasara negativo, sería castigado. Ellos lo
sacarían del entrenamiento y le enviarían a un psiquiatra. Y todo el rato él juraría que vio lo que vio.
Rurik diría lo menos posible, cada uno tomaría partido, y todo eso sería FUBAR 5.
Mientras tanto, había antes una desconocida instalación nuclear sobre la tierra, con un
manojo de maníacos dotándola, y si él no hacía lo correcto, en cualquier momento una bomba podría
hacer explotar sobre…
La alarma que advertía del peligro sonó. Esta fue diseñada para conseguir la atención-si era
inminente el suceso. Un vistazo le mostró la situación. La instalación debajo los había descubierto.
Y enviaron un misil tras ellos.
–Déjame volarla –Rurik comenzó a poner sus manos sobre los mandos de control.
–¡No, Señor!
–¡Después, pon el arma lejos y pon el maldito avión derecho! –Rurik aún no comprendió que
usaba su voz de mando.
–¡No, Señor!
–Tú tienes que volar. Aquel hijo de perra vendrá inmediatamente sobre nuestro culo –Rurik
no podía arrancar su fija mirada del misil que se dirigía hacia ellos.
–¡Estoy volando! –Jedi estaba molesto, pero no lo suficiente bien para salvarlos.
No se concentraba. No tenía la experiencia. Lo peor de todo, el chico tenía mucho miedo de
que Rurik fuera la muerte. Envió el Blackshadow en un espiral. Torció, volteando.
La g´s tiro a la cara, brazos y vientre de Rurik hasta que pensó que pasarían.
El misil estaba siguiéndolos, y ganando.
–¡No tenemos tiempo para esto! –Rurik no tenía la intención de acabar en una explosión
ardiente.
Estirándose hacia atrás, dio un golpe directamente a la pistola de las manos sudorosas del
chico.
El chico gritó.
–Tengo el avión –Rurik gritó cuando agarró los mandos.
La cara dura de una montaña surgió ante ellos.
El misil casi estaba sobre ellos.
Rurik hizo al avión subir de lado.
No lo iban a lograr…
Ellos eran claros.
El misil golpeo la montaña y exploto. Al mismo tiempo, la cubierta voló.

5
N. T. Es un acrónimo que significa comúnmente "mal de reparación más allá de todo" (se usa para describir el estado
de parte del equipo) o "mal Más allá de todo reconocimiento" (utilizado para describir una situación o escenario), que
ahora existe en muchas variaciones. Aunque se originó en los EE.UU. de las Fuerzas Armadas, su uso se ha extendido a
civiles entornos.

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¿Qué carajo?
Jedi se había expulsado. Expulsado sobre territorio enemigo.
¿Por qué pensó que ellos estaban condenados a chocar contra aquella montaña y tener una
ardiente muerte?
¿O porque él mismo estaba demasiado aterrorizado de Rurik para quedarse en el avión con él?
Atontado, Rurik miró el paracaídas descender. Marcó el punto, luego regreso hacía la base,
determinó regresar hacia allí cuento antes para salvar a aquel chico.
Pero fue demasiado tarde.
Malditamente tarde.

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Capítulo 17

Pero había sido muy tarde. Demasiado tarde.


Desde entonces, Rurik había sopesado cada opción, después se habían movido con
la precisión de un relámpago.
Nunca llegaría tan tarde otra vez.
Vida y muerte, cielo e infierno, dependían de él.
Ahora estaba de pie en medio del pueblo de Toul y metódicamente hizo proyectos
para encontrar el icono.
–Aquí está lo que vamos a hacer. Iremos a la sociedad histórica local y les
preguntaremos sobre el rey tuerto. Si nos conseguimos ninguna información, podemos
intentar en la biblioteca local, y si los bibliotecarios no pueden ayudarnos, usaremos sus
computadoras para buscar en el Internet.
–Um –Tasya miró alrededor en la calle, caliente bajo el sol de la mañana.
–¿Hablas francés?
–No bien. ¿Por qué?
–Porque hablar con historiadores y bibliotecarios puede requerir algún valor
lingüístico.
–Si no tenemos, contratamos a un intérprete. Y probablemente tendremos que, para
considerar a la sociedad de arqueología local. Usualmente son aficionados, pero con
frecuencia conocen el campo circundante mejor que cualquiera –Rurik juntó sus manos y
las frotó. Casi esperó que esa fuera la ruta que tendrían que seguir. La sociedad de
arqueología local siempre tiene su tipo de personas.
–Están aquí. Voy a ir al centro de visitantes –ella dio un paseo hacia el edificio más
grande sobre la moderna carretera.
Por los servicios, se figuró él, y la llamo.
–Consigue un mapa mientras esté allí.
Ella agitó la mano dándole la espalda.

Qué infierno de sueño había tenido sobre el avión.


No, no un sueño. Una nueva restauración.
Maldita sea que cada vez que se subía a un avión, los recuerdos lo hundían. Aquel
pobre chico. Cuando Rurik recordó el cuerpo de Clark Mate, torturado, despedazado,
destruido… cuando recordó la escritura de la carta de condolencia a los padres del chico…
se retorció en la culpa recordada.
Había jurado no volar. Comercial, seguro–no podría evitarlo, y a nadie le gustaba el
vuelo comercial. Pero el ultraligero había sido un duro placer, y en el pequeño avión había
experimentado cada corriente de aire cuando el viento había sostenido las alas en alto.

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No más. No más vuelo. No por ninguna razón.
Rurik le debía a Jedi cumplir su voto.
Cuando Rurik esperó a Tasya, examino los locales que daban prisa a sus trabajos y
los turistas que vagaban a lo largo de las pintorescas calles. Los Varinkis no eran un fracaso,
y cuando su asesino no lláme, enviaran refuerzos, y rápido.
Pero él no vio ninguna señal de peligro.
Bien, salvo por Tasya, que salió del centro de visitantes. Era peligrosa… para él y su
paz mental.
–Lo tengo –agitó ella un folleto bajo su barbilla.
–¿Qué es eso? –preguntó él.
–La dirección a la bodega que despliega el famoso tapiz que ofrece al rey tuerto –
enmudecido, él la miró fijamente.
Ella se encogió de hombros.
–Calcule que el centro de los visitantes era un gran lugar para comenzar,
especialmente desde que allí, alguien tiene que hablar ingles. Venga, la bodega esta a solo
unos bloques de aquí.
Rurik, siguió mirando a Tasya cuando ella cobro camino a través de la
muchedumbre, sonriendo hacia a los franceses, y los turistas que se retiraban y le
permitían pasar.
Él había intentado tanto protegerla de los Varinskis, que había olvidado lo
experimentada que era viajando, y como una reportera, podía, y habría investigado fuera
la información que ella necesitaba.
La bodega era un edificio medieval que había sido remodelado para acomodar la
entrada de los turistas que la visitaban todos los años. Pasaba por el alto río Moselle, y
cuando caminaron dentro, Rurik se sintió como si se hubiera transportado a quinientos
años atrás.
El techo era bajo en el frío, el centro de las ventanas oscuro. El lugar olía como el
vino fermentado y zumbaba con las voces de un grupo preparándose para seguir al guía
camino abajo, a los sótanos del vino.
–Allí –dijo Tasya—. Ese es el tipo que queremos –se dirigió ella hacía el anciano
inclinado que se puso rígido con desaprobación al ver su cabello en blanco y negro de
punta. Pero ella no se desalentó; lo arreglo con una deslumbrante sonrisa, y le habló en mal
francés. Hasta que él se quebró y le devolvió la sonrisa.
La próxima cosa que supo Rurik, fue que el orgulloso francés estaba
introduciéndolos en una larga y vacía galería en la parte posterior del edificio. Encendió las
luces y gesticulo hacia la pared, entonces desapareció por el centro de las ventanas,
mientras cerraba la puerta detrás de él.
Rurik se encontró mirando fijamente un tapiz que se estiraba a todo lo largo del
cuarto y llenaba la pared desde la altura de los ojos hasta el techo.
–Buen Dios –anduvo a lo largo del cordón aterciopelado que mantenía a cualquier
turista fuera de su alcance–. ¿Qué es esto?

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–Es un tapiz hecho en el duodécimo siglo de la celebración de la historia de Lorraine.
El idioma usado es el latín. No muchos saben sobre sus orígenes, pero se cree que la
habilidad es local –Tasya caminó despacio a lo largo y delante de Kim, sus manos a la
espalda, escudriñando cada escena que el tapiz representaba.
–¿Las personas en la oficina de visitantes dijeron que el rey tuerto esta aquí? –Rurik
podía ver las escenas de batallas y coronaciones, los pasajes de textos, y una complejidad
deslumbrante de eventos.
–Él no es un rey –corrigió Tasya—, su nombre es Arnulf, y es un jefe militar, justo
como Clovus. Probablemente Clovus dijo que era un rey para hacer su derrota en manos
de Arnulf menos humillante.
–Más PR6.
–Seguro –su expresión era resuelta, y se detuvo más de una vez para examinar las
figuras bordadas en el fondo de lino marrón–. Esto es más un bordado que un tapiz, pero
el detalle es asombroso. La historia entera de Alsacia–Lorena está aquí, incluyendo… –se
detuvo– allí está él. Arnulf el Tuerto.
Rurik se sumó a ella en al cordón.
Los colores eran todavía ricos, las figuras claramente dibujadas. Obviamente, Arnulf
no le pagó a su biógrafo, ya que las escenas eran iguales a unas que proyectaban a Clovus,
la actitud de satisfacción fallaba. Arnulf estaba de pie encima de todos los cuerpos, pero
según el tapiz, sacrificó un ojo y su nobleza por el poder. El tapiz mostraba acuchillado y
quemado a su manera el camino hasta el día, en que él recibió un regalo de lejos.
–Mira –Tasya señalo.
–Lo veo –el regalo era la barra de Hershey formada y rodeada por un halo.
–Allí esta –susurró Tasya.
–Mira. Arnulf acepta el tributo con mucho gusto, pero enseguida su suerte se vuelve
amarga. Está herido, postrado en una cama. ¿Adivinaría que la herida se torno gangrenosa?
–el negro brotaba de la herida y sus enemigos se reunieron alrededor de la cama en actitud
de triunfo.
—Servirle a él claro –Tasya rió—. Culpó al regalo de su desgracia, y lo envío lejos
para hacerlo ocultar en un convento de monjas con la esperanza de que sería curado.
Rurik podría ver mucho representado en aquella tapicería, pero no podía ver tanto
detalle.
–¿Dónde ves aquel tema sobre la curación?
–Esta en esta guía turística –Tasya le mostró el folleto.
Ella era una sabelotodo.
–Sí toda la información esta en la guía turística, entonces ¿qué hacemos aquí?
–La guía no nos dice donde esta el convento de monjas –ella estaba mirando
fijamente la última escena que implicaba a Arnulf el Tuerto–. Esperé que la información
estuviera en algún sitio en el… —su voz se apago.

6
Relaciones Públicas.

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Él siguió su mirada fija en la pequeña imagen de Arnulf muerto, sus ojos cerrados y
una flor estrechada entre sus manos.
–Allí escribe algo –utilizando si débil latín, él leyó—. Pero era demasiado tarde para
Arnulf. Él… no estoy seguro de poder leer esto, pero pienso que quiere decir el objeto
santo–
–Entonces esto es un icono.
–Sí –lo qué él le hubiera podido decir, ella no lo habría creído—. El objeto santo vino
para descansar en un convento de monjas en el reino de… No reconozco el título –se acercó,
tratando de complementar el nombre antiguo con el moderno—. Espera. El convento de
monjas está en… casi lo he conseguido…
Tasya no se movió, no desvió su mirada del tapiz. Hablando con una voz tan baja,
que él casi no escucho, dijo.
—Ruyshvania. El convento de monjas está en Ruyshvania –ella se llevó una mano
temblorosa a la frente.
—Tengo que volver a Ruyshvania.

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Capítulo 18

Tasya se calmó; pensó que Rurik no se había dado cuenta de su pequeño ataque de
pánico delante del tapiz. De cualquier manera, él no dijo nada. Sin embargo, preparaba con
energía su calendario de viaje.
Alquilar un coche. Conducir hasta Viena. Llegar por la tarde noche. Esperar varias
horas al tren nocturno de Viena hasta la ciudad de Capraru en Ruyshvania. Comprar
mientras esperan.
Mientras tanto, Tasya se instaló en el compartimiento privado del tren Nocturne,
tenía una imagen completamente nueva. Llevaba maquillaje, un caro par de vaqueros,
botas negras y una camisa de botones blanca con cinturón. Todo el estudiado conjunto
casual costaba más que su cámara, y el conductor del tren le hizo una reverencia cuando
les vio desde el coche.
¿Qué esperaba? Esto era Europa. Allí adoraban la moda.
A pesar de que Rurik también había comprado una camisa nueva, todavía llevaba
ese abrigo largo de cuero.
Decía que le gustaba porque le hacía pasar desapercibido.
Ella pensaba que a él le gustaba porque escondía la variedad de armas que sabía que
llevaba.
Cuando el tren se puso en marcha, él dijo:
–Voy a dar un paseo por el tren. ¿Quieres algo?
–Dar un paseo por el tren. ¿Es ese un eufemismo para buscar problemas? –no
respondió, ni la invitó a acompañarlo. Ella ya se había dado cuenta de que le gustaba
patrullar sin compañía.
–Una copa de vino estaría bien –dijo–. Quizás incluso una botella.
Él puso una mano a cada lado de ella y se inclinó acercándose.
–Notas la tensión después de un rato, ¿verdad?
¿La tensión? No era que notara la tensión. Era su destino. No podía creer… bueno,
por supuesto, podía. Nadie sabía mejor que ella que el destino era una perra que siempre
exigía un pago.
En vez de responderle, Tasya puso la mano en su mejilla y le besó.
–Ten cuidado.
–Siempre –él le devolvió el beso, sus labios se entretuvieron, después se enderezó–.
Cierra la puerta cuando salga.
Así lo hizo. Aprovechó que estaba sola para darse una ducha en su pequeño baño
privado, y con un suspiro, se volvió a poner su ropa sin el cinturón.
Normalmente le gustaba viajar, y hacerlo con el mínimo de equipaje. Pero parecía
que cada parte de este viaje envolvía otro disfraz… y otra revelación. No deseaba nada más
que volver a casa, a los Estados Unidos, a su espacioso apartamento, vegetar en el sofá

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frente al atronador televisor, con el mando a distancia en la mano y tratar de acordarse de
quién era.
¿O era esto lo que se había enseñado a si misma ser?
Cuando salió, limpia y húmeda, Rurik ya había vuelto a la habitación. Su cena
esperaba en la pequeña mesa desplegable cubierta con un mantel blanco, y la botella de
vino que le había pedido estaba descorchada y respirando.
Cuando él la vio sus, sus ojos color brandy se encendieron como si una llama los
calentase.
Oh sí. El tipo tenía planes. ¿Planes para atormentarla un poco más? ¿Planes para
hacerla la mujer más feliz del mundo?
¿Cómo se sentí ella en cuanto a eso? No lo sabía. Si él fuera menos intenso… si ese
tren se dirigiera a cualquier otro sitio… si. Si.
Así que intencionadamente despreocupada Tasya alisó las arrugas que quedaban
donde había estado el cinturón y preguntó.
–¿Ningún problema?
–Ni una señal. Deja que me lave y después comemos.
–De acuerdo –le dijo a la puerta cerrada del baño.
Cuando salió, su pelo estaba mojado y su cara húmeda.
–No he visto a ningún Varisnki en el tren.
Estaba abrochando su camisa nueva sobre su ancho pecho, y ella quería gemir de
sólo mirarle. El tipo debía hacer mucho ejercicio para haber conseguido esculpir esos
pectorales. Ella se enderezó, absorta en una herida de cuchillada de unas ocho pulgadas
que cruzaba el lado derecho de su pecho, atravesando su tatuaje y cortando en tiras su piel.
Él prosiguió.
–Creo que los perdimos en…
–¿Qué te ha pasado? –ella se puso de pie, le aparto las manos y abrió su camisa. La
herida estaba roja, irritada y fresca–. Te has metido en alguna pelea.
–No es nada.
–Un Varinsky.
Él hizo una pausa e inclinó la cabeza.
Ella juntó las piezas del puzzle.
–En el ferry. Los mataste.
–Sí.
–Se supone que los Varisnkis son indestructibles.
–Yo puedo matarlos.
–Ya se que es un mito –dijo ella impacientemente–, pero creía que eran buenos
luchadores.
–Lo son. Pero de momento yo soy mejor.
Ella rozo cuidadosamente la piel que rodeaba el corte.
–Soy buena en primeros auxilios. ¿Quieres que yo…?
–Me pondré bien.

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–Es profunda. Hay que cocerla.
–Te prometo que estoy bien. Tengo un metabolismo muy rápido.
–Por lo menos prométeme que estás al día con tus vacunas del tétano.
Él le cogió la mano y la apretó contra su corazón. Su pulso firme le calentó la palma.
Pero Tasya no podía ignorar la prueba, justo delante de sus ojos, de que Rurik
estaba dispuesto a ponerse en peligro por ella.
–Primero la explosión, después casi te matan. No debí haberte metido en esto.
–Siéntate –él la acomodó en su asiento—. Relájate –llenó la copa de brillante vino
tiento y se la dio–. Tú no me has metido en esto. ¿No se te ha ocurrido pensar que los
Varinskis quieren destruir el icono y por eso pusieron una bomba en la excavación?
–Eso es verdad –ella tomó un sorbo, y la intensidad y riqueza de la cosecha la
calentó–. Pero eso sería una misión cumplida. ¿Por qué aún nos persiguen? Deberías
dejarme seguir sola.
–No te voy a dejar.
Su corazón, su estúpido corazón dio un brinco entusiasmado de placer.
–Ese era mi lugar, y mi icono –añadió, y quitó las tapas de las bandejas–. La
camarera dijo que esto es Spatzle7 con queso, sea lo que sea eso, huele muy bien –cogió su
tenedor y dio un pinchazo.
Ella le miró.
No le creía. No creía que algún ser humano fuera capaz de arriesgar su vida por lo
que él llamaba una tableta de chocolate Hershey.
Él lo estaba haciendo por ella. Para mantenerla a salvo.
Tenía que contarle la verdad.
Le debía la verdad.

7
Spaetzle o Spätzle: se trata de una forma de pasta muy conocida en Suabia y el sur de Alemania donde es muy
empleado como acompañamiento de carnes y puede encontrarse también como un plato único (el denominado
Kässpätzle o spätzle con queso).

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Capítulo 19

Tasya comió y se bebió su vino. Esperó hasta que él hubiera terminado y después
dijo,
–Los Varinskis mataron a mis padres.
Rurik oyó sus palabras… y las rechazó. Era imposible. Era una tragedia demasiado
infernal para imaginársela.
Pero Tasya parecía ajena a su terror. Le relató los hechos de una forma calmada,
como si la droga del tiempo la hubiera aislado del dolor.
–Vinieron por la noche. Mi madre me sacó de la cama, me llevó con Miss Landau,
mi institutriz y me dio un último beso. Vi a mi padre sacando armas. Él me dio un beso
también a la vez que le alcanzaba a mi madre un rifle –Tasya respiró pausadamente–. Esa
fue la última vez que les vi.
Rurik tenía muchas preguntas que hacer… pero primero deseaba agitar sus puños al
aire y aullar de furia.
Ahora lo entendía, lo entendía todo demasiado bien.
Ahora sabía porque ella era tan fuerte, tan resistente, y tan admirable en todos los
aspectos que pensaba él que eran importantes.
Ahora comprendía por qué ellos nunca podrían estar juntos.
–Los Varinskis… por supuesto. Serían los Varinskis –se rió discretamente y sin
humor–. Esos bastardos.
¿Qué macabro destino les había unido? La noche en la que le habían hecho el amor
fue la primera en cinco años en la que había sido feliz.
–Bastardos, por supuesto. Bastardos por generaciones –Tasya enfrentó a Rurik
desde el otro lado de la mesa y con un fiero desdén dijo–, hombres que se convierten en
depredadores. ¡Oh, por favor! Viajé a Ucrania, y créeme, todo el mundo se cree ese cuento.
–¿Fuiste a Ucrania? ¿Estás loca? –no quería gritar. No debería gritar–. Si hubieran
descubierto que estabas viva y que habías escapado…
–Lo sé, lo sé –hizo un gesto desdeñoso con la mano–. Pero entonces no comprendía
el peligro.
–Eso no te habría salvado –podría no haberla conocido nunca.
–Estoy casi segura de que no saben que estoy viva, o Miss Landau hubiera huido
conmigo en primer lugar.
–Eso es cierto –volvió a apoyarse en su asiento–. Tienes razón.
–En Ucrania no importa lo que los Varinskis hagan… matar, secuestrar, torturar,
violar… nadie les toca. Nunca van a la cárcel. Nunca son llevados a juicio. Ellos viven en su
recinto… es un paraíso para ellos.
–Fuiste a su resinto –él cerró los ojos, tratando de bloquear el conocimiento de lo que
podría haber ocurrido.

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–Conduje hasta allí.
–¿Cuántas veces?
–Lo bastante a menudo como para sacar algunas fotos.
–Paraste y sacaste fotos –apenas podía creer la intensidad de su locura… o la
extensión de su suerte.
–Soy fotógrafa –ella actuaba como si fuera la cosa más normal del mundo–. Están
esos coches en los que están trabajando, colocados por ahí con los capos abiertos, y los que
están abandonados oxidándose. El césped crece todos los veranos y nadie lo corta. La casa
está sin pintar. Cuando necesitan espacio extra, simplemente añaden un adefesio más.
¿Sabes que es lo que tienen en la puerta?
–Un sitio para que las mujeres que han sido preñadas por un Varinski dejen a sus
bebés. Ellas llaman al timbre y corren, y los Varinskis cogen al niño, y celebran el
nacimiento de un nuevo demonio.
–Sabes un montón sobre ellos.
–Sí, lo hago –no te puedes hacer una idea.
–Entonces contéstame a esto. ¿Cómo se las han arreglado para perpetuar esa
atmósfera de terror todos estos años? Mantienen un férreo control de la imaginación local –
no podía sentarse y mirarla a los ojos por más tiempo. Se levantó y llamó al botones,
después puso los platos en la bandeja.
–Son unos extorsionadores. Unos asesinos. Unos secuestradores –ella estaba
fríamente furiosa–. Son una ofensa a la civilización, y es hora de pararlos.
–Estoy de acuerdo, y hago todo cuanto está en mi mano para pararlos –por más
razones de las que ella sabía–. Pero ahora mismo no puedo hacer nada, y tengo algunas
preguntas –quitó el mantel y volvió a plegar la mesa en la pared–. Los Varinskis no matan
por nada. ¿Quiénes eran tus padres? ¿Quién los quería muertos?
–¿Y yo que sé? Sólo tenía cuatro años –se encogió de hombros.
–Tú eres periodista. Habrás estudiado los archivos. ¿Qué decía la policía sobre el
ataque? ¿A quien le echaban la culpa?
–El informe de la policía culpaba a mis padres. Dijeron que fue un
asesinado/suicidio y que mi padre prendió fuego a la casa antes de suicidarse.
–Esa es una buena historia estándar. Los Varinskis le tienen mucho cariño. ¿Qué
pasa con tu institutriz? ¿Dónde esta ella ahora?
–No lo sé. Perdóname por no estar interesada en encontrar a Miss Landau –Tasya se
levantó como si quisiera caminar, dándose cuenta de que no tenía espacio, y después se
volvió a sentar–. Ella me llevó lejos, me dejo en la casa de acogida y después desapareció.
Creo que el haber sido abandonada me hace estar resentida.
Alguien llamó a la puerta. Rurik miró por la mirilla y dejó entrar al botones. Este
cogió la bandeja; Rurik le dio una propina, cerró la puerta con cerrojo y se volvió hacia
Tasya.
–No fuiste abandonada. Ella te puso a salvo y por alguna razón… ¿miedo a los
Varinskis?, probablemente, seguramente el miedo a que tú serías más fácil de rastrear si

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ella estaba contigo… te dejó en la casa de acogida. Si te hubiera sacado de la casa y hubiera
dejado que los Varinskis te encontraran y te mataran, entonces podrías guardarle rencor.
–Explícale a una niña de cuatro años que acaba de perder a sus padres y su casa, que
ha perdido a la institutriz que conocía de toda la vida, y que ha sido dejada con gente que
acogen regularmente diez niños a la vez, que no han sido abandonados. Dudo que te
escuchara.
–Pero ahora ya no eres una niña –su capacidad de guardar rencor le preocupaba…
ya que tenía muchas más razones para odiarle a él.
–Cuando necesito la motivación para hacer lo que hay que hacer…
–Es decir, cuando quieres meterte en la refriega a lo loco.
–Lo que sea –le hizo un gesto para ahuyentarle–. Cuando necesito tener miedo o
ponerme furiosa, me acuerdo de mis padres, y de los Varinskis, y pienso en mi venganza.
Por eso escribí un libro que garantizaría que me aprovechara de la fascinación de la gente
con la religión y las leyendas, los asesinos y la opresión. Por eso quiero recorrer el mundo y
hacer frente a los Varinskis para recuperar el icono. Si puedo llevar una prueba al Museo
de Historia Nacional, dejarles verificar la autenticidad del icono y dar testimonio de la
leyenda de los Varinskis, eso captará la atención del mundo. Una vez que los Varinskis
sean el centro de atención, las autoridades de la Sereminia estaran obligados a condenarles.
–¿Y qué conseguirás con eso?
–Los Varinskis ganan millones todos los años llevando a cabo asesinatos. Tienen un
gran prestigio entre los criminales del mundo. Ese será el principio del fin para ellos, y yo
seré la persona que dispare el gatillo –su sonrisa era una sinfonía de dientes blancos y
satisfacción vengativa.
–Tú serás el objetivo –no sabía por qué se molestaba. Se trataba de Tasya Hunnicutt.
Ella no le escucharía. Ella haría lo que creyera correcto. Y cuando descubriera quién era
él… quienes habían sido sus padres, cual era su apellido antes de Wilder… que era un
Varinski, que vivía con el pacto del diablo todos los días de su vida, que él quería robarle el
icono para liberar a su padre… nunca le perdonaría. Nunca.
Y aún así la quería. Era su mujer, aquella destinada a encontrar el icono. Lo sabía, y
la tragedia de su vida era que quién era y lo que era él nunca se podría cambiar.
Y quién y que era, ella nunca lo aceptaría… cuando lo supiera. Pero aún no lo sabía.
Algunos de sus pensamientos se debieron reflejar en su cara, porque ella se
escabulló.
–¿Por qué me miras de esa manera?
Quizá, si hacía los movimientos correctos, decía las cosas correctas, le mostraba lo
que sentía, ella lo recordaría y comprendería por qué había hecho lo que pretendía hacer.
–El botones pronto vendrá a preparar la cama –él se levantó–. Estas cansada. Ve,
échate un rato. Estamos llegando a una parada. Necesito unas cuantas cosas y me gustaría
pensar un rato.
–De acuerdo –dijo ella lentamente–. ¿Estás bien? Te ves raro.
–Estoy bien.

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–¿Estás seguro? ¿Te esta molestando la herida? –le puso una mano en su pecho y la
dejo allí preocupada por él. Creyéndole.
Una punzada de culpabilidad se le clavó en el costado.
Ella no confiaba en nadie, y por una buena razón.
Él se levanto apresuradamente antes de delatarse.
–Cierra la puerta cuando salga. Yo tengo llave.
Se quedó parado al otro lado de la puerta mientras oía que ella echaba el cerrojo,
antes de caminar hacia el final del vagón. Esperó hasta que el tren se detuvo. Bajó del tren
y compró todo lo que necesitaba de la hilera de vendedores que vendían comida y
artículos diversos. Eligió cuidadosamente lo que necesitaba y, cuando subió de nuevo al
tren, llevaba una bolsa en la mano.
Al menos, cuando terminara con ella esta noche, ella nunca lo olvidaría.

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Capítulo 20

Rurik se quedó de pie mirando desde el vagón a los pasajeros que se subían al tren.
Cuando éste se puso en marcha, recorrió con la mirada a todos los coches, examinando a
cada persona, asegurándose de que, una vez más, él y Tasya estaban a salvo.
Esta noche necesitaba saber que estarían a salvo.
Esta noche se concentraría en Tasya. Sólo en Tasya.
Cuando estuvo satisfecho, volvió a su compartimento.
Tasya estaba profundamente dormida, tumbada boca abajo encima de las mantas
con la ropa puesta, roncando ligeramente. Él sonrió al verla tan relajada… y cerró la puerta,
tomando las precauciones necesarias para asegurarse de que nadie—ni un enemigo, ni el
amigable botones—podría entrar.
Ella había dejado la persiana subida, así que las luces de las ciudades por las que
pasaban salpicaban la ventana y cubrían las paredes con efímeras ráfagas de rojo, azul y
blanco.
Él la cerró, asegurándose de que ningún rayo de luz pudiera penetrar. Empujó la
alfombrilla hasta la puerta para tapar el brillo que entraba por debajo. En el compartimento,
la oscuridad era completa. Ningún ojo humano podría ver…nada.
Teniendo cuidado de no despertarla, le quitó la ropa. Usando el aceite que había
comprado, le masajeó la espalda, los muslos y las pantorrillas. Se tomó su tiempo, siendo
generoso en sus atenciones, aprovechando la oportunidad para trazar cada parte de ella,
para aprenderse su cuerpo como ella nunca le dejaría si estuviera despierta. Masajeó los
lóbulos de sus orejas, las plantas de sus pies, los huesos de sus manos. Dibujó sus pechos,
probó su ombligo, separó sus piernas y exploró, excitándola levemente, pero sin buscar
respuesta.
La respuesta que buscaría después.
Ella todavía dormía, pero gemía y se desperezaba como un bebé en las manos de
alguien en quien confía.
–Si –murmuró en su oreja, y le retiró el pelo de la cara–, duerme.
Él se despojó de sus ropas y trepó a la cama. El perfume de sándalo y rosa de
naranja de su cuerpo estimulaban sus sentidos… estimulando los de ella. O quizá fueran
sus manos, amasando sus músculos, lo que la llevó a despertarse. El oyó su dificultad para
respirar al darse cuenta de que estaba a oscuras, tumbada boca abajo y de que un hombre
estaba encima de ella.
–Shh… –le dijo– . Soy Rurik.
Agitadamente, ella trató de levantarse.
Él la mantuvo tumbada manteniendo el peso en sus muslos. Deslizando sus manos
sobre sus caderas, sobre su cintura, hasta sus brazos, le cogió las muñecas y las sujetó por
encima de su cabeza.

