Sie sind auf Seite 1von 376

Greta Bover

Organizadora de bodas divorcios


Primera edición: mayo 2020
Copyright @ Yanira García, 2020
Diseño de portada: Alexia Jorques
Corrección: Raquel Antúnez
Maquetación: Raquel Antúnez

Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización escrita de los


titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las
sanciones establecidas por ley
Para mi padre…
Si de algo nos ha servido todo esto, es para unirnos como familia.
ÍNDICE
NOTA DE LA AUTORA
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
EPÍLOGO
EPÍLOGO
BIOGRAFÍA
NOTA DE LA AUTORA
Creo que es necesario que, antes de comenzar a leer, os cuente algo
sobre estas páginas que se abren ante ti.
Primero, quiero dejar claro que esta historia —la historia de Greta,
Sebas, Javier, Noa, Lola, Elsa, Soledad, Carlos, Teresa y demás personajes
— es ficticia y salió de mi cabeza hace mucho tiempo, solo que tardé
bastante más en plasmarla.
Necesitaba un pueblo, ya lo entenderéis cuando comencéis la lectura,
porque sin un pequeño pueblo que estuviese cerca de Madrid no iba a ser
tan fácil darle vida a los personajes que estáis a punto de conocer. Y en eso
que me puse a indagar y a buscar en san Google y encontré que Chinchón
es uno de los pueblos más bonitos de España y que está relativamente
cerca de Madrid, así que… resultó ser perfecto para lo que tenía en mente.
Ahora bien, a pesar de ser el escenario perfecto, había cosas que en mi
mente tenían otra forma, por lo que debéis permitirme la licencia que me
he tomado al añadir escenarios que no existen, locales que no encontrarías
si fueses de viaje a Chinchón y nombres que tampoco se corresponden,
pero, como bien he dicho, es ficción y a mí me encanta imaginar y
fantasear. Dicho esto, espero que tengas a bien perdonármelo, sobre todo,
si vives en ese pueblo en el que he pasado los últimos meses de mi vida.
Espero que todos los personajes que estás a punto de conocer te hagan
pasar un buen rato, te enseñen algo, por poco que sea, y te hagan reír
mucho, al fin y al cabo, esa siempre es mi intención con cada libro que
escribo.
Acomódate, sin zapatos o con ellos, en pijama o en vaqueros, con
camisa de vestir o con la camiseta más roída que tengas por casa, da igual,
solo déjate llevar, Greta & company te dan la bienvenida.
PRÓLOGO
Mi nombre es Greta y, no, no hace falta que recurráis al chiste de
siempre; no soy Greta Garbo y creo que tampoco soy sueca. Soy Greta
Bover y disto mucho de lo que puede ser la famosa cantante con la que
comparto nombre, es más, me atrevo a decir que cantar no se me da nada
bien y no creo que queráis arriesgaros a comprobarlo, por vuestra salud
mental os pido que no me escuchéis hacerlo. En fin, que tampoco puedo
garantizaros que no lo haga nunca porque con un par de cervezas encima o
alguna que otra copa —pocas, porque yo con poco ya voy—, pues que una
se suelta la melena y, nada, no es necesario que os diga que me apunto a un
bombardeo.
Mi día comienza como una auténtica… «miércoles» —ironía, sí—,
vamos, que ha sido un desastre total y eso que yo me había levantado
positiva a tope y ¿para qué?, pues para llegar a la oficina, que mi jefe me
llame a primera hora de la mañana y me siente frente a él con uno de sus
discursos bastante convincentes y bien elaborados y me despida. Ya sé lo
que me vais a decir: «Si una puerta se cierra, una ventana se abre», y en
cierto modo os tengo que dar la razón porque no hay mal que por bien no
venga y creo firmemente que ha llegado el momento… ¿El momento para
qué? Pues para tomar las riendas de mi vida, arriesgarme y apostar por mis
sueños.
Una parte de mí está molesta por lo de mi despido. No venía preparada
para ello, pero ¿quién espera que lo despidan un miércoles? Lo normal es
que el día elegido para ello sea el viernes, ¿no? Y a última hora, para que
des el callo todo el día sin parar y, al final de la jornada, pues si te he visto
no me acuerdo. No es lo que esperaba, la verdad, aunque eso ya lo he
dejado claro; pero, llenándome de esa positividad que caracteriza a mi
amiga Elsa, tengo que confesar que haber dejado ese trabajo en el que me
sentía ultrajada e infravalorada y, además tener un cheque en la cartera con
una indemnización y un buen par de ceros en él, no me desagrada del todo.
—¿Me estás diciendo que tu jefe te ha dicho eso?
—Tal cual. Me ha dicho que no precisa de mis servicios porque tengo
bigote —confieso entre risas.
—¿Bigote? ¿Y qué le has dicho?
—Que el bigote es el que le cuelga de su cipote.
Me encantaría que la escena real hubiese sido esa, pero no, la realidad
es bien distinta, sin embargo, a Elsa y a mí nos encanta a veces
inventarnos diálogos y fantasear con cosas que no son reales y que si lo
fuesen harían que nuestra vida estuviese más llena de diversión de lo que
ya lo está. Porque otra cosa no, pero divertidas somos un rato largo.
—Venga, bah, ahora cuenta la verdad —me pide.
—La verdad es que no querían renovarme el contrato porque no cumplo
las expectativas y no hay más. Creo que sobra personal en la empresa y ya
sabes que la cosa no está bien, la crisis…
—¡Qué asco! —bufa ofuscada ante mi comentario—. Lo peor de todo es
que no creo que las cosas vayan a cambiar demasiado, Greta. Dicen que
esta crisis va a durar un par de años y que tenemos que apretarnos los
cinturones.
—¿Más aún?, pero, si ya vivo en una ratonera, ¿qué será lo siguiente?
—No lo sé, ¿compartir piso? Siempre te puedes venir a vivir conmigo o
tocar la puerta de enfrente que Noa está ahí.
—Bueno, yo tengo un plan, un plan increíble, así que…
—Sé que la duda ofende, aun así, tus planes nunca han sido de lo mejor,
recuerda las depilaciones, las cenas saludables y bajas en calorías, nuestro
último viaje en el que perdimos todo porque nos robaron nada más pisar el
hostal que elegiste por su precio, las chinches que nos acosaron en el otro
viaje y…
—Vale, vale, me ha quedado claro. Pero… tienes que confiar en mí,
Elsa, esta vez será distinto.
Escucho a mi amiga chasqueando la lengua contra el paladar y
conteniéndose para no soltarme que siempre le digo lo mismo y que ese
discurso lo tengo tan quemado como el que suelta mi jefe, exjefe ahora,
cada vez que despide a alguien.
—Creo que lo mejor será llamar a Noa, vernos esta noche en el garito de
Borja, beber hasta olvidar y poner a parir el bigote de tu jefe —me
propone Elsa.
Sé que dice bigote, aunque habla de esa otra parte que criticamos
cuando estamos ofendidas, ya sabéis a qué me refiero —hemisferio sur,
chicas—.
—Paso de hablar de su bigote. —En realidad, mi jefe tenía bigote o
tiene porque a mí me ha despedido, pero él sigue vivito y coleando,
aunque haya cogido el talón y le haya echado una mirada amenazadora y
mortífera antes de abandonar el despacho que no tuvo el efecto deseado—.
Lo bueno es que me ha despedido temprano, tengo toda la mañana para
irme de compras, desayunar en la Plaza Mayor y comprarme algún trapito,
¿pretendía joderme? ¡Pues la lleva clara!
—Así se habla —dice mi amiga con total seriedad—. No lo pienses
más; garito, bigote, copas, más copas, una charla profunda y si te portas
bien puede que te coma las tetitas.
—Paso de eso también —niego riendo—. La de las tetas enormes eres
tú, las mías son más bien pequeñas y juguetonas.
—Anda, y las mías y son grandes —se defiende. Elsa es así, es la más
directa y espontánea de las tres y siempre está hablando de cosas
pornográficas, ella dice que solo puede ser ella misma con nosotras porque
en su trabajo es imposible y lo entiendo, juro que lo entiendo, porque debe
guardar las formas—. ¿Y qué piensas hacer? —me pregunta dubitativa.
—¿Te acuerdas de esa idea que tuve hace años cuando os dije que algún
día conseguiría echarle huevos a la vida y hacer lo que me saliera del
kiwi?
—Greta, eso lo repites constantemente, nada de hace años, lo dijiste esta
mañana sin ir más lejos. Y deja de engañarte porque tú siempre haces lo
que te sale del toto.
—Vale —concedo—, pero esta vez lo voy a hacer. Esto es una señal,
Elsa, seguro que es una señal, ¿no dicen que al final del túnel ves una luz
que te muestra el camino? Pues este talón es mi luz al final del túnel —
comparo.
—Señal o no, yo te animo a hacerlo, pero Noa…, Noa intentará
persuadirte.
—Ya lo veremos —le explico sonriendo mientras pienso en que hoy ha
sido mi día de suerte y que nunca jamás tendré otra oportunidad como esta
—. Es ahora o nunca, Elsa.
—Ahora, siempre he apostado por el presente.
—Garito y copas —afirmo.
—Garito y copas —repite mi amiga.
CAPÍTULO 1
GARITO Y COPICHUELAS

—¿Qué tendrán los garitos que me vuelven loca? —me pregunta Elsa
con los ojos cerrados e inspirando como, si en vez de estar sentadas en una
mesa cualquiera de nuestro local favorito, le hubiesen puesto delante un
plato de pasta con salsa boloñesa.
Elsa y yo nos conocimos hace…, pues no lo sé, pero desde que tengo
uso de razón estamos juntas. Fuimos al colegio juntas, jugábamos en la
calle juntas, éramos vecinas e íbamos juntas a la facultad, salíamos de
jueves a domingo juntas…
Ella acabó la carrera de Arquitectura cuando Tutankamón no era una
momia…, es coña, acabó hace unos años y le fue realmente bien, está
claro que las rayas y los números son lo de ella, aunque por su carácter
parezca lo contrario. ¡Qué le gusta a Elsa saltarse las normas! En cambio,
yo dejé de estudiar porque no me llenaba lo que hacía y, de paso, porque
estaba en una etapa de rebeldía total y lo que más me gustaba en el mundo,
aparte de los tíos cachas, era fastidiar a mi madre. Al final, acabé sacando
un máster en la vida y ella, ella terminó siendo la concejala de Urbanismo
del pueblo. Noa y yo nos reímos de ella, porque le decimos que, en
realidad, su puesto no existe —aún— porque, hasta donde sabemos, no hay
ningún cargo en el consistorio que sea el de «concejala de las pollas»,
porque ese, señoras y señores, sí que le iría bien a mi amiga.
Noa es ahora mi vecina. La conocimos hace años, aunque nuestra
relación se intensificó cuando se mudó al edificio en el que vivo ahora.
Elsa tiene una pequeña casa en la zona, cerca de nosotras, así que, al final,
es como si fuese nuestra vecina también; sin embargo, más que vecina, yo
la definiría como «okupa», porque pasa más tiempo en nuestras casas que
en la suya.
Quiero aclarar que, aunque parezca que no estoy del todo bien de la
azotea, soy una tía de lo más normal, una de esas que sale a la calle todos
los días sin necesidad de pegarse cuarenta minutos delante de un espejo
porque necesita estar perfecta para poder ver el mundo —eso ya se lo dejo
a la concejala de las pollas— y me encanta ir con deportivas, soy así de
simple y me contento con poco.
Mis padres dicen que criaron a una mula en vez de a una chica moderna,
aun así, ya me han dado por perdida y se han acostumbrado a mis pintas.
Después de mi etapa de rebeldía en la que ellos se enfadaron porque yo no
había tomado el camino adecuado, llegamos a una especie de calma; ellos
no se metían en mi vida y en cómo debía vivirla —sobre todo, mi madre
—, y yo dejaba de fastidiarles. Eran conscientes de que, cuanto más me
prohibiesen, peor me comportaría y me vestiría, eso también. Yo a eso de
ir en zapatillas y vaqueros lo llamo sencillez. Mi hermano me dice que soy
una zarrapastrosa, pero es que Javier y yo siempre estamos de esa forma:
pinchándonos. A veces pienso que nos odiamos en silencio y ninguno de
los dos se atreve a verbalizarlo por si mi madre se lía a darnos con la
zapatilla para hacernos entrar en razón. Y, otras, creo que lo hacemos
porque es divertido comportarnos así con el otro. Nos queremos, pese a
todo, a pesar de que él me diga que a mí me encontraron en la basura… En
fin, de Javier hablaré más adelante, que tiempo para contar batallitas
tenemos de sobra.
Tampoco soy una tía rara, no sé, supongo que en la variedad está el
gusto y yo varío mucho con todo: de perfume, de color favorito, de cena; a
veces puedo pegarme semanas tomando sopa de sobre y otras puedo comer
lasaña congelada. La cocina no, tampoco es lo mío y, al vivir sola, poco
puedo hacer. Intento colarme en casa de Noa cada vez que puedo porque
cocinar es lo suyo, pero no siempre coincidimos porque tiene turnos raros
en el restaurante en el que trabaja desde hace años. A Elsa poco le puedo
pedir y menos cuando ella llega muerta de algún pleno o de aguantar al
alcalde, que se las trae el muy mamón. Mamón, pero buenorro, ya quisiera
yo que el señor bigote en el cipote fuese un tercio de guapo de lo que es él,
le habría suplicado para quedarme en esa empresa, quizá debería
plantearme lo de entrar en la política.
—No os he contado la última —comenta Elsa levantándose de un salto.
—¡Oh, oh! —exclama Noa que se las ve venir.
Todas sabemos que, cuando Elsa grita emocionada y salta de esa forma,
es que algo gordo se avecina.
—¿Qué te pica? —pregunto acercándome a ella para no perder detalle
de lo que diga; en un pub, complicado escuchar con el alboroto y, si me
gusta la cerveza, los chismes me gustan más.
—No te voy a decir lo que me pica porque no puedes solucionármelo.
—Siempre pensando en lo mismo —la acusa Noa.
Diría que la más sensata de las tres es ella, Noa, quién si no, o por lo
menos la que más cordura le pone a este trío porque, aquí, la concejala de
las pollas y la menda confesamos que a menudo se nos va mucho la cabeza
y terminamos haciendo cosas de las que otro se arrepentiría, otro menos
nosotras, obviamente. A veces pienso que a Elsa y a mí nos separaron al
nacer y que en algún momento nuestros padres nos confesarán que somos
hermanas y que compartimos genética.
—Me han contado que han pillado a mi jefe liándose con la secretaria
en su despacho.
—¿En el despacho? —pregunto atónita—. ¡Qué triste! Ya ni siquiera
esperan a llegar a casa.
—Ya ves —aclara Elsa.
—Sigo sin entenderlo, lo juro —confieso. Cada vez que sale este tema a
la palestra, parece que regreso al pasado de golpe y porrazo.
—Nos da igual lo que hagan —confirma Noa.
—Nos da igual, obvio, pero tenemos que criticarla siempre que
podamos porque la odiamos —matiza Elsa.
—A muerte —admito.
—A muerte —repite Elsa—, es más, si me la encontrase ahora le haría
una llave tal que así. —Elsa comienza a retorcerse de tal manera que
pierdo de vista sus manos y no sé si las tiene en sus piernas o es que de
verdad pretende hacer una llave de judo al aire, por ejemplo—. Y la tiraría
al suelo así. —Y sigue con sus movimientos profesionales y estudiados a
la perfección, fruto de todas esas clases de artes marciales a las que acude
cada día, sí, mentira cochina e ironía pura para no decir que está armando
un espectáculo patético, y que me está dando vergüenza ajena y no suelo
tener mucho de eso—. Y la haría comerse las baldosas así. —Hace como
si lanzara algo al suelo y lo pisoteara.
Ya os he dicho que eso de montarnos películas se nos da tremendamente
bien, salvo a Noa, que ella es más de encontrar los fallos en el guion y
jodernos el rodaje. Como he dicho, ella pone la cordura que nos falta al
resto y a Dios doy gracias de ello porque acabaríamos en el psiquiátrico.
Si tuviese que hablar de mis amigas y definirlas en una sola palabra
diría que Elsa es como ese pequeño demonio que se coloca en el lado
izquierdo de tu hombro y que sabes que no le debes hacer caso, pero te
molan sus propuestas, y Noa, Noa es la prudencia de ese ángel que
necesitas porque acabarías en el infierno de juerga y sin recordar cómo has
terminado en bolas y hay fotos de ello. Aparte de eso, Elsa es rubia, como
yo; tetona, como ella sola —porque Noa y yo de eso poco— y muy alegre.
Siempre está riendo o haciendo bromas. Noa, en cambio, es menudita,
bajita, morena y bromea, claro que bromea y nos sigue el rollo, aunque
suele ser más comedida a la hora de comportarse y medita bien los pros y
los contras de cada decisión. Elsa y yo somos más de lanzarnos al vacío y
ya veremos si el paracaídas funciona.
—En serio, Elsa, es mejor que te dediques a la política porque lo de las
artes marciales se te da de pena.
Sincera, se me había olvidado decir que Noa también es muy sincera,
tanto que a veces duele, pero hemos decidido quererla igual y eso es lo
que, en definitiva, importa.
—Yo no me puedo creer que ese hombre se haya liado con esa mujer y
que se hayan prometido —insisto retomando el tema porque, por más que
hablamos de él, nunca consigo entender las cosas.
—¿La de la cagada de paloma? —inquiere Elsa riendo y poniéndose las
manos en la cabeza como si imitase una cagada de paloma. La explicación
para eso es que Cayetana siempre lleva ese tipo de moño, el pelo estirado
al máximo y uno de esos recogidos en lo alto de la cabeza, por eso, a
veces, nos dirigimos hacia ella de esa forma.
—Es un moño elegante —la defiende Noa.
—¡Es una cagada de paloma! —gritamos Elsa y yo a la par poniéndonos
ambas las manos en la cabeza y haciendo un truño en nuestro pelo.
Todas la conocemos bien. En realidad, nos conocemos todas porque esto
es Chinchón y no es Nueva York, por eso y porque es una sucia traidora.
¡Hala! Se tenía que decir y se dijo.
La gente del pueblo sabe quién eres y nos conocen como a la hija de tal
o de pascual, menos a Elsa porque a ella la conocen por ser la concejala de
Urbanismo, lo de las pollas es cosecha propia.
—Tu rencor tiene nombre propio y eso lo sabemos todas. —Esa es Noa,
que quiere darme en la llaga, la muy…
Sebastián Altamirano, Sebas, es el nombre del alcalde de nuestro
pueblo, el mamón, y la verdad es que desde siempre he bebido los vientos
por él y me habría encantado pasear de la mano por el pueblo con ese
jamelgo… Conforme fue creciendo se puso más cachas, más guapo y esa
barba que tiene perfectamente recortada y su mirada… es como un pack de
yogures indivisible y te llevas los cuatro o los ocho… Con él me llevaría
hasta dieciséis. Lo malo es que la proporción de gilipollas aumentó
conforme su cuerpo lo hizo también y eso ha hecho que pierda su encanto,
¿no? Puede que sea el cargo o la evolución, como si fuese un Pokémon y
haya adquirido otros poderes.
—Eso es mentira —me defiendo.
—No neguemos que es un bombón —nos pide Elsa.
—Lo es —respondemos Noa y yo a la par.
—Pero está con la tipa esa de nombre impronunciable —les comento
con tono picajoso—, ya sabéis, eligió hace años…
—Cayetana —matiza Noa.
—Mimimimimi. —Es lo que resuena en mi cabeza al escuchar su
nombre.
—Es gilipollas —confiesa mi amiga Elsa.
—Lo es —la secundo.
Con Cayetana siempre he tenido problemas, no por nada en especial,
bueno, bah, sí, porque se ha dedicado toda la vida a quitarme todos los
novios que tenía. También estudiábamos juntas y vivía en mi calle, jugaba
en mi jardín y cenaba junto a Elsa y a mí en la casa de alguna porque
éramos inseparables o eso pensábamos. Conocía todos mis secretos y se
permitía el lujo hasta de darme consejos, mientras ella aprovechaba toda
la información para revolcarse con cualquiera de los chicos de los que me
colgaba. Hasta que me la jugó tan sucio que no pude perdonarle más.
A día de hoy, me dan bastante igual ella y su vida, pero, para una
adolescente con las hormonas revolucionadas, enamorada hasta el tuétano
y con la convicción de que, ese chico por el que bebías los vientos era el
amor de tu vida y el padre de tus futuros hijos; pues dolió bastante más
porque, ya no era un amor infantil, era algo real.
—Era mi amiga —les explico recordando todo.
—Las amigas no hacen eso; los novios de nuestras amigas son
intocables, también los chicos que le gustan a tus amigas —zanja Noa, la
sensata.
—Solo espero que el señor alcalde abra los ojos algún día y se dé cuenta
de lo que ha hecho —comenta Elsa para animarme—. Aunque sea tarde…
—susurra con una voz casi imperceptible y agachando la cabeza.
Ellas saben toda la historia, han vivido a mi lado la decepción, las
preguntas sin respuesta, el bucle de inseguridad e incertidumbre y el dolor
por la traición. Lo han vivido todo en primera persona, como si fuese parte
de ellas y no solo de mí. También han intentado sonsacarme sonrisas y
hacer del drama una terapia de choque, donde las cervezas se acompañan
de críticas hacia la susodicha y se adereza con una pizca de rezo en el que
deseamos que al siguiente amanecer sus tetas le toquen el ombligo.
Seguimos a la espera de que llegue el verano para saber si nuestras
plegarias han surtido el efecto deseado.
—¡Brindemos por eso! —grito poniéndome en pie.
El dueño de nuestro local favorito es Borja, mi rollete. Ha sido mi
rollete tantas veces que he perdido la cuenta. Entre nosotros las cosas
siempre funcionan de la misma manera: follamos, nos alejamos, follamos
con otros, discutimos, follamos y lo dejamos. No tenemos nada serio y, en
realidad, no me importa porque no me apetece tenerlo tampoco. Al
principio pensaba que estábamos hechos el uno para el otro o me
empeñaba en que así fuese para olvidar. Era como mi tabla de salvación; si
la cosa con Borja salía bien, me olvidaba de que lo otro seguía picando. A
día de hoy, tengo muy claro que eso no va a pasar, que nos llevamos bien,
somos colegas, pero dudo que él sepa tener su polla guardada por mí y eso
es fundamental en una relación, eso sin tener en cuenta que los
sentimientos son inexistentes por ambas partes. Y Cayetana lo sabe porque
no se ha acercado a él, aún…, por lo menos, que yo me haya enterado.
El amor no forma parte de nuestras vidas. Ninguna de las tres suele
tener una relación estable con nadie. Elsa es más de rolletes. Yo soy de
rolletes selectivos y bastante escasos, y Noa siempre dice que no tiene
tiempo para el amor. Aunque nosotras lo que creemos es que no ha llegado
nadie que le dé un vuelco a su vida.
Noa es cocinera, que quererla la queremos mucho; pero eso de que sepa
hacer comidas y postres ricos, ricos, sumado a que nos ha salvado en más
de una ocasión de morir de inanición o por una ingestión desmesurada de
sopa de sobre y lasaña congelada no tiene precio. Es increíble cómo con
cuatro cosas nos hace unos platos exquisitos y no hablemos de los postres,
que quizá tampoco sea nada del otro mundo; pero, para dos lerdas como
nosotras en cuanto a gastronomía y repostería se refiere, ella es como Dios
y no hay más que hablar.
Borja se acerca a nosotras como ese devorador que es. Pasea su mirada
por las tres y la detiene al llegar a mi altura o a la altura de mi escote.
—Si fuese agua, estaría todo el día rozando ese hermoso canal —me
adula sin apartar la vista de mis pechos.
—Pero, como no lo eres, debes conformarte con mirar y desear —le
pincho como siempre suelo hacer.
Borja es un tío de puta madre, no hay otra forma de definirlo, tiene ese
punto canalla que nos vuelve locas a las mujeres y es muy consciente de
ello porque sabe perfectamente jugar sus cartas para llevarnos al huerto a
todas las que caemos en sus redes.
—Deja de piropear a mi amiga porque esta noche no tienes nada que
hacer, nene —le comenta Elsa riendo.
—Contigo también haría muchas cosas, Elsa, pero taparte la boca sería
lo primero.
—Ja, ja, eso será si yo te dejo. No ha existido hombre que me doblegue.
—Alguno habrá que esté a tu altura, morena.
Giramos la cara en dirección a esa voz que no reconocemos. Parecemos
suricatos alargando el cuello hasta saber a quién pertenece.
—¿Y tú eres…? —pregunta mi amiga asombrada.
Oh, oh.
—Puedes llamarme como quieras —le suelta él con chulería.
—Se me ocurre que «Nadie te ha dado vela en este entierro» es un buen
nombre —contesta Elsa con seriedad.
Uy, uy, uy.
Noa y yo intercambiamos una mirada, pero decidimos callar hasta ver
qué pasa. Si es que Elsa es mucha Elsa, y ese tío no sabe dónde se mete.
—Me gustan los nombres largos, me va de perlas. —La sonrisa del
susodicho se ensancha y nos contagia porque aguantamos una carcajada,
solo porque somos buenas amigas, nada más.
—¿Escucháis algo? Porque solo oigo el sonido de una urraca.
Borja se parte de risa, mientras Noa y yo fingimos hablar de otra cosa
para evitar meternos en terreno pantanoso.
—Tres cervezas —le pido a Borja.
—Cuatro, y a esta ronda invito yo —nos dice el tipo de la vela en el
entierro.
Elsa le da la espalda y hace como si no hubiese ocurrido nada, alzo una
ceja a modo de pregunta, y ella niega un par de veces para restarle
importancia al asunto.
—Gracias, Borja —responde Elsa cuando nos planta las jarras frente a
nosotras.
—Si por delante eras preciosa, por detrás no tienes desperdicio.
¡Ay, madre! ¡Que se lía!
Conozco bien a mi amiga, tan bien como si fuese yo misma y sé que se
está mordiendo la lengua porque no quiere dar un espectáculo. Nos hace
un breve gesto con la cabeza y nuestras miradas se posan en una de las
mesas que está al final del garito. Allí está Sebas con Cayetana, y sé que
Elsa no quiere dar ningún espectáculo porque, si hubiese sido en otro lugar
y con menos ojos avizores, este chico no tendría local por el que correr.
Es una lástima porque me encanta la Elsa peleona.
Borja se sirve otra cerveza y alza la pequeña barra abatible saliendo del
interior para situarse a mi altura.
Sus manos se colocan en mi cintura y me aprieta contra su cuerpo. El
mío siempre reacciona ante su contacto, no sé si es porque Borja sabe
perfectamente lo que me gusta o porque entre nosotros siempre ha existido
esa química propia de dos amantes consumados.
Mi mirada va en busca de Sebas, ese hombre de ojos verdes y pelo
despeinado que fue el amor de mi adolescencia. Cruzo una leve mirada
con él y no logro descifrar su semblante. Sus ojos están fijos en los míos y
en la mano de Borja en la parte baja de mi cintura. Retira su mirada y la
clava en Cayetana, que le está contando algo importante porque gesticula y
mucho; esa es Cayetana, la tía que se cree el ombligo del mundo y no llega
ni a agujero del culo.
CAPÍTULO 2
UNA IDEA LOCA QUE ME LLEVA A LA GLORIA

