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Materia: Filosofía

Profesor: Matías Sajama


Curso: 4to
1. Un buen materialismo
(por Alain de Botton)
¿Qué sería el “buen” materialismo? ¿No es malo ser materialista? A veces pensamos que
el mundo se divide en materialistas y no materialistas. Los materialistas están
obsesionados con el dinero y las posesiones, son superficiales y egoístas. Los no
materialistas están preocupados por cuestiones más espirituales. Pero el materialismo
no es solo el hecho de comprar cosas y emocionarse por eso. Tenemos que distinguir
entre buen materialismo y mal materialismo. ¿Cómo? ¿Un “buen materialismo”? ¿No era
malo el materialismo? Eso al menos nos han dicho siempre.
Tratemos de entender el buen materialismo a través del camino de la religión, camino
que nadie asociaría inmediatamente con el materialismo. Para aquellos que creen que la
religión es algo fundamentalmente espiritual, puede resultar una sorpresa descubrir
como las religiones han hecho uso de cosas materiales.
Las religiones pasaron mucho tiempo creando cosas materiales: imágenes para colgar
en la casa, altares, templos, monasterios, arte, ropa. Se preocupan por estas cosas por
una razón: porque quieren que las cosas materiales sirvan al propósito de desarrollar
nuestras almas. Descubrieron que lo material afecta el alma.
La importancia de las cosas materiales estuvo por siglos
en el corazón del cristianismo. En la misa católica se le
da mucha importancia al pan y al vino los cuales se cree
son objetos materiales donde se encarna algo espiritual,
algo intangible: Cristo mismo. Cristo se hace presente en esa materia para ofrecerse en
comunión a sus fieles, recreando el momento de la última cena. Es un momento muy
importante y sagrado para los que participan de la ceremonia: esos objetos los afectan,
los conmueven, hacen que se sientan más cercanos a Dios.
Pero no solo en la religión se observa esta materialidad que tiene el poder de afectar el
alma. Por ejemplo, este reloj, diseñado por Dieter Rams, también expresa algo intangible
y también tiene la capacidad de afectar el alma. En apariencia es un reloj ordinario. Te
dice el tiempo, pero también encarna valores como pureza, simplicidad y armonía. Nos
dice cuando es la hora de la comida, pero también nos alienta a ser personas más
simples, más puras, más armónicas.
Esta radio, por ejemplo, también expresa o encarna un
puñado de valores importantes: honestidad, fuerza y
elegancia. Acercándonos a la radio, usándola,
comenzamos a parecernos un poco a ella, lo cual es una
parte importante de nuestra evolución interior.
Por lo tanto, podemos decir que los objetos materiales
juegan un rol positivo a nivel mental o espiritual en
nuestras vidas. Esto es si ideales más positivos y
elevados están encarnados en ellos.
En estos casos, usarlos diariamente nos da la posibilidad
de acercarnos un poco más a nuestro mejor yo.
Contenidas en algo material, estas cualidades
psicológicas, que de otra manera serian intermitentes en nuestro pensamiento y
conducta, pueden volverse más estables y constantes.
Esto no es lo mismo que decir que todo el consumismo es bueno. Depende de aquello
que el objeto material representa. Un objeto puede expresar lo peor de nosotros, como
la codicia, el deseo de ganar, pero también puede expresar los mejores aspectos de la
naturaleza humana como la simpatía, la amabilidad y el coraje.
Por eso, debemos tener cuidado de no condenar ni reivindicar en extremo el
consumismo. Tenemos que asegurarnos de que los objetos en los que estamos
invirtiendo sean capaces de estimular los aspectos más elevados de nuestro ser.

A ctividades
Objeto:
Valores o cualidades que encarna:

¿Buen materialismo o mal


materialismo?

Objeto:
Valores o cualidades que encarna:

¿Buen materialismo o mal


materialismo?

1. Observa las siguientes imágenes e identifica qué son y qué valores, cualidades o ideas
encarnan.

Objeto:
Valores o cualidades que encarna:

¿Buen materialismo o mal


materialismo?

