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Universidad de Guadalajara

Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades

División de Estudios Históricos y Humanos

Departamento de Historia

La literatura como fuente para el historiador: La visión de José Rubén Romero sobre
el Michoacán de la Revolución (1922-1946).

Tesis dirigida por el Dr. Hugo Torres Salazar

Tesis

Para obtener el grado de Licenciado en Historia que presenta el estudiante Humberto


Orígenes Romero Porras
Índice (06/05/18)

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Introducción

Capítulo 1: La literatura como fuente histórica


1.1 Historia y Literatura como narraciones del mundo
1.2 Literatura e historiadores
1.3 Análisis historiográfico de una obra literaria
1.4 El literato como sujeto histórico

Capítulo 2: México Revolucionario: el Michoacán de Romero


2.1 La Revolución en el Michoacán de Romero
2.2 La sociedad michoacana ante la Revolución (1912)
2.3 Los bandoleros en Michoacán
2.4 José Rubén Romero: cachorro de la Revolución Mexicana

Capítulo 3: La novela de la Revolución Mexicana


3.1 Los Novelistas de la Revolución Mexicana
3.2 ¿Qué es la Novela de la Revolución Mexicana?
3.3 El novelista revolucionario como testigo del conflicto armado
3.4 ¿Qué aporta la Novela de la Revolución Mexicana al historiador?

Capítulo 4: José Rubén Romero y la Revolución Mexicana


4.1 José Rubén Romero en la Revolución: Apuntes de Un Lugareño
4.2 La Revolución en José Rubén Romero: José Inés García Chávez y la Desbandada
4.3 Pito Pérez y la figura del “Pelado”: El México que nos dejó la Revolución
4.4 ¿Qué aporta la obra romeriana a la Historiografía de la Revolución Mexicana?

Capítulo 1: La literatura como fuente histórica : Mediante este capítulo mostraré las
relaciones entre Historia y Literatura así como la validez de la obra literaria como fuente para
el historiador
1.1 Historia y Literatura como narraciones del mundo: En este epígrafe analizaré las
relaciones entre la literatura y la Historia en tanto que ambos son discursos para explicar la
realidad. Autores de Referencia: White, Ginzburg, Fumero, Muñoz, Molina, Subero,
Lanzuela Corella, Cortés Hernández, Vila Vilar, Fernández Riquelme.
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1.2 Literatura e historiadores: En este epígrafe quiero analizar la importancia de la
literatura en muchas investigaciones históricas, es decir, la importancia de la literatura para
el historiador. Luis González, Enrique Moradiellos, Carmen Iglesias

1.3 Análisis historiográfico de una obra literaria: En este epígrafe quiero mostrar las
propuestas de los historiadores para el análisis historiográfico de la literatura

1.4 El literato como sujeto histórico: En este epígrafe quiero analizar al escritor de ficción
como un sujeto social, es decir como propenso a influir e influirse de su contexto social.
Roger Chartier y Burke. Historia y memoria

Capítulo 1: La literatura como fuente histórica

1.1 Historia y literatura como narraciones del mundo


Para Hyden White los historiadores “en general han sido reticentes a considerar las narrativas
históricas como lo que manifiestamente son: ficciones verbales cuyos contenidos son tanto
inventados como encontrados y cuyas formas tienen más en común con sus homólogas en la
literatura que con las de las ciencias” (White, 1974: 109). Empero no se acepta aquí que la
construcción de un texto histórico sea una ficción idéntica a la llamada “literaria”.
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”Algunos críticos consideran que los textos literarios se relacionan consigo mismo y no
aportan para comprender la historia en un momento determinado, esta nueva aproximación
es de nuestro interés desde el momento que menoscaba la capacidad de la literatura para
transmitir experiencias históricas”. Esta idea cambia a partir del giro lingüístico surgido en
1980 al que White se suscribe, con la idea de unificar el discurso literario e histórico dentro
de una teoría del discurso (Fumero, 2001:1).
Los historiadores escépticos dicen que no puede diferenciarse el discurso ficcional del
histórico en la literatura. Se argumenta que no puede contrastarse con fuentes específicas y
que simplemente son producto de convenciones literarias. Pero el retorno al relato al que
otros autores como De Certeau se inclinan, propone que hay una contradicción entre estos
escépticos y el concepto mismo de
historiografía (es decir "historia" y "escritura") lleva inscrita en su nombre propio la paradoja -y casi el
oxímoron- de la relación de dos términos antinómicos: lo real y el discurso. Su trabajo es unirlos, y en las
partes en que esa unión no puede ni pensarse, hacer como si los uniera. Este libro nació de la relación que
el discurso mantiene con lo real del que tratan. (De Certeau, 1975; .5)
A través de este texto se pretende demostrar que la relación entre historia y literatura es más
estrecha de lo que comúnmente es pensado por los historiadores. Según diversos estudios
culturales, en la obra literaria se reproducen las estructuras políticas que enmarcan a la
cultura que las produce. Sin embargo la literatura es despreciada a menudo en el quehacer
historiográfico por la subjetividad que se le atribuye. Y esta idea es errónea: se debe partir de
la idea de que la narración histórica es también ficcional pues el texto histórico tiene un
carácter discursivo y por tanto literario: es decir, la historia es también un género literario.
(Fumero, 2001:1)
A pesar de todo, no es poco estudiada la relación historia-literatura, sin embargo se
demostrará en este texto que tanto el texto histórico es una construcción literaria como el
texto literario es una construcción histórica.
El autor de una novela tiene la libertad de elegir los componentes de su relato dejando fuera
del mismo partes que no considera relevantes. Estas mismas facultades tiene el historiador
pues es quien decide la periodicidad a la que se va a someter un momento histórico que de
suyo no tiene periodicidad propia y cuya relación con el proceso histórico existe solamente
si el historiador así lo propone. Se entiende que la historia es un relato elaborado a partir de

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"hechos" que no tendrían sentido sin un hilo narrativo, una labor que usualmente se le
atribuye al novelista pero que es estrictamente necesaria en el historiador.
Carlo Ginzburg concuerda con esta idea sobre la necesidad de un hilo conductor en la historia.
El italiano contribuye a las ideas vertidas en este texto cuando llama “indicios” a esos
pequeños hilos conductores a través de los cuáles se creará la trama propuesta por Hyden
White. Los indicios, según Ginzburg, son “vestigios infinitesimales, que permiten captar una
realidad más profunda, de otro modo inaferrable”. (Ginzburg, 2008: 6).
Es decir, para Ginzburg hay implícitamente una trama, sin embargo ésta requiere de una
relación entre procesos históricos que puede basarse incluso en pequeño nexos. De este modo
podemos aventurarnos a decir que, si bien no es exacto, encontramos un indicio de la realidad
a través de la literatura, siguiendo la idea de White cuando habla de la “narrativa histórica
como una metáfora extendida”: la existencia de una narrativa implica tomar sólo una porción
de la realidad. (White, 1974:124)
Al respecto aporta Roger Chartier que el testimonio no es separable del testigo y depende de
su credibilidad, por lo que tiene un carácter “fiduciario” frente al indiciario del documento,
que es un recuerdo que no le pertenece a nadie, sin embargo en ambos tipos de fuentes
encontramos la famosa “huella” que busca Ginzburg en su trabajo historiográfico. (Chartier,
2007: 136)
Se puede objetar entonces que una distinción entre las fuentes de carácter testimonial como
lo es la literatura y los documentos de archivos radica en que estos últimos pueden someterse
a pruebas de objetividad mientras los testimonios dependen de nuestra confianza como
analistas. Una segunda distinción para Chartier se encuentra en que los testigos sólo pueden
aportarnos los recuerdos inmediatos, sin embargo esta también es una ventaja con respecto a
los documentos de archivo cuya lejanía impide muchas veces un mejor análisis, además de
que al estudiarlos se puede caer en anacronismos si no tenemos cuidado.
El francés hace hincapié en la importancia del testigo, pues es quien nos demuestra que el
pasado es real. En un testigo, dice Chartier, “la historia encuentra la certidumbre en la
existencia de un pasado que fue, que ya no es y que la operación historiográfica pretende
representar adecuadamente en el presente” (Chartier, 2007: 137)
Por ende, el punto axial de la relación Historia-Literatura radica en que el documento
histórico -de archivo- y el texto literario comparten un carácter subjetivo ya que ambos

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omiten información a veces deliberadamente o porque no les concierne abordar ciertos
aspectos de un tema. Y aún más: de acuerdo a las ideas del historiador estadounidense Hyden
White, los contextos históricos que se añaden al estudiar una obra literaria son a su vez obra
narrativa de un historiador, es decir un género literario aparte dentro de la novela estudiada.
(White, 1974: 112)
A pesar de que la gran distinción entre una novela y un texto histórico es que lo literario sí
tiene un carácter propio, White dice que sí puede dársele un tono a la escritura de la historia.
El autor habla de “entramados” cuando dice que el historiador puede darle un tono a su texto
de acuerdo al orden en que va acomodando los elementos. El estudioso de la historia puede
generar una trama a la manera del literato, bajo la cuál se va a desarrollar el texto. (White,
1974: 113)
Para la historiografía reciente, la memoria es sólo una representación el pasado, sin embargo,
el rescate de la memoria es una de las principales funciones del historiador, quien cuenta un
hecho olvidado del mismo modo que un literato podría contar un hecho que o bien es
inventado o nadie lo observó con desde cierta perspectiva. La historiografía misma, que sólo
puede tomar una porción del pasado también es una representación del mismo. (Chartier,
2007: 136)
El que no es testigo presencial del hecho se ve obligado siempre a imaginarlo, y lo advierte
Muñoz Molina: “Las historias del pasado, recordadas en voz alta por quien las vivió, se
convierten en hermosas ficciones en la imaginación de quien escucha” (Muñoz Molina; 2005,
15). Tanto el historiador como el literato el literato imaginan.
Es un largo debate el que se ha sostenido por la distinción de la influencia del momento
histórico sobre un novelista separada de su capacidad imaginativa. En el terreno del estudio
histórico y literario, se ha buscado separar la realidad de la ficción en el análisis de la novela.
(White, 1974: 121)
White establece un último y definitivo nexo en la relación en apariencia paralela entre
literatura e historia: en el relato histórico se utiliza el mismo lenguaje que en la literatura: el
lenguaje figurativo con el que ambos realizan caracterizaciones de los objetos narrados, si
bien esta es una teoría arriesgada pues la intención cientificista del lenguaje histórico resulta
evidente y contrastante con un lenguaje literario que pretende llegar a un círculo más amplio
dentro de la sociedad (White,1974:136). Ginzburg parece seguir esta idea pues considera que

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la historia es una ciencia social distinta. No puede realizar generalizaciones, su conocimiento
es indirecto, es decir: indicial. (Ginzburg, 2008:11)
La novela, para Carlo Ginzburg, se construye como paradigma indicial de nuestro mundo
mediante el cuál el historiador podría establecer una serie de nexos que le permitiesen
entender una época , mientras para White constituye en un análisis propiamente dicho, -en
tanto que el texto literario y el histórico son discursivos- del mundo desde la trinchera del
literato.
En la obra de Patricia Fumero podemos encontrar de manera breve pero muy concisa la
utilidad de la obra literaria para un historiador: a través de la manera en que está escrito un
texto se puede conocer el momento histórico en el que fue creado, y es que el arte es una
forma de comprender al mundo al igual que la ciencia. La literatura en tanto acción social es
un evento histórico. El texto como producto humano es un producto cultural, diga o no algo
sobre el momento histórico en que fue creado.
Patricia Fumero es precisa sobre el tema: la historia es discurso y es suceso por lo tanto se
puede realizar un análisis literario o histórico indistintamente. El arte es una forma de
comprender al mundo al igual que la ciencia. Y ya resuelta la cuestión de si la historia debe
estudiar a la literatura, nos queda entender cómo se hará dicho estudio.
Es usual que el historiador que quiere analizar una novela pretenda darle significado a la
literatura por medio de la contextualización de la obra, sin embargo el crítico literario opina
que es el lector quien le da su propio significado y utilidad. Sin embargo el contexto histórico
no afecta solamente en el argumento de la obra sino en la forma de narrarla pues hay
convenciones literarias aplicables a cualquier tipo de texto y que van a modificarse según la
época. Es decir, todo texto conlleva convenciones literarias, es decir estructuras bajo las
cuales la sociedad dicta que se han de escribir los distintos tipos de textos. (Fumero, 2001:
5)
Antonio Muñoz Molina es tajante: “[…] no hay peripecia personal que de un modo u otro no
se enrede con un acontecimiento público: el devenir de las vidas es arrastrado por el curso de
la Historia, de la misma manera que los itinerarios de un personaje ocurren en la trama de las
calles de una ciudad” (Muñoz Molina, 2005:14). Incluso las convenciones literarias pueden
ser un objeto de estudio interesante, pues se ha privilegiado en cada época cierto tipo de
escritura y temas, en esa posible investigación la pregunta sería: ¿Por qué?.

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Patricia Fumero hace la pesquisa más pertinente de todas “¿Cuánto de la sociedad refleja la
literatura? ¿Cuánta influencia de la cultura encontramos en la producción artística? ¿Cómo
moldea la literatura la percepción de la historia? Parte de la respuesta se encuentra en la
dimensión literaria de los textos historiográficos y en la dimensión histórica de los textos
literarios.”(Fumero, 2001:4)
La necesidad -o necedad- de contextualizar es vital para el historiador que a duras penas
acepte la utilización de la literatura como fuente histórica, sin embargo este argumento puede
revertirse de manera sencilla de acuerdo a Patricia Fumero. El sujeto es moldeado por la
cultura que absorbe, de esta forma el lector es influido por lo que lee, y del mismo modo el
literato en tanto lector/espectador es influido por el mismo esquema cultural; así, de la misma
manera en que la literatura es influida por el contexto histórico en el que fue creada, la obra
puede influir en su momento histórico.
Darío Correa Gutiérrez explica que
El discurso literario es un vehículo de expresión del escritor para transmitir mensajes, incluso se convierte
en ocasiones en forma de denuncia política frente a una situación dada. Es un discurso ficcional que genera
lazos de identidad o nacionalidad en un grupo social a partir del reconocimiento que tienen los lectores de
lo narrado por el autor. Y especialmente es un tipo de fuente alternativa, de testimonio, para comprender
como se manifiestan los fenómenos sociales y la forma como han sido representados en determinado
momento. (Correa Gutiérrez, 2008; 75)
Para Duby existe una única diferencia entre historiador y literato: la moral que le constriñe
al primero. Además el autor solicita del clionauta una prosa tan educada como la de los
novelistas o poetas (Duby, s.f. ;7)

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1.2 Literatura e historiadores
En su función testimonial, la literatura permite de forma ambientada una aproximación a los mundos
íntimos de los sujetos sociales y el comportamiento de los grupos humanos, aspectos difícilmente
encontrados en otro tipo de vestigios del pasado. Al ser analizados por el investigador social, los textos
literarios pasan de ser escritos cuyo contenido, estilo y forma se orientan inicialmente a producir
entretenimiento en los lectores, para dar lugar a una producción humana que testimonia situaciones y
episodios de la vida socioeconómica de un colectivo. (Correa Gutiérrez, 2008; 75)

Los aportes de estudiosos como White, Focault, Ricoeur y Chartier “nos permiten superar
pares de conceptos tradicionalmente enfrentados: falso-verdadero, imaginario-real, ficcional-
histórico, bases de nuevas dicotomías sobreinstaladas, cuya síntesis podría reconocerse, de
modo general, en las categorías arte y ciencia.” (Minellono,1997:292)” El destino que tome
la obra literaria también tiene que ver con el momento histórico: la ideología del texto vertida
en la ideología del momento decidirá qué rumbo toma la obra al ser publicada. De este modo,
el pasado está presente en el desarrollo de la literatura, y por ende acercarse a la literatura en
cuanto reelaboración de la realidad es una forma de conocer el pensamiento humano.
De hecho la sociología es también una posibilidad de relación con la literatura, pues ambas
“han tratado de describir el comportamiento del hombre moderno en la sociedad burguesa
industrializada”. Incluso Norbert Elias hizo un Estudio sobre los alemanes un pueblo
mediante un análisis de sus obras literarias. la relación entre sociología, literatura y, por
supuesto, la historia, como disciplina que nos aporta el contexto histórico necesario para
cualquier análisis de acontecimientos ocurridos en el pasado, es una relación a tres bandas
(Fuster García, 2009; 61-75)
Ya se había dicho aquí el aporte del método indiciario de Carlo Ginzburg para elaborar
historias. Es interesante cómo Fuster García se suscribe: “En esta misma línea defendida por

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Ginzburg, pienso que, a veces, las pistas que nos brinda una novela nos sugieren preguntas y
dudas que nunca nos habría planteado un recorte de prensa o un documento oficial.” (Fuster
García, 2011; 63)
Fuster García y Carlo Ginzburg coinciden: la historia nunca es total: muestra indicios de la
realidad. Y partir de la literatura es el mismo proceso a la inversa, el texto literario da pie a
un posible estudio histórico (Fuster García, 63; 2011b)
La historiografía española ha realizado numerosas contribuciones al campo de estudio de la
relación historia-literatura. Como un ejemplo:

En la década de los años noventa del pasado siglo XX, la Universidad Complutense de Madrid, en la figura
de dos de sus docentes, Guadalupe Gómez-Ferrer y Alicia Langa Laorga, ambas de la escuela del
historiador valenciano José Luis Jover Zamora, y siguiendo su estela, consolidaron el marco teórico de la
literatura como fuente para la historia con investigaciones de altura a partir de autores concretos. En el
caso de la primera, el asturiano Armando Palacio Valdés sería el epicentro de una fuente completa de datos
e información en sus novelas: podíamos desentrañar, por ejemplo, los distintos papeles asignados a los
grupos sociales, las pautas de conducta de los mismos, las mentalidades de sus miembros, la vida cotidiana
o la aparición de nuevos modelos sociales y científicos. En el caso de la segunda, el escritor portugués De
Queiroz sería el cimiento en el que fundamentar la sociedad de Portugal del siglo XIX y todo su entramado
interno.” (Rodríguez Patiño, s.f.; 1)

Desde el campo de la Historia Cultural hay otras perspectivas que son de gran utilidad. Para
el francés Roger Chartier “lo que capta la escritura literaria es la poderosa energía de los
lenguajes, ritos y practicas del mundo social” (Chartier, 2007: 127). Para este autor el
concepto "energía social" es básico para entender como es plasmado el pasado en la literatura
de acuerdo a el Nuevo Historicismo.
Seguimos a Chartier en la idea de que para un “<dominio practico o teorico de la historia del
campo> es una necesidad tanto para los productores como para los consumidores”. Dicho de
otro modo, se necesita conocer la historia de la literatura para entender las obras modernas.
(Chartier, 2007: 131)
Sergio Fernández Riquelme realiza un estudio historiográfico que utiliza como fuente la
literatura para entender el nacionalismo serbio. El autor sostiene que la literatura

nos permite acceder, siempre bajo criterios de selección y comprobación historiográfica, a dimensiones
del “hecho histórico” negadas por la “fuentes primarias”, y a realidades emocionales, espirituales y
simbólicas, tanto individuales y como colectivas, de notable significado testimonial: ideas no reconocidas,
creencias ocultas, relaciones secretas, personajes no siempre secundarios, motivaciones reales, ideologías
subyacentes. (Fernández Riquelme, 2008; 788)

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Fernández Riquelme cree posible

acercarse a las publicaciones y a las “no publicaciones” de un periodo histórico concreto, objeto de nuestra
reconstrucción histórica, permite conocer dimensiones tan variadas, y a veces ocultas, como: la realidad
social, política o económica, la mentalidad colectiva dominante, las tragedias personales de los
“disidentes”, las tradiciones seculares y las aspiraciones partidistas, y en especial los orígenes, actores, y
efectos del conflicto y la violencia histórica. (Fernández Riquelme 79: 2008)

Efraín Subero realiza una valiosa recopilación de citas, donde nos explica la importancia del
contexto social en la creación artística y viceversa:
“Ya en 1897 Guyeau proclamaba que "el gran arte no consiste en delirios vacíos y siempre estériles [...] si
el pensamiento poético fuera una simple utopía ajena completamente a la realidad, nada nos
interesaría"(Subero,1974: 489).

Citando a Lukacs, Subero defiende el papel del arte como reflejo de la realidad:

"Todo gran arte [ . . . ] , desde Homero en adelante, es realista, en cuanto es un reflejo de la realidad. Esta
es la señal infalible de todas las épocas artísticas, aun si los medios de expresión son evidentemente muy
diferentes". (Subero,1974: 490)

En cuanto a la utilidad de la literatura para los trabajos históricos, podemos tomar lo que dice
Mariátegui, citado por Subero: “para una interpretación profunda del espíritu de una
literatura, la mera erudición literaria no es suficiente", que "sirven más la sensibilidad política
y la clarividencia histórica". En una palabra, que "la literatura no es independiente de las
demás categorías de la historia.”(Subero, 1974: 491)

Sobre “el valor histórico de la novela”, Subero aclara:

tiene que ser entonces un valor sincrónico, ya que apresa determinado tiempo, pero después queda
excluida, por lo menos de una manera directa, testimonial, su intervención. La novela de todas formas
hace la historia natural del mundo, aunque el autor sólo refleje un fragmento estático de la cambiante
realidad real.(Subero,1974: 493)

Hay un aporte valioso, y es el de un método que permita la comprensión de la literatura desde


la Sociología. El autor entiende que la literatura es “la única que puede dejar un testimonio
integral del hombre, del hombre interno y externo, del hombre abstracto y del hombre
concreto, pero sobre todo del hombre en relación con el mundo que lo rodea.” (Subero,1974: 492)
Ya se ha hablado mucho de la perspectiva europea, pero es innegable la necesidad que tienen
los historiadores latinoamericanos de analizar las obras literarias junto con sus autores: los
intelectuales. “Debido a que los escritores tienen una función especial en las sociedades
poscoloniales hispanoamericanas, ellos establecen un diálogo permanente con letrados de

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otros campos y disciplinas, y eso precisamente a partir de sus novelas, cuentos y ensayos en
los cuales se representan ideas y discursos que son cruciales para la formación de las
sociedades y la construcción de las identidades poscoloniales” (Schmidt-Welle, 2014; 9-10)
Valeria Soledad Cortés Hernández asevera que las novelas “dan cuenta de la visión que tiene
el autor de su tiempo, su mundo y su contexto”; y es por ello que nos recuerda a Ricoeur y
Gadamer, hombres de hermenéutica, cuyos textos deberíamos utilizar para realizar un
correcto estudio de una obra literaria. (Cortés Hernández, 2007: 32)
Mediante el análisis de La Quinta modelo de José María Roa Bárcena, la autora estudia la
manera en que se reflejan las ideas de un grupo político, también menciona “las formas de
expresión, los modos de vida, los rituales de la vida cotidiana de la sociedad mexicana de la
segunda mitad del siglo XIX” (Cortés, 2007: 32). Sin embargo no profundiza tanto en dicha novela como se pretende en
este estudio sobre la obra de José Rubén Romero.
Cortés Hernández analiza el texto para comprender el problema social en que ha degenerado
el neoliberalismo actual, basándose en el liberalismo decimonónico criticado por Roa
Bárcena, sin embargo, al hacer conjeturas de este tipo la autora muestra, seguramente sin
querer, un poco más sobre sus convicciones políticas de lo que debería. De igual manera al
decir que la historia “es maestra de vida” carga al texto de una idea utilitarista de la historia.
(Cortés, 2007: 32)

Por otro lado, el texto de María Luisa Lanzuela Corella parte de una hipótesis que deberá
servir para cualquier trabajo sobre la literatura como fuente para la historia: “La obra literaria
no es un hecho aislado, es un reflejo, consciente o inconsciente, de la situación social,
económica y política de un determinado momento histórico.”(Lanzuela Corella, 2000: 259)
La autora destaca lo dicho por Giner de los Ríos, quien asegura que la literatura es un retrato
del carácter de los pueblos, algo tan íntimo que la historia política no puede mostrarlo.
Lanzuela Corella propone la literatura como fuente para el análisis de los temas de la historia
social, como lo son: “detalles de la vida cotidiana o tendencias de mentalidades colectivas.”
Al mismo tiempo hace una valiosa aclaración: “para que la obra literaria pueda ser tenida en
cuenta en la exploración de un determinado momento histórico, habrá que realizar
previamente, como ocurre con cualquier otro documento histórico, un minucioso examen y
una valoración crítica de la obra en cuestión”.(Lanzuela Corella, 2000: 260)

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Enriqueta Vila Vilar, hace algunas reflexiones sobre la utilidad de la literatura para algunas
de sus investigaciones históricas a lo largo de su trayectoria como investigadora. Establece
el papel de la literatura en la historia: “el historiador busca en la obra literaria el testimonio
vivo de una sociedad, la manifestación de unas creencias, de unas mentalidades que el autor
refleja y frente a las cuales toma partido, bien directamente o bien a través de sus
personajes”.(Vila Vilar, Enriqueta, 2009: 12)
Así, la literatura puede constituir una valiosa fuente para conocer a esas “gentes sin historia”,
que son estudiadas por los historiadores de las mentalidades o por la Historia Social y
Cultural. Enriqueta Vila resalta primeramente un caso ya estudiado por uno de nuestros
autores: el de Pérez Galdós con Episodios Nacionales; además pone sobre la mesa una idea
interesante aunque al parecer fuera de lugar en su discurso: Alejo Carpentier y la novela
histórica que va a permitirse dar a conocer sucesos poco estudiados además de recrear las
costumbres de la época que trata. (Vila Vilar, Enriqueta, 2009: 14)
Antonio Muñoz Molina sigue la línea según la cuál las novelas retratan no s
ólo a personajes históricos importantes
sino a la gente de abajo que ha ido construyendo sin querer esa historia. (Muñoz Molina;
2005). Escribe el autor:“[…] la novela surge en los márgenes, en el reverso de la épica y de
la Historia. Si don Quijote es el predecesor de todos los héroes de ficción que quieren darse
a sí mismos un destino, Lázaro de Tormes está en el origen de otro linaje, el de las víctimas
pasivas de la Historia, la carne de cañón, las multitudes que se pierden en el fondo de los
cuadros de batallas o que pululan como fantasmas desgarrados en la negrura de los grabados
de Goya”. (Muñoz Molina, 2005; 12).
Es claro que un autor como Galdós estuvo plenamente consciente de que la literatura es un medio de “denuncia” ante los problemas de la

época, y Lanzuela nos recuerda que el novelista presentó “su discurso de ingreso en la Real Academia Española La sociedad presentada

como materia novelable, leído el 7 de febrero de 1897.”

En otro análisis de la obra galdosiana, nos dice Muñoz Molina: “Galdós quiere contar el
proceso mediante el cual la inmensa multitud de los que antes no tenían voz ni existencia
empieza a transformarse en nación, en pueblo soberano, en ciudadanía” (Muñoz Molina,
2005;13). Así el autor explica que a través de la literatura se puede explicar un proceso
histórico.

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Hay ocasiones en las cuáles el literato usa a su personaje como mero pretexto para explicar
una realidad histórica, y es por ello que existan literatos como Galdós cuyas obras resultan
ser didácticas para el conocimiento de la Historia.
Enriqueta Vila Vilar estudia Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda y La cabaña del Tío Tom
de Harriet Beecher Stowe, dos novelas esclavistas para entender el proceso de abolición de
la esclavitud en Hispanoamérica. Y, mediante una maravillosa contextualización de las
autoras y sus obras, la autora demuestra que al ser la mentalidad como proceso de larga
duración va a permear en la obra de ambas autoras ya que si bien muestran a una sociedad
esclavista jamás la denuncian según Enriqueta Vila Vilar, y así podemos entender que un
literato siempre va a retratar su realidad, además surge inconscientemente en ambas novelas
un “feminismo” que va a “sobreponerse al antiesclavismo” de la misma manera en que la
mentalidad de la época se impone a una posible denuncia del esclavismo; de igual forma
podemos comprobar que es muy difícil que cualquier autor escape a las ideas de su mundo,
y con ello se puede sustentar una investigación como la nuestra. (Vila Vilar, Enriqueta, 2009; 19)
Hay que hacer de nuevo hincapié en que son muchas las vertientes posibles en las que el
análisis de una obra literaria es de utilidad para el historiador, y para muestra un botón: Correa
Gutiérrez utiliza la literatura como fuente para la investigación de la historia política
colombiana. Para este autor la sociología de la literatura le resultó útil para entender las
funciones sociales de aquella y el papel que los literatos ocupan en una sociedad. (Correa
Gutiérrez, 2008; 72-73)
Hay que reconocer que Alicia Langa Laorga tiene un enorme acierto: especifica algunas de
estas “pistas” -siguiendo el “paradigma indiciario” de Ginzburg- que la obra literaria puede
dejar para el historiador:
Incluso la deformación de la realidad que el escritor utiliza, en muchos casos, para provocar un efecto buscado de antemano; las exageraciones y las omisiones;
la reiteración de unos temas concretos o la presentación de arquetipos, todo tiene un significado. Si sólo se busca la estética, podemos intuir una falta de
compromiso ético en el autor, bien por desinterés o por cansancio, dependiendo del carácter de sus restantes creaciones. Si, por el contrario, nos hayamos ante
una obra de tesis, un alegato que carga las tintas para provocar la reacción del público, estaremos en presencia de una crítica, más o menos objetiva, pero critica
al fin, generada en respuesta a situaciones que necesitan especial atención. (Langa Laorga, 2002; 26)

La misma autora aclara los elementos que entran en su consideración:

El tratamiento de los distintos temas; la crítica o las alabanzas de ciertos


planteamientos; la mayor o menor importancia que se
presta a algunos hechos; la caricaturización de personajes; la manipulación de la realidad con
exageraciones u omisiones significativas; y, también, la creación de arquetipos que se ajustan a modelos
teóricos y que funcionan como ejemplos moralizadores; todo ello, considerado globalmente, nos da la
medida de la posición que el [un] artista adopta frente a la sociedad.

