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modernidad

líquida
Bauman retoma los planteos de dos libros. Hace cincuenta años,
las disputas sobre lo que deparaba el futuro giraban en torno de los
mundos creados por estos dos libros.

“Un mundo feliz” de “1984” de G. Orwell,


Huxley, donde se retrata donde se representa un
un mundo opulento, mundo degradado y
abundante y libre con miserable con personas

A pesar de las diferencias, Bauman plantea que ambos libros


coinciden al presagiar un mundo estrechamente controlado,
organizado, en el que el Estado manipula a la población. Se trata de
un mundo fragmentado y dividido entre dominantes y dominados,
manipuladores y manipulados, planificadores y cumplidores de
planes; es un mundo en el que la libertad individual está destruida y
cualquiera alternativa es imposible.

“La visión pesadillesca que acosaba a ambos


escritores era la de hombres y mujeres sin poder de

Ambos autores no podían visualizar un mundo sin mecanismos de


control, sin controladores poderosos que ejercieran control,
supervisión y opresión, aniquilando así la libertad de los individuos.
EL CAPITALISMO: PESADO Y LIVIANO.
Bauman coloca ambos relatos nombrados anteriormente y los
encasilla en lo que llaman “Discurso de Josué” que se diferencia
del “Discurso del Génesis”, ambos relatos de procedencia bíblica.

En el discurso de En el discurso del


Josué Génesis
el orden es la regla y el el desorden es la regla y
el orden

ORDEN significa monotonía, regularidad, repetición y predecibilidad.

A partir de esto, un entorno es "ordenado" solo cuando algunos


acontecimientos tienen más posibilidades de ocurrir que sus
contrarios. Esto implica que un Ser Supremo, impersonal o personal,
desde alguna parte, debe manipular las posibilidades, ocupándose
de que los acontecimientos no se produzcan arbitrariamente. En un
mundo ordenado, no hay acontecimientos arbitrarios, todo está
previamente organizado y determinado.

El mundo ordenado del discurso de Josué es un mundo


estrechamente controlado. En ese mundo todo tiene un propósito,
aun cuando no esté claro cuál es. En ese mundo no hay espacio para
actos inútiles o sin propósito, sino que todos esos actos deben servir
a la conservación y perpetuación del todo ordenado.

Anteriormente, entonces, se creía que un ser superior ordenaba y


controlaba el mundo. En nuestros tiempos modernos, en los que
Dios se ha tomado una larga licencia, la tarea de planificar y de
hacer cumplir el orden ha recaído sobre los seres humanos.

Durante doscientos años, los gerentes de las empresas capitalistas


dominaron el mundo, definiendo lo que para ellos era racional y
sensato, y limitando así las alternativas del hombre. Esto es lo que
fijaba el discurso dominante, el discurso de Josué.
Hasta hace poco, el discurso de Josué era dominante; sin embargo,
por algunas razones, ahora prevalece cada vez más el discurso del
Génesis.

El mundo que respaldaba el discurso de Josué y lo hacía creíble era


el mundo fordista. En su época de mayor esplendor, el fordismo fue
un modelo de industrialización, de acumulación, de regulación.
Además, el modelo fordista era un sitio de construcción
epistemológica sobre el cual se erigía toda la visión del mundo,
dominando la totalidad de la experiencia vital.

A veces, los seres humanos tienden a comprender el mundo


moldeado por el saber práctico de la época, por lo que la gente
puede hacer y por la manera en que suele hacerlo. La fábrica
fordista, con su planificación y ejecución, su cumplimiento de las
órdenes, libertad y obediencia, era el mayor logro hasta el momento
de una construcción social tendiente al orden. No existía ningún
obstáculo que pudiera impedir que el modelo fordista se implantara
en todos los ámbitos de la sociedad.

El fordismo fue la fase "pesada" y "sólida" de la sociedad moderna.


En esa etapa, el capital, la dirección y el trabajo estaban ligados por
la combinación de fábricas, maquinaria pesada y fuerza laboral
masiva.

