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2. LA POBLACIÓN
3. EL DESARROLLO TECNOLÓGICO
No existe una tecnología unitaria en el antiguo Oriente sino más bien una variedad regional, una
penetración y disponibilidad diferenciadas con arreglo a las franjas socioeconómicas. Pese a las
crisis y a las caídas en picado que tienen lugar en varios lugares y períodos, la tendencia de fondo
es la puesta a punto de técnicas cada vez más adecuadas para dominar el medio circundante y a
sacar provecho de los escasos recursos disponibles. La variable tecnológica no es unívoca ni
independiente, y se debe referir a las otras variables; pero es de primordial importancia para
apreciar en términos reales los acontecimientos políticos y militares, los sistemas económicos y las
relaciones sociales dominantes.
4. EL MODO DE PRODUCCIÓN
En lo que se refiere al modo de producción hay que recordar que el análisis marxista, en realidad,
se refiere sólo a la economía capitalista limitándose para las economías antiguas a unas pocas
menciones funcionales, que no profundizan y además varían de unos textos a otros. En cambio,
todavía es válido el propio concepto de “modo de producción”, el cual mantiene su validez para
situaciones sencillas. En particular, sigue siendo fundamental la determinación de los tipos de
propiedad de los medios de producción (sobre todo de la tierra); de la relación entre los medios de
producción y fuerzas productivas; de la entidad de las unidades productivas; y de los modos de
centralización de los excedentes. La combinación de estos factores básicos es lo que caracteriza a la
“formación económica de las sociedades”: en cuyo interior se descubren varios modos de
producción, varios sistemas de intercambio, y varias formas de consumo. Los modos de
producción y los sistemas de intercambio, son más bien “tipos ideales”, instrumentos analíticos,
mientras que la formación económica de la sociedad es una reconstrucción histórica, concreta y
variable en el tiempo y en el espacio. Los modos de producción que prevalecen en el antiguo
Oriente son el “palatino” y el “doméstico”. El primero es el resultado de la revolución urbana, y se
caracteriza por la concentración de los medios de producción en manos de las llamadas “grandes
organizaciones” del palacio y el templo; por la condición servil de los productores ante los
detentadores del poder político administrativo; por la fuerte y orgánica especialización en el
trabajo; por un flujo centrípeto y redistributivo de los bienes y la disposición jerarquizada de los
factores productivos. En cambio, el modo “doméstico” es un residuo de la situación de tipo
neolítico y se caracteriza por la coincidencia de fuerzas productivas y posesores de medios de
producción; por una red de intercambios multidireccional y recíproca, por la falta de
especialización a tiempo completo, y por unas unidades productivas y sectores productivos
paritarios.
En el antiguo Oriente, la historia como sucesión de acontecimientos, suele estar tomada de las
inscripciones reales, las crónicas o anales derivados de ellas. Pero la utilización de estas fuentes se
basa en el equívoco. Este equívoco consiste en el hecho de llamar “textos históricos” a las
inscripciones reales, los anales y las crónicas. Esta literatura no es histórica. En el antiguo Oriente
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no existe el auténtico género historiográfico. Las inscripciones reales y los anales son textos de
carácter político y celebrativo, son esencialmente propaganda. Cada cultura tiene su sentido de la
historia, y cada texto, aunque se haya escrito con fines precisos, utiliza los elementos de esa visión
del mundo. Pero precisamente estos dos aspectos; fines políticos y precisos y peculiar visión del
mundo, se suelen obviar al leer las “historias antiguas”. Las inscripciones celebrativas no contienen
hechos históricos sino más bien material de carácter propagandístico. Lo que no se puede usar
como una mina de informaciones sobre hechos es una mina más valiosa de informaciones sobre las
ideologías políticas de sus autores y de su contexto cultural. La cuestión no es discernir qué hay de
verdad en los hechos narrados, sino la manera en que se utiliza este material para reconstruir los
fines y las motivaciones que lo han producido, el repertorio conceptual utilizado y la imaginación
colectiva a la que responden. Se trata de una documentación referente no a los hechos, sino a las
ideologías.
