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¿Qué es la clínica psicoanalítica?

Habitualmente utilizamos la palabra “clínica” en un sentido inespecífico y así, por


ejemplo, suele decirse que “se dedican a la clínica” aquellos que atienden pacientes.
No obstante, por esta vía el concepto apenas consigue una aprehensión descriptiva y
denota meramente una práctica.

En esta introducción al seminario quisiéramos establecer una posición firme sobre el


sentido de la expresión “clínica psicoanalítica” y otorgarle un estatuto conceptual
específico: la clínica no es la experiencia, aunque, por cierto, la supone; en todo caso,
la clínica es el redoblamiento de la experiencia a través del concepto. Pero, ¿cuáles son
los conceptos del psicoanálisis?

En el seminario 11, Lacan se ocupó del estudio de cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis: inconsciente, repetición, pulsión y transferencia. Vale apreciar el énfasis
en el estatuto que se les otorgara: estos conceptos constituirían el “fundamento” de la
teoría psicoanalítica. Ahora bien, aquí cabe una precisión –acompañada por el interés
lacaniano en este seminario de interrogar el carácter científico del psicoanálisis–: el
psicoanálisis no es una teoría o, al menos, no lo es en el sentido corriente en que suele
hablarse de una teoría científica (un conjunto de enunciados falsables
empíricamente).1 En todo caso, Lacan sostiene que el psicoanálisis es una “praxis”:

1
Esta disquisición puede parecer simplista, no sólo porque una concepción semejante de una
teoría científica no tiene vigencia epistemológica desde hace años, sino porque tampoco
considera los dispositivos de investigación propios del psicoanálisis (como el uso del “caso”).
Por eso hemos dicho que se trata de una versión “corriente” –que, por ejemplo, cuestiona que
no puedan hacerse predicciones de enunciados observables–. Asimismo, tampoco estamos
afirmando que no pueda haber investigación empírica en psicoanálisis cuando se diseñan
instrumentos específicos para ese fin.
“¿Qué es una praxis? Me parece dudoso que este término pueda ser
considerado impropio en lo que al psicoanálisis respecta. Es el término
más amplio para designar *…+ la posibilidad de tratar lo real mediante lo
simbólico.” (Lacan, 1964, 14)

Sin embargo, en este punto, una pregunta vuelve a plantearse; y que reformula la
inquietud inicial respecto del estatuto conceptual del psicoanálisis como praxis: ¿cuál
es el real de que se ocupa el psicoanálisis? En un artículo indispensable –“Tres
definiciones de lo real en psicoanálisis” (2000), Gabriel Lombardi realiza una lectura de
la tercera conferencia de Lacan en Roma –titulada justamente “La tercera” (1974)– y
propone tres coordenadas desde las cuales cabría aproximarse al núcleo de la
experiencia analítica: a) lo real es lo que retorna siempre al mismo lugar; b) lo real es lo
imposible (como modalidad lógica); c) lo real es… el síntoma; o bien, el síntoma es lo
que viene de lo real.

Cabe apreciar que las tres definiciones no se cancelan entre sí, sino que podrían
incardinarse y formular una conclusión: en el núcleo de la experiencia analítica se
encuentra el síntoma. Dicho de otro modo, la praxis analítica encuentra su
fundamento en esa división de la vida psíquica que recibe el nombre de síntoma. En
última instancia, si algo da razón a una praxis como el psicoanálisis es su capacidad
para responder al intento de desembarazarse del padecimiento, respecto del cual el
hablante nos dirige su demanda y, en el mismo acto, autoriza nuestra intervención.

Ahora bien, ¿de qué otro modo podríamos llamar a ese cuerpo extraño que irrumpe
(viene), insiste (retorna) y resiste (imposible de reducir) en la continuidad de la vida del
alma? Podríamos también darle el nombre de “sujeto”2 en la medida en que Lacan
también sostenía que el síntoma es lo “analizable” (Lacan, 1958, 665) en las neurosis,
psicosis y perversiones, y ¿qué otra cosa se analiza sino la división subjetiva, esto es, la
posición del sujeto respecto de su división sintomática?

