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LA FORMACIÓN DE LOS FIELES EN ASPECTOS CANÓNICOS DEL GOBIERNO DIOCESANO

Antonio Viana
Universidad de Navarra. Facultad de Derecho Canónico

1. La necesaria formación en la letra y el espíritu del derecho canónico

Me alegra la posibilidad de participar en el homenaje al cardenal Martínez


Sistach. Su condición de canonista, manifestada en diversas actividades docentes y
promotoras de la ciencia del derecho canónico, además de sus publicaciones
especializadas, me animan a ofrecer unas consideraciones sobre la oportuna
formación en el gobierno de la Iglesia particular. Algunas de estas consideraciones
derivan de la experiencia docente; en otros casos, se trata de reflexiones personales
acerca del gobierno en la Iglesia. Me referiré sobre todo a la formación de los
clérigos, pero estas consideraciones pueden aplicarse también a los demás fieles.
Es indispensable una cierta formación en el derecho canónico ya en el
seminario, según el plan elaborado por la conferencia episcopal (cc. 242 y 252 § 3
del CIC de 1983). Sin esa mínima formación, los diáconos y presbíteros no podrían
ejercer bien su ministerio, ya que los aspectos jurídicos forman parte de la vida de
la Iglesia. Ahora bien, ¿es solo un motivo práctico el que demanda una suficiente
formación canónica? ¿Hay algo más que la conveniencia de conocer y cumplir unas
determinadas normas como garantía de respeto a la comunión?
A lo largo de los últimos decenios se ha hecho un esfuerzo notable, también
desde la teología, de explicar mejor los fundamentos del derecho canónico y su
inserción en el misterio de la Iglesia. En efecto, una buena eclesiología lleva a ver
que el derecho en la Iglesia no es una superestructura sino algo necesario y
adecuado a su naturaleza.
En la Iglesia el derecho cumple también una función imprescindible, en
cuanto es instrumento de convivencia, unidad y continuidad del mensaje revelado a
lo largo de la historia, más allá de las personas que en cada momento histórico sean
titulares de los cargos eclesiásticos. Cuando el Señor instituye la Iglesia, determina
también su organización fundamental mediante la elección de los doce apóstoles, a
modo de colegio o grupo estable, y la vocación a Pedro como cabeza del colegio
apostólico 1. Además, la institución divina de los sacramentos establece, junto a la
determinación de la autoridad, el otro pilar fundamental sobre el que se asienta el
derecho divino positivo, en cuanto que los sacramentos son bienes dados por el
Señor a la Iglesia, que los distribuye a través de sus ministros, de forma que existe
la obligación de darlos y el derecho a recibirlos 2.

1. Cfr. Concilio Vaticano II, const. Lumen Gentium, nn. 8, 18 ss.


2. Sobre esta cuestión es fundamental el estudio de J. HERVADA, Las raíces
sacramentales del derecho canónico, en P. Rodríguez et alii (eds.),
«Sacramentalidad de la Iglesia y Sacramentos», IV Simposio Internacional de
Teología, Pamplona 1983, pp. 359-385.
2

El Señor ha querido que en su Iglesia estuviera presente el elemento jurídico


no de forma exclusiva, pero tampoco prescindiblemente. El Espíritu Santo alimenta
la vida de la Iglesia, que existe como «una sola realidad compleja que consta de un
doble elemento, humano y divino (...). Pues así como la naturaleza asumida sirve al
Verbo divino como un instrumento vivo de salvación unido a Él indisolublemente,
de forma parecida la estructura social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo que
la vivifica para acrecentar su cuerpo»3. El Espíritu Santo suscita y promueve los
carismas, al tiempo que anima en la Iglesia la conjunción armoniosa del derecho
divino con el derecho humano a lo largo de las diversas etapas históricas.
Mi propósito aquí es poner por escrito lo que podrían ser unas líneas básicas
de un esfuerzo formativo en los elementos y criterios inspiradores del gobierno
eclesial. Intentaré poner de relieve aspectos que a mi modesto juicio deben tenerse
en cuenta en el gobierno jurídico, e inseparablemente pastoral y apostólico, de una
diócesis.

2. Responsabilidad formativa de las Facultades de derecho canónico

La situación es variada según los países y las diversas diócesis, pero por lo
general se advierte la necesidad de que los colaboradores del Obispo, los miembros
de la Curia y del Tribunal diocesano y especialmente los presbíteros y diáconos
jóvenes tengan claros una serie de criterios sobre la organización y el ejercicio del
munus regendi. Estos criterios tomados sobre todo de la tradición y de las normas
jurídicas de la Iglesia deberían ser explicados y estudiados propiamente en las
Facultades de Derecho canónico. Entre los fines de estos centros universitarios se
cuenta el de formar a los futuros colaboradores en el gobierno episcopal diocesano,
de forma que adquieran una verdadera mentalidad jurídica y criterios sólidos y
eficaces sobre la paz, la justicia y la unidad de la Iglesia, que son valores
permanentes de la gran disciplina eclesial. Es decir, sin desvirtuar su naturaleza,
una Facultad, Instituto o Cátedra de Derecho canónico (dentro de sus posibilidades
respectivas) debería preocuparse no sólo de preparar a futuros jueces para las
causas matrimoniales o capacitar para la tramitación de expedientes de diversos
tipos que ordinariamente se despachan en las diócesis, sino también de trasmitir
con la historia y el Derecho vigente los principios y experiencias sobre el gobierno
eclesial. La Iglesia no dispone de Escuelas de negocios o de alta Administración
dedicadas a la formación de expertos gestores y directivos, pero sin llegar tan lejos
es cada vez más necesaria una suficiente formación en tareas administrativas
auxiliares del gobierno. Falta hoy un estudio riguroso sobre la adaptación de las
técnicas de gestión empresarial a la organización eclesiástica, cuestión que a
determinados niveles puede resultar útil, sobre todo lo que sirva para la
motivación, promoción y mejor preparación de los fieles que trabajan en
estructuras auxiliares del gobierno, tanto clérigos, como consagrados y también
especialmente laicos, que no siempre han recibido una formación al estilo de la que
se supone en clérigos y consagrados sobre la naturaleza de la Iglesia y de su misión.

3. Concilio Vaticano II, const. Lumen Gentium, n. 8.


3

Una información asimilada y convenientemente trasmitida puede ser una


ayuda muy eficaz para muchas diócesis que necesitan personal formado en los
criterios, normas, principios y experiencias en campos como los oficios de la Curia
administrativa y de la Curia judicial, la secretaría del Obispo, la gestión y
administración económica, el gobierno del Seminario, el impulso de los Consejos
diocesanos, la relación con las parroquias, con las asociaciones de fieles y los
institutos de vida consagrada, así como cuestiones de diversa índole que se
plantean continuamente en relación con el Derecho civil, administrativo, mercantil
y fiscal vigente en cada lugar, y al que la Iglesia debe acomodar normalmente su
acción administrativa. A una Facultad de Derecho canónico se le debe pedir no sólo
que prepare a los futuros jueces, sino que dé también una formación de conjunto
suficiente al menos para plantearse aquellas cuestiones y estudiar su posible
solución, teniendo en cuenta los derechos y deberes implicados y el bien común de
la diócesis. Hace falta una suficiente cultura jurídica en la diócesis, especialmente
en el clero joven4.

