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Qué es el mundo espiritual?

Permitidme daros una explicación breve


y simple: el mundo espiritual es un lugar importante, diferente del mundo
material. ¿Y por qué digo que es importante? Vamos a hablar sobre esto
en detalle. La existencia del mundo espiritual está inextricablemente
vinculada al mundo material de la humanidad. Desempeña un papel
importante en el ciclo humano de la vida y la muerte en el dominio
de Dios sobre todas las cosas; este es su papel, y una de las razones por
la que su existencia es importante. Como es un lugar indiscernible para
los cinco sentidos, nadie puede juzgar con exactitud si existe o no. Los
avances del mundo espiritual están íntimamente relacionados con la
existencia de la humanidad, y su consecuencia es que la forma de vida
de esta se ve también inmensamente influenciada por el mundo
espiritual. ¿Tiene esto relación con la soberanía de Dios? Sí. Cuando
digo esto, entendéis por qué estoy exponiendo este tema: porque
concierne a la soberanía de Dios y Su administración. En un mundo
como este, invisible para las personas, todos sus edictos celestiales,
decretos y su sistema administrativo son mucho más elevados que las
leyes y los sistemas de cualquier país del mundo material, y ningún ser
que vive en este mundo se atrevería a contravenirlos o arrogárselos.
¿Tiene esto relación con la soberanía y la administración de Dios? En
este mundo existen decretos administrativos claros, edictos celestiales
claros y estatutos claros. En diferentes niveles y ámbitos, los agentes
judiciales se rigen por su obligación y observan normas y regulaciones,
porque saben cuál es la consecuencia de violar un edicto celestial, son
claramente conscientes de cómo Dios castiga el mal y recompensa el
bien, y de cómo administra Él todas las cosas, cómo las gobierna y,
además, ven claramente cómo lleva a cabo Sus edictos celestiales y
estatutos. ¿Son estos diferentes del mundo material habitado por la
humanidad? Son inmensamente diferentes. Es un mundo completamente
diferente al material. Como hay edictos celestiales y estatutos, concierne
a la soberanía y administración de Dios y, además, al carácter de Dios y
a lo que Él tiene y es. Habiendo oído esto, ¿no sentís que es muy
necesario que Yo hable de este tema? ¿No deseáis aprender los
secretos que contiene? (Sí, sí queremos). Tal es el concepto del mundo
espiritual. Aunque coexiste con el mundo material y está
simultáneamente sujeto a la administración y la soberanía de Dios, la
administración y la soberanía de este mundo por parte de Él son mucho
más estrictas que las del mundo material. Cuando se trata de detalles,
deberíamos empezar con cómo el mundo espiritual es responsable de la
obra del ciclo humano de la vida y la muerte, porque esta es una parte
importante de la obra de los seres del mundo espiritual.
En la humanidad, clasifico a todas las personas en tres tipos. El
primero es el de los no creyentes, los que no tienen creencias religiosas.
Se les llama incrédulos. La inmensa mayoría de ellos sólo cree en el
dinero, sólo busca sus propios intereses, son materialistas, y sólo creen
en el mundo material, no en el ciclo de la vida y la muerte ni en ningún
relato de deidades y fantasmas. Los catalogo como los incrédulos, y son
el primer tipo. El segundo tipo son las diversas personas de fe aparte de
los incrédulos. En la humanidad, divido a estas personas de fe en varios
tipos principales: el primero son los judíos, el segundo los católicos, el
tercero los cristianos, el cuarto los musulmanes y el quinto los budistas;
hay cinco tipos. Estos son los diversos tipos de personas de fe. El tercer
tipo es los que creen en Dios, y es el que está relacionado con vosotros.
Tales creyentes son aquellos que siguen a Dios hoy. Estas personas se
dividen en dos tipos: las personas escogidas por Dios y los hacedores de
servicio. Estos tipos principales se han diferenciado claramente. Por
tanto, ahora sois capaces de diferenciar claramente en vuestras mentes
los tipos y clasificaciones de humanos, ¿verdad? El primero es el de los
incrédulos; he dicho lo que son los incrédulos. ¿Cuentan como incrédulos
los que creen en el Viejo Hombre en el Cielo? Muchos incrédulos sólo
creen en el Viejo Hombre en el Cielo; creen que este controla el viento, la
lluvia y el trueno, y confían en él a la hora de plantar cultivos y de la
cosecha; sin embargo, cuando se menciona la creencia en Dios se
muestran reacios. ¿Puede llamarse esto creencia en Dios? Tales
personas están incluidas entre los incrédulos. Entendéis esto, ¿verdad?
No confundáis estas categorías. El segundo tipo son las personas de fe.
El tercer tipo son los que siguen a Dios hoy. ¿Y por qué he dividido a
todos los humanos en estos tipos? (Porque distintos tipos de personas
tienen un final y destino diferentes). Ese es un aspecto. Porque, cuando
estas diferentes razas y tipos de personas vuelvan al mundo espiritual,
tendrá cada una un lugar distinto al que ir, se verán sujetos a diferentes
leyes del ciclo de la vida y la muerte, y esta es la razón por la que he
catalogado a los seres humanos en estos tipos principales.
El Mundo Espiritual en General
EL MUNDO espiritual comprende tres grandes divisiones: el cielo, el infierno y un lugar
intermedio que Swedenborg llama «el mundo de los espíritus». En este último vive también
el hombre, aunque inconscientemente, durante su vida natural. En este mundo se despierta
después del breve período de inconsciencia que normalmente acompaña a la muerte física.
En cada una de estas tres divisiones primarias existen innumerables subdivisiones, pero de
éstas no es necesario que nos ocupemos por ahora. Lo principal en todas ellas es que son
esencialmente estados de la mente humana, individual y colectiva. El cielo está constituido
por un decidido amor al bien y a las verdades que lo apoyan, iluminan y dirigen, y el
infierno, por un decidido amor al propio yo y a las falsedades que lo apoyan y justifican. El
mundo de los espíritus es un estado en el que todavía se encuentran en la misma mente las
influencias del cielo y las del infierno. Durante su vida terrena el hombre elige entre estas
influencias, y después de su muerte física los resultados de su elección quedan
completamente expuestos.

