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Bienes y Males

Emilio del Barco

El alma de un pueblo, como la de un individuo, siempre es singular. No podremos


doblar su personalidad, aunque la imitemos. Las circunstancias que la formaron no
serán repetidas. Y, todo influye en la mezcla. Quien vive de la historia, tiende a
olvidar el presente. Lo dogmático es un quiste de las creencias endurecidas. Saber
vivir es, saber participar, y compartir.

Los lugares santos se heredan, histórica y sucesivamente. África, América, Asia, o


Europa, tienen larga experiencia de estas incursiones sustitutivas de lo terrenal por
lo consagrado. Sólo cambian las atribuciones de santidad, su naturaleza
permanece. Los hallazgos científicos son la clave del progreso humano, no sólo la
evolución de la filosofía. Razonar e investigar, nos lleva más lejos que cavilar en lo
profundo; lo que sólo nos conduce a hundirnos en disquisiciones sucesivas. Los
pueblos que se sienten obligados a vengar las ofensas recibidas por sus
antepasados, no vivirán nunca en paz. Pedir justicia eternamente, no conduce más
que a guerras eternas. La paz se alcanza mediante un equilibrio centrado, que
conduce a la eliminación del sufrimiento.

La bondad es fruto del amor, no del temor. Existe con independencia de las
religiones. Bondad y maldad existen por sí. Pero, como todo, no son valores
absolutos. Siempre han de ser considerados como valores relativos, que no
pueden coexistir sin una relación directa con lo que, supuestamente,
mejoran

o empeoran. El hombre debe estar, siempre, a la altura de su humanidad. No


pretender situarse a la altura de los dioses. No se puede juzgar a un humano, como
si se fuera un dios. Somos falibles, por tanto, perdonables. Los dioses tine la
obligación de no equivocarse nunca. El mundo de la realidad y el de la fantasía, son
complementarios y paralelos, aunque no equivalentes. Quienes especulan con
entes intangibles, invisibles, remotos e incorpóreos, lo hacen con ventaja. Pues
pueden dar rienda suelta a la imaginación. La fantasía lo transforma todo, a
capricho del dicente. Los científicos deben demostrarlo todo.

Sólo la nada permanece inalterable. Todo lo que tiene ser, cambia. No cambian los
dioses, cambian las mentes de sus adeptos.

Los conceptos de santidad, en una u otra religión, varían, según los tiempos en que
sean considerados. Recordemos los siglos de las religiones guerreras. Cuando, el
mayor mérito moral de los jefes religiosos, se estimaba por el número de enemigos
de su fe que hubiesen logrado matar. Esa percepción guerrera, identificable en la
mayor parte de doctrinas, ha contribuido, con éxito, a su difusión mundial, Todas
hablan de amor y caridad, pero, históricamente, se han valido de victorias militares,
para asentar su dominio. Esa admisión de la conquista guerrera, ha tenido
pervivencia hasta nuestros días. Es curioso pensar que, religiosa, o filosóficamente,
se pueda admitir la imposición de la verdad propia, mediante la fuerza de las
armas. Sobre todo, ante la teoría predicada de un único Dios Creador Universal. Los
hombres no somos dioses, que podamos mirar con igual empatía la creación o la
destrucción. Emilio del Barco. 13/08/10. emiliodelbarco@hotmail.es .
www.emiliodelbarco.com

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