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Genara Castillo C.
Dicho saber no es fácil porque la realidad que se estudia –el ser humano– es
de una gran riqueza y complejidad. Existen muchas ciencias que han
acometido desde hace mucho tiempo el estudio de los seres humanos
valiéndose de diferentes métodos (el fisiológico, psicológico, etc.) y la única
ciencia que se ha enfrentado con esa tarea de manera radical y más
profunda es la filosofía, a través de la antropología (antropos= ser humano,
logos=estudio o tratado) con una pretensión propia de su método filosófico
propio: la de acceder al ser humano con la mayor radicalidad posible.
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Sin embargo, con toda la agudeza de los descubrimientos y aportes de
los clásicos griegos, quedan pendientes varios asuntos:
c. Además, para los filósofos socráticos la vida humana es parte de los vivientes
en general; pero ¿cómo un ser tan superior y maravilloso como es el hombre
va a ser “una parte” del universo? ¿No tendría que destacarse
suficientemente como alguien distinto? Esto es perentorio responderlo ya que
en la época moderna nos han propuesto una libertad sin raíces, sin
naturaleza, sin ley natural, y en la que se ha propuesto una libertad que sea
un dinamismo y despliegue potente.
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Algunos pensadores modernos han considerado que si la vida post mortem es una situación siempre igual y permanente aquello sería insufrible, sería algo así
como un bostezo eterno.
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Es diferente el “dios” aristotélico del Dios cristiano. El primero es un acto
de conocer, infinito, eterno, pero es sólo un conocer. En cambio, el Dios
cristiano es una persona, que de acuerdo con su nombre revelado es “Soy el
que Soy”, es la plenitud del ser; es un Acto de ser muy superior al acto de
conocer continuo del que hablaba Aristóteles, empezando porque el Dios
cristiano no es impersonal sino justamente lo contrario, son tres personas
distintas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
En este sentido, Leonardo Polo solía decir que Dios crea no cualquier
cosa, sino que se toma en serio a las criaturas y para ello, en lo que toca a los
seres humanos, crea para cada quien un acto de ser personal, de manera
que cada persona es única e irrepetible. Pero si esto es así, si la persona es
término del amor divino, si es puesto en la existencia de manera radical y
personalísima, su dignidad va más allá de lo que decía Aristóteles.
Así, cada persona, cada quien, es un ser en que reposa una elección
divina basada en el amor, con la que ha sido puesta en la existencia, dejando
otras múltiples opciones. ¿Por qué tengo el ser yo y no otro? Sería la pregunta
clave, en la línea de un filósofo alemán Martin Heidegger: ¿por qué el ser y no
la nada?
Se puede decir que, para que una persona sea concebida, se dejan
10ⁿ posibilidades de que otras nazcan. Estadísticamente las improbabilidades
aumentan al considerar qué hubiera pasado si sus padres no se hubieran
conocido, si sus padres no hubieran nacido, ni sus abuelos, etc. La existencia
de cada ser humano es una gran novedad. Cada quien es completamente
original, y tiene tanta importancia que –por decirlo de algún modo– su costo
de oportunidad es muy alto. ¿Por qué existe él y no cualquiera de esas 10ⁿ
personas que pudieron ser?
Así, el alma humana le viene al ser humano con el acto de ser personal.
La inteligencia y su compañera inseparable la voluntad, no vienen de los
cromosomas, no es una herencia genética que se recibe de los padres. Ello
explicaría por qué un genio de la música clásica lo es a pesar de tener una
madre enferma de la mente y un padre enfermo de alcoholismo. De ahí
también que por ser creada la persona cada quien es más hijo de Dios que
de sus padres, ya que éstos ponen la base genética, pero de ahí no sale lo
espiritual.
Así pues, la persona es lo más excelso, el acto de ser con el que cada
quien ha sido puesto en la existencia, es irreductible, no se puede confundir
con la naturaleza ni con la esencia, si bien no se le puede entender desligado
sino muy unido a ellas. En esta línea cabe preguntarse: ¿qué añade la noción
de persona humana a la de naturaleza y a la de esencia humana?
En ese sentido cabe una cierta semejanza o igualdad entre los seres
humanos ya que todos contamos con esas facultades humanas, las cuales al
desarrollarse configuran la esencia humana, de un modo u otro.
Por ello lo más relevante en el ser humano, por encima de sus potencias
o facultades, de las cualidades o virtudes que tenga en su esencia, es su
realidad de persona humana. Inclusive, aunque alguien tuviera una
naturaleza deteriorada o una esencia, un perfeccionamiento, muy incipiente;
aún así no dejaría de ser persona. Eso es lo que fundamenta el respeto: no se
puede maltratar a nadie por ser ignorante, analfabeto, ni siquiera si es malo,
si no tiene apenas perfecciones…
Pero además de aquel valor, hay también algo muy serio y es que cada
quien posee una misión personal. Es decir, que sólo un loco hace algo
“porque sí”, y si Dios ha creado a alguien es porque aquel tiene una tarea
muy propia que toca a él descubrir y cumplir. Es el tema del sentido de la vida.
En suma, la noción de persona es muy rica y es un aporte que Aristóteles no
vio, ya que como indicamos la noción de persona aparece con el
cristianismo.
Por ello hay que darle la importancia debida a los bienes corpóreos
(dinero, medios materiales etc.) y también hay que atender a la necesidades
y a los bienes espirituales, tanto los que se refieren a los del conocimiento
como a las virtudes éticas. Este último nivel es, en el plano natural, el más
importante y el más propiamente humano, ya que es lo que nos diferencia de
los animales. Sin embargo, todo ello está subordinado a la persona, a cada
quién y el acto de ser personal está sostenido por el Ser supremo.