Las afirmaciones acerca del mundo espiritual suscitan a menudo dos dificultades de tipo
contradictorio. De una parte, la vida en ese mundo se asemeja tanto a la vida que llevamos
en éste que sus enseñanzas parecen reducirlo a una especie de lugar común. Por otra parte,
las circunstancias fundamentales de ese mundo parecen tan remotas de la humana
experiencia que es difícil concebir en esas condiciones una existencia humana real, estable
y activa. Queda por ver si estas dificultades tienen fundamento. Antes expondré brevemente
en qué sentido el mundo espiritual descrito por Swedenborg se asemeja a la vida de este
mundo y en qué sentido difiere.

Se parece en estos aspectos: una vez que el alma se ha separado completamente del cuerpo
físico —lo que usualmente ocurre al tercer día después de la muerte—- se halla, según le
informan sus sentidos, exactamente como antes, salvo que el mundo material y todo lo que
él contiene ha desaparecido de su conciencia. Todas las facultades corporales y mentales
quedan intactas. Late el corazón, respiran los pulmones, come, bebe y duerme. Se reúne en
sociedad y conversa con otros, y se divierte según sus gustos. Lee, estudia y trabaja de
acuerdo con sus aptitudes y costumbres. El hombre sigue siendo hombre; la mujer, mujer, y
el niño, niño. Se encuentra en un mundo cuyo paisaje circundante parece idéntico al mundo
que acaba de dejar. Hay colinas, valles, ríos, lagos, mares, animales, plantas, ciudades y
gente. En una palabra, está rodeado de objetos semejantes a los que le eran familiares
durante su vida sobre la tierra. Aparentemente no hay diferencia alguna. Swedenborg
asegura repetidas veces que la semejanza del otro mundo con éste es tan completa que, a
menos que reflexione sobre el asunto, una persona no se da cuenta de que no vive ya en su
cuerpo físico en el mundo material. Sin embargo, aquí, en la apariencia externa de las
cosas, termina la semejanza.

