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¡No es la Torá, es el periodismo!

25 Abr 2020 - 12:00 AM


Por: Julio César Londoño

A raíz de mi última columna, “Gabriel Gilinski, un alquimista invertido”, El


Espectador recibió muchos reclamos de la comunidad judía. “Antisemita”,
“resentido”, “pobretón que nunca ha tenido que pagar una nómina”, etc. La
columna contenía una pregunta retórica: ya que Gilinski no le da
explicaciones al país, ¿se las dará a “esa potencia irascible que truena en las
páginas de la Torá”? Esto fue lo que molestó a los judíos.
También hice menciones irónicas contra otras sectas: cristianos,
musulmanes, nazis y maoístas.

Lo de pobretón y resentido es cierto. Pertenezco a esa inmensa mayoría que


carece de privilegios, que siempre tiene que postergar sus sueños y
considera que los banqueros, los políticos y los pastores son la verdadera
peste del mundo.

Lo de antisemita es absurdo, salvo que yo sea un chigüiro a cuadros: un


antisemita antinazi. Mis lectores (perdón por el optimista plural) saben que
no soy tan bipolar. Nadie en su sano juicio puede odiar a los judíos. Ni
amarlos. Ni a ellos ni a ninguna etnia. Si uno no es Whitman, ni demagogo, no
puede amar colectivamente. Uno odia o ama a personas concretas. De los
judíos, el mundo admira a sus genios. Con la política exterior de Israel
generalmente estoy en desacuerdo, pero todos sabemos que está diseñada
por sus líderes, no por el “pueblo judío”, que es diverso como todos los
pueblos: lo conforman héroes y villanos, cultos y simples, rectos y listos, e
incluso personas capaces de tenderle la mano a un palestino.
Pero en realidad la columna no giraba sobre los judíos sino sobre la
independencia del periodismo en general y la de un columnista en
particular. Y sobre el incumplimiento de tres pactos: el de los Gilinski con
Coronell, el de los Gilinski con Felipe López, propietario de Semana, y el de
López y los Gilinski con los suscriptores de la revista.
El año pasado, luego del escándalo por el fétido asunto de los “falsos
positivos 2.0” de Nicacio Martínez, Coronell regresó a Semana con la
condición de que le respetarían la independencia de su columna. No lo
hicieron.
Antes de esto, cuando los Gilinski compraron la mitad de Publicaciones
Semana, le prometieron a Felipe López que no meterían la mano en los
contenidos de Semana, pero la metieron hasta el codo, como quedó
demostrado cuando Gabriel Gilinski llamó a Coronell para objetar el
contenido de la columna “Las orejas del lobo”.
Y Publicaciones Semana traiciona a sus lectores cuando le da un giro político
de 180 grados a Semana, suspende la publicación de sus otras revistas,
expulsa a periodistas de primera línea y los reemplaza con sujetos
obsecuentes hasta la abyección, vendedores de publirreportajes como Vicky
Dávila y Luis Carlos Vélez. Para rematar, Publicaciones Semana no acepta la
cancelación de las suscripciones. Vivir para ver: ¡los magnates pegados de
los centavos de los pobretones!
El periodismo independiente es una pieza clave de la democracia,
especialmente en países como este, donde los tres poderes tienen vacíos
morales tan insondables como el corazón de un banquero.

Creímos que la captura de los medios por los pulpos económicos era el fin,
pero faltaba lo peor: que el pulpo pertenezca a principillos que admiran a
Trump, Uribe y Bolsonaro, y que su gran referente periodístico sea Rupert
Murdoch, el rey del amarillismo.
Cierre. Semana conoce el poder de los lectores. Lo sintió el año pasado y lo
volverá a sentir a medida que se venzan las suscripciones de sus lectores de
los buenos tiempos.
Corolario. Si quieres ver el demonio de un fanático, hazle una caricatura de
su líder o de su dios.
https://www.elespectador.com/opinion/no-es-la-tora-es-el-periodismo-columna-916363

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