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–Sabías que no esperaría para siempre.
–¡No!
–Confía en mí –murmuró. En una larga y lenta ondulación, se acomodó encima de
ella. Junto las piernas de ella con sus rodillas y presionó su pecho contra su espalda, su
pene contra su trasero.
Rurik podía sentir el calor de su piel a medida que se encendía su pasión.
Ella lucho contra su agarre y dijo.
–No… –en un susurro.
Él frotó su cuerpo contra el de ella, aprovechando el aceite para facilitar la fricción,
deleitándose con la sensación de su piel contra la de él. Su cuerpo estaba hecho para
contenerle, para complacerle. Presionó su pene entre sus piernas, buscando la seda entre
ellas, la cálida piel, la gloria dentro de ella. Se frotó entre sus muslos, disfrutando de la
sensación de piel sobre piel.
–No –era más el sonido de la respiración que una palabra.
–¿Sabes lo que siento cuando estoy dentro de ti? –él usó su pene como si fuera una
estaca, empujando contra la entrada de su cuerpo, y el aceite que había usado en ella le
permitió abrirla, sólo un poquito. Lo suficiente para casi penetrarla.
En ese momento, se deslizó hacia la parte delantera de su cuerpo, y la parte más
sensible de él se rozó con la parte más sensible de ella.
Ella contuvo el aliento.
Él gruño.
–No puedes hacer esto –ella movía la cabeza de un lado a otro, tratando de
levantarse de la cama.
A pesar de que no tenía intención de hacerle daño, el disfrutaba controlándola.
Tenía que asegurarse de algo.
–Confía en mí –su peculiar perfume era más fuerte en la nuca, y aspiro el aroma,
besando la tierna piel–. Adoro tu sabor. ¿Sabes, desde aquella noche que hicimos el amor,
todo lo que tengo que hacer es estar cerca de ti, y no puedo probarte otra vez?
–No puedes.
Él sujetó sus dos muñecas con una mano, y deslizó la otra entre sus costillas y la
cama, para tomar su pecho en la mano.
–Cuando te masajeé con el aceite en el pezón, gemiste en sueños.
–Seguro que lo hice –su voz sonaba enfadada, más Tasya, menos vulnerable.
Entonces su pezón se endureció en su mano. Probablemente ella no quería desear
esto: la oscuridad, o a él. Pero su cuerpo traicionaba tanto su miedo como su deseo.
–Maldito seas. Vete –ella trató de darse la vuelta.
Cuidadosamente, él retorció el pequeño pezón. Una vez, otra, y otra. Con un lento y
firme ritmo para excitar sus sentidos.
Sus respiraciones, y ese inevitable ritmo, obraron la magia. Ella jadeó, y el sudor se
formó en su piel. El olor de su cuerpo se hizo más fuerte, combinándose con el perfume.

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Debajo de él, sus movimientos le hicieron darse cuenta de su fuerza, su debilidad, la
promesa de su femineidad.
Y el podía verla.
La oscuridad no era tal para él.
Él veía la mezcla de enfado y miedo en su rostro, el despertar de la pasión, la fuerza
con la que ella la retenía.
Si. Esto era lo que tenía que hacer. Ella no tenía ninguna oportunidad.
En un rápido movimiento, el la dejó ir y se puso el condón.
Ella no dudó lo más mínimo, sino que se lanzó hacia la libertad.
El la atrapó, la volvió a poner donde él quería que estuviera y volvió a empezar.
Sujetándola, masajeándola, excitándola.
Ella cedió más fácilmente esta vez, olvidando por algunos segundos la oscuridad y
su rebeldía. Cada vez que él la tocaba en un sitio nuevo, la empujaba a un nuevo placer,
ella intentaba forcejear. Pero su resistencia cada vez se hizo menor, y finalmente acepto sus
atenciones, relajándose en el colchón, esperando la siguiente caricia.
Él volvió a presionar sus piernas juntas, después deslizó su pene entre sus muslos y
más arriba, encontrando la entrada a su cuerpo y acomodándose. Asió sus manos por
encima de la cabeza y sujeto su cuerpo con su peso, murmurándole suavemente en la oreja.
–Cuando estoy aquí, cuando tu cuerpo empieza a jadear, el placer es sólo la punta, y
aún así es tan fuerte e intenso que deseo gritar. Entonces empujo un poquito –lo hizo–, Y tú
me aceptas, apretándome y prometiéndome el paraíso.
–Por favor. Está oscuro.
–Tú no tienes miedo de la oscuridad.
–No, no lo tengo. Yo no le tengo miedo a nada.
El besó su oreja y mordió su lóbulo, degustando su piel.
–Estoy casi a la mitad dentro, y tú te dilatas. Me estás dando la bienvenida.
–No eres bienvenido.
–¿De verdad? Deja que te convenza –deslizó una de sus manos untada de aceite
debajo de ella, bajo su vientre y entre sus piernas y en uno de sus dedos, había colocado un
pequeño vibrador. Él accionó el interruptor, llevándola a un éxtasis instantáneo y no
deseado–a la vez que la penetraba profundamente.
Ella se retorció debajo de él y gimió de desesperación. Sus uñas se clavaron en las
sábanas.
Dentro de ella, el clímax la retorcía, la acariciaba.
–Cuando… cuando estoy tan dentro de ti como puedo, sigues tan apretada –él debía
haber separado sus piernas, el éxtasis era casi doloroso–, tan apretada y caliente… dentro
de ti, estás tan caliente… y tus pliegues tiran de mi, implorándome que entre. Para
llenarte… —estaba perdiendo la capacidad de formar palabras. En el momento en que sus
espasmos le llevaron al cielo con ella, la primitiva bestia que llevaba en su interior se abrió
camino para salir. La penetró cada vez más rápido, desesperado por liberarse, determinado
a reclamarla, a mostrarle el hombre que era y hacerle saber que era suya.

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El clímax de ambos fue in crescendo, y lentamente terminó.
Él apagó el vibrador, lo tiró al suelo, y escucho mientras ella sollozaba los últimos
instantes de su liberación.
Ella estaba exhausta. Podía sentirlo por el temblor de sus músculos, por la manera
que yacía, inactiva, debajo de él.
Bien. Eso haría más fácil el resto de la noche.
Se levantó, y le dio la vuelta, se tumbó boca abajo entre sus piernas, y la besó allí.
Ella respiró entrecortadamente, tratando de escabullirse.
Él presionó sus manos contra su vientre.
–Quiero que te olvides de la oscuridad. Quiero que te olvides de a donde vamos.
Quiero que te olvides de quien eres. Sólo quiero que sepas lo que es el placer–y quien te lo
está dando –probó su piel, saboreando lentamente el gusto de una mujer excitada y un
hombre satisfecho.
Ella no podía creer que el quisiera seguir como si nunca hubiera llegado. Como si no
la hubiera sujetado y forzado orgasmo tras orgasmo hasta que sus piernas temblaran.
–No puedes… no puedes hacérmelo otra vez. No tan pronto –con un brinco, él se
alzó sobre ella. Tomando su mano, la envolvió sobre su miembro excitado.
Esto era imposible, pero estaba caliente y duro como si fuera la primera vez.
Esa primera noche, él había sido igual que ahora. Un hombre de enormes apetitos,
fuertemente retenidos.
Esta noche, él había liberado esos apetitos. Era un animal, un extraño para la
civilización–y la convertía en animal, también.
Apretando un paquete envuelto en una lámina de metal, él dijo.
–Pónmelo.
–No lo haré.
Ella no podía verle. No podía ver nada, solo la negra oscuridad que presionaba sus
pupilas y amenazaba con quebrar su voluntad. Pero podía olerle a medida que se inclinaba
cerca de su oreja, y cada vez que hablaba, ella sentía su aliento contra su cuello.
–Me gustaría impregnarte, Tasya. Quiero verte llevar a mi hijo en tu vientre, y saber
que le das de mamar con tu pecho. Si pudiera, tendría una docena de hijos contigo, y mi
placer aumentaría cien veces más cada vez que te llenara con mi semilla, una y otra y otra
vez. Así que tú decides, Tasya Hunnicutt, ¿Condón o no?
Ella estaba más asustada que nunca de la oscuridad… pero se obligó a olvidarse de
todo excepto de él, y de la furia y el placer que despertaba.
Sus manos temblaban cuando desgarró el metal. Cogiendo el pequeño rollo, lo
deslizó por la punta de su pene, y lo estiró fácilmente hasta la base. Él no se movió. Estaba
tan quieto que parecía una estatua.
Cuando ella terminó, todavía le sujetaba con sus manos. Por un momento pensó en
los muchos movimientos de autodefensa que conocía. Los había usado antes, y sin dudar
siquiera; una mujer que quería el mundo sola, algunas veces se encontraba en situaciones
de peligro.

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Pero se trataba de Rurik. Había creído su historia sobre los asesinos de sus padres, y
había estado con ella en cada paso de su viaje.
Sin prisa, ella acarició su muslo.
Sintió que él jadeó. Estaba segura de que sabía que había ganado.
Rodeándola con sus brazos, la levantó.
Ella gruñó, sabiendo lo que venía a continuación.
–Confía en mí –la penetró–. Confía en mí ahora. Confía en mí para siempre.
***
Cuando al fin Rurik subió la persiana, la mañana estaba bastante avanzada y Tasya
apenas recordaba como se sentía sin tenerle dentro de ella.
Él besó sus labios, llenándola con su lengua. La había tomado con su boca, con su
pene, con sus dedos. Se había arrodillado al lado de la cama, la había tomado con su
lengua y la había penetrado. La había tomado muchas veces, y cada una de ellas él estaba
fuerte y lleno, más grande que cualquier hombre que ella nunca hubiera imaginado,
inagotable, determinado, un hombre con una misión.
Confía en mí.
Él había dicho eso, una y otra vez.
¿Confiar en él? Había hecho de su lema el nunca confiar en nadie, y esa política la
había mantenido sana.
¿Entonces porque ahora estaba tentada a desechar toda una vida de duras lecciones?
¿Por qué parecía posible que al final podía buscar en lo más profundo de su alma y
encontrar emociones que ella creía extinguidas?
Amor y confianza… que brillantes parecían esas emociones esta mañana.
Lentamente, se sentó, retirando el pelo de su frente. Echó un vistazo a Rurik,
tendido a su lado, todavía desnudo, todavía excitado, que seguía mirándola como si nunca
fuera a dejar de desearla.
Ella no sabía que responder, que decir, como ser la mujer que el adoraba.
Así que se puso a mirar por la ventanilla.
Habían llegado a Ruyshvania.
Ella reconoció las montañas escarpadas, con rocas esparcidas, sombrías.
Reconoció los valles, salpicados con torrentes y alguna casa de labranza.
Reconoció las ruinas de castillos medievales de la Edad de Bronce, piedras que
seguían en pie en la cima de las montañas.
Ella reconocía este lugar porque por primera vez en veinticinco años estaba en casa.
En casa.
Bajó la mirada y reconoció a Rurik, también. Le reconoció de los días de viaje, de la
noche que había pasado entrelazada con él mientras el tren rodaba bajo ellos.
Mi Dios, ahora nunca le olvidaría, aunque en parte lo deseaba.
Si sólo… si sólo no pareciera que Rurik estaba dispuesto a arriesgar su vida por ella
y su misión.
Estaba empezando a tenerle como un héroe.

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Él la miró, con sus vivaces ojos llenos de una ferviente emoción… la clase de
emoción que le hacía estar demasiado intranquila. Tomando su cara entre sus manos, el
presionó sus labios en un beso contra los suyos.
–Confía en mi, Tasya –dijo otra vez–. Confía en mí para siempre. Nunca te haré
daño. Nunca te traicionaré. Te lo prometo por el alma inmortal de mi padre. Confía en mí.

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Capítulo 21

–Una charla completamente pintoresca –Rurik salio de la Antigua estación de tren y


miró a su alrededor.
El tiempo había dejado a Capraru atrás. Los ruinosos vestigios de sus murallas
medievales serpenteaban a través de la ciudad. No muy lejos, una gran torre de reloj
dominaba la plaza. Una banda de estilo bávaro decoraba los edificios de dos –o tres– pisos,
y las calles estaban cubiertas de adoquines. Algunos coches eran nuevos, pero él vio
modelos de los años sesenta y setenta bien conservados mezclándose con los peatones que
abarrotaban las calles.
–Ruyshvania vivió bajo la hoz y el martillo hasta la caída de la Unión Soviética.
Después, su líder marioneta, Czajkowski, aprovechó el poder y lo retuvo hasta hace nueve
años. Después de un cruel reinado, fue destronado y ejecutado, y desde entonces, se ha
sacado provecho de la singularidad de la ciudad. A los americanos les gustan las calles
limpias y la hospitalidad a la antigua, y el turismo funciona bien. –Tasya parecía una guía
de viajes, fría y bien informada, y su expresión no podía ser más inexpresiva.
Eso le sorprendió. En cada una de las paradas, Tasya se había mostrado entusiasta
con los alrededores, interesada sin importarle las veces que los había visitado.
Quizá la tensión de buscar el icono y fallar la estaba afectando. O después de la
última noche, quizá se sentía incómoda tratando de descifrar que era lo que él quería.
Y él se lo había dicho demasiadas veces… Confía en mí.
–A ver si podemos encontrar alguien que nos lleve al convento –Rurik posó su mano
en la base de su espalda.
Tasya se ajustó la mochila, moviendo los hombros como si no fuera capaz de
encontrar una posición cómoda para las asas.
Bien. Quizá la pasada noche la hubiera dejado exhausta, provocándole dolores en
cada nervio y músculo. Quizá cada vez que hoy se moviera y sus huesos protestaran, ella
pensaría en él y en su dedicación en darle placer. Confía en mí.
–Deja que yo te lo lleve –él alcanzó la mochila. Ella se apartó bruscamente.
–No, yo la llevaré.
Y quizá su plan había fracasado. La pasada noche ella se aferraba a él, se rendía para
él, le dejaba llevarla más allá del miedo dentro de la pasión. Quizá ahora su irritante y
compulsiva independencia le hacía tener miedo… pero eso estaba bien. Ella no podía huir,
tenía un icono que encontrar.
–Me encanta la apariencia de la gente de este lugar. Me encanta como se comportan
–casi todas las personas a su alrededor tenían el pelo oscuro y duras facciones, y se movían
con determinación, como si tuvieran su propio destino en su manos—. Me recuerdan a mi
madre…
Ella sofocó un débil grito, como si la hubiera sorprendido.

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–A mi también me recuerdan a mi madre.
¿Su madre? ¿Había hablado de su madre? Quizá estaba empezando a confiar en él,
después de todo.
Él escuchaba con interés el dialecto. Sonaba parecido al ruso que sus padres le
habían enseñado, como el portugués y el español. Apenas conseguía entenderlo, aunque lo
intentara duramente.
–¿Sabes algo del idioma?
–¡No! ¿Por qué debería?
–No lo sé. Te he oído hablar francés.
—Bastante mal.
–Alemán y japonés con esos turistas.
–No conozco todos los idiomas que existen ¿OK? Sólo soy una reportera gráfica, no
la Torre de Babel.
–¡Ok! Pensaba que quizá conocieras algunas palabras en Ruyshvano –tío, ella estaba
irritable. Cuando su madre y su hermana se ponían así, él y su hermano se cuidaban bien
de bromear con ellas… sobre cualquier cosa. El SPM8 no era algo con lo que bromear…
bien, excepto que él y su hermano decía que su significado era “Saca un Par de Maletas”9, y
lo usaban como una excusa para correr hacía las colinas. Allí acampaban y pescaban, y lo
sentían por su padre, encerrado en casa con dos mujeres realmente irritadas.
Pero Rurik no podía separarse de Tasya. Ella no estaría a salvo, y de todas
maneras… tampoco quería hacerlo.
Quizá esa era la razón por la que su padre se quedaba en casa en vez de unirse a sus
hijos para tener algo de esparcimiento. No importaba el humor con el que ella estuviera, él
aún quería estar allí para Zorana.
No se imaginaba por qué la gente decía que el amor estaba compuesto por tres
partes de gloria y una de sufrimiento.
–¿Deberíamos intentarlo en la oficina de turismo? –bromeó él.
Ella se relajó y sonrió. Brevemente, pero sonrió.
Él encontró un policía que hablaba inglés, y éste les indicó hacia el hotel de la plaza.
Mientras caminaban, Tasya echó una mirada por encima de su hombre.
Rurik también echó una ojeada.
El policía les estaba mirando. A ella.
Ella volvió la cara y parecía… inquieta.
–Está bien –dijo Rurik–. Eres una chica muy guapa. Los hombres se quedan
embobados contigo todo el tiempo. ¿No te habías dado cuenta?
–Tienes razón, soy una chica guapa –ella agarró las asas de la mochila –es sólo que
este lugar es espeluznante.
Rurik echo una ojeada a su alrededor.

8
N.de la T.: Sindrome Pre Menstrual
9
N. de la T.: Aquí la autora hace un juego de palabras tomando las siglas PMS (Pre—Menstrual Syndrom) y su
significado para los hermanos: “Pack my Suitcase”. He tratado de darle el mismo sentido a la frase utilizando las siglas
en español.

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–Veinte mil personas, agradable y limpio, montones y montones de restaurantes.
¿Qué es lo espeluznante?
–Nada.
Él la miró arqueando las cejas.
–En serio. Nada.
Él le cedió el paso a la entrada del hotel y entró tras ella. Era un lugar agradable.
Pequeño, limpio, y había una mujer detrás del mostrador.
Era más o menos de la edad de su madre, y le sonreía como sonríe una mujer
cuando ve a un hombre que le gusta.
Bien. Estaba persiguiendo a Tasya tanto, y ella se había comportado con tal seriedad,
que la apreciación de esta mujer era un bálsamo para su ego herido.
–Te estás pavoneando –murmuró Tasya.
–Y soy bueno en eso –él echó un vistazo a la placa de identificación de la mujer, le
mostró su más encantadora sonrisa y preguntó–, Bela, ¿puedo alquilar aquí un guía?
–Han venido al sitio adecuado –Bela cogió un formulario, lo puso en un
portapapeles y preparó un bolígrafo–. ¿Quieren ir a algún sitio en particular, o les gustaría
un tour por nuestra maravillosa campiña?
–Queremos ir al Convento de Santa María –dijo Rurik.
Ella rasgo el papel con el bolígrafo.
–¿El Convento? Oh, pero si no hay nada allí arriba. Para empezar, no era un
convento rico, y Czajkowski lo despojo de todo lo que había de valor. La zona de alrededor
no es atractiva. Las imágenes hace mucho tiempo que desaparecieron, así como los objetos
sagrados más interesantes. ¿Me permiten que les proponga Horvat?
–No —insistió Rurik–. El Convento.
La sonrisa de Bela se esfumó. Puso el bolígrafo en el mostrador.
–No puedo encontrarles un guía para llevarles allí.
–¿Por qué no? –preguntó Rurik.
Ella les llevó hacia la ventana.
–¿Ve esa colina?
A Rurik le parecía más una montaña, emergiendo por encima de la ciudad,
escarpada y boscosa, creciendo hacia el sol, atrapando briznas de nubes mientras se
arremolinaban a su paso.
–La gente dice que esa colina trae mala suerte. Yo no, por supuesto, sino la gente.
Dicen que está encantada. Dicen que no es un lugar para estar por la noche, y desde que la
carretera está en tan mal estado, es casi imposible subir hasta arriba y bajar en un solo día.
El Convento está en esa montaña. El convento y… –Bela se estremeció–. Esa montaña no es
un lugar agradable.
Tasya aparentemente no podía soportar más el estar callada.
–Tenemos que llegar allí —Bela pareció darse cuenta de su presencia por primera
vez. Entrecerrando los ojos, consideró a Tasya, y entonces asintió con la cabeza como si,
por primera vez, comprendiera su resolución.

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–Por supuesto. Los cuentos son supersticiones, pero esto es Ruyshvania. Es difícil
superar la superstición aquí. Ya me entienden.
–Sí –dijo Tasya–, Si, lo entiendo.
–¿Me permiten sugerirles un coche de alquiler y un buen mapa? –Bela era la
recepcionista, agente de viajes y la encargada del alquiler de coches. Sacó un formulario
diferente, lo puso en el portapapeles y se lo pasó a Rurik–. Todavía queda una monja viva
allí, pero he oído que está un poco chiflada.
–¿Una monja?
–La Hermana María Helvig –Bela movió la cabeza–. Ella se niega a bajar y vivir en la
ciudad. Bueno, ella ha vivido allí arriba desde que tenía dieciocho años y ha visto a todas
las hermanas morir o ser… bien, ellas están muertas, y ella está sola.
–Eso es suficiente para enloquecer a cualquiera –convino Rurik.
–Es inofensiva –les aseguró Bela–. Al igual que la montaña. Estoy segura.
Cuando Rurik le devolvió el formulario relleno, Bela sonrió ampliamente y él vio el
reflejo de un diente de oro.
Bela añadió.
–Al menos, nada podrá hacerte daño allí arriba.
Aunque parezca mentira, ella le hablaba sólo a Tasya.

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Capítulo 22

Una hora después Rurik y Tasya se encontraban conduciendo por un empinado y


sinuoso desnivel. Cuando Rurik miró hacía atrás, podía ver Capraru apareciendo y
desapareciendo entre las curvas.
El embrague estaba flojo, la caja de cambios de cinco velocidades chirriaba cada vez
que cambiaba de marcha, y el asiento del conductor estaba en el lado equivocado. Pero
Rurik había conducido por carreteras de montaña toda su vida y ésta no guardaba
sorpresas para él.
¿Entonces por qué Tasya se estremecía cada vez que pasaban una curva? ¿La había
asustado atravesando Alemania hasta Viena? Había conducido como un maníaco, sí, pero
conducía un Mercedes, iban por la autopista y no le resbalaban las ruedas.
Podía gritarle. Eso es lo que su padre hacía cuando su madre se agarraba al
salpicadero, o podía tratar de distraerla. Así que dijo.
—Parece que Ruyshvania se ha repuesto bien del dictador.
—Sí —sus dientes castañetearon cuando el coche golpeó un bache.
—Perdón —dijo él–, Bela tenía razón. La carretera está en muy mal estado. Pero la
ciudad es próspera, yo creo que podrían arreglarla.
—No si tienen miedo de venir aquí arriba.
Aparecieron a través de una curva y se encontraron una bifurcación en la carretera.
Hacía uno de los lados, la derecha, estaba pavimentado. El otro camino estaba hecho de
gravilla. Los dos parecían escabrosos y en mal estado.
Él avanzó para tomar el camino pavimentado.
Pero Tasya dijo.
—Toma el camino de la izquierda.
Él aminoró la marcha hasta que casi se detuvo.
–Bela dijo….
—Toma el de la izquierda.
—El otro camino está asfaltado.
—Estoy mirando el mapa. Este camino es más corto.
Él se volvió para mirarla.
Ella quería estar en cualquier sitio menos aquí. ¿Porque la había asustado tanto
anoche con sus promesas de lealtad y sus peticiones de confianza? ¿O era porque sentía
algo sobre este lugar? Una maldad similar al frío que había sentido en el túmulo funerario?
—Ok, lo haremos a tu manera —él posó su mano en su rodilla.
Ella dudó, y pusó su mano sobre la de él.
–Sí, por favor, hagámoslo a mi manera.
Quizás ella estaba empezando a ablandarse con él, después de todo. Metiendo la
marcha, torció a la izquierda.

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Para su sorpresa, ella estaba en lo cierto. Condujeron diez millas por la mala
carretera hasta que doblaron una curva… y atravesaron la entrada del Convento de Santa
María.
Aparcó y salieron del coche. El convento era antiguo y atrayente, y podría haber
captado toda su atención.
¡Pero la vista! Él había vivido toda su vida en las Cascadas en Washington. En sus
viajes como piloto y arqueólogo, se había sentido intimidado por algunos espectáculos
impresionantes.
Pero las montañas de Ruyshvania parecían… antiguas. Las cimas alternaban la luz y
la oscuridad. Susurraban traición y devoción. Y en la distancia, otra montaña arañaba el
cielo, y otra, y otra, hasta el pálido azul del horizonte.
Cuando pudo apartar su mirada del horizonte, observó los mismos choques de
suave y duro en esta montaña. Tempestuosos salientes de piedra perforaban el esponjoso
césped esmeralda. Aquí y allí, los precipicios rompían los bosques de coníferas por la
mitad. La densa maleza cubría la escarpada montaña de verde, y bajo ella, podía ver las
fuertes ramas y las largas espinas que repelían a los invasores.
Él se volvió para encontrarse de cara al convento.
Piedra a piedra, los muros habían sido levantados, y los picapedreros habían creado
filigranas y gárgolas. Arriba, en lo alto del claustro, las cruces exploraban el cielo azul. La
capilla era antigua, era la edificación más vieja y pequeña del lugar, con ventanas de
vidrieras y una hermosa puerta tallada con las figuras de los santos. Así como la montaña
era primitiva, el convento desprendía santidad.
Este lugar poseía contradicciones, y escondía secretos. Eso lo sabía sin ninguna duda.
Una pequeña mujer vestida de blanco y negro se acercaba desde el claustro.
La Hermana María Helvig.
Un par de gafas de culo de botella agrandaban sus azules ojos y sus pálidas pestañas.
Su toca se envolvía en su barbilla, y su piel ajada y ligeramente arrugada cubría el rígido
borde. Una sonrisa se iluminó en su cara mientras corría hacia Tasya, con los brazos
extendidos.
Tasya dio un pequeño respingo, un movimiento tan rápido que sólo él lo reconoció
como reticencia y después sonrió, y acepto la bienvenida de la monja.
La Hermana María Helvig agarró las manos de Tasya, se las besó con entusiasmo y
en un inglés con un marcado acento, dijo.
—¡Estaba esperando que vinieras!
Él se plantó con los brazos cruzados delante de la monja. Ella se le acercó, con los
brazos abiertos, el puso sus brazos a la espalda y le hizo una reverencia.
–Es un honor conocerla, Hermana.
La Hermana María Helvig se paró en seco y sonrió.
–Por supuesto. ¡Debería haberte reconocido! ¡Él me habló de ti!
—¿Quién le habló de mí?— Preguntó Rurik bruscamente.
La Hermana María Helvig señaló al cielo.

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–Él lo hizo.
El semblante de Rurik se suavizó. Sonrió y, como un niño pequeño en una escuela
católica, bajo la mirada.
—¿Él te dijo qué pasaría?
—No lo sabe, pero espera que tomes las decisiones correctas.
Rurik alzó la mirada, y su sonrisa había desaparecido.
–Yo también lo espero.
La Hermana María Helvig dibujó una cruz en el aire sobre su cabeza.
–He estado tan sola aquí desde que las otras hermanas murieron. Estoy tan contenta
de que hayáis venido a visitarme… ¿Tenéis la llave?
Tasya miraba fijamente a la buena hermana.
—¿Qué si tenemos la llave?¿De qué?
—Lo siento —la hermana parecía confusa—. Dijeron que alguien vendría a por el
icono —Ruirk y Tasya se pusieron tensos y se miraron fijamente.
—¿El icono? ¿Tú sabes donde está el icono?
—No, pero está aquí. Eso dice la leyenda.
—¿Qué leyenda?
La Hermana María Helvig metió las manos dentro de sus mangas.
–Hace casi mil años, un gran rey del oeste recibió un tributo de un líder militar al
que había vencido. El regalo traía poder al que lo poseyera, o eso dijo el lord. Pero el lord
odiaba a su vencedor, y se trataba de un truco cruel. Como el regalo era un objeto sagrado,
un cuadro de la Virgen y su hijo, si un hombre poseía el icono y no tenía bondad en su
corazón, la mala suerte le perseguiría por siempre.
El corazón de Rurik comenzó a latir intensamente mientras escuchaba. Este era el
lugar. Lo sabía.
La Hermana María Helvig continuó.
–El lord se marchitó y murió, riéndose de la trampa que le había tendido a su
vasallo, y el poder del rey pronto le falló. Se encontró sin ayuda ante sus enemigos, y sin
amigos. Entonces envió aquí el icono para ponerlo a buen recaudo y desde entonces lo
hemos guardado aquí.
—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Rurik.
—No lo sé. Nunca lo he visto —contestó con una dulce sonrisa.
—¿Dónde se guarda? —preguntó Tasya.
—No lo sé. Nadie lo sabe.
—¿Entonces no sabes si tienes el icono? —Rurik procuró esconder su frustración
bajo la lógica.
La Hermana María Helvig se rió, una débil e irónica risa, que no encajaba con sus
rasgos regordetes.
–Por supuesto que lo tenemos. ¿No es así, Hermanas? —ella se volvió hacía un lado
y se quedó mirando fijamente hacia la puerta de la iglesia.

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Rurik también se giró, esperando ver… a alguien. Más de un alguien. No a nadie.
No el vacío. La Hermana María Helvig asintió, como si las invisibles hermanas estuvieran
de acuerdo con ella.
—¿Dónde más podría estar? Este es el lugar más santo de Ruyshvarua, quizás
incluso de todo el imperio.
—¿El imperio? —Rurik frunció el ceño.
—Creo que habla del Santo Imperio Romano —dijo Tasya.
—Por supuesto, Venid, dejadme que os enseñe algo —la Hermana María Helvig
podría parecer anciana, pero andaba como si fuese una mujer mucho más joven, directa
colina arriba. Rurik y Tasya se apresuraron a seguirla por el estrecho camino.
El camino atravesaba un pequeño bosquecillo, y cuando volvieron a salir a la luz del
sol, se encontraron de cara a un acantilado que se elevaba por encima de ellos y caía
bruscamente a sus pies, cortando la montaña en dos o quizá uniendo dos picos en uno.
Como si no tuviera ningún miedo, la Hermana María Helvig anduvo por el estrecho
camino que se deslizaba bordeando el precipicio.
Tasya se paró ante el acantilado y miró detenidamente desde el borde. La caída era
de unos mil pies yendo a parar directamente a unos afilados riscos. Ella se echó atrás.
–Rurik, no le tengo miedo a las alturas. Me encanta volar. Tú lo sabes —él sonrió
ante su tensión.
–Claro que lo se.
—Piloto mi ultraligero hasta cualquier parte —señaló ella hacia arriba, y luego hacia
abajo–. Pero un paso en falso en este precipicio, y no podré volar; me caeré en picado.
—Tienes razón.
—¿Pero que se supone que debo hacer cuando una monja anciana parece estar
dando un paseo por el acantilado? ¿Decirle que tengo miedo?
—Ella es muy agradable. Seguro que lo comprende —Rurik no tuvo que esperar
mucho para saber lo que Tasya diría. Y haría.
—No seas idiota —Tasya dio el primer paso a través del precipicio.
Rurik fue detrás de ella.
–No lo puedo evitar. Forma parte de mi naturaleza. Mi madre me lo decía.
El camino parecía como si hubiese sido cortado por la mano de Dios a través de la
roca, y como si en algún otro tiempo hubiera sido llano y recto. Años de heladas y
deshielos, fuertes lluvias y montañas de nieve lo habían cambiado, deshilachándolo como
un viejo lazo. La roca se hacía migajas bajo sus pies, y aquí y allá había grietas que
seccionaban el camino completamente y les hacía tener que saltar hasta el siguiente nivel.
Delante de ellos, la Hermana María Helvig saltaba como una cabra montesa de
percha en percha, abriéndose paso hacia delante y girándose para llamarlos.
—¡Daos prisa! Si vais tan lentos, nos quedaremos atrapados allí al anochecer.
—¿Allí donde? —preguntó Rurik.

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Tasya no contestó. Se limitó a saltar por el siguiente abismo, y se quedó petrificada
cuando una capa de rocas se despeñó montaña abajo detrás de ella. Apoyando su espalda
contra el acantilado, miró a Rurik.
—¿Puedes hacerlo?
Él saltó, y cayó junto a ella.
–No te preocupes por mí. Si tengo que hacerlo, puedo volar —presionó su cuerpo
junto al de ella, y la besó–. No tengas miedo —susurró–. Después de todo lo que hemos
pasado, no creo que nuestro final sea despeñarnos hacia la muerte.
Tasya metió sus manos en su camisa, sus ojos azules se calentaban con su abrazo.
–Quizá a Dios no le guste un sabihondo.
—Si a Dios no le gusto, es por una razón mejor que esa —cogió su mano –.Vamos.
Yo te llevaré —pensó que el que se lo permitiera, era una muestra de su incomodidad.
Cada vez que llegaban a un lugar donde el camino se abría en un abismo él saltaba,
después cogía la mano de ella mientras ella hacía lo mismo, y se reía de sí mismo por
sentirse tan fuerte y protector cuando sabía muy bien que si le dejaba hacerlo por si misma,
podría saltar sin hacerse ningún daño.
Llegaron al otro lado para encontrarse a la Hermana María Helvig de pié, con la
mirada perdida en el horizonte.
Era espectacular. Esta parte de la montaña proporcionaba una vista diferente, una
que se extendía por kilómetros en tres direcciones. Tenía vistas a la unión de dos ríos, de
dos carreteras y a una serie de colinas que desaparecían hasta tocar el horizonte.
—No tenía ni idea de que este país fuera tan maravilloso —dijo Rurik.
La Hermana María Helvig sonrió.
–Este lugar fue el primero en Ruyshvania en ser considerado sagrado. Pero eran los
paganos los que rendían culto aquí —hizo un gesto hacia la cima de la colina y allí estaba,
un altar de piedra de granito tallado, de ocho pies de ancho y cuatro de fondo, equilibrado
por unos rechonchos pilares que elevaban el monumento de la tierra y lo presentaban al
cielo.
Rurik reconoció la piedra. Estaba relacionada con los menhires y las piedras
verticales que salpicaban Europa y Gran Bretaña, piedras colocadas hace cuatro mil años
por los milagros de la ingeniería de los hombres primitivos.
—La iglesia llegó a Ruyshvania muy pronto —les contó la Hermana María Helvig,
— por lo menos en el siglo tercero, y ninguno de sus esfuerzos puedo arrancar la piedra.
Así que tomaron la otra parte de la montaña como su propiedad. Siempre ha existido un
lugar consagrado a nuestro Señor en la otra mitad de la montaña, mientras este lugar rinde
culto silenciosamente a la naturaleza, y juntos hemos vivido en paz.
—No me imagino por qué los paganos decidieron que este lugar era sagrado —dijo
Rurik
—Esto es sólo parte del motivo —la Hermana le cogió de la manga, sólo de la
manga, no del brazo, y le llevó a un saliente rocoso marcado con un erosionado y quemado
tronco de un viejo gran árbol.

