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2014
FAVOR DE ENVIAR COMENTARIOS A pliffman@yahoo.com
Paul Liffman
El Colegio de Michoacán
Rice University
crisis histórica entre amplios sectores de la sociedad rural latinoamericana (sin hablar
de Oceanía y otras regiones del mundo) y apela a públicos urbanos por lo que significa
para el patrimonio de la nación e inclusive el futuro del planeta. En este sentido hay un
amplio acuerdo con los wixaritari, a veces en el mismo registro ritual-cosmológico, a
veces en términos más tecno-científicos. Este capítulo se enfoca en cómo y por qué se ha
forjado el acuerdo ritual-cosmológico entre diferentes sectores, qué intercambio está
implicado en la muestra de procesos rituales de la producción de territorio, qué queda
oculto, y la importancia de la ausencia que anima este trato. Después se esbozan las
implicaciones de mostrar dichos procesos en diferentes maneras para distintas
ontologías de agencia, y cómo actores de varias etnias pueden ejemplificarlas en
coyunturas particulares.
Como alternativa al modelo indigenista, los huicholes y sus aliados han enmarcado
un modelo de desarrollo regional integral en términos de la cosmopolítica—una
reivindicación planteada en la voz de los ancestros agredidos por las fuerzas del
ecocidio, la cual ahora está siendo proyectada por medios masivos de comunicación y
en grandes eventos públicos. Al introducir actores ancestrales y procesos rituales, otrora
ocultos, a la esfera pública, los wixaritari están tratando de reconstituir el campo
político en sí porque como señalan Marisol de la Cadena (2010), Bruno Latour (2004) y
Jacques Rancière (1999), la lucha política fundamental es la de definir cuáles entidades
se reconocerán como derechohabientes en primer lugar.
En este lenguaje cosmopolítico, los dueños divinos del Cerro Quemado o Paritek+a,
donde nació el Sol al extremo oriental de Wirikuta, cerca del “pueblo mágico” y centro
minero histórico de Real de Catorce, estarían tan devastados por la reanudación de
actividad minera en sus flancos que no sólo sufrirían los manantiales y flujos
subterráneos de agua en sus inmediaciones—“el agua de nuestros hermanos mayores”
o tamatsima wahaa—sino también los patrones pluviales y todo el clima planetario. Una
relación ambivalente entre plata y agua deviene de la asociación de longue durée entre
los ritos en Wirikuta y el inicio de la temporada de lluvias además de la transformación
en relatos históricos sagrados de sangre sacrificial en metal precioso, los cuales reflejan
la presencia minera en la zona desde el siglo XVIII (Liffman 2011a). Dichas asociaciones
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Para ser más preciso, algunos públicos no-indígenas son receptivos a los reclamos
cosmopolíticos porque comparten (o más bien les falta) la categoría—a menudo
fetichizada—de la “indianidad mágica”, pues se abre un espacio para el
reencantamiento del mundo. Aquí se entiende el fetiche como un objeto sumamente
valorizado cuyo desplazamiento y condensación de significados cita a una supuesta
totalidad que no obstante sigue siendo invisible, de hecho imaginaria y por tanto un
sitio fértil de interpretaciones para diferentes clases de actores (Rihan Yeh, com.pers.;
Nakassis 2012). Como tal, posibilita una puesta en abismo o regresión infinita de
traducciones tentativas y relaciones de reciprocidad eternamente no consumadas entre
grupos de poder asimétrico. A la vez, esta reciprocidad negativa se parece a la manera
que los mismos wixaritari siempre persiguen el espejismo de satisfacer las demandas de
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sus antepasados divinos, la cual puede verse como una intromisión de la cultura
regional de relaciones sociales interétnicas en el dominio supuestamente aislado de la
cosmogonía indígena (Lomnitz 2005, cfr. Neurath 2013:58). Lo que permite este trato es
una ambigüedad dentro del fetiche que tienta a los sujetos a que lo habiten y cambien
su relación con la realidad rumbo al chamanismo: por tanto, un cambio ontológico.
