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Antonio Viana
Universidad de Navarra. Facultad de Derecho Canónico
La situación es variada según los países y las diversas diócesis, pero por lo
general se advierte la necesidad de que los colaboradores del Obispo, los miembros
de la Curia y del Tribunal diocesano y especialmente los presbíteros y diáconos
jóvenes tengan claros una serie de criterios sobre la organización y el ejercicio del
munus regendi. Estos criterios tomados sobre todo de la tradición y de las normas
jurídicas de la Iglesia deberían ser explicados y estudiados propiamente en las
Facultades de Derecho canónico. Entre los fines de estos centros universitarios se
cuenta el de formar a los futuros colaboradores en el gobierno episcopal diocesano,
de forma que adquieran una verdadera mentalidad jurídica y criterios sólidos y
eficaces sobre la paz, la justicia y la unidad de la Iglesia, que son valores
permanentes de la gran disciplina eclesial. Es decir, sin desvirtuar su naturaleza,
una Facultad, Instituto o Cátedra de Derecho canónico (dentro de sus posibilidades
respectivas) debería preocuparse no sólo de preparar a futuros jueces para las
causas matrimoniales o capacitar para la tramitación de expedientes de diversos
tipos que ordinariamente se despachan en las diócesis, sino también de trasmitir
con la historia y el Derecho vigente los principios y experiencias sobre el gobierno
eclesial. La Iglesia no dispone de Escuelas de negocios o de alta Administración
dedicadas a la formación de expertos gestores y directivos, pero sin llegar tan lejos
es cada vez más necesaria una suficiente formación en tareas administrativas
auxiliares del gobierno. Falta hoy un estudio riguroso sobre la adaptación de las
técnicas de gestión empresarial a la organización eclesiástica, cuestión que a
determinados niveles puede resultar útil, sobre todo lo que sirva para la
motivación, promoción y mejor preparación de los fieles que trabajan en
estructuras auxiliares del gobierno, tanto clérigos, como consagrados y también
especialmente laicos, que no siempre han recibido una formación al estilo de la que
se supone en clérigos y consagrados sobre la naturaleza de la Iglesia y de su misión.
3. Cuestiones metodológicas
6 Cfr. const. Lumen gentium, nn. 30 y 32; decr. Apostolicam Actuositatem, n. 2; c. 208
del CIC.
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debe contar con el Derecho; o, visto desde otra perspectiva, sin tener en cuenta ni
aplicar el Derecho no hay verdadera acción pastoral que edifique la comunión
eclesiástica
Estas cuestiones preocupan a la Sede apostólica de una manera particular en
los últimos años. Todos sabemos del amplio proceso de revisión de las leyes de la
Iglesia desde la celebración del Concilio Vaticano II. Ese proceso tuvo un momento
especialmente importante en la promulgación del CIC de 1983. Pero ese cuerpo
legal ha cumplido ya 25 años y ha sido seguido de la publicación de un número
relativamente amplio de leyes complementarias y especiales. La legislación
poscodicial no es tan extensa que no pueda conocerse bien (como sucede, en cambio,
con la promulgada por cualquier ente periférico de los modernos Estados), pero
debe ser interpretada y aplicada adecuadamente no según el automatismo
simplista de la lex posterior derogat priori sino con un criterio sabio que sepa ius
dicere, decir el Derecho, según una actitud integradora, que comprenda el Derecho
de la Iglesia no sólo como la ley vigente sino también como un proceso histórico y
dinámico.
Además de la promulgación de diversas leyes, la Sede apostólica ha publicado
en estos años algunos documentos de carácter doctrinal que no han dejado de
insistir en la importancia, finalidad y ejercicio del munus o función de gobierno de
los Obispos en sus diócesis. Me refiero especialmente a la exhortación de Juan
Pablo II Pastores Gregis (16.X.2003) y al directorio Apostolorum Successores
publicado por la Congregación de los Obispos el 22.II.2004 7. En efecto, Pastores
Gregis es un documento en el que Juan Pablo II quiso recoger las propuestas de la
X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de 2001, que había sido
dedicada precisamente a la figura del Obispo como servidor del evangelio. Se
entiende así que haya inspirado ampliamente el contenido del directorio
Apostolorum Successores. Uno y otro documento citados dan una clave de lo que
hoy la Iglesia espera del Obispo y de sus colaboradores.
Uno de los aspectos de la potestad del Obispo que más destacan los
documentos citados es lo que podríamos llamar el carácter unitario de las diversas
funciones episcopales de enseñar, santificar y regir. En efecto, el Obispo es titular
de una verdadera capitalidad que ejerce en la diócesis en nombre de Jesucristo y le
corresponde la sacra potestas en su triple función de magisterio, régimen y
santificación, que siempre puede ejercer personalmente 8. En este sentido, no es
adecuado a la misma naturaleza del oficio capital diocesano el ejercicio personal de
a) Promoción de la unidad
11 Además del capítulo V de la exh. ap. Pastores Gregis, puede verse también el capítulo
IV, §§ 1, 2, 4 y 8, así como el capítulo VII del directorio Apostolorum Successores.