Una visión unitaria del Neolítico en toda el área tiene muchos inconvenientes, pero se lo puede
caracterizar de acuerdo con sus rasgos unificadores. La base económica es agropecuaria, y se
caracteriza por una fuerte selección de las especies domesticadas. Entre las gramíneas se imponen
la cebada, el trigo, la escanda y el carraón. El riego artificial de los cultivos aparece en esta fase y se
convierte en algo habitual. La dieta se completa con legumbres, mientras que entre las plantas
“industriales” se destaca el lino. Al margen de la producción agrícola perdura una importante
actividad de recolección. Se seleccionan unas pocas especies animales para la cría: el perro, las
ovejas y cabras, los cerdos, los bóvidos, y los burros. La ganadería aporta carne, pero sobre todo
trabajo, productos lácteos y fibras textiles. Hay pocos recipientes de piedra, y apenas quedan restos
de madera o mimbre que debían ser frecuentes. Se especializan las puntas para trabajar las pieles, y
se propagan elementos de hoz para sesgar las gramíneas, y hojas largas para sacrificar y esquilar
las reses. Por lo general, las aldeas son pequeñas y están diseminadas. La estructura social se centra
en uno o unos pocos cabeza de familia, con divisiones tajantes por sexo, edad y procedencia, pero
las diferencias sociopolíticas son bastantes relativas. Todavía no aparecen diferencias significativas
de rango. La estructura social de las comunidades se compone de familias nucleares reunidas en
familias extensas y en comunidades gentilicias. Las actividades que no están relacionadas
directamente con la producción de alimento, como el tejido y la cerámica, también se realizan en el
interior de las mismas familias de productores de alimento sin especialistas con dedicación
exclusiva. Sobre la modalidad del intercambio, es evidente que se trataba de trueques. Se pueden
imaginar dos escenarios: o bien una difusión de aldea en aldea, o bien una difusión realizada por
viajeros que conectan directamente el lugar de origen con el lugar de destino. Así pues, Oriente
Próximo que durante el Neolítico mantiene su estructura básica de células productivas
autosuficientes de influencia local (las aldeas), empieza sin embargo a encaminarse hacia un
“sistema regional” estructurado de forma global: zonas distintas y complementarias para recursos
y potencialidades productivas, con regiones caracterizadas por rasgos culturales “no motivados”,
con ambientes más o menos avanzados tecnológicamente, y zonas más o menos pobladas.
3. HACIA LA URBANIZACIÓN
La fase cultural de Ubaid tiene una duración larga, c. 4500-4000 para la fase antigua y c. 4000-3500
para la fase tardía. En esta fase hay un primer ordenamiento de la llanura mesopotámica, mediante
la excavación de acequias que sirven para llevar agua a zonas que de otro modo no se podrían
cultivar y sobre todo para drenar el exceso de agua de los aguazales y pantanos, así como para
llevar el sobrante de las crecidas estacionales a las cuencas de embalse. A lo largo de estas acequias
se sitúan los asentamientos que son centros agrícolas. Además de agricultura hay ganadería
(cabras, oveja y bóvidos), y probablemente empieza también la arboricultura (palmera datilera) y la
horticultura (cebollas y legumbres). La arquitectura doméstica, que al principio es bastante pobre,
con cabañas de cañas y barro, se hace luego más compleja y sólida. El centro del asentamiento está
dominado por un templo. Las dimensiones de estos edificios, las mayores hasta el momento,
denotan que la separación de la función de culto tuvo un reflejo inmediato y preciso en la
organización del poder económico y político, en el sentido de la centralización (ofrendas, culto
como actividad comunitaria). De esta tendencia a la centralización y organización se tienen otros
indicios. Un primer indicio es la presencia cada vez mayor de productos artesanales de gran valor
intrínseco, fruto de un trabajo especializado. Un segundo indicio es la ubicación de márgenes
crecientes de riqueza en contextos que no responden estrictamente a la supervivencia, y están
cargados de significados simbólicos. Los ajuares funerarios reflejan unas diferencias crecientes en el
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nivel económico de los difuntos y dejan entrever una sociedad que empieza a estratificarse
funcional y económicamente. Un tercer indicio es el comienzo de producciones en serie, lo que
significa que hay artesanos con dedicación plena, y también existen agencias políticas que dirigen y
consignan las actividades políticas de la sociedad. Con la cultura de Ubaid nos hallamos en un
proceso de formación de agregados socioeconómicos y políticos más complejos que la aldea
neolítica. El punto de partida es la ampliación de la producción agrícola, que se desarrolla en la
llanura mesopotámica gracias a la irrigación extensiva y la introducción del arado de tiro animal;
las líneas maestras son la incipiente especialización laboral y funcional y la consiguiente aparición
de funciones de coordinación y decisión, y de la progresiva estratificación de la comunidad.
