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Atentado a la cultura

“La plaga del plagio”


DANIEL LUJAN

Últimamente, la mísera plaga del plagio ha vuelto a azotar y afligir el universo de las letras. Escritores,
lectores, diarios, periodistas, subestimados por este arte poco creativo de tomar prestadas frases ajenas para
desvirtuar esencialmente la naturaleza creadora del ser que las agrupa y las nombra.
Conforma un delito, un engaño, una simulación. Más allá de las palabras, de su infinita capacidad para
transmitir sensaciones, más allá del sonido que se tiñe de voz, existe la vanidad, el deterioro del hombre-
escritor, que padece también los límites de su sangre, de sus huesos.
Se ha planteado actualmente una crisis entre posturas que niegan su existencia o la justifican y otras que la
repudian. Al margen de la opinión que se adopte, se ponen en peligro valores mucho más caros a esta
realidad, no existe duda que su práctica es concreta, pero los límites a la creación, los legados, los
préstamos, ¿hasta dónde se permiten?
¿Y el lector? ¿Alguien por un minuto se ha puesto a pensar en él?
No me miren a mí, yo no tengo las respuestas, pero puedo acercarles una ínfima visión del tema.
Ya en 1869 la Real Academia Española incorporó éste término, definiéndolo como el acto de copiar en lo
sustancial obras ajenas, dándolas como propias. Se presenta más bien como una actividad material muy
poco intelectual y menos creativa, carente de toda originalidad, aunque se aporte, de hecho, cierta
manifestación de ingenio. Existe concretamente un aprovechamiento del esfuerzo creador del otro.
Se habla de producto literario como consecuencia de la labor o poder creativo. Pero es necesario resaltar
qué es crear.
El hombre crea cuando innova en lo existente, en el modo de ser de las cosas, agregando alguna cualidad
novedosa en ellas, algo que estaba desde luego en potencia pero que aún no se había manifestado,
la creación humana consiste precisamente en ese descubrimiento.
Es decir que, la creación implica la preexistencia de elementos comunes en los cuales se apoya un texto,
una obra; sin embargo, lo más importante es la novedad que implican ésas ideas acomodadas de una
manera particular.
El tema del plagio se ha potenciado por la multiplicidad informativa de la internet, donde escapa al
pensamiento y a la razón humana, la posibilidad de imaginarse el vuelo que realiza la palabra una vez
apretado ese suave click del mousse.
Una discusión se ha planteado, además, en el seno de los escritores en virtud de determinar la existencia
concreta o no de una copia burda. A esto se le suman opiniones verdaderamente desconcertantes como la
de Wolfgang Kayser, en ‘Interpretación y análisis de la obra literaria’ (Editorial Gredos, Madrid, 1981,
páginas 73 y 74), quien sostiene: ‘Si toda adaptación de un asunto hubiera de considerarse plagio, casi no
habría un solo poeta limpio de este crimen. Y si, como hizo Albrecht (en su obra ‘Lessing’s Plagiate’), se
toman en cuenta todos los empréstitos de ideas y lenguaje, todos somos plagiarios. Ciertamente, no siempre
es fácil determinar cuándo se sobrepasa el límite de los préstamos y adaptaciones permitidas y comienza el
terreno vedado’. Pero plagiar es grave, no en vano el origen remoto de la palabra invoca ésa gravedad. Lo
explica Niceto Blázquez diciendo: “Plagio es un derivado del latino ‘plagium’ y que evoca la idea de la
‘plaga’ o pena del látigo con que se condenaba a los que habían vendido un hombre libre como esclavo.»
Siguiendo con aquel delgado hilo de opinión muchos sostienen que “a partir de la Biblia todo es plagio”,
posición por demás extremista y que no ayuda a resolver el tema en cuestión. Lo cierto es que, sin entrar a
realizar un análisis jurídico del tema, la mayoría concluye en la necesidad del respeto mutuo a través de
ciertos principios éticos que no deben dejarse de lado al momento de sumergirse en el maravilloso mundo
de las letras. Por demás, entiendo que este libre albedrío que nos ubica
a los escritores merced a un abanico de posibilidades creativas, la originalidad del texto no está
circunscripta a ideas que pueden ser comunes, sino a la forma de expresarlas. No es concebible aceptar dos
ideas similares planteadas de igual manera. Ahí se está plagiando.