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En medio del montón de rocas, él vio un hoyo, negro e impenetrable.
Tasya no le había seguido, y él la llamó.
—¡Mira! ¡Una cueva! —ella se quedo parada mirando hacia la cima de la montaña y
agitó la cabeza.
–Una entrada al inframundo. Se dice que este es el camino hacia el infierno —como
si hubiera sido empujada, la Hermana María se tambaleaba de un lado a otro –. Oh, esta
bien, Hermana Teresa! Les contaré la otra historia. No hace falta ser tan gruñona —con un
gesto de martirio, añadió–. También se dice que se trata de una ruta de escape secreta que
usaba la familia real de Ruyshvania en caso de emergencia. Dicen que pasa por debajo de
la montaña y sale por el otro lado, en Hungría. Pero la historia sobre la entrada al infierno
es mucho más llamativa, ¿No es así?
A Rurik le gustaba la Hermana María. Le gustaba su infantil exuberancia, su
negativa a juzgar y condenar a los paganos que rendían culto aquí hace tanto tiempo.
–Es muy emocionante, Hermana. ¿Dónde vive la familia real? —Los dimitrus están
todos muertos ahora. O eso es lo que la gente dice. Pero ellos vivían justo allí arriba—. La
Hermana María Helvig señaló hacia la cima de la montaña.
Los instintos de él se agitaron.
—¿Qué les pasó?
—Fueron asesinados. Hace veinticinco años, la noche brillaba con el fuego y se
desgarraba con los gritos.
Rurik miraba detenidamente a la Hermana, que hablaba suavemente, recordando.
También miró detenidamente a Tasya, que seguía con la mirada perdida en la cima de la
montaña, con su normalmente animado semblante sin expresión.
—Las hermanas dicen que te lo diga, este árbol era viejo, alto, verde, el símbolo de la
familia real. Ellos también lo quemaron y, esa noche, toda Ruyshvania lloró —la Hermana
María Helvig se santiguó, y sus labios se movieron silenciosamente.
Tasya la oyó y volvió la cabeza.
–Mejor nos vamos.
Pero el tenía que asegurarse.
–Tasya, mira esa cueva. Cuando estemos listos me gustaría hacer un mapa. ¿Estás
aquí?
Tasya miraba al agujero que se abría en el suelo, y entonces, como si la hubiera
atrapado, se quedo mirando sin pestañear.
–Esa cueva no lleva al infierno, y no entraré en ella sea cual sea el peligro o la
recompensa —ella le miró, su firme mentón y sus azules ojos parecían pedazos del cielo en
invierno–. He estado en esa cueva antes. Yo soy parte de la familia real. Escape a través de
las cuevas. Soy la última superviviente de los Dimitru en la tierra, y ahora ya sabes todos
mis secretos… y tienes mi vida en tus manos.

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Capítulo 23

—Las hermanas sugieren que le gustará un viaje a la abadía.


La hermana María Helvig estaba de pie delante del claustro, tan alegre como
siempre, justo como si los tres no hubieran hecho un viaje a viejos y malos recuerdos del
pasado.
—Por supuesto. Si el icono está aquí, tiene que haber algún modo de descubrir
dónde.
Rurik parecía absolutamente confiado, un hombre que probablemente nunca había
oído gritos u olido el hedor de la carne quemada, y quien pensaba que el infierno estaba
después de la muerte.
La hermana María Helvig alzó una mano, y ladeo su cabeza como si estuviera
escuchando a la audiencia.
Entonces dijo:
—el tiempo se acababa.
Tasya miró al sol. Este estaba descendiendo hacia el oeste, y ella no quería
permanecer sobre esta montaña cuando anocheciera.
—Las hermanas sugieren que usted, joven, mire por las de los alrededores y en las
dependencias.
La hermana María Helvig tomó la mano de Tasya.
—Esta joven y yo miraremos en la capilla.
Rurik puso una expresión graciosa sobre su cara, parecía aliviado y para nada
sorprendido.
—Buen plan.
Tasya se alegró de ver su espalda. Ahora mismo, ella estaba resentida con él y su
familia en Washington y su clara conciencia y confianza en sí mismo, ella apenas podía
mirarlo.
Hicieron una pausa en la entrada de la capilla. Esta era estrecha y alta, con altos
ventanales pintados sobre las paredes, y rotas bancas de iglesia esparcidas entre las
enteras. Telas de araña adornaban el techo y colgaban de los candelabros, pero el altar
estaba impecable; el paño del altar estaba bordado con hilo de oro, limpio, blanco, y tan
fino, tan viejo. La Hermana María Helvig se persignó con el agua bendita de la fuente,
luego bañó sus dedos otra vez y grabó con el agua una cruz sobre la frente de Tasya.
—Es mejor si yo lo hago, —dijo ella.
Usted está demasiado enfadada con Dios para hacerlo.
Era cierto— pero cómo lo sabía la Hermana María Helvig
—Yo siempre pensé que el icono debería estar en aquí.
Condujo a Tasya por el aislado pasillo hacia el frente.

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—Los muchachos siempre obtienen toda la diversión, y pensé que sería agradable si
en cambio la obtuviera una de nuestras muchachas. Usted la encontrará.
— ¿Alguna idea de dónde mirar?
— Tengo muchas ideas!
La hermana María Helvig juntó sus manos.
—Pensé—¿qué?
Ella miró a alguien invisible al lado de ella.
— ¿Qué? –preguntó Tasya.
La Hermana María Helvig suspiró pesadamente.
—La hermana Catalina insiste en no puedo ayudarla.
Tasya mordió su labio. Este no era el momento o el lugar para decir, “palabrotas”,
tampoco la Hermana María Helvig era la persona a quien ella podría decírselas. Pero en
verdad quería hacerlo.
Mientras la Hermana María Helvig miraba, Tasya camino al altar y observó el piso,
las paredes, el techo. Recorrió de un lado al otro el primer pasillo al lado, luego el otro. ¡La
capilla estaba construida con viejas piedras y madera que parecía a punto de derrumbarse,
y si en cierta época hubo una flecha o una señal del icono aquí había desaparecido hacia
tiempo.
—Quizás si te sentaras y pensaras en ello, —sugirió la monja.
Tasya sospechó que su sugerencia no era nada más que una tentativa de hacerle
pasar tiempo en la contemplación religiosa, pero sola no estaba llegando a ningún lado. La
vieja educación no podía ser negada; Tasya se arrodilló en uno de los bancos cercanos al
altar.
—Si me necesitas, llámeme.
La hermana María Helvig se dirigió a la parte trasera de la capilla, su hábito
susurraba suavemente al moverse.
Tasya suspiró y miró alrededor. Ella había estado aquí antes, una niña mirando
sobre una hilera de monjas.... deslizó sus ojos entrecerrados por el lugar.
Ella existió en ese estado entre el despertar y el dormir, cuando nada tenía sentido...
y todo era posible. Su mente floto libre de su cuerpo. Se vio a sí misma ahí abajo, pobre
cosa, cayó agotada en el banco de iglesia. Sus manos descansaron con las palmas encima de
su regazo. Su barbilla apoyada en su pecho. Sus ojos cerrados.
Vi un árbol, sus ramas alzándose hasta el cielo, sus hojas con verde serenidad y
cargadas de promesas. Oyó la voz de un hombre.... Tasya, pequeña, mientras vivas, este roble
nunca morirá.
Pero el roble murió. Murió en una muerte ardiente.
Ella vivía. Ella vivía para la venganza, y para que su venganza fuera completa ella
necesitaba el icono.
Estaba cerca. Tan cerca.
La luz de su conciencia se extendió en todas direcciones, buscando la llave, y la
cerradura dónde colocarla.

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Una fuerza llevó la luz hacia el altar.
Esto tenía sentido, pero Tasya había examinado todo en la capilla...más aún la luz se
hundió, y hundió, en el piso y en las grietas entre las piedras donde parte del mortero se
había derrumbado en el polvo.
Alguien estaba enterrado bajo el altar.
Desde luego.
Las aventuras de Rurik y Tasya habían comenzado en una tumba en Escocia. Esto
acabaría en una tumba en Ruyshvania.
La luz encontró un cofre de tesoros, similar al de Escocia
Y la luz se cernió allí. Esperando.
¡No tengo una llave! Tasya flotó en la capilla, los brazos extendidos. ¡No puedo usar lo
que no tengo!
Y de repente, ella estaba nuevamente despierta y sobre sus pies.
Ella también tenía la llave.
Segura por primera vez en todo este viaje, hurgó en su mochila. La arrastró por el
suelo a sus pies. La colocó sobre el banco. Desabrochando el compartimento principal.
La llave no estaba allí. No estaba en el compartimento de lado. No estaba en el
estúpido pequeño compartimento para el teléfono móvil, o el que era para las tarjetas de
crédito, o en el bolsillo de Velcro para los bolígrafos. No estaba en la bolsa de red con
cremallera para guardar la muda de ropa, o el acolchonado compartimento de la
computadora.
Frustrada, se quitó el pelo de la frente. Alguien lo había robado.
—No, —susurró.
Tiene que estar aquí. Ella perdía cosas todo el tiempo.
Revisó a tientas el inferior de la mochila. Los lados... y en el bolsillo de la botella de
agua, encontró la forma que había estado buscando. La de una larga y oxidada lámina de
acero.
Pero esto no era una lámina de acero.
A través de toda Europa, el artefacto había estado repiqueteando en aquel bolsillo
exterior de su mochila. Esta había dado un golpe contra el marco de una puerta, caído al
suelo, sido almacenada en las cajas de arriba en el fondo de las pilas de equipaje. Cuando
ella abrió el bolsillo, las hojuelas de oxido, grandes y pequeñas resonaron en respuesta a la
apertura de la cremallera, y cuando ella investigó dentro, su mano salió roja de oxido—y
sostenía una llave.
Los dientes eran ahora claramente visibles bajo la corteza formada por mil años de
permanecer oculta en la tierra de la Isla de Roi.
—¿Lo encontró?
Ella giró para ver a la Hermana María Helvig sentada en el banco de iglesia detrás
de ella. La vieja monja reía, como siempre, y cabeceaba.
Sí. Yo la tuve todo el tiempo.
—Tasya se la mostró.

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—Desde luego que lo hiciste.
—Y sé dónde está el icono.
La mirada de la hermana María Helvig cambio al suelo de piedra en el altar.
Entonces la buena hermana siempre supo la ubicación del icono.
— ¿Tomarás el icono? –preguntó.
— ¡Desde luego! Esto es lo que vine a hacer aquí.
Tasya salió del banco.
— ¿Por tu venganza?
Tasya se paro.
—¿Cómo sabía usted esto?
—Yo veo a mis hermanas alrededor de mí. Ellas esperan por mí para reunirnos.
Ella parecía tan convencida, Tasya giro, medio esperando ver una línea de monjas
vestidas en blanco y negro, sentadas en los bancos.
—Pero no estoy loca.
La hermana María Helvig giró hacia un lado y le habló a... nadie.
—¿Soy yo?
Tal vez ella no estaba loca o senil. Tal vez ella veía cosas que nadie más veía, pero
estaban aquí. Tal vez ella sabía cosas que nadie más sabía.... Tasya se acercó al banco de la
hermana, aferrándose con fuerza al borde.
—¿Tendré éxito?
La hermana María Helvig empujó sus anteojos encima de su nariz, y miró
solemnemente a Tasya.
—No entiendes nada en absoluto. Estás implicada en una gran batalla. El bien y mal
están en juego, y las acciones de cada persona, no importa cuán pequeñas, harán toda la
diferencia.
Tasya esperó por más. Más esclarecimiento, más especificaciones, más algo.
Pero la monja metió sus manos en sus mangas e inclinó su cabeza, y Tasya no pudo
decir si ella estaba rezando o durmiendo.
—Bien, entonces.
Tasya se acercó al altar. Con cuidado, colocó la llave sobre el pasamano y se
arrodilló sobre el granito.
Como había visto en su visión, la lechada hacia tiempo se había ido. Las piedras
estaban flojas. Piedras grandes, de la longitud y ancho de su antebrazo, alineadas por
maestros mamposteros y alisadas por generaciones de fieles. Con sus dedos, ella escarbó
sobre lo que estaba encima.
Suciedad... y huesos. Huesos limpiados por el tiempo.
Había dado con el lugar correcto.
Ella escarbó encima de otra piedra, y otra. Una de sus uñas se curvó hacia atrás
rápidamente, y contuvo una maldición.
No aquí. No con la Hermana María Helvig escuchando.

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Los huesos eran viejos, cubiertos de fragmentos de una mortaja de lana el marrón
teñida por el largo contacto con la tierra. El hombre, cuando había estado vivo, había sido
alto y amplio. Su fémur era largo y grueso; los huesos de su cadera eran robustos. Alguien
había cruzado sus manos sobre su pecho. Los huesos del dedo estaban dispersados entre
sus costillas, uno todavía llevaba el anillo de oro macizo.
Tasya hizo una pausa, decepcionada y jadeando. Ella había pensado que él podría
sostener el cofre.
—Siga mirando.
La voz de la Hermana María Helvig floto débilmente desde los bancos. Y luego, tan
débilmente que casi Tasya no la oyó, dijo:
—Ya no hay tiempo.
Tasya miró alrededor.
—¿No tiempo para qué?
La monja no contestó, pero permaneció sentada con la cabeza inclinada.
La piedra sobre la cabeza del rey era de dieciocho centímetros de espesor y la mitad
de la altura de Tasya, y probablemente pesaba media tonelada. Brevemente considero
llamar Rurik por ayuda, pero había visto su renuencia para entrar en la capilla. Por
supuesto que no le llamaría, tampoco rezaría por la ayuda de un dios en quien había
perdido la fe hacía tantos años. En cambio, hizo lo que siempre hacía, depender de si
misma.
Diciendo, —Sosténgase, Hermana, esto va a ser ruidoso, —usó las rocas de los lados
de la tumba como un firme apoyo para sus pies.
Resbalando sus manos bajo los bordes de la gran lápida mortuoria, se esforzó para
alzar un extremo. El otro permanecía asegurado en la tierra firmemente. Los músculos en
sus brazos y estómago gritaron bajo la tensión, sin embargo despacio, despacio el
monumento comenzó a moverse. Casi había llegado a la mitad del camino. . . . Casi allí. . .
casi. . . iba a dejarlo caer. Tenía que dejarlo caer. ¡Tenía qué!
Miró abajo hacia el cuerpo, esperando ver el cofre.
En cambio el cráneo del rey sonrió abiertamente hacia ella, burlándose de sus
esfuerzos.
En una ola de furia, empujó la loza hacia afuera.
Con un golpe poderoso, la loza cayó sobre la ancha superficie del suelo, y se rompió
en dos.
Ella resistió la palpitación, apartando la vista de aquel cráneo que sonreía con
satisfacción.
—Mira esto, —dijo.
Encima de su cabeza coronada, vio un destello cuadrado de ocho pulgadas de oro.
El cofre.
—Está aquí, —llamó—. Hermana, ¡el cofre está aquí!
Con cuidado de no perturbar los huesos, se arrodilló y quitó la suciedad. Sí. El
trabajo sobre la tapa era similar al de aquel cofre en Escocia. Imposible, pero de algún

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modo este cofre había viajado a través de una isla, a través de un mar, a través de un
continente, terminando aquí en una tumba real en un viejo y honorable convento.
Miró alrededor por algo con que cavar, pero el altar estaba desnudo, y de todos
modos, ella podría no haber perdonado a Dios por permitir la muerte de sus padres, pero
eso no significaba que usaría algo de la iglesia como una pala.
—Hermana, ¿está segura de que el icono está adentro?
La hermana María Helvig no contestó, pero eso no sorprendió a Tasya. Luego de los
crípticos comentarios de la hermana. ¿Por le daría ahora a Tasya las respuestas que
buscaba?
Con una impaciencia que no daba lugar al miedo o el fastidio, Tasya excavo
alrededor del cofre con sus dedos.
Más de vez miró ansiosamente a la llave esperando en el borde …pero no. Ella no
se atrevió a usarla en la apretada suciedad. Si se había debilitado el eje, y ella rompía la
llave ...mil años, y Tasya Hunnicutt haría volar el sistema entero rompiendo la llave
mientras excavaba para sacar el cofre. El pensamiento la hizo estremecerse.
Por fin el cofre se liberó en su asimiento, y gradualmente ella consiguió moverlo
poco a poco fuera del agujero. Lo sostuvo en sus manos, maravillada con el trabajo. Quiso
agitar la caja, como un niño con su presente de cumpleaños, e intentar descubrir por el
sonido y el peso si su deseo había sido concedido.
Lo envolvió en sus brazos, y se preguntó cual era su contenido. Durante un
momento, cerró sus ojos y sostuvo la caja de oro incrustado y martillado en sus brazos.
¿Estaría el icono aquí? ¿Había encontrado su prueba por fin? ¿Estaba su venganza
solo a la vuelta de una llave?
Alcanzó la llave. La dejó caer. Esta golpeó la piedra con un sonido metálico.
Su corazón golpeaba con fuerza.
Apenas se atrevió a mirar. Cuando lo hizo, vio los diminutos fragmentos de óxido
esparcidos por el suelo. Pero la llave permaneció en una pieza.
—Está bien, Hermana, —le dijo—. No se hizo nada.
Con el faldón de su camisa, frotó la llave, limpiando los dientes, sabiendo que entre
la suciedad en la cerradura y la corrupción en el metal, se podría necesitar un equipo de
expertos para abrir el cofre—y esto era si su visión era correcta, y la llave emparejaba con la
cerradura. No tenía ninguna chance de que funcionara—pero tenía que intentarlo.
Colocando el cofre en el suelo, insertó la llave en la cerradura. Enseguida, esta hizo
tope con algo. Liberó la llave, la limpió otra vez—las manchas nunca saldrían, pero
sacrificó la camisa con mucho gusto—e intentó otra vez.
Esto todavía pegaba.
Recogiendo el cofre, lo giró para que la cerradura quedara de cara al suelo. Tomó
aliento—sabía bien como hacer esto—y con cuidado golpeo con su mano el fondo.
Un diminuto, guijarro dentado golpeo en el suelo.
Esta vez, la llave entro. La giró.
La cerradura pulsó.

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Su corazón golpeó en su pecho. Jadeó como si hubiera estado corriendo.
Abrió la tapa.
Por primera vez en casi mil años, ojos humanos miraron el icono de la Virgen María.
Y la Virgen María regresó la mirada.
El color de cereza de su capa era tan rico, profundo y resplandeciente que brillaba, y
el halo de oro alrededor de su cabeza relumbraba en la luz variable. Su cara era pálida y de
todos modos, sus ojos oscuros eran grandes y dolorosos, y una lágrima recorría su mejilla.
Ya que en su regazo, esta Virgen sostenía a Jesús crucificado.
Las lágrimas se aglomeraron en los ojos de Tasya, también, y una salpicó sobre el
icono. Apresuradamente, ella lo borró y trató de decirse que ella lloraba porque este era su
momento de triunfo que tanto quería.
Pero aun no podía convencerse.
Los ojos tristes y tiernos de la Virgen contaban la historia. Esto, la Virgen era una
mujer que había perdido a su hijo. Ella era una mujer que había padecido el sufrimiento
incalculable. Y en su cara, Tasya vio a su propia madre.
Tasya recordó las llamas que brincaban hacia arriba, devorando las cortinas, las
paredes. Recordó el grito de los sirvientes. Vio el tormento de su madre nuevamente
cuando besó a su pequeña, dijo adiós y la envió lejos.
Tasya había gritado y llorado, por supuesto, pero no había entendido.
Ahora lo hacía, y las profundidades de su angustia se hicieron más profundas.
Su madre la había dejado ir, no sabía si su hija moriría, pero efectivamente su propio
tiempo había llegado... y que ellas nunca podrían volver a verse la una a la otra vez.
El dolor de ese momento, cuando el lazo entre la madre e hija había sido
brutalmente cortado, nunca podría suavizarse.
Tasya sollozó una vez, un sonido brutalmente fuerte, áspero que hizo eco a través
de la capilla.
Otros sollozos se apretujaron en su pecho, pero ella los aguanto.
No podía llorar. Ella nunca lo hacía. No tenía tiempo.
La Hermana María Helvig había dicho que el tiempo se acababa, y Tasya sabía que
era verdad. Era el tiempo más largo que ella y Rurik se quedaban en un lugar, lo más
probable era que los Varinskis los encontrarían. Si ella obtenía este icono para el National
Antiquities, ellos tendrían que salir antes del anochecer, mientras todavía pudieran
manejar por la carretera hasta Capraru, y tomar un tren fuera de allí.
Se puso de pie y sacudió su ropa.
—Ya lo tengo, Hermana. Estaba desde el principio aquí.
El sol que bajaba a través de las ventanas de oeste brilló en la figura de la Hermana
María Helvig.
—¿Quiere verlo?
Tasya se apresuró pasillo abajo.
—Está hermoso, Hermana, y tan antiguo y triste. El artista era un maestro, y—
Se detuvo y miró fijamente en la monja.

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—¿Hermana?
La Hermana María Helvig cayó hacia adelante y se deslizó.
—¡Hermana!
Tasya deslizó el icono en el bolsillo delantero de sus vaqueros. Se arrodilló al lado
de la anciana y examinó su cara.
Sus ojos estaban cerrados, su expresión serena.
La Hermana María Helvig estaba muerta.

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Capítulo 24

Rurik pasó en frente de la capilla. Cambió de hombro su mochila. Desabotonó su


duster y aseguró su pistola a un lado, un cuchillo al otro, y la espada oculta en su manga.
10

Verificó su reloj. Eran las tres de la tarde. Había esperado mucho y seguiría esperando.
Había explorado el exterior, observando en los edificios de afuera, el cementerio, e incluso
el claustro, pero no encontró señal alguna del icono. O no estaba aquí—o estaba en la
capilla.
¿No era de figurárselo? El único lugar donde él no podría ir.
No había visto señal de Tasya o de la Hermana María Helvig, y su sentido de
urgencia estaba creciendo. Él y Tasya—y la Hermana María Helvig, si él pudiera
convencerla—necesitaban localizar el icono o dejar el convento, o ambos. Ya habían estado
aquí demasiado tiempo.
Mientras caminaba hacia la puerta de la capilla, olió el aroma de la muerte. Captó
toda la escena en un momento—la vieja monja caída en su asiento, Tasya arrodillada en el
pasillo a su lado, cabeza gacha.
—Tasya.
Rurik se quedó donde estaba, si atreverse a entrar. Ella lo buscó.
Él esperaba verla llorar. En cambio su cara estaba pálida, compuesta, y sin
lágrimas—y el dolor que proyectaba se dirigió pasillo abajo hacia él.
Había dado tres pasos cuando el silencio lo golpeó. La capilla estaba esperando por
una decisión. Se detuvo y esperó también.
Pero nada pasó. El aire no quemó sus pulmones; el suelo no quemó sus pies. Él
seguía siendo un hombre y no había estallado en llamas. Empezó a abanzar de nuevo.
—Ella está muerta.
Tasya puso la mano de la Hermana María Helvig sobre su regazo.
—Debemos sacarla ponerla afuera y llamar al sepulturero para que venga y cuide
de ella.
—Ciertamente debemos llamar al sepulturero, pero ella estaba lista para esto. Yo
encontré el cementerio. Su tumba está escavada. El ataúd está esperando. Y nosotros
tenemos que enterrarla ahora.
Cautamente, él tocó la mano de la monja. Nada. Ni siquiera un zumbido.
—Ella no tuvo los últimos ritos. Su cuerpo necesita ser lavado. ¡Tiene que tener una
ceremonia apropiada!
—Ellos pueden exhumarla y hacer lo que sea correcto, pero nosotros no podemos
dejar su cuerpo para que los animales salvajes lo encuentren.
—¿Qué quieres decir?

10
Duster. Especie de sobretodo largo y ligero, gastado especialmente. En los primeros días de los automóviles abiertos
se utilizaba para proteger la ropa del polvo del camino

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Él alzó a la monja en sus brazos y se dirigió hacia la puerta.
—Los Varinskis están acercándose a nosotros. Tenemos que salir de aquí.—
Tenía que darle crédito a Tasya. No preguntó cómo lo sabia. No discutió su
argumento. Simplemente se unió a él mientras caminaba pasillo abajo, el cuerpo de la
Hermana María Helvig flácido en sus brazos.
Salieron de la capilla y se dirigieron hacia el cementerio localizado detrás de la
capilla en las sombras de un gran árbol viejo.
Rurik puso a la Hermana María Helvig en el sencillo ataúd de madera que esperaba
por ella. Tasya colocó sus manos encima de su pecho, ordeno su cofia y su túnica, y puso el
crucifijo sobre de su corazón. La tumba había sido excavada recientemente, el ataúd estaba
limpio y seco y descansando en las sogas, y una pala estaba esperando; la Hermana María
Helvig había sabido la hora de su muerte. Rurik sospechó que ella había sabido quién era
él, también, y que ahora estaban viniendo por ellos.
Ésta era la verdadera razón por la que él quería enterrarla profundamente. Si
pudieran, los Varinskis profanarían su cuerpo.
—Bien.
Tasya retrocedió y le ayudó a poner la tapa en el ataúd.
Juntos, tomaron las sogas. El ataúd era pesado, pero una vez más, Tasya impresionó
a Rurik con su fuerza y su determinación al hacer lo que tenía que hacer. Ella aseguró sus
pies y ayudó a bajar lentamente a la Hermana María Helvig en la tierra.
Él agarró la pala.
Tasya estaba de pie, con la cabeza baja, sus manos en caderas, jadeando.
—Di las oraciones que quieras decir.
Cada instinto estaba golpeando.
—En cuanto termine, estaremos fuera de aquí.
Ella asintió y bajó su cabeza.
Él cavó y la observo.
Detrás de ella, el sol estaba deslizándose hacia el oeste. Los rayos tiñeron de negro—
y—blanquearon el pelo con oro y pusieron un halo alrededor de su cabeza. Su piel brilló
como la porcelana fina, y con sus ojos cerrados, sus pestañas oscuras barrieron sus mejillas.
Una ilusión, por supuesto; Tasya no era un ángel. Pero ella era una buena mujer que
intentaba hacer lo mejor y ayudar aquéllos que lo necesitaban.
Él no la merecía. Pero la quería, y lo mataba que el final pudiera llegar.
Miro alrededor.
Vienen rápidamente.
Terminó amontonando la tierra en la tumba. Tasya observaba.
Una de las cruces de piedra en el cementerio se había roto y caído en la tierra. Él
apuntó hacia ella.
—Pon eso en su tumba.
Tasya lo recogió. Era pesada y fría en su mano. La presionó en la tierra que cubría a
la Hermana María Helvig.

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—Bien. Vamos.
Recogió su mochila y tomó el brazo de Tasya.
Ella lo siguió gustosamente. Sentía una opresiva sensación de peligro. Su tensión se
había comunicado a ella— o quizás ella sentía el acercamiento de un Varinski. ¿Habían
llegado? ¿Estaban aquí?
Ella todavía tenía el icono en su bolsillo.
Tenía que mantenerlo seguro.
—¿Has visto señales de ellos?
Su inquietud creció.
—No.
Él alzo la miraba a los árboles. Hizo una pausa y escuchó.
—No. Pero rastrear personas es lo que ellos hacen, la sorpresa es su fuerte, y hemos
tardado aquí demasiado.
—Agarrando su brazo firmemente, comenzó a avanzar con largos y despiadados
pasos, indiferente a su incomodidad. Su corazón comenzó a agitarse, no debido al paso
enérgico, sino porque él parecía austero y angustiado mientras ellos bordeaban el lado de
la capilla, daban vuelta a una esquina—y encontraron a tres hombres apoyados contra su
automóvil.
Uno permanecía en una postura desgarbada sobre el capó, sacudiendo un juego de
llaves.
Otro holgazaneando sobre el tronco, con la cabeza ladeada, mirándolos. El último
estaba parado junto al lado más lejano, sonriendo abiertamente con sus brazos flexionados
y apoyados sobre el techo. Historia de West Side como realizada por cosacos. Ella los
reconocería en cualquier parte. Había visto fotos de ellos. Les había visto demorarse en su
jardín. Ella recordó el ahogamiento, el presentimiento horrible que generaban en sus
entrañas. Varinskis.
Dos tenía de pelo negro. Uno de ellos era rechoncho. Ambos eran jóvenes inexpertos
con caras hoscas.
El que tenía las llaves era rubio, viejo, de cuarenta o cincuenta, y evidentemente a
cargo.
Pero todos eran altos, fuertes músculos, con amplias caras, altos pómulos, y
barbillas fuertes. De hecho, todos ellos se parecían a Rurik. Se quedó sin aliento. Los miró a
ellos y al hombre que la sostenía apretadamente. El hombre que la había llevado al éxtasis.
El hombre en que confiaba. Rurik... Rurik era uno de ellos. Rurik era un Varinski.

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Capítulo 25

Rurik nunca hizo una pausa. Él usó el brazo de Tasya para adelantarse, hacia sus
parientes.
Hacia los Varinskis.
Asustada, se clavó en seco, tropezó y cayó en la suciedad, sobre sus manos y rodillas.
Encima del zumbido en sus oídos, y el choque y dolor que la hizo casi desmayarse, ella oyó
a Rurik decir, —Aquí está ella. La que perdieron.
Ella inhaló profundamente y alzó la vista hacia los gamberros.
El que tenía las llaves dejó de sacudirlas. Se enderezó. —¿De qué carajo hablas?
— ¿El nombre Dimitru significa algo para ustedes tontos de mierda? –preguntó
Rurik.
Tasya cerró sus ojos. Dejó caer su cabeza. Luchó con el dolor, pero no podía ocultar
la verdad a si misma.
Rurik había roto su confianza. No, no solo su confianza— su corazón.
—Trabajé en el caso Dimitru. –dijo el tipo de las llaves.
Rurik la había cortejado. La había enamorado con cada palabra dulce y cada acción
galante.
Había trabajado, y trabajado mucho hasta convencerla que él era el único en quien
podía creer—el único ser humano de quien ella podría depender.
Y había tenido éxito.
—Aquella cosa sobre la tierra —Rurik sonaba frio y desinteresado—. Es la niña
Dimitru.
Le había dicho su secreto más profundo. En su vida, ella nunca le había contado a
nadie más sobre su familia.
Había dado su confianza a Rurik. Infiernos, ella le había dado su corazón.
Y gracias a ello. ¿Entonces él podría traicionarla y a sus parientes por... por qué? —
Imposible, —dijo el tipo de las llaves—. Matamos a todos los niños. Nosotros quemamos la
casa.
—La institutriz se la llevó, —le informó Rurik.
—Él miente.
Ese era otro de los chicos, la voz del tipo de las llaves estaba casi libre de su acento,
en cambio la voz de este muchacho era profunda y muy rusa.
—Una mujer y una muchacha de cuatro años se escaparon del gran, malvado
Varinskis. Me cómo se reiría todo el mundo si se supiera.
No podía comprender como Rurik podía mofarse así. Casi compadeció al tipo de las
llaves. Hasta que el tipo de las llaves llegó hasta ella y levantó su barbilla. Ella se sacudió
para liberarse.
Agarró su pelo y la sostuvo en el lugar. Examinó su cara—y ella examinó la suya.

