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EL NIÑO Y EL MAÍZ

Mito Tepehua

na mujer se había casado con un hombre que sabía tocar música. El

hombre tocaba por toda la ciudad, para alegrar a su pueblo. Pero había otros

hombres a quienes no les gustaba escucharlo, y se propusieron matarlo. Hicieron

entonces un banquete y lo invitaron para que viniera a tocar. No bien llegó, le

dijeron que primero debía comer y le trajeron un plato muy grande. La intención de

esta gente era obligarlo a tragar hasta que se le reventara el estómago. El hombre

comió hasta donde pudo y después no quiso seguir, pese a las insistencias. Viendo

esto. Lo invitaron a jugar la pelota. Estos hombres eran varios y llevaron pelotas de

fierro. Todos se las dispararon a un mismo tiempo, y el músico no pudo atraparlas,

y así lo mataron. Recogieron entonces el cuerpo y lo arrojaron lejos, para que nadie

lo encontrara.

La mujer del músico aguardaba un hijo. Este hijo le avisó en sueños que

nacería muerto pero que no lo llorara, que lo enterrara nomás junto a unas piedras

que estaban cerca del sitio en que ella iba siempre a lavar. Efectivamente, el niño

nació muerto y la mujer lo enterró allí.

Un día encontró en la sepultura unas matitas de maíz y se puso a arrancar

todas las hierbas malas que las rodeaban, para que crecieran bien. Crecieron, y

meses después, la mujer pudo cosechar algunos elotes. Con estos elotes hizo

tortillas para el día siguiente, pues iba a salir con otras mujeres a coger camarones.

Cuando el sol estuvo alto se sentó en una sombra y sacó las tortillas del

morral. Pero al morder una la halló muy amarga, Le dio a probar a sus compañeras

y todas le dijeron que estaban muy amargas.

Las guardó otra vez en el morral, pero ya de regreso pensó que no servían y
las arrojó a un pozo. Pero en ese pozo había una tortuga, que cargó las tortillas y

las llevó lejos. En el camino éstas se convirtieron en un niño.

La tortuga lo fue criando. El niño aprendió a flechar peces y a cazar para

alimentarse. Un día la tortuga le dijo quién era su mamá, para que fuera a buscarla.

El niño llegó al fin donde su madre.

-¿Quién eres? ¿De dónde vienes?-le preguntó ella.

–Vengo de unas matas de maíz- respondió el niño- A mi padre lo mataron

en el campo de pelota; era músico.

La mujer lo reconoció como su hijo y lo cubrió de besos.

-¿Dónde está el instrumento de papá?- preguntó el niño

–El instrumento de tu papá se acabó de despegar y ya no está- contestó la

mujer. – Debe estar en el tapanco aseguró el niño. -Lo veo allí-.

Subió al tapanco y lo encontró. Entonces empezó a tocar, pero era como si

sonaran dos instrumentos y no uno. Es que su padre debía acompañarlo. Cuentan

que así nació la verdadera música, la música de tradición.

Entonces los hombres que habían matado al padre del niño oyeron esa

música, y fueron a la casa a ver quién la tocaba. La mujer rápidamente escondió al

niño y dijo a los hombres:

-Aquí nadie toca. Es que a veces el instrumento se toca solo, a la hora en

que el dueño lo hacía.

Cuando los hombres se fueron, el niño salió de su escondite y siguió

tocando. Aquellos hombres regresaron enojados y el niño los recibió:

-Yo soy el que toca el instrumento- les dijo.

Entonces los hombres planearon matarlo en la misma forma en que habían

matado a su padre. Contaron al niño que iban a hacer un baile y lo invitaron a

tocar. Juntaron muchas vasijas llenas de comida y bebida, para reventarle con ellas

el estómago. Pero esa noche vinieron algunos animales amigos del niño y se

comieron todo lo que había en las vasijas.


Como los hombres no pudieron matarlo de esta forma, al día siguiente lo

invitaron a jugar la pelota. El niño se fue con ellos. Cada uno llevaba su pelota de

fierro y al llegar al campo empezaron, el niño contra todos. Los hombres le

arrojaron las pelotas y todas las atrapó.

–Ahora me toca a mí-dijo el niño, y uno a uno los fue matando con su

propia pelota. A uno solo le perdonó la vida para que le dijera en qué sitio habían

arrojado el cuerpo de su padre.

Fueron juntos hasta allí y el niño empezó a juntar los huesos. Al terminar,

dio siete brincos por encima de ellos, y al rato se levantaron, formando una persona

idéntica a como era el músico al morir.

–Vamos a casa papá- le dijo el niño-. Te cargo en mi espalda. Debes cerrar

los ojos y no abrirlos hasta llegar.

Lo cargó y echaron a andar. Al llegar a un monte grande, el padre empezó a

gritar. El niño le pidió que no abriera los ojos y continuaron. Pero al padre le cayó

en la cara una hoja de un árbol y abrió los ojos.

–Te dije que no debías abrir los ojos-lo regañó su hijo-. Ahora te seguirán

los perros y las moscas, te buscarán las balas. Lleva este pañuelo para que espantes

las moscas.

El padre recibió el pañuelo, pero al poco tiempo se convirtió en venado y el

pañuelo en su cola. El venado se metió en el monte. El niño llegó a su casa y le

contó a su madre todo lo que había sucedido.

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