Sie sind auf Seite 1von 9

Durante el período rosista, las imágenes cumplieron un papel destacado como

instrumento de propaganda política. La imagen de Rosas estaba presente no


sólo en el espacio público sino también en la vida privada, lo que diluía los
límites entre esos dos ámbitos. Casi todos los artistas activos durante el
gobierno de Rosas realizaron algún retrato del mismo. Estos retratos estaban
colocados en las salas de los hogares, en los establecimientos públicos, en
las iglesias, e incluso en los objetos de uso cotidiano: almanaques, relojes de
bolsillo, vajilla, pañuelos, peinetones, abanicos y guantes. Esta presencia era
una muestra de adhesión a la persona de Rosas y a su gobierno, por lo que
servía como instrumento de propaganda política.

En esta oportunidad, te proponemos analizar la obra de Cayetano Descalzi,


pintor y grabador italiano que llegó al Río de la Plata en la década de 1820 y
realizó durante el período rosista el óleo "Boudoir federal".

 
Observá atentamente la pintura; prestá atención a los detalles: quiénes
aparecen, a qué sector social pertenecen, cómo están vestidos, en qué
escenario se desarrolla, alguna otra característica que te llame la atención.

1 -¿Qué papel cumplió la imagen de Rosas durante este período? 


2- ¿Existen límites entre lo público y lo privado? ¿Por qué?

Boudoir federal (c.1845), de Cayetano Descalzi. Óleo sobre tela.


ugares de socialización
¿Cómo eran los lugares donde se reunían las personas?

Durante el rosismo se pueden identificar dos tipos de lugares donde concurriero


personas pertenecientes a distintos sectores sociales. Uno de ellos es la pulpería, d
iba quienes pertenecían a los sectores medios y bajos de la sociedad; allí se comerc
distintos productos además de juntarse las personas a tocar la guitarra y cantar.
En cambio, los miembros de los sectores altos se reunian en las tertulias, que eran reuniones
casas donde se escuchaba música, se bailaba, se discutía de política y/o poesía.

Óleo sobre tela Carlos Morel, extraído de la colección Educar.   

Acuarela de Pellegrini Buenos Aires 1831 

Óleo sobre tela Carlos Morel, extraído de la colección Educar.   

Las pulperías durante los gobiernos de Rosas fueron prohibidas, es decir era ilegales. Para con
las prácticas habituales que en ellas se realizaban te proponemos que léas el siguiente relato q
describe algunas características típicas:      

"La puerta de la casa daba a un cuarto de techo bajo, con un mostrador en medio, de muro a m
través del cual el patrón o propietario pasaba las bebidas, las cajas de sardinas y las libras de p
o de higos que constituían los principales artículos de comercio.
Por el lado de afuera del mostrador, haraganeaban los parroquianos. En aquellos días, la pu
era una especie de club, al cual acudían todos los vagos de las cercanías a pasar el rato. El ra
de las espuelas sonaba como un chasquido de grillos en el suelo, y de día y de noche gang
una guitarra desvencijada que, a veces, tenía las cuerdas de alambre o de tripa de
remendadas con tiras de cuero. Si algún payador se hallaba presente, tomaba la guitar
derecho, y, después de templarla, lo que siempre requería algún tiempo, tocaba callado a
compases, generalmente acordes muy sencillos, y luego prorrumpía en un canto bravío, entona
alto falsete, prolongando las vocales finales en la nota más alta que le era posible
Invariablemente estas canciones eran de amor y de estructura melancólica, que se aju
extrañamente con el aspecto rudo y agreste del cantor y los torvos visajes de los oyentes.
Llegaban transeúntes que saludaban al entrar, bebían en silencio y volvían a irse, tocándose
del sombrero al salir;  otros se engolfaban al punto en conversación sobre alguna revolució
parecía inevitable u otros temas del campo."

El Río de la Plata. Por R. B. Cunninghame Graham. En Oski, Vera Historia de Indias, Buenos
Colihue, 1989, Págs. 96 y 97.

http://museorefineria.blogspot.com.ar/2011/01/de-pulperias-y-bare

 
A partir del relato de Cunninghame Graham respondé:
1. ¿Por qué consideras que durante el rosismo se prohibieron las pulperías? 

2. ¿Qué aspectos de la pulpería consideras que no son del agrado del régimen rosista?  

3. ¿Por qué fueron prohibidas las pulperías y no las tertulias?