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Él tenía que tener cerca cincuenta años si es que había participado en la incursión
contra la familia Dimitru, aún estaba vivo y fuerte, con pelo tan rubio que parecía de plata,
y el color de sus ojos como sopa de guisantes secos.
Apretó su pelo sin piedad, girándola de un lado al otro. Examinó sus ojos. Entonces,
más insultantemente, inclinó su cabeza hacia un costado y se apoyo cerca de su garganta.
Sorbió su piel, luego deslizó su lengua en una larga, lenta lamida que comenzó en su
tráquea y terminó detrás de su oído.
Se levantó y se distanció. —Él tiene razón, —dijo en un tono plano—. Ella es un
Dimitru.
—Con un gesto disgustado, se limpió su saliva. Él se rió y usó su lengua en un
ademán de colgar y lamer en el aire, como un perro vuelto loco con la rabia.

Ella no se preocupó. Iba a morir, de todos modos.


–Muy pronto vas a conocerme, —prometió, y cambió su atención a Rurik—. ¿Qué te
debemos por entregarla? ¿Dinero? ¿Joyas?
Arrojó las llaves otra vez. —O quizás simplemente que te dejemos vivir.
Ella se arrastró a sus pies. Tenía que prestar atención. Tenía que escuchar los planes
que tenían para ella, y si Rurik no los convencía de matarla inmediatamente, tenía que
buscar una salida.
—No vas a matarme, —dijo Rurik—. Soy el único con la información que quieres—.
¿Recuerdas?
— ¿Qué carajo de información seria esa?
Era el muchacho moreno y pálido. Rurik levantó sus cejas al tipo de las llaves. El
tipo de las llaves sacudió la cabeza.
—¿Qué? —preguntó el muchacho—. ¿Escondes algo de nosotros?
El tipo de las llaves giro hacia el muchacho, y Tasya pudo haber jurado que le gruñó
como un verdadero perro. Puro truco.
El tipo de las llaves dijo:
—No me enfurezcas, Ilya, o me quedaré a la gatita para mí.
—La gatita es mía, —dijo Rurik—, y la mantendré conmigo hasta que me canse de
ella.
—Los Varinskis comparten, —dijo Ilya.
—Yo no soy un Varinski, —contestó Rurik.
—Actúas como uno. Cazaste el tesoro. Trajiste a una mujer para comerciar por
nuestra buena voluntad y protegerte. Y, el bono—el tipo de las llaves la miró sobre el
hombro—nunca le dijiste quién eres. Ella está de pie allí y todavía no sabe que pensar. ¿O
sí?

—Sabe muy bien que pensar.

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Tasya deseo no hacerlo. Ahora mismo, la ignorancia de la verdad habría sido la
dicha.
—¿Es esto un asunto con ella?
—El muchacho moreno pareció incrédulo.
—¿Mentiste sobre ser uno de nosotros?
Los Varinskis rieron, los tres, gamberros y asesinos.
—No mentí sobre ello. Ya lo dije. No soy uno de ustedes.
Rurik parecía tranquilo y al mando.
Tasya rehusó alejarse cuando él camino hacia ella.
—Mantendré a la mujer conmigo todo el tiempo que lo desee, y mantendré al tesoro
conmigo cuando lo encuentre.
El tesoro. El icono, quiso decir. El icono que estaba todavía en su bolsillo— y él no
sabía que había encontrado.
Él tomó su muñeca.
—Me enfermas.
Se retorció para liberarse.
Él dio la vuelta y se alejó.
Ella trató de plantar sus talones y evitar que se la llevara.
Él la arrastró detrás de él, usando su mayor corpulencia, indiferente a su lucha.
Entonces, de repente él la empujó.
Mientras tropezaba lejos de él, oyó tres golpes duros, y al tiempo que ella giraba,
Rurik tenía a uno de los muchachos con la cara aplastada en la tierra, su brazo recto y
estirado hacia atrás y su muñeca retorcida.
No comprendía.... Bien, ella sabía que Rurik era capaz de ganar una lucha, desde
luego. Necia que era, había dependido de él para su seguridad. Pero ella no había
comprendido exactamente lo mortífero que podía ser.
Había trabajado con él, luchado con él, viajado con él, dormido con él—y no conocía
a Rurik Wilder en absoluto.
Cautelosamente pasó su mano sobre el bolsillo delantero de sus vaqueros. El icono
estaba todavía allí.
Gracias Dios. Gracias a Dios, y la Hermana María Helvig, que Tasya no había
pensado en decirle que había encontrado el icono.
Ahora ella tenía que buscar la forma de ocultar el icono—o al menos ponerlo en
algún sitio un poco menos obvio.
Rurik colocó su pie calzado en medio de la espalda del chico.
— ¿Cómo te llamas?
—Sergei.
Tasya miro alrededor. Los otros miraban atentamente a Rurik.
— ¿Nadie te enseñó nada sobre hacer una maniobra imbécil? –preguntó Rurik.
—Sí.
Rurik torció un poco más.

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— ¿Qué dijiste?
—Sí, señor. El Varinskis me enseño la maniobra imbécil.
Tasya deslizó su mochila.
— ¿Y cuál es la maniobra imbécil? –ladró Rurik como un sargento.
Sergei respondió como un recluta.
—Esto es cuando alguien gira su espalda para atraer al atacante, pero cuando lo
hace, él está preparado y te pone.
Tan silenciosamente como podía, Tasya abrió poco a poco la cremallera de la
mochila.
— ¿Qué es lo que dice el Varinskis que debería hacerse a los imbéciles?
Claramente, Rurik sabía las respuestas.
Sergei hizo una larga pausa, una que duró mucho tiempo.
—Queda a la discreción del ganador.
Tasya deslizó el icono de su bolsillo y lo empujó a las profundidades de la mochila,
y lo giró como una oruga en un capullo de ropa.
—Mi padre dijo que los imbéciles deberían ser salvados de su miseria.
Rurik jugaba con el chico.
— ¿Entonces la pregunta es—debería matarte ahora o darte una segunda
oportunidad?
Ella cerró la cremallera del bolso rápidamente. No estaba bien, pero ahora mismo,
esto era lo mejor que podía hacer.
—Segunda oportunidad, —dijo Sergei.
—¿Qué?
Rurik torció el brazo de Sergei tan fuerte que Tasya oyó algo romperse.
Se estremeció y estuvo a punto de vomitar.
—Segunda oportunidad, señor.
La voz de Sergei chirrió.
—Por favor, señor.
Rurik le dejo ir y se alejo un paso.
—Mi padre mintió, o el entrenamiento ya no es lo que era en su época.
El tipo rubio no se había movido. Había mirado todo lo que pasaba sin interés
evidente.
—Está en entrenamiento.
—¿Cuánto tienes? ¿Dieciocho?
—Tengo veinte años. –expresó Sergei con tono resentido mientras se sostenía la
muñeca.
¿Ella se había equivocado? ¿Rurik no le había roto un hueso? ¿O estos tipos estaban
tan acostumbrados que el dolor les era indiferente?
—¿Un pájaro, correcto? –adivinó Rurik.
—Un búho, —dijo Sergei con orgullo.
—Ellos me trajeron para cazarle de noche.

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El tipo de las llaves murmuró una palabra áspera en ruso.
—Así que su visión de día no es demasiado buena. Gracias por el consejo.
Rurik sacudió su cabeza en repugnancia.
—Vas a tener que hacerlo mejor que esto, o la primera cosa que harás será matarte.
—Poyesh ' govna pechyonovo, —dijo Sergei groseramente.
El tipo de las llaves e Ilya dieron un paso adelante, cada uno en una diferente
dirección.
—Sí, él joven es un idiota y dice demasiado, —dijo el Tipo de las llaves—, pero,
simpático chico Wilder, mostraste demasiado.
Tasya se dio cuenta de que ellos iban a atacar a Rurik. Dos asesinos entrenados iban
a matarlo–y aunque ella trataba de armarse de valor contra él, se preocupaba. Porque
pensaba que la protegería por lo menos un poco. . . Pero también porque le importaba.
Maldición, no quería hacerlo pero lo hacía. Rurik permanecía de pie con holgura,
esperando, mientras que los tipos lo rodeaban. Miró, falta de aliento, esperando el primer
puñetazo. En vez de eso, Ilya desapareció, dejando sus ropas en el suelo, y en un destello
de plumas, un inmenso pájaro blanco y negro tomó su lugar. Con alas de una envergadura
dos metros y medio, el águila emprendió el vuelo. Tasya no supo qué hacer con sus manos.
Qué hacer con sus pies. Si gritar o rezar.
Entonces Rurik estalló en una ráfaga de plumas y se elevó en el aire sobre los alas de
un halcón.
—No, —susurró—.¡No!
Había presenciado lo imposible. Alguien la agarró desde atrás.
—Sí, —susurró Sergei en su oído.
—Es verdad. Tú estás viviendo tu peor pesadilla.
Después, no supo qué hizo. Conocía los movimientos: codéalo en el intestino,
clávale el zapato en el empeine, retuerce esa muñeca lastimada. Era un Varinski, pero
debía haber hecho algo, porque estaba en el suelo detrás de ella. Tal vez no era totalmente
indiferente al dolor. Miró fijamente la pila de ropa y armas, las ropas y armas de Rurik, a la
izquierda en el suelo. Miró fijamente los cielos mientras las dos aves de rapiña muy fuertes
se rodeaban y golpeaban.
Sus garras eran como hojas de afeitar. El halcón era más pequeño, más rápido,
girando hacia dentro, golpeando, saliendo precipitadamente. Pero el águila contestó cada
movimiento con uno propio, cortando profundamente en el halcón. Acuchilló el ala, el
pecho. . . . El halcón se movió en espiral hacia abajo. A ella le pareció haber gritado. El
águila se abatió para la presa–y justo antes de que golpeara la tierra, el halcón se convirtió
en un hombre, tomando al águila y rodando, haciéndola añicos contra el suelo con todo el
peso de Rurik sobre él. El águila agitó sus alas y se quedó quieto. Rurik había ganado, pero
a un alto precio. Gemía y se retorcía, tratando de tranquilizar su respiración. Estaba
desnudo. Estaba indefenso.
Cuando el hombre rubio observó lo que pasaba, sus ojos comenzaron a arder. Se
quitó su ropa–mi Dios, era más grande y más musculoso de lo que hubiera pensado–y

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Tasya se dio cuenta de que iniciaba su transformación. Un lobo. Era un lobo. Su hocico
creció largo; sus dientes se alargaron; el pálido pelo sobre su cabeza cubría su cara, cuello y
espalda. Usaría la ventaja del desgaste que había producido en Rurik la lucha con el águila.
Ahora pensaba terminar con Rurik. Así que Tasya levantó su mochila y lo golpeó
fuertemente con ella en la cara. Debieron haber sido sus pesadas botas que colgaban de
una correa las que le dieron. O tal vez fue su cantimplora, llena hasta la mitad de agua.
Durante unos pocos segundos vitales, golpeó la tierra y no se movió.
Cuando lo hizo, Rurik estuvo de pie sobre él. Su tatuaje se retorció sobre su brazo y
su pecho, y cielo azul y rojo pareció brillar amenazante.
—Pronto se hará de noche. ¿Dónde está el lugar que usan como campamento?
Tengo la maldita esperanza de que hayas tenido el sentido común de alejarte lo suficiente
del suelo sagrado.
El tipo en la tierra gimió y giró su cabeza.
—Por allí. –señaló Sergei señaló con el dedo, y su voz tenía un timbre de respeto que
no había escuchado antes.
—Camino abajo, cruzando por las rocas.
Rurik recogió sus ropas, cuchillos y pistola y los pasó a Tasya.
—Sujétalos.
Los miró, luego lo miró, queriendo ver su reacción cuando ella los limpió
retirándoles la tierra. Hasta que dijo,
—A menos que quieras que me quede desnudo.—
Ella no quería mirarlo, realmente mirarlo, pero sus palabras eran un desafío, y ahora
él era todo lo que ella podría ver. El sol poniente brillaba sobre los músculos de su pecho,
todavía subiendo y bajando por el esfuerzo, y sobre la herida de cuchillo que ella ahora
comprendió no era de un cuchillo, sino una uña o un diente. La sangre rezumada de los
cortes que el águila le había infligido. Estaba rasgado; el paquete de seis de su vientre y sus
muslos macizos hablaba tan claramente de una vida vivida con un régimen de pesas y
largos circuitos de trote, de preparación para la lucha que vendría. Y había llegado.
Mientras ella lo miraba, sus genitales se despertaron. Desde luego.
Él era un Varinski.
—Te odio tanto, —respiró.
Ella nunca había querido decir tanto.
—Pero tú tienes mis ropas.
Sí. Él había ganado cada batalla con cada táctica secreta que conocía.
Y ella se había enamorado de todo ello.
Rurik agarró su mochila con una mano y su brazo con el otro, y comenzó a caminar
por el campo.
El tipo rubio, que ya no era más un lobo, se tambaleó sobre sus pies.
—La perra necesita que le ensenen una lección.
—Rurik lo confrontó.
— ¿Cómo te llamas?

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—Soy Kassian.
—Bien, Kassian, yo diría que ella aprendió una. No puede matar a un Varinski, pero
le puede dejar inconsciente con un rápido golpe en la cabeza. Rurik giro con ella y la
arrastró con él camino abajo.
Había aprendido otra, también.
Aquellos monstruos andaban sobre la tierra, y por su propia insensatez, ella se había
convertido en su presa.

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Capítulo 26

—Suelta mi brazo.
Tasya marchaba rígidamente junto a Rurik mientras él cruzaba de un tranco colina
abajo hacia el campo.
—Tengo cosas de decirte y ningún tiempo para hacerlo.
—Ella trató de dar un tirón para liberarse.
Su agarré se apretó.
—Permanece cerca. Su trabajo es el de matarte. Si te alejas de mí, ellos terminarán
ese trabajo.
—Qué opciones tan maravillosas me ofreces.
—No cortes tu nariz para fastidiar a tu cara.
—Soy una idiota. Pero no de ese tipo.
—Ella lo miró, tratando de ver al hombre que conocía tan bien.
Un Varinski. Mi Dios. Ella había trabajado con ese hombre, había dormido con ese
hombre, el hombre en que ella había confiado era un Varinski.
Ella lo había vio convertirse en un halcón. Ella lo había visto.
Todavía no podía comprenderlo, y no podía mantenerse en silencio.
—Pero el resto seguro, me lo has demostrado. Soy una idiota. En todos los sentidos.
Me jodiste de todas las formas posibles.
Él se detuvo.
—Bien. Primero—cuando te encontré, no sabía que eras una ternera de sacrificio
para el Varinskis. Así que no te convenzas de que te follé porque era divertido. Te folle
porque quise. Todavía quiero, y voy a hacer todo lo que sea malditamente necesario para
asegurarme que salgas de esto viva.
—Sí, seguro.
Se sintió mareada cuando fijó su mirada en ella y habló tan enérgicamente. Casi le
creyó.
—Es por eso que les dijiste quién soy.
Apretó su mano sobre su mochila.
Necesitaba concentrarse. Tenía el icono. Él no lo sabía. Y tenía la intención de
mantenerlo así.
—La he utilizado como moneda de cambio para que me acepten. Comenzó a
avanzar de nuevo, arrastrándola tras él.
—En el caso de que no lo hayas notado, hay cierta tensión entre los Varinskis rusos
y los Wilders Americanos, y te soy inútil muerto.
—Nunca me dijiste que eras un Varinski.
—No lo soy. Soy un Wilder. Soy hijo de mi padre. Hijo de mi madre.

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—La empujó a un hueco herboso al lado del montón de bolsas de lona Varinski—y
rifles y pistolas semiautomáticas. Exploró el área, luego dejó caer su mochila al lado de un
montón de rocas.
Tomando una camiseta de ella, se la arrojó a la cabeza.
—Y cuando me contaste tu historia, nosotros teníamos prisa y corríamos.
—No tienes que quedarte conmigo.
Ella le vio ponerse su ropa interior, atar sus cuchillos con una correa, abrocharse sus
pantalones.
—Sé todo lo que hay que saber sobre esta mierda, confía en mí, Tasya. No voy a
traicionarte. Lo juro por el alma de mi padre.
—El alma de su padre debe estar manchada por tu juramento, irá directo al infierno.
Rurik la miró. Sólo la miró, y por un momento, vio directamente las profundidades
de su dolor.
Ella reconoció esas profundidades. Había vivido en esas profundidades.
Su columna vertebral rígida.
Ella no sentía empatía por él. Por un Varinski.
Ella apoyó el resto de su ropa y sus zapatos en el césped, y limpió sus dedos.
—¿Por qué estoy sujetando esto para ti?
Él se apoyó contra la roca y se puso sus calcetines y zapatos, y luego se estiró a
través de la pila de armas del Varinski y escogió una pistola semiautomática. Le puso un
cargador.
—Vamos a salir aquí.
—Me suena a una buena idea.
—Ella se inclinó para recoger una pistola.
Él cogió su mano.
—¿Sabes disparar?
—He tenido entrenamiento.
—Bien, entonces.
Él sonaba divertido.
—Aunque me agrada saber que podrías defenderte contra los Varinskis, tengo
miedo de no equivocarme mientras esté a tu lado para permanecer vivo yo mismo.
Él era cauteloso. Bien.
—Según tú, Varinskis, no puedo matarte.
—Eso es cierto. Pero si me pegas un tiro, ciertamente podrías hacerme más lento.
—Es bueno saberlo.
Ella se fijó en su mirada.
—Hacerme más lento y enfurecerme.
La miró nuevamente.
—¿Y esto? Te explicaré primero, luego te daré la pistola.
—Suena como a un trato.

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Ella no quería ser la que rompiera el contacto visual, pero el modo en que él la
miraba, tan perspicaz, tan decidido, hizo que volviera su mirada hacia la lejanía.
Él pensaba que como ya la había seducido una vez—bien, más que una vez—sería
capaz de engatusarla para que creyera su mentira otra vez.
¿Por qué no lo haría? Ella había sido una imbécil de todas las maneras.
—Vamos.
Él trató de tomar su mochila.
Ella se negó, sus dedos se apretaron sobre la correa, su corazón palpitó con
repentina alarma.
Él era una cosa sobrenatural. ¿Sentiría el icono adentro?
—¿Qué estas haciendo?
—Abandonaremos las cosas aquí para que ellos piensen que volvemos.
Él tiró otra vez.
—Donde vamos, no necesitas tu mochila.
No. Él no sabía del icono.
Afróntalo, Tasya, si él supiera del icono, lo tomaría y correría — no, volaría — y te dejaría
librada a los Varinskis.
La amargura de aquella verdad la hizo levantar su barbilla y mirarlo directamente a
los ojos.
—Quiero quedarme con ella. Esto es... tengo mi cámara adentro.
Volvió a mirarla, tan enfadado, tan hostil.
¡Como si tuviera el derecho!
—Bien.
Tiró su duster de cuero junto a sus cosas y tomó su brazo otra vez.
Ella se sacudió.
—Puedo caminar.
—Bien.
La soltó y se dirigió hacia la colina.
Ella recogió su mochila y, alimentada por su cólera, se apresuró para alcanzarlo.
—¿A dónde vamos?
—Al otro lado de la montaña para que podamos hablar en paz.
Lo que tenía enfrente era un angosto camino en la roca que cortaba por el
acantilado, cómo. Este no era un paseo que uno hace dos veces en un día. O nunca.
—¿Cómo te figurabas? Al menos uno de esos tipos es un ave. Si quieren volar desde
lo alto y cagarse sobre nosotros, lo harán. Son Varinskis. Pueden hacer lo que quieran.
Ella se estremeció.
—Y tú también puedes.
—No, no puedo.
—Te vi.
—Me viste convertirme en un halcón por primera vez en cinco años. Rompí mi voto
porque—él suspiró y reunió sus pensamientos—. Los dos jóvenes Varinskis están heridos.

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Ellos van a necesitar recuperarse—lo que van hacer, y rápidamente, porque eso es parte del
trato con el diablo. Humillaste a Kassian, y eso es lo que va llevar más tiempo de
recuperación, porque va a tener que restablecer su autoridad sobre los chicos. Tenemos un
par de horas antes de que vengan a buscarnos.
—Porque saben que ahora nos han encontrado, no podemos irnos.
Parecía como si el icono en la mochila pesara aún más.
—Eso es exactamente lo que me propongo.
— O tal vez no nos encontraron. Tal vez me trajiste aquí para entregarme a ellos.
Le dolió decir las palabras.
—Si fuera esa la verdad, ¿por qué iba a pasar la molestia de mentirte ahora? Tenía
las agallas de tratar de sermonearla
Su frustración se desbordó.
—Yo no sé, y maldita si entiendo porque hiciste esto—excavando el lugar,
siguiéndome por toda Europa.
—Lo hice por mi familia. Lo hice por mi padre.
—¿No es conmovedor? ¡Lo hice por mi familia, también! ¿Sólo quiero encontrar el
icono para la Nacional Antiquies Society, y tu quieres tomarlo para...?
Ella levantó sus cejas hacia él.
—Para mis padres en el Estado de Washington. —Añadió amargamente—, ¿Pero
cuál es el punto al respecto? No encontramos el icono.
Ella tropezó.
Él cogió su brazo.
Casi se había traicionado. Casi había dejado escapar que había encontrado el icono,
que ella lo tenía en su posesión, y si ella pudiera, tomaría distancia.
—¿Entonces todo esto— la excavación, la carrera por Europa por los abogados de
Hershey —¿fue por tu familia y tú padre?
—La leyenda es cierta. El diablo hizo dividir los iconos. Él los arrojo a las cuatro
esquinas de la tierra.
Rurik arrojo hacia atrás su brazo como si fuera el diablo—y ahora mismo, para
Tasya, le parecía una justa descripción.
—Mi familia tiene que reunirlos para romper el pacto con el diablo.
— ¡Qué conmovedor!
Llegaron a la cornisa que se aferraba precariamente al borde del acantilado.
Él le ofreció su mano para ayudarla a cruzarla.
—¿Quieres oír esto o no?
Lo hacía. Deseaba alguna explicación.
—Seguro. Es mejor caer con los Varinskis.
Ella camino hacia adelante sin miedo. ¿Cómo podría temer una caída cuando había
dormido con su peor enemigo?
Rurik la siguió de cerca, por la orilla del camino de piedra.

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Ella no podía detenerse—no quería parar—el sarcasmo burbujeó de ella como un
manantial infinito.
—Oh, espera. Se me olvido. Tú eres un Varinski.
—Él cogió su brazo y la detuvo, justamente allí sobre la estrecha saliente. Él no hizo
nada. Solamente esperó.
Ella no podía mirar hacia abajo. No miraría abajo. No podía.... Ella miró hacia abajo.
Todas esas rocas dentadas debajo. Arrancando su mirada, miró nuevamente a Rurik.
Claramente, el hijo de una perra podría estar de pie aquí todo el día. Sí, porque si él
se caía, él podría volar.
Ella se rindió.
—Por favor cuéntame tu historia. Golpea—
No. No más desprecio.
—Solo habla.
La dejó se ir y la siguió mientras iba avanzando al mismo tiempo con más
precaución esta vez
—Mi padre es uno de los descendientes de Konstantine, el líder de su generación de
los Varinskis—y el primer Varinski en enamorarse.
—¿De tu madre?
—De mi madre. Cuando se escaparon para casarse, su familia y su tribu fueron tras
ellos. Para decir lo menos, ningún grupo lo aprobaba. En la lucha, Konstantine mató a su
hermano. El Varinskis nunca lo perdonaría, por lo que Konstantine y Zorana escaparon a
los Estados Unidos, cambiaron su nombre por Wilder, y construyeron su casa en las
montañas de Washington. Tuvieron tres hijos. —Su voz creció reverente—. Y entonces
ocurrió un milagro. Mi madre dio a luz a la primera niña en mil años.
Evidentemente, Rurik adoraba a su hermana, y por desgracia, su afecto tiró por
tierra las opiniones de Tasya.
—Me siento como si vagara en el Monsterpiece Theater, —dijo ella, pero cuando
llegaron al final del camino, y estuvo segura, pudo sentir su ira enfriarse. Qué era
exactamente lo que pretendía Rurik, por que caminaba a su lado, sus largos pasos
confiados y relajados.
—Mis padres esperaban que el pacto se hubiera roto, pero cuando Jasha paso por la
pubertad, se transformó en un lobo. Adrik cambió en una pantera. Firebird...bien, mi
hermana, Firebird, no cambia en un animal, pero ella es fuerte e inteligente, y querida por
todos nosotros.
—Y tú eres un halcón.
Tasya no quería ir cerca de la entrada de la cueva. Así que se dirigió a la cima de la
colina.
Rurik se unió a ella.
—Cuando los somos adolescentes, una cosa así es muy cool. No podíamos dejar que
nadie supiera sobre nosotros, por supuesto, pero salíamos a hurtadillas para correr o volar,
y pensábamos que éramos los chicos más populares de la ciudad. Soy el único hijo que

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puede controlar la transformación. Mi padre dice que soy el único varón que siempre será
capaz de hacerlo. Puedo convertir un brazo en un ala, o un pie en una garra, o cambiar mis
ojos para ver con la agudeza y distancia de un halcón de caza.
—Eres jactancioso.
Lo era. Jactancioso en la memoria de un joven con una libertad y un poder que
Tasya nunca hubiera imaginado.
—Sí. Yo realmente era un come mierda. Mi padre alegó que cada transformación
nos llevaba más cerca del enorme hoyo del infierno, pero yo estaba seguro que podría
hacer que las cosas fueran diferentes para mí.
Mientras hablaba, su andar cambió infinitesimalmente.
—Cosas malas pasaron. Cuando Adrik tuvo diecisiete, estuvo en problemas y
simplemente... Desapareció. Nosotros le buscamos en Asia, pero... Nada. Sin embargo, yo
pensé que podría manejar la cosa del halcón sin ningún tipo de repercusiones. ¡Volar era
tan glorioso!
Ella lo miró y supo—estos recuerdos eran agridulces.
—Entonces te convertisteis en un piloto.
—Entonces todo el mundo sabía que era el mejor piloto en la Fuerza Aérea, el tipo
que tiene que volar el avión experimental y formar a los mejores reclutas
Ella escuchó el anhelo en su voz. Se dijo a sí misma que eso no le importaba. Y se
encontró preguntando de todos modos.
—¿Qué pasó?
—Estaba utilizado mi visión de halcón cuando yo volaba reconocimiento y mi
copiloto tuvo miedo y se expulsó en territorio enemigo. Antes de que pudiera regresar por
él, el enemigo lo había capturado y lo torturaron hasta la muerte.
Habló con una violencia contenida que le hiza mirarlo, realmente mirarlo.
La culpa colgaba sobre él como ropa de luto. El pesar lo estrangulaba como un lazo.
A su juicio. . . casi sentía lástima por él.
—Mi padre tenía razón. El regalo del diablo no se puede utilizar para el bien, y me
costó la vida a un buen hombre para que yo aprendiera esa lección. Entonces hice una
promesa de nunca utilizarlo otra vez.
Ella no quería sentir lástima por él, y se negó a sentirse obligada porque hubiera
roto su voto para salvar su vida.
—¿Quizás algo bueno saliera del vuelo?
—Confirmó la ubicación del enemigo, y nosotros lo sacamos.
Estaba siendo tan estúpido que no podía soportarlo.
—¿Entonces salvaste muchas vidas? ¿No crees que el diablo manipuló las
circunstancias para que dejaras de utilizar su don para el bien? —ella se quebró—. Vamos,
Rurik, no seas un idiota. Si vas a pelear contra los demonios del infierno, necesitarás todas
las armas en tu arsenal. Solo ten cuidado y no cambies cuando estás alrededor de un idiota,
eso es todo.
—Matt Clark no era un idiota.

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—Cualquier hombre que se expulse de un buen avión en territorio enemigo por
cualquier motivo es un idiota.
Él se rió, una breve y violenta explosión.
—Eso es lo que dijo mi hermana cuando pasó.
—¿Por qué no la escuchaste?
—Ella tenía diecisiete, y yo era... me fastidió bastante.
Se frotó la frente.
—Tal vez ella tenía un punto.
—Tal vez así era.
Tasya se detuvo al lado del altar de piedra y miro afuera a través del país. Su país.
Ahora mismo, ella necesitaba ver las montañas, los valles. Ver lo más lejos que pudiera.
Todavía había uno hilo faltante en su historia.
—Tienes la habilidad de cambiar en un halcón. Para volar cuando y dónde lo desees.
Tus hermanos pueden cambiar en animales, también. Entonces, ¿por qué quieres romper el
pacto?
—Si yo no—si nosotros no lo hacemos—mi padre está condenado a quemarse en el
infierno por toda la eternidad.
Él, también, miro hacia la distancia.
—¿Puedes, ver más lejos ahora mismo? –preguntó ella.
—No. Cuando cambio, mis ojos son diferentes. Visiblemente diferentes.
Se volvió hacia ella, y sus ojos eran los de Rurik. Iguales a los del hombre que
amaba.
¿Cómo podría ella? ¿Cómo podría ella amar a un Varinski? ¿Cómo podría ella de
pie sobre la tierra de sus antepasados, traicionar a su padre y su madre, olvidar su muerte,
y abandonar su venganza?
No. No. Ella no podría. Ella había llegado demasiado lejos para cambiar su curso.
El conocimiento del icono quemó en su mente. Si pudiera sobrevivir esta reunión
con los Varinskis de algún modo, podía frustrar a Rurik. Pero... si su historia era cierta. . .
Su mente viró a antes de que permitiera que la idea tomara forma.
—¿Quién te dijo que la reunión de los iconos podría romper el pacto con el diablo?
—Mi madre tuvo una visión.
—Tu madre tuvo una visión, —repitió inexpresivamente—. Y creemos esto porque...?
—Porque yo estaba allí. Porque algo estaba hablando a través de ella, y lo vi. Lo oí.
—¿Ella hace esto a menudo?
Utilizó realmente esa voz lógica, la clase que el tipo de The History Channel utiliza
cuando se le explica algo sencillo por centésima vez.
Rurik respondió con un flash de color rojo en sus ojos. Ella había ofendido a su
madre, y lo había enojado.
Bien.

