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Las paradojas de la vida que exaltan a Cristo

La vida dedicada a seguir a Cristo tiene un alto precio. El precio es la


consecuencia y el medio de exaltar a Cristo. Si no tomamos con pasión
el
camino del amor lleno de gozo y dolor, desperdiciaremos nuestras vidas.
Si no
aprendemos junto a Pablo las paradojas de la vida que exaltan a Cristo,
derrocharemos nuestros días malgastándolos, mientras vamos detrás de
pompas
de jabón que estallan en seguida. Pablo vivió «como entristecidos, mas
siempre
gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo
nada,
mas poseyéndolo todo» (2 Corintios 6:10). El camino del Calvario
cuesta y
duele, pero también trae gozo.
Cuando aceptamos con gozo el costo de seguir a Cristo, su valor
resplandece
en el mundo. El costo se convierte en el medio para hacer que Cristo se
vea
grandioso. Pablo tenía una única pasión en la vida. Hemos visto que lo
dice de
diversas maneras: no conocer nada sino a Cristo, y a Cristo crucificado
(1
Corintios 2:2); solo gloriarse en la cruz (Gálatas 6:14).
La única pasión de Pablo en la vida y en la muerte
Pablo habló de su gran pasión de otro modo, el cual nos muestra cómo el
costo
de exaltar a Cristo es también el medio. Le dijo a la iglesia de Filipos:
«Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado;
antes bien
con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado
Cristo en mi
cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el
morir es
ganancia» (Filipenses 1:20-21). Aquí, la pregunta se formula y se
responde:
¿Cómo honramos a Cristo con la muerte? ¿De qué manera puede el costo
de
perderlo todo en este mundo ser el medio de exaltar a Jesús? Oigamos a
Pablo
con mucha atención. Cristo nos ha llamado a vivir y morir para su gloria.
Si
sabemos cómo morir bien, sabremos cómo vivir bien. Este texto nos
muestra
ambas cosas.
De nuevo vemos la única pasión de Pablo en la vida: «Será magnificado
Cristo
en mi cuerpo, o por vida o por muerte». Si no exaltamos mucho a Cristo
en
nuestra vida, la desperdiciamos. Existimos para hacer que Él se vea en el
mundo
como lo que es en realidad: magnificente. Si nuestra vida y nuestra
muerte no
muestran el valor y la belleza de Jesús, las desperdiciamos. Por eso
Pablo dice
que su objetivo en la vida y en la muerte es que Cristo sea magnificado.
Nuestra vergüenza y nuestro tesoro
Observa de qué modo inusitado lo aclara en el versículo 20: «Conforme
a mi
anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado…». Detengámonos
aquí
por un momento. La vergüenza es ese horrible sentimiento de culpa o
fracaso
que sentimos cuando no llegamos a cumplir las expectativas de las
personas que
apreciamos mucho. Es lo que siente el niñito en la obra de Navidad,
cuando
olvida su papel, le brotan las lágrimas, el silencio parece eterno, y los
otros niños
se ríen sin piedad. Recuerdo esos horribles momentos. Vergüenza es lo
que
siente el Presidente cuando se revelan las conversaciones secretas, y se
oye su
lenguaje soez, y queda deshonrado y culpable ante el pueblo.
¿Qué es lo opuesto a la vergüenza? Es cuando el niño recuerda su papel
y oye
los aplausos. Es cuando el Presidente gobierna bien y es reelegido. Lo
opuesto a
la vergüenza es recibir honor. Sí, por lo general es así. Pero Pablo era
una
persona poco común. Y los cristianos debiéramos ser personas muy poco
comunes. Para Pablo, lo opuesto de sentir vergüenza no es recibir honor,
sino
que Cristo reciba honor a través de él. «Conforme a mi anhelo y
esperanza de
que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como
siempre,
ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por
muerte».
Lo que amamos determinará aquello por lo cual nos avergonzamos. Si
amamos
demasiado al mundo, sentiremos vergüenza cuando el mundo no nos
honre. Pero
si lo que amamos es que el mundo exalte a Cristo, sentiremos vergüenza
si
Cristo no es exaltado por medio de nosotros. Y Pablo amaba más a
Cristo que a
ninguna otra cosa o persona. «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia,
las he
estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo
todas las
cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús,
mi
Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para
ganar a
Cristo» (Filipenses 3:7-8).
