La ideología, en sí, no determina la violencia, sino la aceptación del abuso
dominador del más fuerte, sea cual fuese su ideología. Ser violento es más una cuestión de actitud mental, que ideológica. Los terrorismos actuales son derivados de ideas que quieren cambiar el orden establecido. Imponiendo sus propias ideas, mediante cualquier método, incluyendo la violencia. Les interesa la inmediatez del poder.
El cambio, en sí, es saludable. Lo malo de algunos grupos ideológicos, es que, al
radicalizarse, fanatizándose, no contemplan la llegada al poder por medios democráticos. Sencillamente, porque su sistema de creencias no confía en la democracia. Sino en la toma del poder. Por cualquier método. En primer lugar, no creen en la igualdad de oportunidades y derechos. Secundariamente, no vislumbran otra posibilidad de cambio que no conllevase la aceptación indiscutida de sus propios principios. Lo que no sería un cambio de actitudes, sino el trueque de un absolutismo por otro. Luego, no son democráticos en ningún sentido, ni antes ni después, de tomar el poder. Ni humana, ni socialmente.
Negociar con ellos, es un error en sí mismo. Admitirían sólo concesiones de la otra
parte. No negociaciones. Son, ante todo, fanáticos; no ceden en sus principios, ni en la interpretación personal de los mismos. Esperan que sean los demás, quienes cedan en sus convicciones. Todos quisiéramos tener un territorio asignado, cuanto mayor, mejor, donde expandir nuestros sentimientos. El único inconveniente es que, con ello, pisamos el territorio del vecino. Casi siempre demasiado cercano para nuestra conveniencia. Ahí empezamos a no distinguir si lo bueno es malo y lo malo bueno. Depende desde qué lado del límite lo miremos. Los mismos ideales pueden conducir por muy distintos caminos.
Desde la irracionalidad, la fe conduce a la anulación del raciocinio. Los terrorismos
nunca son justificables, porque su propia acción los deslegitima. Los mismos ideales pueden conducir por muy diferentes caminos, donde lo trascendente y lo intrascendente pueden tener el mismo valor. Según quien interprete el término. La eternidad no se corresponde con los tiempos políticos. Cada día del año, oímos afirmar, a representantes de organizaciones religiosas respetadas, que ellos no entran en valorar la política. Su terreno son las almas. Bien, esa es la teoría, pero la realidad es muy otra. Cuando tienen ocasión, cobijan bajo su manto al hombre fuerte del momento. Los hemos visto en demasiadas ocasiones: golpistas, militares y dirigentes de creencias, juntos, unidos por la disciplina y el amor al orden, imponiéndose al pueblo llano. Ese tipo de vida no es apropiado para la creación y el progreso, sino adecuado sólo para la vida vegetativa.
En un mundo donde se quiera progresar, buscando la innovación científica y vital,
los militares, fanáticos y adocenados, no pueden progresar. Quienes tienen espíritu de dictador, son propensos a cubrirse con uniformes militares. Ese es un rasgo común, no importa el color de la bandera que los parapete. El cuerpo condiciona al espíritu, como el intelecto al cuerpo. Ambos supuestos son válidos. Emilio del Barco. 30/08/10. emiliodelbarco@hotmail.es