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Álvarez, P. y Grunin, J. (2010). Función encuadrante y problemáticas actuales


de simbolización. En Revista Universitaria de Psicoanálisis (pp. 15-33).
Vol. X. Universidad de Buenos Aires.

Función encuadrante y problemáticas actuales de simbolización.

Autores:
Dra. Patricia Alvarez.
Lic. Julián Nicolás Grunin.

“(…) Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que

rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos

empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si

matándonos nos nace”1.

(Eduardo Galeano)

1. Introducción

El trabajo clínico con niños y adolescentes con problemas de simbolización

abre nuevos interrogantes que profundizan la investigación tanto sobre los

diversos procesos psíquicos implicados como sobre las herramientas

terapéuticas para su abordaje específico.

Consideramos a los procesos de simbolización como un entramado complejo

y heterogéneo que articula formas diversas de trabajo representativo y de

investimiento de objetos, para crear sentidos subjetivos y singulares que

dinamizan la interpretación de la experiencia.

1
Galeano, E. (1989). El libro de los abrazos. Buenos Aires. Catálogos. Pág. 83.
2

Desde esta perspectiva, los procesos de simbolización abarcan toda una serie

de trabajos psíquicos para elaborar las relaciones conflictivas entre las

demandas pulsionales, la heterogeneidad de la actividad representativa y la

elaboración identificatoria.

Es decir que la actividad de simbolización tiene para el sujeto una función

interpretante de la complejidad de su experiencia, creando cierto orden de

sentido que hace metabolizable la heterogeneidad de sus conflictivas.

En los avatares del proceso de simbolización se construye lo que es pensable,

reconocible y decible para el sujeto, en una relación indisociable entre la

dimensión lógica secundaria y objetivable con la organización subjetiva

identitaria.

Por esta razón el abordaje de las problemáticas actuales de simbolización pone

de relieve la importancia de la plasticidad del trabajo psíquico para la

elaboración de las conflictivas, y realza la necesidad de considerar la

heterogeneidad de los procesos en un mismo sujeto, para elaborar un

diagnóstico complejo y diferencial tanto de la sintomatología en juego como de

los recursos psíquicos disponibles para trabajar en el proceso terapéutico.

Las interrogaciones sobre la eficacia del trabajo clínico actual ponen en el

centro de la investigación las condiciones para potenciar la apertura

imaginativa, la plasticidad sustitutiva y la capacidad reflexiva en las

modalidades de trabajo psíquico. Es aquí donde la interrogación sobre la

función del encuadre abre perspectivas para profundizar las

conceptualizaciones sobre los procesos de simbolización.

Nuestro propósito es reflexionar sobre las dimensiones del encuadre que

propician los procesos de transicionalidad para que el trabajo de duelo sobre


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las modalidades psíquicas primarias se constituya en una herramienta de

investimiento de las modalidades más complejas de pensamiento.

2. Problemáticas actuales de simbolización

2.1 Complejidad y heterogeneidad de los procesos de simbolización

La categoría de complejidad (Morin, 2000) permite considerar el trabajo de

simbolización desde una multiplicidad de procesos (heterogéneos entre sí) en

interdependencia y tensión permanente.

De esta manera, el pensamiento complejo nos otorga el fundamento

epistemológico para estudiar los trabajos psíquicos implicados en los procesos

de simbolización, poniendo de relieve las complejas tramas de articulaciones

posibles entre formas de funcionamiento psíquico con legalidades particulares,

manteniendo el análisis de la especificidad que las delimita.

Partiendo del modelo ampliado de la metapsicología (Green, 1996), el análisis

del trabajo en las fronteras intrapsíquicas (Green, 2001) permite interpretar

la organización de enlaces singulares y mediaciones dinámicas entre formas

heterogéneas de actividad representativa que complejizan la producción

simbólica de un sujeto.

La construcción de nexos permeables y transicionales entre las

representaciones de cosa (pertenecientes al territorio de lo inconsciente regido

por la legalidad del proceso primario) y las representaciones de palabra

(referentes al sistema preconciente-conciente atravesado por la organización


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lógica del proceso secundario), da cuenta de la presencia de modalidades

intermediarias de trabajo psíquico en las fronteras que complejizan las

relaciones posibles entre las condiciones de producción e invención imaginativa

y el trabajo elaborativo de lo preconciente.

Dicho trabajo favorece la construcción elaborativa de nuevas ligazones sobre la

tendencia a la descarga pulsional directa, generando así el campo de la

plasticidad psíquica necesaria para la creación de mediaciones sustitutivas

singulares abiertas a las condiciones de intercambio con los otros.

Esta perspectiva de análisis pone en relación la heterogeneidad de la actividad

representativa con las modalidades de tramitación del afecto, para indagar las

articulaciones entre los procesos erógenos y simbólicos y dar cuenta de las

formas singulares de elaboración de las conflictivas.

2.2 Procesos de ligazón y religazón

Las problemáticas actuales de simbolización expresan una diversidad de

modalidades restrictivas de acceso a procesos de autonomía de pensamiento y

producción de sentido sobre la propia experiencia, que redunda en graves

limitaciones para el despliegue subjetivo y social.

La potencialidad de construcción instituyente de la realidad social (Castoriadis,

1993) se funda en el despliegue activo de los trabajos de invención imaginativa

que caracterizan la psique singular. La plasticidad de dicho trabajo psíquico se

ve interpelada en tanto se consolidan modalidades rígidas de defensa que

limitan y empobrecen las posibilidades complejas de ligazón, conjunción e

interpenetración entre la dinámica afectiva y el trabajo representativo.