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Para Alicia Langa ( Langa, 2002: 32) la recepci
ón de una obra nos permite entender de buena manera el
pensar de la época: los valores y vicios que rigen a la sociedad, y en este punto recuerda a la
Nueva Historia Cultural propuesta por Chartier, para quien en un estudio histórico cabe el
fenómeno de socialización de la lectura así como otras cuestiones que envuelven al libro.
(Chartier, 2005)
Una segunda influencia de Chartier en Langa se encuentra en la idea de que a través de un
estudio comparativo de las diferentes versiones de un texto podemos entender por qué fueron
omitidos o censurados ciertos detalles o elementos. ( Langa,2002: 32)

1.3 Análisis historiográfico de una obra literaria

Dicho lo anterior, y aceptando ya la validez de la obra literaria como fuente histórica, queda decidir qué pasos se van a seguir para el análisis

histórico:

La elección de la obra literaria que ha de servirnos de elemento de trabajo


constituye un primer escollo a vencer, [...] habrá que
escoger aquélla o aquéllas más centradas en una determinada época, de la que han de ser coetáneas, o al
menos, tan aproximadas en el tiempo que al autor se le pueda considerar como testigo de la realidad que
transcribe aun cuando, como ya se ha dicho, esta transcripción no sea totalmente objetiva. (Langa Laorga,
2002: 27)
Es decir, para un historiador resulta muy conveniente que el autor sea coet
áneo al momento histórico que decide
narrar, aunque esto no sea estrictamente necesario.

15
Por su parte, Lanzuella Corella propone un par de preguntas para realizar el análisis historiográfico: “¿Hasta qué punto es esa obra índice

fiel de su tiempo y del lugar al que se refiere? ¿Qué proporción representan en dicha obra lo individual o anecdótico, y lo colectivo?”. Por

otro lado añade un tercer cuestionamiento muy interesante, mediante el cual defiende la legitimidad de la literatura como fuente histórica:

“¿Por qué se admite la prensa periódica como valioso documento histórico, y se cuestiona el valor de la fuente literaria?”. (Lanzuela Corella,

2000: 260)

El análisis de los espacios a través de la literatura podría ser otra veta para explotar. Para Halbwachs el espacio es un medio de transmisi
ón
de recuerdos. El destruir o modificar una aldea altera sus formas de ser y existir (¿qué tanto influye, por ejemplo, la destrucción
provocada por los revolucionarios en el Tacámbaro de Romero?). Un grupo social puede resistirse a la destrucci
ón de sus recuerdo.
Peter Burke propone como ejemplo lo hicieron los esclavos africanos transplantados Europa
y América: estos grupos incluso reorganizan sus espacios en forma de barrios, ghettos y otras
comunidades.(Burke, 2006; 71-72) ¿Qué tal si la literatura es analizada como forma de resistencia
al olvido? ¿o tal vez sea la literatura un instrumento de control que ayude a reprimir algunos
recuerdos y ensalzar otros? En los siguientes capítulos se abordarán estas ideas.
Para Michel de Certeau “el espacio es un lugar practicado”, el cual, entonces, puede ser
ejercido. Si tomamos en cuenta que “los relatos, cotidianos o literarios, son nuestros
transportes colectivos, nuestras metaphorai”, podría decirse que a través de las obras
literarias podemos experimentar las ciudades de una manera particular: la del autor. Relatar
un lugar es trazar un mapa del mismo que llevará al interlocutor a trasladarse: “Todo relato
es un viaje, una práctica de espacio”, y como toda práctica, cambia a través del tiempo y es
por ello de interés histórico. (De Certeau, 2000:127-28)
Ya se dejó claro que la literatura y la historia son dos formas de narrar el mundo, sin embargo

La utilización de la fuente literaria, como de cualquier otra fuente histórica, plantea problemas y requiere
un método específico de trabajo. En primer lugar hay que tener en cuenta la capacidad del autor para
convertirse en testigo de su entorno y de su época; para captar la sociedad en la que vive y que,
generalmente, describe en su obra; y para transmitir a sus lectores una imagen auténtica de dicha realidad.
La validez de semejante testimonio es algo que hay que someter a riguroso examen habida cuenta de la
posibilidad de manipulación inconsciente de la imagen propuesta debida al subjetivismo de todo ser
humano a la hora de definir una situación dada, o por deformación expresa de determinadas cuestiones
con objeto de favorecer una tesis o en virtud de una finalidad concreta […] No obstante, y en la medida
en que sea posible llevarlo a cabo, la fuente literaria, como cualquier otra, habrá de ser contrastada con
fuentes complementarias documentales —censos, padrones, protocolos notariales— o de prensa, etc. con
el fin de verificar su precisión» (Langa, Alicia en Fuster García, 59)

Rodríguez Patiño sigue a Langa Laorga, busca cotejar con otras fuentes cuando la
información no sea suficiente, la autora reconoce que hay libros con fines propagandísticos.

16
que si bien son producto del momento histórico, pide cotejarlos con fuentes "adecuadas".
(Rodríguez Patiño 6)
La autora dice: “Porque todo autor, y aquí estamos hablando fundamentalmente de autores,
no de documentos casuales o gubernamentales de carácter impersonal, escribe para
trascender, nunca con carácter efímero. Escribe con visión futuro sobre su presente. Por eso
es, y será siempre, fuente para conocer los hechos pasados. Fuente para la historia.”
El planteamiento anterior está errado, pues, si bien los soci
ólogos creían que el realismo literario imitaba los
fenómenos externos en el texto literario, no es lo que en la actualidad se pretende. Estudios
recientes proponen que el valor del texto literario es precisamente que no está intentando ser
fuente histórica. (Matas Pons, 2004: 125)
Hay múltiples casos donde se realizan estudios desde la perspectiva moderna, podemos citar
la obra del español Francisco Fuster García cuya
propuesta para el uso de las novelas de Baroja se identifica más con aquellos historiadores que han
afirmado que aquello que da a la literatura un valor inestimable para el historiador no es su nivel de
objetividad o su grado de realismo; contrariamente, es precisamente su deliberada subjetividad y su
capacidad para reflejar aspectos de la realidad omitidos por esas otras fuentes más objetivas lo que dota a
una novela determinada de una riqueza particular como testimonio histórico, como manantial de
información o fuente de inspiración para el historiador (Fuster García, 2011;61)

Y la respuesta de Fuste García para esta problemática es más amplia, pues él sabe que
«Quien en una novela busque sobre todo la verosimilitud ha elegido un camino equivocado y por ello, al
leerla con la finalidad de incrementar nuestro conocimiento histórico, no tiene sentido buscar hechos. [...]
Aunque ciertos novelistas han realizado excelentes descripciones de las condiciones físicas de
determinado ambiente social (las viviendas, las calles, las ropas), como regla general el interés histórico
de una novela estriba sobre todo en las pistas que proporciona acerca de la manera en que se
experimentaban íntimamente en una época los distintos aspectos de la vida: cómo se concebía la relación
entre marido y mujer, cómo se sentía la muerte de un hijo, qué ilusiones y desengaños sentía un joven al
comienzo de su vida independiente.» (Avilés, Juan en Fuster García, 62; 2011)

En su estudio sobre Baroja como historiador, Fuster García toma otro método de análisis
pues no está comprobando el autor los dichos del literato sino está tomando la propia
subjetividad de Baroja y su visión de la historia. Para el autor español, un mejor enfoque es
el análisis microhistórico del novelista o incluso la historia desde abajo. (Fuster García,
2011b; 96-98)
Sería tal vez anticuada la contextualización histórica de la literatura, pues la inserción de las
obras en contextos que hacía la Historia de la Literatura cae en decadencia en el siglo XX,
pues cede terreno a cada área en particular que estudia un fenómeno entre literatura-sociedad.
(Matas Pons, 2004; 121)
17
La novela no sólo proporciona indicios históricos sino que puede estudiarse como una
interpretación del fenómeno histórico propiamente (Videla, 2003; 134). Un historiador, por
lo tanto, es muy capaz de analizar la literatura de ficción a su manera y con sus herramientas:
desde la perspectiva historiográfica. Se proponen en el texto de Sergio Fernández Riquelme
dos perspectivas de análisis:

[El] análisis historiográfico del papel de la literatura y de los escritores en el proceso de reconstrucción de
la epoca en que viven y como fuente documental de la realidad cultural y política es decir como medio de
conocimiento histórico del conflicto. (Fernández Riquelme 791: 2008)

Profundizando, el literato Efraín Subero nos propone “un método crítico fundamentado en las implicaciones sociológicas de la literatura,

que trate de descubrir, señalar y recrear la proyección del texto literario, poniéndolo al alcance de un público lector que por sí solo no estaría

en condiciones de comprender cabalmente lo que la obra quiere transmitir.” (Subero,1974: 489)

Para concretar, hay otro buen punto de Langa Laorga en cuanto a los aspectos metodológicos. En su propuesta es necesario analizar, en un

primer término, los elementos biogr


áficos del autor (familia, biografía, círculo intelectual); analizar la
evolución de su pensamiento a través de su obra; también es necesario conocer el tiempo del
autor y su nivel socio-económico para realizar una contextualización global que nos permita
estudiar al autor dentro de la tendencia intelectual de la época.
Un segundo paso consiste en analizar el medio geográfico pues este influye en el desarrollo
de una sociedad, pero aquí hay que aportar algo que Langa Laorga decidió obviar: el análisis
debe ubicarse dentro de una geografía histórica, pues la relación entre espacio y experiencia
también es de vital importancia como veremos en el siguiente epígrafe.
Como ya se refirió sobre la controversia entre Fuster García y Alicia Langa, la autora propone
que los elementos de vida cotidiana sean cotejados con otras fuentes más que extraídos de la
obra literaria (p.16). Sin embargo es interesante la idea de extraer los conceptos que dan
forma a la sociedad retratada (Langa Laorga, 2002; 27-29), si lo entendemos como una
especie de Historia Conceptual a la manera de Koselleck. (Palti, s.f. ;71)
Viviana Bartucci cita a Rípodaz Ardanaz para un estudio de caso argentino, y con ello
podemos afirmar que hay muchas formas de realizar un análisis historiográfico alrededor de
una obra literaria de ficción.
“Los pasos -dice Bartucci- propuestos por Rípodas Ardanaz son: 1) armado del universo
literario; 2) detección de elementos ficticios exógenos y endógenos; 3) operación de restar

18
los elementos ficticios del universo literario; 4) armado del universo histórico; 5)
comparación del universo literario con el histórico.” (Bartucci, 2015; 138)

1.4 El literato como sujeto histórico

No hay mejor manera de iniciar este epígrafe que con una sentencia clara: La individualidad del hombre
siempre se ve influida
por su entorno histórico: el literato es influido por su época. “El escritor -dice Rodríguez
Patiño- es un testigo privilegiado y agudo de su época, por cuanto sabe percibir los problemas
y circunstancias de atañen a sus contemporáneos y posee la sensibilidad adecuada para
transmitirlos, sobre todo a generaciones posteriores.”
A través de una obra literaria es posible “analizar, sobre todo, la vida cotidiana, mentalidades,
comportamientos y formas de vida de un espacio y tiempo determinado. Es decir, las Historia
Social, fundamentalmente.” Y aquí la autora continúa con un aporte interesante, un
historiador se sirve de la literatura “como una fuente más, primaria o secundaria, según el
objeto principal, pero que ha de ser cotejada en todo momento por otro tipo de información
(prensa, documento de archivo, estadísticas, etc.) para valorarla y desentrañar su fiabilidad.”
(Rodríguez Patiño, s.f.; 6)
La perspectiva de Rodríguez Patiño no deja de ser contradictoria, para empezar la autora
limita el campo a la historia social, cuando, como se verá más adelante no es la única forma
de trabajar literatura como fuente histórica, en segundo lugar, la autora está pidiendo que sea
cotejada una obra literaria a pesar de que ésta sea tomada como primaria: de ser así ¿es
correcto llamarla “fuente primaria”?.
Al respecto, Correa Gutiérrez responde: “La ficción que
define este tipo de fuente no es sinónimo de fábula o
engaño, sino de expresión metafórica que capta, no individuos, sino tipos sociales
densamente considerados”, es decir, en la literatura podemos encontrar tipos y figuras y construcciones sociales a pesar de no
contar con individuos reales. (Correa Gutiérrez, 2008; 78)

El literato crea su propio discurso acerca de un fen


ómeno social y por lo tanto su obra es una fuente para
entender su pensamiento y el de su grupo acerca de un tema. Sin embargo ni en la novela histórica
ni en la testimonial es viable pedirle objetividad al autor ya que el literato hace un análisis
desde su propia subjetividad. (Correa Gutiérrez, 2008; 81)
Un análisis como el de Darío Correa es pertinente cuando se toma un conjunto de producciones literarias de una
época
determinada. Mediante un conjunto de obras podemos conocer los roles sociales. Si embargo

19
un estudio de las obras completas de un autor como el que se pretende aquí con el caso de
José Rubén Romero, carece de esta perspectiva de recuperación de una memoria colectiva,
empero, no por ello deja de ser un estudio interesante.
En este último epígrafe se tiene que recurrir al trabajos sobre historia y memoria de Peter Burke (2006), y a recordar el valor que tiene la

literatura como testimonio escrito. Para Burke preservar viva la memoria documentada es la misi
ón del historiador
tradicional. Tradicionalmente se creía que la memoria refleja lo que realmente ocurrió y que
la historia refleja la memoria, sin embargo el autor reconoce que actualmente “recordar el
pasado y escribir sobre él ya no se consideran actividades inocentes”.(Burke, 2006; 65-66)
El peso de la tradición ha menguado. En la actualidad tanto memoria como historiografía
(“escritura de la historia”, le llama Peter Burke) son consideradas “producto de grupos
sociales” (Burke, 2006; 67). Es Maurice Halbwachs el primero en estudiar el papel que
ocupan los grupos sociales en la construcción de la memoria colectiva sobre la cual trabajan
los recuerdos individuales: un grupo social determina lo que debe ser memorable. Esta línea
de análisis puede llevar por nombre “Historia Social de la Memoria”, y a él se suscribe Burke.
Esta variante de Historia Social trata de responder a tres cuestionamientos mencionados por
el autor: “¿cuáles son las formas de transmisión de los recuerdos públicos y cómo han
cambiado con el tiempo? ¿cuáles son los usos de esos recuerdos, del pasado, y cómo han
cambiado? Y, a la inversa, ¿cuáles son los usos del olvido?”. (Burke, 2006; 69)
¿Por qué una obra literaria de carácter testimonial -como es el caso de la novela de la
Revolución Mexicana- puede ser analizada desde esta perspectiva? Hay testimonios y
tradiciones orales en testimonios escritos. La memoria debe analizarse por su fiabilidad pero
también en tanto que selecciona lo que calla: es una "historia social del recuerdo", es decir,
una historia de cómo funciona la memoria tanto colectiva como individual.
No todos los relatos son fiables, además en el estudio del pasado utilizamos los esquemas de
nuestra propia cultura presente, y Peter Burke así lo entiende: trasladar un esquema es
representar un suceso o persona en términos de otra. Entonces, ¿en términos de qué se
organizan los relatos del michoacano José Rubén Romero?
Escribir lo que dicta la memoria es producir una literalización de la misma, por ende no se
trata de la memoria hablando, y esto para la presente investigación es de suma importancia,
sin embargo la tradición oral también se adereza y estiliza; es por estas cuestiones que no

20
deja de ser válido un testimonio literario desde un análisis como el que propone Burke.
(Burke, 2006; 68-70)
Los héroes son mitificados por la sociedad y no por personalidad propia, se mitifica una
figura cuando se le hace coincidir con un estereotipo. Burke dice: "ciertas historias
tradicionales que están en el aire, por así decirlo, se atribuyen al héroe". Entonces, ¿qué
elementos de ficción le atribuye, por ejemplo, José Rubén Romero a a un personaje real como
lo fue José Inés Chávez García?. Si, para P. Burke, Jesse James es el nuevo Robin Hood,
Carlos V el nuevo Carlomagno, ¿será el bandolero michoano un nuevo Atila para el escritor
cotijense? (Burke, 2006; 76)
No es posible negar que hay también discordancias sociales en la memoria, por ende una
generalización al estilo Historia de las Mentalidades no sería correcta: Burke propone
“comunidades de memoria” como un término más exacto que el de Memoria Colectiva.
Ejemplo de la discordancia es la censura: hay tres censores de recuerdos: Gobierno, individuo
y colectividad. (Burke, 2006; 80-82)
La escritura no contrarresta al mito pero sí permite contrastarlo con los "registros del pasado”,
por ende sería posible que una obra literaria fuera analizada como un vehículo a través del
cuál puede viajar creencias, que si bien pueden ser falsas, cuentan con fuertes cimientos en
la sociedad que las produjo. (Burke, 2006; 84)
Burke cree que “Una de las funciones más importantes del historiador es la de recordador”.
Es decir, el historiador tiene el deber permanente de impedir que sean borrados los recuerdos
y vestigios del pasado. Pero, ¿qué no fue justamente lo que hizo un literato como José Rubén
Romero? Él recordó a su manera su propio pasado. (Burke, 2006; 84-85)

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Capítulo 2: El Michoacán de José Rubén Romero

——¿Que hace usted en la torre, Pito Pérez?


——Vine a pescar recuerdos con el cebo del paisaje.
——Pues yo vengo a forjar imágenes. en la fragua del crepúsculo.
José Rubén Romero

2.1 La Revolución en el Michoacán de Romero


Para convertir una obra literaria en fuente de análisis para los historiadores, es
necesario conocer el mundo en el que vive el literato, el mundo con el cual interactúa como

24
sujeto histórico por sí mismo. Se debe comprender el imaginario social del que partieron las
obras literarias. Si se asumiese que los literatos sólo escriben basándose en la alteración de
sus propias experiencias y conocimientos, no tendría caso abarcar un territorio que exceda el
campo del escritor.

José Rubén Romero escribe solamente sobre la región de Michoacán que él recorrió
y que años después narra sus experiencias. Es por ello que se recurre en investigación a un
historiador que abarca la región romeriana como lo es Luis González y González y a
historiadores michoacanos más contemporáneos como Mijangos y Ochoa Serrano, quienes
abarcan en sus estudios las poblaciones que le fueron más cercanas al novelista cotijense.

A pesar de los esfuerzos realizados entre 1968 y 1969 por cambiar el sentido de la
historiografía regional, con obras como Pueblo en vilo de don Luis González y Zapata y la
Revolución Mexicana, de John Womack Jr, no es sino hasta 1980 que se modifica esa

“imagen idílica de la Revolución impuesta por autores como don Jesús Romero Flores, quien
a través de su prolífica obra consideraba la Revolución en Michoacán una gesta popular
históricamente necesaria para romper los vínculos con el viejo régimen porfirista, revolución
encabezada por caudillos revolucionarios […] promotores de las reformas sociales y
culturales plasmadas en el nuevo orden constitucional de 1917”. (Mijangos Díaz, 1997)

En este punto una revisión de los novelistas de la época resulta por demás interesante:
¿Realmente se rompe con el régimen? ¿o la ruptura sólo se encuentra en el discurso oficialista
posrevolucionario? Se debe hacer hincapié en el papel que ocupa la propia obra de José
Rubén Romero en la construcción de la historia de la revolución en Michoacán y por lo tanto
como fuente de inspiración para un contemporáneo como Luis González, pues tuvieron ese
mismo rol mitificador otros de los escritores a quienes se ha llamado novelistas de la
Revolución. “En primer lugar, [dice María del Mar Paúl Arranz] mantuvieron viva la historia
del país y ayudaron a fomentar el intenso nacionalismo de la ideologia revolucionaria, como
lo habían hecho antes los muralistas y lo harían después los cineastas.” (Paúl Arranz, 1999:
55)

Al indagar qué fue lo que sucedió, por ejemplo, en el Occidente del país es imperativo
recurrir a estudios históricos no centralizados. Y no se trata de esos textos que llevan por

25
nombre “Revolución Mexicana en Jalisco”, “Michoacán”,“Nayarit”, “Colima” o la entidad
federativa en turno, sino de esfuerzos por analizar una “Revolución en las regiones” 1. Para
comprender el entorno histórico que vivió el escritor cotijense José Rubén Romero, fue
necesario revisar textos tan específicos como el Pueblo en vilo de Luis González y González,
autor que fue de gran ayuda para comprender los microcosmos michoacanos.

La magna obra de don Luis resulta muy pertinente para una investigación como ésta
por más de una razón. La habilidad del historiador josefino para retratar el microcosmos de
su municipio es similar a la del cotijense para plasmar los pueblos que recorrió a lo largo de
su vida en Michoacán. El lenguaje sencillo y dicharachero es otro punto común en ambos
autores; leer a González es leer un retrato de personajes que le son tan familiares al historiador
josefino como a José Rubén Romero le resultan los suyos. Cabe mencionar, un guiño que
hace el josefino para un trabajo sobre el uso de los textos literarios como posible fuente para
el historiador: Luis González y González (1995) cita frecuentemente a la novela como
herramienta historiográfica. Pueblo en vilo recurre a obras como La Feria de Arreola y por
supuesto a la literatura de José Rubén Romero.

Los dos michoacanos se conocieron, y sobre esto habló don Luis en su comentario
durante la primera mesa de José Rubén Romero… Cien años, ciclo de mesas redondas
compilado en 1991 por Álvaro Ochoa Serrano en un libro (Ochoa Serrano, 1991). Esto quiere
decir, obviamente, que Luis González y José Rubén Romero comparten un espacio
geográfico cercano. Y es que: si San José de Gracia se encuentra ubicado a tan sólo sesenta
kilómetros de distancia de Cotija, y ambos pueblos pertenecieron a la jefatura política de
Jiquilpan, resulta muy válido utilizar el capítulo referente a la Revolución Mexicana en
Pueblo en Vilo para conocer el escenario que vivió José Rubén Romero.

Antes de 1910, San José de Gracia era un Pueblo en vilo, aislado, como muchos de
los pueblos y rancherías mexicanas donde nunca hubo antes una elección democrática, y a
tal grado llegaba que parecían vivir en una independencia absoluta con el resto del país

1 La Revolución en las regiones, Tomo II, IES/Universidad de Guadalajara, 1986. Este título resulta, por
obvias razones, muy tentador, sin embargo, a pesar de que los apartados en los que se divide el libro
llevan nombres de regiones (Golfo, Occidente), la mayoría de los artículos refiere específicamente a una
entidad federativa y no a una región propiamente dicha. Y esto no es del todo extraño pues -como dice
Mijangos- a partir de la década de 1980, apenas se perfecciona la historiografía regional.
26
gobernado por Díaz. El porfiriato tuvo una praxis política sui géneris: la pax porfiriana no
fue sino un “consenso” en una “red de fidelidades” que soporta al gobierno de Porfirio Díaz
a pesar de la “ficcionalización democrática” que vivían los ciudadanos. (Cárdenas, 2010: 47-
82)

Prueba de lo anterior es el establecimiento de las sub-prefecturas en Michoacán en el


año de 1906 durante el mandato de Mercado. Oda al compadrazgo, el engrosamiento del
aparato burocrático y el cacicazgo, las sub-prefecturas generaron un enorme disgusto entre
“las capas medias populares y entre algunos sectores del propio gobierno que buscaban
mejores puestos.”

Para 1909, sobre los grupos de poder michoacanos imperaba la misma sensación que
en los grupos de la capital del país refiriéndose a Porfirio Diaz, un gobernante viejo que no
duraría mucho tenía que preparar “el teatro de la reelección”. Un Díaz en plena decadencia
era representado en Michoacán por un Aristeo Mercado “diabético, casi ciego, achacoso”.
(Ochoa Serrano, 1986: 467-4678)

El estallido revolucionario se experimentó de tan diversas formas como tantos estados


tiene la República: Don Aristeo Mercado era aún gobernador en Michoacán; en el pequeño
pueblo de Luis González, el centenario de la Independencia de México se vivió con sencillez.
El avistamiento del cometa Halley fue alarmante para los supersticiosos, quienes lo asociaron
con la muerte masiva de ganado en ese año. Llegó el maderismo a tierras michoacanas: ese
movimiento resultaba tan lejano que fue acogido con discreción, desconocimiento y
esperanza. Y en algo esperanzador se quedó pues no pasaron los maderistas por San José
según relata el historiador josefino. (González, 1995: 150)

Recorriendo otros espacios en Michoacán: en “febrero de 1910, la Junta


Revolucionaria de Muzquiz había comisionado a Félix Vera para que levantara gente en la
sierra de Uruapan. Vera contó con Félix Ramírez -antiguo secretario del juzgado 2° de
Zamora- y Eutimio Díaz” auspiciados por empresarios como el maderero José María Álvarez
y Ramírez de Corupo, Rafael Olivares y Marcos V. Méndez; mientras que del otro lado estaba
el empresario estadounidense Santiago Slade, cuya expansión capitalista motiva en gran
medida el levantamiento de la región occidental del Estado en favor de Francisco I. Madero.
Es importante destacar que en la geografía romeriana, Salvador Escalante, era “el sub-
27
prefecto de Santa Clara […] comprometido a iniciar la Revolución en Michoacán”, tal como
lo recuerda Álvaro Ochoa Serrano (1986: 471).

La ciudad de Zamora llevó a cabo, con normalidad, la “ficcionalización democrática”


porfirista en junio y uno de los contendientes es arrestado el 26 del mismo mes: Francisco
Múgica Pérez (padre de Francisco J. Múgica) , quien se ve obligado a exiliarse a la Ciudad
de México junto con su familia en septiembre. En la también capital eclesiástica de San José
de Gracia, le rinden pleitesía a Escalante los Contreras: Ireneo y Melesio, quienes después
toman Jiquilpan y Los Reyes2. Vale mucho la pena rescatar un telegrama, pues era una
fórmula repetida por los líderes de cada poblado: “Hónrome altamente poniendo a su disposición
esta plaza de Zamora y la de Jiquilpan, Cabeceras de Distrito con todas sus municipalidades. Todas han
sido tomadas en el mayor orden, sin derramamiento de sangre y con satisfacción para todos sus
habitantes.” (González, 1995: 150)3

Salvador Escalante era un hombre interesante: “estudiante del seminario, agricultor,


regidor del ayuntamiento capitalino en 1899, rico moreliano venido a menos, emprende al
comienzo formal del movimiento armado” en Santa Clara del Cobre el día cinco de mayo de
1911. Las proclamas del caudillo eran sencillas: fuera Díaz, fuera Aristeo Mercado, viva
Madero y el voto democrático.

Cumpliendo con la demanda de Escalante, el doctor Miguel Silva asumió la


gubernatura de Michoacán y Madero llegó a la silla presidencial en octubre de ese año.
Parecía que la democracia había triunfado, sin embargo, lo único que había concluido era la
revolución maderista, pues surgieron una serie de demandas de los campesinos mexicanos,
encabezadas por Emiliano Zapata, y que encontraron eco en Atacheo, Michoacán con el
agrarista Miguel Regalado.

Cuando Regalado fundó la Sociedad Unificadora de los Pueblos de la Raza Indígena,


sólo mereció de Madero una escueta felicitación y “sus mejores deseos porque dicha
Asociación obtenga un éxito completo en las gestiones que proponen llevar a cabo” (Ochoa,
1986: 478-79). Sin embargo, no hubo un reparto agrario, por lo que un ambiente de desilusión

2 Sobre los Contreras cfr. los Apuntes de Lázaro Cárdenas compilados por la UNAM en el año 2003 (p. 26)

3 Tomado por González y González de un texto de Ruiz Zetina

28
surgió de los campos, sumádose al de las ciudades michoacanas. Esta situación es clave para
entender el proceso de adaptación ideológica y representativa del movimiento armado per se.

Los cambios en el campo de la administración pública maderista en Michoacán se


vieron también mermados: ante un Congreso aún fiel al ex gobernador Aristeo Mercado, sólo
fue posible “impedir legalmente la reelección del ejecutivo en un período inmediato, suprimir
subprefecturas [medida loable si recordamos las corruptelas a las cuáles era susceptible el
cargo], fortalecer los ayuntamientos y reestablecer las tesorerías municipales.” (Ochoa, 1986:
478-79)

El movimiento de Madero no eliminó de tajo a los partidarios del régimen caído y lo


mismo sucedió en Michoacán, cuando el gobernador interino Miguel Silva deja el cargo “para
lanzar su candidatura constitucional apoyado por liberales puros y moderados, de
conservadores y hasta de algunos mercadistas.” El mismo Álvaro Ochoa Serrano (p. 479)
hace hincapié en el “interinato vacante lo cubre Primitivo Ortiz, hermano de Jesús el
arzobispo jalisciense, paladín de antiguos mercadistas y del partido católico”, como un
ejemplo de que el poder político no sufrió grandes cambios en realidad.

Por su parte Francisco J. Múgica regresó en junio de 1911. después un año de exilio,
esta vez como enviado de Madero para resolver las diferencias entre los grupos que se
disputaban el poder: Marcos V. Méndez desconoció la autoridad de Salvador Escalante como
jefe de los maderistas del Estado, para colocarse como aspirante a la gubernatura (Ochoa,
1986: 479). Acorde a la cronología que realiza Álvaro Ochoa Serrano, las instrucciones
llegaron desde la capital del país, pero el Ejecutivo federal fue incapaz de hacerlas efectivas.