—Borja, Borja, Borja, tienes más peligro que un caramelo en la puerta


de un colegio.
El garito de Borja es el más conocido del pueblo y acudimos
prácticamente todos los fines de semana, nosotras y la mayoría de los de la
zona o de los que desean salir, tomar algo, comer unas buenas tapas y
escuchar música tranquilos. Está cerca de la plaza Mayor, es limpio y el
ambiente está guay, es uno de esos sitios que mola.
—Tú eres una intrépida y te va el peligro, lo sé, te conozco.
Mi relación con Borja es bastante buena. Además de follar
esporádicamente, hablamos, somos amigos con derecho, como la famosa
canción de moda[1], pero valoro mucho que en situaciones en las que he
estado mal me haya prestado su hombro para lloriquear.
—Hoy no estoy de humor, me han despedido —le cuento mientras
seguimos peligrosamente cerca— y aléjate que ocupas mi espacio vital.
—La han despedido, pero tiene una idea chula para salir adelante, ¿a
que sí? Cuéntalo todo que hay que quedarse con las cosas buenas —grita
Elsa alzando su jarra para que brindemos por mí y por todos mis amigos.
—¿Una idea? —pregunta Noa—, no me has dicho nada.
—Siempre puedes venir a trabajar conmigo aquí, se acerca el verano y
necesito que alguien me eche una mano, y yo echársela a alguien —afirma
mientras me guiña un ojo con picardía.
—Y tú, morena, ¿en qué trabajas? —inquiere el chico de antes.
Elsa se gira y lo observa con atención. No sé si lo mira como a una
posible presa o como a alguien a quien darle en toda la boca.
—Soy reina —le aclara.
—Podrías ser la mía, si quieres.
—Me lo pensaré —le suelta condescendiente. Buah, esta cae, que ya la
conozco y está cediendo.
—Te invito a bailar y negociamos los términos.
Uy, uy, uy.
Tiro de su chaquetilla y la traigo de nuevo a la tierra.
—¿Podrías hacerme caso ahora que estoy tratando un tema de vital
trascendencia y luego pensar con el toto? Es de mala amiga comer pan
delante de las que no tienen dientes, ¿lo pillas?
—No —resuelve.
Noa bufa exasperada porque siempre estamos igual, ella se sale por los
cerros de Úbeda, y yo le peleo por ello. Si te digo yo que se deja todas las
neuronas en el ayuntamiento, porque lo que es aquí…
—Nuestra amiga nos va a contar algo muy importante y quiere que
dejes de ligar delante de ella, que está a pan y agua —explica Noa.
—Ahhhh, ya entiendo —dice mientras se lleva un puñado de cacahuetes
a la boca—. Dame un minuto, nene, y nos echamos ese baile.
—¿No lo odiabas? —le pregunto haciendo alusión a su anterior forma
de conversar.
—¿Has visto eso que marca su vaquero? Ahí debe de haber una
mooorcilla enoooorme —expresa alargando las oes.
—Pasa de ella —interviene Noa—, yo sí quiero saber qué te traes entre
manos.
Me coloco frente a ellas, reviso que Borja se haya marchado y que el
maromo morcillón este de al lado no esté pendiente de nuestra
conversación. Con todo esto bajo control, las observo con atención.
—Por favor, no me llaméis loca hasta que termine de contar todo,
¿vale? —y esto lo digo mirando directamente a Noa porque sé que Elsa me
seguiría al fin del mundo sin pensarlo.
—Vale —concede Noa.
Asiento mientras las insto a que se acerquen hasta mi altura y poder
hablar entre susurros, no quiero que lo escuche nadie y no me fío un pelo
de Cayetana.
—¿Cuál es el negocio que nunca jamás se ve afectado por la crisis?
—Ay, madre; ay, madre; ay, madre —repite con insistencia Noa
mientras comienza a negar efusivamente con la cabeza—, no puede ser,
dime que no, por favor.
—Sí —admito con brillo en los ojos.
—No… No, no, no. Por favor, Greta, que la cosa no está tan mal.
—A ver —interviene Elsa—, que no ha dicho cuál es su proyecto y ¿ya
te estás negando? Sabía que pondrías pegas, Noa, cariño, pero no tantas y
tan rápido —bufa mi amiga.
—¿Acaso no te das cuenta de que es una locura?
—Pero es una locura que mola mucho y es mi idea, ¿vale? Si me
quieres, lo respetas.
—No, lo siento —resuelve—, en esto no —prosigue.
—Deja que se explique, Noa, por favor, no seas aguafiestas —intercede
Elsa de nuevo.
—Ni aguafiestas ni aguafiestos, Greta, por favor.
—Insisto, ¿cuál es el negocio en el que nunca hay crisis? —Paso de su
rollo, que me está juzgando sin saber de qué va la cosa y la negatividad
solo atrae negatividad.
—¿La prostitución? —responde Noa tapándose los ojos avergonzada.
—¿Qué? —pregunto atónita.
—¿Cómo? —inquiere Elsa seguido de una carcajada que resuena en el
local—. ¿Acaso crees que ella…? ¿Que Greta va a meterse a trabajar como
chica de compañía?
—¿No es eso? —cuestiona Noa.
—Pero ¿qué dices, loca? Se te va la cabeza, se te va mucho, Noa.
—Me preguntas por el negocio que no se ve afectado por la crisis y ¿qué
quieres que piense?, ¿en bordar uniformes del colegio?
—No, ni tanto ni tan corto, chica. No sé, pensar en que me voy a
dedicar al oficio más antiguo del mundo, pues como que se va de madres,
¿no crees?
—Ya, bueno, ahora que lo niegas la cosa cambia de perspectiva y quizá
me apresuré, pero dime que no tengo algo de razón y que en ese ámbito no
hay crisis.
—También la hay, seguro, aunque ese no es el asunto, la cosa es que
llevo mucho tiempo con una idea rondándome la cabeza y, claro, siempre
había un «pero»: el dinero, el trabajo que tenía, el miedo a arriesgarme…,
nada, que yo misma me ponía mil y una pegas, sin embargo, ahora estoy
decidida, creo que mi despido es una señal.
—Ya… Si tu intención es la de darle emoción a tu confesión, y
despertar nuestra curiosidad, lo has conseguido —admite Noa—. Ahora,
suéltalo —me exige.
—Primero intenta adivinar el negocio.
—A ver, déjame pensar… ¿Los supermercados? ¿La comida
precocinada? No, ¿bordar uniformes en el colegio? ¿Una panadería? ¿La
agricultura ecológica? ¿La ganadería ecológica?
Atónita, me deja totalmente estupefacta.
—¿Acaso me ves criando vacas y cogiendo patatas?
—No, pero puestos a decir algo…
—Vale, paso. Resuelvo yo… Redoble de tambores. —Elsa se marca
unos cuantos golpes en el borde de la mesa con sus dedos índices—.
Gracias, Elsa. En fin, voy a montar un negocio como organizadora de
divorcios.
Silencio.
Silencio sepulcral.
Juraría que hasta el local se queda en silencio, y lo cierto es que no, soy
yo, que me ha dado hasta un vuelco al corazón al decirlo en voz alta.
—¿Dónde está la cámara oculta? —pregunta Noa pasmada.
—Noa… —le advierte Elsa, que está entusiasmada.
—Vale, perdona, pero ¿no es un negocio raro?
—¿Por qué? —pregunto—. La gente se casa a menudo y se divorcia a
diario, ¿por qué debemos celebrar una boda y no un divorcio?
—Porque está mal visto.
—Por favor, Noa, no me seas arcaica —la reprende Elsa—. Es una idea
de la hostia.
—Imagínate algo —le explico—. Te casas enamorada, vives unos meses
o años buenos, la cosa se convierte en rutina, el amor se acaba o se gasta
de tanto usarlo, y resulta que un día te das cuenta de que no estás
enamorada y quieres divorciarte, ¿qué haces?
—Buscar un abogado —me responde Noa.
—También, ¿y después?
—Llamarte a ti —suelta Elsa—. Yo te llamaría, me encantaría celebrar
mi divorcio, me casaría solo por eso.
—Y ahí estaré yo y lo organizaré a tu gusto, con lo que prefieras. La
comida que elijas, los invitados que quieras, no sé, puedo poner algo en mi
catálogo, pero también improvisar. Estoy decidida, Noa, y creo que es una
idea la hostia de original. Seré divorce planner.
—Y lo vas a petar —añade Elsa.
—Gracias, podemos casarnos, divorciarnos y celebrarlo —bromeo.
—Yo lo veo —añade Elsa.
—Bueno, ya sabes que yo te apoyo en lo que sea, pero… —musita Noa
con la boca pequeña.
—¿Pero? ¡Odio tus «peros»! —bufo.
—Pero si sale mal no quiero que te pongas triste, ¿vale? —finaliza Noa.
—Vale. Pero no va a salir mal, seamos positivas, es el momento, lo sé;
ahora o nunca.
—Ahora brindemos porque los sueños de todas se cumplan. —Elsa alza
su jarra y espera a que nos sumemos a su brindis.
—¡Chinchín! —grito.
Y brindamos varias veces más en la noche, hasta que perdemos a Elsa, y
no recuerdo ni cómo vuelvo a casa. Pinta a que mañana tendré una resaca
del copón, pero —este «pero» sí que me mola— que me quiten lo bailao.
CAPÍTULO 3
¿QUÉ TIENE QUE VER LA AGENDA CON EL SEMEN?

Doy vueltas y más vueltas por el salón de casa, estoy como si de un


perro enjaulado se tratase, necesito organizarme. He ido al banco a
primera hora de la mañana y he ingresado un talón más que satisfactorio,
mi cuenta bancaria, la pobre, que no está acostumbrada a ver esos ceros,
pues creo que ha concertado cita con un psicólogo para recuperarse del
trauma.
La cosa es que no sé cómo voy a plantearle a mi madre mi nuevo
proyecto, tengo ese miedo a que vuelva a ponerse en plan: siempre igual,
no sé a quién demonios sales, pero no das una, Greta. Mi hermano tengo
claro que hará algo similar; emitirá un par de ruidos de esos que molestan
y luego pasará de todo, y mi padre se llevará las manos a la cabeza y
finalmente cederá porque él es así, se pone serio porque es lo que mi
madre espera, pero sabe que lo haré y de nada sirve llevarme la contraria
en este asunto.
Cojo el teléfono de casa y llamo a Noa. No encuentro mi móvil y debo
de tenerlo en silencio porque, por más que me llamo, no lo escucho. La
llamo a ella porque, como siempre tiene esos «peros» en su cabeza, me
servirá de entrenamiento para afrontar el almuerzo de hoy.
—Noa, cielo, ¿estás ocupada?
—No, solo estoy trabajando porque me aburría dentro del calor de mis
mantas, no tenía sueño y tampoco me gustaba lo que daban en Netflix,
creo que hay poca variedad…
—Jolín, ¿te has levantado sarcástica?
—No. Realista, me he levantado realista.
—Y de mala hostia, ¿ha pasado algo?
—No, nada, ¿por qué? ¿Tiene que pasar algo?
—No —suelto con miedo que, capaz que le digo que sí, saca la mano
por el aparato y me suelta una colleja.
—¿Qué pasa, Greta?
—Tengo un poco de miedo.
Noa suspira y creo que se resigna a que esta sea una de esas llamadas
coñazo que le suelto a veces.
—¿Por qué me llamas para tus miedos? Elsa trabaja menos que yo.
—Le haría una visita, pero me va a decir que son locuras mías y que no
tengo que tener miedo.
—Son locuras tuyas y no debes tener miedo —resuelve.
—No sabes ni a qué le tengo miedo.
—Greta, en serio, me duele la cabeza, estoy cansada y no sé qué me
pasa hoy, pero estoy…
—¿Estás…?
—No lo sé.
—¿Qué pasa, Noa?
—No lo sé —insiste.
—Puedo dejar mis miedos a un lado y hablar de lo que pasa.
—¿Y por qué me tiene que pasar algo?
—Porque me has dicho que te pasa algo.
La escucho bufar y, sí, sé que algo le pasa, aunque también sé que no
dirá nada hasta que quiera decirlo, en fin…
—Prefiero que hablemos de eso que te sucede a ti.
—Vale —concedo.
—¿A qué tienes miedo exactamente?
—A mi madre, ¿cómo le digo que voy a ser divorce planner?
—Como me lo dijiste anoche a mí mejor que no porque yo pensaba que
ibas a ser puta, con eso te digo todo, creo que lo mejor es que lo sueltes sin
más.
—O que no le diga nada —contrataco.
—Claro, porque ella no se va a enterar, sí, muy maduro todo. Cuando te
pregunte qué tal tu trabajo le puedes decir que te han ascendido y que
ahora eres la jefa.
—No tanto, eso dudo que se lo crea.
—Greta, se va a enterar y mejor que lo haga por ti.
—Vale, vale, tienes razón, pero eso no quita que tenga miedo.
—Tú suéltalo sin más y ya se verá.
—¿Y mi hermano?
—Tu hermano se reirá de ti, nada nuevo, está frustrado.
—Vive amargado.
—Tiene cara de coliflor —añade Noa a modo de símil.
—Odio la coliflor. —Con todo mi ser.
—Y yo y soy cocinera. Tengo que dejarte, hablamos más tarde. Un beso,
Greta.
—Un beso, Noa.
Mi amiga corta la comunicación, y yo sigo con dudas por todo, así que
opto por mi plan B. Visitar a Elsa en el ayuntamiento.
Cojo mi chaqueta de cuero rojo, a juego con mis Converse, y salgo de
casa disparada. Es muy poco protocolario ir a visitar a la concejala sin una
cita, pero sé que Elsa me atenderá, aunque la miren con mala cara.
Camino hasta plantarme frente al ayuntamiento y entro sin pensarlo dos
veces. En la recepción está la misma chica de siempre.
—Buenos días —saludo.
—Buenos días —me responde.
Sé dónde está el despacho de Elsa, así que subo las escaleras y voy
directa hasta allí.
Veo a Cayetana en su mesa, apostada justo frente al despacho del señor
alcalde, don Sebastián. Alza la mirada y me escruta con sus pequeños y
saltones ojos, pero no dice nada, ¿qué me va a decir la muy perra? No he
venido a verla a ella. Sin embargo, para mi desgracia, tengo que
preguntarle porque suele llevar la agenda de todos los funcionarios.
—Buenos días. —Cordialidad, que no se note que quieres escupirle en
uno de sus perfilados ojos—. Venía a ver a Elsa, ¿está ocupada? —No me
responde, eso son modales y lo demás es tontería. Sujeta el teléfono y
marca el número de mi amiga.
—Elsa, tienes visita. —Imagino a mi amiga al otro lado del teléfono
suplicando que si es algún vecino para quejarse de una obra que le diga
que está ocupada—. No, es Greta Bover. —Mira, no se ha olvidado de mi
apellido—. Vale, sí, gracias.
Hay que ser falsa, mucho, porque sé de buena fe que no soporta a Elsa,
pero no le queda otra que tragar por su cargo.
—¿Y bien?
—Puedes pasar —me suelta. Coge otra carpeta y sigue con lo que estaba
haciendo.

Cayetana, cara lima.


Cayetana, caca fina.
Cayetana, perra fina.
¿A que mola? Becker y yo, puros artistas de la rima.
Me giro para dirigirme hacia el despacho de mi amiga y me doy de
bruces con Sebas. ¡Qué bien le queda el traje de corte italiano! Si hasta
parece más señor y más buenorro —aún—, esto último lo que más del
mundo mundial, vamos, que se me hace el toto pesicola, aunque me
avergüence reconocerlo, pero es gilipollas, como mi hermano, por eso son
amigos. Dios los cría, y ellos se juntan; ya sabéis.
—Buenos días —murmuro.
—Buenos días, Greta.
Pesicola. Coca Cola. Cola Cao. Nesquik. Lo que os venga en gana; pero,
si con su traje me derrito, con su voz… Qué injusta es la vida. Está bueno,
aunque lo negaré en cualquier tribunal si me preguntan y ante mis amigas
también que no quiero ser presa de sus burlas durante meses.
Prosigo mi camino y toco en la puerta del despacho de Elsa.
—Pasa —me pide.
Abro, entro y cierro.
—¡Joder! He tenido que hablarle a Cayetana.
—Porque has querido, bonita, ¿acaso no sabes llamarme por teléfono y
decirme que venías?
—No sé ni dónde he dejado el móvil. Tuve que llamar a Noa desde el
teléfono de casa.
—Lo tengo yo. —Se ríe.
—¿Y eso por qué?
—Porque anoche estabas muy pedo y te lo dejaste encima de la mesa, lo
cogí antes de irme con el maromo.
—¿Te fuiste con él?
—Yes.
—¿A tu casa?
—Yes.
—¿Sabe dónde vives?
—Yes.
—¿Te lo follaste? Y no respondas con un «yes» que te zurro.
—Of course. Mírame, no puedo ni caminar, estoy toda escocida.
—Ni me hables.
—Preguntaste tú, bonita. Además, que no le das al tema porque no
quieres, ya sabes que Borja anoche se ofreció para hacerte maldades, y lo
espantaste.
—No quiero seguir con Borja, necesito carne fresca, como la de tu
maromo, ¿quién es? No lo había visto nunca por aquí.
—¿Acaso me ves preguntándole qué hace en Chinchón? No, cariño, solo
necesitaba saber algo y para eso no era necesario hablar.
—¿Y si va a tu casa? En plan: soy un loco depravado y te voy a robar
todo lo que tengas.
—Si me folla primero no me importa, te lo digo, aunque no pueda
caminar en semanas.
—Eres una burra —la insulto.
—Una burra de cutis terso gracias al…
—No acabes esa frase.
La puerta resuena y entra una chica con una carpeta en la mano.
—Este es el informe que me pediste, Elsa, el de la última obra que se va
a realizar. Creo que el arquitecto vendrá en un rato a reunirse contigo.
—¿Está programado en la agenda? —pregunta mi amiga con su tono
profesional, cualquiera diría que estaba hablando de pollas y semen hace
escasos segundos.
—Sí.
—Gracias, Virginia.
—De nada.
La chica sale del despacho, y volvemos a quedarnos solas.
—Semen —suelta. Me quedo pasmada por el cambio radical de
conversación. ¿Qué tiene que ver la agenda con el semen?—. Era el final
de mi anterior frase.
—Cochinota.
—Bueno, tenemos diez minutos antes de que venga mi siguiente visita,
¿tú dirás?
—Tengo miedo.
CAPÍTULO 4
¿QUE ERES QUÉ?

—Un sentimiento muy normal, todos tenemos miedo, pero yo que tú,
contando con que tenemos diez minutos, me centraría y explicaría a qué le
tienes miedo exactamente.
—A mi madre.
—Normal, hasta yo le tengo miedo a doña Berta, tiene cara de juzgarme
cada vez que me ve.
—Eso es porque cree que me llevas por el camino de la amargura y
puede que, un poco también, porque me haya escuchado alguna vez
llamarte la concejala de las pollas, ya sabes, un detallito sin importancia.
—¿Cómo? ¡No me lo puedo creer! Te acabo de quitar un punto como
amiga, cuando llegues a cero, pasarás al otro bando, con Cayetana —me
suelta mientras me enseña la lengua.
—Te odio.
—Yo también te quiero. Ahora, sigue.
—Llamé a Noa antes y le pregunté, necesitaba la opinión de Noa porque
ya sabes cómo es ella y siempre suele tener razón.
—¿Y?
—Aparte de que está rara, me dijo que se lo soltase tal cual a mi madre
y que a mi hermano ni caso.
—Pues eso, estoy de acuerdo, puedes hacer lo que te ha dicho Noa, le
doy mi aprobación a su consejo. ¡Siguiente! —grita mirando la puerta
como si yo fuese su paciente y ahora le tocase el turno a otro.
—Tenéis razón ambas, pero ¿cómo le discuto a mi madre que lo que ella
piensa no es lo que yo quiero?
—A ver, Greta, ya sabes que tu madre es como es y que le costará
aceptarlo, como todo; aun así, al final cederá y ya está, no pasa nada,
cuando ella se ponga en el plan de siempre, tú tarareas una canción que te
abstraiga y, cuando acabe su perorata, pues vuelves a la tierra como si nada
hubiese pasado.
—¿Eso haces tú?
—No, porque mi madre mola y mi padre también, pero es lo que hago
yo cuando llegan los vecinos, se sientan justo donde tú estás y protestan
por cada cosa que se construye en este pueblo y que no es de su agrado.
Me odian, lo tengo asumido y es lo que hay.
—No te odian, solo es que no puede llover a gusto de todos.
—Juro que intento hacer lo mejor para el pueblo, que crezca, que no sea
solo un municipio enfocado al turismo, sino que de verdad sea el pueblo
más bonito de España y que lo sintamos todos así, pero, en ocasiones,
parece que las cosas se me quedan grandes y solo quiero irme a casa,
meterme en la cama y ver una película ñoña en Netflix.
—Vaya, pues Noa quiere el mismo plan que tú, ¿seguro que no sois
almas gemelas?
—Lo somos —afirma—. Las tres lo somos. —Sonríe. —Tocan en la
puerta y creo que mi tiempo se ha acabado—. ¿Sí? —pregunta Elsa.
La misma chica rubia de antes abre la puerta y nos observa valorando si
hemos acabado y puede interrumpirnos sin problema alguno.
—Ha llegado su siguiente cita.
—Que pase —le pide—. Tengo que seguir. ¿Nos vemos luego?
—Claro.
Elsa se incorpora, me da un beso y un abrazo, y me encamino hacia la
salida.
—Oye, Elsa, lo haces muy bien, ¿vale? No tengas dudas porque te
conozco y sé que te dejas la piel por el pueblo.
Elsa me regala una amplia sonrisa, sonrisa que se corta cuando —de
nuevo, redoble de tambores— el que cruza la puerta, y hace que se nos
seque la boca —solo la boca—, es el maromo morcillón de anoche.
¡Ja! ¿No querías caldo? ¡Pues toma dos tazas!
Creo que debería estar preocupada porque mi amiga, la concejala de
Urbanismo del ayuntamiento, se folló anoche, en repetidas ocasiones, al
que parece ser el arquitecto de algún proyecto de esos que gestiona ella.
Esto me lo guardo como AS en la manga y como asunto importante a
tratar esta noche en mi apartamento, el de Noa o en su casa, me es
indiferente el lugar.
Cojo el teléfono y abro el grupo que tenemos las tres: «Sin pollas no hay
paraíso» y escribo:
Greta:
Chicas, esta noche tenemos que quedar. Noa, vas a flipar en colorines
cuando veas la que ha liado tu amiga, la concejala de las pollas.

Obviamente, sé que no me van a responder ninguna de las dos porque


están trabajando. Y, ya puestos, pues mejor coger el toro por los cuernos e
ir a hacerle una visita a mi madre.
Creo que me pego todo el camino con los dedos cruzados y no es que yo
crea mucho en esas cosas; pero, por lo menos, si no surte efecto tendré a
quién echarle la culpa.
Toco el timbre para avisar de que hay alguien en la puerta, lo suelo
hacer siempre. Saco las llaves del bolso. Lucifer me recibe con el ceño
fruncido, es el perro más bonito y demoníaco que existe, por eso lo llamo
Lucifer.
Ladra, obviamente, porque le caigo mal, tan mal como él a mí.
—Cuchipú, ¿quién ha llegado? —Sí, Cuchipú es su nombre real, pero a
mí lo de Lucifer me mola más y le queda mejor teniendo en cuenta que de
dulce no tiene nada el animalito.
—Soy yo, mamá.
Mi madre se pone en alerta y sé que no hay vuelta atrás.
—¿No deberías estar trabajando a esta hora? Greta Bover García, ¿qué
has hecho?
—No he hecho nada, lo juro —explico remarcando estas últimas
palabras—, pero me han despedido.
Mi madre se lleva la mano a la frente y sé que está intentando calmarse
antes de soltarme una burrada de las suyas.
—Si te han despedido es que algo has hecho.
—Sobra personal.
—¿Y te ha tocado a ti?
—Sí, ya ves, es lo que hay y no empieces que nos conocemos, Berta.
Mi madre sabe, al igual que yo la conozco a ella, que cuando nos
llamamos por nuestros nombres es que la cosa se pone seria y se respira
tensión en el ambiente.
—A tu hermano no lo han despedido nunca.
—Eso es porque es un enchufado del alcalde.
—Ay, por Dios, Sebastián es un niño increíble, y tu hermano, muy
responsable.
—Anda, y yo —suelto sin ironía ni nada, de verdad de la buena.
—Ya, y por eso te han despedido.
—No pasa nada, mamá, cuando una puerta se cierra, una ventana se
abre, y tengo una idea que lo va a petar al máximo.
En ese momento, sale mi padre de la cocina, delantal y trapo a juego, y
me acerco para abrazarle.
—A la niña la han despedido.
—No saben valorar tus capacidades.
—¡Olé mi padre! ¡Qué bonito es! —exclamo mientras le doy un fuerte
achuchón.
—Pelota —le suelta mi madre.
—¿Y ahora? ¿Te han indemnizado? —pregunta mi padre.
—Claro, me han despedido.
—Bueno, con eso puedes escapar hasta que encuentres algo mejor,
siempre podemos hablar con Sebastián o con Elsa a ver si encuentran
algún puesto de trabajo para ti en el ayuntamiento, ser funcionario hoy en
día es una garantía y una seguridad.
—No —corto a mi padre—. Ya tengo algo en mente, algo que va a
revolucionar el mercado, una idea original, solo tengo que centrarme y
comenzar a organizar todo.
—¿Y esa idea es…? —pregunta mi madre diría que asustada.
Me giro hacia ella y la miro con ojitos de cordero degollado.
—Mamá, papá, voy a ser divorce planner.
—¿Que vas a ser qué?
CAPÍTULO 5
SUCCIONADOR DE CLÍTORIS