Además de los poderes chamanísticos de viaje y transformación visionaria que
muchos adherentes al movimiento antiminero admiran, la ontología de “pertenecer a
los lugares sagrados” (en vez de la noción inversa y más convencional de la tenencia de
la tierra) es fundamental para varias territorialidades indígenas (Scott 2011). Este
sentido radicalmente distinto de “propiedad cultural” y la agencia ancestral del paisaje
pueden ser las ausencias que algunos sujetos post-mestizos más añoran llenar y que
explican la atracción de la imagen de subjetividad indígena ofrecida por el movimiento.
La implicación más general es que no sólo lo oculto sino la ausencia en el corazón del
fetiche posibilita desdoblamientos, hibrideces y desplazamientos de identidad.
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autenticidad —por no decir “magia”— al evento en primer lugar. Más bien, los
discursos en español se centraron en los riesgos de la minería para el paisaje ancestral
de Wirikuta, las figuras pan-indias (o bien New Age) de la Madre Tierra-Tonantzin-
Pachamama que residen allí y sus “esencias de la vida”, junto con elementos
ecologistas, nacionalistas y anticapitalistas más convencionales.5 Así, la progresiva
enunciación de discursos más accesibles en términos de idioma y estilo de narración a
públicos cada vez más amplios implicaba la inclusión condicional de los asistentes al
carácter sagrado del encuentro. Cabe señalar que con la presente publicación se agrega
otra síntesis aún más global a la serie, aunque ahora se trata de un lenguaje más
abstracto y generalizado (una suerte de sacralidad secularizada tal vez).
Así los wixaritari incluyen temporalmente a los no-indígenas —con quienes los
intercambios normalmente se restringen a los tratos políticos y económicos necesarios
para mantener la vida cotidiana de una sociedad multiétnica— a las relaciones
ceremoniales. Esta clase de apertura, normalmente controvertida entre los wixaritari, se
justifica por el gran peligro que representa la minería a los procesos cosmogónicos en
torno a la cámara subterránea de ofrendas (tenari) al centro de Paritek+a, el punto de
emergencia del Sol. Para seguir la dicotomía que plantea Johannes Neurath (2012) entre
las ontologías de auto-transformación a través del sacrificio y de coherencia social por
medio del intercambio de dones, después del encuentro con la alteridad étnica en el
Cerro Quemado, ¿qué factores asegurarían la permanencia del intercambio interétnico
que expande el acceso al auto-sacrificio el cual, a la vez, posibilita la transformación
cosmogónica, algo normalmente reservado para los iniciados rituales wixaritari?
También cabe preguntar qué tanto los aliados están esencializando la totalidad del
pueblo wixarika como portadores de los poderes transformativos reservados para
chamanes e iniciados. Como se ha observado desde hace tiempo en Oceanía con
respecto a la categoría de kastom, estas objetivaciones étnicas se basan en imágenes de el
5 A veces los wixaritari utilizan la frase en español esencias de la vida como glosa para el nombre
Y+rameka o “Crecimiento” en un sentido opuesto a la mercantilización. Curiosamente el
término también se asocia con “recursos naturales”; considerando la connotación normal de este
último término de bienes explotables, se implica un área de tensión ontológica dentro de la
territorialidad sagrada en sí.
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6Como ejemplo de la identidad emergente, véase Guerra 2012, que destaca una producción
hiphop huicholero en un reclusorio con pandilleros al trasfondo.