No se puede dejar de lado una tesis ya expuesta en este apartado: no fue la misma
Revolución en todo el país. Y es que el occidente michoacano tuvo una reacción muy
particular ante las diferentes etapas del movimiento armado. En un San José [tan lleno de]
Gracia [divina], los sacerdotes josefinos secundan el apoyo a Madero, aunque en los años
siguientes cambiaron de opinión con frecuencia (González, 1995: 151). Y si bien, José Rubén
Romero es un hombre anticlerical4, este fue el mundo que lo rodeó.

4 Véase La tesis publicada por Williamsen de la Universidad de Arkansas en 1964

29
2.2 La sociedad michoacana ante la Revolución (1912)
La opinión sobre el gobierno maderista en Michoacán para 1912 era diferente a la de
1910, los intentos de conciliar los intereses de los adeptos al antiguo régimen con Madero
fueron causantes de molestia en hombres como Múgica quien escribía en El Despertador del
Pueblo, un periódico de Zamora, sobre el retroceso que significaría un “resurgimiento del
partido católico” pues iría en contra de la Constitución liberal de 1857, cuyos principios se
veían amenazados de muerte. El texto de Álvaro Ochoa Serrano, La revolución maderista en
Michoacán (1986: 480-82), ofrece puntos claves para este apartado.

Múgica participó en la organización de marchas callejeras a favor del candidato del


partido liberal y en contra del partido católico y la prefectura, dando así inicio a una
revolución no armada en algunos poblados de Michoacán. Sin embargo, el testimonio del
prefecto de Zamora es interesante pues demuestra la renuencia a participar en las
manifestaciones de las que el funcionario dice: “el buen sentir de sus principales miembros
rechazan con dignidad todo acto depredatorio de la gleba zapatista”.

Surgió tanta tensión que se suspendieron en Zamora las festividades patrias de 1912.
Zamora se convirtió en un pueblo que “vive con el Jesús en la boca”, mientras que en el resto
del Estado un gobernador Silva pedía ayuda a los hacendados para combatir a los rebeldes
por medio de donativos como caballos o sillas.

El redil maderista de Michoacán estaba deshecho: Escalante, enviado por Silva a


combatir a Rentería Luviano5 quedó muerto, Marcos V. Méndez fue muerto en batalla por
haberse levantado en contra del bando del gobernador y Múgica se iba a Coahuila a unirse a
las huestes de Venustiano Carranza. Al final, “la revolución maderista en Michoacán,
respondió a las exigencias políticas de citadinos y hacendados, fiel al programa del sufragio
efectivo, pero dejó pendientes las demandas campesinas”, error que le costó a Madero el
poder y la vida.

La llegada de Victoriano Huerta al poder en 1913 resultada de la Decena trágica,


simboliza para el historiador Álvaro Ochoa (1986) la imposición de los “grandes capitales”,

5 Lázaro Cárdenas en sus Apuntes (p. 29), aporta datos que no son mencionados en el texto de Ochoa
Serrano, como lo es el motivo del fallecimiento de Escalante
30
por lo que la dictadura huertista “se encargará de juntar las exigencias y demandas populares
en su contra y radicalizarlas”. Es factible, por ende, considerar este momento como el
verdadero inicio de la Revolución, más allá del llamado a las armas que propuso Madero en
el Plan de San Luis para el 20 de noviembre de 1910.

Acerca de los movimientos conservadores de resistencia ante el proceso


revolucionario que surge a la caída del maderismo -no de Madero-, es poco lo que se ha
estudiado, por ello es de suma importancia retomar el texto de Gerardo Sánchez Díaz, titulado
La contrarrevolución en el Estado de Michoacán (1912-1923) en el segundo tomo de la
compilación La Revolución en las regiones.

Para Sánchez Díaz, la “contrarrevolución” viene desde tres sectores: “la burguesía
latifundista-empresarial, el clero y los militares corruptos”. Los tres frentes eran paladines
del porfirismo: “terratenientes, empresarios agrícolas, mineros y madereros” a quienes
Sánchez Díaz coloca como “burguesía proimperialista”; el “clero conservador, aliado de los
terratenientes”; y por último, “los restos del ejército porfirista”. (Sánchez, 1986: 491-92)

Esta aseveración debe sólo resumirse, efectivamente, al período de 1912-1923 que


abarca el autor y cuyo último año coincide casualmente con la aparición de las primeras obras
de José Rubén Romero, no así con la novela de la Revolución en general que ya contaba entre
sus obras Los de abajo de Azuela, desde 1915. Y es que en el segundo lustro de los años 20
podría darse un gesto contrarevolucionario en la literatura romeriana, obra que a su vez no
es más que la narración del sentir de los pequeños comerciantes y gente del campo que fueron
afectados por un vendaval que les había prometido mejorar su situación económica, la cual
en realidad empeoró.

Gerardo Sánchez Díaz trata esta reacción al maderismo como La Contrarrevolución,


concepto un tanto errado pues el reclamo que realizan las novelas de la Revolución es
justamente la falta de una Revolución como tal ya que, para empezar, no existió un proyecto
de nación único, e incluso triunfó la facción que era más similar al porfirismo. Así, La
Revolución Mexicana, consistió en una serie de revoluciones que impidieron, por su
constante convulsión, un cambio radical.

El autor se ocupa más bien de una actitud de contrarrevolución dentro de la cúpula


del capitalismo michoacano, en donde existía un “fantasma del socialismo”, movimiento que,
31
teniendo algunos partidarios en México, suscitaba, por parte del clero, la agitación de la
feligresía y la formación de milicias privadas por parte de hacendados como el maderero
estadounidense Santiago Slade en Uruapan.

Asimismo Gerardo Sánchez (1986: 493) puntualiza que este “temor” anti-socialista
no se puede tachar de infundado: en julio de 1911 el reparto de las tierras del militar porfirista
Pioquinto Huato a un grupo de indígenas fue realizado por los fuerzas revolucionarias sin
apego a ninguna ley, “tal como sucedía ya en algunos pueblos del estado de Guerrero”. Los
movimientos indígenas son muchas veces olvidados como facción participante en la
Revolución.

En 1912, representantes de veinte comunidades michoacanas se reunieron con gente


de Puebla, Veracruz, estado de México y Guerrero para conformar la “Sociedad Unificadora
de la Raza Indígena de la República, cuyo objetivo fundamental era luchar por la
recuperación de las tierras que durante el porfiriato los hacendados habían despojado a las
comunidades”. Los conservadores -como les llama Sánchez Díaz- lanzaron un programa
como respuesta: difundir el riesgo que representaba la causa agrarista; preparación de cuadros
para defenderse ideológica y jurídicamente; y agrupaciones políticas (Sánchez Díaz, 1986:
493-94)

En el clero se escucharon también voces fuertes: “el canónigo lectoral [sic] de la


catedral de Morelia”, Banegas Galván, hizo un llamado en contra del “socialismo”, además
apoya al lic. Francisco Elguero como dirigente estatal del Partido Nacional Católico (PNC),
con el apoyo de hacendados y empresarios extranjeros. Mientras tanto, en Zamora, Rafael
Amezcua, “jefe de armas en la región”, comunicó al gobierno su preocupación por el
creciente apoyo al PNC en Michoacán: los clérigos tenían instrucciones de “aconsejar a quien
los consulte a que se afilie a ese partido” (Sánchez Díaz, 495-96), éstas fueron estrategias
que minaron el apoyo a Madero en el estado.

El San José de Gracia descrito por Luis González y González es un gran ejemplo de
cómo decayeron los ánimos por la lucha maderista en los pueblos michoacanos y aun en José
Rubén Romero:

A partir de 1913 lo normal fue el empobrecimiento. Algunos se quedaron sin pizca en un


abrir y cerrar de ojos; otros perdieron su fortuna lentamente, a medida que arreciaba la

32
tormenta de la revolución. Al naciente nacionalismo se lo llevó Judas. […] La revolución
dejó de hacerle gracia al pueblo y las rancherías (p 159)
En el año de 1913 Slade formó una guerrilla para apoyar al régimen huertista,
llegando al grado de quemar pueblos y fusilar gente bajo sospecha de rebeldía. Caso distinto
fue el de los empresarios españoles en Zacapu quienes supieron aliarse con Villa, después
Carranza y llegaron a perdurar hasta la llegada de los sonorenses a la presidencia de la
República gracias a sus buenas relaciones, escribe Gerardo Sánchez. (1986: 492)

En 1914 “clero alentó las asociaciones de padres de familia y profesores que prestaban
servicios en las escuelas particulares para que se opusieran a la reglamentación” impuesta
por Gertrudis Sánchez, quien, respondiendo a “la labor sediciosa del clero”, proclama el 12
de noviembre que eran contrarios a la revolución todos aquellos que obstruyeran “las ideas
revolucionarias”, y su castigo sería la confiscación de bienes que pasarían a ser administrados
por el gobierno y posteriormente vendidos con el fin de recaudar fondos para el desarrollo
social y económico de Michoacán.

El panorama político cambió en 1915 cuando Huerta perdió el poder político: se


formó la Casa del Obrero Mundial de Morelia en un inmueble confiscado a Banegas Galván
y ante la formación de estos sindicatos, nacen instituciones católicas cuyo fin era crear sus
propios sindicatos. Así, nació la Liga de Estudiantes Católicos de Michoacán, auspiciada por
el seminario; se reforzó al Partido Nacional Católico y se dio la creación del Centro Regional
de la Juventud Católica con la cual se atraen algunos literatos del Liceo
Michoacano.(Sánchez Díaz, 1986: 496-97)

La reestructuración del Partido Católico se dio en 1916, año en que el militar Antonio
de P. Magaña fue representante del partido en las elecciones para gobernador de Michoacán,
en las cuales compitió con el candidato del Partido Socialista, Francisco J. Múgica, y con el
candidato del Partido Liberal de Michoacán, Pascual Ortiz Rubio. En una carrera electoral
que se consagró como la disputa política entre el poder civil y el militar, Ortiz Rubio resultó
vencedor en los comicios.

Durante el gobierno del ing. Pascual Ortiz Rubio, Michoacán siguió con políticas que
renovaron las fuerzas “reaccionarias” y se realizó una persecución en contra de muchos
agraristas y líderes sindicales quienes fueron asesinados. Tal fue el caso de Miguel de la

33
Trinidad Regalado, dirigente de la Sociedad Unificadora de la Raza Indígena michoacana,
quien el 13 de diciembre de 1917, “cuando con un delegado de Zapata se disponía a restituir
las tierras a la comunidad de Atacheo”, fue asesinado en un esfuerzo conjunto de hacendados
zamoranos y el ejército liderado por el coronel Espinoza. (Sánchez Díaz, 1986: 497-98)

“A la muerte de Regalado, tomó la dirección de la organización el profesor Félix C.


Ramírez quien torció los principios de lucha de la Sociedad Unificadora para atraerla hacia
el gobierno”. Ramírez fue después un agente impuesto por Ortiz Rubio para la desintegración
del Partido Socialista y la anexión de sindicatos a un gobierno al cuál antes eran adversos.
Con lo expuesto por Gerardo Sánchez Díaz (1986: 498), es claro que el bando reaccionario
salió avante del conflicto.

Francisco J. Múgica -continúa Sánchez Díaz (1986: 498-99)- apareció de nuevo en la


boleta para las elecciones de 1920 como candidato del Partido Socialista, el Reformador
Nacionalista y la Federación de Sindicatos de la Región de Morelia, cuyo programa radical
enfocado a los sindicatos y el campo alarmó a los burgueses, quienes apoyaron al “ingeniero
Porfirio García de León quien, además era protegido de Pascual Ortiz Rubio, gobernador
saliente, pero no así por Cárdenas quien ocupaba el cargo como interino”.

Múgica resulta electo con el apoyo de los campesinos y grupos sindicales, sin
embargo Ortiz Rubio y la élite michoacana no aceptaron el triunfo y quisieron imponer a
García de León. Fue el 21 de septiembre cuando los grupos que apoyaron a Francisco J.
Múgica tomaron Palacio de Gobierno e instalaron al nuevo gobernador, cuyo período estuvo
marcado por la resistencia y el rechazo de diversas asociaciones católicas de Michoacán.

El papel de las agrupaciones católicas y del arzobispado michoacano durante el


gobierno de Francisco J. Múgica explica de buena manera ese anticlericalismo de José Rubén
Romero que Williamsen trata en su tesis publicada en 1964. Para la Iglesia el reparto agrario
era un peligro que el obispo Leopoldo Ruiz y Flores combatió desde el púlpito con una
“Instrucción Pastoral sobre la Repartición de Tierras”, en la cuál se representaba al hacendado

34
como “la cabeza de todas las empresas ligadas al bienestar material y moral de la
región.”( Sánchez Díaz,1986: 502)6

Ruiz y Flores decía que “algunos indígenas o peones han ido a cosechar tierras que
ni siquiera han sembrado, alegando que autoridades civiles los facultaban para ello”, es decir,
el deseo de reivindicación de las tierras era, para el obispo, algo ilegítimo a pesar de que era
el gobierno quien impulsaba las políticas de repartición agraria.

Esta [política] contrasta con las acciones tomadas en Tacámbaro por el obispo
Leopoldo Lara y Torres, quien forma la Confederación Católica del Trabajo con la conjunción
de “secciones sindicales a nivel urbano y rural” para que se lograra mayor cordialidad en las
relaciones obrero-patronales y del campesinado con los hacendados. Así, se vuelve
comprensible el papel que ocupó el clero durante el surgimiento de un movimiento
reaccionario a la Revolución Mexicana en el Estado de Michoacán, y desde luego resultó uno
de los ingredientes de la obra de José Rubén Romero. Por otro lado, el grupo hacendado
también generó respuestas independientes del clero a las acciones del gobierno
revolucionario.

En 1921, en respuesta a la promulgación de la Ley del Trabajo en Michoacán que, por


primera vez en el país, reglamentaba las relaciones laborales entre trabajadores y patrones,
los hacendados y empresarios, entre ellos muchos extranjeros respondieron formando el 30
de septiembre, el Sindicato de Propietarios del Estado de Michoacán que se propuso
“defender en forma colectiva los intereses de los propietarios que sean afectados por las leyes
o autoridades” Los hacendados pidieron al presidente de la República, general Álvaro
Obregón que se formara una comisión para reformar el artículo 123 de la constitución.
(Sánchez Díaz, 1986: 503)

Además de las vías legales, los hacendados recurrieron al camino de las armas, pues
crearon “bandas de contra-agraristas que comenzaron a asesinar en todas partes a quienes en
el campo trataban de organizarse para solicitar tierras o elegir mejores salarios” (ibidem).
Estas bandas fueron conformadas muchas veces por otro de los elementos que marcaron la
obra y sobre todo la vida de José Rubén Romero: los bandoleros.

2.3 Los Bandoleros en Michoacán

6 Sánchez Díaz toma un fragmento de Instrucción pastoral sobre la repartición de tierra impreso en 1920
por el obispo Leopoldo Ruiz y Flores
35
Para iniciar este tercer apartado es coherente definir el concepto de “bandolerismo”,
palabra ya estudiada por el historiador británico Eric Hobsbawm en un texto titulado
Bandidos:
[El] significado (italiano) original de la palabra bandito [dice Hobsbawm] es un hombre
«declarado fuera de la ley» por las razones que sean, aunque no es extraño que los forajidos
se convirtieran fácilmente en ladrones. Al principio los «bandidos» eran meramente
miembros de grupos armados que no pertenecían a ninguna fuerza regular. (El sentido
moderno de la palabra data de finales del siglo xv.) Los «bandoleros», que es el nombre
castellano que suele darse a los bandidos, se derivó del término catalán que servía para
denominar a los partisanos armados que protagonizaban la agitación y los conflictos civiles
que azotaron Cataluña entre los siglos xv y XVII «y que más adelante degeneraron en
bandolerismo». (1969: 25)

Hobsbawm propone un estudio que resulta más cercano a las representaciones


sociales de Chartier7 (propuestas, sin embargo, hasta 1983) y a una historia de la “estructura
social del bandolerismo” que un recuento de los crímenes de los bandidos como el que resulta
pertinente para este apartado8, pues el británico declara que

Sus nombres y los detalles de sus hazañas apenas tienen importancia. De hecho, para el mito
del bandido, la realidad de su existencia puede ser secundaria. A pocas personas, ni siquiera
entre los ratones de archivo, les importa realmente identificar al Robín de los bosques
original, suponiendo que existiera. Sabemos que Joaquín Murieta de California es un invento
literario; pese a ello, forma parte del estudio estructural del bandolerismo como fenómeno
social. (p. 23)

Tomando varios ejemplos de bandidos, el historiador británico recurre a una versión


mitificada de Pancho Villa, a pesar de pedir objetividad a la hora de hacer historia del
bandolerismo. Eric Hobsbawm narra que la iniciación de aquél personaje en el bandolerismo
“defendiendo el honor de su hermana violada constituye la excepción en aquellas sociedades
en que los señores y sus secuaces hacen lo que les da la gana con las mujeres campesinas”,
desechando así las fechorías de los villistas. (Hobsbawm, 1969: 52).
Por otro lado, el autor británico afirma que los bandoleros “Como Pancho Villa, han
de contar al menos con una hacienda amiga al otro lado de la montaña dispuesta a tomar o a
vender el ganado sin hacer preguntas delicadas.” (1969: 104) Sin embargo el hacendado no

7 El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación (1983)


8 No así para el análisis de los bandoleros en la literatura mexicana y específicamente la obra de José
Rubén Romero, punto central de esta tesis
36
siempre era pasivo como lo describe Hobsbawm, pues, como ya se expuso en este capítulo,
los hacendados tenían bandoleros a sueldo.
Tocando este punto de unión entre Villa y la hacienda, el mismo autor analiza al
villismo desde una perspectiva distinta a la que hasta ahora se ha propuesto en este apartado,
sin embargo la postura del historiador británico se sustenta en la primer fase del movimiento
revolucionario pero no en la del desencanto. El maderismo reclutando a Pancho Villa que
“no había mostrado ningún interés por la política”, llevaba una intención clara pues si Madero
“estaba del lado del pueblo, esto mostraba que era altruista y que la causa, por lo tanto, no
resultaba mancillada”. (p. 126)
A la segunda fase de la Revolución Mexicana, que culmina con la caída de Francisco
I. Madero, viene a bien bautizarla como desencanto de la Revolución, ya que es el momento
en que el proyecto revolucionario se fractura. Una de los grandes razones de este desencanto
es la proliferación de esos hombres que llegan con bandera de “villistas” -aún sin conocer a
Villa en persona- por gran parte del territorio nacional. Esta etapa inicia en Michoacán en el
año de 1913.
Pueblo en vilo y la rebelión cristera son las referencia desde donde Hobsbawm
argumenta que “Los bandidos produjeron un caudillo potencial”9 en la figura del hombre de
quien se llamara Doroteo Arango antes de iniciarse como bandolero. Escribe el británico
acerca de Luis González y González:
Su excelente cronista señala que el pueblo «aborrece a las grandes figuras de la Revolución»
salvo dos excepciones: el presidente Cárdenas (1934-1940) por repartir la tierra y poner fin
a la persecución religiosa y Pancho Villa. «Éstos se convierten en ídolos populares.» (Luis
González, Pueblo en vilo, México DF, 1968, p. 251.).

Es claro que Eric Hobsbawm no pretende analizar la totalidad del texto del historiador
michoacano, pues su objeto de estudio es distinto. Don Luis González y González aseveró

9 Es un acierto muy específico, pues si bien los bandoleros que llegaban a Michoacán se decían villistas,
el Pancho Villa como héroe de la cultura popular inicia años después de la revolución. El mismo
Hobsbawm asegura que las últimas apariciones de los bandoleros mexicanos como villanos de
Hollywood datan de 1922 cuando “el gobierno mexicano amenazó con prohibir que tales películas se
exhibieran en el país.” Para un estudio más detallado de la representación de la Revolución en el cine
mexicano: Zuzana Pick “Cine y archivo: algunas reflexiones sobre la construcción visual de la
Revolución” en La Revolución Mexicana en la literatura y el cine (2010) Coordinado por Schmidt-
Welle et. al.

37
en Pueblo en Vilo10 que la lucha de 1910 a 1917 “dejaba tres saldos desfavorables: el
relajamiento en la moral pública, el hambre y el bandolerismo”, esto es, el bandolerismo
careció en un primer momento de esa visión idílica que le otorga Hobsbawm.(González,
1995: 163).
Ya en junio de 1913, en San José de Gracia, los jiquilpenses Antonio y Jesús
Contreras11 presentaban esa tendencia a cambiar de bandera, pues cuando el maderismo “no
satisfizo sus ansias revolucionarias” ellos “siguieron en pie de lucha, ora diciéndose
seguidores de Félix Díaz, ora de Venustiano Carranza.” Los Contreras, sin una clara filiación
a algún revolucionario, llaman “a los ricos de la localidad; les señalaron las monedas de oro
con que cada uno iba a contribuir a la causa. Ante la presencia de los rifles nadie protestó”:
este fue el primer saqueo en la tierra de Luis González y González. (1995: 159)
La llegada de Antonio y Jesús a San José de Gracia deviene en la fase que ya se
mencionó en este texto: desencanto. Los josefinos, temerosos de los pillajes y saqueos,
acordaron la formación de defensas, armadas por los ricos, según relata el mismo Luis
González. Sin embargo, las defensas fueron quebrantadas por el ejército del dictador
Victoriano Huerta en múltiples ocasiones.
El rompimiento con Venustiano Carranza en 1914 le atrajo a Villa las simpatías de
“los pequeños propietarios” de San José de Gracia, hasta que la llegada de bandoleros que se
decían villistas rompe ese “fervor”. Pancho Villa fue considerado en un inicio “como un
antídoto contra el carrancismo” cuando éste último era tachado de “ladrones y anticlericales”;
en su segunda etapa Villa, sus secuaces y sus imitadores contaron en su haber con múltiples
violaciones, saqueos y atropellos.
A ese primer fervor pertenecen las huestes sahuayenses de Gálvez Toscano; Miguel
Guízar Valencia, apodado “Mechitas” de Cotija12; y David Zapién; posteriormente “hace su
visita una fracción del ejército del general Fierro”. Villistas todos ellos, fueron recibidos por

10 Cabe resaltar el éxito de Pueblo en vilo (1968), pues un historiador inglés como Hobsbawm lo cita en su
propio texto publicado tan sólo un año después de la microhistoria de Luis González y González. Y tal vez
esa sea la razón de la poca profundidad en el análisis que hace Eric Hobsbawm de la obra del michoacano.

11 No confundir con Melesio e Irineo, de quienes tanto González (p. 150) como Cárdenas (p. 26) hacen
mención, pues tanto el historiador como el Presidente nombran a Antonio y Jesús en páginas posteriores,
de lo que se infiere eran personas distintas.

12 Miguel Guizar Valencia era paisano de José Rubén Romero


38
el pueblo de San José de Gracia. Sin embargo a “las demás parcialidades revolucionarias
nunca se les vio bien”, relata González. (1995: 161-62)
Es importante destacar la distinción entre revolucionario y bandolero, pues ese
villismo que prometía era el revolucionario, mientras que los antivillistas eran considerados
“saqueadores”. En ese tenor entraron a San José “Ignacio, Vidal y Mariano Cárdenas que
impusieron préstamos, robaron caballos y armas, y a todo lo que les gustó”. Francisco
Murguía, antivillista -combatió a Villa en Sayula- llegó a saquear templos y ahuyentar a los
sacerdotes.
No todos los visitantes posteriores a 1914 fueron ladrones: en “1915 llegó Camilo
López al mando de 300 yaquis [un grupo que] se quedó con su gente a las afueras de la
población” argumentando cosas como: “peleamos contra el clero pero respetamos a los
padrecitos”. Hasta el año de 1916 el momento en que se desencadena el fenómeno, dice Luis
González y González. La victoria carrancista de la que deviene realmente en el llamado
bandolerismo. Los derrotados “villistas y zapatistas no se rinden. Algunos toman el camino
del bandolerismo”, dice don Luis. (1995: 162)
El fenómeno social que trata el historiador de San José de Gracia es muy profundo en
realidad: el mote de “bandido” es una imposición carrancistas a los grupos aislados de
villistas y zapatistas que, con la derrota de sus caudillos, “se convirtieron de la noche a la
mañana en enemigos de la revolución”, sin embargo ya desde antes eran ladrones y no se les
daba ese nombre, o bien, no habían participado en el movimiento hasta ese momento “porque
comenzaron a sufrir los rigores del hambre y de la injusticia cuando la revolución se acababa
oficialmente”. (González, 1995: 163)
“Desde 1920 los periódicos vuelven a San José [aunque no] llegan regularmente. De
todos modos se sabe del desconocimiento de Obregón a Carranza [y de la muerte de éste] en
Tlaxcalantongo, y del nombramiento de don Adolfo de la Huerta como presidente
provisional. Se sabe de la llegada de Obregón a la presidencia, de cómo apacigua a Villa,
Murguía, Blanco y otros generales”. Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública
otorga una “de las bibliotecas de cien libros” a San José de Gracia. Con el ascenso de Álvaro
Obregón, al menos en San José, “Se pueden transitar los caminos con mayor seguridad que
antes”, y es que la violencia disminuyó: “Entre 1920 y 1924 hubo zafarranchos de nota y una
decena de muertos”. (González, 1995: 173-77)

39
Si bien disminuyen las muertes, no disminuye el clima de tensión entre los josefinos,
ni fueron satisfechos los reclamos por los cuales se sumó el campesinado al movimiento
iniciado por Francisco I. Madero: “No todo mundo comía bien, pero era raro el que carecía
de pistola”, tal como lo explica don Luis. (1995: 177)
Los movimientos no cesaron en otras regiones michoacanas: en 1921 Ladislao Molina
en Pátzcuaro inicia la oleada de asesinatos para beneficio de los hacendados. Molina asesina
al líder socialista Felipe Zintzún “y a varios comuneros cuando se disponían al deslinde de
las tierras que les había restituido el gobierno” en Opopeo. Paralelas fueron las acciones de
militares como Francisco Cárdenas en Huiramba.(Sánchez Díaz, 1986: 503)
Gerardo Sánchez establece para el caso michoacano, dos brazos armados: militares y
bandoleros, estuvieron al servicio de los hacendados cazando, por decirlo de alguna forma,
cada posible manifestación de ese socialismo entendido como el deseo de la repartición de
tierras. Estos “agentes de los hacendados” llegaron al grado de balacear “desde la torre de la
parroquia [de Cuitzeo] una manifestación del Sindicato Agrícola [con saldo de] tres muertos
y varios heridos”. (1986: 503-504)
Los asesinatos cometidos por tiradores apostados en alguna torre o punto alto,
simbolizan un poder que ha sido por demás estudiado, por ejemplo, para el caso del 2 de
octubre de 1968 o el asesinato de Kennedy, pues detrás se esconde la idea de un poder
soberano o de Estado que oprime a quienes tiene debajo.
Lo ocurrido el 12 de mayo de 1921 resulta desde la otra perspectiva: El “presidente
de la Comisión Local Agraria” Isaac Arriaga, “cayó asesinado por las balas de las fuerzas
clericales cuando en manifestación [éstos] recorrían las calles de Morelia para protestar por
la colocación de una bandera rojinegra el día 8 en una de las torres de la catedral”. (Sánchez
Díaz, 1986: 504)
Así, la bandera socialista que fue impuesta sobre la torre de catedral como símbolo
de poder, fue derrocada por la reacción que vino desde abajo y no desde arriba; es decir, no
se trató solamente de una lucha entre los de abajo y los de arriba, ya que muchas veces la
disputa se hallaba en la cúpula y la clase popular dividía su apoyo entre las dos facciones.
Es de gran importancia entender la disputa entre el poder militar que atacaba los
intereses agraristas y el poder que ejercía el gobierno de Múgica para quien el agrarismo se

40
ve limitado por los intereses latifundistas del clero y el ejército, según lo escrito por el
historiador Gerardo Sánchez Díaz. (1986: 504)
Existía una diferencia entre el gobierno de Michoacán y el gobierno federal
encabezado por un Álvaro Obregón, a quien, debido su relación con los grandes empresarios
michoacanos, los hacendados recurrieron mediante amenazas de parar sus actividades
económicas si no se detenían las políticas agrarias. Además, en junio, “se dio el secuestro del
periodista Jesús Corral por algunos militares debido a sus candentes artículos en contra de
los crímenes cometidos por el militarismo y las guardias blancas de los terratenientes”.
(Sánchez Díaz, 1986: 504-505)
Cabe recordar que el bandolerismo estaba al servicio de militares, hacendados y clero
en contra de las políticas agraristas, y en ese punto se halla la pertinencia de mencionar
algunas de las acciones que llevaron a cabo los grupos de poder en Michoacán. En 1922

los integrantes de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana se amotinaron en Turicato


y al grito de ¡viva la Virgen de Guadalupe! Asesinaron a varios agraristas y, pocos días más
tarde, las bandas contrarrevolucionarias capitaneadas por [el bandolero] Ladislao Molina y
otros cabecillas cortaron la comunicación telegráfica entre Morelia y Pátzcuaro. En Zamora,
los hacendados propiciaron una sublevación de los militares comandados por el capitán
Ortega quienes asesinaron a varios agraristas de la región. (Sánchez Díaz, 1986: 505)

El gobernador Francisco J. Múgica fue un hombre con posturas ideológicas muy


distintas a las de los poderosos Michoacán y a las de Obregón: el presidente le negó ayuda
para derrotar a los rebeldes con cuya agenda el propio presidente de la República congeniaba.
“Ante esta situación, Múgica presentó su renuncia al congreso, los diputados concretaron
concederle una licencia” y al año siguiente cuando el general pretendió volver al gobierno
del Estado, Álvaro Obregón se lo impide siguiendo las órdenes de los hacendados. (Sánchez
Díaz, 1986: 505)
Gerardo Sánchez Díaz asegura que con la llegada del general Obregón “la reacción
se había entronizado de nuevo en Michoacán” y de ahí resulta la desilusión de José Rubén
Romero por la Revolución Mexicana al menos en términos ideológicos, desencanto que es
compartido por la prensa13 michoacana cuando dicen que “ha logrado ensordecer al

13 Es importante destacar dos aspectos: primero la carga ideológica del grupo intelectual al que, por supuesto,
pertenece Romero. En segundo lugar, se debe matizar la importancia que tuvo el periódico en aquella
época, pues, al menos en San José de Gracia “dejan de tenerse noticias periodísticas” en 1914 según lo
escrito en Pueblo en vilo (p.161)
41
Gobierno Federal… El pulpo del latifundismo, los cuervos del clero, las aves de rapiña de la
clase privilegiada”14. (Sánchez Díaz, 1986: 505-506)

2.4 José Rubén Romero: cachorro de la Revolución Mexicana

Gerardo Galarza describió en la revista Proceso (1991) la breve anécdota que dio
nacimiento al término cachorro de la Revolución:

Originalmente, Alemán Valdés fue llamado “cachorro de Lázaro Cárdenas y de Manuel Ávila
Camacho”, según el discurso del propio Lombardo, pronunciado el 6 de junio de 1945, en el
Teatro Iris, en el acto de toma de protesta como candidato presidencial de la CTM.

