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Abstract
Se pretende, asimismo, contrastar la visión clásica del ser humano, anteriormente descrita,
con la visión del sujeto, como “sujeto” de la cultura; es decir, sujeto de un mundo material
y mentalmente simbólico; y también “sujeto” de sí, en alusión al sujeto inmanente al que
alude tanto la experiencia vivencial de algunos grupos humanos de oriente, tal el caso de la
tradición Zen.
Con este ensayo se pretende también establecer relaciones vinculantes entre la tradición de
la antropología filosófica de occidente, particularmente la que introduce Descartes al
plantear por vez primera el tema del sujeto y que después retomaría Husserl desde la
fenomenología y a la que Heidegger habría de otorgarle un sesgo ontológico existencial,
hasta las propuestas del psicoanálisis freudiano y lacaniano en relación al ser humano como
“sujeto” del andamiaje cultural.
Palabras clave: Persona, sujeto, alma, ser humano, antropología filosófica, psicoanálisis.
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Alma y persona: paradigmas simbólicos del sujeto de sí y de la cultura
Con esta ponencia se pretende también establecer relaciones vinculantes, sobre el tema del
alma en la tradición de la antropología filosófica de occidente, particularmente la que se
origina en la antigüedad grecolatina y medieval y que será modernizada por Descartes al
plantear por vez primera el tema del sujeto, paradigma que después retomaría Husserl desde
la fenomenología, y a la que Heidegger habría de otorgarle un sesgo ontológico existencial,
hasta las propuestas del psicoanálisis freudiano y lacaniano en relación al ser humano como
“sujeto de la cultura”; es decir, sujeto de un mundo material y mentalmente simbólico; y
también la propuesta del “sujeto de sí”, en alusión a la comprensión del sujeto que busca
más bien trascender las fronteras de lo simbólico para acceder a lo que de él hay real en sí.
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Porfirio, en su biografía de Pitágoras (Vita Pyth. 19) transmite un testimonio de
Dicaiarcos un alumno de Aristóteles, que resume las enseñanzas de Pitágoras en
estos cuatro puntos:
(1) Que el alma es inmortal.
(2) Que las almas cambian su lugar, pasando de una forma de vida a otra.
(3) Que todo lo que ha sucedido retorna en ciertos ciclos y que no sucede nada
realmente nuevo.
(4) Que hay que considerar todos los seres animados como emparentados entre sí.
Pero esta temática fue objeto de una propuesta de reflexión más específica en la época
clásica de la filosofía griega. Y fue precisamente Sócrates, en el siglo V a.C. el que
categóricamente señaló, contradiciendo incluso creencias míticas fundamentales de la
tradición religiosa y cultural de su época, que uno de los rasgos característicos del ser
humano era el de contar con un daemon propio (una especie de semidios interlocutor entre
lo humano y lo divino) y que asociaba a la idea de alma, y cuya función era la de dar paso
al surgimiento de la conciencia individual y a la búsqueda de la verdad; búsqueda que
como sabemos, en la cultura occidental, desde entonces estaría reservada al cultivo de la
razón particularmente.
Más adelante Platón, quien tuvo grandes acercamientos a la escuela pitagórica, sostendría
su tan conocida propuesta dualista de alma y cuerpo y de donde se terminaría de fincar,
para la posteridad, la idea de “psyche” (que en griego literalmente significa “mariposa”,
“vida” y “alma”) aludiendo a la metamorfosis de una oruga en mariposa (en su
transformación, la oruga, que en principio es un animal rastrero –o sea el ser humano en su
condición mundana y material–, se vuelve crisálida –el ser humano muere– y emerge
convertido en un ser que no sólo deja de estar apegado a la tierra, sino que es capaz de
remontar las alturas: aquí la alusión del cuerpo es fundamental, ya que el cuerpo – o soma–
se entendería como la tumba –o sema– del alma –o psique–; en otras palabras, el alma, para
los griegos, se vería “liberada” con la muerte y perviviría más allá de los límites del
espacio y el tiempo en un proceso de depuración permanente a través de muchas
encarnaciones (en consonancia con la cosmovisión de la escuelas pitagórica); de ese
dualismo darían buena cuenta las tradiciones religiosas posteriores de occidente que se
apropiaron del pensamiento platónico para explicarse a sí mismas.
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Mucho se le debe, pues, a Platón en cuanto a la definición del alma humana en su
correspondencia al cuerpo y mucho dará de qué hablar esta relación dual; sin embargo,
quizá su aporte más grande en este sentido fue el de definir al alma humana o “psique”
como la parte más importante de esa dualidad; y también como la única imperecedera,
como Platón (2001) explicó en su diálogo “El Fedón o del alma” y en otros diálogos más.
