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El Ministerio de Trabajo legislando a favor del capital: la mentira de la prohibición del

despido, y la forma y el fondo (o los sueños y la realidad)

Diego Farpón

No es una cuestión de moralidad: es un problema de principios. Un gobierno


nunca puede mentir al pueblo. Menos cuando, en teoría, es un gobierno de izquierdas,
esto es, que responde a los intereses del pueblo y no a los del capital. No puede mentir
ni con circunstancias excepcionales ni sin ellas. Aquel gobierno que se apoya en la
mentira carece de todo crédito ante las masas trabajadoras: ¿dónde queda su autoridad?
¿Cómo puede confiar el pueblo en quien le miente? ¿Se puede confiar en las promesas
de un gobierno –tales como derogar la Ley Mordaza o las contrarreformas laborales-
cuando su actuación se sustenta en la mentira? ¿Por qué tendríamos que creerles cuando
dijeron que iban a derogar dichas leyes, que, de momento, aún están vigentes?
Hace unos días, una noticia corría como la pólvora: el Ministerio de Trabajo
prohibía los despidos. Las clases trabajadoras, parecía, podrían respirar tranquilas:
ocurra lo que ocurra se protege a la clase del trabajo frente a la clase del capital. “No se
puede despedir”, el artículo 2 va a “impedir despedir”, declaraba Yolanda Díaz, la
ministra de trabajo, el 27 de marzo.
¿Pero qué dice el artículo 2 del decreto aprobado ese día 27? “La fuerza mayor y
las causas económicas, técnicas, organizativas y de producción (...) no se podrán
entender como justificativas de la extinción del contrato de trabajo ni del despido”. No
justificativas. De esta manera la agudización de la crisis del capital provocada por el
COVID-19 no es un argumento válido para que el despido sea procedente, de forma que
no queda justificado. El empresariado no puede despedir alegando que la causa es el
COVID-19.
No sólo no queda justificado el despido, sino que tampoco está justificada la
extinción del contrato de trabajo. Nos ceñiremos a la primera cuestión, la del despido.
Sobre la segunda, la extinción de los contratos, sabido es que son muchas las empresas
que cometen fraude de ley y, atendiendo a las posibilidades legales para la explotación
de la fuerza de trabajo en las condiciones en la que esta está más desprotegida:
extinguen contratos cada cierto tiempo para firmar otros nuevos y así no tener que
ampliar las plantillas, reduciendo al tiempo las posibilidades de organización de las
clases trabajadoras para hacer frente a la clase del capital –todo lo cual se disfraza,
habitualmente, bajo el argumento de “necesidades de la producción”, y que podría ser
cierto sino fuese por la constatación de que esas necesidades lejos de obedecer a
necesidades coyunturales son la dinámica bajo la cual se ampara el proceder del
capital-.
Resolveremos, no obstante, la primera cuestión también rápidamente: el despido
no está prohibido, está declarado improcedente, está injustificado. Eso dice la ley. Por lo
tanto, la clase capitalista puede despedir a quien quiera, teniendo en cuenta que la
indemnización, al ser un despido improcedente, tendrá que ser de 33 días por año
trabajado, en lugar de ser de 20 al no poder escudarse en el despido procedente fruto de
las consecuencias de la crisis sanitaria.
Nos preguntamos entonces por qué miente la ministra de trabajo, Yolanda Díaz.
Y nos preguntamos, también, por qué ningún miembro del Gobierno sale a aclarar este
asunto y a decir la verdad, que los despidos serán declarados improcedentes, al tiempo –
imaginamos la escena-, que de forma rocambolesca intenta justificar las declaraciones
de la ministra, diciendo que no fueron bien entendidas –que no mal expuestas-.
Lejos de corregir la actitud, el 2 de abril la ministra de trabajo, ante los datos
laborales, afirmaba que las 620.000 personas que han sufrido un Expediente de
Regulación Temporal de Empleo (ERTE) no son paro. Observemos: no trabajas, estás
en casa, cobras paro, pero no cuentas para las cifras del desempleo. Poco importa la
formalidad jurídica y mucho la realidad, y por mucho que artificialmente se quieran
reducir las cifras de desempleo lo cierto es que quien ha dejado de trabajar no está
trabajando. Si preguntamos a quienes se han ido a casa con un ERTE y han dejado de
trabajar, ¿nos dirán que están trabajando, aunque no tengan que ponerse despertador, o
nos dirán que están en el paro? Parece surrealista, pero es veloz la degradación de la
izquierda cuando entra a formar parte de las instituciones de un Estado burgués en una
coyuntura en la que el capital es incapaz de reproducir la tasa ampliada de ganancia y no
hay posibilidad de repartir migajas entre las clases trabajadoras y, al contrario, la
dinámica del capital hace que sean estas clases las que paguen la crisis del modo de
producción capitalista. Clases que se encuentran indefensas pese, a que en teoría,
gobiernen las/os suyas/os.
Este Gobierno tenía una serie de compromisos con las clases trabajadoras.
Comenzó afirmando que sería necesario liquidar las contrarreformas laborales de los
gobiernos que abiertamente representan al capital. Más tarde la postura fue modulada:
se derogarían, sólo, las medidas más lesivas de las contrarreformas laborales. Hoy, el
Gobierno miente a las clases trabajadoras, que no sólo están indefensas ante el
empresariado, sino que, a diferencia de ayer, creen que están protegidas: la ficción del
capital para mantener la cohesión social –la subordinación de la clase del trabajo al
capital- ha dado un nuevo paso. ¿Cuánto tardará el estallido social? ¿Cuándo lleguen los
despidos las masas se levantarán para impugnar su nulidad, tal y como ha declarado la
ministra de trabajo? La paz social, que parece incuestionable ante el confinamiento al
que se somete a la población: ¿se ha roto pero aún no es visible? ¿O todavía tiene
tiempo el Gobierno para contener a las masas?
Las contradicciones del capital no se pueden detener, pese a todo, mientras se
mantenga el modo de producción capitalista. Aunque no sea perceptible, es seguro, ante
o después, nuevamente, estallará el conflicto social. ¿Cuáles serán entonces las
exigencias de las clases trabajadoras? ¿Se constituirán en organización política, o
pondrán sus expectativas en otras fuerzas políticas? ¿En cuáles? La crisis sólo acaba de
volver a repuntar, la lucha de clases volverá a asomar con inusitada fuerza cuando pase
este periodo: las condiciones materiales de la vida de las clases trabajadoras vuelven a
ser impugnadas con fuerza por el capital y por quienes gestionan el Estado burgués.

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