12 Cfr. Pastores Gregis, n. 43; Apostolorum Successores nn. 37 ss.
13 Cfr. const. Lumen gentium, n. 23 sobre el Obispo como fundamento visible de unidad
en la Iglesia particular.
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b) Legítima diversidad
Pero este servicio a la unidad debe ser también compatible con la legítima
diversidad. El Derecho no debe servir en la Iglesia de instrumento para el
rigorismo o la uniformidad, sino que el orden de comunión que ayuda a promover
incluye la libertad responsable de los hijos de Dios. La comunión no sería posible
sin la diversidad legítima, como recordó hace años la carta Communionis notio14.
Su epígrafe IV se titula precisamente: «Unidad y diversidad en la comunión
eclesial». Esta concepción del Derecho canónico como un ordo libertatis tiene
diversas manifestaciones; entre ellas: reconocer la participación de todos los fieles
en la misión de la Iglesia, y la justa libertad de opinión y de acción en aquellas
cosas que no sean necesarias para el bien común: esto comporta un sano pluralismo
en las actividades personales y asociadas; el respeto de las competencias, de forma
que el Obispo no asuma tareas que ordinariamente estén atribuidas a otros oficios
o colegios, y al mismo tiempo, como regla general, en aplicación de un sano
principio de subsidiariedad, no se ocupe personalmente de aquello que pueda ser
realizado por sus colaboradores próximos o por otros fieles, sin perjuicio
naturalmente de su responsabilidad personal. Es todo un estilo de gobierno que
lleva a favorecer las iniciativas antes que a controlarlas, y a no dejar de
estimularlas por miedo a que se desvíen o produzcan problemas. Dice también
expresamente el directorio Apostolorum Successores que al gobernar la diócesis el
Obispo deberá atenerse al «principio de justicia y de legalidad», cuyo planteamiento
fundamental viene así descrito: «el respeto de los derechos de todos en la Iglesia
exige la sumisión de todos, incluso de él mismo [del Obispo], a las leyes canónicas.
En efecto, los fieles tienen derecho a ser guiados teniendo presentes los derechos
a) Subsidiariedad y participación
15 En efecto, algunos teólogos en los últimos años han señalado que en lugar de
subsidiariedad en la Iglesia debería hablarse de comunión. Así, E. CORECCO, «Della
sussidiarietà alla comunione», en Communio, 22 (1993), pp. 90-105, y en la misma línea, A.
CATTANEO, «L’esercizio dell’autorità episcopale in rapporto a quella suprema: dalla
sussidiarietà alla comunione», en IDEM (ed.), L’esercizio dell’autorità nella Chiesa.
Riflessioni a partire dall’esortazione apostolica ”Pastores Gregis”, Venezia 2005, pp. 63-80,
y J.R. VILLAR, «L’ambiguità del concetto di sussidiarietà», Ibidem, pp. 81-97. Con una
orientación diferente, cfr. J.I. ARRIETA, «Considerazioni attorno alla traduzione tecnica del
principio di sussidiarietà nel rapporto gerarchico tra Autorità suprema e autorità
diocesana», Ibidem, pp. 99-108. En mi opinión es la realidad de la Iglesia en cuanto
comunión la que permite hablar de subsidiariedad. Sobre esta cuestión remito a mi estudio
«El principio de subsidiariedad en el gobierno de la Iglesia», en Ius Canonicum, 38 (1998),
pp. 147-172.
16 Sobre estas cuestiones, cfr. P. PLATEN, Die Ausübung kirchlicher Leitungsgewalt
durch Laien. Rechtssystematische Überlegungen aus der Perspektive des «Handelns durch
andere», Essen 2007, especialmente, pp. 11-279.
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19 Cfr. los cc. 105 del CIC de 1917 y 127 § 2 del CIC de 1983.
20 Cfr. R. PETER, L’Église dans tous ses conseils, Paris 1997, p. 62.
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a) Criterios generales
21 Recordemos el texto completo del c. 473 del CIC: Ǥ 1. El Obispo diocesano debe cuidar
de que se coordinen debidamente todos los asuntos que se refieren a la administración de
toda la diócesis, y de que se ordenen del modo más eficaz al bien de la porción del pueblo de
Dios que le está encomendada. § 2. Corresponde al mismo Obispo diocesano coordinar la
actividad pastoral de los Vicarios, tanto generales como episcopales; donde convenga, puede
nombrarse un Moderador de la curia, que debe ser sacerdote, a quien compete coordinar,
bajo la autoridad del Obispo, los trabajos que se refieren a la tramitación de los asuntos
administrativos, y cuidar asimismo de que el otro personal de la curia cumpla debidamente
su propio oficio. § 3. A no ser que, a juicio del Obispo, las circunstancias del lugar aconsejen
otra cosa, debe ser nombrado Moderador de la curia el Vicario general o, si son varios, uno
de los Vicarios generales. § 4. Para fomentar mejor la acción pastoral, puede el Obispo
constituir, si lo considera conveniente, un Consejo episcopal, formado por los Vicarios
generales y episcopales».
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b) Experiencias positivas
Conclusión