Por lo tanto, y de regreso a nuestro pregunta inicial –¿qué es la clínica?–, cabría


advertir una conclusión paradójica: los conceptos del psicoanálisis buscan aprehender
un saber sobre lo imposible. No obstante, esta paradoja es aparente, ya que un
“imposible saber” no es lo mismo que un “saber imposible”. Asimismo, podría añadirse
que es por este motivo que Lacan mismo, en el seminario 12, sostuvo una posición
crítica respecto de la pertinencia de hablar de conceptos en psicoanálisis –luego de la
experiencia del seminario 11–:

“El año pasado hablé de los fundamentos del psicoanálisis. Hablé de los
conceptos que me parecen esenciales para estructurar su experiencia y
pudieron ver que en ninguno de esos niveles se trató de verdaderos
conceptos; que no pude hacer que ninguno resistiera *…+ que siempre,
de algún modo el sujeto, que es quien aporta esos conceptos, está
implicado en su discurso mismo; que no puedo hablar de la apertura o
del cierre del inconsciente sin estar implicado, en mi discurso mismo,

2
Desde un punto de vista descriptivo, podríamos decir que “síntoma” y “sujeto” coinciden –ya que al
psicoanálisis no le interesa el padecimiento como algo “objetivable”, sino cuando requiere la producción
de un efecto de división en el hablante que pueda testimoniarlo. No obstante, desde un punto de vista
estructural, cabría separar ambas nociones (y, por ejemplo, aclarar que el sujeto dividido por el síntoma
tampoco es el sujeto del inconsciente) y, en todo caso, afirmar que el síntoma testimonia de la división
subjetiva, es una respuesta, sin duda, pero en su raíz no es sujeto, sino la mortificación que el
significante produce en el viviente. Esta última acepción se encuentra sostenida por Lacan en su
comentario a la intervención de A. Albert sobre la regla fundamental: “En cierta manera podemos decir
que si no existiera lo simbólico, es decir esta especie de inyección de significantes en lo real con lo cual
estamos obligados a pactar, no habría síntoma. El síntoma es *…] es aquello que nos hace a cada uno un
signo diferente de la relación que tenemos en tanto que hablante-seres con lo real”. Lacan, J. (1975).
por esta apertura y este cierre…”(Lacan, 1964-65, clase del 2 de
diciembre de 1964)

Esta breve indicación permite considerar dos cuestiones relacionadas: por un lado, la
distinción entre la constitución de una teoría y la trasmisión del psicoanálisis (o bien, la
diferencia entre un profesor y un enseñante); por otro lado, la especificidad de la
elaboración clínica a que debe responder el psicoanálisis como praxis: la clínica
psicoanalítica no responde al padecimiento a través de su objetivación (como, por
ejemplo, sí lo hace la clínica del médico) sino con la apuesta de localizar la posición del
sujeto. En definitiva, en un análisis no importa tanto qué le pasa a alguien como lo que
dice respecto de lo que le pasa –siendo que lo que le pasa es, en parte, aunque sin
llegar a recubrirlo, el decir de lo que le pasa–.

En función de esta última consideración, entonces, cabe detenerse en la definición de


la clínica psicoanalítica que Lacan propusiera en el comienzo de la “Apertura de la
sección clínica” (1976):

“¿Qué es la clínica psicoanalítica? No es complicado, la clínica tiene una


base: es lo que se dice en un psicoanálisis.” (Lacan, 1976, 37)

Ahora bien, como suele ocurrir con las afirmaciones de Lacan, esclarecer qué quiere
decir “lo que se dice en un psicoanálisis” requiere un amplio ejercicio de paráfrasis. Por
un lado, cabe enfatizar que Lacan afirma que “lo que se dice” es la “base” de la
clínica… pero no la clínica misma; por lo tanto, encuentra aquí aplicación nuestro
rodeo anterior acerca del redoblamiento conceptual de la experiencia. Por otro lado,
¿en qué términos entender “lo que se dice”? En primer lugar, esta indicación destaca
el lugar que la palabra tiene en la experiencia analítica –ya desde “Función y campo de
la palabra y el lenguaje” (1953) Lacan había subrayado este aspecto–. No obstante, es
importante advertir que “lo que se dice” no necesariamente remite a lo “dicho”, esto
es, a los enunciados efectivamente proferidos. En todo caso, al analista le importa
menos lo dicho que el lugar desde donde se dice, o bien –parafraseando una conocido
expresión de L’etourdit (1972)– que el decir no quede olvidado tras lo que se dice (en
lo que se escucha). En esta última afirmación, “lo que se dice” no quiere decir lo
mismo que en la definición de clínica psicoanalítica. ¡He aquí un ejemplo precioso de
cómo “lo mismo” fue dicho desde dos posiciones distintas!

