Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Dr. Minatta
Estos principios, formulables todos están ligados entre sí. Es, pues, posible
formalizarlos, aislar los fundamentales de los derivados y ordenarlos dentro de
sistemas o modelos. La adopción de estos modelos, comenzando por el garantista en
máximo grado, supone, una opción ético-política en favor de los valores
normativamente tutelados por ellos.
Cada una de las principios de que se compone todo modelo de derecho penal enuncia,
una condición sine qua non, esto es, una garantía jurídica para la afirmación de la
responsabilidad penal y para la aplicación de la pena.
Llamo a estos principios, además de a las garantías penales y procesales por ellos
expresadas, respectivamente:
Se comprende, por otro lado, cómo el principio de estricta legalidad implica todas las
demás garantías de la materialidad de la acción al juicio contradictorio como otras
tantas condiciones de verificabilidad y de verificación, y forma por ello también el
presupuesto de la estricta jurisdiccionalidad del sistema.
A los fines del análisis de estos espacios distinguiré 4 dimensiones del poder del juez:
Estas 4 dimensiones del poder judicial son asimétricas entre sí. Las 3 primeras son
complementarias, en el sentido de que la extensión de una está determinada por la de
las demás; pero si se extienden más allá de ciertos límites, las tres degeneran en el
poder de disposición, donde las funciones de denotación, de connotación y de
comprobación probatoria se extravían hasta dejar el campo libre al mero arbitrio
decisionista.
Antes de afrontar estos 3 subproblemas conviene aludir a una solución del primero
que, tiene el mérito de ser la única entre las históricamente propuestas que tiene valor
garantista. Esta solución consiste en la teoría de las llamadas pruebas legales
negativas. Por otro lados tenemos las pruebas legales positivas que son aquellas en
presencia de las cuales la ley prescribe al juez que considere probada la hipótesis
acusatoria aunque tal «prueba» contraste con su convicción; las pruebas legales
negativas son, en cambio, aquellas en ausencia de las cuales la ley prescribe al juez
que considere no probada la misma hipótesis aunque tal no prueban contraste con su
libre convicción.
Donde las pruebas del primer tipo son suficientes para justificar la aceptación de la
verdad de la hipótesis acusatoria, en cambio, las del segundo son sólo necesarias para
el mismo fin; y mientras la presencia de las primeras hace obligatoria la condena, la
presencia de las segundas simplemente la permite, a la vez que, en su ausencia, se
mantiene firme la obligación de la absolución. En el plano jurídico, en consecuencia, las
pruebas legales negativas equivalen a una garantía contra la convicción errónea,
asegurando normativamente la necesidad de la prueba y la presunción de inocencia
hasta prueba en contrario. Como conclusión, todos los datos disponibles deben
cuadrar con la hipótesis descubierta, que también debe estar en condiciones de
iluminarnos en la explicación de otros hechos e indicios oscuros.
Todavía más importante que la necesidad de la prueba es la garantía del
contradictorio, esto es, la posibilidad de la refutación o de la contraprueba. En efecto,
si la verificación de una hipótesis es imposible, dado que su verdad no puede ser
demostrada sino sólo confirmada, es en cambio posible su refutación. Y mientras que
ninguna prueba es suficiente para justificar la libre convicción del juez sobre la verdad
de la acusación, una sola contraprueba o refutación es suficiente para justificar el
convencimiento contrario. La garantía de la defensa consiste precisamente en la
institucionalización del poder de refutación de la acusación por parte del acusado.
Principio de legalidad
El principio de mera legalidad, actúa con arreglo a la fórmula nulla poena, nullum
crimen sine lege. Se trata, de una regla semántica que identifica el derecho vigente
como objeto exhaustivo y exclusivo de la ciencia penal, estableciendo que sólo las
leyes dicen lo que es delito y que las leyes sólo dicen qué es delito.
En relación con el estatuto de las leyes he distinguido en primer lugar entre estricta
legalidad y mera legalidad.
El principio de mera legalidad como una regla de distribución del poder penal
que prescribe al juez determinar como delito lo que está reservado al legislador
predeterminar como tal; y
El principio de estricta legalidad como una regla metalegal de formación del
lenguaje penal que a tal fin prescribe al legislador el uso de términos de
extensión determinada en la definición de las figuras delictivas.
Añado ahora que mientras el principio de mera legalidad, al enunciar las condiciones
de existencia o vigencia de cualquier norma jurídica, es un principio general del
derecho público, el principio de estricta legalidad, en el sentido que se le ha asociado
de metanorma que condiciona la validez de las leyes vigentes a la taxatividad de sus
contenidos y a la decidibilidad de la verdad jurídica de sus aplicaciones, es una garantía
que se refiere sólo al derecho penal.
Este nexo entre verdad y validez de los actos jurisdiccionales representa el primer
fundamento teórico de la división de poderes y de la independencia del poder judicial
en el moderno estado representativo de derecho. El fundamento de la división de
poderes y de la independencia de la función judicial de los poderes legitimados
descansa, no sólo en la ilegitimidad de funciones jurisdiccionales informadas por el
principio de autoridad, sino más bien en el principio de verdad.
Por razones diversas pero convergentes, la verdad del juicio y la libertad del inocente,
que constituyen las 2 fuentes de legitimidad de la jurisdicción penal, requieren órganos
terceros e independientes de cualquier interés o poder: la verdad, por el carácter
necesariamente libre de la investigación de lo verdadero; las libertades, porque
equivalen a otros tantos derechos de los particulares frente el poder y los intereses de
la mayoría. Por eso la irrogación de penas no puede ser nunca materia de
administración o de gobierno; ni puede estar informada por criterios de
discrecionalidad, como ocurre con la actividad administrativa y la política.
Todo esto significa que en el derecho penal es la principal garantía del imputado frente
al arbitrio, la fuente de legitimación sustancial, tanto interna como externa, se
identifica en gran medida con la formal derivada de la máxima sujeción del juez a la
ley, tal como resulta asegurada por la estricta legalidad y en consecuencia por la
estricta jurisdiccionalidad penal.
Es precisamente esta doble función garantista la que confiere valor a la profesión del
juez, exigiendo de él tolerancia para las razones controvertidas, atención y control
sobre todas las hipótesis en conflicto, imparcialidad frente a la contienda, prudencia,
equilibrio, ponderación y duda como hábito profesional y como estilo intelectual.
Hay un solo sujeto del que hay que procurar que los jueces tengan, si no el consenso, sí
al menos la confianza, gracias a idóneas garantías de recusación y sobre todo a una
recta deontología profesional: este sujeto es el imputado, habitualmente expresión no
de la mayoría, sino de minorías más o menos marginadas y siempre en conflicto con el
interés punitivo del estado y sus expresiones políticas.