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La entrada del Imperio ruso en la Primera Guerra Mundial significó el incremento de las penurias

económicas que sufrían sus habitantes, quienes en su mayoría vivían en situación de completa
pobreza; las derrotas militares y la creciente incompetencia del régimen zarista exacerbaron el
descontento de las masas rusas contra sus gobernantes. En febrero de 1917, el descontento
popular contra la guerra fue uno de los factores que impulsaron la abdicación del zar Nicolás II,
ante la amenaza de una sublevación masiva contra la monarquía. El Gobierno Provisional Ruso
tomó el poder, aunque competía con el Sóviet de Petrogrado.2 Pese a que la mayoría de la
población rusa deseaba concluir el conflicto contra los Imperios Centrales, Kérenski —primer
ministro desde el verano y antes ministro de Defensa— se negó a terminar la guerra,
argumentando que la incapacidad del mando militar zarista era la principal causa de las derrotas y
que una victoria importante incrementaría la fortaleza de su gobierno.2

Consciente de la inestable situación política en Rusia, el Gobierno del Imperio alemán decidió
permitir la entrada en territorio ruso a Vladímir Lenin desde su exilio en Suiza, con el objetivo de
ayudar al movimiento antibélico en Rusia, promovido por los bolcheviques y los anarquistas; los
alemanes esperaban así debilitar más a Rusia «sembrando pacifistas».2 Lenin salió de Suiza y cruzó
Alemania de sur a norte en un tren blindado; luego agentes del Gobierno alemán le facilitaron
pasar a Dinamarca y desde allí pasó a Finlandia, entonces provincia del Imperio ruso. Por tierra,
Lenin llegó a Rusia el 3 de abril de 1917, para liderar a los socialistas más extremos, denominados
bolcheviques; para finales de este mes, dos millones de soldados rusos habían desertado en un
período de dos meses.3

La nueva ofensiva del Gobierno Provisional, llamada Ofensiva Kérenski, se convirtió en una jugada
política clave para el sostenimiento del propio régimen. Los soviéticos, por su parte, ofrecían a las
masas terminar la guerra bajo condiciones irreales, ya que aseguraban que podrían obtener la paz
sin que Rusia debiera ceder territorio ni pagar indemnizaciones de guerra.2

La Ofensiva Kérenski comenzó el 1 de julio y rápidamente se convirtió en un desastre, por la


superioridad material de las tropas alemanas y la desmoralización de los soldados rusos, aún
dirigidos por un cuerpo de oficiales de origen aristocrático mayormente incompetente. La efectiva
propaganda soviética antibélica ya había hecho efecto en los soldados reclutados,2 en su mayoría
campesinos, que veían a la guerra como un obstáculo para el inicio de la revolución y como una
inútil pérdida de vidas, además de ser la causante de mayores penurias y privaciones para las
masas. El 14 de julio, después de haber conseguido tímidos progresos, la ofensiva rusa se estancó,
siendo la principal causa la deserción masiva de las tropas.2 Para septiembre, el frente oriental se
empezó a desmoronar con un nuevo avance de los alemanes.3

Intentando salvar al ejército ruso de su propia destrucción, el general Kornílov encabezó, en


agosto, un fallido golpe de Estado, el golpe de Kornílov. La repercusión del golpe fue negativa para
Kérenski: los conservadores le retiraron su apoyo luego de haber arrestado (traicionado según
ellos) a los líderes golpistas, y las clases populares desconfiaron aún más de Kérenski, al que
acusaron de haber apoyado inicialmente a Kornílov.2

Para inicios de noviembre de 1917, la posición de Kérenski era lo suficientemente frágil para la
ejecución de una «segunda revolución». Esta ocurrió el 7 de noviembre, con un exitoso
levantamiento de los bolcheviques en San Petersburgo, que dio inicio a la Revolución Rusa. La
Revolución de Octubre, realizada en noviembre de 1917, llevó a Lenin y a los bolcheviques al
poder. Inmediatamente se iniciaron las negociaciones para sacar a Rusia de la I Guerra Mundial. El
1 de diciembre se iniciaron las negociaciones para la firma de un armisticio. Se firmó el 16 de
diciembre, suspendiéndose las maniobras militares en todo el frente oriental al día siguiente,
desde Lituania hasta la Transcaucasia.4

