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Dónde la palabra no bastó.

Esteban Meneses

Quisiera escribir, poner en palabras aquello que aún hoy


vuelve sin cesar a mi vida, quisiera poder trasmitirle al mundo
tantas cosas, entre muchas letras que rodean mis
pensamientos hay algo que se repite mucho: la vida es solo un
hilo, si, un pequeño hilo que cuelga en lo efímero de lo
humano, de sus decisiones, de sus palabras. La vida es un acto
subjetivo, existimos por la palabra y no solo por el cuerpo físico,
y aunque este sea el resultado, no es el principio, pues el origen
siempre esta entrelazado a dos seres humanos, así luego sus
destinos no estén atados.

Existen ciertas edades donde los impulsos internos


gobiernan o al menos son las que más influencia tienen a la
hora de tomar decisiones, donde la palabra es usualmente fútil,
un instrumento para el cuerpo.

Cómo casi todo lo que pasa en nuestras vidas, esto lo


entendí después. 2010 era un número que aparecía y aparecía
en mi vida, ahí, sin yo notarlo, nunca lo olvide. Simplemente
aparecía donde yo menos lo esperaba, estaba ahí sin hacerlo
consciente, volvía casi cómo si el destino quisiera que yo viera
algo, pero un día lo entendí, y hoy, escribo para no olvidarlo.
Aunque yo disocie lo que siento de lo que digo, y me cueste
mucho encarnar y pegar de mí cuerpo aquello que padece mí
mente, allí donde la palabra no bastó… Se marcó el rumbo de lo
que hoy soy.

En 2010 ocurrieron los hechos que hoy quiero escribir,


llevaba un año con Isabella, en ese entonces yo tenía 20 años,
ella 18, dos jóvenes que compartíamos mucho tiempo juntos, la
universidad, nuestras casas, ahí íbamos, juntos en ese proceso
de crecer e ir teniendo responsabilidades.

La verdad no tenía mucho dinero, lo poco que ambos


teníamos era para cosas propias de la universidad o lo
destinábamos a salir a cine, comer y una que otra rumba.
Nuestro recinto fue su casa que poco a poco fue recogiendo el
aroma de nuestro amor.

Para tener esa edad, donde casi todos los actos se


asocian a la locura y los excesos, nosotros éramos
relativamente sanos, de a poco adoptamos el semblante propio
de lo que implica hacer una carrera y asumir un proyecto de
vida. Isabella compartía mucho con su familia, una familia
nuclear, con valores y normas muy claros, ella nunca olvidaba
esto, nunca. ¿Yo?, era débil ante ciertos placeres, sucumbía y
como decía “me dejaba llevar” eso sí, todo lo que conseguía
tenía un gran esfuerzo, de algún modo, si vivía bajo la sombra
de no poder conseguir económicamente muchas cosas.

Isabella y yo habíamos construido una relación con


matices, mucha ternura, placer, pero como casi siempre pasa
donde hay mucho “amor”, también hay control y posesión. El
amor no es tan distinto como a una bacteria, comienza a
irrumpir en nuestras vidas, creemos llenarnos y de un
momento a otro, ¡boom!, estamos infectados de una locura
que puede impulsarnos en la vida o simplemente, destruirnos.
El precio a pagar por esa sensación que llamamos amor, son
sacrificios enormes, pero bueno, no es el tema de hoy, o si, ya
no sé bien.

Corría el mes de septiembre, un mes que me generaba


mucha presión, era amor y amistad, ¿de dónde iba a conseguir
dinero para el regalo, el motel? ¿Qué me inventaba que fuera
bonito, barato y que la hiciera sentir especial?, para un hombre
que dudaba tanto era difícil tomar partido, ya que siempre me
coloco la vara mucho más alto de lo que puedo o quiero
alcanzar.

Cómo pude, le di algún pequeño detalle e intenté con


palabras recordarle lo importante que era para mí, en
ocasiones las relaciones se convierten en el sostén de una vida
aburrida, hacemos con otro lo que en ocasiones no podemos
hacer solos. Pensé <<después miro como hago para pagar ese
dinero que preste>>, yo era un hombre que se metía en líos y
luego miraba como solucionaba, así pagara el doble, el triple o
una vida entera.

