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DRAMATIS PERSONAE

EL LEÑADOR VERDEMAR

LA REINA ESMERALDA

LA PRINCESA SALMÓN

EL LEÑADOR AZULCIELO

EL LEÑADOR MARRÓN

LA PRINCESA RUBÍ

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La Ternura se estrenó el 27 de abril de 2017 en el Teatro de la


Abadía de Madrid, con el siguiente reparto, equipo artístico y de
producción.
EL LEÑADOR VERDEMAR - Paco Déniz
LA REINA ESMERALDA - Elena González
LA PRINCESA SALMÓN - Natalia Hernández
EL LEÑADOR AZULCIELO - Javier Lara
EL LEÑADOR MARRÓN - Juan Antonio Lumbreras
LA PRINCESA RUBÍ - Eva Trancón

Autor y Director - Alfredo Sanzol

Escenografía y vestuario - Alejandro Andújar


Iluminación - Pedro Yagüe
Música - Fernando Velázquez
Dirección de producción - Miguel Cuerdo
Ayudante de Dirección - Beatriz Jaén
Producción ejecutiva - Jair Souza

Producción de Teatro de la Ciudad y Teatro de la Abadía.

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ESCENA I

Siglo XVI. En un galeón. Música de aventuras. Entran LA


PRINCESA SALMÓN y LA PRINCESA RUBÍ. Se tum-
ban sobre una sábana dorada que hay en el suelo del escena-
rio. Con el ruido de las olas ruedan sobre sí mismas debido
al movimiento del barco.

VOZ EN OFF
Madrugada de Agosto del año 1588, no muy lejos de las
costas de Inglaterra, en un camarote del castillo de popa
de un galeón español, duermen dos princesas: La
Princesa Salmón y La Princesa Rubí. Las maderas crujen,
las olas chocan.

Entra LA REINA ESMERALDA.

LA REINA ESMERALDA
(Mirando al público.) Hijas, despertad.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Qué sucede, madre? Espero que sea importante, porque
el cansancio de la travesía y el mal de mar no nos dejaban
dormir. Y ahora que hemos cerrado los ojos…

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA SALMÓN
¿Cuándo tocaremos tierra? ¿Dónde estamos?

LA REINA ESMERALDA
Dejad con suavidad el abrazo del sueño y venid junto a
mí. Vuestro tío, el rey Felipe II manda esta Gran Armada
contra la Reina Isabel. Las costas de Inglaterra esperan
temerosas el golpe de la madera cortada en España. Los
espías del rey han concertado en secreto dos matrimo-
nios de conveniencia con dos enemigos de la reina. El
tuyo con el Conde de Essex, y el tuyo con el de Lancaster.
La guerra da el relevo a la política y no sé cual de las dos
es responsable de más víctimas. Nunca he deseado tal
destino para vosotras pero el rey Felipe no escuchó los
ruegos de una madre. Mis años han sido testigos de la
carga que han supuesto los hombres para mí. Su volun-
tad se ha impuesto sobre la mía. Mis opiniones han pasa-
do siempre a segundo plano. Cuando ellos han hablado
por turno a mí me han asignado el turno del silencio.
Cuando de forma natural han brotado mis lágrimas han
sido objeto de su burla. Mis ideas para un mejor gobierno
han tenido que viajar siempre en cartas firmadas con un
seudónimo con nombre de hombre. Con mi honor se ha
negociado como con una mercancía. Los hombres hacen
de su imperio nuestra condena. Somos usadas como
moneda de cambio. Hasta hoy la resignación era el
campo sobre el que derramaba mis lágrimas, y en él han
crecido la ira y el rencor. El estudio de los libros y la prác-
tica de mi magia, hecha siempre en secreto, lejos de la
mirada de los hombres, me han dado junto a los años la
sabiduría que hoy, más que nunca, necesito. Mi plan es
este: ordenar la tempestad que hunda esta Armada para
libraros del fatal destino que el rey desea para vosotras.
Voy a ganar vuestra libertad haciendo que el rey pierda
su Gran Armada. A pocas millas de aquí hay una isla de

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LA TERNURA

muy reducido tamaño y solo yo conozco su existencia


gracias a este mapa (Viendo un mapa en el aire a la altura de
sus ojos.) trazado en un sueño provocado por las hierbas
del conocimiento: La espinosilla, el chile, la cola de caba-
llo, el cuachalalate, la ortiga y el colágeno. Se trata de una
isla rica en todo aquello que la naturaleza puede ofrecer
para regalar una vida tranquila. No falta ni la caza, ni el
agua, ni las frutas. Un delicioso bosque provee de mate-
rias primas y una montaña no muy escarpada, coronada
por un volcán dormido, protege de los vientos del norte.

LA PRINCESA RUBÍ
La isla es preciosa, madre, pero tengo más de cuarenta
años. La fortuna con los hombres nunca me ha acompa-
ñado. Aunque lo deteste, deja que acabe mis días junto al
Conde de Lancaster.

LA PRINCESA SALMÓN
Yo no quiero saber nada de hombres. Pegado a ellos viaja
el dolor. Madre, hunde la armada. Haznos náufragas.
Llévanos a la isla que solo tú conoces, pero permite que
vivan estos soldados y marineros que han dejado tan
lejos mujeres y descendencia.

LA REINA ESMERALDA
No podrá ser. Puedo hacer que nosotras no suframos el
abrazo del mar ni en nuestros ropajes, pero estos pobres
diablos se encontrarán con los seres que habitan los
abismos.

LA PRINCESA RUBÍ
Ellos no tienen la culpa de nuestra desdicha.

LA REINA ESMERALDA
Es cierto. Pero tres mil hombres no valen para mí el precio

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ALFREDO SANZOL

de una de tus pestañas. Ayudadme a colocarme este manto


prodigioso que nos llevará intactas a la isla desierta.

ESCENA II

Mientras tanto, en la isla que LA REINA ESMERALDA


considera desierta, tres leñadores cantan. Son EL
LEÑADOR MARRÓN y sus dos hijos EL LEÑADOR
VERDEMAR y EL LEÑADOR AZULCIELO.

EL LEÑADOR MARRÓN
Hijos, celebremos que hoy hace veinte años que vivimos
felices sin mujeres en esta isla solitaria. No os podéis ni
imaginar la alegría tan grande que siento al veros así de
bien. Que pasen otros veinte años sin mujeres, y otros
veinte, y otros veinte. Hemos vivido felices sin las voces
agudas. Los cambios de humor. Las preguntas incom-
prensibles. Las largas peroratas. Y los llantos súbitos.
Nadie ha querido cambiar nuestro carácter, ni nadie ha
querido que adivináramos sus pensamientos. Nos hemos
dormido en mitad de una conversación importante sin
sufrir castigo por ello, y hemos podido olvidar las afren-
tas con la misma facilidad con la que hemos olvidado los
gestos de amor. No hemos tenido que acordarnos de
nada. No hemos tenido que escuchar: «¿Qué día es hoy?»
porque los días han sido días y las noches, noches. Y los
días han sido días y las semanas, semanas. Tan solo hemos
tenido que acordarnos de lo necesario para comer, vestir y
dormir. No hemos tenido que adivinar qué querían decir
los gestos. Ni hemos tenido que interpretar los tonos de
voz, porque lo que necesitábamos decirnos nos lo hemos
dicho, y lo que no, no. Así le ha pasado el relevo el sol a

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LA TERNURA

la luna y la luna al sol. Cuando nos hemos sentido bien lo


hemos celebrado y cuando nos hemos sentido mal nos
hemos callado. Nadie ha venido a darle más vueltas al
asunto. Nadie ha revuelto el fondo del lago. Nadie le ha
buscado tres pies al gato. Disfrutemos de este hermoso
día. El sol nos ha reservado sus mejores rayos, y ni una
sola nube mancha el azul del cielo.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Padre. Hermano. Mirad allí. En el horizonte. Un enjam-
bre de velas.

EL LEÑADOR MARRÓN
Parece que el mar ha parido mil mástiles.

Música.

EL LEÑADOR VERDEMAR
El cielo las ha vomitado. Hay más de cien naves. Galeones,
galeras, galeazas, urcas, naos, carabelas, zabras y pataches.

EL LEÑADOR MARRÓN
Entre todas deben de sumar más de diez mil hombres y
tres mil cañones.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Que mi lengua se llene de ampollas si no se dirigen con-
tra las costas de Inglaterra.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Qué extraña sensación. El aire me ha traído olor a tor-
menta y sin embargo el cielo brilla como la hoja de una
espada recién pulida.

EL LEÑADOR MARRÓN
No por mucho tiempo. Vienen por allí. Esas nubes no pare-

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ALFREDO SANZOL

cen nubes. Llegan del este y del oeste como dos ejércitos a
punto de chocar empujadas por un viento enfurecido.

EL LEÑADOR VEDERMAR
Qué ha pasado para que cambie así el humor del cielo.

EL LEÑADOR AZULCIELO
El tábano de Io ha despertado a Júpiter y esta es su ven-
ganza.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡La bóveda del firmamento se ha roto!

EL LEÑADOR VERDEMAR
La mar comienza a espumear como un perro rabioso.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Las olas suben tanto que quieren dejar pequeñas a las mon-
tañas. ¡Los rayos atraviesan sus entrañas! ¡Arde el cielo!

EL LEÑADOR MARRÓN
Los galeones han dejado de ser galeones y se han conver-
tido en cáscaras de nuez. No podrán aguantar mucho
tiempo.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡Suben y bajan llevados por el agua como si estuviesen
hechos de paja!

EL LEÑADOR AZULCIELO
Los gritos de esos desdichados son más fuertes que los
truenos que los aplastan.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Mirad allí! ¡Los barcos arden! ¡Se están partiendo como
palos en la rodilla del mar!

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LA TERNURA

EL LEÑADOR VERDEMAN
¡Los hombres saltan al agua! ¡Buscan la esperanza en su
sepultura!

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Se hunden! ¡La armada se hunde!

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡La mar se traga a sus hijos como un Saturno hambriento!

Pausa.

EL LEÑADOR MARRÓN
Ya no se ve nada.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Ya no hay nada que ver.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Se calman las aguas y se retiran las nubes.

EL LEÑADOR MARRÓN
Calma sí, pero aterradora.

EL LEÑADOR VERDEMAR
La mar esta lisa como la piedra de una tumba.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Ha sido cierto lo que hemos visto? Los infelices se tira-
ban al mar por no morir abrasados.

EL LEÑADOR MARRÓN
Aquí se acaban nuestras celebraciones. Nada se puede
hacer contra la nada. Retirémonos a descansar hijos míos.

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ALFREDO SANZOL

ESCENA III

LA REINA ESMERALDA y LAS PRINCESAS llegan a


la isla transportadas por el manto mágico.

LA REINA ESMERALDA
Gracias a este manto prodigioso hemos llegado sanas y
salvas a la isla que a partir de ahora será, no solo nuestra
casa, si no el testigo de nuestra alegría.

LA PRINCESA RUBÍ
Hemos atravesado las mismas aguas que son capaces de
mojar las rocas, y sin embargo ni una sola gota ha podido
empapar nuestros vestidos. Por el contrario la travesía ha
aumentado el brillo de nuestras telas.

LA PRINCESA SALMÓN
Qué lugar tan bello. Parece que la naturaleza hubiese
decidido competir con el arte del ser humano domesti-
cándose a sí misma.

LA PRINCESA RUBÍ
Madre, ¿no estás contenta? O esas lágrimas son de la
clase que acompaña a las celebraciones.

LA REINA ESMERALDA
De esa misma clase son. Si pudiesen arder se convertirían
en fuegos artificiales.

LA PRINCESA SALMÓN
Así me siento yo también. Si el pudor no me cerrase el
paso saldría corriendo, saltando y bailando para anun-
ciar a todas las bestias plantas y espíritus que ya hemos
llegado, que sus dueñas ya están aquí.

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LA TERNURA

LA PRINCESA RUBÍ
Lo primero que debemos hacer es explorar el lugar para
encontrar refugio. Si se trata de una cueva será bienveni-
da, y si no buscaremos el sitio sobre el que levantar nues-
tra futura casa. Hermana canta, y nosotras te seguiremos.
Dar la bienvenida a lo nuevo requiere música, de igual
manera que despedir a lo viejo, y hoy hacemos ambas
cosas por partida doble. Decimos hola a nuestra vida sin
hombres y adiós a la vieja con ellos.

Comienza cantando LA PRINCESA SALMÓN y le


siguen luego las otras dos.

LAS DOS PRINCESAS Y LA REINA ESMERALDA


Ya se han quedado los hombres
en un lejano recuerdo.
Ya se han quedado perdidos
en la bruma de los tiempos.
Ya se han quedado los hombres
dándole al viento sus órdenes.
Ya se han quedado aburridos
lanzando al aire gemidos.
¡Vivan los días sin ellos!
¡Mueran las horas con ellos!
¡Viva las islas desiertas
para mujeres despiertas!
¡Adiós! ¡Adiós!
No os queremos volver a ver.
¡Adiós! ¡Adiós!
Porque no hay nada más que hacer.
¡Adiós! ¡Adiós!
No os queremos volver a ver.
Vivir solas será un placer.
¡Viva los días sin ellos!
¡Mueran las horas con ellos!

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ALFREDO SANZOL

¡Viva las islas desiertas


para mujeres despiertas!

LA REINA ESMERALDA
Sobre esta tierra fundaremos nuestra diminuta república
de mujeres. Hijas, no podéis imaginar la alegría que me
da veros así de felices. Celebremos los días que nos espe-
ran sin las voces graves y las risotadas estruendosas.
Adiós a los golpes y a las peleas. No más comentarios
groseros a nuestras espaldas. Por fin dejaremos de ser
objetos para sus miradas. Nunca más tendremos que
cavar una mina para conseguir una palabra. Ni debere-
mos subir una montaña para encontrar una pálida emo-
ción. Nunca más tendremos que arrastrarnos para lograr
un abrazo. Ni tendremos que descifrar de nuevo un jero-
glífico hecho de silencios. Adiós a la sensación de vivir
con un ser parecido a un saco vacío de recuerdos y lleno
de mentiras.

LA PRINCESA RUBÍ
Mirad lo que hay descansando junto al tronco de ese
árbol herido. ¡Un hacha!

LA REINA ESMERALDA
De la misma manera que hirió el tronco de un árbol, está
hiriendo ahora el corazón de una mujer. Ese hacha anun-
cia que, tal vez, no estemos solas.

LA PRINCESA RUBÍ
En el mango está grabado un nombre. «El leñador
Azulcielo». Nunca unas palabras se me hicieron tan
odiosas.

LA PRINCESA SALMÓN
Se mueven aquellas ramas. Oigo voces que se acercan.

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LA TERNURA

LA PRINCESA RUBÍ
¿Son voces de hombre?

LA PRINCESA SALMÓN
¿No las escuchas?

LA PRINCESA RUBÍ
Sí, pero me gustaría haber perdido el oído, y el juicio, y
que me dijeras que estaba equivocada.

LA REINA ESMERALDA
Sin duda sus dueños vuelven a por ella. Tenemos que
escondernos. Así podremos saber quiénes son y qué hacen
aquí.

Las dos PRINCESAS y LA REINA miran al suelo como si


estuviesen viendo un agujero al que van a saltar. Se miran.
Asienten, y saltan cayendo al hueco imaginario. Se quedan
en cuclillas mirando hacia arriba. Entran EL LEÑADOR
VERDEMAR y EL LEÑADOR AZULCIELO.

EL LEÑADOR VERDEMAR
(Con un hacha en la mano refiriéndose a ella.) Nunca te fíes
de una de ellas. Cuanto más bellas son más afilado tienen
el corte. Con los años se vuelven roñosas y entonces ya
no tienen tanto peligro pero dejan de gustarnos.

Salen.

LA REINA ESMERALDA
No solo tiene hombres esta isla si no que los tiene de la
clase que más detesto. De los que por principio hablan de
nosotras con desprecio.

LA PRINCESA SALMÓN
Madre, no dejéis que la cólera nos impida seguir escu-
chando.

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ALFREDO SANZOL

Entran de nuevo LOS LEÑADORES.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Cuando dejan de sernos útiles lo mejor es abandonarlas.
En casa solo ocupan espacio.

Salen.

LA PRINCESA SALMÓN
¡Hijo de una piedra y un cardo! Hablarían con más respe-
to del rabo de una rata muerta.

LA PRINCESA RUBÍ
¡Silencio! La cólera ha cambiado de casa, y ahora eres tú
la que no deja escuchar.

Entran LOS LEÑADORES.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Si no la encuentras no llores por ella. Buscaremos otra.
Todas son iguales.

Salen.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Todas somos iguales? Ojalá tus palabras se hicieran rea-
lidad y todas parecidas a Palas Atenea, siempre vírgenes
y guerreras, fuésemos vuestra única compañía.

LA REINA ESMERALDA
La cólera ha completado su ronda. Déjala que descanse
para que podamos seguir escuchando.

Entran.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡Mírala dónde está! Como el viento en un día de verano
lo que buscábamos ha aparecido por sorpresa.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Mi hacha! ¡Mi querida hacha! Estaba a punto de darte
por perdida. Ahora me siento como un traidor por haber
pensando en dejar de buscarte.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Vamos hermano. Celebremos este alegre encuentro.
Algunas herramientas nos son tan queridas como los
seres más cercanos.

Salen. LA REINA y las PRINCESAS salen de su escondite


dando un salto.

LA PRINCESA SALMÓN
Estaban hablando de hachas.

LA PRINCESA RUBÍ
Pues parecía que hablaban de mujeres.

LA PRINCESA SALMÓN
Pero hablaban de hachas.

LA REINA ESMERALDA
Podrían haber hablado así de mujeres.

LA PRINCESA SALMÓN
Pero no lo estaban haciendo.

LA REINA ESMERALDA
(A LA PRINCESA SALMÓN.) No estaban hablando de
mujeres pero como si lo estuviesen haciendo. Ponle a tu

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ALFREDO SANZOL

inocencia vendas en los ojos y dejará de ser un don, para


convertirse en una trampa. Día triste y aciago. Destino
tumultuoso. ¿Qué quieres de nosotras? De la misma
manera que hemos hundido la Gran Armada para hacer
realidad nuestro plan, nuestro plan se hunde ante el peso
de la realidad. Estos hombres viven en la isla que creía-
mos desierta. No sabemos si están solos o con mujeres. Si
son salvajes o civilizados. Si harán con nosotras picadillo
o nos convertirán en esclavas. Para nuestra seguridad, y
con el ánimo de protegernos, hijas mías, nos interesa y
conviene vestirnos como hombres, de manera tal, que
cuando se produzca el inevitable encuentro, nosotras
podamos ayudadas por nuestro aspecto defender nues-
tra integridad.

LA PRINCESA RUBÍ
Madre, ¿es necesario tener que vestirnos con la aparien-
cia de lo que más detestamos?

LA REINA ESMERALDA
Como la perdiz no tiene miedo de parecerse al fango cuan-
do se camufla bajo su apariencia, no tengas miedo tú de
parecerte a los hombres por protegerte usando su imagen.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Cómo lo haremos? No podemos convertir nuestra ropa
de mujer en calzas y jubones.

