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Transferencia

Es un punto cardinal del deseo del analista situar las coordenadas del conflicto que se
encuentra en la causa de la neurosis y, a través del análisis de la transferencia, restituir
al ser hablante su aptitud para elegir. Podríamos decir, entonces, que el análisis es una
invitación a elegir. No algo “distinto”, o algo “nuevo” –con la reticencia que produce el
ansia contemporánea por la novedad, quizá como una forma de la indiferencia
histérica o el aburrimiento obsesivo– sino una invitación a elegir de otra manera, de
un modo que no esté comandado por la elección neurótica de no elegir, de sustraerse
del conflicto y, por lo tanto, vivirlo sintomáticamente. Esta singularidad del deseo del
analista era destacada por Freud en sus Conferencias de introducción al psicoanálisis,
cuando afirmaba lo siguiente:

“La pieza decisiva del trabajo se ejecuta cuando en la relación con el


médico, en la transferencia, se crean versiones nuevas de aquel viejo
conflicto, versiones en las que el enfermo querría comportarse como lo
hizo en su tiempo mientras que uno, reuniendo todas las fuerzas
anímicas disponibles (del paciente), lo obliga a tomar otra decisión. *…+
Cuando la libido vuelve a ser desasida de ese objeto provisional que es
la persona del médico, ya no puede volver atrás a sus objetos primeros,
sino que queda a disposición del yo.”1

De este modo, la transferencia es la palestra en que mejor se comprueba que la


neurosis se opone al acto; y, por lo tanto, el deseo del analista puede ser el soporte de

1
Freud, S. (1916-17) “28ª conferencia: La terapia analítica” en Conferencias de introducción al
psicoanálisis en Obras completas, Vol. XVI, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, p. 414. [Cursiva añadida]
la invitación a una forma de sostener el deseo que no radique en la insatisfacción
constitutiva del fantasma neurótico.

Como todo deseo, el deseo del analista es deseo de un deseo. Y por eso es a través del
ofrecimiento de ocupar un lugar en la forma de desear del neurótico, que el analista
puede tentar otra forma de encarnar el deseo. Aunque también el analista podría ser
resistencial –o, mejor dicho, funcional a la neurosis–, por ejemplo, en la medida en
que se empeñe en verificar su saber doctrinario, y las tendencias y mecanismos que
este saber le supone al ser hablante. Lacan se refirió a este particular extravío de la
posición analítica en la clase del 3 de febrero de 1965 del seminario 12 al sostener que
“la neurosis de transferencia es una neurosis del analista”.

El propósito principal de esta clase radica en dar cuenta de este aspecto resistencial,
que puede obstaculizar la práctica del análisis, en función de una consideración de
aquello que en Análisis terminable e interminable Freud llamara “restos
transferenciales”. A partir de la elucidación de un caso clínico –el Hombre de los sesos
frescos– ubicaremos una coyuntura específica de manifestación de este avatar clínico:
los saldos de saber cristalizados en análisis anteriores pueden operar como sustento
del padecimiento actual del paciente.

Estos restos transferenciales son el resultado de la coalescencia que se produce entre


la resistencia del paciente y la resistencia del analista, lo cual eternizaría la neurosis de
transferencia impidiendo la posibilidad de ocurrencia de nuevas elecciones por fuera
del mecanismo supuesto por el saber doctrinario del analista. No obstante, antes de
ubicar este aspecto específico de la clínica de la transferencia, realizaremos un rodeo
que permita entrever las notas fundamentales del concepto, su vínculo temprano con
la resistencia desde la perspectiva freudiana, y la concepción lacaniana de tres
operadores clínicos capitales: el sujeto supuesto saber, el algoritmo de la transferencia
y el deseo del analista. De este modo, la elaboración precedente al análisis del caso se
propone trazar los lineamientos generales sobre la actualización de un conflicto
transferencial y el vínculo entre resistencia y saber.