2. El autor habla de un buen materialismo y un mal materialismo. Pero, ¿cuál es la


diferencia entre una postura y la otra?
3. Finalmente, ¿tenes algún objeto especial en tu casa que pueda relacionarse con un
buen materialismo? Tomale una foto si podes y contá algo acerca de él: donde lo
conseguiste, si es importante para vos y por qué sería parte de un buen materialismo.
2. La filosofía y el
“saber vivir”
1. La filosofía como búsqueda de la sabiduría
La palabra “philosophia” viene de los vocablos griegos “philos” y “sophia”, “sabiduría” y
“amor”, respectivamente. La filosofía sería entonces “el amor a la sabiduría”. Pero, ¿qué
significa “sabiduría”? ¿De qué está enamorado exactamente el filósofo?
Al interior de la sabiduría podemos distinguir dos componentes: la sabiduría teórica
(sophia) y la sabiduría práctica (phronesis). Ambas partes son inseparables y juntas
forman la auténtica sabiduría: la sabiduría teórica se refiere al juicio humano mientras
que la sabiduría práctica remite a la acción que se deriva de ese juicio.
Tener sabiduría teórica o sophia significa saber “juzgar correctamente”. Esto puede
ser entendido en dos sentidos:
1. El juicio es una facultad humana que nos permite distinguir el bien del mal y lo
verdadero de lo falso. El sabio sabe juzgar correctamente porque puede
precisamente realizar esas distinciones.
2. Pero el concepto de juicio también tiene otra acepción estrechamente conectada
con la anterior: el juicio es un pensamiento en el que se afirma o niega algo de
algo. El sabio juzga correctamente porque nada de lo que afirma o niega sobre la
realidad es falso.
Por otro lado, tener sabiduría práctica significa saber “actuar correctamente”. La
acción correcta guarda una relación directa con el juicio correcto. Si podemos ver y
distinguir correctamente el bien del mal y lo verdadero de lo falso, si no afirmamos ni
negamos falsamente, podremos orientar correctamente también nuestra acción.
La sabiduría puede ser definida entonces como “un saber vivir”: el que sabe juzgar y
actuar correctamente sabe vivir realmente. El que no dispone de sabiduría vive
atolondrado, sumido en el error, atrapado entre fantasmas, ilusiones y
permanentemente confundido.
Hemos definido la sabiduría y con ella al sabio. Pero, ¿quién es el filósofo?
El filósofo aspira a la sabiduría, quiere saber vivir, insertarse en la vida con autenticidad,
con corrección. Pero a diferencia del sabio, para quien la autenticidad ya está dada y
perfectamente encarnada, el filósofo aún lucha por conseguirla. Ha emprendido la tarea
de cuestionar juicios falsos y formar juicios verdaderos sobre la realidad y está en
proceso de ajustar su conducta a esos nuevos juicios. Pero aún no se ha realizado como
sabio.
Tomemos como ejemplo al filósofo Marco Aurelio (Roma, 121-180). Aunque Marco
Aurelio podía distinguir lo falso de lo verdadero y disponía de juicios verdaderos acerca
de la realidad, a diario debía realizar “recordatorios” de los mismos para evitar que los
juicios falsos tomaran control de su alma. En lo que respecta a la acción correcta, a
veces la lograba y otras veces, no. Por eso era importante para Marco Aurelio repasar,
antes de dormir, todos los aciertos y errores cometidos durante el día con el fin de darse
ánimos y corregirse.
Podríamos decir entonces que el filósofo es un “personaje intermedio” entre el ignorante
que simplemente vive su vida como todos los demás, sin preguntarse nunca nada y el
sabio que experimenta su existencia en total serenidad y con perfecta claridad.
Algunos dicen que el filósofo finalmente, después de un gran esfuerzo, llega a
convertirse en sabio, alcanzando la completa verdad en sus juicios y su acción. Otros
dicen que la sabiduría plena es en realidad algo inalcanzable y que el filósofo nunca llega
a liberarse plenamente de sus juicios falsos y que jamás deja de luchar con su propio ser
para alcanzar un comportamiento correcto. De una u otra manera, de lo que si podemos
estar seguros es de que es posible mejorar nuestra vida desde la filosofía.
El fin de la filosofía es entonces una vida más lucida, más libre, más feliz, en definitiva,
más sabia. Epicuro decía que nunca es tarde para comenzar a filosofar porque nunca es
tarde para ser feliz. Lo mejor será comenzar ahora y el mejor modo de hacerlo es
conversar con los filósofos del pasado, esos “buscadores de sabiduría”. Pero si hacemos
esto, nos toparemos rápidamente con una sorpresa: los distintos filósofos nos exponen
juicios verdaderos, distintas opciones de conducta, en fin, distintos modelos de
sabiduría. Pero cómo, ¿la verdad no es entonces una sola y la misma para todos los
hombres?
La cuestión de la verdad es otro de los grandes temas de la filosofía. Algunos sostienen
que es posible alcanzarla y que es una y la misma para todos. Otros dicen que es algo
subjetivo o relativo a cada época y que no hay una única verdad. Otros sostienen que es
algo que se va revelando y completando con el tiempo.
Pero la multiplicidad de verdades y modelos de sabiduría no nos tiene que ahuyentar.
Epicuro y los filósofos cirenaicos creyeron que la sabiduría tenía que ver con el placer,
para los estoicos tenía que ver con la voluntad, para los escépticos con la epoché y el
silencio, para Spinoza con el conocimiento y el amor. Creo que lo mejor será explorar
esos caminos e ir prestándole atención a las cosas que resuenen en nosotros, a aquellas
ideas que tengan “un color diferente”. Quizás así podremos ir armando nuestro propio
camino, nuestro modo personal de habitar el mundo.
En cierto modo, la sabiduría puede ser vista como la salvación, pero en este mundo.
¿Somos capaces de acceder a ella? No completamente. Pero esta no es razón para no
acercarnos. Nadie es completamente sabio, pero, ¿quién puede resignarse a estar
completamente loco?
Si quieres avanzar, decían los filósofos estoicos, has de saber adónde vas. La sabiduría
es el fin: la vida es el fin, pero una vida más feliz y más lucida; la felicidad es el fin, pero
una felicidad vivida en la verdad. El signo más claro de la sabiduría, decía el filósofo
Montaigne, es un gozo constante, el estado que procura es como el de las cosas situadas
más allá de la luna: siempre sereno. También Sócrates, Epicuro, Descartes y Diderot han
dicho que la sabiduría implica gozo, placer, acción y amor.
Nosotros que no somos sabios, que no somos más que aprendices de la sabiduría, es
decir, filósofos, todavía tenemos que aprender a vivir; nunca se acaba de aprender,
nunca se acaba de filosofar. Todo esto implica esfuerzo, pero también gozo. En todas las
demás ocupaciones, decía Epicuro, el gozo llega cuando el trabajo se ha terminado. Pero
en la filosofía, el gozo marcha de la mano del esfuerzo: no es después de aprender lo
que es la realidad que gozamos, sino que el aprendizaje y el goce van juntos.
A ctividades

