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LA AUTOCRITICA Y LA REVOLUCIÓN INTERIOR

Miquel i Terra.

LA AUTOCRITICA DEBE SER INTROSPECTIVA Y CONSTRUCTIVA.

Llama la atención la costumbre tan ociosa que nos asiste, para construir mentideros
en donde poner a parir a unos y otros por lo mal que lo están haciendo, por lo chapuceros
que son .Más vomitivo me resulta, de que manera somos capaces de hacer alarde del
corporativismo más nauseabundo del que pueda hacer gala, la más asquerosa de las
corporaciones y multinacionales. Tendemos a actuar como el estado, muchísimas veces
dejamos en el papel escrito, en pura teoría las actitudes y talantes propios de un
revolucionario, de un hombre y mujer distintos, nuevas, conscientes, holísticos, etc., (es
decir, los inmaculados derechos humanos, la sacrosanta constitución española, el divino
estatuto de los trabajadores en el caso del estado) y en la praxis nuestro talante, nuestras
medidas, nuestros instrumentos y herramientas dialécticas y mediáticas, son medidas
sancionadoras y represivas.
No estoy en contra de la autocrítica, sino defiendo racionalizar la critica
convirtiéndola, no en un instrumento de desfogue y ataque, de salida ante la alienación que
provoquen los errores cometidos o objetivos incumplidos (por otros o por nuestros más
próximos compañeros), sino en un instrumento constructivo. Y en este caso se pierden
infinitúd de energías criticando a alguien que ni nos oye ni le estamos dando oportunidad
de compartir su visión. Por eso las criticas deben tener carácter constructivo, esto es,
previsor en cuanto a no volver a cometer los mismos errores, y por otro lado introspectivo.
No perder el tiempo criticando a un grupo ajeno al de nuestra propia militancia y si
invertirlo en mejorar el nuestro. Se ahorran así muchas energías y saliva en balde. De la
misma forma el individuo deberá perder menos tiempo criticando al otro, e invertir mayor
tiempo responsabilizándose de si mismo, es la mejor forma de que todo comience a
funcionar mejor, haciéndose cargo de lo que a uno le compete, en su microcosmos, y
macrocosmos. Lo externo a nosotros, no lo vamos a poder solucionar, ocupándonos de lo
nuestro la labor es mucho más efectiva.
Vamos, que muchas veces se hecha en falta una mayor belicosidad hacia el
insolidario, autárquico, egoísta, represor y ocioso1, en contraste con el ser humano militante
y trabajador, que procura ser solidario, combatir su egoísmo, no reprimir, etc. Ha este
último debiéramos saber comprenderlo un poco más, ser más flexibles. No hablo de no
apelar a la coherencia, hablo del derecho del militante a no ser toda la panacea que se le
supone, y del derecho que este tiene a ser a veces incoherente, imperfecto, débil y
dependiente de pulsiones y pasiones de todo tipo. Ganamos también así en humildad,
condición imprescindible para todo revolucionario, conocer sus propias limitaciones para
no erigirse en dirigista, en moralista, en jerarca, en autoritario, creyéndose poseedor del
camino hacia la salvación final.

REVOLUCIONARIO, REVOLUCIÓNATE TU PRIMERO.

