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Niza, 22 de febrero de 1884

A Erwin Rohde

Mi viejo y querido amigo:

No sé explicarte cómo fue, pero al leer tu carta, y sobre todo,


al ver el encantador retrato de niño que me mandabas, me pareció
sentir que escuchabas mi mano mirándote con melancolía y como si
quisieras decirme: “¡Cómo es posible que tengamos ahora tan pocas
cosas comunes y que vivamos como en mundos distintos! Hubo una
época…”

Esto mismo, amigo mío, me sucede con todos los seres


humanos que me son queridos. Todo pasó; se habla aún, se escribe
aún, pero tan sólo para no callar. La verdad empero surge de la
mirada y en los ojos de todos leo claramente estas palabras: “Amigo
Nietzsche, ya estás completamente solo”.

Hasta esto he logrado llegar.

Pero yo sigo mi camino, mejor dicho, mi travesía, y no en vano


he vivido largos años en la ciudad de Colón.

Los tres actos de mi “Zarathustra” están ya terminados. El


primero lo tienes hace tiempo en tus manos; espero poder mandarte
en cuatro o seis semanas los restantes. Es una especie de abismo del
porvenir, algo terrible dentro de su felicidad. Todo en él es mío en
absoluto: no hay ejemplo, comparación, ni precedente. Quien ha
llegado a vivir mi libro vuelve al mundo con distinta faz. Pero de
esto no debe hablarse. A ti, como homo litteratus, te haré una
confesión. Creo haber llevado, con mi “Zarathustra”, el idioma
alemán a su perfección. Después de Lutero y de Goethe quedaba
por dar un tercer paso. Fíjate bien y dime si alguna vez has visto
tan unidas en nuestro idioma la fuerza, la flexibilidad y la
musicalidad. Lee a Goethe después de una página de mi libro y
sentirás que aquello “ondulatorio” que ataba a Goethe como
dibujante, no le era extraño tampoco como escultor del idioma. Lo
aventaja en lo severo y viril de la línea, aunque sin caer, como
Lutero, en la aridez y sequedad.

Mi estilo es una danza, un juego de simetrías de todas clases


y un saltar y burlar estas mismas simetrías. Llega hasta la elección
de vocales.
¡Perdón! Me guardaré muy bien de hacer esta confesión a
ningún otro. Pero tú me expresaste una vez, y creo que has sido el
único en hacerlo, el placer que en mi lenguaje encontrabas.

Además soy un poeta hasta los más lejanos límites de tal


concepto. Poeta, aunque me haya tiranizado con todo lo más
opuesto a la poesía.

¡Ay, amigo mío, qué vida más loca y silenciosa la mía! ¡Tan solo!
¡Tan sin “descendencia”!

Friedrich Nietzsche

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