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SINOPSIS 5
Samhain 31 de Octubre 6
UNO 8
DOS 13
TRES 20
CUATRO 23
CINCO 28
SEIS 31
SIETE 34
OCHO 37
NUEVE 40
DIEZ 43
ONCE 48
DOCE 51
TRECE 54
CATORCE 57
QUINCE 61
DIECISEIS 67
DIECISIETE 70
DIECIOCHO 73
DIECINUEVE 79
VEINTE 86
VEITIUNO 88
VEINTIDOS 92
VENTITRES 99
VEINTICUATRO 102
VEINTICINCO 108
VEINTISEIS 112
VEINTISIETE 116
VEINTIOCHO 119
VEINTINUEVE 122
TREINTA 127
TREINTA Y UNO 130
TREINTA Y DOS 134
TREINTA Y TRES 139
TREINTA Y CUATRO 143
TREINTA Y CINCO 146
TREINTA Y SEIS 154
NOCHE DE ESTRENO. 1 DE NOVIEMBRE. 156
Sinopsis
¿Crees que sabes cómo son las hadas sólo porque te contaron
cuentos sobre ellas cuando eras pequeño? Sólo sumergiéndote en
esta hechizante novela podrás realmente conocer su mundo, que
se esconde debajo de Central Park…
Las inquietantes palabras de Puck, resonaban en los oídos de Kelley, cuando levantó
la cabeza, luchando contra la oscuridad que amenazaba con caer sobre ella. Observó con
horror, que el tiovivo de Central Park, se ponía en marcha con una sacudida, iluminado
por la luna, que asomaba entre las nubes. Aunque, no había nadie que accionara el
mecanismo, la plataforma emprendió el movimiento y los caballos pintados empezaron
a subir y a bajar. Los remaches dorados, las piedras preciosas que recubrían las sillas y
las bridas lanzaban destellos como si cientos de seres malévolos y perversos le guiñaran
los ojos a Kelley.
En el cielo, por encima del carrusel, entre nubarrones teñidos de rojo y negro y
sacudidos por vientos feroces, apareció, suspendida en el aire, una figura a lomos de un
brioso caballo ruano. Kelley, notó el aguijonazo de las lágrimas, que resbalaron por sus
mejillas, cuando, al levantar la vista, se encontró con los ojos del jinete. Él la miró
desde las alturas, frío, inmisericorde, sin el menor atisbo de reconocimiento en su rostro
hermoso, hechizado.
El Caballo Ruano, enloquecido por la presencia del Jinete que llevaba a la grupa,
relinchó, desafiante. Encabritándose, retrocedió antes de emprender el paso con cascos
de fuego.
Kelley, sintió que le faltaba el aire, al constatar que el carrusel giraba cada vez más
deprisa.
Era el Samhain. Esa noche cabalgarían. Esa noche matarían. Nada en el mundo
detendría al escuadrón de los duendes... y menos con el Jinete y el Caballo Ruano, a la
cabeza de la expedición.
"Soy temido en todas partes.
Duende, aplícales tus artes.”
UNO.
Kelley, cargaba una caja con objetos de atrezzo, que había ido a buscar a la furgoneta de
la compañía, aparcada fuera, y llevaba unas alas de hada sobre los hombros. (Era la
única manera de transportarlas, sin torcer sus armazones de alambre).
Está fuera de servicio, lo que implica que tú, pequeña sustituta, accedes al papel
principal de Titania, la reina de las hadas, en esta función.
Kelley se quedó muda. Había soñado muchas veces con ese momento, pero por más que
había visto en los ensayos a Barbará deWinter sobreactuar y aburrir escena tras escena,
jamás deseó que le ocurriera nada malo. Sin embargo, en ese instante sintió, no sin una
punzada de culpabilidad, que la alegría se abría paso en ella.
—―Me he puesto colorado‖. Curioso, porque en realidad todo él era de color verde, de
un verde pálido iridiscente, de la cabeza a los pies: pelo, piel, ojos, así como su frondosa
túnica. Uno de los actores le había dicho a Kelley, que se llamaba Bob, pero al parecer
era un actor del ―Método‖ y había exigido que lo llamaran exclusivamente por el
nombre de su personaje, siempre que fuera maquillado y vestido como tal. Si no,
amenazaba con abandonar la producción.
―Actores chiflados.‖
Entre él y el igualmente exigente y muy inglés director Quentin St. John Smyth, Kelley,
empezaba a pensar, que el Gran Avalón, era un manicomio. Abrió de par en par las
puertas del guardarropa, rebuscó en el colgador de las faldas y se puso una por encima
de los vaqueros, abotonándosela lo mejor que pudo con dedos temblorosos.
—―Ésas son las falsedades de los celos..." Oh, mierda. —Se estaba quedando en
blanco—. ¡Ni siquiera, es la entrada correcta!
El corazón le latía con fuerza, y apoyó la cabeza en el marco de la puerta.
―Esto es lo que has querido toda tu vida‖, se dijo a sí misma, muy seria. Todos aquellos
años, interpretando monólogos ante los animales domésticos de casa, todos aquellos
meses suplicando a la tía Emma, que le permitiera trasladarse a Manhattan, para al
menos intentarlo. ―Ésta es tu oportunidad. Sal ahí y demuéstrales lo que vales.‖
Sintiéndose algo más segura de sí misma, aspiró hondo y recorrió a toda prisa el pasillo
y la zona de bambalinas, en el preciso instante en que Puck, arrojaba un puñado de
purpurina al aire. Kelley, ahogó un grito, sobresaltada, mientras la nube de chispas se le
iba posando en el pelo, el rostro, los hombros.
Aquellos brillos, al menos, hacían juego con su camiseta vintage, de Mi Pequeño Poni.
—Pero, ¿va a llegar hoy? —Kelley, oyó la voz airada de Quentin, atronar en el teatro y
sintió que el nerviosismo se apoderaba de ella, una vez más. Recogiéndose un poco la
falda, corrió hacia el escenario.
Una vez allí, bajo los focos, descubrió que el polvillo de hada brillaba tanto, que
resultaba cegador. Distraída, se vio tropezando tanto con el dobladillo de la falda, como
con las réplicas de su personaje. El corazón le latía cada vez más deprisa, mientras
desde una de las hileras de asientos, que estaba a oscuras, le llegaban los gruñidos y
resoplidos exagerados del director, que presenciaba sus ridículos traspiés.
Tras cuarenta y cinco minutos, sólo habían avanzado ligeramente en la escena en que
Titania, hacía su primera aparición. En ese tiempo, Kelley, ya había conseguido
destrozar la mitad de sus réplicas, tropezarse con un banco y pisar a Oberón. Además,
había estado a punto de caerse del escenario y aterrizar en el foso de la orquesta, pero,
en ese momento, Quentin, misericordioso, había concedido un descanso.
—Kelley. Te llamas Kelley, ¿verdad? —No esperó su respuesta-. Bien, dime... ese
fragmento que has interpretado... ¿era del Infierno de Dante?
—Eh... no -balbució ella, que se notaba la cara ardiendo.
—¿De verdad que no?
―De ésta no salgo‖.
—¿Estás segura? —Prosiguió él—. Porque, de esta obra, desde luego no era. Y la
verdad, es que sonaba infernal.
—Es que...
—¿Sabes? Por más..., asumámoslo, ¿de acuerdo?... por más, absolutamente
incompetente que se haya mostrado nuestra anterior diva en este papel —Quentin, subió
de un salto al escenario y rodeó a Kelley, como un tiburón al acecho—, contaba con una
ligerísima ventaja sobre ti, encanto.
—Eh... ¿en serio?
—Pues sí. ¡Al menos, ella se sabía el texto! —Todo el elenco de actores, dio un paso
atrás, para evitar el radio de acción, de aquella voz atronadora—. Y aunque, valoro el
empeño que has puesto en salir tan resplandeciente... —Kelley, trazó una mirada asesina
a Bob, que de pronto, parecía enfrascado en el estudio, de algo oculto bajo una de sus
uñas (seguramente una mota de purpurina)—..., ¿qué clase de suplente no se sabe el
maldito texto?
—¡Sí que me lo sé! —Protestó ella—. Bueno, me lo sabía. Hace un segundo. Entre
bambalinas.
La sonrisa burlona del Poderoso ―Q‖ aumentó de tamaño.
—Vaya, eso es maravilloso. En ese caso, lo mejor será hacer pasar a los espectadores al
camerino, de dos en dos, o de tres en tres, y actúas para ellos allí.
—Yo...
―Oh, Dios mío‖, pensó Kelley. ―Esto es igual que en la, escuela de teatro‖. La sangre
le latía con fuerza en los oídos, y por un momento, le pareció que iba a desmayarse. O a
vomitar. Delante de todo el mundo. Se ruborizó, sólo de pensarlo.
—A menos que, tu maravillosa predecesora se cure milagrosamente, tienes menos de
dos semanas, para aprenderte el papel. Menos de dos semanas. Esta producción se
estrena el I de noviembre, nieve o truene. Y por lo que veo, seguro que sucederán ambas
cosas. —Se volvió bruscamente, girando sobre sus talones y agitó una mano para
despedir al personal—. Está bien, muchachos, paramos para comer. No tiene sentido,
prolongar más esta situación absurda. A las dos en punto todos aquí para las escenas
corales. Y tú —añadió, mirando a Kelley, fijamente—, estúdiate el texto, maldita sea.
—¿Kelley?
Se volvió al oír su nombre, pronunciado por el caballero Jack Savage, el actor que
representaba el papel de Oberón, el rey de los duendes y las hadas. Era un veterano de
las tablas. A sus cincuenta y pocos, su presencia resultaba imponente y poseía una voz
capaz de fundir el hielo o desconchar la pintura, dependiendo de cómo decidiera
emplearla.
—Hola, Jack -dijo, secándose los ojos, avergonzada.
—Pardiez, querida —replicó él, cortés—. Sé que el Poderoso ―Q‖ aúlla como un alma
en pena, pero, en serio, no debes consentir que ese viejo necio te altere.
—Se sentó a su lado, en el peldaño, desenroscó la tapa de su destartalado termo y se
sirvió un poco de café. El aroma intenso, tostado, de aquel grano colombiano, la
reconfortó.
Kelley, le dedicó una sonrisa compungida.
—Jack... supongo, que sabes que la gente, la mayoría de la gente, no usa la palabra
―pardiezo‖, en una conversación normal, ¿verdad?
—Pues yo he iniciado en solitario una cruzada para volver a ponerla de moda, junto con
―voto a bríos‖ y ―vive Dios‖, sin olvidar ―repámpanos‖. —Tomó un sorbo de café y le
dio una palmadita en la rodilla, con afectación paternal-. Todos tenemos una misión en
la vida, querida. Y ésta es la mía, por más quijotesca que resulte.
—¿Y si no es mi caso? —Kelley, mantenía la mirada fija en las puntas de sus zapatillas
deportivas, esforzándose por reprimir las lágrimas. Sentía, o mejor dicho, sabía, que
acababa de arruinar su gran oportunidad—. ¿Y si no tengo una misión: quiero decir, un
destino?
—Imposible.
—¿Por qué? —Alzó la vista para mirarlo, ansiosa por conocer su sincera opinión.
Jack, arqueó una ceja gris, elegante.
—Soy el rey de los duendes y las hadas, querida —le dijo, guiñándole un ojo-. Y todos
esos polvos mágicos, me han proporcionado grandes dotes de observación.
—Jack, hablo en serio.
—Yo también. —El actor, cambió de gesto y compuso un rictus serio—. Kelley... tienes
diecisiete años. Estás sola en Nueva York. Y persigues un sueño que casi toda la gente
en sus cabales consideraría inalcanzable, o una completa pérdida de tiempo. Créeme, sé
de qué hablo. Y eso indica que, o eres una persona muy atrevida, o estás loca. Yo,
personalmente, sospecho que hay un poco de todo. Y también, que eres de esas escasas
personas, con el talento natural suficiente, para arriesgarse y probar suerte.
Kelley, soltó una risotada escéptica.
—Pero ya has visto lo que he hecho ahí dentro, ¿no?
—Y lo he oído, sí -se burló Jack-. Te has equivocado, casi en la mitad de tus réplicas.
Pero a mí, no me importa lo que diga Quentin. Para ser la primera vez, no ha estado
nada mal. Bueno, algo mal sí ha estado, pero no del todo. Ésa es la cuestión. Ha estado
algo mal, pero también algo bien.
—¿De veras... de veras lo crees? —Le preguntó Kelley, intentando averiguar si hablaba
en serio.
—Lo creo sinceramente, sí. —Jack se encogió de hombros y apuró el café—. Tienes
voz. Tienes presencia. Y, más importante aún, tienes corazón, pasión, y eres terca como
una mula, cosas que podrían llevarte a lugares que la mayoría de nosotros, ni nos
atrevemos a imaginar. —Enroscó la tapa del termo—. Llámalo destino, o misión en la
vida, pero sea lo que sea, tienes algo especial, y en grandes cantidades.
Kelley, no estaba convencida del todo, pero sonrió, agradecida por su bondad.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez, que tienes un pico de oro, Jack?
—Muchas veces. Aunque, por desgracia, ninguno era crítico teatral.
—Gracias.
—No hay de qué, querida. —Levantándose, Jack, se llevó la mano a un sombrero
imaginario y le dedicó un saludo, antes de regresar al interior del teatro.
La segunda parte del ensayo también terminó antes de tiempo, pero en esa ocasión, no
fue culpa de Kelley. (Habría sido difícil equivocarse en las réplicas, pues le habían
pedido que ensayara con el texto en la mano.) Aunque a ella, le resultaba humillante no
saberse el papel a tan pocos días del estreno, la compañía avanzaba en las escenas
corales a tal velocidad y con tan buenos resultados, que Quentin, sólo logró intercalar
unos pocos comentarios descafeinados.
Al cabo de un par de horas, dejó marcharse a casi todos los actores, menos a las dos
jóvenes que daban vida a Hermia y Helena, porque quería trabajar en sus monólogos.
Como comentó con agudeza, y en voz muy alta —para que Kelley, tomara nota—
―ellas sí se saben el papel‖.
―Mejor para ellas‖, pensó Kelley, mientras se ponía la ropa de calle. Recogió sus cosas
y salió de allí a toda prisa, antes de que el Poderoso ―Q‖, cambiara de opinión.
En el exterior, el cielo de octubre lucía un azul intenso y el aire era tibio. El sol brillaba
con fuerza, y a Kelley, le vinieron al recuerdo los días otoñales en los Catskills. Al
instante, la invadió la nostalgia.
En los seis meses que llevaba en Nueva York, no se había cuestionado ni una sola vez,
las grandes decisiones que había tomado en su vida: graduarse lo antes posible en
secundaría y abandonar sus estudios teatrales, para trasladarse a la ciudad, dejando atrás
a los pocos amigos que tenía, además de a su tía Emma, que la había educado tras la
muerte de sus padres, hacía doce años. Kelley, era todo lo que Emma tenía, y sentían
adoración la una por la otra; pero Kelley, en lugar de continuar sus estudios en la
cercana universidad estatal, lo que le habría permitido visitar a su tía los fines de
semana, se había ido a vivir a la ciudad más dura de Estados Unidos, persiguiendo un
sueño egoísta, para el que -había que reconocerlo, se decía a sí misma- al parecer no
servía. Por más que dijera Jack.
Aminoró el paso al llegar a la Octava Avenida, con pocas ganas de subir a la cuarta
planta del edificio, a aquel apartamento, que ahora era su hogar. Claro, para ella, el
hogar era otra cosa. Era cielo, hierba, árboles, bosques desde su vieja ventana. Y paz.
Sonny Flannery, abrió los ventanales y salió a la terraza de su ático. Con la agilidad de
un gato, subió de un salto a la amplia barandilla de granito. Sin dejarse impresionar por
las diecinueve plantas que lo separaban de la calle, se apostó allí, como una gárgola, los
codos apoyados en las rodillas y las manos, largas y finas, colgando frente a él, mientras
contemplaba las sombras vespertinas de los innumerables rascacielos de Nueva York,
alargarse sobre Central Park.
Era demasiado temprano aún, no había motivo para el nerviosismo que sentía. Todavía
faltaban varias horas, para que se abrieran Las Puertas y, sin embargo, la sola idea de lo
que se avecinaba, hacía que la adrenalina resonara en sus venas como un canto de
sirena. En una ocasión había oído un canto de sirena de verdad, y no había sido nada
bonito. Atractivo, sí, pero bonito, no. Por debajo de la melodía encantadora y
desgarradora de las sirenas, lo único que Sonny, había oído, eran las notas discordantes
del hambre y la ira. Necesidad. Locura y pesadillas. Compulsión.
La clase de compulsión, que lo llevaba a bajar cada noche al parque, desde hacía un
año, a fin de prepararse para lo que estaba por venir cuando Las Puertas del Samhain, se
abrieran y lo único que se interpusiera entre el ―Otro Mundo‖ y el reino mortal, fueran
ellos, los Trece Guardianes, conocidos como los ―Trece Janos.‖
Aquél, era su primer año de servicio en el grupo, y sería la primera vez que custodiaría
las Puertas. La impaciencia lo devoraba.
La brisa de octubre era fresca, y más a semejante altura, pero, incluso, sin camisa y
descalzo, con sólo unos vaqueros puestos, a Sonny, no le afectaba el frío. Por eso,
cuando la temperatura cayó en picado en el apartamento, a su espalda, lo presintió de
inmediato.
—¿Te resulta adecuado el alojamiento? —La voz del rey sacó a Sonny, de su
ensimismamiento.
—No es un hogar, si es eso lo que preguntáis.
—No, no es eso lo que preguntaba.
—Por supuesto, señor. —Sonny, inclinó la cabeza, recordando quién era él, y con quién
estaba hablando—. El apartamento está bien. Gracias.
—Qué suerte, que el anterior inquilino lo desalojara a tiempo para que tú lo ocuparas.
—El año pasado, un glaistig le rebanó el pescuezo.
—En efecto. —El rey esbozó una sonrisita cruel—. Pero fue algo fortuito.
Sonny, decidió cambiar de tema.
—¿Puedo ofreceros un refresco?
—La ocasión exige que sea yo quien te lo ofrezca. —Oberón, se desplazó hacia el
interior de la sala, arrastrando a su paso un viento frío. De pronto, se volvió sosteniendo
en la mano una botella oscura, rematada por un tapón de seguridad plateado.
Instantáneamente, a Sonny, se le hizo la boca agua. Vino de duendes. Las libaciones de
los mortales, no alcanzaban ni por asomo, la perfección de sabor del licor, que contenía
aquella botella. Al rey pareció divertirle la expresión de Sonny—. Debemos celebrar tu
primer año como guardián jano.
—Sois muy amable, señor. Pero todavía no he sido puesto a prueba.
—Si tuviera la menor duda de que lo harás bien, no estaría aquí, muchacho. Claro que...
tampoco estarías tú. —Sonny, no sabía a ciencia cierta, si el rey de los duendes, hablaba
en serio o en broma. Vio que Oberón, cogía dos copas de vino del estante de la cocina.
Tras girar hábilmente el tapón plateado de la botella, sirvió el líquido chispeante con
mano generosa—. No tengo queja —prosiguió, encogiéndose de hombros, en un gesto
elegante y tendiendo una copa a Sonny—. Eres el mejor jano, que he escogido nunca.
Mejor, incluso, que Maddox, y que Fennrys el Lobo.
Sonny, reprimió el impulso de salir en defensa de su amigo Maddox, consciente de que
no era sensato mostrar sus discrepancias ante un halago del rey—. Felicidades —brindó
el monarca—. Y buena cacería.
Sonny, levantó también su copa y tomó un sorbo de vino, silenciando el gruñido de
placer, que le provocó su sabor. El vino de los duendes, burbujeaba de tal modo, que
parecía hecho de estrellas diminutas.
—Titania te envía recuerdos.
El placer que le causaba el vino, se esfumó al momento y se estremeció al pensar en la
reina de la Corte Benigna, Titania, poseedora del encanto elemental y la belleza de una
tormenta de verano... E igual de peligrosa.
—Te desea suerte.
―Apuesto a que no ha especificado si se trata de buena o de mala suerte‖, pensó Sonny,
pero fue lo bastante prudente, como para guardarse para sí sus reflexiones.
—¿Significa eso, que la reina del Verano y vos, mantenéis relaciones cordiales, señor?
—De momento.
Por supuesto, en el Otro Mundo —en el reino de los duendes—, el tiempo no
significaba nada. Un ―momento‖, podía durar años... o desvanecerse en un instante. Al
menos, pensó Sonny, si el trato entre Oberón y Titania, era civilizado, eso significaba
que ella no interferiría, mientras duraran las Nueve Noches, lo que suponía todo un
alivio. El Verano, y el Invierno casi nunca se ponían de acuerdo. Sonny, se preguntó
fugazmente por las otras dos cortes —las conocidas, como Cortes Sombrías—, y por
sus respectivos e impredecibles monarcas. La reina Mabh, gobernante caprichosa de la
malévola Corte Otoñal, y Gwyn ap Nudd, el raro y misterioso señor de la Primavera.
Las alianzas entre los monarcas, resultaban traicioneras, cambiaban constantemente, y a
Sonny, le maravillaba la maestría de su señor para mantenerse a flote en medio de
aquellos mares procelosos.
Oberón, dio unos pasos al frente e indicó a Sonny, que lo siguiera hasta el balcón.
Durante un instante prolongado, permanecieron en silencio, apoyados en la balaustrada.
Mucho más abajo, se extendía, bucólico y sereno, el manto verde de Central Park.
—No me falles, Sonny.
—No os fallaré, señor.
—Y este año, menos que ninguno. No debes fallar.
Un silencio denso se instaló entre ellos, y Sonny, miró a Oberón de reojo. La piel,
pálida y perfecta en torno a los ojos del rey, estaba tensa; pero tenía el ceño fruncido.
—Parecéis... preocupado, señor. Incómodo...
Oberón, se volvió, murmurando para sus adentros, como si el joven jano se hubiera
esfumado y él estuviera solo.
—Mis súbditos se aferran a las cadenas de la Entrada del Samhain, con uñas y dientes.
Golpean las Puertas, unas puertas que yo he cerrado, con mazas y espadas. Serían
capaces de arrancarse brazos y piernas unos a otros, de morir aullando, por atravesar esa
rendija infernal, que separa el mundo de los duendes, del de los mortales. Por pasar de
allí hacia aquí. Para conocer este... reino enfermo, contaminado. ¿Qué parecería yo
entonces... —preguntó el rey de lo maligno—... si permitiera que escaparan de mi
reino... para retozar con mortales? —Más que pronunciarla, esta última palabra la
escupió de los labios.
—Yo soy... mortal, señor —observó Sonny, en voz baja.
—Tú eres un jano. Yo te he creado. La mortalidad no tiene nada que ver contigo. —
Oberón, echó hacia atrás la cabeza y apuró el resto del vino de un trago—. A menos que
mueras, claro está.
El rey de los duendes, subió de un salto a la balaustrada. Abriendo mucho la capa, se
arrojó a la nada y el aire se arremolinó a su paso como una voluta de humo.
En su lugar, un halcón de alas negras como el azabache, sobrevoló el parque, piando
con furia.
Menos de media hora después, Sonny, acechaba los senderos tortuosos de la Ramble, en
Central Park, como un gato cazador, proyectando la mente para tocar las cuatro
esquinas de la Puerta del Samhain.
La puerta que se alzaba en el centro de la bulliciosa metrópolis, que era Nueva York se
abría una vez al año, desde que se ponía el sol el 31 de octubre hasta que salía el 1 de
noviembre. Y no sólo eso: cada nueve años, la puerta permanecía abierta de par en par
durante nueve noches, siendo la del Samhain la última de ellas.
Por eso Oberón había decidido que, ya que no podía mantener cerrada la puerta,
congregaría, desde todos los reinos de los duendes, a los arrebatados más prometedores
de entre los mortales.
Tras reunir a trece de ellos, los había entrenado y dotado de las habilidades que les
permitirían custodiar la puerta en su nombre.
La recién creada Guardia de Janos no dejaba de resultar algo contradictorio. Pero se
trataba de un grupo bastante pragmático que comprendía la realidad de la situación: o
servían al rey de los duendes, o morían. Así que todos decidieron servirle.
De hecho, le sirvieron tan bien que la mayoría de ellos no pudo regresar a casa, a su
vida en el Otro Mundo. La Guardia de Janos había llegado a adquirir una reputación tan
temible que sus integrantes no eran bienvenidos en ninguna parte; los rechazaban por
asesinos y los llamaban «monstruos» los mismos duendes que, en tiempos pasados, los
trataban como mascotas y juguetes; la suya era una vocación solitaria.
Sonny apartó de su mente aquella idea y se concentró en la Puerta. En su condición de
jano, no sólo era capaz de percibir el parque, sino que «sentía» a todas las criaturas que
vivían en él. Parpadeaban en su mente como llamas de vela: de color amarillo, pálido...,
si eran humanos. Esa noche percibía menos que de costumbre. Según le habían dicho,
los humanos tendían a evitar el parque de modo instintivo cuando la Puerta se abría.
Diseminadas aquí y allí por todo el perímetro del parque, sentía las otras llamas: azules
y verdes, unas pocas rojas. Se trataba de los duendes perdidos, los que habían logrado
escapar con éxito al control de los janos en los años pasados y que, una vez cruzado el
umbral, vivían en secreto en el reino de los mortales. Aquellos seres no eran de su
incumbencia, y desaparecerían mucho antes de que se pusiera el sol, para no cruzarse
con los janos.
Pero había algo más.
Algo —alguien— distinto había entrado en el parque.
Concentrándose, Sonny proyectó la mente hasta notar una presencia... muy diferente del
resto. Aquella llama no ardía con brillo constante, sino que chisporroteaba errática,
como el resplandor de la pólvora.
Alertados sus sentidos de jano y avivada su curiosidad, decidió investigar. Aquella
presencia extraña se movía despacio. Serpenteaba de modo tortuoso, y reconoció que
seguía uno de los senderos de la zona del parque conocida como jardín de Shakespeare.
Miró hacia el cielo. Faltaba una hora exacta para el crepúsculo y la apertura de la
Puerta. Intrigado, echó a correr en pos de aquella chispa.
Cuando llegó al lugar donde la «pólvora» se había detenido, aminoró el paso y se
aproximó con cautela. Recurriendo a los poderes mágicos de los que Oberón le había
dotado, se cubrió con un velo sutil de invisibilidad, por si su presa contaba con la
habilidad de percibirlo; aún no sabía con quién estaba tratando.
Se acercó lo bastante como para echar un vistazo, pero seguía sin saber de qué se
trataba. Era una chica. Eso sí. Incluso desde la distancia veía que era bastante joven.
Diecisiete años, tal vez. Él, por su parte, tenía dieciocho —de edad mortal—, como
máximo...
Y también veía que era guapa. Su pelo era del color del cobre bruñido y tenía los ojos
verdes y separados. Intrigado, avanzó con sigilo sobre las hojas secas y se agazapó entre
las sombras espesas de un tejo. A través de las ramas de su escondite observó a la joven,
que caminaba, inquieta, de un lado a otro de la placita arbolada, dándose golpecitos en
los dientes con una uña.
Entonces empezó a murmurar algo para sus adentros y a gesticular con las manos.
Los mortales chiflados, los que no estaban del todo bien de la cabeza, aparecían a veces
de modo distinto en su radar. Ese debía de ser el caso de aquella joven, pensó. Y, sin
embargo, mientras se volvía para alejarse, se dio cuenta de que lo que transmitía era una
inmensa decepción.
La voz de la muchacha se elevó de pronto.
−Venga, vamos −se dijo en voz alta−. ¿Hasta dónde estás dispuesta a hacer el
ridículo? Pero si sólo has visto a ese chico unos veinte segundos...
Avanzó hacia el sur y bordeó el límite de la Ramble, hasta llegar a la orilla septentrional
del lago, que quedaba frente al saliente rocoso de Hernshead.
No sabía cómo, pero el caso era que había oscurecido.
Kelley, nunca se sentía insegura en Central Park, aunque, a decir verdad, nunca había
paseado por allí de noche.
Nerviosa, alzó la vista al cielo, que había pasado del azul intenso, al añil con una
celeridad asombrosa. La quietud del lugar, le resultaba fantasmagórica. El silencio era
total.
Un velo finísimo de neblina, se posaba en el suelo y barría en espirales el sendero que se
extendía ante ella. Aceleró el paso, hasta casi echar a correr.
La superficie del lago, a su derecha, era una inmensa balsa de aceite negra, tan quieta,
que lo reflejaba todo a la perfección, como un espejo. Su intención, era bordear la orilla,
hasta llegar al extremo oriental, en cuyas inmediaciones se encontraba la salida que
daba a la calle Setenta y Dos. Una vez allí, sólo había diez minutos a pie hasta su casa.
No había llegado muy lejos cuando unos gritos rasgaron el aire de la noche,
espeluznantes, terribles. Kelley se detuvo en seco, escuchando aquellos chillidos
agudos, que parecían proceder del centro del lago.
Sonny, tuvo que emplearse a fondo durante casi una hora, y la carnicería fue
considerable.
Mientras limpiaba el filo de su espada de la sangre verde y fosforescente de aquellas
criaturas y volvía a guardarla, no sentía el menor remordimiento. Los duendes que lo
habían atacado, habían recibido su merecido.
No todos los piskies, eran desagradables. Algunos, en la tierra de la que él venía,
resultaban incluso útiles, aunque sus payasadas y travesuras, acababan cansando.
Pero aquéllos no, aquéllos habían mostrado claramente sus intenciones asesinas, y
además eran muchos, cosa que a Sonny, nadie le había dicho.
Maddox, se burlaría de él, por haber tardado tanto en derrotar a unos duendes menores.
Sonny, por su parte, no sabía cómo le estaba yendo a su compañero. Ni a los otros.
Como sólo sumaban trece, era poco probable, que sus caminos se cruzaran durante las
Nueve Noches. Ellos solos, debían cubrir la seguridad de todo el parque.
El suelo alrededor de sus pies, estaba cubierto de cristales de sal, aplastados por las
suelas de sus botas, en un círculo que se extendía unos tres metros, en torno a él. En el
fragor de la batalla, no se había fijado en el tamaño de aquel enjambre. Ahora, con más
calma, rodeó el perímetro del círculo. Realmente era muy grande. Y más tratándose de
unas criaturas de una estatura que no superaba los quince centímetros.
Examinó la tierra pisoteada y frunció el ceño. Aquello no tenía sentido.
Los piskies, no eran los duendes más listos, pero sí solían ser habilidosos. Lo normal,
habría sido que se dispersaran. Que lo atacaran en oleadas. Que buscaran más de una
grieta. Pero, al parecer, habían lanzado una ofensiva masiva, en aquel único punto...
para mantenerlo ocupado y clavado en una sola posición.
Furioso, soltó una maldición y se volvió sobre sus talones, buscando algo con su
percepción de jano, ocupada plenamente hasta ese instante. Una luz repentina, cegadora,
carmesí, atravesó su mente. Se le helaron las entrañas.
Algo iba mal, muy mal, en algún lugar, al sur. Se esforzó por sintonizar mejor, por
ubicar aquella luz intensísima en el mapa de su mente...
En efecto, ahí estaba. O, mejor dicho, ahí había estado.
Echó a correr.
Aunque en el fondo de su corazón, sabía, que llegaría demasiado tarde.
Acuclillándose a la orilla del lago, Sonny, acercó la mejilla al suelo frío y estudió la
superficie del agua, que seguía girando en espirales iridiscentes: la prueba de un paso
reciente, a través, de la Puerta del Samhain, desde el Otro
Mundo hasta aquel reino.
De modo, que no habían sido sólo los piskies, los que se habían acercado a la Puerta.
Otros lo habían hecho también, y hacía muy poco tiempo; tal vez media hora. Sonny,
mantuvo la mejilla pegada al suelo y observó, a ras de tierra, la superficie del lago,
brillante como la obsidiana.
Ahí estaba.
Había un rastro que resplandecía débilmente, hasta la orilla. Sonny, se puso en pie de un
salto y fue corriendo a investigar.
El terreno blando, que rodeaba el lago, estaba pisoteado y convertido en barro. Parecía
que se hubiera producido algún tipo de forcejeo, o como si hubieran arrastrado a alguien
desde el agua, hasta el sendero. Aquí y allí se veían huellas alargadas, circulares, de lo
que sólo podían ser pezuñas. Se acuclilló junto al camino para examinarlas mejor.
De todos modos, aquello no dejaba de ser Central Park. Por todo el parque circulaban
carruajes tirados por caballos, y había jinetes adinerados, que transitaban por caminos,
especialmente señalizados para ellos. Con todo, era evidente, que aquellas huellas eran
de un animal sin herraduras. Y el agua que se había depositado en las huellas, poseía
aquella misma iridiscencia delatora.
¿Se trataría de un kelpie?
Sonny, hizo recuento mental de los indicios que aparecían ante él.
En una de las huellas, encontró las cerdas ásperas de una crin pelirroja, así como tres
cuentas negras de ónice, talladas en forma de diminutas cabezas de venado.
Se metió las cerdas y las cuentas en el bolsillo y miró alrededor. Por el rabillo del ojo,
vio algo casi incoloro oculto entre los juncos. Lo recogió del suelo y apartó los restos de
vegetación, que Io cubría. Era un cuadernillo de anillas metálicas. La página de la
cubierta había desaparecido, pero la siguiente, con el dramatis personae, estaba casi
intacta, aunque manchada por la huella de una pezuña, que parecía tener los bordes
ligeramente chamuscados.
Los márgenes, estaban llenos de notas manuscritas, y en la parte superior, alguien había
escrito con rotulador: "Guión de Kelley". Sonny, frunció el ceño y hojeó varias páginas,
hasta que un breve diálogo, llamó su atención:
―No desees salir de este bosque‖, empezaba. A Sonny casi se le cae el cuadernillo de
las manos.
No hacía mucho, había oído esas mismas palabras.
Escrutó la orilla del lago por última vez y se arrodilló en el borde del sendero.
Enterrada, casi por completo en el barro, encontró, pisoteada, la rosa de color
melocotón, o lo que quedaba de ella. Arrancó un pétalo marchito y se lo acercó a los
ojos.
El cuadernillo, pertenecía a la muchacha del jardín de Shakesperare.
Su "Polvorilla".
Kelley…
CINCO.
Exhausta, cubierta de barro y calada hasta los huesos, Kelley, entró en su apartamento'
cerró la puerta, con el pie y llamó a gritos a su compañera de piso. No obtuvo respuesta.
―Tyff, debe haber salido‖, pensó.
―Mejor‖. En ese momento, no le apetecía en absoluto, compartir con nadie su extraña
aventura en el parque. La bajísima temperatura del agua del lago todavía le agarrotaba
los huesos, a pesar, de que había recorrido a la carrera, las últimas manzanas que la
separaban de casa. El frío, entorpecía el flujo normal de sus pensamientos.
Tiritaba tanto, que le castañeteaban los dientes. Se quitó la ropa, que quedó hecha un
ovillo en el suelo; tiró de la manta afgana, que cubría el sofá, y se envolvió con ella,
camino del baño, donde, tambaleante, giró el grifo del agua caliente de la ducha, hasta
obtener la temperatura máxima, que era capaz de soportar. Sabía, que lo único que
podía impedir una hipotermia inminente, era la ducha más larga, más caliente de su
vida, seguida de un gran tazón de chocolate caliente.