LA REINA ESMERALDA
No somos náufragas por el azar. Todo lo he calculado y
medido. En aquella cala escondida nos esperan baúles
con lo necesario para comenzar una nueva vida.

LA PRINCESA RUBÍ
Comamos y saciemos primero el hambre. No hemos pro-

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LA TERNURA

bado bocado desde hace más de doce horas, y la debili-


dad comienza a cambiarme el carácter.

LA PRINCESA SALMÓN
Sí, comamos lo que hayas dispuesto en los baúles. Todo
serán manjares porque el hambre tiene el poder de trans-
formar la despensa más humilde en el banquete más
sofisticado.

LA REINA ESMERALDA
(Para sí misma.) La comida.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Qué sucede ahora, madre? El color ha abandonado tus
mejillas.

LA REINA ESMERALDA
¡Me he dejado la comida!

LA PRINCESA RUBÍ
No puede ser.

LA REINA ESMERALDA
¡Me he dejado la comida! Estaba tan preocupada por la
pólvora y las armas. La ropa y las mantas. Los cubiertos y
las telas. El calzado y las cuerdas, que se me ha olvidado
la comida.

LA PRINCESA SALMÓN
No sé si me duele el estómago por el hambre que tengo o
por el que sé que voy a tener.

LA REINA ESMERALDA
En numerosos baúles perfectamente sellados había guar-
dado perdices y pichones. Codornices, capones, y pavos.

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ALFREDO SANZOL

Corderos, cabritos, mariscos, terneras, y naranjas.


Manzanas, peras, nueces, castañas, y avellanas. Atunes,
bacalaos, truchas, salmones, borrajas, y alcachofas.
Cardos, berzas, pellas, espárragos, pimientos, setas, y que-
sos del Roncal. Quesos manchegos, de idiazábal, tortas del
casar, jamones, chorizos, morcones, butifarras y pancetas,
cecinas, y garbanzos. Azafrán, clavo, jengibre, canela,
cominos, cardamomo, nuez moscada, pimienta, perejil,
hierbabuena, albahaca, y orégano. Tomillo, alubias, arroz,
trigo, liebres, conejos, aceitunas, barriles de Rioja, de
Burdeos, de Ribera del Duero, de Malvasía, de Jerez, de
Oporto, del Penedés, kilos de chocolate, quinoa, gofio y
una garrafa de patxarán.

LAS PRINCESAS lloran desconsoladas. SALMÓN saca


fuerzas de flaqueza.

LA PRINCESA SALMÓN
Señora madre, no usemos el regalo del tiempo para
lamentarnos por lo perdido. En esta isla encontraremos
caza suficiente y frutos silvestres. Ahora vistámonos con
las ropas de hombre, antes de que nos descubran y sea
demasiado tarde.

LA PRINCESA RUBÍ
Fuera lamentaciones. Vistámonos de hombre y salgamos
a cazar. Que el encuentro con los habitantes de esta isla
se produzca cuando el destino quiera.

Música. Salen LAS PRINCESAS y LA REINA.

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LA TERNURA

ESCENA IV

Entran cantando LOS LEÑADORES. Traen un calderete,


comida para cocinar, y cuencos y cucharas para comer.

EL LEÑADOR MARRÓN
Antes de comenzar a cocinar demos las gracias a la
madre naturaleza por todo lo que nos regala.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Por qué es necesario dar las gracias? Demos o no las gra-
cias tendremos lo mismo. No hay ninguna señora
Naturaleza que nos entregue nada. Si un día desaparecen
los animales y las plantas, ¿a quién reclamaremos? ¿A la
naturaleza? ¿Dejará de llover o el frío se quedará en la
cueva donde se oculta en verano porque nosotros demos
o no gracias a la naturaleza?

EL LEÑADOR MARRÓN
Dar las gracias es un acto de humildad. Es una manera de
reconocer que la vida no nos pertenece, si no que es un
regalo.

EL LEÑADOR AZULCIELO
No sé si mi vida es un regalo. No sé quién me la ha rega-
lado. Las ciervas regalan la vida a sus cervatillos. Las
conejas a sus conejos, y las lobas a sus lobeznos. A mí
nadie me ha regalado nada.

EL LEÑADOR MARRÓN
Yo te la he regalado.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Tú? Yo no he nacido de ti.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
Has nacido de mí y de tu madre.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Cómo era mi madre? ¿Dónde está?

EL LEÑADOR MARRÓN
Hijo, de eso hemos hablado muchas veces. No sabemos
dónde está tu madre. Y tampoco sabemos dónde está la
madre de tu hermano. Quizás soy el hombre menos afor-
tunado de la tierra si miro a las mujeres que me han toca-
do y esa es la razón por la que vinimos a esta isla
huyendo de ellas cuando tú solo tenías cuatro años; pero
soy el hombre más afortunado por teneros a vosotros.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Nosotros no somos tus mujeres. Somos tus hijos. ¿Cómo
puede ser que desde el ciervo más majestuoso hasta el
ratón más insignificante puedan tener la compañía de
una hembra y nosotros vivamos esta soledad de machos
despojados? ¡Quiero saber cómo es una mujer!

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Hijo!

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Quiero ver una!

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Hijo!

EL LEÑADOR AZULCIELO se va, lleva su hacha en la


mano.

EL LEÑADOR MARRÓN
No quiero que llegue la hora en la que conozca a una

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LA TERNURA

mujer. No quiero que le hagan el daño que nos han hecho


a nosotros. No lo quiero. Daré mi vida por protegerlo.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Siempre estaré a tu lado padre. Como la Luna necesita a
la Tierra, y la Tierra al Sol para no perder su órbita, así te
necesito yo.

EL LEÑADOR VERDEMAR intenta abrazar a su padre


pero el LEÑADOR MARRÓN lo rechaza.

ESCENA V

EL LEÑADOR AZULCIELO
Mi padre y mi hermano siempre han hecho de ellas des-
cripciones tan horribles que harían encanecer a un cuer-
vo. Pero en mis sueños yo las veo de otra manera. (Deja
su hacha en el suelo, mueve una piedra y del interior de un
agujero saca un muñeco parecido a él, una especie de «mini-
yo».) Desde que tengo recuerdos, los animales han sido
mis compañeros de juegos, y tú mi amigo y confidente.
Nunca nada me ha inquietado, ni nada me ha preocupa-
do salvo una cosa. ¡Quiero saber cómo es una mujer! Ni
siquiera sé cómo era mi madre. Tampoco tú, pobre diablo
hecho de ramas, tienes una compañera porque no sabría
cómo crearla. Y porque no quiero hacerla como mi padre
y mi hermano dicen que son. En mis sueños hay algo
diferente. Recuerdos tan oscuros que cuando aparecen
enseguida se los traga la noche, pero que dejan en mí sen-
saciones dulces. No se parecen en nada a la imagen que
de ellas crea mi padre. Él dice que en lugar de cabellos
tienen serpientes. Que sus dientes son afilados como agu-

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ALFREDO SANZOL

jas. Dice que cuando sangran cada una de las gotas que
toca el suelo se convierte en reptil. Que su saliva es un
veneno tan poderoso que solo uno de sus besos puede
envenenarte hasta la muerte. Que su piel es de sapo y
rezuma continuamente un ácido abrasador. Que tienen
alas de murciélago y que su único ojo es terrorífico y
tiene el poder de dominar la voluntad y de transformar a
quien lo mira en esclavo suyo hasta el punto de que se
olvidan amigos y familia. Crecen dentro de mí como dos
árboles gemelos el miedo y el deseo, el terror y la necesi-
dad de ver una mujer. Vuelve a tu escondite querido
amigo y descansa. Yo quiero dar un último paseo para
disfrutar de los ruidos que el bosque levanta en la noche.

EL LEÑADOR AZULCIELO esconde el muñeco debajo


de la piedra y sale con el hacha en la mano.

ESCENA VI

LA REINA y LAS PRINCESAS vestidas de hombre. LA


PRINCESA SALMÓN con bigote. LA PRINCESA RUBÍ
con barba y bigote. LA REINA con barba sin bigote. LAS
PRINCESAS llevan ballestas.

LA PRINCESA SALMÓN
Noche, no extiendas aún tu manto, apiádate de estas ham-
brientas, y deja que la luz, por un instante, señale con su
mano a las bestias que puedan recibir nuestras flechas.

LA PRINCESA RUBÍ
Ríndete hermana. Los animales, felices, sonríen tras la
oscuridad amurallada.

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LA TERNURA

LA PRINCESA SALMÓN
¿Qué podemos hacer? Estoy desfallecida.

LA PRINCESA RUBÍ
Comeremos raíces. O una ensalada de hojas.

LA REINA ESMERALDA
(Se sienta en el suelo.) Hijas, no puedo más. Dejadme dor-
mir aquí. Estas piedras son un lugar seco para pasar la
noche mientras esperamos que la aurora traiga en su
carro lo que tanto anhelamos.

LA PRINCESA RUBÍ
No podemos dormir aquí. La mordedura del frío dejaría
marcas en nuestro cuerpo.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Sentís lo mismo que yo? El aire trae olor a comida como
un sirviente indiscreto que chismorrea sobre lo que está
pasando en la cocina.

LA PRINCESA RUBÍ
Y no puedo decir que sea un mal olor. Al menos mi cuer-
po reacciona igual que el de Ulises con el canto de las
sirenas.

LA PRINCESA SALMÓN
Cuanto mejor huele peor me siento.

LA PRINCESA RUBÍ
Mi boca está preparando un gran recibimiento para unos
huéspedes que no sé si llegarán.

LA PRINCESA SALMÓN
Querido estómago, mucho ruido y pocas nueces.

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ALFREDO SANZOL

LA REINA ESMERALDA se desmaya.

LA PRINCESA SALMÓN
¡Madre!

LA PRINCESA RUBÍ
¡Madre, madre!

LA PRINCESA SALMÓN
El hambre le ha hecho perder el conocimiento.

Intentan reanimarla pero ESMERALDA no quiere moverse.

LA PRINCESA RUBÍ
Bueno, si has decidido dormir a pesar tuyo, duerme
pues. Esperadme aquí. Iré en busca de lo que necesita
para que regrese la fuerza que la ha abandonado.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Qué vas a hacer?

LA PRINCESA RUBÍ
Conseguir por las buenas o por las malas algo de lo que
esos hombres están cocinando.

LA PRINCESA SALMÓN
Iré contigo.

LA PRINCESA RUBÍ
No, debes quedarte aquí con ella. Me haré pasar por un
superviviente del naufragio. Mi aspecto de varón me
protege, y tus pensamientos, hermana, me guían. ¡Islas
desiertas…!

LA PRINCESA SALMÓN
¡Mujeres despiertas!

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LA TERNURA

LA PRINCESA RUBÍ sale.

ESCENA VII

EL LEÑADOR MARRÓN duerme, y EL LEÑADOR


VERDEMAR mete la cuchara en el calderete. Prueba,
asiente, y va a despertar a su padre.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Padre, aunque está cayendo la noche, quiero despertarle
con la suavidad de la luz matinal. La cena está lista.

EL LEÑADOR MARRÓN
Gracias hijo. (Se despereza.) Dormir antes de comer, y
comer antes de dormir, forman juntos el placer capicúa.

Se acercan al calderete. Cogen los platos y se sirven.

EL LEÑADOR MARRÓN
Dime, ¿Lo has probado? ¿Te gusta?

EL LEÑADOR VERDEMAR
Tanto que me alegra que mi hermano, secuestrado por la
ira, haya decidido no cenar.

EL LEÑADOR MARRÓN
Que aproveche.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Igualmente.

Y justo cuando tienen las cucharas rozando los labios apare-


ce LA PRINCESA RUBÍ armada con su ballesta.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA RUBÍ
¡Alto!

EL LEÑADOR VERDEMAR y EL LEÑADOR MARRÓN


gritan del susto.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Por todos los santos! ¿Quién sois?

LA PRINCESA RUBÍ
¡No sigáis comiendo!

EL LEÑADOR MARRÓN
Difícil es seguir lo que aún no se ha empezado.

LA PRINCESA RUBÍ
No toquéis esos alimentos. Me muero de hambre. Y mori-
réis antes que yo, si no os alejáis de ese caldero.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Tranquilizaos. No es necesario señalarnos con una flecha
para acercarse a nuestro fuego.

LA PRINCESA RUBÍ
Moriréis os digo. Alejaros de él.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Si conocéis los buenos modales, en nosotros sabréis reco-
nocerlos. Os podéis sentar.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Sois uno de los náufragos de la armada que vimos hun-
dirse hace unas horas?

LA PRINCESA RUBÍ
Sí lo soy.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR MARRÓN
Sed bienvenido. Tened en cuenta que nuestras lágrimas
han tocado por vosotros esta tierra, antes de que las vues-
tras tuvieran tiempo de unirse al mar.

LA PRINCESA RUBÍ
Disculpad mis modales. He creído que en una isla desier-
ta y apartada como esta solo podrían vivir en ella salvajes
que desearían antes verme muerto que compartir conmi-
go una miga de su pan. Pero veo que estaba equivocado.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Sois el único superviviente o tenéis la compañía de
algún otro desafortunado?

LA PRINCESA RUBÍ
Mi capitán, que desfallecido por el hambre apenas puede
moverse, y un joven alférez que no se despega de su
lado.

EL LEÑADOR MARRÓN
Id a buscarlos y traerlos aquí. Prometemos no tocar esta
comida hasta que haya servido para recuperar al desfa-
llecido.

LA PRINCESA RUBÍ
Os lo agradezco.

LA PRINCESA RUBÍ saluda con un gesto de la cabeza,


ellos contestan, y sale.

EL LEÑADOR MARRÓN
Algo ha cambiado en nuestras vidas aunque todavía no
lo hayamos notado. Como en un cuento de invierno una
visita inesperada ha hecho que la soledad haya dejado de

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ALFREDO SANZOL

hacernos compañía. Nuestro deber es ayudar a estos


hombres hasta donde podamos. No tardarán en pasar
navíos en busca de restos del desastre, y en alguno de
ellos podrán regresar a su casa. Espero que el mismo
viento que los ha traído sea el que se los lleve.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Sí, pero mientras llega esa hora la presencia de otros
hombres será beneficiosa para mi hermano que solo
conoce nuestras voces. Si la Fortuna nos es favorable hará
que él se interese por el mundo que hay más allá de esta
isla, y que gracias a la libertad en la que lo hemos criado
pueda decidir si irse con ellos o quedarse con nosotros.

EL LEÑADOR MARRÓN
Pobre alma inocente. El terror no le dejará abandonar lo
único que conoce, y si la curiosidad crece en su corazón
como un parásito yo sabré erradicarla y hacer que se
quede aquí con nosotros.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Padre, siempre te he sido fiel. Mi amor hacia ti forma
parte de mí, como mi propia alma. Escucha lo que voy a
decirte como los pensamientos de un hijo leal y no como
los de alguien que quiere doblegar tus palabras. Nosotros
elegimos venir a esta isla siendo adultos y libres. Mi her-
mano tan solo tenía cuatro años. Ha llegado el momento,
en el que como hicimos nosotros, sea él el que elija.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Y desprenderme de lo que más quiero? ¿Dejar que parte
de mi vida se vaya para siempre? Hablas como un loco o
como el peor enemigo. ¿Hijo leal dices, y propones que
uno de mis hijos me abandone? Antes preferiría que me
abandonara el corazón y seguir viviendo frío como un

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LA TERNURA

témpano el resto de mis días pero pudiendo al menos


disfrutar de la visión de mis hijos.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Lo siento padre. No pretendía ofenderos.

EL LEÑADOR MARRÓN
Pues lo has hecho. (Silencio.) Tengo tanta hambre que ni
los disgustos me quitan el apetito.

ESCENA VIII

EL LEÑADOR AZULCIELO que deambula por el bosque


se encuentra con LA REINA ESMERALDA desfallecida.
Al verla EL LEÑADOR AZULCIELO se esconde.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Es mi padre o mi hermano esa sombra? No. No lo es. Es
la figura de un hombre parecido a nosotros, pero no es
uno de nosotros. Sin duda lo ha traído el mar empujado
por olas salvadoras. ¿Qué hago? ¿Me acerco a él? Parece
que duerme. ¿Y si es de naturaleza salvaje y lo que preten-
de es hacerme daño? ¿Y si está muerto, y todas mis dudas
no han servido más que para nacer y caer en la tumba?
Aun a riesgo de morir prefiero hablar y dejarme ver.

EL LEÑADOR AZULCIELO se acerca a LA REINA


ESMERALDA, y en ese momento aparece por detrás LA
PRINCESA SALMÓN con un florete en la mano.

LA PRINCESA SALMÓN
Si quieres ver amanecer detente. No des un paso más.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR AZULCIELO
Quiero ver amanecer hoy y muchos días más. No me
hagas daño.

LA PRINCESA SALMÓN
Deja tu hacha en el suelo y dime qué pretendes acercán-
dote a un hombre dormido.

EL LEÑADOR AZULCIELO
(Deja el hacha en el suelo.) Quería decirle hola para que abrie-
ra los ojos en buena compañía.

LA PRINCESA SALMÓN
Levanta las manos y date la vuelta.

EL LEÑADOR AZULCIELO obedece.

LA PRINCESA SALMÓN
Me muero de hambre. ¿Tienes algo de comer?

EL LEÑADOR AZULCIELO
No tengo nada pero créeme cuando te digo que si lo
tuviera sería tuyo. Mi padre y mi hermano no están lejos
de aquí. Ellos te darán todo lo que quieras. Y si no, yo me
encargaría de que así fuese. (Aparte.) Qué extraña sensa-
ción. A pesar del miedo que me produce ha despertado
en mí una viva simpatía.

Entra LA PRINCESA RUBÍ por el lado que da la espalda


del LEÑADOR AZULCIELO.

LA PRINCESA RUBÍ
¡Quieto! ¡No le hagas daño o multiplicaré por mil el que
sufras tú!

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LA TERNURA

EL LEÑADOR AZULCIELO se vuelve.

LA PRINCESA SALMÓN
No se asuste, sargento, no hay nada que temer.

LA PRINCESA RUBÍ
¡Aléjate de él te digo!

EL LEÑADOR AZULCIELO
Lo haría gustoso si no fuese porque es él quien me man-
tiene a su lado.

LA PRINCESA RUBÍ golpea en la mandíbula al LEÑADOR


AZULCIELO que pierde el conocimiento.

LA PRINCESA RUBÍ
(Quejándose de dolor en la mano.) Le he dado a mi mano el
papel de maza sin haberla convertido antes en madera.
Pobres dedos, no me miréis con rencor.

LA PRINCESA SALMÓN
Has golpeado a un inocente como si fuese el más vil de
los ladrones. Te he advertido que no había nada que
temer.

LA PRINCESA RUBÍ
Y he oído tu advertencia pero he pensado que me habla-
bas así obligada por su presencia.

LA PRINCESA SALMÓN
(Dándole unas palmaditas en la cara.) Señor. Señor. Despertad.
Señor. Un oso hibernando abriría los ojos antes que él.