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—Nunca he visto que tuviera una visión antes, y más al punto, las dos primeras
partes de su profecía de inmediato se convirtieron en realidad. Mi padre cayó como un
roble talado. Y la mujer de mi hermano encontró el primer icono.
Eso la sacudió, pero ella lo escondió bajo la burla.
—Eso debe haber frustrado, necesitar de una simple mujer para encontrar uno de
los iconos.
La consideró imperturbable.
—Mi madre dijo, 'Sólo sus amores pueden traer a la casa las piezas santas.
—¿Qué diablos significa eso?
—Creo que significa que tal vez puedes encontrar el icono, pero es tu elección
llevarlo a mi familia.
El pánico golpeó primero, su corazón comenzó a bombear golpeando demasiado
rápido.
—¡Yo no soy tu amor!
Él sonrió, una lenta curva de los labios.
La decepción llegó después, lenta y en sus entrañas.
— Pero si tú piensas que lo soy, explica indudablemente mucho sobre por qué has
estado colgando conmigo en lugar de perseguir el icono tú mismo.
Gracias a Dios que lo había encontrado. Gracias a Dios que ella lo tenía. Y si su
historia le había hecho dudar, ese pequeño bocado de cardenal disparó su resolución con la
dureza del diamante.
—Estás determinada a causar una dificultad donde no existe. Si la profecía es cierta,
si algún mayor poder está trabajando a través de mi madre por el bien, ¿crees que ese
poder sería engañado si fingiera mi amor por ti?
Él la miró, la lógica absorbente de todo lo que quería era resbalar en la vieja y
familiar cólera.
La ira era más fácil. Mucho más fácil.
—No lo sé. No sé por qué debería creerte. Todo lo que sé es lo que he visto, oído y
sentido.
Señaló.
—Mi padre solía recogerme y llevarme al árbol de la colina, el símbolo de la familia
Dimitru. Subía conmigo al tope de las ramas. Señalaba al campo—casi la misma vista que
vemos desde aquí—y decía, 'Este árbol ha crecido en nuestra montaña desde el comienzo
del tiempo. Dimitru simboliza la sangre real, y mientras el árbol crezca y florezca, los
Dimitrus también.
Rurik trato de poner su brazo alrededor de ella. Lo empujó.
—¿Sabes lo que pasó? El dictador Czajkowski contrató al Varinskis para matar a mi
familia, matarnos a todos nosotros, y le dio instrucciones especiales de que el árbol fuera
quemado para que todo el mundo en Ruyshvania supiera que la familia real nunca
regresaría.
Rurik la abrazó suavemente y la contuvo mientras ella luchaba.

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—Tasya, cariño, ¿por qué no lloras?
—¿No crees que desearía poder?
Odiaba esto. Ella no quería sentirse destrozada, rota de angustia en las tripas, y si
tenía que hacerlo, realmente no quería que él lo viera.
—Yo todavía escucho los gritos. Sigo viendo las llamas. El sueño de mis padres
quemándose en agonía, de las torturas que sometieron a mi padre, de la gente que murió
por nosotros, y yo sangro por los Ruyshvanians que perdieron un hijo o un padre. Ellos
maldicen nuestro nombre, lo sé, y quiero hacer algo para traerles paz. Quiero destruir al
Varinskis por ellos.
Quería ser tan fuerte como fingía ser, no está débil niña que no se atrevía a mirar en
los restos de su vida por temor a hacerse pedazos.
Peor, su toque la sostuvo, aunque porque era así, no lo sabía.
Y eso era otra traición hacia sus padres, una traición mucho más dolorosa. En un
arranque de dolor y furia, ella dijo:
—Entonces tu familia puede llamarse Wilder si lo deseas, pero arañando un poco
más profundo, y tú eres Varinski. Siempre supiste lo que estaba buscando, y mantuviste la
verdad lejos de mí. Yo nunca te perdonaré por mentirme. Por usarme. Nunca te perdonaré.

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Capítulo 27

Rurik miro a Tasya por un largo rato. Los huesos de su rostro parecían tallados en
granito. Sus ojos eran marrones, pero avivados por llamas rojas. La curva de su boca era
cruel. Y su cuerpo estaba inmóvil y tan fuerte como un depredador esperando para hacer
frente a la muerte. Tasya comprendió algo—realmente nunca le había temido.
Le temía ahora.
Con una voz fría como el Ártico, preguntó:
— ¿Crees que tu maldita venganza insignificante se compara con romper un pacto
con el diablo?
Ella apenas pudo atrapar su bufido de indignación. . . y terror.
— ¿Insignificante?
—Si logras encontrar el icono, y si logras entregarlo al Nacional Antiquities, y si te
las arreglas para documentarlo lo suficiente para probar que tu teoría sobre el Varinskis es
cierta, entonces podrás ir a los programas matutinos a mostrarlo y obtener tu publicidad.
Tendrás tu libro publicado y tal vez, si se puede mantener la atención del mundo durante
más de quince minutos y si el Varinskis no amenaza o soborna al jurado, Yerik y Fdoror
Varinski irán a la cárcel.
Rurik cerró lentamente sus manos sobre sus brazos, se inclinó a la altura de sus ojos,
y la miro directamente, no se atrevió a parpadear.
—Donde ellos vivirán como reyes y saldrán en seis meses por buena conducta.
—Pero la mala publicidad—
—¿Va a hacer qué? ¿Dejarles un ojo negro por su negocio de asesinatos, y atraer
hacia ellos la atención del mundo? Quién estará indudablemente fascinado por su maldad.
Hizo un gesto hacia el este, hacia Ucrania y la casa Varinski.
—Sesenta Minutos enviará a algunos de los viejos reporteros para entrevistar a
Boris. La editorial en que has depositado tus esperanzas se apresurará a darles un contrato
y un escritor fantasma para sensacionalizar su relato. Antes de que te des cuenta, habrá
una de película y una mini—serie de televisión sobre ellos. Pero eso no te importará
Se puso rígida.
—¿Por qué no?
—No vivirás el tiempo suficiente para ver nada de eso.
—No tengo miedo de morir.
—Entonces eres una tonta, porque los Varinskis son como los muchachos
adolescentes en la banda de mayor éxito en la historia. No tienen conciencia. Les encanta
atormentar a los indefensos. Te golpearán, te matarán lentamente, y te violarán mientras lo
hacen.
—¿Cómo le hicieron a mi madre?
Ella luchó, pero sabía que estaba perdiendo terreno.

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—Como le hicieron a tu madre. –estuvo de acuerdo.
—Pero vamos a hablar de las fallas en tu plan. Nacional Antiquities no tiene la
suficiente seguridad para mantener el icono a salvo.
—¡Tienen una buena seguridad!
—La prueba desaparecerá antes de que el primer experto la estudie. Así que el resto
del plan ya no funciona. Oh, excepto la parte sobre tu muerte. Ellos te matarán.
Ella levantó su barbilla.
—Ellos lo harán a de todos modos. Soy el Dimitru que tiene que desaparecer, y los
Varinskis no dejan sobrevivientes.
—Eso es cierto.
Rurik se enderezó.
—Pero si puede llegar a mi familia en Washington, ellos pueden protegerte.
—¿Cómo voy a llegar sin conducir al Varinskis a ellos?
—Voy a decirte cómo llegar, y suministraré la distracción.
—¡Al infierno lo harás!
—Hemos agotado las opciones. Uno de nosotros tiene que salir vivo para encontrar
el icono.
—Eres el único que tiene posibilidades de sobrevivir.
—También soy el único que puede luchar contra el Varinskis. Escúchame. Si pudo
encontrar el icono y llevarlo a mi familia, tenemos una oportunidad de derrotar al diablo.
Tomó sus hombros y la sacudió ligeramente.
—Piénsalo. Si somos capaces de poner fin al pacto, el Varinskis no sería nada más
que un montón de patéticos seres humanos que no saben cómo funcionar en el mundo real.
Nadie tendrá miedo de ellos. Serán vulnerables a la persecución. Lo habrían perdido todo.
¡Mira el panorama, Tasya! ¡No es esa tu venganza!
La había arrinconado, y lo peor—es que lo ha hecho haciéndola enfrentar los hechos.
Su plan nunca tuvo una oportunidad de éxito.
Al menos uno de ellos iba a morir.
Y ese era el error final.
La frustración la sostuvo en un acalorado apretón.
—No quiero estar aquí. No quiero estar arrinconada. Quiero—
—¿Qué es lo que quieres?
Tú.
Rurik y un retorno de su ingenua creencia de que si ella sólo consiguiera poner sus
manos sobre la prueba podría derrotar al Varinskis y encontrar la paz con la muerte de sus
padres.
Rurik y la imagen de consuelo que le había dado en el tren.
Rurik y la vaga sensación de que se trataba de un hombre que podría amar.
Pero ahora lo había visto convertirse en un depredador,... Había visto la prueba del
diablo y su trabajo.
Cada uno de sus sueños había sido aplastado...y Rurik los había aplastado.

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Con un gruñido, ella dejó caer la mochila y la carga del icono, y los tiró bajo el altar.
Lo empujó en el pecho. Lo empujó con todas sus fuerzas.
Él apenas se movió.
Estaba inmóvil: fuerte, alto...derecho.
Se sentía bien empujarlo, por lo que lo hizo otra vez, y otra vez.
Y él, que había soportado allí como un pilar de la razón y la calma, la recogió, la
aplastó contra él, y la besó.
No un beso como los del tren. No fue la gentil, lenta, tranquila seducción de boca
contra boca, sino un beso de calor, furia y frustración.
Aplastó sus labios, los abrió con su lengua, y tomó sin preguntar.
Ella quería eso. Por algunos momentos preciados, quería que el fuego entre ellos
consumiera las verdades dolorosas y trajera el olvido.
Así que ella le contestó con la misma pasión feroz, sujetando su cabeza en sus
manos, chupando su lengua, haciéndolo gemir.
Él ahuecó sus manos en su trasero levantándole las piernas, acomodándose a fin de
que su erección se frotara contra la costura de sus pantalones.
Ella rompió el beso, arqueó su espalda, cuando el orgasmo, rápido e inesperado,
quemó a través de su cuerpo.
La sostuvo, embistiéndola, prolongando el placer, pero en cuanto la pasión creció, él
dio vuelta, la presionó contra el altar, y tiró su camisa sobre su cabeza. Sacudió su sostén
abriéndolo con una mano y su cinturón con la otra.
—¡Hijo de puta!.
¿Pensaba que podría desnudarla, justamente como estaba haciendo y hacérselo?
No sin desnudarse a sí mismo.
¡Ella aflojó su cinturón y desabrochó sus vaqueros con la suficiente violencia para
hacerlo murmurar entre dientes.
—¡Cuidado!
Él empujó sus pantalones a sus tobillos.
Ella se despojo de sus zapatos, abandonó todo—Levis y bragas— entonces bajó sus
pantalones. En un movimiento lleno de gracia, siguió los pantalones para arrodillarse ante
él.
—¡Cuidado!
Era más un gruñido que una palabra. No necesitaba ser cuidadosa. Sabía
exactamente lo que hacía.
Tomó su erección en su boca en un movimiento largo, deliberado que humedeció la
piel sedosa. La punta parecía terciopelo caliente, y saboreó la primera gota de semen,
brotando y llenándola con su sabor.
Sus noches juntos habían sido sobre él tomándola, dándole placer, complaciéndola.
Ahora, aquí, por fin y por lo menos, tenía el control. Lo chupó, tomándolo tanto en su boca
como pudo, para luego soltarlo despacio.

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Sus caderas se sacudieron como si no pudiera permanecer quieto. Su polla se
sacudió en su boca. Él juró, una larga cadena de maldiciones que utilizaba palabras
desesperadas y lenguas desconocidas. Dios, la venganza era dulce.
Debió haber visto su risa, o ¿quién sabe? Tal vez lo sintió, porque se quitó la
camiseta, pisoteando sus vaqueros se agachó y la tomó por las axilas.
La levantó, la puso sobre el altar, extendió sus piernas, y la siguió.
La piedra era áspera y caliente debajo de su espalda. Él estaba caliente y listo sobre
ella, su polla se apretaba tan fuertemente contra ella que parecía listo para correrse.
Entonces ella dijo:
—No.
Él se detuvo. Sus brazos temblaron mientras se mantenía en esa posición. Sus ojos
eran carbones ardientes, y látigos de llamas rojas parpadeaban en sus profundidades.
—¿No?
¿Se detendría si ella se lo pedía? Era poco probable. Agarró sus brazos.
—Tú vas abajo.
Su pecho subió y bajó, y sus dientes se apretaron. Él miró colina abajo hacia los
Varinskis, luego a ella nuevamente.
—Mujer, me empujas demasiado lejos.
Pero hizo lo que ella le ordenó. Rodó con ella.
—Perfecto.
Se incorporó sobre él, ingle contra ingle. Allí, sobre la cima del altar, ella podría ver
el valle, muchas millas abajo, encima la cordillera lejana, y a través del horizonte la
eternidad. Allí, estaban sobre la cima del mundo, y ella estaba encima de él.
La brisa era justo lo bastante fresca para hacer que sus pezones se contrajeran... o tal
vez era su mirada que la excitaba....
Los contornos de su poderoso pecho y brazos brillaban al sol, y los destellos sobre
su cabello oscuro enfatizaban la definición de cada músculo. Ese tatuaje, salvaje, primitivo,
se pavoneaba a través de su piel en un brillante diseño arcaico. Sus párpados cayeron
cuando la miró, medio ocultando sus ojos, pero ella vio la verdad. Lo profundo de sus
pupilas, las llamas rojas parpadearon más enérgicamente.
El era un depredador. Era salvaje. Era despiadado.
Y por ese momento, le había arrebatado el poder.
Ella estiró sus brazos sobre su cabeza, riendo en una perversa explosión de triunfo.
Extendió una mano hacia ella.
Ella capturó sus muñecas en sus manos.
Por un momento se resistió. Luego le permitió doblar sus brazos sobre su cabeza.
Se estiró sobre él, el vello de su pecho rozaba ligeramente sus pezones. Sonrió en su
cara.
—No te temo.
—Deberías temerme.
Ella se rió otra vez, y deslizó su lengua en su boca.

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Se batió en duelo con ella, su lengua contra la suya, mojada y caliente.
La dejó mantenerlo cautivo, sí.
Pero se movió entre sus muslos, aumentando sus sensaciones, tentándola... pero ella
era fuerte. No lo tomó en su interior. En cambio, lo montó firmemente en un suave oleaje,
procurándose placer sin darle una maldita cosa–excepto, quizás, la satisfacción de saber
que con nada más que el recuerdo y la promesa de su polla dentro de ella, podía tocar ese
lugar profundo en su interior, que podía hacerla desearlo.
Ella quería llevarlo a la locura.
Y tal vez lo hizo. Pero dos pueden jugar ese juego, y mientras ella provocaba,
drogándolo con su sensación. Él tomo sus pechos en sus manos, restregándolos sobre el
áspero vello de su pecho. Su boca resbaló fuera de la suya, a lo largo de la cresta de su
mandíbula a su oreja y, a continuación, a lo largo de su garganta en una larga, lenta,
húmeda caricia.
Su latido se reforzó. Estaba viva como nunca había estado en su vida quizás porque
la muerte se cernía tan cerca.
Estremeciéndose de necesidad, ella se arrancó de la intensidad adictiva de su boca.
Se incorporó otra vez, pero esta vez no se estaba riendo. Ciega de lujuria, ella
anduvo a tientas entre sus cuerpos, tomó su polla en su puño, y lo sostuvo, lo exprimió,
sabiendo que podría terminarlo con el golpe de su mano, tratando de convencerse de que
podría vivir sin él en su interior.
Pero no podía. Esta podría ser, probablemente sería, la última vez que tuvieran
relaciones sexuales. Incluso si ambos vivían, ¿podría dormir con el enemigo?
No. No. Eso era él. La última vez.
—Hazlo.
La miró, su rostro duro al filo de la necesidad, y habría jurado que conocía cada
pensamiento en su mente.
—Me has atormentado suficiente. Hazlo ahora.
Lo colocó en la entrada a su cuerpo e hizo presión, llevándolo dentro. Estaba mojada
por el deseo, pero sus tejidos se rindieron despacio, formando una envoltura alrededor de
él, y él gimió como si estuviera en agonía.
Sí. Si este sexo, este dilema, este placer, rompía su voluntad y robaba su aliento,
entonces lo correcto es que esto fuera una espada de doble filo.
Esa noche sobre el tren, había parecido como si él hubiera estado dentro de ella en
cada camino posible, que ellos habían explorado cada sentido, cada sentimiento.
Pero no, esta vez era nueva, diferente. Ella estaba encima, al mando. Establecía el
paso, desarrollaba el ritmo.
Mientras se elevaba y se dejaba caer, la piedra raspada sus rodillas. El sol brillaba
sobre su cabeza, sobre sus hombros. El olor de los pinos, el aire fresco, y Rurik llenó sus
pulmones. Vio a Rurik, glorioso, musculoso, húmedo de sudor, bajo ella.
Hizo un gran esfuerzo, su rostro duro trasformado la luz solar y la oscura obsesión.
La pasión feroz coloreaba sus ojos. Sostuvo sus muslos en sus manos, doblando sus dedos,

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levantándola, acariciándola, una y otra vez, como si no pudiera tocarla lo suficiente. Por un
segundo casi pudo ver las restricciones que ponía sobre sí mismo, un movimiento, un
aliento, refrenándose para no reclamar el mando sobre ese día y sobre ella.
Él poseía el poder, y como se contuvo, su poder creció.
Ella lo experimentó, grande, fuerte y vital, dentro de ella. Sus caderas la llevaron
hacia arriba; ella encontró sus empujes con su propio movimiento. Juntos viajaron por un
pasaje tan antiguo como la piedra bajo ellos, y tan nuevo como el alba.
Su respiración hizo un ruido áspero en su garganta.
Su clímax desarrolló y formó un maremoto muy fuerte y febril dentro de ella,
esperando chocar sobre ella. Perdió la noción del tiempo, del lugar. Eran sólo Rurik y
Tasya, un solo ser, unidos por la fascinación.
Entonces la golpeó un solo y largo espasmo de júbilo, sacudió su cuerpo. Cuando la
gloria más antigua del mundo cantó en sus oídos, hundió sus uñas en los hombros de
Rurik. Mientras él empujaba y se corría dentro de ella le dio la bienvenida y lo abrazó, y
vivió ese momento como nunca lo había vivido antes—y nunca lo viviría de nuevo.
La lujuria se apoderó de ellos.
Ella gritó su placer a los cielos.
Él gimió profundamente, atormentado por el placer.
Y el relámpago se precipitó a la tierra, a través de la piedra del altar, a través de él, y
en ella. La sensación era un fuego y un choque como Tasya nunca había experimentado.
Gritó en el dolor y el éxtasis. La sacudida tomó su orgasmo mutuo y lo condujo más allá de
los límites del mundo, atándolos juntos y enviándolos en un espasmo glorioso, final,
dichoso.
—¿Qué...?
Ella afianzó contra su pecho, y lo miró, agotado, saciado, tan hermoso que hizo
brotar sus lágrimas.
—¿Qué fue eso?
Él estalló en una risa salvaje.
—Fusión.
***
Se vistieron en silencio, pero Tasya podía ver a Rurik echarle un vistazo desde lo
alto.
Fingió no notarlo. Mejor no pensar en lo que sucedió en el altar pagano de piedra en
su propio país con el sol brillando sobre ellos como una bendición.
Ella ataba sus zapatos cuando Rurik empujó algo bajo su nariz.
La pistola semiautomática.
Ella lo miró durante un momento largo.
—Tómala. Tienes que ponerte en camino.
Con rapidez y precisos detalles le dijo como encontrar a sus padres.
Envolvió su mano en torno a la empuñadura.
—No quiero——

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—Lo que quieres y lo que quiero no es importante. Uno de nosotros tiene que
derrotar al diablo, y al menos, mi querida, hemos compartido un largo ¡adiós!
—Alzó la vista hacia él.
Él le sonrió con toda la intensidad que había enfocado su atención y la había hecho
comprender que este podría ser un hombre en el que ella podría confiar.
—Cree en mí, Tasya, es el sueño de cada hombre compartir una gran relación sexual
con la mujer que él ama justo antes de morir en batalla.
—Con la mujer que él...tú...
Él lo había dicho antes, pero ella no le había creído. ¿Ahora cómo podría no hacerlo?
—Desde luego que te amo.
Arrodillándose ante ella, terminó de atar su zapato.
—Tú no lo haces.
—Tasya, tengo treinta y tres años. Tal vez nunca he amado antes, pero lo reconozco
cuando lo siento.
Ella no sabía que decir, o como decirlo. La había hecho confiar en él, destrozó sus
sueños de venganza con una dosis salvaje de verdad, luego se ofreció para morir por ella.
Y él era un Varinski. Su enemigo, por el bien de la mierda.
Pero de algún modo la palabra no tenía ningún sentido.
—Está bien.
La ayudó a levantarse, la ayudó a colocar la pistola en su cinturón en la espalda.
—Sé que no me amas. Pero si tuviera tiempo, podría cambiar tu mente, y eso me
hace feliz, también.
—Tal vez. –murmuró ella—. Si.
Extendió la mano bajo el altar y agarró su mochila. La ayudó a pasar las correas
sobre sus hombros. El bolso parecía pesado, como si con cada una de las declaraciones de
amor de Rurik, el peso del icono creciera.
El icono era solo un objeto sagrado. No tenía una preferencia hacia dónde iba o
quien servía. Tasya tenía que conseguir un motivo para refrenarse, y conseguirlo rápido, o
ella le diría la verdad a Rurik … y tal vez era lo que ella debería hacer, de todos modos.
—Vamos.
Giró en la colina, alejando la idea.
Él la siguió, entonces tomó la iniciativa—y viro hacia la entrada de la cueva.
Se detuvo al lado de la siniestra, negra cuchillada en la tierra.
—Qué?
Pero lo sabía.
—Quiero que tomes el camino a través de la cueva.
—No
—Lo has hecho antes. Puedes encontrar como salir.
—¡No!
—Dos de los Varinskis son pájaros. Ellos no pueden hacerlo allí. Pero si detengo a
Kassian, tú puedes escapar.

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—Mira. No iré allí otra vez.
Ella respiró.
—Y no te abandonaré para morir. Llevaré mis chances contigo.
Rurik lo consideró. Él no sabía que la condujo más—su miedo a la oscuridad y la
cueva, o su coraje inapropiado. Pero él no podía acompañarla al hoyo, y si no tuviera aquel
coraje, no sería la Tasya que amaba.
Entonces él asintió.
—Muy bien. Ven. Vamos.
—Se puso en camino corriendo, escuchando como Tasya jadeaba detrás de él. Había
estudiado el terreno, calculando una ruta de escape.
Eso era lo que su padre lo había entrenado a hacer.
Giró hacia el pico alrededor del borde de la montaña, entonces hacia el pico.
Podía luchar contra los muchachos y triunfar.
Kassian era otra cosa totalmente distinta. Kassian era experimentado, mortal, y ya
había demostrado que estaba dispuesto a arrojar a los jóvenes a la refriega para ablandar
las defensas de Rurik.
Él era en todos los sentidos un perfecto Varinski.
Bordearon una arboleda y entraron corriendo en un claro repleto de rocas, en
camino a otra arboleda.
Y escuchó los sonidos que había estado esperando.
El batir de alas. El suave ruido sordo de las patas de un lobo.
Kassian debía haber restablecido rápidamente su dominio.
—Vienen.
La anticipación y el temor llenaron la voz de Tasya.
Rurik disminuyó la velocidad a una caminata. No había ninguna necesidad de
apresurarse ahora.
Poniendo a Tasya delante de él, dijo:
— Recuerda, usa tu cabeza. Permanece fuera de su camino. Cuando vea una
oportunidad, atacaré y tú correrás como el infierno. No te detengas, y permanece viva,
independientemente de lo que hagas.
—Escucha, tengo que decirte algo.
Se dio la vuelta para afrontarlo.
Echó un vistazo hacia arriba.
—¡No hay tiempo!
La empujó fuera del camino.
En un destello de pálidas plumas, Sergei cortó por el aire, sus garras se extendieron.
Bajó en picada hasta apoyarse sobre una alta roca, y cambió. Mirado había abajo y se rió,
un grande, estúpido, perfecto conjunto de músculos y maldad.
Un Ilya sonriente salió de la arboleda frente a ellos. Kassian vino desde atrás,
cambiándose de la forma de lobo a humano. Sus colmillos se acortaron, su hocico se
estrechó, pero todavía la espuma se aferraba a los contornos de sus labios.

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Kassian no estaba divertido. Estaba furioso.
Sí. Iba a ser una larga y dura lucha.
Ilya y Kassian se dirigieron hacia ellos.
Sergei saltó con todas sus fuerzas, agarrando a Tasya.
Ella se torció, le asestó con su codo en las costillas, y lo dejó sosteniendo su mochila.
Aprovechando el descuido de Sergei, ella aterrizó sobre su espalda, agarrando el
bolso.
—¡Dámelo!
Rurik podría haber matado él mismo.
Debería haber corrido. En cambio sonaba como a una colegiala frustrada y actuaba
como un burro.
Por supuesto, Sergei respondió con toda la madurez de la que era capaz. Se deshizo
de ella en la tierra. Tomó su mochila por las esquinas inferiores. Dándola vuelta boca abajo.
—¡No! ¡Para eso!
Tasya arremetió otra vez.
Todo el contenido se desparramó en el suelo. Su caja de lentes golpeó contra una
roca. La envoltura sobre sus barras de granola brilló como plata en a luz del sol. Su ropa
dispersada en la tierra, y su camiseta de repuesto desplegada. Algo cuadrado, algo qué
brillaba como el oro viejo, voló por el aire y con el timbre distintivo de cerámica disparada,
aterrizo entre las rocas.
El icono.
Tasya había encontrado el icono.

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Capítulo 28

Tasya patinó deteniéndose. Una mirada a su rostro culpable le dijo a Rurik todo lo
que necesita saber. No había olvidado decirle que había encontrado el icono. Había optado
por mantenerlo para sí misma, para conseguir su publicidad, publicar su libro, obtener su
venganza—y atraer la ‘venganza del Varinskis’ sobre su tonta cabeza.
Estaba furioso. Fue traicionado. Estaba herido.
Y la amaba. Le había contado sus secretos más profundos, lanzadose a sí mismo a su
merced, suplicando por su comprensión.
La amaba.
La amaba.
Y ella le había mentido.
Sólo había una cosa por hacer.
-¡Maldita seas! –gritó. Agarrando sus hombros.
La empujó contra la roca.
-Tú pequeña puta, me traicionaste!
Mientras tiraba su puño hacia atrás, le susurró:
-Tírate.
Vio en sus ojos el parpadeo de la comprensión.
Lanzó un puñetazo.
Le permitió pegarle en mejilla. Saltó y aterrizó a su lado en la tierra. Mientras la
agarraba y la arrastraba de nuevo sobre sus pies, gritó como si hubiera sido asesinada.
-Ésa es la manera. –oyó decir a Kassian.
Sí, cerdo despreciable, tú sabes como golpear a una mujer, ¿no?
-Traigan el icono. –gritó a sus primos condenados al infierno.
Sacudió a Tasya.
Ella se dejó sacudir como una muñeca de trapo, su cuello ladeando hacia adelante y
hacia atrás.
Sí, ésa era su Tasya. Una verdadera actriz. Lo había engañado. No había tenido
ninguna idea de que había encontrado el icono.
Algo de su verdadera rabia debió de haberse mostrado en su cara, porque ella
realmente se estremeció, y él vio algo—¿pesar?—en sus ojos.
Un poco tarde para eso.
Se volvió a tiempo para ver la estúpida mueca en la cara de Sergei, esa avariciosa
sonrisa suya, mientras se inclinaba, y recogía el icono. Los ojos de Sergei se abrieron como
platos, aterrorizado, sorprendido. Con un grito, arrojó el icono por el aire. Aterrizó en el
césped.
Sergei gritó de nuevo.
-¿Qué diablos le pasa? –exigió Rurik.

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Como si no supiera. Ningún macho Varinski podía sostener el icono. La Virgen no
permitía ser poseída por un demonio.
-Cállenlo. –dijo Rurik.
-¡Qué cobarde!
-Cállalo tú, bola de mierda.
Kassian empujó a Sergei. Sergei gritó hasta que Ilya lo golpeó con fuerza en medio
del pecho. Entonces cayó de rodillas y gimoteó.
-Así está mejor.
Agarró a Tasya del pelo, tiró su cabeza hacia atrás, y la besó duro.
Un beso de despedida. Al principio ella luchó. Pero luego se aferró a su cuello y lo
besó.
Cuando se echó para atrás, dijo:
-No corras a salvarme. No corras para salvar a nadie. Sálvate.
Quizás en su mente, ella todavía estaba luchando contra lo inevitable, pero su beso
le dijo la verdad. Sabía lo que tenía que hacer.
-Como si fuera a permitir que alguien muriera por mí.
Hay una opción aquí. Podemos morir luchando juntos, o puedes tomar el icono y
huir.
-No huiré.
-Entonces morirás, y el diablo tomara posesión del icono una vez más, y el Varinskis
ganará.
Ella sacudió su cabeza. La sacudió y la sacudió.
-Sí, Tasya.
Despacio ella asintió.
Poniéndose entre ella y el Varinskis, dijo:
-Hazlo que se vea bien.
-Lo haré.
-Confía en mí.
-Lo hago.
La miró fijamente.
Sus ojos azules eran feroces y ardientes.
-Confío en ti.
-Eso no es amor, pero es lo suficientemente bueno.
Esta vez cuándo la golpeó, ella se estremeció y gritó sollozando:
-¡Para! ¡Por favor párenlo!
Ambos hicieron el sonido de golpear carne contra la carne.
Detrás de ellos, Sergei todavía gemía y se quejaba.
Como si hubiera tenido suficiente, Rurik se volvió hacia los otros.
-Por la mierda, recojan el maldito icono!
Esta vez no miró, pero volvió a golpear a Tasya.
Cuando oyó gritar al otro Varinski, sonrió.

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Tasya sonrió también, su cara roja por el esfuerzo.
Girando sobre su eje para enfrentar a sus primos, vio el icono de nuevo en el suelo,
y a Ilya sosteniendo su mano, su muñeca en su otra mano, mirando el daño, gritando, y
mirando de nuevo. Kassian era el único inteligente en el grupo. Él entendió lo que había
pasado.
-Nosotros no podemos sostener la maldita cosa. Apuntó a Tasya.
-Haz que ella lo consiga para nosotros.
-Finalmente has tenido una buena idea.
Rurik empezó a empujarla hacia el icono.
Ella lo detuvo con una mano en su muñeca. En un tono bajo, dijo:
-Necesito sangre en mi cara, y necesito moretones.
Él se congeló. Ya que en todas las peleas en las que participó mientras estuvo en la
Fuerza Aérea y todas las peleas con sus hermanos, nunca había golpeado a una mujer en
su vida. Golpear a Tasya sería como golpear a su madre, o a Firebird, o Meadow Szarvas,
o a su vieja maestra, la Srta. Joyce.
-Por favor. –dijo Tasya.
-Viví en algunas buenas casas adoptivas, pero también viví en un par de hogares
malísimos también. He sido golpeada antes.
Su mano se acercó, pero inmediatamente cayó a su lado. Sus ojos azules eran
feroces y tan brillantes como un carbón ardiente.
-Si no lo haces, tendré que golpearme contra una piedra, y realmente me haré daño.
-Bien. Lo haré.
Tuvo que fortalecerse. Cerró sus ojos casi todo el camino. Fingiendo que ella era
uno de sus hermanos. Y el golpe fue bastante duro como para partir su labio y dejar un
moretón en su mejilla.
-¡Mierda que duele!
Su puño surgió para devolver el golpe. Aun ahora su primer instinto era defenderse.
-Nada de eso.
Agarrándola por el brazo, la propulsó hacia el icono, y en un tono fuerte, áspero,
gritó:
-Recógelo. Ponlo en tu mochila. ¡Tú lo llevarás!
Cayó hacia adelante. Se arrastró hacia el icono. Con una mirada de miseria, lo
recogió. Mientras lo hacía, el halo dorado de la Virgen brillo al sol.
Rurik esperaba que esto fuera una señal, un signo de esperanza de que su sacrificio
pudiera no ser en vano.
Ella dejó resbalar el icono en su mochila, se deslizó hacia adelante, recogiendo su
ropa, su barra de granola, su estuche de lentes, quedándose abajo, moviéndose como una
vieja mujer recogiendo sus pocas cosas preciosas. Se puso dentro del rango de Kassian. Él
se acercó y la pateó en las costillas. Ella cayó rodando colina abajo, su mochila agarrada a
su estómago, y chocó contra una roca.
Kassian era un hombre grande, de hombros anchos, malo y rápido.

