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UNIVERSITARIA
FACULTAD DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS SOCIALES
Mas allá de su función lingüística, la Sintaxis permite comprender las relaciones entre
pensamiento, intención , circunstancia y acción de los "sujetos" así como lo que les
ocurre en términos de pasado, cotidianidad y futuro. En este orden de ideas el análisis
sintáctico, intenta, a través de la aplicación de reglas (mas o menos generales)
comprender dichas relaciones. Permite diseccionar el discurso en pequeñas unidades
que contienen no solo elementos sintacticos sino también aspectos semánticos en
distintos niveles, los cuales, propician un conocimiento cada vez mas cercano del
lenguaje y las implicaciones pragmáticas y formales que se derivan de su uso. En este
trabajo, se pretende construir un puente modesto entre cuatro productos literarios de
dos autores latinoamericanos. Jairo Anibal Niño y el maestro Eduardo Galeano. A
partir de este análisis se plantea como objetivo identificar similitudes, diferencias y
caracteristicas propias de la estructura de cada cuento, determinando de acuerdo a su
construcción sintáctica los elementos que los convierten en literatura.
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Así los quería ver. Les dije que si volvían a arrancar las cercas lo iban a pagar muy caro.
No solamente rompieron los alambres para que sus vacas flacuchentas se tragaran mis
mejores pastos, sino que ahora a este lado de la hacienda se han metido y han tenido la
desverguenza de levantar unos ranchos y empezar a escarbar en lo que no les pertenece.
Con este gobierno y conmigo no se juega. Prepárense y vayan rezando sus oraciones José
del Carmen Cifuentes y Timoleón Zapata y usted Carmelito Herrera que es apenas un
pelado pero ya se ha convertido en todo un invasor. Hasta aquí llegaron. Esta vez la tropa y
yo les madrugamos. Eso dijo usted don Isaías la tarde del 14 de marzo. Mire ahora todo el
gentío que ha invadido su hacienda. No se ponga de rodillas. Levántese como un hombre
porque lo voy a matar.
Análisis sintáctico.
Les dije que si volvían a arrancar las cercas lo iban a pagar muy caro. Oración compuesta
subordinada, sustantivada de sujeto.
No solamente rompieron los alambres para que sus vacas flacuchentas se tragaran mis
mejores pastos, sino que ahora a este lado de la hacienda se han metido y han tenido la
desverguenza de levantar unos ranchos y empezar a escarbar en lo que no les pertenece.
Oración compuesta coordinada adversativa.
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Prepárense y vayan rezando sus oraciones José del Carmen Cifuentes y Timoleón Zapata y
usted Carmelito Herrera que es apenas un pelado pero ya se ha convertido en todo un
invasor. Oración compuesta coordinada copulativa. También oración subordinada
adverbial consecutiva.
Hasta aquí llegaron. Oración simple. El sujeto se presenta a través de un adjetivo con
artículo definido.
Esta vez la tropa y yo les madrugamos. Eso dijo usted don Isaías la tarde del 14 de marzo.
Oración compuesta coordinada copulativa. También es una oración subordinada
adverbial de tiempo.
Mire ahora todo el gentío que ha invadido su hacienda. Oración compuesta subordinada
adverbial locativa.
Pero el esclavo era tan flaco que su sombraje fue apenas un hilo alargado sobre las
refulgentes arenas. Entonces el sultán con un látigo en una mano y su alfange en la otra,
obligó a los demás que avanzaran en un grupo compacto para que lo protegieran del sol
calcinante.
Al final el grupo de esclavos se salvó protegido por la enorme y fresca sombra del cuerpo
del sultán degollado.
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Análisis sintáctico
Pero el esclavo era tan flaco que su sombraje fue apenas un hilo alargado sobre las
refulgentes arenas.
Entonces el sultán con un látigo en una mano y su alfange en la otra, obligó a los demás que
avanzaran en un grupo compacto para que lo protegieran del sol calcinante. Oración
subordinada adverbial
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Eduardo Galeano
Hacía pocos años que había terminado la guerra española y la cruz y la espada reinaban
sobre las ruinas de la República.
Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En
vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se
encogían de hombros, le daban la espalda. Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El
vino era el único amigo que le quedaba.
Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa
beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeño, le recitaba el catecismo.
Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó.
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–Pero papá –preguntó Josep, llorando–. Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
Y el obrero, cabizbajo, casi en secreto, dijo:
–Tonto.
Dijo:
–Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.
Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a escondidas. La leyó a pedacitos,
noche tras noche, ocultándola bajo la almohada. Ella la había robado de la biblioteca de
cedro donde el tío guardaba sus libros preferidos. Mucho caminó Lucía, después, mientras
pasaban los años. En busca de fantasmas caminó por los farallones sobre el río Antioquia, y
en busca de gente caminó por las calles de las ciudades violentas. Mucho caminó Lucía, y a
lo largo de su viaje iba siempre acompañada por los ecos de los ecos de aquellas lejanas
voces que ella había escuchado, con sus ojos, en la infancia. Lucía no ha vuelto a leer ese
libro. Ya no lo reconocería. Tanto le ha crecido adentro que ahora es otro, ahora es suyo.
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