Dijo Lombardo Toledano: “Seremos soldados de la Revolución como lo hemos sido toda
nuestra vida, y usted es un cachorro de Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho No hay
necesidad de inventar actitudes: el pueblo organizado anuncia su programa; usted lo acepta
Tiene usted el ejemplo vivo de Manuel Ávila Camacho y Lázaro Cárdenas.

Miguel Alemán es llamado cachorro de la Revolución, pues es el primer


presidente que no es militar desde hacía ya mucho tiempo. Para Vicente Lombardo
Toledano, un civil como Miguel Alemán era heredero de un país que pasó por una
Revolución luchada por gente como Cárdenas, por lo cual la responsabilidad sobre
Alemán era grande; de esta forma es posible realizar un símil con José Rubén Romero,
pues si bien el cotijense se vio mucho más cercano al movimiento, al final resultó
beneficiado del mismo sin haber participado realmente de manera directa en el
movimiento armado.

La comparación puede llevarse aún más lejos pues, la llegada de Alemán


significo para Rubén Romero un ascenso de su ya conocida trayectoria. El michoacano
es elegido como promotor del “Primer Congreso de Academias de la Lengua Española”,
situación notoria pues el cotijense había escrito su último trabajo “cuatro años atrás”
(Méndez, 2002: 141). Esta relación no es abordada aquí pues cuando ambos personajes
se conocieron Romero ya no era cachorro, sino un experimentado lobo Romero cuyo
ascenso político lo debe al ingeniero Pascual Ortiz Rubio, a quien acompañó desde la
gubernatura en Michoacán (1917) hasta su sexenio en la Presidencia (1930 a 1932).

14 Sánchez Díaz no menciona la fuente hemerográfica de la cuál extrae este fragmento

42
José Rubén Romero nació en el seno de una familia siempre ligada a la política:
el padre del cotijense fue un miembro activo de la política desde tiempos de la Reforma
y hasta el maderismo. Y, ante los escasos esfuerzos realizados por autores sin nexos
sentimentales con Romero15, la tesis de licenciatura de Diana Méndez Medina (20002)
y el prólogo que escribió Antonio Castro Leal para las Obras completas (1993) del
cotijense , resultan de consulta imprescindible16 para abordar el aspecto político que
rodeó la vida del novelista michoacano.

Cotija de la Paz siempre ha sido considerado un pueblo conservador, por lo tanto


debió ser difícil la convivencia para la familia de don Melesio y Refugio. Difícil pero no
tan insufrible como haría pensar José Rubén quien “culpó a los fanáticos conservadores
de Cotija de boicotear las tiendas17 de su padre”, sin embargo Diana Méndez tiene sus
reservas, pues don Melesio “había sido tolerado durante varios años por una sociedad
profundamente católica debido a lo inofensivo de su postura”. (Méndez Medina, 2002:
28)

La postura anticlerical del cotijense va más allá de ser inofensiva realmente, pues le
acompaña durante toda su vida y además sufre cambios como propone Williamsen en
Religión y anticlericalismo en las obras de José Rubén Romero (1964), quien hace el
siguiente aporte:

En sus obras tempranas vemos la base religiosa que el autor había obtenido por las
lecciones de su juventud, un catolicismo castizo que cambia durante los anos de la
Revolución a una actitud anticlerical. Esta actitud, que podemos ver tan claramente
expuesta en las obras de su madurez, a su vez se convierte en una antirreligiosidad,
aunque nunca se deshace por completo de las restricciones impuestas por las creencias

15 El primero de ellos se remonta a 1936, con Pedro de Alba, sin embargo este texto fue publicado en
Barcelona mientras Romero fue cónsul por lo que podría cargarse de cierta tendencia favorable al cotijense
a quien Alba conocía en persona. (Méndez Medina, 2002: 11). Un segundo esfuerzo es la biografía
publicada por José Luis Martínez ( 2001), editada por la UNAM, pero este texto no pudo ser consultado en
la presente investigación. Por el otro lado está El hombre que supo ver (1940) de Gilberto González
Contreras, impreso en Cuba -cuando Romero era embajador- texto que es más un
homenaje al cotijense, y que si bien puede ser útil para conocer la estructura
narrativa de José Rubén Romero, no tiene pretensiones de estudio biográfico.
16 Acompañados por supuesto de la obra del autor quien resulta su mejor (auto)biógrafo

17 La sonámbula era el nombre de la tienda de don Melesio Romero

43
de su juventud. En las últimas obras esta actitud cambia otra vez a una tendencia en
contra de cualquiera autoridad, una actitud casi de anarquía.18

La vida de José Rubén Romero, como ya se planteó en la lectura de Méndez


Medina, no fue siempre coherente con lo que sus discursos promulgaban; hombre
tendente al despilfarro, tuvo en su padre, Melesio Romero, a un gran maestro: El
patriarca de la familia Romero González se va rumbo a la capital de la república en
1897, algunos meses después llega su familia: doña Refugio y tres hijos; siete años
después, en 1904 “su padre acabó con sus negocios en la capital”. Ya desde 1902 el
ferrocarril llegaba a Tocumbo, cercano a Cotija. La industrialización afectó a los
arrieros cotijenses que emigraron para ser comerciantes en otras regiones del país.
(2002: 30)

El escritor michoacano José Rubén Romero nació en Cotija en el año de 1890, y


muere en 1952 en la Ciudad de México a los 62 años de edad. Diana Méndez Medina
afirma en su tesis de licenciatura que “las novelas son un fiel reflejo de la personalidad
de José Rubén Romero”, aunque para realizar un análisis del cotijense “es necesario
apoyarse en otras fuentes, ya que el contenido de sus novelas brinda sólo una
perspectiva, una imagen que el autor proyectó de sí mismo”. (2002: 16)

Cabe aclarar que la misma autora reconoce la validez de la obra literaria del
autor de La vida inútil de Pito Pérez, aunque, debido a la tendencia historiográfica desde
la cuál aborda el texto, la autora acude a fuentes de archivo como el Archivo de la
Secretaría de Relaciones Exteriores para abordar la faceta de Romero como
diplomático. Sin embargo la autora no llega a “la vida privada del autor” (Méndez
Medina, 2002: 22-25)
Lo que se pretende en la presente tesis escapa al estudio de carácter biográfico
hecho por Méndez Medina, pues se aborda la recuperación de la memoria y un estudio
microhistórico al estilo del historiador italiano Carlo Ginzburg. Es por ello que resulta
legítimo acudir de nuevo a las palabras de Fuster García, a quien ya se citó en el primer
capítulo de la presente investigación:

18 Fragmento tomado del “Sumario de la Tesis” (s.n.)


44
la novela de Baroja19 constituye un documento idóneo para un trabajo de historia cultural o
—hasta cierto punto— de microhistoria, porque ofrece al historiador la posibilidad de
estudiar el contexto cultural de un momento histórico a partir de la vida de un único personaje
que, sin embargo, se nos presenta como el epítome de los valores y sentimientos de su época
y porque, además, nos permite entablar ese fructífero y no siempre posible diálogo entre
texto y contexto, entre literatura e historia. (Fuster García, 2011b: 96)

Así José Rubén Romero, como el Menocchio de Carlo Ginzburg, puede ser estudiado
como un hombre que produjo pensamientos y se forjó una ideología gracias a su interacción
con su entorno histórico, y no debido a la imposición de éste. Colocar al cotijense en este
apartado no es posicionarlo debajo de una estructura determinista, sino entrelazarlo a ella,
observar primero cómo Romero es un cachorro de una Revolución; resulta beneficiado de la
misma y a pesar de ello reproduce muchas quejas en su literatura.
Y es que lo más interesante del escritor michoacano es que, según Méndez
Medina “su proceder en el terreno político […] asido a la bandera de la amistad y sin
fincar compromisos permanentes con ningún grupo […] dista mucho de las
afirmaciónes […] que José Rubén Romero plasmó en sus obras.” (2002: 20)

Sobre el alumbramiento de aquel 25 de septiembre de 1890 en Cotija no hay


“acta de nacimiento o fe de bautismo que lo confirme” pues los documentos referentes
al período fueron quemados (Méndez Medina, 2002: 27). Todos los biógrafos de J. R.
Romero han confiado en la principal autobiografía del michoacano: Apuntes de un
lugareño publicada en 1932.

La economía familiar sufrió una caída tan fuerte que vendieron la casa en Cotija,
cerraron “la casa de comisiones20”, empeñaron las joyas familiares y el joven José Rubén
tuvo que abandonar “la escuela, a la que no regresaría jamás.” En este momento inició la
formación autodidacta con las lecturas que le habían rodeado desde la infancia.

Las habilidades políticas las heredó José Rubén también de don Melesio, quien
se unió al gobierno mercadista como prefecto en Ario de Rosales. Las prefecturas
servían como “punto de enlace entre el poder ejecutivo y las autoridades locales”, y el

19 Pío Baroja (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956). Escritor español de quien ya se habló en el primer
capítulo.

20 “La casa de comisiones era un establecimiento que recibía, almacenaba, compraba y vendía mercancías
procedentes de todo el país, las cuáles eran transportadas y comerciadas en todo el territorio nacional a
través de intermediarios” dice Diana Méndez Medina (p. 31)
45
que don Melesio ocupara un puesto clave para la estructura porfirista de gobierno
indica que el padre del escritor era liberal mas no antiporfirista. (Méndez Medina,
2002: 32)

Con mucho tino explica Diana Méndez Medina que Ario de Rosales fue el lugar
donde “la familia de José Rubén tuvo una posición estable y él pudo dar rienda suelta
a sus gustos literarios”; así, junto con el secretario de la prefectura, edita un periódico
llamado Iris donde publica por primera vez su obra: la poesía. Su incursión al
periodismo fue conocida en Morelia, donde un grupo de intelectuales le invita a
participar en “la revista Flor de Loto” (2002: 32-33). José Rubén contaba entonces con
quince años.

En 1905, Melesio Romero fue cesado de la prefectura21 por su “decisión de


encarcelar a los munícipes del ayuntamiento de la Huacana por malversación de
fondos”, una postura que fue “tomada como un acto arbitrario, tal vez desestabilizador,
contrario a la misión de un prefecto, por lo cual el gobernador optó por relevarlo”
(Méndez Medina, 2002: 33). Es muy interesante que Antonio Castro no mencione este
suceso en su prólogo cuando sí aparece en Apuntes de un lugareño (Romero, 1986: 60-
61), y es que lo que pretende Castro Leal es más un seguimiento a la carrera literaria
de Romero que a su aventura política.22

La familia Romero González ya era itinerante desde antes del levantamiento


armado de 1910. José Rubén Romero se convirtió en “escribiente en una notaría de
Pátzcuaro”, a la cuál renuncia por la mala paga. A los 16 se separa de su familia y toma
rumbo a Mineral del Oro, donde trabaja para un comerciante francés, sin embargo
Romero volvió al poco tiempo con su padre pues la tienda donde trabajaba se incendió.
(Op Cit: 34)

La familia reunida se va a Sahuayo en 1906: “Don Melesio fue empleado en la


receptoría de rentas y Rubén obtuvo su primer trabajo Formal como administrador de
las rentas del timbre”, escribe Méndez Medina (2002: 34). Al futuro escritor, la escritura

21 El asunto de las prefecturas ya fue tratado. Las sub-prefecturas fueron creadas un año después, en 1906
(véase p. 3)
22 Méndez Medina cita la publicación original de Apuntes de un Lugareño publicada en Barcelona, y aquí se
cita la séptima edición a las Obras completas de Romero compiladas por el propio Antonio Castro
46
se le facilitó a lo largo de su vida en momentos de paz y tranquilidad, contrario, por
ejemplo a un Mariano Azuela que escribía sus diarios durante las batallas. La estancia
de los Romero González en este poblado es de tres años, que “para José Rubén son tres
años de lecturas”, como bien dice Castro Leal. (Romero, 1986: 15).

La coquetería también fue un elemento de la personalidad del cotijense,


característica que provocó el destierro de su padre hacia Santa Clara del Cobre en 1908.
En este poblado, conocido por sus trabajos en cobre, Rubén y su padre vuelve a la
receptoría de rentas, para después dar la bienvenida “al subprefecto Salvador
Escalante”, quien derroca al gobernador Aristeo Mercado, benefactor de don Melesio.
Esto es significativo pues marca una división generacional entre José Rubén y su padre:
Escalante invita al joven Romero a participar de la Revolución. (Méndez Medina, 2002:
34-35)

Agrega la historiadora Diana Méndez Medina que el escritor cotijense “encontró


[en Santa Clara del Cobre] a las personas que, en gran medida, cambiaron su vida”
(2002: 34). En esta tierra conoció a Mariana García, con quien algún día se casó años
después, y no es ningún secreto que Jesús Pérez Gaona es uno de los hijos más ilustres
de este poblado michoacano: José Rubén contaría después las hazañas de Jesús “Pito”
Pérez Gaona, en la que sería la más célebre novela de Romero.

Punto de cruce entre autores: mientras Méndez recuerda que es en Santa Clara
donde José Rubén conoce a su futura esposa, Antonio Castro Leal menciona a otro
personaje que conoce el escritor en ese poblado, y que bien podría secundar a Pito: el
Tamborillas, a quien Castro describe -basado en Romero-, como “un muchacho alocado
e ingenioso, especie de Lazarillo de Tormes”. (Romero, 1986:15)

Sus poemas ya eran reconocidos a nivel estatal, por lo que continúa su


colaboración en Flor de Loto, revista surgida en 1909, con un clima político del cual ya
se ha tratado en esta investigación23; ya se expuso aquí que la cúpula michoacana estaba
esperando un cambio de gobierno ante la ya desgastada estructura gubernamental
porfirista.

23 Véase p. 3
47
Flor y Loto agrupaba a los principales políticos e intelectuales de Morelia, y
muchos de los nombres que ya se han tocado aquí. Por ende, José Rubén Romero que
en 1909 tenía apenas 19 años cuando ingresó al grupo adverso a Mercado y una
estructura porfirista a la cuál su padre y él mismo sirvieran alguna vez. “Entre los
colaboradores de esta revista estaban Francisco J. Múgica, Jesús Romero Flores […] y
Pascual Ortiz Rubio”. La postura de Flor y Loto es la de unos jóvenes rebeldes que se
separa con el paso de los años: Ortiz Rubio y Múgica tuvieron discrepancias serias que ya se
expusieron en el desarrollo de esta investigación. (Méndez Medina, 2002: 35)

El cinco de mayo de 1911, Santa Clara del Cobre, con Salvador Escalante como
caudillo, se convierte en la primer población en Michoacán que acude al llamado de
Francisco I. Madero. Ya existían los “círculos antirreleccionistas a partir de 1904”. En este
punto Méndez Medina (2002) hace notoria una idea que ronda implícita por su tesis, los
Romero siguen al nuevo caudillo: una familia que buscó siempre aliarse al poder político en
turno, vislumbran el fin de “aquella bonanza de Cotija y [que] los camaradas políticos se
habían ido [es por ello que] era momento de buscar nuevos amigos”. (36-37)

No es poca la importancia que detenta Salvador Escalante en la vida de José Rubén


Romero, pues el cotijense le otorga a Escalante un lugar crucial en su bibliografía, pues
Romero se convierte en nada más y nada menos que “el secretario del alzado”, sobre cuya
proclama refiere: “los vecinos no se daban cuenta de lo que aquello significaba y suponían
que era un número más para festejar el 5 de mayo”. Escalante salió con 117 hombres rumbo
a Ario de Rosales donde aumentó la tropa a 400 sublevados que marcharon rumbo a
Tacámbaro24, otro pueblo del periplo romeriano.

Según lo explica Diana Méndez, el interés de Romero es tal vez razón suficiente
para explicar la disparidad entre el actuar y el decir del célebre escritor michoacano,
cuyas novelas contienen la confesión de “que la ambición y el deseo de obtener
reconocimiento lo impulsaron a sumarse al movimiento escalantista”. (2002: 37)

José Rubén Romero bien puede representar a esa clase media25 que ascendió con
la Revolución Mexicana sin tocar las armas; esta clase media “sensibilizada” que será

24 Según datos aportados por Ochoa Serrano (1986: 474)


25
48
consumidora de lo que se conoce como Novela de la Revolución Mexicana (Paúl Arranz,
1999: 55). Sin embargo, aún no resulta comprensible este reclamo constante que realiza
el literato en sus obras a toda esa gente que se sirvió del movimiento revolucionario
para un ascenso social y político, cuando el mismo cotijense se vio beneficiado de aquella
coyuntura histórica.

La estancia del cotijense en la capital del Estado no presentó mayores


dificultades, pues el ascenso de Escalante no representó una ruptura violenta con el
antiguo régimen sino un consenso: la sociedad civil representada por Miguel Silva
tomaba el poder. José Rubén regresó a Santa Clara para sustituir a don Melesio quien
“había ascendido a administrador de rentas”. (Méndez Medina, 2002: 38-40)

Así, la vida de Rubén Romero daría un vuelco, aunque para el pueblo no habría
mayores cambios en lo general según el mismo escritor. Romero y sus colegas de Flor y
Loto, se convierten en esa sociedad civil triunfante que forma un “Partido Liberal
Silvista” (PLS), dirigido por Ortiz Rubio. Santa Clara comisiona a José Rubén como
representante en el encuentro con Silva llevado a cabo en Pátzcuaro26.” (Méndez
Medina, 2002: 40-41)

En este momento se debe marcar la madurez política de Romero: ya no es


“cachorro” sino un hombre perteneciente al grupo que tomó la hegemonía del país
después de la llegada de Madero. Y si bien no se sabe a ciencia cierta el inicio de su
relación con Silva, se puede considerar a éste como quien impulsa la carrera política de
José Rubén. Por otro lado, es la llegada del grupo huertista a la presidencia la que da
un giro determinante a la vida del escritor.

En 1913 llega a su fin el PLS y el gobierno de Miguel Silva, ante la situación


Pascual Ortiz Rubio desconoce al usurpador Victoriano Huerta, quien impone a Garza
González en el gobierno de Michoacán. Por su parte José Rubén Romero siguió el
rumbo marcado por el ingeniero Ortiz Rubio y se convirtió en disidente para el
gobierno huertista. Después de pasar algunos meses en la Ciudad de México, Romero

26 Para este momento los 400 hombres que marcharon desde Ario se convirtieron en 800 al llegar a
Pátzcuaro, dice Castro Leal (p. 15)
49
volvió a Michoacán para reunirse de nuevo con su familia en Tacámbaro. (Méndez
Medina, 2002: 42-44)

En Tacámbaro, Michoacán, don Melesio ocupaba de nuevo un puesto en la


receptoría de rentas; José Rubén, que regresaba al cobijo de su padre, fue arrestado en
Pátzcuaro un 25 de septiembre27 de 1913 por apoyar al grupo rebelde. El literato estuvo
a punto de ser fusilado y esta experiencia cercana a la muerte lo marca28 tanto que
decide rehacer una vida fuera de la política en Tacámbaro, donde se casa “con su
antiguo amor de Santa Clara, Mariana García en julio de 1917”.

Tacámbaro: lugar de buenos recuerdos para Romero. Tacámbaro “de 1914 a


1918.” José Rubén Romero encuentra aquí su paz y también sus peores recuerdos de la
gesta revolucionaria: el bandolerismo de Chávez García. “Esos cinco años de su vida
los ha novelado en su libro Desbandada (1933)”, recuerda Antonio Castro. Es el año de
1917 el inicio “de una nueva etapa como funcionario público apadrinado por Ortiz
Rubio, gobernador de Michoacán. (Romero, 1986: 16)

En Tacámbaro el autor fue próspero en varios sentidos: un equilibrio emocional


que derivó en en poemario Tacámbaro publicado años después, en 1922; además el autor
y su padre triunfaron de nuevo en el comercio con una tienda cuyo nombre devela las
nuevas metas del escritor: La Fama.

Bibliografía

Cárdenas Ayala, E. (2010). El derrumbe: Jalisco, microcosmos de la revolución mexicana.

México: Tusquets Editores.

27 Día del cumpleaños de José Rubén Romero, por cierto.

28 Este suceso pudo servir como sustento al relato que Romero adjudica a Pito Pérez en el capítulo V de
Algunas cosillas de Pito Pérez que se me quedaron en el tintero (1932), anécdota, cuya autoría concede el
cotijense a su primo “el de Jiquilpan” Salvador Romero.
50
Cárdenas del Río, L. (2003). Lázaro Cárdenas: Apuntes. Una selección. México: UNAM.

Fuster García, F. (2011). Baroja como historiador: literatura, microhistoria e historia

desde abajo. España: Universidad de Valencia.

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regiones (Vol. Tomo II). Guadalajara, Jalisco: IES/Universidad de Guadalajara.


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años. Morelia, Michoacán: El Colegio de Michoacán, Instituto Michoacano de

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Paúl Arranz, M. del M. (1999, marzo). La novela de la Revolución Mexicana y la

Revolución en la novela. Revista Iberoamericana, LXV(186), 49-57.

Romero, J. R. (1986). Obras completas. Prólogo de Antonio Castro Leal (7° ed. (1993)).

México: Editorial Porrúa.

51
Sánchez Díaz, G. (1986). La contrarrevolución en el Estado de Michoacán (1912-1926). En

La Revolución en las regiones (Vol. II). Guadalajara, Jalisco: IES/Universidad de

Guadalajara.
Williamsen, V. G. (1964). Religion y anticlericalismo en las obras de José Rubén Romero.
The University of Arizona. Recuperado a partir de http://hdl.handle.net/10150/

Capítulo 3: La Novela de la Revolución Mexicana

3.1 La Revolución Mexicana en la narrativa


52
3.2 La Novela de la Revolución: el falso género
3.3 Los literatos de la Revolución Mexicana
3.4 El testigo del conflicto armado como literato
3.5 La literatura de la Revolución Mexicana y la Historia de la Revolución Mexicana

La Novela de la Revolución Mexicana

53
La Revolución Mexicana en su narrativa

Jean Meyer, para su Historia de la Revolución Mexicana (2016) recurre “A tres autores, los
testigos presenciales [sic] y muy lúcidos, los sigue muy de cerca. Ellos son Azuela, autor de
Los de abajo; Martín Luis Guzmán, responsable de textos luminosos, El águila y la serpiente
y La sombra del caudillo, y José Vasconcelos, el creador de cuatro libros de índole
autobiográfica.”29

Es notable que la llamada “Novela de la Revolución” forme parte de los estudios


clásicos sobre el movimiento armado iniciado por Francisco I. Madero en 1910. Sin embargo,
la carencia de un criterio canónico ha provocado muchas discusiones acerca de la prudencia
de considerarla un género o no. Antonio Castro Leal y Bertha Gamboa de Camino (1963),
Antonio Magaña Esquivel (1964), Adalbert Dessau (1967) y John Rutherford (1978) son los
autores que comenzaron los esfuerzos por comprender un corpus literario que giraba
alrededor de la Revolución y cerraba su ciclo para dar paso a la novela moderna en México.

El investigador de El Colegio de México, Rafael Olea Franco rastrea el concepto


novela de la Revolución Mexicana hasta sus orígenes:
En el caso concreto de México, el uso del término, visible ya desde mediados de los años
veinte, tuvo su cima en el decenio de 1960, cuando se publicaron los dos volúmenes de La novela
de la Revolución, de Antonio Magaña Esquivel, la primera obra dedicada al estudio global de la
producción narrativa de esta vertiente, incluyendo sus antecedentes (Olea Franco, 2012, p. 480)

El crítico alemán Adalbert Dessau en una ya célebre obra titulada La novela de la


Revolución Mexicana publicada por primera vez en el año de 1967, escribió que “La
novelística de la Revolución Mexicana fue […] modelo en la descripción de problemas
nacionales […] ya que en ningún otro país existió la posibilidad y la necesidad de reproducir
en el arte la revolución demoburguesa como proceso terminado, y los problemas de su
prosecución”. (Dessau, 1986, p. 12)

29
Tomado de Luis González y González en su prólogo a La Revolución Mexicana (2016).
54
Así, la literatura en tanto creación artística surge dentro de un contexto social que
moldea su contenido. Un novelista solamente puede escribir partiendo de sus experiencias de
vida, tal y como demuestra el hispanista John Rutherford en una obra de corte sociológico
donde se toma como base la Novela de la Revolución Mexicana para lograr la comprensión
del acontecimiento histórico en cuestión:
[…] como todo arte [...] la literatura se crea dentro de un contexto social, en un
ambiente determinado, y es moldeada por ese medio […] Un novelista sólo puede [...]
reproducir su propia experiencia en sus novelas, porque por mucho uso que haga de su
imaginación y de su sentido individual al escribir sus obras, [aquéllos son] dos de los muchos
elementos formados y moldeados por su experiencia vital. (1978, p.10)

Rutherford considera a la novela como un género que, abarcando lo social, es la


estructura literaria que más conexión tiene con la Historia, pues “en general la novela, a causa
de su detallado contenido humano y social, es el género literario que manifiesta las
conexiones más evidentes con la historia, si no las más profundas y estrechas”. Así, siguiendo
una metodología muy acorde con el giro lingüístico de los años 70, el autor inglés dice que

la meta del novelista sociológico es proporcionar un cuadro representativo y exacto de


una sociedad determinada [...] por ello incluirá personajes y situaciones que ve como típicos
y representativos de la sociedad descrita [...] Cada personaje de una novela sociológica suele
ser […] la síntesis de todas aquellas personas de este tipo que el novelista ha conocido en su
vida. [Así,] puede decirse que representan todo el grupo social. (Rutherford, 1978, pp. 11-12)

¿Realmente es posible la representación de todo un grupo social como dice


Rutherford? Más adelante se abordarán las nuevas perspectivas sobre el concepto “novela de
la Revolución Mexicana” que fue impuesta en su origen por Antonio Castro Leal, Dessau y
Rutherford, entre otros. Un análisis sociológico como el de John Rutherford conduce a pensar
que, si hay en varias novelas la repetición de un mismo fenómeno, es probable que éste sea
real, pues “si un fenómeno social determinado aparece representado similarmente en varias
novelas contemporáneas pero escritas por autores no relacionados entre sí, es probable que
tal testimonio sea válido, aunque no se encuentre directamente confirmado en otras fuentes.”
(Rutherford, 1978, p. 12)

Desde mi perspectiva, el hispanista británico se equivoca, pues realmente, y como se


entendió después en la Historia de las Mentalidades, no es posible plasmar el pensamiento

55
de un grupo entero de personas, pero más adelante el autor acierta cuando explica que el arte
no es un espejo exacto de la realidad “el arte no es, y nunca puede ser, un simple espejo de
la vida, por mucho que el artista quiera convertirlo en eso, y por mucho crea incluso que lo
está logrando.” (1978, p. 15)

La teoría de John Rutherford explica que existen dos influencias que orillan al
novelista a un “falseamiento” no intencional de los hechos (tal vez sea mejor llamarlo
interpretación): la pertenencia a un grupo social y el factor de una alteración psicológica. De
igual forma, Rutherford presenta la posibilidad de dos niveles de análisis para un examen
histórico-social de la literatura: el subjetivo referente al sujeto que escribe y el objetivo
referente al objeto sobre el que se estudia, la cual lleva a la contextualización (1978, pp. 16-
17).

Un acierto interesante en Rutherford es la idea de que, con sus escritos, los novelistas
de la Revolución terminaron por contribuir a una idealización del movimiento revolucionario
en la cultura popular, pues
con el mero hecho de escribir con tanta insistencia acerca de la Revolución, [estimularon]
un interés general en la historia reciente del país, y por convertir a los caudillos revolucionarios
en héroes nacionales legendarios. De esta manera ayudaron, junto con los muralistas, los
directores de cine y los escritores de canciones populares, a fomentar el intenso nacionalismo […]
Hasta los novelistas que muestran el mayor desencanto con la Revolución, han ayudado a
establecerla como algo firme e inolvidable en la memoria colectiva de los mexicanos. (p.82-83).