La concepción freudiana: transferencia y resistencia

La concepción freudiana de la transferencia puede resumirse en la célebre frase que la


considera “motor y obstáculo” de la cura. Motor, porque no podría haber tratamiento
posible de la neurosis si el síntoma no se enlazase al analista. Obstáculo, porque Freud
advierte que la transferencia se transforma en un interés para el clínico cuando sirve a
los fines de la resistencia.

De este modo, los tres grandes trabajos freudianos acerca de la cuestión (“Sobre la
dinámica de la transferencia”, “Recordar, repetir y reelaborar” y “Puntualización sobre
el amor de transferencia”) tienen como horizonte un problema concreto del
dispositivo analítico: la interrupción de la cadena asociativa. Asimismo, cada uno de
estos artículos remite a un aspecto específico de la concepción freudiana de la
transferencia.

En “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), Freud define el “clisé” o “serie


psíquica” en que se incluye al analista2 a partir de “una especificidad determinada
para el ejercicio de la vida amorosa”,3 esto es, como una condición de amor –
vinculada con la satisfacción pulsional– que se repite, de manera regular, en la
2
Inserción que –como ya destacamos en la primera clase– es efecto de la aplicación de la regla
fundamental del análisis.
3
Freud, S. (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia” en Obras completas, Vol. XII, op. cit., p. 97.
trayectoria de una vida. Además, en este artículo, Freud distingue dos modos de la
transferencia: positiva (de sentimientos tiernos) y negativa (de sentimientos hostiles).
No obstante, la transferencia positiva también requiere una nueva subdivisión, ya que
se descompone en sentimientos amistosos, o tiernos propiamente dichos (pasibles de
ser conscientes), y sus raíces inconscientes (que se remontan a fuentes eróticas). La
transferencia como obstáculo designa tanto la transferencia negativa como la
vertiente erótica de la positiva.

Respecto de aquello que se actualiza en la cura, en “Recordar, repetir y reelaborar”


(1914), Freud sostiene que se “repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido
ya ha abierto paso hasta ser manifiesto”,4 es decir, inhibiciones, rasgos de carácter,
pero, fundamentalmente, el síntoma. Un ejemplo de enlazamiento del analista con el
síntoma puede considerarse en el caso del Hombre de las ratas, cuando, en ocasión de
un sueño, se representa la muerte de la madre del analista; entonces, dispuesto a
escribir una tarjeta de condolencia se encuentra con que las letras mudan en una carta
de felicitaciones.5 De este modo, la estructura en dos tiempos del síntoma obsesivo, el
modo particular de revivir el conflicto, se actualiza con el soporte del analista.

Asimismo, es notable que en este artículo mencionado Freud considere como vía de la
repetición el retorno de lo reprimido. El sueño del Hombre de las ratas, dada su
condición de formación del inconsciente, lo demuestra. Pero también es preciso
destacar que Freud menciona una vía de retorno “más allá” de la represión:

4
Freud, S. (1914) “Recordar, repetir, reelaborar” en Obras completas, Vol. XII, op. cit., p. 153.
5
Cf. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en Obras
completas, Vol. X, op. cit., p. 152.
“Aquí sucede, con particular frecuencia, que se ‘recuerde’ algo que
nunca pudo ser ‘olvidado’ porque en ningún tiempo se lo advirtió,
nunca fue consciente.”6

En consecuencia, también se actualizarían en el tratamiento vivencias que nunca


fueron reprimidas, y cuya forma de retorno resiste al significante. En sentido estricto,
es aquí que cabría considerar la puesta en acto que promueve la transferencia –Lacan
se refería a esta dimensión, en el seminario 11, como una “puesta en acto de la
realidad sexual del inconsciente”–.7 En el caso del Hombre de las ratas, esta puesta en
acto puede apreciarse en el “doloroso camino de la transferencia”8 que finalmente
lleva al “convencimiento” de la construcción que Freud realizara de un desaguisado
sexual, a los seis años, por el cual el niño habría recibido una reprimenda por parte del
padre como perturbador del goce sexual.