1. Este de acá es un filósofo. Lee el texto nuevamente


y responde a las siguientes preguntas sobre él.
¿Qué siente?

¿Qué es eso que busca?

2. Explica en qué consiste la “multiplicidad de sabidurías” y como se resuelve dicho


“problema”
3. Sócrates. “Solo sé que no sé nada”

1. Biografía
Filósofo griego, nacido en Atenas (470 a.C – 399 a.C), hijo de Sofronisco, escultor, y de
Fenareta, de oficio partera.
Forma, como hacían los sofistas en su misma época, un grupo de discípulos y amigos,
entre los cuales destacan Platón, Alcibíades, Jenofonte, Antístenes, Critias, Critón,
Aristipo y Fedón, entre otros. Tras una vida entregada a interpelar a sus conciudadanos,
obedeciendo la voz interior de su daimon 1, y a instarles, según Platón, a que fueran
«mejores y más sabios», restablecida ya la democracia ateniense, es llevado a juicio
doblemente acusado de ser impío y corruptor de los jóvenes, por Anito, en nombre de los
artesanos y políticos, por Meleto, en el de los poetas, y por Licón en el de los oradores.
Condenado por el tribunal popular a beber la cicuta y tras rechazar los planes de huida
que le ofrece Critón, muere en la prisión de Atenas, rodeado de algunos de sus amigos y
discípulos y mandando decorosamente a su mujer Xantipa, que llevaba a su hijo
pequeño en brazos, que se ausentara.