LA PRINCESA RUBÍ
Si no acabamos nosotras con el hambre, el hambre acaba-

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ALFREDO SANZOL

rá con nosotras. Catastrófica llegada de unos invitados a


cenar con un hombre desmayado y el hijo de los anfitrio-
nes inconsciente y golpeado.

LA PRINCESA SALMÓN
Ocúpate tú de él. Yo me ocuparé de nuestra madre.

LA PRINCESA SALMÓN carga a su madre a las espaldas


y lo mismo hace LA PRINCESA RUBÍ con EL
LEÑADOR AZULCIELO.

ESCENA IX

Mientras tanto EL LEÑADOR MARRÓN y EL


LEÑADOR VERDERMAR siguen junto al calderete.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Padre. Lo dicho es deuda y no hay armonía sin cortesía,
pero estos hombres se retrasan tanto que el paso del tiem-
po ha transformado nuestro deber de esperar en derecho
a comenzar. La carne nos suplica tocar nuestros labios en
busca del último beso antes de caer al estómago.

EL LEÑADOR MARRÓN
Iniciemos por segunda vez lo que no pudimos continuar
la primera.

Música. Mientras LOS LEÑADORES comen LAS PRIN-


CESAS caminan por el bosque. Llegan, y LAS PRINCESAS
dejan caer al LEÑADOR AZUCIELO y a LA REINA
ESMERALDA.

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LA TERNURA

LA PRINCESA RUBÍ
Señores leñadores…

EL LEÑADOR MARRÓN
Hombre, qué oportuno. ¡Por fin! (Descubre a su hijo en el
suelo.) ¡Hijo! ¿Qué le habéis hecho a mi hijo? ¡Hijo! ¡Hijo!

LA PRINCESA RUBÍ
Si vuestro hijo y hermano, se haya en esta lamentable
situación es muy a pesar mío, y de mis compañeros de
aventura, porque algún espíritu maligno, si no el mismo
diablo, me hizo ver que este hombre, que ahora postrado
apenas levanta treinta centímetros del suelo, con toda su
envergadura, levantando los brazos al cielo, podía com-
petir con la sombra de un oso amenazante a punto de
devorar al señor alférez, al que aprovecho a presentar a
vuestras señorías con todos los respetos.

EL LEÑADOR AZULCIELO se recupera de pronto, y se


incorpora como un muelle. Habla al LEÑADOR
MARRÓN y al LEÑADOR VERDEMAR sin darse cuen-
ta de que están todos ahí.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Padre, hermano, huyamos a escondernos. Unos hombres
nos han invadido y están locos!

EL LEÑADOR MARRÓN
No es necesario huir porque los tres caballeros de los que
hablas están aquí. La comedia de los errores se ha resuelto.

LA PRINCESA RUBÍ
Os ruego que os apiadéis de mi torpeza criada en el caldo
del miedo que tiene calor suficiente para engordar esta, y
otras muchas.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
Habrá tiempo para las disculpas, aunque lleguen tarde y
mal como el agua en tiempo de sequía. Ahora es necesa-
rio atender a vuestro capitán y tomar su pulso. (Tomando
el pulso.) Es muy lento. (A EL LEÑADOR VERDEMAR.)
Hijo, acércate al cofre en el que guardo mis hierbas y
mezcla a partes iguales una pizca de espinosilla, chile,
cola de caballo, cuachalalate, ortiga y colágeno.

EL LEÑADOR VERDEMAR sale corriendo a por el cofre.

EL LEÑADOR MARRÓN
El pulso es cada vez más lento. Dale alas a tus manos.

EL LEÑADOR VERDEMAR entra corriendo.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Aquí está.

Pone hierbas sobre las manos de su padre.

EL LEÑADOR MARRÓN
(Frotando las hierbas con las dos manos.) Que mi humilde
ciencia sirva a los efectos de una arrogante sanación.

Sopla el polvo de las hierbas sobre la nariz de LA REINA


ESMERALDA.

LA PRINCESA ESMERALDA
(Se incorpora como un muelle.) Hijas! ¿Dónde estáis?

EL LEÑADOR MARRÓN
Caballero, sus hijas quedaron muy lejos de estas tierras. Os
habéis desfallecido por el hambre y estáis junto a vuestros
soldados, y a unos pobres leñadores que llevan uniendo

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LA TERNURA

las plantas de sus pies a la superficie de esta isla desde


hace veinte años. Permitid que nuestro humilde calderete
sirva para reanimar la vida de vuestra máquina.

LA REINA ESMERALDA
Desearía que al pronunciar mis palabras de agradeci-
miento se cuajara en oro el aire que las sustenta, para
poder ofreceros algo de mayor utilidad que la triste ver-
borrea de un moribundo.

EL LEÑADOR MARRÓN
Con vuestra recuperación me habéis dado ya las gracias.
Ahora hagamos las paces y sentémonos a cenar. ¡Paz!
¡Paz! ¡Paz!

Todos se sientan a comer. EL LEÑADOR MARRÓN pasa


la bota.

EL LEÑADOR MARRÓN
Os rogamos que nos contéis, mojando la garganta con
nuestro modesto caldo, qué ayuda os han concedido los
dioses para permitir que vuestro destino haya sido dife-
rente del de vuestros compañeros. Vuestros trajes y
armas están nuevos, como recién nacidos, y no parecen
haber conocido la guerra contra el tumulto del mar, ni el
abrazo de las furiosas olas.

LA REINA ESMERALDA
La fortuna permitió que una pequeña chalupa, a la que
de inmediato bautizamos con el nombre de Salvadora,
hiciera su último esfuerzo dejándonos en la orilla de esta
isla, antes de hundirse. Su desaparición nos dolió tanto
como la del galeón en el que viajábamos.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Después del desastre no he apartado la mirada del hori-

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ALFREDO SANZOL

zonte en busca de alguna señal de vida, y no he visto nada.


El perímetro de esta isla es tan reducido que su costa se
abarca con facilidad desde aquel risco en el que pace nues-
tra borrega. Es extraño que no os haya divisado.

LA PRINCESA RUBÍ
Creo que hoy ha sido un día de hechos tan extraños que se
recordarán durante los siglos venideros. Sin duda nuestra
llegada en chalupa a vuestra isla forma parte de ellos.

EL LEÑADOR AZULCIELO
(A LA PRINCESA RUBÍ.) Señor Sargento, ¿permitís que
me siente al lado del señor Alférez? Desde que nos
hemos visto por primera vez siento por él una alegre sim-
patía, como si nos conociésemos de una vida pasada en la
que compartimos penas y alegrías.

LA PRINCESA RUBÍ
Desde luego, si eso os hace feliz. Juventud llama a juventud.

LEÑADOR AZULCIELO se sienta junto a LA PRINCE-


SA SALMÓN y le sonríe, y LA PRINCESA SALMÓN
no puede evitar devolverle la sonrisa y luego se arrepiente.

LA REINA ESMERALDA
Cuando hemos descubierto que esta isla no estaba desha-
bitada, hemos sentido, como decirlo, una profunda, satis-
facción. Decidme, ¿hay más pobladores en ella?

EL LEÑADOR MARRÓN
No. Solo nosotros tres. El tres es el número perfecto.

LA REINA ESMERALDA
(Se ríe hipócrita.) ¿No hay en ella… mujeres?

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LA TERNURA

EL LEÑADOR MARRÓN
No las hay. Y espero que nunca las haya. Mi hijo mayor y
yo habíamos sufrido tanto a causa de ellas, que hace hoy
veinte años, decidimos huir de su presencia poniendo al
océano de por medio.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Hemos sido afortunados de que las olas hayan traído
varones como vos y no hembras. Espero que no viajase
ninguna de ellas en esa gran armada, pero si así fuese, sin
desear que se las hayan tragado las olas, confío, al menos,
en que las hayan mandado bien lejos.

LA REINA ESMERALDA
Quizás han sido ellas, las que le han rogado a Poseidón
que las mandara bien lejos cuando han visto que en esta
isla solo había hombres.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Puede ser. En ese caso solo nos queda dar las gracias a
Poseidón por atender sus súplicas.

Se ríen, unas fingen, los otros no.

LA REINA ESMERALDA
Algunas mujeres anhelan vivir sin hombres. Como vos
vivir sin mujeres. Pero ¿no creéis que los hombres sois,
son, somos tan torpes e inoportunos, cerriles, ineptos y
zopencos que con nuestra presencia impedimos que sus
sueños se hagan realidad?

EL LEÑADOR MARRÓN
Sin duda no estoy de acuerdo con vos. Por eso vinimos a
esta isla. Para dejarles la vía libre, y no ponerle puertas al
campo.

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ALFREDO SANZOL

LA REINA ESMERALDA
Sin embargo deberíais dar noticia al mundo de que estáis
aquí. A modo de advertencia. Imaginad que unas muje-
res, buscan un lugar solitario, y piensan en esta isla. Isla
que los pocos que la conocen, no era nuestro caso, quizás
consideran deshabitada. Convendréis conmigo en que
esas mujeres al encontrarse con tres hombres tendrían
derecho, al menos, a enojarse.

Pausa.

LA PRINCESA RUBÍ
Bueno, bueno, bueno. Creo que hablo en nombre de
nuestro capitán si digo que debido al cansancio comenza-
mos a encontrarnos indispuestos.

LA REINA ESMERALDA
Yo no. Yo me siento perfectamente. Pasadme esa bota.

EL LEÑADOR MARRÓN
Ah, los soldados sois de una bravura envidiable.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Mi padre y mi hermano me han contado con detalle
cómo son las mujeres. Yo nunca he visto ninguna.

LA REINA ESMERALDA
(Escupe el vino.) ¿Cómo decís?

LA PRINCESA SALMÓN
¿Nunca habéis visto una mujer?

EL LEÑADOR VERDEMAR
Yo tenía veinte años cuando llegamos a la isla huyendo
de ellas, y mi hermano tan solo cuatro. Vio mujeres en su
más tierna infancia, pero no las recuerda.

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LA TERNURA

LA PRINCESA RUBÍ
¿Y su señora madre?

EL LEÑADOR MARRÓN
Se esfumó por la chimenea.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Nunca he visto ninguna pero mi padre me ha dicho que
tienen un solo ojo, piel de sapo y alas de murciélago. Y
que cuando sangran las gotas se convierten en reptiles.

EL LEÑADOR MARRÓN se ríe buscando complicidad.

LA REINA ESMERALDA
(Al LEÑADOR MARRÓN.) Por lo que veo, habéis hecho
de las mujeres una descripción envidiablemente precisa.

EL LEÑADOR MARRÓN
Como sabéis, en ciertas ocasiones hay imágenes que
valen más que mil palabras.

LA REINA ESMERALDA
No lo sé. (Aparte.) ¡Ay si pudiesen las gotas de agua con-
vertirse en dardos, ojalá fuese abril! (Al LEÑADOR
MARRÓN.) Lo que sí sé, es que en ciertas ocasiones ni
mil palabras son capaces de justificar una imagen.

LA PRINCESA SALMÓN
Señor Capitán, tenemos que descansar. La fatiga nos obli-
ga a hacer de menos y a hablar de más. El reposo cambia-
rá los colores de esta realidad.

LA REINA ESMERALDA
Querido Alférez, algunas realidades tienen colores tan
oscuros que no los ilumina ni el sueño más profundo.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA RUBÍ
En cualquier caso vámonos a dormir ya.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Si así lo deseáis os llevaré hasta la humilde residencia
que, gracias a nuestro trabajo debería ser llamada pala-
cio, y que conserva de cueva tan solo el nombre. Señores,
caballeros, soldados, por aquí.

Salen LAS PRINCESAS, LA REINA y EL LEÑADOR


VERDEMAR. EL LEÑADOR AZULCIELO se queda
meditabundo haciendo dibujos en el suelo con un palito.
Cuando EL LEÑADOR MARRÓN mira al hijo, el hijo no
mira al padre y viceversa.

ESCENA X

Las dos PRINCESAS y la REINA en la cueva que es ahora


su casa.

LA PRINCESA SALMÓN
Prestadme oídos a lo que voy a decir. Nuestra situación
es desesperada. Estamos atrapadas en una isla con unos
hombres que odian a las mujeres, y que no sabemos a qué
estarían dispuestos si descubren nuestra condición.
Tendríamos que haberlos herido cuando hemos podido.
La sorpresa era nuestra aliada, pero ahora ya se ha retira-
do defraudada por nuestra lentitud. ¿Qué podíamos
esperar de ellos? ¿Por qué no hemos actuado? ¿Por qué
no hemos sido más rápidas?

LA PRINCESA RUBÍ
No podíamos adivinar esto de quienes han compartido lo

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LA TERNURA

poco que tienen para salvarnos. La historia del pequeño


me ha conmovido. Nunca ha visto a una mujer. La cruel-
dad del padre y del hermano mayor no tiene límites por
aislarlo sin tener en cuenta su voluntad. Si han hecho eso
con alguien de su propia sangre, ¿qué no podrían hacer
con nosotras? (Se quita la barba.)

LA PRINCESA SALMÓN
¿Qué haces privando a tu rostro de la máscara que es
garantía de tu vida?

LA PRINCESA RUBÍ
No quiero dormir con este animal pegado a mis mejillas.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Y si entran aquí sin avisar? Podrían hacerlo porque esto
es para ellos la cámara en la que duermen unos hombres.

LA REINA ESMERALDA
No me ha gustado cómo se acercaba el pequeño a ti. Y
tampoco me ha gustado cómo tu hermana miraba al
mayor.

LA PRINCESA RUBÍ mira al suelo.

LA PRINCESA SALMÓN
No se acercaba a mí, era al Alférez que represento a
quién se acercaba. Quizás sea un hombre que se siente
atraído por los hombres.

LA REINA ESMERALDA
Ojalá fuese así, pero no es eso lo que he sentido. Él se ha
acercado a ti atraído por la alquimia invisible que de tu
cuerpo viaja por el aire hasta su nariz y de ahí a su cerebro.
Y no me equivoco si digo que lo mismo te ha pasado a ti.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA SALMÓN
¡No es cierto! Tu acusación es injusta madre y no llega en
buena hora. ¿Por qué hablas así? No ha habido ni una
palabra, ni un gesto, ni una mirada que puedas ahora
recordar para regar el árbol de tu sospecha.

LA REINA ESMERALDA
Demasiadas veces he visto dilatarse las pupilas y sonro-
jarse las mejillas como reinos independientes del imperio
de la voluntad. Mi plan de vivir solas en esta isla ha fra-
casado por entero. Somos rehenes de la fortuna, a la que
solo podemos rogar que traiga pronto un barco cerca de
esta costa. De la misma manera que mi manto prodigioso
nos trajo del galeón a la playa, nos llevará de vuelta de la
playa a un nuevo barco. Mientras tanto mantengámonos
alejadas de ellos todo lo que podamos. ¡Tengo un plan!
Fingiremos que hemos traído de las oscuras bodegas del
galeón, una enfermedad infecciosa tan devastadora que
no tendrán valor para acercarse a nosotras a menos de
una legua. Nos impondrán una cuarentena tan férrea que
se olvidarán de nuestra existencia. Ahora descansemos.

ESCENA XI

A la mañana siguiente. EL LEÑADOR VERDEMAR y


EL LEÑADOR AZULCIELO se encuentran.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Buenos días hermano. Aún no se ha teñido el cielo pero
parece que tus ojos, como dos jóvenes cachorros, están
ansiosos por ver la claridad.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR AZULCIELO
Lo mismo digo hermano. El sueño te ha abandonado en
la hora en la que con más fuerza te sueles aferrar a él.

EL LEÑADOR EL LEÑADOR VERDEMAR


(Fingiendo.) Sí, me ha desvelado el frío. La madrugada ha
llegado con un aire helado que no esperaba.

EL LEÑADOR AZULCIELO
La causa de mi desvelo no está fuera, sino dentro de mí.
Escúchame. He tenido sueños intensos que competían en
claridad con la vida real, y que han herido y conmovido
mi cuerpo como lo haría tu daga si se clavara en mi pecho.
Hermano, algo desconocido me está pasando, he soñado
que el Alférez acariciaba mi pelo, que con sus manos reco-
rría mi pecho, y que tumbado en su regazo, ambos bajo la
dulce sombra de una encina, me cantaba una triste melo-
día con la que yo arrullado me dormía, y luego sus labios,
frescos como dos gotas de agua, han tocado los míos, y al
abrir los ojos he encontrado los suyos rasgados y lumino-
sos diciéndome: despierta dulce amor despierta. ¿Qué me
está pasando hermano? ¿Qué es esto? ¿De dónde vienen
estas imágenes y estas extrañas palabras que nunca antes
me habían visitado? Quiero estar junto a ese alférez como
quiere estar la hierba junto al río.

EL LEÑADOR VERDEMAR
(Aparte.) Ay Dios mío. Sin duda esto son los síntomas que
Cupido, el hijo de Venus, deja en sus víctimas. Ha apun-
tado contra mi hermano y también contra mí. Si él ha
soñado con el Alférez yo he soñado con el Sargento, pero
nunca confesaré nada a mi hermano porque eso avivaría
la llama de su hoguera. Al ver que tiene un compañero
de pasión se sentiría animado a alimentarla. Nunca hasta
ahora había sentido por un hombre sensaciones que tenía

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ALFREDO SANZOL

reservadas para las mujeres. Mis deseos de estar junto al


Sargento son gemelos de los deseos que me empujaban a
acercarme a ellas y la simpatía y el entusiasmo que los
sueños de esta noche han despertado son copia de los
que me acompañaban en mi juventud antes de venir a
esta isla. ¿Qué ha cambiado dentro de mí sin yo saberlo?
¿Por qué sueño así con un hombre? ¿Seré otro siendo el
mismo? ¿Seré yo mismo descubriendo que soy «otro» al
que desconocía? No lo sé. Solo sé que guardaré silencio.

Entra EL LEÑADOR MARRÓN con un papel en la mano.

EL LEÑADOR MARRÓN
Antes que yo habéis salido los dos de nuestra cueva. ¿En
qué pensamientos estabais ocupados para no ver el papel
que estaba clavado en la puerta y que anuncia algo de tal
gravedad que nos recuerda que no somos más que pobres
tomadores de la vida que no es prestada? Es una carta de
nuestros huéspedes. Dice que se encuentran afectados por
unas fiebres singulares producto, sin duda, de su larga
travesía. No sabiendo si son o no fiebres mortales nuestra
propia vida exige que nos alejemos de ellos, y ellos,
haciendo honor a su condición de caballeros, nos piden
que no nos acerquemos a su cueva. Contagiarnos podría
suponer el fin. Dejándolos a su suerte respetaremos sus
deseos. Que así sea.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Padre tú eres médico. No puedes abandonarlos a su suer-
te. El poder que tienen las mezclas de tus hierbas podría
curarlos.

LEÑADOR VERDEMAR
La piedad nos exige atenderlos. Padre, si actúas de mane-
ra rápida y eficaz lo que ahora es una fiebre puede aca-

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LA TERNURA

barse antes de que crezca y se convierta en una peste


mortal.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Y el riesgo en el que ponemos nuestras vidas? ¿Y si se
produce el contagio y las fiebres no tienen cura?