León Trotski, que era el comisario de Relaciones Exteriores del Gobierno bolchevique, trató de
prolongar lo máximo las negociaciones,2 que se iniciaron en Brest-Litovsk el 22 de diciembre.
Dicha localidad era donde estaba ubicado el cuartel general alemán del Frente Oriental. Trotski se
reunió con los siguientes representantes enemigos: el comandante alemán del Frente Oriental,
general Max Hoffmann, el secretario alemán de Relaciones Exteriores, Richard von Kühlmann, el
ministro de Relaciones Exteriores austrohúngaro, el conde checo Ottokar Czernin, y el gran visir
otomano, Mehmet Talat.

Delegados de las Potencias Centrales: de izquierda a derecha: el conde Ottokar Von Czernin,
ministro de exteriores austrohúngaro, Richard von Kühlmann, su colega alemán, y Vasil
Radoslavov, primer ministro búlgaro.

Representantes de las Potencias Centrales:de izquierda a derecha: Hoffman, general alemán, Von
Czernin, ministro de Asuntos Exteriores austrohúngaro, Talaat Pasha, su colega otomano y Von
Kühlman, su equivalente alemán.

Trotski se encontraba ubicado entre dos corrientes de los bolcheviques, cada una con distintas
propuestas de finalizar la guerra.

Edición especial del Lübeckischen Anzeigen.

Una fracción radical, liderada por Nikolái Bujarin, aseguraba que las negociaciones debían iniciarse
con el mero objetivo de ganar suficiente tiempo para que el recién creado Ejército Rojo se
fortaleciese. Bujarin indicaba que las negociaciones también revelarían las ambiciones territoriales
de las Potencias Centrales, y que esto inspiraría a los obreros de Europa a alzarse en una lucha por
el socialismo.5 Afirmaba que una paz duradera entre un Estado capitalista y una república
socialista no era posible, y se oponía rotundamente a la firma de cualquier tratado.5

La otra fracción, representada por Lenin, consideraba que, si bien la revolución obrera en
Alemania era inminente, el Gobierno del káiser era muy fuerte todavía.5 Según Lenin, continuar la
guerra significaría la efectiva invasión de Rusia por los alemanes y la caída del régimen
bolchevique a causa de su propia debilidad militar. Afirmaba Lenin que el posterior estallido de
otras «revoluciones soviéticas» en el resto de Europa permitiría a Rusia recuperar el terreno
cedido a los alemanes,1 pero que era necesario que el Gobierno bolchevique ruso sobreviviera
hasta entonces.5 De esta manera, aunque concordaba con alargar las negociaciones de paz lo más
posible, la llegada de un ultimátum alemán debía forzar la firma de un tratado de paz, con el
objetivo de sacar a la naciente Rusia soviética de la guerra a cualquier precio.1

Trotski intentó conciliar ambas posturas, asegurando que si bien el joven Ejército Rojo era muy
débil aún como para oponer una fuerte resistencia al avance alemán, la firma de un tratado de paz
debilitaría la posición bolchevique, dándole credibilidad a las acusaciones de sus opositores
políticos (el Movimiento Blanco dentro de Rusia, y los Gobiernos adheridos a la Triple Entente),
que afirmaban que los bolcheviques habían estado aliados secretamente con Alemania durante
toda la guerra para así alcanzar el poder en Rusia.5 Trotski deseaba alargar las negociaciones, en
espera del ultimátum alemán, que rechazaría. Este rechazo debía desencadenar un levantamiento
obrero en Alemania en contra de la guerra, pues Trotski creía que los obreros alemanes rehusarían
continuar una guerra

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