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EJERCICIO 4

EL SILENCIO

Son muchos los que andan buscando constantemente, pero sólo encuentran los
que permanecen en constante silencio... El hombre que se complace en la
abundancia de palabras, aunque diga cosas admirables, está vacío por dentro. Si
amas la verdad, sé amante del silencio. El silencio, como la luz del sol, te
iluminará en Dios y te librará de los fantasmas de la ignorancia. El silencio te unirá
con el propio Dios... Más que cualquier otra cosa, ama el silencio, que habrá de
darte un fruto que ninguna lengua humana es capaz de describir. Al principio
hemos de violentarnos a nosotros mismos para permanecer silenciosos, pero
luego nace algo en nosotros que nos arrastra al silencio. Ojalá te haga Dios
experimentar ese "algo". Si lo logras, una luz inefable te iluminará... y, al cabo de
un tiempo, una indecible dulzura nacerá en tu corazón, y el cuerpo se verá casi
obligado a permanecer en silencio.
Anthony De Mello, sj.

I. Introducción

Recordemos lo ya dicho: los EE son ejercicios de oración. Y la oración es ejercicio de


silencio.
Recordemos también los diez recursos para orar. Ellos se refieren al callarse uno mismo:
"Nada de fórmulas recitadas sin sentido".
Este es el tema a tratar ahora: el silencio. El silencio reviste para algunos una atmósfera de
tristeza, pero para el que lo descubre significará la libertad.

II. ¿Por qué es importante en nuestras vidas?

Porque plenifica la vida humana. No todos tenemos vocación de ermitaños, pero sí la


necesidad imperiosa de hacer silencio para poder escuchar nuestra voz interior, la voz de nuestro
verdadero ser.

El discípulo quería un sabio consejo.


"Ve, siéntate en tu celda y tu celda te enseñará la sabiduría", le dijo el Maestro.
"Pero si yo no tengo ninguna celda... yo no soy monje..."
"Naturalmente que tienes una celda. Mira dentro de ti" (Anthony de Mello, S.J. "¿Quién
puede hacer que amanezca?").
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La experiencia del silencio originará el acercamiento, el contacto, el diálogo con el


Creador, aquel que nos alienta y es fuente de vida.
¿Qué sucede cuando no logramos oír esta voz interior, es decir, cuando no logramos
escuchar en lo más profundo de nuestro ser la voz de Dios?
"El mundo de los hombres ha olvidado las alegrías del silencio, la paz de la soledad que
es necesaria, hasta cierto punto, para la plenitud de la vida humana. No todos los hombres
tienen la vocación de ermitaños, pero todos los hombres necesitan el silencio y la soledad en sus
vidas para poder oír la profunda voz interior de su verdadero ser, aunque sólo sea de vez en
cuando. Cuando esta voz interior no se oye, cuando el hombre no puede alcanzar la paz
espiritual que proviene de la perfecta integración con el verdadero yo, la vida es siempre
miserable y agotadora. Pues el hombre no puede vivir felizmente durante mucho tiempo a
menos que esté en contacto con las fuentes de la vida espiritual, ocultas en las profundidades del
alma. Si el hombre está constantemente exilado de su hogar, apartado de su soledad espiritual,
deja de ser una persona. Ya no vive como un hombre. No es siquiera un animal sano. Se
convierte en una especie de autómata, que vive sin alegría porque ha perdido toda
espontaneidad. Ya no se mueve a impulsos del interior, sino sólo mediante impulsos exteriores.
Ya no toma decisiones por sí mismo; deja que las decisiones sean hechas para él. Ya no actúa
sobre el mundo exterior, sino que deja que el mundo exterior actúe sobre él. Está impulsado en
la vida mediante una serie de colisiones con las fuerzas exteriores. Su vida no es ya la vida de
un ser humano, sino la existencia de una bola de billar consciente, de un ser sin propósito y sin
una respuesta profundamente válida a la realidad". (T. Merton, "La Vida Silenciosa").

La creación, toda ella, posee la marca de Dios, su huella. Podemos descubrirlo en la


naturaleza: la belleza y la armonía de los paisajes, las cordilleras, las lagunas, las aves, las
plantas, etc.
Pero nosotros también somos creación de Dios y poseemos de manera excelente y
única la marca de nuestro Creador. Esta marca se encuentra en el propio corazón, en la
profundidad de nuestro corazón. Por eso, afirmamos que un encuentro con nosotros mismos
también implica un encuentro con Dios. Quien se encuentra a sí mismo, encuentra en el fondo
de su corazón al mismo Dios.

