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EL ENTRONO ABUSIVO
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Aunque la mayoría de supervivientes de abusos infantiles ponen el énfasis en la
aplicación caótica e impredecible de las reglas, algunos describen un patrón altamente
organizado de castigos parecidos a los que se aplican en las prisiones políticas. Muchas
describen el control intrusivo de las funciones corporales, como alimentación forzada, la
inanición, el abuso de enemas, la privación de sueño o la exposición prolongada al calor o al
frío; otras haber sido encarceladas: atadas o encerradas en armarios o sótanos. En los casos
más extremos el abuso puede hacerse predecible porque se organiza como un ritual, como
ocurre en las organizaciones de pornografía o prostitución o en las sectas religiosas
clandestinas.
Cuando las niñas abusadas perciben las señales de peligro intentan protegerse, bien
evitando o bien aplacando a su abusador. Aunque están en un estado perpetúo de
hiperactivación autónoma, deben también quedarse calladas y quietas, evitando cualquier
expresión física de su agitación interior. Este es el peculiar estado de “vigilancia congelada”
que se ha observado en los niños maltratados. Si fracasa la evitación las niñas intentan
apaciguar a sus abusadores con demostraciones de obediencia automática. La aplicación
arbitraria de las reglas combinado con el constante miedo a morir o sufrir un grave daño
produce un resultado paradójico. Por una parte convence a las niñas de que están
absolutamente indefensas y que resistirse es inútil. Muchas llegan a creer que sus abusadores
tienen poderes absolutos o incluso sobrenaturales, que pueden leer sus pensamientos y
controlar por completo sus vidas. Por otra, motiva a las niñas a mostrar su lealtad y
complacencia. Las niñas doblan y redoblan sus esfuerzos para controlar la situación de la
única manera que creen posible: “intentando ser buenas”.
Mientras que la violencia, las amenazas y la aplicación caprichosa de las reglas causan
terror y producen el hábito de la obediencia automática, el aislamiento, el secretismos y la
traición destruyen las relaciones que podrían proporcionar protección. Las vidas sociales de
las niñas abusadas también se ven profundamente limitadas por la necesidad de mantener las
apariencias y preservar el secretismo. Pero incluso las niñas que consiguen mantener las
apariencias de tener una vida social la experimentan como algo no auténtico. La niña abusada
no sólo se aísla del mundo exterior; también lo hace del resto de los miembros de la familia.
Ella percibe a diario no solo que el adulto más poderoso en su mundo íntimo es peligroso para
ella, sino también los otros que son responsables de cuidarla no la protegen. Los motivos del
fracaso en la protección son, de alguna manera, irrelevantes para la víctima, que lo
experimenta, en el mejor de los casos, como un síntoma de indiferencia y, en el peor de los
casos como una traición. Desde el punto de vista de la niña, el progenitor desarmado por la
intimidación debería haber intervenido; si le importa lo suficiente debería haber luchado: la
niña siente que ha sido abandonada a su destino, y con frecuencia se resiente más de este
abandono que del propio maltrato.
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PENSAMIENTO DOBLE
La víctima infantil prefiere creer que el abuso no ocurrió. Para conseguirlo, intenta
mantener el abuso en secreto para sí misma. Los medios que tiene a su disposición para
conseguirlo son la negación, la supresión voluntaria de pensamiento y una legión de reacción
disociativas. Pueden llegar a aprender a ignorar el dolor más fuerte, a esconder sus recuerdos
en complejas amnesias, alterar su sentido del tiempo, lugar o persona, a inducir alucinaciones
o estados de posesión. La capacidad de autoinducir un trance o estados disociativos, por lo
general alta en los niños de edad escolar, se convierte en todo un arte en niños que han sido
severamente castigados o abusados. En ocasiones, estas alteraciones de la conciencia son
deliberadas, pero a menudo se convierten en automáticas y se sienten como extrañas e
involuntarias.
Bajo las condiciones más extremas de abuso temprano, severo y prolongado, algunas
niñas, quizás las que están más dotadas con fuertes capacidades para los estados de trance,
empiezan a formar fragmentos separados de personalidad con sus propios nombres, funciones
psicológicas y recuerdos secuestrados. De esta manera la disociación se convierte no sólo en
una adaptación defensiva, sino en el principio fundamental de la organización de la
personalidad. Las alteraciones hacen posible que la víctima infantil maneje el abuso mientras
mantiene fuera de la conciencia normal tanto el propio abuso como las estrategias de manejo.
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UN DOBLE YO
Culparse a uno mismo es congruente con las formas normales de pensamiento de los
primeros años de la infancia en los que el yo es tomado como punto de referencia para todos
los acontecimientos. Es congruente con los procesos de pensamiento de las personas
traumatizadas de cualquier edad, que buscan faltas en su propio comportamiento con la
intención de buscar un sentido a lo que les ha ocurrido. Sin embargo, en un entorno de abuso
crónico, ni el tiempo ni la experiencia proporcionan ningún correctivo a esta tendencia a
culparse a uno mismo, sino que más bien se refuerza continuamente. El sentido de la maldad
interna de la niña abusada puede verse directamente confirmado por la tendencia de los padres
a encontrar un chivo expiatorio. Los sentimientos de ira y las fantasías de venganza asesina
son respuestas normales a los trastornos abusivos. Al igual que los adultos abusados, los niños
son irascibles y en ocasiones agresivos. A menudo carecen de las habilidades verbales y
sociales para resolver el conflicto y manejan los problemas con la expectativa de un ataque
hostil. Las predecibles dificultades de la niña abusada para modular su ira no hacen más que
reafirmar la idea de que posee una maldad innata. Esa condena de sí misma se hace aún más
grave cuando, como ocurre con frecuencia, tiende a dirigir su ira lejos de su peligros origen y
a descargarla injustamente en aquellos que no la provocaron.