—Divorce planner —repito llena de convicción y dándole mucho más


énfasis a la profesión. Lo siguiente será sacar una trompeta y un tambor.
Mi madre camina hacia la cocina, y mi padre la observa mientras niega
en repetidas ocasiones. Sigo en sus brazos, creo que es mi mayor apoyo. A
ver, que os lo explique, no es que me lleve mal con mi madre ni sintamos
animadversión la una por la otra, solo que en el reparto de hijos favoritos
que se hace cuando te sientas en el potro ese del paritorio dispuesta a
empujar y respirar, pues ella eligió a mi hermano, y mi padre a mí,
supongo que por lo peluda que nací, le di pena, luego se me cayó todo ese
pelo, no os asustéis, pero no sé… Me llevo bien con mi padre y mucho
mejor con mi madre desde que no vivo bajo su mismo techo, aunque
chocamos como trenes que están en las mismas vías.
—Será mejor que vayamos y terminemos la conversación —me pide mi
padre—, ya sabes que, pase lo que pase, yo te apoyo, y tu madre también,
solo que a ella le cuesta mucho admitirlo.
Asiento, y nos dirigimos hacia la cocina. Mi padre nos prepara algo
mientras mi estado de nerviosismo aumenta por momentos. Mi madre
tiene una de esas miradas en la cara, sí, sí, esas que ponen todas las
madres: ojos achinados, rechazo destilando en su gesto, escrutándome
como si leyese lo que pasa por mi cabeza y la muy… no aparta la vista
porque tiene fuerza y poder en ella, y luego dicen que las amenazas
zombis son acojonantes, eso es porque no han visto a mi madre en uno de
sus peores días, que os lo digo yo, anda y no me discutáis que la tengo
enfrente y me cagaría si no lo hubiese hecho esta mañana —soy de
mañanas, sí—.
—A ver, alma de cántaro, ¿por qué siempre tienes que ir a
contracorriente y no puedes buscar un empleo normal? No sé; secretaria,
azafata, contable, reponedora… —suelta entre suspiros mi madre.
¿Y qué respondo yo a eso?
—Deja a la niña, que siempre ha sido muy ingeniosa y ha sabido salir
adelante sola. —Salvada por la campana. Gracias, papá, te debo una.
Mi madre suspira, sujeta la taza que le tiende mi padre y me mira de
nuevo con atención.
—Explícame bien en qué consiste eso.
Mi hermano hace acto de presencia. Ni la puerta la hemos escuchado, ha
entrado como si fuese Spiderman, el Spiderman menos sexi que existe en
el mundo, pero eso no es asunto mío, la verdad, y si antes estaba nerviosa
por tener que enfrentarme a mi madre ahora me hago caquita en las
bragas.
—Buenos días. ¡Vaya! —exclama al reparar en mi presencia—,
¿desayuno tardío o te han despedido? Te han despedido, no te esfuerces en
mentir que las malas lenguas hablan y estamos en un pueblo.
—Mi exjefe no sabe valorar bien al personal que tiene.
—Javier, tu hermana tiene una idea —le suelta mi madre, que pensaba
que íbamos por buen camino y había bajado las revoluciones de sus
reproches, pero, al llegar mi hermano, sabe que él la va a apoyar y aúnan
fuerzas para joderme el día.
—¿Qué idea? —dice tomando asiento al lado de mi madre. Mi padre
prepara otra taza de agua con hierbabuena y se la tiende.
—¿Tú no deberías estar trabajando? ¿O es que el alcalde te ha
despedido a ti también?
—Esta tarde tenemos una reunión, así que tengo la mañana libre, Sebas
me deja compensar.
—Sabas ma daja campansar —lo remedo poniendo voz de niña
pequeña.
Mi hermano se descojona de risa, y yo hago lo mismo. Me tiende su
puño para que lo choquemos y cuando voy a rozarlo lo retira.
—¿Qué idea? —insiste.
Le hago una pequeña peineta disimulada, rascándome la nariz, eso es
muy viejuno, lo sé, pero seguimos haciéndolo solo por no perder las viejas
tradiciones y tal.
—A ver, escucha con atención, cenutrio, porque no voy a repetirlo dos
veces, voy a ser divorce planner.
Vale. La reacción de mi hermano es la esperada: se descojona,
literalmente, en mi cara de lela. Mi padre, que se sienta frente a mí,
también se ríe, creo que por la risa contagiosa de Javier hijo, que mi padre
también se llama Javier.
—Por favor —intercede mi madre, pero no para salvarme ni nada de
eso, sino porque sigue dándole vueltas a mi negocio.
—¿Divorce planner? Dime que es una coña de esas tuyas o de Elsa, que
seguro que te apoya.
—Obvio que me apoya, es mi amiga, ¿acaso crees que no me va a decir
que mi idea es la hostia?
—¿Y Noa? —pregunta mi madre, que sabe que a sensata no la gana
nadie.
—Al principio estaba poco receptiva a la idea, pero, al final, sabe que, si
es lo que yo quiero, pues adelante.
Todos permanecen en silencio, meditando sobre lo que acabo de decirles
y espero que entiendan el matiz de lo que acabo de soltar y pillen la
moraleja de mi frase.
—Noa es la única cuerda de tu grupito de amigas. En fin, ¿qué tienes
pensado? —pregunta mi hermano antes de darle un largo sorbo a su
bebida. Cruzo los dedos de nuevo para que se queme la lengua y deje de
hablar, por lo menos, durante treinta años; pero, nada, que la suerte no está
de mi parte y tras el largo sorbo me mira y sigue erre que erre—. ¿Piensas
regalar con cada contratación un succionador de clítoris? En plan, mira,
ahora no tienes marido, sin embargo, esto es mucho mejor.
Me quedo en silencio. Miro a mi madre porque no ha dicho nada y, si
ella sabe lo que es un succionador de clítoris, quiero que me cambien de
familia, a la de ya, porque esta hace aguas. Y, no, no dice nada, así que…
—Primero…, mamá, ¿sabes lo que es un succionador de clítoris? —Ella
desvía la mirada hacia mi padre y creo que tengo que ir al baño porque me
los imagino ahí, dándole al tema, y yo me pongo mala de pensarlo, que nos
engendraron, ¿vale? Y la teoría de la cigüeña hace mucho que pasó a la
historia, pero tú me dirás, nadie, absolutamente nadie, quiere imaginarse a
sus padres dándole al temazo—. Vale, no me respondas a eso. Segundo…,
acabas de tener una idea de la hostia, Javier, en serio, la mejor idea del
mundo mundial. Lo apunto en mi agenda cerebral.
—¿Sabes diferenciar una broma de una idea?
—Sí, pero creo que es lo mejor que has dicho en todo el día. Puede que
en toda tu vida —prosigo.
—Creo que deberíamos encauzar la conversación a la profesión en sí y
dejar los succionadores a un lado —rebate mi padre.
Asiento.
—La idea es muy clara; si la gente celebra una boda por todo lo alto,
¿por qué no van a celebrar un divorcio si al final se quitan un lastre de
encima?
—Pero ¿esto está enfocado a las mujeres o a los hombres? Lo digo
porque lo de lastres suena muy…
—No suena a nada, no lo malinterpretes, Javier, hablo de divorcios y
tanto se divorcian las mujeres como los hombres, así que estoy abierta a
cualquier tipo de público.
—¿Y vas a poner estríper y eso?
—No lo he pensado, tengo que centrarme y decidir qué quiero y cómo lo
quiero. Creo que lo haré al gusto del consumidor, ¿que quieres un divorcio
tranquilo? Pues vale. ¿Que quieres una fiesta por todo lo alto? Pues vale
también. Me adapto a lo que quiera la persona que me contrate.
—Pues, mira, ¿qué quieres que te diga? Yo no veo que sea tan mala
idea, puede que no te vaya bien, pero original es y competencia dudo que
tengas.
—¡Ese es mi hermano! —¿En serio mi hermano ha dicho eso? ¡La
leche!
Fijo la mirada en mi madre, que escruta atónita a mi hermano, porque
ella esperaba hacer piña y ya ve que la cosa no es como esperaba. Mi padre
sonríe y me coge la mano entre las suyas para infundirme calma como
siempre suele hacer.
—Pase lo que pase, te apoyamos, Greta.
—Y, si fracasas, siempre podré reírme de ti, ya sabes —se burla mi
hermano.
—Creo que recordaré este día como el día en que mi hermano me ha
apoyado en algo.
—No, no te he apoyado en nada, solo que creo que no es una mala idea y
que me reiré de ti si te sale mal.
—¿Y si me sale bien?
—Si te sale bien también me reiré de ti.
—Siempre puedo organizarte una boda… con tu amor platónico; Sebas.
—Eres lo peor, si te muerdes te envenenas.
—Le dice el cazo a la sartén.
—Of course.
—Nos salió pitinglis el niño —me burlo—. Bueno, os dejo, tengo una
empresa que montar y eso es mucho trabajo.
Me despido de todos con un beso en la mejilla y me dispongo a salir de
casa en dirección a la mía.
—Oye, Greta —me grita mi hermano desde la cocina.
—¿Sí?
—He oído que la hermana de Sebas se va a divorciar, por si quieres
buscar clientela y eso…
Le guiño un ojo a mi hermano. ¡Ja! Tengo una primera víctima a la que
interrogar. Lola, voy a por ti.
CAPÍTULO 6
¿EN TU CASA O EN LA MÍA?

Que alguien me diga ahora mismo que no soy una chica de letras. Os
explico: tengo la pared frente al ordenador llena de pósits de color
amarillo, porque eran los únicos que había en el estanco, y en todos ellos
hay algo escrito, parece uno de esos anuncios publicitarios que demuestran
que el pegamento de la nota es eficiente y ha pasado el control de calidad.
Espero la llegada de Noa y de Elsa como agua de mayo porque, lo
primero que hice al llegar de casa de mis padres, fue posar mi pandero en
esta silla, abrir el ordenador y comenzar a buscar información sobre
organizadoras de bodas. Había miles de entradas en Google, un montón de
webs donde se ofrecían servicios de lo más variopintos o como digo yo: al
gusto del consumidor. No me he copiado, no vayáis a pensar en eso porque
no es así, pero sí que tomé unas ideas por aquí y otras ideas por allá sobre
cosas que se pueden hacer en una celebración de este tipo, y eso es lo que
adorna mi pared ahora mismo.
También estuve buscando información sobre organizadoras de
divorcios, y solo encontraba abogados y más abogados en los que no se
exponían tarifas, así que entiendo que, si no se dice, es mejor, aunque yo
preferiría anunciar abiertamente lo que cobro por mis servicios y ser
directos, sin embargo, lo entiendo, y no es mala técnica: no lo dices, haces
que el cliente contacte contigo para luego ejercer como comercial y vender
tu producto, eso siempre y cuando tu labia sea lo suficientemente buena
como para poder ganarte su confianza y su cartera, que esto es un servicio,
sí, está claro, pero también lo que me dará de comer.
La puerta de casa se abre y entra Noa cargada de cervezas, nachos con
guacamole y patatas fritas. Adiós real food —perdóname, Carlos Ríos[2]
—.
—¡Dios! Se supone que la que viene de una jornada laboral de diez
horas soy yo, pero tú no estás mucho mejor. Y tu casa huele a…
—Ya, ya… —Me incorporo y me acerco hasta ella—. Llevo todo el día
emocionada y he tomado muchas notas, necesito que las veas conmigo,
mejor cuando venga Elsa, y que hagamos una criba. Y lo de mi casa…,
cerré todo para que no me molestase el ruido de la calle y, en fin, huele a
humanidad —me excuso.
Me acerco hasta las ventanas y las abro para que el aire fresco de la
noche entre y haga su trabajo.
—Van a entrar mosquitos y soy alérgica —protesta Noa.
—Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Quieres aire fresco o no?
Noa murmura algo mientras se encamina hacia la cocina para dejar
todo. El portero de casa resuena en la estancia y Noa contesta.
—Es Elsa, ya sube.
Asiento mientras comienzo a dar vueltas en la silla de mi ordenador.
Mi casa es pequeña, ya os lo he explicado, pero es cuqui, tiene todo lo
que necesito en un pequeño espacio. No sabéis la de programas de los
gemelos esos que decoran vi para dejarla perfecta. Aprovechar el espacio y
combinar colores. Ellos lo hacen con cosas más caras y elegantes, y yo lo
hice con muebles de segunda mano y algunos que le robé a mi madre de su
casa… Lo que hay, soy pobre y mientras sea pobre no puedo gastar
demasiado en banalidades. Ya me iré a Cancún cuando lo pete con los
divorcios.
El caso es que, a pesar de que mi casa puede parecer una cueva, me
siento muy orgullosa de ella y no necesito mucho más para ser feliz. Tengo
lo indispensable y me basta y me sobra; además, limpiar mola porque es
tan pequeño que con unas cuantas horas tengo más que suficiente.
Elsa toca en la puerta cuando el mareo de dar vueltas en la silla
comienza a causar estragos en mí, es parecido a la resaca cuando bebemos
más de lo recomendado, pero ya sabéis lo que pasa: empiezas con un
chisme, un sorbo, dos, tres, otro chisme y ¡hala! Ya estamos perdidas y ya
sabes lo que se dice: pues de perdidos al río y nos la cogemos con ganas.
—¿Qué haces, Greta? ¿Vas a dejar lo de los divorcios y estás
practicando para astronauta?
Paro la silla, mi cabeza sigue dando vueltas, el estómago se revuelve,
tengo ganas de potar hasta la primera papilla sin haber ingerido nada a lo
que le pueda echar la culpa y, cuando logro enfocar a Elsa —que creía que
la veía doble, pero no—, es Noa que está a su lado, me sale un eructo
como respuesta.
—¡Puaggg! Hueles a ajo y tu casa también apesta. —Y yo que creía que
la sincera era Noa…
—Ya he abierto las ventanas —me defiendo—, y he comido más pan
con ajo que en toda mi vida, así que ese es el resultado —admito sin
sonrojarme—. No te me asustes a estas alturas que te he visto el culo
mientras meabas detrás de un coche.
—Desde eso ha llovido mucho.
—Fue hace dos semanas, la última vez que salimos.
—Pues eso, que ha llovido mucho —resuelve Elsa.
Noa se parte de risa porque sabe que lo mejor es callarse que ella
también lo ha hecho, ahí, la sensata del grupo, que cuando la vejiga aprieta
pierde todo el glamur y la cordura un poco también.
—Centrémonos en lo que nos atañe y es mi nuevo negocio, divorce
planner, ¿quieres celebrar tu divorcio? Ya sé que el eslogan no es el más
elaborado del mundo, sin embargo, poner algo como: «Dale caña al
Satisfayer», «No sabes de la que te has librado», «Libre, como el sol
cuando amanece eres libre, como el mar» o «Soltera, pero no entera»
quedan descartados porque son muy agresivos, ¿a que sí? —Mis amigas,
aparte de descojonarse, asienten—. Pues creo que lo más sencillo es
llamar a las cosas por su nombre.
—Espera, espera —me corta Noa—, ¿y tu madre?
—Mi madre nada, lo ha llevado mejor de lo que esperaba, gracias a
Javier, claro.
—¿Javier? ¿Tu hermano o tu padre? —pregunta Noa.
—Mi hermano.
—¿Se lo has contado? —cuestiona Elsa asombrada.
—Apareció cual poltergeist frente a una invocación de la ouija cuando
se lo estaba contando a mi madre y creo que no quedaba muy bien que me
levantase y le dijese a mi madre que resulta que me iba a ir de allí porque
acababa de aparecer alguien con quien comparto genética y que en
ocasiones, muchas ocasiones, me cae mal, ¿lo pillas?
—Lo pillo, lo pillo.
—Pues eso, que se lo dije y, además de darme su consentimiento, me
dio una idea la hostia de buena.
—¿Y esa idea es…? —pregunta Noa mientras se lleva medio bote de
guacamole en un solo nacho.
—Nena, tranquila, que ninguna quiere guacamole, todo tuyo —le
reprocho con enfado al verla.
Elsa hace lo mismo, y la miro mosqueada.
—Me gusta —se excusa Elsa ante mi mirada quemamigas—, ¿qué
hago? —confiesa con la boca verde.
—¿Mover menos el bigote? —le respondo convencida mirando a Elsa,
pero la respuesta va para las dos.
—Paso, me gusta comer, ya lo bajaré luego —responde alzando las
cejas cual perra del infierno que ya tiene plan para follar mientras las
demás pasamos hambre, mucha hambre.
—Ahora mismo te cae otro punto negativo, por comer pan frente al que
no tiene dientes —replico.
—A ver, a ver… Que se nos va de las manos —interviene Noa, la
pacificadora—, ¿entonces…?
—Pues entonces mi madre aprueba mi plan, mi hermano también,
aunque me ha amenazado con reírse de mí, y no conmigo —especifico—,
cuando me vaya mal, y mi padre, pues ya sabéis que mi padre es como es
y, aunque le diga cualquier barbaridad, asentiría y ya se vería.
—Tu padre mola mucho —suelta Noa.
—Lo sé, te lo presto cuando quieras, pero en el pack van mi madre y mi
hermano.
—Paso —se carcajea—. ¿Y el mensaje de antes? Que no me he olvidado
—añade Noa.
—Eso mejor que lo explique aquí, tu amiga, la que come morcilla —la
acuso entre burlas.
—No sé de qué me hablas —se defiende, pero ríe, vaya que si ríe la
caradura, porque lo de la morcilla le da la pista que le falta para resolver la
incógnita.
—¿El tío de anoche? —inquiere Noa asombrada. Asiento— ¿Qué ha
pasado?
—Que resulta que he tenido una reunión con él esta mañana.
—¿En tu casa? —cuestiona Noa.
—No —contesta.
—Frío, frío —añado.
—¿Entonces?
—En mi despacho.
—Tía, eres lo peor, no me puedo creer que te hayas citado con el tío
para follártelo en el despacho.
—Me estoy poniendo cachonda —admito—. Que a mí los despachos me
ponen toda cerda…
—Obviando a nuestra amiga… Esta mañana el arquitecto con el que
tuve la reunión no era otro que el maromo morcillón de anoche.
Noa deja de comer, intercambia varias miradas entre Elsa y mi persona,
mientras yo afirmo en muchas, muchas ocasiones, y se queda estupefacta,
perpleja, atónita, sin nada que decir…, y no sigo que ya me entendéis a la
perfección y ya he hecho alarde de que soy de letras y que los pósits se me
dan bien y los sinónimos mejor aún.
—¡Ay, madre! —exclama Noa, que flipa en colorines.
—En su defensa diré que ella no sabía nada porque yo estaba allí, de
cuerpo presente, cuando apareció el chiquito en cuestión y casi le da un
patatús aquí a nuestra amiga.
—Elsa, ¿qué has hecho? —le pregunta Noa como la que va a reñir a su
hija por alguna travesura.
—Pues lo que tenía que hacer…
—¡Ay, madre! —suelto yo ahora porque todas sabemos que si Elsa, que
es mucha Elsa, dice eso podemos esperar de todo menos algo bueno.
CAPÍTULO 7
TRES NO BAILAN SI UNA NO QUIERE

—No me lo puedo creer —matiza Noa escandalizada.


—¿Por qué clase de persona me tenéis? —nos reprocha Elsa, ofendida,
¡encima se hace la ofendida!
—¿Lo de la concejala de las pollas no te da una pequeña pista? No sé tú,
pero a mí no me suena que tu afición sea tejer calcetines, diría que más
que vestir te gusta desvestir —la acuso mientras contengo las ganas de
reír.
—Bueno, a ver, que fuera del trabajo hago lo que me da la gana, ¿vale?
Sin embargo, allí soy de lo más profesional y no me iba a poner a hacer
nada, además, ya sabéis que procuro no repetir.
—Entonces, ¿con quién piensas bajar todo ese guacamole que estás
tragando sin casi respirar? —insisto.
—Con el arquitecto —confiesa aquí, mi amiga, la concejala.
—¿Y la diferencia entre el arquitecto y el maromo morcillón erradica
en…? Por entender los matices y eso, ya sabes que estoy espesa después
de dejar mis ideas en esa pared de ahí.
—En la denominación, básicamente.
—Ya —interviene Noa—, o sea, que has quedado con él y piensas
darnos puerta pronto.
—De aquí no mueve el culo nadie hasta que os cuente el plan de mi
hermano y leer la lluvia de ideas que hay en la pared —les indico mientras
señalo mi nueva pared de color amarillo—. Luego podéis ambas hacer lo
que os dé la real gana, pero yo tengo un negocio que montar.
Mis amigas se plantan frente a la pared mientras me hago dueña y
señora del bote de guacamole que por fin parecen haberme dejado
disfrutar de algo estas tragonas. Comienzan a despegar notas de la pared y
por cada una que quitan se me corta el aliento.
—¡Joder! —exclamo acojonada—. ¿Tan mal lo he hecho? —Y sin
escupir guacamole, que me merezco un premio.
Ambas me miran y, tras acabar con la criba, dejan varios en la pared.
—Me gustan estas ideas —claudica Elsa.
—Y a mí —añade Noa dándole la razón.
—Me alegra que mi negocio os haya puesto de acuerdo, por una vez, en
algo.
—Redes sociales, sí. Página web, sí. Nombre corporativo, sí, pero hay
que registrarlo como marca, es mi consejo —especifica Noa—. Fiestas al
gusto de la nueva soltera, sí. Traje de no-boda, sí.
—Me mola mucho eso, ehh, yo quiero. —Sonríe Elsa.
—Creo que lo del Satisfayer hace aguas —susurra Noa, Noa la aburrida,
por si no veis el tremendo puchero que he puesto.
—¿Por qué? Es una idea de la hostia, es la idea de Javier. —Sigo con el
puchero.
—¿En serio? —preguntan las dos asombradas.
—Os dije que había tenido una idea muy buena y es esa —respondo
alzándome de hombros—. No pienso quitarla, creo que es el mejor regalo
de bienvenida que se puede tener.
—¿Cómo lo sabes? —inquiere Noa—. ¿Te has comprado uno?
—No —respondo triste—. Pero me gustaría. Deberíamos hacerlo las
tres.
—Yo no lo necesito, tengo varios —confiesa Elsa.
—Ya, ¿por qué no me resulta extraño? —se burla Noa.
—Aun así, os acompaño, que siempre está bien ir a esas cosas con las
amigas.
—Y a probarnos vestidos, tenemos que saber qué se siente cuando vas
vestida de novia.
—¿Para qué se van a querer ver vestidas de novia si ya se han puesto
uno de esos trajes blancos para ir al altar?
—Pero esta vez será diferente, se divorcian y se casan, no literalmente,
¿vale? No me miréis así —me defiendo al ver sus miradas asesinas—, se
casan con ellas mismas, podrían hasta ponerse una alianza en plan: me voy
a querer mucho por siempre jamás y nadie me lo impedirá. Yo primero y
luego tú. Puedo seguir…
—Mira, ya tienes la frase para la banda, porque habrá banda, ¿no? —
pregunta Elsa emocionada.
—Eso es en las despedidas de soltera.
—Y tus divorcios serán como una despedida de casada —resuelve Noa.
—Pues también es verdad —afirmo efusivamente.
—Pondrá: «Bienvenido a mi vida, Satisfayer, entra por la puerta grande
y baja hasta la almeja». —Cojo una notita y lo escribo, por si se me olvida
luego, y lo pego en la pared con el resto de papeles adhesivos.
—Te lo van a robar, seguro, porque es bastante cuqui y discreto —se
burla Noa mirando al techo. A veces creo que se avergüenza de mí, luego
se me pasa cuando veo que vuelve al día siguiente y que no la he perdido
como amiga.
—Te falta algo —indica Elsa, mirando las notitas que quedan en la
pared. Me han quitado la de probar el estríper antes de contratarlo, eso no
se los perdono.
—Ilumíname, oh, concejala de las pollas —ironizo.
—Te falta un logo. Un logo para las tarjetas de visita, para las webs,
algo que te defina —especifica.
—¿Una polla? —pregunto.
—Claro, muy sutil, eso es justamente lo que tenemos en mente, una
polla, no te jode. Es un negocio serio. —Noa se ha puesto adusta.
—Pero las pollas molan —me defiendo.
—Eso es verdad —secunda Elsa.
—Ya. Imagínate la escena —relata Noa—. Llegas a un lugar, te
preguntan en qué trabajas o resulta que la amiga de fulanita se va a separar
y te piden una tarjeta por si en algún momento se anima a celebrar su
fiesta de divorcio y ¿qué le entregas? Una tarjeta con una polla rosadita y
llena de venas.
—Eso es muy descriptivo, yo no pensaba en algo tan así, Noa, cielo, qué
te gusta describir una polla —me burlo mientras sigo comiendo como si
no tuviese fin, hay que tener el estómago bien lleno antes de beber, esa
norma la aprendí pronto.
—Quiero cinco tarjetas —dice Elsa alzando las manos—. Dedicadas,
por si las moscas.
—Le podríamos dar una a Cayetana, por si se divorcia de Sebas —
bromea Noa, que para meternos con Cayetana siempre hay momento y
lugar, y así se le pasa el enfado.
—Para eso primero tendrá que casarse con el alcalde —rebato.
—No creo que tarden mucho en anunciarlo —explica Elsa—. Después
de las elecciones, probablemente.
—Pero ¿entonces es de verdad que están juntos? —insisto.
—Cuando el río suena es que agua lleva —matiza Noa.
Nos quedamos en silencio un momento, creo que el suficiente como
para meditar sobre el asunto y no es otro que el supuesto compromiso del
alcalde con Cayetana que, ya ves, la tía ha conseguido lo que quería, que
era hacerse con un tío con posición y pasta. Y no lo digo porque la odie,
que también…
—Puede que se quieran —termino por soltar, solo para quitarme el mal
sabor de boca al pensar en la animadversión que sentimos la una por la
otra. Lo que pasa, es que referirme a ellos de esa manera, y pensar en que
sientan algo sincero el uno por el otro, duele más…
—Y puede que los burros mañana vuelen, no me jodas, Greta —
contrataca Elsa—, que todo el mundo sabe que Cayetana es como es.
—Pues yo no estoy de acuerdo —intercede Noa—, nadie sabe cómo es
Cayetana porque ella se encarga de disimular, otra cosa es cómo se ha
comportado con Greta o los desplantes que nos ha hecho en alguna
ocasión, pero yo creo que ella es una tía que sabe encubrir bien sus
actitudes y que juega sus cartas a la perfección.
—Bueno, pues, si Sebas no se da cuenta de la clase de mujer con la que
se va a comprometer, ya tiene dos problemas, espero que, si se casan, sea
por amor —zanjo dolida.
—Sebas es buen tío, creo que demasiado bueno —susurra Noa.
—Bueno sí que está —resuelvo.
—Eso también —corrobora Elsa.
—Dejemos a un lado los atributos de Sebas, por favor, que siempre nos
pasa igual, empezamos hablando de un tema serio y terminamos
encauzando el tema por otros derroteros mucho más banales.
—Es culpa de Elsa —la acuso.
—¿Mía? Lo que faltaba —bufa—. Tres no bailan si una no quiere.
—Soy inocente —me justifico mientras alzo la mano derecha—.
Inocente de todo lo que se me pueda culpar.
—A todas estas, creo que la que se divorcia es la hermana de Sebas.
—¿No jodas? —pregunto atónita—. ¿Entonces es cierto lo que me dijo
Javier en casa de mi madre? Pensaba que era coña —musito—. ¿Ella no
lleva casada algo así como mil años?
—Ni idea —suelta Elsa—, pero eso he escuchado. Lo de ser concejala
tiene algo bueno y es que te enteras de muchas cosas.
—Ya, los chismes siempre acaban en tu puerta.
—Yo sé prestar atención y el resultado es que me entero de cosas, otras
me las cuentan. Pero yo nunca pregunto —se defiende—, tengo que
guardar la compostura.
—No te andes con ojo y te vayan a tachar de algo por liarte con el
maromo morcillón —le advierto.
—Para eso, primero, tendrán que enterarse.
—El pueblo está lleno de ojos —señala Noa, reforzando mi teoría.
—En fin, lo del logo con la polla llena de venas entonces va a ser que
no, ¿verdad?
Nos reímos, porque nosotras somos así, de pasarlo pipa juntas y no
necesitamos mucho más que eso, estar las tres y la fiesta ya está servida.
CAPÍTULO 8
CHOQUE DE TRENES

¿Qué es lo primero que necesitas para empezar un negocio? ¿Un local?


¿Un nombre? ¿Una idea? ¿Mucha pasta? ¿Una web? ¿Un producto?
¿Personal? ¡La leche! Ya estoy estresada.
Lo mío es más sencillo y eso hace que me consuele un poco. No
necesito personal porque me tengo a mí misma —por ahora, salvo que me
dé mucha pasta y me pueda pagar el viaje a Cancún que, entonces, ya me
lo pienso—.
Lista mental de objetivos:
Idea: ok.
Dinero: espero que ok.
Página web: tengo que buscar al picatecla.
Local: mi casa.
Producto: fiestas de divorcio.
Personal: ni de risa. Noa y Elsa, si acaso.
Logo: tengo que buscar una diseñadora.
Y lo más importante de todo…
Clientas… A la casa de la hermana de Sebas que voy. Ya sabéis, si la
montaña no va a Mahoma, pues Mahoma tiene que ir a la montaña.
Sería mucho más fácil si tuviese su teléfono, pero no es el caso, así que
me haré la despistada, pasaré por allí, le haré un interrogatorio, no tengo
tarjetas; aun así, seguro que lo de comercial me va bien y así empieza a
arrancar mi negocio, con beneficios sin haber pagado nada más que las
notitas amarillas que aún siguen en mi pared.
Me planto frente a la puerta de Lola, la hermana de Sebas, su casa
actual, a ver cómo le pregunto si es cierto esos rumores de que se va a
divorciar del paleto que tiene por marido y si quiere celebrarlo por todo lo
alto, la verdad, es que la idea es un poco extraña visto así y carente de
sentimiento, eso también…
Coloco el dedo sobre el botón del timbre y presiono con fuerza. Resuena
dentro de la vivienda y escucho unos pasos acercarse hasta donde me
encuentro.
Se me seca la boca.
Se me seca la puta boca al verlo ahí plantado. No, al paleto, no; al
alcalde. A Sebas. Al chico por el que bebí los vientos durante tanto tiempo
y por el que tanto me temblaban las piernas antaño.
—¿Greta?
—Hola, Sebas. —Noto el rubor teñir mis mejillas y el calor invadir mi
cuerpo—. ¿Qué tal?
Carraspea con suavidad, y yo sigo intentando centrarme y recuperarme.
¡Joder! Siempre me pasa lo mismo cuando lo tengo tan, tan cerca.
—Bien —atina a decir—, ¿qué haces aquí? —Parece dudar y es normal.
Estoy en casa de su hermana. —¿No trabajas hoy?
Suspiro y desvío la mirada un tanto avergonzada.
—Me han despedido —confieso.
—¡Vaya! Lo siento, no sabía nada… Tu hermano no me ha comentado
nada.
—¿Por qué debería mi hermano decirte eso? —pregunto con curiosidad.
¿Acaso hablan de mí?
—Por nada en especial, ya sabes, pero hablamos de todo…
—¿Incluida yo?
—Incluida tú —me suelta sonriente. No puede ser, es más, no debe ser
capaz de percibir que me tiembla todo, que me pone muy cerda.
Nunca jamás le dije lo que sentía por él, eso habría sido abrirme en
canal y yo no soy de esa clase de chicas a las que les gusta hablar de sus
sentimientos a la primera de cambio, prefiero observar los toros desde la
barrera y asegurarme antes de dar un paso en falso. Pero era un secreto a
voces. Todos éramos conscientes de que la hermana de su mejor amigo
estaba coladita por sus huesos y fue así durante muchos años, hasta que
todo se jodió.
Tampoco soy una chica enamoradiza, sí que creo en la química que
existe entre dos personas, en esa sensación que te invade cuando lo ves, la
electricidad que te provoca, el cosquilleo en el estómago y el calor en la
entrepierna, el deseo y la necesidad de poseer y que te posean.
Digamos que me he dedicado a ser práctica y dejarme llevar por todas
esas sensaciones que os acabo de explicar, pero con Sebas siempre,
siempre ha sido diferente, algo que va más allá de lo explicable y eso,
justamente eso, me turba, eso y su mirada, su sonrisa y esa forma tan
especial con la que me mira.
—¿Y puedo preguntar por qué habláis de mí? Es mera curiosidad…
—No, no puedes preguntar —me suelta canalla.
Vale, no os asustéis si os digo que me he mojado. Literalmente. Y jode,
¿vale? Porque ahora mismo no sé si llevo unas bragas o unos empapadores
y eso es malo, muy malo, por muchas razones; la principal es que ha sido
por Sebas.
—¿El señor alcalde no debería responder todas y cada una de las
preguntas que el ciudadano de a pie formula? —pregunto.
Y sé que estoy coqueteando con él, porque lo he dicho de esa forma,
justamente de esa en la que quiero que me responda que sí, que me follaría
a lo bestia contra la puerta, la pared, encima del mueble del recibidor o en
el mueble del baño… ¿Qué le había preguntado? La cordura, pierdes el
culo y la cordura con él cerca.
Carraspeo ahora yo, intentando centrarme y lo observo con atención,
aunque no quiero que así sea, y él duda, duda mucho, mira mis labios, mis
ojos, mis labios de nuevo. Si sigue así, me lo como de un mordisco y lo
siento, pero me está provocando con su mirada, su barba cuidada, su olor,
porque huele mejor que el pan recién hecho…
—¿Quién es? —gritan desde dentro.
Sebas deja de mirarme, yo dejo de mirar a Sebas y recuerdo que lo que
me ha traído hasta aquí no es otra cosa que mi futuro, y él, Sebas, por
mucho que me ponga, es pasado y ya sabes lo que se dice: «Agua que no
has de beber déjala correr».
Me aproximo un par de pasos, estamos cerca, y Sebas se hace a un lado,
su olor me llega con más intensidad y ¡Dios!
—Quiero entrar —le pido, casi le suplico.
Se hace a un lado y, justo cuando estoy cantando victoria, tira de mi
mano y chocamos. Su boca se acerca a mi oído y le escucho respirar con
fuerza e intensidad. Cachonda, ese es el adjetivo que retumba en mi cabeza
con fuerza. Estoy extremadamente cachonda y me brinca la pepitilla.
—El señor alcalde siempre, siempre está a disposición del ciudadano,
Greta —susurra.
La piel de la nuca se me eriza.
La electricidad me recorre.
Y la necesidad, en el más amplio de los sentidos, se hace patente.
Si esto no es tensión sexual no resuelta, que baje Dios y lo vea.
CAPÍTULO 9
EL «SEÑOR» ALCALDE