Para los fines que persigue esta ponencia, y para efecto de lo que se mencionará más
adelante, es menester asociar al concepto de alma humana, el de “persona”; y sobre todo a
la acepción que del término hizo la tradición occidental hasta nuestros días.
Etimológicamente, según el Diccionario etimológico (2017), el término “persona” deriva
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del latín “persona”, que a su vez fue adoptado del etrusco “phersu” y éste del griego
“prósopon” que designa “máscara” (la máscara que usaban los actores griegos en los
anfiteatros para “representar” un carácter, por una parte; y por otra, “hacerse oír” a través
de un pequeño amplificador, en forma de cono, situado a nivel de la boca).
Una vez hecha esta breve acotación al término “persona”, se puede señalar que es a partir
de los conceptos básicos aportados por la filosofía griega clásica y el neoplatonismo que,
con la participación de san Agustín de Hipona en los inicios del medioevo, se empieza a ver
al ser humano de una forma diferente, al incluirse en la reflexión sobre éste el concepto de
tiempo; es decir, como indicará Isler Soto (2008) en su estudio sobre “El tiempo en las
Confesiones de San Agustín”:
El obispo de Hipona hace una caracterización claramente contraintuitiva del
mismo, sosteniendo la inexistencia real y solamente mental de pasado y futuro, y
real sólo del presente. El tiempo es medida del movimiento. Es, asimismo, obra de
Dios y surge con la creación, no la antecede, por lo que Dios es anterior al tiempo,
aunque no en sentido cronológico. (p.187)
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modernismo cartesiano hasta la fenomenología de Husserl y la visión ontológico-
existencial de Heidegger.
Dando un gran salto en la línea del tiempo, nos ubicaremos ahora en pleno siglo XVII,
donde Descartes hará acopio de la tradición neoplatónica y de la misma tradición
agustiniana para dar cuenta de su versión del alma humana. Pero como buen iniciador del
modernismo en la filosofía, Descartes daría un paso más y centraría su atención en lo que,
tanto metafísica como epistemológicamente, él definiría como las diferentes clases de “res”
o “cosas” que él pudo diferenciar, en tanto objetos de un conocimiento claro y distinto: la
res infinita (Dios), la res cogitans (el ser humano) y la res extensa (todo el universo
mensurable). Pero las indagaciones filosóficas de Descartes, a través de su duda metódica,
le llevarían, por una parte, a establecer esas diferencias metafísicas entre las cosas; como a
dar paso al surgimiento del “sujeto” en tanto eje central de la conciencia reflexiva y de la
misma investigación filosófica; en efecto, Descartes (2010), en la cuarta parte de su
Discurso del método, señalará que:
Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era
necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad:
«yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía
recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba
buscando.
Con ello deja racionalmente demostrado, a través de su duda metódica, que somos esa “res
cogitans”, esa “cosa que piensa” de cuya existencia no podemos dudar porque el pensar
mismo es su manifestación; sin embargo, el genio de Descartes no logró hacer frente a la
pregunta de quién es o cómo es esa res cogitans, sólo demuestra que existe un ente (acaso
espiritual) que hace uso del pensamiento que, repito, vendría a ser tan sólo uno de los
atributos del alma humana. En alusión a este último punto también encontramos en
Descartes una propuesta de resonancias platónico-pitagóricas al tratar de establecer la
forma como, según él, el alma entra en comunicación con el cuerpo a través de la glándula
pineal. Aún quedando en el ambiente la pregunta acerca de qué es lo que caracteriza en
esencia al ser humano en tanto res cogitans, con su aporte Descartes introduce por primera
vez la idea del “sujeto” (ese que piensa) como “objeto” de estudio de la filosofía.