La desemejanza es considerable y no muy fácil de describir. Aunque en el mundo espiritual


los objetos parecen estar separados en el espacio como lo están en el mundo natural, allí el
espacio es de orden enteramente distinto. Los objetos percibidos son objetos espirituales,
aunque representados por apariencias naturales, y el espacio en que se mueven es un
espacio espiritual. No está fijo, como lo está en el espacio físico, porqué no hay materia ni
sensación física que pueda darles estabilidad. En su conjunto, los objetos del mundo
espiritual comprenden todas las variedades del bien y la verdad y de las perversiones de
éstas, que son las sustancias y formas que lo componen. En otras palabras, los ángeles y los
espíritus experimentan las cualidades espirituales como formas objetivas. Su condición
sensorial es precisamente lo contrario de la que tenemos los  habitantes de este mundo, que
percibimos los objetos materiales mientras las cualidades espirituales no son evidentes
fuera de nuestras propias mentes, salvo en la medida que aprendemos a vislumbrarlas a
través del velo de la materia.

En las enseñanzas de Swedenborg es fundamental el concepto del mundo espiritual sin


espacio fijo, y, por consiguiente, sin tiempo mensurable, puesto que toda medida del tiempo
se deriva de los movimientos de la materia en el espacio. A menos que podamos creer en la
posibilidad de que exista un mundo real que no se encuentra en el espacio y el tiempo, es
imposible concebir siquiera la naturaleza de sus experiencias. El concepto  presentará poca
dificultad a quien tenga nociones de psicología, siempre que sus conocimientos se deriven
de la observación directa de los procesos mentales, no sólo de los textos.

El mundo espiritual, considerado como un objeto de los sentidos, es creado por Dios a
través de la mente de los ángeles y espíritus, en correspondencia con sus estados
individuales y colectivos. Ese mundo es real porque es su creación y porque da 
consistencia a las supremas realidades de la existencia humana, que son de índole
espiritual. La diferencia entre el estado consciente de los ángeles y el nuestro es que en
tanto nosotros percibimos los objetos como externos e independientes de nuestra persona, y
no vemos en ellos mucho que se relacione con nuestros estados espirituales, el de los
ángeles obra primariamente sobre la base de los estados mentales o espirituales en que
tienen su origen los objetos percibidos. Esta inclinación de sus mentes no presupone, como
podría imaginarse, que sus estados conscientes se concentren constantemente en sí mismos,
sino precisamente lo contrario. Sabedores de que reciben todas las cosas que constituyen el
cielo, dentro y fuera de sí, como libres dones procedentes de la abundancia del amor y la
bondad divinos, no es el propio yo lo que ven cuando miran dentro de sí o a su alrededor,
sino algo procedente de la Fuente de donde mana todo bien altruista, que es la que los ha
moldeado y los conserva en cierta semejanza, aunque remota e imperfecta, consigo misma.

No se me escapa lo extremadamente difícil, si no imposible, que es para la mente en ciertos


estados captar la idea de un mundo desprovisto de condiciones espaciales fijas. Porque
instintiva y casi inconscientemente damos por sentado que el mundo externo existe
exactamente como nos lo revelan los sentidos, y que se sostiene por sí mismo; en una
palabra, que su existencia está más allá de la mente. Mas todo estudiante de filosofía sabe
bien cuán poca justificación tiene este concepto. No hay peligro en pensar que las cosas
percibidas son exactamente como nos las pintan nuestros sentidos. Es así como tenemos
que pensar para poder ejecutar nuestro trabajo en el mundo. Sólo cuando comenzamos a
razonar contrariamente a lo Divino, sobre la base de esas  impresiones sensorias, es cuando
ellas se tornan peligrosas y acaso pueden ser fatales al conducirnos a un ateísmo práctico, si
no teórico. Acaso baste lo anterior para demostrar lo acertado de esta advertencia de
Swedenborg: «Os encarezco no intercalar el tiempo y el  espacio en vuestros pensamientos
sobre cosas espirituales, pues en la medida que el tiempo y el espacio estén en nuestros
pensamientos, no lograréis comprenderlas.»