Sea lo que fuese que valoremos enormemente, que atesoremos por su
belleza,
poder o singularidad, queremos que los demás le presten atención, que lo
vean
con el mismo gozo. Por eso, el objetivo de la vida de Pablo era que
Cristo fuera
magnificado. Cristo tenía infinito valor para él, y por eso anhelaba que
otros
pudieran ver y saborear ese valor. Esto es magnificar a Cristo: mostrar la
magnitud de su valor.
¿No hace la muerte que magnificar a Dios sea imposible?
Entonces, qué si alguien objetara en este punto y dijera: «Pablo, vemos
lo
valioso que es Cristo para ti, cómo disfrutas de su compañía, cómo Él te
da un
ministerio fructífero y rescata tu vida del naufragio espiritual, pero ¿qué
significará todo esto en la hora de la muerte? ¿Dónde está entonces el
valor de
Cristo? Si ser cristiano te cuesta la vida, ¿cómo te ayudará esto a
magnificar a
Cristo? ¿No te roba la muerte esa misma vida que puede magnificarlo?».
Por eso Pablo agrega al final del versículo 20 su profunda expectativa de
que
«…será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte». La
muerte
es una amenaza hasta el punto de que frustra nuestros objetivos
principales. La
muerte es temible hasta el punto de que amenaza con robarnos lo que
más
atesoramos. Pero lo que Pablo más atesoraba era a Cristo, y su objetivo
era
magnificarlo. Por eso no veía la muerte como la frustración de ese
objetivo, sino
como ocasión de su logro.
¡La vida y la muerte! Parecen extremos opuestos, enemistados entre sí.
Pero
para Pablo, y para quienes tienen su misma fe, hay una unidad, porque la
misma
gran pasión se cumple en ambas cosas, a saber, magnificar a Cristo en
este
cuerpo, el nuestro, sea en la vida o en la muerte.
En Filipenses 1:21, Pablo nos da un resumen que explica el modo en que
espera que Cristo sea magnificado en su vida y su muerte: «Para mí el
vivir es
Cristo, y el morir es ganancia». Luego en los versículos 22 al 26 explica
ambas
partes de esta afirmación para que veamos en detalle cómo se magnifica
a Cristo
en la vida y la muerte.
Veamos esto por partes.
Pablo descubre el secreto de Pedro
Primero: «Para mí… el morir es ganancia». Me pregunto si Pablo en su
conversación con Pedro en Jerusalén había hablado de la muerte. Me
pregunto si
Pedro le contó sobre la experiencia registrada en Juan 21 cuando Jesús,
después
de la resurrección, le dijo: «De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más
joven,
te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás
tus
manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras» (Juan 21:18).
Luego
Juan agrega la siguiente explicación en su Evangelio: «Esto dijo [Jesús],
dando a
entender con qué muerte había de glorificar [Pedro] a Dios…» (v. 19).
El Señor
había decretado que Pedro en su muerte hiciera que Dios se viera grande.
No
dudo que cuando Pedro y Pablo se estrecharon la mano derecha como
muestra
de amistad, su apretón de manos y las miradas que cruzaron
comunicaban esta
misma y única pasión en común: magnificar a Cristo crucificado, el
refulgente
centro de la gloria de Dios, aun en la muerte.
Pero ¿cómo magnificamos a Cristo en la muerte? O dicho de otra
manera,
¿cómo podemos morir para que en nuestra muerte sean visibles el valor
de
Cristo, la magnitud de su valía? La respuesta de Pablo aquí en Filipenses
1 está
en conexión con los versículos 20 y 21. Estos versículos se conectan
mediante la
palabra «porque». Si vemos las palabras que hacen referencia a la
muerte,
leeremos: «Mi expectativa es que Cristo sea magnificado en mi cuerpo
por
medio de la muerte porque para mí el morir es ganancia». Es decir, si
experimentamos la muerte como ganancia, estaremos magnificando a
Cristo en
la muerte.