SEBAS

¿Qué coño me pasa? Explicádmelo porque juro que no lo entiendo, se


escapa de mi alcance, de mi cordura, porque ella… me convierte en pura
adrenalina cuando la tengo cerca. Yo, que se supone que soy un señor…
Cada vez que me cruzo con ella, donde quiera que sea, me repito por
activa y por pasiva lo mismo: «Sebas, relájate, porque no es para ti». Es
todo lo contrario a lo que yo soy, mi antítesis; pero, aun así, no lo puedo
controlar.
Por muchos motivos y por ninguno en particular.
Nos conocemos desde hace mucho, mucho tiempo, tanto que, desde que
tengo recuerdos, ella está en mi mente porque, al fin y al cabo, esto no
deja de ser un pequeño pueblo y, como sucede siempre, nos conocemos
todos.
Es la hija de Berta y Javier y la hermana de uno de mis mejores amigos,
con el que comparto mis confidencias y mis historias. Los respeto, a todos,
incluida a ella porque forma parte de ese círculo familiar en el que me he
visto inmerso desde mi infancia.
Javier y yo estudiábamos juntos y nos dedicábamos a hacerle travesuras
a su hermana y a las amigas de su hermana; es decir, en gran parte de mi
vida aparece ella, la chica que acaba de entrar al salón y que está hablando
con mi hermana, ¿sobre qué? Pues la verdad es que no tengo ni la más
remota idea porque lo único que puedo hacer es ver cómo sus labios se
mueven al son de las palabras que pronuncia y cómo mi hermana le
responde tímida, porque esa es la Greta que yo conozco, la que deja
boquiabierto a cualquiera con el que habla.
Todas esas travesuras que de pequeños compartimos siempre venían de
vuelta; supongo que se convirtió en un reto para nosotros: Javier y yo las
pinchábamos, las llevábamos al límite, y ellas nos las devolvían con
creces. Y siempre, siempre estaban a la altura.
Nos gustaba ese juego, nos gustaba retarnos y confieso que despertaba
en mí cierta curiosidad por saber con qué nuevo ataque me respondería
porque era imprevisible, inadvertida y extremadamente inapropiada. Con
todo, además.
Crecimos. Y nos hicimos una pandilla, todos, incluida Cayetana, y
terminamos tramando maldades unos contra otros.
Todo cambió de repente. Una noche todo se fue al traste y nos dividimos
en bandos. Javier decidió, no sin antes ponerme en mi lugar, permanecer al
margen de la situación porque era mi amigo y ella era su hermana y no
quería posicionarse. E hizo bien porque, si hubiese sido de otra forma,
quizá nos habría perdido a los dos por el camino. Yo sí me posicioné y a
veces dudo de todo; de mis decisiones, de si resultaron ser precipitadas y
erróneas, de lo que perdí y dejé atrás, de esa guerra constante que al final
se convirtió en ignorar al otro a pesar de que siempre nos buscábamos con
la mirada cuando nos encontrábamos por casualidad. Fue jodidamente
complicado. Y lo sigue siendo.
Los dos bandos que por aquel entonces creí que existían cuando
tramábamos maldades solo eran un mero espejismo en comparación con
los bandos que realmente se formaron después, tras la fractura.
No hubo más planes maquiavélicos ni represalias ni risas, aunque las
miradas furtivas y el deseo de besarla siempre estuvo ahí y ahí sigue,
aunque quiera mantenerlo aletargado por los siglos de los siglos.
Soy el alcalde del pueblo. Ni siquiera sé cómo acabé en ese cargo. En
realidad, eso sí que lo sé porque para que eso sea factible hay que
presentarse, someterse a una votación y ganar, y todo eso sucedió, si no,
no estaría reconociéndoos cuál es mi cargo en el consistorio.
Empezó a fraguarse la idea como una maldita broma entre amigos, en
un bar, tras las protestas y quejas de toda la pandilla diciendo que era
imposible hacerlo peor y que seguramente yo, aunque era un cabeza de
chorlito, podría incluso hacerlo mejor que el actual alcalde. Supongo que
alguna cerveza tenía de más y por mi cuerpo circulaba el alcohol que hizo
que esa noche decidiese a voz en grito verbalizar que me iba a presentar a
las siguientes elecciones.
Todos aplaudieron porque era una estupidez, sí, un poco también, pero
porque creían que lo habían conseguido, pincharme de nuevo y llevarme a
otro nivel, como en Jumanji: el juego acababa de empezar.
Me dejé llevar. Lo conté en casa, y mis padres creo que se sintieron más
orgullosos que nunca de que su hijo fuese a presentarse a alcalde. Mi
hermana me sonrió con suficiencia y en privado me dijo que era una
locura tremenda, pero que sabía que yo estaba preparado para eso y para
más y que confiaba en mí. Javier se descojonó en mi cara porque él es así;
un capullo integral que había participado en aquella encerrona en el bar,
pero que sabía que a la mañana siguiente, cuando mease toda la cerveza y
el riego volviese a mi cabeza, me arrepentiría y no fue así, por lo tanto,
tuve que aguantar sus burlas incansables, hasta que todo sucedió.
Me votaron. Gané. Y creo que, tiempo después, sigo sin creérmelo.
Casi una candidatura llevo ya en el consistorio, y, aunque hay cosas que
se pueden mejorar y que hay que perfeccionar, no lo he hecho tan mal.
El equipo es bueno, Cayetana me lo pone fácil, y mis compañeros
también.
Cayetana… Eso es harina de otro costal, la verdad. No sé ni cómo
empezar a hablar de ella porque es un tema delicado y complicado. Creo
que me dio tanta pena que se sintiese tan sola cuando pasó todo que sentí
la responsabilidad de hacerme cargo de ella, de hacerla partícipe de mi
vida, de que tuviese a alguien con quien contar.
Javier no está muy de acuerdo con eso, no porque Greta le haya contado
nada ni mucho menos, porque he intentado sonsacarle algo de información
al respecto, sobre todo cuando explotó, pero él, aunque no lo parezca, por
su hermana mata, y lo respeto porque yo por la mía haría exactamente lo
mismo.
Abogado laboralista. Eso es lo que soy, con lo que a mí me gustaba
saltarme las normas y lo poco que lo hago ahora, siempre intentando
mantenerme lo más juicioso posible y marcándole pautas a todo el mundo.
Estudié. Mucho y muy duro para conseguir sacar adelante un proyecto
en el que creía en ese momento. Mi propio despacho o ser socio de alguno
de renombre. Me daba bastante igual, la verdad, solo quería ser lo que
necesitaba y esa era mi meta. Cayetana siguió mis pasos, y lo hicimos
juntos, lo conseguimos ambos y creo que me sentí más cerca de ella que
nunca mientras compartíamos apuntes, dudas, respuestas… Javier también
formaba parte de ese grupo, aunque él se dedicó a sus cosas: estudiar poco,
aprobar con facilidad y salir cuando podía o, lo que es lo mismo, casi
todas las noches. En fin, que la vida en esa época se nos hizo cuesta arriba
—a unos más que a otros—, pero lo conseguimos y ahora, ahora no echo
en falta ser abogado laboralista ni pertenecer a un despacho de renombre.
Me gusta el pueblo y me gusta trabajar para que todo vaya bien, me gusta
lo que hago, aunque cierto es que hay momentos en los que me encantaría
dar marcha atrás y regresar a esa época en la que estaba completamente
loco por Greta y solo pensaba en meterme con ella y en besarla, en besarla
también.
En fin, que la vida sigue y nosotros con ella.
—Lola, cariño, ¿no te das cuenta de que ese hombre no era para ti?
Me centro en la conversación que mantiene mi hermana con Greta,
siempre guardando las distancias.
Mi hermana lo está pasando mal. Se hace la fuerte por todos nosotros,
pero lleva pasándolo mal desde hace mucho tiempo, sumida en un
matrimonio que no la hacía feliz por el qué dirán, porque no quiere estar
en la boca de las vecinas y tampoco que tachen a mis padres de algo que
ellos no son por su culpa. Juiciosa, esa es Lola. Hasta que la cosa no ha
aguantado más porque todo en esta vida explota cuando llega el momento.
—Yo lo intenté, lo juro, pero no puedo evitarlo, no puedo más, no quiero
que mi vida sea esta —le confiesa.
—Tampoco te lo mereces —matizo dando voz a mis pensamientos.
Greta me observa con atención y esa sensación que me embarga cada
vez que la tengo en frente aparece, es como una jodida estampida en pleno
Amazonas porque ella es así, una puñetera estampida, y yo…, yo ni sé ni
quiero saber más.
—Tu hermano, el «señor» alcalde —murmura dándole énfasis a la
palabra «señor», irónicamente, está claro, como si no conociéramos ya a
Greta—, tiene razón. Mejor sola que mal acompañada, cariño, y para eso
estoy yo aquí.
—Pensaba… —empieza mi hermana.
Madre mía, si es que ya decía yo que Greta no podía estar aquí por
preocupación o por amistad para con mi hermana, que se conocen de
siempre, pero nunca han sido íntimas, y yo, ingenuo de mí, pensando que
era por empatía o por vete a saber qué…
Me acerco y me coloco al lado de mi hermana. Por lo que pueda pasar.
—No tienes que pensar, solo tienes que dejarte llevar —le suelta Greta.
Si es que como oradora no hay quien le haga competencia a esta chica.
—Pero… Pero…
—Shss, shsss, shssss —la corta—. Yo soy la solución a tus problemas
—finaliza con una amplia sonrisa en la cara. Ay, madre; ay, madre. Que es
Greta y miedo me da.
—Ah, ¿sí? —pregunta mi hermana asombrada.
—Ah, ¿sí? —repito perplejo.
—Sí —finaliza mirándonos a los dos—. Uno no se divorcia muchas
veces en la vida, gracias a Dios, pero si te divorcias hay que celebrarlo,
¿verdad? —No deja que respondamos, sigue con su perorata y me deja
embobado, palabrita de señor alcalde—. Para eso estoy yo aquí, Lola, soy
tu nueva divorce planner, encantada de celebrar tu divorcio.
CAPÍTULO 10
UN AGUA CON AZÚCAR, POR FAVOR

Porque sé que las miradas no matan, si no, ya habría sido presa de


Cayetana hace años, muchos años, pero ahora mismo la cara de Sebas, su
ceño fruncido y cómo sujeta la mano de Lola me da una pista de que, si es
una broma, el gusto me lo he dejado atrás.
—¿Por qué me miráis así los dos?
—Te estamos dando tiempo para que, si es una burla, lo sueltes, y poder
reírnos todos —argumenta lleno de sarcasmo el señor alcalde.
—Te pones muy guapo cuando te sale la vena sarcástica. —Upsss, ¿eso
lo he dicho yo? ¿Y en voz alta?
Lola me mira, mira a su hermano y se descojona. ¡Bien! Por lo menos
he conseguido que sonría entre tantas lágrimas y eso ya es un gran paso
para Greta Bover.
—Déjate de bromitas, Greta, que nos conocemos.
Nos conocemos, dice. Paso, no pienso responder a eso porque no tiene
lógica alguna que lo haga. Quedaría como una despechada y no lo soy para
nada.
—No es una broma. —Nada lo es, ni siquiera eso que dije de que está
rematadamente guapo—. Quiero que Lola se sienta mejor y da la
casualidad de que mi nuevo negocio se basa en eso.
—¿Nuevo negocio? —cuestiona Sebas acojonadamente aturdido—. ¿Tú
no trabajabas con…?
—Con el del bigote en el cipote, sí, lo sabemos todos —suelto
remarcando mi sonrisa y alzando las cejas en repetidas ocasiones. No, no
me gusta el pelo ahí abajo, cuanto más corto sea el seto, mejor que mejor,
pero eso podemos hablarlo en otra ocasión, ¿vale? No cuando estoy
intentando conseguir a mi primera clienta y dejarla satisfecha—. Tú lo has
dicho, trabajaba, ahora soy una nueva autónoma. O lo seré en breve. Y tú,
que eres alcalde y trabajas para la administración pública, deberías hacer
algo por los autónomos, que pagamos mucho dinero y Hacienda nos clava
cada mes y ni una mijita de piedad tiene con nosotros, no veas, que me he
estado informando en Google y estoy asustada con todo esto, creo que me
van a pedir a mi primer vástago, no he leído la letra pequeña por miedo a
ello, te lo juro.
—Soy alcalde de un pueblo, Greta, no Ministro de Economía.
—Ya, claro, todo son excusas siempre. Mucho prometer hasta meter…
Digo, upsss, hasta gobernar.
¿Meter? ¿En serio he dicho meter al alcalde? Por mí que me meta lo que
quiera, en serio, digo, no, no, ni de coña. Tengo que llamar a Borja porque
no hemos comprado aún los Satisfayer y una está mal, muy mal, y Sebas,
con esa mirada y ese olor, no me ayuda en nada de nada.
—¿Y qué se supone que vamos a hacer? ¿Cuál es tu función? —me
pregunta Lola sacándome del país imaginario en el que veo a Sebas
meterme de todo menos miedo.
—Lola, mi niña, vamos a celebrar una fiesta de divorcio que te van a
temblar las piernas durante días.
—¿Con tíos?
—Con lo que tú quieras, yo estoy aquí para hacer realidad tus fantasías.
—Lola —interviene Sebas y preveo que me va a aguar la fiesta—. No
tienes que hacer nada que no quieras, ya sabes que Greta lo hace con buena
intención…
—Y por la pasta —admito en voz alta—. No os olvidéis que es mi
nuevo negocio.
—¿Vas a montar un local? —pregunta Sebas.
—No, no tengo que pedir permiso al ayuntamiento de nada, te lo aviso
antes de que te me pongas digno.
Sebas asiente, pero no lo veo convencido. Este se lo cuenta a Cayetana y
fijo que también viene a fastidiarme el negocio y lloraré, lloraré mucho
porque me dolerá que me arrebate también eso.
—No tienes que hacer nada que no quieras —repite de nuevo mirando a
la hermana, como si le estuviese ofreciendo droga o que se prostituya,
parezco el lado malo, y él, el bueno.
—Yo creo… —Lola medita unos segundos que se me hacen eternos y se
convierten en semanas o meses, incluso años o lustros, vale, vale, ya lo
dejo. Lola medita un poco, y yo, mientras tanto, quiero morderme las uñas
por los nervios porque, si me dice que no, a ver dónde encuentro yo a mi
primera clienta—. Creo que es una buena idea —finaliza.
Me levanto, le choco los cinco y me pongo a hacer el baile del Swish
Swish, pero a mi manera, que no lo controlo, aunque me mola intentarlo.
—Creo que deberías darle a tu hermano agua con azúcar porque preveo
que se le está bajando la tensión por lo blanco que se está poniendo —me
burlo de él sin piedad, que se fastidie, es lo que hay. He ganado una clienta
y no me ha costado tanto, ahora, ahora solo tengo que hacerlo de puta
madre y que recuerde su fiesta de divorcio más que su fiesta de boda—.
Oye, Lola —le digo mientras le apunto mi teléfono en un pósit que me he
traído de los que me han sobrado—, has hecho bien en divorciarte, tú vales
mucho más que ese saco de heces —le suelto. Y convencida porque Lola,
Lola sí que mola.
—Ya… —suelta titubeante—. Es extraño, hemos compartido mucho,
cosas buenas y no tan buenas.
—Eso no te lo va a quitar nadie, Lola —la animo—, lo que has vivido
va a seguir estando ahí, tanto lo duro como lo maduro formará parte de ti,
pero, a veces, el amor se acaba, incluso, cuando hay amor, no siempre es
suficiente.
—Yo ya no sé nada —admite y en su mirada leo remordimiento y pena,
mucha pena—. A veces pienso que he perdido muchos años de mi vida —
prosigue y mira a Sebas con complicidad. Se dan la mano y se sonríen.
—Eso nunca, Lola, ¿lo entiendes?
—Sebas tiene razón, piensa que si hubieses estado con una persona a la
que no quieres, bien por cariño o por comodidad, habrías sido infeliz y la
vida son dos días, Lola, lo sabes, ¿no?
Miro directamente a Lola, pero quiero mirar a Sebas, la curiosidad me
pica y termino sucumbiendo a mis ganas. Me mira intensamente, con esos
ojos claros que son capaces de atravesar cualquier escudo protector.
Hubo un tiempo en el que creí que lo conocía, que sabía quién era. Es el
mejor amigo de mi hermano y, por aquella época, pasaba mucho tiempo en
casa. Yo era más pequeña y no pillaba muchas de las travesuras que hacían
o de los comentarios que compartían, lo admito, pero, aun así, para mí, por
aquel entonces, era como mi Dios. Lo idolatraba casi tanto como a Javier y
me encantaba espiarlos, verlos compartir bromas y risas, confidencias e
intentaba que me dejasen formar parte de eso.
Javier siempre fue mucho más distante conmigo, pero Sebas no, Sebas
era atento y se esforzaba porque participase en sus cosas.
Crecí. Crecimos y me sentía una más de esa pandilla formada por los
cinco, Elsa y Noa se sumaron, y Cayetana también. Y luego todo se torció
y explotó y entonces dejé de conocerlo y me prohibí sentir eso que sentía
por él, hasta que dejó de escocer y de picar.
—¿Y cuándo empezamos? —me pregunta Lola, quizá por romper el
incómodo silencio que se ha instalado en el salón.
—Me alegra que te emocione. Si te apetece, podemos vernos esta noche
en nuestro local favorito.
—¿Con las chicas?
—Obvio, ellas están en plantilla —bromeo.
—Mola.
—Elsa trabaja para el ayuntamiento —me advierte Sebas, Sebas el
aburrido.
—No seas muermo, Sebas, chico, que es una forma de hablar. Te
invitaría, pero tengo en mente poner a caer de un burro a todos los
humanos a los que les cuelga algo entre las piernas, ya sabes —le explico
mientras le guiño un ojo—, un pene, por si no lo pillas.
—Lo pillo, Greta, lo pillo —me dice sonriendo con picardía. Ay, Sebas,
que yo hubo una época en la que moría por saber lo que escondías entre tus
piernas, en fin, las vueltas de la vida.
—Entonces, ¿te animas? —le pregunto a Lola para cerrar la cita.
—Claro —finaliza ella sonriendo.
—Ten cuidado porque te pueden llevar por el mal camino —bromea
Sebas.
—No somos tan arpías —rebato.
No quiero meter cizaña ni nada de eso, bueno, ¡qué coño! Un poco sí
que quiero, pero, vamos, que arpías podemos ser, eso está claro y, quien
diga lo contrario, miente, es lo que hay y así somos, aunque nosotras
estamos en el bando correcto, el que debería tener cuidado de con quién se
junta es él, aun así, imagino que criticar de su futura esposa no estaría bien
visto y menos con su futura cuñada delante, que Lola me cae bien y
siempre me ha caído bien; pero conocernos, lo que se dice conocernos, no
tanto, así que mejor ser un poco Noa y que la prudencia haga acto de
presencia, cerrar la boca, que en boca cerrada no entran moscas ni salen
bichos.
—Pues hasta esta noche entonces —se despide Lola.
—Sobre las ocho, ¿vale?
—Vale.
—No llegues tarde.
—No te preocupes —me indica.
—Dicho esto; me piro, vampiro.
Guardo los pósits que me quedan en el bolso, el bolígrafo con el que le
he apuntado mi teléfono y me incorporo.
—Te acompaño —suelta Sebas.
Asiento por educación, el camino de salida lo conozco bien, no es tan
difícil, es el mismo por el que entré, básicamente.
Camino hacia la salida, y Sebas me adelanta para abrir la puerta.
—El señor alcalde siempre caballeroso.
—Ese soy yo —bromea. Me gusta. Me gusta que bromee. Me recuerda a
antaño, cuando era así conmigo—. Oye, Greta…
—Dime, Sebas.
—Que es una estupidez y yo lo sé, pero es mi hermana y, si esa locura
tuya la ayuda a que se anime, te lo agradeceré eternamente.
Sonrío con ternura porque me inspira justamente eso cuando lo veo
preocupado por su hermana.
—No te preocupes, ¿qué es lo peor que puede pasar?
—No lo sé; pero, si es algo en lo que tienes tú que ver, miedo me da —
finaliza riendo.
Puta mirada. Puta sonrisa. Puta cara perfecta. Putos ojos azules. Puto
karma que me odia poniéndome a este hombre delante que, si tuviese que
explicarlo de alguna manera, sería de la siguiente: él es el alioli y yo soy
el pan. Nada más que añadir.
—Confía, Sebas. Por una vez en la vida, confía.
Él asiente y se acerca. Cierro los ojos, ¿me va a besar? ¿Y Cayetana?
¿Por qué huele tan condenadamente bien? ¿Cuántos días lleva sin
afeitarse? ¿Pica? Pica. Vaya, beso en la mejilla. ¡Qué me gusta soñar
despierta! ¿Y por qué se supone que si todo es pasado me tiemblan las
piernas?
Me giro, saco el teléfono y marco el primer número que me viene a la
mente.
—Oye, Borja, ¿qué haces esta noche?
CAPÍTULO 11
EL CONTRATO

En el bar me encuentro. Con Borja paseándose cual pavo real, y yo, yo


más caliente que el pico de una plancha y esa calentura tiene nombre y
empieza por S y no tiene nada que ver con «salir a la calle recién
duchada», no, no.
Si la cosa no se pudiese complicar mucho más, mi calentura ocupa una
mesa a un par de metros de distancia de la mía y eso no ayuda en nada,
entendedme, es como si ahora mismo el alioli estuviese en la mesa y a mí
se me contrajese la miga por mojarlo, para que luego digan que los símiles
no son lo mío.
—¿Decías?
Cuando le dije a Sebas que tenía que confiar un poco en mí —ojo, que
con un poco me bastaba—, no pensaba para nada que el señorito se fuese a
plantar en una de las mesas a controlar el cotarro, si en vez de alcalde
parece mafioso.
—¿Estás mirando a mi hermano con ojitos?
—¿Estás loca o qué? A mí tu hermano no me mete ni miedo.
—Bueno, vale, yo hablaba de mirar, nada de meter…
—¿Quién ha dicho nada de meter? Yo no, seguro.
Lola se descojona, pero, literalmente, en mi cara, y yo sigo pasmada
mirándola porque me haya pillado vigilando a su hermano y por la
mentira, que tampoco se la ha creído.
—¿Te gusta mi hermano?
—¿A quién le gusta qué? —pregunta Elsa nada más llegar e
incorporarse. Lo que me faltaba—. Hola, chatinas —nos saluda con un par
de besos a cada una y toma asiento mientras alza la mano para que Borja
le traiga algo de tomar.
—Cianuro —le grito a ver si me hace caso.
—Llevamos aquí diez minutos, y Greta no ha dejado de mirar a mi
hermano —le explica Lola.
—Estoy delante, lo sabes, ¿verdad? —la acuso.
—No he dicho nada que no sea cierto, le estás poniendo ojitos a mi
hermano, que te he pillado.
—Soy tu divorce planner, deberías tratarme con cuidado porque te
puedo traer un enano con medio metro de carne entre las piernas y dejarte
en ridículo delante de tus amigas, no sé si he sido lo suficientemente
explícita para que entiendas a qué me refiero —matizo con cara de
mosqueo.
A ver, no me echéis a los leones tan pronto, ¿vale? Porque sé que en
parte es culpa mía, pero es que Sebas es Sebas o era porque ahora no es el
mismo de antes, sin embargo, cuando estamos solos esa energía sigue ahí,
lo noto en la punta de los dedos, ese maldito calambre que me recorre
como si me hubiese dado electricidad estática al salir del coche en un día
de calor y no lo puedo evitar.
—Ya sabemos que te pone perraca —me suelta Elsa—, a tu hermano ni
palabra, ¿vale? Que se va a casar con la miss y no queremos follones.
—Es guapo, solo eso y que llevo tiempo sin un meneo —confieso y, a
decir verdad, un poco de excusa también suelto.
—Mi hermano no está comprometido con Cayetana —nos cuenta Lola.
Elsa acerca la silla dando pequeños saltitos, y yo apoyo los codos sobre
la mesa para prestar atención al chisme.
—Entonces, ¿es todo mentira? —pregunta Elsa llevándose un puñado de
cacahuetes a la boca. Insisto. Un puñado.
—No sé, Sebas no habla mucho de esas cosas, es bastante reservado
para su vida privada, pero supongo que, si se hubiesen prometido, ya lo
sabríamos en casa.
—Puede que con todo lo de tu divorcio no hayan dicho nada, por
empatía y eso.
—Puede, pero lo dudo. Pregúntale a Javier.
—¿A mi hermano? —Mirada a Sebas que sigue con la vista fija en
nosotras—. Ni de coña. Se lo contaría porque… tú no le vas a decir nada,
¿verdad?
—¿Nada de qué? ¿A quién? —pregunta Noa que se acopla a la
conversación mientras toma asiento al lado de Lola y alza la mano, tal y
como hizo Elsa, para pedirle a Borja una bebida.
—Aquí, la Greta Bover, que está dándole un repasito visual al señor
alcalde.
—La concejala de las pollas tenía que hablar, ¿quieres que se me suelte
a mí también la lengua?
Lola y Noa se ríen a carcajadas, mientras Elsa y yo discutimos y nos
echamos cosas en cara, nada, lo normal entre nosotras.
—Hola —le dice Noa a Lola, ahora que repara en su presencia.
—Hola —responde Lola con timidez a mi amiga.
Ambas se acercan y se dan un par de besos.
—Lola, Noa. Noa, Lola. La hermana de Sebas —le explico a Noa—. Mi
vecina —le cuento a Lola.
—Encantada.
—Igualmente —matiza Noa.
—Lola va a ser mi primera clienta oficial y si Dios quiere, que espero
que quiera, será la primera de muchas. Espero poder abrir sede en Nueva
York, Milán y París, como las de la moda, pero en divorcios.
—Y en Chinchón —suelta Elsa riendo.
—Esa base ya está en proceso, no me queda nada para empezar. Mirad.
—Saco una libreta, un bolígrafo de unicornios, una agenda con calendario
incluido y frases positivas y un montón de pósits de colores para ir
haciendo marcas—. Pretendo petar esta agenda de citas y de ideas y ahora,
Lola, vamos a ver qué te gusta.
—Y lo que no te gusta también, que todo eso es importante —murmura
Noa.
—¿Ves, Elsa? Noa participa en el negocio, si sigues por el camino que
vas, no te voy a hacer socia de mi negocio y tendrás que seguir trabajando
para el alcalde.
—¿Qué hay de malo en trabajar para el alcalde? —pregunta Lola.
—A ver, Dolores, vamos a estrenar la libreta.
—¿Con qué?
—Silencio, estoy creando —les pido.
Borja llega en el momento en el que me decido a plasmar en el papel
una cosa muy importante.
—¿Qué vais a tomar? Yo lo tengo claro, esta noche tomo a Greta, en
volandas, si hace falta.
Alzo la vista y observo a Borja. Es guapo, muy guapo y atractivo, tiene
buen cuerpo, es moreno y tiene unos ojos preciosos, y folla, madre mía
cómo folla. Me vale.
—Borja, a mí ponme lo que quieras —murmuro con voz seductora.
—A ti te voy a poner luego fina —me suelta riendo.
—A ligar a otra parte, bonitos, en la mesa se respeta —nos reprende
Noa.
—En la mesa, la encimera, la ducha, el lavabo, la silla, el rincón de
pensar… Donde tú quieras, Greta.
—Luego lo hablamos —respondo mientras le guiño un ojo—. Ahora
estoy trabajando y mientras trabajo no puedo pensar en otra cosa que no
sea dejar satisfecha a mi clienta.
—Quiero ser tu cliente —susurra en mi oído.
—Borjita, tienes más peligro que un caramelo en la puerta de un
colegio.
Borja y yo nos conocemos desde hace tiempo, mucho tiempo, y siempre
bromeamos con este tipo de cosas. La situación entre nosotros es clara:
somos amigos con derecho, pero sin exclusividad, es decir, a mí no me
importa con quién retoza ni él me pide explicaciones a mí de lo que hago y
con quién lo hago.
Creo que lo hemos hablado anteriormente, lo intentamos. Una vez lo
hicimos y nos fue mal, éramos jóvenes y lo del compromiso no nos iba a
ninguno de los dos, así que nos duró muy poco y, tras eso, continuamos
como siempre: sin rencor, sin dramas y sin nada de esas cosas que suelen
suceder cuando se da una ruptura. Nos reímos mucho juntos, nos lo
pasamos bien y sé que si necesito hablar con alguien puedo contar con él,
así que, como veis, es una relación productiva.
—Un daiquiri —pide Elsa.
—Otro —añade Noa.
—¿Cosmopolitan? —pregunta Lola con dudas.
—Cosmopolitan para la señorita.
—Es nueva en la ciudad —bromeo ante su pedido con pregunta incluida
—. Yo lo de siempre.
—Marchando.
—¿Qué es lo de siempre? —pregunta Lola cuando Borja se va con la
comanda.
—No tengo ni idea, pero eso que me prepara me deja contenta.
—No tendrá burundanga de esa, ¿verdad? —inquiere Lola asustada.
Noa se ríe, y yo, por un momento, dudo porque Borja me prepara
siempre un combinado que a saber qué tiene.
—Siempre que lo tomo, recuerdo lo que hago —confieso riendo
mientras sigo escribiendo en el cuaderno.
—Polla —suelta Elsa.
—¿Qué? —cuestiona Lola asombrada al escuchar hablar así a Elsa.
—Lola, no te asustes, pero Elsa es así, es como si cuando sale del
ayuntamiento fuese otra persona. Ya la conocerás.
Lola escruta con la mirada a Noa porque Noa es muy especial cuando
habla, tiene ese tono que te calma, siempre le digo que ella, en vez de ser
cocinera, debería ser orientadora o psicóloga o psiquiatra, incluso
domadora de animales exóticos porque, ese tono que tiene, tranquilizaría
hasta al animal más fiero.
—Digo que tiene polla, la bebida, ya sabes, Lola, polla. Eso que…
—Sé lo que es un pene —responde.
—Ha estado casada —matizo—. Pero ya no, por eso, cielo, debes
firmarme este contrato. Creo que deberíamos haber puesto lo del contrato
en nuestra pared, porque es importante, visto lo visto —les cuento.