2. El oráculo de Delfos y los inicios de la filosofía Socrática


Querofonte, un buen amigo de Sócrates, viajó hasta el oráculo 2 de la ciudad de Delfos
con una pregunta: ¿quién es el hombre más sabio de Atenas? El oráculo de Delfos
respondió que Sócrates era el hombre más sabio de todos. Cuando Querofonte le
comunicó al filósofo la respuesta, este último quedó perplejo: ¿cómo podía ser él el más
sabio? “Yo solo sé que no se nada”, decía Sócrates.
Sin embargo, muchas personas en Atenas parecían saber más que él: poetas, militares,
políticos, religiosos. Ellos sí parecían sabios; decían conocer desde la técnica para armar
barcos, hasta la valentía y el mejor modo de inculcarla en los más jóvenes. También
decían saber que era la justicia y cómo aplicarla; supuestamente, conocían todo sobre
los dioses y sabían que era lo que los dioses esperaban de los hombres.
En definitiva, muchos hombres en Atenas parecían estar en mejores condiciones para
asumir con mayor merecimiento que Sócrates el mote de “hombre más sabio de
Atenas”. Pero, ¿por qué el oráculo había dicho que Sócrates era el más sabio? Había un
modo de responder a esta cuestión, pensó Sócrates: “tengo que hablar con los que
parecen más sabios que yo”. Quizás así entendería en qué sentido podía ser más sabio
que estos otros. Al parecer ese habría sido el inicio de sus diálogos.
1
Sócrates le llamaba “daimon” a una supuesta vocecilla que le hablaba en el interior de su cabeza cada vez que estaba por hacer
algo incorrecto. Los demás lo acusaron de inventar un dios.
2
Los oráculos eran lugares custodiados por sacerdotes que decían tener comunicación con los dioses. La gente acudía a ellos cada
vez que quería saber algo importante. Los dioses contestaban las preguntas a través de sus intermediarios, los sacerdotes.
3. La docta ignorancia: “solo sé que no sé nada”.
Lo que pronto descubre Sócrates a través de sus diálogos con los “sabios de Atenas” es
que en verdad, él es el más sabio de todos, pero por una razón muy peculiar: a
diferencia del resto, Sócrates sabe que no sabe nada, reconoce y acepta su ignorancia,
mientras que los demás dicen saber y se muestran muy reacios a aceptar siquiera la
más remota posibilidad de ser ignorantes. En sus mentes ellos son sabios y aun después
de los diálogos de Sócrates conservan esta idea argumentando que Sócrates
simplemente los ha confundido.
La sabiduría de Sócrates se basa entonces en esta “docta ignorancia”, una ignorancia
que se sabe, una ignorancia positiva si se quiere, porque es la condición de un hombre
que ha trascendido la bruma de la confusión y los pretendidos y falsos saberes para
llegar a algo así como “un punto cero del conocimiento”. Da la impresión de que en los
llamados “diálogos socráticos” (las primeras obras de Platón), el Sócrates que dialoga ya
se ha descubierto a sí mismo como “el más sabio” (de otro modo, no se entendería su
razón para ser irónico).

