Quisiera escribir, poner en palabras aquello que aún hoy
vuelve sin cesar a mi vida, quisiera poder trasmitirle al mundo tantas cosas, entre muchas letras que rodean mis pensamientos hay algo que se repite mucho: la vida es solo un hilo, si, un pequeño hilo que cuelga en lo efímero de lo humano, de sus decisiones, de sus palabras. La vida es un acto subjetivo, existimos por la palabra y no solo por el cuerpo físico, y aunque este sea el resultado, no es el principio, pues el origen siempre esta entrelazado a dos seres humanos, así luego sus destinos no estén atados.
Existen ciertas edades donde los impulsos internos
gobiernan o al menos son las que más influencia tienen a la hora de tomar decisiones, donde la palabra es usualmente fútil, un instrumento para el cuerpo.
Cómo casi todo lo que pasa en nuestras vidas, esto lo
entendí después. 2010 era un número que aparecía y aparecía en mi vida, ahí, sin yo notarlo, nunca lo olvide. Simplemente aparecía donde yo menos lo esperaba, estaba ahí sin hacerlo consciente, volvía casi cómo si el destino quisiera que yo viera algo, pero un día lo entendí, y hoy, escribo para no olvidarlo. Aunque yo disocie lo que siento de lo que digo, y me cueste mucho encarnar y pegar de mí cuerpo aquello que padece mí mente, allí donde la palabra no bastó… Se marcó el rumbo de lo que hoy soy.
En 2010 ocurrieron los hechos que hoy quiero escribir,
llevaba un año con Isabella, en ese entonces yo tenía 20 años, ella 18, dos jóvenes que compartíamos mucho tiempo juntos, la universidad, nuestras casas, ahí íbamos, juntos en ese proceso de crecer e ir teniendo responsabilidades.
La verdad no tenía mucho dinero, lo poco que ambos
teníamos era para cosas propias de la universidad o lo destinábamos a salir a cine, comer y una que otra rumba. Nuestro recinto fue su casa que poco a poco fue recogiendo el aroma de nuestro amor.
Para tener esa edad, donde casi todos los actos se
asocian a la locura y los excesos, nosotros éramos relativamente sanos, de a poco adoptamos el semblante propio de lo que implica hacer una carrera y asumir un proyecto de vida. Isabella compartía mucho con su familia, una familia nuclear, con valores y normas muy claros, ella nunca olvidaba esto, nunca. ¿Yo?, era débil ante ciertos placeres, sucumbía y como decía “me dejaba llevar” eso sí, todo lo que conseguía tenía un gran esfuerzo, de algún modo, si vivía bajo la sombra de no poder conseguir económicamente muchas cosas.
Isabella y yo habíamos construido una relación con
matices, mucha ternura, placer, pero como casi siempre pasa donde hay mucho “amor”, también hay control y posesión. El amor no es tan distinto como a una bacteria, comienza a irrumpir en nuestras vidas, creemos llenarnos y de un momento a otro, ¡boom!, estamos infectados de una locura que puede impulsarnos en la vida o simplemente, destruirnos. El precio a pagar por esa sensación que llamamos amor, son sacrificios enormes, pero bueno, no es el tema de hoy, o si, ya no sé bien.
Corría el mes de septiembre, un mes que me generaba
mucha presión, era amor y amistad, ¿de dónde iba a conseguir dinero para el regalo, el motel? ¿Qué me inventaba que fuera bonito, barato y que la hiciera sentir especial?, para un hombre que dudaba tanto era difícil tomar partido, ya que siempre me coloco la vara mucho más alto de lo que puedo o quiero alcanzar.
Cómo pude, le di algún pequeño detalle e intenté con
palabras recordarle lo importante que era para mí, en ocasiones las relaciones se convierten en el sostén de una vida aburrida, hacemos con otro lo que en ocasiones no podemos hacer solos. Pensé <<después miro como hago para pagar ese dinero que preste>>, yo era un hombre que se metía en líos y luego miraba como solucionaba, así pagara el doble, el triple o una vida entera.
