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Introducción
Las cartas pastorales de San Pablo (dos a Timoteo y una a Tito,
estrechamente relacionadas entre sí) tienen la peculiaridad de estar
dirigidas no a la comunidad concreta sino más bien a sus pastores. Resalta,
sobre todo, la segunda carta a Timoteo, un presbítero que recibe la
responsabilidad de guiar a otros por el camino del evangelio cuando él
mismo necesita ser sostenido, reforzado y consolado.
La segunda carta a Timoteo es un ejemplo vivo del acompañamiento
de Pablo a su discípulo, al que llama “hijo querido” (1Cor, 4,17 y 2Tim, 1,2).
“Reaviva el carisma de Dios que está en ti por la imposición de las manos”
(2Tim 1,6), típica exhortación paulina, es un reclamo del apóstol
experimentado al joven discípulo, para que progrese en santidad,
discerniendo lo que favorece a su identidad de presbítero. La relación de
Pablo con Timoteo es un ejemplo de acompañamiento espiritual.
El tema que vamos a reflexionar es precisamente el acompañamiento
espiritual de los presbíteros. Podemos comenzar la reflexión con el
compromiso de la relectura de las cartas pastorales, desentrañando los
consejos de Pablo a sus discípulos Tito y Timoteo, ya presbíteros y al frente
de una comunidad.
Comenzamos exponiendo el concepto de discernimiento espiritual, una
pieza clave de la teología y vida espiritual. A continuación, reflexionamos
sobre el acompañamiento espiritual, ampliando el concepto restrictivo que, a
veces, se tiene del mismo. Y, por último, nos centramos en una forma
peculiar y excelente de acompañamiento de hondo sabor espiritual: la
llamada dirección espiritual.
Cuando hablamos de acompañamiento espiritual, queremos abarcar
algo más que la tradicionalmente llamada dirección espiritual. Las “nuevas
formas de acompañamiento”, de carácter más institucional y comunitario, no
suplantan a la tradicional dirección espiritual sino que la valoran y la
proponen como un medio clásico y excelente de espiritualidad. Pero, a la
vez, la así llamada dirección espiritual necesita desprenderse de viejos
vicios y recuperar su esplendor: aquella sana pedagogía que nos ha dejado
tantos ejemplos de santidad, entre “directores y dirigidos”.
5 Se suele reservar para el primero, el verbo diakrinein, y para el segundo el verbo dokimazein.
Hablar hoy de la necesidad de discernimiento es reivindicar una categoría primordial de la vida espiritual
y moral en síntesis. Si Cullman acuñó la frase de que el verbo dokimazein es "la clave de toda moral
neotestamentaria" - aseveración que es corroborada por Spicq- desde el terreno de la Teología espiritual
el "discernimiento de espíritus" es un tema primordial, desde las aportaciones de la misma Teología y de
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la intrínseca circularidad espiritualidad-moralidad resalta que hablar hoy de
discernimiento supone abarcar las dos vertientes en su globalidad, como
estilo de vida evangélico.
Para Pablo, el discernimiento es parte imprescindible de la búsqueda
dinámica de la autenticidad cristiana, por lo cual es preciso mantenerlo
siempre en acción: hay que discernir las mociones que llevan la impronta del
Espíritu de las que le son contrarias. El cristiano que haya experimentado la
presencia del Espíritu ha de habituarse a esa percepción espiritual, a esa
finura del espíritu que le mantiene fiel a su identidad. El discernimiento se
basa en la transformación previa operada en el Bautismo y en la conciencia
progresiva del dinamismo espiritual que éste engendra: colaborar con la
gracia para alcanzar la santidad6.
A algunos el Espíritu les concede el carisma del “discernimiento de
espíritus” (1Cor 12,10), es decir, la capacidad de reconocer si una
determinada inspiración viene del Espíritu o del Maligno. Más a todos los
creyentes les da el “don del Espíritu”, que se recibe radicalmente con la fe y
el Bautismo y “habita en nosotros” (Rom 8,14). El Espíritu es, pues, el
elemento constitutivo de nuestro ser de cristianos, constituyéndonos hijos
“en la Iglesia” (1 Cor 12,13).