3. Cuestiones metodológicas

En cuanto al método de transmisión de esos saberes, habría que conjugar una


suficiente atención a la misma naturaleza de la Iglesia con la explicitación de los
principios que orientan e informan la acción y el conocimiento de los órganos de
gobierno. Concretamente, por lo que se refiere al gobierno de la diócesis, las
características del argumento aconsejan ante todo reflejar la doctrina sobre la
Iglesia particular como elemento constitucional de la organización eclesiástica con
base en la Revelación divina. Aunque son cuestiones que deberían darse por
sabidas en una persona que quiera profundizar en la organización y ejercicio del
gobierno, será oportuna una referencia a la doctrina del Concilio Vaticano II sobre
la Iglesia particular. Un buen apoyo docente será la mención de la carta publicada
el 28.V.1992 por la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos
de la Iglesia considerada como comunión, pues precisamente en ese documento se
encuentran precisiones relevantes sobre la naturaleza de la Iglesia particular 5.
Situar la acción decisoria y auxiliar del gobierno en el marco de la doctrina sobre la
Iglesia particular es fundamental para que todos los operadores del gobierno no
pierdan de vista el sentido comunitario de sus tareas. La Iglesia es comunión; la
diócesis es parte de la comunión de la Iglesia: ella misma es communio
estructurada y alimentada por la Palabra de Dios y los sacramentos, de tal manera
que lo que cada uno hace tiene repercusiones espirituales o temporales en la vida
de los demás. Como explica el Catecismo de la Iglesia católica, «el más pequeño de
nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos» (n. 953). Nos
asomamos aquí al gran misterio de la comunión de los santos. Creer y asumir
personalmente las dimensiones de este gran dogma de nuestra fe católica es de

4 Interesantes contribuciones al respecto en el prólogo y otros estudios reunidos en I.


RIEDEL-SPANGENBERGER, (Hg.), Rechtskultur in der Diözese. Grundlagen und
Perspektiven, Freiburg im Br., 2006.
5 El documento en AAS 85 (1993), pp. 838-850
4

vital importancia para el gobernante eclesiástico, sobre todo en la conciencia de la


ayuda que puede prestar y de las consecuencias de sus acciones y omisiones.
Una dimensión o aplicación importante de esta convicción es el llamado
principio de corresponsabilidad y participación de los fieles en la vida y en la
misión de la Iglesia. Este criterio, tantas veces invocado por los canonistas en los
últimos decenios (aunque no está formulado explícitamente por los textos del
Vaticano II), al tiempo que es compatible con su organización jerárquica, desmiente
la identificación entre misión de la Iglesia y función de la jerarquía, puesto que en
virtud del bautismo y de la confirmación todos los fieles están llamados a cooperar
en esa misión, cada uno según su propia condición 6.
En esta misma línea, la pedagogía del buen gobierno eclesial exige atención a
los fundamentos y bases sacramentales de la potestad eclesiástica, pero sin
detenerse en exceso en las cuestiones teóricas o de fundamentación. El vasto
problema del origen y fundamento de la sagrada potestad ha ocupado largamente a
canonistas y teólogos, pero ni es una cuestión previa que impida siempre el
tratamiento de otras ni tampoco da respuesta concreta a las cuestiones que plantea
día a día la acción de gobierno en la Iglesia. Con todo, será oportuna la referencia a
la sacramentalidad del episcopado y al origen sacramental de la potestad del
Obispo en la diócesis. En este sentido merecerá una atención especial el texto de la
const. Lumen gentium n. 21, donde el Concilio Vaticano II enseña que la
consagración episcopal da la plenitud del sacramento del orden y, «junto con la
función de santificar confiere también las funciones de enseñar y de regir, las
cuales, por su misma naturaleza, no pueden ejercerse sino en comunión jerárquica
con la Cabeza y los miembros del Colegio [episcopal]». Este texto, unido al del n. 2
de la Nota explicativa previa a la Lumen gentium, permitirá recordar asimismo
que el fundamento sacramental de la potestad del Obispo debe ser compatible con
el reconocimiento de la necesidad, valor y eficacia de la misión canónica, en la
configuración del oficio del Obispo diocesano.
Pero, como digo, la pedagogía de la organización y ejercicio del gobierno
diocesano no debe detenerse excesivamente en cuestiones de orden especulativo.
Más útil resultará quizás un preámbulo sobre los fines que cumple el Derecho en la
vida de la Iglesia. Hoy en día hay voces autorizadas que confirman que se ha
superado en buena medida el viento antijurídico que sopló fuertemente en muchos
lugares de la Iglesia en los últimos decenios del siglo pasado. Fruto de aquel
ambiente contrario al Derecho —sobre todo al Derecho entendido como ley— fue la
difusa y pretendida oposición entre Derecho y pastoral, Derecho y carismas,
Derecho y libertad cristiana. Pero siendo hoy el ambiente general más tranquilo y
receptivo, es también el momento de educar en una sana mentalidad jurídica, tan
alejada del rigorismo como de la improvisación y del laxismo irresponsable, que
frecuentemente no hacen otra cosa que perjudicar a los más débiles. Será necesario
seguir trasmitiendo la convicción de que la imparcialidad, el orden y la seguridad
que el Derecho promueve en la vida de la Iglesia son garantía de la protección de
los derechos y libertades de todos. En efecto, para ser buen pastor en la Iglesia se

6 Cfr. const. Lumen gentium, nn. 30 y 32; decr. Apostolicam Actuositatem, n. 2; c. 208
del CIC.
5

debe contar con el Derecho; o, visto desde otra perspectiva, sin tener en cuenta ni
aplicar el Derecho no hay verdadera acción pastoral que edifique la comunión
eclesiástica
Estas cuestiones preocupan a la Sede apostólica de una manera particular en
los últimos años. Todos sabemos del amplio proceso de revisión de las leyes de la
Iglesia desde la celebración del Concilio Vaticano II. Ese proceso tuvo un momento
especialmente importante en la promulgación del CIC de 1983. Pero ese cuerpo
legal ha cumplido ya 25 años y ha sido seguido de la publicación de un número
relativamente amplio de leyes complementarias y especiales. La legislación
poscodicial no es tan extensa que no pueda conocerse bien (como sucede, en cambio,
con la promulgada por cualquier ente periférico de los modernos Estados), pero
debe ser interpretada y aplicada adecuadamente no según el automatismo
simplista de la lex posterior derogat priori sino con un criterio sabio que sepa ius
dicere, decir el Derecho, según una actitud integradora, que comprenda el Derecho
de la Iglesia no sólo como la ley vigente sino también como un proceso histórico y
dinámico.
Además de la promulgación de diversas leyes, la Sede apostólica ha publicado
en estos años algunos documentos de carácter doctrinal que no han dejado de
insistir en la importancia, finalidad y ejercicio del munus o función de gobierno de
los Obispos en sus diócesis. Me refiero especialmente a la exhortación de Juan
Pablo II Pastores Gregis (16.X.2003) y al directorio Apostolorum Successores
publicado por la Congregación de los Obispos el 22.II.2004 7. En efecto, Pastores
Gregis es un documento en el que Juan Pablo II quiso recoger las propuestas de la
X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de 2001, que había sido
dedicada precisamente a la figura del Obispo como servidor del evangelio. Se
entiende así que haya inspirado ampliamente el contenido del directorio
Apostolorum Successores. Uno y otro documento citados dan una clave de lo que
hoy la Iglesia espera del Obispo y de sus colaboradores.