4. El diálogo socrático
Sócrates no puso por escrito sus doctrinas, y todas sus enseñanzas, según el testimonio
de Platón, fueron orales. Aun así, se considera que los primeros diálogos platónicos son
algo así como registros más o menos fidedignos de la vida de Sócrates.
Sócrates teje diálogos consistentes en dos partes fundamentales: a) la ironía y b) la
mayéutica.
Todos los diálogos de Sócrates se inician con una pregunta, algo que él quiere saber, por
ejemplo: ¿qué es la justicia? ¿Qué es la belleza?
La fase de la ironía se caracteriza por un Sócrates que actúa como si estuviera en
presencia de un gran conocedor y como si él mismo fuera un niño que quiere aprender.
Incluso cuando el interlocutor comienza a evidenciar señas de que no sabe realmente lo
que dice saber (cuando las preguntas ya han sacudido su idea inicial), Sócrates continúa
tratándolo como un sabio, atribuyéndose a sí mismo la dificultad para entender.
Este momento es irónico porque Sócrates ya sabe que el otro no sabe, pero no puede
violentar el discurso de su interlocutor simplemente haciéndole ver que es un ignorante
de entrada, sino que debe, dicho vulgarmente, “adobarlo” hasta que pueda estar en
condiciones de aceptar que no sabe.
Una larga sucesión de preguntas y respuestas, lleva finalmente a que el interlocutor de
Sócrates reconozca en un momento su ignorancia, lo cual le deja en disposición de
comenzar, de la mano de Sócrates, la búsqueda de la respuesta a la pregunta inicial, la
definición que supondría un verdadero saber.
A esta segunda parte la llama el mismo Sócrates “mayéutica”, por tratarse de un arte
parecido al que ejerce su madre: la partera ayuda a las mujeres a dar a luz cuerpos,
Sócrates ayuda a los hombres a dar a luz pensamientos, definiciones.
Contadas así las cosas diríamos que Sócrates sabe que el otro no sabe, pero que
necesita del otro para conocer algo. Pero el requisito primero para poder contar con el
otro es que ese otro reconozca primero su ignorancia. Como la partera, Sócrates no da a
luz sus propios hijos (ideas), sino que ayuda a otros a dar a luz y en ese acto se ilumina a
sí mismo.
Hay que aclarar, por último, que en los diálogos socráticos no se arriba a definiciones,
entre otras cosas, porque usualmente los interlocutores interrumpen abruptamente la
segunda parte del dialogo y se retiran.

5. Un ejemplo de diálogo: Eutifrón


Uno de los supuestos sabios de Atenas con los que dialoga Sócrates es Eutifrón, hombre
profundamente religioso, pretendidamente conocedor de las leyes divinas y los deberes
que el hombre debe cumplir para contentar a los dioses.
El diálogo titulado precisamente Eutifrón se inicia con el encuentro entre Sócrates y
Eutifrón en el Pórtico del Rey, un tribunal dedicado a resolver cuestiones vinculadas a la
religión y el culto a los dioses. Eutifrón quiere denunciar a su padre por asesinato. Según
el relato de Eutifrón, uno de los esclavos de su padre se emborrachó y mató a otro
esclavo. El padre de Eutifrón mandó a que lo arrojaran a un pozo atado de pies y manos
en lo que sus mensajeros pedían la opinión legal de los exegetas (los conocedores de la
ley) en cuanto a lo que correspondía hacer. La cosa es que los mensajeros demoraron
mucho y el esclavo atado murió.
Muchos cuestionan la actitud de Eutifrón al acusar a su propio padre de homicidio y más
aun teniendo en cuenta que el muerto era precisamente un homicida, pero Eutifrón le
asegura a Sócrates que su acusación es definitivamente la acción correcta porque él
sabe lo que es “pío”. Entonces Sócrates le dice: ¿y qué es lo “pío” 3?
Sócrates le pide entonces que defina su idea de lo “pío”. Si puede definir con claridad
esta idea, será fácil establecer entonces si la acusación que dirige contra su padre entra
o no dentro de la categoría de lo pío. Haciendo uso de la ironía, Sócrates ensalza a su
interlocutor y le pide por favor que le enseñe algo que también podrá ser de gran
utilidad para su propio proceso judicial4.
Seguro de su conocimiento, Eutifrón responde que “pío” es lo que él hace, “denunciar a
su padre por haber cometido un asesinato”. Sócrates irónico le responde que quizás no
formuló bien la pregunta porque no obtuvo la respuesta que esperaba. Él no quería un
ejemplo de algo pío, sino una definición de “pío”.
Eutifrón responderá luego que “pio” es “todo aquello que agrada a los dioses”. Pero
Sócrates le hace notar lo siguiente: algo pio es pio porque es pio y no porque le agrade a
los dioses es pio. Es decir, que lo pio agrade a los dioses es solo un accidente, algo que
le sucede a lo pio, pero no es la definición de lo pio. Sigue sin saberse qué es “pio”. La
definición de Eutifrón sería como decir: “una pizza es algo que le gusta comer a los
italianos”, pero esta no es la definición de pizza, no nos dice “qué” es la pizza.

