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En este orden jerárquico estaban, a la cabeza, los españoles. Ellos podían ser
peninsulares (chapetones) o sus descendientes nacidos en América, los
criollos. En este grupo estaban los nobles, la alta burocracia, los hacendados,
los mineros, los curas, los intelectuales y los grandes comerciantes. Eran la
élite de la sociedad virreinal y vivían en las ciudades. Sin embargo, su
condición de blancos no les garantizaba un lugar dentro de la aristocracia. Un
blanco pobre (artesano, pequeño comerciante o chacarero) era considerado
plebeyo. A partir del siglo XVII, los criollos se adueñaron del Virreinato del
Perú, copando los cargos públicos y las actividades económicas más
lucrativas.
Las reformas borbónicas del XVIII revirtieron esta situación, causando gran
malestar entre ellos al tratar la corona de centralizar el poder en manos de
peninsulares recién llegadas. La “república de indios” quedó dividida en los
indios nobles (descendientes de la nobleza inca y los curacas) y los indios del
común. Los primeros se educaban en los colegios de curacas (“El Príncipe” en
Lima y “San Francisco de Borja” en el Cusco) y estaban exonerados de ir a la
mita y de pagar tributo. Eran los intermediarios entre el mundo español y el
andino. En el siglo XVIII, lideraron las rebeliones indígenas y sus cargos
quedaron abolidos luego de la ejecución de Túpac Amaru II.
Los indios del común debían vivir en sus reducciones, acudir a la mita y
tributar. Eran la mayoría de la población y quedaron básicamente ligados al
mundo rural. En un nivel intermedio quedaron las castas, producto de la mezcla
de españoles, indios y negros. En esta mixtura racial estaban los mestizos
(hijos de español e indio), zambos (hijos de negro e indio) y mulatos (hijos de
español y negro). Las clasificaciones terminaron siendo muy complicadas
cuando se fueron incrementando los tipos de cruce. Los mestizos nacieron con
la conquista, se vieron desubicados y pasaron a cumplir papeles menores. Se
les tachó de ilegítimos o peligrosos, y muchos terminaron sus vidas entre gente
de mal vivir. Respecto a los indios, gozaron de estar exonerados de mitar y
tributar; sin embargo, no podían acceder a cargos públicos importantes y su
educación era elemental. Esta situación ambigua se debió a que el sistema de
“repúblicas” no contempló legislación sobre su estatus.
Según la ideología virreinal, los negros no debieron ser considerados dentro del
orden social, pues eran vistos como objetos o mercancías. Sin embargo, la
sociedad supo desarrollar una gran sensibilidad hacia ellos y mucha gente los
consideró perfectamente humanos, aunque nacidos para servir. La gran
mayoría de negros vivió en la costa desempeñando múltiples labores que iban
desde el laboreo en las plantaciones hasta el trabajo doméstico en alguna casa
limeña. En este sentido, la suerte del esclavo era variada. Si trabajaba en la
ciudad, mantenía cierto trato con sus dueños que, si eran comprensivos,
podían otorgarles la libertad; si era destinado a una hacienda, estaba a merced
de los excesos del capataz y no podía juntar dinero para obtener su libertad. El
bozal era el negro recién llegado del África y que no sabía el español; el ladino
era el acriollado nacido en América; el manumiso era el negro que había
obtenido legalmente su libertad; y el cimarrón era el esclavo fugitivo que vivía
con otros de su condición en los palenques.
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