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Los procesos de ligazón y religazón (Green, 1995), implican la puesta en

juego de movimientos necesarios de desligazón sobre las fijación a modos

rígidos de tramitación pulsional. Estos movimientos promueven la apertura de

la dinámica proyectiva de nuevas investiduras de objeto (incluidas las propias

funciones psíquicas) que se despliegan con la expectativa de obtener

ganancias sustitutivas de placer, que no sólo sostienen la renuncia (parcial) a

modalidades primarias y exclusivas de satisfacción pulsional, sino que

confieren un sentido singular al investimiento de formas más complejas de

mediación simbólica.

Las restricciones en los procesos de ligazón y religazón entre la dinámica

afectiva y el trabajo representativo limitan las posibilidades de inscripción de

formaciones intermediarias, en las fronteras, entre los procesos de producción

de sentidos subjetivos singulares y los trabajos de apropiación secundaria de

las significaciones socialmente compartidas que apuntalan el investimiento de

los procesos de transmisibilidad, intercambio con los otros y apertura sustitutiva

al campo social.

En nuestro trabajo clínico actual con niños y jóvenes con problemas de

simbolización resulta frecuente distinguir modalidades diferenciales de rigidez

en la elaboración sustitutiva, que generan modos restrictivos de elaborar

sentidos propios sobre la experiencia subjetiva.

En algunas predominan formas escindidas y sobreadaptadas de

reproducción mecánica de lo instituido, que se consolidan por acción de

mecanismos rígidos de sobreinvestidura de lo real (Green, 1996) al servicio de

clausurar (Enriquez, 1991) todo espacio de tramitación de las conflictivas que


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ponga en juego el investimiento de la interrogación crítica, la duda (Aulagnier,

1994) y el pensamiento reflexivo (Castoriadis, 1993).

En otras, en cambio, predomina la sobreinvestidura de modalidades

primarias de producción imaginaria que alteran el lazo con los objetos del

mundo exterior, e irrumpen (con escaso filtraje) en la producción simbólica del

sujeto, acotando las posibilidades de organización secundaria y

comprometiendo, en consecuencia, los procesos mismos de ligazón psíquica y

de construcción simbólica de mediaciones representacionales.

En ambos casos se destacan riesgos de irrupción de los representantes

psíquicos pulsionales, como aquello impensable que emerge desligado. Es

decir, en tanto intrusión de excitaciones provenientes del interior del cuerpo

que, al no encontrar suficientes o adecuadas vías de mediación por la vía

simbólica, comprometen la actividad misma de representación.

3. Constitución psíquica y transicionalidad

3.1 Puntualizaciones sobre las funciones intersubjetivas e intrapsíquicas

Tanto Aulagnier como Green inscriben la complejidad del ejercicio de las

funciones simbólicas primarias en una estructura intersubjetiva triádica de

inicio, que da cuenta de la heterogeneidad de la oferta erógena y simbólica.

De esta forma se articulan los objetos fundacionales anclados en la realidad

exterior, creados por sujetos que le dan la impronta de su realidad psíquica,

que ofertan materiales y procesos que generan las condiciones (sexuales y

simbólicas) de creación de objetos internos.


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Por esta razón, investigar en la diversidad y heterogeneidad de las

construcciones objetales es al mismo tiempo estudiar la complejización

psíquica involucrada en la dinámica intersubjetiva primaria en las que se anclan

las modalidades propias de la oferta y sus procesos de metabolización.

Es en este sentido que Winnicott (1979) plantea la dimensión paradojal de la

creación de objetos internos y de encuentro con objetos externos, al ser estos

últimos solo reconocibles a partir de una experiencia internalizada.

Esta paradoja inaugural radica en que es el objeto externo (ofertado por

quienes sostienen las funciones simbólicas primarias) quien posibilita una

matriz intrapsíquica fundacional que Green denomina estructura encuadrante

y que posibilita todas las formas diversas de objetalidad y de potencialidad de

desplazamiento.

La presencia de los objetos primordiales sostiene, para el infans, una

experiencia de omnipotencia primaria que resulta fundacional en los inicios de

la actividad psíquica. Se crea así un espacio originario que no es estrictamente

ni externo ni interno, que propicia la ilusión (para el infans) de que, ante la

emergencia (por empuje de la pulsión) de nuevos estados de tensión o

displacer, podrá crear (por autoengendramiento) el objeto mismo de

satisfacción. Encuentro imaginario que testimonia la indiscriminación primitiva

entre afecto y representación. Experiencia primaria (“mágica”) que resultará

fundante para la actividad psíquica del sujeto, constituyendo la base del juego y

de la creatividad.

La definición freudiana (1900) sobre la realización alucinatoria de deseo, da

cuenta de la puesta en movimiento de un intento por re-investir, no sin resto

(factor pulsionante), las huellas mnémicas de las experiencias de placer


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inscriptas en el aparato. En esta línea, Castoriadis (1993) define la

imaginación radical, como la capacidad originaria de la psique singular (a-

funcional, en términos de lo autoconservativo) de crear y organizar imágenes y

representaciones figurales que no son copia (o transcripción unívoca) del

mundo exterior y que suponen una fuente sustitutiva de ganancia de placer.

Representaciones que son producto del trabajo psíquico que el infans elabora

ante el impacto erógeno que implica la oferta libidinal de los otros primordiales.

En esta línea, el interjuego que Winnicott (1979) denominó como “madre

suficientemente buena y suficientemente mala” oferta las condiciones para la

inscripción de la función encuadrante. Función que propicia un espacio y

tiempo adecuado (singular) de transición gradual, de desfasaje óptimo, entre

presencia y ausencia, entre la indiscriminación y la inauguración del orden de la

diferenciación entre la ilusión fantaseada y la desilusión que impone la

exigencia de la realidad.

