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Las afirmaciones acerca del mundo espiritual suscitan a menudo dos dificultades de tipo
contradictorio. De una parte, la vida en ese mundo se asemeja tanto a la vida que llevamos
en éste que sus enseñanzas parecen reducirlo a una especie de lugar común. Por otra parte,
las circunstancias fundamentales de ese mundo parecen tan remotas de la humana
experiencia que es difícil concebir en esas condiciones una existencia humana real, estable
y activa. Queda por ver si estas dificultades tienen fundamento. Antes expondré brevemente
en qué sentido el mundo espiritual descrito por Swedenborg se asemeja a la vida de este
mundo y en qué sentido difiere.
Se parece en estos aspectos: una vez que el alma se ha separado completamente del cuerpo
físico —lo que usualmente ocurre al tercer día después de la muerte—- se halla, según le
informan sus sentidos, exactamente como antes, salvo que el mundo material y todo lo que
él contiene ha desaparecido de su conciencia. Todas las facultades corporales y mentales
quedan intactas. Late el corazón, respiran los pulmones, come, bebe y duerme. Se reúne en
sociedad y conversa con otros, y se divierte según sus gustos. Lee, estudia y trabaja de
acuerdo con sus aptitudes y costumbres. El hombre sigue siendo hombre; la mujer, mujer, y
el niño, niño. Se encuentra en un mundo cuyo paisaje circundante parece idéntico al mundo
que acaba de dejar. Hay colinas, valles, ríos, lagos, mares, animales, plantas, ciudades y
gente. En una palabra, está rodeado de objetos semejantes a los que le eran familiares
durante su vida sobre la tierra. Aparentemente no hay diferencia alguna. Swedenborg
asegura repetidas veces que la semejanza del otro mundo con éste es tan completa que, a
menos que reflexione sobre el asunto, una persona no se da cuenta de que no vive ya en su
cuerpo físico en el mundo material. Sin embargo, aquí, en la apariencia externa de las
cosas, termina la semejanza.
El mundo espiritual, considerado como un objeto de los sentidos, es creado por Dios a
través de la mente de los ángeles y espíritus, en correspondencia con sus estados
individuales y colectivos. Ese mundo es real porque es su creación y porque da
consistencia a las supremas realidades de la existencia humana, que son de índole
espiritual. La diferencia entre el estado consciente de los ángeles y el nuestro es que en
tanto nosotros percibimos los objetos como externos e independientes de nuestra persona, y
no vemos en ellos mucho que se relacione con nuestros estados espirituales, el de los
ángeles obra primariamente sobre la base de los estados mentales o espirituales en que
tienen su origen los objetos percibidos. Esta inclinación de sus mentes no presupone, como
podría imaginarse, que sus estados conscientes se concentren constantemente en sí mismos,
sino precisamente lo contrario. Sabedores de que reciben todas las cosas que constituyen el
cielo, dentro y fuera de sí, como libres dones procedentes de la abundancia del amor y la
bondad divinos, no es el propio yo lo que ven cuando miran dentro de sí o a su alrededor,
sino algo procedente de la Fuente de donde mana todo bien altruista, que es la que los ha
moldeado y los conserva en cierta semejanza, aunque remota e imperfecta, consigo misma.
Aquellos a quienes les es difícil captar esta idea podrían preguntarse seria y reverentemente
si debemos pensar en Dios como existente dentro del espacio y el tiempo. Si la respuesta es
afirmativa, sobrevendrá una de estas dos consecuencias, ambas desastrosas para la claridad
del pensamiento espiritual: o tenemos que imaginarnos a Dios como una persona situada en
algún sitio espacialmente mensurable en el Universo, es decir, como una realidad sin
infinitud ni omnipresencia, o habremos de rechazar esta idea y asirnos a la de su
omnipresencia, en cuyo caso será muy fácil confundir su inmanencia como existente dentro
del espacio y el tiempo. Si la respuesta es negativa —y ésta es la posición doctrinal de todo
el mundo cristiano—,si la Fuente suprema de toda existencia, realidad y poder existe
independientemente del tiempo y el espacio, ¿por qué no pueden existir mundos de seres
reales y ordenados, creados y sostenidos por El, también libres de las limitaciones
espaciales y temporales?