En segundo lugar, es notorio que Lacan no precise a quién corresponde ese “lo que se
dice”. ¿Al analizante? Nadie podría dudarlo. Pero, ¿no le toca también al analista tener
que decir algo? Ya en “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958) Lacan
subrayó que el analista también paga con sus palabras, en el punto en que una vez que
algo fue proferido ya no hay posibilidad de desdecirse o cancelar el efecto que podría
haber producido su intervención cuando fue elevada al estatuto de una interpretación.

En tercer lugar, el decir no sólo tiene que ser entendido en términos de “conducta
verbal”. Hay actos que dicen más que mil palabras –como aquellos que Freud llamara
“actos sintomáticos”– y, asimismo, hay palabras vacías que no dicen nada. Aquí
también podría considerarse el caso del acting out, al que eventualmente se
aprehende –de modo extraviado– en función de una teoría de la acción ajena al
psicoanálisis: que Lacan afirme que el acting out es una “conducta” no debe
entenderse en términos ajenos a los operadores propios del dispositivo analítico, esto
es, nombra una momento particular de la experiencia analítica en que se detiene el
cumplimiento de la regla fundamental de asociación libre. Ahora bien, en este punto
debería distinguirse también entre el acting out y la puesta en acto de la realidad
sexual del inconsciente en la transferencia –que para Freud también se nombraba con
la palabra “agieren” que, luego, los posfreudianos tomaron para su traducción el
término acting out–. En definitiva se trata de cuestiones complejas, que no esperamos
responder en esta introducción (ya que nos ocuparemos de ellas en el curso del
seminario), sino que anticipamos con el propósito de esclarecer la segunda definición
de clínica psicoanalítica que Lacan ofrece en la “Apertura de la sección clínica”: “La
clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que importan y que
cuando se haya tomado conciencia de ellas serán de gran envergadura” (Lacan, 1976,
38).

A este discernimiento en que consiste la clínica psicoanalítica es que podríamos


llamarlo “formalización”. En psicoanálisis no se teoriza con el objetivo de delimitar
conceptos estrictos –como, por ejemplo, el de átomo en Física–, aunque no por eso se
trata de una actividad de un rigor dispensable: los conceptos del psicoanálisis
funcionan como operadores de la dirección de la cura, que permiten escandir los
momentos de un tratamiento; por eso, una segunda acepción del discernimiento en
cuestión requiere atender a la lógica con que se presenta un caso. Hacer clínica,
entonces, es organizar la experiencia en función de secuencias que permitan extraer
las coordenadas que se van circunscribiendo para un padecimiento a lo largo de un
tratamiento –y no, meramente, hablar de pacientes, algo que a veces se aprende en
las primeras supervisiones, a las que el practicante se acerca con innumerables
anotaciones y, quizá, ninguna pregunta sobre su acto–.

Esta última desagregación de la densidad conceptual del término lleva a una última
definición de clínica en la “Apertura”: la clínica es “lo real en cuanto que es lo
imposible de soportar”. Esta acepción remite, por un lado, a las definiciones de lo real
que hemos mencionado, y permite volver a poner el padecimiento del síntoma en el
núcleo de la praxis analítica; pero también permite aprehender, por otro lado, ese
aspecto de la experiencia en que el analista tiene “horror de su acto” –como Lacan
sostuviera hacia el final de su vida–, en la medida en que nunca cuando piensa su
práctica puede ser el mismo que produjo efectos con el dispositivo. También podría
decirse que el analista tiene que ser “al menos dos” –como Lacan lo hiciera el 10 de
diciembre de 1974–, no obstante, la fórmula anterior es un poco más elocuente para
dar cuenta de un hecho epistemológico crucial, una forma de división que atañe a la
clínica misma: no sólo el sujeto del inconsciente no es el que teoriza el dispositivo –lo
cual es algo obvio–, sino que el enseñante no es un experto en psicoanálisis, dado que
hay una separación inconmensurable entre la verdad de la praxis y el saber que busca
iluminar ese acto que, en el mejor de los casos, también sorprende al analista.