El lento desarrollo de la colonización agrícola, las técnicas artesanales, el comercio a larga distancia
y los centros ceremoniales culminan a mediados del IV milenio con la “revolución urbana”
(Gordon Childe). Ésta se produjo en la Baja Mesopotamia en todo el centro urbano de Uruk. En lo
que se refiere a los plazos, se trata de una rápida aceleración, precedida y seguida de fases de
desarrollo más lentas y de persistencias más duraderas. La revolución es compleja. El problema
crucial siempre ha estado en decidir cuáles de los distintos factores han sido los fundamentales y
primarios y cuales derivados. Hoy en día está claro que nos hallamos ante un mecanismo de tipo
sistémico, cuyos factores (nueva organización de la explotación de los recursos, crecimiento
demográfico, innovaciones tecnológicas) interaccionan entre sí, y reciben un impulso adicional
como consecuencia de esa misma interacción. Para simplificar el mecanismo sistémico diremos que
el aumento de la productividad agrícola es la premisa fundamental que asegura a las comunidades
unos excedentes alimentarios gracias a los cuales pueden mantener especialistas a tiempo
completo, creando un polo redistributivo central. El salto más llamativo es el demográfico y
urbanístico, pero el más substancial es el organizativo. El salto organizativo consiste en sistematizar
la separación entre producción primaria de alimento y técnicas especializadas, y polarizar esta
separación, concentrando a los especialistas en algunas poblaciones más grandes y dejando la tarea
de la producción de alimento a las aldeas más dispersas. Pronto la relación deja de ser
complementaria y pasa a estar jerarquizada con aldeas estructuralmente tributarias de la ciudad.
Hay un flujo de excedentes que va de los productores de alimentos a los especialistas, de modo que
estos últimos puedan sobrevivir sin producir alimento. Y hay otro flujo de productos
especializados y servicios que va de los especialistas a los productores de alimentos. El mecanismo
es bidireccional y supone una ventaja para el conjunto de la sociedad, pero las relaciones internas
se desequilibran a favor de los especialistas. Éstos, ante todo, conocen las técnicas más avanzadas,
por lo que poseen una capacidad contractual y un prestigio social y cultural mucho mayores que
los productores de alimento, que realizan funciones tecnológicamente rudimentarias y masificadas.