Aquellos a quienes les es difícil captar esta idea podrían preguntarse seria y reverentemente
si debemos pensar en Dios como existente dentro del espacio y el tiempo. Si la respuesta es
afirmativa, sobrevendrá una de estas dos consecuencias, ambas desastrosas para la claridad
del pensamiento espiritual: o tenemos que imaginarnos a Dios como una persona situada en
algún sitio espacialmente mensurable en el Universo, es decir, como una realidad sin
infinitud ni omnipresencia, o habremos de rechazar esta idea y asirnos a la de su
omnipresencia, en cuyo caso será muy fácil confundir su inmanencia como existente dentro
del espacio y el tiempo. Si la respuesta es negativa —y ésta es la posición doctrinal de todo
el mundo cristiano—,si la Fuente suprema de toda existencia, realidad y poder existe
independientemente del tiempo y el espacio, ¿por qué no pueden existir mundos de seres
reales y ordenados, creados y sostenidos por El, también libres de las limitaciones
espaciales y temporales?

Si se acepta la idea de un mundo espiritual sin espacio, y qué el hombre como criatura del
espíritu vive en él incluso durante su vida terrena, las experiencias de Swedenborg se hacen
inmediatamente inteligibles. La única condición necesaria a fin de capacitarlo para estas
experiencias sería que esas facultades que normalmente permanecen inactivas hasta
después de la muerte del cuerpo natural, se activaran en él para impartirle plena conciencia
del mundo espiritual.

Vivimos en 2 mundos a la vez, aunque la


mayoría ignore tal circunstancia.
La mayoría de personas suele confundir espiritualidad con religión y, aunque ambas
están relacionadas y en muchos casos y aspectos coincidan, lo cierto es que son dos
cosas diferentes.

Las personas religiosas son personas espirituales. Los creyentes (sea cual sea su fe)
creen que, tras este mundo, tras la muerte, existe algo más. Tener fe consiste
precisamente en creer en algo que no se puede tocar, ver, ni demostrar. Por eso un
“acto de fe” consiste en ejercer la acción voluntaria de creer en algo intangible y que
no se podrá comprobar hasta después de morir. Tener fe significa tener la creencia y
la seguridad interna de que una expectativa, una esperanza, o una profecía, se
cumplirá.

El Cielo, el Paraíso, el Valhala, el Nirvana, o la reencarnación, por citar algunas


maneras de trascender o de persistir, se fundamentan en que el espíritu (alma si lo
prefieres) es inmortal. Por consiguiente, una vez “caduca la carcasa” la esencia o
espíritu no se extingue y, puesto que es eterno, sencillamente cambia de estado, o va
a otro lugar.

Miles de millones de personas tienen fe en algo hoy en día, sean poco o muy devotos
y practicantes o no de su fe, lo cierto es que “esperan algo” En lo más íntimo, todos
deseamos que no se acabe aquí, que nos espere algo nuevo y maravilloso.
Sin embargo, existen personas profundamente espirituales y que a la vez son ateas.
Creen en el espíritu, pero no se alinean con ninguna religión concreta, con ningún
Dios específico.

Las creencias pueden ser tantas y tan diferentes como las personas. Dicho de otro
modo: el sistema de creencias es personal, cada uno cree en lo que cree. Y, lo que
de verdad cree cada uno, se convierte en la verdad. O, mejor dicho, en “su” verdad,
porque “la” verdad, sencillamente es algo que no existe, por mucho que algunos se
esfuercen en demostrar o en imponer su razón, su verdad.

Pero no voy a tratar la religión, sino la espiritualidad


porque, lo sepamos o no, determina lo que somos y lo
que hacemos.
La espiritualidad ha existido desde que el mundo es mundo. Cuando el ser humano se
ha enfrentado a cosas que le superaban o que no podía explicar o comprender: el
firmamento y sus estrellas, la muerte, los milagros cotidianos de la naturaleza o,
simplemente salir y ponerse el sol cada día, lo ha achacado a causas y fuerzas
sobrenaturales, a algo que está más allá de su alcance y de su control.