De esta rápida presentación de los elementos que atraviesan la clínica psicoanalítica


pueden desprenderse diversas conclusiones encadenadas: primero, los conceptos del
psicoanálisis no son conceptos en sentido estricto (o, al menos, en el sentido de que
puedan ofrecerse definiciones que indiquen condiciones necesarias y suficientes de su
aplicación); segundo, la clínica interroga la posición del sujeto respecto del
padecimiento sintomático; tercero, esta noción de sujeto no debe ser entendida en
términos de individuo o persona (el paciente), sino en función del “sujeto que se va
diciendo en el análisis” (Lacan, 1964, 279), esto es, el sujeto es lo que se dice; por
último, la clínica se transmite de un modo que requiere que el enseñante ponga en
acto aquellos conceptos que busca exponer. Por esto, el psicoanalista no es un experto
en psicoanálisis cuando transmite, sino que es alguien que piensa su acto con el
propósito de encontrar coordenadas que permitan la orientación de un tratamiento.
Síntoma y fenómeno: una cuestión de actualidad

La noción de síntoma se encuentra en el corazón de la clínica psicoanalítica, en la


medida en que éste no se define de forma objetivada (a través de la observación) ni
como un “problema” a resolver, sino a partir de dos coordenadas fundamentales: a)
por un lado, implica una toma de posición del sujeto respecto del padecimiento; b) por
otro lado, ese padecimiento es irreductible frente a las soluciones cotidianas que se le
puedan ofrecer (consejos de los amigos, familiares, etc.). Ambos aspectos de la clínica
del síntoma se encuentran en una célebre definición freudiana:

“Los síntomas *…+ son actos perjudiciales o, al menos, inútiles para la


vida en su conjunto; a menudo la persona se queja de que los realiza
contra su voluntad, y conllevan displacer o sufrimiento para ella. Su
principal perjuicio consiste en el gasto anímico que ellos mismos cuestan
y, además, en el que se necesita para combatirlos *…+ estos dos costos
pueden traer como consecuencia un extraordinario empobrecimiento de
la persona…” (Lacan, 1916-17, 326)

En función de esta referencia, a la doble consideración mencionada –que destaca la


posición así como el costo del padecimiento– cabe agregar un tercer elemento: el
síntoma es un “acto”. Es cierto que quizá puede ser un acto cobarde o irresuelto –
como el que orienta el padecimiento de muchos sujetos, de acuerdo con lo que Freud
llamaba “política del avestruz”–, pero no por eso deja haber una participación del ser
íntimo de quien sufre en aquello que lo “empobrece”. Dicho de otro modo, la
respuesta al síntoma –al menos desde el psicoanálisis– está fundada en la ética que
Freud descubrió cuando sostuvo que las enfermedades eran un desgarramiento del ser
moral (Cf. Lombardi, 2008): si la respuesta al síntoma no puede estar más que en una
revisión de las coordenadas sintomáticas –eso que suele llamarse “división subjetiva”–
es porque el síntoma ya es una respuesta o, como sostuviera Freud incluso respecto
del delirio, un “intento de curación” (Freud, 1911, 65).

Sin embargo, a pesar de este lineamiento general, la definición de síntoma no es


unívoca. Desde un punto de vista teórico pueden ofrecerse diferentes versiones de
una misma noción; así, por ejemplo, en la obra freudiana cabe recordar la concepción
del síntoma en el caso Dora como expresión de fantasías inconscientes, mientras que
en Inhibición, síntoma y angustia –de acuerdo con una comparación entre el pequeño
Hans y el Hombre de los lobos– se enfatizara el carácter de sustitución de la formación
sintomática. Por esta vía, podrían proponerse diferentes definiciones metapsicológicas
del síntoma. Sin embargo, es importante advertir que esta diversidad no pluraliza la
orientación clínica: tanto en el caso Dora –donde fuera presentado en términos de
“cuerpo extraño” (Freud, 1905, 39) en la vida psíquica– como en Inhibición, síntoma y
angustia –donde destacara su “extra-territorialidad”– (Freud, 1926, 94). Freud subraya
el carácter intrusivo del síntoma, rasgo que remite nuevamente a los dos aspectos que
mencionamos con anterioridad: el síntoma es el resultado de un conflicto y una forma
de satisfacción. En definitiva, quizá no haya mejor modo de resumir esta doble vía del
síntoma que recordar esa sentencia de Freud que expresa que el síntoma es la práctica
sexual de los enfermos.