Si se acepta la idea de un mundo espiritual sin espacio, y qué el hombre como criatura del
espíritu vive en él incluso durante su vida terrena, las experiencias de Swedenborg se hacen
inmediatamente inteligibles. La única condición necesaria a fin de capacitarlo para estas
experiencias sería que esas facultades que normalmente permanecen inactivas hasta
después de la muerte del cuerpo natural, se activaran en él para impartirle plena conciencia
del mundo espiritual.
Las personas religiosas son personas espirituales. Los creyentes (sea cual sea su fe)
creen que, tras este mundo, tras la muerte, existe algo más. Tener fe consiste
precisamente en creer en algo que no se puede tocar, ver, ni demostrar. Por eso un
“acto de fe” consiste en ejercer la acción voluntaria de creer en algo intangible y que
no se podrá comprobar hasta después de morir. Tener fe significa tener la creencia y
la seguridad interna de que una expectativa, una esperanza, o una profecía, se
cumplirá.
Miles de millones de personas tienen fe en algo hoy en día, sean poco o muy devotos
y practicantes o no de su fe, lo cierto es que “esperan algo” En lo más íntimo, todos
deseamos que no se acabe aquí, que nos espere algo nuevo y maravilloso.
Sin embargo, existen personas profundamente espirituales y que a la vez son ateas.
Creen en el espíritu, pero no se alinean con ninguna religión concreta, con ningún
Dios específico.
Las creencias pueden ser tantas y tan diferentes como las personas. Dicho de otro
modo: el sistema de creencias es personal, cada uno cree en lo que cree. Y, lo que
de verdad cree cada uno, se convierte en la verdad. O, mejor dicho, en “su” verdad,
porque “la” verdad, sencillamente es algo que no existe, por mucho que algunos se
esfuercen en demostrar o en imponer su razón, su verdad.
Es lógico por tanto que los primeros dioses, espíritus, o las primeras creencias,
estuviesen relacionados con las fuerzas de la naturaleza más próximas, con aquello
que podían ver, pero que no podían entender ni controlar.
«La armadura espiritual en Efesios 6:10-20 (verdad, justicia, paz, fe, salvación,
Palabra de Dios, oración) es simplemente una repetición, una forma diferente de
describir lo que Pablo ya había explicado en el resto de su carta. Porque, ¿cómo
podrían los lectores “ponerse” o “tomar” una armadura que no entendieron o ni
siquiera sabían que tenían? El primer paso para ellos, el primer paso para
nosotros, al utilizar los recursos espirituales que se nos han dado es tener
nuestros ojos espirituales abiertos para que podamos verlos «, dijo.
Con ese fin, Priscilla nos insta a orar por una visión más espiritual. Ella dice que
deberíamos pedirle al Señor que abra los ojos para ver la actividad del enemigo y
estar más consciente de los recursos espirituales que Él nos ha dado para
desarmarlo y derrotarlo. La victoria está disponible para nosotros, pero solo
vendrá cuando oremos por la ayuda de Dios en la batalla.
Estamos en una guerra espiritual que solo se puede ganar con recursos
espirituales, pero debemos saber que tenemos estos recursos espirituales a
nuestra disposición, y tenemos que usarlos. La oración es crucial para ambos.
Priscilla nos recuerda que el enemigo opera por engaño. Quiere que creamos
mentiras sobre él, sobre Dios, sobre nosotros mismos y sobre lo que es
importante y verdadero. Y es muy estratégico en la forma en que lo hace.
«Los ataques del enemigo siempre están envueltos en el paquete del engaño,
siempre están diseñados para manipular la verdad acerca de Dios y sobre su valor
en Él. Él desea guiarlo al pecado para que la comunión se rompa entre usted y
Dios, de esta manera usted estará desconectado de la Fuente del verdadero
poder y la fuerza», nos comenta.
«Las tentaciones malignas que atraen a tus deseos específicos y que aparecen
cuando eres más vulnerable no son accidentales. Son sus tácticas engañosas (y las
de su séquito malvado), diseñadas específicamente, cronometradas y
personalizadas con la esperanza de que caigas preso en su estratagema de
demonios y perder la oportunidad de experimentar una vida abundante en
Cristo», cuenta Priscilla.
Priscilla cree que el enemigo a menudo nos ataca en puntos de fuerza, influencia y
debilidad. Por lo tanto, debemos discernir con oración el origen de los ataques y
tomar medidas para defendernos con el poder de la fuerza de Dios.