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Siguiendo una sugerencia del etnógrafo Arturo Gutiérrez del Ángel (com. pers.) y
algo que se observó en el movimiento tradicionalista dentro de una de las comunidades
wixaritari de la sierra (Liffman 2012, cap. 6), tal vez la diferencia más importante entre
los dominios de ritual íntimo por un lado y lo legal-mediático por el otro es la que se da
entre sus respectivas orientaciones hacia lo sagrado: aquel a través de la percepción de
relaciones y éste por los objetos y entidades cristalizados de las mismas —sean rasgos
geográficos, implementos rituales o tal vez más significativo aún, el peyote—, tanto por
simpatizantes como opositores de las reivindicaciones actuales.7
7En términos más amplios esta clase de proceso se ha denominado “enteficación” (entification)
—“la fabricación de ‘entidades’ o cosas de lo que habían sido categorías implícitas o
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contingentes”— (Ernst 2001). Este concepto se distingue teóricamente de la noción más crítica
de reificación/cosificación, que connota un error epistemológico o la consciencia falsa.
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Por su parte, Li sigue la doble definición de “articulación” de Stuart Hall como la fusión
de entidades situadas a través de enunciaciones históricamente contingentes. Según Li,
“En vez de mero engaño, imposición u oportunismo reactivo, lo que mejor describen
estos procesos y relaciones son complejidad, colaboración y compromiso creativo en
arenas tanto locales como globales” (Li 2000: 152, 173; trad. mía). Sin embargo, Ballard y
Banks advierten que
En el proceso de auto-definición para representar sus intereses a agencias del gobierno y
corporaciones o a otras comunidades locales, las comunidades en la zona de un proyecto
minero emplean estrategias tanto tradicionales como novedosas de inclusión y exclusión…,
las cuales a menudo giran en torno a retóricas de tierra, parentesco, mito y cosmología. A lo
largo del tiempo, estas estrategias tienen la capacidad de introducir inequidades de
distribución y marginación entre comunidades locales acorde con las brechas clásicas de
género, edad, clase e identidad grupal. […] Las comunidades indígenas han sufrido gran
parte de la exploración y desarrollo minero […] y a menudo ya son marginados tanto
económica como políticamente dentro de la nación. [Por consiguiente] la preocupación por
el control sobre cuestiones fundamentales de soberanía comunitaria se expresa a través de
una multitud de canales y medios, y con frecuencia debe apelar a públicos más poderosos (y
a menudo occidentales) a través de los tropos más potentes y familiares, como los abusos de
derechos humanos o la destrucción ambiental… (op. cit. 2003: 298-299, trad. mía).
En el caso de Wirikuta, bien podría ser que las igualmente marginadas comunidades
rurales de no-indígenas en el desierto de San Luis Potosí, que claman por trabajo en las
minas, se encuentren excluidos por la alianza indígena-urbana progresista que describo
aquí. Se rumoreó que esto iba a resultar de la presunta prohibición de actividad
económica campesina en la Reserva de la Biósfera propuesta para la región, lo cual
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generó fuertes protestas y, hasta la fecha (marzo 2014), la suspensión tanto de dicha
Reserva como de las concesiones mineras.
De este planteamiento valioso derivado de Stuart Hall surge una duda de cómo
reconciliar esquemas analíticos centrados en “retóricas”, que enfatizan performance e
identidades situadas, con el giro ontológico de la antropología del cual la cosmopolítica
es parte. Esta última corriente tomaría los discursos ancestrales que escuchamos en la
montaña de forma más literal e implicaría distintos momentos libres de leyes
culturalistas universales y contextualizaciones políticas. Se trata de fragmentar la
cosmovisión dualista y naturalista de Occidente en momentos unitarios y no-
generalizables cuya articulación sólo puede acontecer a través de “intensiones” flexibles
en vez de “extensiones” universales de significación (Holbraad, en Keane 2009).