Para Pablo el discernimiento es la virtud del tiempo de la Iglesia,
situada entre la muerte y resurrección de Cristo y la parusía. Por ello,
reclama de los romanos: “No os amoldéis a este mundo, sino dejaos
transformar por una nueva mentalidad, para ser vosotros capaces de
distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, agradable y acabado” (Rom
12,2).
7 Jesús y los doce, enviados "de dos en dos"; Ananías ayudará a Pablo en los primeros pasos de
su conversión; Pablo aconsejará a sus colaboradores y comunidades. La experiencia propia de los
grandes místicos: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio, San Juan de Ávila…
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2.1. La dinámica espiritual
La Escritura habla del dinamismo de la vida espiritual como de un
camino y de una existencia en desarrollo. Es vida en camino y ninguna
condición o estadio puede considerarse definitivo: en la vida cristiana la
meta esta “más allá” y lo mejor de cada uno “habita en la esperanza”.
La vida de todo cristiano, y por ende del sacerdote, es un camino,
itinerario de respuesta a una llamada constante de plenitud en Cristo; es un
combate por vivir lo que somos, fidelidad a una vocación específica.
El camino de perfección es un proceso lento de relación, seguimiento,
imitación y configuración con Cristo. En la propia realidad humana pobre y
contingente, por el don de la fe a la luz del Espíritu, descubre el hombre que
es amado por un Dios Padre que entrega a su Hijo para la salvación de
todos. Y de este encuentro de gracia, nace en el hombre la decisión de amar
a Dios del todo y hacerle amar por todos.
La iniciativa de este camino de encuentro entre Dios y el hombre en el
amor de Jesús, a la luz del Espíritu, es siempre divina. Durante el camino el
hombre se abre a la gracia de Dios. Y la gratuidad del don reclama
receptividad activa por parte del hombre. Dios, que eleva al hombre por la
gracia a la categoría de hijo, espera respuesta de hijo en un ejercicio
constante de la caridad.
El camino espiritual, la dinámica espiritual, se sitúa así en el contexto
dialógico de la vida espiritual: la fuente de este movimiento de vida es la
comunión vital con el Padre, a la que llegamos mediante Cristo y que nos ha
sido dada en el Espíritu Santo. Nosotros, al responder, entramos mediante la
fe, la esperanza y la caridad en este diálogo trinitario. Se puede hablar de
crecimiento si estos actos se vuelven cada vez más intensos.
Se atribuye al Espíritu todo aquello que es dinamismo y renovación en
la Iglesia y en las personas. La Teología Espiritual ha afirmado siempre el
devenir progresivo de la santificación de la persona. El Espíritu actúa en ella
desde dentro y en armonía con el proceso de la vida personal.
La parada es contraria a la naturaleza misma de la vida espiritual. San
Bernardo enunciaba este principio: “El que no quiere adelantar, retrocede”. 8
Y cada individuo tiene un camino espiritual totalmente personal: por su
propia originalidad irrepetible, por las indicaciones imprevistas de la
dirección del Espíritu, por la misión que está llamado a desarrollar dentro de
la Iglesia.
8 Epist. 254, 4; PL 182, 461; San Agustín afirma: "Vive siempre descontento de tu
estado si quieres llegar a un estado más perfecto, puesto que cuando te complaces en ti
mismo, dejas de progresar. Si dijeras: ¡Ya basta! ¡Ya he llegado a la perfección! lo habrías
perdido todo": Serm. 169, 15; PL 38, 926.