En el vértice del núcleo urbano se sitúan quienes desempeñan funciones administrativas y
ceremoniales, que garantizan la cohesión de la comunidad y la organización de los flujos de trabajo
y retribución que la atraviesan. Lo que a escala familiar y de aldea era cometido de los cabezas de
familia y estaba determinado por la tradición, se convierte ahora en una tarea especializada, que
incluye la toma de decisiones delicadas basadas en la desigualdad y tendentes a acentuar esa
desigualdad. En este mecanismo, la solidaridad ya no es optativa y opcional, en el sistema
especializado urbano, la solidaridad se convierte en orgánica y necesaria. La sistematización de las
especializaciones laborales, su concentración espacial y la aparición de polos de coacción, llevan a
las “grandes organizaciones” (L. Oppenheim): templos y palacios. Estos son los que distinguen a
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las ciudades de las aldeas, las ciudades son asentamientos en los que hay grandes organizaciones,
las aldeas carecen de ellas. Entre un templo y un palacio hay una diferencia importante, porque el
templo es ante todo lugar donde se realizan actividades de culto; el palacio en cambio, es ante todo
la residencia del jefe humano. Pero las afinidades también son importantes: tanto el palacio como el
templo son lugares donde se realizan actividades administrativas, y se acumulan los excedentes en
los que se basa el mecanismo redistributivo. No sólo son residencias reales o divinas, centros de
manifestaciones políticas y religiosas, son también domicilios de talleres y artesanos, almacenes,
oficinas de escribas y archivos. El complejo formado por palacio/templo, los edificios
complementarios y las viviendas del personal dependiente, representa todo el sector público,
preponderante en la ciudad y ausente en las aldeas. Ante la gran organización la población se
divide en dos grupos. Los especialistas no tienen medios propios de producción, trabajan con los
del palacio y son mantenidos por el palacio mediante un sistema de raciones o mediante
asignaciones de tierras. Por lo tanto, los especialistas son lo más selecto del estado desde el punto
de vista socioeconómico y político, pero jurídica y económicamente son siervos del rey y forman
parte del estado en la medida que son mantenidos por él y se benefician directamente del
mecanismo redistributivo. En cambio, el resto de la población, formado por las familias de los
productores de alimento, es libre en el sentido que detenta sus propios medios de producción y
trabaja para su propio sustento; pero es tributario del estado, al que debe ceder sus excedentes
alimentarios. Por lo tanto, entra en el engranaje redistributivo a la hora de dar más que a la de
recibir, lo que recibe tiene a menudo un carácter meramente ideológico. Hay otra seria de
consecuencias de orden social. En cada especialización se crea una relación jerarquizada entre
maestros de taller y aprendices, entre supervisores y obreros. Las relaciones tradicionales de trabajo
son reemplazadas por otras de dependencia y promoción de la carrera. En la organización de
familia y aldea cada cual tiene una posición determinada por su parentesco ya en el momento de
nacer, y cada cual sabe qué papel heredará a la muerte de su padre. Ahora en cambio, la retribución
es personal, se afianza la idea de los méritos personales, de la responsabilidad personal, y toma
cuerpo la posesión personal (ya no familiar) de los bienes. Pero lo más importante son las escalas
que se establecen entre unas categorías y otras, por el prestigio del trabajo realizado y la
consiguiente retribución. La sociedad de especialistas se convierte, automáticamente, en una
sociedad estratificada de clases.
intersticiales desempeñan una función política, al mantener las unidades comarcales separadas y
bien diferenciadas, y una función económica, como reserva de recursos marginales. La
urbanización se ve acompañada de un rápido crecimiento de la población debido no tanto a las
corrientes de inmigración, como al crecimiento demográfico interno, estimulado por el aumento de
la producción alimentaria. Pero en este crecimiento global de la población, que es la demostración
del carácter positivo de la revolución urbana, (dado que permite la vida de un número
notablemente superior de habitantes en el mismo territorio) se advierten diferencias y
fluctuaciones. El crecimiento de un centro urbano provoca un despoblamiento, a veces muy
acentuado, del campo que lo rodea. Las concentraciones urbanas también se caracterizan por una
diversificación que las distingue de las aldeas. La composición homogénea de estas últimas por
núcleos familiares, se traduce en el plano urbanístico en una serie de viviendas uniformes, de
dimensiones y funciones similares. La ciudad, en cambio, con su estratificación y diversificación
funcional tiene un aspecto urbanístico complejo. En el centro se destacan los edificios de los
templos y palacios, otros edificios públicos (almacenes obradores palatinos artesanos, etc.) y por
último las viviendas. Por último, la concentración de riqueza que proporciona la urbanización
posibilita la construcción de unas murallas. El enorme gasto que requiere esta obra gigantesca se
justifica por la protección del patrimonio contenido en la ciudad. Es un patrimonio de mercancías
valiosas, procedentes del comercio a larga distancia, y de reservas alimentarias, pero también un
patrimonio de conocimientos y habilidades técnicas concentradas en los talleres artesanales, y un
patrimonio ideológico que se concreta en los templos y sus riquezas. Todo ello se defiende de los
posibles ataques de ciudades vecinas o lejanos invasores. Las aldeas en cambio, son demasiado
numerosas y pequeñas, y la riqueza que contienen demasiado modesta como para que valga la
pena amurallarlas. La auténtica riqueza de las aldeas es la población, mano de obra efectiva del
palacio del que dependen y potencial para el posible agresor. A la aldea abierta en el medio del
campo, con tejido urbanístico ralo, formadas por casas de escaso valor arquitectónico y destinadas
a una duración corta, se contrapone netamente la ciudad rodeada de murallas, con una oposición
tajante entre espacio interior y exterior, con un tejido urbanístico muy apretado, y edificios de gran
tamaño y valor arquitectónico.