No fuimos a un motel, pero hicimos el amor, estábamos
solos en su casa, una oportunidad que no desaprovechamos, ahora pienso que ser adultos no es tener cierta o aquella edad, ni tampoco tener deudas o cuentas en el banco, ser adultos es hacerse cargo de una idea, sostenerla en el tiempo. Yo sin duda y a pesar de mi edad, era un niño, un niño irresponsable que no lo sacó a tiempo y explotó de placer y sin medir consecuencias dentro de su novia.
De ahí en adelante los recuerdos son muy confusos, no
sé bien porqué, quizá he intentado borrar mi culpa, quizá intento matizar mi dolor, no sé, al principio creía que un evento “traumático” era algo que no se borraba de la mente, que te hacía despertarte en la noche sudando y gritando, yo, simplemente difumine el mes que seguía en pequeñas imágenes, recuerdos y palabras, quizá de ahí falle mi memoria, como si algo en mi intuyera que un recuerdo es acercarse a sentirse como si me-moría.
En una llamada hacíamos fuerza porqué las rayas de la
prueba casera diera negativo, las cosas no pasan con el drama de la televisión, las dos rayas aparecieron inmediatamente y con ellas, las defensas estúpidas que nos inventamos para evadir la realidad, eso que uno insiste en llamarle esperanza, era normal que yo pronunciara frases como: << esas pruebas caseras fallan>> <<calma amor, el periodo te viene>>.
Pero no, los días pasaban y con la noche caían esas
ideas, caía la esperanza, Isabella y yo en cada instante con la verdad en nuestras manos empezamos a imaginarnos una vida con un h-i-j-o. Cuatro letras, cuatro simples letras que superaban los que con 18 y 20 años éramos o suponíamos ser.
Cómo si fuese un sueño, nos recuerdo sentados, la tenía
en mis brazos, solos en una plaqueta donde se conmemoran ejercicios militares, donde se proclaman himnos, ahí estábamos, el hombre de la duda y la cobardía, junto a aquella mujer atada a su familia y sus normas, estábamos juntos y aunque jamás sabremos que siente la otra persona en su totalidad, compartíamos una idea: estábamos jóvenes y tener un hijo en este momento nos estropearía nuestras vidas y esos utópicos planes que hacemos en la universidad, necesitábamos apoyarnos en algo que combatiera esa angustia que carcomía el alma, ese sentir de miedo que había reemplazado nuestra sangre y ahora rondaba por el interior de nuestros cuerpos. Fue así como decidimos abortar.
Mientras buscamos un laboratorio para corroborar la
información yo logré imaginar todos los escenarios posibles: la reacción de mi familia, ¿me apoyarían? ¿me rechazarían?, pensé incluso en trabajar y dejar la universidad, pero la historia pesa y más si es una historia sin subjetivar, sin hacerla propia, nunca una decisión es ajena a lo que somos, yo tuve la ausencia de mis padres, tuve su displicencia y olvido, y aún cuando tuve el amor de mi abuela y si bien corro a toda marcha, ese vacío y desamor todavía me persigue. Isabella por su parte tenía mucho amor, mucho apoyo, y perder eso le generaba pavor, sabía que su familia era rígida y no la admitiría así, sería una vergüenza para ellos. Qué curioso, dos historias distintas que convergen en una decisión y un mismo destino.
Ahora, luego de tomada esa decisión debíamos
conseguir dinero e información de cómo realizar un aborto, no es tan difícil cómo se cree, fue teclear en Google y aparecen opciones, teléfonos y nombres de pastillas, incluso tienen la suficiente información y base teórica para calmar la angustia del peligro que hay en juego. Aparecieron nuevos escollos, ¿de dónde sacamos ese dinero? ¿Qué vendíamos que no despertara sospecha? El tiempo apremiaba, entre más corría el embarazo más peligros existían.
