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Deformación ideológica

Emilio del Barco

La ideología, en sí, no determina la violencia, sino la aceptación del abuso


dominador del más fuerte, sea cual fuese su ideología. Ser violento es más una
cuestión de actitud mental, que ideológica. Los terrorismos actuales son derivados
de ideas que quieren cambiar el orden establecido. Imponiendo sus propias ideas,
mediante cualquier método, incluyendo la violencia. Les interesa la inmediatez del
poder.

El cambio, en sí, es saludable. Lo malo de algunos grupos ideológicos, es que, al


radicalizarse, fanatizándose, no contemplan la llegada al poder por medios
democráticos. Sencillamente, porque su sistema de creencias no confía en la
democracia. Sino en la toma del poder. Por cualquier método. En primer lugar, no
creen en la igualdad de oportunidades y derechos. Secundariamente, no vislumbran
otra posibilidad de cambio que no conllevase la aceptación indiscutida de sus
propios principios. Lo que no sería un cambio de actitudes, sino el trueque de un
absolutismo por otro. Luego, no son democráticos en ningún sentido, ni antes ni
después, de tomar el poder. Ni humana, ni socialmente.

Negociar con ellos, es un error en sí mismo. Admitirían sólo concesiones de la otra


parte. No negociaciones. Son, ante todo, fanáticos; no ceden en sus principios, ni en
la interpretación personal de los mismos. Esperan que sean los demás, quienes
cedan en sus convicciones. Todos quisiéramos tener un territorio asignado, cuanto
mayor, mejor, donde expandir nuestros sentimientos. El único inconveniente es
que, con ello, pisamos el territorio del vecino. Casi siempre demasiado cercano para
nuestra conveniencia. Ahí empezamos a no distinguir si lo bueno es malo y lo malo
bueno. Depende desde qué lado del límite lo miremos. Los mismos ideales pueden
conducir por muy distintos caminos.

Desde la irracionalidad, la fe conduce a la anulación del raciocinio. Los terrorismos


nunca son justificables, porque su propia acción los deslegitima. Los mismos ideales
pueden conducir por muy diferentes caminos, donde lo trascendente y lo
intrascendente pueden tener el mismo valor. Según quien interprete el término. La
eternidad no se corresponde con los tiempos políticos. Cada día del año, oímos
afirmar, a representantes de organizaciones religiosas respetadas, que ellos no
entran en valorar la política. Su terreno son las almas. Bien, esa es la teoría, pero la
realidad es muy otra. Cuando tienen ocasión, cobijan bajo su manto al hombre
fuerte del momento. Los hemos visto en demasiadas ocasiones: golpistas, militares
y dirigentes de creencias, juntos, unidos por la disciplina y el amor al orden,
imponiéndose al pueblo llano. Ese tipo de vida no es apropiado para la creación y el
progreso, sino adecuado sólo para la vida vegetativa.

En un mundo donde se quiera progresar, buscando la innovación científica y vital,


los militares, fanáticos y adocenados, no pueden progresar. Quienes tienen
espíritu de dictador, son propensos a cubrirse con uniformes militares. Ese es un
rasgo común, no importa el color de la bandera que los parapete. El cuerpo
condiciona al espíritu, como el intelecto al cuerpo. Ambos supuestos son válidos.
Emilio del Barco. 30/08/10. emiliodelbarco@hotmail.es

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