La ducha, en efecto, le resultó tan reconfortante, como había imaginado. El vapor la
rodeaba, finalmente, el castañeteo de dientes se detuvo. Al rato, los músculos se le
relajaron y pudo incorporarse. Una vez, el calor le devolvió unas mínimas facultades
mentales, se permitió regresar a los extraños acontecimientos, que había vivido aquella
noche.
Cuando recobró la consciencia, estaba boca abajo, en el sendero del lago, vomitando
agua embarrada, y el caballo le empujaba el hombro con el hocico. Cuando se dio
cuenta de dónde se encontraba y logró ponerse en pie, la criatura ya se había perdido en
la oscuridad, y a Kelley, no le quedó nada de él, salvo unas cerdas largas, rojizas, de
crin de caballo, encerradas en su puño. Empapada y temblorosa, había recogido los
zapatos y el abrigo, así como las cosas que se le habían caído del bolso, y se había
dirigido a casa.
Eso era todo lo que recordaba.
Pero...
En la mente de Kelley, reinaba la confusión. De los instantes anteriores a su desmayo,
conservaba un batiburrillo de imágenes. Impresiones fugaces de luces y sonido, una
música rara y hermosísima...
O, por usar el término científico, privación de oxígeno.
Kelley, apoyó la cabeza en los azulejos de la pared.
Al menos, no se había ahogado. Había tenido... ¿cómo se decía?, ah, sí, ―la suerte de
los tontos‖. Estúpido caballo.
Esperaba, que al menos, hubiera encontrado el camino a casa.
Notó que el agua empezaba a enfriarse, a regañadientes, cerró los grifos y apartó la
cortina de la ducha.
Y al hacerlo, no pudo evitar un grito.
Aquel estúpido caballo, estaba allí, delante de ella, ocupando con su voluminoso
cuerpo, casi todo el espacio disponible, de su diminuto cuarto de baño. Las patas
traseras, de hecho toda la mitad posterior, estaban fuera, en el rellano de la escalera de
incendios. Del cuerpo del intruso, se elevaban nubes de vapor, que se disipaban en el
aire frío de la noche. Relinchaba muy bajito, y con el hocico aterciopelado, le rozaba el
hombro.
Kelley, buscó algo con que cubrirse, procurando no dejarse dominar por el pánico.
Cuando, hacía un momento, había deseado que el animal hubiera encontrado el camino
a casa, no se refería a la suya. Se envolvió en una toalla, dio un rodeo para evitar el
contacto con el caballo y salió del diminuto baño.
Una vez fuera, cerró la puerta de golpe y se apoyó en ella.
El corazón le latía con fuerza.
―Esto es imposible‖, se decía. ―Esto no está sucediendo‖.
Imaginaba cosas. Se le había congelado el cerebro.
Congelado del todo. Aquello, no era como cuando te bebías un granizado muy deprisa.
No. Aquello, era como cuando te arrojabas a las aguas gélidas de un lago, a finales de
octubre, y empezabas a alucinar sin control.
El caballo protestó discretamente.
−¡Calla ya! –Kelley, dio una palmada, alzando las manos por encima de la cabeza−.
¡No eres de verdad! ¡No te oigo, porque no eres de verdad!
Se oyó otro suave relincho dentro del baño, seguido de un patear de pezuñas y sonidos
que denotaban movimiento.
Y después, nada más. Kelley, se dejó caer al suelo, con la espalda apoyada en la puerta.
Aquello no podía estar sucediendo, porque si estaba ocurriendo de verdad, estaba
metida en un lío tremendo.
Su compañera de piso la mataría. O la echaría.
¡Dios! Si Tyff, la echaba, tal vez, tuviera que volver con su tía. A Emma, nunca le había
entusiasmado la idea de que Kelley, se instalara en Nueva York, y si al fin accedió, fue
únicamente, porque había encontrado aquel apartamento tan maravilloso. Tyff Meyers,
era modelo -y bastante puntillosa-, y Kelley, recordaba con absoluta claridad, el texto
del anuncio que había puesto para encontrar una compañerade piso:
Un caballo en el baño, debía de contravenir, sin duda, tanto la norma de la locura como
la de las mascotas.
―Abstenerse locas y mujeres con mascota‖, pensó Kelley, que seguía intentando
desesperadamente, no sucumbir al pánico.
Permaneció largo rato, sentada junto a la puerta del baño, la mente disparada como un
tren sin control. Aquello, no podía estar ocurriendo. Tras unos largos minutos de
silencio, se atrevió a confiar en que sus alucinaciones se hubieran calmado.
Pero entonces, oyó un rumor de agua corriente.
Arrodillándose, acercó el ojo a la cerradura, que era de las antiguas, y vio con estupor,
que el caballo se había metido por completo, a través de la ventana, -por imposible que
pareciera-, y estaba de pie en la bañera.
Al parecer, se estaba preparando un baño.
−No, señora, no estoy borracha −reiteró Kelley, por tercera vez, tras haber pasado
ochenta y cinco minutos, intentando hablar con una persona de carne y hueso del
Departamento de Protección de Animales del Ayuntamiento de Nueva York−. Como le
decía, debe de haber subido por la escalera de incendios... −El auricular emitió un
chasquido−. ¿Oiga? ¿Oiga?
Desesperada, a punto de echarse a llorar, colgó el teléfono y se puso a caminar de un
lado a otro. Tal vez, aquella señora del ayuntamiento, tuviera razón. Quizás estuviera
borracha. No había bebido nada, y parecía absurdo; pero también, era absurdo, que un
caballo de cuerpo entero, la hubiera seguido hasta casa, desde Central Park, como si de
un cachorro perdido se tratara, hubiera subido por la escalera de incendios y se hubiera
colado por una ventana diminuta en su cuarto de baño. ¿O no? Dejó de dar vueltas, y
fue a inspeccionar una vez más. Aún con la esperanza nada razonable, de que todo fuera
producto de sus alucinaciones, entreabrió la puerta.
Kelley, suspiró, sumia en la impotencia, y decidió intentar sacar a aquella criatura de su
bañera. Empujó por detrás, por delante, tiró, trató de levantarlo, de atraerlo con una
zanahoria medio podrida que encontró en el fondo del cajón de la nevera...
Pero el animal se mantuvo impasible y manso en todo momento, y terco como una
mula.
El caballo -era macho, según había podido constatar- le olisqueaba los hombros, le
hundía el hocico en los dedos, pero no mostraba la menor intención de abandonar la
bañera, llena hasta la mitad. Kelley, se apoyó en el borde y hundió la cara entre las
manos, sin terminar de creerse, que aquello estuviera sucediendo en realidad.
De pronto, llegó hasta ella, un aroma a lavanda. Alzó la cabeza y vio un corro de
espuma blanca y brillante, que se arremolinaba en torno a las patas del caballo.
Fue entonces, cuando el estado de shock en el que se había sumido, se esfumó, dejando
paso al pánico.
Ya no le importaba, que hubiera un cuadrúpedo en su bañera. Lo único que le
preocupaba ahora, era que el animal, hubiera volcado un frasco del aceite de baño
carísimo, propiedad de su compañera de piso, y vaciado su contenido granate, lustroso,
en el agua. El frasco, con su elegante etiqueta dorada, flotaba en la superficie.
Sí, no había duda, Tyff, iba a matarla.
−Entra −le dijo, antes de ponerse rápidamente una camiseta de manga larga y unos
vaqueros.
−Hola, Sonn l −o saludó su compañero desde de la puerta, y su sonrisa, siempre a
punto, iluminó el dormitorio−. Esto está muy oscuro. ¿Acabas de levantarte?
−Sí.
−He pensado, que esta noche podríamos hacer guardia, juntos por la Ramble −le
propuso Maddox−. ¿Alguna objeción?
−No. Un poco de compañía me vendría bien.
Sonny, se pasó las manos por el pelo y se lo recogió en una coleta, que sujetó con una
tira de cuero.
−Perfecto. Anoche, en las Puertas de la zona central del parque, me aburrí bastante
−¿Se coló algo? −Le preguntó Sonny, que hacía esfuerzos por ahuyentar su pesadilla,
mientras pensaba cómo contarle a su amigo, el descubrimiento que había hecho.
−No, no lo creo. Una manada de nyxxis enfadados, nos mantuvo entretenidos durante la
primera hora, más o menos, pero luego, la cosa se calmó, y aquello parecía un
cementerio.
Sonny, frunció el ceño, pensando en su encuentro con los piskies, y en cómo aquella
distracción, le había impedido llegar a tiempo para ver qué era lo que se había colado
por el lago. Se preguntaba si todos los janos, habrían estado ocupados de un modo
similar, durante aquella primera hora.
−¿Dónde estaba el Lobo? −Le preguntó.
−Ah, a Fennrys, no le gustan las aglomeraciones, ya lo conoces. Se ha adjudicado la
cuarta parte superior del parque. No me extrañaría que hubiera levantado la pata y
meado en todos los arbustos de la zona, para marcar territorio. Es capaz de luchar con
cualquier cosa que se cruce en su camino, incluidos los janos. –Maddox, miró a Sonny,
con gesto enigmático−. Por cierto, ¿cómo te fue a ti?
−Fue... interesante.
Los ojos de Maddox, brillaron, llenos de curiosidad.
−¿Algo sucio?
Sonny, abrió el armario y sacó unas botas y una chaqueta.
−Tal vez. Oye, me muero de hambre. Vamos a comer algo y te lo cuento.
Sentados a una mesa, al fondo del café, los dos janos se encontraban lo bastante
alejados de los demás clientes, como para que nadie los oyera, pero debido a la
importancia del tema que trataban, hablaban en voz baja. Como
Sonny, había imaginado, Maddox, se mostró muy divertido, cuando le contó su pelea
con los piskies.
−No te lo tomes tan a pecho, Sonn −le dijo entre bocado y bocado, a una tortilla
ranchera del tamaño de su cabeza−. Al menos, no eran hinkypunks, ni fuegos fatuos.
−El día en que un fuego fatuo, me dé una patada en el culo, cuelgo esto −masculló
Sonny, dando una palmada al medallón de hierro, que llevaba al cuello, suujeto a un
cordón de cuero y que lo acreditaba como jano−. Con mi cuello dentro.
−¡Sobre todo, porque sólo tienen un pie con el que dar patadas! −Se rió Maddox,
apartando el plato vacío y suspirando satisfecho−. Pero bueno, dejemos a un lado a
piskies, nyxxies y demás ralea, y cuéntame qué fue lo que hizo, que se te cayeran los
calzoncillos al suelo.
−¿Qyé quieres decir?
−Quiero decir, amigo mío, que ayer te pasó algo, que te tiene preocupado, y que nada
tiene que ver con los piskies. Tú siempre has hecho gala de un gran sentido del humor, y
no permitirías que algo así te lo estropeara.
Sonny, cogió una cucharilla de café y jugueteó un rato con ella. Luego, apoyándose en
el respaldo, le contó a su amigo lo que había sucedido mientras estaba ocupado
repeliendo el ataque de los piskies. O, al menos, lo que él creía, que había sucedido,
pues su teoría, en el fondo, se basaba en pruebas circunstanciales.
Maddox, lo escuchó sin interrumpirlo, mordiéndose de vez en cuando el labio inferior,
pensativo.
−Sería un kelpie, ¿no? −Apuntó finalmente.
−Sí, supongo que sí. Los pelos de crin y las huellas de pezuñas, así parecen indicarlo.
−¿Sabes que nunca he visto ninguno?
−Yo sí, en una ocasión, desde muy lejos, cuando acompañé a Oberón, a visitar las
Tierras Fronterizas de la reina Mabh. Suelen acechar en las inmediaciones de las zonas
pantanosas. Son muy malvados.
En los tiempos, en que todas las puertas estaban siempre abiertas, los kelpies aparecían
cerca de los manantiales en forma de hermosos caballos, para atraer a los mortales
confiados. Una vez, lo montaban, el kelpie se sumergía bajo la superficie del lago, o del
río, arrastrando consigo, a la impotente víctima hasta el Otro Mundo, o simplemente al
fondo del agua, donde moría ahogada. Había kelpies, que llegaban a comerse a sus
presas.
−Cuando era niño −dijo Maddox−, ya sabes, antes de que me arrebataran, oía contar
muchas historias. Las ancianas del pueblo, se ponían a gritar como locas si algún niño,
se acercaba demasiado a la orilla del río. Decían, que los kelpies, vendrían a buscarnos y
nos ahogarían.
−Bueno, el de anoche ya no estaba cuando yo llegué, y no dejó muchos rastros de su
paso.
−En otras palabras, que no había sangre, ni miembros humanos esparcidos por ahí.
−Exacto. Sólo huellas de pezuñas..., y esto.
Sonny, extrajo de la mochila las cuentas de piedra negra y las depositó en la mesa.
Enredadas a ellas, brillantes como filamentos de cobre, había algunas cerdas de crin.
Maddox, cogió una y la estudió con detalle.
−Extraño... ¿Qué es esto?
−No lo sé.
Le devolvió la cuenta a Sonny.
−De todos modos, que no encontraras miembros humanos esparcidos, no significa
necesariamente, que se produjera un rapto...
Sonny, asintió sin decir nada. Pensaba, inquieto, en el cuadernillo, que había encontrado
y en la posibilidad, de que algo horrible le hubiera sucedido a la muchacha, a la que, en
sus pensamientos, había empezado a llamar "Polvorilla‖.
Tras recapacitar un momento, decidió solicitar la ayuda de Maddox, para una pequeña
misión detectivesca.
−Ayer en el parque, había algo más, Madd. O tal vez "alguien‖ más.
Maddox, se echó hacia atrás y, cruzándose de brazos, esperó a que su amigo prosiguiera
con su relato.
Sonny, extrajo de la mochila, los papeles arrugados y se los acercó a su amigo. Le habló
de la "presencia extraña‖, que había captado en el jardín de Shakespeare –la muchacha-,
y le contó, que más tarde, había encontrado aquel cuadernillo junto al lago. Como
buenos janos que eran, ninguno de los dos creía mucho en las casualidades, y Maddox,
se sintió intrigado.
−Pues, sí que estuviste ocupado anoche, ¿eh? −dijo.
−La verdad, es que no está mal, para ser la primera vez. Escucha, todavía queda mucho
tiempo, hasta que se ponga el sol. ¿Quieres venir conmigo a inspeccionar, para ver si
encontramos alguna pista de mi criatura perdida?
−¿Te refieres al kelpie o a la chica?
−Mi hipótesis es la siguiente: si encontramos a uno, tal vez encontremos a la otra.
−¿Y cómo te propones hacerlo?
Sonny, le mostró una dirección de Internet, garabateada en la parte superior de la
primera página: ensayos@ teatroavalon.calle52.
−Te propongo, que empecemos visitando ese lugar −Sonny, señaló esta vez donde
ponía "Guión de Kelley" −y formulemos algunas preguntas a esa chica.
SIETE.
− No entres −le gritó Tyff a Kelley, cuando ésta, adormilada, se dirigía hacia el baño.
Con la mano en el tirador, Kelley, se volvió, para mirar, con ojos legañosos, a su
compañera de piso, que se encontraba en el rincón del salón más apartado del baño.
−¡Aléjate de la puerta! −Insistió Tyff, con ojos desbocados.
Kelley, obedeció, intentando, mientras lo hacía, poner en marcha su cerebro.
Tyff, debía de haber llegado muy tarde -o muy temprano-, y Kelley, no la había oído,
pues al fin, exhausta, había sucumbido a un sueño profundo en el sofá.
Los restos desordenados de su actividad onírica, flotaban en su cerebro: una música
rara, que no era capaz de recordar, unas luces oscilantes, el rostro perfecto de tez pálida,
de una mujer que tenía los ojos dorados y el pelo alborotado a su espalda, como un
manojo de algas, flotando en una corriente de agua. Y algo más. Algo relacionado con
un...
−¡Caballo! ¡Hay un caballo en la bañera!
Sí, claro. Un caballo.
Kelley, cerró los ojos con fuerza. No, no había sido una pesadilla.
−Esto... Tyff...
−¡En la bañera! −Tyff, señalaba con una uña impecable, y sus rasgos de modelo, se
retorcían de ansiedad.
−Sobre eso... −Kelley se frotó la nuca−. Pensaba decírtelo. Supongo, que me he
quedado dormida...
Miró preocupada a su compañera de piso, que no apartaba la vista de la puerta del baño.
−Tyff, créeme, si hubiera sabido, que iba a seguirme hasta casa desde el parque, jamás
lo habría rescatado. Bueno, sí, seguramente lo habría rescatado, pero lo que quiero decir
es que...
−Espera un momento −Tyff, volvió la cabeza hacia ella−. ¿Me estás diciendo, que es
culpa tuya?
−Supongo que sí. No ha sido mi intención que sucediera, pero... –Kelley, se detuvo,
confundida. ¿De quién si no podría ser la culpa?
−No importa. Sigue. –Tyff, hizo una seña, para que continuara hablando, y volvió a
posar la mirada en la puerta del baño.
Kelley, se hundió en el sofá y le contó a Tyff, toda la historia.
Cuando terminó, su compañera de piso parecía algo más calmada.
−¿Puedes al menos, sacarlo de la bañera?
−Ése es el problema, que se niega a moverse. Anoche ya lo intenté. Tal vez... –Kelley,
vaciló ante la idea, pero finalmente, la enunció−. Tal vez, deberíamos llamar a la
policía.
−No. ¿Estás loca? Si el casero descubre una cosa así, nos pone a las dos de patitas en la
calle.
−Ya lo sé, ya lo sé. Sí, yo también lo había pensado. Tyff -y aquello, no era habitual en
ella- empezó a morderse la punta de una uña. Era modelo ―por partes‖ y ganaba
muchísimo dinero, por dejarse fotografiar las manos, los pies, las piernas, para unos
anuncios que aparecían en revistas caras. Por tanto, el hecho de morderse una uña,
delataba, que estaba viviendo un momento de gran tensión.
−¿Qué diablos vamos a...? No, espera un momento. ¿Qué diablos vas a hacer tú al
respecto?
−¡No lo sé! −Protestó Kelley.
Se levantó, agarrotada, y se fue a su dormitorio, para ponerse algo de ropa. No tenía la
menor idea, de qué hora era, pero a juzgar por la luz que se colaba por la ventana, debía
de ser muy tarde. Se puso unos vaqueros y una sudadera, y volvió al salón.
−Mira, he llamado al Departamento de protección de Animales del Ayuntamiento, pero
no me han creído. –Se acercó a la puerta del baño y la abrió. El caballo seguía allí, en
efecto, con las patas metidas en el agua perfumada y mordisqueando plácidamente la
punta de una toalla−. La señora, que ha atendido mi llamada, pensaba que había
fumado algo raro.
−Pues si eso es verdad, y considerando las circunstancias, será mejor que lo compartas
conmigo. −Se acercó nerviosa a Kelley, y observó por encima de su hombro−. ¿Por
qué lleva esas cuentas en la crin?
−¿Qué? −Kelley, no se había fijado−. ¿Dónde?
−Allí −le señaló Tyff−. Y ahí también. Son unas piedras negras, brillantes. Las lleva
anudadas por toda la crin.
Kelley, metió un poco más la cabeza en el baño para ver mejor. La luz de las bombillas,
se reflejaba en un gran número de cuentas de ónice.
−Ni idea. –Kelley, se sentía desconcertada−. También tiene en la cola. iEh! Claro, tal
vez sea el caballo de un circo. Eso explicaría que haya podido subir por la escalera de
incendios. –Kelley, adelantó una mano, despacio, para darle unas palmaditas en el
flanco de color caoba, y el caballo relinchó de placer−. Creo, que si empujamos las dos,
tal vez logremos moverlo, al menos hasta el salón.
Tyff, arqueó una ceja, oponiéndose sin palabras a esa idea.
A Kelley, le sonó la alarma del móvil, que lo tenía en la cocina. Fue a cogerlo, y vio la
hora que marcaba: las
12:35.
−Oh, no. −No podía creer, que hubiera dormido tanto-. Voy a llegar tarde al ensayo.
iTengo que irme ahora mismo!
−Kelley... –Tyff, adoptó un tono amenazador.
−Escucha, Tyff. En el armario, donde guardas los productos para hornear, hay unos
copos de avena...
−¡Winslow!...
Kelley, torció el gesto. Tyff, sólo la llamaba por el apellido, cuando estaba muy
enfadada.
−¿Podrías dárselos? Tal vez, así lo convenzas para que salga de la bañera.
−Eres una compañera de piso deleznable.
−Volveré cuando termine el ensayo. Te lo prometo.
−Deleznable.
−Te quedaré eternamente agradecida
−Eso ni lo digas. Eso no lo he oído. ¡La, la, la!
Tyff, se tapó los oídos con dos dedos, y seguía tarareando en voz muy alta cuando
Kelley, franqueó la puerta y echó a correr por el rellano tan deprisa como le permitían
los pies.
Lo último que oyó, cuando al fin alcanzó el refugio relativo de la escalera, fue el
lamento desesperado de Tyff.
−¿No será ésa mi espuma de baño francesa?
Cuando llegó al teatro, no estaba segura de qué la hacía sentirse peor, si el sentimiento
de culpabilidad por dejar a Tyff, sola con el problema o la falta de sueño.
Mientras las hadas bailarinas calentaban en el escenario, se sentó en el camerino y
apoyó la cabeza en las manos, tratando de aliviar la jaqueca, que no la dejaba en paz.
−Hola, niña. −Kelley, alzó la vista y vio a Mindi, que se encontraba en el quicio de la
puerta con el corsé de Tirania en la mano. Habían tenido que estrecharlo
considerablemente, y la mayoría de las presillas por las que pasaban las cintas, habían
sido sustituidas. −He pedido en Vestuario que te lo arreglaran. Tienes que
acostumbrarte a llevarlo. ¿Lo ves? Le han añadido un remate de encaje para que se
disimulen las costuras. ¿Qué te parece?
−¡Oh, Mindi, es estupendo! −Kelley, pasó un dedo por el trabajo de costura−. Parece
nuevo. –Levantó los ojos, hasta encontrar los de la mujer, y de pronto se sintió
culpable−. Supongo, que eso significa que Barbara, no va a volver, ¿no?
−Sinceramente, cielo, creo que es mejor así. Tú lo estás haciendo muy bien, o al menos
lo harás. Y tú lo sabes. Lo de ayer, fue sólo tu primer ensayo, ¿no es así? −Mindi se
encogió de hombros-. Para este papel, hace falta sangre nueva, si quieres mi opinión. Y
ahora, déjame ver cómo te sienta.
Mindi, la llevó hasta el espejo y le sostuvo aquella prenda rígida y reluciente sobre los
hombros.
−Perfecto.
Kelley, sonrió por primera vez en todo el día. Ponerse la ropa con la que actuaba, era
siempre uno de los mejores momentos para ella. Se miró en el espejo y casi vio a la
reina de las hadas agazapada, allí, en alguna parte. La luz destellaba en los brillantes
falsos, que festoneaban la costura superior y la delantera bordada del corsé.
−Eh, Mindi. –Kelley, se llevó la mano al collar, que también refulgía en el espejo−.
¿Crees que podría llevarlo durante las representaciones?
−¿Qué es? −Mindi, observó por encima de los lentes, apoyados casi en la punta de la
nariz−. ¿Un trébol de cuatro hojas o algo así?
−Sí, las piedras son de color verde y ámbar. Me Io regaló mi tía cuando era pequeña.
–Kelley, entrecerró los ojos−. Es una especie de amuleto de la buena suerte.
−Claro, cielo. Es muy bonito, y el verde combina con el vestido. A mí, personalmente,
me parece que a esta producción le vendrá bien, toda la buena suerte que se pueda
implorar, tomar prestada o robar.
−Gracias, Mindi.
−De nada. Y ahora, mueve el culo y sal ahí fuera. En cinco minutos tienes que estar
lista, para ensayar la escena del cenador.
Tras descolgar las alas del gancho de la puerta, Kelley, salió al pasillo corriendo, y el
cansancio que no la había abandonado durante toda la mañana, quedó atrás, en el
camerino.
OCHO.
El teatro Avalón, resultó ser una iglesia antigua reconvertida, en local de
representación de obras dramáticas, y albergaba más de una sorpresa para Sonny
Y Maddox. Dejando de lado la perplejidad que les causaba, que unos mortales
representaran a nobles de las cortes de los duendes y las hadas, lo que más les
desconcertó fue descubrir, que no todos los actores eran, de hecho, mortales.
Fue Maddox, quien primero se percató de ello.
−Mira −murmuró en un tono de voz, que hizo que Sonny, volviera la cabeza. Ahí
tienes algo interesante.
−¿Qué? ¿Dónde?
Sonny, alargó el cuello, para ver qué era aquello, que su compañero había visto.
−Ahí
−Maddox, si estás señalando algo, yo no lo veo. Somos invisibles, ¿lo recuerdas? −Le
susurró Sonny−. Se habían colado en una alcoba en penumbra, que quedaba detrás del
escenario y se habían cubierto con velos de invisibilidad, para no correr riesgos.
−Aquel del fondo, el que lleva la túnica verde. El que interpreta a Puck.
−¿Qué le pasa?
−Digamos, que no le hace falta "representar‖ el papel.
−¿Quieres decir, que es un boucca? −Exclamó Sonny, abriendo mucho los ojos.
−¡Silencio!
Los velos de invisibilidad, los protegían de las miradas de los humanos, incluso, de los
demás janos, y también, de las de casi todos los duendes, salvo de los más poderosos,
pero no amortiguaban el sonido de su voz, y la acústica de aquel viejo edificio, era
asombrosamente buena.
−Lo siento. −Sonny, observó al actor vestido de verde, que daba volteretas por el
escenario−. ¿Lo dices en serio, Madd?
−Absolutamente −respondió el jano, con un tono de preocupación en la voz. Los
boucca, eran una clase muy poco frecuente de duendes, casi tan poderosos, como los
integrantes de la realeza de los duendes de alta alcurnia.
Siempre misteriosos, y célebres por sus cambios de humor y de lealtades, se sabía que
habían servido en varias cortes de duendes, aunque preferían servirse a sí mismos. Allí,
donde iban, proliferaban los relatos de fechorías cometidas por ellos. Eran seres
coloridos, extravagantes, pero tenían fama de peligrosos, si se les provocaba.
Sonny, albergaba sus dudas. La figura que evolucionaba por el escenario con ademanes
de payaso y que se colgaba de las barras de la tramoya mientras declamaba sus réplicas,
no le parecía demasiado amenazadora.
−Dioses. No me extraña que se refugie en un teatro. Esos boucca, son unos colgados,
siempre tan histriónicos.
−Yo que tú, no lo llamaría "colgado" en su cara.
−Oooh, qué miedo −se burló Sonny, pero dirigió su radar de jano, hacia aquel ser, para
averiguar qué tenía, que había impresionado tanto a Maddox. Transcurrido un
momento, frunció el ceño.
−No consigo captarlo.
−No, y no lo conseguirás −observó su amigo, en un tono que denotaba respeto−. Ése
no es un boucca cualquiera. Posee una magia antigua. Es muy poderoso. Un boucca
como ése, puede volar por debajo de tu radar de
jano sin despeinarse un pelo.
−¿Cómo puedes estar tan seguro?
−Lo he reconocido. Lo veía ir y venir de la Corte Maligna, en la época anterior al cierre
de las Puertas, decretado por Oberón. Antes de tu tiempo, Sonny.
El jano parpadeó.
−No estarás insinuando, que es el Puck original.
−No lo sé −respondió Maddox, pensativo−. Circula el rumor, de que el verdadero
Puck, lleva cien años o más, atrapado en el reino de los mortales, encerrado en un tarro
de miel, que está enterrado bajo una piedra en algún lugar de Irlanda. Desde que hizo
algo, que enfureció realmente a un leprechaun.
−¡Vaya! −Exclamó Sonny, envoz muy baja−. ¿Qué haría para merecer algo así?
−De momento, mejor que no des un rumor por bueno. –Maddox, ahogó una risita−.
Los leprechauns, conservan mucho de su antiguo poder, y no tienen el más mínimo
sentido del humor.
Desde un asiento de la platea, uno de los mortales -el director, según parecía- había
solicitado una pausa en el ensayo de la escena, en la que intervenía Puck, satisfecho, al
parecer, con el trabajo que éste había realizado (o tal vez, simplemente cansado, de
pedirle que dejara de ―rebotar por todo el maldito escenario"). Fuera como fuere, el
caso es que pasaron a otro fragmento, en que intervenía la chica, que Sonny, había
conocido en el parque.
−Venga, vamos a acercarnos más −le susurró Sonny, a Maddox, avanzando por el
lateral.
−¿Por qué?
−Quizá, podamos averiguar algo sobre ella. Ya sabes, alguna pista.
−\/e tú. Yo no pienso acercarme a ese boucca, más de lo estrictamente necesario.
−Está bien. Entonces ve a echar un visstazo fuera, a ver si encuentras a un kelpie, atado
en alguna parte.
−No entiendo, por qué te empeñas en creer que existe una relación entre los dos. La
chica pudo perder esos papeles en cualquier parte −murmuró Maddox, mientras se
giraba para salir−. Esos papeles, podían llevar allí días. Semanas.
Sonny, ya lo había pensado, pero había visto a la joven -a Kelley- con ese cuadernillo,
una o dos horas antes de encontrarlo junto al lago. Y había descubierto también, la rosa
aplastada. Era la que él le había dado, sí. Lo sabía. Lo único que ignoraba todavía, era
qué estaba haciendo ahí. Y qué sabía ella, si es que sabía algo, de aquel peligroso
caballo feérico.
―Tú, Filomena, con el canto tuyo, entra también en nuestro dulce arrullo,
Ea, ea, ea, ea...‖
Aquella canción, era como un hechizo. Las luces del escenario, parecieron parpadear y
volverse más tenues.
Y la muchacha del cenador empezó a resplandecer.
NUEVE.
―..Ni hechizo o mal, ninguna triste cosa, llegue a nuestra señora deliciosa, y al arrullo,
la noche dulce sea."
Tenuemente, como si le llegara desde una gran distancia, oyó que La actriz, que
interpretaba el papel del hada Telaraña, decía su réplica:
Ese era el pie, que daba entrada a Oberón, que se acercaba sigiloso, para ungir los ojos
de Titania, con una poción mágica. Kelley, permaneció tendida, inmóvil, esperando a
oír la voz meliflua de Jack. A través, de los párpados cerrados, percibió un calor más
intenso. Debían de haber encendido un foco sobre ella.
Una parte de Kelley, quería abrir los ojos para apreciar el efecto de la luz, pero la otra le
decía, que allí se estaba muy a gusto... Además, estaban ensayando la escena de un
tirón, saltándose las partes, en que los, amantes, hablaban, por lo que pronto, podría ver
lo que quisiera (en cuanto Jack, declamara sus réplicas).
−―Tú verdadero amor para ti sea, eso que al despertar tu vista vea‖.
La voz de Jack, sonaba muy distinta de lo habitual: susurraba las palabras, como una
serpiente sibilante, sinuosa, a su oído. Sin duda estaba experimentando con la voz. El
efecto era impresionante. Asustaba.
−"Ámalo y entristécete de anhelo‖.
El resto de la réplica, se perdió en el silencio. Kelley, abrió los ojos y se encontró
recostada en un banco cubierto de musgo. A su alrededor, el bosque, un muro negro y
elevadísimo, de ramas sarmentosas, retorcidas, acechaba. Sin embargo, en el diminuto
claro, iluminado por la luna, en el que se encontraba, todo era hermoso, prístino.
Se dio la vuelta y vio a alguien entre las sombras.
Una larga cabellera ondulante, le caía sobre los hombros, enmarcando el acusado ángulo
que formaban los pómulos y la mandíbula. Era un rostro, que Kelley, conocía.
Sintió, que no le llegaba la sangre a la cabeza y que el corazón, empezaba a latirle con
fuerza. La luna brillaba en aquellos ojos, convirtiendo su mirada en un fuego de plata.
Las ramas blancas y desnudas de los abedules, se arqueaban sobre su cabeza, y se
asemejaban a la cornamenta de un Ciervo Rey. Llevaba sólo unas mallas hechas de una
piel muy flexible, marrón oscuro, y un cinto de hebilla plateada. Iba con el pecho
descubierto y descalzo.
Colgado al cuello, con un fino cordón de cuero trenzado, lucía un medallón de hierro
grisáceo. Una gota de sangre brillante, se deslizaba por debajo del amuleto.
―Eso que al despertar, tu vista vea…‖
Sonny, sonrió. Era la sonrisa más triste, que Kelley, había visto en su vida, llena de un
anhelo indescriptible, de dolor de corazón. Sintió que el suyo se partía en dos.
Lejos, muy lejos, oyó el graznido agudo, desgarrador, de un halcón de cetrería.
Kelley, abrió los ojos de golpe y, sintiéndose, sobresaltada, miró alrededor con
impaciencia.
Se encontraba en el teatro, sobre el cenador. Inquieta, giró la cabeza a la izquierda, y
durante un instante lo vio.
Estaba allí, en el pasillo en penumbra, que daba acceso al escenario. Pero en lugar de
aquella expresión de dolor, vio que la observaba con una mezcla de asombro y sorpresa.
Los ojos verdes de Kelley, se posaron en los de él, grises, durante un momento
brevísimo. Y luego ya no estaba.
−Por más que no soy partidario de los estimulantes artificiales, ¿podría alguien, por
favor, administrar a nuestra reina de las hadas, alguna pastilla para que no se quede
dormida durante el siguiente ensayo, maldita sea? −Gritó
Quentin, desde la platea.
Soñando. Se había quedado dormida y estaba soñando.
Kelley, notó que se ruborizaba al constatar que, además de la mirada furiosa del
director, había otros muchos pares de ojos puestos en ella, con expresiones que iban del
asombro divertido, al enojo.
−Está bien, es todo por hoy, niños. –Quentin, se levantó y echó a andar en dirección a
su despacho−. Duerma un poco, señorita Winslow, o no exagere tanto cuando recurra al
Método, ¿de acuerdo?
Kelley, miró al resto de actores, con ojos culpables y las mejillas coloradas de
vergüenza. Finalmente, posó los ojos en Alec Oakland, el actor que interpretaba el papel
de Lanzadera, que estaba sentado al borde del cenador, con la falsa cabeza de asno,
sujeta bajo un brazo. Afortunadamente, él sonreía.
−Jo, Winslow, ¿tanto te he aburrido?
−No, por Dios, AIec... Lo siento. Casi no he dormido esta noche y...
−No te preocupes −la tranquilrzó éI, ahuyentando sus temores con un gesto de la
mano−. De todos modos, no creo que ―Q‖, pensara trabajar mucho más. Ya casi es
hora de terminar.
Se puso en pie y recogió la cabeza de asno. Kelley, la observó, incómoda, pues le hizo
recordar de pronto el caballo de su bañera. Alec, le ofreció la mano para ayudarla a
ponerse en pie.
−Esto... −dijo, mientras ella se levantaba−. Hace tiempo, que quiero proponértelo. ¿Te
apetecería tomar un café conmigo, un día de éstos?
Una punzada de dolor, recorrió la cabeza de Kelley, acompañada de la imagen de
aquella figura en sombra que, en su sueño, se hallaba agazapada en el bosque.
−¿Kelley? ¿Estás bien?...
−Sí…
Alec, la miraba, Preocupado.
−Sí, gracias, es la falta de sueño, creo. Esto… sí… un café. Estaría bien, sí. Un día de
éstos.