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No sería sino hasta las primeras décadas del siglo XX que Edmund Husserl, a través de su
fenomenología, intentaría retomar la cuestión dejada sin resolver por Descartes y plantearía
la posición del sujeto y su conciencia en el marco de una nueva epistemología, más radical,
que haría, de su distinción del “ego” (yo) y del “ego trascendental” (yo trascendental) otra
importante aproximación a una nueva teoría del ser humano y de su esencialidad. En ese
sentido, Husserl (1996) en sus Meditaciones Cartesianas designará al “ego cogito”
cartesiano como “subjetividad trascendental”, al señalar que:
Al llegar aquí, damos, siguiendo a Descartes, el gran giro que, llevado a cabo de la
manera justa, conduce a la subjetividad trascendental: el giro hacia el ego cogito,
como la base apodícticamente cierta y última de todo juicio, en que hay que
fundamentar toda filosofía radical.(pp-59-60)
Por su parte, Heidegger (2012), discípulo de Husserl, en Ser y Tiempo se aparta de las
indagaciones fenomenológicas de su maestro y le apuesta a una ontología existencial del
Ser-ahí (Dasein). En esta propuesta encontramos un giro más marcado en la búsqueda de
una respuesta por la definición de ese Dasein que somos nosotros. Al igual que el mismo
Descartes, y sus antecedentes neoplatónicos y agustinianos, Heidegger parte de la idea de la
conciencia del tiempo como rasgo fundamental que define a ese ser-ahí (Dasein), que
somos nosotros; ese Dasein, consciente de su finitud, adquiere su “peso ontológico” ante la
inminencia de la muerte y participa de una serie de “existenciarios” que lo definen en su
constitución ontológica y existencial, tales como: el estar “arrojado” a un mundo (tanto en
el aspecto de la ubicación espacial como histórico-cultural); el estar entre cosas a las que
convierte en instrumentos; el vivir en relación con otros seres humanos, etc. Se podría decir
que Heidegger (2012) intenta agotar la definición de ese “ser”, que somos nosotros, como
“Dasein”, pero siempre deja inconclusa la respuesta a la pregunta de quién es,
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esencialmente, ese “ser-ahí” (Dasein) en cuanto persona, como podría inferirse de este
fragmento de Ser y Tiempo:
La persona no es ni cosa, ni substancia, ni objeto. Con esto se pone el acento en lo
mismo que insinúa Husserl cuando exige para la unidad de la persona una
constitución esencialmente distinta de la exigida para las cosas naturales…
Pertenece a la esencia de la persona existir solamente en la ejecución de los actos
intencionales; y así, por esencia ella no es objeto. Toda objetivación psíquica y, por
ende, toda concepción de los actos como algo psíquico, equivale a una desper‐
sonalización. En todo caso, la persona está dada en tanto que ejecutora de actos in‐
tencionales enlazados por la unidad de un sentido. El ser psíquico no tiene, pues,
nada que ver con el ser‐persona. (p.57)
Heidegger parece acercarse un poco más a la aclaración de este misterio cuando habla de
cómo la “angustia” se torna un rasgo distintivo del Dasein, del ser humano, y tanto más
distintivo por cuanto el ser humano se hace consciente de su existencia en la medida en la
que experimenta angustia ante su finitud material, angustia que habrá de enfrentar con
dignidad si ha de merecer lo que Heidegger llamaría una “existencia auténtica” (de nuevo
aquí surge la pregunta de ¿quién es, al final de cuentas, el que encara “auténticamente” la
angustia de su existir?).
Otro de los filósofos que ha desarrollado la temática del alma humana y la persona es el
español Xavier Zubiri. Atendiendo a lo señalado por Paula Ascorra y Ricardo Espinoza, en
su artículo “En cuerpo y alma en Zubiri… un problema filosófico-teológico”, se puede
señalar que Zubiri (2006) hará una nueva lectura de la tradición filosófica de occidente, con
referencia al tema del alma, introduciendo una manera estructural de entenderla, tal y como
se observa en el siguiente fragmento de sus Escritos Menores:
No es que el alma actúe ‘sobre’ el cuerpo o recíprocamente, sino que de un modo
primario, el alma sólo ‘es’ alma por su corporeidad, y el cuerpo sólo ‘es’ cuerpo
por su animidad. Tampoco es una unidad ‘instrumental’. No es que el alma ‘tenga’
un cuerpo o que el cuerpo ‘tenga’ un alma, sino que el alma ‘es’ corpórea y el
cuerpo ‘es’ anímico. Tampoco se trata de un ‘paralelismo’ psico-físico. Porque
todo paralelismo se establece entre dos estados, uno psíquico y otro biológico, cada
uno de ellos completo en su orden; mientras que aquí hay sólo un estado completo,
el ‘estado psico-biológico’. (p.62).