El mismo Jorge Luis Borges en su Prólogo de “El otro, el mismo” escribió: “El escritor –llamémosle así-
Alberto Hidalgo señaló mi costumbre de escribir la misma página dos veces, con variaciones mínimas.
Lamento haberle contestado que él era no menos binario, salvo que en su caso particular la versión primera
era de otro.”
El plagio implica también la modificación del texto original, intercambiando párrafos o modificando
palabras, de allí el nacimiento de la paráfrasis –cómplice de aquel-, consistente en decir lo mismo pero con
distinto lenguaje. Aquí se denota una astucia por camuflar una idea impropia, decorándola de tal manera –
por medio de un ardid engañoso- que parezca otra idea totalmente desvirtuada –en apariencia- de la
original.
Ha dicho la Corte de Casación de Roma: “La obra del espíritu está protegida por la ley en tanto ella sea
original; una obra debe ser tenida por original cuando ella presenta un contenido de novedad, pero no de
novedad absoluta, atento a que toda creación artística implica la utilización de elementos preexistentes,
pertenecientes al patrimonio común, y que, en tales condiciones, basta que el artista haya sabido
organizar esos elementos de una manera nueva, imprimiéndoles el sello característico de su
personalidad” .
Aquí se han establecido, en principio, los límites a la creación, apoyados sobre la conciencia de pertenencia
de ideas a la sociedad en general y no a un individuo en particular. Lo novedoso consiste en el modo de
acomodar esos elementos, que ya se encontraban presentes, sólo que cada uno recepciona lo extrínseco
traduciéndolo con palabras propias de su género y no traicionando su lenguaje.
Es decir, que en el texto inequívocamente existirán elementos naturales y elementos accidentales. Los
primeros refieren a la idea pura, concebida por la sociedad y mantenida en el tiempo. Los segundos,
corresponden al autor, le son propios y nos brindan una visión acercada de su manera particular de sentir la
realidad. Platón decía que la belleza era el resplandor de la verdad. Esto es, cuando la verdad se desnuda, se
devela, la belleza se nos presenta irremediablemente real.
No siempre ésta belleza es auténtica, sino más bien un cúmulo de premisas cobardes y mezquinas que
sugieren una manera parasitaria de crear a través del otro. Se toman preceptos, ideas, palabras, sensaciones
ajenas y absolutas que se manifiestan con la más torpe deshonestidad intelectual.
Sin embargo, existen muchos casos donde el permiso del autor conforma una excepción al hecho ilícito de
copiar un texto ajeno. La cita conforma ésta restricción. Es la facultad que tienen los autores de incorporar
a su obra pasajes breves de otras obras con el propósito de hacer más entendible la propia o para referirse a
la opinión de otro autor.
Citar significa mencionar, y en estos términos se refiere a mencionar a otra obra y a su autor. Lo uno y lo
otro en forma consecutiva. Este derecho requiere que la cita sea fidedigna, es decir, que transcriba la obra y
mencione a su autor de manera que pueda ser consultada respetando el nombre y la idea de éste. Está
permitido tomar parte de obras ajenas para realizar notas, críticas o comentarios.
En definitiva, más allá de la marginación de las palabras en textos vacíos, entramos en una cuestión mucho
más moralista que constructiva. En el plagio existe una manifiesta mediocridad como artista, carente de
cualidades culturales que conviven con la más absoluta mentira.
Implica, como se dijo, una actividad ausente de principios, un hábito oscuro y triste que pone en tela de
juicio los valores primitivos del ser humano.
Sin embargo la peor parte se la lleva el lector, que consume la más voraz de las traiciones.
Sufre este engaño, lo padece. Pero aquí entramos en otro tema muy distante del discutido: no debiera
llamarnos la atención que exista el plagio, debiera más bien llamarnos la atención que no se descubran
muchos de ellos. En definitiva, es más una cuestión de educación, de formación.
Esta infidelidad, esta misma mentira prolongada en el tiempo por muchos escritores que han elegido el
camino más corto, merece el más severo reproche social. Al fin y al cabo, la traición alcanza también al
mismo escritor, que cercena su facultad creadora suprimiéndola por el mecanismo pobre de tomar lo escrito
por otros. Algo lamentable en esencia y lastimoso de conciencia.

DANIEL LUJAN
daniellujan@yahoo.com.ar

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