−Pues, me da la impresión, de que no te vendría mal tomártelo, ahora mismo −se burló
él, componiendo un gesto esperanzado, en aquel rostro atractivo, pecoso−. ¿Quieres que
vayamos a un Starbucks? −Kelley, se echó a reír y levantó una mano.
−No, hoy no. Me parece, que me voy a ir derecha a casa, a ver si descanso un poco.
− Sí, claro −dijo Alec, bajando un peldaño.
Kelley, se sintió vagamente culpable y confusa por su reacción. Hasta apenas una
semana, habría aceptado al momento, la más mínima insinuación de salir con Alec. Pero
ahora... Ahora, no veía más allá de las ramas del bosque de ensueño, y del joven de
cabellos castaños, que aguardaba tras ellas, con ojos pesarosos.
Entre ellos, se instaló un silencio incómodo. Kelley, extendió una mano, para rascarle la
oreja, a la cabeza de asno.
−¿Es impermeable? −le preguntó, intentando infundir algo de entusiasmo a su voz.
−Completamente −asintió Alec, y un atisbo de sonrisa, se instaló de nuevo en sus
labios−. Hasta mañana −dijo, antes de alejarse corriendo en dirección a los camerinos.
Kelley, lo siguió, transcurridos unos segundos, recorriendo despacio, a conciencia, el
pasillo lateral del escenario, donde había visto −donde creía haber visto− a alguien.
Pero, por supuesto allí no había nadie.
DIEZ.
El boucca, sujetaba Sonny, por el pescuezo. El jano, estaba furioso consigo mismo,
por haber bajado la guardia. Maddox, le había advertido, sobre aquel ser maligno y le
había recomendado, que no se acercara demasiado a él. Pero le había distraído, aquel
muchacho con su ridícula cabeza de asno bajo el brazo, así como la desagradable
sensación que se había apoderado de él, cuando vio que agarraba a la chica de la mano.
El boucca arrugó la nariz y compuso un gesto travieso y burlón en su rostro verdoso y
pálido.
Inspiró profundamente y recogió sus cosas, ―impaciente‖ por llegar a casa y encontrar
el modo de sacar de su bañera —y del apartamento— a un caballo de tamaño natural
sin alertar al vecindario.
En la puerta del teatro, mientras contemplaba la cortina de agua que se desprendía del
tejado, Kelly, se planteó por un momento la posibilidad de quedarse a dormir en el
camerino esa noche. Con aquel tiempo desapacible, y con su compañera de piso, que
aún se mostraría más desapacible...
Cobarde…
Levantó los hombros, se cubrió con la capucha y dando un paso al frente, se adentró en
la lluvia. Se sentía como si estuviera caminando por un río. El aguacero era de tal
intensidad, que apenas veía nada. Con la cabeza agachada, echó a correr, arrimada lo
más posible a la fachada del teatro, a pesar de que los aleros del tejado le ofrecían
escaso refugio. En un momento, en que levantó la vista, vio algo que la hizo detenerse
en seco. Subido a una caja de madera vieja, había alguien que, a través de una ventana
sucia, espiaba el interior de una de las estancias del teatro, concretamente, su camerino.
¡Donde acabo de pasar los ltimos quince minutos envuelta en una toalla!
Kelley, ahogó un grito, tapándose la boca con una mano, mientras metía la otra en el
bolso que llevaba colgado del hombro, pues ahí dentro, en algún lugar, debía estar su
spray de autodefensa. Intentó retroceder discretamente, pero el hombre se volvió, como
si hubiera oído sus pasos sigilosos por encima del golpeteo de la lluvia, en los cubos de
la basura. Kelley, dio media vuelta para regresar corriendo a la puerta de entrada del
teatro. Pero, no sabía cómo, el hombre se había bajado de la caja y ya se había plantado
frente a ella.
Guapo. Desconocido.
Su rostro era tal como lo recordaba (tanto por su encuentro en el parque, como por el
sueño que había tenido en pleno ensayo). Pero esta vez, su mirada no brillaba de
compasión, ni expresaba camaradería, sino más bien temor. Su preciosa boca formaba
una línea delgada, tensa.
Ese gesto puso en guardia a Kelley.
—A menos que seas el repartidor de flores a domicilio, ¿qué estás haciendo aquí? —le
preguntó, levantando la cabeza, desafiante.
—Te buscaba.
Dos palabras, que bastaron para que el corazón empezara a latirle con más fuerza. Tuvo
que obligarse a no dar un paso atrás. No era así como había deseado encontrarse de
nuevo con aquel Guapo Desconocido. La situación le resultaba peligrosa.
—¿Qué estabas haciendo anoche en el parque? —preguntó él con tono inquisitivo.
La indignación se apoderó de Kelley.
—¿Por qué sabes que estuve anoche en el parque?
—Lo sé, simplemente. Sé que fuiste allí después de que yo te dejara en el jardín, sé que
encontraste… algo. —La observaba con gran atención—. Necesito saber dónde está.
Dímelo. Ahora.
—Piérdete.
—¿Cómo has dicho?
El joven parpadeó, desconcertado. Su expresión le hacía parecer más niño de lo que era,
y Kelley, llegó a la conclusión de que no podía ser mucho mayor que ella. Debía de
tener unos dieciocho o diecinueve años. Aunque, no por ser joven le resultaba menos
amenazador.
Pero a Kelley, la había criado una tía irlandesa de armas tomar. Y repitió la palabra
separando mucho las sílabas.
— Piér— de— te.
El Guapo Desconocido, parecía confuso, como si nunca nadie lo hubiera mandado a
paseo.
—No lo entiendes. Necesito saber qué es lo que encontraste. Es por tu bien. Debes
confiar en mí.
—¿Confiar en ti? ¿Cómo puedo confiar en alguien que me sigue a todas partes, me
espía mientras me cambio de ropa y me asalta en un callejón? por Dios, ¿cómo puedes
pedirme que confíe en ti?
—Yo no te he espiado mientras te cambiabas.
—No, claro que no.
Al menos tiene la decencia de ruborizarse, pensó Kelley.
—Sólo te he visto salir del camerino. Quería asegurarme de que estabas sola, para
hablar contigo.
—¡Ah, sí, por supuesto! Para ―hablar‖ conmigo.
El asombro que parecía haberle provocado la acusación de Kelley, era tal, que ésta, se
senda inclinada a creerle, aunque tampoco le importaba demasiado.
—¿Por eso estabas ahí agazapado antes, entre bambalinas?
Kelley, no imaginaba la reacción que aquella pregunta iba a suscitar en él. El Guapo
Desconocido, abrió mucho los ojos y se apartó bruscamente de ella, como si Kelley, le
hubiera propinado un puñetazo.
¿Qué diablos era aquéllo?
—¿Me estás acosando?
Kelley, miró por encima del hombro para ver si todavía quedaba algún miembro del
reparto por allí. Pero la lluvia los había ahuyentado a todos, o les impedía salir.
—¡Por supuesto que no!
Dio un paso hacia ella, y Kelley, retrocedió.
—Si se te ocurre tocarme, rozarme siquiera, gritaré como una posesa.
Aquello lo detuvo y, una vez más, compuso aquel gesto infantil de perplejidad.
Kelley se atrevió a posar sus ojos en los de él, y se le cortó la respiración. La intensidad
de su mirada era tal, que se sentía como atrapada por la luz de un potentísimo foco.
Aquel chico la estaba atosigando, y aún así deseaba acercarse a él y acariciarle el rostro.
—Se está haciendo tarde, y no tengo tiempo para esto —balbució él, impaciente,
alzando la vista al cielo.
Kelley, se sorprendió a sí misma siguiendo la dirección de su mirada.
Él dio un paso más hacia ella, y las terminaciones nerviosas de Kelley, resonaron como
alarmas, instándola a salir huyendo. Un extraño cosquilleo, le recorrió la columna
vertebral hasta las yemas de los dedos, acumulándose allí, como si de un momento a
otro fueran a salirle alas. Pero sus pies permanecían anclados en el suelo y, atrapada en
la mirada del joven, contenía el aliento.
De pronto, Sonny, sintió una descarga eléctrica, que le hizo retroceder de un salto y le
arrancó una mueca de dolor. Cuando apartó los ojos de ella, se recuperó a una velocidad
sobrenatural y alargó de nuevo la mano, agarrándole la capucha y un mechón de pelo.
Kelly, sintió el chasquido del collar de plata al romperse, y vio que el trébol de cuatro
hojas se soltaba y caía en un charco.
Ella lanzó el puño, que describió medio círculo en el aire, y el joven salió despedido
hacia atrás, estampándose contra la pared de ladrillos del teatro.
—¿Cómo te atreves? —le gritó ella, y el aire que la rodeaba le pareció de pronto tan frío
como su ira, alimentada por la adrenalina.
Los ojos de él, grises como una tormenta, se abrieron como platos al ver que...
DOCE.
Habría querido suplicarle que lo perdonara. Ofrecerle su vida por haberla ofendido de
ese modo. Someterse a ella. La criatura que se alzaba ante él, gloriosa como las
estrellas, era digna de ser adorada y temida.
Sonny, sentía un dolor en el pecho, como si se lo hubieran pateado con botas de piedra,
y tenía los ojos arrasados en lágrimas de remordimiento. Era como si volviera a ser
niño, corno si corriera de nuevo por los salones del palacio de Oberón, consciente de
que nunca sería como los duendes, de que para ellos sería un juguete, una mascota, de
que aquellas criaturas, que eran como la diosa que tenía delante, nunca le querrían de
verdad. Su luz se derramaba sobre él, y sabía que era absolutamente indigno...
Y entonces, con la misma rapidez con la que las estrellas habían brillado, todo regresó a
la penumbra.
—Ya veo que todo ha ido bien —le dijo Maddox, secamente mientras se quitaba el velo
que lo había mantenido invisible y salía de detrás de un contenedor de basura. Sonny, se
volvió hacia él y lo miró con gesto de enfadado—. No, en serio, se nota que le caes
muy bien.
—Maddox...
—Sí, ya me callo.
—Se suponía, que tú debías vigilar —masculló Sonny.
—Y vigilaba. Pero esa chica es muy rápida. —Se encogió de hombros. —De todos
modos, deberías haberte mantenido velado.
Sonny, miró hacia el lugar por donde se había ido la chica.
—No estoy seguro, de que hubiera cambiado nada.
—¿Por qué no?
—Me ha visto en el escenario y, allí sí iba cubierto con el escudo protector. Tú has visto
lo que yo, ¿no? —Sonny, se giró y apretó con fuerza el hombro de su amigo. ¿Has visto
lo que le ha ocurrido?
La expresión de Maddox, era fría, inescrutable. La lluvia amainaba, pero el agua seguía
resbalando por sus rostros, aunque ninguno de los dos lo notaba.
—He visto... algo. —Maddox, hablaba con voz neutra, despojada deliberadamente de
toda emoción audible. Pero las palabras que pronunció, a continuación, dejaron
totalmente claras sus sensaciones: —Y, lo único que puedo decir, es que me he llevado
un susto de muerte.
—Deberíamos seguirla.
Sonny, no había terminado de pronunciar aquellas palabras, cuando Maddox, ya negaba
con la cabeza, vigorosamente.
—Ah, no. No, no y no. Acabas de prometerle que no la seguirías. Yo me lo pensaría dos
veces, antes de faltar a la promesa dada a una chica tan dulce y tan guapa, y que da tanto
miedo como ésa. Y más teniendo en cuenta, que es capaz de vencerte sin el menor
esfuerzo.
—Mira, yo cuento con poco más que las advertencias vagas y no demasiado
tranquilizadoras que el boucca, me ha proporcionados sobre el kelpie. Pero esa ―niña
dulce y bonita" sabe más de lo sucedido en el lago, de lo que dice, y creo que debemos
averiguar qué es. —Sonny, no mencionó que Bob, también le había pedido que
―cuidara de ella".
—Déjalo, Sonn —le sugirió Maddox, y se dio la vuelta para alejarse en la dirección
opuesta a la que había tomado la chica—. Sé muy bien cuándo se avecinan problemas,
y tú también. Quítatela de la cabeza.
En efecto, Sonny, sabía muy bien dónde había problemas. Por más que no le gustara
reconocerlo, Maddox, tenía razón. A regañadientes, siguió al otro Jano, girándose de
vez en cuando. En ese momento, quitársela de la cabeza, le parecía uno de los mayores
retos a los que se había enfrentado en su vida.
TRECE.
—¿Tyff? —llamó con voz vacilante—. Esto... ya estoy en casa y siento mucho...
Silencio.
— ¿Tyff?
—Se ha comido mi jabón. —Tyff, salió despacio del baño, con los brazos cruzados
sobre el pecho. Su tono de voz era de lo más normal, extrañamente agradable—. Mi
pastilla de jabón de ochenta dólares, la de hierbas japonesas prensadas a mano. El jabón
japonés. Se lo ha comido.
—Oh...
—Y también se ha comido el tuyo, ése de dos dólares, Primavera Irlandesa se llama,
¿no? Pero en este caso, no he hecho nada por impedirlo.
—Tyff, de veras que lo siento mucho...
—De hecho, más que no hacer nada por impedirlo, he sido yo la que se lo ha dado. —
Tyff, le dedicó una sonrisa almibarada y asesina a la vez; acto seguido frunció el ceño y
le preguntó: —¿Sabes que estás empapada?
—Es que me ha pillado la lluvia...
—Pues ve a cambiarte, que vas aponer el suelo hecho un asco.
Kelley, se miró los pies y constató que, en efecto, a su alrededor empezaba a formarse
un charco. Salió disparada, pasando junto a su compañera de piso, que seguía plantada
ante la puerta del baño meneando la cabeza y oyó un relincho de bienvenida, que
provenía del interior.
La puerta se cerró y, una vez sola, Kelley, fue a la cocina, cogió el paquete de cereales y
lo agitó. Estaba medio vacío, pero el ruido suscitó un débil relincho de respuesta. Se
dirigió al baño y asomó la cabeza por la puerta. El caballo movió las orejas en su
dirección, emitió una especie de ronquido y, por la fosa nasal izquierda asomó una
pompa grande, iridiscente, que fue hinchándose hasta alcanzar el tamaño de un globo
pequeño, antes de estallar con un ruido sordo. Kelley, se echó a reír al ver el gesto de
asombro del animal, y él le respondió con un quejido, que sonaba claramente a risita
avergonzada.
—Vamos, caballo.
Kelley, se sentía como una tonta, entre otras cosas, porque aquel animal parecía más
listo que ella. No se dejaba engañar por su truquito de agitar un puñado de cereales y
alejarlo de él cada vez más para sacarlo del baño. No. Cuando, tras alargar el cuello al
máximo, constataba que quedaban demasiado lejos, se limitaba a ladear la cabeza y a
mirarla con aquellos ojos grandes y tristones. Al final, fue ella la que cedió y,
sentándose en el borde de la bañera, abrió la mano para que él se comiera todos aquellos
cilindros, herraduras y tréboles de cereal.
Tampoco podía evitar llamar "caballo", al caballo, algo que, no sabía por qué, le parecía
grosero.
Cogió otro puñado de Amuletos de la Suerte, y se los acercó al hocico. Los ojos del
animal parecieron iluminarse de entusiasmo y los olisqueó. Kelley, sintió las cosquillas
en la palma de la mano y se le escapó una risita. En ese momento, se le ocurrió un
nombre para él.
El caballo levantó la cabeza, como si respondiera a ese nombre, y la miró sin dejar de
devorar sus golosinas. Sí, era un nombre que le iba bastante bien. Había tenido suerte,
de que ella se encontrara en el parque aquella noche, y de que la señora Maden, la
vecina de al lado, no hubiera oído el escándalo que había montado cuando se coló en el
baño, y no hubiera llamado a la policía. Había tenido suerte de que al casero no se le
hubiera ocurrido ir a visitarlas, y mucha más suerte aún, de que Tyff, por alguna razón
incomprensible, no los hubiera matado a ninguno de los dos. Buena, Suerte.
Le rascó detrás de la oreja, y Buena Suerte, relinchó de placer. Kelley, tuvo la sensación
de que si hubiera sido un gato, en vez de un caballo, habría empezado a ronronear.
―Pues eso, por el bien de los dos, espero, que en efecto, traigas buena suerte, y no mala
suerte‖.
Porque ella sabía muy bien, que la suerte podía ser buena o mala.
CATORCE.
Sonny, hincó dolorosamente una rodilla en el suelo para evitar que le arrancaran la
cabeza de un mordisco. El boggart, contra el que luchaba había surgido de una grieta en
los Strawberry Fields. Estaba cubierto de espinas venenosas y armado de una hilera de
dientes afilados. Tras emitir una especie de silbido, el boggart, regresó a toda prisa a la
oscuridad. Sonny soltó una maldición y echó a correr para darle alcance, haciendo
grandes esfuerzos por concentrarse, por olvidar a aquella chica rara que lo sacaba de
quicio.
Aquel ser maligno gruñe, mostrándole los dientes, y se internó en la espesura. Sonny,
soltó otra palabrota y fue tras él. El claro que se extendía más allá, estaba desierto; ésas
eran cosas que era capaz de oler, como se olía la vaharada penetrante que desprendía el
diente de león. Aquel ser se había ocultado, pero seguía cerca.
Oyó un chasquido de ramas sobre su cabeza. Sonny, alzó la vista, pero ya era demasiado
tarde: el boggart, lo había conducido derecho a una trampa.
Una nube de cuervos volaba en círculos sobre ellos, y el temor se apoderó de él.
Aquéllos no eran cuervos normales, sino criaturas de Mabh, la reina Otoñal de los
Márgenes Umbríos de la tierra de los duendes. Pájaros inmensos, de plumas negras,
brillantes, de ojos rojos, garras como hoces y un hambre atroz de carne humana.
Aquel boggart, debía de ser también uno de los secuaces de Mabh, o eso pensaba
Sonny, mientras, desesperado, extraía el haz de bastoncillos de la mochila.
Apresuradamente, pronunció las palabras mágicas, y los bastoncillos se convirtieron de
nuevo en una espada con filo de plata.
El boggart, apareció al otro lado del claro, levantó sus manos retorcidas al aire, como si
diera la señal de ataque a sus tropas, y los cuervos se lanzaron a la ofensiva.
Se le apareció el rostro de Kelley, pero no hizo nada por apartarlo de su mente. Pensar
en su sonrisa le daba fuerzas. Los cuervos regresaron para atacarlo, y él volvió a blandir
la espada, que dibujó un arco de luz en la oscuridad.
La claridad del amanecer, se colaba ya por las ventanas cuando Sonny, entró en su
apartamento. En la terraza, la elegante figura del rey maligno, se recortaba sobre una
tumbona. Sonny, dejó la chaqueta y la mochila en el sofá y, con cautela, salió al
exterior.
—Mabh, está bastante enfadada contigo, jovencito —dijo Oberón, con voz a la vez fría
y divertida—. Tiene mucho cariño a sus mascotas.
—Pues la próxima vez, decidle que las deje en casa. O, si quiere ponerme a prueba, que
escoja pájaros más grandes. —Sonny, se desperezó para desentumecer la espalda. Le
había costado mucho librarse de aquellos cuervos asesinos, pero estaba satisfecho con el
resultado. Ni uno solo se había salido con la suya.
Cuando la reina Mabh, transitaba libremente por el mundo de los mortales, se convertía
en la materia de la que estaban hechas las pesadillas. Sus transgresiones contra los
mortales se habían vuelto tan terribles, que Oberón y Titania, se vieron obligados a
unirse para encerrarla en los confines de los Márgenes Umbríos, que constituían su
reino oscuro. Pero Mabh, seguía permitiéndose el placer de enviar a sus secuaces a
franquear las Puertas, para sembrar el caos, operación, que ella controlaba desde su bola
de cristal como quien se entretiene viendo películas de terror.
Que las criaturas de Mabh, pudieran volver a circular con libertad por el mundo, era
algo que incitaba a Sonny, a tomarse muy en serio su misión como Jano. Tal vez, no
quisiera vivir en este mundo, pero desde luego, no le deseaba ningún mal. Y menos si
en él existían criaturas como su Polvorilla...
—¿Es que no tienes casa? —le preguntó en tono de estudiada indiferencia. Levantó el
cristal que protegía el tablón de anuncios y pegó una de sus notas sobre otra que
informaba de la celebración de un concierto gratuito el verano anterior.
Él respondió a su pregunta con otra pregunta.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Pegando un anuncio. —le informó, agitando los papeles que sostenía en la mano—.
Aunque, no creo que sea asunto tuyo.
—No deberías estar aquí.
Esta vez, sí se volvió y lo miró de frente.
—Me ha alegrado mucho verte —dijo, y se fue.
Pero no había dado ni cinco pasos, cuando él le dio alcance.
—No era eso lo que quería decir —se disculpó, con un deje de desesperación en la voz.
Kelley, no estaba segura de si esa desesperación se la provocaba ella o él mismo. Y se
dio cuenta, de que a ella le ocurría lo mismo. Las hojas recién caídas crujían bajo sus
pies a medida que avanzaban juntos, lo que en otras circunstancias, con otro chico,
habría podido interpretarse como un silencio cómplice.
—Siento lo de ayer —dijo él al fin.
—¿Y qué es exactamente lo que sientes? —replicó Kelley, sin aminorar la marcha, y sin
mirarlo.
—Siento haberte asustado. —Se expresaba en tono compungido, incómodo, como si no
estuviera acostumbrado a disculparse.
Kelley, estaba decidida a no ponérselo fácil. La había asustado, y mucho. ¿Cómo se
atrevía siquiera a dirigirle la palabra?
—No te acepto las disculpas.
Él, sorprendido, perdió el paso y se quedó un poco rezagado.
—Sí, claro, lo comprendo.
—¡No, tú no lo comprendes! —le gritó ella por encima del hombro, sin aflojar el ritmo.
Pero, un instante después, él ya la había alcanzado, sin gran esfuerzo, pues caminaba a
grandes zancadas.
—Tienes razón —admitió él al fin—. No lo comprendo.
Kelley, suspiró.
—No veo por qué, debo aceptar las disculpas de un desconocido, en estas
circunstancias, precisamente. Un ―lo siento‖, puedo aceptárselo a alguien que sin querer
me da un codazo en el vagón del metro. En ese caso, sí, la disculpa me parece adecuada.
—Lo miró brevemente—. Sin embargo, si ese ―lo siento‖, viene de un chico misterioso
que me regala algo, después desaparece, más tarde se presenta en mi lugar de trabajo, de
nuevo vuelve a desaparecer, después me acecha en un callejón, vuelve a desaparecer...
—No, esa vez fuiste tú la que te fuiste corriendo.
—¡No me interrumpas!
—Lo sient... Esto... sigue, por favor.
—...Y más tarde, vuelve a aparecer, como por arte de magia, cuando estoy en el parque,
ocupada en mis cosas... —Kelley, se detuvo en seco y le puso el dedo índice en el
pecho—. Pues no, no acepto ese ―lo siento‖, así de simple, así de breve, así de
desnudo, sin más explicaciones, esa disculpa de un chico que me ha dado un susto de
muerte. —Volvió a girarse y prosiguió su rápido avance por el sendero—. De hecho, de
ese chico ni siquiera aceptaría una disculpa elaborada, larga y adornada. No sin saber
quién es exactamente ese chico. O sea que tú decides.
Tras dar varios pasos más, la cogió por el brazo.
—Sonny.
Kelley, alzó la vista.
Él meneó la cabeza, sonriendo un poco, y se dio unas palmaditas en el pecho.
—Me llamo Sonny. —Hizo una pausa, cauteloso—. Sonny Flannery.
—Kelley —dijo ella, pronunciando su nombre muy despacio—. Kelley Winslow.
—Y eres actriz. —El tono de su voz, convertía aquella afirmación casi en una pregunta,
como si le extrañara que pudiera serlo.
—Sí —respondió ella, poco convencida—. Me viste en el teatro, ¿no?
—Sí.
—Sobre eso..., Sonny... —Se le hacía raro saber su nombre—. Puesto, que tú sabes
mucho más de mí que yo de ti, ¿qué te parecería devolverme el favor?
Él frunció el ceño.
—No hay nada sobre mí, que resulte mínimamente interesante.
Kelley, se echó a reír.
—Estoy segura, de que eso no es cierto. —Sonny, se mantuvo en silencio—. Está bien.
¿Entonces? ¿Vas a la escuela? ¿A la universidad? ¿Trabajas? ¿Qué haces?
—Soy... guardián. —Se encogió de hombros, mientras sus pies se hundían entre las
hojas secas—. Bueno, una especie de guardián.
—¿Quieres decir, que eres guardia de seguridad? —le preguntó Kelley.
Sonny, vaciló un momento antes de asentir.
—Sí, supongo que sí.
—Bien. O sea que eres vigilante nocturno.
El esbozó algo parecido a una sonrisa avergonzada.
—Sí.
—No hay nada malo en eso. —Kelley, se giró para reanudar la marcha y Sonny, la
siguió. Recordó la teoría de Tyff, según la cual Sonny, era una especie de aprendiz de
detective, contratado por la loca de su tía para vigilarla. Tenía cierto sentido, sobre todo
si trabajaba para alguna empresa de seguridad. Intentó imaginárselo vistiendo un
uniforme alquilado, que seguro le vendría grande, con unos pantalones grises de tergal,
y prefirió llegar a la conclusión de que Sonny, trabajaba con ropa de calle.
Tomaron el sendero que bordeaba la fuente de Bethesda, por el este y pasaba bajo los
arcos de piedra cubiertos de vegetación, rodeando el lado norte de Conservatory Water.
Por lo general, allí se congregaban gran cantidad de amantes de los barcos de juguete,
que con sus mandos a distancia, manejaban sus embarcaciones en el estanque; pero a
esas horas estaba desierto.
Kelley, cruzó los brazos.
—Esta noche volverá a ser fría —dijo.
Sonny, se detuvo en seco, petrificado, como si ella acabara de pronunciar una maldición
o un hechizo. Giró la cabeza y se le agarrotaron los hombros. Aquel súbito cambio
sorprendió a Kelley.
—Maldita sea —murmuró él entre dientes.
Ella miró alrededor pero, por más que lo intentaba, no lograba entender cuál era el
problema. En el parque todo parecía tranquilo y en silencio.
Muy lejos aulló un perro.
—No deberías estar aquí —dijo Sonny, con voz áspera, mientras miraba hacia el punto
aproximado del que había provenido aquel sonido. De pronto, parecía encontrarse a
miles de kilómetros. Impenetrable. Duro.
Lo acusado de aquel cambio de humor, pilló desprevenida a Kelley, que, al instante,
volvió a ponerse a la defensiva. ¿Lo había ofendido en algo? ¿En qué?
Aun así, trató de responder en tono jocoso.
—No sé, la última vez que estuve aquí, esto era un parque público. Y yo... —añadió,
señalándose a sí misma— formo parte del público.
El perro volvió a aullar, más cerca en esa ocasión. Kelley, suponía que se trataba de un
perro, porque se encontraba en pleno centro de una de las mayores ciudades de
Norteamérica. De haber estado en su tierra, en los Catskills, habría jurado que era un
coyote.
Sonny, se volvió hacia ella, con sus ojos grises más oscuros, y señaló con vehemencia
hacia el oeste.
—Se está poniendo el sol.
Kelley, volvió a cruzarse de brazos.
—Sí, el sol suele ponerse por la noche, ya me había dado cuenta.
Sonny, le pareció mucho mayor de repente. Y eso la asustó.
—Me alegro. Pero ahora deberías irte, antes de que te metas en más problemas. Como la
otra noche.
—¿Qué? ¡No fue culpa mía! —El asombro de Kelley, fue tal que no se molestó
siquiera en preguntarle, cómo sabía él que había estado a punto de ahogarse—. ¿Cómo
va a ser culpa mía una cosa así?
—¿De quién, entonces?
Ella lo miró fijamente, muy seria.
—¿Qué? —exclamó él, abandonando por un instante su actitud amenazadora—. No
estarás insinuando, que la culpa fue mía por...
Kelley, estaba indignada.
—Mira, para empezar, si tú no te las hubieras dado de gran caballero romántico, con esa
rosa, esa caída de ojos y todo lo demás, yo no me habría quedado allí lo bastante como
para haber encontrado a Buena Suerte, y él no estaría metido en mi bañera, y... —
Kelley, metió la mano en el bolso y sacó los anuncios de color fucsia, algo arrugados,
que teóricamente había ido a pegar allí—... no habría tenido que venir aquí, con estos
absurdos cartelitos. Lo que implica que no habríamos vuelto a encontrarnos. Empiezo a
pensar, que eso habría sido estupendo.
—¿Buena Suerte? —Sonny, parecía no entender nada.
—Es un caballo. —Kelley, agitó los avisos delante de sus narices, colérica.
—Sí, claro.
—No sigas por ahí.
—No sigo por ningún lado. Espera... —Sonny, abrió mucho los ojos—. ¿Me estás
diciendo que tienes un caballo en la bañera?
—No me mires así. Los de Protección de Animales, tampoco me creyeron.
—¿Hay agua en la bañera?
—¡Sí! —respondió Kelley, sorprendida—. ¿Cómo lo sabes? Cada vez que intento
quitar el tapón, para que se vaya el agua, él me mordisquea la mano y, no sé cómo, logra
abrir los grifos con la nariz. Creo que es el caballo de un circo, o algo así. Pero me da
miedo que se le pudran las pezuñas.
—No le pasará nada. Al menos en las pezuñas... No sabes en qué lío te has metido.
Kelley, ahogó una risa y meneó la cabeza. No estaba dispuesta a soportar más tonterías.
Dio media vuelta y echó a andar por el sendero.
Pero Sonny, la agarró por el brazo, deteniéndola en la zona umbría que quedaba frente a
la célebre estatua de Alicia en el País de las Maravillas.
—Por ahí no puedes ir.
—Yo puedo ir por donde me dé la gana, maldita sea —soltó Kelley, fuera de sí. ¿Qué
se creía ese tío?
Sonny, no daba crédito.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué?
—¿Por qué qué? —replicó ella.
—¿Tú ves a alguien paseando por aquí? —preguntó él, alargando un brazo.
—No, ¿y qué? —Kelley, estaba intrigada y enfadada a partes iguales, aunque, debía
reconocer que, en efecto, parecían ser los únicos que se encontraban en la zona.
—La mayoría de tus congéneres, huyen de este lugar como de la peste en momentos
como éste —masculló Sonny—. ¿Por qué he tenido que dar yo, con la única mortal lo
bastante chiflada como para creer que es divertido arrojarse una y otra vez en brazos de
un grave peligro?
Kelley, lo miró boquiabierta, sin salir de su asombro.
—Voy a hacer, como que no he oído nada —dijo, señalándose el pecho con el índice—
. Pero que te quede claro, que no soy una loca chiflada... ¡Espera un momento! ¿Qué
diablos has querido decir con eso?
—¿Con qué? ¿Con lo de chiflada?
—No, con lo de mortal.
—¿Acaso no lo eres?
—Pues claro que lo soy.
Sonny, se encogió de hombros y murmuró:
—Cada vez me cuesta más estar seguro de eso.
Kelley, inspiró profundamente.
—De acuerdo, me voy a casa. —Dio unos pasos y se volvió—. ¿Hace falta que te diga
que ni se te ocurra seguirme?
—No. —Sonny, se secó la frente con la manga. Parecía disgustado y aliviado por
igual—. La otra vez, te prometí que no lo haría, y no lo hice.
—¿A qué viene entonces todo esto? —le gritó Kelley.
No entendía nada; apenas conocía al chico, pero todo aquello le dolía—. ¿Por qué me
encuentro constantemente contigo? ¿Casualidad? Este parque es muy grande, señor
Flannery. Esta ciudad es muy grande. Y, no sé cómo, vuelvo a encontrarte aquí. Igual
que en el Avalón...
—No, eso fue premeditado. Ya te lo dije. Fui a ver si te encontraba. Y lo de hoy,
tampoco es una coincidencia, porque las coincidencias no existen —añadió
amargamente—. Todo esto es por tu tozudez, y por mi absoluta mala suerte. Los hados
me han jugado una mala pasada. ¿Qué les habré hecho yo?
-—¿Por qué me odias? —La voz de Kelley, sonó muy baja en el aire sereno de la
noche—. Si ni siquiera te conozco.
Y entonces, surgió de nuevo. Aquella mirada. La mirada de sus sueños, la que le había
roto el corazón. El rostro de Sonny, se abrió, como herido, y su expresión se llenó de un
anhelo y una angustia extraños.
—Oh, Kelley. Estoy muy lejos de odiarte, aunque creo que me sentiría más a salvo si te
odiara. Y tú también lo estarías... ¡Rápido, agáchate!
De pronto, se abalanzó sobre ella y la tiró al suelo junto a la estatua de Alicia en el País
de las Maravillas. Al caer, Kelley, se dio con la cabeza en la seta del ciempiés, y se
quedó tendida en el suelo, medio conmocionada y respirando con dificultad.
La criatura aullante, que la había atacado atravesando el aire de la noche, no la había
alcanzado por los pelos... gracias a la rápida reacción de Sonny. Luego, aquella cosa
enorme se giró con una agilidad impropia de su tamaño y, saltando sobre él, lo lanzó
varios metros más allá, con tal violencia que Kelley, temió que le hubiera roto la
columna vertebral.
Sonny, estaba tendido en el sendero, inmóvil, y aquel ser furibundo, del tamaño de un
búfalo, se dirigía de nuevo hacia ella, clavándole sus ojos rojos y abriendo y cerrando
las mandíbulas.
Kelley, observaba incrédula, sus zarpas peludas, enormes, que parecían no tocar el
suelo...
A través de la neblina paralizante, de su horror, Kelley, oyó que Sonny, gritaba algo que
sonaba más o menos así—:‖¡Vuelve, perro del infierno, vuelve!‖
Y pensó para sus adentros: ―Esto es de Macbeth, no de El sueño de una noche de
verano. Estoy en la obra de teatro equivocada‖.
Cuando aquella criatura la embistió, el dolor de cabeza que sentía se convirtió en
cegadora agonía.
DIECISEIS.
Desde la esfera más exterior de su concentración. Sonny, percibió que Kelley, había
perdido el conocimiento y se alegró por ello. No quería que viera lo que venía a
continuación, fuera cual fuera el resultado.
En el momento, en que aquella criatura se abalanzaba sobre Kelley. Sonn,y dio un salto
y aferró a el enorme pecho del monstruo, con los brazos, tiró de él con todas sus fuerzas
hacia un lado y logró abatirlo, alejándolo de la chica, que seguía inconsciente. Los dos
rodaron por el suelo, y cuando se detuvieron, Sonny, quedó debajo. Levantó los brazos
por encima de la cara, mientras aquella cosa con aspecto de lobo, se aferraba a su
garganta.
Su aliento fétido, brotaba de él como la niebla de un pantano y sus mandíbulas, de
dientes afilados, se mostraban impacientes por cerrarse sobre su carne. Cruzando los
brazos para crear un escudo protector, Sonny, trató de agarrar las orejas peladas de
aquella criatura. Cuando lo logró, tiró de ellas en direcciones opuestas. La cosa emitió
una especie de quejido perruno y se echó hacia atrás. Sonny, aprovechó para ponerse de
pie de un salto y le propinó una patada en las costillas. El animal gruñó de dolor y se
levantó, quedando unos centímetros por encima del suelo, agazapado, moviendo la
cabeza hacia adelante y hacia atrás. Acto seguido, se irguió sobre las patas traseras,
preparándose para la siguiente embestida. Al mismo tiempo, que emitía un rugido
gutural.