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Rurik no se preocupó. Había estado ambicionando esto. Cerró la distancia entre
ellos, agarró a Kassian por la garganta, miró de lleno en los ojos enrojecidos de Varinski.
-No te dije que la patearas.
-No estás a cargo.
El aliento caliente de Kassian olía a ajo y azufre.
-¡Lo estoy ahora!
Rurik le dio un puñetazo entre las piernas. Kassian se dobló, luego golpeó con la
cabeza el estómago de Rurik.
Rurik cayó de espaldas, subió su pierna, y, antes de que Kassian pudiera
enderezarse, lo pateó bajo la barbilla. Kassian se tropezó hacia atrás.
Sergei e Ilya saltaron inmediatamente sobre Rurik.
Tasya arrastró el aliento en sus pulmones, tratando de limpiar la oscura niebla que
nadaba ante sus ojos.
Con una mano en la roca que la había detenido y otra agarrando su mochila, se puso
de pie y se mantuvo parada, zigzagueando.
Tenía que enfocarse. Tenía que salir allí.
Ellos estaban matando a Rurik.
Primero Sergei e Ilya cayeron sobre él, y tomó una palpitación que les respondiera.
Rurik le había dicho que podría luchar; vio la prueba de ello ahora mientras él daba
patadas y golpes, saltando en el aire, moviéndose tan rápidamente que no podía seguir sus
movimientos.
Esto era Crouching Tigre, Hidden Dragon (película - El Tigre, El Dragón Oculto), pero
sin los subtítulos.
Un brillo de metal capto su mirada. Miró—y allí estaba. El arsenal de Varinskis. Un
rifle de largo alcance. Otra pistola semiautomática. Una escopeta. Y todas las municiones.
Descubrió que nada curaba tan rápido una posible costilla rota como ver que las
armas de fuego de lo Varinskis estaban desprotegidas allí.
Echó la pistola y la escopeta de caza en el arroyo. Verificó el rifle para ver si estaba
cargado. Lo estaba, y lo colocó bajo su brazo. Esparció la munición en el piso.
Echó una mirada a la pelea a tiempo de ver a Kassian entrar en ella, y la dinámica
cambió.
Rurik estaba agobiado, todavía castigando a los hombres con sus puños y sus pies,
pero recibiendo más y más golpes en su cara, su pecho, sus piernas.
Entonces pasó.
En una acción tan rápida que no pudo seguirlo, él cambió. Rurik desapareció, y en
su lugar un halcón estalló en medio del grupo y voló fuera de allí.
Rurik.
Levantó su puño en señal de triunfo. ¡Bueno para él! Vio la llamarada cuando sus
ojos se enfocaron en ella. Él le había dado una ventaja. Quería que ella la usara.
Echando su mochila encima de un hombro, corrió por la colina hacia el convento, y
el escape.

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Ese puntapié que Kassian le había dado no lo hizo fácil; tenía problemas para
respirar. El voluminoso rifle le pesaba, también. Pero no podía dejarlo ya que podría
necesitarlo.
No dejaba de mirar sobre su hombro, desesperada por ver la batalla de Rurik.
Un águila grande blanca y negra voló tras el halcón.
Ilya.
Siguió corriendo, y miró de nuevo.
Los pájaros se enzarzaron en una batalla etérea, mientras atacaban y gritaban. Las
alas de Ilya golpearon a Rurik, pero Rurik era más pequeño y más rápido, mientras
golpeaba, rasgando al águila con el pico y garras. El combate era hermoso, y mortal.
-Vamos, Rurik. –murmuró.
-Vamos. Tú puedes ganar esto.
Por primera vez desde que había salido de esa capilla para caer en manos de los
Varinskis, la esperanza se alzó en su corazón. Quizá ellos dos podrían sobrevivir este
ataque. Quizá él podría perdonarla por esconder el icono para sí. Quizás. . .quizás ella
podría vivir con un Varinski, con tal de que su nombre fuera Rurik. Quizá nada de eso
importaba. Quizá todo lo que importaba era sobrevivir—
Ella lo miró. Deteniéndose. Volviéndose.
Ella estaba ahora en lo alto de la montaña, mirando hacia abajo a las piedras y
bosquecillos que poblaban el campo. Las aves de rapiña todavía revoloteaban y luchaban,
pero el águila estaba cansada, fallando.
Ella no podía ver a Sergei; él estaba oculto de su vista.
Pero podía ver a Kassian. Estaba de pie en una roca, sosteniendo un arco y flecha—y
estaba apuntando a Rurik.

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Capítulo 29

La flecha voló, no en un movimiento lento como en las películas, sino tan rápido que
Tasya no tuvo el tiempo para gritar una protesta. Esta apuñaló al halcón en el aire,
arrancándolo de su trayectoria de vuelo, y durante un horroroso segundo, vio la llamarada
roja en sus ojos. Entonces el destello se extinguió.
El ave cayó en picada hacia la tierra y desapareció en una arboleda.
Ella gritó, poniendo toda su energía, toda su angustia, toda su emoción, en una
protesta contra la vida que la había conducido inexorablemente a este... este destino.
Kassian Varinski la oyó. Dio vuelta para afrontarla. Rió, haciendo resplandecer sus
dientes. Y presionó sus labios en un beso que prometía la humillación, la violación, la
muerte.
La vieja rabia familiar contra el destino la embargó. Comenzó a avanzar hacia él.
Pero no. Si se lanzaba precipitadamente a salvar Rurik, todo—el icono, la familia de
Rurik, la humanidad en sí misma—estaría pérdida.
Y no podía salvarlo. Había visto su vida desaparecer en un parpadeo.
Sabía ahora. Había sido un idiota persiguiendo el sueño incorrecto. El amargo sueño.
La venganza de su propia familia, incluso si era posible, sería una victoria incompleta.
Pero podía salvar a los Wilder. Eran la familia Rurik, la gente que le había traído al
mundo, los únicos que lo formaron, formaron al hombre que había dado su vida por ella y
por el icono.
Su sacrificio no sería en vano.
Podía seguir las instrucciones de Rurik. No importaba cuan duro fuera el camino,
llevaría el icono a Washington.
Y aunque sabía que no podía matar un Varinski, si podía hacerlo daño. Hacerle
mucho daño.
Sin remordimiento o compasión, llevó el rifle a su hombro. Kassian echó un vistazo
a su mano firme, y fue hacia el lugar donde Rurik había aterrizado.
Ella disparó y falló.
Él desapareció de la vista.
—¡Tú, cobarde! ¡Cobarde de hijo de puta!
Quería matarlo. Era tan mala que quería matarlo—
El águila dio un chillido de triunfo, plegando sus alas se lanzó en picada....
Su furia caliente desapareció en la oleada de frío odio. Esta vez, apuntó con
serenidad, y disparó.
La bala golpeó al águila directamente en el pecho.
El pájaro explotó en una ráfaga de plumas blancas y negras, y descendió en caída
libre.
Toma eso, pedazo de mierda.

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Aunque le hubiera gustado saborear el triunfo, tenía sólo poco tiempo para escapar.
Rurik tenía razón. Tenía sólo una ruta posible.
Regresó corriendo de la misma forma que había llegado, y miró los restos del árbol,
negro y desmoronado, que marcaba la entrada a la cueva.
Y allí estaba.
Bajó la mochila y el rifle a través de la pequeña grieta en la tierra. Luego se metió
ella misma, dejándose deslizar hasta que sus pies colgaron.
Su misión era clara en su mente. Escapar por el túnel. Entregar el icono para salvarlo.
Todo que tenia que hacer era irse.
Irse y desaparecer en la interminable oscuridad donde nadie vive, ni siquiera un
soplo de aire…
¿Pero al final, qué importaban sus viejos miedos?
Lo peor que podría haber pasado ya había pasado. Rurik estaba muerto. Tenía que
irse.
Así lo hizo.
Aterrizó en el suelo de tierra blanda, respirando el fresco y húmedo aire. Un rayo de
sol desde arriba tocó su cabeza. La boca de túnel estaba lejos, dejándola en una oscuridad
tan negra que hacía doler los ojos. Al final, lo sabía, estaría segura, otro país... una vida
diferente.
Estaba lista para renacer una vez más por este túnel. Ahora había que pasar por el
doloroso proceso, una vez más.
Pero esta vez, ella no era una niña. Esta era su elección.
Tomando su mochila, buscó y encontró su linterna.
El estuche de plástico estaba agrietado.
Por supuesto. En este viaje, no podría tener luz.
Apoyó los dedos en la pared de roca y comenzó a avanzar.
Si sólo no estuviera sola. . .
Estranguló el pensamiento antes de que pudiera abrirse camino en su mente.
No podía pensar en Rurik, en la llama de su vida apagándose en un parpadeo.
Podía concentrase en salir. Realmente le había hecho daño a un Varinski, pero los
otros dos estaban vivos. ¿La cazarían ahora mismo? Creía que no. Tenían un hermano por
el que preocuparse, y el cuerpo de Rurik para... para...
No importaba lo que le hicieran al cuerpo de Rurik. Lo que importaba era escapar.
Así que se apresuró en la noche interminable. La luz de la boca de la cueva poco a poco se
fue reduciendo, como sabía que lo haría, y cada paso se convirtió en un paso hacia lo
desconocido. No, no lo desconocido. Al pasado.
Había sido joven, tan joven, y furiosa por haber sido arrastrada lejos de su madre.
Había pateado a su institutriz, tratando de escapar, para volver y ayudar a apagar el fuego,
y hacer que la mujer dejara de gritar. Pero la señorita Landau la había arrastrado hacia
adelante. Fue la imperturbabilidad de la buena señorita Landau lo que puso fin al
escándalo y había finalmente capturado la atención de Tasya; la señorita Landau siempre

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insistía que se debía mantener el comportamiento apropiado costara lo que costara sin
importar las circunstancias, y Tasya no se comportaba correctamente.
Una vez que Tasya dejó de lanzar su rabieta y comenzó a prestar atención, notó la
oscuridad. Notó otras cosas, también—el olor a tierra, el lento, errático goteo del agua, el
tacto de la piedra bajo sus dedos. Notó que la imperturbable señorita Landau temblaba
ligeramente.
Pero fue la oscuridad lo que la había abrumado. Tasya y su institutriz estaban
caminando—Tasya estaba poniendo un pie delante del otro—por eso sabía que se movían.
Pero esto había parecido falso.
Como cualquier niña—como cualquier persona—la joven Tasya había medido su
progreso por lo que podía ver, sentir y oler, y aquí, nada cambiaba Nada cambiaba por
millas... por milenios. Ahora Tasya era más alta. Sus pasos eran más largos. La vida la
había transformado de niña imperiosa en alguien que creyó que podría arreglar todo con
su cámara, su historia, y, si fuera necesario, sus puños.
Mientras se movía por el túnel, manteniendo una velocidad estable, se preguntó
quién sería cuando escapara esta vez.
Caminó durante horas, parando únicamente para encender la luz de su reloj y mirar
la hora. Dos horas. Cuatro horas. Ocho horas.
A veces se sentía un soplo de aire cuando otra cueva daba al túnel principal. La
mayoría de las veces, era sólo fresco y puro, pero una vez pareció maligno, y por sólo un
instante el velo del tiempo se levantó, y, en su mente, vio a un hombre, cargado de oro. Él
se hundió bajo su peso, y murió allí en la cámara cercana.
No corrió, pero quería, lejos de la calavera de ojos vacíos que la miraban con
diversión.
¿Estaba volviéndose loca?
Sus pies lastimados. Sus ojos doloridos. Quiso gritar de soledad, por los
pensamientos que dieron vueltas en su cerebro como el halcón mismo—que había perdido
a todos los que alguna vez había amado, y ahora había perdido otra vez. Enfrentaba una
eternidad sombría con la soledad, y tal vez, solamente tal vez... una eternidad de oscuridad,
por allí no estaba la salida de esta cueva.
Eso hizo que se detuviera.
Sí. Había más pasajes que éste, y si se perdía, podría vagar, perdida, hasta que
muriera.
Tomando su mochila, enrolló el brazo a través de una correa. Poniendo su espalda
contra el muro, se deslizó hacia abajo y se sentó. Había caminado tanto tiempo, tan rápido,
tan duro, sin comida ni agua, que estaba empezando a tener alucinaciones. No tenía
ninguna razón, ninguna, para imaginar una muerte en estas cuevas, o la desesperación de
escapar cuando todo iba perfectamente. Tenía cornisa de roca, estrecha y reconfortante,
para guiarla, y el conocimiento de que había pasado por aquí antes.

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No importaba cuánto tiempo le tomara, podría escapar de las cuevas y las sombras,
y una vez que estuviera de vuelta en el mundo real, nadie sabía mejor que Tasya
Hunnicutt cómo pasar de un país a otro sin ser notado.
Bueno, tal vez Rurik lo sabía mejor.
Una lágrima resbaló por su fresca mejilla.
La limpió.
No había tiempo para eso.
Sacando su cantimplora, tomó un largo trago, luego encontró sus barras de granola
y comió una de las pobres cosas desmenuzadas.
Esta cueva era simplemente una cueva, y parte del verdadero mundo. Ella no era
Luke Skywalker, enviada a un lugar fuera del tiempo donde las alucinaciones probaban su
fuerza y sus creencias. Hacia veinticinco años, ella había atravesado esta cueva y no había
sufrido ningún daño, no tenía revelaciones, no había aprendido nada pero su vieja vida
había terminado y una nueva vida había comenzado.
Ahora era mejor que antes. Hacía veinticinco años, la señorita Landau la había
metido prisa en todo el camino, y cuando Tasya de cuatro años no podía andar más, la
señorita Landau la había cargado. Entonces cuando ellas por fin se acercaron a la apertura
en el otro extremo, la señorita Landau había estado nerviosa. Incluso la niña Tasya había
comprendido que la señorita Landau temía lo que encontraría.
Hoy, Tasya también temió.
Después de más de ocho horas de camino, sabía que la persecución era
improbablemente, y si los Varinskis no habían descubierto la salida a la cueva la primera
vez, seguramente no podrían esta vez.
Así que ahora necesitaba mantener la cabeza despejada, permanecer alimentada,
permanecer hidratada, y seguir moviéndose.
Sacudió los restos de la barra de granola del paquete y su boca, tomó otro buen
trago de agua, de pie, y desempolvó el trasero de sus pantalones.
¿Cuánto tiempo más?
No lo sabía. ¿Un día? ¿Dos? La niña Tasya no había tenido concepto de tiempo, sino
que le había parecido como si la prueba final nunca terminara. Pero si había terminado, y
podría una vez más.
Anduvo hasta que encontró la cornisa, todavía en el nivel de la cintura, y comenzó a
avanzar. Escuchó un chorrito de agua, luego una ondulación, y comprendió de que estaba
caminando junto a un arroyo. El aire fresco creció, como si en algún lugar cerca hubiera
una entrada al aire libre. Su corazón se alzó—y por primera vez, se tropezó con una piedra
en el camino.
Cayó hacia adelante, sus manos extendidas para detener su caída. Se raspó la palma
de su mano y golpeo en sus espinillas al caer de las rocas, y cuando gritó, el sonido hizo
eco arriba y afuera.
Se congeló, y escuchó. En algún lugar cerca, el agua estaba goteando. Muy por
encima de su cabeza, oyó un débil chirrido: murciélagos. Se sentía la humedad aquí.

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De alguna manera, ella había llegado a una enorme caverna, y tal vez a un lago o un
arroyo.
No recordaba este lugar, no lo recordaba en absoluto.
Cautelosamente se arrastró hacia atrás y se puso de pie. Buscó a tientas la pared que
la había guiado aquí.
Encontró la cornisa y con cuidado avanzó poco a poco, deslizándose alrededor de
las rocas que bloqueaban el camino—y sin advertencia, la pared desapareció.
Tomó una respiración rápida y aterrorizada que hizo eco a través de la caverna,
haciéndose más fuerte al expandirse para llenar el espacio muerto.
Retrocedió, encontró la pared otra vez, y la repisa, y avanzó una vez más.
El muro se derrumbó inmediatamente por debajo de su toque.
Algún día en el pasado reciente, un hundimiento había hecho que la pared se
derrumbarse, y, con ello, la repisa que la conduciría a la seguridad.
No podía creerlo. Esto no era posible. Había andado millas bajo tierra—si ella
calculaba tres millas por hora para un promedio, y un mínimo de ocho horas, había
andado veinticuatro millas bajo la maldita montaña buscando su libertad—¿para terminar
aquí? ¿Permanecer con su mano extendida en nada? ¡No era posible!
No podía regresar. Los Varinskis podrían no estar persiguiéndola en la cueva, pero
ella apostaría que no le permitirían volver alegremente y cruzar a través de Ruyshvania.
No podía seguir adelante porque. . . porque no sabía a dónde ir. Tiró los brazos
hacia adelante, agitándolos, tratando de encontrar la orientación que necesitaba—y la
grava bajo sus pies resbaló.
Cayó. Por un instante se mantuvo en pie, arrastrándose hacia abajo como si
estuviera en esquís.
Luego el terreno desapareció completamente, y cayó en la oscuridad.
Boris se sentaba en su escritorio, mirando el teléfono, a la espera de que sonara.
Esperando que sus chicos llamaran y le dijeran que habían destruido a Rurik Wilder, que
tenían a la mujer—y el icono.
Boris había obedecido al Otro.
Había averiguado todo sobre la mujer que Rurik Wilder tenía con él, esta Tasya
Hunnicutt. Ahora Boris sabía que él estaba en un verdadero problema.
Porque en la Ciudad de Nueva York, un libro estaba en camino por el proceso de
publicación. Un libro sobre los Varinskis.
Cien años atrás, aún cincuenta, los Varinskis habían tenido una mano de hierro
sobre la industria de publicación de Nueva York. Habían sostenido las empresas por sus
diminutas pequeñas pelotas, y por seguridad, habían comprado el alma de los editores.
Entonces, en los pasados treinta años, las mujeres habían caminado fuera de lo
permitido, se habían hecho redactoras poderosas y aún editoras, y aquellas mujeres
llevaban pantalones y tenían piercings en las cejas. Algunas de ellas eran aún jóvenes y
bonitas.

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Boris no había pensado que importara. ¿Qué diferencia haría un libro? Nadie creería
la verdad sobre los Varinskis.
Pero este autor había investigado todo sobre ellos.
Había escrito un libro narrando su historia, su leyenda, su larga opresión en el
negocio de los asesinatos, el modo en que ellos rastreaban y mataban por contrato, y cómo
los gobiernos los contrataban para perpetrar —crímenes—. Ella había tenido una historia
que contar, y el editor masculino dijo que ella tenía la voz para hacerlo y ser un éxito de
ventas. La mujer publicista sonrió con sus dientes blancos y llamo al autor —el próximo
Dan Brown—.
Mientras el mundo giraba su atención al juicio Varinski, la palabra en la boca de los
libreros y la prensa creció con dimensiones casi míticas. La publicidad creciente alrededor
de los Gemelos Varinski arruinaba la imagen cuidadosamente desarrollada por Boris
Varinski de asesinos invencibles, intocables.
Y el autor era Tasya Hunnicutt.
Tasya Hunnicutt, la compañera de Rurik, la fémina que trabajaba para la National
Antiquities Society. No era alguna anciana gorda con pelos en la barbilla. Era la misma
mujer que había desaparecido con Rurik Wilder después de la explosión en la tumba
escocesa.
Había prometido a su editor que antes de que publicaran el libro, proporcionaría la
prueba sensacional de la historia de Varinskis, y lo que había ocurrido—el descubrimiento
del oro, la explosión en la tumba, su misteriosa desaparición—había creado un furor
mucho más allá de cualquier cosa que podría haberse imaginado. Ahora mismo, los
matutinos americanos ofrecían ser los primeros en tenerla como invitada cuando
reapareciera.
Cuando el Otro se enteró sobre Hunnicutt, cómo había hecho la investigación sobre
los Varinskis, incluso yendo tan lejos como para viajar a Ucrania y tomar fotos de su casa. .
. Cuando el Otro descubriera que Boris no había estado vigilante y alerta sobre su vida
privada. . . Cuando el Otro se diera cuenta de que Boris no había podido detener el libro
antes de que fuera incluso presentado. . . Boris sufriría.
Y si el Otro preguntaba que había hecho para recuperar a la mujer y el icono, y Boris
le dijera que el cachorro de Konstantine y una mera mujer habían derrotado la fuerza del
Varinskis...
Boris podría morir.
Él podría morir, iría al infierno, y se quemaría en agonía eterna.
Lo sabía. Ya podía sentir las llamas.

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Capítulo 30

La cabeza de Tasya dolía. Su mejilla estaba helada. Pero no sabía donde estaba, y
cuando abrió sus ojos, su desorientación aumentó.
¿Tenía cuatro años?
¿Había sido su vida entera una ilusión?
¿Había muerto y encontrado en la vida después de la muerte una enorme oscura
caverna?
Se sentía como una idiota.
El camino a través de la oscuridad.
La pared que desaparecía. La caverna. La caída. Recordó ahora, pero recordar no
era agradable. Estaba como boca de lobo. No sabía dónde estaba. No sabía hacia dónde ir.
Estaba atrapada allí, en la montaña bajo su país, y moriría allí.
Podría desaparecer allí, y el icono que ayudaría a destruir el trato con el diablo,
vengar a sus padres, ayudar a que el espíritu de Rurik descansara en paz—desaparecería,
también, y nunca serí encontrado.
El diablo había ganado.
Ella había fallado.
Por primera vez desde que tenía cuatro años, Tasya bajó su cabeza a sus rodillas y
lloró.
Lloró por sus padres. Lloró por su niñez perdida. Lloró por todos los momentos de
dolor e inhumanidad que había documentado con su cámara. Lloró por la muerte de las
esperanzas de Rurik.
Sobre todo, lloró por Rurik.
Había caído luchando por ella.
Él podría haber robado el icono y escapado. Podría haberlo mantenido a salvo y
llevarlo con su familia, y ellos podrían haberlo protegido mientras esperaban que el
siguiente trozo del rompecabezas del destino cayera en el lugar.
Pero no. Rurik había creído que ella era una parte incorporada del plan, y había
rechazado abandonarla.
Aunque no cambiaba el hecho de que ella lo amaba. Por primera vez desde que
tenía cuatro años, se había atrevido a amar.
Aunque hubiera sido un idiota. ¿Qué bien le había hecho proteger su corazón, sus
palabras y su amor? Rurik estaba muerto, y nunca podría saber ella haría cualquier cosa
por él—llevar el ícono a sus padres, sacrificar su oportunidad de venganza—porque lo
amaba.
Levantando la cabeza hacia el cielo invisible, dijo,
-Dios, durante años, no he rezado. No creo en ti. ¿Cómo podría? No he visto
ninguna prueba de tu existencia. Pero ahora he visto la prueba de que el diablo existe. Así

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que debes existir, también, y ahora te ruego. ... Rurik Wilder está muerto. Él ha sido parte
de un pacto con el diablo, pero él no firmó el pacto, y el es... era un buen hombre. Si eres
todo lo que es bueno, entonces por favor, yo te pido a usted, tómalo y llévalo contigo.
Déjalo venir...a casa.
No podía hablar más. El dolor y la angustia rompieron su corazón. Se plegó como
una pequeña pelota. Los sollozos la sacudieron, le dolía la cabeza, y se le desgarraban los
pulmones. Se hizo eco a través de la cámara, a través de las grietas en las rocas. . . y hasta el
cielo.
No sabía cuanto tiempo había llorado. Durante una hora o más. Pero cuando
finalmente levantó la cabeza, se sintió mejor... ligera, más confiada.
Cuando todos los días de su vida se hubieran consumido, y vagara en las tierras de
los muertos, vería a Rurik otra vez. Y en la oscuridad y la humedad de la caverna, hizo un
voto—la primera cosa que le diría era que le amaba.
Por ahora—no importaba como de desesperada estuviera—tenía que tratar de
encontrar la salida de este laberinto de cuevas. Tenía que devolver el icono a la familia
Rurik, o morir intentando.
Pero—¡qué extraño! — parecía como si hubiera una luz en la distancia. No una
verdadera luz, no era la luz del sol o una linterna, pero este brillo...
Frotó sus ojos, tratando de limpiarlos, pero el brillo estaba allí todavía. Dos brillos,
en realidad.
Miró alrededor, preguntándose si el sol de algún modo se había colado allí. Pero no,
tenia que ser de noche. ¿Entonces la luna? ¿O tal vez un pez fosforescente en el lago o
alguna estalactita que brillaba en la oscuridad? Se rió un poco.
Tal vez se había vuelto loca, porque si miraba parecía que dos personas estuvieran
de pie en el lago. . . y había un lago. Llenaba la caverna, con ningún camino a su alrededor.
Pero la gente—se trataba de un hombre y una mujer—que le hacían gestos para que
subiera por el camino por el que venía.
Tasya tenía hipo. se levantó, su mirada fija en a aquella gente. ¿Quiénes eran ellos?
¿Eran personas? ¿O eran inventos de su imaginación?
¿Tasya estaba soñando? ¿Inconsciente? ¿Por qué había un hombre y una mujer con
ella en el subterráneo?
Agarró su mochila y reanudó su camino a través de la roca de regreso a la pared
donde había comenzado. Podía ver todo el camino; ya que la débil luz blanca lo bañada
todo.
Era extraño ver lo que había sido ocultado antes. El desprendimiento había sido
enorme; una sección entera de pared y techo se había derrumbado, demoliendo lo que
había sido un camino liso por las montañas, presa del río, y construyendo el lago.
Cuando llegó a la cima, pudo ver atrás el camino por el que había venido, a lo largo
del sendero, y hacia adelante, dónde una delgada franja del camino de piedra todavía se
pegaba a la pared, una tira realmente delgada de piedra. Tan estrecha que si se movía poco

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a poco, siguiendo el emplazamiento de aquellos forasteros luminosos, había una
posibilidad bastante buena que se deslizara y cayera, y esta vez no sobreviviría.
Pero las personas la esperaron, y de algún modo, ella sabía que tenía que seguirlas.
Seguro—si ella no lo hacia, estaría perdida para siempre. Pero si lo hacía... ¿quiénes era
ellos? ¿A Dónde la conducirían?
Se veían tan familiares.
¿Cómo podrían parecer familiares?
Con su mirada fija en ellos, se puso contra la pared y anduvo de lado a lo largo de la
repisa. Mantuvo su mirada fija sobre los extraños, mantuvo su mirada fija sobre los
extraños, mantuvo su mirada fija... echó un vistazo abajo.
Y se congeló.
Sus dedos del pie colgaban sobre el borde—y la roca cayó directamente en el lago.
Eso estaba millas abajo, y las rocas sobresalían como dientes. Si se caía...
Un susurro delgado de sonido vino alrededor de su cabeza.
-Ven, cariño. Ven.
Esta era la voz de su madre.
Esta era la voz de su madre.
Con los ojos amplios y brillantes, Tasya siguió la fina roca alrededor del borde del
lago. La cual se mantuvo firme bajo sus pies.
Su madre. Sus padres. Había rezado, y sus padres habían venido por ella. O para
ayudarla a escapar de las cuevas. No sabía. No se preocupó. Por primera vez en veinticinco
años, podría ver la cara de su madre, los brillantes ojos azules, tan parecidos a los suyos.
Podría ver la cara de su padre, la mandíbula decidida, la misma que veía en el espejo cada
mañana.
Esto era el mejor momento de su vida.
Este era el momento en que comprendió cuánto había perdido. Y cuanto tenía.
-Mama. –susurró cuando se movió poco a poco adelante.
-Te extraño.
Su madre sonrió.
Lo sé.
Tasya no podía escucharla. No en realidad. Las palabras fueron como un soplo en
su mente.
-Papa...
Lo se.
La extensión se ensanchó. Se movió con más confianza.
-¿Él está allí con ustedes?
No le contestaron.
Se movió más rápido, tratando de verlos más claramente.
-Por favor. Rurik. Lo amé. ¿Puedo verlo?
Sus padres se alejaron cuando se acercaba. El calor de su amor la rodeó,
conduciéndola hacia adelante. Ellos rieron, alegrándose con ella.

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La repisa se puso más amplia, se convirtió en un camino, y Tasya se apresuró cada
vez más, hasta que estuvo corriendo tras ellos.
Pero no hablaban.
-Oh, por favor. Oh, por favor—
El brillo se ponía más brillante, más fuerte.
-Si yo pudiera verlo una vez mas...
Rodeó una esquina—y el sol de la mañana la golpeó de lleno en los ojos.
Arrojó sus manos sobre de sobre sus ojos, y miró hacia atrás.
-¿Mamá?
Pero ellos se habían ido, desaparecidos en la luz de día. La habían conducido...a su
libertad. Para vivir.
Ahora ella estaba sola otra vez.
El sentido de pérdida la sacudió como un golpe.
Pero no podía vacilar. No podía derrumbarse.
Había sido enviada a aquella cueva para aprender una lección, y había aprendido.
Podría ir adelante y haría lo que tenia que hacer.
Si sus padres estaban cerca, entonces tenía fe en que vería algún día otra vez a Rurik.
Algún día, ellos estarían juntos otra vez.

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Capítulo 31

Konstantine empujó el andador, apoyándose pesadamente en las barras, cuando él


completó uno de tres circuitos alrededor de su casa en el Estado de Washington. Su ropa
colgaba de él, como si él fuera un viejo hombre en lugar de tener sesenta y seis y un
Varinski en la flor de su vida. Él tenía un estúpido tubo en su nariz y estaba débil. Tan
débil.
Cada día el caminaba un poco más lejos y se empujaba a ir un poco más rápido.
Cada día, Zorana se preocupaba por pequeñeces y husmeaba. Ella caminaba con él
y arrastraba su oxígeno en las ruedas y su móvil tv, pero a ella no le gustaba y a su propia
manera, ella dejaba ver su opinión bastante clara.
Su pequeña esposa apenas había cambiado en treinta y cinco años. Ella todavía era
pequeña, cinco pies una pulgada, con el pelo y ojos oscuros que lo habían fascinado. Su
piel era lisa y morena, con un poco de carde de más en la mandíbula, pero ¿qué hombre
miraba la mandíbula de una mujer?
Sus labios... ah, sus labios todavía eran intonxicantes, los labios que habían
cambiado su mundo.
Él había visto como lo observaba como cuando docenas de veces los niños se
portaban mal. Su mandíbula empujaba hacia adelante, sus brazos cruzados sobre su
pecho—ella estaba acosándolo en lugar de caminar.
Ella no era feliz con él.
Usualmente, el podría ser indulgente con ella.
Pero no en este. Él no podía vivir sus últimos días como un inválido encadenado a
una silla de ruedas. El podría al menos recuperar una parte de su fuerza.
Él tenía que hacerlo. Independientemente si a Zorana le gustara o no, la batalla seria
de él.
Así que ahora que caminaba y la distraía con su temas absurdos. -La casa—me gusta.
No tan grande, como los californianos que se mudan en las enormes mansiones sobre la
cima de la montaña y dicen que son los reyes. Cerdos en prendas caras de vestir siguen
siendo los cerdos. Tenemos tres habitaciones—que son suficientes para nosotros. Y dos
baños. -El se detuvo, levantó dos dedos, y utilizó la oportunidad para coger aliento. -En el
Antiguo País, dos baños eran insólitos. Todo el mundo podría pensar que son ricos-.
Zorana no dijo nada.
-Por supuesto, podríamos remodelar y añadir un cuarto de baño sólo para nosotros.
Podría estar bien para cuando tengamos nietos. El viaje al baño es largo en el invierno, y
tú ya estas envejeciendo. Pero tú no quieres hablar sobre el diseño del baño.-
Actualmente, ella había hablado acerca de un cuarto de baño matrimonial durante
años. Y lo silenciosa que se mostro ante el tema es una clara demonstración de los furiosa
que estaba.

