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El fotógrafo bien podría pensar que cuando selecciona sus categorías, aplica sus
propios criterios estéticos, epistemológicos o sociopolíticos; bien puede creer que
producirá imágenes artísticas, científicas o comprometidas políticamente, y que la
cámara es poco más que una herramienta en su empeño. Sin embargo, sus criterios,
aparentemente al margen del aparato, están inscritos en el programa de la cámara
de manera aproximada. A fin de poder seleccionar las categorías de la cámara, tal
como están inscritas en ella, el fotógrafo deberá "regular" la cámara. Esto es en
esencia un acto "técnico" y "conceptual" (siendo el concepto un elemento claro y
preciso del pensamiento lineal). A fin de regular la cámara para imágenes artísticas,
científicas o políticamente comprometidas, el fotógrafo deberá ser capaz de
concebir lo que él entiende por "arte", "ciencia" y "política". Por supuesto, tiene
que traducir entonces esos conceptos en el programa de la cámara. No es posible
un acto de fotografiar ingenuo o inconcebido. Una fotografía es una imagen de
conceptos. De esta manera, todos los criterios del fotógrafo, aparentemente al
margen del aparato, son parte de las virtualidades contenidas en el programa de la
cámara.
El acto de fotografiar está compuesto por una secuencia de saltos mediante los
cuales el fotógrafo vence las diversas barreras invisibles que separan las distintas
regiones del espacio-tiempo fotográfico. Cuando el fotógrafo se encuentra con una
de esas barreras (por ejemplo, los límites entre la visión cercana y la total) duda en
decidir cómo regular su cámara. (Si la cámara es totalmente automática, este saltar,
carácter incierto del fotografiar, se vuelve invisible, y los saltos ocurren entonces
dentro del "sistema nervioso" microelectrónico de la cámara.) Este tipo de
búsqueda a saltos se llama "duda". El fotógrafo duda, pero no duda de una manera
científica, religiosa o existencial. Es una forma nueva de duda en la que la decisión
y la incertidumbre son fragmentos de duda; la del fotógrafo es una duda perpleja
automatizada.
Cuando el fotógrafo se encuentra ante una de estas barreras, descubre que está
parado en un punto de vista particular respecto de su “objeto”, y que la cámara le
permite escoger entre innumerables y diferentes puntos de vista desde el que él
ocupa. Descubre la multiplicidad y la equivalencia de los puntos de vista en
relación con su “objeto”. Y descubre que la importancia no está en preferir un
punto de vista respecto de otro, sino en la realización de cuantos puntos de vista
sean posibles. Su elección no será cualitativa, sino cuantitativa: vivre le plus, no
pas le mieux (vivir lo más, no lo mejor).
Al final, por supuesto, el acto fotográfico requiere una decisión final: el fotógrafo
oprime el botón –como al final el presidente estadounidense oprimirá el botón. De
hecho, esta decisión final no es sino la última de una serie de decisiones parciales,
como granos de arena: es una decisión de cantidad. En el caso del presidente
estadounidense, es la última gota que derrama el vaso. Y, puesto que ninguna
decisión es verdaderamente “decisiva”, sino únicamente parte de una serie de
decisiones parciales claras y precisas, ninguna fotografía individual, sino una serie
de fotografías, puede mostrar las intenciones del fotógrafo. Ninguna fotografía
individual es realmente “decisiva”, pues aún la decisión “última”, en fotografía, se
reduce a granos de arena.
Las fotografías, tal y como las vemos en todos lados, son el producto del acto
fotográfico. Una deliberación del acto fotográfico servirá entonces como
introducción a esas superficies omnipresentes.