CONTRATO DE CONFIDENCIALIDAD (NADA DE CHRISTIAN


GREY, CONTRATO A LO GRETA BOVER)

Yo, Dolores (Lola) Altamirano, con DNI n.º… (no me lo sé), me


comprometo a:
Uno: todo lo que se hable en nuestras reuniones o comités será
confidencial, nadie debe saber lo que se cuece en este grupo de chicas
jóvenes y portentosas, de cuerpos esculturales y serranos. Lo que se
critica en el grupo, se queda en el grupo.
Dos: podrás elegir lo que quieres/deseas para celebrar tu fiesta de
divorcio.
Tres: recibirás un Satisfayer como regalo de nueva soltera, pero no
entera.
Cuatro: en las fiestas de divorcio más siempre es más.
Cinco: seremos confidentes, amigas sin derecho o lo que necesites, lo
importante es hacerte feliz.
Seis: sonríe porque sonreír es gratis y llora, si lo necesitas llora para
libertarte de la carga que pesa sobre ti, recuerda que hoy duele, pero
mañana no lo hará tanto.
Siete: y folla, folla todo lo que sea necesario y más.
CAPÍTULO 12
UNA DE PENE, POR FAVOR

—Puede que haya que perfeccionarlo y hacerlo más bonito y técnico,


lo sé, y asumo que la rapidez con la que lo he hecho puede ir en contra de
la finura, pero tened en cuenta que he improvisado y eso, pase lo que pase,
es todo un arte. Dicho esto, el punto uno es muy importante —remarco
señalándolo con el dedo índice sobre las líneas en las que aparece mi letra.
—Y el siete, yo creo que el siete debería ser el primero —indica Elsa
repitiendo mi gesto con su dedo.
—Y he aquí el motivo por el que la llamamos la concejala de las pollas,
¿lo pillas? —pregunto jocosa mirando a Lola, que sujeta entre sus manos
la libreta en la que he escrito rápido y corriendo lo que se me ha ocurrido.
—¡Oye! —protesta Elsa—, que lo mío también es tener arte. A ver si
vas a creerte que es sencillo mantener las formas durante tantas horas.
—Eso es cierto —corrobora Noa, que hasta ahora se ha mantenido
bastante al margen.
—¿Te pasa algo? —le pregunto directamente. Tres pares de ojos se
clavan sobre ella, que agacha la cabeza un tanto avergonzada.
—¿Es por algún maromo? —añade Elsa.
—No —se disculpa—, no me pasa nada, un mal día.
—¿Ovulando? —insisto.
—La regla es un puto asco —añade Elsa quitándole importancia a mi
pregunta y desviando la atención—. Escribe eso en tu contrato.
—A ver, claro, hablo sobre las condiciones no negociables de ser la
organizadora de divorcios de Lola y voy a poner lo de la regla como punto
en el contrato, muy lógico, Elsa, muy lógico —ironizo.
—Da igual, lo de la regla es así y punto. La odio —reclama Elsa.
—Yo sé una forma para que no te venga en unos meses —bromeo entre
risillas.
Me siento observada, ¿vale? Es esa puñetera sensación que me recorre
cuando sé que me está mirando y solo me pasa con él, desde siempre, solo
con él.
Fijo la vista en su dirección y ahí está, con la de la cagada de paloma,
compartiendo mesa, mientras ella habla y habla sin parar, y él…, él
sencillamente nos escruta con la mirada. «No voy a matar a tu hermana»,
le digo en susurros, y él sonríe. Cayetana gira la cabeza y nos ve. Frunce el
ceño antes de clavar la vista en Sebas. Coloca su mano sobre su barbilla y
la gira para que centre la atención de nuevo en ella.
Me gustaría saber si siente esa misma corriente eléctrica que yo siento
cuando lo veo, cuando se acerca, cuando, tal y como hizo antes, me susurra
cerca del oído. Me gustaría saber si el pum, pum de su corazón retumba
tan fuerte como el mío cuando nos miramos, cuando estamos cerca.
¿Despertará lo mismo si me follase con fuerza contra cualquier sitio y me
dijese palabras obscenas? ¿Dirá palabras guarras mientras me destroza a
base de empellones? Aprieto las piernas con nervio para evitar que las
sensaciones de ardor que me invaden sigan en aumento y explotemos.
—Paso de los bebés. Solo me gusta intentar hacerlos, pero que siempre
sea fallido el resultado.
—Ya… —susurra Noa—. ¿Qué pasa, Greta? ¿Has visto un fantasma?
Todas siguen mi mirada y la clavan en la mesa de Sebas y Cayetana.
—Mira, la parejita feliz —bromea Elsa—. Punto uno —remarca
mirando a Lola.
—Chitón —suelta ella entendiendo a qué se refiere la susodicha.
—Me da asco, la tía esa me da asco. —Y envidia, pero de eso no digo
nada.
—¿Te gusta mi hermano? —vuelve a preguntarme Lola.
—Y vuelta la burra al trigo. ¿Qué me va a gustar tu hermano? —Salto
del asiento ante tanta pregunta incómoda y me voy a la barra en busca de
Borja. Esto se arregla follando porque lo que yo tengo es una calentura
monumental y no hay más que hablar.
Escucho cómo las tres arpías, guiadas por Elsa, susurran cosas entre
ellas, pero casi que prefiero no saber de qué hablan o de quién, aunque no
hay que ser demasiado avispado para saber que yo soy el centro de sus
comentarios.
No me gusta Sebas. Me gustaba, sí, «aba», en pasado, hasta que se
volvió gilipollas —un sexi y atractivo gilipollas— y se juntó con
Cayetana, mi enemiga número uno.
Camino consciente de que Borja me está mirando. Coloco mis manos
sobre la barra y me inclino hacia adelante. Borja responde a mi gesto,
dejando todo lo que está haciendo y se acerca a escasos centímetros de mí.
—¿Te pongo algo, bonita?
—Cachonda —respondo bajito, para que solo él pueda escucharme. Lo
de ser políticamente correcta no es lo mío.
—Mi turno acaba en media hora —me responde tras consultar su reloj.
—Podré esperar, Borjita.
No hay que añadir absolutamente nada más. Me giro y llevo mis pasos
de vuelta a la mesa. Me permito el lujo de mirar a Sebas, que, en esta
ocasión, está solo sin su guardaespaldas particular y me mira. Tiene el
gesto raro, extraño, serio y atisbo un deje de enfado en él.
—Una de despecho, por favor —suelta Lola nada más sentarme en la
mesa.
La observo atónita, ¿esta es la misma chica que hasta hace nada sonreía
tímida?
—¿Le habéis metido burundanga en la bebida a ella para que se
comporte así? —Todas me miran perplejas, y Elsa alza los hombros—.
¿Elsa?
—¿Por qué me acusáis de todo a mí?
—Porque sueles tener todas las papeletas cuando hay un sorteo.
—Un sorteo de mierda —apostilla la susodicha—. Ya podría tocarme un
viaje a una isla paradisiaca o un bolso de Michael Kors.
—¿Hola? —saluda Lola—. Nadie me ha dado nada o eso espero, aunque
me siento bien, la verdad —especifica mirando a Noa e intercambiando
una sonrisa.
—Dios las cría y ellas se juntan —bufo—. Voy al baño, me meo.
—Gracias por esa información imprescindible en nuestra vida —me
espeta Elsa.
—Calla, que tú no eres mucho más fina. ¿O prefieres que te recuerde
cómo me dijiste hace nada que necesitabas colgar la llamada porque te
asomaba la tortuga? Dudo que hablemos de la misma clase de tortuga,
dudo siquiera de que tu tortuga tenga caparazón.
—Ay, por favor —suelta Noa tras llevarse la mano a la frente y darnos
por perdidas.
—Eso fue después de inventarnos una conversación, hace días que no lo
hacemos —matiza Elsa—, creo que deberíamos seguir, se nos da muy
bien.
—¿Esto es siempre así? —inquiere Lola asombrada.
—Tal cual —responde Noa.
—No os aburrís —replica Lola.
—Nunca —responde Noa sonriendo.
—Bienvenida al grupo —le suelta Elsa—. Y firma el contrato —zanja
—. Solo por precaución —remarca.
Lola hace caso y garabatea su nombre y pone su DNI mientras yo decido
ir al baño antes de que se me rompa la tubería.
Camino deprisa y sin mirar en dirección a la mesa de Sebas. Paso por su
lado, lo sé porque mi vello se eriza y el pum, pum está de nuevo ahí, como
respuesta a su maldita cercanía. Es mi cuerpo, lo juro. No soy yo, lo juro.
No me gusta, lo juro. Solo un poco, lo juro.
Me adentro en el pequeño pasillo y la puerta está cerrada. Miro el baño
de los chicos y la veo abierta y pienso en entrar y hacerlo allí, pero no
sería muy apropiado, además de que me arriesgo a cruzarme con algún tío
y tener que dar explicaciones.
Saco el teléfono y consulto las redes sociales mientras anoto
mentalmente el hablar con Borja sobre ampliar los baños. Mogollón de
fotos típicas de un viernes noche en un jueves noche me saltan en la
pantalla y, cuando creo que nada peor puede suceder que mearme, un leve
carraspeo me hace alzar la cabeza.
—Greta…
Y ahí está, el señor alcalde en persona, parado a mi lado, con la espalda
apoyada en la pared, las piernas cruzadas y los brazos en jarras. Y, sí, de
nuevo esa corriente ahí, que ni la puñetera central eléctrica desprende mis
vatios ahora mismo.
—Señor alcalde… —lo digo por pinchar, está claro—. Tu baño está
libre —comento al ver que está plantado a mi lado.
—Ya… lo sé.
Miro a la izquierda y a la derecha, en ambas direcciones porque, o se me
han secado las neuronas a pesar de que toda mi agua se concentra en la
vejiga, o que alguien me explique el motivo por el que está plantado a mi
lado.
—¿Y bien? —aturdida me hallo.
—¿Y bien qué? —pregunta.
—¿Vas a multar a Borja por algo y por eso estás aquí? Pregunto porque
lo de tener varios baños molaría y ya, si se lo dices tú, no se lo tengo que
decir yo.
—Greta —bufa exasperado.
—¿Sí?
—Quiero que cierres esa maldita boca de una vez —escupe.
Lo último que noto es que me arrastra hasta el almacén que está tras los
baños. Eso y que mis piernas tiemblan.
CAPÍTULO 13
QUIEN JUEGA CON FUEGO TERMINA QUEMÁNDOSE

SEBAS

Soy un cromañón. Un jodido y descarado cromañón y no me reconozco


ahora mismo.
La he visto salir en dirección a los servicios y no he sido capaz de frenar
la orden que le ha enviado mi cerebro a las piernas para no seguirla,
seguirla y arrastrarla hasta el almacén. ¿Con qué intención? Pues no lo
tengo claro.
Ahora entiendo eso que ha dicho Elsa hace rato, cuando admitía a
bocajarro que tenía que mantener las formas durante el día porque así lo
pide su trabajo y no puedo más que darle la razón.
¡Joder! Me encantaría saber si eso que siento cuando me acerco a ella es
recíproco, si el calor que percibo en la punta de mis dedos, las ganas de ser
otro; uno mucho menos cuadriculado y más libre le sucede a ella, si
también le embriaga mi cercanía.
A ella. Que me mira con la respiración agitada, a la que veo subir y
bajar su pecho, a la chica de la mirada más intensa y brillante que jamás
he conocido, a Greta.
No tenía la intención de venir; ni al bar esta noche ni al servicio tras
verla pasar por mi lado con la cabeza bien alta. Ninguna de las dos
opciones es buena, lo tengo claro, pero tanto una como otra han sido
decisiones inevitables y he sucumbido. Tenía que venir y punto. Y aquí me
encuentro, con los nervios a flor de piel, sintiéndome jodidamente bien y
con ansias, con ansias de todo y de nada, de no saber cuál es el siguiente
paso a dar y las dudas de nuevo lo envuelven todo.
Es la hermana de mi mejor amigo. La chica que le rompió el corazón a
Cayetana y un poco a mí también y, aun así, no puedo contenerme cuando
la tengo cerca, cuando la siento cerca.
Se recompone. Da un par de pasos hacia atrás en este minúsculo espacio
que nos rodea y se lleva la mano al pecho para intentar calmar su
respiración agitada. Me acerco, por pura inercia. Trago saliva.
Inspira con fuerza. Su respiración se acelera de nuevo. Me desea.
Niega en un par de ocasiones y comienza a dar vueltas por el espacio,
pretende calmarse, intentarlo de nuevo. No se atreve a decirme nada
porque se le atascan las palabras de la misma forma que me sucede a mí.
Sus pasos son acelerados, nerviosos. Guardo mis manos en los bolsillos
porque temo no poder contenerme, olvidarme de todo lo que nos ha
sucedido desde que la conozco; las cosas buenas, las malas y las peores.
Ella tiene dudas, y yo también las tengo. El pasado quiere hacer acto de
presencia, pero no se lo permito. Agacho la cabeza y niego un par de
veces. Cojo una bocanada de aire con fuerza para aliviar el deseo que
siento. Los dedos me hormiguean por tocarla.
Apoyo la cabeza en la puerta, el frío de la madera quiere que el calor
que me invade disminuya, no lo consigue, no consigue una mierda.
Expulso el aire y me giro para hablar.
—Greta —murmuro.
—¿Qué pretendes? —me pregunta casi a la par que pronuncio su
nombre—. ¿Qué coño pretendes, Sebas?
Estamos cerca, demasiado cerca, y su olor lo invade todo, lo abarca
todo, el brillo de sus ojos sigue ahí, mostrándome que bajo esa capa sigue
quedando algo de esa chica adolescente con la que compartí muchas risas
y confidencias, antes de que todo…
—Greta —susurro con voz casi inaudible.
—No, Sebas, no…
—Ni siquiera sabes qué te voy a decir —replico sonriendo
condescendiente.
—No hay nada que decir, ¿verdad? Lo dijiste todo hace años. Lo dijiste
todo cuando no dijiste nada… —contrataca.
Y sé que tiene razón, que está dolida, que éramos amigos, muy buenos
amigos, y todo se fue al traste de repente y sin explicación alguna, como
cuando hay una reacción química al mezclar dos ingredientes que son
sensibles el uno al otro y no sabes el motivo, pero sucede sin más, así fue.
Reduzco la distancia que nos separa y un leve gemido escapa de sus
labios y lo inunda todo de nuevo. La deseo.
—No hay vuelta atrás, Greta. Lo que pasó, pasó.
Greta gira la cara y mira hacia una pila de cajas vacías de cervezas. Le
ha dolido mi comentario, quizá esperaba algo más.
—Vete, Sebas —me pide—. Vete o me iré yo —finaliza.
—¿Por qué? —le pregunto al fin.
Puede que quiera, no, que necesite saber por qué sucedió todo como
sucedió o que simplemente espere una respuesta a su petición de
abandonar este almacén, a volver a ser el Sebas de siempre, el chico
comedido, y ella, Greta, la hermana de mi mejor amigo, la loca descarada
que no le teme a nada, que nunca le tuvo miedo a nada.
—¿Por qué, qué? —inquiere con voz trémula.
No es inmune a mi presencia.
—¿Por qué quieres que me vaya? —Doy un paso más hacia ella. Y ella
retrocede otro paso.
—Porque no tenemos nada de qué hablar, todo está dicho entre nosotros
—admite mirándome desafiante, ha vuelto, la Greta guerrera que tanto me
gusta ha vuelto.
—No quieres que me vaya. —Lo suelto así, sin pensar, a bocajarro, solo
sintiendo, porque su olor me lo da a entender, su mirada, sus manos
temblorosas, su pose asustadiza, sus ganas de comerme, las mismas que
tengo yo ahora mismo. Doy otro paso, y ella retrocede otro, tal y como era
de esperar.
—Sabrás tú lo que yo quiero o no quiero —me dice desafiante.
Doy otro paso, y ella hace lo propio, pero choca contra la pared y sabe,
es consciente, de que el juego ha acabado y que no tiene escapatoria. Yo
tampoco la tengo. Me acerco más, mucho más, agacho la cabeza y paseo
mi nariz por su mejilla, por el nacimiento de su pelo y ¡joder! Huele
condenadamente bien.
—Puede que no sepa lo que quieres, Greta, porque siempre has sido una
incógnita para mí, pero sí sé lo que yo quiero.
Estrello mis labios contra los suyos y esa electricidad de la que os he
hablado antes lo abarca todo, se multiplica por mil y lo ocupa todo, invade
el espacio al completo y se hace con el control de nuestros cuerpos, la
reacción química de esos dos elementos se reactiva y sencillamente
explota. Explotamos.
Greta enreda sus dedos en mi nuca y me aprieta contra su cuerpo de
forma involuntaria.
El puto paraíso. El puto nirvana. El puto cielo en la tierra. Eso es besar a
Greta y eso es justamente lo que deseaba hacer, lo que llevo años
queriendo hacer.
Las respiraciones aceleradas se entremezclan.
El calor de nuestros cuerpos choca.
Las sensaciones se incrementan.
El deseo se hace palpable y presiono mi sexo contra el suyo.
Gime. Fuerte. Intenso. Ardo. Arde y ahora mismo nada me importa más
que dejar que todo lo que nos rodea, y nosotros mismos, ardamos.
CAPÍTULO 14
¿QUÉ COÑO HA SIDO ESO?

Me está besando. Sebas me está besando y de una forma tan carnal


como jamás pensé que pudiese darse. Primitivo y obsceno.
Mis dedos recorren su pelo y muero de ganas por descender y continuar
mi avance.
Es Sebas. El mismo Sebas al que deseo, al que deseaba con todo mi ser
hasta hace unos años. El mismo chico que me rompió el corazón cuando
aún no sabía lo que eso significaba. El mejor amigo de mi hermano. El
chico que supuestamente está prometido con Cayetana. Cayetana.
Me separo de sus labios al recordar su nombre, al traer al presente todo
ese dolor y escozor que sigue ahí, latente, a pesar del paso del tiempo, y
eso me demuestra que, por mucho que intente pasar página, hay llamas
que cuesta que se apaguen con un simple soplido.
Nuestras miradas están puestas en la del otro. Sus ojos azules brillan de
deseo y sé que en ellos podría ver el reflejo exacto de los míos, con la
misma necesidad que percibo en los suyos. Giro la cabeza con la firme
intención de romper el embrujo y expulso todo el aire contenido
intentando aliviar eso que no sé definir y que aprieta mi estómago ahora
mismo.
—Mierda —mascullo por lo bajo. Le hago a un lado y salgo del
almacén cerrando la puerta con fuerza tras de mí. ¿A qué había venido yo?
Entro en el baño de las chicas y me encierro en él. Ya no hay nadie, por
suerte para mí—. ¡Mierda! —vocifero con más fuerza. Ha sido el puto
mejor beso que me han dado jamás. Ha sido caliente y apasionado, pero, a
su vez, tierno. Descarado y cuidadoso, excitante y morboso. Y todo eso ha
sido con él. Me siento en el váter y me avergüenza reconocer que mis
braguitas están empapadas—. ¡Mierda! —insisto—. ¿Qué coño ha sido
eso?
Mojo mi cara, recojo mi pelo en una coleta y hago lo mismo con mi
nuca también. Arde. Ardo al completo.
Sujeto el pomo del baño con fuerza y me decido a salir, no me puedo
esconder en el baño de un local, por varios motivos, pero el principal es
que yo nunca me he escondido de nada ni de nadie, hasta ahora, que me he
refugiado en un baño como una prófuga de la justicia.
Abro la puerta y miro en dirección al almacén, se me eriza el vello y
doy pasos largos y rápidos para abandonar el pequeño pasillo porque temo
que, si Sebas vuelve a sujetarme y encerrarme en el almacén, no seré
capaz de contener las ansias que tengo por repetir todo lo que ha sucedido
ahí dentro.
Los veo sentados en la mesa y lo maldigo internamente porque está
guapo, condenadamente guapo, y sin rastro de que eso que ha ocurrido en
ese pequeño espacio haya hecho estragos en él. Paso por su lado y la
escucho.
—¿Dónde estabas? Fui al baño y al volver no te vi.
Reduzco mis zancadas para escuchar su respuesta. Me mira, sé que me
mira porque mi cuerpo va por libre y sigue reaccionando, a pesar de que
no sea lo que quiero.
—Al servicio. Nada que merezca mención.
Giro la cabeza y nuestras miradas se entremezclan de nuevo. Cabrón,
¿nada que merezca mención? Prosigo mi camino. Me siento en mi butaca
como un huracán y tengo un enfado de mil pares de cojones, ¿quién coño
se cree él que es?
—¿Greta? —Elsa me mira y sabe que algo me sucede porque la cara me
arde de la mala hostia que tengo ahora mismo.
—Lola, ¿te apetece que nos veamos el sábado para ir a ver vestidos de
novia?
Lola me mira con cara de espanto.
—¿De novia? Yo ya me casé una vez… —musita.
—Ya, que los probemos no quiere decir que los compremos, es cuestión
de ver cómo te sientes con un nuevo vestido, uno que simbolice que ahora
estás con la persona que quieres y deseas estar, algo así como sentirte en
paz contigo misma. Nosotras nos vamos a apuntar, total, yo no he estado
casada, pero me quiero probar vestidos caros, muy caros y no comprarme
ninguno —finalizo con solemnidad.
—Yo voy —se apunta Noa.
—Y yo —corrobora Elsa—. Pero temprano que por la noche tengo plan
—nos suelta mientras nos enseña la lengua.
—Pues eso, chicas, que tenemos plan para el sábado.
—¿Nos vemos en mi casa? —pregunta Lola.
—¡No! —grito. Varias miradas se posan en mí; es que, entendedme, si
voy a su casa corro el riesgo de cruzarme con él y no quiero fomentar el
asesinato postcachondismo tras un beso, y joder qué puto beso, pero que
no quiero, paso, cuanto más lejos lo tenga mejor—. En mi casa, ¿vale?
—En tu casa no cabemos cuatro personas; como no te mudes, vamos
listas.
—En la de Noa —añado precipitada.
—Es algo más grande que la de ella —explica porque le dije que somos
vecinas y Lola duda.
—Vale, pues ya me pasas la dirección por wasap —le dice Lola.
—Me despido, chicas, tengo…, tengo sueño —me excuso.
—¿Tú no te ibas con Borja? —cuestiona Elsa alzando una ceja.
La perra es una mala víbora que sabe que algo sucede, aunque un poco
de culpa tengo porque yo soy un ave nocturna que no suele acostarse nunca
antes de las doce y decir que tengo sueño a las nueve de la noche es pecar
por la boca.
—Me voy, me voy —matizo.
A ver si los besos de Sebas tienen el poder de quitarme toda la agudeza
mental de la que poseo porque ahora mismo cargo con una gilipollez
monumental que no me aguanto ni yo.
—Pues vale —se despide Elsa riendo. ¿He mencionado que es una perra
infernal?
Noa y Lola están hablando, y Elsa me hace señales en dirección a la
mesa, ¡la mesa! Pero, vamos, que me niego a mirar porque no quiero
sentirme peor de lo que ya me siento.
Niego un par de veces. Les doy un beso a cada una y me encamino a la
salida. Sola.
—¡Greta! —Escucho tras de mí. Mis sentidos se ponen en alerta e
imagino a Sebas corriendo hasta mi altura, para besarme y follarme contra
la primera pared que haya por fuera del local. Exhibicionismo, pero, no
pasa nada, me pone igual—. Greta —insiste la voz.
Me doy la vuelta con el temblor de piernas haciendo acto de presencia y
veo a Borja acercándose a grandes zancadas.
—Borja —murmuro.
En el ángulo en el que me encuentro veo a Sebas tras él, mirándome
mosqueado, y eso me hace sentir un poco mejor, la verdad, porque si él
está enfadado yo lo estoy tres veces más.
—¿Te vas a ir sin mí? —Borja empuja la puerta, y salimos a la calle. El
aire fresco me alivia momentáneamente.
—Oye, Borja… —comienzo.
—No me irás a decir…
—Sí —confirmo—. Prefiero irme a casa sola, ¿vale?
—Pero si antes…
—No me siento bien, la verdad. —Y no miento.
—¿Quieres que te acompañe a casa?
—Mejor no —me apresuro a añadir.
—Como amigo. Prometo no meterte mano salvo que cambies de idea —
bromea alzando la mano y jurando y perjurando que se va a portar bien.
—Vale —concedo.
Caminamos juntos hasta mi piso, y Borja se comporta durante todo el
trayecto. Es un buen chico y me trata bien, siempre lo ha hecho. Me hace
reír y me olvido de todo lo sucedido antes, me olvido momentáneamente
porque, cuando la puerta de mi casa se cierra, en lo único que pienso es en
que esta noche me han dado el mejor beso de mi vida y lo peor de todo es
que yo he respondido a él.
CAPÍTULO 15
PORQUE RECONOCERLO ES EL PRIMER PASO

Soy una firme defensora del lema: «Si mantienes la mente ocupada, no
piensas en eso que te carcome por dentro». ¿Acaso no os ha pasado? Estar
ahí, dándole vueltas y vueltas a un tema que no tiene salida o que, por lo
menos, no le pillas la solución en ese momento, por más que lo marees
dedicarte a hacer limpieza en el armario, la cocina, la zapatera o todo
junto. Pues así estoy yo ahora mismo. Sin pensar en otra cosa que no sea
sacar adelante mi nuevo —y espero que rentable— negocio.
He enviado algo así como trescientos correos. Exagero. No tantos. He
contactado con varias diseñadoras para el tema del logo y la tarjeta de
presentación, lo de los papelitos amarillos está bien, pero no es una carta
de presentación de lo más adecuada.
Por otra parte, también he contactado con varios cáterin, casas rurales,
hoteles, estríperes y con un distribuidor de succionadores, porque sigo erre
que erre con el tema de regalar uno a cada clienta que contrate mi servicio,
aún estoy estudiando la posibilidad de ponerlo en mi carta de presentación
porque eso puede que llame la atención de mi público.
De todas maneras, creo que el tema del boca a boca es lo que hará que
mi negocio despegue y pienso ponerme las pilas para que eso suceda y que
sea lo antes posible.
Doy un brinco en la silla cuando el portero de mi piso suena. Noa no
puede ser porque ella tiene llave. Pienso en que pueda ser Sebas que haya
dejado a Cayetana plantada y venga a buscarme y culminar lo que
empezamos en el pequeño almacén.
Miro por el hueco del estor de la ventana del salón, pero no atisbo a ver
nada. Vuelve a sonar el portero y, en breve, la vecina de abajo comenzará a
dar golpes con el palo de la fregona porque son horas intempestivas como
para que deje que el sonido atronador del portero retumbe en casa sin más.
Suspiro frente al telefonillo y que sea lo que tenga que ser.
—¿Sí? —pregunto temerosa.
—El repartidor de pizza. —La voz de Elsa retumba al otro lado y me da
una pista de que, tras irme, ella bebió algo más que un daiquiri.
—Anda, sube, bruja.
Presiono el botón y me doy un pequeño golpe —que duele más de lo que
pensaba— en la frente al pensar que pudiese ser él quien tocase el portero
de mi casa. Definitivamente, soy gilipollas.
—Una gilipollas de campeonato, Greta —me reprendo.
Abro la puerta y escucho a la vecina de abajo abrir a la par.
—Estas no son horas de recibir visitas, espero que seas más silenciosa
que la última vez.
—Perdón —musito—, no es mi intención armar escándalo.
—Se lo diré al casero si lo haces, me niego a seguir aguantando vuestras
fiestitas —refunfuña.
—Métase en su casa —grita Elsa al llegar a mi piso y escuchar las
últimas palabras de la vecina de abajo.
—Shhhss —la chisto. Agarro a Elsa por las solapas de su chaqueta y la
meto en casa con rapidez—. Me van a echar de casa por tu culpa y no creo
que tengas a bien recibirme en la tuya.
—Tengo una cama libre, puedes usarla siempre y cuando no me estén
dando mandanga. —Se carcajea tapándose la boca.
—No entiendo cómo puedes ser concejala con esa boquita que te gastas,
te lo prometo.
—El secreto está en contenerse durante el día y soltarlo todo cuando
estoy con vosotras —confiesa. Y ahora la que se parte de risa soy yo
porque tiene razón—. Dicho esto, suelta por esa boquita, porque has salido
pitando del bar y eso no es normal en ti.
Mi amiga deja el bolso encima del sofá, saca el teléfono y comienza a
teclear con todos los dedos, ¡con todos!
—¿Cómo haces eso? —pregunto acojonada al ver la rapidez y la
destreza. Me miro los dedos y los muevo, pero ni en sueños lo hago tan
rápido como ella.
Mi teléfono pita y lo cojo entre las manos. Miro la pantalla inicial.
Wasap de Elsa. Alzo la vista. Sonríe victoriosa.
—¿Has escrito en el grupo estando yo delante?
—Yes —afirma en inglis pitinglis.
—¿Otra vez con el «yes»? —bufo—. ¿Qué has escrito? Miedo me das.
—He puesto que hace una noche preciosa para comprarme algo caro y
lujoso.
—¿En serio?
—Yes —insiste.
Pongo la huella en el hueco y desbloqueo el teléfono. Entro en el grupo.
Flipo en colores.
Elsa:
Noa, me debes cincuenta pavos porque nuestra amiga está en casa y no
hay rastro de Borjita por ningún lado, tiene el pelo bien y las bragas siguen
puestas, no ha follado.