Por último, “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1915) es un texto


privilegiado para esclarecer la posición del analista frente a la transferencia, y advertir
que no es debido a un imperativo moral que no se condesciende a la satisfacción
amorosa, sino a la ética propia del análisis: si respondiera con la satisfacción no podría
más que otorgar un nuevo sustituto a la neurosis; de este modo, la cura se dilapidaría
y perdería su orientación fundamental, el análisis de la transferencia:

“La cura tiene que ser realizada en la abstinencia. *…+ Lo que yo quiero
postular este principio: hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad

6
Freud, S. (1914) “Recordar, repetir, reelaborar” en Obras completas, Vol. XII, op. cit., p. 151.
7
Cf. Lacan, J (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires,
Paidós, 1992, pp. 142-167.
8
Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en Obras
completas, Vol. X, op. cit., p. 164.
y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración,
y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados.”9

Es interesante notar que Freud sostiene que no se trata de responder con la


satisfacción, pero en absoluto dice que se trata de no responder. “Ningún enfermo lo
toleraría”.10 En todo caso, la respuesta del analista tiene otras coordenadas: responder
a la demanda con el deseo.

Tres consideraciones pueden extraerse de este rodeo por la concepción freudiana del
concepto de transferencia: por un lado, que la resistencia pueda servirse de la
transferencia indica la posibilidad de que el analista pueda ocupar en el tratamiento
un lugar distinto al de referente ideal o soporte de la palabra; por otro lado, si la
intervención privilegiada del analista cuando se encuentra posicionado como sede de
la palabra (a través de las formaciones del inconsciente que propicia la asociación
libre) es la interpretación, en estos casos, debería pensarse en otra intervención del
analista que ya no sería el desciframiento significante; por último, y como supuesto
implícito de las dos observaciones anteriores, en estos casos, el analista no sería
convocado como significante, sino como objeto (de odio o de amor).

En este punto, y como introducción a la elaboración lacaniana de la transferencia, que


consideraremos en el próximo apartado, cabe preguntarse si acaso eso que Freud
concibiera como resistencia, y obstáculo, no es el indicador clínico más significativo del
desarrollo de un análisis. Dicho de otro modo, si el verdadero motor del análisis no
radicaría en esta inclusión del analista en la serie psíquica, como objeto fantasmático,
condición indispensable para el análisis de los modos satisfacción en un tratamiento,

9
Freud, S. (1915) “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” en Obras completas, Vol. XII, op.
cit., p. 168.
10
Ibid.
antes que en el decurso “tierno” de la palabra asociativa; dicho en términos
lacanianos, que ampliaremos en el próximo apartado, la suposición de saber requeriría
del enlace libidinal como condición de posibilidad de la cura, para que un análisis no
sea sólo palabras.11

La elaboración lacaniana: de la relación dual a un elemento tercero

En “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), Lacan emprende una
crítica tenaz a la concepción del dispositivo analítico entendido como una situación en
la que se desarrolla una “relación dual” entre paciente y analista, propugnada por las
distintas variantes del psicoanálisis posfreudiano. La crítica no solo recae sobre el
posfreudismo, sino también sobre sus propias concepciones, en tanto que la noción de
intersubjetividad había formado parte del ideario de Lacan para conceptualizar el
encuentro analítico.

¿Cuál es el motivo de tan acérrima crítica? En el seminario 8 lo expresa del modo


siguiente:

“La intersubjetividad, ¿no es acaso lo más ajeno al encuentro analítico?