1
en el peor sentido de la palabra, vaya, aquel que siempre se queja de todo y nunca hace nada,
excepto el tumbing
Tendemos a comportarnos como salvaguardas del mundo, habiendo proyectado en
nuestros anhelos más populistas, proyectos insondables y caminos gloriosos de
transformación social, política y económica. Compartimos ideas, y sabemos bien de que
manera iríamos transformando el actual estado de las cosas, abandonando en el camino uno
de los procesos revolucionarios más arduos que existen en la historia de la humanidad. Los
musulmanes lo llaman Yihad, y lejos de enfoques políticos actuales, el origen espiritual de
esta palabra - no etimológico, que significa guerra o batalla santa - corresponde a uno de
los procesos más importante de todo revolucionario, y el más doloroso. Es el de la propia
revolución interior, la lucha transformadora de si mismo, en donde se libran las más
cruentas de las guerras, en donde la sinceridad consigo mismo es sal caliente cayendo sobre
herida abierta, la impotencia suscitada por el descubrir de las propias y muchas
incoherencias es proporcional a la incapacidad de aspirar a alcanzar ese yo idealizado en el
que tantas veces nos vemos proyectados, patéticamente. Todo verdadero revolucionario a
pasado por crisis personales de una virulencia desconocida para la mayoría de los simples
mortales. Todos los hombres que lideraron movimientos y luchas fuesen del tipo que
fuesen marcharon al desierto al igual que Cristo, cuarenta días y cuarenta noches para
enfrentarse consigo mismos, con sus fantasmas y con sus demonios, y quizás se lanzaron
hasta el riesgo infinito por que la principal lección que aprendieron en su propio proceso,
fue descubrirse como prescindibles, como instrumentos. Quizás conocer las propias
limitaciones, quizás todos estos factores, les ayudo a no tener miedo al riesgo, a la muerte,
porque sabían que dándose ganaban más que guardándose. Todos aprendieron a diferenciar
el ideario y la utopía del día a día, todos supieron comprender la unicidad e irrepetibilidad
de cada ser humano, y respetaron en la medida de sus posibilidades, a cada persona por su
propia idiosincrasia, evitando muchos de ellos hacer tabla rasa. El perfil humano de cada
uno de ellos marcó mucho su liderato. Practicaban con el ejemplo lo que más tarde
verbalizaban como idea, o como invitación, pero de la misma forma que reprendían a
alguien de manera enérgica, eran capaces a las pocas horas de cogerlos del hombro y
brindarles un trago de vino e invitarlos a contemplar el fulgor apabullante de la luna llena.
Y así, es como algunos que decimos ser militantes de no se que gaitas, nos
quedamos únicamente en revolucionarios de manual, porque en nuestras propias casas,
practicamos las mismas aficiones que pinochet, explotamos como en NIKE, o Nestlé, y
censuramos y marginamos al “débil” como ocurre de puertas para afuera.
Durante años me llene la boca de insolente verborrea, mientras en casa me
comportaba como el peor de los tiranos, en la calle reprendía a quienes no entendían la
necesidad de repartir y colectivizar los trabajos de militancia, y al llegar al hogar dulce
hogar, me tumbaba en el sofá a tragarme la telebasura, mientras mi madre se partía la
espalda matándose a currar, cual esclava para el señorito que era yo, colectivizador social
de los más majos majisimos. Cuantas veces somos capaces de ver lejos de nuestras narices
injusticias, y en cuantas ocasiones las estamos provocando nosotros mismos. Existen
sectores sociales que requieren el mismo nivel de atención que todos los demás, y están
abandonados, escondidos, dejados en las casas de los mismos revolucionarios, porque no
son utilitariamente hablando sectores prácticos, quedan fuera del materialismo dialéctico y
de todas nuestras más dignas epopeyas teóricas. ¿Cuantos de nosotros nos partimos el
pecho por hacer la revolución en la calle, y abandonamos quizás al anciano y anciana que
tenemos en casa, que tan solo necesita a alguien que le escuche, que le acaricie la mejilla,
que les saque los colores de vez en cuando con un piropo?. Alguno creo que no necesita
explicación y me ha entendido ya de sobra. Qué el factor humano hay que currarselo más
esta clarifico, pero voy a algo más de fondo. Es un debate pendiente muy serio, al que la
ética personal de cada uno, lo deberá empujar tarde o temprano; la revolución y la
transformación social y toda la utopía puede comenzar, por cambiar el marco de
convivencia diaria en nuestras casas, por transformar las relaciones de fuerzas en la familia,
por el reparto de trabajo entre sus miembros, por la propia ecología domestica. Por crear
marcos de relación y comunicación familiares en donde también queda pendiente la mayor
de las revoluciones, la propia coherencia del hijo rojeras que en la calle es el primero en la
barricada y en casa es un autentico patrón, y la del padre que fue en el sesentayocho un
revolucionario antijerarca, y ahora sale cuando quiera con aquello de que en mi casa se
hace lo que yo diga, y mientras sigas en esta casa vas a obedecer las normas. Así en el
propio grupo en el que militemos, en la cuadrilla, y en tantos pequeños lugares de la vida
corriente y moliente diaria.
Escribo esto con la esperanza de poder llegar a la conciencia de más de una
compañera y compañero de lucha, para crecer y aumentar en sensibilidad y perspectiva
dentro de la propia complejidad de nuestro compromiso: mientras se aten cabos, y se
compartan ideas y visiones con el fin de corregir nuestras muchas incoherencias y
desenfoques de lo que es militar y revolucionar, seguiremos construyendo, que es de lo que
se trata, resistir y construir, estar siempre en la posición disidente, que es la única manera
de volver a evolucionar, mantenernos críticos, sobre todo con nosotros mismos, eso es re-
evolucionar. Descubrir las propias falsedades en revolucionar también el mundo entero.

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