Antes de que Sonny, tuviera tiempo de desenvainar su arma. La cosa volvió a
abalanzarse sobre él. Arqueó su pesado cuerpo, suspendido en el aire, dejó a Sonny, y se
dirigió una vez más hacia Kelley. El Jano, lanzó otro ataque con un solo brazo, mientras
con la mano libre, buscaba desesperadamente, la daga que llevaba sujeta al cinto. Por un
momento, dejó desprotegido el lado derecho de su torso, y notó el impacto de un dolor
intenso.
Perdió el equilibrio y se desplomó con el rostro pegado al suelo, oyó ruidos de pasos
que corrían, y más rugidos. Desde lejos le llegaron los forcejeos de una lucha, después,
silencio.
Trascurridos unos momentos, Sonny, pudo levantar la cabeza
Maddox, se encontraba junto a él, tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse. Con
la otra sostenía una tira de cuero de la que colgaba una pesada maza.
—Bellamy y Calima, deben haber notado también que necesitabas ayuda —dijo,
señalando, en dirección al sendero desierto—. Han ido a perseguir a…
Sonny, lo cortó en seco.
—No lo habrás matado, ¿verdad?
Maddox, se secó el sudor de la frente
—Creo que solo está herido, pero no estoy seguro.
—¿Dónde ha ido?
—No muy lejos, iré a ayudarlos. Tú puedes quedarte aquí con…
—¡No! ¡Tengo que hacerlo yo!
Maddox, volvió la cabeza, con los ojos abiertos como platos.
—¡O sea, que es un perro fantasma! No te habrá herido, ¿verdad?
Sonny, se desabrochó el abrigo y vio que su amigo, abría mucho los ojos alarmado.
Bajó la vista y vio unas manchas rojas de sangre, que recorrían su camisa desgarrada.
Sentía que el veneno de aquella criatura llevaba en las zarpas, se hundía en él, y que un
frío intenso, entumecedor, se extendía en dirección a su hombro.
—Ve, —le instó Maddox, al borde del pánico—. ¡Ve tras él! Yo me ocupo de la chica.
—Llévala a su casa. Averigua dónde vive.
—No te preocupes por eso ahora…
—Ella tiene el caballo en su bañera —añadió Sonny, impaciente.
—Ah. —Maddox, parpadeó—. Entiendo. Muy bien.
—Ve con cuidado, Maddox. Ese lobo fantasma ha venido con un propósito muy
concreto. A mí me ha ignorado por completo y ha ido por la chica. La estaba buscando a
ella.
—Por los siete infiernos pero ¿Por qué?
—No lo sé.
Sonny, se tambaleó un poco, y estuvo a punto de caer de rodillas. Maddox, lo sujetó. A
lo lejos, se oyeron ladridos.
—Ve, Sonny —insistió Maddox—. Intentaré emitir una señal a Bell y Camina, para
decirles que no maten a ese maldito bicho. Con todo, sólo tienes hasta medianoche, si
ellos no se lo cargan antes.
Sonny, asintió y miró a Kelley, que seguía tendida en el suelo. Apartó de su mente toda
sensación de dolor, y echó a correr por el sendero, con la esperanza de que no fuera
demasiado tarde.
El lobo fantasma, se había dedicado a dar esquinazo a los gemelos Janos, por todo el
parque. Cuando Sonny, al fin los encontró, lo tenían acorralado en la terraza del catillo
de Belvedere. Sonny, avanzó penosamente hasta los desgastados peldaños de piedra. Se
sentía exhausto. Camina, está a punto de clavarle una lanza fina en la boca abierta.
—¡Camina! —Logró balbucir Sonny—. Tengo que matarlo yo. Esa muerte me hace
falta a mí…
—¡Oh, Sonny! —Exclamó, mirándolo apenas por el rabillo del ojo—. ¡Bell! ¡Quieto!
—Se volvió y llamó a Sonny, por encima del hombro—. Será mejor que te des prisa. A
juzgar por su aspecto, si tardas un poco mas ya no podrás matarlo.
Sonny, ya blandía la espada, y dejando atrás a los otros dos Janos, siguió adelante con
decisión. El recuerdo de Kelley, inconsciente y a merced de de aquella bestia, le bastó
para motivarlo. Dio dos pasos al frente, levanto el arma y la dejó caer. La cabeza de
aquel perro demoníaco, cayó a un lado, y su cuerpo al otro.
Durante los escasos segundos, que tardó aquel ser inmundo en abandonar la existencia,
Sonny, se dedico a rodear su rabo largo y pelado, y con la punta de la espada
ensangrentada, le cortó una tira de piel recubierta de pelo hirsuto. Luego arranco
algunos pelos, se los pasó a Camina, y se arrodillo sobre la dura piedra, al mismo
tiempo que bajaba la cabeza.
—¿Podrías…? —balbució, mientras sentía que el veneno de la bestia le quemaba las
venas.
Camina, se arrodilló frente a él, y Sonny, con la visión borrosa, vio que se ponía manos
a la obra con agilidad y destreza. No tardó en atar el mechón de pelo del lobo a su
muñeca, fijándolo con un nudo intrincado.
—El pelo del perro que te mordió —dijo, alzando despacio el rostro—. Ahora te
pondrás bien.
Lentamente, la visión de Sonny, recobró la claridad. Se puso en pie, todavía aturdido, y
agradeció a los gemelos la ayuda prestada. Le habría encantado regresar a casa y
meterse en la cama, pero la noche no había terminado y aun debía custodiar su zona de
la Puerta, hasta que saliera el sol. Cuando Camina y Bellamy, se disponían a regresar a
sus puestos, levantó una mano temblorosa, para indicarles que se detuvieran.
—Tened cuidado —les dijo—. Mucho cuidado. Oberón, cree que puede haber alguien
intentando iniciar La Cacería.
DIECISIETE.
Kelley, oyó lo ruidos de una conversación, mantenida en voz muy baja. Era Sonny,
hablando con alguien. Luego sintió que la zarandeaban con suavidad y que la llamaba
por su nombre.
Parpadeó, e hizo esfuerzos por ponerse en pie. Unas manos enormes la agarraron por los
hombros y la ayudaron a levantarse, y se encontró mirando el rostro franco y noble, de
un joven rubio de unos veinte años que le sonreía.
Una vez en casa, Kelley, oyó un relincho de saludo que llegaba del baño.
—Hola, Buena suerte. Ya estoy aquí —saludó. Todavía no estaba segura, de si la
conversación que había oído en el parque entre Sonny, y su amigo había sido real o la
había soñado. Se pasó una mano temblorosa por la cara, intentando recordar con
exactitud, cómo había llamado al grandulón—. ¿Maddox? —a aquella criatura, en la
conversación que habían mantenido ellos dos. Nada de mastín, ni bulldog, como le
había dicho a ella. La había llamado de otro modo. No sé qué negro.
Perro… Perro negro fantasma.
¿Qué diablos es un perro negro fantasma?
Fue a su cuarto y conectó el ordenador portátil. Mientras esperaba a que se iniciara,
abrió la puerta del baño para ver como seguía Buena Suerte. El caballo movió las orejas
hacia ella y bajó la cabeza, a modo de saludo.
—Hola, amiguito. —Kelley, no pudo reprimir una sonrisa. Lo cierto era que aquel
animal díscolo, le caía cada vez mejor. Se acercó para acariciarle el hocico, pero Buena
Suerte, arqueó el cuello y puso los ojos en blanco. Luego agito las pezuñas en el agua
jabonosa, intentando retroceder en la bañera, por más que no había espacio. Kelley, dio
un salto hacia atrás al ver que el caballo empezaba a emitir unos sonidos agudos,
desagradables, y a mover la cabeza de un lado a otro, con gran violencia. Abría tanto los
ollares que se le veía la red de venas a través de la delicada piel. Era como si olfateara
algún peligro.
Kelley, se olio la ropa, pero no noto nada especial; lo que no quería decir, por supuesto,
que él no lo percibiera. Suponía que el hedor de… lo que fuera aquella cosa –por el
momento se conformaba con llamarlo perro- se le había pegado a la chaqueta.
Fue a su dormitorio, se desvistió y se puso el albornoz. Se habría dado una ducha, pero,
claro, no podía. De modo, que fue a la cocina y se frotó la piel con detergente líquido.
Al parecer, el remedio funciono, pues Buena Suerte, se mostró mucho más calmado
cuando regresó al bañom, agitando una caja entera de cereales.
El animal la olisqueó, resoplo varias veces y estornudó. Luego acercó el hocico a la
palma de su mano y se comió los cereales, conforme, al parecer, con el perfume del
lavavajillas líquido. Kelley, no entendía que el animal sólo aceptara comer solo aquellos
copos de cereales escarchados. Ni que, cuando lo hacía, no evacuara lo poco que
ingería. Las dificultades logísticas, lógicas, nunca parecían materializarse. Algo que,
resultaba desconcertante, y tranquilizador, teniendo en cuenta que su casero las pondría
de patita en la calle de inmediato, si alguien descubría la presencia de Buena Suerte.
Kelley, no lo admitía abiertamente, pero empezaba a gustarle tener cerca al caballo. La
presencia de aquel gran animal, provocaba en ella un efecto curiosamente calmante,
una sensación… casi familiar. La parte racional de su mente lo negaría, pero tras el
episodio terrorífico del parque, le daba confianza llegar a casa sabiendo que él estaba
allí. Le parecía incluso, casi normal.
Tras darle de comer, Kelley, regresó al dormitorio, se sentó frente al ordenador, entró en
Google y escribió ―perro negro fantasma‖. Mientras leía una de las páginas que el
buscador había encontrado, sintió una punzada de temor en su estomago. Más allá de la
breve descripción de Wikipedia, ésta a pesar de estar dedicada a los avistamientos
sobrenaturales y a lo paranormal, tenían un aspecto bastante académico.
―Perro negro fantasma, ser espectral, de naturaleza canina, grande como un poni de
las Shetland, con ojos rojos, fieros, y garras afiladas y venenosas. Se tiene
conocimiento que los perros negros fantasmas y sus congéneres, también llamados
perros demoníacos, llevan siglos vagando por las colinas y los páramos de la Europa
continental, sobre todo, por las islas Británicas. Viajan a gran velocidad, a menudo sin
tocar el suelo, y suelen ser considerados heraldos de desgracias. En la mitología
Feérica, a menudo aparecen acompañando o precediendo al temible escuadrón de
guerra conocido como la Cacería Salvaje. Los perros negros fantasmas, eran usados
por los miembros de esa cacería para localizar y acorralar a sus presas, de un modo
similar, a la de los perros de caza de los mortales. Así las mantenían inmovilizadas
hasta la llegada de los duendes de los cazadores‖
Véase también, perros del infierno, Gwyllgi (gaélico, perro de las tinieblas, perros de
Herne el cazador, el Barghest (Yorkshire), etc.
Kelley, encendió la lámpara para disipar las sombras que poblaban su habitación. ‖Esto
es ridículo‖, pensó, enfadada consigo misma. Una cosa era tener un caballo en la
bañera… pero ¿perros fantasmas, perros demoníacos? Aquello, eran supersticiones
tontas ―historias de fantasmas‖, como las que le contaban de niña. Apagó el portátil, y
fue a sentarse un rato al borde de la bañera, mientras aspiraba el aroma tranquilizador de
su compañero equino, cuya respiración regular la apaciguaba. Los acontecimientos del
día –su extraño encuentro con Sonny, (por lo menos ya podía dejar de referirse a él
como el Guapo Desconocido) y el ataque de aquel animal misterioso- la habían dejado
exhausta. Se puso en pie y, con voz cansada, el dio las buenas noches al caballo.
DIECIOCHO.
L
—¿ a Cacería Salvaje? —preguntó Camina, en un susurro-. ¿Quién iniciaría algo así?
Sonny, la miró con gesto grave.
—¿A ti qué te parece?
—Mabh, no se atrevería.
—Oberón, no opina lo mismo. —Se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, fue ella la
que creó la Cacería Salvaje.
—Pero, Sonny, esta ciudad está llena de gente —protestó Bellamy—. Desencadenar
esta guerra loca, insaciable, mortífera, en medio de una población mortal ignorante de
todo… provocaría una carnicería indescriptible, catastrófica.
—Y la vieja Mabh, ávida de sangre, reina del Aire y la Oscuridad, no sería capaz de
hacer una cosa tan malvada, ¿no? —repuso Sonny, con sarcasmo.
Por detrás de los gemelos, Sonny vio a Maddox, con los brazos cruzados sobre el pecho.
A juzgar por su gesto, había oído la conversación.
Los gemelos intercambiaron miradas de preocupación con Maddox, y acto seguido, se
pusieron en marcha para seguir con su ronda nocturna, murmurando entre ellos mientras
se alejaban.
Maddox, tras un breve silencio, dijo:
—¿Puedo darte un consejo?
—No.
—Mantente alejado de esa chica.
—Te he dicho que...
—Porque si no lo haces —Maddox, meneó La cabeza, agitando su cabellera rubia—,
cometerás un error. Y tus errores suelen acarrear consecuencias desastrosas.
—No tengo miedo —declaró Sonny, con firmeza.
Maddox, lo miró sin parpadear.
—No me refería a consecuencias desastrosas para ti, sino para ella.
—¿La has acompañado a casa? ¿Ha llegado sana y salva?
—Sí.
—Entonces sabes dónde vive...
—¿Has oído lo que acabo de decirte? ¡Deja que sea otro guardián el que se encargue de
ese maldito kelpie!
—A mí ese maldito kelpie, me trae sin cuidado. De momento no ha intentado hacerle
daño a nadie, y está a salvo. La que no está a salvo es ella.
—¿Y quién va a garantizar su seguridad? ¿Vas a ser tú? ¡Mírate!
Sonny, apartó débilmente la mano de Maddox y, con considerable esfuerzo, agitó los
brazos reprimiendo una mueca de dolor.
—¿De verdad crees que la chica va a estar más segura sin mi protección, que con ella?
Maddox, pasó por alto la pregunta.
—Sabes que vas a necesitar puntos de sutura, ¿verdad?
—Espero que se te dé bien coser —replicó Sonny, mirando fijamente a su amigo.
Maddox, puso los ojos en blanco y se encogió de hombros, rindiéndose.
—Tengo un botiquín en el ático —continuó Sonny—. ¿Crees que los demás janos,
podrán cubrirnos mientras tú me remiendas un poco?
A primera vista, tal vez no hubiera nada raro en el botiquín de primeros auxilios de
Sonny. Contenía botellas de yodo, alcohol, vendas, tijeras.... Sin embargo, debajo de esa
primera capa, había un botellín de whisky irlandés de doscientos años de antigüedad,
unas cerillas largas dentro de una caja impermeable, tres velas de cera pura de abeja, un
ovillo de hilo rojo y plateado, un ramillete de romero seco, verbena, caléndulas y
muérdago, una corona de junquillos de río entrelazados, un tarro de cristal soplado lleno
de sal marina, un diapasón..., todo ello depositado sobre varios paños de gasa, de
auténtica gasa confeccionada con hilos de telaraña. Más seis aspirinas envueltas en un
trozo de tela.
Sonny, se metió cuatro aspirinas en la boca, bebió un buen trago de whisky y se echó en
el sofá, mientras Maddox, emprendía la tarea de remendar los desastres causados por el
perro fantasma. Que no eran pocos.
—Antes, has dicho que ese demonio había venido a por ella —murmuró Maddox, con
los labios apretados, concentrado en su labor. Todos los janos, recibían conocimientos
básicos de medicina, y los grandes dedos de Maddox, se movían con sorprendente
habilidad.
—Fue derecho a por ella. Y después de pelear conmigo, otra vez. ¿Por qué? Yo
representaba la mayor amenaza para él. Debería haberme atacado a mí.
—A menos, que tengas razón y, en efecto, alguien lo haya enviado específicamente para
atacarla a ella. Esa chica tiene algo, te lo digo yo. Es problemática —dijo Maddox,
mientras cortaba un trozo largo del hilo rojo y plateado y lo enhebraba con destreza en
una aguja de sutura.
—Eso no puedes saberlo. —Sonny, apartó la mirada al sentir el pinchazo y el tirón que
siguió. Maddox, había empezado a coserlo.
—Dijiste que Oberón te preguntó por ella. Que la vio en tu mirada.
—No sé si pudo leer gran cosa —explicó Sonny—. Y no creo que encontrara
demasiados datos, que despertaran su curiosidad.
—Entonces, ¿no crees que sea él quien la persigue?
Tras coser el último nudo, Maddox, espolvoreó sobre las heridas el ramillete de hierbas,
que además de poderes mágicos, tenían propiedades antisépticas. A continuación, lo
vendó con varias capas de aquella gasa natural.
—¿Por qué iba a hacerlo? No se me ocurre ninguna razón para que se interese por una
actriz adolescente y más bien rara. Por bonita que sea.
—¿Estás hablando de Oberón? ¿O de ti mismo?
Sonny, le lanzó una mirada asesina.
—Madd, pero si es sólo una niña.
—Una niña a la que persigue un perro fantasma.
—Si es que en verdad la perseguía ella.
—Tú mismo lo has dicho. Lo que parece indicar, que alguien planea iniciar la Cacería
Salvaje y ha escogido a esa muchacha como presa —prosiguió Maddox, mientras abría
un paquete de gasas estériles—. Apuesto, a que se trata de la reina Mabh. Todo esto es
muy propio de ella.
—No lo sé. Ya me he equivocado otras veces.
—No sé si esta vez te equivocas, pero la sola idea es preocupante. —Maddox, le puso el
extremo de una venda en las costillas—. Sujétalo —le pidió, y le rodeó el pecho con la
tira de tela—. No puedes permitirte equivocarte, Sonny. Y no puedes permitirte cometer
errores. Ninguno de nosotros, podemos permitírnoslo. —Terminó de vendarle y, con
cuidado, remetió el otro extremo por debajo de la gasa para impedir que se soltara—.
No durante las Nueve Noches.
—Ya lo sé. Vamos. —Sonny, se levantó con dificultad y fue a buscar una camiseta de
manga larga limpia—. Se está haciendo tarde, y tal vez los demás, necesiten nuestra
ayuda.
—Pero si casi no te tienes en pie... —le dijo Maddox, mientras le ayudaba a ponerse el
abrigo y le alcanzaba la mochila. Cuando llegaron al ascensor, añadió—: Y ahora,
escúchame bien. No tengo el menor deseo de volver a coserte esta noche. O sea, que no
te distraigas. ¡Y quítate de la cabeza a esa chica!
Caminaron por Central Park West, en dirección a la entrada del parque que daba a
Columbus Circle. Pasaron junto a un trío de músicos callejeros y una cantante de jazz
que entonaba baladas clásicas. A Sonny, le gustó cómo sonaban, a pesar de que el
batería, en vez de tambor, usaba una maleta vieja.
Tras la pausa, Quentin ordenó repetir la escena de nuevo, incorporando esta vez, a los
ayudantes de las hadas y los duendes, por lo que Kelley, tuvo que seguir con el vestido
puesto. Pero el corsé le daba calor y salió al patio a tomar un poco el aire antes de
regresar al escenario.
Sentado en uno de los viejos bancos de piedra, se encontró a Sonny Flannery, que tenía
un aspecto algo desmejorado.
Kelley, reprimió una sonrisa al ver su gesto de preocupación. Se detuvo al llegar a su
lado y apuró el café.
Una vez dentro, Kelley, apoyó la cabeza en la pared, algo mareada. Desde el otro lado
de la puerta le llegó la voz deJack, no demasiado amistosa.
—¡No sé qué le has dicho para disgustarla tanto, joven! —exclamó—. Ni lo sé, ni
quiero saberlo. Lo único que deseo, es que no vuelvas por aquí. Porque, si no, es muy
probable que olvide que me llaman Jack el Caballero. ¿Entendido?
Kelley, miró por la rendija entre las dos viejas puertas de roble y vio que Sonny, sin
mediar palabra, le entregaba a Jack, sus alas de hada y se alejaba por el patio, sin mirar
atrás.
Kelley, cerró la puerta de su camerino, cogió el móvil y marcó un número.
Su tía respondió al primer tono
—¿Kelley? ¿Va todo bien? —le preguntó de inmediato.
Ella no respondió a la pregunta.
—Emma... ¿Soy... adoptada?
Se hizo una pausa.
—¿Qúe? —La voz, al otro lado de la línea, había tardado en llegar, y cuando llegó, lo
hizo en un tono excesivamente agudo—. ¡Oh, dios mío! ¿Cómo se te ocurre preguntar
algo tan...?
—No me mientas, Emma —la cortó Kelley—. Sé lo de... Sé lo de ellos. L o sé.
—Oh, Kelley....
El prolongado y triste suspiro de su tía, fue como un libro abierto para ella. Sonny, le
había dicho la verdad. Por más demencial que pareciera, por más que hubiera deseado
que se tratara de una broma pesada, de pronto, supo que no le había mentido.
—¿Emma? —Dijo, más calmada, en voz baja—. Dímelo, por favor.
—No eres adoptada, Kelley. No exactamente. —L a voz de su tía temblaba de
emoción—. Fue más bien un...
—Rapto.
—Yo... —El temblor de aquella voz se detuvo, cuando estaba a punto de convertirse en
sollozo.
—Sí. Te robaron. Yo te rapté, te separé de ellos, de él, porque ellos se llevaron a mi
hijo.
—¿Cómo...? Oh, Emma... ¿cómo pudiste? —A Kelley, no se le ocurría nada más que
decir.
—Por locura. Por dolor. —El sufrimiento en la voz de su tía, reflejaba una herida
antigua, que no había llegado a cicatrizar—. Yo sólo quería a alguien a quien poder
amar. No es ninguna excusa, y no te culparé si decides odiarme para siempre.
La línea del teléfono, falló durante unos instantes, y un ruido, ocupó el silencio que se
habla instalado entre ellas.
—No te odio —dijo Kelley, al fin.
—Te he privado de tus derechos de cuna —sollozó Emma—. De tu destino. Creía que
obraba bien, pero no, aquello estuvo mal, ahora lo veo. Sólo espero, que algún día
puedas perdonarme.
A Kelley, se le partió el corazón al oír llorar a su tía.
—Cuéntame qué es todo eso de mis "derechos de cuna‖, Emma —le pidió con voz
dulce.
Tuvo que esperar largo rato, a que Emma, recobrara la compostura y fuera capaz de
articular palabra.
—¿Recuerdas aquellos cuentos, Kelley, que yo te contaba sobre el mundo de las hadas y
los duendes?
Por supuesto que los recordaba. Las fábulas, las leyendas populares, las historias de
hadas y duendes y sus travesuras. Había crecido empapándose de ellos. Si se le daba
pie, Emma, podía pasarse horas y horas contando relatos, hasta que, a su interlocutor le
estallaba la cabeza. Al final, Kelley, se había vuelto inmune a aquellas historias.
Y a las demás. Había aprendido a ignorar... cosas, cosas que acechaban en los recuerdos
medio olvidados de su infancia. Cosas, en otro tiempo controladas, gracias a la
presencia constante de ramas de serbal y amuletos de hierro en las inmediaciones de su
cama, protegida por tiestos de caléndulas y prímulas que florecían en los alféizares, y
por las invocaciones, que Emma, susurraba todas las noches junto a la puerta de su
dormitorio.
Más tarde, cuando pensaba fugazmente en aquellos días, Kelley, juzgaba todo aquello
como ―supersticiones‖, excentricidades de la tía Emma. Cuando se hacía mayor y dejó
de creer en las cosas que en otro tiempo, veía con sus propios ojos en los bosques que
rodeaban su casa, llegó a la conclusión, de que los cuentos de su tía eran sólo eso:
cuentos. Y sus propios encuentros, el producto de una mente infantil impresionable en
exceso. Se había obligado a olvidar.
Pero ahora...
—Recuerdo voces. Al otro lado de la ventana de mi cuarto.
—Sí, solías comentármelo. —Emma, hablaba con la voz cuajada de recuerdos—. Y a
mí, aquello me daba muchísimo miedo. Sabía que podías ver.... Verlos. Oírlos. Yo
también podía, desde que regresé de su mundo.
—Duendes.
—Sí, tesoro. En realidad, los que venían por casa eran inofensivos. Sentían curiosidad
porque sabían que tú eras distinta. Aunque no sabían exactamente por qué. Nosotros
intentamos con todas nuestras fuerzas mantenerte oculta. A salvo.
—¿Nosotros?
—Yo. Y tus padres...
—¿Te refieres a los Winslow?
—No te enfades con ellos, Kelley —le suplicó Emma—. Ellos te querían. E hicieron
todo lo posible por ser buenos contigo. Con nosotras dos. Cuando murieron en el
accidente de tráfico, quedé destrozada.
—¿Cómo... qué...? —Ni siquiera sabía qué quería preguntar.
Pero Emma sí.
—Me encontraron vagando, medio loca, en medio de aquel maldito parque, aquel
parque enorme, y vieron que te llevaba metida dentro del abrigo. Se ofrecieron a
llevarme a... a su casa de campo.
—¿Por qué? ¿Por qué no llamaron a una ambulancia? ¿O a la policía?
—Yo no se lo permití. Estaba confundida. Asustada. A miles de kilómetros y a
centenares de años de mi casa.
—No te entiendo.
—Me refiero... al Otro Mundo. —La voz de Emma, se quebró al recordar—. No es
como esto de aquí, Kelley. Allí todo es tan bonito..., demasiado, aveces. Un lugar raro,
de ensueño y, como en los sueños, el tiempo allí no significa nada. Después de entrar en
él para raptarte y regresar aquí... bien, el mundo, este mundo, había cambiado. Habían
transcurrido décadas. Ni si quiera me encontraba en mi país. El doctor Winslow y su
esposa, debieron de pensar que yo era una pobre desgraciada, que había perdido la
cabeza, pero me dijeron que me ayudarían. —Emma, se echó a reír, y aquella risa
cansada, ronca, penetró hasta el fondo del oído de Kelley—. Ellos llevaban tiempo,
deseando tener un hijo, ¿sabes? Estaban desesperados. Pero no podían. Hasta que me
encontraron a mí. Y a ti. Llegamos a…. llegamos a un trato.
—Entiendo.
—Ellos se ocuparían de nosotras, te criarían como a su hija, y yo les ayudaría a hacerlo.
Y todo salió muy bien. Éramos felices. Tú eras feliz. —Suspiró—. Pero ahora, entiendo
que fuimos unos egoístas. Muy egoístas. Nadie parecía pensar lo más mínimo en ti,
pobrecita. Ahora lo veo. —Volvió a hacerse un silencio prolongado, roto por el crepitar
de la línea—. Kelley… lo siento mucho.
—Tranquila, Emma —le dijo Kelley—. Estoy bien, de verdad.
—Esperaba que no te enteraras nunca. Que no tuvieras que recordarlo nunca.
Pero, al parecer, iba a tener que empezar a recordar, aunque no le apetecía nada. A
pesar, de que la adorada Kelley, no había querido nunca ser como su dulce y loca tía
Emma, la que creía en duendes y hadas.
Y la que, después de todo, no estaba tan loca.
Kelley, necesitaba tiempo para digerir todo lo que acababa de descubrir, y así se lo dijo
a su tía. Pero antes de colgar, Emma le preguntó:
—¿Quién te ha contado estas cosas, tesoro?
—Un amigo, creo. —Kelley, no podía pensar que Sonny, tuviera malas intenciones.
—Oh, ten cuidado, mi niña —le dijo Emma—. Prométemelo.
—Lo tendré Emma. Te lo prometo.
—Tú collar, Kelley. El trébol de ámbar… Todavía, lo llevas puesto ¿verdad?
—Sí, ¿por qué?
—No te lo quites, por favor. Trae… buena suerte.
—Tengo que dejarte, Emma.
—¿Hablaremos más tarde?
—Probablemente tendremos que hacerlo, sí —dijo, y colgó.
Suspiró profundamente y se miró en el espejo del camerino, dejando que el
aturdimiento se apoderara de ella. Le resultaba raro, que su aspecto fuera exactamente el
mismo, que el del día anterior. ¿Cómo era posible? Si no era la que creía ser, y nunca lo
había sido, ¿no debía verse distinta? Un momento… con manos temblorosas, se retiró el
pelo de la cara y examinó su reflejo.
Tenía los bordes de las orejas ligerísimamente puntuagudos.
—Oh, Dios mío, es verdad —susurró.
Las bombillas que enmarcaban el espejo hacían brillar el trébol de cuatro hojas, que
llevaba al cuello. El ámbar verde, resplandecía con calidez. Cuando era niña, Emma, le
había dicho, que el ámbar, era realmente ―la sangre de los árboles muy viejos‖, y a
Kelley, le haía parecido siempre una idea preciosa.
Frunció el ceño y se palpó la nuca, en busca del broche del collar. Cuando se disponía a
abrirlo, la imagen de Bob, apareció en el espejo. Todavía, iba vestido de verde. Con
delicadeza, él le apartó los dedos del cierre y ella no opuso resistencia.
—Será mejor, que le hagas caso a tu tía, cielo —le susurró al oído—, y no te lo quites.
—¿Por qué?
Kelley, miró a Bob, a través del espejo, y de algún modo, le pareció normal, que
estuviera ahí.
—Porque... —El la miró fijaamente y respondió a su pregunta con una frase de
Shakespeare: —―La luz se espesa, y el cuervo aletea hacia el bosque de sus nidos. Las
cosas buenas del día, empiezan a decaer y a adormecerse, mientras los negros agentes
de la noche, se despiertan para hacer presa‖.
Kelley, parpadeó.
—Eres la segunda persona en dos días, a la que oigo citar a Macbeth. No sé por qué,
tengo la sensación de que me he equivocado de obra de teatro.
—No, en absoluto. Estás exactamente en la obra en la que debes —replicó él, en voz
muy baja—. Lo que sucede, es que de El sueño de una noche de verano, recuerdo tantas
réplicas poéticas, con las que pueda advertirte.
—¿Advertirme?
—Guárdate las espaldas en los días venideros, muchacha. Y en las noches.
Kelley, sintió que el temor le agarrotaba la garganta y tragó saliva.
—No sé por qué me dices eso —le susurró.
—―Te asombras de mis palabras, pero estate tranquila‖ —Bob, forzó una sonrisa y
completó la agorera cita—:―Las cosas mal empezadas, se fortalecen con el mal.‖
Y se fue.
Por más años que viviera, Kelley, nunca sabría cómo fue capaz de llegar al final de
aquel ensayo, sin ponerse a llorar, a gritar. Las palabras de Emma, y de Sonny, le daban
vueltas en la mente, mientras ensayaban una y otra vez, la disputa entre Oberón y
Titania.
Las réplicas de ésta, brotaban con una ferocidad, que en los ensayos anteriores, sólo
había podido esbozar. Mientras, increpaba a Oberón, Kelley, sentía que en algún lugar
muy hondo de su interior, se agitaban rayos y truenos.
—―Con esta alteración, estamos viendo cambiar las estaciones‖ —declamó
desapasionadamente. Separó mucho los brazos, en un gesto que lo abarcaba todo,
desesperada su Titania, de que el conflicto que los separaba estuviera llevando a la
naturaleza misma a una deriva peligrosa—. ―Primavera, verano, fecundo otoño, airado
invierno, se cambian el ropaje...‖ —Dirigió su devastadora tristeza contra
Oberón, a quien amaba, pero cuya compañía ya no soportaba—.
―Toda esta progenie de infortunios, viene de nuestra disputa, de nuestra discordia.
Nosotros somos su origen y sus padres.‖
Sólo se le quebró un poco la voz al pronunciar la palabra, ―padres‖.
VEINTE.
Sonny, regresó a pie desde el teatro Avalón, hasta su apartamento, con la cabeza gacha
y los hombros hundidos. Por el camino divisó a varios duendes perdidos: a una dríade
en un solar vacío, que daba ánimos a un pobre enebro solitario, de aspecto enfermizo; a
un muchacho alado acuclillado en lo alto de una boca de incendios, que lo miró al pasar
con sus ojos grandes y brillantes; al vendedor de frutas de un tenderete, que ocultaba
detrás de un delantal sus patas con garras y plumas...
La fama precedía a Sonny, allá donde iba. Cuando pasaba junto a los duendes todos se
apartaban, a pesar, de que no tenía ninguna cuenta pendiente con ellos. La mayoría
habían luchado contra los Janos, para poder cruzar las Puertas, y no era una experiencia
que desearan repetir. También, estaban quienes, procedentes del Otro Mundo, se habían
visto involuntariamente atrapados en el reino de los mortales desde hacía más de un
siglo. Algunos, Incluso, habrían regresado, de no haber sido por la orden de destierro
decretada contra ellos, tras el cierre de las Puertas: si un duende o un hada quedaba
atrapado en el mundo de los humanos, debía permanecer en él.
Con todo, y no deseando parecer vengativo en exceso con los súbditos leales, que se
habían quedado en el Otro Mundo, Oberón, dejaba en manos de sus Janos, la decisión
de si un duende o un hada perdidos, representaba o no una amenaza real para el reino de
los mortales. En la mayoría de los casos no era así, por lo que los guardianes no los
molestaban.
Sin embargo, los duendes perdidos sentían poco aprecio por los Janos, así que, Sonny,
mientras subía a su casa, no pudo evitar una punzada de tristeza.
Nada más abrir la puerta del apartamento, percibió una presencia. Dentro hacía un calor
casi opresivo. Notó que se le erizaba el vello de los brazos y franqueó el umbral con
cautela.
En el salón, suspendida a medio metro del suelo, había una arpía de tormenta.
Por eso, cuando una de ellas se presentaba en tu salón sin haber sido invitada, la
experiencia resultaba de lo más frustrante. O eso le parecía a Sonny.
−La reina Mabh, te envía saludos.
−La reina Mabh, ya ha enviado antes a sus cuervos. −Sonny se cruzó de brazos y se
apoyó en la encimera de la cocina. No estaba de humor para cortesías.
−Tal vez, habría agradecido sus saludos antes del ataque no después.
La arpía, separó mucho los labios, componiendo una mueca que quería ser una sonrisa.
−Considérate afortunado de que Mabh, centre su atención en un gusano rastrero como
tú. La reina es tan poderosa como despiadada. Es la reina de la Penumbra, reina del Aire
y de la Oscuridad, la que trae la tormenta y la guerra.
−No me hace falta oír su currículum. Limítate a informarme de lo que quiere y lárgate.
−Una alianza −masculló la arpía−. Este reino oculta algo que le pertenece ¿Lo sabías?
El kelpie. Sonny, sintió frio a pesar del calor sofocante que hacia allí. ¡Oberón tenía
razón! ¡Era Mabh!, asintió despacio.
−Quiere que le sea devuelto. Fue enviado aquí por error. Encuéntralo. Y la reina te
concederá un deseo.
Sonny, no estaba muy seguro de querer el favor de Mabh. Pero un favor concedido por
una reina de las hadas... era algo valioso. Y presentía, que semejante regalo podía serle
de utilidad. Debía sopesar muy bien la oferta−. ¿Qué dices, ser carnal? −Susurró la
arpía, escupiendo las palabras.
−Digo que, si vuelves a llamarme así, Mabh, tendrá que usar toda su magia para
recomponerte.
