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Desarrollo socioafectivo en la primera infancia

1. El apego

Es el vínculo emocional más importante que el niño establece con una o varias personas del
sistema familiar. Tiene una función adaptativa para el niño, para los padres, para el sistema
familiar y, en último término, para la especie.

Desde el punto de vista objetivo, su sentido es favorecer la supervivencia, manteniendo


próximos y en contacto a las crías y a los progenitores (o quienes hagan su función), que
son los que protegen y ofrecen los cuidados durante la infancia.

Desde el punto de vista subjetivo, la función del apego es proporcionar seguridad


emocional; el sujeto quiere a las figuras de apego porque con ellas se siente seguro:
aceptado incondicionalmente, protegido y con los recursos emocionales y sociales
necesarios para su bienestar. La ausencia o pérdida de las figuras de apego es percibida
como amenazante, como pérdida irreparable, como situación de desprotección y
desamparo, como situación de riesgo.

El apego durante los primeros años de vida: un sistema de interacción con


otros.

Sistemas relacionales presentes desde el nacimiento

• Sistema exploratorio o tendencia a interesarse por el mundo físico y social y a conocerlo.


Al estar presente desde el nacimiento, los bebés actúan en sus primeros meses sin ningún
miedo o temor: tocan, chupan y examinan todo lo que está a su alcance; a la vez, están en
estado de alerta ante todo lo nuevo que puedan ver, oír, oler, etc. Son verdaderos
exploradores del mundo.

• Sistema afiliativo o tendencia a interesarse por las personas y establecer relaciones


amigables con ellas. Se mantiene activo durante toda la vida. En los primeros meses, el
niño no manifiesta preferencia por unas personas u otras y tampoco le producen ningún
temor las personas desconocidas. Por ello, en los primeros meses son los adultos los que
deben cuidar totalmente de los niños, teniéndolos en sitios seguros y evitando que se
acerquen a ellos personas o animales peligrosos.

Sistemas relacionales que aparecen hacia la primera mitad del primer año de vida

• Vínculo de apego con una o varias personas con las que el bebé procura mantener la
proximidad y una interacción privilegiada. Es el sistema relacional básico, que una vez
formado va a regular en buena medida los demás y va a determinar el tipo de relación que
el niño establecerá con las personas, con las cosas y las situaciones.

• Miedo ante los desconocidos o tendencia a relacionarse con cautela o incluso a rechazar a
las personas desconocidas. El que los niños acaben o no dando una respuesta de miedo
depende fundamentalmente de la “evaluación” que ellos mismos hacen en función de
factores tales como el grado de control que tienen de la relación con el desconocido, la
intrusividad del desconocido, la presencia o ausencia de la figura de apego, etc. Permite al
niño identificar peligros potenciales para así pedir ayuda.

El conjunto de experiencias de apego de la primera infancia da lugar a la formación de un


modelo interno de relaciones afectivas, que es una representación de las características de la
relación establecida con las figuras de apego. Se trata de una representación de naturaleza
no consciente que tiende a ser bastante estable a partir del primer año, aunque puede verse
afectada y modificada por experiencias posteriores. La función de este modelo es servir de
base para las relaciones afectivas posteriores, guiando la interpretación de las conductas de
otros y la forma de organizar la propia conducta con ellos.

Tipos de apego.

Apego seguro: se caracteriza por una exploración activa en presencia de la figura de apego,
ansiedad (no necesariamente intensa) en los episodios de separación, reencuentro con la
madre caracterizado por búsqueda de contacto y proximidad, y facilidad para ser
reconfortados por ella. Interacción madre-hijo recíproca, mutuamente reforzante, en la que
la figura de apego es eficaz a la hora de regular la activación emocional del niño, interpretar
sus señales, responder de modo contingente, sin intrusividad, y mantener intercambios de
atención conjunta frecuentes.

Apego ansioso-ambivalente: se caracteriza por una exploración mínima o nula en presencia


de la madre, una reacción muy intensa de ansiedad por la separación, comportamientos
ambivalentes en el reencuentro (búsqueda de proximidad combinada con oposición y
cólera) y gran dificultad para ser consolados por la figura de apego. Las madres cuyos hijos
son calificados como ansiosos-ambivalentes son afectuosas y se interesan por el niño, pero
tienen dificultades para interpretar las señales de los bebés y para establecer sincronías
interactivas con ellos, además de ser incoherentes.