Los procesos de transicionalidad permitirán, por consiguiente, complejizaciones

novedosas de la actividad de representación y nuevas vías de tramitación del

afecto tendientes a favorecer el establecimiento y el investimiento de

fronteras estables, pero a la vez lo suficientemente permeables, como para

admitir relaciones dinámicas, dúctiles y plásticas entre los modos heterogéneos

de funcionamiento psíquico.

“El pensamiento debe obedecer a la doble tarea de alejarse lo

suficiente de los derivados pulsionales donde nace, sin dejar de

mantener el contacto con sus raíces afectivas” (Green, 2001;

p.108).
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Los objetos transicionales introducen condiciones de simbolización ante la

ausencia (óptima) del objeto. Abriendo así oportunidades de sustitución que

habilitan complejizaciones que transitan desde las modalidades originarias de

búsqueda de satisfacción por vía exclusiva de la actividad autoerótica

(omnipotencia primaria regida por el principio del placer) hacia formas

incipientes de diferenciación que alojan la inclusión potencial de espacios

transicionales, que no son ni internos, ni puramente externos. No habría,

entonces, posibilidad de constitución del yo e inscripción de la alteridad sino es

a partir del anclaje en el lazo intersubjetivo fundante con los otros.

El trabajo de simbolización nos permite, en este punto, situar la dimensión del

duelo en tanto alucinación negativa (Green, 2001) de la representación de

objeto primario (o de si). Operación que posibilita trabajos de ligazón psíquica y

construcción de nuevas representaciones (Green, 1995a).

“La organización es siempre reorganización consecutiva a una

desorganización” (Green, 1991; p. 192).

4. Procesos de transicionalidad fallida.

4.1 Modos de circulación del afecto y mecanismos de defensa en los límites

de las fronteras

Las problemáticas de inscripción de límite se consolidan por fallas significativas

en la instauración de un desfasaje óptimo posible entre presencia y ausencia

constitutivo de los procesos de simbolización (Winnicott, 1979).

Fallas que suponen modos rígidos (y fallidos) de tramitación ante el par

angustia de separación-angustia de intrusión (Green, 1975). Angustia en


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relación a un objeto que, por un lado, se constituye omnipotente e

intrusivamente presente (por ausencia excesiva), adquiriendo un carácter

potencialmente persecutorio que remite, al mismo tiempo, a una idealización

fundamental (Green, 1991). O bien, por otro lado, se realza un tipo de lazo con

el objeto que produce efectos de vacío, fragmentación (por fallas en la función

de espejo estructurante) y desligadura en cuanto al trabajo mismo de

pensamiento, comprometiendo la integridad del yo.

Dichas problemáticas se caracterizan por presentar procesos fallidos de

transicionalidad y diferenciación con el afuera, señalando –a su vez- fracasos

en los procesos de clivaje del aparato psíquico (represión primaria) en

instancias o sistemas con legalidades y formas de funcionamiento específicas.

Se obstaculizan así posibilidades de inscripción y despliegue de los procesos

terciarios (Green, 1996), donde la relación entre las instancias psíquicas

pudiera entrar en conflicto2 y tensión mutua para dar lugar a complejizaciones

progresivas de la actividad de representación.

Los procesos terciarios suponen la inscripción de una doble frontera

permeable, y a la vez estable, tanto hacia fuera (como límite plástico entre lo

interior y lo exterior), como hacia adentro (en tanto trabajo de enlace entre

instancias y procesos psíquicos heterogéneos) (Green, 2001).

Las fallas en las posibilidades de enlace afectivo-representacional dificultan el

reconocimiento de los efectos de las mediaciones establecidas entre las

representaciones palabra y las representaciones cosa inconcientes.

Cuando la intensidad del movimiento pulsional no encuentra suficientes vías de

mediación representacional, se producen escisiones que comprometen la

2
“La referencia a la fuerza pone en juego directamente la dimensión del conflicto” (Green,
2007; p. 123).
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función objetalizante, porque dificultan el investimiento de otras vías de

satisfacción. Fracasa aquí el proceso mismo de transformación de las

funciones psíquicas en objetos posibles de investidura libidinal (Green, 2007).

Predominan así modos de circulación del afecto caracterizados por niveles

excesivos de descarga e irrupción de los procesos primarios. Dinámica

afectiva que, en casos limítrofes, resulta vivenciada como representante de una

amenaza para la estabilidad, integridad y cohesión identitaria.

Asimismo, estos modos restrictivos se expresan en el establecimiento de

formas rígidas de contrainvestidura de lo imaginario, con su contraparte en

modos de sobreinvestidura de lo secundario por amarre a lo real (Green, 1999).

Intento activo por escindir del campo representacional aquello que, por su

carácter displacentero, desborda los recursos elaborativos.

Los efectos de las defensas patológicas de escisión pueden llegar, por su

exceso, a redundar en formas de parálisis o blancos del pensamiento. Se trata

de vivencias y/o sentimientos internos de vacío de representación; siendo

afectos que remiten a lo irrepresentable y que, en esta línea, comprometen -por

amenaza de irrupción- la ligadura del propio trabajo de pensamiento y la

ligazón con el objeto externo (Green, 1999).

La desinvestidura del propio proceso de pensamiento señala así la

dificultad en poder hacer representable (trabajo de lo preconciente) ciertos

estados afectivos (derivados pulsionales) que provocan una angustia

desbordante para el yo (Green, 2001). Riesgo de desborde que, a su vez,

compromete la dimensión de lo prospectivo (Green, 1995b), por formas rígidas

de organización de la temporalidad psíquica.