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Él se preocupó por Zorana—su esposa ha tenido que ser valiente cada día desde
Adrik había huido hacia muchos años. Ahora Rurik había desaparecido. Jasha dijo Rurik
había utilizado su tarjeta de crédito, aquella con el nombre falso, pero la última vez hace
muchos días, y su preocupación, tácita pero tan real, roía en ellos día y noche.
-Es un buen año para las uvas, especialmente para las uvas pinot.- Las hileras de la
vid, con gruesas hojas verdes y uvas madurándose, corren a través de su valle hasta donde
la vista lo dejaba ver, y que aliviará la pesadez de su corazón. -Si mantenemos esto, vamos
a patearles el fondillo a los cultivadores de en Oregón.-
Zorana no lo miro. Ella no respondió. Pero ellos habían estado casados durante
muchos años. Él conocía a su esposa, y esta era una batalla que podría ganar. -El jardín está
creciendo bien este año, también, y no quiero que tu manejes la tienda de frutas tu sola. Es
demasiado trabajo para una mujer de tu edad.- Ella resoplo. Él fingió no oírla. -Vamos a
contratar a uno de los chicos que trabaja para los Szarvases. ¿Cual es el nombre de esa
chica?- Él fingió que no podía recordarlo. –La que haría cualquier cosa por dinero para
comparar pinturas?-
-Michele.-
Ha. Zorana había tenido que decir una palabra. Si él se mantuviera haci, ella tenía
que liberar todas aquellas furias reprimidas que él conocía que tenia debajo de la superficie
y la estaba consumiendo a fuego lento. -Eso es correcto. Cuando ella trabaja, la gente para a
comprar.-
Zorana se congelo en su lugar. -¿A qué te refieres con eso?-
Siguió caminando. -Quiero decir que se detendrán a mirar su cara bonita.-
La frustración y la furia de Zorana desbordo y se apresuró a reunirse con él. -¿Ahora
estás haciendo decisiones sobre la tienda de la fruta? La tienda de frutas que empecé sin
ninguna ayuda tuya? La tienda de frutas que pensaste era una idea estúpida? ¿Y tú piensas
que soy demasiado vieja para trabajarla?-
Él la dejó charlar por un tiempo, disfrutando del sonrojado de sus mejillas, las
mejillas que últimamente con demasiada frecuencia se habían tornado pálidas y flacas con
preocupación. Cuando finalmente comenzó a correr hacia abajo, el dijo, -Yo pienso que tu
eres muy hermosa, y me temo que algún joven vendrá y la separe de mi.-
Ella resoplo. -Tenemos que revisar tus ojos la próxima vez que vayamos a ver al
médico de Seattle.-
-No es necesario. Yo lo vi mirándote. El mismo fantaseaba.- Konstantine
ligeramente golpeó su pecho con su puño. -Pero no voy a permitir que él te tenga. Tú eres
mía, para siempre.-
Sus ojos se llenaron de lágrimas rápido. Ella se recordó de su propia visión, la cual
lo via encadenado en el infierno por toda la eternidad. . . sin ella.
-Para siempre- el insistió. -Ahora dame un beso.-
Ella le besó, un beso lleno de su amor por él y su rebelión en contra este cruel
destino, y sostuvo con su brazo y maldijo la maldita enfermedad que gastaba su corazón y
lo hacía incapaz de confortarla como ellos deseaban.

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Nunca consciente de su condición, ella lo libero antes de que ninguno de ellos
estuviera listo, y puso su segunda mano en la seguridad de su andador.
-Vamos a ir alrededor de la casa una vez más-, el dijo. Ella comenzó a protestar,
entonces él levantó su mano, escuchado. -Oigo un subiendo por la carretera. –
Ella no cuestiono su declaración, el oído de lobo no le había fallado todavía. -¿Lo
reconoces?- pregunto.
Él sacudió la cabeza, y se novio tan rápido como pudo hacia la parte delantera de la
casa y ella no trato de frenarlo.
Dieron vuelta a la esquina cuando el Camry se detuvo delante del porche. La mujer
dentro quedo sentada y miro hacia la casa, entonces brinco en el asiento y los miro cuando
se movieron hacia ella.
-Es esa.. la chica, la que estaba con él cuando desapareció. Yo la reconozco de la
televisión-, susurró Zorana. –Esa es Tasya—con el pelo blanco y negro.-
-Así que veo.- El vio, también, las muchas expresiones de Tasya a través de la cara:
la ardiente resolución que la había traído hasta ellos desapareciéndose y convirtiéndose en
lágrimas y una desesperada renuencia a cumplir el deber que ella había llevado hasta allí.
-¿Tu creéis que está herido?, ¿o regresara a casa más tarde?- la voz de Zorana llena
de esperanza.
Con obvia renuencia, Tasya abrió la puerta y salió del coche.
No. Tasya mostró en su rostro y en sus movimientos que no hay lugar para la
esperanza.
Su hijo, el bebé que había acunado, el niño le había enseñado a ser cauto, a cazar,
controlar su estado salvaje, el hombre que ha crecido hasta convertirse en un piloto y
entonces un arqueólogo. . . estaba muerto.
La chica caminó hacia ellos, tratando de sonreír con una unos labios que temblaban.
El se detuvo, y tomó el brazo de Zorana cuando ella se ha apresurado hacia adelante.
Como Tasya metió sus manos en el bolsillo y se detuvo delante de ellos, con sus
grandes ojos azules pidió su comprensión, por su compasión.
Peor en este momento, no había compasión para nadie más que para él y su esposa.
Tasya sacó un pequeño cuadrado, envuelto en un papel de ceda y lo desenvolvió
extendiéndoselos.
El segundo icono.
Quería escupir sobre él. El precio había sido demasiado alto.
Los dedos de Zorana se temblaron cuando tomó el icono y miro en la cara de la
Virgen, en el crucificado Jesús, en el brillo del oro y la brillantez de más de miles de años.
Luego miró a Tasya. -¿Rurik?- ahogado.
Tasya sacudió su cabeza.
Como si el icono estuviera demasiado pesado, Zorana se derrumbo hacia el terreno.
Konstantine trato de agarrarla, casi cayéndose el mismo.
Tasya saltó al lado de Zorana y envolvió su abrazo. Y las dos mujeres lloraron en el
hombro de cada una.

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Al mirarlas, sus propias lágrimas llenaron sus ojos y bajaron sus mejillas.
Bien. Tasya había amado a su hijo. Ahora ella ayudara a su esposa. Así que
Konstantine la tomaría en su familia, y la amarían.

***

Tasya estaba sentada en el viejo escritorio de la pequeña habitación de Rurik en la


casa de sus padres.
Ella había descargado sus fotografías en su vieja computadora, y ahora las
examinaba una por una, revisando sus registros del sitio, la excavación, los hallazgos....
Ella quería tan malamente enviar sus fotos a la National Antiquies, a su editor de la
compañía editorial, a los periódicos que ya habían seguido una nueva historia. La
venganza sobre los Varinskis había sido su objetivo por tanto tiempo que no podía
olvidarlo. Con la prueba que ella tenía aquí, podría darle a esa familia de asesinos tal golpe
que nunca podrían recuperarse.
Aunque toda la familia de Rurik había cambiado su nombre por Wilder, ellos eran
Varinskis, y él también. Konstantine y Zorana no podían haber sido más amables con ella,
hospedándola en su casa, tratándola con el respeto de ser la persona que encontró el
icono—y con el amor debido a ser la mujer de Rurik.
La hermana de Rurik, Firebird, abiertamente había llorado a su hermano. Entonces,
siempre práctica, ella le prestó ropa a Tasya de su armario hasta que la orden del Internet
llegara, y como alegrándose de tener a alguien de su edad en la casa le habló de su bebé.
El sonograma mostró que era un niño. Ella no había decidido en un nombre. Ella
esperaba que no fuera demasiado grande; todos sus hermanos habían sido de más de diez
libras.
Pero después de todo Firebird nunca menciono al padre. Quienquiera que fuera él,
él estaba completamente fuera del cuadro. Tasya habría pensado que él era solo un error
breve, pero cuando Firebird no se percataba que ella la observada, la veía mirando por la
ventana y acariciando su vientre con una expresión en su cara de...rabia, dolor, soledad... sí,
por motivos diferentes, Tasya y Firebird tenía mucho en común.
¿Entonces podría Tasya hacer públicas las fotos sin arruinar la posibilidad de
romper el pacto para siempre? Rurik quería desesperadamente darle una oportunidad a su
padre para redimirse. ¿Tasya le importaba?
Antes de que ella lo hubiera conocido, no se había preocupado en absoluto. Pero
entonces ella había venido a esta casa había encontrado que Konstantine era un Varinski y
que ella lo miraba con cautela. No le importaba que este estuviera terriblemente enfermo,
pasando la mayor parte de su tiempo en una silla de ruedas, respirando de noche con la
ayuda de oxígeno.
Él se parecía a aquellos otros Varinskis, los bastardos que habían intentado muchas
veces matar a Rurik y finalmente lo habían logrado. Ella sabía por qué temblaba cuando

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Konstantine estaba cerca; él había asesinado, él había violado y por todo lo qué él se había
arrepentido, aquellos pecados se arrastran por su alma.
La profecía de Zorana demandó que a no ser que él y sus hijos rompieran el pacto
con el diablo, Konstantine se quemaría en el infierno.
Cuando los Varinskis había asesinado a sus padres, Konstantine hacía ya mucho
tiempo se había ido de aquella familia, aún así ella no podía olvidar que él había realizado
hechos igualmente horribles.
Tampoco ella podría olvidar que él había engendrado Rurik y lo había criado para
ser un hombre al que ella admiró y amo.
Ella no sabía si debía amar a Konstantine u odiarlo—o llorar por él.
Extendiendo la mano, ella corrió su dedo a lo largo del borde del icono. Ella le había
dado a la Virgen el lugar de honor. Siempre que no miraba la pantalla del monitor de la
computadora, ella podría ver la sabia Virgen con ojos tristes y saber que en la batalla entre
el bien y mal otras pérdidas habían sido sufridas, otros sacrificios habían sido hechos.
Pero viendo los fantasmas de sus propios padres le mostrado un hecho muy
importante a Tasya—su dolor ya no existía más, pero su amor por ella nunca fallaría. Su
ternura se extendía después de la muerte y los devolvió para salvar su vida.
Aunque aquellos asesinos, aquellos matones, aquellos Varinskis Ucranianos,
odiaran la idea de que ellos de cualquier forma dieran comodidades a la niña que los había
evadido, esto era una ineludible verdad que la forzara a vivir escondida, ellos la curaron
de su miedo a la oscuridad y le dieron la paz de la angustia que habían encendido en su
resolución.
Ahora todo lo que tenía que hacer era ir cuidadosamente a través de la maleza de
cientos de fotos de la web escocés en la Isla de Rey. Necesitaba pruebas fotográficas de lo
que ella y Rurik encontrado allí. Ella las aguantaría hasta que el pacto hubiera sido roto y
podría volver otra vez a la vida normal... como si la vida alguna vez pudiera ser normal
otra vez, sin Rurik.
Según iba trabajando, iba tomando notas escritas de lo que recordaba de cada foto,
hasta que alcanzo el punto de cuando le había dado la cámara a Ashley poder trabajar
junto a Rurik para abrir la tumba.
La primera foto tomada por Ashley mostraba a Tasya en el medio y a Rurik de
espalda, tieso y reservado, determinado a no tocar. Por una docena de fotos era lo
mismo—el agujero en la tumba se hizo más grande, pero Tasya y Rurik concentrados en
sus tareas.
De repente, la imagen cambió.
Tasya la tenía la mano encima de Rurik y se miraban el uno al otro.
Mirándose... y entre ellos Tasya vio la necesidad y el ultraje, la cólera y el miedo, la
tensión sexual era alta la foto se distorsionó en el monitor.
Tasya se limpio las lágrimas de los ojos.
Las emociones entre ellos saltaron de la fotografía, un registro del tiempo aquel
antes de la trampa del cuerpo, de la caja del tesoro, las talladuras de la pared, la

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explosión—y la verdad—cambiando sus vidas. ¿Habían sido ellos tan obvios? ¿Estaban sus
pasiones allí para que cualquiera las viera? Aquel momento en la cueva cuando Tasya
había comprendido que moriría y quizás pasaría una eternidad sin Rurik, no había llorado.
Llorar no era un hábito que ella deseara cultivar.
Aunque otra vez tuvo que limpiar las lágrimas de sus ojos y un solo sollozo se le
escapo. Ella se cubrió la boca, pero otro surgió y otro y calientes, rebeldes lágrimas
cubrieron sus mejillas.
¿Cómo se atrevía a estar muerto? ¿Cómo se atrevía? ¿Qué crueldad le hizo darle el
icono y forzarla a traerlo aquí para que el pacto pudiera ser roto... y entonces ella podría
vivir? Su vida entera había sido de una extensa soledad y por unos pocos días, había
estado viva. No siempre feliz, no siempre segura, pero viva.
Ahora los años más tristes de soledad estarán ante ella hasta que se marchitara en la
noche y por fin encontrar a sus padres, y a su amor, una vez más.
Abajo, ella oyó el rugido de Konstantine.
A ella le dio risa, y sollozo.
Ella llevaba ya diez días aquí y había descubierto que Konstantine rugía más de lo
que hablaba. Le confortaba oírlo. Él estaba vivo—enfermo, pero todavía vivo. Luchando y
vivo todavía. El anciano era una inspiración...pero entonces, todavía tenía Zorana.
El pensamiento le trajo otra explosión de lágrimas.
¿Mi Dios, cuándo se había convertido en una niña?
Una respuesta fácil.
Cuando se había enamorado.
Por la esquina de su ojo, capto un movimiento, y en un acto de reflejo se giro, puños
arriba, listos para matar.
Un fantasma estaba allí de pie.
Rurik, con su chaqueta sobre su hombro.
Ella miró.
¿Lo habían enviado sus padres?
Él arrojo su chaqueta sobre la cama.
Desconcertada, la miró aterrizar.
Esto aterrizó con un susurro. Arrugando el edredón. Parecía real.
Él parecía real.
Parándose, golpeó su silla hacia atrás. Cayendo al piso con un golpe bastante
ruidoso como para despertarla y asustar al fantasma.
Pero no se despertó.
El fantasma no se movió. En su lugar él sonrió, una especie de sonrisa torcida y
burlona que detuvo su corazón. -Ningún hombre vale tantas lágrimas.-
-Rurik?- ella susurró. -Rurik!-
El estaba quemado por el sol y delgado, con un cardenal amarillento alrededor de
sus ojos negros y una tristeza alrededor de su boca. Ella acercó una mano a su hombro,
pensando que iba a pasar a través de su forma—y tocó su cálida piel.

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El agarró su mano, la llevo a su boca, la besó, y su aliento tocó su piel. . . .
Se lanzó a sí misma hacia él.
Ella se lanzó hacia él. Él la cogió entre sus brazos.
Vagamente, desde la puerta, oyó un lloriqueo. Sus padres estaban allí. Su hermana
miraba.
A Tasya no le importaba.
Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello, sus piernas alrededor de sus
caderas. Lo besó, tomando su aliento en sus pulmones y dándole su aliento. Y recordó su
voto en el túnel. -Te amo.- Ella tomó su cabeza en sus manos. Lo miró a sus ojos. -Te amo.
Te amo. Te amo.-
El era otro milagro de una vida bendecida con milagros.
Él estaba vivo.
Rurik estaba vivo.

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Capítulo 32

Firebird se situó en la ventana abierta de la habitación que compartía con Tasya y


miró fijamente la noche ahí afuera.
-Mira esa luna.
-Maravillosa.
Tasya estaba sentada en pijama, mirando en la pantalla de la computadora,
concentrándose tan duro como podía. Tenía que hacerlo, para bloquear el tumulto en su
cuerpo. Su sangre cantaba de necesidad; le temblaban las piernas de deseo. Y ella
holgazaneando allí jugando al solitario.
-Las estrellas son magníficas, también. Son tan claras y tan brillantes, puedo ver
claramente el establo.
Firebird lo dijo como si se tratara de un asunto importante.
-Cuando tenía diez años, quería desesperadamente un caballo y Papá dijo que no.
Dijo que un caballo era demasiado costoso para comprar y para mantener, y que nosotros
éramos pobres, inmigrantes que luchan sin dinero para tal frivolidad. Yo estaba aplastada.
-Sí. Qué decepción.
Rurik estaba en la siguiente habitación. En la siguiente habitación, y Tasya no podía
ir a él. Porque las reglas de la casa no permitían que solteros durmieran juntos. Se habían
tomado de la mano durante la cena, se habían sonreído mirándose en los ojos del otro.
Entonces se besaron para darse las buenas noches—repetidamente—y separaron sus
caminos.
Tasya no podía creerlo. Ella tenía veintinueve años, tener que mantenerse casta por
la moralidad del siglo diecinueve aplicada por un ex Varinski.
-Pero la palabra de Papá es ley, así que no me quejé. Y en mi un décimo
cumpleaños, papá compró un caballo para él mismo.
Firebird tenía una pequeña sonrisa evocadora.
-Dijo que había descubierto un uso para él en los alrededores.
Cogida contra su voluntad por la historia, Tasya preguntó:
-¿Qué uso era ese?
-Darme algo para montar y querer.
-Bien.
-Él tiene sus momentos. De todos modos, mi dulce y vieja yegua se encuentra
todavía en el granero, así que Papá mantiene el heno en el desván. Le siguió una larga
pausa.
-Tú sabes, mis hermanos solían utilizar aquel granero como su espacio privado.
Tasya la miró. Firebird tenía su atención ahora.
-Sí. Porque, tú sabes, para un tipo que solía no tener ninguna moral, Papá realmente
era estricto sobre nada de sexo bajo su techo.

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-Ya lo noté.
-Papá es un hombre realmente tradicional. Y, tradicionalmente, los amantes se
esconden para tener sexo.
Poco a poco, Tasya empujo su silla hacia atrás.
-Firebird, ¿qué estás tratando de decir?
-Nada. ¿Por qué crees que estoy tratando de decir algo?
Firebird se inclinó hacia afuera.
-Mira eso. Ese es un gran pájaro. ¡Un halcón!
Tasya corrió a la ventana a tiempo para ver el halcón inmenso volando a través de la
luna hacia el granero.
-Rurik –susurró.
-Papá tiene el oído de un.
Firebird se acercó a su iPod y conectó los altavoces.
-Mejor sales por la ventana.
***
Zorana escuchó la música sonar sobre su cabeza. Buscando bajo los cobertores, tocó
cariñosamente el pecho de Konstantine.
-Tasya acaba de salir por la ventana.
Konstantine gruñó y atrapando su mano, la sujetó.
-No he oído nada. Ahora, tranquila, mujer. Estoy tratando de descansar.-
***
Tasya corrió por el césped, a lo largo del sendero arbolado, hasta el granero.
Presionó su mano sobre la puerta. Con un crujido, esta se abrió. El granero olía a
paja limpia, a cuero, a un caballo muy querido. La luz de la luna fluía a través de las
ventanas abiertas, y Rurik estaba de pie junto al compartimiento.
La yegua había posado la cabeza adorablemente sobre su hombro mientras
acariciaba su nariz.
No había mujer en el mundo que pudiera resistírsele.
Sonrió a Tasya.
Otra vez esto la golpeó—él estaba vivo.
-Debo haber hecho algo realmente bueno en una antigua vida para merecerte.
Su voz era ronca por lágrimas no derramadas, y tragó para contenerlas.
Qué niña.
-Hiciste algo realmente bueno en esta vida.
Acarició al caballo una última vez, cuidadosamente, y cruzó a zancadas la distancia
que lo separaba de Tasya, su paso largo y fácil.
-Soy el que nunca desafió a soñar que te vería otra vez.
Quiso arrojarse sobre él como había hecho esa tarde, pero después de aquella
primera reacción instintiva, recordó... la lucha con el Varinskis, el modo en que la luz en
sus ojos se extinguía. Había pensado que lo habían matado. Al menos, que había sido

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horriblemente herido, y pensó que ni siquiera su prodigiosa capacidad de curación podía
con una flecha atravesando su pecho sin sufrir consecuencias.
-¿Estás realmente vivo, o este es otro sueño?
-Ella le tendió la mano, su mano pálida a la luz de la luna. Él se detuvo ante ella, y
ella presionó su palma sobre su corazón. Este golpeaba fuerte, tranquilizándola.
-¿Cómo hiciste para sobrevivir? –susurró.
Él capturó sus dedos.
-Ven. Te contaré.
La condujo a la escalera de mano.
Se puso en marcha
-Tu hermana dijo que ustedes usaban este granero para hacerlo.
-Seguro. Los otros tipos. Pero no yo. Yo soy virgen.
Ella hizo una pausa y lo miró de arriba a abajo.
-Mentiroso.
-Virgen.
Alzó la vista, haciéndola terriblemente consciente de que el pijama ligero de
algodón se apretaba mientras ella subía, maravillosamente consciente de que él la miraba y
la deseaba.
Avanzó lentamente hacia el heno esparcido por el piso, miró hacia la trampa, y lo
miró seguirla hacia arriba.
-Tendré que ver que puedo hacer sobre eso.
-Deseo que lo hagas.
La luz de la luna brillaba a través de la ventana en un cuadro que alumbraba cada
paja y convertía en audaces sombras las vigas, las balas, la horca. Hacía calor allí, el calor
del sol de agosto que persistía bajo el alero.
No había venido lista para la seducción. Su pelo todavía estaba cubierto de blanco
en las puntas y rizado desordenadamente. Sus brazos estaban desnudos; una explosión de
estrellas decoraba la tela sobre su pecho y sus muslos. El cordón sobre sus pantalones
estaba anudado, y el cinturón descansando bajo en sus caderas.
-Eres la cosa más hermosa que he visto jamás.
Yendo al lugar en que la paja formaba un nido, él se estiró y metió sus brazos detrás
de su cabeza. Él era la vida, la invitación para el pecado.
Todas las veces que ellos habían estado juntos, se habían seducido, encontrado,
atacado, y deseado con lujuria.
Esta noche era diferente. Esta noche ella podría aprender.
Se arrodilló a su lado, la paja limpia crujía bajo sus rodillas. Desabotonando su
camisa, la abrió de par en par y trazó los contornos de su pecho. Encontró la piel
destrozada donde la flecha había entrado, justo debajo de su hombro izquierdo. Pero
había otra herida sobre su hombro, más grande, fea, donde la piel no cubría el músculo y
los bordes de la herida brillaban rojos.
-Rurik.

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Examinó su cara.
Él la miró.
-Es terminado ahora.
Lo que quería decir que él había sufrido más que lo que cualquier hombre común
podía soportar. Desabrochó su cinturón, quitó sus pantalones, descubrió que en su muslo
derecho faltaba un pedazo de carne, un pedazo de hueso por una puñalada en su cadera.
Ella besó cada herida, sus labios se demoraban, y aspiraba su olor, se deleitaba en su vida,
angustiada por su dolor. Él deslizó su mano alrededor de su cuello, la atrajo hacia él y la
besó.
-Está bien. Estas viva. Estoy vivo. Eso es todo lo que cuenta.
No, no es todo lo que cuenta. Aquellos bastardos casi te mataron. Pensé que lo
habían hecho. Y espero que se quemen en el infierno.
-Pienso que puedes estar segura de eso.
La besó otra vez.
-¿Los mataste a todos?
-Lo hice.
Examinó sus ojos. Alisó el pelo de su frente.
-Rurik. –susurró.
-Dime...
Suspiró, e inclinó su cabeza hacia atrás.
-Sólo si puedo abrasarte. Tengo que sostenerte mientras yo... mientras recuerdo....
Extendiéndose a su lado, envolvió sus brazos alrededor de su cintura y puso su
cabeza contra su pecho.
-¿Estás lo suficientemente cálido? ¿Te hago daño?
La aplastó contra él.
-Esto es lo mejor que me ha pasado en tres semanas.
-Ella le escuchó respirar, e incluso ahora no podía creer que él estuviera aquí.
-Tú eres un milagro.
-No yo. Hay otros milagros en este mundo—y tantos horrores. He sobrevivido
algunos de ambos.
-Yo te vi. Luchabas con Ilya en el aire.
-Lo despedacé con mis garras. Yo estaba pateando su culo—
-Le vi. Lo tenías sobre las cuerdas, y luego—
-Kassian me arrojó una flecha.
Rurik tocó el punto donde la flecha lo había perforado.
-Los Varinskis son unos malos perdedores.
Tasya tragó el nudo de ansiedad que se había formado en su garganta.
-También vi eso. Pensé que te habían asesinado.
-Bastante cerca. Realmente cerca.
Tiernamente, él deslizo su mano a través de su brazo desnudo trasmitiéndole con el
toque calor y vida.

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Sabía que estaba listo para ello. La herida era demasiado masiva para el pequeño
cuerpo del halcón—
-Espera un minuto.
Tasya medio se incorporó.
-¿Dices que la flecha te mataría como un halcón, pero no como un humano?
-No exactamente.
Él luchó para explicar los puntos sutiles.
-Yo no sabía si podía sobrevivir como un humano, puesto que la flecha me atravesó
el pulmón—pero tenía una mejor posibilidad en mi forma humana. Lamentablemente,
estaba muy alto, y no puedo volar como humano. Estaba demasiado lastimado, y con la
flecha en mí, demasiado desequilibrado para volar, de todos modos, y me fui de cabeza
para la tierra tomando el camino demasiado rápido. Cogí una vislumbre de ti.
Tomó su mano, y él besó sus dedos.
-Te vi dar vueltas y desaparecer.
-Lamenté huir. Lo odié tanto.
-Se acerco más a él.
-¿Piensas que no lo sé? También sabía que si alguien podría traer el ícono hasta aquí,
esa serías tú.
Inclinó su cabeza y examinó sus ojos.
-Sólo tú, Tasya. Sólo tú.
-¿Por lo de la profecía?
-No. Porque no importa cuan en contra estén las probabilidades, no te irás.
Medio sonrió ante la fe que declaraba en ella.
-Quise darte el tiempo para escapar. Calculé que no tenía mucha elección—morir
por la herida, o arriesgarme y volar hasta el último minuto, luego cambiar a la forma
humana, con la esperanza de no romperme el cuello.
La mano de Rurik aplastó la tela de su top.
-No rompí mi cuello.
Sabía lo que eso quería decir.
-¿Qué te rompiste?
-Rajé unas costillas, hice algo realmente malo a la articulación de mi hombro.
Rurik se encogió de hombros en una forma que parecía más una forma de probar la
articulación que una expresión de despreocupación.
-Pero con lo que pasó después, no me importó.
Ella pasó su mano sobre el, tranquilizándose, ofreciéndole comodidad.
Pero había comenzado a comprender que él no tenía tiempo para la compasión.
Rurik y su familia estaban implicados en una lucha a muerte - y más allá.
Y Rurik... Rurik solo quería ganar. Quería justicia.
Continúo.
-Mientras Kassian y Sergei me atropellaban, me arranqué la flecha de un tirón y la
clavé directamente a la garganta de Sergei.

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-Bien. –dijo Tasya.
-Muchacha sanguinaria.
Rurik presionó un beso sobre su frente.
-Pero aquella flecha realmente enfureció a Kassian, y recogió su bastón—mi padre
dijo que aquellos tipos usan todo como un arma, y tiene razón—y clavó de golpe el
extremo puntiagudo en mi hombro. Me clavó en el suelo.
-Tasya retrocedió, apretó sus puños en sus ojos, tratando de cerrarse hacia la visión.
Alcé la vista, e Ilya se zambullía, garras hacia fuera, directamente hacia mis ojos—
cuando voló en una explosión de plumas en blanco y negro.
-Tasya se llevó sus manos a su cara.
-Usé su rifle y le pegué un tiro.
-¡Esa es mi chica!
Rurik rió en silencio, y ella oyó el sonido profundamente en su pecho. Pensé que eso
debía haber sido lo que pasó.
-Sabía que no podía matarlo, pero no me importó. Esperaba poder hacerle mucho
daño. La pequeña comadreja piojosa…{
-Águila, cariño.
La acarició bajo el top, encontrando piel suave a lo largo de su cintura.
-No una comadreja, un águila.
-Yo reconozco una comadreja cuando la veo. –dijo Tasya.
-Bien. –concedió.
-Una comadreja.
-Sigue.
Su mano resbaló debajo del cinturón de sus pantalones.
Ella capturo su muñeca.
-No pienses en esto. Sigue con la historia.
Él gimió.
-Podemos hablar más tarde.
Ella miró su cuerpo, y vio por qué él había perdido interés en contar su historia. Y
mientras sus manos se deslizaban ligeramente a lo largo de la piel de sus nalgas, ella
reconoció una disminución distinta de su curiosidad.
Pero él había dejado demasiadas preguntas sin contestar, y el lento ascenso de la
pasión podría ser contenido por un ratito más.
Quería saber, y tenía cosas que decir.
-¿Cayó sobre ti?
Rurik suspiró, pero suavemente, conteniéndose... por ahora... de tocarla.
-Lo perdí de vista, lo que era una buena cosa, porque para entonces estaba medio
muerto. Podría haberme asfixiado bajo él y no ser capaz de apartarlo. Aquel asno de

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Kassian se puso del color del borscht11. Se inclinó hacia mí, me agarró por la garganta, y
dijo:
-Voy a terminar contigo. Luego voy a perseguir a la mujer y hacerla sufrir.
-Rurik sonrió, pero esta no era una risa agradable. Aquella risa hizo a Tasya
alegrarse de no ser Kassian.
-¿Recuerdas ese truco del que te hablé, sobre que era el único que podía cambiar era
sólo una parte de mi cuerpo?
-¿Sí?
No estaba segura de querer oír esto.
-Cambié mis manos a garras y corté su garganta abriéndola de par en par.
Rurik gesticuló extensamente con su brazo libre.
-Entonces saqué sus ojos. Luego—¿Tasya?
Tasya comprendió que su cabeza zumbaba y su visión se velada. No era que ella
fuera delicada. Es que la imagen mental de Rurik fijado en la tierra, aún luchando por su
vida—y la suya.
-Tú lo mataste. –dijo ella.
-Sí. Lo maté.
Se incorporó, inclinándose sobre ella, su cuerpo en actitud de protección, su cara
sombreada en el misterio.
-Todo el tiempo mientras luchaba, todo lo que quería era escapar para llegar a ti. No
llores por mí. No te culpables por escapar. Hiciste lo correcto. Trajiste el icono aquí, y
nunca olvidaré... que confiaste en mí.
-Realmente confié en ti. Realmente confío en ti. Siento lo del icono.
Frotó palmas por sus mejillas.
Debería haberte dicho que lo tenía.
-Mientras me recuperaba, tuve mucho tiempo para pensar.
Apoyó su frente en la suya.
-¿Lo encontraste en la capilla, verdad?
-Cuando entraste por primera vez, yo sostenía la mano de la Hermana María
Helvig. Ella estaba todavía caliente....
La conmoción de Tasya había luchado con su pena, y por sobre todo, ella se
alegraba por la monja. Se alegraba de que hubiera podido estar con sus hermanas.
-¿Qué podías decir?
Parecía enérgicamente práctico, poniendo los recuerdos en el pasado.
-La monja está muerta, pero ¡eh! Encontré el icono.
-Verdad. Pero simplemente no pensé en decirte sobre el icono. Entonces la
enterramos, luego los Varinskis aparecieron, y luego—
-Entonces ya no te gustaba más.
Se acercó y aspiró el olor de su pelo.

11
Tipo de sopa de Europa oriental hecha a base de remolacha, col, papas u otros vegetales que se puede servir
caliente o helada, a menudo acompañada de crema agria.

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-No, pero todavía te amaba, y eso me hizo enfadar aún más.
-Me amabas.
Su cálida y profunda voz se quedó sobre las palabras.
-Dímelo otra vez.
-Te amo.

La besó, su aliento entremezclándose con el suyo, su lengua explorando, su calor


presionado contra ella. Cada movimiento era calor, vida y corazón, y cuando él deslizó su
mano bajo su camisa, sobre su vientre, para ahuecarse contra su pecho, quiso morir del
dulzor—y vivir el resto de su vida en sus brazos. Puso sus manos sobre sus hombros.
-¿Vas a contarme el resto de la historia?
Él desanudó el cordón en su cintura.
-Mañana. Te la contaré mañana.