El capitalismo pesado estaba obsesionado con la masa, el tamaño y,


principalmente, con la delimitación de sus fronteras impenetrables.
En este sentido, a Henry Ford se le ocurrió repentinamente duplicar
el salario de sus trabajadores “para que pudieran acceder a los
autos producidos en la empresa”. Sin embargo, esto solo sirvió para
cubrir el verdadero propósito: evitar que los obreros rompan
cadenas, que crucen las fronteras. La cadena invisible que unía a los
trabajadores con su lugar de trabajo, impidiéndoles movilidad era el
corazón del fordismo. La ruptura de esa cadena significaba el cambio
decisivo, la decadencia y la acelerada desaparición del modelo
fordista. El capitalismo pesado estaba tan fijado a un lugar como los
trabajadores de la empresa fordista.
En la actualidad, el capital “viaja liviano”, con equipaje de mano,
portafolio, un teléfono celular y una computadora portátil. Puede
hacer escala en casi cualquier parte, y en ninguna se demora más
tiempo que el necesario. El trabajo, por otro lado, sigue tan
inmovilizado como en el pasado, pero el lugar al que antes estaba
fijado ha perdido solidez. Algunos de los residentes del mundo no
cesan de moverse; para el resto, es el mundo el que no se queda
quieto.

Los pasajeros del barco del "capitalismo pesado" confiaban en que


los selectos miembros de la tripulación autorizados a subir a la
cubierta del capitán llevarían la nave a destino. Los pasajeros podían
dedicar toda su atención a la tarea de aprender y seguir las reglas
establecidas para ellos y escritas en letra grande en todos los
corredores del barco. Si protestaban, era contra el capitán, que no
llevaba la nave a puerto con suficiente rapidez o que no atendía
debidamente a la comodidad de los pasajeros. En cambio, los
pasajeros del avión del "capitalismo liviano" descubren con horror
que la cabina del piloto está vacía y que no hay manera de extraer
de la misteriosa caja negra rotulada "piloto automático" ninguna
información acerca del destino del avión, del lugar donde aterrizará,
de la persona que elegirá el aeropuerto y de si existen reglas que los
pasajeros puedan cumplir para contribuir a la seguridad del
aterrizaje.

Vemos así como el discurso de Josué pierde peso en este mundo


desordenado, cambiante y atravesado por la inmediatez y la
espontaneidad.

Con esto Bauman pretende demostrar el pasaje de un capitalismo


pesado a un capitalismo liviano.
CAPITALISMO PESADO CAPITALISMO LIVIANO

Refiere a un sistema de la Se produce un


modernidad que trabaja con desplazamiento por los Bau
ma formas y elementos de la cambios introducidos en el n, a
producción que reúnen sistema productivo del
determinadas capitalismo pesado, a
características. partir de los avances
Se trata de una producción “abstractos” (internet,
formal, sistemática, bolsa de comercio,
estructurada. El capital es acciones). El capital ya no
“lo pesado”, lo que ocupa el tiene valor racional,
lugar (caja fuerte). Las absoluto y de ley.
ideas son “absolutas”. Cambió, además, la forma
de relación de los
trabajadores.
Ahora el mercado ofrece
infinitas posibilidades, lo
que conduce al “exceso”,
ya que presenta una gama
de oportunidades “únicas”
que, en realidad, son
innecesarias.

partir de esta diferenciación, vincula oferta y demandas, y sus


excesos que generan nuevas formas de marketing y publicidad.

Las características propias del capitalismo pesado (legisladores,


supervisores y controladores) han desaparecido, pero eso no
significa que ya no seamos controlados. En realidad, existe una
sensación de falsa libertad. Esas individualidades del capitalismo
pesado se diseminan, conformando una pluralidad encargada de
controlar, que es naturalizada por las personas.

Hay mecanismos de control repartidos y diseminados por todas


partes, hasta el punto de que a veces están “ocultos”, no podemos
verlo a simple vista. Asistimos a sociedades más violentas, en las
que el sistema “vende” seguridad y los ámbitos públicos están
controlados por el Estado.
“TENGO AUTO, PUEDO VIAJAR”.
Max Weber predijo el triunfo de la "racionalidad instrumental”.
La expresión fue originada en Frankfurt para referir al uso de la
razón con fines instrumentales, útiles y productivos para el sistema
capitalista, sin importar las consecuencias. Se trata de un
racionalidad coherente al sistema.

Ahora que el tema del destino de la historia humana era caso


cerrado, y que se habían establecido cuáles eran los fines de las
acciones humanas, las personas se preocuparían por los medios; el
futuro, por así decirlo, estaría obsesionado por los medios. Cualquier
otra racionalización, cuya naturaleza estaría decidida de antemano,
consistiría meramente en un ajuste y perfeccionamiento de los
medios.