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En adición a lo señalado, Zubiri (2002) realizará también una descripción muy singular de
la relación alma-cuerpo desde el punto de vista de la persona, al indicar que:
El ‘cuerpo’ del hombre no es un cuerpo como lo es un cuerpo físico. En su realidad
concreta es, ante todo, la encarnación de una persona. Desde este punto de vista, la
estructura del hombre en tanto que anthopos es bien compleja. El cuerpo es aquello
que facilita o dificulta y, en todo caso, conforma y modifica la actualización de las
posibilidades de una persona. Es ‘mío’, es mi cuerpo en un sentido bien diferente de
los otros cuerpos. Es mío en el sentido en que (en su concreción última) yo soy el
cuerpo. Se podría tal vez decir: yo soy un cuerpo personal, yo soy una persona
corporal. La naturaleza humana, en lo que tiene de ‘físico’ (en el sentido
etimológico de la palabra) es una natura naturata. Ella es la decantación de mis
posibilidades de existir en el mundo de los cuerpos. (pp. 297-298)
En consonancia con lo anterior, Freud, como sabemos, propuso una singular manera de
entender la topología de la mente humana y señaló algunas claves de su dinámica, y con
ello nos enfrenta de nuevo a la cuestión de quién es ese sujeto, alma o persona que es el
sustrato de su propio funcionamiento mental y el referente ineludible de sus procesos
psíquicos. A partir de sus estudios sobre la histeria, Freud resalta el hecho irrefutable de la
estrecha interacción que hay entre la vida interior, o inmanencia, del ser humano y su
manifestación corporal y con ello inaugura la posibilidad de hablar de esa dimensión
“inconsciente” de la que participa el ser humano y que, en muchos aspectos, lo define (de
manera similar a como podría definirlo su siempre presente perfil genético o su
composición biológica).
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(2017) El malestar en la cultura, éste hace referencia a la manera como la misma cultura
generada por el ser humano se vuelve contra él, en función del control pulsional, generando
culpa (aquí valdría la pena preguntarse: ¿quién ese ese ser que participa de las funciones
metapsíquicas que involucran al inconsciente y a las otras instancias de la mente; el que
genera un mundo simbólico (cultura); el que persigue la satisfacción de sus pulsiones; o el
que experimenta la culpa?)
Por su parte Jacques Lacan, en la lectura que propone de Freud, hace también referencia al
alma tal y como lo señala Esteban Klainer (s.f.) al apuntar que:
El invento freudiano del inconsciente viene a subvertir justamente esta concepción
del hombre. Dice Lacan en Televisión "De hecho el sujeto del inconsciente no toca
al alma más que a través del cuerpo, introduciendo el pensamiento"[1]. El
pensamiento es efecto simbólico. Para el ser parlante es el efecto de la entrada del
lenguaje en el cuerpo el que crea el campo de los afectos, efecto que es de
goce.[2] Entonces, hay una implicación de lo simbólico en el afecto[3].
Lacan en sus escritos y seminarios insistirá que las personas, los seres humanos, en tanto
inmersos en un contexto cultural, somos “sujetos” de ese gran Otro del lenguaje y de la
cultura; es decir, estamos “sujetos” a esa cultura (pero seguimos sin responder a la cuestión
de quién es ese que se ve sujeto a los designios simbólicos de una determinada cultura y de
un lenguaje).
Basten los ejemplos y referencias mencionadas hasta el momento para plantear la cuestión
de la imposibilidad, por parte de la racionalidad del mundo occidental, de dar cuenta, al
menos desde el punto de vista filosófico, de una satisfactoria comprensión de lo que hay
que entender por alma, persona o sujeto. Desde el punto de vista de quien esto escribe, el
lenguaje y las palabras sólo permiten esbozar levemente aspectos relacionados con esa
verdad que nos habita, pero que al mismo tiempo permanece oculta al propio
entendimiento.
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Husserl, la persona que no es ni cosa, ni substancia ni objeto en el Dasein de Heidegger, la
persona encarnada en Zubiri, el sujeto del inconsciente en la metapsicología de Freud, el
sujeto del gran Otro de la cultura en Lacan, etc. son sólo algunos ejemplos de la manera
como se ha tratado de dar cuenta, filosófica o psicoanalíticamente, de ese carácter esencial
del ser humano y que le identifica como origen de todo cuanto en él se hace manifiesto
dentro y fuera de sí.
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Rougemont es por tanto imposible que los occidentales trasciendan el dualismo que reside
en la naturaleza misma de la persona mientras se aferren a su tradición…”(p.36)
Referencias:
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Husserl, Edmund (1996). Meditaciones cartesianas. México: Fondo de Cultura Económica.
Isler Soto, Carlos (2008). “El Tiempo en las Confesiones de San Agustín”. Revista de
Humanidades, vol. 17-18, junio-diciembre, 2008, pp. 187-199 Universidad
Nacional Andrés Bello. Santiago, Chile. Disponible también en:
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=321227236011
Klainer, Esteban (s.f.). “Efectos de las sustancias en el cuerpo”. XVII Jornadas anuales de
la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL). Buenos Aires, Argentina. Recuperado
de:http://www.eol.org.ar/template.asp?Sec=jornadas&SubSec=jornadas_eol&File=
jornadas_eol/017/boletines/011.html
Suzuki, T.D. y Erich Fromm (1964). Budismo zen y psicoanálisis. México: FCE.
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