Es lógico por tanto que los primeros dioses, espíritus, o las primeras creencias,
estuviesen relacionados con las fuerzas de la naturaleza más próximas, con aquello
que podían ver, pero que no podían entender ni controlar.

Los ríos, volcanes, montañas o accidentes geográficos singulares cobraban


naturaleza de dioses protectores y beneficiosos, a la vez que dioses destructores y
vengativos a los que temer por su inmenso poder.

El estudio bíblico de Priscilla Shirer, La armadura de Dios, toma su nombre del


conocido pasaje de la guerra espiritual en Efesios 6: 10-20. Ella señala que en
realidad hay siete piezas de armadura descritas allí, no seis, como se piensa
comúnmente.

«Cuando Pablo habla sobre la guerra espiritual en Efesios 6, la oración es la


séptima pieza de la armadura. Activa todo el resto de la armadura espiritual», dijo.
«Cuando nos negamos a orar, es como tener un refrigerador sin enchufarlo. La
oración es el mecanismo divinamente autorizado que Dios nos ha dado para
aprovechar Su poder. Sin la oración, seremos ineficaces en la guerra espiritual.
Pero con esto, saldrá victorioso”.

La verdad sobre la guerra espiritual

Priscilla cree que tendemos a ver nuestros problemas y luchas en términos no


espirituales. Y debido a eso, tendemos a buscar soluciones no espirituales.

«Todo lo que ocurre en el mundo visible y físico está directamente relacionado


con el combate de lucha libre que se libra en el mundo invisible y espiritual», dijo.
«Los efectos de la guerra en el mundo invisible se revelan en nuestras relaciones
tensas y dañadas, la inestabilidad emocional, la fatiga mental, el agotamiento
físico y muchas otras áreas de la vida. Muchos de nosotros nos sentimos
atrapados por la ira, la falta de perdón, el orgullo, las comparaciones, la
inseguridad, la discordia, el miedo… y la lista continúa. Pero la némesis principal
detrás de todos estos resultados es el mismo Diablo».

¿Captaste eso? Nuestros mayores problemas son en realidad arraigados


espiritualmente.

Efesios 6:12 dice lo mismo: «Porque nuestra batalla no es contra la carne y la


sangre, sino contra los gobernantes, contra las autoridades, contra los poderes de
oscuridad de este mundo, contra las fuerzas espirituales del mal en los cielos».

Anhelando y orando por la visión espiritual

También tenemos una necesidad de visión espiritual, para comprender quiénes


somos en Cristo y todo lo que conlleva. Priscilla nos recuerda que Dios nos ha
proporcionado todo lo que necesitamos para ganar las batallas espirituales que
enfrentamos, enfatizando que necesitamos saber eso, creerlo y actuar en
consecuencia. Y es a través de la oración que reconocemos y manejamos las
armas de nuestra guerra espiritual descritas en Efesios 6.

«La armadura espiritual en Efesios 6:10-20 (verdad, justicia, paz, fe, salvación,
Palabra de Dios, oración) es simplemente una repetición, una forma diferente de
describir lo que Pablo ya había explicado en el resto de su carta. Porque, ¿cómo
podrían los lectores “ponerse” o “tomar” una armadura que no entendieron o ni
siquiera sabían que tenían? El primer paso para ellos, el primer paso para
nosotros, al utilizar los recursos espirituales que se nos han dado es tener
nuestros ojos espirituales abiertos para que podamos verlos «, dijo.
Con ese fin, Priscilla nos insta a orar por una visión más espiritual. Ella dice que
deberíamos pedirle al Señor que abra los ojos para ver la actividad del enemigo y
estar más consciente de los recursos espirituales que Él nos ha dado para
desarmarlo y derrotarlo. La victoria está disponible para nosotros, pero solo
vendrá cuando oremos por la ayuda de Dios en la batalla.

Estamos en una guerra espiritual que solo se puede ganar con recursos
espirituales, pero debemos saber que tenemos estos recursos espirituales a
nuestra disposición, y tenemos que usarlos. La oración es crucial para ambos.