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Proyectar(se) una categoría de futuro –en tanto investimiento de una

experiencia por hacer (Aulagnier, 1980) irreductible al retorno en identidad de

un tiempo pretérito- resulta, quizás, uno de los trabajos psíquicos más

comprometidos en las patologías actuales de la simbolización.

La inclusión de la incertidumbre, la inscripción de la duda, la diferencia, y el

investimiento de lo probable en el campo de lo imaginativo resultan procesos

elaborativos complejos que conllevan un compromiso subjetivo substancial

para un funcionamiento identificatorio que –en tanto se revela endeble- el

sujeto se ve en la encrucijada de tener que sostenerse en defensas rígidas,

aún al precio de resignar el propio trabajo de pensamiento y la puesta en

cuestión de sí mismo y la realidad.

La función desobjetalizante (Green, 1993b) adquiere aquí protagonismo, en

tanto representa un modo defensivo radical cuyo propósito consiste en

desmantelar la ligazón misma con los objetos.

Se presentan así múltiples defensas patológicas con el propósito de

contrarrestar niveles destructivos y efectos de desobjetalización que se

instauran (como manifestación de la pulsión de muerte) ante la predominancia

de experiencias de insatisfacción y frustración excesiva en la relación con los

objetos externos.

“La actividad de investidura se centra entonces en torno a un

propósito: volcarse sobre la vigilancia de los procesos psíquicos

más que sobre sus contenidos individualizados, intentando

impedir a toda costa que el trabajo de transformación y

elaboración nacido de las mociones pulsionales o de las

percepciones culmine en la tentativa de tomar forma en dirección


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del fantasma, lo que permitiría al inconciente llegar al

funcionamiento preconciente, pues en este nivel se efectuaría la

ligazón entre las representaciones” (Green, 1999; p. 55).

Incluyendo el lugar del soma y lo real (como territorios psíquicos articulados

dinámicamente a los territorios inconciente y preconciente-conciente), Green

(1996) introduce un esquema ampliado de la metapsicología freudiana para

dar cuenta de aquellas problemáticas de simbolización en las cuales se ve

comprometida la posibilidad misma de tramitación del conflicto psíquico. En las

problemáticas fronterizas, la tramitación del conflicto no estaría tan relacionada

con la posibilidad (propia de las neurosis) de elaborar sofisticadas formaciones

simbólicas de compromiso (expresadas éstas en los retoños de aquello

secundariamente reprimido que habría de retornar desfigurado por acción de

los mecanismos de desplazamiento y condensación). En cambio, la acción

prevalente de la anulación del conflicto manifiesta aquí el propósito primordial

de preservar la estabilidad psíquica.

Uno de los ejes de las problemáticas de inscripción de límite se sitúa alrededor

de la fijeza a una serie de mecanismos inconcientes de defensa

fundamentales (Green, 1975; 1999):

a) La exclusión somática (formación a-simbólica) implica una

somatización del orden del sinsentido, como acting destructivo (no sin

ligazón a la libido erótica) dirigido hacia las fuentes somáticas de la

pulsión, por supresión de aquello que promueve el conflicto psíquico.

b) La expulsión (o también evacuación) a través del acto, esta vez hacia

la realidad exterior.
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c) La escisión del afecto supone una supresión del trabajo de

pensamiento, sostenida ésta por acción de mecanismos de

contrainvestidura de lo inconciente escindido. La escisión remite así a

formas generalizadas de inhibición de la actividad psíquica.

d) La decatectización radical del objeto (lógica de la desesperanza)

resulta, según Green (1993b), como expresión del narcisismo negativo;

predominando la sobreinvestidura de estados de vacío representacional.

5. Alcance de los modelos de interpretación del trabajo psíquico

¿Reconocemos la existencia de fenómenos psíquicos que no

pertenecen a la conciencia y de los que no se puede dar cuenta por

medio de su caracterización en términos de representaciones

inconcientes? (Green, 1999; p. 35).

5.1 Metapsicología: obstáculos y transformaciones

Con la formulación del segundo dualismo pulsional (pulsiones de vida/pulsiones

de muerte) y la construcción de la segunda tópica (ello/yo/superyo/realidad)

(Freud, 1920; 1923), se incluyen a la teoría psicoanalítica fenómenos psíquicos

que dan cuenta de la compulsión de repetición, como propiedad fundamental

del funcionamiento pulsional (Ello) que se instaura “más allá del principio del

placer-displacer”.

“La potencia nunca apagada de las mociones pulsionales (…)

relevan en la segunda tópica a los deseos inconcientes de la


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primera como fondo de la actividad psíquica” (Green, 1992; p.

488).

El modelo de la primera tópica tropieza así con obstáculos que movilizan

replanteos y complejizaciones en la teoría. La reflexión sobre los obstáculos de

la clínica, plantea la necesidad de ampliar las fronteras de la teoría y el método

para dar cuenta de determinados fenómenos psíquicos:

“Las variadas formas de enfermedad que tratamos no pueden

tramitarse mediante una misma técnica” (Freud, 1918; p. 161).

En esta línea, la meta del psicoanálisis ya no se circunscribirá exclusivamente

al intento de propiciar, por la vía del arte de la interpretación, el devenir

conciente de lo inconciente reprimido secundariamente (Freud, 1920). La regla

fundamental freudiana se encuentra con obstáculos para desplegarse. Más que

formaciones de compromiso, predominarían (en estos casos) los efectos de

escisiones patológicas, como defensas rígidas contra la irrupción de cantidades

irrepresentables. Los procesos mismos de ligazón psíquica de la pulsión

encuentran así un resto, un límite (factor pulsionante) que cae por fuera del

campo de la representación.

“(…) La idea misma de inconsciente se verá reemplazada por la

hipótesis de los efectos no mediatizados de la pulsión” (Green,

1992; p. 482).