«Su oración debe ser auténtica y sincera. No hay necesidad de palabras de diez
dólares y prosa poética. Solo sé crudo, franco y real con Dios», dijo. «Creo que la
oración funciona. La oración ha sido más efectiva en mi vida que las soluciones
humanas. Una, y otra y otra vez, he visto que el cambio duradero se produce solo
a través de la oración. Cuando oro, libérelo todo en Sus manos: Dios lo logra. Lo
que no puedo hacer en mi propia fuerza”.
«La oración es la forma en que vemos que el cielo invade la tierra. Es lo que abre
las compuertas para que Dios baje y se involucre en nuestras circunstancias
cotidianas».
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COMMENTS
1. anny dice:
gloria a Dios me gusta eso Dios es buenos y todos saldra bien yo le creo al
Dios viviente esto solo lo valiente arrebata lo reino de lo cielos
Responder
2. Mauro dice:
abril 10, 2020 a las 4:20 am
A lo largo de los siglos, miles de hombres han dedicado sus vidas a evaluar,
definir, estudiar y aplicar las diversas estrategias militares, buscando
analizar y prever el éxito a la hora de la batalla. Antes de ir a una guerra, los
generales estudian las tácticas antiguas, lo que ha funcionado y lo que no,
la topología del terreno donde ocurrirá, el clima en el área, y hasta cómo
piensa el enemigo. Esto les permite desarrollar un plan de defensa y de
ataque, y sin duda ha provisto de éxito a muchos hombres de guerra. Pero
ya que los caminos de Dios no son nuestros caminos ni Sus pensamientos
los nuestros (Is. 55:9), en el terreno celestial, las tácticas son diferentes. No
cabe duda: hay una batalla, pero no es contra sangre ni carne (Ef. 6:2).
Un llamado a resistir
Entonces, ¿a qué nos llama la Palabra? Dice Santiago: “someteos a Dios y
resistid al diablo y huirá de vosotros” (Stg. 4:7). ¿Notas el llamado a resistir?
Fíjate también en el conocido pasaje de Efesios 6. Primero el apóstol nos
llama a Fortalecernos (Ef. 6:10) para entonces “estar firmes contra las
insidias del diablo” (Ef. 6:11), “resistir en el día malo, y…estar firmes” (Ef.
6:13), y una vez más en Efesios 6:14 “Estén, pues, firmes”. A lo mismo nos
llama el apóstol Pedro (1 P. 5:8-9). En la guerra espiritual, la principal labor
del cristiano no es atacar: es resistir.
El engaño (Jn. 8:44). A través del engaño, Satanás puede hacernos creer una
mentira que entonces se convierte en una fortaleza dañina para nuestras
vida. En este sentido, debemos estar a la defensiva con la Palabra de Dios
para no permitir la formación de nuevas fortalezas a través de creer la
mentira, pero también debemos estar activamente buscando la verdad y
eliminando lo que sea mentira en nuestros pensamientos.
Acusaciones (Zac. 3:1-2). Luego que Satanás logra hacer caer en tentación a
un hijo de Dios, o aun cuando el hijo de Dios esté firme en el Señor (como
sucedió con Job), él procede a acusarnos: a inculpar nuestras conciencias y
a hacernos dudar de nuestro lugar delante de Dios. Ante estas acusaciones,
podemos decir gozosamente que somos nuevas criaturas en Cristo (2 Co,
5:17). No solamente nuestros pecados han sido perdonados, sino olvidados
(He. 10:17). Y si Satanás nos hace pensar que somos pecadores, sin él
notarlo, nos está dando buenas noticias: ¡Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a pecadores! (1 Ti. 1:15). Entonces no deberemos tambalear, porque
aun si matan el cuerpo, nuestra vida eterna está segura en Cristo (Lc. 12:4-
5).
Armadura de fe
Debido a la gran importancia del pasaje de Efesios 6, vamos a leerlo
completo y a comentar brevemente lo que vemos:
Si te fijas, en este pasaje hay solamente dos armas ofensivas: los calzados
para compartir el evangelio y la espada del Espíritu, ambos representando
la Palabra de Dios. Una vez más: nuestro llamado es a resistir. Nuestras
armas son mayormente defensivas porque la batalla pertenece al Señor (1
S. 17:47). Es Él quien lucha por nosotros. Solamente con Su palabra y en Su
poder hay victoria.