Weber dio nombre también a otro tipo de acción con objetivo, a la


que denominó "valor-racional". Con esta expresión aludía a la
búsqueda de valor "por sí mismo", es decir, independientemente de
cualquier perspectiva de éxito externo. Dejó en claro que los valores
de los que hablaba eran de naturaleza ética, estética o religiosa -es
decir, pertenecientes a una categoría que el capitalismo moderno
degradaba y declaraba redundante e irrelevante, e incluso dañina,
para la conducta racional calculadora que él promovía.
El capitalismo liviano de hoy no tiene un "valor-racional" en el
sentido weberiano, no adopta valores “absolutos". En la actualidad,
en vez de tener una sola figura encargada del control, tenemos
muchas que lucha para alcanza la supremacía del control. En medio
de la incertidumbre y la desconfianza de la posmodernidad, el tema
de los objetivos vuelve a ser debatido.

Se trata de un nuevo tipo de incertidumbre. No saber cuáles son los


fines, en medio de la amplia gama de posibilidades. Ya no se trata
de evaluar los medios para lograr el fin deseado. Se trata más bien
de considerar y decidir, ante los riesgos posibles, cuál de los muchos
fines "al alcance" resulta prioritario, dados los medios disponibles y
su utilidad.
En estas nuevas circunstancias, las vidas humanas transcurren
atormentadas ante la tarea de elegir los fines, en vez de estar
preocupadas por encontrar los medios para conseguir fines que no
requieren reflexión. La pregunta "¿qué puedo hacer?" ha llegado a
dominar la acción, minimizando y desplazando la pregunta "¿cómo
puedo hacer mejor lo que tengo que hacer de todos modos?".

Todo recae ahora sobre el individuo. Sólo a él le corresponde


descubrir qué es capaz de hacer, ampliar esa capacidad al máximo y
elegir los fines.

Con la desaparición de la “Oficina suprema de control”, que


delimitaba lo correcto y lo incorrecto, el mundo se convierte en una
colección infinita de posibilidades. Hay más posibilidades de las que
cualquier vida individual podría explorar.

Para que las posibilidades sigan siendo infinitas, no hay que permitir
que ninguna de ellas se petrifique cobrando realidad eternamente.
Es mejor que sigan siendo líquidas y fluidas, con "fecha de
vencimiento", para evitar que despojen de accesibilidad a las otras
oportunidades. Vivir entre estas opciones aparentemente infinitas
genera la sensación de "ser libre de convertirse en alguien".

Ante esta gama de posibilidades, el individuo se convierte en


consumidor y prueba diversas alternativas, guiado siempre por la
incertidumbre y la insatisfacción. Para los vendedores, es una buena
noticia, una promesa de que su negocio se mantiene.

“BASTA DE HABLAR, MUESTRAMELO”.


Bauman comienza diferenciando el capitalismo pesado del
capitalismo liviano.

El capitalismo pesado, de estilo fordista, era el mundo de los


legisladores, los creadores de rutinas y los supervisores; un
mundo de los hombres y mujeres dirigidos por otros que
perseguían fines establecidos por otros de una manera

El capitalismo liviano, no abolió este mundo de autoridades.


Simplemente dio existencia y permitió que coexistieran una
Anteriormente, el "líder" era un suplemento necesario del mundo
que aspiraba a la "buena sociedad" o a una "sociedad justa y
correcta" y que se esforzaba por mantener a distancia todas las
alternativas malas o incorrectas. El mundo "líquido moderno" no
hace nada de eso. Como lo expresó Peter Drucker, el gurú del
capitalismo light, "la sociedad ya no salva", sugiriendo que la
responsabilidad de la condena tampoco corresponde a la sociedad:
tanto la redención como la condenación son responsabilidad de cada
uno, resultado de lo que cada uno, como agente libre, hace de su
propia vida.

Ahora ya no predominan los líderes, sino los asesores. Mientras que


los líderes funcionan como traductores entre el bienestar individual y
el "bienestar de todos", entre las preocupaciones privadas y los
temas públicos. Los asesores, por el contrario, se cuidan de no
trascender el área cerrada de lo privado. Los males y las terapias
son individuales; las preocupaciones y los medios para combatirlas
son privadas.

El asesoramiento que proporcionan los asesores es acerca de la


política de vida: indican qué es lo que las personas asesoradas
pueden hacer por y para sí mismas, no qué podrían lograr todas
juntas para cada una si unieran fuerzas.