EL LEÑADOR AZULCIELO
No intervenir rápido es el mejor alimento para la epidemia.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Dejemos que crezca como un monstruo de siete cabezas
dentro de su cueva y luego llegará hasta nosotros a través
del aire o los animales.

EL LEÑADOR MARRÓN
Soy un pobre médico que aprendió por sí mismo lo poco
que sabe de cien libros que a lo largo de los años me
transmitieron su sabiduría. No sé qué podría hacer con
unas fiebres engendradas, sin duda, en los pestilentes
fondos de un barco.

Pausa. EL LEÑADOR AZULCIELO comienza a sollozar.


EL LEÑADOR MARRÓN dobla la carta mientras lo
mira. Se siente culpable. Intenta hacerle una caricia en la
mejilla pero su hijo le rechaza. EL LEÑADOR MARRÓN
mira al LEÑADOR VERDEMAR que está serio, enfadado
con su padre. EL LEÑADOR MARRÓN intenta tocarle
un brazo pero EL LEÑADOR VERDEMAR lo rechaza
con una manotazo. EL LEÑADOR MARRÓN se lo piensa
y al final accede.

EL LEÑADOR MARRÓN
Está bien. Sin duda sois hijos míos. Habéis heredado
sabiduría y piedad a partes iguales. Visitemos esa cueva.

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ALFREDO SANZOL

Salen.

ESCENA XII

En la cueva LA REINA ESMERALDA y LA PRINCESA


RUBÍ. Llega LA PRINCESA SALMÓN.

LA PRINCESA SALMÓN
No volverán a acercarse a nosotras. Han tragado el
anzuelo con la inocencia de una trucha desconfiada y
voraz.

LA REINA ESMERALDA
Mi plan ha funcionado.

LA PRINCESA RUBÍ
Entonces ya podemos librarnos de estas mantas inopor-
tunas que cubren nuestras mejillas como la capa de una
abuela friolera cubre durante el sueño de una noche de
verano a un nieto acalorado.

Se quitan las barbas y las dejan en el suelo junto a los cas-


cos, las espadas y las ballestas.

LA PRINCESA SALMÓN
Sí, ya podemos descansar tranquilas.

Golpes. Llaman a la puerta de la cueva.

EL LEÑADOR VERDEMAR
(En off.) Caballeros la carta que hemos encontrado en
nuestra puerta nos ha traído noticias que nadie querría

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LA TERNURA

escuchar. Abrid y dejad que mi padre, médico por el


honor y la gracia de la naturaleza y los libros, os vea y
cure.

LA REINA ESMERALDA
(A sus hijas.) ¿Médico? ¿No eran leñadores?

LA PRINCESA RUBÍ
Es cierto que cuando perdisteis el conocimiento os reani-
mó preparando un compuesto de plantas.

LA PRINCESA SALMÓN
Un curandero que se agacha para arrancar cuatro hierbas
y envenenar a quien tiene al lado con sus mezclas no es
un médico. Más bien parece el druida de un cuento viejo.
(Hacia la puerta.) Señores leñadores, agradecemos la
valentía que demostráis al acercaros a nosotros. Pero, os
lo ruego, si estas fiebres que sufrimos se expandieran la
culpa tendría la fuerza de una piedra atada a nuestros
pies y nos ahogaría en las lágrimas del descontento.

EL LEÑADOR VERDEMAR
(En off.) Precisamente parar la epidemia exige tratar la
enfermedad, y tratar la enfermedad exige que nos dejéis
entrar. Abrid o tendremos que tirar la puerta.

LA PRINCESA SALMÓN
No sabía que la obstinación fuera curativa, si así fuese,
habiendo tanto cabezón en el mundo, no deberían existir
las epidemias.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Señores soldados no nos juzguéis como cabezones, o medi-
da por medida, como cabezones, os juzgaremos nosotros
también. No lo diré más veces. O abrís, o abrimos.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA RUBÍ
No podemos abrir. Descubrirán que nuestras fiebres son
fingidas y nos tomarán por locos o, lo que es peor, por
traidores.

LA REINA ESMERALDA
Pero si no abrimos tirarán la puerta y sus sospechas esta-
rán doblemente fundadas. Mi plan ha fracasado. Tengo
un plan. En esta bolsa guardo cápsulas de Heliotropium
Indicum también conocido por cola de alacrán, que en
pequeñas dosis cura la fiebre y en grandes dosis la pro-
voca. Yo me tomaré toda la bolsa. Si la mentira de la fie-
bre fue idea mía, que la mentira de la fiebre se haga carne
en mí. (Se toma las cápsulas.)

LA PRINCESA SALMÓN
Vamos, vamos no os demoréis. Dad nueva vida a nues-
tros disfraces. ¡Un momento señores! ¡Ya abrimos!

Vuelven a ponerse las barbas a toda prisa, pero LA REINA


ESMERALDA se coloca el bigote negro de LA PRINCE-
SA SALMÓN. LA PRINCESA SALMÓN la barba rubia
de LA PRINCESA RUBÍ y LA PRINCESA RUBÍ se colo-
ca su bigote rubio, pero la barba negra de LA REINA
ESMERALDA.

LA REINA ESMERALDA
Abrid la puerta.

Entra EL LEÑADOR MARRÓN. Los otros leñadores espe-


ran en la puerta tapándose nariz y boca con un pañuelo.

EL LEÑADOR MARRÓN
(Echándole polvos a un pañuelo que se pone en la boca.)
Señores, disculpad la insistencia de nuestros ruegos pero

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LA TERNURA

la ocasión lo merece. Omitir mi acción de médico habría


sido sumar al vicio de la descortesía, el de la negligencia.

LA REINA ESMERALDA
¿Realmente sois médico? Si me respondéis «sí» me
inquietaré tanto como si me respondéis «no». La expe-
riencia me dice que a la enfermedad y a la medicina le
ocurre lo mismo que al huevo y a la gallina. Nunca se
sabe cuál va primero.

EL LEÑADOR MARRÓN muy a pesar suyo, ríe el chiste.


Mientras dice lo que sigue va reconociendo a sus pacientes.
Primero a LA PRINCESA RUBÍ, luego a LA PRINCESA
SALMÓN, y por último a LA REINA ESMERALDA.

EL LEÑADOR MARRÓN
Sí capitán, soy médico. Pero no gracias a la Sorbona, ni a
Salamanca. Gracias a Paracelso y a su «Opera Omnia
Médico-Chémico-Chirúrgica». (A LA PRINCESA RUBÍ.)
Saque la lengua.

La saca. EL LEÑADOR MARRÓN observa.

EL LEÑADOR MARRÓN
Gracias al divino Leonardo y su «Manuscrito Anatómico
A». Uhum. Color óptimo. Gracias.

LA PRINCESA RUBÍ mete la lengua. Le coge el pulso.

EL LEÑADOR MARRÓN
Gracias a Andrés Vesalio y su «De humanis corporis
fabrica». Pulso y temperatura excelentes. Muchas gracias.
(Se dirige a LA PRINCESA SALMÓN y con el dedo anular
tira suavemente hacia abajo del párpado inferior.) Gracias a
Juan Valverde de Hamusco y su «Historia de la composi-

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ALFREDO SANZOL

ción del cuerpo humano». Ojos en estado magnífico.


Veamos la lengua.

LA PRINCESA SALMÓN saca la lengua.

EL LEÑADOR MARRÓN
Gracias a Bernardino Montaña de Monserrate y su «Libro
de la Anathomia del hombre». Lengua magnífica. Gracias.

LA PRINCESA SALMÓN mete la lengua. EL LEÑADOR


MARRÓN le coge la muñeca.

EL LEÑADOR MARRÓN
Y gracias a Antonio Pérez y su «Summa y Examen de la
Chirurgia». Pulso y temperatura estupendos. Gracias. (Se
dirige a LA REINA ESMERALDA. La mira fijamente.)
¿Dónde están esas fiebres de las que hablabais? Vuestros
soldados se encuentran en perfecto estado de salud.
(Descubriendo algo en la cara de LA REINA ESMERALDA.)
¡Oooooh! Si no fuese porque sé que es imposible, diría
que vos teníais barba. (A LA PRINCESA SALMÓN.) Que
vos no teníais y ahora sí la tenéis. (A LA PRINCESA
RUBÍ.) ¡Y que la vuestra era del color de la de él!

LA REINA ESMERALDA
No sigáis desbarrando y tomadme la temperatura a mí.
(LA REINA ESMERALDA cogen la mano del LEÑADOR
MARRÓN y la pone en su frente.)

EL LEÑADOR MARRÓN
(Quemándose la mano.) ¡Por todos los santos! ¡Que
Esculapio, dios de la medicina, me ayude a entender
cómo podéis soportar estas fiebres sin estar muerto! ¡De
forma inmediata se hace necesaria una cuarentena! ¡El
alférez y el sargento que por ahora no muestran síntomas
de enfermedad deben salir de aquí!

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LA TERNURA

LA PRINCESA SALMÓN
Queremos quedarnos junto a nuestro capitán, si el mar
no pudo con nosotros estando unidos, estando unidos
tampoco podrá con nosotros la enfermedad.

EL LEÑADOR MARRÓN
Lo que sirve para la mar no sirve para la enfermedad. Os
lo ruego. Salid de aquí. Yo me ocuparé de él.

LA PRINCESA RUBÍ
Decidnos lo que tenemos que hacer. Vos seréis nuestro
cerebro y nosotros seremos vuestras manos.

EL LEÑADOR MARRÓN
Sargento, a diferencia de la guerra, la medicina exige que
el general esté en el cuerpo a cuerpo de la batalla. ¡Salid
os lo ruego!

LA REINA ESMERALDA
Dadme la mano, y salid. (Aparte a LA PRINCESA RUBÍ y
a LA PRINCESA SALMÓN.) Permaneced juntas. No os
separéis. Contened vuestros impulsos. Recordad que son
hombres y que los hombres…

LA PRINCESA RUBÍ
… solo traen desgracia.

LA PRINCESA SALMÓN no habla.

LA REINA ESMERALDA
¿No habláis?

LA PRINCESA SALMÓN
Sí. Que los hombres solo traen desgracia.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
Subid a lo alto del volcán donde crece la flor de San
Antonio. Sus propiedades curarán las fiebres del capitán
sin duda producidas por una dolencia de próstata.

LA REINA ESMERALDA
No creo que se deba a la próstata.

EL LEÑADOR MARRÓN
La próstata es sin duda la causa.

LA REINA ESMERALDA
Nunca podré convenceros de que la causa no es la prós-
tata, ¿verdad?

EL LEÑADOR MARRÓN
Nunca.

LA REINA ESMERALDA
Entonces acepto y guardo silencio.

EL LEÑADOR MARRÓN
Sabia decisión señor capitán. (A los LEÑADORES.) Subid
pronto a lo alto del volcán y encontrad la flor de San
Antonio que obtiene sus poderosas propiedades de su
peculiar gusto por crecer en la tierra quemada por la lava.
(A las PRINCESAS y LA REINA.) El volcán de esta isla está
dormido desde hace más de cien años, pero desde que la
tormenta trajo a los señores soldados aquí náufragos ha
comenzado a moverse y a humear suavemente. Espero
que su inquietud no pase de ahí. Subid los cuatro. La flor
de San Antonio es escasa y tímida, no es fácil encontrarla.
Ocho ojos serán más rápidos que cuatro. Daos prisa. Si
dejamos que las fiebres sigan actuando sobre la próstata
del capitán podrían dañarla para siempre.

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LA TERNURA

LA REINA ESMERALDA suspira ostensiblemente y se toca


el entrecejo con el dedo medio, índice y pulgar, tira suavemen-
te de la piel. Se da la vuelta y sale. LOS LEÑADORES y
LAS PRINCESAS saludan con la cabeza al LEÑADOR
MARRÓN y sale.

ESCENA XIII

Suben al volcán. Cantan. Esta escena pasa con los cuatro per-
sonajes caminando continuamente. Si paran es porque lo nece-
sitan para que el otro entienda muy bien lo que dicen. Las dos
PRINCESAS van por delante y los dos LEÑADORES
detrás, pero a muy poca distancia.

EL LEÑADOR VERDEMAR
(A LA PRINCESA RUBÍ.) Desde lo alto del volcán en días
soleados se pueden ver cómo pasan las manadas de
ballenas. Sus resoplidos se levantan hasta nueve metros
por encima del agua.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Ah sí? ¿Es muy larga la subida?

Salen. Primero ellas. Luego ellos. Entran los cuatro. Primero


las PRINCESAS y un poco rezagados LOS LEÑADORES.

EL LEÑADOR AZULCIELO
No aceleren tanto el paso. Tenemos que reservar las fuer-
zas o como en el cuento las liebres se volverán tortugas.

LA PRINCESA RUBÍ
Vamos, vamos, menos liebres y menos tortugas. Cuanto
antes subamos antes bajaremos.

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ALFREDO SANZOL

Salen. Entran EL LEÑADOR AZULCIELO y LA PRIN-


CESA SALMÓN.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Es esa la flor de San Antonio?

EL LEÑADOR AZULCIELO
No. Crece mucho más arriba donde el volcán se adorna
con la negrura de sus propias cenizas.

LA PRINCESA SALMÓN
Vamos, entonces.

Salen. Entran EL LEÑADOR VERDEMAR y LA PRIN-


CESA RUBÍ.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Habéis dejado mujer e hijos en la tierra de la que partisteis?

LA PRINCESA RUBÍ
¿Cómo decís?

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Tenéis mujer e hijos?

LA PRINCESA RUBÍ
No. Estoy solo en el mundo. Las armas son mi mejor
compañía.

EL LEÑADOR VERDEMAR
(Se alegra de la respuesta.) Pienso igual que vos.

Salen. Entran LA PRINCESA SALMÓN y LOS


LEÑADORES AZULCIELO Y VERDEMAR.

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LA TERNURA

LA PRINCESA SALMÓN
¿Dónde está el sargento?

EL LEÑADOR VERDEMAR
Aguas mayores.

LA PRINCESA SALMÓN
Ah.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Seguid vosotros. Yo le espero.

LA PRINCESA SALMÓN
Esperaremos todos.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Cómo es la guerra?

LA PRINCESA SALMÓN
La guerra y el infierno son la misma cosa.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿A pesar de su juventud conoce ya la guerra?

LA PRINCESA SALMÓN
Sí, la paz es solo un recuerdo.

Entra LA PRINCESA RUBÍ.

LA PRINCESA RUBÍ
Sigamos.

Sale EL LEÑADOR VERDEMAR.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Es cierto que nunca habéis visto una mujer?

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR AZULCIELO
Tan cierto como que estamos aquí los tres.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Y es cierto que su señor padre le ha dicho que tienen
alas de murciélago?

EL LEÑADOR AZULCIELO
Sí. Eso me ha dicho. Pero en mis sueños aparecen som-
bras, imágenes que me dicen que no es así.

Entra EL LEÑADOR VERDEMAR. Se callan.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Podemos seguir.

Siguen y salen. Entra LA PRINCESA SALMÓN y EL


LEÑADOR VERDEMAR.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Teníais mujer antes de llegar a esta isla?

EL LEÑADOR VERDEMAR
He estado casado dos veces con las alegres comadres de
Windsor.

LA PRINCESA SALMÓN
Ah.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Sí. Lo pasado, pasado está. Recordar la amargura amarga
tanto como vivirla. ¿Y vos?

LA PRINCESA SALMÓN
No. Y tampoco lo deseo. Quiero ser libre.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR VERDEMAR
Hacéis bien. Las mujeres son selvas en las que se entra
confiado y se sale escaldado.

LA PRINCESA SALMÓN
Ellas dirán lo mismo de nosotros.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Ellas pueden decir lo que deseen alférez. Están a tal dis-
tancia que será difícil oírlas.

Se ríe. SALMÓN también. Salen. Entran LA PRINCESA


SALMÓN y EL LEÑADOR AZULCIELO.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Cómo aparecen en tus sueños?

EL LEÑADOR AZULCIELO
Se parecen a mí. Se parecen a ti.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Aparecen como monstruos?

EL LEÑADOR AZULCIELO
No. Todo lo contrario.

LA PRINCESA SALMÓN
Tus sueños son más reales que los cuentos de tu padre.
Es lo que puedo decirte.

Salen. Entran EL LEÑADOR VERDEMAR y EL


LEÑADOR AZULCIELO.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Me gusta estar junto al Alférez. Su conversación es dis-

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ALFREDO SANZOL

creta, y me agrada tanto su sonrisa como bañarme en


verano con agua fría. Mi piel se despierta y le dice al aire:
¡Buenos días!

EL LEÑADOR VERDEMAR
Hermano, guarda esos sentimientos en las bodegas de tu
corazón. Que no vayan más allá de donde la prudencia
aconseja.

EL LEÑADOR AZULCIELO
He visto que tú también has encontrado simpatía en el
Sargento.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡Qué dices! Déjame.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Escucha! Nuestro padre me ha mentido, ¿verdad? Las
mujeres no son monstruos de un solo ojo con piel de
sapo.

EL LEÑADOR VERDEMAR
No te ha mentido. Son monstruos pero de otra especie.
Ha querido exagerar para apartar de tus pensamientos
diurnos lo que con tanta fuerza traían tus sueños noc-
turnos.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Desde cuándo me han visitado esos sueños?

EL LEÑADOR VERDEMAR
Desde muy pequeño. Desde antes de que tú puedas
recordarlo.

Salen. Entran LAS PRINCESAS RUBÍ y SALMÓN.

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LA TERNURA

LA PRINCESA RUBÍ
Este hombre no es como los que he conocido. Su ingenui-
dad ilumina con tal claridad su alma que me ruboriza.
Estoy a su lado y me parece que lo conozco desde siem-
pre. No siento recelo. Como una temeraria podría decir
que él solo guarda sorpresas gratas.

LA PRINCESA SALMÓN
Lo mismo y aumentado podría decir del leñador
Azulcielo. Me acompaña y mi paso se hace más ligero.
Miro delante y los peligros tienen más miedo de mí que
yo de ellos. El ruido de su risa busca compañía en el de la
mía y ambas suenan juntas. Las nubes del mal humor las
deshace el poder de su mirada.

LA PRINCESA RUBÍ
Hermana. ¿Qué nos está pasando?

LA PRINCESA SALMÓN
¿Qué nos está pasando? A mí no me está pasando nada.
¡Son hombres que odian a las mujeres!

LA PRINCESA RUBÍ
¡Y nosotras odiamos a los hombres! Pero ellos no son como
todos. Y sin duda sus gestos y sus palabras escriben con
letras de oro que ellos piensan lo mismo de nosotras.

LA PRINCESA SALMÓN
¡Porque cuando nos miran están viendo hombres!

LA PRINCESA RUBÍ
La simpatía que está naciendo traspasa estos trajes y
estas barbas.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Ah sí? ¿Qué pretendes? ¿Descubrir que somos mujeres?
Jura que nunca lo desvelarás. ¡Júralo!