4. La unidad de los tria munera Christi y la capitalidad del Obispo en la


diócesis

Uno de los aspectos de la potestad del Obispo que más destacan los
documentos citados es lo que podríamos llamar el carácter unitario de las diversas
funciones episcopales de enseñar, santificar y regir. En efecto, el Obispo es titular
de una verdadera capitalidad que ejerce en la diócesis en nombre de Jesucristo y le
corresponde la sacra potestas en su triple función de magisterio, régimen y
santificación, que siempre puede ejercer personalmente 8. En este sentido, no es
adecuado a la misma naturaleza del oficio capital diocesano el ejercicio personal de

7 La exhortación Pastores Gregis fue publicada en AAS 96 (2004), pp. 825-924. El


directorio Apostolorum Successores respondió al deseo expresado por el Sínodo de los
obispos celebrado en 2001 y que es mencionado por el n. 24 de la exhortación Pastores
Gregis. El texto del directorio ha sido publicado por la Libreria Editrice Vaticana y se
encuentra disponible también en varios idiomas en www.vatican.va.
8 Cfr. CIC de 1983, cc. 386: munus docendi, 387–390: munus sanctificandi y 391–394:
munus regendi.
6

algunas funciones propias del cargo excluyendo habitualmente a las demás. El


Obispo no es solamente sacerdote y profeta en la diócesis, ni tampoco solamente
gobernante: es a la vez maestro, sacerdote del culto sagrado y ministro en el
gobierno. La actividad del Obispo no puede limitarse a las funciones litúrgicas o
docentes. Esta idea se encuentra en la exhortación de Juan Pablo II Pastores
Gregis, dentro de un epígrafe dedicado al «carácter misionero y unitario del
ministerio episcopal» (n. 9).
Se puede afirmar que un Obispo no debería limitarse a ser un solícito
predicador o el celebrante de la liturgia en la iglesia catedral. Es también Obispo
diocesano cuando estudia papeles, firma expedientes y se reúne con sus
colaboradores y con los sacerdotes; cuando vigila, exhorta, consulta, organiza,
corrige, ordena y defiende los derechos de los fieles; cuando aplica las normas
canónicas con prudencia y equidad. Concretamente, por lo que se refiere a la
función de gobierno, corresponde al Obispo diocesano la potestad legislativa,
ejecutiva y judicial (c. 391 § 1). Debe ejercer siempre personalmente la potestad
legislativa (cfr. c. 391 § 2, en relación con el c. 135 § 2), de forma individual o
también en el sínodo diocesano (cfr. c. 466). La potestad ejecutiva y judicial la
puede ejercer personalmente o a través de los vicarios administrativos o judiciales,
respectivamente (c. 391 § 2).
El Obispo por el sacramento y la misión canónica recibida queda constituido
cabeza de la diócesis 9. La vocación a la capitalidad, a ser cabeza (¡siempre en
nombre de Jesucristo!) es característica distintiva del episcopado y singularmente
del Obispo al frente de la Iglesia particular. Como explicaba Tomás de Aquino, el
Obispo es cabeza en la Iglesia, hasta el punto de que todas las demás personas y
oficios ejercen la potestad eclesiástica por participación en la potestad propia
episcopal 10. Dentro de la sagrada jerarquía, la capitalidad eclesiástica en nombre
del Señor es propia de los Obispos, no de los presbíteros, que son cooperadores del
orden episcopal subordinados a los Obispos (Lumen gentium, n. 28), ni de los
diáconos.
Pero la posición capital del Obispo no es aislada, sino que la misma
naturaleza del episcopado reclama la unidad con el Papa y los demás Obispos: un
vínculo de comunión que supone participar de la solicitud por todas las Iglesias,
especialmente de aquellas que se encuentren en áreas geográficas más cercanas. Si
el episcopado es por su misma naturaleza capital en el sentido de que el Obispo
tiene la vocación de presidencia en la Iglesia, la colegialidad es también

9 Cfr. const. Lumen gentium, nn. 23 y 27; c. 381 § 1 del CIC.


10 «Sed cum Ecclesia sit congregatio fidelium, congregatio autem hominum sit duplex,
scilicet oeconomica, ut illi qui sunt de una familia, et politica, sicut ille qui sunt de uno
populo. Ecclesia similatur congregationi politicae, quia ipse populus Ecclesia dicitur; sed
conventus diversi vel parochiae in una diocesi similantur congregationi in diversis familiis
vel in diversis officiis et ideo solus episcopus proprie praelatus Ecclesiae dicitur, et ideo ipse
solus quasi sponsus anulum Ecclesiae recipit, et ideo solus ipse habet plenam potestatem in
dispensatione sacramentorum, et jurisdictionem in foro causarum quasi persona publica;
alii autem secundum quod ab eo eis committitur. Sed sacerdotes qui plebibus praeficiuntur,
non sunt simpliciter praelati, sed quasi coadjutores»: Scriptum super sententiis, l. IV, d. 20,
q. 1, a. 4, qc. 1 co. La cuestión que se plantea aquí Santo Tomás es si cualquier párroco
puede conceder indulgencias.
7

característica de los Obispos, pues son llamados a participar en la vida de la Iglesia


universal de diversas maneras, también como miembros de instituciones sinodales
o conciliares. Por eso, la afirmación del episcopado monárquico no tiene nada que
ver con planteamientos aislacionistas ni con un particularismo desatento hacia las
necesidades y las instituciones de la Iglesia universal; tampoco justificaría un
posible centralismo en el gobierno de la Iglesia local que desconfiara de la
cooperación efectiva del presbiterio y de las responsabilidades de los demás fieles.

5. Distinción entre función de gobierno y potestad de régimen

En el ejercicio de la potestad episcopal siempre será conveniente tener en


cuenta la diferencia entre gobierno y potestad de régimen. En efecto, no toda
manifestación de gobierno se expresa en el ejercicio de verdadera potestad. El
gobierno entendido como munus, tarea o función, incluye un conjunto de tareas
directivas que en la mayoría de los casos tienen el carácter de orientaciones,
exhortaciones, directrices generales, fomento de actividades, animación. Estas
actividades no solamente no resultan extrañas a la tarea directiva sino que son
hasta tal punto necesarias que sin ellas el gobierno eclesial quedaría apenas sin
contenido, o con un contenido mundano, extraño a la verdadera dinámica de las
relaciones personales en la Iglesia. La potestad eclesiástica no está inspirada
principalmente por una razón de bien común temporal, sino espiritual, religioso y
sobrenatural, tanto por su origen como por su contenido y finalidad. Cualquier
manifestación de la potestad eclesiástica, tanto la más importante como la que no
lo parece, se ejerce como un servicio en nombre de Jesucristo. Además, un gobierno
que no se fundara en la fraternidad, el servicio y el consejo estimulante tendría en
la Iglesia muy pocas posibilidades de ser eficaz. No es casual que las diócesis
carezcan de cárceles y de inspectores fiscales...
Naturalmente esto no quiere decir que sea superfluo el ejercicio de la potestad
de régimen, es decir, aquella que se manifiesta en mandatos imperativos y
vinculantes de la conducta externa y de la conciencia de los fieles, potestad que
existe en la Iglesia «por institución divina» (cc. 129 § 1 del CIC; 979 § 1 del CCEO),
y no por una razón de simple orden social. Esto quiere decir que el fin sobrenatural
de la Iglesia y la salvación de las almas requieren también la existencia y el
ejercicio responsable de la potestad de régimen o jurisdicción, que se manifiesta en
la legislación, la administración y las decisiones judiciales (cfr. c. 135 § 1). Por lo
tanto, el gobierno puede manifestarse como consejo y exhortación o bien como
mandato imperativo.
De algún modo expresa esta distinción el texto de la const. Lumen gentium n.
27. En él se dice que «los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las
Iglesias particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos,
exhortaciones, ejemplos, pero también con su autoridad y sagrada potestad». El
consejo, la exhortación y el ejemplo pueden ser, por tanto, maneras de gobernar la
Iglesia pero no son manifestaciones de la potestad de régimen o jurisdicción. La
elección entre una y otra manera de gobernar la diócesis corresponde al Obispo
debidamente asesorado; pero indudablemente lo que puede ser aconsejado no debe
ser imperado y ordinariamente el consejo debe ser antes que el mandato.
8

