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Cátedra: Homilética II
Trabajo:
1. El consejo de diáconos
Cuando el ministerio del pastor está desgastado, lo mismo sucede a los demás. La mayor
trampa en que puede caer un predicador es pensar que sus habilidades le bastan para
tener éxito. Para mantener la llama en la predicación, hay que renovarse, seguir creciendo
y aprendiendo, porque el ministerio no es una carrera de 100 metros, sino un maratón. Es
importante rodearse de personas que ayuden a apuntalar la labor ministerial.
El predicador debe dedicar mucho tiempo al estudio y la preparación del sermón, puesto
que es su principal función junto con la oración (Hch. 6:2-4); mientras más tiempo lleve en
el ministerio, más debe disciplinarse, a fin de predicar con frescura y vitalidad, porque el
enemigo intenta distraer al pastor con miles de “cosas buenas” que le roben tiempo. Todo
lo que hace el predicador debe desembocar en la predicación, dándole recursos y energía,
por lo que es importante organizar la vida y trabajo en torno a ello. El predicador no está
para agradar a la congregación, sino a Dios.
No solo se debe tener la Palabra de Dios en alto concepto, sino que también se la debe
estudiar diligentemente, y para no presentar a la gente una acumulación de información
exegética inútil, debe prepararse cuidadosamente el sermón. De esta manera, al
entregarlo a la congregación (con una oratoria adecuada), será tomado por ella. Es
importante empezar la preparación temprano (los lunes) y con una organización clara,
para no experimentar un círculo vicioso de tensión por falta de preparación (produciendo
crisis nerviosas y colapsos). La exégesis temprana evita caer más tarde en la eiségesis,
ayudando a sumar información reservada cada día, para canalizarla el domingo. Para no
perder tiempo pensando en qué predicar cada semana, es bueno organizar series de
sermones con antelación (de un año si es posible), organizando pasajes consecutivos de
acuerdo a su estructura natural o flujo, y haciendo un esquema para ello, que indique:
Fecha, Escritura, Tema, Ideas clave e Himnos.
5. Redima el tiempo
6. Un día en la vida
7. Rifles y escopetas
El sermón no debe ser una serie de ideas dispersas y que apunten hacia cualquier lado,
sino un conjunto armonioso de pensamientos que, al igual que un rifle calibrado, apunten
a un blanco certero, a un propósito definido y claro. El predicador debe evitar pecar
predicando por “asociación de palabras”, es decir, sacando de contexto una palabra de un
texto, para así irse por la tangente y explicar su propio pretexto, conduciendo a: errores
teológicos, mal estudio de las Escrituras y desdén hacia ella y su autoridad. La idea
principal del sermón debe ser siempre la idea principal que transmite el texto, el cual debe
estudiarse hasta descubrir que es lo que el Espíritu Santo quiso decir y dijo allí; al
descubrirlo, debe escribirse claramente el propósito del pasaje (destino), al cual se llega
utilizando la estructura del mensaje (vehículo).
Jesús enseñó con aforismos (133 armonizando los Evangelios) que definen el propósito,
por lo que usarlos es imitar al Maestro para comunicar el sermón con excelencia. Un
aforismo es “una frase breve y aguda que expresa una verdad o precepto; máxima o
adagio.” Los aforismos permiten enfatizar una verdad particular y separarla, para hacerla
fácil de memorizar y recordar. La meditación en los versículos bíblicos permite al
predicador elaborar los aforismos adecuados para cautivar al oyente.
9. Los ronquidos de Jonás
A la hora de predicar, hay que hacerlo con vivacidad, intensidad, buscando palabras
adecuadas, describiendo de la mejor manera los pensamientos; hay que cautivar a las
personas con el mensaje, ser interesante, hacerles meterse en lo planteado, y no ser
aburrido. Hay que utilizar todas las herramientas de la comunicación para ello.
