No sé explicarte cómo fue, pero al leer tu carta, y sobre todo,
al ver el encantador retrato de niño que me mandabas, me pareció sentir que escuchabas mi mano mirándote con melancolía y como si quisieras decirme: “¡Cómo es posible que tengamos ahora tan pocas cosas comunes y que vivamos como en mundos distintos! Hubo una época…”
Esto mismo, amigo mío, me sucede con todos los seres
humanos que me son queridos. Todo pasó; se habla aún, se escribe aún, pero tan sólo para no callar. La verdad empero surge de la mirada y en los ojos de todos leo claramente estas palabras: “Amigo Nietzsche, ya estás completamente solo”.
Hasta esto he logrado llegar.
Pero yo sigo mi camino, mejor dicho, mi travesía, y no en vano
he vivido largos años en la ciudad de Colón.
Los tres actos de mi “Zarathustra” están ya terminados. El
primero lo tienes hace tiempo en tus manos; espero poder mandarte en cuatro o seis semanas los restantes. Es una especie de abismo del porvenir, algo terrible dentro de su felicidad. Todo en él es mío en absoluto: no hay ejemplo, comparación, ni precedente. Quien ha llegado a vivir mi libro vuelve al mundo con distinta faz. Pero de esto no debe hablarse. A ti, como homo litteratus, te haré una confesión. Creo haber llevado, con mi “Zarathustra”, el idioma alemán a su perfección. Después de Lutero y de Goethe quedaba por dar un tercer paso. Fíjate bien y dime si alguna vez has visto tan unidas en nuestro idioma la fuerza, la flexibilidad y la musicalidad. Lee a Goethe después de una página de mi libro y sentirás que aquello “ondulatorio” que ataba a Goethe como dibujante, no le era extraño tampoco como escultor del idioma. Lo aventaja en lo severo y viril de la línea, aunque sin caer, como Lutero, en la aridez y sequedad.
Mi estilo es una danza, un juego de simetrías de todas clases
y un saltar y burlar estas mismas simetrías. Llega hasta la elección de vocales. ¡Perdón! Me guardaré muy bien de hacer esta confesión a ningún otro. Pero tú me expresaste una vez, y creo que has sido el único en hacerlo, el placer que en mi lenguaje encontrabas.
Además soy un poeta hasta los más lejanos límites de tal
concepto. Poeta, aunque me haya tiranizado con todo lo más opuesto a la poesía.
¡Ay, amigo mío, qué vida más loca y silenciosa la mía! ¡Tan solo! ¡Tan sin “descendencia”!