3. DE LA CALIDAD A LA CANTIDAD
Las “grandes organizaciones” de los templos y palacios son enormes aparatos redistributivos. Los
excedentes, las retribuciones, los servicios y las mercancías se entrecruzan y compensan a unos
niveles de complejidad que dejan muy atrás a las modestas transferencias de radio familiar y de
aldea. Para que haya un flujo proporcionado y constante en las distintas direcciones hacen falta
convenciones objetivas y despersonalizadas. Tiene que haber un sistema de pesos y medidas. Ya
había medidas derivadas de elementos antropomorfos: el pulgar, el codo, o el pie para las medidas
lineares; la carga de una persona o de un burro para los pesos. El paso decisivo consistió en
integrarlas a un esquema homogéneo relacionado con el sistema de numeración. En Mesopotamia,
este último se basa en los multiplicadores de seis y de diez, y se llama sexagesimal. El patrimonio
de bienes que maneja la administración es objeto de cómputo con cantidades elevadas y plazos de
tiempos largos, lo cual no se podría hacer “a ojo”, como en el ámbito familiar. En cuanto al tiempo,
también existen unas medidas básicas naturales: el año, el mes lunar y el día. Este tiempo natural,
se convierte en homogéneo y sexagesimal: año de 360 días, con doce meses de 30 días. Las
necesidades administrativas de las “grandes organizaciones” crean un mundo agrario sexagesimal,
una división sexagesimal del tiempo, y un sistema fijo de cómputo de los valores y las
retribuciones. En suma, convierten una realidad caracterizada por infinitas variantes individuales
en un mundo computable y programable, despersonalizado y racional.
las decisiones y las ventajas de una situación privilegiada; y formación de una ideología político
religiosa que garantiza la estabilidad y cohesión de la pirámide de las desigualdades. El núcleo
dirigente tiene que trabajar en dos frentes, el operativo y el ideológico, que desembocan
respectivamente en la burocracia y el clero. La burocracia formada sobre todo por escribas y
subdividida en sectores y jerarquías, es la encargada de la gestión económica de esa gran empresa
que es la ciudad estado. El clero se encarga del culto diario y reservado, o periódico y público,
gestionando la relación con la divinidad, que proporciona la justificación ideal de las relaciones de
desigualdad. Una tercera función, crucial para el funcionamiento del estado, es el ejercicio de la
fuerza con fines defensivos y de cohesión interna. La formación del ejército es la expresión del
ejercicio estatal de la fuerza. Dadas las enormes injusticias distributivas, las grandes diferencias
tributarias y de posición social, si la persuasión y la ideología no bastan, el poder central puede
recurrir a medios coercitivos, combatiendo a los rebeldes y agitadores de todo tipo para mantener
el orden. Estas tres funciones (administración, clero y milicia) se subliman y reúnen en la persona
única del jefe de la comunidad, el rey. La función administrativa del rey ocupa la mayor parte de su
actividad diaria, como jefe del palacio, gestionada como una empresa de grandes dimensiones. Le
corresponde a él tomar decisiones estratégicas pero también la gestión corriente. La función más
llamativa es el culto: l rey es protagonista de las ceremonias colectivas. El rey es el garante de la
buena marcha de las relaciones entre la comunidad humana y el mundo divino. Por último, al rey
se le atribuye la responsabilidad de la defensa de la ciudad y el pueblo frente a los ataques
exteriores. La cohesión de la comunidad se estimula por auto identificación, en relación con el amo
divino, y también, por oposición frente a las fuerzas exteriores. El primer estímulo, de carácter
positivo, sirve para mantener unida a la comunidad ante los embates de la desigualdad interna. El
segundo estímulo sirve para mantener unida a la comunidad frente a los ataques exteriores y en
función de la agresión dirigida al exterior.