Es importante que el pastor le diga “no” a muchas buenas obras que tienen buenas
intenciones, porque de lo contrario lo sacarán de su verdadero trabajo, el cual Dios le
encomendó: estudiar y predicar. El predicador debe esforzarse en pensar aforismos
adecuados para cada mensaje, evitando caer en las repeticiones; a veces, incluso los
clichés de la industria pueden serle una herramienta útil. Es importante notar que, cuando
la predicación de una iglesia es superficial y de mala calidad, los creyentes piden
consejería por cualquier cosa; en cambio, cuando la predicación es firme e inspiradora, no
necesitarán consultar cada detalle de sus vidas con el pastor.
Para darle una buena estructura al sermón, es necesario que la mente esté descansada de
la exégesis. Primeramente, hay que arreglar las ideas claves de forma clara y lógica,
sacando lo mejor de las notas. La variedad es buena a la hora de estructurar, porque con
el tiempo despierta la curiosidad de la congregación y hacen atractivos los mensajes, que
pueden ser textuales, expositivos, temáticos, doctrinales, narrativos, históricos o
biográficos, que deben ser adaptados según el contexto y las personas que vayan a
escuchar el mensaje. Los bosquejos deben ser sencillos, lógicos, razonables, fáciles de
seguir y fluidos, al punto tal de que el predicador no esté maniatado a sus notas, sino que
pueda recordar los puntos principales y transmitirlos con armonía. A partir de ello, la
estructura puede ser: pregunta-respuesta, proposiciones comunes, proposiciones
antitéticas, etc.
Hay que hacer pensar a las personas mientras se predica, para evitar la dispersión mental;
en esto, las preguntas son un gran recurso: Jesús mismo las utilizó (hay 237 en los
Evangelios). La pregunta provoca el auto-examen o introspección, y penetra en el corazón
más que las afirmaciones, haciendo que las personas reflexionen; asimismo, sirven para
enfatizar verdades proclamadas y reafirmarlas, o para afirmar algo retóricamente. Las
preguntas crean un diálogo mental entre el predicador y el oyente. El mismo efecto puede
lograrse con adivinanzas, rompecabezas, proverbios, enigmas, etc. Muchas veces estos
recursos se encuentran en la Palabra de Dios misma, y pueden presentar aparentes
contradicciones en la Escritura, las cuales el predicador debe resolver para que el oyente
sea edificado. Para no estar inseguro a la hora de predicar, el pastor debe ser un buen
teólogo, y debe mantenerse estudiando para comprender más cabalmente el mensaje de
la Biblia.
La iglesia actual necesita una predicación inspirada, por tanto, todos aquellos que estén
siendo fieles al mandato de dar a conocer todo el Consejo de Dios, deben transmitirlo a
otros, entrenarlos en el arte de la predicación, para que más ministros ejerzan
correctamente sus dones y más congregaciones sean edificadas por su labor.
El predicador no debe estudiar solo para predicar, sino que debe cultivar el hábito de
llenarse de las riquezas de la Palabra de Dios, y rebosar de ello al compartir con la
congregación. Ser perezoso y poco diligente en el estudio de las Escrituras conduce a una
predicación superficial y sensacionalista, que no alimenta al creyente. Dios el Espíritu
Santo nunca premia la pereza, no derrama su poder donde no hay responsabilidad
humana. El predicador tampoco debe ser frío y poco entusiasta al compartir el sermón,
sino que de todo su ser debe brotar teología al rojo vivo, debe ser un erudito apasionado.
El predicador debe preparar primero su corazón en oración, para después preparar el
sermón con poder. Es importante orar por el ministerio de otros predicadores, para evitar
la vanidad, el orgullo y la envidia. Por último, el predicador debe leer devocionalmente la
Escritura, a fin de que su alma esté llena del Espíritu, y suba ungido al púlpito a predicar.