En “Sobre la dinámica de la transferencia”, Freud (1912) ya ponía de realce la

presencia de resistencias que obstaculizaban la tramitación de las mociones


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pulsionales por la vía de la representación palabra. En “Sobre la iniciación del

tratamiento”, Freud (1913) señalaba, también, ciertas dificultades para cumplir

la meta ideal del análisis: hacer conciente lo inconciente, vencer las

resistencias de represión y llenar las lagunas del recuerdo. Destacaba así que

debía ponerse el acento sobre las fuerzas que, exteriorizadas en la resistencia,

protegían contra la emergencia de lo inconciente reprimido. Los pacientes,

postulaba Freud (1914; 1920), más que recordar las mociones inconcientes

reprimidas, tendían a reproducirlas, a volverlas actuales en transferencia.

Más tarde, Freud (1926) plantearía la resistencia del ello, asociada ésta a la

compulsión de repetición, como expresión de la intensidad de mociones

pulsionales que plantean una exigencia de trabajo, reelaboración y ligazón

psíquica de aquello que no termina de inscribirse en el aparato psíquico. En el

“Esquema del Psicoanálisis”, Freud (1938) da cuenta, justamente, de las

fuentes de dichas resistencias, situadas en relación a la pulsión de muerte,

como pulsión de destrucción vuelta hacia adentro.

“En esta perspectiva, el analista no se limita a develar un sentido

oculto, sino que construye un sentido” (Green, 1975; p.91).

El inconciente va a expresarse, entonces, a través de una fuerza pulsionante

(Drang) que, a la vez que resiste a la significación por la vía de la

representación, constituye (paradojalmente) el motor, la condición misma de los

procesos de simbolización. Los procesos de producción de sentido arraigan

entonces en la dinámica afectiva.

El viraje o pasaje hacia la segunda tópica ubica al Ello como instancia psíquica

anclada en lo somático. El Ello se caracteriza por la movilidad de las


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investiduras libidinales en el aparato psíquico. Supone la coexistencia de Eros

(erotismo) y pulsiones de destrucción (muerte) contra el objeto, o bien contra el

propio yo (Green, 1988).

La articulación entre psique, cuerpo y objeto, introduce la heterogeneidad de la

actividad psíquica. La noción de representante psíquico de la pulsión (Freud,

1915), se define así como registro no figural (en el psiquismo) de las

excitaciones corporales. Es decir, como registro psíquico de la tensión

producida en el cuerpo producto de la exigencia de trabajo que convoca la

ausencia del objeto.

Este representante se subdivide (producto de la ligazón de la pulsión con la

representación cosa o de objeto) en representante-representación de la pulsión

y representante-afecto. La ligazón a representaciones de palabra (territorio

preconciente-conciente) contendrá, entonces, un fuerte arraigo –como fuente

dinámica- en el campo pulsional (Green, 2001).

El psicoanálisis contemporáneo introduce así un abordaje de las estructuras no

neuróticas que exige repensar los fundamentos de la clínica.

El modelo del sueño (Green, 2007) y de realización de deseo (implícitos en

las neurosis) remite a la prevalencia (aunque no excluyente) del conflicto entre

el yo y el ello, la asociación entre afecto y representación, la angustia de

castración como motor de la represión, la problemática del deseo inconciente

(reprimido secundariamente y latente) y la investidura de la fantasía (como

forma sustitutiva de búsqueda de satisfacción ante las frustraciones que

impone la realidad externa).

Ahora bien, en las estructuras no neuróticas el conflicto parece adquirir rasgos

diferenciales: “El paciente no está intentando manejar una fantasía que


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supuestamente realizaría un deseo. Al contrario, parece estar vigilando sus

propias producciones mentales de manera de mantener la mayor distancia

posible de esta posibilidad” (Green, 1995b; p. 788).

5.2 Trabajo psíquico y problemática identitaria

Por otro lado, las problemáticas de inscripción de límite remiten a

problemáticas en la construcción de la identidad y del narcisismo.

El sentimiento de identidad, como investimiento de sí, supone un proceso en

movimiento (y no un estado inmutable) de construcción identificatoria.

Configuración que implica la representación de un cuerpo unificado, la

instauración de un límite entre el reconocimiento de sí mismo y el otro, entre lo

interno y lo externo. Sentimiento de pertenencia que se nutre y sostiene en los

puntos de anclaje históricos y de permanencia identificatoria transmitidos por el

discurso parental en entramado con el conjunto socio cultural (Rother de

Hornstein, 2003; 2007).

En las patologías de simbolización, se ve comprometida la economía y la

movilidad misma de los límites (precarios y lábiles) entre un adentro y un afuera

(Green, 2001). Según Green (1975), desde un plano intersubjetivo, la

interacción con los otros parecería adquirir el poder de otorgar (o negar) una

identidad y una estima o valoración de sí mismo, oscilando entre movimientos

de proximidad u alejamiento en el vínculo con el objeto, identificando cierta

vacilación en la continuidad de sí, viéndose comprometido el mantenimiento de

la propia identidad y la inscripción de la alteridad.


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Se establecen así defensas (como la idealización) para sostener y preservar la

fragilidad de los referentes identificatorios que se ven interpelados ante la

sensación de peligro que genera la intrusión del objeto, generando así efectos

rígidos de repliegue sobre el propio pensamiento, o bien sobre lo real.