—¿Esto es en serio?
—Yes —insiste—. Por eso lo de mi regalo caro y lujoso. Quería apostar
más dinero porque te conozco como si te hubiese parido, pero Noa dice
que está floja de pasta y que ese era su límite.
—Me conoces como si me hubieses parido porque eres más vieja que yo
—la acuso para joderla, por los cincuenta pavos a mi costa y porque tenga
razón y me conozca bien. Cosa de llevar tantos años juntas, es lo que hay.
—Uy, lo que ha dicho la muy…
Me incorporo y la abrazo. La abrazo con fuerza porque Elsa puede ser
de todo, de todo lo peor: malhablada, directa, sincera, dicharachera y
pesada como un cochino bajo el brazo, pero es la persona que mejor me
conoce y la que más me comprende, también la que se apuntaría a un
bombardeo si yo se lo pidiese, y eso, eso para mí vale más que nada en
este mundo.
—Ay, mi chica deslenguada, ¿qué te pasa? —me pregunta mientras deja
que la abrace sin mediar palabra y me acaricia la cabeza para darme un
consuelo que no le he dicho que necesite, pero que sabe que me hace falta.
—Creo que la he cagado, pero bien cagada —confieso aún en sus
brazos.
—¿Necesitamos alcohol?
—En cantidades ingentes. —Me separo de su abrazo para que Elsa se
haga con el control de todo y traiga un par de copas de lo que sea que haya
por ahí—. ¿Llamamos a Noa?
—Creo que está con Lola en el bar, se han quedado juntas charlando…
—¿Y…?
—Él se ha ido al poco de marcharte tú. —¿Entendéis por qué digo que
me conoce bien?
—¿Cómo sabías que te iba a preguntar por él?
—Porque te conozco mejor que tú misma —añade condescendiente.
—Me ha besado —suelto a bocajarro.
Esperaba que Elsa me mirase, que me escrutase con la mirada, que
intentase descifrar lo que ese beso produjo en mí, en mi cuerpo y en mi
cabeza. Esperaba algún reproche y hasta un «lo sabía» o «te he dicho en
miles de ocasiones que, donde hubo fuego, cenizas quedan». Y nada de eso
sucede, absolutamente nada. Mi amiga sigue tomándose su tiempo
mientras coloca los posavasos en la mesa, las copas encima, la botella de
vino blanco afrutado con el helador ese que lo rodea y que garantizará que
se mantenga fría hasta la última gota y, tras servirnos, toma asiento y dudo
de que esa alegría, que antes interpreté por el telefonillo como un pedo,
fuese real y no una invención de mi cabeza.
—¿Y? —me pregunta finalmente.
—Y ¿qué? —Joder, es que me descoloca.
—Sabes que esconder bajo la alfombra la mierda se te ha dado de vicio
durante años, ¿cuándo piensas reconocer lo evidente?
Miro hacia la ventana, evitando, en esta ocasión de verdad, el escrutinio
de su mirada y me tomo un tiempo antes de responder. Cojo la copa y
vuelvo a mirar hacia el estor porque la calle no se ve, pero no necesito
ningún paisaje para calmarme, solo necesito digerir su pregunta y sus
palabras.
—Sabes que ahora mismo te odio, ¿verdad? —finalizo clavando la vista
en ella.
—No pasa nada, Greta, donde tú dices que me odias, yo solo veo amor.
Me lanzo de nuevo a sus brazos y vuelvo al pasado una vez más, cuando
era ella la que me consolaba al dejar partir a Sebas y mis sentimientos
hacia él en el mismo viaje.
CAPÍTULO 16
UN MARINERO, UN COCINERO Y UN MAROMO MORCILLÓN

Hemos corrido un tupido velo en el asunto en cuestión. Elsa no ha


pronunciado palabra tras contarle lo sucedido. Ni siquiera se ha atrevido a
burlarse de mí y eso ya es muy raro en ella, creo que empieza a empatizar
con el ser humano tirando abajo mi hipótesis de que es un robot del futuro.
Noa no sabe nada y me siento algo mal por no contárselo, pero la verdad
es que lo que menos me apetece es rememorar el momento almacén y que
el calor invada mi cuerpo y la vergüenza me persiga por los siglos de los
siglos porque, no es con cualquier tipo, es con Sebas, sí, sí, ese Sebas.
—Ayer recibí la visita del casero —les cuento mientras vamos las
cuatro de camino a Madrid centro. Tenemos cita en varias tiendas de novia
para probarnos vestidos.
—¿Por la vecina de abajo? ¿Soledad? —me pregunta Noa, que sabe las
movidas que tengo con ella.
—Me tiene manía, en serio, y eso no es bueno para mi negocio.
—Deberías buscar un local en el pueblo —interviene Lola.
—Ya, pero soy pobre, ¿vale? Eres mi primera clienta.
—¿Has hecho publicidad? —añade Noa.
—No, ni siquiera tengo las tarjetas. Ya tenemos el diseño, pero me falta
la imprenta. He estado estos días trabajando en ese asunto.
—¿Y las redes sociales? Ya sabes que es el futuro y tienen un alcance
mucho mayor del que tú puedas conseguir entregando panfletos o tarjetas
—insiste Noa.
—Buena idea. ¿Por qué no pusimos eso en un pósit amarillo en mi
pared?
—Porque lo dejamos y nos pusimos a beber y a criticar, ¿recuerdas? —
me rebate Elsa.
—Tienes razón —admito.
—Lo normal —añade Noa mirando por la ventanilla.
Conduce Elsa, obvio, porque yo no me atrevo a meterme en Madrid con
el coche, y Noa ni siquiera tiene coche, utiliza una bicicleta para ir a
trabajar, y la vecina —jodida vecina— no se mete con ella por aparcarla
en el rellano, pero sí conmigo por celebrar alguna que otra fiestita en mi
piso.
—Esa mujer no sabe lo que es hacer una fiesta —insisto con el tema de
la vecina—. Yo creo que el tema es que le gusta Noa y ya está. ¡Cómo la
tienes engañada! —la acuso mirando hacia los asientos de atrás.
Noa ni siquiera me mira, sigue con la vista fija en la ventana, y Lola
exactamente igual.
Miro a Elsa que intercambia una mirada conmigo, alza los hombros y
observa los asientos de atrás por el retrovisor.
Llegamos a Madrid a la hora prevista y el barullo nos recibe.
—Ya echo de menos Chinchón —murmura Lola.
—Pero lo vamos a pasar bien —la animo.
Buscamos la calle en cuestión, tras dar mil vueltas para aparcar y,
finalmente, dejar el coche en un parking que tendremos que pagar entre
todas luego. Esto lo pienso declarar como gasto de autónoma.
Elsa y yo vamos delante, con el teléfono en la mano, y Noa y Lola
detrás en completo silencio.
—Algo pasa —murmuro acercándome a mi amiga, la concejala de las
pollas.
—Estoy de acuerdo.
—Pensaba que ibas a decirme «yes» —le suelto con mis dedos imitando
unas comillas.
—Esta vez no.
Abro la puerta del local, y le cedo el paso a mis amigas y a mi clienta.
Nos recibe una chica con un moño alto, perfecto, y el mejor maquillaje
que he tenido el placer de ver. Parece un puñetero maniquí, y todas
nosotras en vaqueros y zapatillas.
—Elsa, tenías que haber venido en modo concejala, por lo menos que
parezca que una viene a comprar y no cuatro de gorra.
—Los fines de semana me niego a ponerme tacón, salvo que sea
estrictamente necesario. Esta noche me pondré, obvio, porque tengo una
cita.
—¿Con quién?
—Una cita en casa —especifica.
—¿Con quién? —repito.
—Con el mismo —suelta Noa colocándose a nuestra altura.
—¿Con el maromo morcillón? —Elsa asiente—. ¿Es coña?
—No, ¿por qué? —cuestiona Elsa—. Me compré unos tacones de esos
negros con la suela roja y quiero que me folle con ellos puestos.
—Eres una guarrilla —la acuso.
—Eso ya lo sabíamos todas —matiza Noa.
Tomamos asiento en uno de esos sillones preciosos de piel que parecen
estar hechos para acampar en ellos y no querer irte nunca jamás.
—Yo no, es más, yo pensaba que eras una chica seria —especifica Lola.
—Firmó el contrato, ¿verdad?
—Sí, estabas delante —le reprocho.
—No me acordaba —resuelve alzando los hombros—. Los daiquiris —
aclara—. Lola, Lolita, Lola, soy seria cuando tengo que serlo y guarrilla
cuando me apetece serlo —finaliza.
—Pues me parece bien —añade Lola.
—Me cae bien esta chica. —La señala Elsa, mientras se acerca y la
abraza.
Noa sonríe, y yo hago lo propio.
—Tenemos que hablar —le suelto a Noa porque me siento mal
ocultándole lo que pasó el martes.
—¿Pasa algo?
—Luego, vale, pero en tu casa, porque el casero me tiene amenazada, y
no quiero volver con mi madre.
Noa asiente. Guardamos silencio todas cuando vemos a la chica modelo
acercarse.
—¿Quién es la futura novia? —La voz de pito me pone los pelos de
punta. Alguna tara tenía que tener, eso es así.
—Novia, novia. —Carraspea Elsa. Le largo una patada para que se calle,
que me jode el plan.
—Yo. —Se levanta Lola.
—Y yo. —Se apunta Noa.
—¿Dos novias? ¡Qué bien! —Los ojos le hacen chiribitas al pensar en la
comisión que se va a llevar si logra vender algo. ¿La ilusa no ve que
somos pobres? Si lo llevamos escrito en la frente…—. ¿Con quién os
casáis? —Ahora sí que se va a montar la fiesta de las mentiras.
Jamás en la vida pensé que Lola fuese capaz de mentir tan bien y con
tanto arte, si es que la tía lo borda. Se monta una película sobre un
marinero portentoso de cuerpo escultural con el que, definitivamente, me
quiero casar yo también. Y Noa, pues Noa lo hace a su manera; cocinero,
trabajador, dulce y cariñoso. Este se lo dejo, que yo, visto lo visto y
teniendo en cuenta la calentura que arrastro gracias al señor alcalde,
prefiero un buen empotre y ya luego, si eso, que me alegre el oído.
¿A quién quiero engañar? Sebas, el Sebas que conozco, es tierno y
atento, no puedo hablar de mucho más porque no hubo tiempo de nada. La
edad no jugaba a nuestro favor y la inexperiencia estaba presente en cada
mirada furtiva y cada suspiro contenido. Aunque ese beso, ¡ese beso!, da a
entender demasiadas cosas y las expectativas están tocando el cielo. La
chica en cuestión se lleva a Lola y a Noa, y Elsa y yo seguimos en ese
sillón del que quiero cinco, por favor, también como gasto de empresa…
—Entonces… —comienzo—, ¿sigues follando con el maromo
morcillón?
—Es sexo, puro sexo. Fuegos artificiales, cosquillas en la entrepierna,
humedad y morbo…
—Lo pillo —la corto—. Piensa en lo que traigo encima, Elsa, por favor.
—Elsa asiente y se cierra la boquita con un candado y tira la llave—. Pero
¿con el mismo?
—Me da lo que necesito —contrataca.
—Elsa, no es por fastidiar, pero tú nunca, jamás, sueles repetir.
CAPÍTULO 17
¡NOS CASAMOS!

Me siento como si estuviese en alguna de esas pasarelas: Cibeles,


París, Milán, Nueva York, o, mejor aún, como en los programas esos que
dan en la televisión: Cámbiame o ¡Sí, quiero ese vestido! Solo me faltaría
el cartelito con la puntuación y una copa de champán del caro para coronar
la tarde y colgarme el galardón como una de las mejores críticas de moda.
—Me gusta este, me sienta como un guante, es precioso y no pesa nada.
—¿Dónde vas a celebrar la boda? —pregunta la asesora de vestidos de
novia a Lola, que no deja de dar vueltas y vueltas con el vestido puesto.
—En Chinchón, ¿verdad? —cuestiona mirándome fijamente.
—La celebraremos donde quieras celebrarla —le indico sonriendo
ampliamente—. Soy su organizadora —especifico ante la mirada de la
chica.
—Yo quiero un hotel rural —suelta mientras aplaude.
—¿Crees que te pueden caber todos los invitados en un hotel rural? —
continúa la chica, yo creo que comienza a no fiarse un pelo de nosotras.
—Hombre, todo dependerá del hotel rural —la defiendo—. Me parece
buena idea, Lola. Luego nos sentamos a revisar posibles hoteles rurales
que se acerquen a lo que quieres.
—Y la lista de invitados —matiza.
—¿No tienes eso listo? —La chica está al borde del colapso.
—No, ¿por qué? —pregunta Lola.
—Le van los riesgos —la defiendo.
Elsa se parte de risa, pero disimula muy bien girando la cara. Eso se da
en primero de primaria.
—Chicas —murmura Noa saliendo del cambiador con otra chica, una
que no habíamos visto antes.
—La hostia puta —suelta Elsa al verla vestida de rosa.
Noa no es lo que se dice una tía rara, para nada, eso puede serlo Elsa,
pero Noa te digo ya que no. Como os he dicho en miles de ocasiones es la
más sensata de las tres, la que suele meditar las cosas y hacer una lista de
pros y contras cuando tiene que tomar una decisión, sea la que sea, y nunca
jamás da un paso sin meditar qué sucederá si da ese maldito paso. No le
van los riesgos y, por suerte para nosotras, digamos que es la que nos pone
los puntos sobre las íes cuando se nos va la pinza que, como podéis
comprobar, es casi siempre. Si tuviese que imaginar a Noa vestida de
novia sería acorde con su forma de ser, no sé, el típico vestido de princesa
blanco con encaje y alguna piedra de esas brillantes. Un vestido que
acentúe su figura y que la haga parecer más santa de lo que es porque, otra
cosa Noa no, pero santa, un rato; creo que lo más loco que ha hecho ha
sido tomarse alguna copita de más, si es que a eso se le puede calificar
como locura.
—Creo que has elegido un vestido que no le gusta —le suelto a la
dependienta sin meditar, sin apartar la vista de Noa.
—Lo ha elegido ella —me suelta entre burlas; desprecio, por insultar su
capacidad de elección, y por darme una lección de humildad un poco
también. Bocazas, eso es lo que soy, una puñetera bocazas.
—¿Noa? —cuestiono.
—Lo vi expuesto y no pude resistirme a probármelo —nos confiesa.
Lola se acerca hasta donde está Noa y la abraza con cariño. Las dos se
abrazan con ternura, supongo que estar vestidas de novia las hace
mimetizarse con el ambiente o que se han hecho buenas amigas en poco
tiempo, eso también puede ser.
—Elsa, cierra la boca.
—¿Has visto qué guapa está Noa? Quiero que se case con ese vestido de
novia.
Me coloco de frente a Elsa, que mira la escena boquiabierta porque aún
no le ha dado por cerrar la boca, los paquetes de Amazon se los pueden
dejar dentro, os lo digo.
Carraspeo para llamar su atención, pero ella sigue contemplando la
escena patidifusa.
—Elsa, nena, tú sabes que Noa no se va a casar, ¿verdad? Tampoco
Lola.
—Yo también quiero probarme un vestido de novia, uno chulo, algo
diferente, que me marque las tetazas que tengo porque son mías, ¿vale?
Naturales al cien por cien, producto nacional; como las naranjas de
Valencia o los plátanos de Canarias.
—Elsa —gimoteo cuando la veo levantarse y correr hasta donde están
las chicas.
—Creo que han bebido algo de camino, yo no estaba presente, pero
tiene que ser eso.
—¿También se va a casar? —inquiere una de las dependientas con cara
de asombro porque no entiende nada de nada, eran dos y ahora son tres, se
multiplican como los panes de Jesucristo.
Niego con la cabeza y rehúso su mirada porque me da un miedo que
flipas.
—¿Empezamos? —inquiere Elsa—. Joder, Noa, estás tan guapa que te
lo comía todo.
Noa, cómo no, se pone algo colorada, y yo sonrío porque ellas son así,
todas somos raras, tenemos miles de taras, nos volvemos locas y erramos
en muchas cosas, pero somos mejores desde que estamos juntas, desde que
nos conocemos y nos apoyamos en todo.
Me acerco hasta donde se encuentra mi amiga con su vestido de color
rosa y me coloco frente a ella.
—Es tan bonito —murmura.
Asiento y pienso que lo he hecho mal, que he prejuzgado a mi amiga y
he pensado que ella elegiría otro vestido por una impresión que no es la
correcta y que soy una bocazas, pero eso lo he dicho ya. Me siento fatal
con ella por todo.
—Es bonito porque tú lo haces más bonito, sin ti dentro solo sería un
trozo de tela. —Noa me mira con infinita ternura llenando sus ojos y sabe
que, pase lo que pase; se case, se divorcie o se quede soltera, siempre será
mi amiga—. Cómpralo —la animo.
Su cara de asombro me produce diversión.
—Greta… —murmura.
—Puedes ponértelo todos los sábados por la noche cuando vengas a mi
casa. O cuando yo vaya a la tuya, porque lo de las reuniones en mi piso
casi que mejor dejarlo por una temporada o me veré obligada a vivir bajo
un puente gracias a la vecina chismosa de abajo. Dicho esto, insisto,
cómpralo.
Noa me coge de las manos y me lleva a una esquina para hablar
conmigo. Pasea sus dedos por la tela, por el escote en forma de corazón
con bordado, por las mangas de encaje, por la falda tan bonita y elegante.
—Yo… ni siquiera tengo pareja, Greta, es una locura.
—¿Y ser organizadora de divorcios no es una locura? ¿Conoces a
alguien que tenga mi trabajo? ¿Que quiera empezar un negocio como el
mío? ¿Que haya ido a buscar a su primera clienta a la casa y sea encima la
hermana de Sebas? —Noa tuerce el gesto y sonríe.
—Ya; pero, Greta, tú eres así, y yo…
—Y tú eres una de mis mejores amigas, la chica más sensata que
conozco, la que tiene el corazón más grande, la que cree en el amor,
aunque no esté enamorada. ¿Quién te dice que no puedes encontrar a ese
chico que te complete una noche cualquiera en tu trabajo? ¿O en un local?
¿O ahora al salir a la calle?
Noa suspira y se muerde el labio.
—Esto es una locura —me dice.
—El mundo es más bonito cuando está lleno de locos de atar. ¡Niña! —
grito a todo pulmón!—. ¡Que yo también me caso! —finalizo.
Me quito la chaqueta y la dejo sobre el asiento acercándome hasta la
primera dependienta que nos atendió al llegar.
—¿Es una broma? —me suelta con desgana.
Creo que empieza a ver que todas nos vamos a vestir de novia, que se va
a pegar el curro de vestirnos como tal y que su caja va a seguir a cero
cuando nos vayamos y ¡qué quieres que te diga! Tiene pinta de que ni
puñetera gracia le hace y la entiendo, pero lo mío es peor, porque yo soy
autónoma, y ella no. Lo del autónomo me ha dejado tocada, por si no os
habéis percatado de ello en anteriores menciones.
El resultado es muy simple y esclarecedor.
Lola se compra su vestido blanco, que, la verdad, tiene razón y le sienta
como un guante a su cuerpazo serrano.
Noa es la última en quitarse el vestido rosa porque se siente tan bien con
él que lo compra haciéndome, por una vez, caso en algo.
Elsa se prueba un vestido color azul, no un azul celeste, no, nada de eso,
un azul intenso y precioso, que no parece para nada un vestido de novia,
pero que le hace unas tetazas —y la cito a ella, ojo al dato— que hasta yo
le querría comer todo.
Y yo…, pues os hacéis una idea, ¿verdad? Tampoco podía ser un vestido
cualquiera porque no sería yo. Me he probado un vestido amarillo, corto,
nada de largo hasta el suelo, no, un vestido diferente y pienso ir a comer a
casa de mi madre con él puesto en cuanto me lo den.
Por varios motivos, pero el primero es que tengo que amortizar los mil
quinientos pavos que me acabo de dejar.
Gasto de empresa. ¡Vivan los autónomos!
CAPÍTULO 18
¡LO TENGO!

Salimos todas con una gran sonrisa en la cara y, por un momento,


parece una escena típica de Sex in the City. Caminando las cuatro por la
Gran Vía madrileña, con una sonrisa en la cara sin importar habernos
dejado en esa tienda parte de nuestros ahorros, con muchas ganas de
regresar para probarnos los vestidos con los que nos vamos a no-casar.
Riendo a carcajadas por la cantidad de tonterías que soltamos por la boca,
sin pensar en otra cosa que no sea lo bien que lo hemos pasado, lo locas
que hemos vuelto a las chicas de la tienda y lo que nos ha unido una
bobada como esta.
—¡Chicas! —grita Elsa plantándose frente a nosotras y captando
nuestra atención. Adiós escena neoyorquina. Hola, escena madrileña—.
Tenemos que entrar ahí ahora mismo.
Elsa señala con el dedo índice hacia la derecha, su derecha, nuestra
izquierda, y yo no miro porque lo de los trajes de novia me ha hecho
mucha gracia y, en cierto modo, me ha puesto en el lugar de Noa, pero me
he dejado pasta, mucha pasta, y si Elsa grita de esa manera, con ese ímpetu
y esa fiereza, lo único que puedo pensar es que me va a salir caro, y caro,
ahora mismo, es un adjetivo que me pone los pelos como escarpias.
Veo que Noa y Lola no gritan con ganas, así que imagino que el plan en
cuestión solo le gusta a Elsa, así que me decido por mirar.
Vale.
Lo imaginaba.
Caro es y vergonzoso un poco también.
Para Lola y para Noa, que a mí me gusta esa tienda más que a un tonto
una tiza.
—Creo que ahí no venden fruta precisamente.
—Aplatanado —lee en voz alta Lola.
Miramos todas a Elsa, y ella aplaude, ¡aplaude! Como si no se hubiese
dejado casi dos mil euracos en la tienda hace nada.
—Ella es concejala de las pollas, tiene pasta por un tubo, el resto somos
pobres y solo pensamos en que los próximos seis meses, un año, en mi
caso, solo podremos comer arroz y pasta y eso se nos irá directos al culo y
se nos pondrá del tamaño de un aeródromo.
—Greta, cielo, son consoladores lo que venden ahí dentro, chica, no son
helicópteros.
—Arroz y pasta —murmuro en dirección a Noa y Lola que se
descojonan de mí, obvio.
Elsa nos agarra de la mano, y Noa agarra a Lola por si se quiere escapar
de esta, que nadie la acusaría si lo hiciera; es más, creo que se llevaría el
galardón a la más espabilada de todas.
—Elsa, a mí me encanta la tienda, pero imagina una cosa: soy pobre,
¿vale? Me acabo de comprar un vestido de novia que no voy a usar nunca
porque no me voy a casar jamás.
—Ya —me interrumpe—, normal que no te cases si eres una quejica —
me acusa.
—Ay, lo que ha dicho la concejala de las pollas y sin pensar.
—Calla. Solo te pido que entres y mires, no tienes por qué comprar
nada, Greta, es cuestión de mirar.
—Imagina otro caso, algo más explícito, imagina que te llevan a una
tienda de bombones y a ti te gusta el chocolate más que nada en el mundo
y estás a dieta porque, si sigues engordando, vas a rodar en vez de caminar
—explico—, pero te llevan a la maldita tienda y comienzas a sentir
angustia, te sudan las manos y el estómago no deja de protestar porque tu
cerebro le dice que huele a chocolate, que el chocolate es fos, caca, aun
así, huele bien y sabe mejor y te ves como una bola cuesta abajo y caes,
cedes, aunque ruedes, porque no hay nada mejor en el mundo que el
chocolate, ¿entiendes? —¿No me digáis que el símil no es bueno?
—Sí —afirma mientras cabecea.
—Pues sustituye el chocolate por las pollas y entiende el motivo por el
que no debo entrar.
—Exagerada —me suelta Noa.
Y lloriqueo y pataleo como si tuviese seis años mientras mis amigas me
meten dentro de la tienda del chocolate y me veo más salida de lo que ya
estoy.
Noa y Lola se dispersan porque entran sin protestar.
—Elsa, por favor, que estoy muy, pero que muy salida.
—Pues tienes dos opciones; o te compras algo en esta tienda y le das
uso, o llamas a Borjita y que te destroce contra una pared.
—Ya sabes que ese era mi plan, hasta que el maldito de Sebas se metió
delante y…
—Y, ¿qué? Dime una cosa, Greta, si Sebas no te importa una mierda,
¿por qué no te pudiste follar a Borja?
La quiero matar. Descuartizar. Estrujar el cuello con mis propias manos.
Cortarla en cachitos y tirarla a una pecera llena de pirañas. Todo eso es
delito, ¿no?
—¡Joder, Elsa!
—Ya, ya sé que tengo razón, y tú también lo sabes, solo tienes que
admitir lo que todas ya sabemos y es que, aunque te empeñes en negarlo,
aunque lo hayas negado los últimos años, a ti te sigue gustando Sebas.
Miro a Noa, que tiene la vista puesta en nosotras y debe de entender que
algo me pasa porque hasta yo misma me noto la cara rara.
—Luego —le suelto. Ella asiente.
—Mira, con esto se te acaban las penas.
Elsa me tiende una polla de un tamaño descomunal. Es tan grande que
me tendrían que dar puntos tras meterme eso.
—Elsa, por favor. —Se la devuelvo.
—¿Qué? Yo tengo una. —Me suelta así, sin más.
No entiendo por qué me sorprendo.
—¿Y no te han dado puntos? —bromeo.
Lola y Noa llegan hasta nosotras, vienen riéndose como adolescentes.
Me gusta verlas así, ver a Lola tan integrada en el grupo y pasándoselo
bien, a pesar de que carga a sus espaldas un divorcio y todo lo que eso
representa. Y no dudé en ningún momento de que Elsa y Noa le abrirían
las puertas como si hubiese estado presente toda la vida.
—Mira, Elsa, te hemos traído esto.
Una cosa que no sé ni qué es aparece ante nuestros ojos. Es una especie
de semicírculo de color violeta.
—Lo tengo. —Yo no sé ni lo que es, y ella lo tiene.
Lola le tiende otra caja, en esta ocasión, pone Lelo en ella y es de color
fucsia.
—Lo tengo —repite como una autómata mientras mira la estantería de
los falos.
Cojo una caja con una especie de bala y un mando a distancia.
—De ese no tengo…
—¡Bien! —Aplaudo por haber ganado.
—De ese no tengo solo uno —finaliza.
—Faltaría más —respondo cuando recobro la compostura.
Elsa coge varias cajas en sus manos y se las lleva a la dependienta que
sonríe cuando las coloca sobre el mostrador.
—Me llevo esto —le suelta mientras nos mira y sonríe.
—Sé de una que se lo va a pasar muy bien esta noche con un maromo
morcillón.
Frunzo los labios por pura envidia.
—¡La odio a muerte! —grito para que me escuche.
—Ya sabes lo que tienes que hacer tú esta noche —me anima mientras
le tiende la tarjeta a la dependienta.
—¿En tu casa o en la mía? —le pregunto a Noa.
—En la mía, Greta, mejor en la mía.
CAPÍTULO 19
A TI TE OCURRE ALGO