Para no ser repetitivo y quedarse sin nada que decir, el predicador debe permanecer
estudiando en todo su ministerio. Las tres “R” de la predicación son: recordar (mismo
contenido, pero de diferente forma), repetir (un pensamiento clave en el mismo sermón
palabra por palabra, expresado varias veces, con buen material y orden estructural; la
conclusión debe ser la repetición más poderosa, sin caer en lo mediocre) y reiterar (decir
lo mismo pero de muchas formas y con palabras diferentes; las ilustraciones son formas
de reiterar). Se debe trabajar duro en el sermón para hacer esto adecuadamente. Como
pastores y maestros, nunca debemos olvidar que Dios jamás nos abandonará; el mismo
que dijo “no temas”, es el que nos sustentará hasta el fin.
La ilustración ilumina, esclarece y adorna el sermón; es como las ventanas de una casa. Las
ilustraciones ingeniosas surgen en los momentos más inesperados y a veces más
inoportunos, por lo que es importante tener donde anotarlas para utilizarlas en el
momento adecuado. Un peligro frecuente es el de usar ilustraciones por el mero hecho de
hacerlo, cuando en realidad no esclarecen nada en el mensaje. Es importante tener un
archivo ordenado para las ilustraciones, e ir asignándolas armónicamente con los
sermones a predicar. Las ilustraciones se las busca observando.
La predicación no debe ser nebulosa, sino que el recorrido de ella debe ser claro para las
personas que la oyen. Desde el principio, el predicador debe ir aplicando su mensaje, para
que le sea claro a la congregación, y no queden abrumados de información exegética; esto
permite que todos estén atentos y saquen provecho del sermón dado por el pastor, ya
que ven un provecho para sus vidas, algo que puede transformarlas y hacerlas avanzar.
La predicación debe hacerse en segunda persona, para que el impacto en el oyente sea
mayor; el predicador es un mensajero de parte de Dios, y habla con la autoridad dada por
Él, por lo que cuando predica debe ser certero al corazón del oyente, transmitiendo poder,
precisión, urgencia y firmeza. El hecho de que el predicador sea también un pecador no lo
inhabilita para confrontar el pecado en los demás, puesto que Dios lo ha comisionado
para eso. Grabar las predicaciones y luego escucharlas críticamente es una buena técnica
para mejorar en el área. Es bueno utilizar las introducciones como una escopeta que
dispara hacia todos lados, y las conclusiones como un rifle que apuntan a un solo lugar;
esto ayudará a que el sermón tenga un alto impacto en las vidas de las personas. Del
mismo modo, se debe tener en cuenta el mantener un equilibrado contacto visual con la
congregación, y utilizar la voz apropiadamente en cada parte del sermón para ser
interesante y no aburrir.
Los siervos de Dios pueden estar seguros de que cuando oran, trabajan duro y confían en
el poder del Señor, los resultados se producirán tarde o temprano, porque Dios es fiel.
Cuando el predicador tiene un encuentro con Cristo cada semana, eso se transmite los
domingos desde el púlpito a las demás personas en la congregación. Es crucial el contacto
que el predicador tenga con los miembros, porque de ello surgirán aplicaciones en los
mensajes que ayuden a las personas en su camino espiritual. Cuando un pastor obedece lo
que Dios le manda hacer, el Espíritu guía también a los miembros a hacer su parte.
Los pastores deben aprender que la muerte es algo cercano a todo ser humano, y una
experiencia inevitable. Por tanto, es importante estar preparados para esos momentos,
sabiendo dar consuelo a los endechados, y meditando también en lo transitorio que es el
pasar del hombre por esta tierra, enfocándose así en la eternidad.
Todo lo que aprendemos, debemos procurar transmitirlo a otros, a fin de que haya cada
vez más predicadores entrenados para proclamar fielmente todo el Consejo de Dios.
Asimismo, siempre hay que recordar 4 cosas básicas acerca del ministerio de la Palabra;
estas son: el llamamiento, el estudio, el propósito y la composición del bosquejo. La
planificación y el apoyo mutuo con otros predicadores es de gran ayuda para mejorar la
propia predicación.
Conclusión