Se alejó unos pasos, mientras, se esforzaba por pensar rápido. Cerrar tratos con hadas y
duendes, era siempre un asunto complicado. Si el pacto se rompía por cualquier motivo,
las consecuencias eran imprevisibles. Un acuerdo incumplido se consideraba una
transgresión imperdonable según las leyes de los duendes. Si alguien decidía romper un
pacto con un duende, se arriesgaba a conceder a la parte insatisfecha, un poder de
venganza ilimitado. De modo que, era mejor evitar todo pacto con ellos pero, en este
caso, se le ofrecía la ocasión, no sólo de eliminar la amenaza de que se pusiera en
marcha la Cacería Salvaje, -devolviendo al kelpie al Otro Mundo-, sino, también de
obtener el favor de una reina de las hadas.
−Está bien −dijo al fin−. Conseguiré lo que Mabh quiere, pero sólo porque es para
lograr un bien mayor. Que me envíe aviso de dónde y cuándo. −Y, girándose, se alejó
más−. Y ahora, sal de aquí y deja de echar babas en mi alfombra.
VEINTIUNO.
Tenía que hablar con Sonny. Kelley, esperaba sentada en un banco, junto al carrusel,
preguntándose cuánto tardaría en aparecer. Nada más terminar el ensayo, había salido
disparada del teatro, para encontrarse con él en el parque.
Desconcertada, Kelley, corrió tras él. Cuando le dio alcance, ya estaba comprando dos
billetes Sonny, la cogió de la mano y la ayudó a subirse a la plataforma de madera,
donde aguardaban unos corceles pintados de colores vivos. Kelley, se sentía algo tonta.
No sabía por cual decidirse. Y no es que no hubiera donde escoger. Al fin, Sonny, la
agarró por la cintura y la levantó sin esfuerzo, hasta la grupa de un caballito muy
erguido. Acto seguido, él se montó en el de al lado.
El carrusel crujió, y la plataforma empezó a girar despacio. Kelley, miró a Sonny, que
iba sentado tranquilamente sobre su montura, como un caballero a lomos de su alazán,
ataviado con su reluciente armadura.
−Déjame que te muestre una cosa, Kelley −dijo, llevando la mano al medallón de
hierro que llevaba al cuello−. Déjame enseñarte la historia de la Cacería Salvaje.
−¿Mostrármela? −Preguntó ella, perpleja.
Sonny, le clavó la mirada. La expresión de sus ojos grises la asustaba un poco.
−No tengas miedo −la tranquilizó él.
El carrusel giraba cada vez más rápido, y a Kelley, le latía el corazón con fuerza. La
música la envolvía como un torbellino, mientras el caballo se encabritaba entre sus
piernas, subiendo y bajando en lenta cadencia.
Los ojos de Sonny, pasaron de aquel gris plateado extraordinario a un tono casi negro.
Y a Kelley, le pareció, durante un momento breve, confuso, que se internaban en un
túnel lleno de niebla... Luego todo se aclaró, y miró alrededor.
El caballo que tenía entre las piernas, -ya no era un objeto de madera pintada-, cabeceó,
y notó que los músculos se le tensaban bajo la silla. Ahogó un grito y se apresuró a
agarrarse de las riendas mientras, a su alrededor, y a toda velocidad, iba dejando atrás
retazos entrevistos de un verdor exuberante. Graznidos de aves y rugidos de animales
llenaban sus oídos. Las ramas de los arboles le rozaban la cara, y ella aspiraba la
fragancia de sus hojas, recién lavadas por la lluvia, mientras la brisa le acariciaba las
mejillas. A lo lejos, el sonido de un cuerno rasgaba el aire, como el tañido de unas
campanas de iglesia. Y oía también el ladrido constante de unos perros de caza.
Sonny, iba a su lado, también al galope, y por encima del silbido del viento en sus
oídos, le oía hablar, contarle la historia de Herne y la Cacería Salvaje, al mismo tiempo
que se internaban en ella.
VEINTIDOS.
Cuando el sol se puso, celebraron un banquete en lo alto de una colina. Herne estaba
especialmente alegre aquella noche, y no deja de proponer juegos y música. No
permanecía solo en ningún momento, pues a su alrededor revoloteaban siempre hadas
resplandecientes. Una de ellas, en extremo encantadora, le había quitado el casco con la
cornamenta y le trenzaba hojas en los cabellos mientras él se reía con los relatos de los
cazadores.
En el otro extremo de la colina, sobre un terreno plano, se estaba celebrando un partido
de algo parecido al hockey sobre hierba, pero que se jugaba con una bola de plata y con
palos anchos de roble pulido. La competición se encontraba en su punto álgido. Kelley,
que no comprendía la mecánica del aquel deporte, creía discernir apenas unas pocas
reglas en la lucha de los dos equipos de duendes y hadas por la posesión de la pelota
brillante. A ella todo le parecía un caos alegre y algo peligroso, y se mantenía a
distancia. Pero vio que Sonny, se acercaba al borde de la pista para seguir el juego de
cerca y observó que su expresión se iluminaba por momentos supuso que aquel juego le
recordaba a su infancia en el Otro Mundo, donde habría participado en una competición
como aquélla, o en otra parecida.
Sin querer irrumpir en su memoria, Kelley, se alejó un poco y llegó a lo alto de la
colina. Mirando hacia abajo, distinguió las luces de una aldea acurrucada en el valle,
rodeada de los espesos bosques en los que habían cazado ese día. La luna llena
iluminaba las casas, y Kelley, distinguió las figuras de dos aldeanos que salían de ellas y
miraban hacia arriba. Nos oyen, pensó, sin sorprenderse demasiado, pues las carcajadas
y los gritos de los duendes y las hadas habían alcanzado niveles de estridencia.
Kelley, se estremeció y, al alzar la vista en dirección al horizonte, vio a Mabh, en la
cresta de una loma. La capa oscura de la reina ondeaba tras ella, mientras desde su
lejana atalaya observaba las celebraciones de Herne.
La ira, palpable como una nube de tormenta, se arremolinaba en torno a ella. Sostenía
en la mano una lanza de punta plateada. Pero también le pareció ver que agitaba los
hombros, como si sollozara.
Y se le ablandó el corazón.
Sin embargo, a medida que se acercaba el alba, sus simpatías por la reina Otoñal se
desvanecían. Mientras Herne y sus cazadores dormían, ahítos de carne, de hidromiel y
del burbujeante vino de las hadas, Kelley despertó de un sueño inquietante y vio que
Mabh, merodeaba en silencio entre los compañeros de su amado. Sus labios se movían
y murmuraba algo entre dientes cada vez que se arrodillaba junto a ellos, atándoles
amuletos al cuello: unas cuentas negras, resplandecientes.
Kelley, se quedó helada al ver que lo que hacía la reina era lanzar maleficios
espantosos. Una vez hubo pasado de largo, Kelley, se atrevió a observar a aquellos seres
mágicos que dormían en el suelo. Horrorizada, vio cómo aquellos seres exquisitos con
los que había vivido durante un tiempo se volvían terribles en su belleza. Oscuros.
Peligrosos. Las malas artes de la reina los habían transformado. Ya no eran seres
despreocupados, si no crueles, incluso cuando estaban dormidos.
Deslizándose en silencio hasta el final del campamento, vio que Mabh, descendía por la
ladera en dirección al bosque. Al alcanzar los primeros árboles, la reina levantó una
mano y abrió una siniestra grieta en el muro que separaba el mundo de los mortales,
donde dormían los cazadores, del Otro Mundo oscuro, inaccesible, que quedaba al otro
lado, del que se entreveían retazos. Mabh, se llevó dos dedos a los labios y silbó sin que
a oídos de Kelley, llegara ningún sonido. Obtuvo la respuesta de una jauría de perros de
aspecto maligno –perros fantasmas–, que surgieron de la grieta y se internaron en el
bosque.
Agazapada en el borde del precipicio que se abría en la ladera, Kelley, vio a los perros
de Mabh, expulsar a los nobles cazadores de debajo de los árboles protectores,
conduciéndolos como si de ganado se tratara. Cuando los perros fantasmas
mordisqueaban los talones plateados y las pieles exquisitas de los animales mágicos,
Mabh, levantó de nuevo un brazo y aquellos seres malignos los condujeron hasta la
grieta. El cielo empezaba a clarear por el este cuando el último de los animales de la
Cacería –el níveo Ciervo Rey– franqueó el resquicio.
–Los llevará a las Tierras Fronterizas, fuera del alcance de hombres y duendes. –Era
Sonny, que le hablaba con voz grave. Había aparecido de pronto, envuelto en la neblina
que anunciaba el amanecer, y miraba en la misma dirección que ella.
–¿Y qué ocurrirá luego? –le preguntó, aunque no estaba segura de querer saberlo–.
¿Qué ocurrirá ahora?
–Los animales mortales... ya no son un desafío para los cazadores –respondió Sonny, en
voz baja mientras se desabrochaba la capa y se la colocaba a Kelley, sobre los hombros.
La había visto estremecerse pero no quiso decirle que no era a causa del frío–. Buscarán
otras presas.
Mientras hablaba, el sol salió y los cazadores comenzaron a despertarse.
Herne, y los suyos, transformados, recibieron el nuevo día con la sed de sangre dibujada
en los ojos. Montaron a lomos de sus caballos y se internaron en el bosque a velocidad
de vértigo, con una avidez nueva que minaba su alegría. Sonny, y Kelley, también
cabalgaron, aunque optaron por permanecer rezagados respecto a sus compañeros, que
ahora les causaban temor.
Los cazadores buscaban en todas partes a sus presas encantadas y, al no hallarlas,
aullaban enloquecidos a causa del maleficio. Cuando llegaron al límite de un bosque, se
detuvieron al unísono, alzaron la vista y vieron, en lo alto de la colina en la que habían
acampado, a la reina de la Penumbra, inmóvil como una estatua.
Mabh sonrió con frialdad y se llevó a los labios un gran cuerno de guerra, hecho de
bronce. Kelley tuvo que soltar las riendas de su caballo y taparse los oídos para que no
le ensordeciera el grave retumbar de las tres notas con las que instaba a la guerra a los
integrantes de la Cacería Salvaje.
Herne y los suyos parecieron enloquecer al oír el tañido horrísono del cuerno. Asaltaron
el cielo blandiendo unas espadas súbitamente cubiertas de llamas. Las copas de algunos
árboles se incendiaban a su paso, tiñendo con un brillo anaranjado las panzas de los
bajos nubarrones y confiriendo a los duendes y a las hadas una luz airada, siniestra. El
Cazador y sus hasta entonces hermosos compañeros, con los rostros desfigurados por el
odio, volvieron sus ojos malévolos hacia la aldea de humanos que quedaba al oeste, la
aldea que Kelley, habla visto durante la noche.
Horrorizada, presa de la desesperación, se volvió hacia Sonny, que agarró con fuerza las
bridas del caballo de Kelley, cuando éste, asustado, empezó a encabritarse. A
continuación espoleó a su propia montura en los flancos para alejar a Kelley, de la
Cacería lo antes posible.
–Esto no puede estar sucediendo –murmuró ella, sin aliento, mientras regresaban a la
protección que les ofrecía el bosque y tiraba de las riendas de su caballo para que se
detuviera. Sonny, no tuvo más remedio, que dar media vuelta y regresar junto a ella–.
No irán a matar a esos aldeanos, ¿verdad, Sonny?
Él no se vio capaz de responder.
–Oh, Dios mío... –murmuró Kelley, girándose en la silla para mirar atrás, a través de los
árboles, mientras oía los primeros gritos de las presas humanas, transportados por el
viento.
–Mabh, ha conjurado para que dejen de ser una partida de caza y se convierten en un
escuadrón de guerra mortífero –masculló Sonny, con evidente amargura–. Despertarán
cada noche, cuando salga la luna, y acecharán con un único propósito: matar.
–Pero, ¿y después?– susurró Kelley, implorando un destello de esperanza–. ¿Qué pasa
después? El relato no puede terminar aquí, sin más...
–No. –Sonny, había empalidecido, y su voz sonaba débil y lejana. Con la mirada
perdida, escrutaba los nubarrones–. Finalmente, las Altas Cortes de las Hadas se verán
obligadas a pasar a la acción. Se reunirán en consejo y en un acuerdo sin precedentes
entre el reino Benigno y el Maligno, Oberón, rey del Invierno, y Titania, reina del
Verano, sumarán sus fuerzas y harían que Herne descienda del cielo y que desmonte de
la grupa de su temible caballo.
Con la frente sudorosa, señaló en dirección al cielo, súbitamente lleno de tonalidades
cambiantes, tormentosas, donde los últimos jirones de las visiones que habla invocado
se esfumaban ante los ojos de Kelley. Ésta vio que otra grieta se abría entre los mundos
y que un gran remolino de luz y sonido se colaba a través de ella. Vio que Herne caía de
su caballo, y fue testigo de su descenso hasta la tierra, mucho, mucho más abajo, como
un cometa errante.
Sin su jinete, el Caballo Ruano se convirtió, una vez más, en un simple kelpie. Una
orden de Oberón bastó para hacerlo desaparecer, dejando sólo tras él las piedras negras,
brillantes, que resplandecieron como estrellas en el cielo nocturno durante un instante
fugaz–, antes de desaparecer también ellas.
–¿Y Mabh? –preguntó Kelley, con la boca seca.
–Oberón y Titania la encerraron en los confines de su propio reino de sombras –
respondió Sonny, en voz muy baja–, donde sigue prisionera hasta hoy.
A Kelley, esa explicación no le resultó demasiado tranquilizadora: pero no había tiempo
para más preguntas. Sonny, se había inclinado mucho sobre el cuello de su caballo, y
parecía a punto de caerse de la silla.
–Tenemos que irnos –dijo, incorporándose. Cogió las riendas de la montura de Kelley,
tiró de ellas y se puso en marcha en dirección a un banco de niebla que se elevaba sobre
el paramo.
La nube baja los envolvió, y Kelley, sintió que su caballo se agarrotaba gradualmente y
se transformaba de nuevo en el caballo de madera del tiovivo que había sido –le parecía
a ella– hacía siglos.
VEINTITRES.
Le resultó fácil entrar a escondidas en el Gran Teatro Avalón, pero el ligero cansancio
que le causó la operación, le dio que pensar: con su formación de Jano, debería haberla
realizado sin el menor esfuerzo, pero, por culpa de sus heridas, le había costado más de
la cuenta.
Es que sólo eres humano, pensó, y, al hacerlo, sintió un regusto amargo en la boca. Y
más ahora, que sabía que Kelley, no lo era. ¿Cuál de las dos era la verdadera Kelley?,
se Preguntó, ¿la aspirante a actriz en un teatro ruinoso, o la criatura radiante del
callejón, el ser que había atisbado, cuando el velo que la mantenía oculta había caído?
Sonny, estaba convencido de que ella ignoraba lo que era en realidad, lo que podía
llegar a ser. ¿Qué sucedería cuando lo descubriera por sí misma? ¿Cambiaría? ¿Se
convertiría en una de aquellas hadas a las que él había adorado de niño? No estaba
seguro de querer que fuera como ellas.
A él no le había resultado fácil vivir en el reino de los mortales ese año. Acostumbrado
al Otro Mundo, en éste todo le parecía algo decrépito. Sin embargo, cada vez con más
frecuencia, le asaltaba la idea de que el reino de los duendes y las hadas, con todo su
esplendor mágico, no era exactamente el lugar idílico en que lo habían convertido sus
recuerdos de infancia.
Imaginó a Kelley, recorriendo los salones del luminoso palacio de su padre tal y como
podría llegar a ser: un ser perfecto pero distante. Frío. Inaccesible. Sin deseos y, por
tanto, sin sueños...
Apartó esa idea de su mente, y se ocultó en el palco superior, que estaba a oscuras.
Apoyó los brazos en la madera desgastada del banco delantero e intentó relajarse
mientras técnicos y actores empezaban a llegar. Kelley, aún no había hecho acto de
presencia –era demasiado temprano–, y la impaciencia se apoderaba de él. Y eso que no
pensaba hacerle saber que estaba allí. Al fin, empezaba a comprender que a ella no le
gustaba que la vigilaran. Además, el actor que interpretaba el papel de Oberón, había
sido bastante explícito, al advertirle que no se acercara a ella. No es que aquel hombre
representara la más mínima amenaza para un Jano, pero Sonny, lo respetaba, pues sabía
que su única intención era defender a Kelley.
El palco en penumbra, le proporcionaba un mirador discreto y privilegiado. Además de
oscuro, también resultó ser un escondite cálido. Y si Sonny, despertó, horas después,
fue sólo porque Bob, el boucca, le pinchó en el hombro con una espada de madera. El
Jano, se incorporó, sobresaltado, pero el viejo duende le llevó el índice a los labios,
reclamando silencio.
–Saludos, asesino de duendes– le susurró Bob, esbozando una sonrisa burlona–. Intuía
que rondabas por aquí.
–Por todos los infiernos... –Sonny, miró alrededor, aturdido, y se frotó la cara con la
mano. Menudo guardaespaldas estaba hecho–. ¿Sabe ella que estoy aquí?
–No, pero tal como roncabas, no habría tardado en descubrirlo. Y me ha parecido que
no te alegraría mucho la idea. La chica es bastante autosuficiente, no sé si te has
percatado.
–No sabe a qué se enfrenta.
–¿Y tú sí?
–Tengo algunas teorías, pero no me vendría mal tu ayuda.
–No me distingo por ofrecerla.
Sonny, escogió sus palabras cuidadosamente.
–Creo, que eres víctima de lo que llaman... ¿cómo se dice?..., ah, sí, mala prensa. Y me
da la sensación, de que ayudas mucho más de lo que admites. Entre otras cosas, sé por
qué el leprechaun, te encerró en un tarro. –Señaló con la cabeza en dirección a las
bambalinas, donde percibía que se encontraba Kelley–. Por el amuleto que Kelley, lleva
al cuello. Por el trébol irlandés, el shanrock, el talismán que la oculta y protege.
Bob, lo miró con gesto de admiración.
–Técnicamente, es un trébol de cuatro hojas. El shanrock, irlandés tiene tres. Pero el de
cuatro hojas...
–Ya lo sé, ya lo sé –murmuró Sonny, impaciente–. Proporciona una magia poderosa.
Una gran protección. Las hojas representan las Cuatro Puertas, las Cuatro
Festividades, las Cuatro Cortes de duendes y hadas...
–Y también la esperanza, la fe, el amor... y la suerte. Su poder se manifiesta siempre;
pero en el caso de ese amuleto... su potencia es excepcional. Esos chivatos verdes
funcionan bien, debo reconocerlo.
–¿Se lo robaste a un leprechaun?
–Sí, y contrariamente a mi fama, soy un ladrón pésimo. Él, no tardó en suponer que
había sido yo, y ya me esperaba cuando regresé.
–Pues tuviste que pagar un precio muy alto.
–No lo sabes bien. –Bob, torció el gesto al recordarlo, y sus ojos emitieron un brillo
verde oscuro–. Odio la miel. No la soporto.
–¿Por qué lo hiciste?
El boucca, más célebre del reino de los mortales por sus fechorías, clavó la vista en el
techo. Y cuando respondió, lo hizo en voz muy baja.
–Me permití albergar sentimientos. Por una mortal.
–¿Por quién? –le preguntó Sonny, aunque algo en lo más profundo de su ser, le
susurraba que ya conocía la respuesta.
–Por tu madre, Sonny.
–Por mi...
A Sonny, le pareció que el teatro entero se había quedado sin aire. Le dolía el pecho.
–La dulce y encantadora Emmaline Flannery... –suspiró Bob–. Cometí el error de pasar
por su aldea una segunda vez, poco después de que Oberón, me hubiera enviado a
llevarte...
–Querrás decir a raptarme.
–A raptarte, sí.
La conversación que había mantenido con Kelley, regresó de pronto a su mente.
–En aquel momento, no le di mayor importancia –prosiguió Bob–. Tú eras un
insignificante niño más, al que yo debía raptar de su cuna, algo que ya había hecho más
de diez veces... –Los rasgos intemporales del viejo duende, adoptaron una expresión
contemplativa–. Pero en esa ocasión...Bien, después de cometer el error de regresar, ya
no logré quitarme de la cabeza los sollozos de tu madre. Mmmm, con ella me pasaba,
como me ocurre ahora con la miel, supongo.
Ninguno de los dos rió la broma.
Bob, suspiró.
–Me destrozaba. No me atrevía a cerrar los ojos por temor a ver los suyos... azules,
preciosos, pero llorosos y enrojecidos. –El boucca, meneó la cabeza, y el recuerdo y el
dolor asomaron a su rostro.
Sonny, se dio cuenta de que había cerrado los puños con fuerza.
–Y bien, el tiempo, o lo que se considera tiempo en el reino de los duendes y las hadas,
pasa. –dijo Bob–. Tú ya habías empezado a caminar cuando Oberón, se internó en el
bosque un día, y al siguiente, apareció en la Corte con una princesita diminuta. Con una
heredera. Pero no fue un momento tan feliz como habría podido ser, si el bebé también
hubiera sido de Titania.
–Kelley. ¿De quién es? ¿Quién es su madre?
–No lo sé. –Bob, se encogió de hombros–. Nunca lo pregunté. Ésas no son cosas que se
le preguntan al buen rey Oberón. No si quieres seguir con la cabeza en su sitio.
–¿Y él nunca dijo quién era la madre?
–A nosotros, nos parecía que podía tratarse de alguna vulgar ninfa de los bosques. Los
escarceos de Oberón, eran legendarios por aquella época, y motivo de constantes
disputas entre él y Titania.
–Entonces, ¿por qué no mantuvo oculta a la niña?
–Ése es el problema de las monarquías de los duendes, muchacho –respondió Bob–.
Que las cosas no permanecen ocultas mucho tiempo. Y aquella criaturita, resplandecía
como una estrella nueva. Oberón, no habría podido mantenerla escondida, por más que
lo hubiera intentado.
Sonny, sabía por experiencia que eso era cierto. La visión de Kelley, que le había sido
revelada en todo su esplendor aquel día, en el callejón, había quedado grabada en su
mente como la imagen posterior al fogonazo de un flash.
–¿Y qué ocurrió? ¿Por qué terminó ella en este reino?
–Porque el señor de lo Maligno, en su inmensa sabiduría –respondió Bob con
sarcasmo–, me envió a mí a cuidar de aquella cosita. Me estaba castigando, sin duda,
por alguna travesura sin importancia que hubiera podido cometer. Oberón, no es
conocido precisamente por sus demostraciones de afecto, ni paternales, ni de ningún
otro tipo. Y parecía satisfecho ofreciéndote a ti el poco que tenía.
–¿Por qué? –Aquello, era algo que Sonny, siempre se había preguntado, aunque nunca
lo hubiera expresado verbalmente–. ¿Por qué a mí?
El boucca, se encogió de hombros.
–Quién sabe. ¿Por capricho? ¿Por lo novedoso de criar a un hijo que no era su heredero?
Tú, además, resultabas una mascota encantadora: no tenías miedo, eras testarudo... Se le
caía la baba contigo, mientras su propia hija, permanecía encerrada en sus
dependencias, llorando en la cuna, noche tras noche, sola.
–Y tú sentías lástima por ella.
–¡Bah! Yo, por si no lo sabes, ya me había ablandado mucho para entonces. –El rostro
de Bob, mostró una mueca de desagrado–. Estuve a punto de volverme loco. El llanto
de la niña se me metía en los oídos y los gritos de tu madre retumbaban en mi mente....
aquellos dos lamentos se unieron de pronto y, sumados, parecían decirme algo.
–De modo que, ayudaste a mi madre a raptar a la heredera del reino Maligno, en las
mismas narices del rey. –Sonny, era consciente de que estaba mirando al boucca, con la
boca cada vez más abierta, pero no podía evitarlo–. Por todos los dioses. Eso sí fue una
locura, y una muestra de valentía.
–Lo habría intentado también contigo, pero Oberón, no se apartaba de tu lado. De modo
que, en lugar de eso, le robé el amuleto a un leprechaun, cogí a tu madre y la llevé a
donde estaba la niña. Era una estancia grande, fría, en la que no había ni un solo bebé a
la vista. Emmaline, vio a la princesita triste, y su corazón se estremeció al instante. Yo
coloqué el talismán en el cuello de la niña, para ocultar su brillo, y eso fue todo.
¡Salimos corriendo!
Sonny, no daba crédito. La audacia de la acción lo sobrepasaba.
–Resultó más fácil de lo que creía. –Bob, sonrió amargamente–. Al menos, al principio.
Entramos, salimos, y ya está... Hasta que, Oberón, se enteró. A partir de ahí, empezó a
cerrar las puertas una por una... clang, clang, clang, mientras nosotros seguíamos
corriendo. Logré salir a trompicones por la Puerta de Beltane, en Irlanda, por donde
habíamos entrado, y al girarme, vi que Emmaline y la niña, habían quedado atrapadas
entre los dos mundos, y que por los pelos, había podido meterse por una rendija que
había quedado abierta en las Puertas del Samhain.
–Cien años después, y separada de su casa por un océano –dijo Sonny,
comprendiéndolo todo.
–Así es. Y eso fue lo que debilitó el hechizo de Oberón. Como cuando uno mete el pie
en una puerta que se cierra, las bisagras se desencajaron un poco, supongo. Y ahí estaba
yo, incapaz de hacer nada al respecto, atrapado en el pasado y tratando de evitar por
todos los medios, sin lograrlo, a un leprechaun loco. Y ésta es toda la historia, en una
versión resumida.
–Y Oberón, nunca intentó encontrar a su hija.
–Sí, bueno, le dieron toda clase de berrinches, según he oído. Emitió decretos. Rodaron
cabezas. Bla, bla, bla. Montó todo un espectáculo de tristeza paterna, cuando jamás le
había prestado la menor atención a la niña. Aquello, no tenía nada que ver con la
pequeña, sino con su orgullo herido. Y, desgraciadamente, le dio una excusa para
mantener un control más férreo sobre los duendes y las hadas.
En este punto, Sonny, no podía decir que no tuviera razón.
Bob, suspiró.
–Bien, ésta es la última vez que me pongo sentimental.
–Pues tú dirás lo que quieras, pero me he dado cuenta de que sigues velando por el
bienestar de cierta princesa.
–La corona de los reinos mágicos, se hereda sólo por línea directa, ya lo sabes. –Bob,
escudriñó a Sonny, con ojos astutos–. Quién sabe, tal vez nuestra muchacha, dé un buen
día un puntapié al trono maligno de su papaíto. Yo asumiría de buen grado, el empleo
de gnomo oficial de la nueva reina, si me lo pidiera.
Sonny, no dejaba de darle vueltas a las implicaciones de lo que acababa de contarle
Bob.
–Me encanta esta escena –dijo el boucca, apoyándose en el banco para ver mejor el
escenario, con una sonrisa en la boca–. Recuerdo la primera vez que les vi hacerlo...
El viejo William, en persona, representaba el papel de Lanzadera. La precisión de aquel
hombre para entrar en escena era perfecta.
Por debajo de ellos, en el escenario, los Artesanos representaban la obra dentro de la
obra. Se trataba de una historia tragicómica sobre dos amantes, Príamo y Tisbe,
separados por sus crueles padres, que no aceptaban su relación, y que estaban obligados
a susurrarse su amor, a través de una grieta en la pared, que separaba sus casas. La
escena, tenía una intención cómica y, sin embargo, a Sonny, le afectó profundamente el
drama de los amantes.
La ―obra‖, concluía con una escena larguísima, deliberadamente hilarante, en la que
moría Lanzadera, que se retorcía en el escenario como un pescado moribundo, con una
espada de goma bajo el brazo. Justo en ese momento, todos los actores se quedaron
inmóviles.
Durante unos instantes, a Sonny, le pareció que aquel cuadro estático, formaba parte de
la representación, hasta que, oyó que Bob, susurraba algo a su lado.
–Hola, Kelley. –La voz era sonora, y le llegaba acompañada de un débil silbido de
fondo–. Soy Oberón, rey de la Corte Maligna del reino de los duendes y las hadas. Y
también soy tu padre.
Kelley, sintió que se le cerraba la boca del estómago, y ordenó a sus manos que no
temblaran, a pesar de que aquella visita no le pillaba del todo por sorpresa. Apartó la
vista de lo que estaba haciendo y lo miró.
–Mi padre era médico.
El rey de los duendes y las hadas ahogó una risita.
–Un sanador de enfermos. Qué nobleza. Pero tú no enfermas. No necesitas a esas
criaturas. Y tu padre soy yo. Nadie más.
–Mi padre era médico –insistió ella, apretando tanto el tubo de pegamento sobre la oreja
del asno, que los nudillos se le pusieron blancos–. A los cuatro años, me enseñó a
vendarme la rodilla cuando me la rasguñaba. Y mi madre, me enseñó a quitármela sin
que me doliera. ¿Qué has hecho tú por mí? Ellos eran mis padres y me querían. ¿Cómo
te atreves a decirme que no lo eran?
Oberón, dio un paso al frente y entró en el camerino. Kelley, notó que el trébol que
llevaba al cuello, lanzaba destellos y se calentaba.
Miró con desprecio al rey.
–¿Ahora, que soy casi adulta, apareces de pronto en una nube de humo y reclamas no sé
qué derecho paternal sobre mí? ¿El de padre ausente del país de las hadas o algo por el
estilo? –Puso los ojos en blanco–. Yo no te conozco. Y no me hace falta conocerte. Tal
vez me hayas creado, pero no tienes nada que ver con la persona en que me he
convertido. Y mi intención es que las cosas sigan como están.
Para sorpresa de Kelley, Oberón sonrió.
–Opino que ésa es una idea excelente –dijo–. Y me gustaría ayudarte en ello, si no te
importa.
Kelley, soltó el tubo de pegamento y miró al rey.
–¿No habrás venido para que te pida disculpas?
–Deberías hacerlo por dirigirte a mí de ese modo –replicó él, con cierto tono de
advertencia en la voz–, si no fueras mi hija.
Kelley, parpadeó y bajó la mirada hasta posarla sobre la cabeza peluda, que sostenía en
el regazo. Aquellos ojos huecos parecían mirarla también, llenos de prevención.
–Kelley… –prosiguió el rey, en tono más conciliador–, ya sabes que estás expuesta a un
grave peligro, por el solo hecho de ser mi hija, ¿verdad?
–¿En peligro por parte de quién, exactamente?
Oberón, extendió las manos ante él.
–Huy quienes te utilizarían, te lastimarían, por ser quien eres. Cuando te raptaron y te
separaron de mí, sentí mucha pena y lloré. Me enfurecí. Pero finalmente comprendí que
aquel rapto era una bendición camuflada. Siempre he intentado gobernar a mi pueblo
con mano justa, pero las cortes del reino son rebeldes y están llenas de peligros.
Mientras permanezcas oculta en el mundo de los mortales, estarás a salvo.
–Tú me has encontrado.
–Ha sido casi por casualidad. Porque Sonny Flannery, dio contigo. Pero tienes razón,
otros podrían dar también contigo. Y eso te pone en grave peligro, hija mía. Debes
permanecer oculta. Por tu propio bien, si no por el mío.
–¿Y si decido asumir el riesgo? –Preguntó Kelley–. ¿Aceptar mi legado, sea el que sea?
–En ese caso, casi con total seguridad, perecerás –respondió en voz baja el rey–. Te
propongo un trato: yo me encargo de que puedas seguir con tu vida como hasta ahora,
con la vida que te has creado tú misma. Puedo ayudarte a convertirte en una excelente
mortal. Si me dejas.
Kelley, le habló con dureza
–¿Quieres apartarme de mis derechos de cuna? –Casi todo lo que había aprendido sobre
el mundo de los duendes y las hadas, en los días anteriores, no había hecho sino
asustarla. El Otro Mundo, parecía un lugar lleno de traiciones y peligros. Pero aunque le
asqueaba admitirlo, y a pesar de los temores, había una minúscula parte en ella, que
recordaba lo maravilloso que había sido cabalgar con los duendes y las hadas, durante la
partida de caza de Herne. Vestir sedas y llevar joyas, galopar por el cielo con seres
divinos, tan hermosos que parecían hechos de luz de estrellas, reír... Kelley, cerró los
ojos y desterró aquellos pensamientos seductores. No estaba lo bastante segura de no
querer convertirse en una princesa de las hadas, pero no deseaba que Oberón, lo
supiera–. ¿Quieres hacerme ―normal‖? ¿Y eso en qué me beneficia? ¿Y a cambio de
qué? Tú no tienes nada que pueda interesarme. Nada.
–¿Ni siquiera cierto miembro de mi Guardia de Janos?
–¡No metas a Sonny, en esto! Él no es tuyo, y no puedes intercambiarlo.
–Tal vez no –admitió Oberón, acuclillándose con elegancia frente a la silla de su hija–.
Pero dime una cosa. ¿Cómo te mira él ahora?
–¿A qué te refieres?
–Ahora que lo sabe. Que sabe lo que eres.
Kelley, tragó saliva para deshacer el nudo que le oprimía la garganta.
–Oh, querida hija –musitó Oberón, en un tono mucho menos frío, y ella quiso creer que
sus palabras nacían de una preocupación genuina–. Quien ha criado a Sonny, he sido yo,
me he dedicado a observarlo desde que era un niño. Sé lo que piensa de mí y de mi
pueblo. Nos respeta, y estoy seguro de que hay una pequeña parte, una parte secreta de
él, que lo sacrificaría casi todo por poder convertirse en uno de nosotros. Pero no es
capaz de amarnos.
–Sonny, no te tiene miedo.
–No me lo tiene, es cierto –admitió el rey–. De hecho, se ha pasado la mayor parte de su
vida aprendiendo a matar a los que son como yo. Como nosotros. Y se le da muy bien.
–Pues qué legado tan maravilloso le has transmitido, ¿no te parece? –Replicó Kelley,
negándose a apartar la mirada, clavándole los ojos en los suyos, mostrándole sus
sentimientos con tal arrojo que empezaron a temblarle las manos–. Menuda manera de
educar a un niño.
Oberón, se puso en pie, y las ricas telas de sus ropajes cayeron formando regios pliegues
a su alrededor.
–No es mi deseo discutir contigo, Kelley. Sólo te digo esto para protegerte de un dolor
posterior. No está al alcance de Sonny Flannery, amar a una reina de las hadas. No
puede ignorar lo que es. Si ni sigues siendo como eres, él empezará a verte con
resentimiento. Es inevitable. Si haces uso de tu derecho de cuna, querida, lo perderás.
Tal vez no al principio, tal vez no de la noche a la mañana, pero lo perderás. Con todo,
yo puedo hacer que no llegues a conocer nunca la frialdad de su mirada.
– Sal de aquí.
–Piensa en lo que te he dicho. –Oberón, dio media vuelta, dispuesto a irse, pero vaciló–.
Tienes los mismos ojos que tu madre, ¿sabes?
–Fuera –insistió Kelley, apretando mucho los dientes y cerrando los ojos antes de darle
la espalda. Cuando los abrió, volvía a estar sola en el camerino, temblando. Y un charco
de pegamento resbalaba por el tocador, frente a ella.
Sólo necesito saber dos cosas –gruñó Fennrys el Lobo, moviéndose hacia delante y
hacia atrás frente al resto de Janos–. Dónde queréis que me ponga y cómo queréis que
mate lo que haya que matar.
–Bien, ésa es precisamente la cuestión, Fenn –intentó explicarle Sonny–. Las respuestas
a tus preguntas son: no lo sabemos y, no lo sabemos.
