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EL PROBLEMA DE LA INFANCIA
«La criatura con todos los sentidos ve lo abierto, lo cual quiere decir
ya que no lo “ve” como nosotros, para quienes ver es ya de suyo
contraponer, objetivar. Si se nos permite, la criatura no “ve” el
mundo, sino que lo sensifica, pues sus sentidos no son sino una
acomodación espontánea del interior con el exterior» (56:1966).
«Rilke entiende por criatura todo ser vivo en su estado originario, no
sometida al pecado adánico de la ciencia del bien y del mal. En ella
no hay dualidad, vive pura y sencillamente, es decir, vive al unísono
con la naturaleza, inserta en ella, identificada en ella, en pura
presentidad, indiscontinuamente. Interior y exterior son dos
categorías diferenciadoras, válidas únicamente para el ser humano»
(56:1966).
«El monismo que Rilke persiguió tenazmente buscando la
coincidencia de todas las oposiciones, le lleva a esta concepción
pesimista del hombre. La libertad que el hombre se atribuye con
orgullo como patrimonio suyo, escinde y pone en conflicto con todo
lo originario» (56:1966).
«Estas consideraciones nos parecen necesarias para la plena
inteligencia del texto, porque ese “estar” fuera ―y Rilke subraya la
forma verbal “ist”― es válido tan solo para el animal, no para
nosotros, que estamos como invertidos, es decir, de espaldas, como
en el mito de la caverna platónica» (56:1966):
«El estar fuera es para nosotros una escisión, para el animal una
“unio”. Esa manera de estar fuera del animal, que es una manera de
estar fuera y dentro al mismo tiempo, nosotros no la podemos captar
sino en virtud de una intuición en la “faz del animal” (56-57:1966).
«[…] pues su esencia no están sólo la de mirar en lo abierto, sino
estar en lo abierto, como se desprende además por esa expresión
“con todos sus ojos”» (57:1966).
«Ahora bien, cualquiera que sea la interpretación filosófica que
quiera darse al texto, es evidente que la octava elegía está
impregnada de fuerte acento cristiano» (57:1966).
«La octava elegía, como todas las demás, es de inspiración cristiana,
y no hay que darle vueltas. Y el Dios del que Rilke habla aquí es, sin
el menor género de dudas, el Dios cristiano» (58:1966).
«Y el amor por las criaturas procede de San Francisco, a quien Rilke
veneraba con especial predilección» (58:1966).
«Rilke se mantiene con bastante fidelidad dentro de esta imagen
agustiniana. Pero lo que para San Agustín es una falsa posición que
puede ser corregida mediante una retrospección interior, Rilke lo
convierte en algo esencial del hombre, si bien deja entrever que
semejante posición viene favorecida por la educación, pues ya al niño
de tierna edad lo ponemos de espaldas y le forzamos a mirar
retrospectivamente el mundo de las formas, es decir, “el mundo
interpretado”. Acaso esta crítica de Rilke a la educación no sea ajena
tampoco a la que hace San Agustín de la cruel educación de su
tiempo, en el primer libro de las Confesiones» (59:1966).
«Pero si la posición en que el hombre está colocado, o fue colocado,
consiste en estar como de espaldas a sí mismo, y, por tanto,
imposibilitado para mirar a lo abierto, entonces la verdadera tarea
estribará en desandar lo andado, en una especie de desvivirse de
todo aquello que impida o perturbe la marcha hacia lo abierto,
mediante una aptitud de infinita entrega y acatamiento» (60-
61:1966).
«La descripción minuciosa del desasimiento de las cosas temporales,
tal como aparece aquí en estos pasajes de San Agustín y de Rilke,
implica también un análisis previo de las causas que impiden o
retrasan dicho desasimiento. La principal es la fuerza de la
costumbre» (60:1966).
es bleibt uns die Strasse von getern
und das verzogene Treusein einer Gewohnheit,
der es bei uns gefiel, und so blieb sie und ging nicht (E. I).