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TEMA 1 – TEOLOGÍA I

EL HOMBRE: UN SER INQUIETO EN BÚSQUEDA


La búsqueda de sentido:
Desde la antigüedad el hombre se ha definido como un buscador de la verdad.
Aristóteles afirma que “todos desean conocer”. En nuestros días, la búsqueda de la
verdad y del sentido es una constante existencial. Hay preguntas fundamentales
que el hombre de todos los tiempos se ha planteado: ¿Vale la pena vivir?, ¿tiene
sentido la vida? ¿Qué es la felicidad? ¿Quién soy yo? ¿hacia dónde vamos? ¿Por
qué hay mal en el mundo?, etc. La pregunta por el sentido es constante en la
historia y está presente en todos los hombres; tiene las mismas características de
la naturaleza humana porque en ella radica: inmutable y universal. Pero es también
una pregunta personal, del individuo concreto que nace de su experiencia
existencial particular e irrepetible. Esto revela que en el hombre hay un deseo
constante de búsqueda. Su corazón es – como dice San Agustín – “inquieto”, nunca
tranquilo, nunca satisfecho, siempre necesitado, en búsqueda continua. Incluso si
ha alcanzado todo lo que se puede alcanzar en la vida, siempre es poco. Primero
necesita el dinero, la seguridad del puesto de trabajo, el poder, la diversión;
alcanzado todo esto se da cuenta de que no ha apagado la inquietud fundamental
porque son cosas y pasan. Entonces se dirige a las personas, teje amistades, crea
una familia, hace voluntariado y ayuda a los demás; pero, aunque los resultados
son muchos, también las personas pasan, las amistades se rompen, los familiares
mueren. El hombre se encuentra de nuevo inquieto e insatisfecho. Por eso busca el
sentido, quiere sentido, quiere felicidad; esta siempre en rebeldía, siempre en
tensión; busca sentido porque sabe que tiene sentido en sí mismo y no acepta el
sin sentido. El hombre que es un infinito finito, tiene necesidad de alguien que se
Infinito y que sea capaz de satisfacer plenamente sus anhelos profundos. Por eso
San Agustín, interpretando una experiencia humana universal, escribe: “Nos has
hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Sin embargo, frente a lo dicho, algunas expresiones de corte materialista,
fundamentan este querer dar sentido a la vida, este querer buscar más allá de lo
material y factico, como planteamiento de cerrazón. Según esto la apertura hacia
una realidad trascendente significaría la traición de las realidades terrenas y del
compromiso por mejorarlas. Por eso Feuerbach y Marx la llaman alienación, Freud
le atribuye el estatuto de enfermedad, Camus piensa que “si existe un pecado hacia
la vida, seguramente no es tanto el de desesperar, como el de esperar otra vida y
desnudarse de la implacable grandeza de esta, el cientificismo ve en ella un límite
para el desarrollo y el progreso. ¿Debemos contentarnos con estas respuestas a
las grandes interrogantes que tiene el hombre?
El hombre se interroga sobre el sentido de la vida porque por su propia naturaleza
de alguna manera la trasciende y la supera. Sólo un ser cómo el hombre que se
supera así mismo, puede cuestionarse así mismo, y dar espacio a la tendencia más
radical que él tiene: la voluntad de sentido que no es más que la tendencia humana
TEMA 1 – TEOLOGÍA I

