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JUAN ALONSO DE OCÓN O.F.

M
(1638- 1642)
Obispo X

Nació en el año de 1597, el día 21 de marzo, en la Rioja Castellana, en el Redal, lugar


correspondiente a la villa de Ocón, de la que su padre D. Juan Alonso de Ocón tomó el
segundo apellido, habiendo sido su madre la señora María Chandrado de Alonso.
Se educó en la célebre universidad de Henares, en el colegio de San Idelfonso, a donde sus
padres lo enviaron y en que hizo una carrera distinguida y brillante, graduándose de Doctor
de Sagrada Teología, y llegando a ser catedrático de Filosofía, luego de Teología y regente
de esta última facultad en aquella ilustre Academia. Abrazó el sacerdocio en el Clero
secular, recibiendo el orden del presbiterado en Diciembre de 1622, a los 25 años de edad.
Fue cura de la parroquia de Elechosa en la Arquidiócesis Primado de Toledo, y promovido
después a la de Santa Cruz de la Corte de Madrid, en vista de sus muchos méritos; habiendo
llegado a obtener en aquella capital de la España gran fama de literato y de orador
elocuente y sabio.
Vacante la sede en Yucatán por la muerte de Illmo. Sr. D. Fray Gonzalo de Salazar, el rey
D. Felipe IV presentó para llenarla al Sr. Dr. D. Juan Alonso de Ocón el 9 de marzo de
1638, y su santidad el Papa Urbano VIII, otorgó las Bulas el 8 de julio del mismo año. Fue
un gran acontecimiento en la Corte el de la consagración del Obispo electo de Yucatán, no
por lo raro de él en la coronada villa, sino por la justa distinción y por el aprecio general
que todos hacían del Cura de Santa Cruz, cuya Iglesia Parroquial. Fue consagrado obispo
por Diego Castejón Fonseca, Obispo Emérito de Lugo con Miguel Avellán, obispo auxiliar
de Toledo, y Timoteo Pérez Vargas, Obispo de Ispahan, sirviendo como co-consagradores.
El 27 de diciembre del año siguiente de 1639, concurrió en clase de obispo asistente a la
consagración del V. Sr. Palafox, tan célebre en los anales de la Nueva España; y habiendo
salido de la corte en el inmediato abril, llegó a su Iglesia el 10 de octubre de 1640, habiendo
tomado posesión de ella por medio de dos capitulares, a quienes les dio poder, desde el 16
de mayo de 1639. En su visita general que lo práctico en la diócesis hasta fines de 1642,
confirmo a más de sesenta y ocho mil personas. Realizó la Visita a todo el Obispado en
varias etapas: Mérida (concluyó en enero de 1641); Distrito de la Costa (del 7 de enero al 7
de febrero de 1641); Distrito de la Sierra y Villa de Valladolid (del 2 de septiembre al 29 de
noviembre de 1641); desde el Camino Real de Campeche hasta Popolá pasando por el
curato de Champotón (antes del 19 de marzo de 1642) y la Provincia de Tabasco (a partir
del 19 de marzo de 1642).
El 22 de enero de 1640, D. Juan Alonso de Ocón, presidió e hizo la solemne dedicación del
Convento e Iglesia del Tránsito de la Madre de Dios, (la Mejorada), pues la obra, del modo
que había quedado en 1624, no era más que una Ermita, todavía sin el convento que
después se edificó, con el intento de que fuera Monasterio de Recoletos. Y con aquel
motivo se fijó un rótulo grabado en piedra, en lo interior de la portería, en los siguientes
términos: “Año de 1640 a 22 de Enero, se dedicó esta Iglesia del Tránsito de Nuestra
Señora, siendo pontífice Urbano VIII y reinando en las Españas Felipe IV. General de
toda la Orden Fray Juan Merinero”
Fue rígido en la elección y exámen a los eclesiásticos: promulgó un edicto dirigido a la
reforma de las costumbres de sus diocesanos, que oían con general gusto y consuelo su
predicación, llena de doctrina y fervor, reprendiendo siempre los vicios, con la mayor
severidad.