6. Manifestaciones del gobierno episcopal como servicio a la comunión

Conviene explicitar en este momento ciertos criterios de gobierno referidos


especialmente al Obispo. Algunos de esos criterios o principios han sido
mencionados en documentos recientes de la Santa Sede 11.
En los documentos aludidos hay una fuerte insistencia en la dimensión
espiritual y apostólica del gobierno diocesano, de modo que el primer elemento es
precisamente la prioridad que tienen los aspectos espirituales en toda esta materia.
No se trata de características extrañas a la explicación del gobierno como dinámica
de dirección y mando, sino de elementos característicos del munus regendi eclesial.
Habría que referirse aquí al carácter prioritario de la caridad y la oración en todas
las actividades eclesiales. Solo así el gobernante eclesiástico tiene continuamente
en cuenta que sirve a personas, hijos de Dios llamados a la vida sobrenatural,
incluso cuando la relación con ellas no sea inmediata sino a través de expedientes
administrativos. Es destacable también la importancia que para el gobernante
tiene el cultivo de ciertas virtudes que son la base de la solicitud del buen pastor,
entre ellas la prudencia (entendida en sentido cristiano no como astucia sino más
bien como la elección de la decisión más conveniente en cada caso), el espíritu
diaconal o de servicio, la fortaleza y siempre la fe en Cristo y en su Iglesia 12.

a) Promoción de la unidad

Una característica fundamental del gobierno del Obispo es la promoción de la


unidad. El Obispo promueve la aplicación del Derecho porque está llamado a ser
fundamento e instrumento visible de unidad 13. Esta consideración del Obispo al
servicio de la unidad de fe, de sacramentos y de régimen en la Iglesia consta
abundantemente en los números del directorio Apostolorum Successores. Entre
otras manifestaciones del servicio a la Iglesia universal el directorio recuerda la
vocación que el Obispo recibe de promover y defender la unidad de la fe y de la
disciplina común, mediante «la aplicación adecuada de la disciplina canónica
universal», sin poner en discusión los contenidos doctrinales ni disciplinares,
sabiendo acudir cuando el caso lo requiera a los canales de comunicación con la
Sede apostólica y los demás Obispos (n. 13). Este exigente servicio a la unidad pide
también del Obispo la humildad de saber renunciar a sus preferencias personales
en beneficio de la Iglesia. Así, por ejemplo, el respeto siempre de lo dispuesto por el
legislador superior. El Obispo debe alimentar siempre en su corazón «la comunión
de caridad y de obediencia con el Romano pontífice» (n. 14), que es una
manifestación importantísima de la communio hierarchica. Como instrumento de
unidad el Obispo aplica las disposiciones de la Sede apostólica y procura

11 Además del capítulo V de la exh. ap. Pastores Gregis, puede verse también el capítulo
IV, §§ 1, 2, 4 y 8, así como el capítulo VII del directorio Apostolorum Successores.
12 Cfr. Pastores Gregis, n. 43; Apostolorum Successores nn. 37 ss.
13 Cfr. const. Lumen gentium, n. 23 sobre el Obispo como fundamento visible de unidad
en la Iglesia particular.
9

trasmitirlas fielmente a los sacerdotes y a los demás fieles de la diócesis; estudia la


índole de los diversos documentos del Papa o de la Curia romana (magisteriales,
normativos, orientadores) para aplicarlos de acuerdo con su naturaleza (n. 14).
También es importante y a veces necesaria en este marco la relación personal del
Obispo con el legado pontificio del país, la colaboración económica con la Santa sede
y la autorización para que algunos sacerdotes puedan dedicarse al servicio de la
Iglesia universal, cuestiones a las que el directorio dedica atención en el n. 14.
El servicio a la comunión llevará al Obispo a buscar siempre el bien común de
la diócesis, «recordando que éste está subordinado al de la Iglesia universal y que, a
su vez, el bien de la diócesis prevalece sobre el de las comunidades particulares» (n.
58). Como manifestación especial de unidad, el Obispo deberá tutelar
continuamente la comunión en el presbiterio diocesano promoviendo la unión
afectiva y efectiva con el Papa y los demás Obispos y de los presbíteros entre sí (n.
63). La consulta y valoración del presbiterio por parte del Obispo no debe limitarse
a la convocatoria del Consejo presbiteral, sino que incluye además reuniones y
entrevistas personales independientes de las sesiones del Consejo. El Obispo debe
conocer personalmente en lo posible a los miembros del presbiterio diocesano y
tener un trato habitual con sus colaboradores más cercanos en el gobierno.

b) Legítima diversidad

Pero este servicio a la unidad debe ser también compatible con la legítima
diversidad. El Derecho no debe servir en la Iglesia de instrumento para el
rigorismo o la uniformidad, sino que el orden de comunión que ayuda a promover
incluye la libertad responsable de los hijos de Dios. La comunión no sería posible
sin la diversidad legítima, como recordó hace años la carta Communionis notio14.
Su epígrafe IV se titula precisamente: «Unidad y diversidad en la comunión
eclesial». Esta concepción del Derecho canónico como un ordo libertatis tiene
diversas manifestaciones; entre ellas: reconocer la participación de todos los fieles
en la misión de la Iglesia, y la justa libertad de opinión y de acción en aquellas
cosas que no sean necesarias para el bien común: esto comporta un sano pluralismo
en las actividades personales y asociadas; el respeto de las competencias, de forma
que el Obispo no asuma tareas que ordinariamente estén atribuidas a otros oficios
o colegios, y al mismo tiempo, como regla general, en aplicación de un sano
principio de subsidiariedad, no se ocupe personalmente de aquello que pueda ser
realizado por sus colaboradores próximos o por otros fieles, sin perjuicio
naturalmente de su responsabilidad personal. Es todo un estilo de gobierno que
lleva a favorecer las iniciativas antes que a controlarlas, y a no dejar de
estimularlas por miedo a que se desvíen o produzcan problemas. Dice también
expresamente el directorio Apostolorum Successores que al gobernar la diócesis el
Obispo deberá atenerse al «principio de justicia y de legalidad», cuyo planteamiento
fundamental viene así descrito: «el respeto de los derechos de todos en la Iglesia
exige la sumisión de todos, incluso de él mismo [del Obispo], a las leyes canónicas.
En efecto, los fieles tienen derecho a ser guiados teniendo presentes los derechos

14 Citada supra nota 5.


10

fundamentales de la persona, los derechos de los fieles y la disciplina común de la