a una Existencia llena de sentido. Pero ¿por qué el hombre es un ser en búsqueda?
¿Qué le hace ser una creatura inquieta e inconforme? ¿Qué es lo que en
profundidad desea? Para responder a estas interrogantes, es necesario detenernos
en el mismo hombre, y comprender su constitución ontológica.
La naturaleza humana es una naturaleza abierta:
Lo que define al hombre como tal no es la naturaleza en cuanto naturaleza, sino la
particularidad y singularidad de su naturaleza “humana”, que es una naturaleza
racional, es decir espiritual, lo cual no puede limitarse a la sola dimensión intelectivo
– volitiva, sino que abarca toda la persona en la totalidad de su cuerpo y de su alma.
El ser humano es tal, no solo porque es naturaleza, sino porque es “apertura”, o,
mejor dicho, porque su naturaleza es una naturaleza abierta. La misma estructura
de la corporeidad humana denota esto. Esta organización material requiere, en sí
misma, una instancia ultrabiológica. Esta instancia es lo que llamamos la
racionalidad o espiritualidad. Sin embargo, la peculiaridad humana no se da sólo
por esta dimensión espiritual cerrada en sí misma, esto es por una espiritualidad
pura. Lo específico de la naturaleza humana está en el hecho de que, incluso desde
el punto de vista biológico, el hombre es un ser aparte porque su dimensión
biológica es estructuralmente capaz de conformarse con el espíritu.
Además de esto, ciertamente, el elemento principal que nos permite distinguir la
naturaleza racional de la no racional es la capacidad de autoconocimiento (reditio)
que muy bien señalaba Sto. Tomas. Por este autoconocimiento el hombre es capaz
de volver sobre sí mismo y sus propios actos. De hecho, la característica principal
del hombre, en contraposición con el mundo puramente material, es la apertura al
absoluto. En el hombre esta apertura se manifiesta en todos los actos de su vida,
pero especialmente en los intelectivos-volitivos, es decir en la autoconciencia y
en la autodeterminación. En efecto, la propiedad esencial del espíritu, en
contraposición con la materia, es la libertad, la independencia, la infinitud. La
realidad material se encuentra circunscrita al espacio – temporalidad; el espíritu en
cambio, trasciende el espacio y el tiempo, tiende a superar todo límite, a ir siempre
más allá de lo que ya ha conquistado. Así la inteligencia humana no ocupa un
espacio ni en el cuerpo ni en el universo; trasciende el tiempo con la memoria que
recoge el pasado y con la esperanza anticipa el futuro, proyectándose en él.
Además, la inteligencia no se queda nunca en su sed de conocer y de indagar, sino
que quiere conocer cosas nuevas y, además, conocer mejor y más profundamente
lo que y ha adquirido, hasta tal punto que podría encontrar su satisfacción sólo si
podría encontrar la Verdad absoluta e Infinita hacia la que tiende. La inteligencia
humana va más allá de todo lo dado, no se contenta nunca con las cosas como
están dadas, sino que las modifica, trasforma, inventa cosas nuevas. Por esta
característica, el hombre, a diferencia de los animales, tiene cultura, inventa una
técnica, modifica el medio ambiente, crea una historia. Este dinamismo de la
inteligencia forma parte de la naturaleza humana, y por eso se puede hablar de una
naturaleza abierta o espiritual.
TEMA 1 – TEOLOGÍA I

Lo mismo podemos decir de la voluntad humana, que es la capacidad de tender a


un bien presentado por la inteligencia; tiene por eso la misma apertura infinita de la
inteligencia, no en el sentido de que puede abrazar el bien infinito, sino en el sentido
de que no se contenta nunca con el bien alcanzado y tiende a un bien siempre nuevo
y siempre más grande. Como la inteligencia es potencia ilimitada de verdad, así la
voluntad es potencia ilimitada de bien, de tal forma que podría descansar solo en el
gozo del bien ilimitado y absoluto. Por tanto, solo Dios puede saciar la infinita sed
de verdad y de bien que es propia del ser espiritual.
El hombre, por tanto, este hecho de modo que su misma estructura ontológica es
un reclamo y una referencia a absoluto.
Existe, por tanto, una naturaleza abierta, común a todos los hombres, que es el
presupuesto para el deseo y la búsqueda de Dios. La revelación cristiana es una
llamada al dialogo y encuentro con Dios. Esto es sin duda lo que ha reafirmado el
Catecismo de la Iglesia Católica,
27 El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por
Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre
la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con
Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque,
creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad
si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).
28 De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su
búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones,
sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas
formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:
Dios «creó [...], de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de
la tierra y determinó con exactitud el tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el
fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se
encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 26-
28).

Bibliografía:

 Ratzinger J. (2016) Introducción al cristianismo, Ed. Sígueme. Salamanca.


 Lucas. R. (2011) Absoluto relativo, Presupuestos antropológicos del mensaje revelado. Ed.
B.A.C. Madrid, España.
 Corazón, R. y Mateo L. (2010) Conceptos básicos para el estudio de la teología. Ed. Ediciones
Cristiandad, Madrid, España.
 Catecismo de la Iglesia Católica (1994) n° 27 – 28.

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