centros urbanos se caracteriza por tener una mayor capacidad para saltarse los pasos intermedios,
organizando expediciones comerciales que llegan directamente a los lugares de origen y
concentración o semielaboración de los productos buscados, con el consiguiente ahorro de tiempo y
coste. En cuanto a las fuentes escritas, por lo general, omiten hablar de las exportaciones, porque las
consideran ideológicamente irrelevantes. Para la ideología protoestatal las materias primas no se
obtienen por cesión de un contravalor, sino por el prestigio y el poder del dios de la ciudad y el rey,
que es su representante terrenal y su gestor económico. Las regiones periféricas, poco pobladas
pero ricas en materiales, tienen la función de aportar sus riquezas para el funcionamiento del país
central. Reconocer una reciprocidad económica en el trueque sería como reconocer la existencia de
otros centros políticos análogos al central, y por lo tanto sería como subvertir toda la estructura
centralizada del universo, la supremacía del dios de la ciudad. En este contexto, la única
exportación ideológicamente compatible, es más, la única de la que se hace propaganda, es el
alimento.
En el núcleo bajomesopotámico el yacimiento guía es Uruk, no sólo por ser la localidad mejor
conocida por los arqueólogos, sino también porque debió ser realmente el centro hegemónico, a
juzgar por su extensión y la importancia de su barrio ceremonial y dirigente. Este último es
incomparablemente más complejo que todos los núcleos de templos anteriores. Las grandes
dimensiones del paraje urbano de Uruk, el fenómeno de la desaparición progresiva de las aldeas en
los campos de los alrededores, la falta de centros urbanos cerca, y la presencia, en cambio, de otro
centros urbanos menores colocados en arco al norte y al este, nos hacen pensar que Uruk era una
auténtica capital que controlaba directamente un amplio territorio. Los otros centros urbanos tenían
una posición subalterna, que no se debe entender necesariamente como una verdadera sumisión
política a la capital. Algunos centros coloniales de la cultura Uruk han sido excavados en la
periferia mesopotámica. En algunos casos, losa sentamientos Uruk se superponen a otros anteriores
de carácter local. Es lo que sucede en Susa, donde la presencia “Uruk Tardío” interrumpe la
secuencia local, superponiéndose a las culturas anteriores para dar paso a la posterior cultura
protoelamita. En otros casos, como en el Éufrates medio, da la impresión de que las “colonias”
surgen en parajes que antes no estaban poblados, y que de pronto se ven convertidos en centros
urbanos, con toda la complejidad del desarrollo urbanístico y cultural, trasplantado en plena
madurez desde otros lugares. Los casos más llamativos son Habuba Kebira y Yebel Aruda. La
interpretación de centros como Susa o Habuba como “colonias” de Uruk es bastante convincente.
Por lo que parece, las “colonias” Uruk Tardío se propagaron con fines sobre todos comerciales. En
las colonias se instalan núcleos de población que proceden directamente del sur, pero entendiendo
este sur como Uruk, concretamente. Tampoco es fácil decidir si la relación política que se instauró
era de dependencia directa o presentaba formas de integración autónoma en un sistema económico
interegional más amplio. La aparición y el desmoronamiento, bastante súbitos los dos, del sistema
“colonial” Uruk Tardío hacen pensar que en su organización y mantenimiento intervino una
estrategia política consciente.
3. LA RESPUESTA DE LA PERIFERIA
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La revolución es compleja. El problema crucial siempre ha estado en decidir cuáles de los distintos
factores han sido los fundamentales y primarios y cuales derivados. Hoy en día está claro que nos
hallamos ante un mecanismo de tipo sistémico, cuyos factores (nueva organización de la
explotación de los recursos, crecimiento demográfico, innovaciones tecnológicas) interaccionan
entre sí, y reciben un impulso adicional como consecuencia de esa misma interacción.