Iglesia, con la tutela del bien común y el de cada uno de los bautizados. Tal ejemplo
del Obispo llevará a que los fieles asuman mejor los deberes de cada uno con
respecto a los demás y a la misma Iglesia. El Obispo evitará gobernar a partir de
visiones y esquemas personalistas de la realidad eclesial» (n. 62). Sobra subrayar la
importancia práctica de este criterio de gobierno expresamente señalado. El
principio de legalidad no es una importación forzada del Derecho estatal sino algo
connatural al buen gobierno de cualquier comunidad mayor. Supone la capacidad
de exigir los deberes, pero también de reconocer delicadamente los derechos y
libertades ajenos, sin imponer visiones propias ni siquiera mediante la exigencia de
una coordinación excesiva o de una pastoral de conjunto que no sea sensible a la
santa diversidad. Esta sensibilidad llevará no sólo a respetar los derechos ajenos
sino también a defenderlos con el mayor empeño cuando sea necesario, por ejemplo
cuando se trata de hacer respetar los derechos de los presbíteros y defenderlos de
críticas infundadas.
Finalmente se debe recordar que no hay buen gobierno sin una buena
información sobre las personas, las circunstancias y la vida del grupo social que se
dirige. Lo mismo ocurre con el gobierno de la diócesis, donde es necesario que el
Obispo y sus colaboradores estén bien informados para acertar en sus decisiones:
ver, juzgar y actuar. Al mismo tiempo es necesaria la información para revisar y
evaluar la aplicación de las decisiones. Esto pide estudiar los problemas y examinar
la aplicación de las soluciones que se han planteado. En esta misma línea en
ocasiones, por ejemplo en el ámbito de la administración patrimonial, es necesario
que el gobernante reciba información mediante la oportuna rendición de cuentas.
La petición de informes no debe ser vista como algo solamente impuesto sino que
responde al deseo de tener información suficiente sobre la marcha de iniciativas en
la que da algún modo toda la diócesis está comprometida. Hay instrumentos al
servicio de esta finalidad, como son, desde luego, las reuniones colegiales o también
el instrumento de la Visita pastoral que realiza el Obispo. En el ámbito de la
necesaria información sobre la vida diocesana puede ser también un buen
instrumento la actividad del Consejo pastoral.

7. La participación en la potestad del Obispo

a) Subsidiariedad y participación

Como hemos recordado, la posición capital del Obispo al frente de la Iglesia


particular es un principio constitucional de la estructura eclesiástica de gobierno.
Este principio es compatible con la necesidad de que el Obispo cuente con
colaboradores estables, incluso a veces con el carácter episcopal, como ocurre con
los Obispos coadjutores o auxiliares. El ejercicio y colaboración en el gobierno de la
Iglesia es una participación necesaria en sí misma —no para las personas
concretas, pues no existe un derecho a ejercer el gobierno eclesiástico— en la
misión de la Iglesia. En este sentido, es necesaria una aplicación prudente del
principio de subsidiariedad. La subsidiariedad es un sensato y oportuno criterio de
buen gobierno y no debería oponerse al principio de comunión, como algunos
11

autores hacen15. La comunión no es un principio social sino la misma realidad de la


Iglesia; mientras que la subsidiariedad es un principio informador del gobierno
aplicable a cualquier sociedad y no dependiente de que esa sociedad tenga una
estructura democrática, por lo que puede aplicarse también en la vida de la Iglesia.
La subsidiariedad promueve la colaboración y la participación de las personas, de
los grupos y de las comunidades menores en todo aquello que puedan hacer por sí
mismos, sin perjuicio de la unidad y de que el gobernante pueda fomentar,
promover y eventualmente suplir ciertas actividades. Esto tiene muchas
aplicaciones en la vida diocesana.
De todas formas, habría que distinguir entre participar en la vida y en el
apostolado de la diócesis (corresponsabilidad) y participar en el gobierno y en la
potestad. El primer aspecto es común a todos por la vocación recibida en el
bautismo y robustecida en el sacramento de la confirmación; en cambio, la
participación en el gobierno o en la potestad de régimen del Obispo requiere la
misión canónica, es decir, el correspondiente nombramiento para el oficio o cargo
que se trata de desempeñar, si se trata de potestad ordinaria, o bien, cuando sea el
caso, la comisión para el ejercicio de la potestad delegada. Estas dos
manifestaciones de la misión canónica, la potestad ordinaria y la potestad
delegada, están previstas con carácter general por el c. 131 del CIC. La potestad
ordinaria va de propio derecho unida al oficio correspondiente y se actualiza
mediante el nombramiento o provisión canónica del cargo; mientras que la potestad
delegada supone una comunicación revocable del ejercicio de la potestad de
régimen con independencia del oficio 16.

b) Sacramento del orden y potestad de régimen

También constituye una cuestión importante, a la que inevitablemente habrá


que referirse al tratar de la participación en la sagrada potestad del Obispo, la que
corresponde a la relación entre el sacramento del orden y la función de gobierno o
de potestad. Como bien se sabe, tratándose del ejercicio individual de la potestad,
hay una cuestión todavía no resuelta definitivamente acerca de en qué medida el
sacramento del orden es condición necesaria para la titularidad y el ejercicio de la

15 En efecto, algunos teólogos en los últimos años han señalado que en lugar de
subsidiariedad en la Iglesia debería hablarse de comunión. Así, E. CORECCO, «Della
sussidiarietà alla comunione», en Communio, 22 (1993), pp. 90-105, y en la misma línea, A.
CATTANEO, «L’esercizio dell’autorità episcopale in rapporto a quella suprema: dalla
sussidiarietà alla comunione», en IDEM (ed.), L’esercizio dell’autorità nella Chiesa.
Riflessioni a partire dall’esortazione apostolica ”Pastores Gregis”, Venezia 2005, pp. 63-80,
y J.R. VILLAR, «L’ambiguità del concetto di sussidiarietà», Ibidem, pp. 81-97. Con una
orientación diferente, cfr. J.I. ARRIETA, «Considerazioni attorno alla traduzione tecnica del
principio di sussidiarietà nel rapporto gerarchico tra Autorità suprema e autorità
diocesana», Ibidem, pp. 99-108. En mi opinión es la realidad de la Iglesia en cuanto
comunión la que permite hablar de subsidiariedad. Sobre esta cuestión remito a mi estudio
«El principio de subsidiariedad en el gobierno de la Iglesia», en Ius Canonicum, 38 (1998),
pp. 147-172.
16 Sobre estas cuestiones, cfr. P. PLATEN, Die Ausübung kirchlicher Leitungsgewalt
durch Laien. Rechtssystematische Überlegungen aus der Perspektive des «Handelns durch
andere», Essen 2007, especialmente, pp. 11-279.
12

potestad en la Iglesia. La respuesta a esta pregunta es compleja, pues hay


importantes cuestiones históricas y teológicas implicadas. Sabemos también que la
legislación vigente contiene una norma que permite la participación en el ejercicio
de la jurisdicción de fieles que no han recibido el sacramento del orden sagrado. El
c. 129 dispone, en efecto, en sus dos parágrafos: «§ 1. De la potestad de régimen,
que existe en la Iglesia por institución divina, y que se llama también potestad de
jurisdicción, son sujetos hábiles, conforme a la norma de las prescripciones del
Derecho, los sellados por el orden sagrado. § 2. En el ejercicio de dicha potestad, los
fieles laicos [«los demás fieles», dice aquí con mejor criterio el c. 979 § 2 del CCEO]
pueden cooperar a tenor del Derecho».
A mi juicio, la disposición citada abre posibilidades reales de participación en
tareas de gobierno a fieles que no han recibido el sacramento del orden, también en
el nivel diocesano y parroquial. El Obispo recibe de Jesucristo con la mediación
sacramental y canónica de la Iglesia la plenitud de los tria munera (docendi,
sanctificandi et regendi), incluida la potestad de régimen en sus diversas
manifestaciones, para ser fundamento externo y visible de unidad en la diócesis.
Pero respetando esa capitalidad originaria y siempre dentro de los límites
establecidos por las normas vigentes, es posible una comunicación de ciertos
aspectos del gobierno y de la potestad episcopal a otros fieles, sin excluir a laicos
que estén debidamente dispuestos, ya sea a través del oficio o a través de la
delegación. En el derecho vigente se reconocen diversas posibilidades de
participación en el gobierno episcopal, o por lo menos en aspectos auxiliares del
gobierno que pueden ser actuadas por laicos. Por ejemplo, los oficios de Ecónomo
diocesano, Canciller de la Curia, Notario, aunque la posibilidad más destacada es
la de formar parte del Tribunal colegiado reconocida por el canon 1421 § 2 y que
supone indudablemente una participación en el ejercicio de la potestad judicial.
Estas consideraciones sobre las relaciones entre orden sagrado y potestad de
régimen valen sobre todo para el ejercicio personal de la potestad. En el caso del
ejercicio colegial la cuestión es distinta. En efecto, aparte la constatación evidente
de que las instituciones colegiales de la organización eclesiástica no pueden recibir
el orden sagrado, pues los sacramentos solamente pueden ser recibidos por las
personas físicas, los colegios se distinguen como tales de los miembros que los
componen. El Derecho reconoce la actuación de la institución colegiada como tal y
no de los miembros en particular. Esa actuación colegiada se expresa a través de la
voluntad colegial, también llamada acto colegial, que se concreta ordinariamente
mediante la votación mayoritaria o en ocasiones también mediante el consenso
unánime de los miembros. Por ejemplo, las decisiones judiciales de un Tribunal
colegiado o de un Consejo económico se atribuyen al mismo ente colegial como
institución y no a los miembros individualmente considerados. Por esos motivos, no
debería plantear problemas previos la posibilidad de que fieles que no hayan
recibido el sacramento del orden ejerzan la potestad de régimen unidos a otros
fieles que sean clérigos y participen en un mismo colegio de la organización
eclesiástica.
13