No fuimos a un motel, pero hicimos el amor, estábamos


solos en su casa, una oportunidad que no desaprovechamos,
ahora pienso que ser adultos no es tener cierta o aquella edad,
ni tampoco tener deudas o cuentas en el banco, ser adultos es
hacerse cargo de una idea, sostenerla en el tiempo. Yo sin duda
y a pesar de mi edad, era un niño, un niño irresponsable que no
lo sacó a tiempo y explotó de placer y sin medir consecuencias
dentro de su novia.

De ahí en adelante los recuerdos son muy confusos, no


sé bien porqué, quizá he intentado borrar mi culpa, quizá
intento matizar mi dolor, no sé, al principio creía que un evento
“traumático” era algo que no se borraba de la mente, que te
hacía despertarte en la noche sudando y gritando, yo,
simplemente difumine el mes que seguía en pequeñas
imágenes, recuerdos y palabras, quizá de ahí falle mi memoria,
como si algo en mi intuyera que un recuerdo es acercarse a
sentirse como si me-moría.

En una llamada hacíamos fuerza porqué las rayas de la


prueba casera diera negativo, las cosas no pasan con el drama
de la televisión, las dos rayas aparecieron inmediatamente y
con ellas, las defensas estúpidas que nos inventamos para
evadir la realidad, eso que uno insiste en llamarle esperanza,
era normal que yo pronunciara frases como: << esas pruebas
caseras fallan>> <<calma amor, el periodo te viene>>.

Pero no, los días pasaban y con la noche caían esas


ideas, caía la esperanza, Isabella y yo en cada instante con la
verdad en nuestras manos empezamos a imaginarnos una vida
con un h-i-j-o. Cuatro letras, cuatro simples letras que
superaban los que con 18 y 20 años éramos o suponíamos ser.

Cómo si fuese un sueño, nos recuerdo sentados, la tenía


en mis brazos, solos en una plaqueta donde se conmemoran
ejercicios militares, donde se proclaman himnos, ahí
estábamos, el hombre de la duda y la cobardía, junto a aquella
mujer atada a su familia y sus normas, estábamos juntos y
aunque jamás sabremos que siente la otra persona en su
totalidad, compartíamos una idea: estábamos jóvenes y tener
un hijo en este momento nos estropearía nuestras vidas y esos
utópicos planes que hacemos en la universidad, necesitábamos
apoyarnos en algo que combatiera esa angustia que carcomía
el alma, ese sentir de miedo que había reemplazado nuestra
sangre y ahora rondaba por el interior de nuestros cuerpos. Fue
así como decidimos abortar.

Mientras buscamos un laboratorio para corroborar la


información yo logré imaginar todos los escenarios posibles: la
reacción de mi familia, ¿me apoyarían? ¿me rechazarían?,
pensé incluso en trabajar y dejar la universidad, pero la historia
pesa y más si es una historia sin subjetivar, sin hacerla propia,
nunca una decisión es ajena a lo que somos, yo tuve la ausencia
de mis padres, tuve su displicencia y olvido, y aún cuando tuve
el amor de mi abuela y si bien corro a toda marcha, ese vacío y
desamor todavía me persigue. Isabella por su parte tenía
mucho amor, mucho apoyo, y perder eso le generaba pavor,
sabía que su familia era rígida y no la admitiría así, sería una
vergüenza para ellos. Qué curioso, dos historias distintas que
convergen en una decisión y un mismo destino.

Ahora, luego de tomada esa decisión debíamos


conseguir dinero e información de cómo realizar un aborto, no
es tan difícil cómo se cree, fue teclear en Google y aparecen
opciones, teléfonos y nombres de pastillas, incluso tienen la
suficiente información y base teórica para calmar la angustia
del peligro que hay en juego. Aparecieron nuevos escollos, ¿de
dónde sacamos ese dinero? ¿Qué vendíamos que no
despertara sospecha? El tiempo apremiaba, entre más corría el
embarazo más peligros existían.