Básicamente la hibridez o innovación ontológica wixarika depende de que el paisaje
de lugares sagrados sigue dependiendo de actos sacrificiales entre diferentes clases de
actantes que cambian su estado y reparten su sustancia en el proceso (Lira, este
volumen). Como ya se comentó, no todos deben ser humanos ni siquiera vivientes,
mucho menos restringidos a una sola etnicidad. Por lo tanto, como dijo Alfred Gell
(1998), resulta que la mente o el ser de uno (self) puede encontrarse distribuido
espacialmente y encarnado en diferentes personas por todo un paisaje ancestral. Se trata
de una mente sumada de conciencias repartidas y emplazadas (emplaced) en diferentes
lugares. Así se encuentra la posibilidad de hibridez o nuevas identidades post-
indígenas y post-mestizas emergiendo desde la ontología wixarika clásica. Pero la crisis
histórica en torno a la reanudación de actividad minera en Real de Catorce explica la
inusitada escala y configuración de actantes en el movimiento que ha surgido.
Ahora —a diferencia de la retórica de estasis, permanencia y cristalización de lo
sagrado en cosas, que los personajes públicos suelen emplear— algunos voceros
indígenas, sus aliados ONGeros y actores neo-indios, preocupados por la devastación
de la Madre Tierra y el cese de las lluvias del mundo a causa de la minería, han
adoptado el discurso más “delicado” de los chamanes al que se aludió líneas arriba.
Enfatizan la naturaleza performativa y contingente de la producción de territorio
sagrado e inclusive nuevas secuencias de acciones dentro de ritos tradicionales. Así se
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abre la posibilidad de una territorialidad más fluida por no decir expansiva en la que se
reclama el reconocimiento de espacios, lugares y rutas novedosas.
Un ejemplo de esta vuelta hacia la performatividad y el carácter coyuntural de la
territorialidad, según un relato etnográfico de Olivia Kindl (com. pers.), es la novedad
de anteponer el ascenso al cerro sagrado Paritek+a, donde nació el Sol, a la cacería del
peyote en torno al lugar sagrado de Kauyumarie Muyeika en el Bajío desértico, cuando
anteriormente éste había sido un requisito para alcanzar aquél. Por lo tanto, en la
frontera movible entre los aspectos del conocimiento y práctica wixaritari que se
mantienen ocultos y los que se muestran en la esfera pública o en los tribunales, la
naturaleza de lo ritual y lo indio en sí está en juego.
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siendo menos visibles. Desde Wirikuta, por ejemplo, se destaca la invisibilidad de las
conexiones hidrológicas interregionales llamadas “venas” que se extienden por todo el
kiekari, salvo para los chamanes que las renuevan. Al mismo tiempo la elección de esta
palabra polisémica en español se apropia del lenguaje minero referente a vetas
minerales para cimentar una visión económica alternativa entre varios públicos. En un
sentido más literal, para algunos el término también evoca la sangre sacrificial.
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[IMAGEN 10 Ofrenda visionaria (nierika) a una de las madres de la lluvia, Tatei Matiniere.]
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[IMAGEN 11 El manantial Tui Maye’u, San Juan Tuzal SLP. Aquí nacen las aguas que llegan
a las cuatro esquinas del mundo wixarika por “venas” subterráneas.]
Más bien lo que sigue siendo más oculto es el trasfondo de las relaciones de relaciones
que vinculan diferentes actos rituales y lugares sagrados aunque los conflictos que de
manera concomitante envuelven cualquier reivindicación territorial wixarika, sea
sagrada o no, se visibilizan de sobremanera (’uxat+ki Salvador, com. pers.). Ya
habíamos visto la tendencia de seguir encubriendo los procesos que articulan espacios y
regiones cuando los voceros bilingües que mediatizaron el discurso del chamán Eusebio
de la Cruz escindieron las referencias geográficas concretas que conectan Wirikuta con
el resto del kiekari. Estas relaciones territoriales se basan en el control sobre ’ut+arika o
escritura, pintura e inscripción que las encarna y las hace vigentes y que no sólo las
ilustran o representan (Liffman 2012:106-109). También ya habíamos visto el
ocultamiento en el intento de parte de ONGeros y autoridades wixaritari de limitar la
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Desde sus inicios, la teoría de la disecación ha sido vaga en cuanto exactamente qué escalas
de deforestación tendrían efectos negativos… Es precisamente la ambigüedad de esta teoría
la que permite atraer en diferentes maneras a gente rural (que se preocupa más por los
arroyos), ambientalistas (preocupados por la biodiversidad y el cambio climático), activistas
ambientales… y públicos urbanos consternados más sobre el abastecimiento del agua y el
cambio climático. Hay numerosas traducciones y errores de traducción a través de las redes
que apoyan representaciones de la naturaleza. En este sentido, son la ambigüedad y
traducción equivocada que posibilitan la construcción de alianzas (2009: 88, trad. mía).