8. La colegialidad en el gobierno de la diócesis

La participación en la potestad y en la función de gobierno que con carácter


propio corresponde al Obispo de la diócesis, se desarrolla tanto personalmente como
colegialmente. En efecto, junto a los oficios que participan con potestad vicaria en
la potestad del Obispo diocesano (Vicario general, Vicario episcopal, Vicario
judicial), y además de otros cargos unipersonales que participan de forma más o
menos próxima en la función de gobierno, como el Canciller o el Ecónomo
diocesano, hay y debe haber siempre en la diócesis una organización consultiva
colegial, compatible con la responsabilidad personal del Obispo. Gobierno personal
no equivale a gobierno individual autoritario. Un buen gobernante sabe promover y
defender la colegialidad y la participación en la toma de decisiones. Esta
sensibilidad es especialmente necesaria en la vida de la Iglesia, ya que la
colegialidad es más que una mera técnica de organización, pues refleja valores
propios de la constitución eclesiástica relativos al episcopado, la naturaleza del
presbiterio y la corresponsabilidad de los fieles en la misión de la Iglesia 17. En
efecto, principios como la colegialidad episcopal, la cooperación del presbiterio con
el Obispo o la participación corresponsable en la misión encuentran aplicación en
formas canónicas distintas entre sí, que van desde el Concilio ecuménico a los
Consejos pastorales diocesanos, pero que tienen en común la integración de
diversas personas, para que con su voto consultivo o deliberativo, según los casos,
complementen y ayuden a la actividad de gobierno de los oficios capitales.
Capitalidad y colegialidad son los dos grandes principios de la organización del
gobierno de la Iglesia.
En el ámbito diocesano hay diversas estructuras colegiales. El Sínodo
diocesano es un colegio consultivo de convocatoria ocasional que expresa la
participación de todos los fieles de la Iglesia particular en el impulso de la vida
cristiana. El Consejo presbiteral es el colegio que promueve establemente la
cooperación del presbiterio con el Obispo, como también lo hacen, a su manera, el
Colegio de consultores, el Cabildo e incluso el Consejo episcopal de gobierno. El
Consejo pastoral diocesano y los Consejos pastorales de las parroquias permiten la
participación de diversos fieles en el impulso de la actividad apostólica, bajo la
dirección del Obispo y del Párroco respectivamente. Finalmente el Consejo
económico diocesano y el parroquial son instrumentos de asesoramiento y control
colegial en materias económicas 18.
Es tarea del Obispo en todos estos órganos que preside como cabeza de la
diócesis promover la consulta y la colaboración. La consulta es una manifestación
de la prudencia en el gobierno, porque permite el estudio de los problemas entre
varios, el examen y comparación de las diversas opiniones, la previsión de la mejor

17 Me he referido a estas cuestiones en «El gobierno colegial en la Iglesia», en Ius


Canonicum, 36 (1996), pp. 465-499 y más recientemente en: Colegio, en J. Otaduy et al.,
Diccionario general de Derecho Canónico, Cizur Menor 2012, II, 215-225.
18 Sobre los colegios citados, vide los cc. 460-468 (Sínodo), 495-501 (Consejo presbiteral),
502 (Colegio de consultores), 503-510 (Cabildo), 473 § 4 (Consejo episcopal), 511-514
(Consejo pastoral diocesano), 536 (Consejo pastoral parroquial), 492-493 (Consejo económico
diocesano), 537 (Consejo económico parroquial).
14

solución entre las posibles. Naturalmente, existen dificultades que amenazan el


buen desarrollo colegial: la falta de preparación de las reuniones, la indefinición de
las responsabilidades de los miembros, una dinámica excesivamente rutinaria.
Precisamente por ello es necesario el impulso de quien convoca y preside la
actividad colegial. Valdría la pena detenerse aquí brevemente en los distintos
aspectos de la función consultiva diocesana y, en particular, la diferente eficacia
jurídica del consilium y consensus, según las disposiciones generales del CIC de
1983. Vale para la actividad consultiva colegial el principio tradicional canónico de
que el Obispo no debe apartarse de la opinión de los consejeros, sobre todo si es
unánime, sin una motivación más poderosa que valore en conciencia19.
A propósito del gobierno colegial ordinario en la diócesis, habría que
mencionar expresamente tres órganos: el Consejo episcopal, el Consejo presbiteral
y el Consejo de asuntos económicos. Estos tres colegios regulados por el CIC y por
el Derecho particular, tienen especial incidencia en el gobierno ordinario. El
Consejo presbiteral permite la cooperación colegial organizada de los
representantes del presbiterio en el gobierno de la diócesis; aunque hay casos en los
que este Consejo tiene muchos miembros y por tanto no es fácil de convocar
frecuentemente, por eso sucede también que actúa a través de una comisión
permanente, que es más pequeña y puede reunirse frecuentemente con el Obispo.
El Consejo episcopal, por su parte, tiene una gran importancia para el gobierno
ordinario porque reúne a los vicarios administrativos del Obispo, es decir, a los
Ordinarios del lugar. Finalmente, el Consejo de asuntos económicos puede ser
convocado no sólo para cuestiones presupuestarias sino también cuando así lo
aconsejen los problemas derivados de la gestión patrimonial diocesana.
En las sesiones de estos colegios habría que preparar bien el orden del día,
porque de lo contrario es fácil dedicar excesivo tiempo a cuestiones de orden menor,
o volver frecuentemente sobre los mismos temas (por ejemplo, la preparación de los
nombramientos como tema recurrente). Cuando esto ocurre, apenas queda tiempo
para ocuparse de la necesaria programación de la actividad, con objetivos a medio o
largo plazo. Otro riesgo práctico, aun contando con un detallado orden del día, es la
improvisación. Por eso, hace falta un estudio suficiente de las cuestiones que vayan
a tratarse. Por lo que se refiere a la duración de las reuniones, podría ser oportuno
establecer un tiempo máximo. Algún experto en la función consultiva colegial
aconseja una hora y media como duración de las reuniones, dos horas como
máximo 20. Si las reuniones están bien preparadas y los expedientes se estudian
antes de la reunión, ordinariamente no hará falta más tiempo y, por supuesto, no
será necesario tanto tiempo para las reuniones de colegios que se convocan
frecuentemente, como suele suceder en el caso del Consejo episcopal.