Pronto la relación deja de ser complementaria y pasa a estar jerarquizada con aldeas
estructuralmente tributarias de la ciudad. Hay un flujo de excedentes que va de los productores de
alimentos a los especialistas, de modo que estos últimos puedan sobrevivir sin producir alimento. Y
hay otro flujo de productos especializados y servicios que va de los especialistas a los productores
de alimentos. El mecanismo es bidireccional y supone una ventaja para el conjunto de la sociedad,
pero las relaciones internas se desequilibran a favor de los especialistas. Éstos, ante todo, conocen
las técnicas más avanzadas, por lo que poseen una capacidad contractual y un prestigio social y
cultural mucho mayores que los productores de alimento, que realizan funciones tecnológicamente
rudimentarias y masificadas. En el vértice del núcleo urbano se sitúan quienes desempeñan
funciones administrativas y ceremoniales, que garantizan la cohesión de la comunidad y la
organización de los flujos de trabajo y retribución que la atraviesan. Lo que a escala familiar y de
aldea era cometido de los cabezas de familia y estaba determinado por la tradición, se convierte
ahora en una tarea especializada, que incluye la toma de decisiones delicadas basadas en la
desigualdad y tendentes a acentuar esa desigualdad. En este mecanismo, la solidaridad ya no es
optativa y opcional, en el sistema especializado urbano, la solidaridad se convierte en orgánica y
necesaria.
Ante la gran organización la población se divide en dos grupos. Los especialistas no tienen medios
propios de producción, trabajan con los del palacio y son mantenidos por el palacio mediante un
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sistema de raciones o mediante asignaciones de tierras. Por lo tanto, los especialistas son lo más
selecto del estado desde el punto de vista socioeconómico y político, pero jurídica y
económicamente son siervos del rey y forman parte del estado en la medida que son mantenidos
por él y se benefician directamente del mecanismo redistributivo. En cambio, el resto de la
población, formado por las familias de los productores de alimento, es libre en el sentido que
detenta sus propios medios de producción y trabaja para su propio sustento; pero es tributario del
estado, al que debe ceder sus excedentes alimentarios. Por lo tanto, entra en el engranaje
redistributivo a la hora de dar más que a la de recibir, lo que recibe tiene a menudo un carácter
meramente ideológico.
Hay otra seria de consecuencias de orden social. En cada especialización se crea una relación
jerarquizada entre maestros de taller y aprendices, entre supervisores y obreros. Las relaciones
tradicionales de trabajo son reemplazadas por otras de dependencia y promoción de la carrera. En
la organización de familia y aldea cada cual tiene una posición determinada por su parentesco ya
en el momento de nacer, y cada cual sabe qué papel heredará a la muerte de su padre. Ahora en
cambio, la retribución es personal, se afianza la idea de los méritos personales, de la
responsabilidad personal, y toma cuerpo la posesión personal (ya no familiar) de los bienes. Pero lo
más importante son las escalas que se establecen entre unas categorías y otras, por el prestigio del
trabajo realizado y la consiguiente retribución. La sociedad de especialistas se convierte,
automáticamente, en una sociedad estratificada de clases.
las aldeas. La composición homogénea de estas últimas por núcleos familiares, se traduce en el
plano urbanístico en una serie de viviendas uniformes, de dimensiones y funciones similares.
La ciudad, en cambio, con su estratificación y diversificación funcional tiene un aspecto urbanístico
complejo. En el centro se destacan los edificios de los templos y palacios, otros edificios públicos
(almacenes obradores palatinos artesanos, etc.) y por último las viviendas.
Las “grandes organizaciones” de los templos y palacios son enormes aparatos redistributivos. Los
excedentes, las retribuciones, los servicios y las mercancías se entrecruzan y compensan a unos
niveles de complejidad que dejan muy atrás a las modestas transferencias de radio familiar y de
aldea. Para que haya un flujo proporcionado y constante en las distintas direcciones hacen falta
convenciones objetivas y despersonalizadas. Tiene que haber un sistema de pesos y medidas.