Si logramos escuchar nuestra voz interior, lograremos escuchar la voz de Dios.


Sin embargo, y por eso, el hecho de no escuchar nuestra voz interior implica un
alejamiento de nuestra fuente de vida, de nuestro alimento espiritual, de nosotros mismos y de
Dios.
Y el hombre se convierte en una marioneta. La angustia invade su ser y su vida pierde
valor. Empieza entonces la búsqueda desesperada de la Fuente de Vida. Pero nuestra
civilización vive sumergida en el ruido. El hombre no puede encontrarse a sí mismo porque es
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incapaz de soportar el silencio. De esta manera opta por atiborrarse de cosas que cree
necesarias, pero poco tarda en darse cuenta que sigue vacío y hastiado; los oídos están
constantemente oyendo cosas, pero ya no saben escuchar.

Y así pasamos nuestro tiempo, sumergidos en un océano de ruidos que no sólo va


minando nuestra capacidad de audición, sino también nuestra capacidad de comunicarnos con
los demás y contemplar.
El ritmo frenético de la vida nos hace vivir en la periferia de las cosas y llega un momento
dado que para sobrevivir tenemos que "acallar el silencio", ese silencio que nos intimida, que está
muy lejos de nuestro alcance, que nos haría enfrentarnos con nosotros mismos y con las
realidades profundas de quienes nos rodean. No podemos volver atrás y tenemos que acallar el
ruido con un ruido mayor.

Entonces, el diálogo se vuelve discusión porque no se sabe escuchar y la discusión se


transforma en un concurso de capacidad pulmonar para decidir quién grita más y tapa los
sonidos del otro.

El hombre pretende saciar vanamente su sed de Infinito con lo finito. Y esta sed sólo
puede ser saciada con lo Infinito, con Dios, a quien podemos encontrar en el silencio de nuestro
corazón.

III. El Silencio transforma

A través del silencio lograremos encontrar aquella paz que origina el encuentro profundo
consigo mismo y con Dios.

Jesús guardó silencio durante treinta años: su palabra fecunda fue engendrada en el
silencio. Y es que sólo callando aprendemos a hablar, a comunicarnos.

Sólo el amor da fecundidad verdadera, expresión y plenitud al silencio y ese es el silencio


de la vida.

El desierto tiene valor porque revela el silencio. Y el silencio tiene valor porque nos
revela a Dios y a nosotros mismos y a los demás.

Porque el silencio es mediador, es también oración. El amor es ejercicio de oración y la


oración ejercicio de silencio.
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No es que el silencio esté por encima de la palabra. Sucede que en el silencio se
escucha la Palabra viva que da el ser a todos los seres que existen. Por eso sólo deberíamos
romper el silencio cuando las palabras sean más hermosas que él.

Matar el silencio es matar el espíritu. Porque el espacio del espíritu -allí donde puede
abrir sus alas- es el silencio.

La capacidad de silencio del hombre es el termómetro de su calidad y nobleza.

Cuanto más capaz es el hombre de construirse y crearse en el retiro y el silencio, más


capaz será de darse en la acción.

El silencio auténtico es una atmósfera, se le respira. Purifica y tonifica interiormente.


Todo lo transforma, hasta la acción más externa a nosotros.

El silencio es medio para ser conscientes, para darnos cuenta, para experimentar, para
sentir.

Hacer silencio es embarcarse en la aventura (jamás contada) más hermosa de nuestras


vidas.

Es el encuentro con Dios, con nosotros y con los demás. Dios es Comunicación y
Palabra, pero también Silencio.

ESCONDRIJO

El Maestro llegó a ser una verdadera leyenda viviente. Se decía incluso que en una
ocasión Dios le había pedido consejo: "Quisiera jugar al escondite con la humanidad. He
preguntado a mis ángeles cuál es el mejor lugar para esconderse, y unos me han dicho que el
fondo del océano, otros que la cima de la más alta montaña, y todavía otros me han dicho que la
cara oculta de la luna o alguna estrella lejana. ¿Qué me sugieres tú?”.

"Escóndete en el corazón humano", respondió el Maestro. "Es el último lugar en el que


pensarán". (Anthony de Mello, S.J. "¿Quién puede hacer que amanezca?”).

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