3
Hay que decir que vulgarmente cuando se habla de algo “pio”, las personas se refieren a algo que es del agrado de los dioses. Esta
es una definición que dará precisamente Eutifrón y que Sócrates rechazará.
4
Tal como se narra en Apología [la primera obra de Platón], Sócrates fue condenado a muerte, entre otras cosas, por cometer,
supuestamente, el acto impío de inventar falsos dioses. De ahí que en Eutifrón, Sócrates afirme que si Eutifrón le enseña qué es lo
“pío”, el podrá saber si su acción realmente va en contra de los dioses o no, constatación que podrá servirle como base para su
propia defensa.
A esta altura, Eutifrón muestra su desconcierto:
Eut. – No sé cómo decirte lo que pienso, Sócrates, pues, por así decirlo, nos está dando
vueltas continuamente lo que proponemos y no quiere permanecer donde lo colocamos.
Soc.- En efecto, [las palabras] no quieren permanecer donde las pones según te parece
a ti mismo.
Este es el punto en que termina el primer momento del método: Eutifrón percibe su
ignorancia. Luego, Sócrates comenzará con su mayéutica e intentará guiarlo hacia una
definición apropiada.
Aunque finalmente la definición no llegará a completarse y Eutifrón argumenta estar
apurado y se retira, impotente para dar una definición adecuada de “lo pío”, acorralado
y algo humillado por Sócrates.

6. Aporía5
La palabra “aporía” viene de “a-poros”, lo que no tiene cierre. Este es precisamente uno
de los rasgos distintivos de los primeros diálogos platónicos, los llamados “diálogos
socráticos”. Como puede verse en el caso del dialogo Eutifrón, la conversación entre
éste y Sócrates no arriba a una definición terminada de “lo pío”. Sin embargo, esto no
debe llevarnos a pensar que el dialogo ha fracasado. Algunos comentaristas de Sócrates
se inclinan a pensar que el propósito del filósofo quizás sea fundamentalmente ascético:
su tarea principal es liberar el alma de todas las concepciones erróneas que albergan en
ella. Se trata de un esfuerzo por dar lugar a lo que son las condiciones de posibilidad de
cualquier posible conocimiento verdadero (lo cual no es poca cosa).

7. ¿Por qué nos cuesta tanto cuestionar nuestras propias ideas?