El Lobo puso los ojos en blanco y se sentó en el respaldo del banco. Los trece Janos, se
habían congregado cuando salió el sol, después de una exitosa noche de caza. Lo habían
hecho, a petición de Sonny, en una zona poco accesible del parque, que ofrecía la
intimidad suficiente para reunirse allí sin que la policía sospechara que eran miembros
de una banda de delincuentes o algo por el estilo.
–Todos habéis sido informados, ya de la posibilidad de que alguien intente iniciar la
Cacería Salvaje, ¿no es así? –Preguntó Sonny, mirándolos a las caras, uno por uno–. La
sospechosa número uno es, por supuesto, la reina Mabh, aunque según una de sus
arpías, que vino a visitarme, es posible que soltar al kelpie en este reino, haya sido un
error por su parte. También puede ser, sencillamente, que se le haya ablandado el
corazón.
–Mabh, no tiene corazón–le corrigió Fantasma.
–Bien dicho –se sumó Aaneel–. No puedo dejar de pensar en lo mucho que se reiría y
disfrutaría si algo así llegara a pasar.
–Bueno, sea cual sea la partida que esté jugando –prosiguió Sonny–, hay más piezas en
el tablero, de las que debemos preocuparnos, no sólo de la reina del Aire y la Oscuridad.
Maddox, ahogó una risotada.
–Pues sí. Cuéntales con quién nos encontramos el otro día, Sonn.
Él inspiró profundamente, antes de decir:
–Con la niña robada.
El corrillo de arrebatados, lo miró sin comprender, como si de pronto hubiera
comenzado a hablar en una lengua desconocida.
–Con la hija de Oberón –aclaró Sonny–. Con la princesa perdida. Con la causante de
que las puertas se cerraran. Con la persona que hizo que nosotros estemos aquí. Sé
dónde está.
–¿Y quién es?
–Es... Tiene diecisiete años– respondió Sonny–. Es actriz. Dulce. Feliz. Y hasta que...
hasta que se lo dije, no tenía ni la más remota idea de lo que era. Y mucho menos de
quién era.
–¿Cómo es posible? –se extrañó Bellamy, mirando alternativamente a Sonny y a
Maddox. A su lado, su hermana arqueaba las cejas.
–La han mantenido oculta con la ayuda de un potente talismán– aclaró Sonny.
–¿Y Oberón lo sabe? –preguntó Benni.
–Yo no se lo he dicho...
–No lo hagas –El consejo llegó de Cait.
–¿Y por qué diablos no iba a hacerlo? –intervino Fennrys el Lobo, con los ojos llenos de
fiereza.
Cait, no le hizo caso.
–Pobre chica. Si Oberón, llega a conocer su existencia, querrá que regrese. Y la Corte
Maligna es un lugar muy frío y sin alegría.
–Cait tiene razón, Sonny –coincidió Camina, que mantenía las cejas arqueadas–. No se
lo digas.
–¿Es que os habéis vuelto locos? –dijo Wolf, sacándose de la bota una daga de filo
estrecho y pinchándose el pulgar para comprobar lo afilado de la punta–. Es hija del rey,
maldita sea. Por si lo habéis olvidado, nosotros estamos a su servicio.
–No nos han pedido nuestra opinión al respecto –dijo Cait, ruborizándose de emoción.
El Lobo se burló de sus palabras.
–Tal vez, no nos guste mucho, pero así son las cosas. Servir o morir. Mi opinión, es que
debemos dejar que ese bastardo la recupere. Tal vez, de ese modo se ponga fin a la
absurda custodia de estas malditas Puertas. Así todos podremos irnos a casa.
–¿A casa, Fenn? –dijo Maddox, rodeándolo–. ¿Qué es eso exactamente? ¿Dónde está?
¿Y cuándo? Ninguno de nosotros tiene más casa que ésta. Que esté aquí y esté ahora.
Nuestras casas nos las arrebataron. –Se giró para mirar al resto de guardianes–. Yo he
visto a esa joven, y pertenece a este reino. ¿Permitiríais que el rey de los duendes y las
hadas, la apartara de todo lo que conoce? –Fijó su atención en Fennrys el Lobo–. ¿De
veras deseas que ella corra la misma suerte que corrimos nosotros?
Del grupo de Janos, ascendió un murmullo, y Fennrys, volvió a guardar el puñal en la
bota.
–Está bien, está bien –concedió al fin–. No lo decía en serio. Menuda pandilla de
lloric...
–Cállate, Fenn –le espetó Godwyn, lanzándole una mirada de advertencia.
–Me parece que olvidáis que es el rey –intervino Selene–. Él se llevará a su hija al Otro
Mundo, lo quiera ella o no.
–De momento, no lo ha hecho –dijo Maddox–. Oberón, la ha localizado. Incluso ha ido
al teatro en el que trabaja y ha hablado con ella. Pero la muchacha sigue allí.
–¿Por qué? –preguntó Bellamy.
–Probablemente, porque quiere que sea ella quien tome la decisión de regresar, para que
crea que lo hace por iniciativa propia –apuntó Aaneel.
–¡Ella no irá a ninguna parte! –exclamó Sonny, que fue el primer sorprendido por la
vehemencia de su reacción. Se daba cuenta, de que el único lugar en que no quería que
estuviera Kelley, era el Otro Mundo. No quería que viviera su vida entre hadas y
duendes, expuesta constantemente a su crueldad gratuita, a su naturaleza caprichosa y
egoísta. No deseaba que Kelley, supiera qué era ser como ellos, que se convirtiera en
uno de ellos. Y mucho menos si él seguía atrapado en el reino mortal. Porque, en contra
de lo que pensaba Fennrys, Sonny, no estaba tan convencido de que Oberón fuera a
abrir las puertas y a permitir el tránsito libre entre los dos reinos si Kelley, regresaba
con él. Se había acostumbrado demasiado a ejercer un control férreo sobre su pueblo.
Inspiró profundamente.
–Oberón, se equivoca, si cree que la chica va a bajar la cabeza, sumisa y obediente.
Maddox, soltó una risita.
–Y que lo digas.
–Incluso, si cree que él hace todo esto por su propio bien –musitó Sonny, casi para sus
adentros.
–¿Por su propio bien? –preguntó Aaneel.
Sonny vaciló, pues se trataba sólo de una teoría suya. Pero, como le había dicho a
Kelley, él no creía en las casualidades.
–No creo que sea una coincidencia, que la Cacería Salvaje, esté a punto de iniciarse,
justo cuando la hija del rey hace su aparición repentina. La reina Mabh, cuenta con
espías en este reino. Y aún alberga un gran resentimiento contra Oberón. ¿Y si se
hubiera enterado de que Kelley, está viva? Tal vez sepa que se encuentra en Nueva
York, aunque no exactamente dónde. ¿Y cuál es la manera más fácil de eliminar a una
persona en una multitud?
–Eliminar a la multitud –respondió Beni, parcamente–. Qué cruel.
–Además de sucio –añadió Bryan–.
–A Mabh, le gustan los baños de sangre. Desde que, Oberón, la encerró, no ha tenido
demasiadas ocasiones de sembrar el caos. Y ésta es la oportunidad perfecta para obtener
algo de diversión y consumar una gran venganza.
–La verdad, es que entra dentro de lo posible –admitió Godwyn.
–Parece que tu joven actriz, está metida en un buen lío, irlandés –se rió Fennrys.
–Tal vez, podríamos montar turnos de guardia para protegerla −sugirió Percival.
–Ya, vamos a estar muy ocupados sin ella –replicó el Lobo–. Y más si esa amenaza de
la Cacería Salvaje, se materializa.
–Pero, se supone que nosotros debemos cuidar de la gente –rebatió Percival–. Para que
no corran peligro. Y nada de todo esto es culpa de ella.
–Perry, tiene razón –terció Aaneel acariciándose la barbilla, antes de volverse hacia el
resto de arrebatados y pronunciar unas palabras, que resultaron tan eficaces como
órdenes–: seremos muy malos guardianes, si en el ejercicio de nuestro deber,
sacrificamos a unos pocos por el bien de muchos. Esa chicano es culpable de nada.
Debemos hacer todo lo posible por mantenerla a salvo. –Se volvió hacia Sonny–.
Vuelve a esconderla, Sonn. Y escóndela bien.
–¿Dónde? –preguntó él–. ¿Y cómo?
Aaneel, permaneció pensativo largo rato. El resto de los Janos, aguardaban impacientes
a que volviera a hablar.
–Llévala a la Green. Allí estará a salvo, hasta que la amenaza de la Cacería haya pasado.
Luego ya será cosa suya si quiere irse con Oberón. Y, si no quiere, ya tendremos tiempo
para pensar en el mejor modo de mantenerla escondida para siempre.
Sonny, frunció el ceño, pero asintió. Aaneel, tenía razón.
–Me hará falta un pase.
–Puedo pasarte yo –se ofreció Cait, al momento. Levantó la tapa de la mochila y
empezó a rebuscar en sus profundidades–. Tengo dinero suficiente, para comprar dos
entradas. Pensaba ir yo para mi cumpleaños, pero no importa, la última vez que fui no lo
pasé demasiado bien.
–¿Por qué no? –Le preguntó Maddox–. Yo no he ido nunca, pero he oído que es un
lugar increíble.
Selene, se echó a reír.
–Uno de los camareros que trabaja allí, es un gnomo de jardín excesivamente amable.
No la dejó en paz ni un momento.
–Mi "amiguito‖ –murmuró Cait, ruborizándose.
–¡No paraba de intentar mirarle por debajo de la falda y lamerle los tobillos!
–Bueno, da igual –zanjó Cait, lanzando una mirada asesina a Selene, mientras le
entregaba a Sonny, la bolsita de ante rojo llena de monedas.
–Aquí tienes.
–Gracias.
–De nada. –Y, esbozando una sonrisa, añadió–: pero hazme un favor. Si cuando vayas,
ves a un gnomo con un sombrero de color naranja llevando una bandeja con bebidas,
ponle la zancadilla.
–Te lo dedicaré a ti.
De nuevo, en su apartamento, Sonny, logró dormir unas horas y se obligó a quedarse en
la cama lo bastante, como para relajar sus extenuados músculos.
Cuando se levantó, se dio una larga ducha de agua caliente... y se encontró con una
sorpresa. En el espejo empañado, vio escrito el nombre de un lugar y una hora: se
trataba de las instrucciones que le transmitía Mabh, sobre dónde y cuándo debía
entregar a Buena Suerte, a sus secuaces, las arpías de tormenta. Tras pasar la mano por
el espejo para desempañarlo, se afeitó y se cambió tres veces de camisa intentando
decidir –ésa era la verdad por más que le costara admitirlo– cuál de ellas le gustaría más
a Kelley. Finalmente, salió de casa al encuentro de su lejana hada princesa.
VEINTISIETE.
Llamaron a la puerta.
–Un segundo –dijo Kelley, soltando el cepillo de dientes viejo, que había usado para
intentar desenredarle la crin a Buena Suerte, con escaso éxito. El caballo mágico, le
acercó el hocico a la mano y ella se lo acarició con ternura.
Volvieron a llamar a la puerta, con más insistencia.
Kelley, fue a abrir.
–¿Tyff?
La puerta se abrió un poco hacia dentro, apenas Kelley, puso la mano en el tirador, y
enseguida comprobó que no se trataba de su compañera de piso.
El rostro de la persona que tenía delante, quedaba oculto tras el ramo de rosas más
grande que había visto en su vida. El ramo descendió ligeramente, y al fin pudo ver los
ojos de Sonny, asomando entre los pétalos de color melocotón.
Se sentía emocionada y horrorizada a la vez. No esperaba visitas, y llevaba unos
pantalones de yoga y una sudadera descolorida. Además, estaba cubierta de pelos de
caballo y de polvillo de cereales.
Soltó un gritito y se ocultó detrás de la puerta.
–¡Sonny! ¿Qué haces aquí?
–He venido a verte.
–Pero no puedes.
–¿Has aprendido el arte de la invisibilidad?
–¿Qué? ¡No! –Parpadeó, sin abandonar la protección que le brindaba la puerta–. Oye,
¿podría aprender eso?
–Probablemente.
–Ah...
–¿Puedo entrar?
–¡No! ¡Estoy hecha un desastre. Quiero decir, el apartamento está hecho un desastre–.
Echó un vistazo al salón y constató que su aspecto era impecable.
Detectó cierto tono de burla en la voz de Sonny, cuando dijo:
–Pues a mí me parece que tiene un aspecto maravilloso. –Metió el ramo de flores a
través de la puerta entreabierta–. ¿Puedo entrar?
–Sí –respondió ella y, dándose por vencida, aceptó el ramo.
Él la siguió en dirección a la cocina, pero se detuvo al oír un relincho agudo que
provenía del baño.
–¿Es él...?
–¿El único caballo, que en estos momentos se aloja en mi apartamento? –Dijo ella,
llenando de agua un jarrón–. Sí. Ve a saludarlo. Pero, ya sabes, cuidado con las zarpas y
los rayos de los ojos.
–¿Con qué?
–Nada, es broma –se rió ella–. Ve. Es inofensivo.
Sonny, negó con la cabeza.
–Sin duda, has olvidado que, en mi puesto de trabajo, las zarpas y los rayos en los ojos,
no son precisamente algo extraordinario.
Mientras él iba al baño, Kelley, recortó los tallos de las rosas y las dispuso con gracia en
un florero. Había al menos dos docenas. Las llevó al salón, las dejó sobre la mesa de
centro y se sentó en el sofá. A continuación, se quitó la cinta elástica del pelo y se atusó
apresuradamente. Oyó que un grifo se abría en el baño y, al poco, Sonny, apareció en el
salón, secándose las manos con una toalla.
–Te ha estornudado encima, ¿no?
–Pues sí.
Kelley, hizo esfuerzo por no reírse.
–Pero no ha intentado arrancarte la piel a tiras.
–Casi preferiría que lo hubiera hecho, en lugar de estornudar –replicó Sonny, muy serio.
Kelley, se echó a reír, mientras tamborileaba con los dedos en el jarrón.
Sonny, se encogió de hombros.
–Bueno... He pensado que, después de estos últimos días, te vendría bien algo...
–¿Bonito? –Apuntó ella, completando la frase mientras recordaba su primer encuentro–.
¿Vas a desaparecer otra vez, sin darme tiempo a que te dé las gracias?
–No.
–Gracias.
–¿Por las flores o por no desaparecer? –Le sonrió y se sentó en el brazo del sofá–.
Kelley... tengo que llevarme a Buena Suerte, de regreso al Otro Mundo. A la Corte de la
reina Mabh.
Kelley, lo miró fijamente, y una sensación gélida le recorrió el pecho.
–Mabh. ¿No ha sido ella la causante de todos estos problemas con Buena Suerte? No, a
ella no pienso entregárselo– añadió, cruzándose de brazos, dispuesta a presentar batalla.
Sonny, alargó una mano tranquilizadora.
–Envió a una de sus secuaces, una arpía de tormenta, a hablar conmigo, y ésta me dijo
que todo había sido un error. Y que él, Buena Suerte, jamás debería haber sido enviado
a este reino.
–¿Y no podía estar mintiendo esa arpía?
–Los duendes y las hadas no mienten. La verdad no siempre se les da bien, pero no
mienten descaradamente. Kelley, ya sé el cariño que le has cogido a ese caballo. –
Sonny, se bajó del brazo del sofá, se sentó a su lado y le cogió la mano–. Pero no puede
quedarse en tu bañera toda la vida, ¿no crees? Si se queda, pondrá en grave peligro a
todo el reino de los mortales. Y él mismo acabará destruido. Tendrá que ser así. Si no, él
será el destructor. Y sé que eso no te gustaría.
–Es que no soporto la idea de enviarlo a ese lugar...
–Mabh, me ha asegurado que me concederá un deseo si se lo devuelvo, y lo que pienso
pedirle es que lo cuide bien y que no lo someta a más encantamientos.
Kelley, alzó la vista y lo miró.
–¿Le pedirías eso? ¿Pudiendo pedirle cualquier otra cosa?
Sonny, asintió, y ella vio en sus ojos grises que era sincero.
–Es importante para ti. Y eso lo hace importante para mí.
Kelley, se levantó, se dirigió al baño y asomó la cabeza por la puerta. Buena Suerte,
movió la cola al verla y, a modo de saludo, lanzó una pompa de jabón por la nariz.
Había aprendido a hacerlo a su antojo, habilidad que parecía proporcionarle gran
satisfacción. Kelley, se mordió el labio inferior, haciendo esfuerzos por no llorar. Qué
tontería. Sonny, tenía razón. No podía estar toda la vida en su bañera.
–Seguro que lo echaré de menos, y no seré la única –dijo, suspirando–. Tyff, le ha
comprado montañas de sus cereales favoritos.
–¿Quién es Tyff? –le preguntó Sonny.
Sin embargo, no había tenido tiempo de responderle cuando, de repente, la puerta de
entrada se abrió de par en par y su compañera de piso apareció tras ella, como si
respondiera a una llamada. Sonny, la miró apenas un instante y, echándose hacia atrás,
adoptó una posición defensiva.
–¡Bruja buena! –exclamó, poniéndose en guardia.
Los ojos de Tyff, resplandecían como cometas. Su hermoso rostro se retorció hasta
adoptar una expresión de odio.
–¡Asesino de hadas! –masculló.
–Si das un paso hacia esa puerta, considérate muerta –gruñó Sonny, interponiéndose
entre Kelley, y la puerta–. Soy capaz de ver a través de tus encantos, ninfa...
–¡Yo no soy una vulgar ninfa, perro arrebatado! –Replicó Tyff–. Soy Tyffanwy de la
Mare, dama de compañía de Titania, la reina del Verano. O sea que mucho cuidado
conmigo.
–Regresa al Otro Mundo y dile a Titania, que esta muchacha está bajo mi protección.
Tyff, parpadeó.
–¿Qué?
–¿O acaso trabajas para Mabh, ramera? –le espetó Sonny, con voz gutural–. Las de tu
especie se entregan a alianzas resbaladizas, lo sé. En cualquier caso, tu reina de la
Penumbra no la tendrá, como tampoco la tendrá Titania. ¡Kelley, no es moneda de
cambio de nadie!
–Pero, ¿de qué hablas, loco degenerado? –exclamó Tyff.
–De mi honor como miembro de la Guardia de Janos. Insisto, no permitiré que le toques
un solo pelo.
–Sonny, ella no es... –trató de intervenir Kelley, desesperada.
–Tranquila, Kelley, estás a salvo.
–¿De tu honor como miembro de la Guardia de los Janos? –repitió Tyff, sarcástica–.
Menuda cosa. Los Janos, carecen de honor. Si no, tú no estarías aquí, en mi casa, sin
que nadie te haya invitado.
–Mientes. Ésta no es tu casa...
–¡No miente! –Terció Kelley, de nuevo, en voz más alta–. Esta casa es suya. –Se volvió
hacia su compañera de piso–. Pero a él sí lo ha invitado alguien. Yo. Tyff, entra y cierra
la puerta. La señora Madsen, nuestra vecina, llamará a la policía si no bajáis la voz.
–Kelley, es más peligrosa de lo que crees...
–Cállate ya, ser carnal. –Tyff, cerró de un portazo–. Sabes lo que soy, y por eso sabes
que soy incapaz de mentir. ¿Por qué diablos iba a hacerle daño? Me paga un alquiler
altísimo.
–¿Qué? –Sonny, se incorporó, confundido.
–Kelley, es mi compañera de piso. Espera un momento. No serás tú el loco que la
seguía en el parque...
–Sí... ¡No! –Protestó Sonny–. ¡Yo no la sigo!
–¿Por qué diablos se interesa tanto un lacayo de Oberón, por una joven y simple mortal?
–¡Eh! –protestó la aludida.
–¿Mortal? –dijo Sonny, burlón–. ¿Es que no lo sabes?
–¿Saber qué?
–Habéis vivido todo este tiempo bajo el mismo techo y nunca se le ha ocurrido a
Tyffanwy de la Mare, dama de compañía de Titania, la reina del Verano, que su ―joven
y simple‖, compañera de piso es también la hija perdida de Oberón.
Tyff, se quedó petrificada.
–Mierda, mierda –murmuró al fin–. Cuando Titania, se entere... me matará.
VEINTIOCHO.
C
–¿ ómo puedes no haberte dado cuenta de que había algo ligeramente distinto en
ella? –le preguntó Sonny.
–¡Mírala! –Respondió Tyff–. De tan normal, casi resulta rara. Y lo digo sin ánimo de
ofender, Kell.
–No me ofendes, supongo –musitó Kelley.
Sonny, resopló. A él le parecía absolutamente encantadora.
–Está protegida por un velo invisible muy poderoso, eso te lo aseguro. El hechizo de un
leprechaun...
–No me vengas con cuentos, Sherlock Holmes –le cortó Tyff. Ahora mismo la veo
perfectamente.
–Pues, en mi opinión, un hada importante como tú, debería haberse dado cuenta. –
Sonny, empezaba a disfrutar con la situación.
Tyff, le lanzó una mirada asesina.
–No hay duda, de que este mundo me ha atrofiado los sentidos. Llevo casi... –contó
ayudándose de los dedos– quince años fuera de onda, no sé si lo sabes.
–Vaya –dijo Sonny, asintiendo, casi comprendiéndola–. Perdona, pero lo recuerdo muy
bien. ¿Qué pasó contigo? Te desterraron, ¿no?
–Puede decirse así –admitió a regañadientes–. Pero se suponía, que no iba a ser para
siempre. En principio, iban a dejarme regresar una vez hubiera... cumplido condena. ¿Y
qué pasó entonces? Que al estúpido de tu jefe, le dio por cerrar todas las Puertas.
–Podrías haber intentado volver –replicó Sonny–, aprovechando un día del Samhain.
–¿Y correr el riesgo de encontrarme con alguno de vosotros, locos y sedientos de
sangre? No, gracias.
–¿Por qué te desterraron? –preguntó Kelley, fascinada.
–Eso pregúntaselo al chiflado de sir Lanzarote –soltó Tyffanwy–. Espera, no, mejor no
lo hagas. Es complicado. –Ahuyentó la idea, con un movimiento de mano. Una mano,
por cierto, impecable, recién pasada por la manicura.
–Está bien, Tyffanwy, un momento... –intervino Kelley, levantando las dos manos–. ¿Es
que hay alguien de la gente que conozco, que sea normal, que no sea raro, que sea un
ser humano normal y corriente?
–Estoy segura, de que uno o dos de tus amigos actores son tan normales, que casi rozan
el límite de la normalidad –respondió Tyff, aunque en un tono que ponía en duda la
afirmación.
–Son actores –dijo Kelley–. O sea, que muy normales no son. Además, uno de ellos es
el mismísimo Puck. O eso Parece.
–¿Qué? –Tyff, arqueó tanto las cejas que le llegaron casi al nacimiento del cabello–
¿Robin, el Buen chico? Oh, estupendo. Escúchame bien, a ese boucca, lo quiero lejos de
mi casa, o no respondo de mis actos.
Sonny, sonrió.
–¿Qué ocurrió? ¿Te dejó plantada durante una cita o algo así?
–Cállate –le ordenó Tyff–. ¿Y qué has venido a hacer aquí, si puede saberse?
–Voy a llevar a Kelley, a algún lugar seguro –dijo–. Y después volveré a por el kelpie.
–Por encima de mi hermoso cadáver.
–No tengo ninguna intención de hacerle el menor daño. Pero debo devolverlo al Otro
Mundo. –Le contó lo de la Cacería Salvaje, y vio que se ponía blanca como el papel.
–Bien, no creo equivocarme si digo que, en mi ausencia, las luchas por el poder, las
puñaladas por la espalda y las intrigas políticas, han alcanzado cotas insospechadas en el
Otro Mundo –comentó Tyff, agarrotada por la ira–. Esto excede todos los límites.
–Así es –coincidió Sonny–. Los excede en mucho.
–¡Odio las Cortes! –vomitó ella–. ¿Por qué no se olvidan ya de todas esas intrigas
homicidas?
–Ojalá lo supiera –dijo Sonny, comprensivo, pues las había sufrido en sus propias
carnes. Sin duda, Tyffanwy, había sentido el temor y el odio hacia el reino de su señor y
su gente de un modo muy similar al suyo. Durante un breve instante, se le pasó por la
mente, que quizá, sólo por una vez, podrían aparcar sus diferencias y actuar como
aliados. Tal vez ella lo ayudara.
O, más probablemente, tal vez ayudara a Kelley.
De modo que, les propuso un Plan.
T
–¿ yff? –La interpeló Kelley, mientras su compañera de piso la peinaba con destreza,
fijando horquillas aquí y allá para que sus rizos cayeran en una graciosa cascada sobre
el rostro–. ¿Cómo es que tú no tienes las orejas... ya me entiendes?
–Por la misma razón, por la que nunca dejo que me fotografíen de cuello para arriba –
respondió con la boca llena de horquillas–. Porque llevo un milenio y medio,
haciéndome pasar por mortal. Antes, me limitaba a pronunciar un hechizo, o a llevar el
pelo largo, pero un día descubrí a un cirujano plástico estupendo, en la Novena
Avenida. Fue druida hace muchos, muchos años, y su discreción es total. Por cierto,
¿quieres que te pida hora con él?
–Eh... lo pensaré. –Kelley, se pasó un dedo por la oreja derecha–. No las tengo tan
puntiagudas, ¿verdad?
–No, cielo, claro que no –le aseguró Tyff–. En realidad, te quedan incluso bien.
–Gracias. Y por prestarme el vestido. –La tela tenía una caída maravillosa, que la
envolvía como una ola desde los finos tirantes hasta los tobillos–. ¿No te parece un poco
excesivo?
–¿Excesivo? ¿Es que no quieres estar guapa para tu cita?
–¿De veras te parece que esto es una cita? –preguntó, y no le pasó por alto el tono de
pánico que detectó en su voz.
–Parece que va a llevarte a un lugar seguro –respondió ella.
Claro. ¿Lo ves? Nada de citas. Maldita sea.
Pero… ¿iba a llevarla a un refugio, bajo vigilancia? No estaba segura de si la idea le
gustaba.
–¿A ti te cae bien? –le preguntó.
–Yo no diría tanto.
–¿Y a mí? ¿A mí me cae bien? ¿Me gusta?
Tyffm esbozó media sonrisa.
–Eso vas a tener que averiguarlo tu sola, niña.
Kelley, suspiró.
–De acuerdo, pero..., ahora en serio, si esto no es una cita, ¿por qué voy vestida como si
tuviera que pasar por una alfombra roja?
Tyff, ahogó una risa y colocó la última horquilla en el precioso tocado de la muchacha.
–La Green, es un poquito más elegante que los locales de comida rápida a los que estás
acostumbrada. Hazme caso, allí la ropa brillante viene a ser como un uniforme.
Kelley, se giró y se miró en el espejo. Los pequeños cristales de color champán
reflejaban la luz, pero de una forma sutil. Tyff, le pasó un chal de seda por los hombros
y le dio un pellizco en el brazo.
–¿Qué tal estoy?
–Arrebatadora. Pero no me lo preguntes a mí. –Tyff, se apartó para que Kelley, pudiera
pasar al salón, donde aguardaba Sonny–. Pregúntaselo a él.
El Jano se dio la vuelta y abrió unos ojos como platos. Su mirada lo decía todo.
Si en principio, aquello no era una cita, a partir de ese momento lo fue.
–¿Qué tal te fue anoche? –le preguntó Kelley, mientras Sonny, le daba el brazo para que
se agarrara a él antes de cruzar la Quinta Avenida, a la luz menguante del atardecer.
Desde que habían salido del apartamento, no había parado de hablar de cosas sin
importancia, sobre todo para olvidarse del hecho de que Sonny, no le quitaba los ojos de
encima–. La ronda de guardia, quiero decir.
–Teniendo en cuenta las circunstancias, fue una noche tranquila –respondió él,
encogiéndose de hombros–. Al menos para mí. Maddox, y los demás, hicieron el trabajo
duro. Según él, me sigue haciendo falta reposo.
–¿Y no es así? –se interesó ella, atreviéndose a mirarle un instante a la cara.
Todavía me mira. Tal vez este vestido sea excesivo...
Sonny, sonrió.
–Necesito menos reposo que los mortales de a pie. No, estoy bien, en serio.
–¿Seguro? Entonces ¿por qué está tan preocupado Maddox?
–Por nada, es un pesado.
–No, es tu amigo. –Se agarró con más fuerza a su brazo, pues se sentía insegura con
aquellos tacones.
–Sí. Pero es un pesado.
Ella alzó la vista para mirarlo de nuevo.
–Pues la verdad es que se te ve algo... cansado.
–Yo... eh.... –balbució él, y frunciendo el ceño, apartó la mirada.
–No importa –le aseguró Kelley–. El cansancio te sienta bien.
Había muchísimos carruajes alineados junto a la acera del lado sureste del parque.
Algunos de ellos, iban tirados por caballos esbeltos, de pezuñas finas, y otros por
macizos percherones. Sonny, los estudió un instante, antes de decidirse por uno. Tomó a
Kelley, de la mano y se acercó a una calesa blanca adornada con guirnaldas de flores
rosadas y rojas. La cochera era una mujer alta, ancha de hombros y con ojos azules muy
brillantes. El caballo era un animal orgulloso, blanco, con manchas plateadas, que
lograba transmitir una imagen digna a pesar de las plumas de avestruz color fucsia que
ondeaban en las bridas y del esmalte de uñas rojo chillón que le cubría las pezuñas.
Kelley, pensó que debía de tratarse de uno de los favoritos de los turistas, por el toque
kirsch.
El caballo movió la cabeza inmensa, noble, y cuando Kelley, se acercó a él, empezó a
rozarla insistentemente con el hocico.
–Pareces tener mano con los caballos –le susurró Sonny.
–A Beltrix, le caes bien –comentó la cochera–. Y te aseguro que es muy especial con la
gente.
–Es precioso –se limitó a responder Kelley, acariciándole la cara peluda.
–Quisiéramos contratar sus servicios. Y los de usted, si están disponibles –informó
Sonny.
–No ha habido demasiada gente interesada, en pasear por el parque en coche de caballos
estas últimas noches –respondió ella con expresión neutra.
–A causa de lo inestable del tiempo, sin duda –sugirió Sonny, cortésmente.
–Es muy posible. Últimamente cuesta distinguir una estación de otra.
–Y que lo diga. ¿Podría llevarnos a la Green? –le preguntó Sonny.
–¿A la Tavern on the Green?
–sí.
Kelley, estaba confundida. Solo había una Tavern on the Green. Era uno de los lugares
más conocidos de Nueva York.
La cochera asintió despacio.
–Eso le costará más caro.
–No se preocupe por el dinero –replicó Sonny, sacando del bolsillo una bolsita roja de
gamuza. Tiró del cordón, la abrió y extrajo varias monedas, que dejó caer en la palma
de la mano.
–Muy bien –aceptó ella, y les hizo una seña con el pequeño látigo que sostenía en la
mano–. Suban.
Sonny, ayudó a Kelley, a subir a la calesa, y luego él se encaramó en el asiento de un
salto cuando el carruaje se ponía en marcha. El repicar rítmico de las pezuñas de Beltrix,
resonaba bajo los árboles a medida que se internaban en el parque y dejaban atrás los
lugares y monumentos más conocidos. A lo lejos se divisaba el tiovivo.
–¿Sabías que ese carrusel, es el cuarto que se instala en ese mismo lugar? –Comentó
Kelley–. A lo largo de la historia se ha incendiado en dos ocasiones.
La cochera se giró y la miró por encima del hombro.
–Normalmente, soy yo la que se ocupa de la visita guiada, señorita –dijo en tono
divertido–. ¿Es que intenta dejarme sin trabajo?
Kelley, sonrió.
–No, señora, es que lo leí en un folleto y acabo de acordarme.
–Ah, ya. –La cochera asintió y prosiguió ella con el relato.
–Según se cuenta, el tiovivo original era accionado por un caballo y una mula vieja y
ciega, que daban vueltas en círculos en una caverna subterránea que había debajo de la
atracción. Beltrix, se emociona cada vez que hablo de ese caballo y esa mula. –Las
orejas del animal se agitaron hacia delante y hacia atrás–. Al parecer, opina que no se
trataba de un trabajo justo.
No era la primera vez que comía en la conocida taberna de Central Park. Durante su
primera semana en Nueva York, su tía Emma, había venido a la ciudad –algo raro en
ella, pues la detestaba–, y la había llevado a cenar allí. El interior, era un laberinto de
salones con espejos, vidrieras de estilo rococó, cornamentas de ciervo colgadas de las
paredes y murales con motivos de cuentos de hadas. La sala principal era un cenador
con cristaleras decorado con un caprichoso surtido de lámparas de araña de todos los
colores y tamaños, que fragmentaban la luz en arco iris que bailaban por las paredes,
pintadas con castillos de nubes y caballos alados.
En el jardín, todos los arboles estaban adornados con ristras de bombillas diminutas, y
de las ramas colgaban guirnaldas de farolillos de papel. Los arbustos que rodeaban el
patio, estaban podados y recortados con formas de seres maravillosos: un caballo
rampante, una sirena, e incluso –haciendo gala del característico sentido del humor
neoyorquino– un King Kong enorme.
En aquella primera ocasión, todo le había parecido fantástico.
En aquella primera ocasión.
Pero esa noche, Kelley, sabía que le aguardaba algo infinitamente más fantástico. Entre
otras cosas, porque en el aparcamiento no se veía ni un solo coche. Sí había, en cambio,
un anticuado carruaje de cuatro caballos, que parecía sacado de la Cenicienta de Walt
Disney.
Sonny, se apeó de la calesa y la ayudó a bajar para que no trastabillara –no estaba
acostumbrada a llevar zapatos de tacón– y no estropeara el vestido de Tyff. Él, radiante,
le ofreció el brazo, que ella aceptó. Kelley, apartó la mirada, algo ruborizada y, al
hacerlo, se percató de que el portero, con su sombrero de copa verde y su chaqueta de
frac larguísima, no llevaba pantalones. No le hacían falta, pues por debajo de los
faldones de la casaca se adivinaban unas piernas anchas, cubiertas en su totalidad por un
pelaje marrón, y rematadas por unas pezuñas finas y duras.
–Señor Flannery –saludó a Sonny. Kelley, se dio cuenta de que arqueaba una ceja
saturnina al Jano, como si le preguntara algo sin palabras–. ¿Cuánto tiempo hacia que
no honraba la casa de Herne con su visita? ¿Y la dama...?
–La dama es mi invitada. Y deseo que se la atienda excepcionalmente bien. Es...
importante para mí. Para todos nosotros, de hecho.
–En ese caso, será bienvenida, por supuesto –dijo el fauno, quitándose el sombrero para
saludarla. Kelley, tuvo que hacer esfuerzos para no mirar fijamente los cuernos
diminutos y curvados que le nacían junto a las orejas peludas.
El curioso portero hizo un gesto para que franquearan la puerta principal, que se abrió
de par en par cuando se aproximaron.
–¿Ha dicho ―la casa de Herne‖? –susurró Kelley, mientras subían los peldaños.
–Así es –atronó una voz desde debajo del pórtico–. Yo soy Herne. Bienvenida a mi
local.
–Señor. –Sonny, se postró ante la figura imponente que se alzaba ante ellos.