19 Cfr. los cc. 105 del CIC de 1917 y 127 § 2 del CIC de 1983.
20 Cfr. R. PETER, L’Église dans tous ses conseils, Paris 1997, p. 62.
15

9. Criterios sobre el gobierno de la curia administrativa:

a) Criterios generales

El gobierno de la diócesis requiere un buen funcionamiento de la Curia


diocesana en sus tres vertientes: la administrativa, la judicial y la económica (no
así la pastoral, porque en realidad el sentido ministerial y apostólico debe informar
todas las actividades de la Curia, que no son meramente burocráticas o rutinarias).
Aquí nos referimos principalmente a la Curia administrativa, es decir, el conjunto
de oficios y personas que colaboran con el Obispo en el gobierno ordinario de la
diócesis.
En este ámbito es especialmente necesaria una buena coordinación de las
tareas ordinarias, para evitar que haya dispersión en el trabajo con objetivos
dispares o incluso contradictorios. En este sentido el c. 473 del CIC, además de
recordar que el Obispo debe promover una buena coordinación de las tareas
diocesanas y ocuparse especialmente de sus Vicarios, señala dos instrumentos
para conseguir una buena coordinación; en primer lugar, el posible nombramiento
de un Moderador de la Curia, que en principio debe ser el Vicario general o uno de
los Vicarios episcopales; en segundo lugar, el posible establecimiento de un Consejo
episcopal formado por los Vicarios generales y episcopales 21. Uno y otro
instrumento son muy convenientes en las diócesis más grandes o con más
expedientes por tramitar. Además, conviene que el Moderador sea un Vicario,
porque, aunque coordinar no signifique mandar, tampoco debe pasarse por alto la
autoridad que comporta la titularidad de un oficio con potestad de régimen, sobre
todo respecto a la finalidad que menciona el c. 473 § 2 de cuidar de que el personal
de la Curia cumpla debidamente su oficio.
La Curia administrativa de la diócesis es un ámbito en el que resulta
especialmente importante, por una parte, la adecuada organización y distribución
de los oficios y competencias; por otra parte, la labor ordinaria de gobierno debe
estar inspirada por el servicio a los destinatarios de los actos administrativos. Es
un aspecto que deberá tener especialmente en cuenta el Obispo y sus colaboradores
más cercanos al determinar las líneas generales de las tareas administrativas. De
todos modos, el espíritu de servicio a los destinatarios del gobierno no es solamente
un imperativo moral ni una actitud meramente individual, sino que tiene

21 Recordemos el texto completo del c. 473 del CIC: Ǥ 1. El Obispo diocesano debe cuidar
de que se coordinen debidamente todos los asuntos que se refieren a la administración de
toda la diócesis, y de que se ordenen del modo más eficaz al bien de la porción del pueblo de
Dios que le está encomendada. § 2. Corresponde al mismo Obispo diocesano coordinar la
actividad pastoral de los Vicarios, tanto generales como episcopales; donde convenga, puede
nombrarse un Moderador de la curia, que debe ser sacerdote, a quien compete coordinar,
bajo la autoridad del Obispo, los trabajos que se refieren a la tramitación de los asuntos
administrativos, y cuidar asimismo de que el otro personal de la curia cumpla debidamente
su propio oficio. § 3. A no ser que, a juicio del Obispo, las circunstancias del lugar aconsejen
otra cosa, debe ser nombrado Moderador de la curia el Vicario general o, si son varios, uno
de los Vicarios generales. § 4. Para fomentar mejor la acción pastoral, puede el Obispo
constituir, si lo considera conveniente, un Consejo episcopal, formado por los Vicarios
generales y episcopales».
16

manifestaciones prácticas precisas, algunas de ellas previstas por las normas


canónicas. Así podríamos citar:
a) El cuidado en la redacción de las normas, de forma que estén bien escritas
y se puedan entender con facilidad, sin que se presten a confusiones. Varios
números del directorio Apostolorum Successores 22 se refieren a este aspecto, que
no es una cuestión menor en el gobierno según Derecho. Hay que evitar las
contradicciones, las repeticiones inútiles, la multiplicación de disposiciones sobre la
misma materia. Es bueno especificar la naturaleza obligatoria o meramente
orientativa de cada disposición. Con este fin el Obispo se valdrá de la colaboración
de especialistas en Derecho canónico, «que no deberán faltar jamás en la Iglesia
particular»23.
b) La sobriedad en el ejercicio de la función normativa, en el sentido de que
las normas no deberían ser excesivamente numerosas sino solamente las
necesarias para atender las necesidades pastorales; de otro modo, el destinatario de
las normas ni siquiera llega a conocerlas.
c) Motivar las decisiones de gobierno y dar oportunidades de defensa. Esto no
sólo afecta por ejemplo a la imposición de penas, sino también a las actividades
sancionadoras de índole administrativa y, en general, a la tramitación de todos
aquellos expedientes que puedan afectar a derechos o intereses legítimos de
determinados fieles.
d) Delimitar lo más claramente posible las competencias de los distintos
órganos de gobierno. Es el caso, por ejemplo, de la potestad del Vicario general en
relación con los Vicarios episcopales y de éstos entre sí, y en general de los órganos
de la Curia diocesana 24.
e) Equidad y prudencia en la selección de candidatos y en la provisión de
oficios. En este aspecto el Obispo no debe dejarse llevar de favoritismos ni faltar a
la necesaria objetividad, con el fin de que en lo posible cada encargo sea
desempeñado por la persona más adecuada 25.

b) Experiencias positivas

Pueden destacarse aquí algunas experiencias positivas para el trabajo


ordinario de la Curia administrativa (también, en cierto modo, de la judicial); entre
ellas: la importancia de que consten por escrito los acuerdos internos y la
comunicación entre los gestores; en este sentido, levantar acta de las reuniones y
comenzar la reunión siguiente por la revisión del acta de la sesión anterior; que
haya un orden del día claro para las reuniones, de modo que se puedan ir tratando
los temas en un tiempo razonable; puntualidad y orden en el trabajo de las oficinas;
repasar al empezar el trabajo las tareas pendientes y no dejar para el final las
tareas más difíciles o menos agradables; no retrasar el trabajo común por olvidos u
omisiones por parte de alguno de los que deben estudiar el expediente: es