La elección del tema Revolución termina desviando la atención de la población sobre


los problemas de los años 30 y ayuda así, indirectamente, al gobierno que criticaban, pues
resulta “conveniente para los gobiernos de los difíciles y deprimentes años treinta, que los
novelistas escogieran como tema un período anterior todavía más catastrófico, desviando así
la atención de los problemas contemporáneos.” (Rutherford, 1978, p. 85)

La historiadora María Teresa Cortés Zavala hace una serie de reflexiones en torno a
los escritores michoacanos durante el Cardenismo, de cuyas páginas, -además de entender
mucho de lo escrito por José Rubén Romero- se extraen comentarios pertinentes al tema
general de Novela de la Revolución Mexicana que vale la pena exponer aquí:

56
A partir de 1915, con la aparición de la novela histórica30 Los de abajo de Mariano Azuela,
la “revolución”, se transformó en la principal fijación temática y de experimentación estética de
los escritores, que por vez primera, y con firmeza tomaron el ámbito nacional ya no únicamente
como telón de fondo al estilo de los románticos para sublimar el contorno de la historia o como
mero paisaje para destacar la naturaleza y su imponencia […] a través de la superación gradual
del costumbrismo [tradicional en el porfiriato] para abrirse camino hacia un realismo crítico como
método [...] Durante la década de los 20s […] [l]as inquietudes de los escritores se transformaron
al igual que sus temas. Así, el enfoque y trato que [sic] se hizo de la Revolución evolucionó. Ya
no fue el momento de describir la fase puramente épico-militar de la misma, sino sus problemas.
(Cortés Zavala, s. f., p. 77-78)

Es evidente el cambio en la representación del “pueblo” en la producción artística de


la revolución: “El proceso de recuperación discursiva de la revolución se caracterizó, entre
otras cosas, por recuperar el sustrato popular de la nación. El pueblo, […] se tornó el
protagonista de todo tipo de representaciones sobre el conflicto armado” (Avechuco-Cabrera,
2016, pp. 26-27), en comparación con su presencia en la literatura del siglo XIX, que
funciona más bien como “telón de fondo”, según escribe Cortés Zavala.

Se deben señalar unas cuantas palabras sobre el cambio de actitud -no de estilo, pues
el costumbrismo no se abandonó realmente como lo prueba la obra literaria de José Rubén
Romero que se expondrá en los siguientes capítulos- que experimentaron los intelectuales.
Daniel Avechuco-Cabrera anota que “los intelectuales y artistas que crecieron durante el
porfiriato [como Alfonso Reyes o José Juan Tablada] veían en el disturbio social la
afirmación del apocalipsis.” Otro caso que menciona Avechuco-Cabrera, es el de Fernández
MacGregor quien “lamentaba que en aquellos días predominara “el pueblo bajo, los obreros,
el pelado, sudando, hediendo y vociferando sin tregua” (1969: 196), porque ese predominio
hacía obligatorio el claustro.” (2016, p. 28)

Es claro que existe un tema, a saber, los hechos de la Revolución Mexicana; pero,
siguiendo a Jorge von Ziegler (1985, pp. 128-129),31 -“[h]ay novelistas de la Revolución pero
no una novela de la Revolución”- es claro que no existe realmente un género que deba ser
llamado novela de la Revolución, puesto que resultan vagos los criterios utilizados por

30
Las cursivas son nuestras, pues no es la Novela de la Revolución lo mismo que novela histórica
como se verá más adelante
31
Y a la mayoría de los estudios actuales sobre el tema. Cfr. Prada Oropeza (2007), Porras de Hidalgo (2010)
y Olea Franco (2012), entre otros.
57
Antonio Castro Leal en su Introducción a la compilación sobre la Novela de la Revolución
(1963) y no se demuestra la existencia de un estilo literario que los una, más allá del carácter
testimonial de cada obra y del tema que abordan.

La Novela de la Revolución: el falso género


La categoría de “Novela de la Revolución” responde a la necesidad de agrupar la diversas
obras literarias producidas durante y poco después de 1910, que tomaban de manera directa
el evento revolucionario para plantear su trama, y cuyas convenciones literarias resultaban
ajenas al costumbrismo del siglo XIX. Sin embargo, agrupar obras literarias dentro de un
mismo género por simple oposición con otro, no resuelve mucho.

Danaé Torres (2017, p. 307) encontró que el marbete “Novela de la Revolución”


aparece por primera vez en 1919, en La ruina de la casona. Novela de la Revolución
Mexicana de Esteban Maqueo Castellanos, y no en 1915 con Los de Abajo. Así, al
tambalearse la tesis de la obra inicial, se tambalea todo el género.

Los cuestionamientos que realiza la escritora Margo Glantz sobre el origen de esta
agrupación de textos que no estaban escritos con la intención de formar un corpus, resultan
pertinentes para esta sección del presente capítulo:

¿Cuándo empieza la novela de la revolución mexicana? ¿Con el movimiento armado? Si esta


delimitación causa problemas entre los críticos, mayor es la dificultad que existe para determinar
hasta qué momento puede darse por terminado su ciclo productivo. […] Los críticos coinciden en
reprocharle a esta narrativa su no pertenencia a un género definido de escritura. ¿Será crónica,
preguntan? ¿Periodismo? ¿Cuadros aislados? ¿Episodios? ¿Fragmentos cinematográficos
narrados, especies de guiones? (1985, pp. 869-871)

La dificultad de encontrar cabida en el ámbito literario devino en que inicialmente se


creyó que la novela de la Revolución no tenía calidad literaria, principalmente porque la
técnica narrativa se veía influida por el entorno bélico. Sin embargo, la crítica literaria que
no acogió como se debía a Azuela, situación opuesta a la del grupo de Contemporáneos,
cuyas tendencias modernistas fueron difundidas desde el principio. Incluso, el mismo escritor
laguense se desmarcó de este supuesto género, aduciendo que él no era un simple reportero,

58
sino que su obra contenía más material literario que histórico; en otras palabras, que su obra
debía destacarse por su calidad literaria y no como testimonio histórico. (Arranz, 2017, p.
199)

La coyuntura para la consolidación de estas nuevas obras literarias, surgió con la


necesidad de impulsar, después de la muerte de Madero, el sentimiento nacionalista a través
de la literatura. Sus antecedentes pueden remontarse a la publicación de concursos literarios
como el que convocó El pueblo en 1914, solicitando “Cuentos de la Revolución” a los
escritores. En 1916, un año después de la publicación original de Los de abajo, El Demócrata
abrió sus páginas a poetas noveles mexicanos. El auge de lo que se conocería como “novela
de la Revolución” ocurrió una década más tarde. (Torres de la Rosa, 2017, pp. 298-299)
Danaé Torres de la Rosa explica en pocas líneas este proyecto de la prensa mexicana:

El ideal de la “literatura nacional” parece ser una constante en las páginas de los diarios, sobre
todo vinculado a los concursos. Años más tarde, los concursos serán determinantes para afianzar
la narrativa de la Revolución, pero en este momento reforzaban la formación del nacionalismo en
la literatura del momento. (2017, p. 302)

Esto remite al debate célebre entre Julio Jiménez Rueda y Francisco Monterde: la coyuntura
que, en 1925, ocasionó la difusión de Los de abajo (1915), de la cual se hacen múltiples
menciones en el libro Mariano Azuela y la literatura de la Revolución Mexicana, publicado
por El Colegio de México, bajo la coordinación de Rafael Olea Franco (2017) con motivo
del centenario de la obra del oriundo de Lagos de Moreno.

Para Olea Franco es necesario “destacar que en sentido estricto no se trata de un


género, pues aparte de acudir a un tema común, los textos agrupados bajo ese rubro no poseen
una serie de rasgos estructurales y formales compartidos (ya desde 1935, Berta Gamboa había
percibido que el conjunto era muy heterogéneo)” (2012, pp. 482-483).

Por su parte, María del Mar Paúl Arranz concluye que “hay novelistas de la
Revolución (con todos los matices pertinentes), pero no una novela de la revolución” (1999,
p. 49), y este trabajo se suscribe a dicha afirmación. Por otra parte, la propuesta de relectura
que realiza Olea Franco no es otra que reflexionar acerca del por qué se eliminan otros

59
géneros literarios como expresiones de la revolución, a saber: el cuento y la poesía, incluso
el teatro; de esta forma más que una Novela de la Revolución, tenemos una Literatura de la
Revolución (2012, pp. 485-490).

Después de todo, y de nuevo citando a Paúl Arranz, “¿Qué sentido tiene que esa
misma crítica que adopta el criterio temático diga unas veces que la novela de la Revolución
acaba con Al filo del agua, otras con La muerte de Artemio Cruz y aun otras con Los recuerdos
del porvenir?” (1999, p. 50) Otra pregunta surge: ¿cabría entonces una clasificación del
corpus de literatura de la Revolución basándose en los autores y no en los textos?

Los Novelistas de la Revolución Mexicana


Variadas son las clasificaciones que se han intentado sobre el corpus novelístico de la
Revolución, que ha cambiado tanto como han cambiado las reflexiones historiográficas en
los últimos años, y, por ende, resulta una tarea imposible. En un primer intento, Antonio
Castro Leal busca incorporar autores basándose en un sistema un tanto arbitrario que analiza
Rafael Olea Franco de esta manera:

En primer lugar, el período clasificatorio de la antología es fácilmente rebatible; por


ejemplo, por menos la mitad del Ulises criollo, de José Vasconcelos, no cumple con el requisito
de referirse a las "acciones militares y populares" originadas en la Revolución, ni tampoco a las
derivadas ésta, ya que el relato empieza con la niñez del autor y recorre diversas etapas de su vida
hasta llegar, al final del texto, al asesinato de Madero en febrero de 1913. Asimismo, la perspectiva
temporal asumida dejaría fuera la novela Al filo del agua (1947) donde Agustín Yáñez ficcionalizó
magistralmente los antecedentes de la Revolución en un anónimo pueblo de la región de Altos de
Jalisco (aunque esta exclusión podría obedecer a dificultad práctica, pues Castro Leal menciona
que la antología se preparó "con las limitaciones impuestas por los derechos literarios adquiridos
ya por otros editores”
[…]
Un segundo punto, más sustancial, es que no obstante la heterogeneidad de los textos
incluidos, el antólogo no se interroga sobre las divergencias formales entre éstos, pues al trazar el
eje temático de la Revolución Mexicana, se limita a dividirlos en cuatro rubros: a) novela de
reflejos autobiográficos, b) novela de cuadros y de visiones episódicas, c) novela de esencia y d)
novela de afirmación nacionalista; obviamente, se trata una taxonomía insostenible, carente de
rasgos clasificatorios uniformes y excluyentes; por ejemplo, nada impide que obra sea, al mismo
tiempo, de "reflejos autobiográficos" y "afirmación nacionalista". Al seleccionar el Ulises criollo,
Castro Leal no repara en su irreductible distancia respecto que tradicionalmente había constituido
la categoría "novela"; en este punto cabría aclarar, para no incurrir en un absurdo anacronismo,
que, aunque todavía no se adoptaba la expresión "autobiografía" (porque eso es el Ulises criollo),
la función inicial de la crítica es distinguir los atributos de las obras para después nombrarlos
(2012, pp. 482-483)

60
Para John Rutherford, más de una década después, en 1978, la periodización es
distinta:

Las novelas de la Revolución se dividen […] en dos grupos muy diferentes: antes de 1925, son
relatos […] contemporáneos, escritos por autores que no tenían contacto alguno entre sí […] que
carecían de un público específico para el cual escribir [...] Son las novelas de las que se puede
esperar una imagen relativamente directa de los acontecimientos que describen. (p. 84)

Rutherford considera que las novelas anteriores a 1925 son las más confiables como
fuente documental, mientras que Renato Prada Oropeza parece situarse en este pensamiento
cuando asegura que José Rubén Romero y Nellie Campobello hacen una literatura de
denuncia mientras que La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, parte de una propuesta
reflexiva de lo que fue la Revolución Mexicana (Prada Oropeza, 2007, pp. 41-42).
Del mismo modo, el británico sostiene que, por su lejanía con el fenómeno, las
novelas posteriores a 1925 no son de fiar, y esto debe matizarse pues si bien no son
narraciones contemporáneas, las reconstrucciones de la memoria también son valiosos
documentos, de igual forma si estas novelas dan cuenta del descontento sobre la
Revolución en 1930, son igualmente testimonios importantes de la Posrevolución:
es evidente que las novelas escritas después de 1925 no son fidedignas como fuentes
documentales de la historia social de la revolución mexicana, a pesar del aparente realismo de
muchas de ellas […]. Los novelistas de la década de 1930 ofrecen, después de todo, no una
descripción, sino una reconstrucción […] y reflejan, en general, la atmósfera del período durante
el cual fueron escritas, más que el de la Revolución misma (1978, p. 86)32

En la propuesta de Antonio Magaña Esquivel existen tres etapas en la novela de la


Revolución:
a) la primera, sería la que marca los antecedentes, los que representan el principio del
realismo mexicano cuyos ejemplos se reconocen en algunas narraciones aparecidas en los finales
del siglo XIX […] como La bola (1887) de Emilio Rabasa [entre otras]

b) la segunda, constituye la etapa de los testimonios, ya sea de un protagonista, o bien, de


un espectador de los sucesos violentos de la Revolución; por ello José Luis Martínez ve en las
obras de esta etapa una condición de memorias más que de novelas. La verdad es que, aun [sic.]

32
Rutherford cae en una contradicción con una anotación a pie de página “Existen una o dos
excepciones. Aquellas publicadas entre 1925 y digamos 1928, antes de que el movimiento comenzara a
prosperar […] son más aceptables como evidencia […] Entre las últimas novelas, las muy limpias
autobiografías o memorias -como El águila y la serpiente (1928), de Martín Luis Guzmán; Apuntes de un
Lugareño (1932), de José Rubén Romero; y, Ulises Criollo (1935), de Vasconcelos- pueden proporcionar una
válida información si son utilizadas cuidadosamente.” Es notorio que el autor no establece bien las categorías
de análisis cuando necesita aclarar tantas excepciones

61
siendo testimonios o memorias, son novelas por su naturaleza, como lo prueban Los de abajo de
Mariano Azuela, que inaugura el género […]

c) la tercera, se configura con las novelas que representan la mirada retrospectiva y que se
caracterizan, en lo general, por su índole social, por su muy variada temática que puede ser lo
mismo la de Apuntes de un lugareño de José Rubén Romero que El resplandor de Mauricio
Magdaleno […] que Al filo del agua de Agustín Yáñez […] o La región más transparente de
Carlos Fuentes” (1964, pp. 14-15)

Esta tercera etapa es releída por autores como Cortés Zavala (s. f.) Paúl Arranz (1999)
y Renato Prada Oropeza (2007, p. 118), quienes la ubican durante o después del cardenismo,
etapa en la que “las novelas más negativas [...] porque el régimen se abrió a que circularan
ciertas corrientes críticas” (1999, p. 55). Prada Oropeza logra extender el término Novela de
la Revolución Mexicana hasta autores como Rulfo, Ibargüengoitia, Fuentes e Ignacio Solares.
Tal vez, así como no es un género propiamente, tampoco es un grupo unificado por
características presentes en sus obras, tal vez “Se los ha incluido en un grupo porque sólo
agrupándolos podía mencionarse a todos.” (Paúl Arranz, 1999, p. 56)

Si se hace un análisis sobre su temática, para Danaé Torres de la Rosa (2017, p. 303)
es Tomóchic (1906), de Heriberto Frías, para otros, como el mismo Rutherford es Andrés
Pérez Maderista (1911) de Azuela, incluso La majestad caída (1911) de Juan A. Mateos los
textos que marcan el inicio de este supuesto género. Resulta que la génesis estilística de estas
obras literarias es tan incierta como su agotamiento.

Para lefectos de la presente tesis, se adoptará el criterio de Magaña Esquivel, en


cuanto a que son varios los períodos en que la reflexión sobre la Revolución resultó crucial
en la literatura mexicana. Por otro lado, se considerará acertada la propuesta de Martha Porras
de Hidalgo: la conformación de varios grupos de literatos que han escrito, desde sus propias
perspectivas y etapas históricas, acerca de la Revolución Mexicana; partiendo desde quienes
fueron testigos de los sucesos de 1910 y llegando hasta aquellos escritores en la actualidad
cuyo enfoque radica en la desmitificación de los personajes históricos. (Porras de Hidalgo,
2010; 84-128).

Si bien es cierto que la narrativa de cualquier período histórico puede construir un


discurso propio de lo que fue la Revolución de 1910, y que como tal pueden ser de mucho
62
valor para los historiadores, esta tesis se enfocará en el primer grupo de los mencionados por
Porras de Hidalgo: los testigos, pues a ellos perteneció José Rubén Romero.

El testigo del conflicto armado como novelista


En este apartado se explica el rol del testigo de la Revolución como novelista, tomando como
punto de partida el carácter autobiográfico de las obras que componen lo que
tradicionalmente se conoce como Novela de la Revolución Mexicana. El literato de la
Revolución funge, al igual que Bernal Díaz del Castillo durante la Conquista, como
autor-testigo: es cronista del movimiento armado que le tocó vivir:

Los novelistas de la literatura revolucionaria nacieron de un gran choque, escribieron sin


rebuscamientos. Se convirtieron en cronistas de su época, desechaban la tradición del género de
la novela. La novela de la Revolución revoluciona a la novela mexicana, ya no era la mímesis
literaria, sino la literatura propia nacida de las acciones, del testimonio, de la realidad, los
personajes no eran ficticios, eran reales.”33 (Porras de Hidalgo, 2010, p. 79)

Dice Schopenhauer en El arte de insultar que “La memoria es un ser caprichoso […]
que a veces se niega a dar lo que ya ha dado cien veces; y en cambio más tarde, cuando menos
se espera, lo da sin que uno se lo pida”. Tomando en cuenta lo anterior, resulta peligroso
olvidar el aspecto autobiográfico de la primera etapa de la literatura de la Revolución: la
autobiografía, dice Rafael Olea Franco (2012, p. 485), es también literaria y en cuanto tal no
hay realmente una obligación de fidelidad: es una combinación de Historia y Literatura; no
por ser testimonial deja de ser autobiográfica con todo lo que esto conlleva. De esta manera,
resulta que

El escritor narra los acontecimientos que la ha tocado presenciar y vivir, relatos basados en la
memoria. Debido a que los acontecimientos arrollaron a los escritores, la técnica que utilizaron
fue nueva, fue improvisada y, como en muchos casos, lo improvisado supera a lo planeado y,
articulado. Surgió un nuevo elemento, tenía que ser una técnica a un ritmo acelerado y nuevo a
cada instante, dados los acontecimientos. (Porras de Hidalgo, 2010, p. 78)

La autobiografía es una herramienta de la memoria personal, una forma de almacenar


recuerdos; “la Memoria se vale de la literatura para plasmarlos y protegerlos del olvido”, dice

33
Llama la atención que Porras de Hidalgo desestime la literatura del XIX donde también hubo
testimonios de la Guerra de Reforma

63
José Camilo Becerra Mora (2014, p. 63), siguiendo las ideas que expone Roger Chartier en
El pasado en el presente. Literatura, memoria e historia, trabajo al que ya se recurrió en el
primer capítulo de la presente investigación.

Como toda fuente, la autobiografía requiere de una metodología de análisis. Luz


América Viveros Anaya propone varios enfoques en los textos autobiográficos:

la palabra autobiografía tiene tres matices u órdenes consecutivos: autos (sujeto, yo), byos
(vida, historia personal) y graphé (escritura) […] estos enfoques -a veces superpuestos- son
formas de leer y comprender los textos autobiográficos: centrados en el byos se tiende a comparar
lo narrado con la información de fuentes, pues se busca exactitud y sinceridad; se atiende a la
virtud referencial del relato. El enfoque centrado en el autos considera la memoria como
mecanismo que no es meramente de grabación de recuerdos [sino de reelaboración de estos].
Finalmente, el enfoque centrado en la graphé [propone la autobiografía como] un artificio de la
literatura, que adquiere vida independiente de la voluntad del sujeto. (2017, p. 329)

Enrique Florescano en Memoria mexicana escribe que “la primera imagen del
recolector del pasado que nos da la historia de Mesoamérica es la del escriba que recoge los
testimonios del pasado para servir a los intereses del gobernante” (2010: 134)34, por lo que,
las fuentes testimoniales han estado siempre implicadas en la historiografía de México.

Por otro lado, Martha Porras de Hidalgo explica que, al vivir el acontecimiento tan de
cerca, poco importa la distinción entre realidad y ficción pues el imaginario se copa de la
realidad: “Al ser testigos presenciales [sic.], oculares o actores mismos de la Revolución, al
plasmar sus experiencias, el límite entre la realidad y ficción es invisible, se funde en la
imaginación-realidad”. (2010, p. 81)

Si un testigo es también actor, ¿no influyen sus objetivos personales en la redacción


de sus obras? ¿Qué tan invisible es el límite entre ficción y realidad? En este punto conviene
recalcar que no es lo mismo ficción y mentira, de la misma forma que no son sinónimos
Historia y Memoria, pues
Aunque la Historia y la Memoria tienen en común el interés por el pasado, ambas
disciplinas —si se les puede denominar así— están llenas de diferencias, con respecto al enfoque
de su estudio y a las fuentes de trabajo. En este sentido, la Historia toma como su fuente principal

34
Citado en Daniel Avechuco-Cabrera, Los intelectuales ante la violencia de la Revolución mexicana
(2016, p. 26)
64
los documentos escritos y la Memoria los testimonios. Empero, ambas disciplinas requieren
interactuar para sobrevivir [pues] si se deja solo a la Memoria el estudio del pasado, quedaría
vulnerable a las tergiversaciones, puesto que la Memoria basa sus fuentes primarias en los
testimonios, y estos a su vez tienen variedad de interpretaciones, ya que cada generación adecúa
la Memoria a sus intereses, en algunos casos dejando de lado la verdad. (Becerra Mora, 2014, p.
61)

Cuando Rivero Mora (2011, p. 99) afirma que, “en palabras de Sergio Pitol, “las
clásicas novelas de la Revolución son no sólo narraciones de ficción sino, sobre todo, un
testimonio histórico”, se pueden hacer conjeturas muy diversas: se podría entender que los
literatos de este período retrataron fielmente el movimiento armado, proeza por demás
imposible debido al proceso de autoficción y subjetividad ya referido y analizado; puede esta
oración referirse a que las narraciones pueden explicar formas de ser y pensar de un
determinado grupo social; o incluso puede ser que mediante otras herramientas de análisis,
se comprenda a través de la literatura de la Revolución la conformación de la idea que se
tuvo del movimiento armado.
Resulta que el escritor-testigo, en este caso el literato de la Revolución Mexicana
elabora sus relatos desde su propio presente, como lo hace cualquier escritor o investigador.
Becerra Mora, citando a Enzo Traverso, argumenta sobre la construcción de la memoria
desde el presente:
En este orden de ideas, Traverso sostiene que “[…] la memoria es, pues, una representación
del pasado que se construye en el presente”. Se opone la concepción de Historia, que es el estudio
del pasado el cual tiene exclusivamente una representación escrita, mientras que la Memoria
puede tener distintas formas de representación “[…] que van de lo escrito a las imágenes y a los
documentos sonoros”. (2014, p. 65)

“Tal vez cabría preguntarse -escribe Rafael Torres Sánchez- si la revolución ha


suscitado traductores de su talla, intérpretes que no “pinten” el mundo, sino que desmonten
sus mecanismos para explicarlo mejor, para hacerlo inteligible y, más aún, entendible para
las generaciones futuras.” (2004, p. 54) Es claro que no basta con ser testigo, la interpretación
y puesta en escena del hecho vivido, lleno como es de la propia subjetividad del escritor, es
la conversión -deseable- del literato en actor.

Llámese Nellie Campobello, Vasconcelos, Martín Luis Guzmán o José Rubén


Romero, la necesidad de biografiarse a sí mismos es lo único que une estilísticamente a los

65
autores de esa Literatura de la Revolución Mexicana, así como la propia voluntad de varios
de los escritores de comprobar que prestaron sus servicios a la Revolución35, con el objetivo
de conseguir puestos políticos; todo esto abonó a la proliferación de esta producción
artística36.

Esta camarilla intelectual37, en gran medida suscrita al maderismo, se encontraba


ilusionada con el proyecto político del coahuilense. Con la llegada al poder de Madero y la
posterior usurpación del gobierno por parte de Victoriano Huerta, se desencadena una
reacción en la palabra escrita: Azuela desconfió de “ciertos hombres que no están a la altura
de las circunstancias”; los maderistas no estaban a la altura de Francisco I. Madero.

Lo anterior no significa que Azuela viera un fracaso en la Revolución, sino una


Revolución interrumpida, como la propuesta por Adolfo Gilly. Al final, en Azuela “tenemos
la revolución triunfante, rodeada de peligros, pero triunfante” dice Josefina MacGregor sobre
Andrés Pérez Maderista (2004, p. 88), y otro tanto se puede concluir de Los de Abajo, pues
al terminar la novela, Demetrio Macías deja el final de la Revolución abierto, cuando “con
los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil”.

La Literatura de la Revolución Mexicana y la Historia de la Revolución Mexicana


Son diversos los espacios entre los que confluyen la literatura de la Revolución Mexicana
con el quehacer historiográfico de dicho período, sin embargo, son lugares expuestos a
vicisitudes. Por ejemplo, asegurar, como hace Elvia Montes de Oca (2002, p. 54), que “los
novelistas de la Revolución Mexicana “quisieron dejar para la posteridad esa realidad
reflejada en su obra, se esforzaron en reproducirla “tal como fue”, con toda su vivacidad y
dramatismo; surgió así una nueva literatura, que intentó captar el movimiento revolucionario
en sus diversas caras” resulta a todas luces erróneo, pues ni puede considerarse género, ni fue
reproducida tal como fue.

35
José Rubén Romero no es la excepción, como se explicó en el capítulo anterior con la ayuda de la tesis
publicada por Diana Méndez Medina (2002)
36
Véase los ya nombrados estudios de Rutherford (1978, p. 84) y Paúl Arranz (1999)
37
Se puede nombrar a Vasconcelos, Azuela o al mismo Romero dentro de los maderistas
66
En el sentido opuesto, también se arriesga Paúl Arranz (1999, p. 50) al señalar que la
“dimensión documental [de la literatura de la Revolución Mexicana] fue reconocida desde el
principio, sin duda para reforzar su valía, y fue incorporada por la crítica posterior, que no
supo ver que estábamos ante manifestaciones literarias, y en cuanto tales, obras
intrínsecamente falsas”. Tanto Montes de Oca como María del Mar Paúl Arranz se olvidan
de que la novela es una interpretación de la realidad, por lo tanto, la creación de nueva
realidad, que parte de un contexto, pero no es necesariamente una reproducción de esa
realidad factual.

Es cierto que un autor como Azuela “pretendía mostrar lo que le resultaba interesante
de las cosas que veía a su alrededor, [ sin embargo c]omo toda fuente, la novela […] también
es prejuiciada, pues está hecha con intención, y a partir de una posición determinada.”
(MacGregor, 2004, p. 83) Escribir es, como todo, un acto y un posicionamiento político.
Sobre el rol político y de actualidad en la literatura, Milan Kundera, en su reflexión sobre El
arte de la novela (1986, p. 7), comenta que:

El espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras


precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior de la novela. Pero el espíritu de
nuestro tiempo se ha fijado en la actualidad, que es tan expansiva, tan amplia que rechaza el
pasado de nuestro horizonte y reduce el tiempo al único segundo presente. Metida en este sistema,
la novela ya no es obra (algo destinado a perdurar, a unir el pasado al porvenir), sino un hecho de
actualidad como tantos otros, un gesto sin futuro.

Esto conduce al papel que juega la novela y el novelista en la sociedad, y si bien


“existe un número suficientemente grande de novelas sobre la Revolución con orientación
sociológica, como para asegurar que abarcan de una manera razonablemente completa lo que
durante ella ocurrió. [No es] información directa de los campesinos, reflejo de la barrera de
clases que les separaba de los novelistas, de clase media” (Rutherford, 1978, p. 364). Si
existiera gran cantidad de información sociológica en las novelas, de una visión similar -
siguiendo el método de Rutherford-, debería tomarse por cierta. Sin embargo, el estatus social
de los novelistas impide que describan al campesinado desde adentro.

67
Rutherford reconoce que la novela “le da acceso al lector a sectores de la sociedad y
a áreas de la vida privada que normalmente le son inaccesibles. […] Se trata de una fuente
especialmente valiosa […] Sin embargo, es difícil manejarla. Esta dificultad sólo puede
superarse por medio de la aplicación de las técnicas de la crítica literaria.” (1978, p. 365)

Por otro lado, la historia intelectual latinoamericana no puede separarse de su historia


literaria, como demuestra Friedhelm Schmidt-Welle (2014, p. 9) los gobiernos
posrevolucionarios buscan legitimidad mediante la construcción de un arte de la Revolución:
Entre los múltiples y variados factores difusión y aceptación de la categoría “novela de la
Revolución Mexicana", deseo destacar uno solo: la necesidad imperiosa de legitimarse que
tuvieron los regímenes posrevolucionarios, los cuales habían emanado de ese movimiento. Un
medio para lograr esto es el desarrollo de lo que Hobsbawm llama […] “tradiciones inventadas”
(Olea Franco, 2012, p. 490)

A partir del sexenio de Obregón, las “elites ilustradas que volvieron a México”
(algunos de ellos se autoexiliaron al inicio del movimiento armado como Azuela, aunque
otros, como José Rubén Romero permanecieron en México en aquella época) una vez
“iniciado el proceso de pacificación […] jugaron un papel fundamental en el florecimiento
cultural revolucionario.” (A. Azuela, 2004, p. 22)

Cuando Hobsbawm escribe que: “Probablemente, no hay ningún tiempo ni lugar por
el que los historiadores se hayan interesado que no haya vivido la invención de la tradición
en este sentido” (en Olea Franco, 2012, p. 490), resulta bastante claro que la legitimación de
conceptos, ideas y tradiciones -presentes en la literatura de la Revolución Mexicana- atañen
al historiador.