Herne, llevaba una túnica verde sin mangas, que caía formando pliegues hasta el suelo
y que se mantenía en su sitio, gracias a una gruesa cadena de oro que le rodeaba el
pecho, desnudo y musculoso. Los calzones eran de piel oscura y, como carecían de
dobladillo, se deshilachaban al llegar a los pies descalzos. Lucia pulseras de oro macizo
y un collar del mismo metal. Llevaba el cabello peinado hacia atrás y, a ambos lados de
la cabeza, unos cuernos de venado formaban un arco sobre el complejo tocado que le
cubría la frente. Sus ojos se iluminaron como fuegos, cuando dio un paso al frente para
recibirlos.
Sonny, no podía dejar de observar a la muchacha radiante que lo acompañaba, y que se
inclinaba ante él, en señal de respeto. Juntos, entraron en la Taberna de Herne.
Sonny, se llevó al Cazador a un aparte y le habló en murmullos de la verdadera
identidad de Kelly, mientras la vigilaba por el rabillo del ojo. Ella iba mirando los
distintos rincones de la estancia y a la gente, de aspecto normal, que pululaba alrededor.
Eran seres insustanciales, casi sombras: señoras con bolso y zapatos de tacón, hombres
vestidos con traje y corbata, que comían y conversaban en mesas ocupadas por hadas de
alas vegetales y selkies de piel plateada y ojos grandes y oscuros, entre otros muchos
seres que habitaban el país de los duendes.
–¿Están aquí de veras? –le preguntó a Sonny, cuando volvió junto a ella, señalando en
dirección a una pareja joven, borrosa, que por su aspecto parecían turistas.
–Casi. O, mejor dicho, somos nosotros los que estamos casi. La Taberna de Herne y la
de Central Park, ocupan prácticamente el mismo lugar, sólo que en mundos ligeramente
distintos.
–¿Estamos en el Otro Mundo?
–No. Éste es un lugar separado de cualquier otro reino. Una especie de refugio seguro,
creado por Herne, en el que pueden reunirse sin temor las hadas y los duendes perdidos,
tanto los que cruzaron como los que, al igual que Tyff, quedaron atrapados o decidieron
quedarse cuando las Puertas se cerraron. Seguimos estando en el parque, pero esto es...
una especie de terreno sagrado. Supongo que podría llamarse así. Un santuario.
–Significa, que los Janos, no pueden hacernos nada aquí –aclaró una muchacha etérea,
que apareció de pronto junto a Sonny. Tenía la piel del color de las hojas nuevas y
sostenía en la mano un arco muy fino–. Aquí no pueden matarnos.
–Vamos, Carys –la regañó Herne, con dulzura, acercándose a ellos–. No me gusta que te
muestres poco respetuosa con nuestros invitados.
–No era mi intención, señor –se excusó ella, aunque su expresión no ofrecía duda, de en
qué estima tenía a los Janos.
–Yo no me he sentido ofendida –dijo Kelley, convencida, a cercándose a él y
apoyándole una mano en el hombro–. Entiendo que la de Sonny, no es la profesión más
admirada entre los de vuestro pueblo. Y también comprendo que, para empezar, él no
sería lo que es si vuestro pueblo no lo hubiera raptado y lo hubiera separado de su
mundo. Mientras cumplía con su obligación, me salvó la vida, y seguramente también la
de muchos otros, amenazada por una criatura a la que creo que vosotros llamáis Perro
Fantasma.
Carys, abrió más los ojos y Herne, frunció el ceño.
–¿los perros fantasmas han franqueado las Puertas? –preguntó.
Sonny, carraspeó.
–Sólo uno, señor, hasta donde yo sé.
–Un heraldo –murmuró el Cazador.
–Espero que no. Los Janos, hacen todo lo posible para que la cosa no vaya a más. Pero
Oberón, cree que alguien, tal vez la mismísima reina Mabh, está intentando despertar a
vuestros antiguos compañeros, señor.
–¿Con qué intención?
Sonny, posó la mirada en Kelley, que seguía a su lado.
–El perro fantasma, perseguía a Kelley. Creo que ella es la presa de la cacería.
–En ese caso, corre grave peligro –declaró Herne–. Y no es la única. Los integrantes de
la Cacería Salvaje, no se conforman con una sola presa. El mundo de esta dama y ella
misma, se encuentran en una situación delicadísima.
–Por eso la he traído aquí.
–En ese caso, yo, personalmente, velaré por su seguridad.
–Gracias, señor.
Herne, les hizo un gesto para que salieran al patio. Fuera había música, y en el cielo las
nubes, altas y finas, se alargaban como cortinas de encaje. Kelley, ahogó un grito al
constatar que las bombillitas que decoraban los árboles, no eran sino hadas luminosas:
miles de seres diminutos, alados, que revoloteaban entre las ramas.
–Tengo que irme pronto, para llevar a Buena Suerte, junto a Mabh –dijo Sonny–. Pero
antes, quiero enseñarte un poco todo esto. No tienes por qué preocuparte, te encuentras
bajo la protección de Herne. Él sabe quién eres y es el guardián más poderoso al que se
me ocurre confiarte. Además, este lugar debería bastar para mantenerte a salvo.
–¿Incluso de la Cacería Salvaje?
–No te preocupes por eso.
–No has respondido a mi pregunta. Estás evitando responderme.
Sonny, le sonrió, ignorando la mirada asesina que ella le lanzaba.
–Vamos, te enseñaré el lugar.
En el rincón, que en el mundo de los mortales correspondía al seto con forma de King
Kong, había una criatura imponente, cubierta de hojas, agazapada. Enredaderas y todo
tipo de vegetación ascendían por el gigante, trepando sobre la hiedra verde de su barba,
creciendo como hierba de marisma sobre la inmensa extensión musgosa de cabeza y
hombros
–El Hombre Verde –le explicó Sonny, con gran respeto–. Es un espíritu antiguo, más
viejo que todo esto. El Hombre Verde, lleva más tiempo en los mundos, que el pueblo
de los duendes y las hadas. Es el alma del mundo natural. Y, de vez en cuando, le gusta
tomarse un buen whisky –añadió Sonny, bajando la voz–. Según dicen, Herne, posee
una bodega excelente.
El Hombre Verde, le guiñó un ojo a Kelley, y alzó una taza inmensa de arcilla. Sonny,
divertido, vio que ella le sonreía con timidez y saludaba al viejo dios, moviendo un poco
los dedos de una mano. Lo dejaron atrás y se dirigieron a una fuente en que la música
seductora del agua se fundía con el tintineo de unas risas. Entrevieron brevemente el
destello de una cola larga de pez, en la que brillaban todos los colores del arco iris.
–¿Eso era una sirena? –preguntó Kelley, acercándose al borde del estanque.
Sonny, le puso una mano en el brazo.
–La gente del agua es... tramposa. Peligrosamente impredecible.
–Creo que vi una –murmuró Kelley–. Una sirena, digo. La noche que rescaté a Buena
Suerte del lago.
–Sí, era una sirena –confirmó Sonny, haciendo esfuerzos por no sonar resentido–. Se
llama Cloe. Te salvó la vida.
–En ese caso, debería conocerla y darle las gracias.
–No, lo que debes hacer es mantenerte lo más lejos posible de ella –replicó él,
apartándola de la fuente.
Se acercaron a una banda de duendes músicos, y Sonny, sonrió al ver que Kelley,
empezaba a moverse al ritmo de aquella música ultraterrena. Ah, su Polvorilla. Se daba
cuenta con dolor de que, muy probablemente, no seguiría siendo ―suya‖ por mucho
tiempo. No si decidía aceptar su verdadera identidad. Si se investía con el manto de
princesa de las hadas, como ella misma había dicho antes, en el carruaje. Se trataba de
una decisión que implicaba unas consecuencias desconocidas para él. Sonny, había
llegado a una conclusión: fuera cual fuese la decisión final de Kelley, pudiera él
acompañarla o no en su viaje, no pensaba malgastar el tiempo que les quedara.
Se volvió hacia ella y le tendió la mano.
Asombrada, ella observó la palma extendida, antes de mirarle de nuevo a los ojos.
Sonny, estaba seguro de que haría cualquier cosa, de que entregaría cualquier cosa, a
cambio de lograr que aquellos ojos verdes brillaran. Le dedicó una lenta y prolongada
reverencia, y alzó la cabeza para contemplarla. Ella le dedicó una sonrisa.
–¿Me concedes este baile, Kelley? –le preguntó.
Y sintió que el corazón le daba un vuelco cuando ella lo tomó de la mano.
TREINTA Y UNO.
–Éste no es mi sitio, Sonny –susurró, con los sentidos embriagados por las visiones y
los sonidos que la rodeaban–. Mira, mira a esta gente...
Un grupo de hadas buenas, oscilaba al ritmo de la música, que era de una belleza
sobrenatural. Kelley, se sentía como una de las hermanastras de Cenicienta, en el baile.
Sabía que sus pies enormes, nunca encajarían en el zapato de cristal, y no comprendía
por qué el apuesto príncipe, seguía bailando con ella. Sonny, no decía nada, pero ella
sintió que le pasaba las manos por los hombros, por la nuca.
Una vez allí, le desabrochó el collar y se lo quitó.
–Mi Polvorilla –susurró.
Y entonces, Kelley, perdió momentáneamente la visión, pues un resplandor iridiscente
surgido de ella, inundó todo el espacio. Alrededor, todo el brillo de aquellos duendes y
aquellas hadas pareció amortiguarse y parpadear, antes de reproducir la luminiscencia
que emanaba de ella, como lunas que reflejaran la luz del sol.
Los ojos grises de Sonny, brillaban de orgullo... y de algo más. Kelley, al verlos, sintió
que una emoción desconocida le inundaba el corazón.
Se notaba crecida. Creía medir más de tres metros. Incluso, era más alta que Sonny.
Para mirarlo debía bajar la vista. Volaba, o al menos flotaba a más de un palmo sobre el
suelo. Ahogó un grito y pataleó, pero aún se elevó unos centímetros más por los aires.
Sonny, alargó un brazo y la agarró por el codo, antes de que se alejara flotando. Ella,
giró la cabeza a ambos lados y vio que, junto a los hombros, parecían haberle salido dos
alas delicadas y a la vez muy resistentes. Eran etéreas, casi fantasmagóricas y,
resplandecían de luminosidad e iridiscencia, como las de las libélulas.
Herne, agachó la cabeza y, con ella, la cornamenta que la remataba, en señal de respeto.
En torno a Kelley, los habitantes de los reinos feéricos, se arrodillaban y se postraban,
sonrientes.
Ella se ruborizó y sintió que sus alas temblaban y perdían fuerza. Regresó al suelo.
Sonny, la recogió en sus brazos y ella se abrazó a él.
–Tendrás que practicar un poco –le susurró al oído, mientras le abrochaba de nuevo el
collar. Al instante, su brillo menguó, aunque sin apagarse del todo. La música recobró
su fuerza, y ellos dos se abrazaron y siguieron bailando.
Más tarde, cuando ya se habían sentado y observaban a los demás deslizarse por la pista
de baile, Sonny, se sobresaltó, como si de pronto hubiera recordado algo, y se puso a
buscar en su mochila de piel. De ella, extrajo unos papeles arrugados, sujetos por unas
palomillas metálicas.
–¡Mi texto! –exclamó ella–. Estaba segura de que me lo había robado Bob.
Sonny, se echó a reír.
–Según me dijo, lo de robar se le da fatal. Lo siento. Mi intención era devolvértelo.
Pero, con tantas emociones, se me olvidó, supongo.
Ella lo cogió y se lo apretó contra el pecho, como si de un tesoro se tratara.
–Gracias, aunque supongo que ya no voy a necesitarlo.
–¿Ya te sabes tus réplicas?
Ella ahogó una risita.
–Teóricamente, sí. Pero seamos sinceros, Sonny, estoy a años luz del Teatro Avalón.
Tengo la sensación de que, al menos por el momento, no volveré a llevar mis alitas de
gasa.
Sonny, se puso en pie bruscamente.
–Acompáñame –dijo, tomándola de la mano–.Hay algo más que quiero mostrarte antes
de irme.
La condujo por un pasillo forrado de paneles de roble, que iba transformándose a
medida que avanzaban, hasta que se vieron caminando bajo una arcada verde y
frondosa, una especie de túnel vegetal.
–¿Dónde estamos? –le preguntó Kelley.
–Creo que este lugar, es algo así como la pared que aparece en tu obra de teatro. Sí, esa
pared con la grieta por la que Príamo y Tisbe, pueden verse y hablar. La Taberna de
Herne, se encuentra en el punto más alto del Otro Mundo, es como una especie de
burbuja suspendida, que se balancea entre las tierras feéricas y la llanura de los
mortales. Es el único lugar en todos los mundos, en el que los dos reinos se encuentran
y se funden.
Cuando abandonaron aquel entoldado de follaje, Kelley, se encontró ante una orilla
boscosa, bañada por unas aguas mansas, de débil oleaje. Sonny, le señaló algo que
quedaba frente a ellos, y allí, al otro lado del lago sereno y silencioso, se alzaba una isla.
A Kelley, en un principio, le pareció que las ramas de los árboles estaban cubiertas de
nieve. Pero incluso desde esa distancia, le llegaba, por encima de las aguas, inmóviles
como un espejo, el olor de los manzanos en flor.
–Hasta aquí podemos llegar –dijo Sonny–. Si avanzamos más, nos arriesgamos a
perdernos, tal vez, en el Otro Mundo. Pero quería que vieras este lugar.
–Es muy hermoso. ¿Qué es?
–Un lugar de leyenda. En los cuentos se conoce como Avalón, lo mismo que tu teatro.
No está tan lejos, ¿no te parece?
Kelley, observó la isla lejana y suspiró.
–Oh, Sonny este lugar está lleno de maravillas. ¿Por qué, entonces, me entristece tanto?
Él pensó un instante en la respuesta, y bajó la cabeza.
–Tal vez, porque lo sientes un poco como tu casa. Como el hogar que nunca supiste que
era tuyo.
Ella meneó La cabeza, mirando a la isla neblinosa con los ojos arrasados en lágrimas.
–Este Avalón es tuyo, no mío. Mi Avalón, es un teatro viejo y decrépito, con un montón
de actores fracasados y un director chiflado. Y yo estoy a punto de dejarlos en la
estacada. Jamás llegaré a colocarme bajo esos focos, a llevar esas alas, a pronunciar esas
palabras.
–¿Qué te hace pensar eso?
–No me mientas, Sonny. Tus colegas y tú parecéis creer que será un milagro que
sobreviva a esta noche. No digamos ya resistir tres noches más.
–Dos de ellas, seguramente han pasado ya mientras, tu y yo bailábamos aquí.
–¿De veras?
–Sí. De momento, lo de sobrevivir no se te ha dado tan mal.
–O sea, que básicamente, el peligro real esta esperándome en Nueva York, en el teatro.
Sonny, la miró, desconcertado.
–Me estoy saltando todos los ensayos. Si, no sé cómo, logro regresar allí, podré
considerarme afortunada si Quentin, no me despelleja viva.
Sonny, se echó a reír.
–Regresarás. Eso te lo prometo. O sea, que será mejor que te estudies el texto. –Tiró de
ella, para que se sentara a su lado sobre la hierba, le quitó un momento los papeles y se
puso a hojearlos como si buscara algo.
–Mira, aquí, por ejemplo. –Le indicó una línea–. Esta escena. La leeré contigo. Y no
discutas –añadió, levantando una mano–. Yo haré de asno, sólo por esta vez. Hazme
este favor, Kelley, te lo pido. Hoy me siento actor.
Ella le arrebató el texto y leyó por encima para ver qué escena había escogido. Se echó a
reír al ver cuál era, y le devolvió los papeles, para que pudiera recitar sus réplicas
sentado frente a ella.
–Vaya, vaya, no tienes poco ego, Sonny...
–Calla –le ordenó él con gesto dramático–. Tengo que concentrarme. Empieza.
Kelley, abrió mucho la boca, bostezando exageradamente, y se desperezó.
–―¿Qué ángel me despierta de mi lecho de flores?‖ –declamó, a la espera de la réplica
de Sonny, intrigada por ver cómo iba a interpretar él, la tonta canción de Canilla sobre
el cuco.
Sonny, bajó un poco la cabeza y murmuró.
–No sabía que iba a tener que cantar... Está bien, nos saltamos mis líneas y ya está.
Sigue con tu siguiente réplica.
Kelley, ahogó una risita y prosiguió con su texto.
–―Amable mortal, te ruego que vuelvas a cantar. Mis oídos se han enamorado de tus
melodías, y mis ojos han quedado también cautivados por tu figura.‖
De acuerdo. Esta parte es verdad. Es una figura muy atractiva.
–―Y, a la fuerza, la fuerza de tu amable virtud me mueve, apenas te veo, a decirte y
jurarte que te quiero.‖
Sonny, frunció el ceño y levantó la mano.
–Creo que no has dicho correctamente esta última frase. Dila otra vez.
–¡La he dicho muy bien!
Él, ignoró sus protestas e insistió:
–Repite desde ―la fuerza de tu amable virtud.‖
–Sonny...
–Eh, eh. –Y volvió a levantar la mano.
¡Era como si estuviera representando el papel de Poderoso Q. por Dios!
–Y a la fuerza...
–Está bien, está bien. –Kelley, puso los ojos en blanco y repitió la réplica. ―Y, a la
fuerza, la fuerza de tu amable virtud me mueve, apenas te veo, a decirte y jurarte que te
quiero.‖ ¿Mejor ahora?
–Mejor... La entonación algo apagada en las últimas dos palabras. Repítelas.
–¿Qué? ¿Te quiero?
–Mmm. –Sonny, hizo un gesto para que volviera a repetirlas.
Ella se incorporó un poco e inspiró profundamente, concentrándose en la entonación,
dispuesta a complacerle en su juego. Echándose hacia delante, con su voz más
enamorada y sincera, susurró:
–Te quiero.
El rostro de Sonny, estaba a escasos centímetros del suyo. Sus ojos grises brillaron, y el
pelo oscuro y sedoso se retiró de su mejilla cuando levantó la cabeza.
–Perfecto.
El beso que siguió, también lo fue.
Perfecto.
Los labios de Sonny, presionaron los suyos, y Kelley, sintió que el mundo que la
rodeaba –todos los mundos que la rodeaban– se desvanecían. La inundó la dulzura de su
aliento, y sintió que el corazón le latía con la fuerza de un trueno, apretado contra el
suyo, también palpitante.
–Te quiero –murmuró él, que ya no hablaba por boca de ningún personaje.
Al oír aquellas dos palabras, las lágrimas se agolparon en los ojos de Kelley y
resbalaron por sus mejillas.
–Oh, mi corazón –dijo él, estrechándola entre los brazos.
Kelley, no sabía por qué lloraba. Tal vez de miedo, o de tristeza. De miedo a perderlo,
de la tristeza que le causaba pensar en todo lo que ya había arriesgado por ella...
Aunque, tal vez, fuera simplemente de alegría, de alegría pura y desbocada. En realidad,
en ese instante sentía todas esas cosas a la vez.
Él la tuvo abrazada una eternidad, que a ella le pareció un fugaz parpadeo, cuando oyó
el ruido de unos pasos que se acercaban por el frondoso túnel. Sonny, la apartó
ligeramente y la miró.
A su espalda, Herne, carraspeó.
–¿Jano? No es mi intención molestaros, pero mi portero vigila los cielos del reino de los
mortales, y me informa de que sobre el parque flotan unas cailleachs. Arpías de
tormenta. Se acerca el momento de tu partida, si deseas acudir a tu encuentro con las
representantes de la reina de la Penumbra.
–Gracias, señor.
Kelley, notó que Sonny, la soltaba a regañadientes y, se ponía en pie. Se colgó la
mochila al hombro y le entregó el texto.
–Consérvalo tú –le dijo Kelley–. Hazlo por mí. Te traerá suerte.
–Sólo, si me prometes que no olvidaras esa réplica –dijo él, acercándose de nuevo.
–Eso nunca –le aseguró ella, emocionada.
–Regresaré tan pronto como pueda. Te lo prometo. –Sus ojos brillaban con la intensidad
de todas las cosas que le habían quedado por decir, de unas promesas que iban más allá
de su regreso–. Espérame.
TREINTA Y DOS.
–Se me ha ocurrido, que ya que estamos, por qué no ofrecerle un tratamiento completo.
-Se giró, y Sonny, vio que tenía los ojos, aquellos ojos encantadores, algo enrojecidos.
–Gracias por lo que estás haciendo, Tyff –le dijo él–. Sé que comprendes, lo importante
que es esto.
–Sí, bueno. Dile a Mabh, que ni se le ocurra maltratarlo –respondió con fiereza,
sorbiéndose las lágrimas–. Si no quiere vivir un infierno. A mí también me deben
algunos favores.
–Se lo comentaré –le aseguró él, diciéndose que no debía contrariarla.
Extrajo de la mochila, una cuerda fina y la ató con holgura al cuello de Buena Suerte. El
animal, pareció comprender: sacó de la bañera, sus delicadas pezuñas, de una en una, y
se quedó allí, inmóvil, sobre el suelo del baño. Sonny, contempló la ventana, escéptico.
Parecía demasiado pequeña, para que el caballo pasara por ella, pero Buena Suerte, se
acercó, obediente y rozó el cristal con el hocico. Sonny, la abrió, y el caballo mágico,
metió por ella la cabeza de crin roja y desafiando toda lógica, logró salir al rellano de la
escalera de incendios.
Sonny, lo siguió escaleras abajo, sorprendido por la velocidad del kelpie. Parecía que
tuviera prisa. Una vez en la calle, miró hacia arriba para despedirse de Tyff, y a
continuación, hizo acopio de todo su poder para cubrir al animal de un velo de
invisibilidad, que le permitiera pasar desapercibido por las calles de Manhattan, hasta
Central Park, que era donde debía entregar a la criatura a las emisarias de Mabh.
Alzó la vista al cielo, nervioso. En cuestión de minutos, el sol se pondría y daría
comienzo, la noche del Samhain. Grupos de niños disfrazados y algunos adultos que se
dirigían a su fiesta de Halloween, se cruzaban con él por la calle. Desde varias ventanas
y porches, las calabazas le dedicaban sus sonrisas de oreja a oreja.
Mabh, estaba forzando demasiado la máquina, pensó Sonny. Tal vez, pretendiera
ponerlo nervioso y satisfacer así su perverso sentido del humor. Pero le daba igual.
Kelley, estaba a salvo, y Buena Suerte, no tardaría en regresar a las Tierras Fronterizas,
con lo que se pondría fin a la amenaza de la Cacería Salvaje.
En el parque, Sonny, constató con horror, que había un montón de gente disfrazada
paseando por los caminos. A lo lejos, divisaba el castillo Belvedere, iluminado en tonos
anaranjados y rojos. Algún millonario excéntrico, habría decidido dar una gran fiesta de
Halloween, en el parque.
Se guió por su percepción de jano, para encontrar el punto exacto, en el que aguardaban
las acólitas de Mabh.
Mientras recorría los senderos oscuros, tirando del kelpie, plácido e invisible, sentía una
punzada de culpabilidad.
La pobre criatura, desconocía el destino que le aguardaba.
Y, si lo conocía, se dirigía hacia él con una nobleza inconcebible en un animal. Allí
mismo, reiteró la promesa que le había hecho a Kelley: exigiría protección para Buena
Suerte.
Mentalmente, percibió a tres arpías sobrevolando las inmediaciones.
Se asomó a un claro circular junto a Turtle Pond, el estanque de las tortugas, presidido
por la inmensa estatua de un rey polaco montado a caballo. Mucho más arriba,
suspendidas en el aire, distinguió a las arpías, que volaban en círculos como buitres
malévolos.
Eliminó el velo que ocultaba a Buena Suerte y, éste apareció resplandeciente a su lado.
Sonny, abrió la boca para llamar a las arpías pero, de pronto, sus sentidos de jano,
emitieron un aviso de alarma. Cerca de donde se encontraba, empezaba a abrirse una
grieta.
Cerca. Muy cerca. Justo delante de él...
Dio un paso atrás y se colocó en posición de lucha.
¡Crac!
No se trataba de una hendidura pequeña. La sacudida de la tierra al abrirse, hizo que
Sonny, cayera al suelo de rodillas.
A su lado, Buena Suerte relinchó presa del pánico y retrocedió, levantando las patas
delanteras. Sonny, percibió que la Guardia de Janos, al completo, había sido alertada y
supo que quienes estuvieran disponibles acudirían, corriendo al lugar.
El cielo se ondulaba. Sonny, vio que la reina del Aire y la Oscuridad, en persona,
acechaba desde lo alto de la estatua, que ocupaba como si de un trono se tratara. Mabh,
aparecía recortada contra el cielo, flanqueada por dos espadas inmensas, que se
cruzaban. Por pura diversión, Mabh, había invocado a dos calabazas de Halloween y las
había ensartado en las puntas de las armas. Encendidas como antorchas, iluminaban la
corte improvisada de Mabh, con su brillo siniestro.
–Espero, que este encuentro os resulte conveniente, guardián –dijo con voz lánguida–.
Estaba ultimando unos asuntos con una dama de mi corte, y nos hemos retrasado un
poco.
A la luz mortecina de las calabazas, que hacían las veces de antorchas, Sonny, entrevió
una imagen espantosa. De los dedos largos y ganchudos de Mabh, pendía Cloe, la
sirena, como una muñeca de trapo, inerte, sostenida de la mata de pelo enmarañado. Le
salía sangre por la boca y por los rasguños de sus delgados miembros. Inconsciente,
gemía de dolor.
–Mabh, mi señora –dijo Sonny, haciendo esfuerzos por mantener la firmeza en la voz–.
No sabía que vos... recorríais los caminos de los mortales.
–Ah, qué diplomático –dijo ella con voz susurrante–. Qué encantador. Si te refieres a las
cadenas que Oberón, y esa bruja de Titania, me impusieron para limitarme a los
confines de mi reino, aquí siguen. Agitó un pie sin esfuerzo, y Sonny, vio el grillete que
le ceñía el tobillo y una cadena plateada, que desapareció enseguida, en una grieta al
rojo vivo, que se había abierto en el cielo. Allí, donde el grillete tocaba la carne, se
veían rozaduras y heridas abiertas–. Todavía estoy atada, pequeño jano. Pero,
recuérdalo bien, no por mucho tiempo.
–El mío es escaso, señora. Esperaba encontrarme, sólo con vuestras... emisarias.
–Con mis arpías. –La reina alzó la vista al cielo, pero las arpías de tormenta no se veían
por ningún lado–. Deben de estar por ahí, martirizando a uno que otro noctámbulo,
supongo. No importa. ¿Has cumplido con la misión que te fue asignada?
Sonny, miró a Buena Suerte, antes de responder.
–Por supuesto. Pero, primero, hablemos del deseo que debéis concederme.
Mabh, puso los ojos en blanco, como resignada. Sonny, pasó por alto ese gesto y
prosiguió con voz firme:
–Os haréis cargo del animal y no le infligiréis ningún daño.
Mabh, entrecerró los ojos.
–¡Osas llamar ―animal‖, a mi preciosidad pelirroja?
–Teniendo en cuenta, que vuestra ―preciosidad pelirroja‖, posee un extraordinario
poder destructivo latente, prefiero no elevar su estatus y contemplar solamente su
condición de ―animal‖. –Optó por no informar a Mabh, de que el kelpie, había hecho
amigas, pues era un dato que podía usarse en contra de todos ellos. Sonny, seguía
expresándose con calculada frialdad; sin embargo, susurró entre dientes–: Lo siento,
Buena Suerte. No te ofendas. ¿Qué decís entonces Mabh?
–No me respetas –protestó Mabh, esbozando una sonrisa maliciosa.
–Para ser respetado, hay que respetar –respondió Sonny, encogiéndose de hombros.
La reina de la Penumbra, soltó una carcajada alegre, que resonó como una campanilla.
–¡Me caes bien! Eres un jovencito con carácter. Y yo que creía, que Oberón, te
malcriaría y haría de ti un niño blando... Muy bien. Te concedo el deseo. Y ahora
cumple tú con tu parte del trato. Entrégame a mi preciosa muchacha.
Sonny, desató la cuerda que Buena Surte, llevaba al cuello y, propinándole una
palmadita en el flanco, le hizo avanzar.
–En realidad es un muchacho, por si os interesa saberlo.
Mabh, miró alternativamente al kelpie y a Sonny, hasta que, finalmente clavó en éste su
mirada furiosa.
–A tus bromas, les falta un componente imprescindible, mi querido arrebatado. El
humor. Y ahora, dime, ¿dónde está mi hija?
–Vuestra...
A Sonny, se le helaron las entrañas. Reprodujo mentalmente la escena que había vivido
con la arpía de tormenta en su apartamento, repasándola varias veces: ―Este reino,
oculta algo que pertenece a Mabh. ¿Lo sabías?‖, le había dicho la arpía. ―Quiere, que
le sea devuelto. Fue enviado aquí por error. Encuéntralo. La reina te concederá un
deseo.‖
Había cometido la torpeza, de inferir una conclusión de las palabras de la arpía. Había
dado por sentado, que la arpía se refería al kelpie perdido, y no se había molestado en
aclararlo.
Sonny, comprendió súbitamente, con claridad meridiana, que se había confundido desde
el principio. La que pretendía dar inicio a la Cacería Salvaje no era Mabh.
Sino Oberón.
Con la intención de asegurar, su permanencia en el trono del reino Maligno, el rey de
los duendes y las hadas, estaba dispuesto a sacrificar a su propia hija. A su hija... y a
Mahb. Y de paso, lograría que Sonny, le ayudara y echara la culpa a Mabh, del inicio de
la Cacería Salvaje.
Una tristeza inmensa, se apoderó de él, pero al instante, se vio reemplazada por una
furia glacial.
Mabh, entrecerró los ojos verdes, resplandecientes, unos ojos que, de no ser por la
crueldad que expresaban, Sonny, habría reconocido al instante, pues eran idénticos a los
de Kelley.
La reina se echó hacia delante.
–Mi arpía te transmitió el trato, ¿no es así?
–Crípticamente –balbució el jano, apretando los puños y los dientes–. Y con una manera
de expresarse precaria y ambigua.
–Pero, tú te mostraste de acuerdo. Entonces y ahora.
–No.
–Y en lugar de traerme a mi hija –dijo la reina de la Penumbra, esbozando una sonrisa
peligrosa–, me traes un poni.
–Yo...
–Si tenías alguna duda, jano, se te pasó el momento de despejarla. –Sus ojos emitieron
un breve destello.
–Yo supuse que... –dijo.
–―Suponer‖, es peligroso.
–Señora, la culpa es mía. Pero tiene que haber algo que...
–El trato era sobre la chica.
–No.
–¿Dónde está? –Susurró Mabh–. No has respetado el pacto. Tienes que decírmelo.
–N... no. –Sonny, cayó postrado de rodillas y sintió que la cabeza se le iba hacia atrás,
como si alguien le tirara del pelo. Abrió mucho los ojos, a pesar de que su intención era
cerrarlos con fuerza.
–Oh –ronroneó Mabh, mientras penetraba en su mente desde su atalaya–. Oh, esto es
maravilloso... Gracias a ti, pequeño jano, mi confinamiento va a terminar. Ya conoces
las reglas. Tu pacto incumplido, me concede el poder de tomar lo que me prometiste y
no me has dado. Y, para eso, me va a hacer falta la libertad. –Sonrió maliciosamente, al
mismo tiempo que el grillete y la cadena que le rodeaban el tobillo, perdían consistencia
e intensidad, hasta convertirse en una llama plateada insustancial, y se cerraba el
pasadizo abierto en el cielo–. Gracias a tu encantadora incompetencia, podré ir y venir
cuando me plazca. Podré entrar en la Taberna de Herne y obrar a mi antojo para
recuperar lo que no me ha sido entregado. Y, ya de paso, aprovecharé para sembrar un
poquito la destrucción.
Se rió complacida.
Para Sonny, aquellas carcajadas, eran el sonido que marcaba el fin del mundo.
–Esto ha salido mejor de lo que esperaba. Gracias por las molestias, arrebatado. No lo
olvidaré. –Mabh, levantó una mano y rasgó el cielo para crear otra abertura en el aire,
que era como una herida.
Un instante, antes de que se colara por ella, varios integrantes, de la Guardia de Janos,
irrumpieron entre los árboles, a unos diez metros de donde se encontraba Sonny.
–¡Cloe! –Gritó Sonny–. ¡Mabh, perra! ¡Suéltala!
Cloe, gimió, y la reina de la Penumbra, pareció percatarse en ese momento, de que
sujetaba a la sirena por el pelo, a más de cinco metros del suelo. Y satisfizo el deseo de
Sonny. La soltó.
Maddox, llegó casi a tiempo de recogerla. Sonny, torció el gesto, al ver que su cabeza
rebotaba en el suelo.
Cuando su amigo le pasó un brazo por la cintura y la incorporó, la sirena se aferró a su
manga y Sonny, oyó que murmuraba: ―Yo no quería decírselo, pero él me amenazó con
quitarme la música.‖
–Di, Cloe, ¿de quién hablas? –le preguntó Maddox.
–De Oberón. Y de la chica. –La encantadora voz de la sirena, se había visto reducida a
un susurro–. Mabh, se enfadó al descubrir que se lo había dicho... Según ella, Oberón,
quiere hacer daño a esa joven...
–Tranquila...
–Dile a Sonny... que lo siento...
La mano de Cloe, cayó, inerte, sobre la tierra.
Sonny, se abalanzó hacia la estatua, emitiendo un rugido.
¿Mabh quería pelea? Pues iba a tenerla. Sentía que el resto de la guardia avanzaba tras
él. Pero Mabh, acarició al caballo de la estatua y el animal de piedra relinchó y echó
hacia atrás su inmensa cabeza de bronce. El suelo tembló, como si se hubiera desatado
un terremoto y los janos, cayeron al suelo como muñecos. Se escuchó el chasquido del
metal. Por encima de sus cabezas, la figura de aquel rey remoto, descruzó las espadas.
Las patas enormes del caballo se liberaron del pedestal y los guardianes se levantaron
una vez más para unirse a la batalla contra aquella efigie de bronce y ojos
–¡Feliz Halloween, chicos! –Exclamó Mabh, desapareciendo de su vista–. Me voy a
recuperar a mi hija.
La grieta del cielo, giró en espiral hasta cerrarse sobre sí misma, y una lluvia de
calabazas en llamas, cayó sobre la tierra.
TREINTA Y TRES.
A
¿ ceptáis pasear conmigo, señora? –le preguntó
Herne a Kelley, inclinando la cabeza cuando, tras dejar atrás la isla de Avalón,
regresaban a la Green.
Ella le sonrió y pasó la mano por detrás de su brazo musculoso. Mientras deambulaban
por los jardines, se encontraron con una reunión de lo que parecían setos vivientes; uno
de ellos, recortado en forma de caballo, subía y bajaba las patas delanteras. La crin y la
cola, recubiertas de hojas, crujían con sus movimientos. Kelley, pensó en Buena Suerte
y sintió una punzada de ansiedad.
El kelpie le preocupaba. Y Sonny, también, pues había ido a entregárselo a un ser
temible, del que ella sólo había oído cosas desagradables. Lo cual resultaba difícil de
comprender, porque el hombre que caminaba a su lado, había amado en otro tiempo a la
reina de la Penumbra.
Lo había visto durante la visión que le había proporcionado
Sonny.
Tras caerse de bruces por tercera vez, Kelley, decidió quitarse aquellos ridículos zapatos
de tacón, sin pensar en el frío ni en la gravilla del sendero. En la distancia se oían más
gritos de terror, que surgían de gargantas humanas.