Reconociendo la estrategia del enemigo

Priscilla nos recuerda que el enemigo opera por engaño. Quiere que creamos
mentiras sobre él, sobre Dios, sobre nosotros mismos y sobre lo que es
importante y verdadero. Y es muy estratégico en la forma en que lo hace.

«Los ataques del enemigo siempre están envueltos en el paquete del engaño,
siempre están diseñados para manipular la verdad acerca de Dios y sobre su valor
en Él. Él desea guiarlo al pecado para que la comunión se rompa entre usted y
Dios, de esta manera usted estará desconectado de la Fuente del verdadero
poder y la fuerza», nos comenta.

«Las tentaciones malignas que atraen a tus deseos específicos y que aparecen
cuando eres más vulnerable no son accidentales. Son sus tácticas engañosas (y las
de su séquito malvado), diseñadas específicamente, cronometradas y
personalizadas con la esperanza de que caigas preso en su estratagema de
demonios y perder la oportunidad de experimentar una vida abundante en
Cristo», cuenta Priscilla.

Por qué es importante orar

Priscilla cree que el enemigo a menudo nos ataca en puntos de fuerza, influencia y
debilidad. Por lo tanto, debemos discernir con oración el origen de los ataques y
tomar medidas para defendernos con el poder de la fuerza de Dios.

«Considere sus áreas de mayor fortaleza y mayor debilidad. Mantenga una


estrecha vigilancia sobre estas dos áreas y protéjase a través de la oración. Estas
áreas son probablemente los lugares donde puede esperar que el enemigo
apunte sus ataques contra usted. Cuando sepa dónde mira, puedes verlo venir a
una milla de distancia. Realmente no es tan inteligente. Es simplemente astuto”,
dijo Priscilla.
Estamos librando una guerra espiritual con un enemigo cuya táctica principal es el
engaño. Este enemigo puede ser derrotado a través de los recursos espirituales
que Dios provee, y estos recursos se activan y fortalecen a través de la oración.

«La oración es simplemente un derramamiento de su corazón hacia Dios y luego


hacer espacio en su vida para escuchar de Él en Su Palabra, mientras Él orquesta
sus circunstancias. Dios quiere tener una conversación con usted. Él desea
escuchar lo que realmente está sucediendo. Tu corazón. Él quiere franqueza y
honestidad».

Cómo orar: sé crudo, franco y real con Dios

«Su oración debe ser auténtica y sincera. No hay necesidad de palabras de diez
dólares y prosa poética. Solo sé crudo, franco y real con Dios», dijo. «Creo que la
oración funciona. La oración ha sido más efectiva en mi vida que las soluciones
humanas. Una, y otra y otra vez, he visto que el cambio duradero se produce solo
a través de la oración. Cuando oro, libérelo todo en Sus manos: Dios lo logra. Lo
que no puedo hacer en mi propia fuerza”.

Priscilla cree que la oración es absolutamente crucial para conocer a Dios,


relacionarse con Él y experimentar Su poder y gracia en su vida diaria.

«La oración es la forma en que vemos que el cielo invade la tierra. Es lo que abre
las compuertas para que Dios baje y se involucre en nuestras circunstancias
cotidianas».

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COMMENTS

1. anny dice:

abril 17, 2020 a las 9:01 am

gloria a Dios me gusta eso Dios es buenos y todos saldra bien yo le creo al
Dios viviente esto solo lo valiente arrebata lo reino de lo cielos

Responder

2. Mauro dice:
abril 10, 2020 a las 4:20 am

A lo largo de los siglos, miles de hombres han dedicado sus vidas a evaluar,
definir, estudiar y aplicar las diversas estrategias militares, buscando
analizar y prever el éxito a la hora de la batalla. Antes de ir a una guerra, los
generales estudian las tácticas antiguas, lo que ha funcionado y lo que no,
la topología del terreno donde ocurrirá, el clima en el área, y hasta cómo
piensa el enemigo. Esto les permite desarrollar un plan de defensa y de
ataque, y sin duda ha provisto de éxito a muchos hombres de guerra. Pero
ya que los caminos de Dios no son nuestros caminos ni Sus pensamientos
los nuestros (Is. 55:9), en el terreno celestial, las tácticas son diferentes. No
cabe duda: hay una batalla, pero no es contra sangre ni carne (Ef. 6:2).