El historiador francés Pierre Nora señala la “importancia que debe otorgarle la


Historia a la cuestión memorística de las sociedades. Para Nora, la literatura es el mejor
elemento que puede emplearse para cumplir dicho objetivo” cuando se realizan estudios con
el enfoque de la Historia Narrativa. Al final “las barreras más importantes entre la Historia y
la literatura en la actualidad han desaparecido, dando lugar a la novela histórica que ha
modificado la relación con el pasado, resultante de la mezcla de elementos que parecían
antagónicos.” La literatura de la Revolución es justamente eso, una modificación de la
relación que el “pueblo” y los mismos escritores tienen con su pasado a través de las obras
68
literarias en las adquirieron un rol protagónico donde antes fueron solo parte del paisaje.
(Becerra Mora, 2014, p. 68)

El gobierno mexicano resulta beneficiado con el arte que surge después de la


Revolución Mexicana, pues gracias a la
“ayuda de algunas figuras de renombre, fomentó la homogeneización cultural mediante la educación y el
estímulo a la producción y difusión de obras artísticas, lo cual desembocó en la manufactura de un
imaginario afín al proyecto nacionalista. Lo anterior explica en parte la profusión de representaciones
alusivas al conflicto armado durante la posrevolución. [...] A pesar de que los voceros del gobierno
pregonaron su tolerancia ante cualquier clase de expresión artística, aun la más crítica, la realidad es que
subrepticiamente se fijó una poética legitimadora” (Avechuco-Cabrera, 2016, p. 26)

Así, el Estado presumía tolerancia pero en realidad adoptó un canon literario sobre la
Revolución que se volvió una parte esencial de la cultura popular debido a su ejecutoria pero
también gracias al apoyo gubernamental; mientras que las novelas cristeras (Vázquez Parada,
2012, pp. 57-59), de menor calidad que los textos de Azuela o Guzmán, fueron ampliamente
difundidas desde su publicación entre las décadas de 1930 y 1950, pero el contar con pocos
autores38, carecer de aprobación general y el soporte de un proyecto del Estado, podría ser la
razón por la que cayeron en el olvido años después, mientras que las producciones basadas
en el movimiento de 1910 adquirieron celebridad.

El México posrevolucionario logró después de 1930 aceptar dentro del régimen una
literatura cuya recepción fue tardía39; por otro lado, esta literatura jamás fue contestataria,
pues el mismo “Azuela no ataca la Revolución sino el torcimiento que se hizo de ella, así
como los crímenes que se realizaron a su amparo” (López Mena, 2011, p. 14).
De tal suerte que, si se entiende
“la Memoria, como una práctica viva del pasado, basada en los testimonios y recuerdos; y [se ha]
conceptualizado a la Historia como la práctica escrita que busca el esclarecimiento de la verdad sobre
los hechos que se presentaron en el pasado. Entonces la Memoria Histórica, al ser aceptada por la
sociedad, forma parte de la Historia, es decir, trasciende de una generación de testigos directos para
ser admitida por un conjunto social que la asume como parte de su pasado y no de unos pocos
individuos” (Becerra Mora, 2014, p. 65)

38
“La Cristiada no es el orgullo de los mexicanos y, por tanto, son pocos los autores que la recogen como
tema para sus obras literarias” dice Vázquez Parada (2012, p. 57)
39
Los de abajo se publica en El Paso en 1915 mientras que es hasta 1925 cuando cobra notoriedad en
México por la polémica acerca de la supuesta “feminización de la literatura mexicana” que ya se explicó en el
presente texto (p. 5)
69
se infiere que, al incorporarse al discurso del Estado, la literatura de la Revolución se
convirtió en parte de la Memoria Histórica. Y así, para el caso mexicano,
“Quienes eligieron al pueblo como protagonista de la nueva reescritura del pasado, sin duda previeron que
su poder cohesionador. Sin embargo, es posible que no anticiparan que de forma paralela había una fuerte
herencia sociocultural que volvería difícil un proceso de apropiación y asimilación [ya que la] conversión
de lo tradicional en imágenes que pudieran interpretarse como resultado de la lucha armada como resultado
de la lucha armada desencadenó una serie de conflictos políticos, culturales e intelectuales, en los cuales
puede hallarse un principio de explicación de las representaciones de la violencia revolucionaria”
(Avechuco-Cabrera, 2016, p. 27).

Roberto Cantú sintetiza: la “literatura nacional se confunde, por decirlo así, con el
proceso político de México a partir de la revolución.” (2004, p. 12) En el mismo tenor,
Ariadna Alvarado López reflexiona que “La literatura que trata por medio de la ficción
asuntos históricos permite otra simbolización del pasado, se incorpora a un código
compartido en sociedad y plenamente aceptado por ella: el lenguaje y de manera más
específica el lenguaje escrito.” (2001, p. 27)

Alvarado López hace, desde una tesis de maestría en literatura, un análisis sobre la
autora de una de las grandes obras literarias sobre la Revolución Mexicana con los siguientes
resultados: “El estudio de la representación histórica en la obra de Nellie Campobello me
permitió encontrar la coincidencia de lo ficticio y lo factual, para determinar la importancia
de la visión estética de la revolución mexicana y su contribución a la historia de lo
imaginario40.” (2001, p. 111-112)
Lo imaginario, como se expresó en el primer capítulo de esta investigación, también
puede pertenecer al campo del historiador, pues no se pretende de este una reproducción de
los hechos factuales; así, la literatura de la Revolución Mexicana otorga el conocimiento de
otros espacios de lo real. Alvarado López es consciente de que los objetivos de Campobello
no son los del historiador: “La imagen de la revolución mexicana que se propone en
Cartucho: relatos de la lucha en el norte, es una imagen estética no de la revolución como
acontecimiento histórico, sino de la forma en que se vivió y asumió la lucha en el norte del
país.” (2001, p. 112)

40
Las cursivas son nuestras
70
Los cuadros que componen la obra Cartucho de Campobello “se van construyendo
relato a relato hasta conformar un evento literario donde lo importante no son las grandes
batallas ni los héroes que participaron en ellas, sino los acontecimientos cotidianos de la vida
humana trastocada por la guerra y determinada por la guerra.” Afirmar que “Los detalles
cotidianos que no interesan a la historia” denota una falta de conocimiento en obras de
historia de la vida cotidiana, muy frecuentes en la actualidad; aunque, es cierto que estos
momentos íntimos “son los grandes acontecimientos que en la obra de Nellie Campobello
posibilitan otra imagen estética de la realidad histórica.” (Alvarado López, 2001, p. 113)

La literatura de la Revolución se encarga muchas veces de espacios distintos -que no


falsos- que convivieron durante este suceso:
“muestra la vida cotidiana de las zonas pacíficas y de las zonas envueltas en el conflicto bélico, así como
la de las zonas en que ambos ámbitos se entrecruzan, aquellos espacios anchurados que ven confrontarse
dos cotidianidades diferentes, aunque complementarias: la de la sociedad civil y la de la sociedad
política con sus brazos armados, los militares revolucionarios y los federales. Asimismo, es en dicha
narrativa, más que en los libros de historia, diurnos por antonomasia, donde mejor se aprecia la
relevancia que el ámbito nocturno tiene” en la lucha. (Torres Sánchez, 2004, p. 45)

De acuerdo con lo ya referido, la obra autobiográfica de quien pudiera ser un


damnificado de la Revolución Mexicana como José Rubén Romero -por citar un ejemplo
conveniente-, resulta valiosa pues, siguiendo a Chartier:
La historia no puede ignorar los esfuerzos que trataron o tratan de hacer desaparecer, no solo las
víctimas, sino también la posibilidad de que sean recordadas sus existencias. En este sentido la
historia nunca puede olvidar los derechos de una memoria, que es una insurgencia contra la
falsificación o la negación de lo que fue. Debe la historia entender semejante pedido y, con su
exigencia de verdad, apaciguar, tanto cuanto sea posible, los infinitos dolores que dejó en nuestro
presente un pasado a menudo injusto y cruel.41

La historiografía mexicana ha utilizado a la novela de la revolución debido a la


“perspectiva ecléctica, fragmentaria, épica, pesimista y desmitificadora legada por los
novelistas citados” [COMPLETAR] “es poco o nada lo que las ciencias sociales
pueden extraer de las tradicionalistas y obsoletas concepciones de la historia: tanto
de la versión oficialista que concibe al proceso revolucionario como un movimiento
político ascendente, continuo y progresista […] como de la visión doctrinaria que
habla de una revuelta social y popular que tuvo su origen en la lucha de clases La
historiografía tradicional [ACLARAR: previa a la Revolución] formó parte de la

41
Citado por José Camilo Becerra Mora (2014, p. 63)
71
institucionalización del proceso revolucionario y por lo tanto se encargó de mostrar
una visión doctrinaria del movimiento armado que la NRM contradijo

“Bastaría, pues, con citar las sangrientas pugnas por el poder y los muchos asesinatos
que ocurrieron al interior de la clase política revolucionaria durante el período de
1910-1936, para concluir que esos y otros sucesos oprobiosos ya antes habían sido
narrados por la NRM. Y si la historiografía de hoy día coincide en que la Revolución
no fue una sino muchas revoluciones, que no hubo una ideología única y general, que
existieron numerosas causas y hechos espontáneos, que el arribismo, el resentimiento
y la venganza jugaron papeles relevantes, y que los gravosos costos en muertes y en
destrucción de riqueza deben dar pie para una relectura crítica de la dinámica
revolucionaria” (CEBALLOS 27) Héctor Ceballos dice que la historiografía
mexicana actual coincide con lo escrito por gente como Azuela o Romero hace ya
mucho tiempo.

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74
Segunda Parte: José Rubén Romero y la Revolución Mexicana

75
Capítulo 1 José Rubén Romero en la Revolución: Apuntes de Un Lugareño

La crítica mexicana más difundida ha menospreciado la obra del cotijense, véase como ejemplo
Carlos Monsiváis, quien

ha visto en él un fallido narrador de las costumbres provincianas; tal vez, ciertamente, no tenga la estatura de
Fernández de Lizardi. Mas nada despreciable es su legado: sólo su prosa nos pudo ofrecer, con pícaro humor
y sabor provinciano, alcanzando por momentos la belleza de la poesía, las más entrañables historias
michoacanas (Estrada Maldonado, 2007, p. 147).

Otro caso es el de José Revueltas (Falta citarlo)

La estructura en Romero, al ser descuidada, no es lo vital:

La forma, el plan, la organización de las novelas de Rubén es lo que menos importa. Sin duda es lo menos
valioso en sus libros, dañados ligeramente cuando deja de ser él para elaborar la trama o pulir el estilo (Iduarte,
1946, p. 4).

En The feminine characters of José Rubén Romero (1963), Vera Powell Dull escribe en el
prefacio que su trabajo intenta probar si Romero describe igual de bien a personajes femeninos
que a masculinos. La autora afirma que Romero sólo tiene dos personajes principales femeninos
y el resto son secundarios: su madre y Rosenda, Powell observa "tipos" en los personajes
femeninos de Romero.

Asegura Owen Cord (Cord, 1961, p. 431) que Romero admitió que no habría escrito si no
hubiera estado lejos del país, la nostalgia del terruño como motivo. Sus personajes se ven
atrapados en el “torbellino de la revolución”. Cord escribe además que Romero nunca “creó
evento o personaje alguno”, afirmación excesiva, pues si bien Romero toma inspiraciones reales
para todos sus personajes, los caricaturiza.

76
Para Owen Cord42 Romero escribía como hablaba, por lo que no creyó que su obra entrara a los
cánones de la literatura: seis años después de Apuntes de un lugareño Romero entra a la
Academia Mexicana de la Lengua. Era un escritor que no se preocupaba en diseñar tramas
(Cord, 1961, p. 432). Además, no se ocupaba mucho en la estructura sintáctica de sus textos,
pues no los considera académicos, idea que comparte Andrés Iduarte; Romero sabía que sus
obras carecen de importancia en lo estilístico, pero el recuento autobiográfico era de valía para
él y para la Historia.

Cord acertó en gran parte pues José Rubén Romero no escribía para ganar prestigio académico,
sino para darse gusto pues al tiempo de publicar Apuntes de un lugareño (1932), ya estaba en
Barcelona como cónsul. El diplomático michoacano entendió, ante la recepción de la Novela de
la Revolución Mexicana, que él también podía aportar algo aprovechando esa capacidad
retentiva de su memoria prodigiosa.

Ojo espacio

“Fuera de un texto del fallecido José Luis Martínez (Vida y obra), al que podrían agregarse varios trabajos de
escasa circulación publicados en su natal Michoacán, se pensaría que el medio universitario, lo mismo que la
institución crítica, decidieron desde hace mucho tiempo prescindir de toda referencia a su obra” (Escalante,
2010, p. 10).

Apuntes de un lugareño (1932) es considerada la principal obra autobiográfica de José Rubén


Romero.

El novelista mexicano, en esta etapa, recurrió en sus relatos a retratar esa realidad revolucionaria que le era
inmediata a través de recuerdos autobiográficos como Ulises Criollo de José Vasconcelos, memorias y
reportajes en El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán, en donde los hechos de armas, las noches de
ardientes zozobras y balaceras interminables surgieron como imágenes frescas y recién gravadas en un lienzo.
Michoacán no escapó a esta realidad, y en su seno aparecieron narradores como José Rubén Romero con
Apuntes de un Lugareño o Salvador Ortiz Vidales con su novela Memorias de un hombre inverosímil, que,
aunque con reminiscencias típicamente costumbristas, también supieron dejar huella de los acontecimientos
de la vida en provincia. (Cortés Zavala, 1986, p. 77)

42
Y otros autores.

77
Apúntese aquí algunos detalles sobre el concepto “autobiografía”:

[L]iteratura del yo, donde surgen narraciones testimoniales que abordan el pasado reivindicando memorias
comunitarias, familiares y personales. Al contrario de lo que sucede con la novela histórica, en este tipo de
escritura la experiencia del sujeto o del grupo deja ser una noción periférica y se vuelve central. Se ofrece así
un espacio público para aquellos sujetos marginados por razones de etnia, sexo o clase social, que no han
podido expresarse y cuya voz no ha sido escuchada dentro del canon tradicional (Pérez, 2015, p. 202).

Silvia Molloy entendió la autobiografía como


una re-presentación [sic.], esto es, un volver a contar, ya que la vida a la que supuestamente se refiere es, de
por sí, una suerte de construcción narrativa. La vida es siempre, necesariamente, relato: relato que nos
contamos a nosotros mismos, como sujetos, a través de la rememoración; relato que oímos contar o que
leemos, cuando se trata de vidas ajenas (en Pérez, 2015, p. 202).

En José Rubén Romero se conjugan una serie de factores socioculturales que le permiten nutrir
de su experiencia a sus obras literarias.

Héctor Ceballos escribe unas líneas que recuerdan a Luis González y González y que explican
el motivo de Romero para la escritura:

“No hay duda que [sic.] la lejanía del terruño –el microcosmos michoacano, en particular- acentuó la carga
melancólica y crítica de sus rememoraciones, razón suficiente como para desear transfigurar dicho universo
anecdótico en novelas imperecederas” ((Ceballos Garibay, 2010, p. 13).

Es decir, el recordar con nostalgia su terruño es su inspiración para describirlo en una novela.

Recordando la clasificación por etapas de la Novela de la Revolución Mexicana de Martha


Porras de Hidalgo, Romero pertenece a la primera etapa: actor-testigo de la Revolución, en la
que se ubican autores como Mariano Azuela, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Agustín
Vera y José Rubén Romero; desde la óptica testimonial, todos son testigos de los hechos.
Vivieron la Revolución y como tal, dadas sus experiencias, así las plasma [sic]. Como actor-
testigo, escriben sus novelas (2010, p. 84).

78
El primer criterio de Porras de Hidalgo para establecer esta “Primera Generación” es que los
autores sean “nacidos entre 1873 y 1890; que se educaron bajo la dictadura de Porfirio Díaz.”
(2010, p. 86)

Sobre Apuntes de un lugareño Rutherford escribe: “parece que el despertar del pueblo mexicano
[…] fue un proceso que comenzó en la parte superior de la escala social y fue descendiendo
paso a paso” (Rutherford, 1978, p. 229). De este modo, se lee en el texto la evolución
descendente -hablando de la escala social- del movimiento armado

Para Raúl Arreola la obra de Romero es autobiografía, pero también crónica:

Sus relatos son autobiografía, pero más que eso son crónica. Él sigue siendo, ahora desde el pleno dominio
de su arte, el cronista del terruño, el que nos informa y dice y siente y quiere el pueblo, y al que seguimos
llevando nuestras que al escribrirnoslas se entere de lo que somos y de lo que queremos ser […] En Rubén
Romero la autobiografía está regida más que por un afán de exaltar a la persona, por engrandecer al medio
(Arreola Cortés, 1946, p. 9).

Así, un lugar común la crítica sobre la autobiografía como autoelogio, en Romero no aplica,
pues elogia sólo sus pueblos, y se nota esto cuando va recorriendo municipios. Además suele
ser autocrítico:

Algunas veces, sus recuerdos personales son dolorosos resistir la condenación de sí mismo. No se perdona
sus propios errores contra ellos con igual energía con que acometiera contra los ajenos. Relatando, por
ejemplo, aquel episodio trágico del asalto de Inés Chávez Garcia a Tacámbaro, no reprime su castigo y dice:
“Cobarde, cobarde, cobarde. Lloras como supiste defender como hombre (Arreola Cortés, 1946, p. 9).

Capítulo 2 La Revolución en José Rubén Romero: José Inés García Chávez y la


Desbandada

Desbandada relata la vida en el pueblo michoacano de Tacámbaro antes de la llegada de la


Revolución. Se narra la evolución en la concepción del protagonista sobre el movimiento
revolucionario. Escribe Raúl Arreola Cortés:

79
quiere ser la resonancia fiel de su provincia: “Tacámbaro engendró dentro de mi corazón todas las páginas de
Desbandada, y en mi corazón durmieron muchos años, hasta que salieron espontáneamente y sin que yo las
obligase a dar un paso fuera de mi pecho (1946, p. 10)

Por eso el tratamiento que dio José Rubén Romero a García Chávez en toda su obra, pues éste
le interrumpió la paz.

OJO espacios a llenar con interpretación

“Es una obra sencilla, de lectura fácil y conmovedora. Es la vida del autor-actor-protagonista quien describe
su pueblo y la vida sencilla. Es defensor de la Revolución y de sus ideales. Sin embargo, al llegar los
revolucionarios, arrasan su amado pueblo, dejando dolor y tristeza. A este paso por el pueblo se debe el
nombre de la novela. Al final la desilusión y el abandono del pueblo por el mismo narrador” (Porras de
Hidalgo, 2010, p. 86).

Ojo espacios

Entre los cuantiosos sinsabores, relatados de manera precisa en la novela Desbandada, habría que mencionar
tanto sus amargas experiencias como víctima de las hordas de Inés Chávez García, así como su creciente
decepción al atestiguar la manera fácil y rápida como se corrompían los líderes revolucionarios cuando tenían
a su alcance poder y riqueza (Ceballos Garibay, 2010, p. 13).

Romero realiza aquí una crítica a esos liberales de clase alta que rehusaban a un cambio en el
estatus social

Perea se dice liberal y enemigo de los curas, pero es mentira. Es un liberal teorizante, como tantos, que
crecen del valor civil para confesar su admiración por las clases elevadas. Es de los que defienden los
privilegios, las categorías sociales y la ilimitada autoridad de los amos, y repudian todo lo que huele a
revolución, considerándolo como un crimen contra el derecho de los ricos (Romero: 50-51 en Porras de
Hidalgo, 2010, p. 87).

Resulta interesante el tono del discurso: José Rubén Romero escribe con voz propia, pues es un
discurso estructurado y no a manera de un diálogo real. Aún más interesante que con su propio
discurso critique la situación social criticando a una clase a la cual él mismo pertenece.

80
Romero muestra a los partidarios de cada bando. La tercera voz del siguiente diálogo es la suya,
pero al no mencionarse implícitamente como propia da la impresión de que su intención es
mostrar a los partidarios de cada facción:

-Villa es un bandido- me grita Perea


-Y Carranza un viejo traidor que tenía preparado un levantamiento contra Madero, y la muerte de éste lo
salvó- agrega don Rutilio
-El asesinato del mártir Madero -querrá usted decir- que fraguaron los obispos en la gran Dieta de Zamora,
con beneplácito de los capitalistas michoacanos, quienes después ofrecieron dinero a Huerta -las treinta
monedas de que habla la Biblia- y los católicos celebraron con iluminaciones, músicas y cohetes. Si no, que
lo diga Jiquilpan (Romero: 53-54 en Porras de Hidalgo, 2010, p. 87)

En otro párrafo se formula la gran pregunta: ¿Para qué sirvió la Revolución? El discurso
esperanzador poco a poco se irá diluyendo en la novela. Es visible el aprecio a la libertad de
expresión, así como la visión paternalista hacia “don” Porfirio. La narrativa del texto parece una
mera descripción de sucesos e ideologías sin una profundidad de los personajes que se dará hasta
después de la Revolución
-Pero, ¿para qué ha servido la Revolución?
-¡Para que los peones coman, para que los maestros se multipliquen en las ciudades y en los campos, para
que los explotadores del pueblo, negreros de apellidos ilustres, se larguen del país! Y, sobre todo, para que
usted tenga la libertad de discutir estas cosas sin que lo lleven a la cárcel, como en la época de don Porfirio
(Romero:54 en Porras de Hidalgo, 2010, p. 87).

En Desbandada, la tienda de Rubén Romero, “La fama”, funge como un centro social

El mostrador de una tienda es el rompeolas adonde van a morir todos los chismes de un pueblo. Se
despedazan honras, se censura al Gobierno y se cuentan esas mil y una naderías que sirven de
entretenimiento social, cuando se reúnen más de cuatro personas (Romero: 54 en Porras de Hidalgo, 2010,
p. 87).

A Romero no le importa el número, los bandidos arrasaron como una horda salvaje: “[…]
¡Doscientos, trescientos, ¡qué sé yo cuántos jinetes coronaban el cerro, despeñándose por todas
las veredas y por todos los pasos, lo mismo que un alud de reses bravas!” (Romero: 122 en
Porras de Hidalgo, 2010, p. 89)

81
En Desbandada, La figura del bandido Chávez García en Michoacán ocupa un lugar especial:
Romero describe los asaltos a los pueblos. No hay mayor realidad para el caso que esta ficción:

a tiempo que por la esquina del Mulato bajaban, en una carrera de concurso, las hordas chavistas,
disparando sus armas a diestra y siniestra y gritando desaforadamente:
-¡Viva el General García Chávez!
-¡Viva el proteitor de los probes! (Romero: 126 en Porras de Hidalgo, 2010, p. 89).

OJO
Tacámbaro, pueblo exuberante, comienzo de la Tierra Caliente, fue asaltado por Ines Chivez Garcia,
desarrollindose entonces las amargas escenas que encontramos en el final de Desbandada. […]En el título del
siguiente capítulo, está el contenido del sentir y pensar del autor, el desencanto y desaliento de lo que sería la
Revolución. La crueldad de los hombres que llegaron a su pueblo tranquilo y que en unas horas destrozaron,
dejaron a su paso dolor, muerte, robos y todo lo que puede avasallar la masa de hombres. Sin embargo, es un
convencido del pensamiento revolucionario. Es fiel a sus ideales y cree, en la Revolución (Arreola Cortés,
1946, p. 19)

Desbandada presenta una problemática poco pensada: pedir rescate después de saquear los
pueblos
-¡Pero tu padre no! -gritóme con acerba expresión de reproche. -Lo plagiaron esos hombres perversos y lo
asesinarán sin misericordia, porque piden rescate y ya no tenemos dinero para darlo. Acabaron con la tienda
y con todo, hijito… (Romero: 135 en Porras de Hidalgo, 2010, p. 90).

Ojo “-Cállese, viejo raicionario [sic.] y suelte la plata” (Romero: 137 en Porras de Hidalgo,
2010, p. 90) aquí el término “reaccionario” es un insulto, aunque es muy probable que el bandido
desconozca el concepto, es insultante que se nieguen a la Revolución, en este caso a la
revolución particular de los chavistas

Romero ilustra a su lector, eso que vieron no es una revolución

-Esto se acabó, compadrito. ¿Y qué va usted a hacer ahora?


-Comenzar de nuevo a subir la cuesta…
-Pero maldiciendo por fin a la Revolución, ¿no?
-No, compadre Perea, pillaje y saqueo no son Revolución. Revolución es un noble afán de subir, y yo subiré;
es esperanza de una vida más justa y yo me aferro a ella (Romero: 147-148 en Porras de Hidalgo, 90).

“No es esta la Revolución” dice Romero, quien sabe qué se esperaba de la Revolución, pero,
como testigo de lo que realmente dejó, muestra su descontento (Porras de Hidalgo, 2010, p. 89).

82
[E]n Desbandada se encuentra descrito con todo rigor el grado de crueldad y de horror a que había llegado la
pandilla de Inés Chávez García” […] “Saqueaba los comercios, las casas, los corrales, las oficinas; quemaba
archivos, libros, retratos, muebles; a los hombres los colgaba en los árboles de la plaza, en medio de la risa
alcohó1ica de aquellos criminales. Y todo sin ninguna aspiración (Arreola Cortés, 1946, p. 25).

“Hoy más que ayer me siento revolucionario porque de un golpe volví a ser pobre. La
Revolución, como Dios, destruye y crea y, como a Él, buscámosla sólo cuando el dolor nos
hiere…” (Ceballos Garibay, 2010, p. 18) Sentido religioso en Romero y a la vez de cómo
entiende la Revolución a través de Desbandada

Capítulo 3 El México que nos dejó la Revolución: Pito Pérez y Mi caballo, mi perro y mi
rifle

Lo que le motiva a escribir Pito Pérez en Brasil es la voluntad de escribir textos más estilizados
y literarios pues recientemente había sido electo miembro de la Academia Mexicana de la
Lengua, pero luego se arrepiente ante la incomodidad que le producía la formalidad y escribe
Pito Pérez (Cord, 1961, p. 433)

La Génesis de Pito Pérez es estudiada por Edward Phillips hace en Una vez fui rico su última
aparición (1964, p. 698), la cual consta únicamente del epígrafe:
Si tienes dinero y lo malgastas, compraras
el placer de tu cuerpo y la desgracia
de tu alma. Y si no tienes dinero, serán
igualmente desgraciados tu cuerpo y tu alma - Pito Pérez (p. 427).

Atravesando antes la obra de Romero con apariciones secundarias en Apuntes de un lugareño,


Pueblo inocente y las obras donde él es protagonista, probando así su existencia real... entonces
es conveniente revisar el desarrollo -no génesis- del personaje citando sus diálogos en estas
obras

83
De acuerdo con Phillips (1964, p. 699) si bien hace sólo tres apariciones en "Apuntes" Pito es
el personaje más vívido y realista…. El autor lo prueba con el siguiente fragmento de Apuntes
de un lugareño:

"En materia de cárceles, su erudición no tenía igual. Se hablaba de San Luis Potosí, de Aguascalientes, de
Toluca, y su respuesta siempre era la misma: yo conozco esa cárcel. ¿Delito grave? Ninguno. Era un
aventurero de la copa y nada más (p. 76)."

Phillips (1964, p. 699) escribe que Romero repite varios datos sobre Pito como la cárcel o el
cementerio, en La vida inútil le pregunta “¿es cierto que conoce usted muchas cárceles? (387)”

“Pito Pérez [no] es meramente un nuevo eslabón de una vieja tradición literaria. Igual que Periquillo arranca
de las clases inferiores de su época, Pito Pérez procede de un medio rural que pervierte el ingenio [escribe
Henry Ziomek, citando a Moore, cuyo texto no fue posible consultar] de un hombre inteligente hasta que éste
se rebela. Pito Pérez, como el pícaro, sigue más la connotación literaria que el simple bellaco producto del
pueblo, por ser más inteligente. Cariñoso para con los pobres, se adapta a las condiciones buscando la amistad.
El pícaro mexicano moderno se asemeja al pícaro español de la tradición clásica, pero no es la copia de él”
(Ziomek, 1968, p. 947).

“Hacia el fin de la obra Pito Pérez ya no es el pícaro, sino el holgazán borracho sin ninguna
voluntad.” (Ziomek, 1968, p. 948) Aquí se aborda de nuevo que la obra se divide en dos partes
notorias por la actitud de Pito antes y después de ese viento de diez años

De acuerdo con sus siglos, las peticiones de Pito y Lazarillo son distintas:
A Lazarillo le atañe el tema literario del siglo XVI, que trata del hombre y su destino. El joven viaja, por los
caminos de la vida, destinado desde el principio a conformarse a la sociedad y al fin se hace el hombre de
bien. A Pito Pérez le concierne el tema realista espiritual del fin del siglo XIX y el principio del XX, que da
importancia al estado espiritual del hombre. Dentro del desenvolvimiento psicológico de su carácter, Pito
Pérez busca la paz mental. Su reacción en contra de la sociedad reside en su excesivo individualismo que no
le deja adaptarse a la rutinaria vida social” (Ziomek, 1968, p. 948).