Dejamos a Lola en la casa, creo que empezó a bostezar desde que se


subió al coche en Madrid y no paró de hacerlo hasta que cruzó la puerta de
su hogar.
—La chica me cae bien —nos cuenta Elsa una vez arranca el coche.
—Es buena, nada que ver con su hermano —finalizo haciéndome la
digna.
—Ha pasado algo, ¿verdad? —interpela Noa que nos ha visto raras—.
Os he visto cuchicheando y eso solo es síntoma de que hay problemas.
—El único problema es que a tu amiga —dice y me señala con el dedo
por si hubiese duda alguna de a qué amiga se refiere— le gusta Sebas.
—Ahh, bueno, vale, eso no es novedad. —Y lo suelta así, sin anestesia
ni nada.
—¡¿Qué?! —exclamo ofuscada—. No me gusta Sebas. Sebas es odioso
y estúpido.
—Lo de que es estúpido no hay quien te lo niegue, pero, te gusta Sebas,
y lo sabemos todas, lo que pasa es que te empeñas en negar lo evidente y
no hay más ciego que el que no quiere ver, Greta —señala Noa.
Suelto todo el aire en forma de mosqueo monumental porque es muy
fácil hablar de lo que ellas creen; pero, luego, lo que yo pienso o siento es
harina de otro costal y eso solo lo sé yo.
Tras esas palabras, no digo nada más, estoy mosqueada, como una niña
pequeña a la que le arrebatan su juguete preferido y encima la castigan sin
recreo.
—Me quedaría con vosotras, sin embargo, tengo una cita con unos
tacones de suelas rojas y unas cajas que tengo que desembalar y colocar en
una estantería privilegiada.
—Ggrgfgfgrrggrf. —Traducido al castellano: «Te sigo odiando a
muerte, Elsa».
—Buenas noches, Elsa —se despide mucho más cordial Noa, ¡cómo no!
—Mañana te llamo —me dice. Le doy la espalda. Adiós a todo el amor
que le he profesado esta tarde a mi amiga, la concejala.
Entro en el edificio casi de puntillas, por si la vecina de abajo me
escucha y sale a liármela solo por el placer de fastidiarme, y Noa, detrás,
da un portazo, me giro y coloco mis manos a ambos lados de la cintura.
—¡Noa! —la reprendo bajito.
—¿Qué he hecho?
Señalo hacia arriba y comienzo a subir las escaleras. Me pongo de peor
humor cuando escucho la puerta abrirse.
—Esa señora debe de tener un detector o algo porque esto no es normal.
Noa se ríe y se coloca a mi lado.
—Buenas noches —murmuro cuando paso por su lado.
—Para quien las tenga —me responde.
—Buenas noches, señora Soledad, ¿se encuentra usted mejor de su dolor
en la rodilla?
Miro a Noa fijamente y ya sé por qué la señora la quiere tanto, habla
con ella, la conoce, sabe qué cartas jugar y las usa a su favor. Noa es algo
así como la puta ama.
—Buenas noches, Noa, cariño, te he hecho pisto, baja luego a por un
táper —le ofrece.
—Ggrgfgfgrrggrf. —De nuevo.
—Luego bajo, Soledad, o quizá mañana, es que Greta no se siente muy
bien. La han despedido, ya sabe —le explica.
Me paro en seco un par de escalones más arriba y me giro para ver la
cara de Noa dándole explicaciones a la señora Soledad, y a esta
mirándome con recelo.
—Ya he escuchado algo de un nuevo negocio, espero que sea legal
porque esa chica es muy rara, entre las fiestas y los gritos no me fío un
pelo de ella.
—Es buena chica, se lo prometo —matiza mientras le guiña un ojo.
—Supongo… —indica no muy conforme mientras se rasca la barbilla
—. Imagino que, de no ser así, no sería tu amiga, Noa —finaliza.
El resto de escalones los subo de dos en dos y entro en casa dando un
portazo. Al final, estoy mosqueada, mucho, porque parece que están todas
en contra de mí y no es justo.
Elsa con sus pullas sobre Sebas.
Noa intentando defenderme delante de la vecina por una acusación que
no sé cuál es.
Y la susodicha vecina, Soledad, que, no me conoce, pero se atreve a
juzgarme y a mandarme al casero por unas fiestas que son inexistentes, si
supiera ella lo que es una fiesta de verdad…
Estoy en mi habitación cuando escucho que tocan en la puerta. Paso.
Me quito la ropa y lanzo los zapatos en el baño mientras dejo que el
agua corra y se caliente. Puede que con una ducha me sienta mejor.
Entro y con la punta de los dedos mido la temperatura, cuando está
ardiendo —literal— me coloco bajo el chorro y el agua corre sin control.
—¿Greta?
La voz de Noa me llega amortiguada por el agua que corre por mi cara
sin parar.
—Lárgate —le pido.
—No tengo intención de irme, tenemos que hablar.
Sé que tenemos una conversación pendiente porque ella solo ha
escuchado eso que dijo Elsa antes, en el coche, y no sabe todo lo que hay
detrás, lo que ha sucedido; pero, sinceramente, no creo que dadas las
circunstancias me vaya a hacer sentir mejor decirle todo, porque sé que se
va a poner del lado de Elsa y que ahora serán dos contra una.
—Prepara algo de beber, algo fuerte, aguarrás, por favor, que, una vez
me lo tome, me borre la memoria —claudico. Escucho a Noa reír y, tras
eso, cerrar la puerta—. ¡Deberías devolverme las llaves! —le grito desde
el baño.
La vecina de abajo me escucha pues comienza a dar golpes con un palo
para que me calle.
—Bruja —murmuro bajito, para que no me escuche, claro está.
Tras ducharme, lavarme el pelo y gastar toda el agua caliente, me obligo
a salir. Me enfundo mi pijama, el más roñoso que tengo en casa que es el
más cómodo también, y salgo al salón donde Noa está tranquila, dando
pequeños sorbos de su bebida y mirando por la ventana.
—Hace una noche increíble —susurra. Me ha escuchado llegar.
—A ti te ocurre algo. —Definitivamente, es así.
—Y a ti. Empieza.
—No, ni de coña, empieza tú que ya bastante caña me han dado hoy y
necesito poner en orden todas mis ideas —admito con solemnidad.
—Me siento rara.
—¿Por qué? —Me tiro en el sofá y me siento con el culete sobre mi
pierna derecha.
—No lo sé. Es extraño, como que no encajo.
—¿No encajas exactamente con qué?
—O con quién —especifica Noa dándose la vuelta y mirándome. Mi
expresión cambia y la sorpresa se hace eco.
—No te entiendo.
—Vosotras, tú y Elsa sois de una manera completamente distinta a mí,
no sé, y estáis bien siendo así.
—Es que somos así —le explico.
—Exacto, pero yo…, yo soy opuesta a vosotras y…
—¿Y desde cuándo te ha importado eso? ¿Desde cuándo nos ha
importado a nosotras?
—Nunca, no hablo de vosotras, hablo de mí. Salís con chicos, disfrutáis
abiertamente del sexo —abiertamente, dice—, no os importa un pimiento
nada, y yo…
—Y tú eres Noa y no tienes que cambiar por nada ni por nadie.
—Y los chicos…
—¿Qué?
—No encajo con nadie, no sé, no fluye…
—Porque no ha aparecido la persona que te complete, Noa. El amor no
se busca, no se fuerza, el amor aparece y surge, sin más.
Noa permanece en silencio un rato, acurrucada sobre mi pecho, sin decir
nada más, y yo tampoco menciono nada.
—Creo que el amor no está hecho para mí —finaliza temerosa.
—El amor puede darte todo o quitarte todo, aun así, no debes dejar de
creer en él porque es el sentimiento más fuerte que existe, Noa, y estoy
convencida de que ahí fuera hay alguien hecho para ti, solo tienes que
esperar a que se cruce contigo. No sé cómo ni cuándo, pero lo hará, de eso
estoy segura.
—¿Y a ti? ¿Qué te ocurre? —Creo que su pregunta pretende cambiar el
tema y dejar que lo que la carcome por dentro deje de hacerlo durante unos
minutos. U horas, que no sabe todo lo que le voy a soltar.
—Prepárate para no dormir en toda la noche porque es largo de explicar.
Noa asiente, guarda silencio y me deja hablar y hablar sin parar,
contarle todo lo que pienso, lo que sentí y lo que me provocaron sus
labios. Abrirme en canal ante ella, sin tapujos, pero sin decir abiertamente
que me sigue doliendo todo, porque las palabras van implícitas en la
confesión y eso lo sabe ella tan bien como lo sé yo.
—¿Por eso estás tan enfadada?
Medito un segundo mis palabras antes de verbalizarlas.
—Estoy enfadada porque tenéis razón y si sigue escociendo…
—Es porque sigues sintiendo.
—Y jode, jode mucho.
—Sentir no es malo, Greta, lo malo es hacerlo por la persona
equivocada.
—¿Crees que Sebas es la persona equivocada?
—No lo sé, solo sé que es mejor haber sentido y haber perdido que
haberse quedado en el intento.
—Está ella…
—Y estás tú. No decidas por él.
—Yo no decido por él.
—Estás huyendo sin siquiera saber lo que piensa.
—Apostó por ella sin haberme dejado explicarme.
—Lo que lo hace humano, porque errar nos hace más terrenales.
—Mierda, Noa, estoy hecha un lío.
—Ya. Bienvenida al club, amiga. Bienvenida al club —repite Noa antes
de abrazarme fuerte.
CAPÍTULO 20
ESTOY ESTRESADA

Recibí la llamada de mi madre cuando apenas había comenzado a


amanecer. A eso de las once de la mañana, que para mí es una amanecida
en toda regla, tras lo acontecido la noche anterior.
Tuve que apartar el brazo de Noa de encima, porque se había quedado a
dormir conmigo y habíamos terminado haciendo la famosa cucharita.
—Jopetas, Noa, pesas como una mula —suelto sin sutileza alguna. La
argucia mejor para cuando me haya tomado el primer café.
—Grrrr —gruñe la susodicha tapándose la cara con una almohada.
—¿Mamá? —respondo tras comprobar quién me llama a horas tan
intempestivas.
—Greta, cielo, tienes que venir a casa a almorzar.
—¿Y eso por…? —pregunto quitándome las legañas de los ojos.
Legañas negras. Me duché, pero lo de quitarme el maquillaje o lavarme la
cara con un gel desmaquillante como que no me vino a la mente.
—Porque tu hermano cumple años hoy.
—Anda, ¡la madre que me parió!
Mi madre guarda silencio al otro lado, y yo me reprendo mentalmente
por bocazas.
—Greta, las formas, chica, que parece que te ha criado una manada de
orangutanes —me reprocha y con razón.
—Lo siento, tienes razón, fue el shock inicial porque…
—¿Porque no te acordabas?
—¡Nooo! ¡Qué va! ¿Cómo preguntas eso? ¡No entiendo ni siquiera
cómo eres capaz de imaginarlo!
Noa se quita la almohada, se apoya en sus codos y se incorpora al oírme
gimotear al otro lado.
Le hago una señal con los dedos en mi cuello, en plan: «voy a morir en
la mejor etapa de mi vida», y ella se deja caer sobre el colchón gracias a
mi locura transitoria a la que ya la tengo acostumbrada, todo hay que
decirlo.
—A las dos y, por favor, no llegues tarde, tenemos que hablar.
Gimoteo de nuevo. «Tenemos que hablar», esa frase ha provocado más
diarreas en este mundo que ninguna otra, y yo no iba a ser menos.
Al baño que me voy tras colgar el teléfono, y Noa toca en la puerta al
ver que desaparezco sin dar explicación alguna.
—No entres salvo que tengas una de esas máscaras de las que usaron
con Chernóbil, por tu bien, querida Noa.
—¿Qué ha pasado, pedazo de cerdita?
—Mi madre. Hoy es el cumple de mi hermano Javier.
—¿Y? —pregunta a sabiendas de que sabe lo que pasa de verdad.
—Me he olvidado por completo y, ahora, ¿dónde coño encuentro yo un
regalo para mi hermano? Soy lo peor.
—No le lleves nada.
—Ya, claro, Noa, que mi hermano me cae mal a ratos, pero creo que con
esto del negocio me apoya, tengo que regalarle algo.
—Lo de vosotros es amor-odio, no hay quien te entienda.
—Es así, somos así, Noa.
La cosa es que llamo a Elsa, hacemos un trío telefónico que no me pone
nada de nada y me dice que hay una tienda que está abierta. De paso, nos
inventamos una conversación de mi madre, porque esas son las que mejor
se nos dan, esas y las de mi exjefe, el del bigote en el cipote, el mismo.
Me visto a todo meter: vestido sencillo, maquillaje ligero que no me
haga parecer una muerta viviente —soy blanca de piel, desciendo de
Casper y de los chicos de Crepúsculo— y me encamino hacia la tienda en
cuestión.
Todo es una mierda y no me gusta nada de lo que hay.
—Elsa, me has mandado a una tienda de manualidades, a mi hermano
no le gustan esas cosas, si es que no lo conoces nada.
—No lo conozco porque no es mi hermano —sentencia—. Mmmmm.
—¿Estás gimiendo? ¡No me jodas que estás gimiendo! —La mato, lo
juro.
—¡Nooo!
—Demasiadas oes que suenan a mentira, ¿está todavía el maromo
morcillón en tu casa?
—Noooo —repite.
—Paso de tu culo peludo.
—Peludo no; ahora, satisfecho…
Cuelgo.
Que esta en menos que canta un gallo me cuenta lo que le han hecho,
cómo se lo han hecho y cuántas veces ha culminado la faena, y yo paso de
eso.
Lola. Lola trabaja en una tienda de algo. Lola debe de saber qué sitio
mola para comprar un regalo.
Saco de nuevo el teléfono y la llamo.
—Lola, ¿estás despierta?
—Ahora sí.
—Joder, eres una marmota, son más de las doce de la mañana.
—Tengo cansancio acumulado, es domingo y es mi día libre.
—Tu fiesta de divorcio será un domingo —finalizo al contarme ese
pequeño detalle.
—En un hotel rural.
—Que sí, pesada.
—¿Qué necesitas?
—Mi hermano cumple años hoy, necesito comprarle algo que le guste.
—¿Cómo voy a saber yo lo que le gusta a tu hermano? Sé lo que le
gusta al mío.
—Al tuyo le debe de gustar lo mismo que al mío, son amigos, es así.
—Llévalo al cine, a Sebas le encanta el cine.
—¿Qué más? Eso de ir al cine con mi hermano no me agrada.
—Entradas para el fútbol.
—Me da asco el fútbol.
—¿Para quién es el regalo? ¿Para ti o para él?
—Pues también es verdad —concedo—. ¿Y eso dónde se compra?
—En internet o en taquilla. Un partido cualquiera, yo qué sé, a mí no me
gusta el fútbol —se disculpa Lola.
—Venga, va, pregúntale a Sebas, que es tu hermano.
—¿Por qué? Llámalo tú, es el cumple de tu hermano.
—Pero Sebas es tu hermano, tienes más confianza que yo. Hazlo por mí
—lloriqueo como un cachorrito desvalido y parece que surte efecto cuando
Lola me dice que va a llamarlo y que me dirá algo en un rato.
Entro en una cafetería a esperar que Lola me devuelva la llamada y
envío un mensaje al grupo de las chicas:
Greta:
Lola va a llamar a Sebas para preguntarle qué entradas de fútbol le
puedo regalar a Javier. Esta chica me va a salvar la vida.
Me pido un café, me pongo las gafas de sol y miro a la gente deambular
por la calle mientras espero a que me conteste alguien, pero sin entrar en
pánico ni nada. Un domingo, ¿a quién se le ocurre cumplir años un
domingo? A Javier, que vino dando por saco desde que nació.
Mi teléfono suena y he recibido un wasap.
Noa:
¿Fútbol? ¿En serio?
Greta:
Mejor que las manualidades de Elsa…
Elsa:
Manualidades las que me han hecho a mí.

Pongo los ojos en blanco y odio a Elsa como nunca antes la había
odiado. En serio.
Mi teléfono suena de nuevo cuando voy a contestarle a Elsa algo de lo
que probablemente me pueda arrepentir después.
—¡Lola! —grito como si me faltara el aire. Ahora que lo pienso, creo
que el café no me sienta bien dadas mis circunstancias. Estoy estresada.
—Greta, mi hermano dice que ya lo ha solucionado él.
—¡Ajá! Entonces, ¿cuál es el equipo?
—Greta, respira, que ya lo ha solucionado él.
—Es que no te entiendo, ¿cómo lo ha solucionado?
—Me ha dicho que te diga varias cosas; la primera, que deberías
haberlo llamado tú y no yo, que no muerde, todavía, me ha dicho que te
remarque el todavía.
—Ay, qué vergüenza, por Dios.
—La segunda, que vayas al cumple que él ya lo ha arreglado.
—¿Tengo que ir a buscar algo a su casa?
—No. Solo que hagas caso a tu madre.
Medito unos segundos sus palabras.
—Vale, pues nada, ya te contaré.
—Oye, Greta.
—¿Sí?
—A ti te gusta mi hermano, ¿verdad?
Cuelgo de nuevo el teléfono y resoplo frustrada. Sí, definitivamente
estoy estresada.
CAPÍTULO 21
OJALÁ FUESE UN DOMINGO CUALQUIERA

La vena del cuello me palpita y estoy nerviosa. Enfrentarme a mi


madre puede desembocar en una polémica familiar en la que sé que
perderé porque mi madre es mi madre y por mucho que me fastidie
siempre suele tener la última palabra.
Dicho esto, toco el timbre y espero a que todo sea una broma y mi
progenitora se haya ido de viaje de repente.
Mi sueño se ve frustrado cuando la que me abre la puerta es ella.
—Tenemos que hablar, Greta. —Así, sin anestesia ni nada.
Pienso en que Sebas le haya contado a Javier que nos liamos —en
contra de mi voluntad, por supuesto, y ese argumento lo voy a defender
siempre— en aquel almacén —bendito almacén—, que mi hermano se
haya ido de la lengua, y mi madre me vaya a echar la bronca del siglo
porque me he liado con el alcalde y eso para ella seguro que es indecoroso
e irrespetuoso.
Entro en casa, pues mejor que la bronca me caiga dentro que fuera.
Escucho barullo en la terraza de atrás y espero a que mi madre me diga
hacia dónde dirigirme para aguantar el chaparrón.
—Greta, por favor, tienes que dejar de hacer eso…
—Mamá, lo juro, yo no quería, fue culpa de él, siempre es culpa de él
—me defiendo echando balones fuera, obvio.
—No creo que sea culpa de él porque es un santo.
—¡Ja! Lo que me faltaba, él es un santo, y yo soy la mala de la película,
¿verdad? Me parece fatal que te pongas de parte suya. —Si es que me
pinchan y no sangro.
—Normal que me ponga de parte de él. Es mayor que tú y es buena
persona.
—¿Y yo soy mala persona, mamá?
—Greta, no malinterpretes las cosas, no quiero decir que seas mala
persona…
—Es exactamente lo que has dicho —la acuso.
—No es lo que he dicho, pero entiende que no es propio de él mentirme.
—Encima —bufo—, ahora soy una mentirosa.
—¿Qué pasa? —Mi padre hace acto de presencia al escuchar el
alboroto.
—Mamá está defendiendo a Sebas.
—¿A Sebas? —inquiere mi madre asombrada.
—Ha dicho que él no suele decir mentiras, que es mayor que yo y que es
buena persona.
—Tu madre es sabia —ironiza Sebas que aparece por allí. Como éramos
pocos, parió la burra.
—Tú, chivato, a callar —le ordeno mientras le señalo con el dedo
índice.
—¿Qué tiene que ver Sebas en todo esto? —cuestiona mi madre—. Yo
hablaba del padre Carmelo, que me ha parado en la calle porque se ha
enterado de que organizas fiestas de divorcios y eso va en contra del
sagrado sacramento, me ha dicho que Dios te va a castigar.
—Espero que te castigue fuerte, muy fuerte —se burla Sebas con total
descaro.
—Fuerte la paliza que te voy a dar, cretino.
Corro hacia él, que al ver las intenciones huye como un cobarde.
—Esta niña, no va a madurar nunca —bufa mi madre exasperada.
—Huye, llorica, que ya te cogeré y te daré tu merecido.
Corro por el pasillo y giro en dirección a la terraza trasera. Una mano
tira fuerte de mí y casi pierdo los piños contra la pared. Vale. No es la
pared, es un pecho fornido y robusto. Mierda, es el pecho del alcalde.
—Joder, ¡cómo estás! ¿No?
—¿Cómo estoy? —pregunta el susodicho.
—Duro como una piedra —afirmo haciendo alusión a su pecho—.
¿Haces pesas entre pleno y pleno?
—Duro como una piedra… Buena definición esa. Venga, chica dura, ¿no
querías darme mi merecido? —me pregunta. Balbuceo. Balbuceo como
una adolescente hormonada, cuando lo que debo hacer es darle una piña en
su cara bonita y preciosa, en su mentón sexi, en su barba perfectamente
recortada, en los pedazos de ojos que se gasta el jamelgo y, no, no hago
nada de eso, sencillamente balbuceo—. ¿Te comió la lengua el gato,
Greta?
—Maldito, eres un maldito.
—Ya, ¿y qué más?
Guapo. Pero mejor me callo.
—Te has burlado de mí.
—Sshhh —me chista cuando se escuchan pasos cerca. Una vez se
alejan, prosigue—. ¿Y qué esperabas? Me lo pusiste a huevo, tu madre
hablando del cura, y tú pensando…
—¡Pensaba que le habías contado a Javier lo del otro día, y que él se lo
había soltado a mi madre!
—¿Qué del otro día? —pregunta sonriendo de lado.
—Eso, ya sabes lo que es.
—No me acuerdo, mejor será que me refresques la memoria o es que
ahora resulta que ya no hablas tanto.
—Yo nunca hablo tanto —protesto enfurruñada.
La distancia que hay entre nosotros es tan corta que la vena del cuello
me palpita y todo ese estrés que tenía acumulado se convierte en calor;
calor y sudor; calor, sudor y excitación. Su olor que me embriaga, me
atonta.
—Tú nunca callas —me rebate el muy canalla.
—Sí que callo, sé guardar silencio cuando tengo que hacerlo.
—Vale, hagamos una prueba, guarda silencio —me pide.
—No pienso guardar silencio porque tú me digas que tengo que guardar
silencio.
—Me exasperas —protesta.
—Me exasperas —le remedo poniendo la voz más estúpida y absurda
que jamás haya podido poner.
—Calla, Greta.
—Porque tú lo digas.
—Insolente.
—Estúpido.
—Deslenguada.
—Capullo.
—Psicópata.
—Uy, lo que ha dicho el maldito.
—Calla —me exige.
—¡Cállame tú!
Y el maldito lo hace. Me besa con tanta pasión y con tanto ardor que
mis piernas tiemblan por el arrojo con el que saquea mi boca. Respondo a
su beso con tanta lujuria que temo que mis gemidos alerten a mi madre y
venga a nuestro encuentro.
Sus manos se colocan al final de mi cintura y las mías alrededor de su
cuello.
—¡Joder, Greta! Esto es el puto infierno en la tierra —masculla.
—¿Quieres callarte, joder? —inquiero.
Sus labios sellan de nuevo los míos y cierro los ojos mientras Sebas me
apoya contra una pared. El frío de la misma se hace eco en mis piernas y
sus manos amasan mis nalgas sin piedad.
Las mías descienden de la nuca a su pecho y comienzo a desabotonar
ese polo que trae puesto. A la mierda lo decoroso, a la mierda la
prudencia, a la mierda todo eso de que no me gusta y que no me pone, a la
mierda todo.
Su piel arde al contacto con la mía y de sus labios escapa un gemido
ronco cuando cuelo las manos por debajo de su camisa.
—¡Mierda, Greta!
Un escalofrío me sacude cuando sus dedos se pasean por el bajo de mi
falda, ascendiendo por el interior de mis muslos y me aplaudo
mentalmente por haberme puesto una falda.
La noto. Noto su polla pegada a mi vientre, dura como una piedra, y
solo pienso en que eso que tiene ahí necesito que esté dentro de mí con
urgencia.
La caricia que comienza a prodigarme en mi coño me hace estremecer y
mi cuerpo se vuelve gelatina ante su contacto. Un calambre me sacude
cuando sus dedos se colocan sobre mi clítoris y lo presionan. Excitada.
Tremendamente cachonda. Empapada y por Sebas.
Su beso se vuelve más exigente, más primitivo y me dejo hacer. Abro
por completo las piernas y dejo que me acaricie, que su mano se cuele
dentro de mis bragas, que las baje y las deje caer sobre mis zapatillas, que
salga de ellas para poder darle mejor acceso a mi centro.
Comienza a descender por mi cuerpo, y yo le tiro del pelo con rudeza.
En la vida he sentido una calentura como la que tengo ahora mismo.
Sus dientes muerden mis pezones sin siquiera quitarme la ropa. Echo la
cabeza hacia atrás dejando que todas esas sensaciones burbujeen y gimo.
Gimo con fuerza cuando sus dedos abren mis pliegues y la punta de su
lengua se mueve con destreza sobre mi coño.
—Mírame —me pide con voz rasgada—. Mira cómo te como entera,
Greta.
Mis ojos se clavan sobre los suyos y, a pesar de que el azul de su mirada
sigue presente, el agua no le hace justicia al fuego que veo en ellos
mientras me chupa, mientras me penetra con su lengua, mientras sus dedos
me saquean las nalgas para apretarme contra su boca.
Tiene la barbilla empapada de mis fluidos y juro que si sigo mirando
cómo me chupa el coño me voy a correr en cuestión de segundos sin poder
hacer nada para evitarlo.
—Sabía que eras deliciosa, llevo siete putos años imaginando lo
deliciosa que eres.
El bulto de su pantalón es exagerado. Su polla pugna por salir, y yo solo
deseo complacerla y que entre, que entre y me destroce a base de
empellones, que me embista con fuerza y con rudeza.
—¡Mierda!
Mis caderas comienzan a moverse para ir al encuentro de su boca.
—¿Qué quieres? —me pregunta. Gimo en respuesta—. ¿Quieres que te
folle? —me limito a asentir porque las palabras no salen, no quieren salir,
están atascadas en mi garganta.
Pierdo de vista su lengua, pero no dejo de sentir sus dedos que abren con
ansias mis labios y me chupa con avidez. Dos de sus dedos entran dentro
de mi interior y comienza a follarme con ellos. Un escalofrío comienza a
recorrer mi espina dorsal, los dedos me hormiguean y las piernas
tiemblan.
Un orgasmo me asola y solo llevo mis manos hasta mi boca para evitar
que mis gritos alerten a mis padres y a mi hermano.
Me he corrido.
Nada más que añadir.
CAPÍTULO 22
¿DÓNDE ESTÁN MIS BRAGAS, MATARILE, RILE, RILE?

