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Presentación libro “Escombros” de Esther Pagano

La poesía revela el mundo de las realidades, con su profunda visión extraída como un canto, o una
salvaje construcción de lo que la realidad no ha podido nombrar con su lenguaje de signos
prestados.

En su mismo y contrario sentido, construye desde la destrucción el lenguaje que no ha podido


compartirse, que se escinde de la maqueta limitada, finita para hacerse realidad obscura, sumergida
en esa tierra de desintegración, pulverizándose en la palabra, en la ceniza de un mundo desvalido.
Pronunciando la muerte, anunciando el arma que se ciñe sobre el cuerpo vivido. Y entonces, como
nos dice Maurice Blanchot en su libro “El espacio literario” “Escribir es hacerse eco de lo que no
puede dejar de hablar. Y por eso, para convertirme en eco, de alguna manera debo imponerle
silencio”…
En el silencio que se menciona, y de continuo rehuye la palabra, Esther se afirma, poseedora de un
lenguaje que arranca ese pronunciamiento, para volver a atravesarlo como quién devuelve en
potencia el desgarramiento humano, para asesinar su rostro macabro.

Esther extrae de ese silencio, el verbo del fondo de la tierra, de “su” tierra, y la transforma, la
transmuta en el verbo, cuyo sonido, es el mismo sonido de las raíces de su todo decir.
Esther ha tomado las semillas de ese fondo impronunciable, y las distribuye en sus páginas,
inaugurando, maldiciendo la voz inconclusa, el desventramiento único, capaz de ser visto y alterado
por la maravillosa palabra poética.

Esther es rebelión, desintegración, iniciación, de esa realidad comprometida con el todo universal,
que nos muestra el único lenguaje capaz de alcanzar la verdadera conciencia humana.
Maurice Blanchot también nos dice en su libro “El espacio literario” que “Escribir es entregarse a
la fascinación de la ausencia de tiempo. Es el tiempo donde nada comienza, donde la iniciativa
no es posible..” como el tiempo del poema de Esther Pagano, es la evocación del gran “sin Tiempo”
que vive en la historia, pero también, pertenece a ese más allá que evoca su terrible definición como
tiempo humano, como tiempo sin tiempo, como tiempo superior, aún, como tiempo trasgredido,
avasallante, soliviantado por la dura realidad, por la rígida fisonomía de la tierra.

Esther no duerme, no sesga en su intento. Ella vela en la madrugada infinita de todos los tiempos,
revela en su portentosa voz, la desgraciada transformación de las acciones, que son puestas en el
umbral del juicio para ser develadas, para ser destruidas por el puñal de su propia palabra.
Esther es cuerpo desintegrado y vuelto a unir, padecido en su hacer poético, en su flujo continuo de
versos expectantes, síntesis extraída del afuera, puesta en las ventanas horrorosas de todo destino
humano.

Como en la obra de Esther, “una vez escrita, está presente en esa página la pregunta que, tal vez,
sin que lo sepa, no ha dejado de plantearse al escritor cuando escribía, y ahora en la obra
aguardando la cercanía de un lector, de cualquier lector, profundo o vano -reposa en silencio la
misma interrogación, dirigida al lenguaje, tras el hombre que escribe y lee, por el lenguaje hecho
literatura” (Blanchot “De Kafka a Kafka”)
Esa pregunta se responde una y otra vez, en la aberración de los actos humanos, en la invocación a
la poesía, en la calle de cualquier ciudad, en la moneda trasgredida por el mal humano, en los
retretes de toda condena, o el pulsamiento sagaz de cualquier paisaje que se presenta como atroz
condenación al ser. Pero esa pregunta, a su vez, jamás será resuelta por el instante humano, y por lo
tanto, allí se ofrece la palabra de Esther para sentenciar, para sancionar, para asesinar con su filo,
como ofrenda, como promesa de un porvenir agotado, mostrando los entretelones de la escena, los
rostros miserables de todo poder necio, infame, y el gran padecimiento del marginado, del
desclasado.
Esther es la que se ofrece como carne, que desintegrada ira a ocupar los “escombros” del mundo
devastado.
Esther nos dice, en su poema “Escombros”…

Todavía tengo mis raíces rompiendo la vereda.


Todavía tengo las pestañas frías
la lengua entre los dientes
y una casita de azúcar quebrada...

y entonces, afirma que esa pequeña casa que es morada en el mundo, es la que conserva toda la
desintegración y toda la rebelión, capaz de quebrar las únicas acciones que revelan, una vez más, la
verdadera escena humana. Ahí vive, en el centro de su propia gravedad. Alerta, como quien vigila
cada fisonomía, que oculta y transparenta a su vez, la casa.

Ella es la boca, por la que habla el dios poético, que a su vez, es individuo y humanidad, cuando nos
dice en su poema “Yo acuso”…
Hoy me como a los hombres
que desayunaron mis dientes
en la bandeja de mi abuelo

aquí me como a los hombres


que almorzaron mis raíces
en la mesa de mi padre

ahora me como a los hombres


que merendaron mi historia
en la copa de un amigo.

Hoy
aquí y ahora
no me molestes

estoy cenando.

Esther Pagano es ella misma en cada voz, en cada pasaje, en el tránsito por su verdadera historia, en
cada hecho humano que se nos despliega oscuro y abigarrado, espejo de nosotros mismos.

Esther Pagano es cada uno de nosotros, su si mismo y su otro, que nos devela y nos crea en su
fantástica palabra.
Nosotros agradecidos, seguiremos palpitando en cada una de sus palabras.

Diciembre 2019

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