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2.2. Estructuras al servicio del “acompañamiento”
Esta colaboración humana en la guía única del Espíritu,
tradicionalmente se ha reducido, sobre todo en su estudio y recomendación,
a la llamada “dirección espiritual”, centrándose quizás con excesiva
insistencia en la figura del “director” o “padre espiritual”. Sin embargo, la
misma crisis de esta figura, el nuevo talante postconciliar de corresponsa-
bilidad eclesial, y la propia psicología del hombre moderno, han potenciado
otros modos de acompañamiento. Estos “nuevos modos” no quieren eliminar
el tradicional rol de la dirección espiritual, pero sí suponen una revisión
crítica del término y figura tradicionales y una ampliación del campo del
acompañamiento espiritual.
La amistad
Cuando el mutuo amor alcanza un cierto grado de intensidad, de cali-
dad, de conciencia, toma el nombre de amistad. Esta se hace portadora de
todo el ser de la persona, conocimientos y experiencias que se transvasan
de uno a otro. Es un valor humano que se presta a ser un medio de
9 Cf. F. RUIZ SALVADOR, Caminos del Espíritu, EDE, Madrid 1978, págs. 539 ss.
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crecimiento espiritual y de colaboración en el camino de la santidad.
Se ha escrito mucho sobre la amistad. Como vehículo de valores espiri-
tuales ha provocado mucha literatura a favor y en contra. Realmente no es
fácil conseguir una amistad, y si a la vez queremos que en ella se incluyan
motivaciones espirituales de mutuo crecimiento hacia la santidad, aún más
difícil. Pero, los peligros posibles nos han hecho rechazar los valores reales
de esta dimensión profundamente humana. El ejemplo de Jesús con Juan,
Pedro, Santiago, Marta, María, Lázaro, la vida del mismo Pablo y Timoteo, la
amistad de muchos santos entre sí, es un estímulo.
Sólo pretendo llamar la atención: allá dónde se hable de amistad entre
dos personas, de grupo de amigos, de equipo en clima de amistad, si es
entre cristianos, aun más entre sacerdotes, el “valor amistad” no puede ser
sino un valor de acompañamiento mutuo en el crecimiento de lo mejor de sí,
camino hacia la santidad.
11 La peculiaridad del Quinquenio (sacerdotes ordenados en los últimos años, cinco o diez, años
de ministerio) necesita una especial atención. Sin discriminación y haciendo que colaboren ellos mismos,
el clero joven forma un grupo que necesita una programación adecuada y concreta dentro de la vicaría o
delegación del clero. Y una especial presencia del obispo. Hay experiencias muy positivas.
10 Reaviva el carisma que hay en ti
Una vez analizadas estas formas diversas de acompañamiento de
estilo más comunitario, pasemos a centrarnos en una forma peculiar de
acompañamiento personalizado: y a la que hemos llamado tradicionalmente
dirección espiritual.
13 Es claro que el único guía del cristiano y verdadero “director espiritual” es el Espíritu Santo. San
Juan de la Cruz escribe en un texto clásico: “Adviertan los que guían las almas y consideren que el
principal agente y guía y movedor de las almas en este negocio no son ellos (los directores), sino el
Espíritu Santo, que nunca pierde cuidado de ellos, y que ellos sólo son instrumentos para enderezarlos
en la perfección por la fe y ley de Dios, según el Espíritu que Dios va dando a cada una”: SAN JUAN DE
LA CRUZ, Llama, 3, 46.
12 Reaviva el carisma que hay en ti
la gracia del Espíritu que lo guía hacia el pleno desarrollo de su voca-
ción cristiana específica.
14 Cf. GIORDANI B., Una nueva metodología para la dirección espiritual, en Seminarios 28 (1982)
pág. 150; A. CRESPO, El acompañamiento espiritual, en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO,
Congreso de espiritualidad sacerdotal, Edice, Madrid 1989 págs. 523 ss.