Durante su gobierno, Juan Manuel de Rosas mantuvo con los negros una muy buena
relación. Las procesiones y otros gubernamentales contaron siempre con la presencia de
ellos. Sin embargo, esta cercanía fue utilizada por sus críticos para acusarlo de la
posesión de esclavos, argumentando que la esclavitud no fue abolida oficialmente sino
hasta 1853, un año después de su caída.

Como relata José Luis Lanuza[i], en una de sus principales estancias, Rosas tuvo 33
esclavos, y si bien no los elevó socialmente, mantuvo una actitud amistosa hacia negros y
mulatos[ii]. De hecho, muchos escapados del Brasil, le pidieron la libertad al Restaurador
y los morenos lo veían con afecto por considerarlo libertador de los africanos[iii].
Los candombes, entre otras manifestaciones, mostraron las dimensiones del rosismo y un
próspero momento entre los negros y el poder.

 
La “fiesta” rosista
El candombe, baile por antonomasia de los negros, tuvo su apogeo en la época rosista y
se mantuvo en alza hasta su final, tras la batalla de Caseros, en 1852.

Hacia 1870 ese baile comenzó a extinguirse[iv], conforme señalan las crónicas.
Existen varias menciones del apogeo de los bailes de negros en el período. “El pueblo
bajo, compuesto en buena parte por negros y mulatos, está conforme con Rosas como lo
estuvo en la Roma de los césares con Claudio, con Nerón o con Calígula”[v], expresó un
contemporáneo.
La relación entre Rosas y sus seguidores morenos marcó a sus enemigos, los unitarios
quedaron indisolublemente ligados en la mente de sus enemigos, los unitarios. Sarmiento,
uno de sus más acérrimos críticos, también señaló la importancia de esa relación: “Rosas
se formó una opinión pública, un pueblo adicto en la población negra de Buenos Aires, y
confió a su hija, doña Manuelita, esta parte de su gobierno. La influencia de las negras
para con ellas, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites…”[vi].
Rosas, pragmático y hábil, entendió desde temprano la conveniencia de movilizar a un
sector numéricamente importante, los negros, y para ello contó con la ayuda de su
influyente esposa, Encarnación Ezcurra, quien organizó candombes por cuenta propia, por
más que su marido la alentara, según lo atestigua una carta. En ésta Rosas le escribe: “Ya
has visto lo que vale la amistad de los pobres, y por ello cuanto importa el sostenerla y no
perder medios para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, su correspondencia.
Escríbeles frecuentemente, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en esto.
Digo lo mismo respecto de las madres y mujeres de los pardos y morenos que son
fieles”[vii].
Como se ve, el matrimonio en el poder y su hija, Manuelita, tendieron un lazo muy fuerte
con la colectividad negra de la ciudad de Buenos Aires y esa relación quedó reflejada en
los candombes. Así lo entendió el Dr. Ramos Mejía al evocarlos como “…algo así como las
nupcias del amo con la plebe…”[viii].
En genuinos actos de provocación, Manuelita bailaba con hombres negros suscitando el
escándalo entre las filas unitarias, como se plasma en la siguiente observación: “Y hela ahí
danzando cuatro o seis horas con ebrios, con asesinos y hasta con negros una vez.
Danzando no los bailes de la sociedad culta, porque eran unitarios, sino los bailes de la
plebe, con todos esos movimientos repugnantes y lascivos que llaman «gracia»”[ix]. Lo
hacía al ritmo de las comparsas negras, las reuniones de las “Naciones”, comunidades de
afrodescendientes de Buenos Aires.
No obstante, haber recibido críticas y quejas abiertas por eso, don Juan Manuel hizo oídos
sordos. Por otra parte, tuvo varios defensores: en 1843, un partidario expresó en el diario
oficialista La Gaceta: “El general Rosas aprecia tanto a los mulatos y morenos que no
tiene inconveniente en sentarlos en su mesa y comer con ellos…”[x].
Los candombes, según sus adversarios, mostraban la parafernalia del régimen rosista y
probaban su demonización. En éstos los negros sacaban a relucir las insignias federales
rojas, la divisa punzó. El baile despertaba los peores temores en los respetables blancos
unitarios frente a los excesos de los rosistas negros, porque en los candombes se tenía la
impresión de que los de color enloquecerían. Ramos Mejía, quien trazó un perfil
psiquiátrico de Rosas, escribió: “…la extraña mascarada sugería el presentimiento
de que serían aquellas pobres bestias una vez enceladas por la acción de su
chicha favorita o por el cebo apetitoso del saqueo, consentido y protegido por
la alta tutela del Restaurador”[xi]. La sensación que se repite en los testimonios es la
de miedo. Muchos percibían en los candombes el siniestro peligro de una invasión de
tribus africanas desnudas, un trasfondo ideal para la proliferación de la lujuria y el crimen
al ritmo del tambor. Esas fiestas, se argumentaba con preocupación, alentaban la
insumisión de los esclavos y eran interpretadas como una transgresión muy seria a la
tradición hispánica y católica.
 