Nuestro enemigo no es visible a nosotros, por lo que no podemos


simplemente observar su accionar. Pero sí tenemos material de estudio.
Dios conoce los planes y las acciones de Satanás y sus demonios, por lo
que la única forma de batallar es dependiendo totalmente en Él.
Desafortunadamente, Satanás ha creado fortalezas en la mente de los
cristianos sobre cómo batallar, lo que ha llevado a estrategias inefectivas y
enfoques erróneos.

Una forma errónea de batallar


Hay dos extremos de creencia que son grave en términos de combatir.
Primero cuando al rechazar creer que hay una batalla, es fácil sufrir heridas
espirituales puesto que nos encontramos sin las armas equipadas ni listas
para los dardos que vienen. El otro extremo es el de atribuir todo lo que
pasa a Satanás, lo que termina dándole más poder de lo que realmente
tiene.

Muchas personas creen que la forma de luchar contra estos potestades es


una lucha de poder. Se comportan como detectives espirituales, siempre
buscando al diablo para reprenderlo y arrebatarle lo que se ha llevado. Esta
no es la enseñanza de la Palabra. De hecho, la Biblia enseña algo muy
diferente. Vemos en Judas 1:9 que el arcángel Miguel, quien tiene más
poder que nosotros, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra el
diablo cuando disputaba acerca del cuerpo de Moisés. También vemos la
historia de los hijos de Esceva en Hechos 19:11-16, exorcistas ambulantes
que fueron reprendidos por un demonio al punto de terminar desnudos y
heridos.

Un llamado a resistir
Entonces, ¿a qué nos llama la Palabra? Dice Santiago: “someteos a Dios y
resistid al diablo y huirá de vosotros” (Stg. 4:7). ¿Notas el llamado a resistir?
Fíjate también en el conocido pasaje de Efesios 6. Primero el apóstol nos
llama a Fortalecernos (Ef. 6:10) para entonces “estar firmes contra las
insidias del diablo” (Ef. 6:11), “resistir en el día malo, y…estar firmes” (Ef.
6:13), y una vez más en Efesios 6:14 “Estén, pues, firmes”. A lo mismo nos
llama el apóstol Pedro (1 P. 5:8-9). En la guerra espiritual, la principal labor
del cristiano no es atacar: es resistir.

Entonces, ¿cómo resistimos? Cuando Satanás tentó a Cristo en el jardín,


¿qué hizo Jesús? Citó la Palabra. Satanás, el padre de la mentira, ¡no puede
resistir la verdad! Lo que él conoce, donde él trabaja, en lo que es experto
es en la mentira. Cuando nos sometemos a la verdad de Dios, creyendo Su
palabra, él huirá, buscando otra táctica para venir de nuevo.

Las artimañas de Satanás


Satanás tiene ciertas estrategias o artimañas que se repiten a lo largo de la
Biblia y que todo cristiano puede reconocer. Algunas de ellas:

El engaño (Jn. 8:44). A través del engaño, Satanás puede hacernos creer una
mentira que entonces se convierte en una fortaleza dañina para nuestras
vida. En este sentido, debemos estar a la defensiva con la Palabra de Dios
para no permitir la formación de nuevas fortalezas a través de creer la
mentira, pero también debemos estar activamente buscando la verdad y
eliminando lo que sea mentira en nuestros pensamientos.

Las tentaciones (Ap. 12:9). Satanás nos ha observado bien, y desde el


primer pecado de la humanidad él ha mostrado ser muy astuto (Gn. 3:1). Él
ha notado cuáles son nuestras debilidades y nuestros deseos pecaminosos,
y él sabe cómo presentar la tentación en una forma engañosa. Él hace que
el pecado parezca agradable, posible de realizar sin que nadie se entere, y
que pensemos que podemos disfrutarlo por poco tiempo y sin
repercusiones. La verdad de la Palabra es que Dios es omnipresente y
omnisciente, y aun la oscuridad es como luz para Él (Salmos 139:12).
Cuando desobedecemos, estamos levantándonos por encima de Dios y Él
resiste los soberbios (Santiago 4:6) Por tanto, ¡resistamos las tentaciones en
el poder de Cristo Jesús!