Verdad es que él mismo daba el ejemplo que debía imitarse, porque era un sacerdote
virtuoso y sin ostentación. Promovió con anhelo los estudios de la juventud; y hacia
particular estimación de los que sobresalían en ellos. Cogolludo nos refiere que examinaba
personalmente a los que solicitaban ordenarse, aunque fuesen religiosos, y tuviesen
patentes o dimisorias de su provincial. “Conque no había descuido en los estudios,
añade, viendo había prelado que disimilaba poco con la insuficiencia; que si así se
hiciera en todas partes, no se viera lo que se experimenta hoy en algunas de las
Indias”.
El décimo obispo de Yucatán estaba de acuerdo con los adelantos científicos, al
crecimiento de los estudios en esta diócesis; que impulso de modo tal el desarrollo literario
en el país, que estimuló cual nunca se viera, hasta el de la lengua indígena, sostenido en
esta lengua grandes actos académicos, y proclamándola como poderoso auxiliar de las
lenguas sabias y de las orientales, para las mejores interpretaciones bíblicas. Con esto
enalteció el lenguaje maya; como lo hicieran los prelados Sr. Landa y el Sr. Gonzalo de
Salazar, que la aprendieron hasta hacerla como la suya natural, para enseñar en ella la
doctrina a los niños indios, explicándosela a los adultos y predicársela a las multitudes,
determinando la oba inapreciable de los muchos diccionarios y gramáticas que se
escribieron de la lengua maya.
Entre el Sr. Ocón y los Franciscanos hubo también una ruidosa querella, en la que desplegó
el obispo, como que sostenía una cosa justísima, la más vigorosa energía. Fue el caso, que
durante la visita pastoral del obispado, observó, con disgusto, que los curas y doctrineros
exigían de los pobres indios una libra de cera, y una pierna de patí, en vez del real de plata
con que, por cada una de estas especies, podían contribuir a los párrocos; porque si bien en
los aranceles la cuota era, en efecto, la que va expresada, sin embargo, para comodidad y
desahogo de aquella clase infeliz, se le había dejado en libertad de pagar en especie, o en
numerario. Más los que cobraban en especie, bien sabían su negocio, porque siendo
artículos de ventajoso comercio la cera y el patí1, lograban un lucro considerable.
Con estos algunos indios mayas se iban a las montañas; por lo que las limosnas son las
causas de las huidas, como son redactados en los documentos del siglo XVII. El obispo
Juan Alonso de Ocón le escribió en 1643 al rey informándole que había reconocido muchos
ranchos de indios fugitivos y cimarrones y al inquirir sobre los motivos que los habían
llevado a tomar el camino de las montañas “no dan otra razón de su fuga más de los
malos tratamientos que les hacen y los rigores que padecen en las exacciones de las
limosnas, así por ser excesivas como por necesitarlos a pagarlas en patíes y cera”.
En diversas cartas escritas por indios huidos en respuesta al llamado del gobernador para
que regresen a sus pueblos, se refieren también con frecuencia a las limosnas, quejándose
de los montos a que estaban obligados y señalando detalladamente lo que pagaban. Una de
estas cartas registra una lista de las distintas limosnas que estaban obligados a entregar, con
su valor en moneda:
“la primera de maíz de que se cobran dos reales, la segundo de frijoles de que
pagamos a dos reales, la tercera de chile de que se paga a dos reales, la cuarta de miel
de que se paga a dos reales, la quinta de cera de que pagamos a cuatro reales, la sexta
asimismo de la cera que llaman de finados de que pagamos a cinco reales, la séptima
de la limosna de una misa de difunto de que nos cobran seis pesos. Que sobre tanta
pobreza como padecíamos nos obligaban a vender nuestra ropa de vestir, madres de
gallinas, de puercos y caballos”.