Ya había medidas derivadas de elementos antropomorfos: el pulgar, el codo, o el pie para las
medidas lineares; la carga de una persona o de un burro para los pesos. El paso decisivo consistió
en integrarlas a un esquema homogéneo relacionado con el sistema de numeración. En
Mesopotamia, este último se basa en los multiplicadores de seis y de diez, y se llama sexagesimal.
El patrimonio de bienes que maneja la administración es objeto de cómputo con cantidades
elevadas y plazos de tiempos largos, lo cual no se podría hacer “a ojo”, como en el ámbito familiar.
En cuanto al tiempo, también existen unas medidas básicas naturales: el año, el mes lunar y el día.
Este tiempo natural, se convierte en homogéneo y sexagesimal: año de 360 días, con doce meses de
30 días.
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El primer paso es el uso del sello como instrumento de convalidación y garantía. Ya en Ubaid el uso
del sello está muy generalizado, tanto en la baja Mesopotamia como en las regiones que la rodean.
Se trata de sellos de estampilla y forma cuadrangular o redonda, con figuras geométricas o de
animales. Su uso equivale a una firma, y permite identificar al propietario del sello. El sello pasa a
ser de una simple firma a una garantía de que no se ha abierto el recipiente sellado. El sellado y la
apertura se convierten en actos administrativos precisos e importantes, ya que garantizan la
integridad del contenido y la legitimidad de su utilización o distribución.
Las tablillas numéricas, caracterizadas por la presencia del sello en toda su extensión y la impresión
de contramarcas numéricas, son reemplazadas por las tablillas logonuméricas, con símbolos
numéricos (impresos) y logográficos (marcados con estilo). El sello ya resulta inútil para los
registros administrativos, sin embargo sigue siendo indispensable en las tablillas de carácter
jurídico, las cartas y otros documentos. La tablilla puede estar dividida en casillas, para aislar
distintas operaciones o poner en evidencia los totales y los resúmenes. Por último, se empieza a
utilizar signos pictográficos no ya para representar al objeto en cuestión sino una palabra que suene
más o menos igual.
El núcleo dirigente tiene que trabajar en dos frentes, el operativo y el ideológico, que desembocan
respectivamente en la burocracia y el clero. La burocracia formada sobre todo por escribas y
subdividida en sectores y jerarquías, es la encargada de la gestión económica de esa gran empresa
que es la ciudad estado. El clero se encarga del culto diario y reservado, o periódico y público,
gestionando la relación con la divinidad, que proporciona la justificación ideal de las relaciones de
desigualdad.
Una tercera función, crucial para el funcionamiento del estado, es el ejercicio de la fuerza con fines
defensivos y de cohesión interna. La formación del ejército es la expresión del ejercicio estatal de la
fuerza. Dadas las enormes injusticias distributivas, las grandes diferencias tributarias y de posición
social, si la persuasión y la ideología no bastan, el poder central puede recurrir a medios
coercitivos, combatiendo a los rebeldes y agitadores de todo tipo para mantener el orden.
Estas tres funciones (administración, clero y milicia) se subliman y reúnen en la persona única del
jefe de la comunidad, el rey. La función administrativa del rey ocupa la mayor parte de su
actividad diaria, como jefe del palacio, gestionada como una empresa de grandes dimensiones. Le
corresponde a él tomar decisiones estratégicas pero también la gestión corriente. La función más
llamativa es el culto: l rey es protagonista de las ceremonias colectivas. El rey es el garante de la
buena marcha de las relaciones entre la comunidad humana y el mundo divino. Por último, al rey
se le atribuye la responsabilidad de la defensa de la ciudad y el pueblo frente a los ataques
exteriores.
La cohesión de la comunidad se estimula por auto identificación, en relación con el amo divino, y
también, por oposición frente a las fuerzas exteriores. El primer estímulo, de carácter positivo, sirve
para mantener unida a la comunidad ante los embates de la desigualdad interna. El segundo
estímulo sirve para mantener unida a la comunidad frente a los ataques exteriores y en función de
la agresión dirigida al exterior.
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