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ALFREDO SANZOL

Entran LOS LEÑADORES VERDEMAR y AZULCIELO.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Estamos muy cerca de nuestro destino. Detrás de aque-
llas rocas comienza a crecer la flor de San Antonio. Es
fácil reconocerla, tiene cuatro pétalos de color rosa que
brillan sobre la lava negra. Vamos a separarnos, así la
búsqueda será más corta. (Al LEÑADOR AZULCIELO.)
Tú sube por aquí. (A LA PRINCESA SALMÓN.) Vos
subid por aquí. (A LA PRINCESA RUBÍ.) Y vos por aquí.
Yo subiré por allí.

Salen los cuatro. Entra EL LEÑADOR VERDEMAR.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Me rindo. Naturaleza, ¿qué has hecho conmigo? El sar-
gento me gusta. ¿En qué momento he sufrido esta trans-
formación? ¿Y acaso me importa? ¿Hay testigos en esta
isla que me juzguen? Quizás yo mismo sería el más seve-
ro. ¿Y el sargento? ¿Porque estoy loco, me llamo cuerdo?
Cuerdo creo que estoy, y que mis ojos no me engañan
cuando se encuentran con sus ojos. Pero si estoy loco, mis
ojos dirán que ven, lo que los ojos del sargento, ni estan-
do locos dirían, y como en una alucinación, me lanzaría a
beber sobre una fuente que solo es un reflejo. Querido
volcán que duermes, sigue durmiendo aunque me gusta-
ría que una gota de tu lava iluminara la oscuridad de este
pozo de dudas en el que he caído. (Grita para que los demás
le oigan.) ¡¡Por aquí no está la flor!!

Sale VERDEMAR. Entra RUBÍ.

LA PRINCESA RUBÍ
Me rindo. Naturaleza, ¿qué me mandas? El leñador
Verdemar me gusta. ¿Y? ¿Qué pretendo? No tengo espí-

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LA TERNURA

ritu de esclava. Como mi madre sueño con una república


de mujeres en la que por fin vivir libre de los prejuicios y
la violencia que siempre me han convertido en un ser
humano de segunda clase. ¡Basta ya, Princesa! ¡No te
engañes! Si pudiese arrancarme las partes de mi corazón
que se inventan falsas esperanzas. Estos hombres son
como todos los hombres. Y mis ojos, sin embargo, cuan-
do miran sus ojos, dicen, no, él es diferente, míralo, él es
diferente. ¡Mentira! ¡No lo es! ¡Ojos! ¿Qué estáis miran-
do? La nada. Inventos. Fantasías. Y sin embargo cuando
me acompaña mi paso se hace a su paso. No me siento ni
más ni menos que él. ¡Porque vas vestida como un hom-
bre, necia! Fuera de estas ropas todo sería otra vez lo
mismo. ¿Dónde está la aspereza que me protegía de estos
delirios? ¿Qué es esta ternura que pide a gritos volver a
ver la luz? Espíritu mío, protégete o perece. ¿Pretendes
seguir vivo exponiéndote a que te hieran? Ay libertad,
enciérrame para salvarme. (Grita para que los demás le
oigan.) ¡¡Por aquí tampoco está!!

Sale LA PRINCESA RUBÍ. Entra LA PRINCESA


SALMÓN.

LA PRINCESA SALMÓN
Me rindo. Naturaleza, ten piedad, y un poco de vergüen-
za. El leñador Azulcielo me gusta. Su inocencia es la tela
de araña más dulcemente tejida, y cuanto más me atrapa
menos inocente me parece, más toma el aspecto de un
plan urdido para engañarme. Pero para engañar a quién.
¿No soy yo la que está engañando? ¿Qué puede esconder
el que abre su corazón de esta manera? Su persona es tan
diferente a todo lo que he conocido que me cuesta verlo.
Es un hombre, sí. Pero parece otra especie de hombre. Un
buen salvaje pacífico y aturdido por las mentiras. Mi
esperanza es encontrar motivos para arriesgarlo todo y

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ALFREDO SANZOL

decirle: Mira, una mujer. ¿Mira una mujer? ¿Y después


qué? ¿Voy a traicionar así a mi madre y a mi hermana?
Frena el impulso que dice que todo saldrá bien. Toda
prevención es poca. Enfríate corazón en la cima de este
volcán y como él duerme. Deja que la aritmética coja el
timón para que uno más uno sumen dos, y no uno, como
dices tú. (Grita para que los demás le oigan.) ¡¡Por aquí no la
veo!!

Entra EL LEÑADOR AZULCIELO.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Ahí está.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Ah, sí? (EL LEÑADOR AZULCIELO se acerca al lugar en
el que ha visto la flor de San Antonio. Se agacha. La coge y se la
enseña a LA PRINCESA SALMÓN.) Mírala. La tenías casi
bajo los pies.

LA PRINCESA SALMÓN
Un día, quizás, conoceréis a una mujer. Disfrutaréis de su
belleza, de su dulce compañía, y de su inteligencia sutil.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Estando con vos disfruto de vuestra belleza. Y vuestra
compañía también es dulce. Y vuestra inteligencia es
sutil, y amena. Me hacéis sentir bien. Y mi corazón se
complementa con el vuestro. Hay un lugar en el que
nuestras miradas se encuentran, y es secreto porque solo
ellas lo conocen. Siendo vos un hombre, no necesita mi
espíritu conocer mujeres porque a vuestro lado ya no me
siento mitad, sino uno entero. Desearía oír que vuestros
sentimientos son parecidos, pero si no lo oigo, tampoco
puedo forzarlo para que suceda. Seguiré mi vida en estos

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LA TERNURA

bosques con una nueva y no deseada compañía: la de la


tristeza.

LA PRINCESA SALMÓN
Mis sentimientos se parecen tanto a los vuestros, querido
leñador Azulcielo, que podrían darse la mano y pasar
por gemelos recién nacidos, porque hasta hoy no los
había ni sentido, ni conocido. Los hombres que he encon-
trado en mis viajes estaban hechos de otras maderas, y en
ellas hallaba siempre grandes defectos, la vuestra es tan
especial, que en un mercado, hasta el mercader de
Venecia, le pondría, sin duda, el nombre de: «madera
preciosa». Que la tristeza huya espantada porque no
tiene sitio entre nosotros.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Y decís bien porque vuestras palabras llegan con las alas
de la alegría.

LA PRINCESA SALMÓN
Tomad mi mano.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Y vos la mía y en ella mi corazón.

EL LEÑADOR AZULCIELO y LA PRINCESA


SALMÓN se dan la mano.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Qué piel tan suave.

LA PRINCESA SALMÓN
Y vos que manos tan grandes.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Señor, deseo abrazaros.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA SALMÓN
Señor, todavía no. Tengo antes, algo que deciros.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Ay, que temblor, si abrís una ventana, os lo ruego, que no
sea de aire frío.

LA PRINCESA SALMÓN
Os propongo un juego. Siendo yo un hombre que ha
conocido a tantas mujeres, ¿no sería ameno jugar a que
yo soy una de ellas?

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Para qué?

LA PRINCESA SALMÓN
¿Para qué? (Se ríe bastante nerviosa.) Para que vos, vos,
tengáis, quiero decir, ¿para qué? ¿Me habéis preguntado
para qué? (Ríe nerviosa.) ¿Vos no queríais saber cómo son
las mujeres?

EL LEÑADOR AZULCIELO
Y sigo deseando conocerlas, ¿pero qué tiene que ver eso
con nuestro amor?

LA PRINCESA SALMÓN
¿Qué tiene que ver? (Aparte.) Oh por todos los santos.
¡Qué tiene que ver! Desearía tener una respuesta satisfac-
toria que no pusiese en peligro mi vida, ni que tampoco
me alejara de él. (A LEÑADOR AZULCIELO.) Tiene que
ver, porque si yo os gusto como os gusto, quizás os gus-
ten las mujeres tanto como yo os gusto, y bueno, vuestro
gusto que ahora ponderáis de una manera se cambiaría
por otros gustos, que os darían tanto gusto, como el
gusto que ahora sentís.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR AZULCIELO
Desearía entender lo que decís, pero no lo entiendo.

Entra EL LEÑADOR VERDEMAR.

EL LEÑADOR VERDEMAR
He encontrado un pequeño rincón cerca de aquellas
rocas repleto de flores de San Antonio.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Nosotros tan solo hemos encontrado una, pero tan grande
y hermosa que sería pecado no reunirla con las de tu bolsa.

Entra LA PRINCESA RUBÍ.

LA PRINCESA RUBÍ
¡Por fin! Os estaba buscando. He debido perderme
haciendo círculos.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Ya podemos bajar señor sargento. Tenemos suficientes
flores para curar las fiebres del capitán.

LA PRINCESA RUBÍ
Qué preciosa vista hay desde este lugar. Casi se puede ver
la isla por sus cuatro costados. Y el horizonte es hermoso
en un día tan claro. Se podría pintar un cuadro cuya parte
superior fuese el cielo y la parte inferior fuese el mar.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Más que un cuadro serían dos grandes manchas de color.

LA PRINCESA RUBÍ
Como vos y vuestro hermano. Una sería Azulcielo y la otra
Verdemar. Los dos hidalgos de Verona os envidiarían.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Y quién sería la delgada línea que las une y separa al
mismo tiempo?

LA PRINCESA RUBÍ
¿La línea del horizonte? ¿Puede saber un hombre cuál es
su horizonte? ¿No sería tan atrevido como intentar cono-
cer su destino?

EL LEÑADOR VERDEMAR
A veces un hombre sabe cuál es el horizonte hacia el que
mira, pero no sabe qué se va a encontrar si un día llega a él.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Se puede llegar al horizonte, señor? No he conocido a
ningún marino que lo haya conseguido.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Yo tampoco. Pero sí a muchos que lo han intentado.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Sois de esos?

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Y vos?

LA PRINCESA RUBÍ
Algunas veces he creído tener el horizonte muy cerca,
pero una fuerza desconocida me ha alejado de él.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Y habéis llegado a descubrir cuál era esa fuerza?

LA PRINCESA RUBÍ
El miedo, señor.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR VERDEMAR
Señor, os entiendo.

LA PRINCESA RUBÍ
Sospecho que mi capitán estaría agradecido si no demo-
ramos nuestra llegada.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Desde luego. Señor, vos primero, lleváis en vuestro
estandarte «la discreción» y tal virtud merece marcar el
camino del resto.

LA PRINCESA RUBÍ
Gracias, señor, caminaremos juntos. En vuestro estandar-
te, por aceptar al miedo como compañero lleváis «la
valentía», y creo que ambas virtudes, discreción y valen-
tía se dan la mano. ¡Bajemos!

RUBÍ y VERDEMAR salen. Les siguen SALMÓN y


AZULCIELO que, justo antes de salir, se cogen de la
mano. Se oye un pequeño temblor del volcán.

ESCENA XIV

Entran ESMERALDA y MARRÓN.

LA REINA ESMERALDA
Y a pesar de qué no os fiéis de él. ¿Tiene nombre el volcán?

EL LEÑADOR MARRÓN
Sí. Le llamamos el Requiebro. Porque los volcanes vuelven
a quebrar las rocas que ya salen partidas de su interior.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA LA REINA ESMERALDA


Un requiebro también es una palabra dicha con ternura
cuando se quiere halagar a alguien.

EL LEÑADOR MARRÓN
Es cierto. Nunca se han oído en esta isla. Afortunadamente
no nos hacen falta.

Se ríe satisfecho. ESMERALDA le acompaña.

LA REINA ESMERALDA
Afortunadamente. ¿Qué pasaría si naufragasen aquí
unas mujeres? ¿Qué haríais con ellas?

EL LEÑADOR MARRÓN
Oh, eso no va a pasar.

LA REINA ESMERALDA
¿Y si pasase?

EL LEÑADOR MARRÓN
No tiene por qué pasar.

LA REINA ESMERALDA
Como nosotros hemos llegado aquí, en otro naufragio
podrían llegar unas mujeres.

EL LEÑADOR MARRÓN
Es algo tan improbable como que el cielo caiga sobre
nuestras cabezas. No merece la pena pensar en ello.

LA REINA ESMERALDA
No creo que sea algo tan improbable. Aunque no hay
mujeres en las tripulaciones sí que son pasajeras en
numerosas ocasiones.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR MARRÓN
No tan numerosas, y en cualquier caso viajan en barcos
que se dirigen al nuevo mundo o que van de un puerto a
otro de las ciudades cristianas del mediterráneo. Por aquí
solo pasan, y a muchas leguas, balleneros y corsarios que
huyen de la horca.

LA REINA ESMERALDA
Y decidme. Aceptando que es imposible que una mujer
naufrague en vuestra isla, ¿podríais jugar a imaginar qué
pasaría si sucediese?

EL LEÑADOR MARRÓN
Sin duda podría imaginarlo. Continuamente imagino los
males que más detesto. Y cuanto más los imagino menos
imposible me parecen. Y cuanto menos imposible me
parecen más real me parece su alcance, y cuanto más real
me parece antes llega el momento en el que suceden. Por
eso hay ciertas cosas que prefiero no imaginar. Así se cal-
man las campanas que atraen lo imposible como a barcos
perdidos en la niebla.

LA REINA ESMERALDA
También es cierto que lo que nunca habíamos imaginado
es lo que ocurre primero.

EL LEÑADOR MARRÓN
También es cierto.

LA REINA ESMERALDA
Podríamos decir que pensemos o no en ello, las cosas
pasan o no pasan.

EL LEÑADOR MARRÓN
Convengo con vos en que eso es cierto. Las cosas pasan o

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ALFREDO SANZOL

no pasan. Pero vos convendréis conmigo en que ya que


las cosas pasan o no pasan independientemente de si las
imaginamos o no, al menos, no imaginar lo que detesta-
mos nos ahorra el dolor de dar forma a su imagen.

LA REINA ESMERALDA
(Esto último le ha gustado y le ha hecho reír.) Estoy de acuer-
do con vos. Y os tengo que confesar que este acuerdo ha
llegado sin que lo hubiese podido ni imaginar.

EL LEÑADOR MARRÓN
Vamos, vamos, no exageréis las diferencias entre nosotros.
En muchos aspectos yo no encuentro más que seme-
janzas.

ESMPERALDA
¿Ah, sí? Me haríais feliz como un día soleado de invierno si
me hablaseis de esas semejanzas que veis entre nosotros.

EL LEÑADOR MARRÓN
Sin duda os las diré, pero antes prepararé un caldo que
alivie, aunque sea levemente, el dolor de la fiebre mien-
tras esperamos la llegada de la flor de San Antonio. No
entiendo por qué tardan tanto.

LA REINA ESMERALDA
¿Os sorprende el tiempo que están usando para ir y
venir? ¿Deberían haber llegado ya?

EL LEÑADOR MARRÓN
Sin duda.

A LA REINA ESMERALDA se le dibujan las sospechas


en la cara. Entran los LEÑADORES y LAS PRINCESAS.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR VERDEMAR
Aquí está la flor.

EL LEÑADOR MARRÓN
Os envié a los cuatro para que tardarais menos pero he
logrado el efecto contrario. ¿Qué ha pasado?

EL LEÑADOR VERDEMAR
El volcán. Desde que llegaron a la isla los señores solda-
dos el volcán comenzó a humear y a temblar. Y ahora
sigue humeando levemente y levemente tiembla.

EL LEÑADOR MARRÓN
Y tanta levedad, sin embargo, ha hecho vuestros pasos
más pesados. Dame la flor, y ayúdame a preparar la
medicina. (Al LEÑADOR AZULCIELO.) Tú. Carda la
lana. (A LA PRINCESA SALMÓN.) Y tú. Cría la fama.

Salen todos menos ESMERALDA y RUBÍ.

LA REINA ESMERALDA
(Cogiendo a RUBÍ del brazo con energía, y llevándola a un
lado.) Espero que solo el volcán y nada más hayan sido la
causa de tal retraso. Escucha con atención lo que voy a
decirte porque nuestra vida depende de ello. De mi con-
versación con el leñador Marrón he deducido que guarda
en secreto la manera de poder salir de esta isla, y la guar-
da tan en secreto que ni sus propios hijos la conocen. Me
ha resultado extraña la calma con la que recibía los tem-
blores del volcán, y ha insinuado que, aunque hasta
ahora había permanecido dormido, nunca se fió de él. Ha
confesado que siempre tuvo un plan para huir de la isla
en caso de necesidad. Cuando he intentando sonsacarle
algo, solo he logrado una sonrisa sardónica con la que ha
escondido sus verdaderos sentimientos. Es necesario

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ALFREDO SANZOL

averiguar su secreto. (Pequeña pausa.) ¡Tengo un plan!


Ayudada por mi magia me disfrazaré del leñador
Verdemar. El parecido será tan semejante que será impo-
sible distinguir a la copia del original. Haciéndome pasar
por su hijo será más fácil sonsacarle. Haré que se ablande
su rigidez. Tu papel en este engaño es fundamental.
Debes entretener al leñador Verdemar para que no logre
encontrarse con su padre mientras yo esté con él.

LA PRINCESA RUBÍ
Madre, yo lo entretendré. Creo que sabré cómo hacerlo.

LA REINA ESMERALDA
Tanto entusiasmo por tu parte con el leñador Verdemar
no me agrada, como no me agradaría demasiado decai-
miento.

Salen. Entran corriendo SALMÓN y AZULCIELO.


SALMÓN trae a AZULCIELO de la mano y lo lleva a una
esquina.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Podrá vuestro corazón guardar un secreto que pone en
peligro la vida del ser al que más quiero?

EL LEÑADOR AZULCIELO
Mi discreción aventaja a la noche y compite con la niebla
y con la muerte.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Aún deseáis ver a una mujer?

EL LEÑADOR AZULCIELO
No hay nada que desee más.

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LA TERNURA

LA PRINCESA SALMÓN
Escuchadme entonces. Con nosotros tres, naufragó, mi
amada hermana melliza…

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Qué?

LA PRINCESA SALMÓN
…a la que yo acompañaba en este fatídico viaje para
darla en matrimonio a un caballero inglés, pero al ver
que esta isla odiaba con tal vehemencia la presencia de
mujeres, decidimos esconderla en una cueva cercana a la
playa. Hasta allí le hemos llevado agua y comida, y allí
ha permanecido hasta ahora sin moverse.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Si no estuviese despierto, diría que estoy dormido, y si
estoy dormido, este sueño es tan vivo que me anima
tanto como la vida. Siga dormido pues y llévame tú hasta
la vida ahora mismo.

LA PRINCESA SALMÓN
No, espera. Necesitamos para cobijarnos el manto de la
noche. Ni tu hermano ni tu padre pueden saber nada, o
temo por la vida de mi hermana. Si descubren que hay
una mujer en la isla, al sentirse traicionados, llevados por
la ira podrían arrojarla al mar.

EL LEÑADOR AZULCIELO
No lo sabrán, que caiga sobre mí cada árbol de estos bos-
ques si mis labios dejan escapar una palabra.

LA PRINCESA SALMÓN
Entonces, espérala junto a la fuente que nace de una pie-
dra cerca de la playa. A la hora en la que el día pierde un
nombre, y gana otro.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR AZULCIELO
Allí estaré.

SALMÓN sale.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Estas van a ser las horas más largas que ha conocido el
hombre. Los minutos se arrastrarán con la pereza con la
que el viento erosiona la piedra, y los diminutos granos
de arena que se lleve el aire contarán los segundos con la
parsimonia con la que caen los grandes copos de nieve en
un día helado. Ya comienzo a sentir cómo se para y alar-
ga el tiempo como se le para y alarga el tiempo a un niño
en la noche de reyes.