En cuanto al plano intrapsíquico, parecerían predominar aquí mecanismos de

sobreinvestidura y control en los límites de las fronteras entre los territorios

psíquicos, con el propósito de contrarrestar (por fragilidad del trabajo del

preconciente) la irrupción de representantes afectivos que, más que percibirse

como representantes de deseos inconcientes inconciliables y contradictorios

con las aspiraciones del yo, se perciben como amenazantes a la integridad del

psiquismo

¿Qué sucede, entonces, con la función del encuadre en el tratamiento de las

problemáticas de simbolización? ¿Y qué relaciones se establecen con los

modelos de interpretación del trabajo psíquico?

Los fundamentos del encuadre son consonantes con el modelo del sueño y el

análisis interpretativo de lo inconciente (Green, 1988), sosteniendo la meta de

favorecer la producción (y posterior reelaboración) de un pensamiento no

pensado (Green, 2001). Lo cual supone (como precondición) la existencia de

un aparato psíquico clivado que pueda propiciar la instauración de una doble

relación (permeable y conflictiva) entre las fronteras intersubjetivas e

intrapsíquicas.

Ahora bien, ¿cómo repensar las intervenciones clínicas en casos donde se

encuentra restringido el trabajo de simbolización? ¿Cuáles son las formas de

abordaje clínico que se replantean allí donde fracasan las condiciones de

despliegue de movimientos intermediarios de elaboración entre las fronteras?


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6. Proyecto terapéutico: función encuadrante e intervenciones

clínicas.

Las problemáticas de simbolización replantean las condiciones de construcción

del encuadre, en tanto producción de un doble límite. Las intervenciones se

orientarían así a intentar promover un espacio favorecedor de nuevos

movimientos de ligadura, desligadura y religadura en la elaboración de las

conflictivas.

El trabajo del analista podría pensarse a partir del trabajo de lo negativo

(Green, 1995a; 2001), en tanto despliegue de un espacio encuadrante de la

ausencia como potencialidad (transicional) de presencia (Green, 1975).

Dicho trabajo se orientaría así a propiciar procesos de construcción de

simbolización y pensamiento.

“La estructura encuadrante genera una matriz potencial que contiene

los límites internos que hacen tolerable la excitación y soportable la

demora de satisfacción, porque crea un campo psíquico delimitado

de un vacío virtual, que favorece el desplazamiento y la sustitución.

Esta función sostiene los límites tolerables para el psiquismo de la

tensión entre deseo y satisfacción e inaugura la construcción de una

expectativa anticipada de satisfacción que sostiene el investimiento

de la función objetalizante” (Alvarez, 2007; p. 43).

Como señala Green (1975), este trabajo se inaugura a partir de una doble

operación que coloca en tensión la movilidad de los límites entre las fronteras.
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Trayectoria terapéutica que partiría así de una función continente (en tanto

oferta de subjetivación tendiente a facilitar el trabajo de lo preconciente como

trabajo de representación, como un hacer pensable lo no ligado) hacia modos

de intervención que apuntalen (en un “segundo tiempo”) las condiciones

necesarias para acceder (progresivamente) a esbozar movimientos de

reelaboración y simbolización historizantes de las conflictivas.

“No se trata sino de traer la trasferencia al nivel de lo que es

representable, elaboración primera y punto de partida de las

elaboraciones ulteriores. Para que haya insight, hace falta primero

que haya algo representable” (Green, 2001; p.106/7).

Green (2007) propone una relación dialógica para pensar las relaciones entre

pulsión y objeto, discutiendo con las teorías que realizan una lectura opositiva

y/o de consideración aislada de estos dos elementos. La problemática de la

distancia con el objeto genera aquí especificidades en la función del encuadre y

la transferencia.

“Si nuestra meta es lograr la autonomía, con estos pacientes es

imprescindible no acentuar la angustia que les produce la

separación y la intrusión cuando se sienten dependientes del otro,

porque un sentimiento de identidad estable es condición de

supervivencia psíquica” (Rother de Hornstein, 2003; p. 175).

La ausencia del objeto es aquí capaz de desencadenar (por déficits en la

función de representación) estados intensos de angustia que reeditarían

estados inconcientes de desamparo psíquico. Se movilizan así mecanismos de


22

defensa con el propósito de evitar el sentimiento de frustración y de desborde

de aquello irrepresentable (Green, 1999).

Al mismo tiempo, pueden generarse fenómenos de alucinación negativa del

objeto, y bloqueos (por supresión y/o renegación del proceso afectivo) con una

vigilancia permanente de los límites de las fronteras, intentando así suspender

toda actividad y productividad psíquica (Green, 1999).

En este marco, la función del encuadre se ubicaría como sostén (o condición

misma) para el despliegue de la actividad de representación.

El trabajo de simbolización del terapeuta se incluye así como oferta

elaborativa y promotora de la función objetalizante (Green, 1975; 1996).

“El encuadre es lo que permite el nacimiento y el desarrollo de

una relación de objeto” (Green, 1975; p.88),

Green (1975) reconoce en la obra de Winnicott la importancia que éste le

atribuye al lugar del vacío como prerrequisito para la conformación de objetos

transicionales. Asimismo, Green (2007) examina en la metapsicología

freudiana el lugar de la alucinación negativa como fase que necesariamente

precede al mecanismo de alucinación positiva. En los estados limítrofes, por su

parte, la confrontación con el vacío moviliza defensas radicales que se

establecen contra la amenaza de fragmentación que éste supone para el yo.

Se trataría entonces de propiciar la oferta (y construcción) de un espacio

potencial que, no siendo un espacio obturante de vacío (exclusión objetal) o

de mero relleno (dependencia fusional en relación al objeto), facilite la

producción de un espacio que amplíe los límites de lo representable.


23

Este “primer tiempo” del proyecto terapéutico supone estrategias firmes de

intervención, pero a la vez plásticas y tolerantes. Destinadas a ofertar las

herramientas necesarias para co-construír un espacio psíquico continente y

estructurante de formas posibles de pasaje de la actuación a la simbolización

(Rother de Hornstein, 2007).