Con sólo que asome, la eludimos, seguros de que es preciso evitarla. La
experiencia freudiana se paraliza cuando aparece […]. Me lo dice para
reconfortarme o para complacerme, piensa uno. ¿Quiere
engatusarme?, piensa el otro.”12

11
Cf. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p. 566.
12
Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 20.
Según Lacan, dicha concepción representa una desviación peligrosa del dispositivo
fundado por Freud. En “La dirección de la cura…” afirma:

“La situación así concebida sirve para articular (y sin más artificio que la
reeducación emocional) los principios de una domesticación del yo
llamado débil por parte de un Yo que gustosamente se considera como
de fuerza para cumplir ese proyecto, porque es fuerte.”13

Por esta vía, el procedimiento del análisis quedaría orientado a reducir las
desviaciones –imputadas a las fantasías transferenciales del paciente– por parte de un
analista que, sostenido de la autoridad (conferida por la sociedad analítica de la que es
miembro a través del “análisis didáctico”), es el representante de la realidad. En otros
términos, el psicoanálisis, que nace de la renuncia a la hipnosis, deviene un grosero
procedimiento sugestivo por el hecho de ser concebido como un encuentro entre dos
sujetos. Lacan, entonces, denuncia una concepción que tiene como efecto el
establecimiento de un escenario propicio para que se desarrollen las pasiones del
educador que en el mismo acto abandona el discurso analítico.

Vale enfatizar que, de acuerdo con la concepción del análisis como relación dual, el
analista no tiene más remedio que invocar desesperadamente a la “realidad” como
una entidad tercera que dirima el resultado de la contienda. ¿Cuál es la propuesta
lacaniana para salir del impase sugestivo?

En la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” 14


Lacan se refiere al primer momento de la experiencia, el punto de empalme que se

13
Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p. 568.
14
Lacan, J. “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela” en Otros escritos,
Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 266.
encuentra al inicio del análisis. Ubica allí el establecimiento del sujeto supuesto al
saber precisado con el algoritmo de la transferencia, es decir, un conjunto finito de
pasos ordenados que permite resumir el montaje del soporte de la transferencia. Allí
sostiene, por ejemplo, que “el sujeto supuesto saber es para nosotros el pivote desde
donde se articula todo lo que tiene que ver con la transferencia”:15

S --------------> Sq
s (S1, S2…Sn)

Precisemos los elementos que constituyen su estructura: a) S: el significante de la


transferencia –de un sujeto implicado–; b) Sq: Significante cualquiera, que supone la
particularidad que se indica con un nombre propio; c) Debajo de la barra, s: representa
al sujeto, reducido al patrón de suposición, significación que ocupa el lugar del
referente aun latente en esa relación tercera; d) (S1, S2… Sn): los significantes en el
inconsciente.

Se trata, entonces, de una reducción que realiza Lacan para circunscribir la lógica en
juego en el establecimiento de la transferencia. ¿Qué es lo que aporta la noción de
sujeto supuesto al saber? ¿Se trata tan sólo de un proceso estándar que se encuentra
en el inicio del análisis? En todo caso, quisiéramos sostener que lo que tiene la
apariencia de ser el establecimiento estandarizado de un andamiaje que da inicio al
análisis se nos presenta como la herramienta conceptual que termina de derribar la
concepción intersubjetiva de la situación analítica:

“Se ve que si el psicoanálisis consiste en el mantenimiento de una


situación convenida entre dos partenaires que se asumen en ella como

15
Ibid.
el psicoanalizante y el psicoanalista, él no puede sino al precio del
constituyente ternario que es el significante introducido en el discurso
que en él se instaura, el que tiene nombre: el sujeto supuesto saber,
formación esta no de artificio sino de vena, como desprendida del
psicoanalizante.”16

Repasemos, entonces, las coordenadas iniciales de un análisis: el consultante, para


quien el síntoma ha promovido un enigma, se ve movido a dirigir una demanda a otro.
Una demanda que puede reducirse a un querer quitarse de encima aquello que ha roto
su unidad imaginaria. El dispositivo analítico transforma esa demanda, a través del
establecimiento del sujeto supuesto saber, en una demanda de significación. Se
produce allí una promesa de significación con respecto al significante del síntoma –
desarrollaremos esta cuestión con mayor detalle en la clase siguiente–. La noción de
sujeto supuesto saber despeja toda posibilidad de entender que la respuesta que el
enfermo espera sea dada por el analista como persona, lo cual reduciría la
configuración de la experiencia nuevamente a una situación entre dos: paciente-
analista. Tal como lo expresara Lacan, la situación que se establece está sostenida del
sujeto supuesto saber, como un tercer elemento, que viene a mediar en la pareja
analizante-analista.