De esta manera, el discurso de los asesores sostiene el


individualismo característico de la posmodernidad. Lo mejor es
ocuparse solamente de los propios asuntos, con plena conciencia.
Nada se gana haciendo el trabajo por otros.

“El medio más seguro de volverse loco es


involucrarse en los asuntos de otras
personas, y la manera más rápida de
Incluso, siguiendo con la idea anterior, el asesor nunca utiliza el
“nosotros”, porque no se involucra en la situación, solo orienta a la
persona asesorada. Al final de la sesión, la persona asesorada se
sentirá igual o más sola que al principio: el asesor solo le
“proporciona” herramientas para actuar por sí misma, aceptando
toda la responsabilidad. El asesor debe ser consciente del hecho de
que las personas asesoradas desean recibir una enseñanza objetiva.
Pero, al mismo tiempo, buscan escuchar un ejemplo de lo que
hicieron otros hombres y mujeres enfrentados con un problema
similar. La observación de la experiencia ajena, la posibilidad de
atisbar las tribulaciones de los demás, despierta la esperanza de
descubrir los problemas causantes de la propia desdicha, darles un
nombre y buscar maneras de combatirlos o resolverlos. En este
caso, la autoridad es desplazada por el ejemplo. El asesor busca
convertirse en alguien ejemplar, no pretende ser la autoridad.

La autoridad sirve para engrosar las filas de los seguidores, pero en


un mundo con objetivos inciertos e indeterminados, el número de
seguidores es lo que define la autoridad. Sea como fuere, en el par
ejemplo-autoridad el que más importa y más demanda tiene es el
ejemplo. En este sentido, las celebridades se convierten en
autoridades, pero también lo son las “no-celebridades”, los hombres
y las mujeres comunes que aparecen en las pantallas unos fugaces
momentos para contar lo vivido o experimentado. Estas personas
son tan desventuradas como los espectadores que miran los
diversos programas en busca de “algo”. Las “no-celebridades” hacen
creer al espectador que él también puede llegar a vivir lo mismo.
Puedo aprender algo útil de sus victorias y de sus derrotas. En medio
de un mundo atravesado por la incertidumbre, las personas
consumen los chat-shows en busca de herramientas y recursos que
les permitan soportar desafíos de la vida. Consumen para detectar
los recursos utilizados por otras personas para superar desafíos
semejantes.
En los chat-shows se enuncian en público -y con aprobación,
diversión y aplauso universal- palabras y expresiones consideradas
íntimas y por lo tanto inadecuadas. De esta manera, los chat-shows
tornan decible lo indecible, vuelven decente lo vergonzoso,
transforman el feo secreto en un motivo de orgullo. Gracias a los
chat-shows, puedo hablar abiertamente de cosas que creí
desgraciadas y humillantes, que estaban condenadas al secreto y a
ser padecidas en silencio. A partir de esto, ya no debo
avergonzarme, ni corro el riesgo de que se me censure o se me
acuse de impudicia.

Es así como lo privado se hace público. Muchos pensadores


importantes advierten que la "esfera privada" está siendo invadida,
conquistada y colonizada por la "esfera pública". Asistimos a una
nueva renegociación de la móvil frontera entre lo privado y lo
público y, además, a una redefinición de la esfera pública como
plataforma donde se ponen en escena los dramas privados,
exponiéndolos a la vista del público.

Incluso no importa la causa de la fama de las celebridades, basta


que cumplan con un requisito común: confesar para el consumo
público y exponer sus vidas privadas. Una vez reveladas esas vidas
privadas pueden resultar inútiles o no ejemplares para los
espectadores. Sin embargo, la desilusión no acaba con el consumo:
la manera en que la gente define individualmente sus problemas
individuales y la manera en que intenta resolverlos por medio de
habilidades y recursos individuales, siguen siendo el único "tema
público" y el exclusivo objeto de "interés público".

LA COMPULSIÓN CONVERTIDA EN ADICCIÓN.


Buscar ejemplos, consejo y guía es una adicción: cuanto más se
hace, más se necesita. Todas estas adicciones destruyen la
posibilidad de estar satisfecho alguna vez. Incluso si alguno funciona
de la manera esperada, la satisfacción que produce es de corta
duración, ya que en el mundo de los consumidores las posibilidades
son infinitas, y es imposible agotarlas. Las recetas para lograr una
buena vida y los recursos que plantean tienen "fecha de
vencimiento", pero casi todos son descartados antes de esa fecha,
disminuidos, devaluados y despojados de sus atractivos por la
competencia de ofertas "nuevas y mejores".

