Clásicamente el origen de la neuropsicología se ha remontado al siglo XIX con la documenta-
ción por parte del médico y antropólogo francés Paul Broca, sobre cuales lesiones cerebrales frontales izquierdas alteran la articulación del lenguaje (Broca, 1863). Después de Broca, se continúo el interés por el análisis de la organización cerebral del len- guaje. Es así como en 1874, Karl Wernicke propone una clasificación de los trastornos adqui- ridos del lenguaje (afasias) que fue posteriormente complementado por Lichtheim, dando lugar al primer modelo de clasificación de las afasias, usualmente conocido como el esquema de Lichtheim‑Wernicke (Ardila y Rosselli, 2007). Luego de la presentación inicial de Wernicke, se hicieron populares tanto la búsqueda de correlaciones clínico-anatómicas de las diferentes variedades de afasia, como el empleo de diagramas para explicar las alteraciones en el len- guaje (Bastian, 1898; Charcot, 1877; Kleist, 1934; Lichtheim, 1885; Nielsen, 1936). Más tarde, Munk (1881) se refirió a la ceguera psíquica para explicar los defectos perceptuales consecuentes al daño cerebral en perros experimentales, condición posteriormente estudia- da por Lissauer (1890) en humanos. En esa misma época, Freud (1891) introdujo el término agnosia, que finalmente reemplazó la denominación de ceguera psíquica. Posteriormente, el término agnosia se utilizó para referirse no sólo a alteraciones preceptúales en el sistema visual, sino también a las alteraciones preceptúales auditivas (agnosias auditivas), y a los tras- tornos preceptúales somatosensoriales (agnosias táctiles), a los defectos en la percepción del propio cuerpo (agnosias somáticas o asomatognosias) y a las fallas en el reconocimiento espacial (agnosias espaciales) (Ardila y Rosselli, 2007). A principios del siglo XX se continuó el interés por definir las alteraciones consecuentes a diferentes tipos de patología cerebral y en 1900 Liepmann introdujo el concepto de apraxia, como una incapacidad para realizar determinados movimientos bajo la orden verbal, sin que exista parálisis de la extremidad correspondiente. Kleist (1912) y posteriormente Poppelreuter (1917) se refirieron a una apraxia óptica para describir las dificultades que tienen algunos pacientes para realizar actividades que requieren un adecuado control visual de los movimien- tos, tales como dibujar, y evidentemente distinguible de la apraxia ideomotora descrita por Liepmann. Diez años después Kleist introdujo el término apraxia construccional para designar las alteraciones en las actividades formativas tales como ensamblaje, construcción y dibujo, donde la forma espacial del producto es inadecuada, sin que exista apraxia para los movimientos simples (apraxia ideomotora). En la apraxia construccional existe además una buena percep- ción visual de formas y adecuada capacidad para localizar los objetos en el espacio. Durante este periodo de las correlaciones clínico-anatómicas, se desarrollaron dos puntos de vista con relación a la organización cerebral de las funciones cognitivas: una interpreta- ción localizacionista y otra holista. La posición localizacionista restringía las funciones cog- nitivas a áreas específicas del cerebro, como lo hizo Broca, en tanto que la posición holista atribuía estas mismas funciones a regiones mucho más amplias y suponía una organización cerebral de las diversas funciones cognitivas mucho más dinámica, como lo sugirió Jackson (1864). Un representante muy importante de este punto de vista holista fue el alemán Kurt Goldstein (1936), cuyos escritos tuvieron una importante repercusión en el desarrollo de la neuropsicología europea y americana. En la actualidad con frecuencia se utiliza el concepto de sistemas funcionales. Tal con- cepto fue sistematizado particularmente por Luria (1966) y desarrollado por otros autores
Neuropsicología infantil: historia, conceptos y objetivos 5
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