Acusaciones (Zac. 3:1-2). Luego que Satanás logra hacer caer en tentación a
un hijo de Dios, o aun cuando el hijo de Dios esté firme en el Señor (como
sucedió con Job), él procede a acusarnos: a inculpar nuestras conciencias y
a hacernos dudar de nuestro lugar delante de Dios. Ante estas acusaciones,
podemos decir gozosamente que somos nuevas criaturas en Cristo (2 Co,
5:17). No solamente nuestros pecados han sido perdonados, sino olvidados
(He. 10:17). Y si Satanás nos hace pensar que somos pecadores, sin él
notarlo, nos está dando buenas noticias: ¡Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a pecadores! (1 Ti. 1:15). Entonces no deberemos tambalear, porque
aun si matan el cuerpo, nuestra vida eterna está segura en Cristo (Lc. 12:4-
5).

Armadura de fe
Debido a la gran importancia del pasaje de Efesios 6, vamos a leerlo
completo y a comentar brevemente lo que vemos:

“Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos


con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las
insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo
de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis
resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes. Estad, pues,
firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la
justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz; en todo,
tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar todos los dardos
encendidos del maligno. Tomad también el yelmo de la salvación, y la
espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Con toda oración y súplica
orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad con toda perseverancia y
súplica por todos los santos”, Efesios 6:10-18.

Nuestra cintura está ceñida con la verdad, y Su palabra es la verdad (Juan


17:17). Es la creencia en la palabra y el aplicarla a nuestras acciones lo que
mantiene unida toda la armadura. El estar revestidos con la coraza de la
justicia produce la resistencia mientras Satanás huye. Sin duda esta justicia
viene del Señor y su evangelio, y a la vez podemos saber que una vida de
piedad y santidad provee defensa ante los ataques satánicos. Aprendemos
también a levantar el escudo de la fe que apaga todos los dardos
encendidos del maligno cuando no hay duda de la Palabra en nuestros
corazones. Todo esto es posible porque tenemos nuestro yelmo, la
salvación, que, aunque no puede ser removida (Jn. 10:28), Satanás
procurará atacarla, acusándonos de no ser lo que Dios dice que somos.

Si te fijas, en este pasaje hay solamente dos armas ofensivas: los calzados
para compartir el evangelio y la espada del Espíritu, ambos representando
la Palabra de Dios. Una vez más: nuestro llamado es a resistir. Nuestras
armas son mayormente defensivas porque la batalla pertenece al Señor (1
S. 17:47). Es Él quien lucha por nosotros. Solamente con Su palabra y en Su
poder hay victoria.

Cuando apoyamos nuestra fe con vivir en la Palabra y la oración, recibimos


nuestros instrucciones del Espíritu Santo para la batalla, y nuestro Señor
nos llena con Su verdad para que podamos predicar con Su espada (Ef.
6:17). Él nos ha dicho que su espada es como un martillo que despedaza
(Jer. 23:29), y tenemos la garantía que “mi palabra que sale de mi boca, no
volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito
para el cual la envié” (Is. 55:11).

La batalla ya ha sido ganada por Cristo en la cruz, donde Él despojó los


autoridades triunfando sobre ellos (Colosenses 2:15). Esta sola realización
cambia totalmente el tono de nuestro luchar: batallamos con un enemigo
que, en última instancia, ha sido derrotado. El diablo no puede forzarnos a
hacer nada. Nosotros decidimos en cada evento a quién vamos a servir, a
Dios o al mundo. Entender la derrota de Satanás nos librará de sobre
enfatizar el poder del maligno (¡es un enemigo derrotado!), y conocer la
Palabra de Dios nos llevará a estar alertas ante las asechanzas del diablo,
para resistirlo (1 P. 5:8-9). Así que, habiéndolo hecho todo, ¡estemos firmes!

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