En la carrera del consumo la línea de llegada avanza más rápido que


el consumidor. Sin embargo, lo que importa al consumidor es “seguir
en carrera”. Esto se convierte en la verdadera adicción. Seguiremos
en carrera mientras compremos. No sólo hacemos nuestras
compras en comercios, supermercados o tiendas departamentales,
también compramos en la calle y en casa, en el trabajo y en el ocio.
“Ir de compras” no atañe solamente a la comida, los zapatos, los
autos o el mobiliario. La interminable búsqueda de nuevos y mejores
ejemplos y de recetas de vida es otra variedad de salida de
compras, por cierto muy importante. Salimos a "comprar" la
capacitación necesaria para ganarnos la vida, la imagen que nos
convendría usar y el modo de hacer creer a los otros que somos lo
que usamos, las maneras de conseguir nuevos amigos, de atraer la
atención y maneras de ocultarnos del escrutinio. Salimos a
"comprar" los recursos necesarios para hacer más rápido lo que
tenemos que hacer y las cosas destinadas a llenar el tiempo libre.
Salimos a "comprar" los alimentos más exquisitos y la dieta más
efectiva para librarnos de las consecuencias de haberlos comido.

El consumismo de hoy no tiene como objeto satisfacer las


necesidades. El deseo es el único objeto, un objeto constante,
condenado a seguir insaciable. El deseo vincula el consumo con la
autoexpresión, el gusto y la discriminación. En este sentido, el
individuo se define por sus posesiones. Así como la "necesidad" fue
descartada y reemplazada por el deseo, ahora al deseo le toca el
turno de ser desechado. El "anhelo" su reemplazo: completa la
liberación del "principio del placer", eliminando los impedimentos del
“principio de realidad”.
EL CUERPO DEL CONSUMIDOR.
La sociedad posmoderna considera a sus miembros primordialmente
en calidad de consumidores, no de productores. Esa diferencia es
esencial.

El hombre de la posmodernidad no es productor, sino consumidor.


Como productor tendrían que mantenerse entre el piso (lo esencial y
necesario para vivir) y un techo (aquello que mejora la calidad de
vida), sin pasarse del límite porque incurriría en lujos, siendo esto un
pecado. En cambio, la vida del consumidor está guiada por la
aparición de deseos cada vez mayores y por los volátiles anhelos, y
no por reglas normativas que someten al productor: el límite es el
cielo.

La idea de "lujo" no tiene demasiado sentido, ya que el punto es


convertir el lujo de hoy en la necesidad de mañana, y reducir al
mínimo la distancia entre "hoy" y "mañana". El hombre de hoy debe
“estar listo”, debe “estar enterado” de las cosas nuevas que invaden
el mundo. Ante la avalancha de cosas nuevas, de nuevas
sensaciones, el hombre debe estar actualizado.

En la actualidad, la sociedad moderna vende a sus individuos el


“estar en forma”, utilizado como sinónimo de “salud”. Ambos
términos aluden al cuidado del cuerpo, al estado que uno desea
lograr para su propio cuerpo y al régimen que el propietario de ese
cuerpo debe seguir para cumplir ese anhelo. Más allá de esto, no son
sinónimos. La salud y el “estar en forma” pertenecen a dos
discursos muy distintos y aluden a dos preocupaciones muy
diferentes:

La salud traza y protege el límite entre "normal" y "anormal”; es


el estado correcto y deseable del cuerpo y el espíritu humanos.
Se refiere a una condición física y psíquica que permite satisfacer
las exigencias del rol que la sociedad dispone y asigna -y esas
exigencias tienden a ser constantes y firmees-, "Estar sano"
Estar en forma, por el contrario, es un estado que, por su
naturaleza, no puede ser definido ni circunscripto con precisión.
Estar en forma significa tener un cuerpo flexible y adaptable,
preparado para vivir sensaciones aún no experimentadas e
imposibles de especificar por anticipado. Se refiere a la capacidad
de romper todas las normas y dejar atrás cualquier estándar
previamente alcanzado. Finalmente, es una experiencia
subjetiva, atravesada sensaciones y sentimientos abstractos
vividos de diferente manera por cada persona. El esfuerzo por