15 El método de C. Rogers, nacido en el campo clínico y con finalidad terapéutica puede ser muy
útil para la dirección espiritual en orden al crecimiento en la propia vocación cristiana. Inspirarse en un
método clínico no equivale a identificar dirección espiritual y psicología. Se diferencian tanto
por el motivo como por la amplitud de los factores que convergen en cada una: “La
diferencia entre Rogers y la pastoral consiste en que Rogers quiere ayudar al hombre a que
se ayude a sí mismo, mientras que la acción pastoral quiere ayudar al otro a encontrar su
adecuada relación con Dios”: J. CALVO GUINDA, El legado pastoral de C. Rogers, en
"Seminarios" 33 (1987) pág. 97
16 Cf. Pastores dabo vobis, nn. 46-48
18 Cf. BENEDICTO XVII, Jesús de Nazaret, págs. 166 ss. Sería útil releer la ponencia del Cardenal
Martín en el Congreso de Espiritualidad Sacerdotal de Madrid (1989): Cf. C.M. MARTINI, El ejercicio del
ministerio, fuente de espiritualidad sacerdotal, págs. 173-189
15 Reaviva el carisma que hay en ti
"Reaviva el carisma de Dios que está en ti" (2Tim 1, 6). Esta típica
exhortación paulina es reclamo emblemático, que fundamenta un modelo ej-
emplar de acompañamiento espiritual.
- Entre Pablo y Timoteo “existe la cálida relación de la amistad”: al que
llama hijo legítimo en la fe, hijo querido (1,1), lo asocia como compañero de
camino, de penas y alegrías: “al acordarme de tus lágrimas, ansío verte,
para llenarme de alegría refrescando la memoria de tu fe sincera” (1,5).
- La “amistad se hace exigencia espiritual de desarrollo de la propia
vocación”. Desde la fe compartida y engendrada en Timoteo por la acción de
Pablo, el apóstol reclama discípulo: “por esto (la fe y el ministerio confiado)
te recuerdo que reavives el carisma de Dios que está en ti” (1,6).
- El maestro le recuerda a su discípulo que la fidelidad a la vocación es
“un hermoso combate” para crecer en la fe. Y resalta que para esta lucha
“Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza (dynamis) de
amor (ágape) y de ponderación (sofronismós)” (1,8). Le aconseja, aún, que
defienda “la saludable enseñanza, guardándola con la ayuda del Espíritu
que habita en nosotros” (1,13-14); y, conociendo su espíritu apocado, le
reclama: “saca fuerzas de la gracia que tenemos en el Mesías Jesús...
comparte las penalidades como buen soldado de Cristo” (2,1.3).
- Pablo reclama de Timoteo que agudice la capacidad de discernir, de
ponderar la calidad evangélica de la propia vida y la de la comunidad que
preside: “en una casa no sólo hay utensilios de oro y plata, también los hay
de madera y barro; unos son para usos nobles, los otros para usos
vulgares...” (2,20); Le invita a un discernimiento del momento vital personal:
"huye de las pasiones juveniles procura practicar la fe, la caridad…" (2,22); y
a un discernimiento del momento sociológico ambiental: “ten presente que
en los tiempos finales va a haber momentos difíciles...” (3,1).
- Pablo ofrece al discípulo su propia experiencia y testimonio: “doy
gracias a Dios, a quien sirvo con limpia conciencia” (1,3), “a pesar de mi
situación presente no me siento derrotado” (1,12), “¡qué persecuciones
padecí!, pero de todas me sacó el Señor” (3,12); a su vez, hace una
valoración de la vida de Timoteo: “siento un gran deseo de verte,
refrescando la memoria de tu fe sincera” (1,5), “tú seguiste mi enseñanza y
mi manera de vivir: mis proyectos, mi fe y paciencia, mi amor fraterno y mi
aguante en las persecuciones y sufrimientos” (3,10); y le renueva la
invitación a un ministerio fecundo: “el mensaje de Dios no está en-
cadenado” (2,10), “tú conoces desde niño las Escrituras... todo escrito ins-
pirado por Dios sirve además para enseñar, reprender, corregir, educar en la
rectitud...” (3,15-16), por eso “proclama el mensaje, insiste a tiempo y a des-
tiempo, usando la prueba, el reproche y la exhortación, con comprensión y
competencia” (4,2-3).
Introducción