Desde el punto de vista de la enseñanza de Lacan, este factor conflictivo que subtiende
al síntoma tiene un nombre específico: sujeto. Una aprehensión canónica de este
término se expresa a través de la definición del significante –lo que representa un
sujeto para otro significante– y permite precisar dos cuestiones. Por un lado, que el
sujeto es, en principio, efecto de la división por el significante; por lo tanto, esta
definición requiere de la participación del decir (de la división entre lo que se quiere
decir y lo que se dice, entre lo dicho y lo escuchado, etc.). Por otro lado, que el
psicoanálisis bien pueda formalizar una teoría de la sujeción inconsciente no quiere
decir que haya un concepto de subjetividad que pueda desprenderse de esta práctica.

Esta doble consideración es especialmente relevante cuando nos proponemos


interrogar la situación de lo que actualmente se llama nuevas formas de síntomas. ¿Se
trata de nuevos sujetos? ¿Es posible interrogar estas formaciones en función de los
cambios de la época, etc.? Sin duda que es posible, aunque quizá sea poco valioso para
la clínica psicoanalítica. En todo caso, más interesante sería preguntarse hasta qué
punto podría hablarse de síntomas en estos casos. Dos observaciones salen al
encuentro cuando pensamos en casos de este orden: la dificultad para la puesta en
marcha del dispositivo –por ejemplo, en el obstáculo (del analista) para hacer cumplir
la regla fundamental–, el carácter inasible de localización de algún punto de división
subjetiva. Sin embargo, no implican estas observaciones que se trate de casos
“inanalizables” o de nuevos síntomas (resistentes al psicoanálisis). Consideramos que,
con mayor precisión, cabría hablar de nuevas formas de presentación del
padecimiento, que no se afincan en la posición sintomática propicia para la clínica
psicoanalítica.

Por lo demás, caben aquí dos aclaraciones suplementarias: en primer lugar, esta
supuesta “novedad” podría no ser tan “nueva”, en la medida en que ya Freud había
destacado que muchas veces la histeria se presenta a través de la “actuación” (Cf.
Freud, 1908), y no hay más que recordar –una vez más– el caso Dora para reconocer
que no fuera el síntoma lo que motivó la consulta con un analista. En efecto, podría
decirse que ésta es una constante en toda la casuística freudiana, de ahí que siempre
resulte banal la pretensión de una clínica freudiana que hoy se nos presentaría como
inactual, como si la puesta en forma del síntoma no fuera aquello en lo que Freud
demostró su constante actualidad. En segundo lugar, si no son las coordenadas
sintomáticas las que definen estas manifestaciones, ¿de qué modo podríamos
nombrarlas? Quizá el término “fenómeno” sea el más adecuado, en la medida en que
su etimología –lo que se muestra– indica cierta coordenada convergente que no puede
ser desestimada: en muchos de estos casos la presentación del padecimiento se
encuentra articulada a situaciones de carácter mostrativo.

Esta última indicación a una estructura mostrativa en la aparición de estas formas de


padecimiento remite a otro operador clínico del psicoanálisis –que no deja de tener su
relación con el síntoma–:3 el acting out. Precisamente, este último concepto se
caracteriza por designar aquella “exhibición” de un modo de satisfacción, de algún
modo inmotivada, pero que no divide a quien lo realiza –por eso Lacan podía decir que
se trataba de una “verdad sin sujeto”, es decir, un síntoma no subjetivado–; en todo
caso, el acting out es una referencia clínica que permite pensar en una posición que
rechaza la sujeción inconsciente como forma de respuesta al padecimiento. Si del
síntoma podía decirse que es un “acto” irresuelto –como el de la histérica que se
levanta y baja el vestido al mismo tiempo (Cf. Freud, 1908)–, el acting out es el
extravío siempre posible para evitar responder a aquello que concierne o angustia a
través de restituir alguna forma de llamado al Otro. De ahí que el único modo de
volver operativo el acting out en la clínica psicoanalítica sea sintomatizándolo,
haciéndolo pasar por la división subjetiva que rechaza.

3
“En su naturaleza, el síntoma no es como el acting out, que llama a la interpretación, puesto que lo que
el análisis descubre en el síntoma es que no es llamada al Otro, no es lo que se muestra al Otro. El
síntoma, en su naturaleza, es goce, no lo olviden, goce revestido, no los necesita a ustedes como el
acting out, se basta a sí mismo” (Lacan, 1962-63, 139).

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