Yo vendí un juego electrónico, ella, cogió una alhaja de
su madre y la vendió. La travesía por conseguir el dinero fue ardua, el tiempo seguía corriendo, hoy, pienso que cuando uno se enfrenta a una situación límite saca una fuerza del interior que no conocemos, si fuésemos siempre así de decididos…
Cada que intento acordarme de esos días, queda un
vacío, una oscuridad profunda, pero hay algo que aún hoy me perturba, la piedra con que me tropiezo continuamente. Yo dudaba mucho, en el fondo algo de mi se alegraba con esa imagen de ser padre, vivir aquello que yo no tuve, vivirlo desde el otro lado, sí, eso es hacer lo que muchos padres hacen, tapar sus propios vacíos con sus hijos, pero desde ese lugar quería poder brindar un camino, un resarcimiento de mí mismo. La única vez que me quebré fue justo cuando estábamos en un centro comercial, donde muchas cosas de bebés están a la venta, esa emoción me albergó, la imagen de ser padre creo un nido en mi corazón que hoy nada ha llenado, cuando lloro, que es muy poco, lloro por cosas simples, un partido de fútbol, algo material, una novia que se va, cuando lloro en el fondo sé que no es por nada de eso, es por esa imagen, por esa palabra que no bastó para hacerte realidad.
Corrí a llamar a una amiga, me nombre como padre, dije
que iba a ser papá. Hacerse a un nombre es tatuarse en el alma un sello imborrable, esa fue mi alegría, aún hoy la recuerdo. Isabella se había adherido a esa idea, si bien nerviosa se alegró, se llegó a entusiasmar.
Pero esa palabra no bastó, no bastó para calmar la
angustia, el miedo, no bastó para unirnos, no bastó, simplemente, no bastó. Y cuando la palabra no alcanza, deviene el acto. Fue así como tomé camino para ir por la pastilla, recuerdo esos pasos, recuerdo recibir las indicaciones, recuerdo entregarle el paquete a Isabella, recuerdo escabullirme en mi recinto, en mi habitación de pánico, en donde habitaba yo y mi cobardía, recuerdo cómo decidí olvidar.
De acá en más todo son palabras, esa noche Isabella
estaba sola, yo no podía acompañarla, nadie de nuestro entorno podía darse cuenta, nada debía generar sospecha. Tras el teléfono fui un testigo mudo de su vivencia, de la soledad de esa mujer que debía enfrentar su propio destino, una decisión que en el fondo es intima de su ser, ya que en su cuerpo habitaba nuestro hijo, 5 semanas de cargarlo, así no lo deseara, ahí estaba. Para ella, era real más que palabras, y es que en un acto se pronuncia la sangre, el dolor, las lágrimas y la soledad, ese vacío que ahora habitaba en ella y la acompañaría por mucho tiempo y quizá para siempre, fue real. ¿Para mí?, me fue difícil saberlo, hubo momentos que creí que nada pasó, que fue un momento difícil y ya, pero no, ese acto fue significando la palabra que me colmó y desestructuró, el nombre que busco y no puedo encontrar, el que nunca podré decir, ahora solo intento rodear este acto en búsqueda de una palabra que basté, de un nombre que pueda hacer-me incorporar lo que en octubre de 2010 aconteció, construir palabras para no huir de nuevo, tejer en mi alma lo que la realidad me dista de no existir.
Al tiempo Isabella se fue del país, cuando volvió
terminamos, nada era igual, nunca atribuimos nuestro rompimiento al acto que después callábamos, hoy, en el fondo, pienso que, si nos alejó, la palabra nos separo para siempre.
Y si bien cargué un collar durante mucho tiempo, si bien
me tatué, si bien me he confesado anónimamente y aunque entre alcohol he pronunciado tú existencia o mi dolor, aun hoy no sé cómo nombrarte, pese a todo, hoy, escribo para no olvidarte, para hacerte existir, para hacerme cargo, para sacar ese vacío que me habita, para hacerlo palabra, para moldearlo, así, eternamente y frente a ti, fue justamente, donde mi palabra no bastó.