Apego ansioso-evitativo: se caracteriza por una escasa o nula ansiedad ante la separación,
por la ausencia de una clara preferencia por la madre frente a los extraños y por la evitación
de la misma en el reencuentro (alejándose de ella, pasando de largo o evitando el contacto
visual). En cuanto a las madres de los niños evitativos, su estilo interactivo se caracteriza
por la irresponsividad, la impaciencia y el rechazo.

Apego ansioso-desorganizado: los niños que en esta situación se muestran desorientados; se


aproximan a la figura de apego con evitación de la mirada, en el reencuentro pueden
mostrar búsqueda de proximidad y repentinamente huir, evitando la interacción,
manifestando movimientos incompletos o no dirigidos a ninguna meta y conductas
estereotipadas. Es frecuente en niños que han sido víctimas de episodios de negligencia y
maltrato físico. En esta situación, el niño ha experimentado ciclos de protección y a la vez
de rechazo y agresión, se siente vinculado a su figura de apego y a la vez la teme, lo que
explica la combinación de aproximación/evitación. Este tipo de apego se ha encontrado
también en niños cuyas figuras de apego no han resuelto el duelo por la muerte de un ser
querido y expresan un grado de ansiedad que genera temor en el niño.

2. Desarrollo emocional en la primera infancia


Las señales emocionales son un recurso de los bebés para comunicarse con los cuidadores.

El valor de estas expresiones emocionales es indudable, puesto que son señales muy
potentes que regulan la conducta de los cuidadores.

Expresiones de alegría e interés: señalan a los padres que el niño tiene buena disposición
para mantener la relación y que lo están haciendo bien, lo que les motiva a prolongar la
interacción.

El llanto y la expresión de malestar: atraen a las figuras de apego para que lo alimenten,
eliminen lo que produce dolor o para que le hagan compañía.

La expresión de enfado: les motiva para detener la actividad que altera al bebé.

Señales de miedo y tristeza: informa de que necesita protección y consuelo.

El acceso al lenguaje determina un gran cambio en la vida emocional, ya que proporciona a


los niños un nuevo modo de expresión de sus sentimientos que contribuye a un sensible
descenso de las expresiones abiertas de cólera y de llanto.

Los niños son capaces de reconocer las emociones ajenas y de empatizar, de compartir los
estados afectivos de los demás. La empatía es un resorte fundamental de las relaciones
socioafectivas, motivadora de la conducta prosocial y de la culpa empática, y poderosa
inhibidora de la agresión.

Las emociones morales como la vergüenza, la culpa y el orgullo aparecen en el transcurso


del segundo año, una vez que se ha desarrollado el concepto de sí mismo.

Las emociones han permitido nuestra supervivencia y siguen favoreciendo la adaptación


humana; pero para que el funcionamiento sea adaptativo, es preciso que sean flexibles,
acordes a la situación y que el nivel de activación emocional sea suficiente para motivar la
acción, pero a la vez manejable y tolerable. Por ello, una de las grandes tareas evolutivas es
el desarrollo de la regulación emocional, siendo durante la primera infancia los cuidadores
los que fundamentalmente modulan las emociones infantiles, aunque los niños van también
adquiriendo progresivamente un mayor control sobre su vida emocional.
Niños y niñas se dirigen selectivamente a la figura de apego como puerto de refugio en los
momentos de ansiedad, miedo o tristeza y desarrollan expectativas sobre la respuesta
reguladora materna.

3. Relaciones con los iguales

Las interacciones entre niños pequeñitos progresan desde un primer momento en el que
están centradas en los objetos a una etapa intermedia denominada interacción simple, en la
que los niños reaccionan claramente a las conductas intencionales de los iguales e intentan
regular la conducta de los otros a través de episodios de acción-reacción, para llegar a partir
de los 18 meses a realizar interacciones complementarias de auténticos intercambios
sociales en los que buscan influir en sus compañeros, esperan obtener reciprocidad, guardan
turnos y adoptan roles complementarios en los juegos.

Será sobre todo después de los dos años cuando los niños se sientan atraídos por y prefieran
interactuar con compañeros semejantes a ellos en edad, sexo, raza y comportamiento.

La relación con los padres, al ser el primer contexto relacional del niño, puede contribuir a
desarrollar en los hijos capacidades y formas de interacción que les permitan establecer,
más tarde, relaciones competentes con los iguales. El tipo de apego, las creencias de los
padres sobre el desarrollo y la educación y el estilo educativo de los padres, entre otras
variables, pueden facilitar el éxito del niño en las interacciones con los iguales. El tipo de
apego y el modelo interno que construye el niño en interacción con sus figuras de apego
influyen en la competencia social del niño con sus compañeros.

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