Además, es notorio que el hermano clérigo de Pito aparece varias veces:


“Viene cantando el Vito Pérez, calle abajo, desgarrado y sucio, con un bonete de cura en la cabeza, vaya
nueva y productiva que ha inventado para explotar a su hermanito el clérigo, quien le compra todos los bonetes
que saca -no sabe de dónde-, con la santa intención de que no profane dicha prenda (p. 138)” (Phillips, 1964,
p. 700)

Phillips hace notar la evolución del nombre, que va de el pito Pérez de Apuntes de un lugareño
a El Pito Pérez de Pueblo inocente y culmina con Pito Pérez -sin cursivas-. El apodo va

84
evolucionando conforme a la importancia que cobra el personaje; cada que Romero lo quería
volver más real fue cambiando su nombre.

“Pito owes his genesis to the period around 1912 when Romero was appointed to the position
of tax collector in Santa Clara del Cobre” (Phillips, 1964, p. 698) traducirlo

El componente histórico-real de Pito es controversial:


“También Rubén Romero, como el autor anónimo de Lazarillo, se sirve en el Pito Pérez de una supuesta
autobiografía al hacer ocultar la ficción y crear una impresión de realidad. Naturalista en sus cuadros realistas,
la dialogada autorrelación de Pito Pérez a su compañero-poeta es fingida, porque las ideas revisionistas de
todas las concepciones de Pito Pérez son una consecuencia lógica de su vida, de su tiempo y del medio que
le forjó. Así, estas ideas aparentemente anarquistas no son del autor de Pito Pérez porque José Rubén Romero
es un escéptico que no ahonda en las ideas, sino en el interior del hombre” (Ziomek, 1968, p. 950).

Y es que las características compartidas entre el autor y Pito son leitmotivs en la obra:
“Los caracteres del Pito Pérez no aparecen como tipos que represen tan ciertas clases sociales como los del
Lazarillo. Son creaciones individuales con carácter singular y nombres muy específicos y están de terminados
por su ambiente: el acólito Melquíades Ruiz, el mentor de picardías; el cura Pureco, la ignorancia en el latín;
el boticario José de Jesús Jiménez, la pereza y su mujer Jovita Jaramillo, la inconstancia.

Sus caracteres actúan dentro de la sociedad determinada formando parte íntegra de ella. A través de sus
reacciones, el lector ve el mundo de la gente definida de Rubén Romero.” (1968, p. 951)

Siguiendo a Ziomek, Romero no "refleja" una sociedad en su obra, no busca establecer tipos,
sino que construye la suya mediante lo anecdótico y personajes basados en personas reales. Un
siguiente aporte interesante pero cuya comprobación no fue posible es:

“El testamento del difunto Pito Pérez posiblemente pudiera [escribe Ziomek tratando de enlazar
a Romero con la picaresca española] ser un aporte ejercido por la novela picaresca, El testamento
de un pícaro (1614) de Pedro Laínez.” (1968, p. 951).

Concluye Ziomek, sin indagar que Pito realmente existió, de acuerdo con estudios como los de
Mackegney; ignora además el hecho de que el alcoholismo de Pito Pérez recrudece en la

85
segunda parte de la obra y es debido a esto que el humor desaparece. Por otro lado, el parteaguas
es la Revolución, Romero muestra a un personaje arrasado por la Revolución.

“Sin embargo, al progresar la acción del libro el buen humor se hace más agrio y en la segunda parte se pierde
por completo. A pesar de eso, la novela mexicana, en suma, está bien escrita y es una adición muy
representativa de las novelas picarescas” (1968, p. 954).

Sanjuana López Hernández vuelve a la relación entre la picaresca y Rubén Romero:

En los artículos de Robert Stone y William O. Cord se cuenta con información acerca del contexto histórico
en que esa obra fue escrita, donde se manifiestan los propósitos de autor mas no hay evidencia concreta de
que todo cuanto escribió sea verdadero. Tanto Cord como Stone comentan la base de la novela, quien fue una
persona real y la situación expuesta concuerda con los problemas de la época. Sin embargo, Romero también
comenta que su obra tiene defectos como la inconsistencia, pero es para representar los defectos del individuo
(López Hernández, 2010, p. 78).

“Sus obras parece más un reflejo de lo que estaba ocurriendo, en su época, en México, aunque Stone aprecia
que tal problemática no es exclusiva de México y esta se puede aplicar a muchos otros lugares y épocas. Stone
da a entender que Romero escribió verdades o realidades universales representadas con un hecho particular.

Romero escribe La vida inútil de Pito Pérez al estar en Barcelona y sentirse nostálgico al no poder regresar.
Al escribir sus novelas era una forma de sentir el placer de su tierra mientras estaba lejos. Escribe una novela
que representa lo nativo de su tierra: tanto gente como lugares y sucesos bajo el formato de autobiografía”
(López Hernández, 2010, pp. 78-79)

Esta impresión inicial en el público cambio después. Para los mexicanos, esta era la historia de su vida y Pito
era o representaba cada mexicano que había sido atrapado en el tumulto que siguió la revolución. Él es la
personificación de la rebelión en contra de la inmunidad y la injusticia de un país estancado. Romero estaba
expresando ideas nacionales; Pito era su voz. La totalidad de las ideas de Pito eran específicamente para
México, pero se podrían aplicar a cualquier lugar. Romero se ha expresado sinceramente y ha escrito con
dedicación acerca de lo que él cree en realidad el perfil de lo mexicano. Aunque él ha escrito de gente y
lugares cercanos a su tierra nativa de una época específica, él ha sido capaz de retratar mucha de la ansiedad
enfrentada por hombres de todos los lugares y tiempos (López Hernández, 2010, pp. 80-81 citando a
Cord).

El autor usa al protagonista para convocar un cambio, una rebeldía de la clase baja mas el personaje cómico
que se tiene en la novela ayuda a disimular tales intenciones o a que las clases con poder no tomen en serio la
realidad de una rebelión. Por medio de esta obra se les muestran los problemas existentes pero es poco
probable que le teman a una clase inferior o a las críticas de un ser marginado. Lo que logra Romero es una
dualidad en su personaje porque por un lado aclama ciertos ideales como la justicia e igualdad humana y, por
otro presenta como personaje principal a un delincuente, un inmoral. En este caso se quiere reformar a la
sociedad que tanto daño le ha hecho a un ser humano, Pito, por medio de digresiones, críticas y burlas pero
él tampoco demuestra ser la persona ideal que sirva de modelo para lograr el cambio.

86
Aunque no se tiene a un personaje ideal, se tiene a un personaje alternativo que presenta en teoría lo que se
quiere alcanzar con hechos. A pesar de sus limitaciones y pícaro, Pito se mantiene al margen de la sociedad
esperando que los demás actúen. Los grupos con poder no temen a personas pasivas como Pito Pérez, pero él
está tratando de crear una revolución social”, dice López Hernández, cayendo en la ingenuidad al creer que:
“La razón por la que no se anuncia una revolución abiertamente es debido a la censura, pues los autoritarios
no lo permitirían tan fácilmente” (2010, p. 81).

Aquí se debe hacer hincapié con la atrevida reflexión de López Hernández, para quien la
picaresca retrata un mundo extratextual de mejor manera que la novela realista.

los relatos picarescos logran retratar un mundo extratextual mucho mejor que una novela realista. Por medio
de la exageración se hacen más notables los problemas que aquejan a una sociedad sin que las críticas sean
tajantes e hirientes además de proporcionar o implicar cierta solución para esos problemas. El efecto de la
comicidad es el de disminuir la tensión social, camuflar críticas o simplemente evitar que las críticas hechas
provoquen más conflictos de los existentes y no únicamente divertir al lector. La picaresca de manera
semejante al testimonio ha servido también como una manera de hacer visibles a los grupos más marginados
de la sociedad a través de diferentes épocas (López Hernández, 2010, p. 89).

Para John Rutherford, el cotijense José Rubén Romero escribe sobre el tema que estaba de moda
en su época. Sus novelas dan
la impresión de tratar de la Revolución sólo porque ésta[...] era un tema novelístico tan popular y de moda,
que le resultaba casi imposible evitarlo. En toda su obra no es la Revolución, sino el encanto pintoresco de la
tranquila vida tradicional de las provincias mexicanas, lo que ocupa el lugar principal. La Revolución no es
más que una fuerza maligna que destroza de cuando en cuando la idílica calma de la vida del pueblo pequeño.
Sin duda su mejor novela y la que tuvo el mayor éxito fue La vida inútil de Pito Pérez (México, 1938), y es
la única obra de Romero que no tiene que ver con la Revolución misma (Rutherford, 1978, p. 79).

Realmente Romero no habla de la Revolución, sino de cómo el movimiento irrumpía de vez en


cuando en la vida tranquila de la provincia. Rutherford ofrece un dato incierto cuando habla de
Pito Pérez, pues la mejor novela según los críticos es Rosenda, además comete un segundo error
cuando dice que no tiene que ver su novela más famosa -no la mejor- con la Revolución, pues
se ha estudiado mucho que este personaje es el que ha surgido del conflicto armado.

Opina Ceballos Garibay que hay en La vida inútil de Pito Pérez una preocupación común en la
sociología: “el choque entre las tendencias naturales de la sociedad a imponer normas,
ordenamientos y controles de toda clase, muchos de ellos asfixiantes y burocráticos, y la
proclividad del individuo a mantener su independencia” (2010, p. 21).

87
Pero también aborda Romero el tema de la marginalidad y debe estudiarse

Con mucho tino, Vern Wiliamsen (1964, p. 75) afirma que “Romero hace uso del cuento [novela
en realidad, pues se refiere a La vida inútil de Pito Pérez] como vehículo literario para la
expresión de sus ideas”.

“una vez que ni los castigos carcelarios, ni las reconvenciones autoritarias funcionan para
redimirlo de sus bizarras mañas […] no sólo es un apestado social que debe ser marginado,
también se le considera un rebelde peligroso, un subversivo que atenta contra el orden y las
buenas costumbres institucionales” (Ceballos Garibay, 2010, p. 21).

Héctor Ceballos (2010, p. 21) recomienda un análisis sociológico en La vida inútil de Pito Pérez
“sólo recurriendo a un planteamiento sociológico que cuestione la tajante y obsoleta dicotomía
entre lo normal y lo anormal, entre lo sano y lo patológico, entre la razón y la sin razón, es que
le podremos sacar todo el jugo”. Esto se debe al contexto histórico en el que se desarrolló la
historia de Jesús Pérez Gaona: la locura y la anormalidad en el porfiriato.

Pito Pérez padece de “simple y perjudicial “locura”, pero que en realidad nos muestra un caso
paradigmático de valiente y loable ejercicio de la libertad. Leída desde este marco analítico, el
libro resulta ser una brillante anticipación de las teorías sociales de los años sesenta y setenta
del siglo pasado (Foucault, Deleuze, Laing, Cooper, Basaglia, Marcuse, etc.);” El protagonista
de la novela se asume, en tanto anormal, como hombre fuera de las ataduras de la sociedad. Así,
Romero hace una especie de crítica al control que ejerce la sociedad sobre los individuos
(Ceballos Garibay, 2010, p. 22); y es que la anormalidad era una preocupación real del
porfiriato, debida a las tendencias al Positivismo.

En La vida inútil de Pito Pérez Rubén Romero no da una moraleja, sino una lección sobre la
maldad que ejerce la sociedad. "Los tiempos han cambiado, no solo de la palabra de Dios vive,
el hombre" dice Pito (394 cit. en Williamsen, 1964, p. 77). En su testamento, Pérez Gaona se
mofa de la “Libertad, igualdad y fraternidad” (1964, p. 78) que Romero había encomiado antes
en Apuntes de un lugareño (Williamsen, 1964, pp. 48-50).

La novela se publica a finales de la década de 1930, en pleno auge de la política radical cardenista. 1938 es
el año en que Lázaro Cárdenas, el presidente más girado a la izquierda del México posterior a la Revolución
mexicana, decreta la expropiación de los pozos petroleros, con lo que cancelaría de modo definitivo las
concesiones que gozaban las compañías inglesas y estadounidenses para extraer y comercializar esta riqueza
del subsuelo de nuestro país; es igualmente el año en que México alza su voz de protesta en la Sociedad de

88
Naciones para condenar la "anexión" de Austria por la Alemania de Hitler, y en el que se funda en nuestro
país la Casa de España (Escalante, 2010, p. 12)

Otro dato:
en los albores mismos del régimen cardenista, el filósofo michoacano Samuel Ramos había publicado Perfil
del hombre y de la cultura en México (1934), libro con el que se inaugura una vasta indagación acerca de la
identidad del mexicano, que encuentra en el "pelado", un ser burdo con el resentimiento a flor de piel, una
figura fenomenológica ejemplar. En su tesis de fondo, y no sin acudir a las herramientas que proporciona el
psicoanálisis, Ramos diagnosticaría un supuesto "complejo de inferioridad" del mexicano. José Rubén
Romero, en sintonía con su amigo y coterráneo Ramos, por aquellos años sumamente influyente, habría
propuesto la figura de Pito Pérez como una encarnación literaria de este mexicano resentido, "acomplejado"
y destinado a la marginalidad. (Escalante, 2010, p. 13)

Michoacanos los dos, Ramos influye en la visión romeriana (ambos autores coincidieron en
revistas literarias) acerca del pelado como figura emblemática. Incluso se podría sumar a un
tercer autor: Jesús R. Guerrero en la novela -olvidada- "Los olvidados", cuyo fenómeno no es
mencionado por el autor de este artículo pero es totalmente equiparable

Wiliamsen (Williamsen, 1964, p. 72) coincide en que José Rubén Romero, en sus últimas obras
(Pito Pérez, Una vez fui rico, Anticipación a la muerte) desarrolló un “estudio de la psicología
y la filosofía mexicanas tales como resultaron en la época postrrevolucionaria [sic.]”. Para el
literato fue importante el análisis papel de la Revolución en el cambio de mentalidad mexicana;
preámbulo de los textos escritos sobre la mexicanidad.

“La "inspiración provinciana" puede contribuir al sentido arcaizante del texto, pero no tendría por qué
obliterar su lectura en los medios académicos. En la medida en que los estudiosos de los fenómenos literarios
estamos obligados a discernir las causas internas de un olvido cultural de este tipo, me gustaría indicar que la
"minorización" histórica de La vida inútil de Pito Pérez tiene un punto importante de apoyo en los
procedimientos "menores" que la novela despliega en su textualidad” (Escalante, 2010, p. 13).

Escalante comprende que lo "arcaizante"; es decir, el paso del tiempo no tiene nada que ver sino
la estructura y calidad literaria.

“Pito Pérez sería una especie de clarín, de portavoz de las verdades del pueblo, que articula a través de sus
enunciados una crítica social que sólo puede darse gracias a su calidad de sujeto desarraigado,
desterritorializado, "minorizado" y "fuera de lugar"” (2010, p. 14).

89
Pito Pérez es un personaje totalmente fuera de lugar, fuera del cánon. Sin embargo, podría
simplemente ser un artilugio para la crítica social como cualquier personaje de literatura
picaresca. Romero lo utiliza como un artilugio para la crítica social como cualquier personaje
de literatura picaresca.

Sobre Santa Clara del Cobre, Escalante escribe; “la elección de este lugar eclesiástico es
indicativa ya de la importancia que tendrá la religión dentro del relato” (2010, p. 16), lo cual es
un interesante análisis, sin embargo, el autor estaría obviando que Romero vivió ahí y que ahí
conoció a Pito Pérez.

La fuerza de la prosopopeya, que personifica los objetos, que los dota o los anima de vida, y que los hace
entrar por ello en la esfera del temblor lírico, da al traste con la idea de objetividad que uno podría esperar de
un narrador realista. Objetividad quiere mentar aquí la distancia necesaria que tiene que haber entre sujeto y
objeto, esto es, entre narrador y objeto narrado. Aunque la figura retórica se aplica a los zapatos y al chaleco
del personaje, por explicable metonimia, éste resulta contaminado con la operación discursiva; los objetos
reciben una dosis adicional de vida, con lo que su existencia sensible es exaltada al cuadrado, si se pudiera
aplicar aquí la fórmula matemática, para rozar así los ámbitos de lo suprasensible.

Esta exaltación emotiva no se ve desmentida, sino al contrario, se corrobora con la insinuación hagiográfica
que utiliza el narrador como remate del párrafo, al afirmar que un viejo «carrete» de paja nimbaba la cabeza
de Pito Pérez. Esto y declararlo "santo" sería, de hecho, lo mismo. El narrador quiere que veamos sobre la
cabeza de su personaje el "halo" de una santidad que nadie podría discutir ((Escalante, 2010, p. 17).

Escalante discute la objetividad de Rubén Romero por los recursos literarios que éste utiliza
para describir a Pito. Sin embargo, se olvida este artículo de que es una novela y como tal no
pretende ser “objetiva” en términos de ciencia -si es que el concepto tiene cabida en la
actualidad-, además el mismo Romero aclara en la obra y años después que simplemente se
sirvió de un personaje real para poder articular su propio discurso ideológico.

El populismo lingüístico se complementa, como se ve, con un populismo ideológico en forma que embona
muy bien con la difusa ideología cardenista del momento. No la lucha de clases, no la clase trabajadora al
poder, sino la justa revancha de los pobres, de los que nada tienen, aderezada por lo demás con una frase
incautada a los Evangelios (Mateo 24:1-2, Marcos 13:1-3 y Lucas 21:5-7) (Escalante, 2010, p. 20).

Así, se lee a Romero el populista y católico anticlerical: el reino de los cielos pertenece a los
pobres según el cotijense.

90
La vida inútil de Pito Pérez está estructurada en dos partes. La primera, que se origina en el "pacto de
narración" antes señalado, transcurre en una época de paz previa al estallido de la Revolución mexicana (1910-
1917). Son los años de la niñez, la adolescencia y juventud. La segunda tras una elipsis de diez años, se ubica
en una época posterior a dicha revolución. Con ella o sin ella, empero, el destino personal de Pito Pérez no
parece haber sufrido un cambio sustancial43 (2010, p. 20).

Para Escalante, la Revolución divide el relato en dos partes, pero ella no influye en Pito. Este
autor se equivoca pues realmente sí hay un cambio, se da de manera subliminal: la actitud de un
Pito que ya no se ríe denota un desencanto por la Revolución. El mismo Escalante recuerda el
cambio de escenario en las charlas entre el poeta y Jesús Pérez Gaona: ya no en un campanario
sino en un almacén de abarrotes llamado "La Central" (20); así, mientras la primera parte se da
en la Iglesia, espacio de esperanza, la segunda se da en una cantina, lugar de perdición.

Más adelante, Escalante reconoce que “habría que señalar que la revolución aparece de manera
fantasmal en el texto. La elisión estratégica del narrador nos impide saber algo más acerca de
ella” (2010, p. 20). De tal suerte que se puede inferir que La Revolución está implícita en el
texto intencionalmente.

Escalante simplifica el rol del movimiento armado en La vida inútil de Pito Pérez
Mejor que una ruptura histórica que propiciaría un cambio en las estructuras políticas y sociales de la Nación, si le
hemos de creer a la voz del personaje, lo único que ocasionó la Revolución fueron desplazamientos humanos
(Escalante, 2010, p. 21).

Sin embargo, Rubén Romero describe algo más que desplazamientos:

Bajó del Norte el torbellino y nos dispersó a todos los que no teníamos hondas raíces; levantó el polvo seco,
la hojarasca podrida; hizo huir a los pájaros medrosos, y aun a la langosta que acaba con las sementeras.
Hablando sin metáforas: al rico, al cura, al holgazán y al aventurero. (Romero, Pito Pérez 147)

Por otro lado, además de una ilustración del diálogo y la mofa del mexicano con la muerte, en
La Caneca, “novia” de Pérez también se encuentra un ideal de la mujer de la época:

Ahora vivo con ella, muy a gusto; me espera en casa con mucha sumisión, teniendo siempre una copa en la
mano; duerme junto a mí, digo mal, vela mi sueño, jamás cierra los ojos, en cuyo fondo anidan todas las
ternuras: «La Caneca No es gorda ni seca, Ni come manteca». (Romero Pito Pérez 178)

43
Las cursivas son nuestras

91
“La mía [sigue Romero, planteando su ideal de una buena mujer,] no padece flujos, ni huele
mal, ni exige cosa alguna para su atavío. No es coqueta, ni parlanchina, ni rezandera, ni
caprichosa. Muy al contrario, es un dechado de virtudes. ¡Qué suerte tuve al encontrármela!
(Pito Pérez 178)

Joseph F. Vélez, En la ruta de Pito Perez (cuarenta años después). Mexico, D. F.: Companifa
Editorial, Impresora y Distribuidora, S. A., 1983. 104 pp. habla con el tendero de Patzcuaro de
casi cien años

Dice Cord: “Para el mexicano, fue la historia de su vida y Pito Pérez fue todo mexicano que
había sido atrapado entre la agitación que siguió a la Revolución - el micrófono para el autor
que a su vez estaba enumerando las actitudes de la gente” (cit. en Williamsen, 1964, p. 14).
Surge así en Pito Pérez la visión que los estadounidenses tienen del mexicano, como lo prueban
los estudios que los académicos han hecho de esta obra.

Pito Pérez fue llevado al cine cuando menos en tres ocasiones:

En efecto, se filmaron tres versiones de esta novela. La primera en 1944, con el cómico Manuel Medel como
protagonista; la segunda en 1956, con Germán Valdéz "Tin Tan", y la tercera en 1970, con Ignacio López
Tarso. El propio Manuel Medel añadió en 1949 una derivación o "variación" de la misma, titulada Pito Pérez
se fue de bracero. Jesús Pérez Gaona murió el 9 de noviembre de 1929 en un hospital construido por el Dr.
Silva (Cord, 1961, p. 434)

Owen Cord reportó poseer dos fotografías de la familia Romero y habló con cuatro personas
que conocieron a Jesús Pérez. Cabe mencionar que surgieron algunos estudios que buscaban
verificar la autenticidad de Pito Pérez (Cord, 1961, p. 436).

Se ha explorado en diversos textos el simbolismo detrás de los elementos que componen el título
de Mi caballo, mi perro y mi rifle, para Ceballos Garibay son “el caballo (representación de la
movilidad), el rifle (imagen de la fuerza) y el perro (encarnación de la compañía)”, los tres
elementos que Julián obtiene y pierde en la novela (2010, p. 20).

Otra hipótesis sobre los tres elementos principales de la obra la lleva a cabo Daniel Gulstad,
para quien representa el caballo representa el oportunismo de los ricos, el perro el ingenuo apego

92
de los pobres y el rifle la "indiferencia de las armas entre causas"44. Para este autor Mi caballo
mi perro y mi rifle ofrece un sistema de personajes antitéticos entre sí y descripciones
contrastantes (Gulstad, 1973, p. 238), tal como sucede en Desbandada, esto con el fin de otorgar
ironía al texto.

Las motivaciones de Julián en Mi caballo, mi perro y mi rifle, son comprendidas por Ceballos
Garibay (2010, p. 18): “evitar las levas por parte del Ejército federal” y este motivo ha sido poco
estudiado hasta ahora. Por otro lado, Gulstad (1973, p. 239) dice que Julián -personaje principal-
se une a la lucha armada para evadir responsabilidades domésticas, pues embaraza
“accidentalmente” a Andrea, una amiga de su madre, que le exige matrimonio.

Así, los personajes de Mi caballo, mi perro y mi rifle, incluido Julián, entran a la Revolución
con causas turbias. Ignacio, un hombre que quedó ciego por un accidente en la hacienda donde
laboraba es el único con una causa legítima, y perece a mitad del camino: la justicia es ciega
para Romero, que define en esta novela de sistemas antitéticos una contradicción principal: se
gana la revolución, pero no cambia nada. En palabras de Gulstad:

“La principal contradicción, o paradoja, de la novela es desarrollada en la tercera y cuarta parte,


que es la ironía de que ganar una revolución no hace, a los ojos de Romero, avanzar la causa de
los pobres, a pesar de sus sacrificios” (1973, p. 241).

“El desencanto de Julián en Mi caballo, mi perro y mi rifle, es el desencanto de muchos de los


revolucionarios que colocaron toda su esperanza en la rebeldía y que al final resultaron
defraudados” (Arreola Cortés, 1946, p. 19)

Rubén Romero, a través de sus personajes en esta obra, confiesa la dificultad de no ser católico
para ser revolucionario: "También en Dios pensaba y quería rezar, pero me detenía asustado en
las primeras palabras del Padre Nuestro,como si con ellas traicionara a la revolución […](323)”
(Williamsen, 1964, p. 67).

Mi caballo, mi perro y mi rifle es, para Wiliamsen (Williamsen, 1964, p. 69), una obra que trata
de “la amargura del autor que se dirige contra los politicos y la Revolución en vez de contra el
clero; la manera en que muestra la influencia de las mujeres en su vida para con la cuestion
religiosa”

44
La traducción es nuestra

93
Owen Cord hace hincapié en la molestia de Romero por la recepción de Pito como personaje
gracioso (1961, pp. 434-435), pero este autor dice que pero Romero estaba errado, su novela
divirtió pero también afectó, pues para los mexicanos Pito fue cualquiera que quedó atrapado
en el torbellino de la revolución

Es un texto sobre lo mexicano y lo universal: es la visión angustiosa de un hombre, pero también


de la Humanidad (Cord, 1961, p. 435). Cord)

Según Ruth Stanton (1941), hay tres elementos recurrentes en Pito: el juez, el clérigo y el
farmaceuta son sus víctimas o victimarios, cuestión simbólica pues en los pueblos de aquella
época eran los hombres importantes.

A pesar de que la palabra Revolución no se menciona más de una sola vez en la novela, y de que la historia
se cuenta en una sociedad post-revolucionaria, es fácil ver en Pito Pérez un personaje que simboliza el rencor
y la desilusión que siguieron la Revolución Mexicana. En casi todos los libros sobre la historia de la literatura
latinoamericana que hemos utilizado, esta novela está representada junto con las demás obras de la NRM. Sin
embargo, después de haber estudiado esta novela nos sorprende que tantos escritores hayan elegido incluirla
en el género, dado que no se hace la menor referencia directa ni a la Revolución Mexicana ni a sus
consecuencias (Wahlström, 2010, p. 37).

Wahlström cita a José Miguel Oviedo al decir que:

El mayor interés (…) reside en mostrarnos, con sagaz ironía, la resistencia de los pueblos del interior al cambio
social que representa el personaje del título y su comentario a la incapacidad de la Revolución para cambiar
esa actitud. El hecho que Pito Pérez sea moralmente ambiguo y no muy digno de confiar contiene una
significativa alusión a las razones que explican la distancia que hay entre el pueblo y sus líderes. Estas
narraciones revelan que Romero era un conocedor del pequeño mundo de la provincia, que le servía como un
trasfondo para hacer su comentario social (2010, p. 37).

Por su parte, Anthony R. Castagnero opina en un artículo que “Romero ha descrito, en el


personaje de Pito Pérez, un producto de la Revolución Mexicana tan genuino como cualquier
de los personajes de los colegas literarios de Romero, más conocidos que él”. Rutherford apunta
que “la Revolución se pinta como una fuerza remota que al final entra violentamente
consecuencias desastrosas” “Eso es [dice Wahlström] el caso con las demás novelas de la
Revolución Mexicana de Romero, pero ya que en La vida inútil… la Revolución nunca entra,
estimamos que no se debería considerarla parte del género.” (en Wahlström, 2010, p. 37-38)

94
El argumento de Castagnaro resulta errado ya que, aunque de manera breve, la Revolución
Mexicana entra en el pasaje ya conocido que divide la novela en dos y al cual parece referirse
Rutherford un viento de diez años que arrasa con todo y marca un antes y un después en la
actitud del protagonista hacia la vida.

Capítulo 4 Pueblo inocente y Alusiones a la guerra: ideas de José Rubén Romero sobre
Revolución

Como ensayista, llegó al semanario Hoy después de que le retirasen el cargo de embajador en
Cuba. “Es poco lo que puedo darte –le dijo Pagés Llergo– pero en Hoy tienes un medio para
hacerte oír y mil pesos semanarios, escribas o no escribas” («Grande de la novela, señor de la
picaresca», 2007, p. 158).

Un artículo escrito por Hensley C. Woodbridge y Bernard Dulsey en 1953 es de gran


importancia pues trata de las ideas de Romero sobre los líderes políticos de la revolución (1953,
p. 335), está basado en una entrevista al cotijense en 1949. El Romero de 1949, dos años antes
de morir, quería paz, no buscaba una industrialización como la de Estados Unidos ni el
resarcimiento de los daños de guerra, sino una especie de burbuja moral

Romero se dice nacionalista en la entrevista, pero al pronunciar que odiaba hasta leer sobre
Europa o EU (Woodbridge & Dulsey, 1953, p. 336), y miente, pues era gran conocedor de la
literatura francesa y la española

Para Ruth Stanton (1941, p. 426) Pueblo inocente es un himno al campo mexicano, además, y
esto importa, muestra su filosofía sobre los mexicanos y el combate a la injusticia. Por otro lado,
es una crítica a los sacerdotes: “La, historia de Daniel y la muchacha, sobrina del pastor, que
fue embarazada por otro cura es la más grande de las críticas anticlericales que se hallan en el
libro” (Williamsen, 1964, p. 50). Sin embargo, no es posible dejar de lado que la obra es un
relato de algunas costumbres y cosas que sucedían; los asuntos mundanos les fueron comunes a
los sacerdotes.