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agranda la visión, la hace más profunda y, además, nos lleva al esfuerzo para
contar con ello en el día a día.
El alma le viene a cada uno por medio del acto de ser, que es el acto
de ser con el que ha sido creado; pero esa alma va estrechamente unida a
un cuerpo. La naturaleza y la esencia humana están en el plano del “tener”
humano, uno no es su inteligencia, ni su voluntad, sino que “tiene” inteligencia
y voluntad.
Para ello hay que partir de que la naturaleza humana comporta una
unidad de cuerpo y alma específicamente humana, de manera que esos
niveles de tener deben ir muy compenetrados e integrados. Por eso es
necesario detenerse un poco en la consideración de esta unidad para poder
hacer la integración, de modo que se pueda entender netamente lo
diferencial del ser humano y evitar caer en una visión materialista del hombre,
que llega a reducirlo sólo a lo corpóreo, como si fuera un “animal sofisticado”.
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Como es sabido, la vida humana, según Aristóteles, integra los niveles
de vida vegetativa, sensible y racional. Los niveles de vida vegetativa y
sensible constituyen la vida natural, en la cual las operaciones del viviente
humano dependen de lo corpóreo y se alimentan y despliegan con
elementos y funciones de tipo orgánico.
Así, Dios se sirve de esa contribución para crear el acto de ser personal
de cada quien y ponerlo en la existencia2. Con dicho acto de ser le llega a
cada persona el alma propiamente humana, su inteligencia y voluntad. Por
eso, en estricto sentido, cabe considerar que el alma humana, dotada de
inteligencia y voluntad, equivale a la esencia humana, porque aquella
dotación es como el germen de su perfeccionamiento.
Desde ahí se puede ver que lo maravilloso es que los seres humanos
somos de tal condición que las actividades biológicas y sensibles van muy
unidas con las espirituales –las de la inteligencia y voluntad–. Tenemos una
gran unidad de cuerpo y alma. No somos ángeles, pero tampoco bestias. A
menudo los problemas han venido por no ver esa dualidad que se integra de
manera jerárquica. La vida natural es dual con la vida racional, y ésta se
articula con la vida personal, cuya actividad es radical ya que el acto de ser
personal es muy activo y sostiene e influye en toda la vida del viviente.
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En este sentido, se puede decir también que el hijo pertenece más a Dios que a los padres humanos.
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sensorio común, la imaginación, la memoria y la intuición sensible, llamada
por los medievales cogitativa.
Como ya hemos señalado, el ser vivo no es tan simple, sino que articula
un principio material, corpóreo, con otros tres que están en su alma (que es a
su vez principio formal, eficiente y final), dotando de contenido,
determinación o leyes naturales (forma), de movimiento (eficiencia) y de
inmanencia (fin) al despliegue vital. Así, el alma si bien va unida a lo corpóreo
de ninguna manera se reduce a esa dimensión, es inmaterial y en el ser
humano es también espiritual ya que por la racionalidad se dispara al infinito.
Por ello la pregunta ¿dónde está el alma? está mal planteada, porque ella
misma no es algo material que pueda ocupar un lugar ni que pueda ser vista,
etc.
En esa línea hay que recordar que las operaciones sensibles en sí mismas
no son materiales, pero ello no quiere decir que se confundan con la vida
intelectual. Inmaterial quiere decir no material, pero no todo lo inmaterial es
intelectual. Por ejemplo: una operación como puede ser una relación
proporcional que hace la imaginación, en cuanto tal no es material. Las
neuroimágenes nos presentan los efectos de esa relación, de las conexiones
neuronales, pero no a la relación misma que es inmaterial, con todo, no por
ello es intelectual, sino inmaterial sensitiva.
De ahí que la vida animal sea un poco más compleja que la vegetativa,
especialmente en los animales más desarrollados. La vida sensible posee más
apertura que la simple vida vegetativa, ya que ésta no puede conocer ni
apetecer. En cambio gracias a la vida sensible se puede conocer imágenes
y en consecuencia se puede apetecer sensiblemente. Por ello en los animales
puede haber sentimientos, pero aún siendo semejantes, no son iguales a los
sentimientos humanos.
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Como ya señalamos, en el ser humano existen muchas facultades, pero
las principales son unas trece, de las cuales diez sirven para conocer, por lo
que son posesivas, ya que poseen el objeto propio conocido, y tres son
tendenciales, es decir que al no poseer tienden, ‘se dirigen hacia’ el término
de su inclinación, justamente con el fin de poseer bienes sensibles.
A) FACULTADES COGNOSCITIVAS
Son aquellas potencias del alma humana que tienen como acto propio
el conocimiento. Estas facultades cognoscitivas pueden ser de dos tipos:
sensibles e intelectuales.
1. Tendencias sensibles
-Apetito o tendencia concupiscible
-Apetito o tendencia irascible
2. Tendencia racional
-Voluntad.
Si Aristóteles define al ser humano como animal que posee logos, las
facultades sensibles son las que corresponden al nivel corpóreo, sensible o
animal. Por ello los animales superiores como los mamíferos, poseen 5 sentidos
externos, 4 internos y dos tendencias sensibles. El ser humano posee esas 11
facultades sensitivas, pero esa sensibilidad, basada en su corporeidad, a
diferencia de los animales, está engarzada en sus dos facultades espirituales
que son la inteligencia y voluntad.
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En correspondencia, el tener humano se asienta en los niveles sensitivo
o corpóreo, intelectual y volitivo. En el primer nivel están los bienes materiales,
en el segundo los conocimientos y en el tercero las tenencias éticas o virtudes.
A su vez, el primer nivel del tener se corresponde con las necesidades
materiales, corpóreas, el segundo con las necesidades del conocimiento
humano y en el tercero las volitivas.
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