La función encuadrante intenta así propiciar la apertura sustitutiva a nuevas, y

más estables, ligaduras entre afecto y representación. Sosteniendo, a la vez, y

como meta terapéutica, la posibilidad de incluir un trabajo de reelaboración

historizante posible en relación al conflicto psíquico.

7. Clínica y transicionalidad: del cuerpo materno al juego de las

escondidas.

La función del encuadre sostiene entonces las condiciones de una relación

transferencial que genera un espacio intermediario de encuentro y separación,

que coloca al terapeuta como objeto interno y externo a la vez, provocando un

encuentro complejo con la propia alteridad. Por eso estimula la plasticidad

necesaria para que la actividad fantasmática tenga un espacio de expresión, y

las mediaciones sustitutivas de la conflictiva realidad psíquica, posibiliten que

los sentidos elaborados sean expresables, simbolizables y reconocibles para sí

mismo y el otro.

Esta complejidad transferencial le otorga a la dimensión intersubjetiva un

alcance intrapsíquico, ya que parte del reconocimiento conflictivo de una

separación y de su dirección a una ambigua gama de objetos en superposición,

relaciones de analogía y exclusiones recíprocas. La función del trabajo de


24

simbolización es reducir esa distancia, generando nuevas ligaduras con la

expectativa de una consumación de deseo en un campo más abarcativo de

satisfacción.

Según Schlemenson (2009), el encuadre se define por las características

distintivas de un dispositivo terapéutico que, al mismo tiempo que asegura

condiciones necesarias de estabilidad (delimitadas por la permanencia de un

tiempo y espacio preestablecidos), promueve el despliegue de la actividad

psíquica, orientando así la calidad de las intervenciones clínicas específicas.

A continuación se presenta un breve fragmento de una situación clínica3 que

interroga el lugar y la función del encuadre en relación con las problemáticas

actuales de simbolización en la infancia.

Marcela, de 6 años de edad, asiste al servicio asistencial derivada por su

escuela. En las entrevistas iniciales, y en referencia al motivo de consulta, la

madre de Marcela menciona que la niña “no quiere entrar a la escuela, se tira

al piso, tira las cosas, patea, le cuesta, tarda mucho en copiar”.

Sostenido (en un primer momento) por la referencia al discurso escolar, el

discurso materno expresa una interpretación de las limitaciones de su hija para

el acceso autónomo el campo social: “Me dijo la (maestra) particular que está

en cero Marcela (…) que todavía no tiene la madurez. Yo le comenté que es

seismesina y dice por eso que está en la etapa que quiere jugar”, “Ella quiere

jugar nada más, quiere jugar”, “No quiere hacer la tarea…Se enoja”.

Desde la interpretación materna, la modalidad de ejercicio de las funciones

primarias se presenta en forma polarizada. La madre es quien se enuncia

3
La viñeta corresponde a un proceso diagnóstico a cargo del Lic. Julián Grunin (Becario
Doctoral CONICET) en el Servicio de Asistencia Psicopedagógica (público y gratuito) con sede
en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, el cual depende de la Cátedra
Psicopedagogía Clínica y es dirigido por la Dra. Silvia Schlemenson.
25

propiciando la inscripción de cierta función de límite, la cual reconoce fallida,

mientras que otorga al padre un tipo de oferta atrapante en una posición

regresiva: “Mi marido la mima mucho”. “La (maestra) de apoyo me dijo que le

hable a mi marido y que Marcela ya no es un bebé. Porque él va y le dice

varias veces que es su bebé. Ella lo toma pareciendo que ella todavía es bebé

(…) En primer grado ya son grandes. No son bebés, y le dijimos que no le

mime mucho”, “A mi en realidad mucho no me hace caso (…) Debe ser que yo

mucho le digo lo que es no, es no”.

Durante el transcurso de la primera entrevista con Marcela, y como modalidad

singular a lo largo del proceso diagnóstico, se destaca la inmediatez de los

propios requerimientos por sobre el diferimiento que convocan algunas de las

consignas de trabajo propuestas (por ejemplo, la realización de un “dibujo

libre”).

Su demanda de “juego” no expresa un investimiento de su despliegue

imaginativo sino una modalidad defensiva intensa y activa para evitar el

encuentro con algún sentido subjetivo.

La rigidez defensiva no impide la emergencia de angustia, reforzando un

círculo vicioso que le obstaculiza el investimiento de un espacio de juego

placentero a la actividad simbólica que le propone el terapeuta.

Su escasa tolerancia a la frustración y ciertas restricciones para elaborar

mediaciones simbólicas de mayor complejidad, promueven una posición

ambivalente con su producción que limita su despliegue singular.

Su trabajo psíquico se centra más en sostener una estabilidad apuntalada en la

presencia materna que en la posibilidad de expresar sus propias creaciones.


26

Por ejemplo, la niña entra y sale continuamente del aula para buscar a su

madre ante cualquier dificultad que se le genera en el trabajo, o bien, se tira al

piso o realiza berrinches. Si bien Marcela logra ingresar sola al aula donde se

desarrolla la entrevista, en reiteradas oportunidades solicita retirarse de la

misma para solicitarle ayuda a su madre acerca de cómo escribir los nombres

de los personajes graficados. Del mismo modo, en algunos momentos requiere

que su madre ingrese a la sala para ayudarla a escribir.

En el segundo encuentro el terapeuta recibe a Marcela y su madre en el hall

de entrada de la Facultad. La niña dice no querer subir al aula. “Quiero jugar”,

dice en tono de berrinche. La madre de la niña insiste para que vaya al aula.