Yo vendí un juego electrónico, ella, cogió una alhaja de


su madre y la vendió. La travesía por conseguir el dinero fue
ardua, el tiempo seguía corriendo, hoy, pienso que cuando uno
se enfrenta a una situación límite saca una fuerza del interior
que no conocemos, si fuésemos siempre así de decididos…

Cada que intento acordarme de esos días, queda un


vacío, una oscuridad profunda, pero hay algo que aún hoy me
perturba, la piedra con que me tropiezo continuamente. Yo
dudaba mucho, en el fondo algo de mi se alegraba con esa
imagen de ser padre, vivir aquello que yo no tuve, vivirlo desde
el otro lado, sí, eso es hacer lo que muchos padres hacen, tapar
sus propios vacíos con sus hijos, pero desde ese lugar quería
poder brindar un camino, un resarcimiento de mí mismo. La
única vez que me quebré fue justo cuando estábamos en un
centro comercial, donde muchas cosas de bebés están a la
venta, esa emoción me albergó, la imagen de ser padre creo un
nido en mi corazón que hoy nada ha llenado, cuando lloro, que
es muy poco, lloro por cosas simples, un partido de fútbol, algo
material, una novia que se va, cuando lloro en el fondo sé que
no es por nada de eso, es por esa imagen, por esa palabra que
no bastó para hacerte realidad.

Corrí a llamar a una amiga, me nombre como padre, dije


que iba a ser papá. Hacerse a un nombre es tatuarse en el alma
un sello imborrable, esa fue mi alegría, aún hoy la recuerdo.
Isabella se había adherido a esa idea, si bien nerviosa se alegró,
se llegó a entusiasmar.

Pero esa palabra no bastó, no bastó para calmar la


angustia, el miedo, no bastó para unirnos, no bastó,
simplemente, no bastó. Y cuando la palabra no alcanza,
deviene el acto. Fue así como tomé camino para ir por la
pastilla, recuerdo esos pasos, recuerdo recibir las indicaciones,
recuerdo entregarle el paquete a Isabella, recuerdo
escabullirme en mi recinto, en mi habitación de pánico, en
donde habitaba yo y mi cobardía, recuerdo cómo decidí olvidar.

De acá en más todo son palabras, esa noche Isabella


estaba sola, yo no podía acompañarla, nadie de nuestro
entorno podía darse cuenta, nada debía generar sospecha. Tras
el teléfono fui un testigo mudo de su vivencia, de la soledad de
esa mujer que debía enfrentar su propio destino, una decisión
que en el fondo es intima de su ser, ya que en su cuerpo
habitaba nuestro hijo, 5 semanas de cargarlo, así no lo deseara,
ahí estaba. Para ella, era real más que palabras, y es que en un
acto se pronuncia la sangre, el dolor, las lágrimas y la soledad,
ese vacío que ahora habitaba en ella y la acompañaría por
mucho tiempo y quizá para siempre, fue real. ¿Para mí?, me fue
difícil saberlo, hubo momentos que creí que nada pasó, que fue
un momento difícil y ya, pero no, ese acto fue significando la
palabra que me colmó y desestructuró, el nombre que busco y
no puedo encontrar, el que nunca podré decir, ahora solo
intento rodear este acto en búsqueda de una palabra que
basté, de un nombre que pueda hacer-me incorporar lo que en
octubre de 2010 aconteció, construir palabras para no huir de
nuevo, tejer en mi alma lo que la realidad me dista de no
existir.

Al tiempo Isabella se fue del país, cuando volvió


terminamos, nada era igual, nunca atribuimos nuestro
rompimiento al acto que después callábamos, hoy, en el fondo,
pienso que, si nos alejó, la palabra nos separo para siempre.

Y si bien cargué un collar durante mucho tiempo, si bien


me tatué, si bien me he confesado anónimamente y aunque
entre alcohol he pronunciado tú existencia o mi dolor, aun hoy
no sé cómo nombrarte, pese a todo, hoy, escribo para no
olvidarte, para hacerte existir, para hacerme cargo, para sacar
ese vacío que me habita, para hacerlo palabra, para moldearlo,
así, eternamente y frente a ti, fue justamente, donde mi
palabra no bastó.

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