¿Cómo puede ser ganancia la muerte?
¿Por qué ocurre esto? El versículo 23 nos muestra por qué para Pablo
morir es
ganancia: «…teniendo deseo de partir [es decir, morir] y estar con
Cristo, lo cual
es muchísimo mejor». Eso es lo que hace la muerte: nos lleva a una
mayor
intimidad con Cristo. Partimos y estamos con Cristo, y eso, dice Pablo,
es
ganancia. Y cuando sentimos la muerte de esta manera, señala Pablo,
exaltamos
a Cristo. Sentir a Cristo como ganancia es magnificar a Cristo en la
muerte. Eso
es «muchísimo mejor» que vivir aquí.
¿De veras? ¿Mejor que los amigos en la escuela? ¿Mejor que
enamorarse?
¿Mejor que abrazar a nuestros hijos? ¿Mejor que el éxito profesional?
¿Mejor
que retirarse y disfrutar de los nietos? Sí. Mil veces mejor. Cuando
prediqué mi
sermón de candidatura para el puesto de pastor que hoy ocupo, este
pasaje de las
Escrituras fue el texto elegido. Eso sucedió el 27 de enero de 1980.
Partiendo de
la Palabra, quería mostrarles a las personas la única y completa pasión de
mi
vida: magnificar a Cristo en todas las cosas, tanto en la vida como en la
muerte.
En este punto del mensaje, surgió la pregunta: ¿Es mejor la muerte que
la
vida? ¿Es partir para estar con Cristo mejor que estar aquí? Les dije:
Si no creyera esto, ¿cómo podría atreverme a aspirar al puesto de pastor en lugar alguno, y más
aún
en la Iglesia Bautista Bethlehem, donde hay ciento ocho miembros de más de ochenta años, y
ciento
setenta y uno de más de sesenta y cinco? Sí, lo creo. Y lo digo a cada uno de los creyentes que
peinan
canas en esta iglesia, con toda la autoridad del apóstol de Cristo: ¡Lo mejor está por venir! Y no
me
refiero a una buena pensión ni a un lujoso condominio. Hablo de Cristo.[4]
Durante mi primer año y medio como ministro, tuve un promedio de un
funeral cada tres semanas. Y muchos más después. Para un pastor joven
era una
temporada para la dulzura y la templanza. Entretejí mi corazón con el de
muchas
familias al despedir a los amigos uno tras otro. Y en estas despedidas,
nuestros
mejores deseos de bienestar para el viaje que iniciaban eran muy
sinceros.
Si aprendemos a morir bien, viviremos bien
Lo que hemos aprendido de Filipenses 1 hasta ahora es que la muerte,
sea por
causas naturales o a causa de la persecución, es un medio para exaltar a
Cristo.
Si sufrimos o morimos en el camino del Calvario de la obediencia a
Cristo, el
costo de seguirlo no será tanto el resultado de exaltarlo, sino el medio.
La muerte
hace que se vea dónde está nuestro tesoro. El modo en que morimos
revela el
valor de Cristo en nuestros corazones. Cristo es magnificado en mi
muerte si
estoy satisfecho con Él en mi muerte, cuando experimento la muerte
como
ganancia porque gano a Cristo con ella. Digámoslo así: la esencia de
alabar a
Cristo está en apreciarlo. Cristo será alabado en mi muerte si, con mi
muerte, lo
aprecio más que a la vida.
Jesús dijo: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de
mí; el
que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí» (Mateo 10:37).
Cuando
llegue la hora de que todo nos sea quitado, con excepción de Cristo, lo
magnificaremos diciendo: «En Él lo tengo todo y más. El morir es
ganancia».
Si aprendemos a morir de este modo, estaremos preparados para vivir. Si
no lo
hacemos, desperdiciaremos nuestras vidas. La mayoría de nosotros
todavía
vivirá unos años más antes de estar con Cristo. Y hasta los más viejos
entre
nosotros deberán preguntarse: «Si amamos a Cristo, ¿cómo podré
magnificarlo
con mi conducta esta tarde, esta noche, esta semana?». Así, llegamos a la
otra
mitad de Filipenses 1:21: «…para mí el vivir es Cristo…».