Al subir, en el pasillo contiguo al aula, la madre continúa insistiendo a Marcela

que ingrese pero no lo logra, la niña dice que no quiere estar acá, que quiere ir

a jugar a la computadora. En varias ocasiones la niña intenta irse y la mamá va

a buscarla y la trae nuevamente.

El terapeuta dialoga con Marcela sobre los motivos por los cuales desea irse y

le comenta la actividad a realizar (láminas del Test CAT-A), intentando facilitar

cierta apertura y expectativa de acceso a un espacio sustitutivo tal que le

resulte atractivo su investimiento.

Trabaja sobre las características del encuadre, preguntándole por qué piensa

que está asistiendo a este espacio. Marcela le pregunta su nombre, dice que la

vez pasada no se lo había dicho. Hablan de los dibujos que hizo la vez anterior.

Dice que la había dibujado fea a la mamá, que los brazos eran más largos,

“así” y le muestra los brazos de la mamá que está junto a ella.

El terapeuta le propone ir a buscar dos sillas al aula y llevarlas al pasillo para

trabajar allí con las láminas del CAT. Marcela insiste en querer irse a jugar. Le
27

dice que no hay problema, que pueden volver a verse la semana siguiente.

Luego, continúan hablando de la escuela y otros temas de su interés.

Más tarde, la niña se esconde detrás del cuerpo de la mamá. El terapeuta le

dice que así no puede hablar con ella ya que no la puede ver. Le propone jugar

a las escondidas, Marcela empieza a reírse. La busca atrás de la mamá, la

encuentra y ella vuelve a reír a carcajadas.

Luego, el juego se extiende más allá del cuerpo de la madre. Marcela se

esconde en distintos lugares del pasillo, le dice al terapeuta cómo tiene que

hacer para contar mientras ella se esconde y le pide que la encuentre. Luego

propone que él se esconda y ella tiene que encontrarlo.

Luego de unos minutos de juego, el terapeuta ingresa al aula para buscar su

agenda y coordinar con la mamá un nuevo día de encuentro. A Marcela le

llama la atención la agenda, le pregunta qué es, para que sirve, etc, y a

continuación comienza a hablar de las cosas que ella tiene en su escuela.

Ingresa nuevamente al aula y observa que Marcela también ingresa, se sienta

y propone que dejen la puerta entreabierta.

Durante el resto de la entrevista la mamá permanecerá en el pasillo, al lado de

la puerta del aula, en tanto que Marcela logra comenzar a trabajar,

entusiasmándose con los dibujos de las láminas.

El trabajo sobre las condiciones mismas del encuadre habilitó aquí un primer

bosquejo (transicional) hacia una puerta entreabierta posible. A su vez, la

introducción del juego, como modo de elaboración del par presencia-ausencia,

permitió en este caso trasladar lúdicamente al campo de la representación

cierta adherencia a formas rígidas de tramitación pulsional asociadas a la

inmediatez de la descarga.
28

Esbozos de movimientos, procesos en plena construcción de fronteras

posibles, tanto hacia adentro (como creación de recursos y mediaciones

representacionales más estables), como hacia fuera (en tanto tramitación

progresiva de la distancia, la diferencia, entre lo interno y lo externo).

Necesarios para generar condiciones psíquicas para el investimiento de sus

procesos de simbolización, posibilitando así que el reconocimiento de sus

conflictivas deje de ser una amenaza para la integridad narcisista.

Cuando el espacio terapéutico se consolide en su función encuadrante podrá

cerrar la puerta y reconocer la separación como condición para desplegar la

intimidad de su fantasmática con expectativas singulares de elaboración.

8. “La culminación del abrazo”: Aperturas e interrogantes

¿Cómo pensar los procesos de duelo por los objetos primarios cuando lo que

parecería estar comprometido es la inscripción misma del objeto?

¿Qué características adquiere la operación simbólica del fort-da (Freud, 1920),

en tanto simbolización de la ausencia, cuando la función encuadrante presenta

quiebres para facilitar procesos graduales y transicionales entre ilusión-

desilusión, y presencia-ausencia?

La función del encuadre se problematiza e introduce así nuevos interrogantes.

Según Rodulfo (1989), las estrategias terapéuticas centradas exclusivamente

en la discriminación se revelan insuficientes y desacertadas allí donde el

registro simbólico de la ausencia tambalea.

Las relaciones conflictivas entre las condiciones iniciales de ilusión (como

trabajo de continencia) y la progresiva diferenciación (a través de una zona


29

intermedia de la experiencia) (Winnicott, 1979) parecen constituir un territorio

privilegiado del trabajo clínico para delimitar la inscripción de la alteridad y

oportunidades de autonomía de pensamiento.

Retomando la cita inicial de Eduardo Galeano, “la culminación del abrazo”

(llamada pequeña muerte en Francia) nos señala así una distancia y una

ruptura…pero también (subraya el autor) nos encuentra y nos une. El trabajo

sobre la función del encuadre realza así la creación de un lugar de una

ausencia posible que (plasmada en un campo intersubjetivo sostenedor y

continente) inscribe un espacio potencial para el investimiento de la actividad

sustitutiva. Ausencia que (inaugurada en un espacio facilitador de

transicionalidad) se revela indisociable de la puesta en interjuego de la

presencia. Ausencia que (en tanto se inscriba una distancia o desfasaje óptimo)

no anula, sino que motoriza movimientos afectivos y representacionales

tendientes a potenciar la búsqueda y el investimiento de nuevos objetos

soportes de la expectativa sustitutiva de ganancia de placer, condición de

posibilidad de nuevas ligazones y actividades sustitutivas que complejizan el

trabajo de representación y los procesos de simbolización.

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