AZULCIELO sale. Música. Entran todos.

EL LEÑADOR MARRÓN
Aquí está la medicina. Tomárosla.

LA REINA ESMERALDA
No es necesario. La fiebre ha desaparecido.

EL LEÑADOR MARRÓN
Recordad que vuestra próstata está en peligro.

LA REINA ESMERALDA
Si esa es toda vuestra preocupación me alegro.

EL LEÑADOR MARRÓN
Tomad la medicina por todos los santos.

LA REINA ESMERALDA
No es necesario os digo.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR MARRÓN
¿De qué tenéis miedo?

LA REINA ESMERALDA
De que intentéis arreglar lo que no está roto.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Se puede ser más empecinado?

LA REINA ESMERALDA
¿Habláis de vos o de mí?

EL LEÑADOR MARRÓN
De vos sin duda que podríais negar que el día es día y la
noche es noche. ¡Parecéis una mujer!

LA REINA ESMERALDA
¿Qué me habéis llamado?

EL LEÑADOR MARRÓN
Disculpad.

LA REINA ESMERALDA
¿Decís que soy un afeminado?

EL LEÑADOR MARRÓN
Me he dejado llevar.

LA REINA ESMERALDA
¿No encontráis mis maneras varoniles?

EL LEÑADOR MARRÓN
Os lo ruego. Disculpadme.

LA REINA ESMERALDA
Quizás deberíais ser vos el que probara vuestra propia
medicina.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Cómo? A mí no me hace falta.

LA REINA ESMERALDA
Tendría el poder curativo de hacerme olvidar vuestra
afrenta.

EL LEÑADOR MARRÓN
(Tragando saliva.) Está bien. No tengo ningún inconve-
niente si así os sentís satisfecho. (Se toma la medicina que
sabe a cuerno quemado y le produce en el cuerpo, durante vein-
te segundos, una reacción brutal que le hace tener convulsiones
y temblores que le llevan a caer, y a rodar por el suelo.
Finalmente se recupera, y mantiene la dignidad como puede.)
Nunca me he sentido mejor. La noche está cayendo.
Deberíamos comenzar a preparar la cena.

MARRÓN intenta cantar pero los dolores de tripa no le


dejan.

ESCENA XV

Entran LA REINA ESMERALDA y LA PRINCESA


RUBÍ.

LA REINA ESMERALDA
Vamos, vamos.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Que nos hayamos levantado de la mesa sin acabar de
cenar no le hará sospechar que tramamos algo?

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LA TERNURA

LA REINA ESMERALDA
Si dejamos que le secuestre el sueño tendríamos que
esperar a mañana por la mañana, y ahora mi impaciencia
es más grande que mi prudencia. Allí lo tengo todo listo.
Tú vigila.

ESMERALDA entra.

LA PRINCESA RUBÍ
Madre, agradezco que me hayas enseñado a ser persis-
tente y también que me hayas enseñado a luchar por mi
dignidad y por mi honor, pero creo, aunque dude un
poco, pero creo, que estos hombres, quizás no son como
los otros.

EMERALDA
(Desde fuera.) ¿Qué dices? No te oigo.

LA PRINCESA RUBÍ
(Mirando hacia dónde está su madre.) ¡El parecido es asom-
broso!

LA REINA ESMERALDA
(Desde fuera.) ¿Qué te parece?

LA PRINCESA RUBÍ
¡Es increíble! No podría distinguirte del original. Si te
tuviese a ti junto al leñador Verdemar no sabría decir
cuál es cuál. ¿Cómo has hecho la barba?

LA REINA ESMERALDA
(Desde fuera.) Con pelitos de coco.

LA PRINCESA RUBÍ
Realmente parece la de él. Lo complicado va ser imitar su
voz.

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ALFREDO SANZOL

LA REINA ESMERALDA
(Desde fuera.) Eso es cierto. Lo voy a intentar.

Habla el actor que hace de VERDEMAR que está fuera


junto a la actriz que hace de ESMERALDA.

LA REINA ESMERALDA
Hola. ¿Qué tal? ¿Cómo estás?

LA PRINCESA RUBÍ
¡Es igual que la de él! Como dos gotas de agua corriendo
por el mismo cristal.

Sale el actor que hace de VERDEMAR, vestido y caracteri-


zado de VERDEMAR. Para evitar confusiones lo llamare-
mos a este personaje: VERDEMAR-ESMERALDA. A
partir de aquí, en numerosas ocasiones, VERDEMAR-
ESMERALDA hablará al mismo tiempo que la actriz que
hace de REINA ESMERALDA pondrá la voz.

LA PRINCESA RUBÍ
La copia es perfecta. Ni su propio padre podrá sospechar
nada.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Voz de la actriz.) Esa es mi intención. (Con su voz.) Perfecto.
Bien. Ya estoy lista.

LA PRINCESA RUBÍ
Si nos encontramos, ¿cómo podré saber que tú eres tú y
no el leñador?

EL LEÑADOR VERDEMAR-LA REINA ESMERALDA


Es cierto. No había pensado en ello. Espera.

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LA TERNURA

Sale y vuelve a entrar con una pieza de tela roja estrecha y


larga.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz del actor.) Esta pieza de tela siempre visible en
mi cuello servirá para que me distingas. (Se ríe a carcaja-
das con la risa de la actriz.) (Con la voz del actor.) Me siento
como una diosa que disfruta confundiendo a los morta-
les. (Con la voz de la actriz.) La fortuna está con nosotros,
por ahí viene Verdemar. Entretenlo. Yo iré a buscar al
leñador Marrón.

VERDEMAR-ESMERALDA sale. RUBÍ espera a que lle-


gue VERDEMAR. Entra VERDEMAR.

LA PRINCESA RUBÍ
Como la luz del día vuestro aspecto mejora cuando atar-
dece. Me alegra haberos encontrado por una razón: por-
que os estaba buscando. (Se ríe.)

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Habéis visto a mi padre?

LA PRINCESA RUBÍ
No.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Si vos me estabais buscando a mí, yo le estoy buscando a
él. Disculpad.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Por qué tanta prisa? Os ruego que me acompañéis mien-
tras el sol se pone. Disfrutar de la belleza y de la amistad
a un tiempo, hace más perfecta a la primera, y más plena
a la segunda.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR VERDEMAR
Os juro que no deseo otra cosa con más ansia, y esa es la
razón por la que necesito hablar con mi padre. Estoy
enfermo de una enfermedad que desconozco y si mi
corazón no la comparte se romperá por avaricioso.

LA PRINCESA RUBÍ
¿No la queréis compartir conmigo? Si me decís el nombre
de vuestra dolencia podré recordar si yo también la sufrí
en el pasado y os podré recomendar el remedio que usé
para curarla.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Es una dolencia que actúa por defecto. Mi mal no viene
de tener algo, sino de echarlo en falta. ¿Nunca habéis
soñado con una caricia? ¿Nunca habéis echado de menos
una mano recorriendo vuestra espalda? ¿Las yemas de
unos dedos tocando vuestra piel? ¿No habéis estado
nunca hambriento y sediento de un abrazo que dure tan-
tas horas como dura un día? ¿No habéis llorado por escu-
char unas palabras dulces impregnadas de amor por vos?

LA PRINCESA RUBÍ
Sí.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Pues a esa dolencia se suma otra que la multiplica por
cien. Y es que deseo que esas caricias, que esos abrazos,
que esas manos, y que esos dedos, sean los vuestros. ¡Vos
tendríais que haber nacido mujer! ¡Pero sois un hombre!
Vuestros ojos son limpios y claros, no como los ojos tur-
bios de una mujer, pero ¡tenéis eso que os sobra!
Dejadme partir en busca de mi padre, os lo ruego, necesi-
to hablarle y que sus hierbas hagan efecto y me curen.

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LA TERNURA

LA PRINCESA RUBÍ
Escuchadme ahora vos a mí con la misma atención con la
que yo os he escuchado a vos. Yo también sufro la misma
enfermedad. Echo en falta las caricias, y los abrazos, y las
palabras dulces, pero no cualquier abrazo, ni cualquier
caricia, ni cualquier palabra dulce. Solo echo en falta las
vuestras.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡Oh dioses! ¡Esto es una catástrofe!

LA PRINCESA RUBÍ
¿Por qué?

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Por qué? Amigo, la cabeza me dice que corra, el estóma-
go que camine lento, y el corazón que me quede quieto.
¡Mi cuerpo está en guerra! ¡Me tengo que ir!

LA PRINCESA RUBÍ
No. Esperad.

LA PRINCESA RUBÍ se acerca al LEÑADOR VERDEMAR.

EL LEÑADOR VERDEMAR
No os acerquéis.

LA PRINCESA RUBÍ
Esperad.

EL LEÑADOR VERDEMAR
No.

LA PRINCESA RUBÍ
Por favor.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR VERDEMAR
No. No. No.

LA PRINCESA RUBÍ
Dejadme.

EL LEÑADOR VERDEMAR
No. No. No. No.

LA PRINCESA RUBÍ
Os lo ruego.

EL LEÑADOR VERDEMAR
No. No. No. No, no, no…

LA PRINCESA RUBÍ acaricia las mejillas y la barba de


VERDEMAR. VERDEMAR continúa diciendo: no, no,
no… y RUBÍ besa al LEÑADOR, y él se deja. VERDE-
MAR y RUBÍ se miran. VERDEMAR se da cuenta de lo
que ha pasado y sale corriendo.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡¡¡Padreeeeeeeeee!!!

RUBÍ sale corriendo detrás de él.

ESCENA XVI

EL LEÑADOR AZULCIELO
Gracias tiempo por dejar morir las horas. A la última casi
la has hecho inmortal. He temido que no llegara el naci-
miento de la presente. Como todo en la naturaleza tam-

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LA TERNURA

bién necesita morir el tiempo viejo para dejar paso al


nuevo. Ha llegado la hora que siempre han esperado mis
años. La hora que tantas veces he soñado, la que tantas
veces he imaginado. Voy a ver una mujer. Decirlo me
cuesta tanto como retener las lágrimas que desean hacer-
me compañía en esta breve soledad.

Aparece LA PRINCESA SALMÓN.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Eres tú? ¿Eres tú?

LA PRINCESA SALMÓN
Sí, soy yo.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿No me engañas? ¿No estoy soñando? Ay, cuerpo no te
vayas. Sostente. Ojos permaneced abiertos. Sentidos no
huyáis.

LA PRINCESA SALMÓN
Leñador Azulcielo, mi hermano me ha contado con voz
temblorosa tu triste historia que me ha conmovido hasta
el punto de que arriesgando mi vida he salido de mi
escondite. Si hasta ahora no habías conocido a una mujer,
tu vida estaba sesgada por la mitad.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Tiempo. Te lo ruego. Detente. Tiempo. Para. Tiempo. No
respires. Tiempo. Corta la circulación de los segundos.
Porque llevan tu sangre. No bombees. Párate. Corazón
del tiempo.

LA PRINCESA SALMÓN
Ven. Acércate.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR AZULCIELO
No puedo. Temo que al moverme se deshaga todo y
desaparezcas.

LA PRINCESA SALMÓN
Ven. Confía. Acércate.

EL LEÑADOR AZULCIELO
No. Espera. Eres igual que en mis sueños. Igual que como
te había imaginado. No eres real.

LA PRINCESA SALMÓN
Sí, soy real.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Ahora lo veo claro. Ay pobre Leñador estás perdiendo el
seso. Estás viendo lo que querías ver como un loco ve lo
que quiere y no lo que es. Realidad, dónde estás. Dónde
está la puerta que me devuelva al lugar del que nunca
tendría que haber salido.

LA PRINCESA SALMÓN
Escucha. Esta vez no soy un sueño. Ven. O deja que me
acerque.

EL LEÑADOR AZULCIELO
No. No te muevas. ¡Tierra! ¡Cielos! ¡Sacadme de aquí!

EL LEÑADOR AZULCIELO se va corriendo.

LA PRINCESA SALMÓN
¡Esperad! ¡Esperad!

LA PRINCESA SALMÓN desaparece.

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LA TERNURA

ESCENA XVII

VERDEMAR- ESMERALDA
(Voz de la actriz.) Oh dioses ayudadme para que mi plan
salga bien y pueda conocer cual es el secreto que guarda el
leñador Marrón. Secreto que sin duda me dará la clave
para huir con mis hijas de esta isla infectada de hombres.
Por ahí viene. (Voz del actor.) ¡Padre! ¡Qué alegría!
¡Necesito hablar con vos!

Entra EL LEÑADOR MARRÓN.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿A qué viene tanto entusiasmo? Pongo toda mi sabiduría
al servicio de ese capitán para curar sus fiebres y acabo
tomándome mi propia medicina.

MARRÓN se sienta en el tocón de un árbol, y VERDEMAR-


ESMERALDA, aunque tiene poco sitio, se sienta junto a él.

VERDEMAR-ESMERALDA
Padre. Nunca, hasta ahora, había encontrado el momento
para hablarle de algo que muchas noches me roba el
sueño.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Algo que te roba el sueño? ¿A ti? Pues espero que ese
«algo» te lo siga robando para hacer justicia. Si no tendrías
solo para ti todo el sueño del que dispone el universo.

VERDEMAR- ESMERALDA
Si un día el volcán se despierta, o cualquier otra calami-
dad nos obliga a salir de esta isla, ¿cómo lo haríamos?

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Eso es el «algo» que dices que no te deja dormir?
Entonces tengo buenas noticias para ti. Te digo que no te
preocupes. Yo lo tengo todo previsto.

VERDEMAR- ESMERALDA
¿De qué manera?

EL LEÑADOR MARRÓN
No es necesario que ni tu hermano ni tú lo sepáis.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Por qué? Imaginad que un día, los dioses no lo quieran,
sufrís una desgracia y vuestros hijos se quedan, nos que-
damos, solos, y sin conocer el secreto que podría salvar
sus vidas, nuestras vidas.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Qué manía os ha entrado a todos con imaginar desgra-
cias! ¡No me hace falta imaginar lo desagradable para
saber que hago lo correcto!

VERDEMAR- ESMERALDA
¿Por qué no quiere compartir conmigo algo tan valioso?
¿Acaso no soy un buen hijo?

EL LEÑADOR MARRÓN
Eres el mejor hijo que un hombre pueda tener. No se trata
de eso…

VERDEMAR- ESMERALDA
¿De qué se trata entonces?

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Juras por el aire que nos sustenta no decirle nunca nada
a tu hermano?

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LA TERNURA

VERDEMAR-ESMERALDA
Lo juro.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Y sobre todo juras no decir nunca nada a los soldados, y
en especial a ese capitán?

VERDEMAR-ESMERALDA
Que me transforme en erizo y que mis propias púas naz-
can del revés y al crecer se vayan clavando en mi cuerpo
si algún día llego a decirle algo al capitán.

Se ríen maléficamente los dos. VERDEMAR-ESMERALDA


cruza las piernas.

EL LEÑADOR MARRÓN
Escucha. (Se fija en como tiene cruzadas las piernas su hijo.)
¿Desde cuándo cruzas así las piernas?

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Así? ¿Cómo? ¿Qué sucede?

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Qué sucede? Por todos los santos. Te debes estar estru-
jando los…

VERDEMAR-ESMERALDA
(Se da cuenta de cómo está sentado y las descruza.) Oh. Sí
claro. Me los estaba estrujando. Mucho además. Sí.
Gracias por decírmelo.

EL LEÑADOR MARRÓN
De nada.

VERDEMAR- ESMERALDA
Yo los tengo gordos. Por eso me los estrujo. Porque los
tengo gordos como dos tordos.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
(Se le pone cara de asombro y rechazo.) ¿Los tengo gordos
como dos tordos? Por el amor del cielo. ¡Qué desagrada-
ble! ¡Qué horror! ¿Qué te pasa? ¿Qué manera de hablar es
esa, hijo? Los tengo gordos como dos tordos. ¡Qué
horror! ¿Cuándo hemos hablado nosotros así?

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Nunca?

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Nunca! Gordos como dos tordos. ¡Qué asco! Sin duda la
compañía de estos soldados no es una buena influencia
para vosotros.

VERDEMAR-ESMERALDA
Lo siento.

EL LEÑADOR MARRÓN
El capitán especialmente… en fin. Escucha.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Qué le sucede al capitán?

EL LEÑADOR MARRÓN
Nada. Tengo mi propia opinión sobre él.

VERDEMAR-ESMERALDA
Me encantaría conocerla.

EL LEÑADOR MARRÓN
Bueno. Es un hombre extraño. A veces me parece que no
estoy con un hombre. Es algo que no se puede explicar
con palabras.

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LA TERNURA

VERDEMAR-ESMERALDA
¿El qué no se puede explicar con palabras?

EL LEÑADOR MARRÓN
Lo que transmite la mirada. En un par de ocasiones me
he ruborizado. Ya está. Ya lo he dicho. En fin, hijo.
Supongo que la naturaleza no quiso hacernos de piedra.
Estando con él se han despertado recuerdos. Eso es todo.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Muy satisfecha.) ¿Ah sí? ¿Recuerdos agradables?

EL LEÑADOR MARRÓN
Sí. Agradables. Bastante agradables.

VERDEMAR-ESMERALDA se ríe y oímos la risa de la


actriz que hace de ESMERALDA.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Qué te pasa?

VERDEMAR-ESMERALDA
Nada, estoy muy bien.

EL LEÑADOR MARRÓN
(Tocándose el estómago.) El vino es un regalo de la natura-
leza para alegrar el espíritu y aligerar las penas. Mal
usado ni alegra ni aligera y nos convierte en torpes títeres
a su servicio. ¡Ah! ¡Pobres tripas! Hijo déjame eso que lle-
vas al cuello para que dé calor a mi estómago. Las punza-
das son cuchillos de hielo.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Este trozo de tela? ¡No! No puedo. Es importante para
mí.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Importante para qué? Dame ese trozo de tela. Algo es
más que nada. Dámelo.

VERDEMAR-ESMERALDA y MARRÓN forcejean por


el pañuelo. VERDEMAR-ESMERALDA no quiere soltar-
lo, pero al final cede para no levantar sospechas. MARRÓN
se lo coloca a modo de faja. VERDEMAR-ESMERALDA
mira a los lados.

EL LEÑADOR MARRÓN
Escúchame. Desde que llegamos a esta isla pensé en tener
un plan para huir en caso de necesidad. No quise conser-
var la humilde barcaza en la que llegamos porque su sola
vista anunciaba a gritos la posibilidad de arrepentirnos y
de volver por dónde habíamos venido. Así que comencé
a dibujar en secreto los planos de una embarcación simi-
lar a una pequeña coca de un solo palo que permaneciese
desmontada y que pudiera ser rápidamente montada.
Sus tablas, su mástil y su vela, se encuentran bien prote-
gidas y escondidas.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿En dónde?

EL LEÑADOR MARRÓN
(Levanta una ceja.) ¡Ah! (Se sujeta el estómago.)

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Dónde está escondida?

