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Antecedentes
A inicios de la década de 1980, surge entre los profesionales que trabajaban directamente con
grupos populares un interés particular por el tema de la sistematización. Preocupaba la producción
de conocimientos que ampliaran los marcos de acción y comprensión de las experiencias de los
propios actores sociales.
Asimismo, como plantean Niremberg, Brawerman y Ruiz en su trabajo sobre “Programación y
Evaluación de Proyectos Sociales”1, este interés también estuvo estimulado por el
cuestionamiento a las formas tradicionales de evaluación de corte positivista, al considerar que
aquellas no daban cuenta de la riqueza de los procesos y trabajaban con categorías que
contraponían el sujeto que conoce y el objeto a conocer, a la vez que eran inadecuadas para
alcanzar explicaciones sobre problemas sociales complejos.
De esta forma, a partir de diversas prácticas, comenzaron a generarse propuestas para la
recuperación, la reflexión y el aprendizaje a partir de las experiencias. Estas propuestas ponían en
acento en los procesos de participación de los propios interesados: el equipo del proyecto y la
población de referencia.
En este marco, la sistematización de experiencias se orienta a la búsqueda de
formas/modalidades de producción de conocimientos sobre las prácticas de intervención en una
realidad específica. De esta búsqueda, han resultado distintas perspectivas y abordajes
metodológicos: algunas miradas ponen el foco en lograr transformar la experiencia en
conocimiento ordenado, fundamentado y transmisible, mientras otros enfoques, ubicados más
cerca de la tradición interpretativa o hermenéutica, apuntan a la comprensión, reconstrucción e
interpretación de los significados del sentido de la acción para los propios actores.
No es sistematización
En síntesis