Expidió, pues, en 28 de febrero de 1643, un Edicto por el cual, tenía una pena de
excomunión mayor, prohibió a todos los curas aún regulares, que recibiesen de los indios
en especial dichas exageraciones, ordenando que los dejasen en completa libertad de hacer
la ofrenda con un solo real de plata en cada vez, por ser éste el precio en que hacía consistir
aquel tributo religioso e impuso ciertas penas a los indios que se prestaban a verificar el
pago en la forma prohibida. El motivo fue principalmente el de evitar la granjería a que
daba ocasión el haber de vender las especies reunida, no solo en las plazas mercantiles de
esta península, sino también en otras de fuera, principalmente en México, proporcionando
lucros, que resultaban en perjuicio de los pobres indios, y a quienes por eso no se les quería
aceptar el real en moneda sino precisamente en las especies indicadas, siendo evidente que
si ellos las vendieran, lograrían grandes ganancias después de pagar en numerario sus
tributos.
La disposición episcopal tropezó inmediatamente con los privilegios de los franciscanos,
porque se consideraban excentos de la jurisdicción ordinaria, no reconocían en el obispo
facultad para excomulgarlos. El provincial de la Orden, que lo era R. P. Fray Diego de
Cervantes, expidió en verdad letras patentes a sus súbditos, para que por el tiempo de
escasez no exigieran en especie la limosna, pero desconoció en la materia, como se ha
1
El patí, la manta burda de algodón, que manufacturan las indias del país. Una pierna era una medida de
cerca de dos varas de tela; y con estos patíes, los curas, los subdelegados y los gobernadores hacían,
antiguamente, una horrible granjería, agobiando a los infelices indios.
dicho, la jurisdicción episcopal, y dijo que llevaría sus quejas a la Real Audiencia y al
Consejo de Indias. El obispo respondiendo al provincial, con los siguientes términos:
“Tengo dictamen de que puedo y debo haber promulgado el edicto. Y así suplico a V.
R. no extrañe el que haya tomado este medio, como ni yo tampoco extraño que la
religión, ajustándose a los términos del derecho en virtud de sus privilegios, se
defienda del agravio que juzgare que yo le hago. Y por lo que toca a las censuras que
V. R. admira, basta para no culparme…. Yo tengo visto el punto, y se lo que hay por
una y otra parte… tomé esta resolución, y estoy resuelto a no sobreseer en nada, entre
tanto que S. M. no me mande lo contrario. Yo no tengo dos caras; y así hablo a V. R.
con esta sinceridad, asegurando que de ninguna diligencia jurídica que V. R. intentare
disentiré”.
Todo se conjuró contra el obispo, pues uniéndose a los frailes el gobernador, que lo era el
Marqués de Santo Floro, escribió al rey contra el Edicto Episcopal, y hasta los mismos
indios se levantaron en contra, pues el Cacique del pueblo Cholul, cercano a la ciudad, se
presentó al Sr. Alonso de Ocón acompañado de otros muchos indios principales, diciéndole
que “deban y seguirían dando la cera y las mantas a los curas doctrineros con mucho
gusto, porque –añadió- en esta costumbre nos criaron nuestros padres y abuelos, y
como desde niños vimos que ellos ofrecían esta limosna para nuestros padres
espirituales y para nuestras iglesias, las damos nosotros de todo corazón”.
El obispo, contrariado en sus justos y piadosos designios, que apoyaban con su dictamen
los padres de la Compañía de Jesús, se esforzaba inútilmente en defender su autoridad. Sin
embargo declaró incurso en la excomunión al guardián de Hunucmá por haber
desobedecido el Edicto. El provincial franciscano estableció una junta compuesta por
padres lectores de la orden, uno de ellos fue el historiador fray Diego López de Cogolludo,
esta junta siguiendo un camino contrario a los Jesuitas, dictaminó contra el obispo, y
propuso que fueran presentados a su Señoría los privilegios de la orden, para que viese
cómo los había contrariado el obispo con el Edicto, y que si no lo revocaba, llegarían a la
instancia de la Real Audiencia en México.
El obispo aceptó la apelación de México, y allí obtuvieron los frailes completa victoria.