22 Vide los nn. 67, 171, 179.


23 Ibidem, n. 67.
24 Cfr. Ibidem, nn. 179 y 182.
25 Cfr. Ibidem, nn. 61 y 78.
17

responsabilidad del Moderador o Secretario de la Curia que estas situaciones se


resuelvan cuanto antes; acusar recibo de las comunicaciones y expedientes
trasmitidos e informar de su tramitación a los interesados; seguir atentamente las
formalidades exigidas por las normas cuando éstas establecen un procedimiento
determinado (el hecho de que, felizmente, el Derecho administrativo canónico sea
poco formalista no debe servir de excusa para la improvisación o el personalismo);
estudiar las posibles consecuencias de las decisiones de gobierno en el ámbito civil.
Un aspecto de interés para las tareas ordinarias de la Curia diocesana es la
formación profesional de los administradores. En efecto, los titulares de oficios
eclesiásticos encargados de aplicar el Derecho realizan frecuentemente una labor
callada y oscura, humanamente poco brillante, pero que redunda en beneficio de los
destinatarios del gobierno. Por eso merecen ser apoyados por el Obispo; por
ejemplo, facilitando su formación o los medios materiales para desempeñar
dignamente su trabajo. Habría que subrayar concretamente la importancia de la
actividad del Canciller y de otros notarios de la diócesis. Lo mismo cabe decir de los
miembros del Tribunal diocesano. Esta formación permanente profesional de los
que trabajan en la Curia diocesana podrá incluir también el aprendizaje en
cuestiones de administración y recursos humanos, dirección de reuniones,
comunicación, resolución de conflictos, etc., tan desarrolladas en el ámbito de la
gestión empresarial y que en ocasiones, mediante cursos y programas adecuados,
pueden resultar de buena ayuda, salvando siempre la naturaleza de la Iglesia
diocesana. Habría que poner los medios para que los miembros de la Curia sean
conscientes de sus responsabilidades deontológicas, horarios, posibles incentivos
económicos para el caso de los laicos. Que los que trabajan en la Curia sean
conscientes también de los resultados que se esperan de su actividad, de modo que
los objetivos resulten claros y que periódicamente haya revisiones y evaluaciones
del trabajo realizado: esta es la manera de no acostumbrarse fácilmente a un modo
de trabajar que puede llegar a ser invadido por la rutina y la desmotivación.
Un gran principio inspirador del gobierno ordinario es el de la prioridad de las
personas frente a la organización. El n. 178 in fine del directorio Apostolorum
Successores dice textualmente: «Al dirigir y coordinar el funcionamiento de todos
los órganos diocesanos, el Obispo tendrá presente, como principio general, que las
estructuras diocesanas deben estar siempre al servicio del bien de las almas y que
las exigencias organizativas no deben anteponerse al cuidado de las personas. Por
tanto, es necesario actuar de modo que la organización sea ágil y eficiente, extraña
a toda inútil complejidad y burocratismo, con la atención siempre dirigida al fin
sobrenatural del trabajo». Una manera de potenciar esta conciencia de servicio es
facilitar también la formación espiritual de los miembros de la Curia diocesana,
mediante clases, cursos o incluso ejercicios espirituales organizados especialmente
para ellos. De este modo la formación permanente espiritual de los miembros de la
Curia se desarrollará paralelamente a su actualización profesional, a la que antes
nos hemos referido
18

10. La administración económica diocesana

Al tratar del gobierno patrimonial de la diócesis, habrá que recordar la


responsabilidad personal del Obispo, en cuanto a la dirección de la administración
de los bienes de la diócesis, de acuerdo con el Derecho universal y, en ocasiones, con
los criterios de la Conferencia episcopal (cc. 392 § 2, 1276). La economía necesita
ser gobernada y administrada por personas competentes y honradas, que den
cuenta de su administración. Es necesaria una amplia información a toda la
comunidad diocesana. La exhortación Pastores Gregis habla en su n. 45 de
honestidad, competencia y transparencia como criterios que deben guiar la
conducta de los administradores. Por su parte, el n. 189 del directorio Apostolorum
Successores destaca una serie de criterios que deben guiar la administración
económica, entre ellos: la competencia pastoral y técnica, la participación, el
espíritu ascético de sobriedad y desprendimiento, el sentido apostólico, la
responsabilidad de un buen padre de familia
Casi todos los problemas prácticos que se plantean en este ámbito tienen que
ver con una gestión excesivamente personalista o incontrolada y con omisiones en
la labor de gobierno por parte de aquellos a los que corresponde el estudio y la
fiscalización de las actividades, y que deberían actuar siempre de acuerdo con
criterios que vayan más allá de la simple gestión y se inspiren en aspiraciones
pastorales y apostólicas. La economía diocesana debe estar al servicio de la
pastoral y no al revés. Los bienes de la Iglesia deben orientarse al servicio del culto,
del sostenimiento de las obras de apostolado y de los ministros sagrados y del
ejercicio de la caridad. Pero estas finalidades primordiales exigen una gestión
vigilada, controlada y en buena medida colegial. Recordemos en este sentido que al
Obispo corresponde una función de gobierno general en este ámbito, pero que al
mismo tiempo incluso él mismo debe contar con el consejo e incluso a veces con el
consentimiento del Consejo de asuntos económicos 26. Es claro que ni el Obispo ni
los demás Ordinarios diocesanos pueden o deben tener una formación económica
especial, de modo que se hace completamente necesario el asesoramiento de
personas expertas «y de probada integridad» (c. 492 § 1)
Habría que referirse aquí precisamente con detalle a la función del Ecónomo
diocesano y a la actividad colegial del Consejo de asuntos económicos de la diócesis.
El Consejo de asuntos económicos (de constitución preceptiva en la diócesis) está
compuesto por al menos tres fieles designados por el Obispo, expertos en economía
y derecho civil, con funciones presupuestarias, consultivas y de control en la gestión
de la economía y del patrimonio diocesano (cc. 492-494 del CIC de 1983). La
participación colegial pretende servir aquí de garantía de que las decisiones de
gobierno en materias económicas y jurídicas han sido estudiadas en sus
presupuestos y previsibles consecuencias. En este sentido, el Consejo económico
diocesano es un instrumento de legalidad, prudencia y eficacia en el gobierno,
frente a los riesgos de una administración individualista, incontrolada o arbitraria.
De todos modos, el hecho de que en algunos casos el Derecho prevea el
dictamen vinculante (consensus) del Consejo de asuntos económicos, no le convierte

26 Cfr. los cc. 1263, 1277, 1281 § 2, 1292 § 1, 1305, 1310.


19

en un órgano soberano ni de suyo deliberativo. Es un colegio consultivo que,


además, según lo previsto por el Derecho, tiene la capacidad de desarrollar una
serie de funciones de control en el ámbito patrimonial, sobre todo en relación con
las personas que ejercen la gestión económica ordinaria, especialmente el Ecónomo
de la diócesis.
En esta materia hay aspectos que deben mejorar en la vida real, como por
ejemplo la falta de normas claras sobre la organización y funcionamiento del
Consejo económico; el elevado número de miembros que algunos tienen, en
perjuicio de una actividad más ágil y eficaz; la pretensión de que sea un órgano
representativo, a pesar de que su carácter es más bien técnico (y pastoral); la
escasa representación laical que se advierte en algunos de estos consejos
económicos españoles 27.

Conclusión

Hemos repasado algunos posibles contenidos de la dinámica del gobierno


diocesano y algunos criterios que podrían servir de inspiración a los responsables.
El punto de partida es la necesidad del Derecho en la vida de la Iglesia particular,
instrumento para la comunión y de una pastoral bien construida. Por razones de
espacio no hemos tratado aquí de aspectos también interesantes, como pueden ser
las relativas al gobierno del tribunal; las relaciones con las autoridades civiles; la
organización de la actividad caritativa y social; la relación del gobierno diocesano
con los institutos de vida consagrada, la asociaciones de fieles y los movimientos
eclesiales; en fin, el gobierno de la parroquia en el marco de la Iglesia particular.
Corresponde no exclusivamente, pero sí especialmente, a las Facultades de
Derecho canónico y Centros asimilados ofrecer una preparación suficiente en torno
a estas cuestiones, de modo que clérigos y laicos puedan beneficiarse de ella.

27 Cfr. A. VIANA, «Los Consejos diocesanos de Pastoral y de Asuntos económicos.


Anotaciones desde el Derecho particular», en R. SERRES LÓPEZ DE GUEREÑU (ed.), Iglesia y
Derecho. Actas de las Jornadas de estudio en el XX aniversario de la promulgación del
Código de Derecho Canónico, Madrid 2005, pp. 115-146.

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