Si seguimos los caminos que delinea el algoritmo de la transferencia, notaremos que la


articulación del significante de la transferencia (de un sujeto) con un significante
cualquiera –esa particularidad recortada del analista– hace suponer debajo de la barra
un saber por advenir, que se irá presentando en la medida en que se produzcan los
hallazgos significantes singulares en la asociación; es decir, hallazgos que constituyen
un saber (en la fórmula, connotado entre paréntesis) que, valga la redundancia, sujeta

16
Ibid., p. 267.
a un sujeto, lo supone y lo implica como la significación correspondiente de la
articulación de los significantes en el inconsciente –de aquí la importancia capital que
tiene para el psicoanálisis el saber textual por sobre el referencial–. Citemos a Lacan
para verificar cómo, de este modo, da su último golpe de mandoble a la
intersubjetividad y a la lectura apresurada que implicaría suponer que es del analista
de donde provendría el saber:

“Lo que nos importa aquí es el psicoanalista, en su relación con el saber


del sujeto supuesto… Está claro que del saber supuesto él no sabe
nada. El Sq de la primera línea no tiene nada que ver con los S en
cadena de la segunda y sólo puede hallarse allí por encuentro.”17

En función del desarrollo anterior, la introducción del algoritmo de la transferencia y


por ende del sujeto supuesto al saber –andamiaje de la experiencia analítica– puede
pensarse como un modo en que Lacan inscribe la llave que abre una salida al impase
de la concepción de la relación dual. No se trata de un afán, por otra parte anti-
analítico, de protocolizar o estandarizar el inicio de la experiencia, sino del modo de
introducir la lógica de una terceridad que impide que el análisis se reduzca a una
práctica de dominación de un sujeto sobre otro.

Diremos, para finalizar este apartado, que esta estructura ternaria es la que asimismo
permite pensar el fin del análisis, en el sentido de que la liquidación de la transferencia
implica la caída del sujeto supuesto saber. Dicho de otro modo, no se trataría del cese
del encuentro con la persona del analista, sino del desmontaje de la estructura que
promueve la espera de una significación que vendría a manifestar una verdad más
sobre el síntoma, cuestión que Lacan expresa en los siguientes términos:

17
Ibid., p. 267.
“La estructura así abreviada les permite hacerse una idea de lo que
ocurre al termino de la relación de la transferencia, o sea: cuando por
haberse resuelto el deseo que sostuvo en su operación el
psicoanalizante, este ya no tiene ganas de confirmar su opción , es
decir, el resto que como determinante de su división, lo hace caer de
su fantasma y lo destituye como sujeto.”18

Como veremos en el siguiente apartado, implica esto también que los hallazgos
producidos en el análisis no redunden en la constitución de un saber coagulado, sobre
todo en los casos en donde la necesaria separación entre el saber y la doctrina del
analista no se lleva a cabo.

Restos transferenciales

En una segunda referencia de “La dirección de la cura…” Lacan afirma que la


concepción que un analista tenga de la transferencia y de la interpretación se vincula
directamente con la dirección de la cura y con las consecuencias del análisis. En dicho
texto, Lacan ilustra este punto con un caso de Ernst Kris, habitualmente conocido
como el “Hombre de los sesos frescos”.