El candombe, un baile popular


¿Cómo eran los candombes, los bailes populares, en época de Rosas? Comenzaban con
loas al Restaurador, versos escritos por los negros mismos o por sus propagandistas. Una
copla decía: “Ya vites en el candombe/cómo gritan los molenos/¡Viva Nuestro Padle
Losas/el Gobelnadol más Güeno!”[xii]. El candombe rosista en uno de sus versos decía:
“¡Qué honó é pa la neglada/vino lo retauradó/cun la niña Manuelita!/Cómo saluda e
tambó!” y remataba el himno con una genuina declaración de adhesión partidaria: “¡Viva la
fedelación/viva lo neglo fiel!/tenguelemo libeltá, ¡Viva don Juan Manuel!”[xiii].
Los tambos en esas entonaciones son sinónimo de naciones y Rosas las movilizó a todas
en 1836 con motivo de la celebración de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo,
en la actual plaza homónima. Más de 6.000 negros participaron del acto, según registran
las fuentes. Juan Manuel, Encarnación y Manuelita presidieron el candombe, desde su
posición de reyes, acompañando a los jefes de cada uno de los tambos. Fue una jornada
especial y una demostración de las fuerzas del régimen.

Otra semejante y multitudinaria se dio en 1838, con motivo de la celebración del Día de la
Independencia, en donde fueron invitados los miembros de todas las naciones porteñas.
Celebraciones de tamaña envergadura hacían estallar la cólera de los unitarios, como se
lee a continuación: “…el dia de beinte y cinco que a sido tan respetado y debe Ser
mientras Buenos aires existe yego al ultimo grado de bileza y desgracia
Rebagando un dia Como ese a terminos de poner tambores de negros ese dia
en la plaza.”[xiv]. Incluso, en uno de los peores gestos de provocación de los que se
recuerda, Rosas utilizó a dos mulatos como introductores de embajadores extranjeros,
Biguá y Eusebio, dos “locos” que lo entretenían en Palermo[xv].
Por lo general, cada nación bailó candombe en su propia sede, ya sea en dos hileras o en
ronda común. Además de las ocasiones señaladas, en Navidad y Año Nuevo, se
congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto. En la víspera de las
festividades, cada nación enviaba un delegado para tratar con él y su familia. No había
música. Rosas luego enviaba su delegación, incluidas a las damas federales,
encabezadas por Manuelita.

En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar y,


también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al comienzo se
presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres bailarines. Más tarde se
hacía ver como soldado, engañando y entreteniendo a los negros que al comienzo lo veían
desaparecer y, preguntándose dónde estaría, luego lo reencontraban vestido como uno
más, tras la pequeña broma. Finalmente, se mostraba ataviado como paisano, y a caballo.

Los negros temían dejar de contar con el apoyo de Rosas, pero eso no aconteció; por el
contrario, esas manipulaciones encubiertas mostraban que tras el aspecto lúdico y la
aparente disipación de las fronteras étnicas, había una fidelidad digna, pero acompañada
por una advertencia sobre su poder y la posibilidad de mostrar su cariz represivo ante el
menor gesto displicente.

Durante su extenso gobierno, el candombe tuvo su momento de mayor difusión, tras varias
prohibiciones, como la de 1820. Rosas ordenó bailarlo hasta los domingos, además de las
fechas especiales en que ya se acostumbraba y reemplazó la procesión cívica de días
patrios por desfiles de negros. En suma, muchas veces la ciudad devino una fiesta, porque
tras cada victoria federal, desfilaron bandas de músicos negros por sus calles. Además del
candombe, los negros gozaron de otras ventajas tangibles. Por ejemplo, en 1839 se abolió
el tráfico de esclavos y fueron frecuentes donativos a las sociedades africanas de ayuda
mutua. La buena relación entre Rosas y sus adeptos negros también se mostró en el
servicio de las armas; si bien el servicio militar más de las veces no era voluntario y el
tiempo de conscripción se hizo muy prolongado (10 a 15 años), los hombres de color
respondieron de buen modo al llamado en defensa de la Federación. Como en épocas
pasadas, también Rosas contó con batallones formados exclusivamente por negros[xvi]:
la Guardia Argentina y el Batallón Restaurador.
 