Un episodio de Pueblo Inocente describe la quema de billetes como una alegoría al episodio del
mercado judío en la Biblia, fragmento que permite entender cómo funcionó la economía en la
guerra:

95
“Una broma acerca del padre Perez, hermano de Pito, sirve como oportunidad para burlarse no
solo del cura sino del sistema monetario durante la Revolución”. Se trata de la quema de billetes:
“él siguió en su propósito de apartar de la circulación cuanto billete llegaba a sus manos, lo
mismo se tratara de sabanas villistas, que de revalidados de Carranza (pag. 244)” (Williamsen,
1964, p. 62).

Un segundo momento devela una perspectiva aún más interesante, la de la Religión como
enemiga de la Revolución. Es un episodio en que se relata la llegada de una imagen de San
Antonio y el recibimiento que le dieron las mujeres del pueblo, a quienes el santo les pide no
armar alboroto de su fe porque de hacerlo se les declararía enemigos de la causa revolucionaria.

“Cuando las solteronas descubrieron al santito, se soltaron gritando: “¡Milagro! ¡Milagro!” Pero
cuentan que, oyéndolas San Antonio, las atajó muy enfadado; ¡Que milagro ni que ojo de hacha!
Vine porque me trujieron, y me voy si siguen alborotando a riesgo de que el Presidente
Municipal lo sepa y me declare enemigo de la causa, para avanzarse hasta el hábito que llevo
puesto” (page 197) [sic.]” (Williamsen, 1964, p. 63). Del mismo modo, el cotijense critica que
sólo el rico puede acceder a ejercicios espirituales pues los paga, mientras que el pobre sólo
recibe advertencias infernales y solamente le es posible comprarle milagros a la Virgen.

[Posible apartado para Una vez fui rico] En Una vez fui rico, Romero hace una confesión: cuando
rico no fue revolucionario. Y continúa con la reflexión sobre la religión, pues hay distinción de
clases en la Iglesia: “Hay Catedrales para los ricos y templecitos para los barrios pobres […] las
misas de San Gregorio son para quien pueda pagarlas” (454 en Williamsen, 1964, p. 84).

Una vez fui rico es una obra en la que Rubén Romero plantea que todos los funcionarios de
gobierno querían estar entre los triunfantes revolucionarios, de tal suerte que la burocracia
"revolucionaria" no lo es realmente sino oportunista:

“un Ministro -dice Romero ha “pensado” la Revolución aunque no la haya practicado, cosa, por
otra parte, muy común entre los funcionarios mexicanos” (433, en Williamsen, 1964, p. 86)

Romero veía un abandono del "estado de infancia política" (Cord, 1962, p. 612)

En Rimas bohemias (1912) ya hay destellos de la Revolución en su poesía y es que la Revolución


llega después a Michoacán con mayor fuerza, a partir de la usurpación huertista, despupes hay

96
un parteaguas: Romero cambia la poesía espiritual y romántica por la novela costumbrista y con
el tema de la Revolución Mexicana.

“En otra poesía dirigida a la esposa de Porfirio Díaz nos describe


en términos casi religiosos la mamera en que distintos individuos le
rezan a ella y como él mismo se halla arrodillado ante la señora.

Como pálido lirio de nieve


tu mano se inclina.
Es el faro de todos los pobres
en la noche polar de sus cuitas;
la que alivia sus penas más hondas,
y devuelve sus dichas proscritas.

La poesía entonces en las estrofas siguientes [sigue Wiliamson] cuenta la manera en que los
niños, los mendigos, los guerreros, las matronas, los poetas, y Romero mismo, todos le piden
favores a ella.

Y yo que a tu paso me encuentro,


me arrodillo temblando en la sombres y reunido a la turba
que canta y te nombra,
recogiendo tus dádivas regias
te sigo incansable, te llamo,
murmurando, en voz baja, muy bajas
¡Señora, te amo!
Conquistara las más duras almas
tu mano de santa, tu mano divina,
que cual pálido lirio de nieve
temblando se inclina…(pags. 629-630)" (en Williamsen, 1964, p. 35).

97
Romero en La musa loca hace referencia por última vez a su religiosidad. Tacámbaro (1922) es
su siguiente obra poética. Ni Dios los salvó del ataque a Tacámbaro por Chávez García, Romero
de 32 años ya estaba decepcionado de la religión (Williamsen, 1964, p. 38).

“en los ensayos se ve la base ideológica de su fe personal aun mejor que su actitud anticlerical;
no se puede negar el fondo verdaderamente religioso que tiene” (Williamsen, 1964, p. 44).

“Luego en las poesías escritas después de los años de la revolución maderista aparecen la
duda, el desengaño, y la desilusión” (Williamsen, 1964, p. 40); estadio previo a sus novelas.

En los años 40, “había crecido en México, y en Romero también, una actitud pro-mexicana y
anti-conquistadora que llegó a atacar a la Iglesia como cosa representativa de la Conquista
(Williamsen, 1964, p. 46).

Capítulo 5 Las lecturas que hizo José Rubén Romero

“Rubén Romero comienza el relato in medias res, induciendo al lector directamente en la acción
del libro, como lo hacía Cervantes en las novelas ejemplares picarescas, Rinconete y Cortadillo
y otras. La conversación entre Pito Pérez y el poeta hace recordar el diálogo entre Berganza y
Cipión del Coloquio de los perros. Al narrar ciertos episodios de su vida, Berganza hace una
crítica de la sociedad sevillana, así como lo hace más tarde Pito Pérez satirizando la vida rural
de Michoacán” (Ziomek, 1968, p. 949)

“Con orgullo declara don Rubén Romero el origen de sus que acompañan su obra, cuales son
las de Renard, <tan sencillo es son las de Renard, <tan sencillo y tan difícil>, y la del mis original
y comprensivo representante de todas las innovaciones estéticas, don José Juan Tablada.”
(Arreola Cortés, 1946, p. 21)

Romero fue educado por una madre católica amante de los libros y un padre liberal amante de
la política; el michoana tuvo desde joven una actitud anticlerical -que no anticatólica- reflejada
en sus obras y que se tornó en casi anarquismo al final de su vida (Williamsen, 1964, p. V [Sic.]).

98
Conclusiones: ¿Qué aporta la obra romeriana a la Historiografía de la
Revolución Mexicana?

Sobre los autores de la literatura de la Revolución Mexicana, Ceballos Garibay comenta que
proyectan una luz esclarecedora sobre las estructuras sociales y políticas que se aniquilaron y emergieron en
aquel tiempo convulso, los conflictos ancestrales y coyunturales, las problemáticas regionales y nacionales,
los idearios justicieros y las ambiciones personalistas, las mentalidades atávicas y las transformaciones
conductuales de las masas y las élites, y el contexto de destrucción y renovación inherentes a las etapas de la
lucha armada y la posrevolución. sus autores proyectan una luz esclarecedora sobre las estructuras sociales y
políticas que se aniquilaron y emergieron en aquel tiempo convulso, los conflictos ancestrales y coyunturales,
las problemáticas regionales y nacionales, los idearios justicieros y las ambiciones personalistas, las
mentalidades atávicas y las transformaciones conductuales de las masas y las élites, y el contexto de
destrucción y renovación inherentes a las etapas de la lucha armada y la posrevolución (2010, p. 1)

Ceballos Garibay explica el papel de las novelas de Romero como documento histórico radica
en la conjunción de tres elementos:

la información histórica de la época referida, el trabajo creativo con el lenguaje y con las
estructuras narrativas, y el cuestionamiento de las lacras e inequidades de la sociedad que les
tocó vivir (2010, p. 15)

De los anteriores elementos podemos inferir datos históricos, las formas de expresión en
términos de lenguaje y narrativa, además de las preocupaciones que solamente le son propias a
un autor desde el contexto en el que escribe.

Las críticas de José Rubén Romero están avocadas al “arribismo social” que “se vuelve el asunto
principal de la Revolución”; esta es la razón que tiene la gente para entrar a "la bola". (Ceballos
Garibay, 2010, p. 18) Así se logra frenar momentáneamente el movimiento armado, sin
embargo, este fren de golpe tendrá consecuencias a futuro que aún seguimos viendo con el
resurgimiento de nuevos movimientos armados.

Así, “resulta falaz cualquier intento de descalificar las aportaciones de la NRM utilizando el
trillado y endeble argumento de que se trata de “textos subjetivos”, “individualistas”, que
“parcializan” la realidad, etc. Esta clase de planteamientos no sólo son pobres en alcances
hermenéuticos, sino que también incurren en un reclamo absurdo dado que la novela, por lo

99
general, alude a un texto narrativo que refleja –ya sea en forma directa o indirecta, a través de
uno o de muchos personajes- la “concepción del mundo” personal y peculiar del escritor en
cuestión.” (Ceballos Garibay, 2010, p. 25)

Ceballos redacta una gran defensa, muy elocuente, pero a través de la presente tesis se considera
que la literatura no es reflejo de la realidad sino parte de la construcción y entendimiento del
mundo humano.

Dice Raúl Arreola que “un tipo de sociedad tiene como consecuencia un tipo de literatura”
(Arreola Cortés, 1946, p. 10)

“Las costumbres mexicanas que conocemos por obra y gracia de don Ruben Romero son principalmente las
de una clase social a la que nos hemos referido con anterioridad, a la clase media. En sus relatos no se
encuentran las costumbres de los indigenas, como podemos encontrarlas en algunas novelas de Bruno Traven”
(Arreola Cortés, 13)

Y es que Romero no hace suyo al indio:

“A lo sumo hay en Romero exclamaciones de compasión para los indios: <Pobres indios incautos>, que son
pronunciadas con voz de hombre mestizo, y mis que eso, con voz de pequeño burgués, acomodado a otra
clase de vida muy distinta de la indígena” (Arreola Cortés, 1946, p. 14).

Romero es para Arreola Cortés la voz de su clase: “Mestizo y pequeño burgués, don Rubén
Romero refleja en sus novelas los anhelos de su raza y de su clase social. Con mucha razón se
le podría llamar el intérprete la Revolución Mexicana, ya que ésta fue realizada por la clase
media” (1946, p. 14)

La bandera de José Rubén Romero era “misma que animaba a Madero y al doctor don Miguel
Silva. Su bandera no era sino la de todos los pequeño-burgueses, la clase revolucionaria de
entonces” cercana al socialismo cristiano utópico francés) y al anarquismo algunas veces.
(Arreola Cortés, 1946, p.17).

Romero se lanza contra Huerta sin la intención de hacer reportajes como lo hiciera Martín Luis
Guzmán (Arreola Cortés, 1946, p.17).

100
Romero querría que el rico ayudase al pobre, un ejercicio de empatía pura y no un socialismo
académico como el de Marx o Engels (Arreola Cortés, 1946, p. 18).

Romero es fuente para la Historia de la Revolución Mexicana y, en México, la literatura no se


despoja de su carácter histórico: “Hemos apuntado ya un carácter de la novela de don José Rubén
Romero, consistente en ser autobiográfica; por eso mismo constituye un testimonio histórico.
En la literatura mexicana, los novelistas no han podido apartarse de los terrenos de la historia,
sino que participan en la integración de ésta; y así encontramos historiadores que dan a su obra
apariencia de novela, y novelistas que dan a sus novelas el carácter de historias” (Arreola Cortés,
1946, p. 18)

“La novela de creación propiamente, la que no está sirviendo como testimonio de una época
histórica, no ha existido propiamente en México, o tiene muy escasas manifestaciones.” (Arreola
Cortés, 1946, p. 24)

“En las novelas de don Rubén Romero conocemos un episodio de la historia de México, o si se
quiere uno de la historia de Michoacán: la repercusión que en la provincia tuvo el movimiento
armado de 1910” y es que son de gran valía sus retratos de gente como Chávez García o Miguel
Silva (Arreola Cortés, 24)

“La vida de este escritor es la síntesis del pensamiento y del sentimiento de una clase
social: la clase media” (Arreola Cortés, 1946, p. 34)

"Rubén Romero realizó un valioso análisis de los estímulos, objetivos y valores culturales que
dominaron los grupos sociales mexicanos" México, según Romero no era aún debido a su
idiosincracia una potencia económica y militar, pero sí tenía el país una "gran pasión por la
causa de la libertad” (Cord, 1962, p. 612).

101
Romero ve la Revolución como una "protesta y una lucha para liberarse de una dictadura que
prohibía la libertad de movimiento"; el michoacano creía en que se debía derrocar toda
estructura del porfiriato (Cord, 1962, p. 615)

“entendió que la Revolución aisló a México del resto del mundo” pero pedía paciencia pues, si
bien consideraba a México como “pueblo sanguinario” se habían sembrado las “semillas de la
libertad” (Cord, 1962, p. 616)

Romero pudo observar el origen y desarrollo de la Revolución así como los derroteros que ésta
iba tomando y los resultados de la misma (Cord, 1962, p. 616)

“Como Romero creía, esta Revolución había sentado las bases sobre las cuales México podría ser una nación
verdaderamente libre y orgullosa por ello "amamantó [escribe Rubén Romero] las artes autóctonas, recogió
las canciones del campamento para formar con ellas una gran rapsodia mexicana que es un himno, … escribió
en los muros, con el pincel de sus pintores, la tragedia de México, e hizo el intento de indicar en español, la
crónica de nuestra época, retratando sus tipos y sus costumbres, sin recurrir a moldes extranjeros". De este
modo, Romero aconsejaría al pacifista u otro crítico que estudie estos resultados y entienda las motivaciones
que incitaron a millones de almas a actuar y actuar con su nación para la realización de sus ideales. Es obvio
que las conclusiones de Rubén Romero con respecto a la Revolución Mexicana son de naturaleza integral. Se
entiende que simpatizaba con todos los que habían sufrido pérdidas de naturaleza personal. Pero Romero
poseía la notable facilidad de poder apartarse de los detalles específicos de la época y ver la totalidad de los
eventos como una entidad histórica. En esta posición, vio el inicio de la Revolución y su desarrollo y pudo
analizar las tendencias que había tomado, así como visualizar los resultados finales.” (Cord, 1962, p. 617)

A Rubén Romero le preocupaba la falta de cohesión y unidad en México y esta condición que
sería vital para el progreso según Romero- siguió presente después de la Revolución (Cord,
1962, p. 617)

Era la agricultura la base del posible desarrollo de la economía interna de México para Romero,
pues veía veía a México como proveedor de materias primas para el mundo (Cord, 1962, p. 618)

La idea de que José Rubén Romero es novelista sólo en el papel, pues sus obras no son
precisamente novelas ficcionales (Castagnaro, 1953, p. 300), debe ser matizada bajo el concepto
de literatura testimonial o autobiográfica, pues no es totalmente carente de ficción sino que

102
reconstruye el pasado con la operación literaria que ello conlleva. "La anécdota -auténtica,
alterada o inventada- es el vehículo principal en su prosa” dice Castagnaro y es ahí donde entra
el rescate de la memoria histórica y el imaginario colectivo por Rubén Romero. Por otro lado,
los suyos no son personajes ficticios como tal.

"La mayoría de sus personajes están esbozados de manera fragmentaria, el carácter incompleto
del resultado está compensado, en parte, por la vivacidad de las representaciones". Al autor le
es imposible completar sus personajes -más de 200 personajes en ocho novelas- pues escribe
conforme a sus recuerdos, Romero siempre escribe sobre sí mismo y para sí mismo (Castagnaro,
1953, p. 300).

Otro párrafo de Castagnaro demuestra la importancia de Romero dentro del campo literario de
la novela de la Revolución Mexicana, así como la importancia de su obra como retrato del
aldeano mexicano:

"Estos retratos constituyen una valiosa contribución a la novela mexicana y al estudio de la escena mexicana.
A pesar de su carácter incompleto, las caracterizaciones de Romero llenan un cuadro compuesto y
verdaderamente representativo, el del habitante de la pequeña ciudad, el aldeano, que ninguno de los otros
novelistas de la Revolución Mexicana ha pintado más efectivamente que Romero" (Castagnaro, 1953, p. 301).

Romero utiliza un vocabulario esencialmente popular que a veces trata de incluir con calzador
palabras más académicas que aprende de otros escritores pertenecientes a la Academia
Mexicana (Castagnaro, 1953, p. 301).

"De gran irregularidad en cuanto a orientación, duración y efectividad, las descripciones de la


realidad física de Romero, su color local, su costumbrismo sirven de telón de fondo para sus
personajes y para él mismo cuando actúan y, sobre todo, hablan” (Castagnaro, 1953, p. 301).
Sin embargo, si la realidad sólo es telón de fondo en Romero entonces su obra no sería más que
el recuerdo de sus vivencias pero no de un acontecimiento de época.

103
Para Anthony Castagnaro no hay tantas bases para llamar a Romero novelista de la Revolución
como cualquier otro:
"La base para designar a Romero como "novelista de la Revolución" no es tan amplia ni tan profunda como
en el caso de sus compañeros novelistas. Es cierto que sus novelas contienen varios capítulos sobre el curso
de la Revolución en Michoacán (Apuntes de un lugareño, Desbandada, Mi caballo, mi perro y mi rifle), y
repetidas referencias (Desbandada, una vez fui rico) al tema trillado De "por qué se hizo la revolución". Pero
el lector no encuentra ningún análisis real, ninguna crítica real al rumbo o al significado de la Revolución"
(Castagnaro, 1953, p. 301).

En un sentido más significativo y paradójico [señala Castagnaro], Romero, de estilo absolutamente


irrevolucionario, aparece en la escena literaria como el producto revolucionario más auténtico de México: un
hombre sin estudios de las masas que ha alcanzado la fama y la fortuna. Como Diego de Rivera45 (a quien
también se parece físicamente) Romero es un exponente del arte verdaderamente "popular" que la Revolución
Mexicana ha levantado desde el desprecio y la oscuridad hasta el alto grado de aprecio y aclamación universal
que ahora disfruta(1953, p. 302).

Romero es el más personal de los escritores de la Literatura de la Revolución. Leyendo sus


obras nos damos una imagen del autor mejor de lo que sucede en el resto de la literatura
revolucionaria

Cuando Romero se detiene para defender la Revolución, pronuncia los clichés a las que sólo los mexicanos
que no piensan o no se preocupan limitarán su comentario. El lector familiarizado con las obras de Azuela y
los demás no puede dejar de sospechar que la alabanza de Romero a la Revolución no tiene una profunda
convicción. La Revolución aparece en sus obras sólo en la medida en que retrata su propia participación en
la lucha y en los efectos que ha tenido sobre su vida personal. Más que nada, la Revolución sirve como fuente
de material anecdótico para este escritor primordialmente anecdótico. En un caso especialmente notable,
Romero utiliza el mismo evento (la incursión en Tacambaro de la banda vandálica de Inés García Chávez)
como centro de dos de sus cuentos más memorables (en Desbandada y Rosenda) (Castagnaro, 1953, p. 302).

Contrario a esto, Romero jamás defiende la Revolución, de hecho, lo que parece poco
convincente es su ataque a la misma puesto que se vio beneficiado, sin embargo, es claro que
en ninguna parte de su obra la defiende. Por otra parte, el hecho de verse inmiscuido en la
Revolución si lo convierte en testigo, si se quiere parcial y pasivo, pero al final testigo de la
Revolución.

45
La referencia al parecido físico con Rivera es burlona y tal vez innecesaria

104
Castagnaro (1953, p. 302) plantea a Romero como un egocéntrico que requiere la atención del
lector centrada en él. "Sin embargo, Romero es, sin duda, un "novelista de la Revolución" como
cualquiera de los escritores generalmente así designados. Además de esparcir su abundante
colección de cuentos a través de sus novelas, Romero ha retratado, en la persona de Pito Pérez,
como producto genuino de la Revolución Mexicana como cualquier personaje de los colegas
literarios más conocidos de Romero. A pesar de la caracterización poco desarrollada e
inconsistente por la cual se presenta al lector, Pito Pérez se erige como una personificación
altamente representativa y espiritualmente enferma del pelado desheredado del actual México".

Aquí, el ensayista tiene un enfoque distinto pues "Desbandada" se ha considerado sobre "Pito
Pérez" la novela de la Revolución en Romero, sin embargo -como acierta Castagnaro- Pito Pérez
es el personaje surgido de la Revolución. Un Cantinflas de la literatura, y por tanto su obra sirve
como descripción de tipos: “El Pelado”.

Las novelas de Azuela y el resto son demasiado serias pero su cercanía al hecho las vuelve
trágicas y no objetivas, no son tan íntimos como Romero por el respeto que le tienen a la Novela
tradicional (Castagnaro, 1953, pp. 302-303)

"Por lo tanto, aunque es genuinamente un "novelista de la Revolución", la Revolución no es una


fuente de tensión emocional o ideológica para Romero" dice Castagnaro (1953, p. 303), pero sí
lo es, pues le pesa perder su tienda "La Fama"de Tacámbaro.

"Dado el papel incidental de la Revolución en su material literario y el egocentrismo sensual y


pícaro que exhibe en su propia vida abierta, no es de extrañar que Romero sea el único escritor
humorístico de los más importantes novelistas de la Revolución" (Castagnaro, 1953, p. 303).

Anthony Castagnaro, como estadounidense, no entiende el humor mexicano: Romero sí se ríe


pero de su propia tragedia como Rivera o Posadas y si bien los demás son serios hay que recordar
el estilo de la época en que escribe, ya no es tan reciente como dice el autor y está escribiendo
a la manera de un Posadas una sátira a la tragedia.

105
Gabriela Sánchez Medina reconoce a Romero como alguien que toma nota de lo que ve y sufre
(s. f., p. 205), en su estudio sobre los hai-kais del cotijense recuerda: La Musa Heroica (1915)
fue escrito en Tacámbaro al calor del movimiento armado, en la obra hay un patriotismo
marcado coincidente con que Romero ocupaba puestos públicos en aquella época, mientras que
en 1917 escribe La Musa Loca (s. f., p. 204). Y, si se considera que el terruño es la principal
inspiración de la obra del michoacano, es fácil comprender cómo pasa de una musa-México
heroica a una musa-México loca.

Es a partir del asalto a Tacámbaro que su vida cambia, y lo hace para bien, pues gracias a eso se
va a Morelia para conocer a Ortiz Rubio (s. f., p. 205).

Tacámbaro, escrito en 1922, es un poemario que ofrece una vista a la vida en provincia y se
divide en cuatro apartados: “El pueblo”, “Las gentes”, “Calendario rural” y “Retablo familiar”
(Sánchez Medina, s. f., p. 207).

El objetivo de Sánchez Medina es similar al de esta investigación: “observar la visión del mundo
que nos presenta y que genera José Rubén Romero en su trabajo artístico” (s. f., p. 207).

Vern Wiliamsen estudió en 1964 el anticlericalismo de las obras de Rubén Romero “porque sus
mejores obras, las que le dan importancia en la literatura mexicana, son las que escribió entre
1930 y 1950. Fue precisamente en aquellos años después de la Revolución que [el] gobierno
revolucionario de México por fin realizó una reforma de las relaciones que antes habían existido
entre la Iglesia y el Estado” (Williamsen, 1964, p. 1).

Romero conoce por su formación escolar las Escrituras, él será anticlerical pero no
antirreligioso, y su poesía, analizada en el estudio de Wiliamsen es una muestra de ello (31).

Wiliamnsen escribe: “Romero, quien según los críticos, mejor que ningún otro escritor, fue
literato del pueblo, representó en sus obras no sólo las palabras, el lenguaje, y las ideas del
pueblo mexicano sino su alma” (1964, p. 2); todo esto lo hizo en realidad en calidad de testigo,

106
pues él formaba parte del pueblo raso sino de la clase media que ascendió al poder una vez
finalizado el conflicto revolucionario.

La crítica literaria considera tres elementos indispensables en la narrativa de Rubén Romero:


“El carácter lugareño de sus ideas, su técnica, sus protagonistas y su lenguaje”; su “ánimo
burlón”, es decir, el humor de sus personajes; y el “fondo autobiográfico” presente en sus obras
(Wiliamsen, 1964, p. 5).

Romero declaró ante la Academia Mexicana de la Lengua: “Estoy aquí sin saber escribir, y al
aceptarme entre vosotros, admitís que se acomode a vuestro lado todo un pueblo, aquél que hizo
la Revolución y donde surgieron, sin saber escribir tampoco, los personajes de mis libros”
(Romero cit. en Wiliamsen, 1964, p. 5-6). El cotijense se asumió así como el vocero de las clases
bajas a las que, si bien no pertenecía, conocía muy bien. Para el escritor michoacano su
aceptación en la Academia simbolizaba la entrada de intrusos a un mundo letrado tan ajeno a
los iletrados que poblaban el país.

La reflexión que hace el escritor cotijense sobre la Revolución es algo natural para Wiliamsen
(1964, p. 27): “Octavio Paz dice que “Es natural que después de la fase explosiva de la
Revolución, el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento se contemple”.

Wiliamsen explora también la poesía romeriana en la que “algunas veces se ve en sus poemas
un reconocimiento de la religiosidad del pueblo” (1964, p. 30). Hace hincapié en “los sonidos
de las campanas de los templos mexicanos, una nostalgia que le ataca cuando las oye”, pues por
toda la obra del cotijense es recurrente el sonar de las campanas que le recuerda a su terruño.

Wiliamsen (1964, p. 49), acierta al explicar las novelas de Romero como autobiográficas, que
nos dejan ver la Revolución y además la actitud frente a religión del autor. Esto resulta en que,
a través de su obra comprendemos la vida de un novelista durante la Revolución y además las

107
tendencias ideológicas de su época. Vern Wiliamsen comprende que cada una de las primeras
cuatro novelas del michoacano ofrecen una perspectiva distinta de su anticlericalismo.

Una postura, por cierto, sui generis, pues en Apuntes de un lugareño y Desbandada José Rubén
describe a sacerdotes “buenos” similares al cura español que protagonizó Navidad en las
montañas de Ignacio Manuel Altamirano. (Wiliamsen, 1964, p. 56-58)

En Apuntes de un lugareño, Romero describe el poder de movilización política y de cooptación


del clero. La Iglesia, después de 1912, estaba aliada a Huerta y era enemiga de la Revolución
que enarbolaba solamente “una pequeña parte de la clase media y [contaba con] la mayoría del
pueblo, no con su totalidad, pues en algunos Estados fanáticos dirigidos por el clero, era también
enemigo del movimiento libertador” (page 126)” ( en Wiliamsen, 1964, p. 55-56).

Rubén Romero acusa en Desbandada (p. 164, cit. en Wiliamsen) a los obispos de la "Dieta de
Zamora" y a los ricos de Michoacán de planear el asesinato de Madero y darle dinero a Huerta;
"treinta monedas de que habla la biblia", afirmación con la que los señala también de malos
católicos (Wiliamsen, 1964, p. 58).

Es de suma importancia entender cómo Romero habla en "términos despreciativos" de la


religiosidad del indio como causante de sus desgracias y atraso; el michoacano detecta la
supervivencia de tradiciones indígenas en el culto católico. Al no ser él mismo un ateo se puede
comprender que realmente no le molesta la religiosidad del indígena, sino que considera las
tradiciones prehispánicas como causantes de una falta de progreso. (Wiliamsen, 1964, p. 56)

Para Vern Williamsen (1964, p. 94), la importancia del estudio de la obra de José Rubén Romero
es la siguiente: “Los años en que escribía Romero fueron los años en que más se destacó el
problema entre la Iglesia y el Estado en México, problema hasta la fecha no resuelto; puesto que

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Romero por aquellos años era revolucionario y político, sería de gran interés buscar en sus obras
los reflejos del gran problema mexicano de la época.”

Es decir, Romero escribe en una época de fuertes problemas entre la Iglesia y el Estado y, al ser
el autor además político, se puede notar dicho conflicto. A pesar de ello, el michoacano no dejó
de profesar el catolicismo y aspirar a las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad
(Wiliamsen, 1964, p. 96)

comida

“su casa de la Plaza de Río Janeiro que era un templo de la amistad y del buen comer” (Pagés
Rebollar, 2007, p. 160)

“tuve el privilegio gastronómico de sentarme a su fabulosa mesa” dice Andrés Iduarte (Iduarte,
1946, p. 2) quien además invitó a gente como Neruda cuando Romero fue cónsul en Barcelona…

En Pueblo inocente la comida abunda: “en la humilde vajilla de platos de los Dolores, sirven el
muerto los manjares que fueron más de su agrado; las chapatas de un color purpura borracho; la
raíz de Chayote, caliente y monda; los perones de la lampara, de fina piel lustrosa y transparente;
los autóctonos zapotes, que viven en el reino de las frutas como una casta miserable de esclavos
negros” (p. 218) (en Wiliamsen, 1964, p. 60)

Revistas en las que participa

“Con la Revista Crisantema, después con Myosotis más tarde con Flor de Loto, hizo sus armas
este compacto grupo pertenecieron: Pascual Ortiz Rubio, quien fuera más tarde Presidente de la
República; los Constituyentes Francisco J. Múgica, Jesús Romero Flores [historiador], Cayetano
Andrade, Alberto Oviedo Mota; los jovencitos, en calidad de socios aspirantes, Samuel Ramos

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[ilustre filósofo], Ignacio Chávez, valores de primer orden en la Filosofía y la Medicina
respectivamente” entre otros

Romero presenta en "Hoy" un análisis de la sociedad mexicana (Cord, 1962, p. 619).

En lo que es registro más antiguo de una obra publicada por Rubén Romero, Wiliamsen escribe:
“a la edad de doce años en 1902, cuando apareció una poesía suya en el periódico El Panteón
de Ario de Resales”.

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