El vivir es Cristo
¿Qué quiere decir Pablo con «el vivir es Cristo»? Comienza su
explicación en el
versículo 22: «…el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la
obra…».
Pero esta es una explicación extraña: «El vivir es Cristo» se convierte en
«vivir
en beneficio de la obra». ¿Cuál es el fruto de la obra de Pablo? ¿Y cómo
entendemos «el vivir es Cristo»? Las respuestas están en los versículos
24-26.
En el versículo 22, Pablo dijo: «Mas si el vivir en la carne resulta para
mí en
beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger». Ahora en el versículo
24 dice:
«pero por el bien de ustedes es preferible que yo permanezca en este
mundo»
(NVI). Así que es evidente que el fruto que produce la vida de Pablo no
es solo
para sí mismo, sino muy necesario por el bien de los creyentes de
Filipos. Por
eso, la frase: «Para mí el vivir es Cristo», ahora es: «Para mí vivir es
producir
fruto que ustedes necesitan mucho». Luego el versículo 25 nos dice que
la vida
de Pablo producirá el fruto que la iglesia necesita: «…sé que
permaneceré y
continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso avance en la
fe»
(NVI). Así vemos que Pablo aclara poco a poco lo que quiere decir con
«para mí
el vivir es Cristo».
Primero, quiere decir: mi vida está dedicada a producir fruto (v. 22). En
segundo lugar, significa: mi vida está dedicada a producir frutos que
ustedes
necesitan mucho (v. 24). Y en tercer lugar, expresa: mi vida está
dedicada a
aumentar la fe de ustedes y a ayudarlos a rebosar con gozo (v. 25).
La pregunta crucial en este caso es: ¿Por qué en la mente de Pablo es lo
mismo
decir «para mí el vivir es Cristo» y «mi vida está dedicada a aumentar la
fe de
ustedes y a ayudarlos a rebosar con gozo»? Creo que ambas
afirmaciones son
prácticamente sinónimas para Pablo en este contexto.
Vivo para su provecho y gozo de la fe
Para ver esto, necesitamos una definición de fe. Por lo general, fe
significa
confianza puesta en alguien que ha dado evidencias de su confiabilidad,
disposición y capacidad para proveer lo que necesitamos. Pero cuando es
Jesús
el objeto de la fe, hay un giro. Él mismo es lo que necesitamos. Si solo
confiamos en Cristo para que nos dé regalos y no en Él mismo como el
regalo
más satisfactorio, no confiamos en Él a fin de honrarlo como nuestro
tesoro.
Solo honraremos sus regalos. Eso es lo que realmente queremos, y no a
Él. Así
que la fe bíblica en Jesús debe significar que confiamos en Él para que
nos dé lo
que más necesitamos: Él mismo. Esto significa que la fe debe incluir en
su
esencia que atesoramos a Cristo por encima de todo.
Ahora estamos en posición de ver por qué los dos objetivos de Pablo
para su
vida eran en verdad uno mismo. Según el versículo 20, su objetivo es el
de
magnificar a Cristo en vida; y según el versículo 25, su objetivo es el de
contribuir al jubiloso avance en la fe de los filipenses. Por eso Pablo
cree que
Dios le permite vivir. Esta sería su vida: trabajar para «aumentar la fe y
el gozo»
de otros.
Pero ahora que hemos visto que la fe es esencialmente atesorar a Cristo,
la
palabra «jubiloso» en el versículo 25 («a su jubiloso avance en la fe»)
señala que
se atesora a Cristo con gozo para magnificarlo. Esta es la única y
primordial
pasión de la vida de Pablo. En otras palabras, él dice: «Mi vida está
dedicada a
producir en ustedes esa única y gran experiencia: el corazón en el que
Cristo es
magnificado cuando somos satisfechos en Él, cuando lo atesoramos con
gozo
por encima de todo lo demás. Esto es lo que quiero decir cuando digo
“Para mí
el vivir es Cristo”. Para mí el vivir es la fe de ustedes que magnifica a
Cristo»__

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