Corrió colina arriba y al llegar a lo alto, contempló un panorama que bien podría haber
pintado El Bosco: ―demonios, torturando las almas de los condenados al infierno.‖
Los janos deben de estar desbordados repeliendo el ataque de Mabh, y sus secuaces,
pensó Kelleym desesperada; además, las puertas del Samhain, se han abierto de par en
par, y nadie las custodia. Toda clase de horrendas criaturas del Otro Mundo, se colaban
entre las grietas. Cualquiera, con la mala fortuna de encontrarse en el parque, era cazado
y atormentado, por seres que nadie había imaginado jamás. Kelley, veía criaturas
recubiertas de púas, criaturas fieras, pálidas, huesudas y con ojos desproporcionados que
se internaban en el parque con malas intenciones.
Por todas partes, oía el sonido estridente de las sirenas.
Ni toda la policía de Nueva York, podría competir con aquel enjambre de monstruos;
incluso los cuerpos de élite, no serían más que alimento para aquellas criaturas mágicas.
Debía hacer algo, y cuanto antes. Tenía que encontrar a Sonny. O, si no, debía encontrar
a la única persona con poder para ayudarla.
A medida que recobraba las fuerzas, la luminosidad regresó a su piel. Se concentró, y el
resplandor menguó, al mismo tiempo, que dirigía hacia sí misma todo el poder del que
podía hacer acopio, y después lo soltó, forzando a su conciencia a ir en busca de su
padre.
Cuando la presencia de Oberón, apareció en su mente, sintió como si le hubieran echado
encima, una bola de nieve grande y dura. De pronto, supo dónde se encontraba; sólo
tenía que llegar hasta allí. Deprisa.
Medio avergonzada por tener que hacerlo, Kelley, se volvió y contempló brevemente las
alas brillantes, suspendidas a ambos lados de su espalda. Recurriendo únicamente a su
voluntad, logró que se agitaran, cada vez con más fuerza. Notó que se elevaba sobre el
suelo y experimentó una sensación de triunfo. Pero entonces sintió que le fallaba la
concentración. Las alas se arrugaron y cayó hacia delante, hasta aterrizar de bruces
sobre las hojas caídas.
Mientras maldecía, se levantó y echó a correr.
TREINTA Y CUATRO.
H
¡ erne! –Gritó Sonny, para hacerse oír por encima del estruendo–. ¿Dónde está
Kelley?
Mirara donde mirara, la Green estaba destrozada, había cristales rotos y pedazos de
mesas esparcidos por los suelos de mármol. Con inusitada ferocidad, seguían luchando
reductos de duendes perdidos contra seguidores de Mabh. La sangre se encharcaba
sobre las baldosas, y los líquidos rojos y rosados se confundían con salpicaduras verdes
y amarillas.
Sonny, llegó junto al Cazador, enfrascado en la batalla, que blandía una gran hacha,
describiendo con ella parábolas imponentes.
–¿Dónde está Kelley? –volvió a preguntarle.
–¡La hemos perdido durante la batalla! –respondió Herne, a gritos, para que Sonny,
pudiera oírlo–. Ha salido corriendo hacia el parque –Bajó el hacha y asestó un golpe
certero, a algo de aspecto macabro y furioso, que al momento quedó con la cabeza
partida por la mitad–. ¡Ve a por ella! ¡Y encuéntrala, antes de que lo haga Mabh! ¡O de
que suceda algo aún peor!
Sonny, se giró en redondo y atravesó el patio a toda velocidad. Todos los janos estaban
ocupados con la violenta estatua del rey. Todos, excepto Maddox. Tras reunirse con él
en el patio –y con Buena Suerte, pues el kelpie no parecía dispuesto a alejarse de él–,
Sonny salió en tromba por las puertas de la Green, seguido de cerca por sus
compañeros. En el aparcamiento desierto se detuvieron el tiempo justo, para que Sonny
orientara su percepción extrasensorial en dirección a la llama única que emitía Kelley.
–Por aquí –dijo, apenas la vio con el ojo de su mente.
La mecha de Polvorilla chisporroteaba con gran intensidad.
Le habría resultado imposible no verla.
Sonny, siguió corriendo hacia el sur, por el sendero que nacía en el aparcamiento, pero
antes de que él y Maddox, hubieran dado doce zancadas un roble que se alzaba frente a
ellos, cayó fulminado y se partió en dos.
Sonny, empujó a su compañero para apartarlo del camino, al mismo tiempo que miles
de astillas, afiladas como agujas, saltaban sobre ellos. El aire se onduló, y les llegó un
penetrante olor a podrido. Buena Suerte, puso los ojos en blanco y abrió los ollares.
Un pequeño ejército de duendes fornidos, parecidos a trolls, rodearon a los dos janos y
al kelpie blandiendo hachas y lanzas. Eran los Gorras Rojas, así llamados por su
desagradable costumbre de empaparse las gorras con la sangre de aquellos a quienes
degollaban.
–Y tú que creías, que los malos eran los piskies –gruñó Maddox, agazapándose a la
defensiva, junto a Sonny.
Uno de los Gorras Rojas, se lanzó contra ellos y Maddox, lo recibió con una llave de
yudo y una patada que estuvo a punto de arrancarle la cabeza. La lanza que portaba,
saltó de sus manos de pronto inertes, y Maddox, la recogió al vuelo. A su lado, Sonny,
extrajo sus bastoncitos de roble, fresno y arce y susurró el hechizo que los transformaba
en afilada plata. Buena Suerte, piafó con las patas delanteras y las traseras.
La batalla se intensificó, hasta que, inesperadamente, descendieron refuerzos del cielo.
Fennrys el Lobo, surgido de la nada, dio un salto y se plantó en medio del fragor. Tras
destrozar a dos Gorras Rojas, con sus propias manos, y con los ojos negros
embriagados de la locura de la guerra, se volvió hacia Sonny y le dedicó una sonrisa
enloquecida.
–Maddox, y yo, abriremos camino. Móntate en ese maldito caballo y parte al galope,
muchacho.
Maddox, asintió. Sonny, se subió a la grupa de Buena Suerte, y el kelpie atravesó el
pasillo abierto por Maddox, y el Lobo.
Gracias a los dioses, Tyffanwy, se había ocupado de quitarle todos los talismanes. Sin
ellos no habría habido Caballo Ruano, que montara el Jinete, y Sonny, había podido
hacerlo sin temor a desencadenar la Gran Cacería.
La velocidad del caballo, le iba a resultar muy necesaria para encontrar a tiempo a
Kelley, antes de que Oberón, o Mabh, llegaran a ella. Mientras Buena Suerte, remontaba
velozmente una colina, Sonny, vio el tiovivo de Central Park recortado contra el cielo a
la pálida luz de la luna. Una única nota desgarradora surcó el aire inmóvil de la noche.
Una nota emitida por el cuerno de guerra de Mabh.
Bajo los muslos de Sonny, Buena Suerte, se levantó sobre las patas traseras, como si
quisiera descabalgar a su jinete.
Sonny, habría desmontado con gusto, pero cuando intentó hacerlo, descubrió que no
podía mover las piernas.
Pegó con fuerza las rodillas a los flancos del animal, y la mano se le agarrotó, aferrada a
la crin de Buena Suerte.
El cuerno tocó su nota por segunda vez.
Sonny, más que verlos, oyó los amuletos que tintineaban en la cinta que Tyffanwy, le
había atado en el flequillo.
Alargó la mano y tiró del cordón que se soltó, mostrando tres cuentas de ónice ocultas
en la crin del kelpie. El hechizo que las había vuelto invisibles hasta ese momento, era
tan sofisticado, tan perfecto, que no era de extrañar que ni él, ni Tyff, hubieran reparado
en ello.
Sonny, metió la mano libre en la mochila y encontró las tres piedras del sendero del
lago. Las que le había mostrado a Oberón.
Eran eso, ni más ni menos. Piedras. Guijarros comunes y corrientes sobre las que se
había pronunciado un encantamiento para que pareciera que se trataba de las gemas de
ónice, que el kelpie llevaba atadas a la crin.
Y el muy ladino se quedó ahí sentado, fingiendo, implicando a Mabh, pero sin decir
claramente que era ella, pensó el jano con amargura, mientras arrojaba las piedras al
suelo en un arrebato de ira. Ya sé de dónde le vienen a Kelley, sus dotes
interptetativos... Su padre es un ador consumado.
El kelpie, agitó la cabeza con violencia. Sonny, notó que los músculos del animal se
hinchaban y tensaban, y que su masa corporal aumentaba y se calentaba, como si un
gran horno interior le insuflara una nueva vida.
Una tercera y última nota siniestra, rasgó el aire nocturno. El kelpie dio un salto en el
aire, y el joven jano sintió una segunda oleada de calor que le nacía en el lugar donde,
hasta hacía apenas un instante, latía su corazón.
Jamás habría debido montar a lomos de aquel kelpie.
Se maldijo amargamente.
Otro error grave, Sonny.
Y aquél, fue su último pensamiento coherente.
Un gran vacío se extendió por su pecho, arrasado por un fuego abrasador y de pronto, ya
no le parecía tener motivos, para resistirse a aquella furia que lo consumía por dentro. El
bravío semental brincó en el aire. El único impulso que perduraba en Sonny, era el de
cazar.
Y el de matar.
TREINTA Y CINCO.
Las notas del cuerno de guerra, llegaron hasta Kelley. Sin dejar de correr, se tapó los
oídos con las dos manos y cerró los ojos. No tardó en tropezar con el cuerpo que yacía
en el sendero de gravilla: una aparición ensangrentada, de ojos desbocados.
Era Bob.
Al boucca, le faltaba el aire. Se diría, que había acudido desde el teatro corriendo como
un loco. Alargó un brazo en dirección a Kelley, e intentó hablar, pero era como si unas
manos invisibles le oprimieran la garganta y le cubrieran la boca. La muchacha,
instintivamente, supo qué le sucedía: no era sólo que a Bob, le costara respirar, sino que
estaba hechizado.
Se esforzaba por decir algo, pero no le salían las palabras. En las comisuras de sus
labios verdes, rezumaba una espuma rosada.
De pronto, como si las palabras de Shakespeare, tuvieran vida propia, balbució una cita
que correspondía a un fragmento de la obra.
—―De aquí para allá, de allí para acá —cantó, torciendo el gesto a causa del esfuerzo,
que le costaba llevar aquellas frases más allá de sus dientes apretados—. Soy temido en
todas partes. Duende, aplícales tus artes. —Bob, señaló detrás de él, con dedo
tembloroso—. Soy temido en todas partes. Duende aplícales tus artes.‖
Kelley, quería ayudar al boucca, pero se descubrió mirando más allá del lugar, en el que
Bob, se retorcía de dolor, en dirección al camino, a lo alto de la colina... al tiovivo.
Una energía oscura y brillante chisporroteaba y bailaba sobre los contornos del carrusel.
Las puertas de seguridad, cerradas a cal y canto durante la noche, se ondulaban como en
un espejismo y se desvanecían. Unas luces fantasmagóricas se movían y jugaban en las
sombras oscuras bajo el techo del carrusel, sobre el que se cernían nubes de tormenta. A
lo lejos, en la distancia, Kelley, oyó el aullido de lo que parecía una jauría de perros
fantasmas.
Presa del pánico, sólo pensaba en esconderse. En volverse invisible.
¿No le había asegurado Sonny, que podía hacerlo?
Los aullidos le llegaban con más fuerza.
Kelley, rodeó a Bob, con los brazos y deseó con todas sus fuerzas, sus fuerzas
desesperadas, aterradas, poder desaparecer. Bajó la vista y vio que los ojos verdes y
pálidos del boucca, se abrían mucho, antes de desaparecer... junto con ella.
Kelley, oía la respiración entrecortada de Bob, notaba sus extremidades temblorosas en
contacto con su piel. El esfuerzo que le había supuesto realizar aquel hechizo era tal
que, por un momento, pensó que iba a desmayarse. La oscuridad amenazaba con
abatirse sobre ella, pero Kelley, resistía y aferraba con fuerza al duende herido.
Cuando pudo ver de nuevo con claridad, dirigió la mirada hacia el tiovivo, y la
advertencia de Bob, se le tornó de pronto clara diáfana.
El carrusel empezaba a moverse en círculos, envuelto en un humo espeso y brillante. En
el aire, el magnífico caballo que antes era Buena Suerte, galopó hasta quedar
suspendido sobre él. Relinchó y piafó, mostrando dientes y pezuñas, sus largas
extremidades cubiertas de llamaradas. En la grupa, el Jinete se mantenía erguido sin
esfuerzo, a pesar de las cabriolas de su montura.
Kelley, sintió que le fallaban las fuerzas y que las lágrimas le resbalaban por las
mejillas. Durante un breve instante, el velo que tanto esfuerzo le había costado crear, se
desvaneció. La mirada del Jinete, se dirigió hacia ella, y sus ojos se clavaron en los
suyos un momento. Ella gritó su nombre: pero su expresión se mantuvo remota.
Gélida, despiadada.
Sonny...
La musiquilla alegre y ligera del tiovivo, se convirtió entonces en una cacofonía de
gritos de guerra, y Kelley, se echó hacia atrás, asustada. Observó con horror, que los
caballitos de madera del tiovivo se retorcían y cobraban vida, adoptando una apariencia
terrorífica. Sus pesadillas se estaban convirtiendo en realidad ante sus propios ojos.
Unos duendes cazadores, ávidos de sangre, surgían, vivos también, sobre sus grupas.
Los aullidos de los perros fantasmas, se oían cada vez más cerca.
Kelley, concentró sus escasas energías en la reconstrucción del velo de invisibilidad,
que apenas sabía cómo crear. Bajó la mirada y constató que Bob, se desvanecía una vez
más, al mismo tiempo que, la Cacería Salvaje iniciaba su andadura en plena noche.
Entonando sus terroríficos cantos de combate, los cazadores cabalgaban por el cielo al
encuentro de su jefe, el Jinete del Caballo Ruano. Se les unió una jauría de aullantes
perros fantasmas, surgidos entre los árboles, que saltaron por los aires, abriendo las
bocas muy cerca de los caballos. Kelley, miró de nuevo a Sonny. Una ráfaga de viento,
agitó con violencia sus cabellos negros alrededor de aquel rostro hermoso, distante,
mientras con mirada frenética recorría el lugar en que la había visto hacía apenas un
instante, acobardada junto a Bob. Kelley, susurró su nombre, pero Sonny, miró a través
de ella sin verla. Frunciendo el ceño, airado, levantó la espada y aulló salvajemente,
sujetando las riendas de su fiero corcel.
Y así, ascendieron por un sendero en espiral que se elevaba más y más, adentrándose en
la tormenta, seguidos por los integrantes de la Cacería Salvaje.
Todo aquello era culpa de ella. Incluso, aunque no hubiera llegado a saber quién o qué
era, todo lo que sucedía era a causa de ella. Cuando la partida de caza galopaba y a
sobre las copas de los árboles y desaparecía de su vista, Kelley, se desprendió del velo
que la hacía invisible. Le temblaba todo el cuerpo, por el esfuerzo realizado para
mantenerlo, aunque, hubiera sido sólo durante un tiempo tan breve. Acurrucado en su
regazo, Bob, seguía intentando respirar, incapaz de pronunciar ninguna palabra.
Desesperada, buscó el amuleto que había guardado en el bolso y se lo puso. Los jadeos
suplicantes del boucca, cesaron apenas la aureola protectora del talismán lo envolvió, y
miró a Kelley, con ojos de agradecimiento.
—¿Qué te ha sucedido? —le preguntó, con un nudo en la garganta, emocionada al verlo
de nuevo recuperado.
—Oberón... —balbució entre toses roncas—. Ha venido al teatro a buscarte y, no le ha
sentado bien que yo no quisiera decirle dónde estabas... He venido a advertirte.
Estábamos equivocados. La Cacería... No era Mabh. Era él. No quiere que regreses. Lo
que quiere es que desaparezcas. Que mueras.
—Pero... ¡es mi padre!
Bob, intentó esbozar una sonrisa sardónica, pero el gesto quedó en una mueca de dolor.
—Me temo, que no te ha enviado demasiados regalos de cumpleaños.
—Gracias a ti, Buen Chico, ignoraba mi dirección. La atronadora voz del rey de los
duendes y las hadas hizo que Kelley, diera un respingo. Al girarse, vio que se agachaba
para recoger algo sobre la hierba, junto al carrusel vacío. Cuando se incorporó, vio que
Oberón, sostenía un gran cuerno de guerra, de bronce.
Se puso en pie y se plantó frente a Bob, para protegerlo. Sin el escudo del amuleto que
había llevado toda su vida, sentía que el poder, a pesar del agotamiento, corría a
borbotones por sus venas. El aire parecía cargado, eléctrico, al contacto con su piel.
—Impresionante —dijo el rey, mientras avanzaba colina abajo, en dirección a ella,
recorriéndola con la mirada, posando los ojos en sus alas plateadas. Se detuvo a su lado
y le sonrió con frialdad—. Bien, de tal palo tal astilla.
—Yo no me parezco a ti en nada —masculló Kelley—. Y no seré como tú en nada.
—¿Qué serás entonces? Es evidente, que ya no perteneces a este mundo.
A lo lejos, se oían gritos de seres humanos, víctimas de la Cacería Salvaje y de los
demás duendes que cometían sus fechorías por la noche.
—O de lo que quede de él, una vez ellos terminen con todo —añadió Kelley, con voz
vacilante.
—Por supuesto, todo esto tiene remedio. Pero sólo yo puedo remediarlo. —La voz de su
padre se suavizó—. Olvida tus pretensiones, muchacha. Renuncia al poder maligno que
habita en ti. Hazlo y yo te proporcionaré los medios para detener la Cacería Salvaje.
Con mi ayuda, podrás mantener este mundo a salvo y rescatar a Sonny Flannery, de su
destino de Jinete. —Señaló hacia el cielo con el cuerno—. Salva al hombre al que amas,
hija.
—Preferiría que no me llamaras así —masculló. Por más poderosa que fuera ahora, con
su don mágico desencadenado, era consciente de que todavía le faltaba mucha
experiencia. Ni siquiera sabía volar. Era imposible que pudiera detener la Cacería. No
sin ayuda.
—¿Cerramos el trato entonces?
—¿Qué diablos te parece a ti?
—Me temo que necesito oírtelo decir —repuso él fríamente.
—Sí, maldito seas, sí. —Kelley, reprimió un sollozo—. Dame lo que me hace falta para
detener la Cacería Salvaje y salvar a Sonny. —Alzó la vista y la clavó en los ojos fríos y
oscuros de su padre—. Hazlo y permitiré, que me arranques el poder maligno de la
sangre —susurró ella.
—Trato hecho —dijo Oberón, dando un paso hacia ella.
—Espera. —A lo lejos, Kelley, vio que una de las arpías de Mabh, lanzaba relámpagos
sobre un carruaje tambaleante. Y recordó lo que Herne, le había aconsejado—. Yo
también quiero algo a cambio.
—¿Qué?
—Mientras me ocupo de detener la Cacería, ―papá‖ —gruñó—, quiero que saques a
―mamá‖ y a su pandilla de chifladas de mi parque. Y esta vez, asegúrate de que no
regrese jamás.
—Será un placer, querida. —Oberón sonrió, magnánimo, y separó mucho los brazos—.
Será un gran placer.
El rey, posó la mano sobre la cabeza de Kelley, y susurró una palabra. De pronto, fue
como si la canción de poder de Kelley, pasara de melodía tocada con silbato, a música
sinfónica interpretada por una orquesta. Todo el parque se iluminó con su luz.
Luego, con la misma rapidez, se hizo el silencio. La oscuridad.
Kelley, cayó de rodillas, vacía. Demasiado vacía, incluso para llorar.
La piel de su padre, resplandecía con una luz que le pertenecía a ella, y sus ojos
mostraban una calidez, que hasta ese instante, no tenían. Kelley, contemplaba cómo
absorbía su don hasta apoderarse de él por completo. Entonces, la luminiscencia
menguó y sus ojos regresaron de nuevo a la oscuridad.
—Está bien —dijo ella al fin—. ¿Cómo hago para parar la Cacería?
El rey la miró, tan distante de nuevo como una estatua de mármol.
—Yo no puedo decirte cómo. Pero te he proporcionado los medios, con los que has de
poder llevar a cabo la misión. El resto deberás averiguarlo sola.
—¿Qué?
—Buena suerte, chiquilla.
Oberón, se volvió, dispuesto a irse.
Kelley, estaba furiosa.
—Eres un auténtico hijo de perra, ¿lo sabías?
El asalto a sus sentidos, le resultó casi insoportable. El hedor del terreno pantanoso era
mareante, y el aire estancado se pegaba a sus brazos desnudos como una gasa mojada.
Había aparecido en una especie de pesadilla. Sobre ella, unas ramas de árboles
desnudas, esqueléticas, se alargaban en el aire siniestro y unos espectros diminutos,
semejantes a insectos, se lanzaban contra ella y revoloteaban alrededor de su cabeza,
zumbando y piando en tonos agudos. Kelley, no les hizo caso y se abrió paso a través
del líquido espeso y fétido de aquel lodazal, en dirección a un saliente musgoso.
Alcanzó el borde, y sus dedos se hundieron en la superficie mullida, mientras luchaba
por salir del agua turbia.
Algo invisible, se deslizó por su tobillo, y ella gritó y apartó el pie de la superficie
viscosa, jadeando de cansancio y temor.
Se puso en pie, con temblor de piernas y contempló el paisaje siniestro.
La niebla, espesa, luminiscente, cubría las tierras pantanosas. El bosque, parecía
observarla con ojos invisibles, malévolos, como si fuera una intrusa.
Pero no lo era.
Por más horrible que le resultara aquel lugar, Kelley, percibía en él, una familiaridad
que la perturbaba. Era casi como un regreso al hogar, si es que el hogar podía ser una
casa encantada. Una parte de ella, pertenecía a aquel paisaje, y eso era lo que más miedo
le infundía. Oyó ladridos no muy lejanos. Eran más perros fantasmas.
Y se dirigían hacia allí. Un terror visceral, se apoderó de ella y corrió para ponerse a
salvo, sin fijarse en las ramas espinosas, que le desgarraban la piel, ni en los hoyos, que
amenazaban con hacerla tropezar cada paso. El aullido de los perros, se acercaba cada
vez más, y oía el crepitar del sotobosque a su paso; le pisaban los talones. Desesperada,
alargó mucho los brazos y, tras arrojarse sobre unos matorrales espesos, salió en un
claro en el que la luna, alta, llena, derramaba su luz plateada sobre la alta hierba.
Los perros fantasmas, estaban a punto de darle alcance.
Intentó atraer el poder de su madre, invocar otro velo, hacer algo, cualquier cosa, pero el
miedo le impedía concentrarse. Cerró los ojos y pensó en Sonny. Estaba ahí, en su
mente, bajo los árboles. Por el rabillo del ojo, a su espalda, entrevió un destello blanco.
Se aferró mentalmente a esa blancura y la atrajo hacia ella.
En ese momento, tres perros enormes, entraron en el claro. Salivando, con ojos de un
carmesí encendido, la rodearon, convirtiéndola en una presa abatida. Kelley, estaba
segura, de que no se molestarían en esperar, a que algún cazador llegara, para cobrarse
la pieza. Los poderosos músculos del perro que encabezaba la jauría, se tensaron, y el
monstruo saltó hacia ella, gruñendo de rabia.
Kelley, cerró los ojos y se preparó para morir. Pero entonces, oyó chasquidos de huesos
que se partían, y el gruñido, se convirtió en un aullido de dolor. Abrió los ojos de nuevo
y vio que el imponente Ciervo Rey, el venado blanco, levantaba por los aires el cuerpo
inerte del primer perro y lo arrojaba contra un árbol, valiéndose de su gran cornamenta.
Los otros dos animales, se abalanzaron sobre el flanco expuesto del ciervo, que bramó y
se encabritó, repeliendo el ataque de uno de ellos, al que ensartó con sus cuernos
mortíferos. Pero el otro, se le colgó de los cuartos delanteros con sus afiladas zarpas y,
un reguero de sangre plateada, le recorrió el pelaje blanco, al mismo tiempo que, las
patas se le doblaban.
Kelley, se puso en pie y gritó, desafiante.
Un destello de energía sombría, relampagueó en el lugar que ella ocupaba e iluminó el
claro, con luz añil. El perro, retrocedió y cayó al suelo, donde los pisotones mortíferos
del iracundo Ciervo Rey, acabaron con su vida.
El venado volvió la cabeza hacia ella. Sus pezuñas brillantes, plateadas, estaban
manchadas de la sangre negra del monstruo, pero aun así, seguía siendo la criatura más
regia e imponente que Kelley, había visto en su vida.
La gran bestia pateó y resopló, mientras observaba todo con fuego en la mirada.
Kelley, alargó la mano y esperó a que se acercara a ella, presa de un leve temor, que le
cerraba la boca del estómago. Si el venado no la aceptaba, no tenía más que mover la
cabeza para que aquellos cuernos, afilados como dagas, se clavaran en ella.
Pero el animal, le arrimó el hocico a la mano, con los ollares temblorosos y, a
continuación, bajó la testuz y se inclinó ante ella, doblando las patas con elegancia para
que pudiera montarlo
Kelley, estuvo a punto de echarse a llorar.
Se subió a la grupa y se aferró a su crin espesa y blanca, y así siguió, mientras su noble
montura cabalgaba por el cielo, subiendo y bajando, aguardando, paciente, a que ella
abriera otro resquicio en el aire con su poder, entre los dos reinos. Franqueó entonces la
estrecha abertura, y siguió su galopar en dirección al reino de los mortales y a la Cacería
Salvaje.
Cuando aparecieron en el cielo de Central Park, Kelley, oyó a los duendes cazadores,
rugir como locos al ver al Ciervo Rey.
Allí estaba la presa. Una pieza digna de la Cacería.
Como ella esperaba, los cazadores abandonaron a los aterrados mortales y tiraron de las
bridas de sus monturas para dar media vuelta y proseguir con la caza. Los perros
fantasmas, que los acompañaban aullaron enloquecidos y salieron disparados en su
busca.
Kelley, los conducía cada vez más arriba, alejándolos del mundo de los mortales, tanto
que, al bajar la mirada, vio que las nubes habían quedado atrás. Las patas del ciervo se
agitaban veloces, las pezuñas pisoteaban el aire tenue, como si fuera el sendero
musgoso de un bosque, y Kelley, senda una emoción que jamás había experimentado,
mayor, incluso que la que había sentido cuando cabalgaba con los cazadores de Herne.
Tras ellos, siguiéndolos de cerca, el Caballo Ruano y su Jinete, ganaban terreno. Una
flecha le rozó la mejilla, y Kelley, supo que se le agotaba el tiempo. Cuando Buena
Suerte y Sonny, estaban casi a su altura, Kelley, se encaramó sobre la grupa ancha del
ciervo, y así, acuclillada, logró mantenerse en un precario equilibrio. Respiró
profundamente.
Esto, va a doler.
Abrió un resquicio en el sendero del Ciervo Rey.
Tiró de la crin plateada del animal, y éste se desvió ligeramente hacia la derecha,
instante que ella aprovechó para abalanzarse sobre el Jinete, al que hizo caer de lomos
del Caballo Ruano.
Describiendo una parábola en el aire, lo último que Kelley, vio antes de iniciar la caída,
fue que Buena Suerte, se levantaba y lograba colarse por la grieta de un salto, y que
seguía encabezando la Cacería Salvaje, seguido por sus perros, que perseguían con furia
al venado. Toda la partida de caza se introdujo también por el resquicio, justo antes, de
que el Caballo Ruano, se transformara de nuevo en kelpie y que la abertura, se cerrara
en el cielo. Así, todos quedaron de nuevo en el reino de la reina Mabh.
Bien, pensó. Mabh, los creó, o sea que ya puede quedárselos.
Selló la rendija con un pensamiento y susurró:
—Adiós, Buena Suerte.
Y entonces, Kelley, y Sonny, iniciaron la caída.
Caían como una piedra en la noche, precipitándose sobre la tierra.
Mientras giraban sin control, Kelley, buscaba en el interior de sí misma, la fuerza capaz
de salvarlos, el poder mágico de su madre. Pero la energía temible, que se había
apoderado de ella hacía unos instantes, había desaparecido, convertida en poco más que
un cosquilleo. Todo aquello era demasiado nuevo para ella. Y se sentía cansada. Se
precipitaban al vacío, y nada podría detener la calda. Un
Sollozo desesperado rasgó su garganta... Nunca imaginó, que las cosas fueran a terminar
así.
Notó que los brazos y las piernas de Sonny, se enroscaban alrededor de su cuerpo, y se
dio cuenta de que él, que era humano y mortal, intentaba darle la vuelta en el aire para
que, al llegar al suelo, fuera él quien recibiera el impacto. Con los brazos envueltos con
fuerza en torno a ella, Sonny, la acunaba contra su pecho. Ella le miró a los ojos, del
color de la tormenta y vio que él le aguantaba la mirada, sereno, feliz. Aceptando morir,
si así se salvaba ella, aunque las probabilidades fueran remotas.
—¡No! —Kelley, forcejeó para librarse de su abrazo—. ¡Sonny! ¡No!
Por detrás de la cabeza del jano, distinguía ya la negrura del suelo implacable que se
acercaba a toda velocidad a su encuentro.
Recordó su baile con Sonny. El la había llamado ―mi
Polvorilla‖.
Cerró los ojos con tanta fuerza, que se le saltaron dos lágrimas, que se helaron en sus
mejillas. Invocó la imagen de ese baile. Al principio no sucedió nada, sólo había un
vacío terrible, pero al poco tiempo, sintió un cosquilleo en la piel. Chispas eléctricas,
sacadas del aire cargado, tormentoso, que los rodeaba, le subían y bajaban por las
extremidades.
El viento aullaba en sus oídos: el impacto contra la tierra, que les reventaría los huesos,
se encontraba a apenas unos instantes. Kelley, se agarró a la camisa de Sonny, abrió los
ojos y vio que le sonreía con dulzura.
—Menuda inútil —susurró ella entre dientes—. No puedes detener la caída.
Imaginó que su columna vertebral, era una mecha encendida, y mientras hacía un
esfuerzo tal que temió que los músculos y la carne se le desgarraran, pidió que la
pólvora explotara.
La espalda empezó a arderle con un fuego súbito, oscuro, y el grito de triunfo de Kelley,
rasgó el aire.
—¡Sí, si soy capaz de volar!
El suelo, a escasos centímetros de ellos, resplandeció con un fuego repentino, en tonos
púrpuras, al mismo tiempo, que a Kelley, se le desplegaban unas alas delicadísimas,
como del tul más fino, y, a la vez, lo bastante resistentes como para detener su caída y
hacerlos ascender a los dos de nuevo por los aires.
Por el rabillo del ojo, mientras volaba, vio que sus alas ya no eran plateadas. Aquellos
accesorios con brocados, lustrosos, habín desaparecido, su padre se los había llevado.
Las que acababan de desplegarse a su espalda, eran como las de una mariposa exótica,
oscuras, chispeantes, como si una estrella añil hubiera estallado. El mundo a su
alrededor brillaba en tonos de amatista, bañado en el resplandor intenso, violáceo, de
aquellas alas recién estrenadas.
Kelley, era una princesa, una princesa de las hadas.
Al desafiar al rey de los duendes, había aceptado su destino en las condiciones que ella
misma se había impuesto.
En el rostro de Sonny, asomó una expresión de algo, que se parecía mucho al temor
reverencial, y Kelley, lo besó muy brevemente antes de que él tuviera tiempo de decir
nada. Entonces sintió que la abrazaba con fuerza, mientras seguían ascendiendo,
elevados por unas alas oscuras como la noche, brillantes como una estrella nueva.
TREINTA Y SEIS.
Faltaba apenas una hora, para que se levantara el telón, y Kelley, tendría que estar
nerviosa. Pero se sentía más bien adormecida.
Noche de estreno. Un momento mágico. Su sueño de infancia alcanzado...
Pero nada de todo eso le importaba lo más mínimo.
Sonny, no estaba ahí para verlo. Se sentó frente al espejo del camerino, jugando,
ausente, con el cepillo del rímel y contemplando el desastre que había organizado,
cuando se le había caído el maquillaje sobre el tocador.
Del exterior, le llegaba la algarabía de los actores, de los tramoyistas tirando de las
cuerdas y el frufrú de los tutus al paso de las bailarinas. Oía los murmullos constantes
de la gente, que seguía preguntándose por lo que había sucedido en Central Park,
aventurando teorías: incursiones de bandas callejeras, alucinaciones colectivas... Las
especulaciones no tenían fin, a cuál más descabellada.
Al menos, todo aquel revuelo había servido para que la desaparición de Kelley, pasara
más desapercibida. Aún así, había tenido que invertir cuarenta y cinco minutos en
disculparse ante Quentin, para que éste, la readmitiera a regañadientes. Aunque, claro,
es evidente que tampoco le quedaba otra opción.
Pero, ¿qué iba a suceder en el escenario?
A Kelley, no le importaba lo más mínimo. Ni siquiera el sonido del cuarteto de músicos,
que afinaba sus instrumentos en el foso la alteró lo más mínimo.
Alzó la vista, al oír que llamaban a la puerta, que se abrió de par en par. El hechizo que
Bob, se había hecho a sí mismo, cubría por completo los moratones que había recibido
de manos de Oberón.
Kelley, esbozó una sonrisa fugaz, al ver que el boucca, extendía el brazo y le entregaba
el collar con el trébol de cuatro hojas.
FIN
AGRADECIMIENTOS.
Me siento en sincera deuda de gratitud y afecto con mucha gente. Con Jessica Regel y
Laura Arnold, mi agente y mi editora, dos de las mujeres más admirables que he
conocido en mi vida: fueron ellas las que conspiraron hábilmente para que escribiera
este libro, y después se excedieron en el ejercicio estricto de sus obligaciones,
cuidándome mientras lo hacía.
Gracias a Jean Naggar, y al personal de JVNLA, por acogerme en su seno, así como al
maravilloso equipo de Harper Collins: a su directora editorial, Barbara Lalicki, por su
inspirada visión y su apoyo; a Maggie Herold, mi estupenda correctora, por hacerme
parecer mucho más lista de lo que soy y a Sasha Illingworth, mi maquetadora estelar,
por lograr que el conjunto tenga un aspecto espectacular.
Gracias, Mark y Danielle, por vuestra amistad, vuestra hospitalidad neoyorquina y por
todos esos largos paseos por el Parque, ¡sobre todo los nocturnos! Gracias, Adrienne,
por todo tu apoyo. Gracias, Cec-Monster, por darme ánimos durante todos estos años.
Mucho amor y agradecimiento a mi familia -sobre todo a mi madre-, por comprender de
algún modo, que acabaría aquí, aunque sea a pesar de mí misma. Y, sobre todo, gracias
aJohn, por muchas razones, de las que no es la menos importante que, sin ti, nunca
habría pasado de la idea inicial.
PRÓXIMO LIBRO DE LA SAGA
DARKLIGHT
Los cuentos no pueden mentir... ¿O sí?
Su temprana vocación
literaria y su creciente interés
por la mitología y el folklore
celtas la llevaron a estudiar un
máster en literatura inglesa. Su
amor por el teatro le animó a
fundar el grupo Tempest, que ha representado en numeras ocasiones obras de
Shakespeare.