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Capítulo 33

Con gran ceremonia, Zorana colocó la inmensa carne de cerdo asada cubierta con
romero y salsa de mostaza, sobre la mesa de la cocina Wilder, luego se distancio y rió
mientras sus niños y su marido la aplaudían y elogiaban.
Tasya participo; un activo que sus años como niña adoptiva le habían dado esa
habilidad de observar las tradiciones de una familia, aprender de ellos rápidamente, y
armonizar sin ningún problema.
A veces esto era un asunto de ser de la muchedumbre.
A veces esto era un asunto de permanecer bajo el radar.
Los Wilder, era algo que hizo porque por fin aquí estaba en casa.
Esta familia la había tomado en su seno sin reservas; tal como Rurik prometió,
Konstantine y Zorana le abrieron su casa, no solo porque ella les había traído el icono, si no
porque había amado a su hijo. Durante aquellos días oscuros cuando habían pensado que
él estaba muerto, sus padres habían hablado sobre él, le preguntaron sobre sus días
pasados, le mostraron su libro de bebé, llorando con ella.
Ahora que había vuelto, ellos no lo reclamaron como propio. En cambio, le
rindieron homenaje con el lugar de honor en su mesa de la cocina.
Rurik estaba sentado sobre el banco a lado de ella, vestido con vaqueros, una suelta
camiseta negra, y un viejo par de zapatillas de deporte, asegurándose de que ella tenía
todo lo que quiso sobre su plato antes de buscara su propia cena de bienvenida a casa.
Firebird se había tomado la noche libre de su trabajo en la escuela de arte Szarvaz.
Sentada al lado de Rurik, su piel irradiaba con un brillo especial que sólo poseen las
mujeres embarazadas.
Jasha y su novia, Ann, habían volado desde Napa para la reunión. Se sentaron a la
mesa de Rurik, abrieron más botellas de vino Wilder y mantuvieron las copas llenas.
–Muy bien, mamá, la comida está sobre la mesa. ¿Ahora Rurik puede decirnos lo
que pasó? –Jasha miraba tan impaciente y molesto, ya que sólo el hijo mayor observo cuan
privados de ver la información que considera como su privilegio.
Zorana miro a su hijo.
–Rurik debe tener carne. Todavía esta débil.
–¿Débil de qué? ¿A qué pruebas lo sometieron? –Jasha hizo gestos a su hermano- .
No he escuchado aún la historia.
–Tan débil –susurró dramáticamente Rurik.
Su madre acarició su hombro y le dio el corte de final de esa carne de cerdo.
–Tú eres una parte del trabajo –Jasha pareció ofendido, pero su tenedor fue a sobre
su plato lleno, y nunca redujo la marcha.

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–La espera pone a Jasha irritable –Ann le confió a Tasya–. Si esto aumenta, todos los
iconos serían encontrados, el pacto sería roto, y nosotros podríamos volver al negocio de la
creación de uvas y vinos.
–Y tú y yo tendríamos tiempo para una luna de miel –dijo Jasha.
–No he estado de acuerdo con casarme contigo, aún –disparó Ann de regreso.
Jasha deslizó su brazo alrededor de sus hombros.
–Pero lo prometiste.
Ella voltio su cabeza, una mujer segura de su hombre.
–Tal vez.
–Yo podría morir sin ti.
Ella se volvió de nuevo hacia él, en contacto con el desvanecimiento de las cicatrices
de su garganta.
–Tú casi mueres por mí. Eso es suficiente.
La puerta protegida de la cocina dejaba entrar el aire caliente, tenía el olor de una
tarde de verano. Zorana sirvió la carne de cerdo con doradas papas rojas y zanahorias
rociadas con aceite de oliva, y una ensalada masiva griega. Todos en la casa Wilder
parecían tan normales... aún así Tasya nunca olvidó que cenaba en la mesa de su enemigo.
De algún modo, parecía ser lo correcto.
Konstantine sentado en su silla de ruedas a la cabeza de la mesa, su cuarta botella
que pendía de un gancho, y vertiendo bastante vodka como para llenar el Mar Negro.
Jasha miró suficientemente a Rurik que Tasya podría saber que eran hermanos,
aunque eran muy diferentes. Donde Rurik tenía el pelo castaño y ojos marrón dorado, el
pelo de Jasha era negro, y sus ojos eran de un color impar, como monedas de oro antiguas.
Ann era muy alta y muy delgada, con un tímido comportamiento que mantenía a
todos a distancia hasta que sonreía. Entonces el mundo entero se enamoraba de ella.
Ciertamente Jasha la adoraba, esperaba por ella como si fuera la reina y él su más fiel
cortesano.
Tasya se inclino hacia Rurik, sentado en su mano derecha.
–Me gusta la forma en que Jasha trata a Ann.
Rurik se puso un trozo de papa en la boca, mastico y tragó.
–Él es tan gatito-azotado –ella lo miro de reojo–. No es que haya nada de malo con
ser azotado –añadió apresuradamente.
Tasya tomó una aceituna de la placa de aperitivos. La paso por sus dientes hasta que
golpeó el hueso, uso su lengua para quitarlo, entonces deslizó el hueso desnudo de su boca.
Rurik de color rosa, sus ojos se volvieron ardientes, y se inclinó muy cerca de ella.
–Más tarde, voy hacer que pagues por ello.
–Pero estás débil de tus heridas… y de nuestra reunió de anoche –murmuró–. Debes
descansar.
–Estoy bien –él se quebró.
Ella sonrió.
–Entonces voy a contar con ello.

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–Ma, Rurik dice que esta bien –Jasha sonrió abiertamente a su hermano–. Así que
nos puede decir lo que sucedió.
Zorana comenzó a agitar su dedo en su forma más vieja, pero Konstantine dijo.
-Él casi termina de comer, y yo también, y me gustaría saber cómo sobrevivió al
ataque del Varinski.
Rurik dejo su tenedor y cuchillo, la mesa se quedo en silencio y comenzó.
–Tasya te dijo que me vio luchar contra Ilya en el aire…
Justo como iba pasando la noche, la historia tenía le poder de horrorizar a Tasya.
Ruryk había estado así de cerca de la muerte, y cuando él contó lo de acuchillar a Ilya, de la
flecha que perforo su pecho, de girar al humano para alcanzar la tierra y vivir, ella o bien
se estremecía o bien aplaudía. Todavía podía apenas comprender quién y que era él, y
como había evitado la muerte.
Cuando llego a la parte donde Tasya le pegó un tiro a Ilya, Konstantine se vertió
más vodka y pasó la botella.
–¡Todos! ¡Un brindis! Por Tasya, nuestra nueva hija.
Cada uno levantó sus copas y bebieron el vodka. Excepto Firebird, que brindo con
agua.
–Por nuestras tres hijas –Zorana cruzo la copa primero a Firebird, luego a Ann y
después a Tasya.
–Ellas tienen nuestros corazones.
Todo el mundo bebió de nuevo.
–¡Por Rurik! –dijo Jasha.
–¡Por Rurik! –todo el mundo hizo eco.
–¡Puedes terminar tu historia sin interrupciones! –Jasha lo miró significativamente.
Todos rieron, bebieron, y se sentaron de nuevo a escuchar una vez más.
–¿Fue Ilya muerto con el impacto? –pregunto Konstantine.
–No, se tambaleo sobre sus pies, agarró la pistola de Kassian. Yo patee sus pies por
debajo de él –Rurik dio un crack de la risa- . El hijo de puta se disparo a sí mismo.
La mesa estaba absolutamente silenciosa. Entonces…
–Yo creo… ya que era un demonio… ¿si estaba fatal? –preguntó Jasha.
–Matándose más muerto que el infierno –Rurik confirmo.
–¿Un Varinski se pego un tiro? ¿Matándose él mismo? –Konstantine estaba sentado
y tenía la mirada perdida, sus ojos estrechos, sus dedos se frotaban juntos muchas veces.
–Inaudito. Imposible. Me pregunto qué es lo que pasa.
–El pacto falla –dijo Zorana con total naturalidad–, si tenemos suerte, todos ellos se
matarán antes de que nos encuentren.
–Tú sigue esperando, mamá.
Sólo un mes antes, Jasha y Anna habían tenido sus propias carreras con el clan
Varinski, y aunque Jasha se hubiera curado, todavía tenía las cicatrices.
–Así que todos estaban muerto. Tú apostarías a la tierra. ¿Y…?

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Firebird sacudió sus manos, tratando de alentar a Rurik para que terminara la
historia.
–Yo estaba hecho para el dolor. Estaba agotado. Me habían disparado. Perdía mucha
sangre, estaba deshidratado y con mucho dolor, y no pude conseguir salir de la tierra para
poder escapar y obtener ayuda.
-No –Tasya quebró la voz.
–Estaba oscuro y frío, estaba delirando, saliendo y entrando de la conciencia. Fue en
la madrugada cuando salí de ella y supe que estaba muriendo.
Zorana tomo su puño en su blusa, Anne limpio sus ojos con una servilleta, y Jasha
puso su brazo alrededor de ella. Firebird froto su mano sobre el montículo de su vientre.
–Estaba con tal dolor, que me alegraba se fuera a terminar… –Rurik miró
directamente a Tasya–. Entonces se me aparecieron dos personas.
–¿Alguien vino en tu ayuda? –a Tasya le brillaban sus ojos azules llenos de lágrimas,
y miró a Rurik con esa expresión que tanto le rompía el corazón… y todo valía la pena–.
Dios los bendiga.
Le gustaba esta nueva Tasya, suave y tierna gracias al amor. Ella lo tocaba a cada
oportunidad; se acurrucaba contra él mientras pensaba que dormía, esperaba sobre él.
Sabía que esto no podría durar. Bien, el amor lo haría, pero sobre su espera contra él,
no. Tasya necesitaba un empleo significativo, y ellos tendrían que encontrarle algo que
hacer, y rápido, pero… un hombre podría acostumbrarse a ese tipo de trato.
–El sol surgió detrás de ellos, pero yo nunca vi sus rostros –Rurik quiso pasar esa
parte, y al mismo tiempo… quiso explicar a alguien lo que había pasado–. Ellos parecían
brillar –la barbilla de Tasya dejo de temblar. Se sentó derecha, y lo miró fijamente.
>> La señora me dio algo de beber, agua supongo. Realmente buena, agua clara.
Nunca había probado agua tan buena como esa –incluso el recuerdo alegro a Rurik–. El
hombre… él estaba en orden para hablar conmigo. Al meno, lo pude escuchar en mi cabeza.
Dijo que yo nunca iba a ser capaz de dar un tirón a aquel bastón de la tierra, pero que si
podía conseguir ponerme sobre mis pies y usar mi otra mano sobre el palo, podría tirar de
mi mismo.
–¿Por qué él no te tiro el palo encima? –Jasha todavía no entendía, nadie le había
dicho que fuera sutil.
Firebird lo miro con disgusto.
–Porque era un fantasma, idiota.
–Oh, vamos –Jasha mostró su incredulidad bastante claro–. Estabas alucinando.
Tasya torció su servilleta entre los puños.
–Todos sabemos eso-si la herida dolía como una perra cuando él hombre mayor
trato de liberarme –con el recuerdo, Rurik frotó su hombro. Los tendones agotados, el
músculo rasgado, el conocimiento deliberado de que tuvo que romper su propio
omóplato–. Esas personas me llevaron hacia esta corriente que sale del lado de la montaña.
Justo me deje caer en el agua helada y deje lavar mis heridas, y di un buen trago. Me
desmayé de nuevo, y cuando desperté… el sol estaba en lo alto.

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–Te dije que estabas alucinando –dijo Jasha.
Tasya miraba entre Jasha y Rurik. Abrió su boca, y la cerro de nuevo.
–Eres afortunado por no ahogarte en el arroyo –dijo Anne–. De acuerdo a la
población en Capraru, aquella corriente se secó cuando la familia Dimitru fue asesinada.
Incluso Jasha dijo.
–Wuau.
Firebierd tembló.
–Esta es la mejor historia de fantasmas que nunca hubiera oído mientras estaba de
campamento.
–Tal vez yo alucinaba sobre la gente y la corriente, pero el hecho es, mis heridas se
cerraron, estaba conciente y capaz de ponerme de pie, y no había ninguna pista u olor de
aquella pareja –Rurik miró a su familia absorber eso, luego añadio–. Miré, y el inmundo
palo de la tierra estaba, también.
Tasya trago, y en una suave voz, dijo.
–Sé quiénes era ellos.
Cada uno se dio la vuelta.
–Eran mis padres.
Como si ya hubiera adivinado, Zorana asintió.
–Ellos me salvaron –Tasya toco ligeramente el brazo de Rurik–. Y ellos te salvaron.
Rurik tomó ambas manos, las beso y las sostuvo.
–Entonces seguramente podemos decir que nos dieron su bendición.

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Capítulo 34

-Entonces nosotros. Nosotros—Zorana y yo—les damos nuestra bendición.


Konstantine golpeó sobre la mesa con la palma de su mano.
-¡Otro brindis! ¡Por los padres de Tasya, los Dimitrus!
-Antai y Jennica. –proporcionó Tasya.
-¡Antai y Jennica Dimitru!
Konstantine miró dentro de la cristalina copa de vodka.
-Pahzhalstah, mis amigos. Gracias.
Todos bebieron otra vez, Konstantine tomó del licor con reverencia, como si honrara
a los Dimitrus por salvar a su hijo.
Zorana susurró algo en el oído de Konstantine, entonces se paró y comenzó a
limpiar la mesa.
Tasya y Ana trataron de levantarse y ayudar, pero Zorana puso una firme mano
sobre sus hombros.
-La cocina es pequeña. Déjenme hacerlo.
-Así que, Rurik.
Konstantine puso su copa sobre la mesa con un golpe resonante.
-Tú tenías una lanza en tu hombro. Te habían dado con una flecha. Tus dedos...
¿estaban rotos?-
Tasya frunció el ceño confusa.
-Sus dedos estaban bien.
Rurik sacudió su cabeza. Sabía a donde se dirigía su padre.
-Porque he estado viviendo en una casa durante una semana con tres mujeres
llorosas, si todo lo que tenías que hacer para evitarlo era una pequeña llamada telefónica.
El pecho de Konstantine se hinchó.
-¡Una llamada de teléfono, Rurik! ¡Pudiste hacerla por cobrar!
Zorana agitó los platos en acuerdo.
Jasha se veía relajado y sonriente.
Rurik le regresó la sonrisa y dijo:
-No lo sé, papá. Eres muy estricto sobre no gastar tu dinero en llamadas de larga
distancia.
Tasya golpeó con su puño a Rurik.
-Él tiene razón. ¿Por qué no llamaste?
Con una mirada furiosa en su cara, Rurik se puso de pie de un salto.
-Mira. Logré llegar al convento. Eso me llevó todo un día, caminando y
arrastrándome. Había alimento y agua allí, y es donde me quedé durante ocho o nueve
días. O diez. Ya no estaba moribundo, pero deseaba estarlo. Me sentía hecho mierda, y no
podía dejar el Capraru por mí mismo.

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Jasha levanto las cejas.
-¿Te alojaste en un convento y no te convertiste en cenizas?
-Me quedé fuera de la capilla. Y no toqué ninguno de los objetos sagrados. Pero no
fue divertido, te puedo decir.
Rurik se estremeció ante los recuerdos del frío claustro, el catre duro, estrecho, las
pesadillas causadas por la fiebre y el dolor.
-No sólo porque soy parte de un pacto con el Demonio. A cualquier tipo le daría un
ataque si tuviera que dormir en la cama de una monja. Por suerte para mí estaba tan
malditamente enfermo que apenas podía elevar mi cabeza.
-Lo siento, hombre.
Jasha sacudió la cabeza.
-Finalmente, una mujer de Capraru apareció. Aparentemente la Sra. Gulyás se
aventura hasta allí una vez al mes para comprobar como está la Hermana María Helvig.
-Voy a apostar que te veías mal.
Firebird tomó la toallita húmeda caliente que su madre le arrojó, y limpió la mesa.
-Moretones por todos lados, agujeros en mi ropa a todo lo largo de mi cuerpo,
sangre seca... Y la forma en la Sra. Gulyás gritaba, tuve miedo de que la hubiera asustado a
muerte.
Recordó Rurik, limpiándose la cara con una servilleta.
-Entonces se dio cuenta de la monja estaba muerta.
-Oh, querido.
Tasya cubrió su boca.
-No hablaba el idioma—
-Oh, querido. –dijo Tasya otra vez
-Quien hubiera pensado que una mujer de su tamaño era capaz de moverse tan
rápido—él curvó sus brazos para mostrar su tamaño—pero ella volvió corriendo por su
coche, y yo no podía alcanzarla. Yo sabía que volvería, que iría—
¿Con los polis? –adivinó Ana.
-Me arrastraron a la cárcel local. Volvieron al convento, exhumaron a la Hermana
María Helvig, descubrieron que no la había asesinado, encontraron a los Varinskis, estaban
bastante contentos de que los hubiera matado—los Ruyshvanians no son admiradores de
los Varinskis.
Rurik se rió al recordar el banquete festivo que le habían servido.
-Cuando alguien finalmente recordó que me habían visto contigo, Tasya, quisieron
saber dónde estabas. Les dije que escapaste por el túnel.... No creo que me hayan creído
sobre esto, tampoco, pero subieron y lo comprobaron, descubrieron tus pisadas de entrada
y salida. Prepararon una inmensa celebración. Entonces me dejaron ir.
Tasya tomó un trago de su vodka.
Si él no hubiera sentido tal ternura por ella, se habría reído. Era tan valiente cuando
se trataba de desafíos físicos, y tan cobarde sobre los sentimientos—los sentimientos de

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otros, y sobre todo los suyos. Pero aprendería. En una familia tan demostrativa como la
suya, tendría que hacerlo.
-¿Tasya, no quieres saber por qué estaba tan felices de que hubieras escapado ilesa?
–preguntó.
-No.
-Tasya. –dijo con reproche.
Ella se rindió.
-¿Por qué?
-Porque te reconocieron como la princesa Dimitru.
-No podrían. No lo hicieron.
Tasya habló demasiado rápido, atropellando las palabras en un exceso de negación.
-No dijeron nada. ¿Quién me reconoció?
-La Sra. Gulyas me visitó mientras me liberaban. Me mostró una miniatura que
poseía de una pintura medieval. Una reina Dimitru. Tasya, ella se veía exactamente como
tú. Pelo negro y hermosos ojos azules. Genes fuertes en tu familia.
-No. Ellos no pueden haberme reconocido. ¿Por qué no dijo nadie nada?
Tasya retiró su pelo de su frente sudorosa. Claramente, no sabía si estar contenta u
horrorizada.
-Te reconocieron, y tu deseo de anonimato, y respetaron eso. Entonces... cuando el
Varinskis llegó, los reconocieron. Contaron terribles historias sobre la noche en que tus
padres fueron asesinados.
Tasya echó un vistazo alrededor de la mesa. Podía ver sus pensamientos en sus ojos.
Anoche había dormido con un depredador nato. Hoy había cenado con sus enemigos. La
incredulidad luchaba con la aceptación.
Tomando su mano, la envolvió con la suya.
-Los Ruyshvanians son la gente amable. Sufrieron mucho bajo el yugo de
Czajkowski. Son cautelosos, pero no crueles. Tienen memorias largas, y son muy felices de
que sobrevivieras. Muy felices.
Inclinándose, la tomó del cuello con sus manos ahuecadas y la besó.
-Así como yo.
Sus pestañas revolotearon, entonces, un media sonrisa levantó sus labios.
-Y esa es la razón por la que nos pertenecemos.
¿Cómo podría resistir? Él la besó de nuevo.
-Te amo.
-Te amo, también. –susurró ella.
En un tono de repugnancia su hermano, Jasha dijo:
-Búsquense un cuarto.
-Sh. Es dulce. –dijo Zorana.
Rurik mantuvo una mano sobre el hombro Tasya mientras decía:
-De todos modos, Papa, en el momento en que me pusieron en el avión, pensé que
otras veinticuatro horas no harían mucha diferencia, entonces los sorprendí con mi persona.

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-Muy bien –asintió Konstantine-. Acepto eso. Y ahora—somos familia. Mis dos hijos
han ganado mujeres dignas de ellos—
Zorana interrumpido.
-Y si ellos trabajan muy duro para mejorarse a sí mismos, tal vez en cuarenta años
podrían ser dignos de sus mujeres.
Konstantine miró a su esposa, luego a través de la mesa a Tasya.
-Ella dice eso porque hemos estado juntos sólo treinta y cinco años.

-Entonces te estás acercando, Papa. –dijo Rurik alegremente.


-Reexaminaremos en cuarenta años. –rió Zorana, pero sus labios temblaron—
acordándose de los pronósticos de los doctores, Konstantine no tenía otros cinco años, y
luego... Rurik no podía pensar que pasaría si Konstantine muriera con el peso de todos sus
pecados sobre su alma.
-Siéntate, Mama. –dijo Firebird-. Cargaré el lavaplatos.
-Sí. ¡Pero primero!
Zorana sacó un plato con una alta pila de bollos del refrigerador, y lo puso sobre la
mesa. Al lado de ellos, colocó un tazón de crema ácida.
-¡Varenyky con cerezas!
Minutos atrás, Rurik había creído que no podía comer otra cosa. Ahora mientras
miraba su postre favorito, dijo:
-Eres la más maravillosa de las madres, te adoro.
-Como debes.
Zorana sirvió a Konstantine, entonces se sentó y dejó que Konstantine tomara un
pedazo y la alimentara.
-Mis hijos tienen mujeres mujer dignas de ellos. –repitió Konstantine-. Así que se
que estas mujeres elegirán a mis hijos para casarse y tener muchos niños. Muchos niños.
Rurik se detuvo en medio de su varenyky para explicarle a Tasya.
-Ahora, espera, Papa—
Los ojos de Tasya destellaron.
-Sr. Wilder, no tengo la intención de discutir—
-Papá, estás haciendo tantos problemas —dijo Jasha.
Firebird cerró de golpe el lavaplatos. El sonido resonó en la pequeña cocina,
sobresaltándolos y haciéndolos callar. En la calma momentánea, disparó una pregunta:
-¿Entonces, Rurik, qué van a hacer ahora?
-No lo sé –admitió Rurik-. Quiero regresar a mi excavación en Escocia y dirigir la
limpieza. Tasya quiere ser libre para vagar por los lugares salvajes del mundo en busca de
una historia.
-¡Nunca dije eso! –exclamó Tasya.
-No tuviste que hacerlo.
La entendía tan bien ahora. Entendido sus debilidades, sus fuerzas, su necesidad de
demostrarse a si misma y ayudar a los que son incapaces de ayudarse a si mismos.

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-El problema es que nuestras vocaciones nos pusieron en el camino de los Varinskis.
Los Varinskis, quien ahora sabe quién es Tasya y que escapó de una de sus campañas de
asesinato—no se detendrán hasta que esté muerta. Además ellos saben ahora dónde viven
Jasha y Ana, por lo que nadie está seguro. Esto es un maldito lío.
Rurik miró a Jasha.
-¿Piensas que podemos causarle los suficientes problemas al Varinskis bastante
problemas como para mantenerlos ocupados y así poder trabajar?
-No tendrás que hacerlo.
Firebird habló con el tono de alguien que está presagiando el futuro.
Rurik se sobresaltó y miró fijamente en su pequeña hermana. Mierda, ella también, no.
-¿Qué sabes tú, cosita? –preguntó Jasha.
-Boris está muerto, asesinado por su propia familia. –dijo Firebird en un tono
misterioso-. El liderazgo de los Varinskis está en juego.
-¿Tienes una visión?
La voz de Jasha era un murmullo.
-No. ¡Lo leí en Internet!
Firebird se rió tan fuerte que se dobló mientras se agarraba el vientre.
-Dios, ¡son tan estúpidos!
Ann rió también, luego Tasya, y finalmente Zorana.
Los hombres se unificaron en su desaprobación.
-Eso no fue gracioso. –dijo Rurik.
-Pensé que lo era.
Tasya reía como el gato de Cheshire.
-Muy bien, hija.
Konstantine miró con desaprobación a Firebird.
-Has tenido tu pequeña broma. Ahora dinos los detalles.
-Ellos encontraron el cuerpo de Boris en un hoyo de basura fuera de Kiev, al parecer
atacado por—Firebird hizo comillas en el aire con los dedos— aparentemente ‘varios tipos’
de animales salvajes. La especulación de la prensa internacional consiste en que el
Varinskis lo asesinó por su fracaso al momento de detener el juicio de los Gemelos Varinski
y mantener el episodio entero fuera de la prensa. Uno de los Varinskis hizo una
declaración diciendo que aunque lloraban a Boris, él había sido su líder más débil en toda
la historia y sería substituido por alguien con la fuerza para devolver a la familia Varinski
al pináculo del poder.
Ana se inclinó hacia adelante.
-¿Quién dijo eso? ¿Quién es su nuevo líder?
-No lo dijo.-
-Entonces están luchando entre ellos por el mando.
Konstantine acarició su barbilla.
-Me pregunto quién podría ser.

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-Hay bastantes candidatos, aunque ninguno de los obvios tiene las habilidades de
organización así como la crueldad que necesita para mantener en el control de esos chicos.
Ana sacudió su cabeza mientras cada uno en la familia se giraba para mirarla.
-No soy psíquica, tampoco, pero he hecho mucha investigación en las pasadas
semanas.
Si existe un archivo en un ordenador en algún sitio sobre el Varinskis, Ana lo
encontrará. –anunció Jasha con orgullo.
-Los Varinskis más jóvenes están mucho en línea. Juegan vídeo juegos. Miran porno.
Algunos de ellos hasta tienen páginas de MySpace.
Ana rió con el placer satisfecho de alguien que había descubierto el eslabón más
débil.
Konstantine frotó su cuello.
-Tal dejadez.
-Me pregunto qué tipo de información se podría extraer buscando en los lugares
adecuados.
Los ojos de Tasya se estrecharon, y Rurik casi podía ver su mente trabajar.
Entonces Rurik dio su primera orden a su mujer.
-No vas a coquetear con un manojo de calientes jóvenes Varinskis para que
podamos averiguar qué pasa en la organización.
-Nunca cruzó por mi mente.
Pero Tasya realmente no le prestaba atención. Agarrándola por el frente de su
camisa, Rurik la puso de pie.
Obtuvo su atención.
-Prométame que no te pondrás en su camino. Saben quién eres ahora. Saben que eres un
asunto pendiente, y tienen todo para demostrar. No te pongas en contacto con ellos.
La sacudió un poco.
-Se lo debes a tus padres, que volvieron de la tumba para salvar tu vida, y la mía.
-Lo prometo, Rurik.
Tasya puso su mano sobre su cara.
-No te preocupes tanto.
-¿No te preocupes?
Él se hundió lentamente en su asiento.
Una mujer como esta, que se abalanzaba primero y pensaba después, no quería que
él se preocupara.
Le había dado todo. Le había dicho la verdad sobre ella y la verdad sobre él. Lo
había hecho abrazar su parte salvaje. Había traído el icono a sus padres y había
demostrado que él le importaba más que sus propias ambiciones y su propia venganza.
Tenía que protegerla ahora—del Varinskis, y de ella.
-Realmente. Rurik. No me pondré en contacto con estos tipos en línea. Calma.
Tasya tomó su mano y puso un tenedor en ella.
-¡Come algo de varenyky.

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-¡Yoo-hoo!
La voz de una señora alta y amable se anunció en la puerta abierta.
Como una, la familia saltó y se dio vuelta.
La Señorita Mabel Joyce estaba de pie allí, su cara apretada contra el mosquitero.
Era alta y huesuda, con una leve joroba de matrona. Su pelo era del color gris del hierro y
había sido así desde que Rurik podía recordar. Sus ojos en un tiempo podrían haber sido
color avellana, pero ahora estaban descolorados a un color gris tenue. Su quijada se
inclinaba sobre su mandíbula, sus mejillas se inclinaban hacia sus labios, y su cara entera
era un monumento a la naturaleza que se ablanda con la vejez. Pero su piel estaba libre de
manchas; Rurik nunca la había visto en el exterior sin un sombrero para protegerla del sol.
Lo sostenía ahora en su mano, un amplio-rebosado sombrero de paja que se habría
visto bien en una casa sobre la playa Cozumel.
-¡Entre!
Konstantine agitó una mano generosamente.
Zorana se alborotó en la puerta para abrir la cerradura.
-¿Quién es esta? –susurró Tasya mientras miraba fijamente a la anciana.
-Es la maestra jubilada aquí en Blythe. En el instituto, todos nosotros estuvimos con
ella.
Rurik vio la expresión cautelosa de Tasya.
-Es una anciana asombrosa. Enseño hasta la edad de retirarse, y recientemente es
que ella necesita del bastón.
-¿Cómo es que no la oyeron llegar? –preguntó.
-Es asombrosa su capacidad de estar en todas partes.
Rurik recordó más que una vez en que señorita Joyce se acercó a hurtadillas detrás
de los niños cuando apostaban o peleaban.
Tasya se removió inquietamente en su asiento.
-¿Crees que nos escuchó? ¿Escucho de qué estábamos hablando?
-Naw. No podía haber estado allí mucho tiempo.
-Se puso de pie y ofreció su asiento.
La Señorita Joyce rechazó el ofrecimiento.
-Solo puedo quedarme por un minuto. Los Milburns se ofrecieron para traerme del
pueblo. Quieren un cajón de frambuesas de la frutería. Están haciendo mermelada,
benditos sus corazones, y compartirán conmigo. Tenía algo para ti, así que aproveché el
paseo.
Zorana le trajo un vaso de té con hielo—la Srta. Joyce no bebía alcohol—la maestra
vació el vaso.
-Gracias. ¡Whew!
Agitó su sombrero ante su cara.
-Este verano está realmente caliente.
Rebuscando en su monedero, sacó un sobre largo.

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Rurik pudo ver los sellos extranjeros, el papel manchado, la escritura áspera que
había grabado su dirección en el frente.
-¡Esto me fue entregado por error— el cartero substituto para la ruta de Burlington
es un idiota!
La Señorita Joyce frunció el ceño.
-El correo debería revisar mejor a su gente. Pero cuando vi de dónde era la carta,
pensé que sería bueno que viniera, bien...
-Adrik. –suspiró Zorana.
Jasha se puso de pie despacio. Rurik lo siguió. Desde luego. Adrik.
Rurik estaba furioso con su hermanito por abandonar a sus padres sin una palabra,
pero al mismo tiempo... él era sangre de su sangre, hueso de su hueso. El corazón de Rurik
comenzó un lento, fuerte golpear.
Zorana arrebató el sobre de las manos de la señorita Joyce. Lo abrió fácilmente—esta
tan rasgado que la carta apenas se mantenía dentro. Dejando caer el sobre al suelo,
extendió abierta la fina hoja de papel. La Señorita Joyce se inclinó, recogió el sobre, y lo
alisó entre sus manos.
-Léanoslo, Zorana. Déjanos oír las noticias.
-La voz de Konstantine sonó con optimismo—y miedo.
-El cónsul americano para Nepal siente enviarnos tales noticias malas, pero Adrik...
El cuerpo en grave estado de descomposición de Adrik ha sido encontrado e identificado.
Ha sido incinerado.
-Su voz tembló, luego se fortaleció.
-Sus restos están siéndonos enviados.
-Oh, no. –susurró Ana.
Firebird dio un sollozo amortiguado.
-Mi pobrecito querido, es exactamente lo que temimos. ¡Lo siento tanto!
La Srta. Joyce acarició la espalda de Zorana.
Tasya abrazó a Rurik, y Rurik se apoyó pesadamente contra ella.
-Es como sospechamos.
Konstantine, quién sólo hacia unos minutos había estado rozagante y feliz, ahora
estaba descolorido, gris, y parecía frágil.
-Nuestro hijo y hermano está muerto.
Bajo la pena de la familia, había otra horrible comprensión— allí no había ninguna
esperanza.
Sin Adrik, sin la mujer que él amara y el icono que él estaba predestinado a
encontrar, el pacto nunca podría romperse.
Konstantine estaba condenado al infierno. Todos ellos estaban condenados... por
siempre.

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