En este apartado nos proponemos explicitar la referencia anterior de Lacan, a partir de


un análisis específico del caso clínico en cuestión, prestando especial atención a los
saldos de saber de un tratamiento anterior. El caso del Hombre de los sesos frescos es
un caso privilegiado en la bibliografía analítica no sólo porque ejemplifica las

18
Ibid., p. 270.
coordenadas de ocurrencia de un acting out en la cura como respuesta a una
determinada intervención del analista, sino porque testimonia asimismo de un primer
análisis del paciente. En principio no pondremos aquí el acento en el modo en que
Lacan explica la ocurrencia del acting out, en función de la intervención de Kris –quien
niega que el paciente sea un plagiario (tal como sus tentaciones lo sugerían)–, sino
que lo tomaremos desde otro sesgo, esto es, a partir del saber decantado del primer
tratamiento del paciente. Apuntaremos a pensar el modo en que los saldos de saber
del tratamiento anterior podrían ubicarse como sostén de la inhibición que el paciente
presenta en el momento de inicio del tratamiento con Kris y, quizás también, del
posterior acting out. En última instancia, este apartado se propone formular una arista
específica del concepto de transferencia en función de la pregunta por la terminación
del tratamiento.

Dos fuentes permiten obtener datos del primer tratamiento del Hombre de los sesos
frescos. Por un lado, un artículo de su primera analista, Melitta Schmideberg, titulado
“Inhibición intelectual y trastornos del apetito”, quien menciona al paciente dentro de
una serie de casos que confirman la tesis que el artículo sostiene. Por otro lado, el
texto mismo de E. Kris. Cabe considerar ambas referencias de modo separado, para
luego interrogarlas de modo conjunto.

M. Schmideberg resume el drama subjetivo del modo siguiente:

“Un paciente que en la pubertad había robado, en ocasiones,


principalmente dulces y libros, más tarde retuvo determinada
inclinación al plagio. Dado que para él la actividad estaba conectada
con robar, el trabajo científico con el plagio, pudo eludir estos impulsos
reprensibles por medio de una amplia inhibición de sus actividades y
esfuerzos intelectuales.”19

La tesis de la autora –en rigor se trata de una hipótesis que toma de Karl Abraham–
podría ser expresada del modo siguiente: “La función asimiladora de comer prepara la
posterior comprensión intelectual”. Por otro lado, también se informa de lo siguiente:
“Todos los casos de inhibición intelectual que he analizado remitían a una inhibición
anterior del apetito”.20 Por lo tanto, su conclusión es la siguiente:

“En general, puede decirse que los factores orales influirán de un


modo favorable en el desarrollo intelectual, cuando la avidez oral
sublimada en la pulsión de saber sea verdaderamente intensa,
pero no si suscita, como consecuencia de su sadismo, angustia o
sentimientos de culpa.”21

Siguiendo esta reconstrucción argumental del artículo de M. Schmideberg podría


decirse que para un “buen desarrollo intelectual”, la avidez oral, las mociones
correspondientes a la etapa oral, deben ser sublimadas, cuestión que no se llevaría a
cabo si estas “tendencias producen angustia y sentimientos de culpa”. La serie causal
queda expresada del siguiente modo:

Mociones orales intensas sublimadasPulsión de saber Buen desarrollo intelectual


Mociones orales intensas producen angustia y culpaInhibición intelectual.

19
Schmideberg, M. (1934) “Inhibición intelectual y trastornos del apetito” en Textos de Referencia de la
Asociación de Psicoanálisis Biblioteca Freudiana de Barcelona, 1986, p. 5.
20
Ibid., p. 2.
21
Ibid., p. 5.
El Hombre de los sesos frescos aparece, entonces, mencionado como un caso que
confirma una regla. De este modo, según Schmideberg, la inhibición intelectual del
paciente queda explicada por ese factor pulsional oral intenso y la culpa que
promueve. La inhibición sería un modo de eludir los impulsos reprensibles.