Sin embargo, en la modernidad “líquida” la salud se ha convertido


en una asociación de posibilidades indefinidas e infinitas, lo que lo
ha tornado vacilante y frágil. Lo que ayer se consideraba normal y
satisfactorio hoy puede resultar preocupante y hasta patológico, y
requerir una cura. La idea de "enfermedad", antes claramente
circunscripta, se vuelve cada vez más vaga y brumosa: en vez de
definir un acontecimiento excepcional, con un principio y un fin,
tiende a ser considerada un permanente acompañamiento de la
salud. La enfermedad es hoy una amenaza siempre presente:
requiere constante vigilancia y hay que combatirla día y noche, los
siete días de la semana. El cuidado de la salud se convierte en una
guerra incesante contra la enfermedad.

Y, finalmente, el significado de "un estilo de vida saludable" no


queda quieto. El concepto de "una dieta saludable" cambia con tal
rapidez que no da tiempo a que ninguna de las dietas simultánea o
sucesivamente recomendadas pueda demostrar efectividad. Los
alimentos que se creían buenos para la salud o inocuos son
declarados nocivos a largo plazo, antes de que sea posible
experimentar su influencia benéfica. Incluso algunos tratamientos
para curar ciertas enfermedades terminan resultando riesgosos y
provocando nuevas enfermedades.
De esta manera, el cuidado de la salud se vuelve similar al esfuerzo
por estar en forma, igualmente insatisfactorio, de dirección incierta y
generador de una profunda sensación de ansiedad.

LA COMPRA COMO RITO DE EXORCISMO.


Se podría suponer que los temores que acosan al "dueño del
cuerpo", obsesionado por estar en forma, impulsarían a la cautela y
a la circunspección, a la moderación y a la austeridad, actitudes
totalmente fuera de sintonía con y desastrosas para la lógica de la
sociedad de consumo.

En suma, hay razones más que suficientes para "salir de compras".


Cualquier explicación reduccionista de la obsesión de comprar y
cualquier intento de limitarla a una sola causa serían erróneos. La
compulsión a comprar convertida en adicción es una encarnizada
lucha contra la aguda y angustiosa incertidumbre y contra el
embrutecedor sentimiento de inseguridad. Los consumidores están
corriendo detrás de sensaciones -táctiles, visuales, olfatorias-
placenteras, o tras el deleite del paladar augurado por los coloridos y
centelleantes objetos exhibidos. Pero también tratan de escapar de
la angustia causada por la inseguridad. Por una vez quieren estar
seguros, y la virtud que encuentran en los objetos cuando salen de
compras es que en ellos hallan una promesa de certeza.
El recurrir a las compras compulsivas se vuelve un ritual cotidiano,
una especie de exorcismo a partir del cual el individuo pretende huir
de la angustia que genera la falta de certezas y la inseguridad. Sin
embargo, lo más importante, lo que permite que el juego siga -a
pesar de su evidente inconclusión y de su falta de perspectivas de
un final-, es la cualidad maravillosa de los exorcismos: son efectivos
y gratificantes, no tanto porque consigan disipar los fantasmas, sino
por el simple hecho de ser llevados a cabo. Mientras el arte del:
exorcismo siga vivo, los espectros no serán invencibles. Y en la
sociedad de consumidores individuales, todo debe hacerse
individualmente, por uno mismo.
LIBRES PARA COMPRAR…O ASI PARECE.
La gente de nuestra época sufre por no ser capaz de poseer el
mundo completamente. Ilusión o no, tendemos a ver las vidas de los
otros como obras de arte, por lo que nos debatimos por lograr lo
mismo: "todo el mundo trata de convertir su vida en una obra de
arte". Esa obra de arte que queremos moldear se denomina
"identidad".

La búsqueda de identidad es la lucha constante por detener el


flujo, por solidificar lo fluido, por dar forma a lo informe. Es decir, nos
envolvemos en algo sólido y, en apariencias, estable, pero en
nuestro interior el “fluido” sigue su curso, no se detiene nunca. La
construcción de la identidad nunca termina, se prolonga a lo largo
de la vida de la persona. Así, siempre hay necesidad de una prueba
más, y esos sucesivos intentos sólo se concretan aferrándose
desesperadamente a cosas sólidas y tangibles, que prometen
duración.