EL LEÑADOR MARRÓN
Mi maldita medicina va a acabar conmigo antes de que
yo acabe con ella. Tengo que excusarme. Ahora vuelvo.

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LA TERNURA

Se va corriendo.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Dónde está escondida? (Con la voz de la actriz que hace de
ESMERALDA.) ¡Maldición!

Entra LA PRINCESA RUBÍ buscando a VERDEMAR.


Al principio VERDEMAR-ESMERALDA no le ve. RUBÍ
comprueba que VERDEMAR-ESMERALDA no lleva el
pañuelo rojo, y entonces le habla.

LA PRINCESA RUBÍ
Señor leñador Verdemar, el amor que siento yo por vos
se iguala al que sentís vos por mí…

Ahora se gira VERDEMAR-ESMERALDA y mira a RUBÍ


con los ojos como platos.

LA PRINCESA RUBÍ
…y entiendo que esta doble felicidad os haga huir doble-
mente rápido porque si guardase algo de juicio en mi
seso debería reaccionar igual que vos: huyendo. Yo sería
tan feliz pudiendo…, hay un secreto…, pero no… Nada
hay más lejos de mis deseos que veros sufrir, pero vues-
tro sufrimiento viene…, viene…, no puedo seguir
hablando. Disculpadme.

VERDEMAR-ESMERALDA
No, no, no. No os vayáis tan pronto. Decidme. ¿De dónde
viene mi sufrimiento? Me interesa mucho saberlo.

LA PRINCESA RUBÍ
(Aparte.) Oh, dioses, no voy a poder resistirlo.

VERDEMAR-ESMERALDA se acerca a RUBÍ.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA RUBÍ
No os acerquéis os lo ruego.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Qué no me acerque? ¿Por qué?

LA PRINCESA RUBÍ
Como antes fuisteis vos, ahora seré yo quien no podrá
resistir vuestra cercanía.

VERDEMAR-ESMERALDA
Ah. Claro. Disculpad. Mantendré la distancia si eso os
hace sentir mejor. Pero decidme, ¿cuál es ese secreto que
no podéis confesar?

LA PRINCESA RUBÍ
No, os lo ruego, no me preguntéis por él.

VERDEMAR- ESMERALDA
Si queréis compartirlo conmigo para mí sería un placer
guardarlo bajo siete llaves.

LA PRINCESA RUBÍ
No puedo resistirlo más. Me rindo. Perdóname destino.
Ten piedad de esta hoja sin voluntad llevada por el vien-
to. Señor. Voy a desfallecer. Señor. No sé por dónde
empezar. Os tengo que contar una larga historia. No sé
cómo hacerlo… No sé por dónde empezar. Temo vuestra
reacción…. Comenzaré por el principio. Señor… ¡Soy
una mujer! Este aspecto de hombre no es más que un dis-
fraz. ¡Soy una mujer! No os habéis enamorado de un
hombre. Os habéis enamorado de una mujer. ¡Soy una
mujer! (Silencio. Atemorizada.) ¿Qué os pasa? ¿No decís
nada?

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LA TERNURA

VERDEMAR-ESMERALDA
Digo que si tuvieseis unos años menos os azotaría el tra-
sero como se azota en agosto la lana de los colchones.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Qué decís? ¿Por qué esas palabras?

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Por qué esas palabras? ¡Traidora! ¿Aún no te has dado
cuenta de que soy tu madre?

LA PRINCESA RUBÍ
¿Madre? ¡No puede ser! ¡Mi madre está con vuestro
padre! ¡Vos sois el traidor! ¿Cómo sabéis que mi madre
está disfrazada de vos? ¿Dónde está mi madre?

VERDEMAR-ESMERALDA
¡Aquí! ¡Aquí! ¡Delante de ti! ¡No verías un perro aunque
te estuviese mordiendo! ¡Cabeza de alcornoque, chorlito,
veleta, vaca sin cencerro! ¡Mírame a los ojos y dime luego
si no soy tu madre!

RUBÍ mira a VERDEMAR-ESMERALDA. Descubre que


es su madre.

LA PRINCESA RUBÍ
(Cae de rodillas.) ¡Madre ten piedad!

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz de la actriz.) ¿Piedad, traidora? (VERDEMAR-
ESMERALDA la agarra del brazo, la levanta y la zarandea.)
(Con la voz de la actriz.) ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué ha
pasado con el leñador? ¿Te has vuelto loca? ¿Andas ton-
teando con el leñador como si estuviésemos disfrutando
de un retiro veraniego en esta isla de locos? ¡Cabeza de

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ALFREDO SANZOL

cubo! ¡Cabeza hueca! ¡Crece por todos los dioses, y hazte


cargo de que estos hombres viven como desquiciados
desde hace veinte años aislados de todo contacto, no solo
con mujeres, si no con cualquier rastro de humanidad!

Entra AZULCIELO.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Disculpadme.

VERDEMAR suelta el brazo de RUBÍ y disimula quitándole el


polvo de la manga. AZULCIELO va a salir y VERDEMAR-
ESMERALDA lo retiene.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz del actor.) No tienes por qué disculparte her-
mano todo está bien.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Necesito hablar con el señor Alférez. ¿Lo habéis visto?

VERDEMAR-ESMERALDA
No. Pero dime a qué se debe tanta urgencia. ¿El señor
Alférez ha dicho o hecho algo que deberíamos saber?

EL LEÑADOR AZULCIELO
He jurado no hablar.

VERDEMAR-ESMERALDA
El señor Alférez te ha hecho jurar que no hablarías.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Sí.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Aparte. Con la voz de la actriz.) ¡¡Palas-Atenea dame armas

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LA TERNURA

y paciencia!! (VERDEMAR-ESMERALDA aparta a


AZULCIELO y le hace señales a RUBÍ para que espere. Con la
voz del actor.) Lo último que quiero como buen hermano
que te ama es que seas perjuro, pero ten en cuenta que
todo juramento tiene excepciones. Por ejemplo si el asun-
to del que estamos hablando tiene que ver con… mujeres.

AZULCIELO baja la cabeza y llora.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Qué pasa? ¿A qué viene ese decaimiento?

EL LEÑADOR AZULCIELO
Querido hermano mayor en el que siempre he confiado.
Mi vida corre peligro por el estado de excitación en el
que se encuentra mi cuerpo. Mi corazón ya no me perte-
nece y si un día supe quién era, ese día ha quedado tan
borrado de la memoria que no lo recuerdo, y ahora soy
un alma perdida en este humo que es la realidad.

VERDEMAR-ESMERALDA
Comparte conmigo lo que te atormenta, abre la espita de
tu caldera, y verás cómo dejas de hervir, prefiero morir
contigo abrasado.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Creo que en esta isla hay una mujer.

VERDEMAR-ESMERALDA
¡¡¿Qué?!! ¡¡¿Qué estás diciendo?!!

EL LEÑADOR AZULCIELO
No te dejes llevar por la ira o mis labios no volverán a
abrirse jamás.

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ALFREDO SANZOL

VERDEMAR-ESMERALDA
Estoy comenzando a ver doble, y te escucho como si estu-
vieses debajo del agua.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Según me dijo el señor Alférez, con ellos viajaba su her-
mana cuando naufragaron.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Ah sí? ¿Viajaba la hermana del señor Alférez con ellos?

EL LEÑADOR AZULCIELO
Al ver que en esta isla detestábamos a las mujeres deci-
dieron mantenerla oculta para su salvaguarda. Pero el
señor Alférez ablandado por mis relatos y mis deseos de
ver a una mujer, habló con su hermana y ella se me apa-
reció cerca de la cueva en la que permanecía oculta.
Ahora tiemblo, y necesito hablar con el señor Alférez.
Necesito saber si lo que vi es lo que era, o no.

VERDEMAR-ESMERALDA
Por ahí viene.

VERDEMAR-ESMERALDA agarra a RUBÍ de un brazo


y se esconden. Entra LA PRINCESA SALMÓN, vestida
de Alférez.

LA PRINCESA SALMÓN
Señor leñador Azulcielo, ahora sí podemos abrazarnos. Y
por eso tiemblo porque me siento fuerte, tiemblo de
calor, tiemblo porque tú me proteges del aire, tiemblo
porque la tierra está firme bajo nuestros pies.

SALMÓN se da cuenta de que AZULCIELO no está solo.

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LA TERNURA

LA PRINCESA SALMÓN
¡Oh! Señor leñador Azulcielo, por fin os encuentro, y en
buena compañía.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Ha sido real lo que he visto?

LA PRINCESA SALMÓN
Ahora no. No podemos hablar de eso aquí. Más tarde.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Mi hermano está enterado.

LA PRINCESA SALMÓN
¿Qué?

EL LEÑADOR AZULCIELO
Voy a morir. Decidme si ha sido real o no lo que he visto.

VERDEMAR-ESMERALDA
No temáis por mí señor Alférez.

RUBÍ comienza a hacerle gestos a su hermana de que no


hable. Señalando a VERDEMAR-ESMERALDA, intenta-
do que su hermana entienda que en realidad es su madre
disfrazada. SALMÓN no entiende nada.

VERDEMAR-ESMERALDA
La historia de vuestra hermana me ha conmovido. Podéis
contármelo todo sin miedo. Nadie sabrá nada. Decidme,
¿quién es esa hermana y dónde está?

LA PRINCESA SALMÓN
Es mi hermana melliza.

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ALFREDO SANZOL

VERDEMAR- ESMERALDA
¿Ah sí? ¿Tenéis una hermana melliza? ¿Se parece mucho
a vos?

LA PRINCESA SALMÓN
Somos como dos gotas de agua.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Aparte. Con la voz de la actriz.) ¡Húmedas sin duda. Más
lúbricas que el mar! (A SALMÓN, con la voz del actor.) Y
decidme. Mi pobre hermano no sabe si lo que ha visto es
real o no. ¿Realmente la ha visto?

LA PRINCESA SALMÓN
Sí.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Aparte. Con la voz de la actriz.) ¡Traidora! Así agradecen
las hijas los desvelos de una madre. (A AZULCIELO, con
la voz del actor.) Hermano. Nuestro padre se encuentra
muy debilitado y afligido desde que probó su propia
medicina. Hace tiempo que se retiró al excusado. Tarda
mucho. ¿Por qué no vas a mirar si se encuentra bien
mientras el Alférez me sigue contando detalles que tú ya
conoces?

EL LEÑADOR AZULCIELO
(A VERDEMAR-ESMERALDA.) Entonces si lo que he
visto ha sido real te puedo decir que una mujer es la
belleza hecha carne. Nada que ver con monstruos y visio-
nes horribles. ¡Quiero volver a verla! Aunque, Alférez,
sea a vos a quien amo. Ojalá vuestra hermana y vos fue-
seis uno para que mi felicidad estuviese completa. Voy
en busca de mi padre. ¡Ahora vuelvo!

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LA TERNURA

Sale AZULCIELO.

VERDEMAR-ESMERALDA
¿Tú tampoco me reconoces? ¡Humo de hoja seca!
¡Hojaldre! ¡Merengue! ¡Nata sin consistencia!

LA PRINCESA SALMÓN
¿Qué os pasa? ¿Os habéis vuelto loco?

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz de ESMERALDA.) ¡Loca! ¡Vosotras me estáis
volviendo loca!

LA PRINCESA SALMÓN
¡Madre!

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz de la actriz.) ¡A mi pesar! ¡Te has mostrado
como mujer! ¡Estamos perdidas! ¡Tienes que hablar con el
leñador Azulcielo y decirle que esa hermana tuya con-
mocionada por el encuentro que ha tenido con él se ha
arrojado por un acantilado y ha puesto fin a su vida.

LA PRINCESA SALMÓN
No puedo hacer eso. No quiero hacerlo. Madre, estoy
enamorada del leñador Azulcielo. Quiero que sepa que
soy una mujer.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz de la actriz.) ¿Qué dices salvaje?

LA PRINCESA RUBÍ
Madre. Yo también quiero que el leñador Verdemar sepa
que soy una mujer.

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ALFREDO SANZOL

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz de la actriz.) ¡Sanguijuelas caídas del cielo,
plaga de cucarachas! ¡Aquí nadie va a abrir la boca!

Entra EL LEÑADOR MARRÓN, nadie le ve. Lo escucha


todo.

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz de la actriz.) ¡¡Sois mis hijas!! ¡¡Mis hijas!!
¡¡Nunca sabrán esos salvajes que somos mujeres!!
¡¡Nunca!! ¡¡La vida tiene que tener otro sentido!! ¡¡Dioses
asistid a esta pobre náufraga que ya no entiende nada!!
¡¡Vais a permanecer calladas o con mis propias manos os
dejaré mudas!! Está muy cerca la hora en la que podre-
mos huir de esta isla. El leñador Marrón tiene preparadas
para caso de necesidad las tablas, el mástil y la vela de
una coca. Estoy a punto de saber dónde se encuentra, y
vuestras historias absurdas no van a hacer fracasar mi
plan. (Descubre que detrás de él está EL LEÑADOR
MARRÓN. Silencio. Muy serio. Con la voz del actor.) Padre.

Entra el LEÑADOR AZULCIELO.

EL LEÑADOR MARRÓN
No. Padre, no. Qué clase de espíritu de mujer eres tú, que
se ha metido dentro del cuerpo de mi hijo, y lo ha conver-
tido en un títere, al servicio de tus planes maléficos. ¡¡Sal
del cuerpo de mi hijo espíritu de mujer!! ¡¡Nunca sabrás
dónde están las tablas de mi barco!! ¡¡Me tendrías que
arrancar las palabras con las tenazas de Vulcano!! ¡¡Sal
del cuerpo de mi hijo!! ¿Y vosotros dos? ¿Por qué os lla-
maba hijas? ¿Qué es eso de que no se tiene que saber que
sois mujeres? ¿Qué está pasando aquí?

VERDEMAR-ESMERALDA
(Con la voz de la actriz.) Señor leñador Marrón. Siempre

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LA TERNURA

temí la llegada de este día, pero nunca pude haber imagi-


nado que iba a ser precisamente hoy. Mi plan ha fracasa-
do. Totalmente. Siento una profunda tristeza por la
derrota, y una cierta alegría por liberarme de la mentira.
Ningún espíritu se ha metido en el cuerpo de vuestro
hijo. Esto que veis es un disfraz. Y debajo de él hay una
mujer, a la que vos habéis tomado por un hombre hasta
el día de hoy.

EL LEÑADOR MARRÓN
(A AZULCIELO, desfallecido.) Hijo. Sujétame. No me sos-
tengo.

VERDEMAR-ESMERALDA sale. Se oye fuera la voz de


VERDEMAR.

EL LEÑADOR VERDEMAR
(Desde fuera.) ¡¡¿Quién sois vos?!! ¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!!
(Entra.) ¿Lo habéis visto? ¿Lo habéis visto? Un hombre
igual que yo ha salido de aquí. Tan semejante a mí que
por un momento he pensado que yo estaba muerto y que
mi alma podía ver mi propio cuerpo.

Entra ESMERALDA vestida de reina.

LA REINA ESMERALDA
Señores leñadores. A quien tomasteis por un capitán y
por el leñador Verdemar es la Reina Esmeralda. Y este
sargento, y este alférez son también mujeres. Son mis
hijas.

LAS PRINCESAS se quitan las barbas.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡¡Lo sabía!! ¡¡Lo sabía!! ¡Sigo siendo el mismo, gracias dioses!

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ALFREDO SANZOL

LA REINA ESMERALDA
La mayor, es la Princesa Rubí.

RUBÍ hace una reverencia.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡¡Traidoras!!

LA REINA ESMERALDA
Y la pequeña es la Princesa Salmón.

SALMÓN hace una reverencia. EL LEÑADOR MARRÓN


ruge.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Mi corazón va a estallar. ¡Eres tan bella como tu hermana!
¡Son mujeres padre! ¡Tú eres el traidor! ¡Me has engañado
con tus locuras! ¡No son ellas las mentirosas! ¡Tú eres el
que has mentido! ¿Dónde están los monstruos? ¿Dónde
están las garras y la piel de sapo? ¿Dónde está el horror en
ellas? ¡¡En ningún lado!! ¿Por qué has hecho esto conmigo?
Me has privado de la ternura como a un perro apaleado.
Has despreciado mi voluntad como se desprecia la volun-
tad de un gusano. Me has encerrado en esta isla como en
una cárcel. ¿Por qué estamos aquí? ¿De qué nos estamos
protegiendo? ¿Dónde están los monstruos? ¿Qué derecho
tenías a alejarme de la vida? ¡Ninguno! ¡Ninguno!
¡Ninguno! Te odio. Siempre te odiaré. Que todas las menti-
ras con las que me has confundido te confundan ahora a ti.
(AZULCIELO se va corriendo a por SALMÓN.) Vámonos
juntos.

MARRÓN intenta sujetar a AZULCIELO.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Tú no vas a ningún lado!

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LA TERNURA

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Déjame!

LA REINA ESMERALDA
¡Déjala, no la toques!

LA PRINCESA SALMÓN
Déjame madre. Quiero ir con él.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Busquemos un lugar apartado en el que tumbarnos uno
al lado del otro. Vida, detén las horas, ayúdame a recupe-
rar el tiempo perdido.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Vámonos también nosotros o mis trabajos de amor serán
trabajos de amor perdidos.

LA PRINCESA RUBÍ
Sí, que se acorten las distancias que mi disfraz imponía.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡¡Vosotros no vais a ningún lado!!

LA REINA ESMERALDA
¡¡No puedes irte con él. Suéltala!!

EL LEÑADOR VERDEMAR
Adiós padre. Adiós señora.

LA PRINCESA RUBÍ
Adiós.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Adiós.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA SALMÓN
Adiós madre. Adiós señor.

Cada pareja se va por una salida. MARRÓN y ESMERALDA


se quedan solos. Pausa.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡¡Perra mentirosa, nacida de la tierra como una raíz
podrida, emparentada con tubérculos venenosos, que
harían oscurecer el agua de los manantiales del Edén!!

LA REINA ESMERALDA
¿A mí? ¿Os atrevéis a llamarme eso a mí? ¡¡Necio!!
¡¡Zarza!! ¡¡Tronco podrido por el rencor, infectado de
líquenes y parásitos supurantes que os han secado como
piedras en las que los pájaros no se posarían ni para
morir!!

EL LEÑADOR MARRÓN
¡¡Tripas!! ¡Pelo de carne con pus! ¡¡Intestinos repletos de
miasmas, descompuestos en ciénagas, alimentados por
las heces de las alimañas, que se revuelcan en la carroña
de los pensamientos, que crecen en vuestro cerebro, agu-
jereado por la peste!!

LA REINA ESMERALDA
¡¡Diente podrido lleno de gusanos, que vomitan orines
rancios, hechos de la costra criada en las úlceras, que se
gangrenan en vuestras ideas mohosas, a las que tú, triste
imitación de ser humano, has convertido en las cadenas
untadas de prejuicios, con las que has atado y esclaviza-
do a tus desgraciados hijos en esta isla inmunda que flota
sobre sus lágrimas!!

Pausa.

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LA TERNURA

LA REINA ESMERALDA
Tenemos que deshacer esta locura.

EL LEÑADOR MARRÓN
Mi hijo pequeño me odia. ¿Hay mayor castigo para un
padre?