Puede atenderse, en este punto, a la segunda de las referencias de este primer


análisis: la reconstrucción hecha por Kris a partir de lo que el paciente dice de su
primer tratamiento cuando consulta con un segundo analista. El drama subjetivo, en
esta segunda ocasión, es presentado en los siguientes términos:

“En el momento de su segundo análisis, un paciente, un joven científico


de unos 30 años, ocupaba exitosamente una respetable posición
académica, sin poder alcanzar una posición más elevada debido a su
incapacidad para publicar alguna de sus prolongadas investigaciones.
Esta, su queja principal, es lo que lo llevó a buscar nuevamente
análisis.”22

En pocas palabras, se trata de una consulta por una inhibición. Respecto de su primer
análisis, se afirma lo siguiente:

“El tratamiento inicial había producido considerables mejorías, pero los


mismos problemas aparecían bajo una nueva luz *…+. Recordaba con
gratitud su análisis previo que había mejorado su potencia, disminuido
sus inhibiciones sociales, y producido un marcado cambio en su vida.”23

22
Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica” en Revista de la
Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, No. 17, Buenos Aires, 1991, p. 34.
23
Ibid.
Por otro lado, cabe destacar una suerte de efecto didáctico de ese primer análisis:

“En su primer análisis había aprendido que el miedo y la culpa le


impedían ser productivo, y de que él ‘siempre quiso apropiarse, robar,
tal como lo había hecho en su pubertad’. Estaba bajo la presión
constante de un impulso a usar ideas de los otros –las de un joven
colega…”24

Resulta interesante el modo en que es enunciado aquello que habría decantado del
primer análisis. En él, el paciente parecía haber consolidado un saber, “había
aprendido” algo con respecto a una de sus tendencias, había aprendido lo que él
siempre quería hacer: robar, apropiarse, etc., y que esto estaba en la causa de su
inhibición. Reflejo sorprendentemente fiel de lo expresado por Schmideberg en el
artículo que mencionábamos anteriormente.

Debería advertirse, a partir de una comparación de ambos textos, que la lectura de


Kris resulta estar en absoluta concordancia con el saber doctrinario que Schmideberg
sostenía. Una codificación de las tendencias, de lo pulsional, que deja al paciente con
la convicción de lo que desea, pero traducido a términos de un código establecido por
la doctrina psicoanalítica de la época. La tentación al plagio sería la expresión de una
tendencia oral intensa y la inhibición el resultado de un mecanismo que reacciona a
dicha tendencia.

A partir de esta breve descripción nos interesa proponer dos preguntas. En primer
lugar, ¿cómo es posible que un paciente llegue a sostener una lectura sobre su historia
que eternice su sufrimiento?; en segundo lugar, si el saber que se desprende de un

24
Ibid. [Cursiva añadida]
tratamiento, lejos de producir una modificación en la posición subjetiva, promueve un
nivel mayor de detenimiento y padecer, ¿a qué debemos atribuir su permanencia y su
falta de cuestionamiento por parte del paciente? Otro modo de formular ambas
preguntas, teniendo en cuenta el caso en cuestión, podría ser: ¿cuál es la raíz que
constituye el soporte de un saber que a todas luces se encuentra en el fundamento de
la inhibición en el momento de la segunda demanda de análisis? Puede considerarse,
en este punto, un dato que Kris aporta de los dichos de su paciente en el momento en
que demanda el segundo tratamiento: “…le angustiaba que su analista anterior se
llegara a enterar de que él había reanudado su análisis ya que no que no quería que su
no retorno a ella pudiese herirla de alguna manera, pero él estaba convencido de que
después de los años trascurridos ahora debía analizarse con un hombre”.

Pero, ¿de qué se trata esta angustia con respecto a “herir” a Schmideberg? ¿En qué
lugar se había preservado la figura de la analista para ese paciente?