Las identidades únicamente parecen estables y sólidas cuando se


ven desde afuera. Cuando se las contempla desde el interior, toda
solidez parece frágil y vulnerable. Las identidades se mantienen
estables a través de la fantasía que permite al hombre “probar”
roles e imágenes, sin responsabilizarse, ni sufrir consecuencias.
Nuestras identidades están marcadas por la volatilidad e
inestabilidad que nos lleva a “ir de compras” para elegir las
identidades…o eso parece. La identidad "única" e "individual" sólo
puede tallarse en la sustancia que todo el mundo compra y que
solamente puede conseguirse comprándola.

Configuramos y construimos nuestras identidades a partir de lo que


los medios masivos de comunicación nos ofrecen. Las pantallas,
con sus fantasías y vidas de sueño, empequeñecen la vida vivida, la
vuelven irreal.

“La vida moderna está tan completamente mediada


por imágenes electrónicas que no podemos evitar
responder a otros como si sus acciones -y las nuestras-
fueran filmadas y transmitidas simultáneamente a un
En las sociedades de la posmodernidad, tal como ocurrió con las
cosas, la solidez de la identidad se diluyó. Los objetos durables
fueron reemplazados por los destinados a ser descartados
inmediatamente. De alguna manera, el capitalismo entregó las
personas a los productos y no al revés; es decir, el carácter y la
sensibilidad de las personas se adaptan a los productos y las
experiencias que ofrece el sistema capitalista. En un mundo de
constantes cambios, las personas cuentan con cierta flexibilidad
para adaptarse rápidamente a las nuevas situaciones.

En este mundo posmoderno, las identidades son constantes


oscilaciones entre el “yo interior” y el exterior. Las identidades
reveladas en los chat-shows se vuelven inauténticas, los relatos
biográficos no son considerados del todo veraces. Lo único que
parece importar es la aceptabilidad pública de las figuras que
aparecen en los medios.

En el proceso de construcción de la identidad lo único que importa


es la “libertad” de los consumidores. La elección del consumidor es
ahora un valor por derecho propio; la actividad de elegir importa
más que lo que se elige, y las situaciones son elogiadas o
censuradas, disfrutadas o castigadas según el rango de elección
disponible. El rango de oportunidades es infinito y amplio hasta el
punto que la actividad de elección está condenada por el riesgo que
genera la incertidumbre, el “no saber qué elegir” en medio de tantas
posibilidades. En esta tarea de elegir importa más el acto de elegir
que lo que se elige o el final al que nos conducen las elecciones de
hoy.

Este acto de elegir hace más delgada la línea entre ricos y


pobres. En una sociedad sinóptica de adictos
compradores/espectadores, los pobres no pueden desviar los ojos:
no tienen hacia dónde desviarlos. Cuanto mayor es la libertad de la
pantalla y más seductora es la tentación que provocan las vidrieras,
tanto más profunda se vuelve la sensación de empobrecimiento de
la realidad. Cuanto más numerosas parecen ser las opciones de los
ricos, tanto menos soportable resulta para todos una vida sin
capacidad de elegir.

DIVIDIDOS, COMPRAMOS.
En estas sociedades de adictos al consumo, la libertad adquiere otro
significado: refiera a la posibilidad de acceder a todas las
oportunidades. Esto ejerce sobre los involuntarios marginados un
efecto mucho más devastador que sobre aquellos para quienes esa
libertad fue creada.

La libertad de considerar la vida como una salida de compras


prolongada significa considerar el mundo como un depósito de
productos de consumo, debido a la profusión de ofertas tentadoras
que hacen que los productos sean rápidamente descartados por
otros. Los clientes con recursos pueden desechar las pertenencias
que ya no desean y conseguir las que desean. “Tener recursos”
significa tener libertad de elegir, pero, también, tener libertad de
soportar las consecuencias de las malas elecciones.

La movilidad y la flexibilidad que caracterizan a la vida del tipo


"salir de compras" no son vehículos de emancipación sino más bien
instrumentos de redistribución de libertades. Son valores
ambivalentes que tienden a generar reacciones incoherentes: con el
exceso de oportunidades, crecen las amenazas de
desestructuración, fragmentación, desarticulación e individualidad.
Se convierte en fuente de conflicto y actúa como disparador de
impulsos incompatibles entre sí. Como esa tarea, que nos compete a
todos, debe ser llevada a cabo individualmente y en condiciones
muy distintas, divide las situaciones humanas e insta a una
competencia despiadada, en vez de unificar una condición humana
que tienda a generar cooperación y solidaridad.

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