LA REINA ESMERALDA
Si la naturaleza los ha inclinado de tal manera que su
amor es correspondido, engañemos a la naturaleza para
que los incline en direcciones contrarias.

EL LEÑADOR MARRÓN
Todo por lo que he vivido ha perdido su sentido.

LA REINA ESMERALDA
Tengo un plan. Debido al cansancio y a lo avanzado de la
noche no tardarán en dejarse abatir por el sueño. Yo me
acercaré a mi hija menor y echaré sobre ella el humo de
un cigarro hecho de potentes hierbas que tienen el poder
de confundir de tal manera a su víctima que cuando des-
pierte caerá locamente enamorada del primer ser huma-
no que vea. Para que mi plan tenga éxito, y todo salte por
los aires, ese ser humano deberá ser vuestro hijo mayor.
Con las dos princesas enamoradas del leñador
Verdemar, los celos, el rencor y el despecho se interpon-
drán entre ellos, y la ternura que ahora les acompaña, los
abandonará. Ternura engañosa que anuncias amores
eternos. Estás hecha de cartón y teñida de pobres colores.
La fina lluvia de un enfado puede dejarte en nada. Te res-
fría la corriente de una puerta abierta, y te sujetan a puer-
to maromas de hilo y anclas de corcho. Ternura, tus
cimientos están hechos sobre el lodo de las promesas.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
Os admiro tanto. Nunca perdéis vuestra fuerza de ánimo.
Yo sin embargo desearía un abrazo para poder derramar…

LA REINA ESMERALDA
¡Ánimo señor leñador! He perdido tantas batallas en mi
vida que podría hacer una playa con el polvo que he
sacudido de mis faldas. Esto no está acabado. Yo también
os admiro. Habéis vivido veinte años sin mujeres. Yo
apenas he conseguido estar una hora sin hombres.
Vuestro destino es simétrico al mío. Luchemos juntos
para permanecer separados. ¡Ánimo!

EL LEÑADOR MARRÓN
Vuestro cinismo es maravillosamente nauseabundo, y
vuestra determinación asusta y admira al mismo tiempo.
Nunca intentaría la doma de una arpía como vos. La feli-
cidad de nuestros hijos merece estas prácticas y muchas
más. Dejadme que os ayude como un buen discípulo.

LA REINA ESMERALDA
Gracias señor. Que el desprecio mutuo sirva para sellar
esta colaboración. Vos primero.

EL LEÑADOR MARRÓN
Como gustéis.

ESCENA XVIII

Entran abrazados rodando el uno sobre el otro por el suelo.

LA PRINCESA SALMÓN
Entremos abrazados en la paz del sueño con nuestros
labios haciéndose compañía.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR AZULCIELO
Qué dulzura nunca antes sentida. Mi soledad ha encon-
trado una amiga en el camino de su destino.

Se besan. Duermen. Entra EL LEÑADOR MARRÓN. Se


acerca al LEÑADOR AZULCIELO.

EL LEÑADOR MARRÓN
Hijo. Despierta.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Qué haces aquí? ¡Déjanos! ¡Vete por dónde has venido!
¡Perro!

EL LEÑADOR MARRÓN
No te enojes conmigo. Tienes razón en todo. Bendigo tu
unión con la princesa Salmón, y por eso desearía darte la
sortija que mi padre me entregó el día de mi boda y que
de generación en generación ha pasado de padres a hijos.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Dásela a mi hermano. Déjame.

EL LEÑADOR MARRÓN
A tu hermano ya le di la suya en su momento. La de
ahora es para ti.

EL LEÑADOR AZULCIELO
La aceptaré, pero mañana, ahora déjame.

EL LEÑADOR MARRÓN
La tradición es darla la primera noche que se pasa con la
amada.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Me parece bien pero la tradición traída del pasado está

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ALFREDO SANZOL

arruinando el placer que ha llegado en el presente.


Déjame.

EL LEÑADOR MARRÓN
La sortija está con tu muñeco.

EL LEÑADOR AZULCIELO
(Se incorpora.) ¿Qué sabes tú de mi muñeco?

EL LEÑADOR MARRÓN
Para los padres no hay secretos. Solo cosas que tardan en
descubrirse.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Lo has movido de su escondite?

EL LEÑADOR MARRÓN
¡No! Nunca me atrevería a tocar algo tan preciado para ti.
Solo he dejado la sortija a su lado. En un gesto de cariño.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Me había olvidado de mi muñeco. Quiero tenerlo a mi
lado.

AZULCIELO sale corriendo y MARRÓN detrás de él.

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Voy contigo! ¡Quiero ser yo el que te coloque la sortija!

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Déjame! ¡Abajo el paternalismo! ¡Muerte al patriarcado!

Entra LA REINA ESMERALDA. Enciende su cigarro de


hierbas mágicas con una cerilla. Se acerca a SALMÓN. Se
agacha.

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LA TERNURA

LA REINA ESMERALDA
Humo que unes lo eterno
y lo temporal, agita
su corazón sereno:
¡Olvídate del moreno
y préndete de Verdemar!

Y echa con delicadeza el humo sobre SALMÓN. LA PRIN-


CESA tose sin despertarse. Entra corriendo EL LEÑADOR
VERDEMAR.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Oh, disculpad.

Intenta irse.

LA REINA ESMERALDA
Señor Leñador Verdemar no existen las casualidades jus-
tamente ahora me dirigía a buscaros.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Nos une el movimiento, pero nos separa la meta. Yo tam-
bién busco, pero a la princesa Rubí. Se ha apartado de mí
un segundo y temo que se haya perdido. Disculpad.

LA REINA ESMERALDA
Sin duda no se ha perdido. Sin duda no se ha perdido.
Necesitaba hablar con vos.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Mañana. Mañana. Disculpad.

LA REINA ESMERALDA
Mirad lo que ha hecho vuestro hermano. Ha dejado sola
y dormida a mi hija menor indefensa frente a las fieras.

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR VERDEMAR
No hay fieras ni alimañas en esta isla, a parte de mi padre
y de vos. (Se va.)

LA REINA ESMERALDA
¡Oh! ¡Esperad!

Justo cuando está a punto de salir entra MARRÓN.

EL LEÑADOR MARRÓN
No encuentro a mi hijo pequeño.

LA REINA ESMERALDA
Fuera de aquí. Verdemar se me acaba de escapar y ella
está a punto de despertar.

SALMÓN se sienta como si le hubiesen activado un resor-


te. Tiene los ojos y la boca abiertos, y lo primero que ve es a
EL LEÑADOR MARRÓN.

LA PRINCESA SALMÓN
Oh, señor Leñador Marrón Apolo descendido del Olimpo…

LA REINA ESMERALDA
¡Maldición!

LA PRINCESA SALMÓN
… no hay escultura de Atenas que soporte ser compara-
da con vos.

Se levanta y se va a por EL LEÑADOR MARRÓN que


intenta alejarse de ella.

EL LEÑADOR MARRÓN
No. Yo no. Yo no.

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LA TERNURA

Mientras tanto LA REINA fuma para avivar su cigarro.

LA REINA ESMERALDA
¡Sujetadla! Tengo que volver a soplarle el humo para que
el encantamiento se deshaga.

MARRÓN intenta sujetar a SALMÓN. ESMERALDA


va a echar el humo sobre SALMÓN, pero justo en ese
momento SALMÓN se agacha, ESMERALDA lanza el
humo sobre MARRÓN, a MARRÓN se le abren los ojos y
la boca.

LA REINA ESMERALDA
¡Oh! ¡No!

Por el lado que da la espalda a LA REINA ESMERALDA


aparece LA PRINCESA RUBÍ.

LA PRINCESA RUBÍ
¡Madre! ¿Qué le has hecho al Leñador Verdemar? ¡No lo
veo por ningún lado!

LA REINA ESMERALDA
No. ¡Vete! ¡Vete!

EL LEÑADOR MARRÓN
(Caminando hacia RUBÍ.) Visión angelical, seguid hablan-
do, vuestra voz es como la canción de las sirenas.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Qué está pasando aquí?

LA PRINCESA SALMÓN
¿Y yo? ¿Tan pronto os olvidáis de mí? ¿Qué soy? ¿Un
pasatiempo?

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ALFREDO SANZOL

LA REINA ESMERALDA
Hija mía. No te muevas.

ESMERALDA vuelve a coger humo. MARRÓN intenta


besar a RUBÍ. RUBÍ hace la cobra. MARRÓN se lanza por
la derecha. RUBÍ saca la cabeza por la izquierda, y el humo
le da a ella. Entra AZULCIELO que pasa justo a su lado.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Princesa Salmón!

LA PRINCESA RUBÍ
(Hacia AZULCIELO.) Rama de almendro florido que ilu-
minas los últimos días del invierno.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Me quiere besar!

LA REINA ESMERALDA
¡Sujetadla! ¡Sujetadla!

ESMERALDA intenta no fallar. Apunta a uno. Apunta a


otro. Se mueven mucho. Lanza y le sopla a AZULCIELO
que se queda mirando a ESMERALDA.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Majestad, el universo ha encontrado en vos su centro y
ese centro lo quiero dentro.

LA REINA ESMERALDA
No, no, no. (Se traga el humo, tose.) ¡Me he tragado el
humo, me he tragado el humo! (Se le abren los ojos y la
boca.)

Entra VERDEMAR.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR VERDEMAR
(Yendo hacia RUBÍ.) ¡Princesa Rubí! ¡Por fin!

LA REINA ESMERALDA
(Que se cruza en su camino.) Señor Leñador Verdemar, os
deseo. El fuego de vuestros ojos alimenta la caldera
incandescente de mi felicidad. (ESMERALDA logra besar
a VERDEMAR que se aparta enseguida.)

EL LEÑADOR VERDEMAR
¿Qué habéis metido en mi cuerpo? (Tose. Se aparta de
ESMERALDA. Se da la vuelta y se encuentra de narices con
SALMÓN.) Oh ninfa traída por las olas quiero ser la
arena a la que llegues eternamente, y eternamente dejar-
me mojar por ti.

LA PRINCESA SALMÓN
¡No! ¡Fuera! ¡Mi amor es el Leñador Marrón!

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡Princesa Salmón!

LA REINA ESMERALDA
¡Leñador Verdemar!

EL LEÑADOR AZULCIELO
¡Reina Esmeralda!

LA PRINCESA RUBÍ
¡Señor Azulcielo!

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Princesa Rubí!

Todos salen corriendo menos MARRÓN.

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ALFREDO SANZOL

ESCENA XIX

Entra LA PRINCESA SALMÓN por la puerta 1 (la que


está más a la izquierda de público).

LA PRINCESA SALMÓN
¡Os amo!

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Qué?

LA PRINCESA SALMÓN
Quiero poneros del derecho, quiero poneros del revés,
quiero revolcaros por el suelo, desde las once hasta las
tres.

EL LEÑADOR MARRÓN
A las tres no puedo.

Sale MARRÓN por la puerta 3 y entra VERDEMAR por


la 3.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Quiero chuparos los pies hasta reduciros un número la
talla de vuestro calzado.

LA PRINCESA SALMÓN
¡Oh, dioses!

VERDEMAR intenta tocar a SALMÓN pero ella le esquiva.

EL LEÑADOR VERDEMAR
Quiero acariciar vuestros pechos hasta pincharme con
vuestros pezones.

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LA TERNURA

LA PRINCESA SALMÓN
¡Oh! ¡Socorro!

SALMÓN sale por la puerta 3, y entra ESMERALDA por


la 2.

LA REINA ESMERALDA
Deseo perderme en vuestro pecho lleno de pelo y mojar-
me en la frondosidad de vuestro bosque.

ESMERALDA intenta tocar a VERDEMAR pero él la


esquiva con suavidad.

EL LEÑADOR VERDEMAR
No me parece bien, lo siento.

LA REINA ESMERALDA
¡Leche de tu manantial secreto dame en la cara!

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡No!

VERDEMAR huye por la puerta 3. Entra AZULCIELO


por la 1.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Quiero abrir las puertas del santuario de paredes espon-
josas que guardas dentro de ti.

LA REINA ESMERALDA
El santuario está de reformas.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Quiero que mis campanas reboten en tu claustro como
corceles desbocados.

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ALFREDO SANZOL

LA REINA ESMERALDA
El claustro también está cerrado.

ESMERALDA sale corriendo por la puerta 2 y entra por la


2 RUBÍ.

LA PRINCESA RUBÍ
¿Dónde está el mango de tu hacha?

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Cómo?

LA PRINCESA RUBÍ
¿Dónde está la verga que golpee mis labios?

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Qué?

LA PRINCESA RUBÍ
¡Cañón lozano! ¡Suave acero! ¡Ven!

AZULCIELO se va por la puerta 3 y entra MARRÓN por


la 1. MARRÓN intenta tocarla, pero RUBÍ lo esquiva.

EL LEÑADOR MARRÓN
Deseo poneros mirando a Cuenca.

LA PRINCESA RUBÍ
No.

EL LEÑADOR MARRÓN
Deseo poneros mirando a Pamplona.

LA PRINCESA RUBÍ
No.

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LA TERNURA

EL LEÑADOR MARRÓN
Deseo poneros mirando a Toledo, y que cabalguemos
juntos hasta Barcelona.

RUBÍ sale corriendo por la puerta 3 y entra SALMÓN por


la puerta 1.

LA PRINCESA SALMÓN
¡Hortalizas!

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Qué?

LA PRINCESA SALMÓN
Hortalizas.

EL LEÑADOR MARRÓN
Dios mío.

LA PRINCESA SALMÓN
El nabo.

EL LEÑADOR MARRÓN
No.

LA PRINCESA SALMÓN
El calabacín.

EL LEÑADOR MARRÓN
No.

LA PRINCESA SALMÓN
La berenjena.

EL LEÑADOR MARRÓN
No.

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ALFREDO SANZOL

LA PRINCESA SALMÓN
Le gusta al nene.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Qué?

LA PRINCESA SALMÓN
¡Le gusta a la nena!

EL LEÑADOR MARRÓN
¡Aaaahhahahhhah!

MARRÓN huye por la puerta 3, y aparece VERDEMAR


por la 1. Ahora VERDEMAR agarra a SALMÓN y ella no
logra zafarse. Caen al suelo.

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡No aguanto más! ¡Mis pantalones se hacen cada vez más
pequeños!

LA PRINCESA SALMÓN
¡Id a un sastre!

LA REINA ESMERALDA
¡Yo os los arreglo!

Cae sobre VERDEMAR.

EL LEÑADOR AZULCIELO
¿Qué le dice el buzo a la buza? Mira: una merluza.

Cae sobre ESMERALDA. Entra RUBÍ que se lanza sobre


AZULCIELO.

LA PRINCESA RUBÍ
¡De esa merluza me encargo yo!

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LA TERNURA

EL LEÑADOR MARRÓN
(Cayendo sobre RUBÍ.) ¡Mis pantalones los podéis arrancar!

Entre todos han formado un montón que gime como si fuese


un monstruo de seis cabezas. Ruge el volcán y todo se llena
de humo.

ESCENA XX

El montón se deshace. Los seis están agotados. Tosen.


Parece que el humo del volcán ha neutralizado la magia del
humo del cigarro de ESMERALDA. Comienzan a mirarse
de nuevo como antes del encantamiento. AZULCIELO
gateando busca a SALMÓN y se abrazan. RUBÍ gateando
busca a VERDEMAR y se abrazan.

LA REINA ESMERALDA
Como el humo de mi cigarro nos enajenó de la realidad,
el humo del volcán nos ha devuelto a ella. Mi plan ha fra-
casado. En esta vida llena de batallas y luchas sin fin, en
esta vida plagada de estrategias, planes y artimañas,
infectada de maquinaciones y de intrigas, de anhelos,
apetitos, empeños, ambiciones, ansias y afanes solo me
queda una cosa por hacer: rendirme. Ha llegado el día.
Después de este no habrá más planes. Se acabaron los
intentos de doblegar la voluntad de los otros. Que mis
hijas dispongan según sus deseos como yo he dispuesto
según los míos. Que ellas defiendan su interés como yo
he defendido el mío. (Se pone de pie.) Esta es la última vez
que sacudo el polvo de mis faldas. (Se sacude.)

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ALFREDO SANZOL

EL LEÑADOR MARRÓN
Señora. Tomo vuestras palabras y las guardo también
para mí. Quise proteger a mis hijos pagando el precio de
su libertad. No existen las islas desiertas en las que libres
de los otros podamos volver a la inocente vida del paraí-
so. Para mis hijos esta isla más que un jardín ha sido una
cárcel. Como vos y con vos, yo también me rindo.

EL LEÑADOR VERDEMAR
El volcán se ha calmado. Ha dejado de temblar.

LA PRINCESA SALMÓN
¡Mirad! ¡En el horizonte! ¡Velas!

EL LEÑADOR VERDEMAR
¡Velas!

LA PRINCESA RUBÍ
Van a pasar a pocas leguas.

EL LEÑADOR AZULCIELO
Padre dinos donde guardas las tablas del barco. Con él
podremos llegar hasta uno de los galeones.

LA REINA ESMERALDA
No hace falta. Además no tendríais tiempo. Tomad mi
manto. Serviros de la magia que nos trajo aquí para salir
de aquí. Salmón ve a buscarlo.

LA PRINCESA RUBÍ
Bajo tu manto no cabemos los seis.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Puede mover vuestro manto a cinco? Yo me quedo.

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LA TERNURA

LA REINA ESMERALDA
Si puede mover a cuatro será suficiente. (Al LEÑADOR
MARRÓN.) Yo también me quedo.

EL LEÑADOR MARRÓN
¿Aquí?

LA REINA ESMERALDA
Podemos dividir la isla por la mitad.

EL LEÑADOR MARRÓN
Hombre, eso por descontado.

LA REINA ESMERALDA
No tengo ningún deseo de cruzarme con vos.

EL LEÑADOR MARRÓN
Tampoco yo.

LA REINA ESMERALDA
Ni de cruzarme, ni de veros.

EL LEÑADOR MARRÓN
Lo mismo digo. Será un placer para mí entretener mis
días en levantar una empalizada que separe vuestra
parte de la mía.

LA REINA ESMERALDA
¿Tendrá puerta esa empalizada?

EL LEÑADOR MARRÓN
Bueno sí, no sé, ya veremos.

Llega SALMÓN con el manto.

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ALFREDO SANZOL

LA REINA ESMERALDA
Que esta despedida por ser breve, no deje por ello de ser
tierna. Poned vuestros pensamientos en mí de vez en cuan-
do. Mostradles a ellos siempre vuestro amor, vosotros
mostrádselos siempre a ellas. No dejéis morir la vida
dando las cosas por supuestas. Id con mi bendición. (Las
abraza.)

EL LEÑADOR MARRÓN
Yo digo lo mismo que ella, pero en inglés. Sons, give me a
hug. (Se abrazan los tres.) ¡Y algún día venid a vernos!

LA REINA ESMERALDA
Poneros debajo del manto. Bien está lo que bien acaba. Que
vuestros días siempre tengan la compañía de la ternura.
(Los cubre a los cuatro con el manto.)

Música. Oscuro lento.

FIN.

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