En la 28ª de sus Conferencias de introducción a psicoanálisis (1916-17), titulada “La


terapia analítica”, Freud sintetiza la trayectoria del tratamiento de acuerdo con los
preceptos analíticos –distinguiéndolo de las terapias basadas en la sugestión– y
manifiesta el destino que tiene la figura del analista al finalizar el tratamiento:

“En cualquier tratamiento sugestivo, la transferencia es respetada


cuidadosamente: se la deja intacta; en el tratamiento analítico, ella
misma es objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus
formas de manifestación. Para la finalización de una cura analítica, la
transferencia misma tiene que ser desmontada y si entonces
sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en la sugestión sino en la
superación de las resistencias ejecutada con su ayuda y en la
transformación interior promovida en el enfermo.”25

A partir de esta referencia freudiana podría pensarse que, en el caso del Hombre de
los sesos frescos, no se había producido el desasimiento con respecto a la figura del
analista: el desmontaje de la transferencia que Freud postula como necesario para el
fin de análisis. Podría proponerse que Schmideberg había quedado en un lugar
determinado, encarnando determinada figura que no debía ser herida, un Otro que –
como lo expresa Freud– permanecía como objeto libidinal. Pero, ¿qué consecuencias
trae aparejadas la permanencia de este resto transferencial?

En este punto, la cuestión es que, tal como puede inferirse, en el caso del Hombre de
los sesos frescos, la permanencia del analista como objeto libidinal trae aparejado la
pervivencia de un saber, del cual el analista es garante –que, como explicitamos en el
apartado anterior, no debe confundirse con el sujeto supuesto saber, en tanto que
esta noción apunta a circunscribir una matriz de producción de saber y no un saber
cristalizado–. Un saber que continúa sosteniendo la inhibición, en tanto que tiende a
hacer consistir la existencia de tendencias y mecanismos supuestamente inherentes al
sujeto. La “herida” de la cual el paciente quiere proteger a Schmideberg no se
produciría exclusivamente con respecto a la persona del analista. Podría conjeturarse
que se trata de una herida sobre el saber del que es garante. Es una herida que en
todo caso tampoco se puede producir sobre el corpus de saber-resto del tránsito por
ese primer análisis. Este aspecto puede verificarse advirtiendo que Kris, al cuestionar
el tratamiento de Schmideberg, critica la relación a la técnica y no la codificación que
había producido en relación a las supuestas tendencias del paciente. Kris afirma lo
siguiente:
25
Freud, S. (1916-17) “28ª conferencia: La terapia analítica” en Conferencias de introducción al
psicoanálisis en Obras completas, Vol. XVI, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, p. 414. [Cursiva añadida]
“Ahora es posible comparar los dos tipos de enfoque analítico. En su
primer análisis, la conexión entre la agresividad oral y la inhibición en
su trabajo había sido reconocida: ‘Dado que para él la actividad estaba
conectada con el robar, el trabajo científico con el plagio, él pudo eludir
estos impulsos censurables recurriendo a una inhibición de amplio
alcance en su actividad y esfuerzos intelectuales’. El punto clarificado
por el segundo análisis concernía al mecanismo utilizado en la actividad
inhibitoria.”26

Podría agregarse que sin cuestionar el saber cristalizado que el primer análisis había
producido en cuanto a las supuestas tendencias inherentes a ese sujeto. No otra cosa
es lo que Kris piensa como demostración de la justeza de su intervención –al tener las
características de un insight: “Todos los mediodías, cuando salgo de aquí *…+ camino
por la calle x y miro los menúes en las vidrieras. En uno de esos restaurantes
habitualmente encuentro mi plato preferido: sesos frescos”–. Podría pensarse que
esta declaración es, además de una rectificación a Kris, una especie de reafirmación de
lo “aprendido” en el primer análisis que sostiene la neurosis y que podríamos expresar
en los términos siguientes: por mis tendencias orales no tengo otra posibilidad que
robar o devorar ideas de los otros tal como lo expresa el saber de mi analista anterior,
que usted no termina de cuestionar. Sigo siendo un caso que confirma la doctrina de
la cual mi anterior analista es garante.

26
Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica” en Revista de la
Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, No. 17, Buenos Aires, 1991, p. 34.

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