Fin de fiesta
El hecho de que Rosas utilizara a los grupos subalternos para sus logros políticos y
personales, marcó un precedente en la historia argentina y fue leído como una amenaza
por las clases altas de Buenos Aires. Asimismo, ayudó a hacer mala fama a los hombres
de color.

El Restaurador, para sus enemigos, era la versión porteña de los caudillos federales del
interior a los que tanto aborrecían. Para ellos, el caudillo era la imagen de la barbarie, y la
gente de color quedó automáticamente asociada a esas representaciones. También lo
negro fue asociado con lo feo y por ellos los críticos del régimen atacaron a la esposa del
Restaurador apodándola “mulata Toribia”.

El año 1852 quedó registrado como una bisagra y el inicio de una buena época para todos
a los que el odio antirrosista había aglutinado en el pasado; los exiliados durante las dos
décadas previas eran numerosos. Una vez caído Rosas, tras la derrota en Caseros,
muchos volvieron y se dispusieron a construir un país cuyo modelo mirara a Europa, pero
no a la tradición hispánica, ni mucho menos a la indígena o africana

De todas formas, el fantasma del resurgimiento del Restaurador contribuyó a mantener a


los grupos negros a raya, incluso impidiéndoles la posibilidad de congregarse para evitar
eventuales conspiraciones que alentaran su retorno.

Sin embargo, no todos los negros se llevaron bien con el Restaurador y el apoyo no fue
unánime. Mientras los enemigos del régimen hicieron todo lo posible para socavar el
apoyo de los negros al caudillo, algunos de estos últimos se enlistaron en las filas
unitarias, como el coronel José María Morales, militar afrodescendiente llegado a mayor
rango. No faltaron las conspiraciones en contra del Restaurador. Algunos mulatos
participaron en complots contra Rosas, como Félix Barbuena, uno de los presuntos
instigadores del movimiento que concluyó en 1839 con la Revuelta de los Libres del Sud.
Muchos de los disidentes se habían infiltrado en las naciones, como un batallón desafecto,
el cuarto de Cazadores. Durante todo el período, la esposa del Restaurador lo alertó de
numerosos complots para asesinarlo.

Además, si bien Rosas se mostró condescendiente y comprensivo, como en anteriores


gobiernos, tomó medidas adversas contra la comunidad afrodescendiente. Por ejemplo, en
1831 renovó el tráfico esclavista y permitió su funcionamiento abierto (si bien ocho años
más tarde, como se indicó, lo abolió). En 1834 reimpuso la obligatoriedad del enrolamiento
de libertos.

La adhesión de los negros a Rosas tuvo varios motivos pero no se pone en duda su
autenticidad. Ahora bien, su participación en las filas del caudillo afectó la reputación social
de los de rostro de bronce tras 1852.

Para los unitarios, de ahora en más dueños de la situación, los negros habían sido
callados mientras el rosismo quedaba como un recuerdo desagradable del pasado. El
escritor José Wilde lo resumió así: “Vino el tiempo de Rosas que todo lo desquició, que
todo lo desmoralizó y corrompió, y muchas negras se revelaron contra sus protectores y
mejores amigos. En el sistema de espionaje establecido por el tirano, entraron a prestarle
un importante servicio delatando a varias familias y acusándolas de salvajes unitarios; se
hicieron altaneras e insolentes y las señoras llegaron a temerlas tanto como a la Sociedad
de Marzorca.” [xvii].
Soldados rosistas (Revista Persona)
Entonces, en el espíritu de la nueva era inaugurada a partir de 1852 se quiso erradicar el
pasado salvaje, con una operación simbólica, derrumbando en 1899 el antiguo caserón de
Rosas ubicado en Palermo, nombre del barrio actual que coincide con el santo más
venerado por los negros de Buenos Aires. Así acabó el último vestigio del período de gloria
para los morenos en su relación con el poder, momento en que el negro se convertía en
poco más que un recuerdo difuso y horroroso del pasado.

Das könnte Ihnen auch gefallen