En este sentido, la teoría científica popular —igual que las concepciones de recursos
naturales e indigeneidad al centro de este ensayo— es un “objeto limítrofe” (boundary
object). Este concepto, de Star y Griesemer (1989) y Anna Tsing (2000, 2005), se refiere a
entidades que sirven como la base de conexión, disputa y generación de nuevos objetos
entre distintos grupos. O en términos de Tsing, que recuerda al teórico literario Mijail
Bajtín, la redefinición de la indigeneidad en torno a la crisis minera es un ejemplo de
“fricción”, que acontece en “zonas de articulación incómoda, donde las palabras
significan algo diferente a través de una brecha aun cuando la gente se pone de acuerdo
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para platicar” (2005: xi). Aquí la fricción aborda plata, sangre, agua y clima, entendidas
en diferentes escalas espaciales y con variadas vinculaciones sustanciales.
Una diferencia entre zapotecos y wixaritari es histórica: los etnógrafos Robert Zingg
(en los años 1930) y Carl Lumholtz (desde los 1890) ya habían descrito el papel
indispensable de los huicholes como “sacerdotes de la lluvia”. De hecho, debido a su
prominencia regional como chamanes en la etnohistoria y arqueología, su mediación de
procesos ecológicos para evitar la catástrofe bien podría tener mil años de antigüedad.
Aun así, esto no significa necesariamente que las ideas de Quevedo no hayan sido
filtrados a la Sierra Madre Occidental por medio del indigenismo oficial que buscaba
modernizar la región en los años 1960 y 1970, o que las teorías ecológicas de ONGs,
movimientos neo-indios y mucha gente común a lo largo y ancho del país no hayan
reforzado las prácticas chamánicas ya existentes.
Para los zapotecos, los ritos para los “dueños del cerro” ancestrales ya han sido
sustituidos por la teoría semi-científica de la disecación como base del manejo forestal.
Resulta doblemente irónico que los zapotecos “hablaron de los motivos técnicos para
proteger los bosques y que fueron los foráneos o intermediarios… que aludieron a las
asociaciones espirituales de las creencias indígenas sobre bosques y agua” (2009: 87),
mientras que el registro ritual sigue al núcleo de las predicciones wixaritari sobre el
cambio climático global (y al menos públicamente sus aliados ONGeros manejan la
hidrología científica). Cuando ellos danzan sobre las arenas finas de Wirikuta y después
en los patios de baile en las comunidades de la Sierra durante Hikuri Neixa (la Danza
del Peyote), producen “nubes” literales de polvo que llaman indéxicamente a la diosa
de la lluvia Tatei Ni’ariwame (Nuestra Madre Mensajera) para que traiga el tiempo de
aguas pocas semanas después. Como ya hemos visto, la exhibición pública de estos
procesos sagrados ocultos es parte del intercambio de dones y la inclusión eventual de
foráneos en estas redes. Esto nos invita a considerar la cualidad posicionada de la
cosmopolítica wixarika (y tal vez de otras ontologías indígenas) en torno a relaciones
interétnicas, entre todas las clases de actantes que las ontologías buscan mediar. De
todos modos, aunque sea un movimiento social, el Estado o sus sujetos indígenas que
plantean un salto de escalas ambiguo pero moral y estéticamente dramático en torno a
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las relaciones ecológicas, las cosmologías de estas agrupaciones pueden tener un cierta
relación familiar.
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