La reacción de los “sabios” de Atenas ante la interpelación de Sócrates (el enojo y en
última instancia, la acusación y condena del filósofo) puede llevarnos a preguntar: ¿Por
qué es tan difícil aceptar la posibilidad de estar equivocados? ¿Por qué nos ponemos a la
defensiva cuando alguien cuestiona lo que pensamos? Es decir, más allá de la
experiencia concreta de los diálogos, la filosofía de Sócrates nos abre la posibilidad de
analizar el fenómeno vivo del hombre rechazando el cuestionamiento de sus ideas
“personales”. El filósofo Alain de Botton elabora una respuesta a estos interrogantes.
En toda sociedad se manejan nociones referentes a qué creer y cómo comportarnos.
Algunas de estas convenciones sociales se formulan de modo explícito en un código
legal, otras se mantienen de manera más intuitiva en un vasto acervo de juicios éticos y
prácticos descrito como “sentido común”, que dicta la forma de vestir, los valores
económicos que deberíamos adoptar, las personas a las que deberíamos apreciar, las
normas de comportamiento y el modelo de vida doméstica.
Empezar a cuestionar estas convenciones que le dan forma a la vida social puede
resultar extraño o raro, incluso violento. El que cuestiona puede ganarse la desconfianza
de los demás y volverse realmente impopular. Si el sentido común está blindado frente a
5
Según el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber, el gran mérito de Sócrates no fue encontrar definiciones o verdades sino descubrir
que nadie puede realmente acceder a la verdad en este mundo. Este descubrimiento lo habría llevado a enfrentar a los pretendidos
“dueños de la verdad”. La experiencia socrática estaría también en el origen de la teoría de las ideas de Platón: la verdad es de otro
mundo.
las preguntas es porque sus juicios se estiman demasiado sensatos como para
convertirse en objetos de escrutinio. Apenas resultaría aceptable, por ejemplo, preguntar
por qué trabajamos, por qué la gente se casa o por qué tenemos vacaciones. Son cosas
que simplemente se hacen y no se cuestionan.
Los antiguos griegos disponían de otras tantas convenciones de sentido común y las
sustentarían con análoga tenacidad. Los griegos creían en muchos dioses, dioses del
amor, de la caza y la guerra, dioses con poder sobre la cosecha, el fuego y el mar. Antes
de embarcarse en cualquier aventura, se encomendaban a ellos en un templo o bien en
un pequeño altar doméstico y sacrificaban animales en su honor. Resultaba caro: Atenea
costaba una vaca; Artemisa y Afrodita, una cabra; Asclepio, una gallina o un gallo. Los
griegos veían con buenos ojos la posesión de esclavos. En el siglo V a.C. tan sólo en
Atenas llegó a haber entre ochenta y cien mil esclavos, uno por cada tres individuos
libres. Los griegos eran también un pueblo muy guerrero y adoraban el valor en el
campo de batalla. Para dar la talla como varón, uno tenía que ser capaz de segar la
cabeza de los adversarios.
Nada de ello habría llamado la atención de los contemporáneos de Sócrates. Se habrían
sentido desconcertados y furiosos si se les hubiera preguntado por los precisos motivos
que les llevaban a sacrificar gallos a Asclepio o por la razón de que los hombres
necesitasen matar para ser virtuosos. Habría resultado tan obtuso como preguntarse por
qué la primavera sucede al invierno o por qué el hielo es frío.
Mas no sólo la hostilidad ajena puede disuadirnos de todo cuestionamiento del status
quo6. Nuestra voluntad de dudar puede verse minada con análoga fuerza por un
sentimiento interior de que las convenciones sociales han de poseer un sólido
fundamento, aun cuando no acertemos a conocer con precisión de cuál se trata, puesto
que han contado con la adhesión de muchísima gente durante largo tiempo. Se nos
antoja poco plausible que nuestra sociedad pueda hallarse gravemente equivocada en
sus creencias y que, al mismo tiempo, seamos los únicos en advertir esta circunstancia.
Sofocamos nuestras dudas y seguimos la corriente porque no somos capaces de
concebirnos como pioneros de verdades difíciles e ignotas hasta la fecha 7.

6
“Status quo” significa “el estado de las cosas”, es decir, el orden de las cosas en un momento dado
7
Este último fragmento fue tomado de la obra Las Consolaciones de la Filosofía de Alain de Botton. Se trata de un acercamiento
bastante original a la actitud de Sócrates, donde se expone y defiende la posibilidad de usar el método socrático [en una versión
propia de de Botton] para analizar y cuestionar todas las creencias o “verdades” propias del sentido común (ese acerbo social de
“verdades”).
A ctividades

1. Te invito a que reconstruyas la vida de Sócrates, desde su época de familia con


Xantipa y sus hijos, pasando por la novedad del oráculo de Delfos, sus diálogos, su
descubrimiento de la docta ignorancia, sus discípulos, su juicio y muerte.
2. Explica la idea de “docta ignorancia” de la que habla el texto.
Trabajo
Para finalizar te invito a realizar estas actividades. La idea es poder recuperar algunos
integrador.
conceptos principales expuestos a lo largo de estos textos. Al trabajo deberás realizarlo
en tu carpeta o cuaderno para que puedas entregarlo al regresar a clases.
1. Realiza un cuadro comparativo señalando las diferencias entre buen materialismo
y mal materialismo.
2. Define en que consiste la sabiduría qué buscan los filósofos.
3. ¿En qué consiste la “docta ignorancia” y cómo llega Sócrates a ella?
4. ¿Cuáles son los momentos del dialogo socrático? ¿Qué significa que terminan en
una “aporía”.

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