Pero cuando llegó la resolución a Mérida en el mes de septiembre de 1643, ya no se
encontraba el obispo Juan Alonso de Ocón. Muy breve fue el gobierno de este ilustre y
sabio prelado, pues cuando apenas hacia tres años de haberse encargado de la Diócesis, el
rey quiso honrarle promoviéndole en 15 de septiembre de 1642 al obispado del Cuzco en el
Perú, y saliendo en consecuencia de Mérida el día 7 de Agosto del año de 1643. Dejó el
gobierno de la Mitra en manos del Sr. Dean Dr. D. Gaspar Núñez de León, que rigió hasta
22 de enero de 1644, en que recibió testimonio de haber sido despachadas las bulas
relativas a la traslación del obispo Ocón a la sede de Cuzco, declarándose en su virtud
vacante la de Yucatán.
El obispo Juan Alonso de Ocón llega a la ciudad de Cuzco Perú en el mes de noviembre de
1644. Un dato relevante de este obispo en esta ciudad; es ser además con el canónigo y
obrero mayor licenciado don Diego Arias de la Cerda, los propulsores de la ejecución de la
obra catedralicia.
El obispo vio que no estaba concluida la Iglesia catedral; así fue que nombra como obrero
mayor al canónigo licenciado Diego Arias de la Cerda, él cual mando realizar puertas,
baluartes, sillería del coro, púlpito, arcones, arcas, armarios para la catedral y sacristía (hay
que aclarar que este no es el donante, sino es el que concierta para la ejecución y
elaboración de estos objetos y es otro el donante que es el canónigo Barrio de Mendoza), es
así que realizó los contratos y que no se piense, como generalmente se hace creyendo y
diciendo que fue el licenciado Cerda.
Don Diego realizó un contrato con Chávez Arrellano el 16 de agosto de 1649, por la suma
de 4, 607 pesos, por el cerrado de 17 bóvedas desde el testero hasta los pilares del coro. En
la crónica “noticias cronológicas de la gran ciudad del Cusco” de Diego Esquivel y
Navia, se dice que Don Juan Alonso de Ocón solicitó al Virrey del Perú, que diera informe
a su majestad sobre la importancia de la obra y que para que por su intermedio pidiera su
concediese arbitrios por un lapso de 6 años, los que deberían ascender a 150, 000 ducados
pagados por terceras partes o tercias, 50, 000 por el rey que fueron pagados de las reales
cajas del Cusco. 50, 000 pagada por los encomendados y la última tercia cancelada por los
naturales con un tomin cada uno, además se realizaron colectas públicas, que dieron como
resultado la recolección de 80, 000 pesos; con los cuales se siguió realizando los trabajos de
la fábrica catedralicia.
El Sr. Obispo Ocón dio en el Cuzco las propias muestras de celo y rectitud que en Yucatán.
Fundó en la capital los colegios de San Antonio y San Bernardo, en que se enseñaba
gramática latina, filosofía y teología, donando cálices y alhajas a sus Iglesias. Siendo
obispo del Cuzco donó una arqueta para la capilla de los santos Cosme y Damián en La
Villa de Ocón, donde se guardan las reliquias de esos mártires.
Fue promovido del Cuzco al arzobispado de las Charcas el 20 de Marzo de 1651, y murió
en la ciudad de la Plata en 1660. Otros hablan que Falleció el 29 de junio de 1656 a los 72 años
de edad.

Biografía
 El obispado de Yucatán: historia de su fundación y de sus obispos desde el siglo
XVI hasta el XIX seguida de las constituciones sinodales de la diócesis / Crescencio
Carrillo y Ancona. Tomo I
 Registro Yucateco/periódico literario. Redactado por una sociedad de amigos. tomo
I. imprenta de Castillo y compañía. 1845
 https://helechosamemoria.wordpress.com/2018/07/06/de-cura-de-elechosa-a-
arzobispo-de-cuzco/
 Entre la tierra y el cielo. Gabriela Solís Robleda. Colección peninsular. 2005 pp.
197-202
 http://www.arquidiocesisdeyucatan.com.mx/index/0-77

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