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de sí misma, se mantienen contradictorias y divididas. La niña abusada es incapaz de formar
representaciones internas de un cuidador fiable y eficiente y, esto, a su vez, impide el
desarrollo de capacidades normales para la autorregularización emocional. Las imágenes
fragmentadas e idealizadas que la niña es capaz de formar no pueden ser evocadas para
cumplir la labor de consuelo emocional. Son demasiado escasas, demasiado incompletas, y
tienen demasiada tendencia a convertirse, sin advertencia previa, en imágenes de terror.
A lo largo del desarrollo normal el niño adquiere una sensación segura de autonomía
mediante la formación de representaciones interiores de cuidadores fiables y eficientes, las
cuales pueden ser evocadas mentalmente en momentos de sufrimiento. En un clima de abuso
infantil crónico, estas representaciones internas no pueden formarse: son repetida y
violentamente destruidas por la experiencia traumática. Incapaz de crear un sentimiento sólido
de independencia, la niña abusada continúa buscando desesperada e indiscriminadamente a
alguien de quién depender. El resultado es la paradoja observada con reiteración en las
víctimas infantiles de abuso: al mismo tiempo que se encariñan con extraños, también se
aferran terriblemente a los padres que la maltrataron.
El estado emocional de una niña crónicamente abusada se mueve entre una línea de
base de intranquilidad, estados intermedios de ansiedad, disforia, y extremos de pánico, furia y
desesperación. Las medidas normales que emplea una persona para consolarse a sí misma no
se pueden utilizar para salir de este estado emocional, normalmente evocado como una
respuesta a una amenaza de abandono. En un momento determinado las víctimas de abusos
infantiles descubren que pueden salir más eficazmente de este sentimiento con una fuerte
sacudida del cuerpo, y el método más dramático para conseguir este resultado es inflingirse
daño a propósito. Las supervivientes que se automutilan describen un profundo estado de
disociación previo al acto. La despersonalización y la anestesia están acompañadas por un
sentimiento de agitación insoportable y una compulsión a atacar el cuerpo. Las heridas
iniciales a menudo no producen ningún dolor; la mutilación continúa hasta que produce una
poderosa sensación de calma y alivio: el dolor físico es preferible al dolor emocional al que
reemplaza. Hay una clara distinción entre las repetidas autolesiones y los intentos de suicidio.
Autolesionarse esta pensado no para morir, sino para aliviar un dolor emocional insoportable,
y paradójicamente muchos supervivientes la consideran una forma de autopreservación.
Inflingirse daño es quizá el más espectacular de los mecanismos para calmarse; sin
embargo sólo es uno entre muchos: En algún momento de su desarrollo las niñas abusadas
descubren que pueden producir importantes, aunque temporales, alteraciones en su estado
afectivo induciéndose voluntariamente crisis autónomas. Purgarse y vomitar, un
comportamiento sexual compulsivo, un comportamiento arriesgado compulsivo o una
exagerada exposición al peligro y el consumo de drogas psicoactivas se convierten el vehículo
con los que los niños abusados intentan regular sus estados emocionales internos.
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Estas tres principales formas de adaptación ( la elaboración de defensas disociativas, el
desarrollo de una identidad fragmentada y la regulación patológica de los estados
emocionales) permiten a la niña sobrevivir en un entorno de abuso crónico y, además
mantener una apariencia de normalidad que es de importancia para la familia abusiva.
Tabla 1
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DESORDEN DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO COMPLEJO
Disforia persistente.
Impulsos suicidas crónicos.
Autolesiones.
Ira explosiva o extremadamente inhibida (pueden alternar).
Sexualidad compulsiva o extremadamente inhibida (pueden alternar)
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RELACIÓN TERAPÉUTICA
Neutral; significa que el/la terapeuta no toma posiciones en los conflictos internos
de la paciente y no intenta dirigir sus decisiones vitales. La neutralidad técnica de
la/el terapeuta no es lo mismo que neutralidad moral. Trabajar con personas
victimizadas exige que se tenga una actitud moral de compromiso.
FASES DE LA RECUPERACIÓN
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Cada fase de tratamiento debe ocuparse de los característicos componentes biológicos,
psicológicos y sociales del desorden traumático.
1. SEGURIDAD
2. RECUERDO Y LUTO
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3. RECONEXIÓN
El objetivo es crearse un futuro comenzando con un nuevo yo, nuevas relaciones etc.
Objetivo: Reconectarse con los demás; se trata de volver a sentir confianza en las/os
otras/os. El último objetivo es encontrar una misión de la superviviente (involucrándose en un
mundo más grande). Sólo una minoría trasciende a este objetivo.
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