¿Sabéis qué he aprendido hoy? Aparte de que Sebas es un orador


ejemplar y no hablo de mi cunnilingus, bueno, sí que hablo de eso, ¿para
qué mentir? En fin, ¿sabéis qué he aprendido hoy? ¿No? Venga, resuelvo
yo: a disimular. Un veinte deberían ponerme en esta materia y os explico
el motivo.
Mi madre, mi padre y mi hermano están sentados en la mesa y a mi lado
se sitúa el señor alcalde, que es un magnífico orador y ahora sí que hago
referencia a su indiscutible labia porque habla y habla sin parar como si
hace un rato no me hubiese estado comiendo como si fuese nuestro último
día en la tierra.
Y yo…, yo me limito a mirar el plato, llevar el tenedor a la boca y beber
mucha agua fría, porque sigo arrastrando un calor de padre y muy señor
mío.
A la pregunta que os ronda en la cabecita loca perturbada que tenéis —
desde el cariño os lo digo— de si consumamos acto o, lo que es lo mismo,
si en esa habitación, tras correrme como nunca antes y haber perdido el
control de todo lo que supuestamente he negado en este tiempo,
finalmente hubo empotramiento, la respuesta es sencilla: no, no lo hubo.
Sebas, aquí mi compañero de mesa, decidió irse y dejarme allí,
recuperando el aliento y la compostura, y eso se traduce en que ahora
mismo tengo mucha, mucha vergüenza en el cuerpo; pero, oye, que me ha
servido todo esto para algo y es que el bendito estrés ha desaparecido.
—Javier, tu hermana y yo te hemos comprado esto.
Alzo la mirada y la enfoco en Sebas porque, con el asuntillo de la
comida —no es necesario especificar a qué comida me refiero, ¿no? Pues
eso—, me había olvidado de que Lola me dijo que Sebas había arreglado
el regalo de mi hermano y hasta me había olvidado de preguntarle. Y de
felicitarlo, ya de paso.
—Ah, sí, felicidades, Javier.
—¿Habéis comprado un regalo los dos? —Sebas asiente—. ¿Juntos?
—Juntos lo que se dice juntos, pues no —finaliza Sebas—. Tu hermana
no sabía qué regalarte, estaba verdaderamente preocupada por eso y
llevaba semanas buscando el regalo perfecto. Lola me lo comentó hace
algunos días, y yo le dije que tenía algo ideal para ti.
Sebas: diez. Greta: cero patatero.
Mis padres sonríen por la trola que les ha metido Sebas, que ahora todo
me encaja y ya sabemos por qué es el alcalde del pueblo porque promete y
le creemos, así de sencillo.
Mi hermano rasga el sobre con sumo cuidado y sonríe al sacar dos
entradas para ver algún partido de fútbol.
—El Madrid, esto sí que es nivel.
—Dos entradas, puedes ir con quien quieras —finaliza Sebas.
—¿El Real Madrid? Eso suena caro —le suelto a Sebas en un susurro.
—Me debes dos favores —me indica.
—¿Dos?
Su cabeza hace un gesto hacia el interior de la casa y lo pillo, no hay
que ser muy lista para saber que el favor al que se refiere no es otro que a
ese que me ha hecho dentro.
Me gustaría decirle que soy pobre y que no me puedo permitir el lujo de
pagarle unas entradas que seguramente cuesten un ojo de la cara, pero eso
mejor me lo callo, porque mi madre nos está mirando y en su cabecita
seguro que las preguntas burbujean, porque ella es así.
—No es tu cumpleaños, Greta, pero creo que tengo un regalo para ti.
—Ainsss. —Mi madre se siente como un oso amoroso.
—¿Para mí? —inquiero asombrada.
Javier asiente.
—Resulta que tengo un amigo que se acaba de divorciar y le he dicho
que tú ahora te dedicas a celebrar los divorcios ajenos.
Bufo. Es estúpido, Javier es estúpido.
—No celebro los divorcios ajenos.
—Técnicamente, sí.
—Vale. Cierto —claudico—. Pero dicho así suena fatal. Soy divorce
planner —ratifico.
—Pues eso, que organizas fiestas de divorcio y me ha dicho que puede
que le interese.
—¿Tendré que organizarle una fiesta de divorcio a un tío?
—Sí, si le interesa, pues sí, supongo.
—Me vale.
Por mi cabeza pasan tías en bolas, alcohol y vaginas en lata y me da
igual, el negocio es el negocio y, si tengo que hacer un pedido de chochetes
espumosos, pues lo hago, todo sea por levantar mi imperio de la nada.
—Te dejo su teléfono y ya lo hablas con él. Creo que está feliz porque se
ha quitado un peso de encima.
—Eres cruel —le suelto.
—Mi hermana está mucho mejor desde que se reúne con vosotras —
interviene Sebas.
—Normal, hemos puesto la sal en su vida.
—Lola llevaba mucho tiempo triste —nos cuenta con naturalidad—.
Creo que se sintió obligada a casarse. Mis padres…
—Ya, los padres suelen ser un fastidio —me burlo mirando
directamente a los míos.
—Tú deberías casarte también, Greta.
—Sí, con el Espíritu Santo.
—A Greta no hay hombre que la aguante —añade mi hermano, que es
todo amor y devoción por mí.
—Anda, ni a ti, que yo sepa no se te conoce novia —le acuso para
defenderme de su ataque.
—Soy un alma libre.
—Y un deshecho humano —puntualizo tirándole a la cara un trozo de
patata frita.
—Sebas, ¿y tú? ¿Ya tienes fecha para casarte? Imagino que vas a
esperar a que pasen las próximas elecciones y entonces formalizarás el
compromiso con Cayetana.
Se me cae el tenedor en el plato y hace un ruido horrible.
Mi madre acaba de preguntarle eso a Sebas con total naturalidad, y yo
me he permitido el lujo de no pensar en que Sebas —el chico ese que
parece que coqueteaba conmigo y, no solo eso, que ha compartido cierta
intimidad en esa habitación hace un rato— está a punto de casarse y, por lo
tanto, tiene pareja, y yo, de nuevo, segundo plato en esta película. No
aprendo, de verdad que no aprendo, una y otra y otra vez y siempre con
Cayetana de por medio.
Me incorporo y balbuceo una leve disculpa antes de irme al servicio.
Cierro con llave una vez dentro y saco el teléfono para escribir en el
grupo.
Greta:
Tengo una buena y una mala noticia. Esta noche en casa de Elsa. En mi
edificio no porque ya sabemos que a la señora Soledad le pirra estar sola.
Aplauso por mi juego de palabras, por favor.

Me enjuago las manos y las paso por mi cuello para refrescarme. Me


agacho y percibo el frío en mis nalgas y lo que no son las nalgas. Mis
bragas. Me faltan las bragas.
Salgo del baño y me voy a la habitación en cuestión, por si las dejé
tiradas y mi madre las pilla allí y va a ser muy, pero que muy incómodo
tener que decirle el motivo por el que no están sobre mi pompis, sino
adornando su suelo.
—¡Mierda! —finalizo.
—¿Buscabas esto?
La voz de Sebas me hace dar un pequeño respingo y de su mano derecha
cuelgan mis bragas negras, las que llevaba puestas.
—Sí —afirmo rotunda—. Devuélvemelas.
—¿O qué? —me increpa.
—O se lo diré a tu novia.
A ver, asumo que ese argumento que he utilizado es una caca de la vaca,
pero ¿qué otra cosa iba a decirle cuando en la mesa la han nombrado y me
han jodido el almuerzo y el orgasmo prealmuerzo?
—Díselo.
—¿No te da miedo lo que pueda suceder si se lo digo? —Sebas niega
con la cabeza.
—Hasta que se lo cuentes me las quedaré, como pago a una de tus
deudas, la que prefieras de las que has contraído conmigo hasta el
momento.
—Eres un capullo integral.
—¿Y qué más? —me pregunta acercándose hasta mí.
—Y un estúpido arrogante, alcalde de las narices —le insulto con más
ímpetu.
Intento, en vano, quitarle mis bragas, pero Sebas alza la mano y me pilla
en desventaja.
—Si llegas son tuyas.
Recorto la distancia que queda entre nosotros y comienzo a dar
pequeños saltos. Maldito metro sesenta, está en contra de mí, la genética a
veces es una basura, os lo digo con sinceridad.
De nuevo, su olor me hace perder un poco los papeles y clavo la vista en
sus pozos azules. Su mirada está puesta en mis labios y tengo que rehuir
porque mi cuerpo solo me pide una cosa: que salte sobre él y terminemos
lo que hemos comenzado.
—¿Sebas?
La voz de mi madre me hace retomar el escaso control que tengo, está
visto que, con Sebas cerca, pierdo los papeles —y las bragas—.
—Voy —responde él—. Creo que esto me lo quedo.
Las agita delante de mis narices y se las guarda en el bolsillo de su
tejano. Sale de la habitación como si nada hubiese pasado.
Me apoyo contra la fría madera, cierro los ojos e inspiro y espiro
contando hasta diez en repetidas ocasiones. Cuando creo que estoy lista
para enfrentarme a todos, salgo.
Y, sí, la genética es una mierda, pero el karma le sigue de cerca.
CAPÍTULO 23
LA FIESTA DE LAS PIPAS

—Y allí estaba Cayetana, en la mesa de la cocina, sentada tomando


café con toda mi familia y ¿sabéis qué es lo que pasó?
—¿Qué? —pregunta Noa con los ojos como platos, parece que estuviese
viendo una película la hostia de buena.
—Que se levantó, me dio dos besos y me felicitó por mi nuevo negocio.
La muy bastarda, como si por dentro no estuviese deseando que me fuese
todo lo mal del mundo para reírse a mi costa, tal y como ha hecho
siempre.
—Pero ¿y tus bragas? —insiste Elsa, que me lo ha preguntado como
quince veces en lo que va de noche.
—¡Y yo qué sé! En su bolsillo o quizá se las regaló Cayetana, como a
ella le encanta quitarme todo lo que tengo, qué más da un novio que unas
bragas.
—Sabes lo que va a pasar, ¿verdad? —prosigue Noa mientras escupe la
cáscara de la pipa que se había llevado a la boca.
—Me hago una idea, aun así, puedes iluminarme como solo tú sabes
hacer.
—Como se entere de lo de Sebas te va a caer encima la ira de Cayetana
—apostilla Noa.
—Ya, bueno, eso no me preocupa, no soy yo la que debe tener
remordimientos de conciencia por estar comprometido con una tía y
comérselo a otra.
—No es que quiera ir de sensata y que me caigáis encima; los dos
deberíais sentiros culpables porque él lo ha hecho mal, pero tú también por
haber permitido que eso sucediese —explica Noa.
—Me caes mal ahora mismo, lo sabes, ¿no?
—Lo suponía, pero yo siempre he sido la más cuerda de las tres y
alguien tiene que decirte las cosas como son —se defiende la susodicha
mientras sigue comiendo pipas.
—¿Tienes hambre?
—Son los nervios, creo que me está afectando todo.
—¿Qué todo? —inquiere Elsa y para nuestro asombro es la primera
pregunta que formula sin mencionar mis bragas y su desaparición.
—Noa está pasando por una crisis existencial —le expongo.
—Y yo por otra —añade ella.
—Tus crisis me las conozco yo, eso es que no tienes con quién chingar y
te deprimes.
—No es eso, al contrario.
—Lo de Noa es importante —intervengo reconduciendo la situación
para no acabar hablando de penes, sí, sí, he dicho penes y no pollas, que
una sabe ser fina cuando quiere.
—Jobar, y lo mío también, es que…
—Déjala que lo suelte porque si no lo hace revienta —se burla Noa.
La pobre, no es que no nos importe lo de Elsa, pero estoy segura de que,
o es algo de curro que la tiene agobiada —con esto de las próximas
elecciones está fatal—, o puede que sea por el maromo morcillón.
—¿Ahora que te hemos cedido la palabra te callas? —la increpo.
—Tengo que pensar en cómo soltarlo —se defiende.
—Pues sí que tiene que ser chungo cuando lo tiene que pensar —me
burlo cogiendo pipas.
—Me estoy tirando a dos tíos.
Me descojono. Literalmente me descojono, pero con grito incluido,
grito chungo de ese que si estuviese en mi piso sería motivo para que la
vecina de abajo me enviase al casero.
—Vaya… —Es todo lo que atina a decir Noa.
—Pero ¿a la vez? ¿En plan trío?
—No, joder, no, que tampoco me importaría. Me los tiro por separado.
—¿Y cómo lo haces? ¿Los días pares con uno, los impares con el otro y
descansas los domingos? —Noa tira de ironía, y yo sigo erre que erre
descojonándome.
—Es un tema serio, deja de reírte porque estoy preocupada —me
reprende al ver que me parto la caja a su costa.
—Vale, perdona, pero es que no le veo la seriedad al asunto.
—Es que…
—Ay, madre; ay, madre…
—Me gusta uno de ellos.
Silencio en la sala que la abuela está mala.
—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? —interrogo a Noa—. Porque he
escuchado que ha dicho que le gusta uno, y a Elsa, la concejala de las
pollas, nunca jamás le ha gustado nadie.
—Me gusta cómo folla, quiero decir.
—Ahhhhh, eso es otra cosa, amiga, haber empezado por ahí. Joder, que
casi me da un jamacuco, entre lo del cunnilingus, mis bragas, Cayetana y
esto; pues, nada, que no gano para sustos y disgustos.
—¿Y cuál es el problema entonces? —reconduce la conversación Noa.
—El problema es que he intentado dejarlo con el maromo morcillón,
pero se ha empeñado en que quiere algo más que sexo y ahora no me deja
en paz.
—Dale puerta como tú solo sabes —le digo.
—Claro, sería fácil si no fuese porque es «el arquitecto». No un
arquitecto cualquiera, sino el arquitecto del proyecto que estoy llevando a
cabo y no quiero jaleos ahora que están las elecciones a la vuelta de la
esquina, ya que, si sale esto a la luz, Sebas me echa, y a mí me gusta mi
trabajo, aunque los ciudadanos a veces me coman la oreja y me odien.
—No te odian, solo te critican —matizo.
—Claro, pues mejor me lo pones, no te jode.
—Te dije que donde tengas la olla no metas la polla, ¿te lo dije o no te
lo dije? —insisto.
—Mimimimimi —me remeda poniéndome caritas—. Noa, ¿tú qué
harías?
—Le preguntas a la que no se lo comen hace mucho y a la que los tíos
no le interesan una mierda, a buen árbol te vienes a arrimar —sentencia.
—Pero eres la lista de las tres.
—Hombre, gracias, me alegra que me consideres estúpida —suelto
llena de enfado.
—A ver, Greta, que yo te quiero mucho, pero muchas luces no tienes
porque llevas colada por Sebas toda la eternidad y en vez de actuar como
una persona madura y racional haces justamente lo contrario, te mosqueas,
sales corriendo y sigues enamorada, pero en silencio.
—Yo no estoy enamorada —zanjo—. Y no soy estúpida, ¡estúpida! —la
insulto.
—¿A que es estúpida, Noa?
—Lo es —matiza mi amiga, la seria y responsable.
—Mimimimi —repito como hizo antes Elsa—. Os odio a las dos, por
bichos.
—Insisto, Noa, ¿tú qué harías? —repite Elsa.
—Déjame pensar. —La susodicha se come como veinte pipas mientras
las dos la miramos en silencio, como si estuviésemos observando a un
cura mientras medita sobre cuántos padrenuestros debemos rezar para que
nos dejen acceder al cielo por haberse dejado comer el toto por el novio de
una antigua amiga, seguido de un robo de bragas y coqueteo máximo, y
por otra que se folla a dos tíos y no sabe cómo deshacerse de uno, tal cual,
si es que a veces la realidad supera a la ficción—. Creo que lo que haría si
fuese tú sería intentar darle largas al que no me interesa y seguir quedando
con el que sí me gusta. Ese me gusta interprétalo como quieras, a tu
elección.
—Tiene rabazo —sentencia como si eso fuese a hacernos entender la
situación o a darnos otra perspectiva.
—Ahm, muy esclarecedor —ironizo.
—¿Y quién es el susodicho?
—Eso, eso, ¿lo conocemos? —añado a la pregunta de Noa.
—No, no es de por aquí, pero está todo bueno y tiene rabazo —insiste.
—¿Y a ti qué te pasa? —le pregunta Elsa a Noa tras haberse
desahogado.
—Creo que estoy fuera de lugar.
—Hombre, Noa, dicho así suena peor, explícalo bien porque Elsa se nos
cortocircuita.
—No sé, me siento rara, los tíos son un asco, el sexo es un asco, mis
amigas están mal de la cabeza y creo que debería ir adoptando cuarenta
gatos porque…
—Tonterías —la corta Elsa antes de que siga—. Lo que tienes que hacer
es disfrutar, dejarte llevar con quien te apetezca y cuando surja, y no tener
miedo a lo que va a suceder mañana. Ahora sí, permíteme un consejo,
querida Noa: «donde tienes la olla no metas la polla».
No sé si a Noa ese consejo le vale de mucho o de poco, ahora bien,
reírnos nos reímos un rato.
Lo que no nos pase a nosotras no le pasa a nadie.
CAPÍTULO 24
TOMA QUE TOMA, POLLAS DE GOMA

He dejado de comerme la cabeza por lo que pasó hace más de una


semana en casa de mis padres y me he centrado en lo verdaderamente
importante: Lola.
Esperándola en una de las cafeterías que más nos gustan me encuentro
para cerrar con ella la lista de invitados, proponerle los lugares que
tenemos para celebrarla y las actividades que quiere que realicemos.
El chico que me recomendó mi hermano finalmente no quiso celebrar
nada, me dio una excusa tonta: había vuelto con la mujer, fue algo así
como una crisis por unos cuernos de nada y, ojo, que yo solo me limito a
decir lo que él me confesó por teléfono y, no, no quise preguntar para saber
quién llevaba los cuernos de quién, cada uno que lave sus trapos sucios en
casa.
He hecho caso a todos los pósits que decoran mi pared y he abierto toda
clase de redes sociales habidas y por haber y también me he dedicado a
hacer publicidad, dejando tarjetas —que quedaron muy, pero que muy
chulas— en cafeterías, tiendas de novia y algunos bufetes de abogados
porque, otra cosa no, pero de divorcios deben de saber un rato.
Y estoy contenta. No, contenta no, emocionada porque parece que la
gente se va interesando poco a poco por lo que hago, no me da para irme a
Cancún, sin embargo, tengo varias citas concertadas y la cosa parece que
pinta bien, ya sabéis, positividad a tope de power, que la esperanza sea lo
último que se pierde.
He quedado con las chicas en estos días, pero no he podido estar cada
vez que organizaban algo porque tenía que centrarme y porque me he
dedicado a patear calles y calles para dejar tarjetas y darme a conocer.
Mi clienta entra con el ceño fruncido y se acerca a mí al verme sentada.
—¡Hola! —me saluda al colocarse a mi lado. Coloca la mochila en la
silla y deja el teléfono sobre la mesa.
—Lola, ¿qué tal? ¿Cómo va todo? —le pregunto con entusiasmo. Estoy
contenta, ¿lo he dicho ya?
—Muy bien, tengo que proponerte algo.
—¿Algo? ¿Qué tipo de cosa?
—Quiero celebrar una fiesta de divorcio conjunta.
—¿Conjunta? ¿Cómo que conjunta?
—Resulta que tengo una amiga que vive en Madrid centro y le conté tu
idea, lo del hotel rural, lo de la fiesta, los vestidos de novia que nos
probamos y que tenemos que ir a ver este fin de semana, se lo conté todo,
y le gustó la idea, así que me ha propuesto celebrarlo juntas. Es una
compañera con la que estudié Magisterio y se acaba de separar. En
realidad, llevaba tiempo separada, pero acaba de firmar el divorcio ahora.
—Mmmm, interesante, ¿qué más?
—Es muy extrovertida y muy dicharachera y está un poco mal de la
cabeza, así como vosotras y, como tenemos amigas en común, pues creo
que nos vendría bien hacerla conjunta, así compartimos gastos y nos sale
más económico.
—A ver, por una parte, lo entiendo, sin embargo, y ahora te hablo como
Greta, no como tu divorce planner, a mi negocio le viene bien celebrarlas
por separado.
—Le he dicho que sale más caro de lo que tú me habías dicho porque
creo que si tienes que organizar algo para las dos, y es menos trabajo, pero
aguantarnos el doble, pues le comenté eso.
—Uy, uy, uy —protesto—, espero que me beneficie porque eso tenías
que haberlo consultado conmigo, es mi negocio, Lola, las tarifas las tengo
que marcar yo y no tú.
No me quiero enfadar, ¿vale? Porque Lola me cae bien y es buena chica,
pero creo que la ha cagado.
—Bueno, tú espera a que nos reunamos con ella este fin de semana, a
que lo veamos bien todo y ya después decides si te interesa o no. Me
preguntó sobre la marcha, y lo solté sin pensar, lo siento —claudica y
parece verdaderamente arrepentida.
—Venga, vale, lo vemos. No quiero mosquearme porque estoy contenta
hoy. ¿Quieres que veamos las opciones que te he traído o prefieres esperar
a que nos reunamos con tu amiga el sábado? —El teléfono de Lola
comienza a pitar y ella observa la pantalla y sonríe—. Anda, bribona, ¿ya
te estás viendo con alguien? —la interrogo curiosa.
—Bueno, algo así —me suelta sin decir demasiado. Mirar los teléfonos
ajenos está mal, mirar los teléfonos ajenos está mal, mal, muy mal; me
repito.
—¿Entonces?
—Lo miramos ahora, así te digo si me mola tu idea o no.
Enciendo la tablet, la conecto a la red del local y le enseño las páginas
que he agregado a los favoritos.
—Estas son las ideas que tengo y estaría bien que me dijeses el número
de invitados que vas a tener para poder saber si caben en lo que te enseño o
no.
—No sé si Sandra tendrá muchos invitados, pero imagino que las que
tenemos en común ya cuentan para ambas. Igualmente, yo solo voy a
invitar a unas pocas personas, a los más cercanos, y a Noa y Elsa también
porque están metidas de lleno en esto y son mis amigas, mis nuevas
amigas.
Sonrío ante la ternura con la que se refiere a mis chicas y tiene razón, no
es que Lola forme parte del grupo y que a partir de ahora seamos cuatro y
«agrandemo el cuarto», como canta Maluma, no es eso, pero sí que cuando
estamos juntas lo pasamos bien, reímos, y Lola tiene un humor que para
mi sorpresa encaja con el nuestro, no hablemos de lo bien que se lleva con
Noa porque eso es obvio y me alegra también.
Asiento cuando me tiende la lista y dejo que navegue por las webs a su
antojo.
—Me gustan estas —me dice mientras me la enseña.
—Apunta los nombres en la agenda y así ya tenemos eso adelantado.
También tienes que mirar si quieres un tapersex, un estríper, una mesa
dulce, si contratamos cáterin externo o hablamos con el hotel rural.
—No me apetece nada de ese rollo, aunque a Sandra le gustará todo lo
que le propongas porque es distinta a mí.
—Lo vemos juntas y decidimos, tampoco quiero que sea tu fiesta de
divorcio y que no estés cómoda en ella.
—Yo lo que quiero es algo tranquilo, con piscina, para pasar el día
relajados, hablar, buena música, comer, descansar, contar chistes, reírnos,
una barbacoa, no sé…, algo totalmente opuesto a la boda que ya tuve.
—¿Y flores? —pregunto.
—Flores no, de eso paso que luego me huele a cementerio —bromea—.
¿Y el vestido?
—Con el vestido puedes entrar y luego, según pasen las horas, pues te lo
quitas, igualmente, podemos hacer una fiesta antes con ellos, recuerda que
todas nos hemos comprado uno y no nos vamos a divorciar porque algunas
no estamos ni casadas —añado.
—Lo del tapersex es lo que menos me apetece, esa cantidad de plástico
ahí.
—No sabes la de cosas que nos pueden enseñar. En teoría, una chica
pone una mesa con juguetes sexuales y ahí nos irá explicando para qué
sirve cada cosa, obviamente, su función es la de vender, claro está, aunque
no hay obligación de comprar.
—Las pollas de goma me dan repelús.
—Mírala a ella, se me volvió fina.
—El sábado con vosotras fue más divertido, no sé, pero allí, siendo yo
el centro de atención, con mi hermano presente…
—¿Tu hermano? ¿Y qué pinta tu hermano en tu despedida de casada?
—Está invitado, mira. —Alza el cuello y mira la lista que tengo en las
manos, lista que obviamente no había terminado de revisar, y coloca su
dedo sobre el nombre del chico al que me empeño en evitar y que no
puedo sacar de mi cabeza.
—¿Vas a invitar a chicos? —inquiero. Suena mal, lo admito, aun así, no
es porque invite a un chico es porque invita a Sebas, y Sebas es Sebas.
Recordad: sexo oral, bragas, casa de mis padres, alcalde, Cayetana y, en
ese popurrí, yo en medio.
—No me dijiste que no se pudiesen invitar, es más, añadí a tu hermano
para que el mío no se sienta tan solo.
—Pero ¿tú quién eres, santa Teresa de Calcuta?
—Tu hermano me cae bien y sé que Sebas se va a sentir mejor.
Reviso la puñetera lista, jolín, pero si yo venía de buen humor, es más,
de un humor excelente y ahora con todo esto ya se me está bajando el lote.
Cayetana no está. Suspiro, más calmada al comprobarlo, porque ya esto
era lo único que me faltaba, tener a la cagada de paloma allí, amenizando
el cotarro.
—¿Buscabas a alguien? —pregunta escrutándome con la mirada.
—No —niego.
—Cayetana no me cae bien, no la pienso invitar —recalca.
—Ya, bueno, pues tendrás que acostumbrarte porque va a ser tu futura
cuñada —lo digo en voz alta, pero juro que cada una de las vocales y
consonantes de esa frase me provocan un ardor de estómago considerable.
—Eso ya lo veremos —remarca Lola mientras coge el teléfono y sonríe
ampliamente al leer los mensajes que ha recibido.
CAPÍTULO 25
UNA VISITA INESPERADA

SEBAS

Odio cuando las montañas de papeles se me amontonan y por más


horas de trabajo que echo no hay forma de que disminuya.
Las elecciones. Las primeras elecciones como alcalde. Ellas son las
culpables del estrés que tengo encima, ellas y Greta, cómo no, la chica que
no logro sacar de mi cabeza desde hace tiempo, más tiempo del que me
gustaría reconocer.
—¿Me estás escuchando, Sebas?
Fijo la mirada en Cayetana, que se encuentra frente a mí, y ella frunce el
ceño porque sabe que no le estaba prestando atención alguna.
—No, lo siento.
—Tienes que centrarte, esto es muy importante, las elecciones se
celebran en poco más de mes y medio y tenemos que preparar los
discursos, darles el visto bueno a los carteles y quedar con la fotógrafa
para que haga las fotos de todos los que van a formar tu plancha electoral.
Creo que deberías dejar fuera a Elsa.
Nombrar a Elsa hace que mi atención definitivamente se centra en ella.
—¿Por qué? —pregunto.
—Porque está despistada, recibe las visitas de sus amigas y se rumorea
que tiene algo con el arquitecto que lleva la remodelación del centro de
mayores. Ya sabes cómo es ella y no da buena imagen al consistorio, la
gente se queja.
—Cayetana, la gente se queja de todos, de cualquiera, porque no lo
hacemos todo bien y no llueve al gusto de todos, es normal; pero,
profesionalmente, es buena y se implica. Lo que haga fuera de su puesto
de trabajo es cosa suya.
—¿Y quién te dice que no lo hace dentro? Se reúne con él en su
despacho, con la puerta cerrada, no sé, Sebas, no me fío un pelo de ella.
—Hablaré con ella, dile que venga.
—Va a pensar que te he dicho yo algo.
—Y no sería mentira, creo que es mejor que le digas que venga. O,
mejor, voy yo y ya está. Luego seguiremos con lo que estábamos
planificando.
Salgo del despacho y dejo a Cayetana dentro. El despacho de Elsa está
en la misma planta, bastante cerca del mío. Escucho voces dentro cuando
me acerco e inmediatamente sé con quién está.
Los dedos me arden por abrir la puerta, por sacar del escritorio las
braguitas que le robé hace más de una semana en casa de sus padres, ardo
por volver a probarla.
—Buenos días. —Se hace el silencio cuando entro—. ¿Interrumpo algo?
Greta gira la cara para no mirarme, me esconde algo, la conozco muy
bien como para saber qué significa ese gesto.
—Buenos días, Sebas —me saluda Elsa sonriente.
—Necesito hablar contigo.
—¿Es urgente? —me pregunta.
—No, pero es importante —finalizo. Sé que Cayetana no me dejará en
paz hasta que hable con ella.
—Greta…
—Yo ya me iba —se despide.
Elsa se incorpora y le da un abrazo.
—No te vayas, espera un momento, necesito hablar contigo también. —
¿He dicho eso? ¿En serio le he dicho eso?
—¿Hablar conmigo? —pregunta asustada.
—Es por Lola. —Al final tendré que agradecerle a mi hermana que se
haya divorciado.
—Ahhh, vale. Sin problema, ¿espero fuera?
—Sí —le pido.
Greta sale del despacho y no soy consciente de que la he seguido con la
mirada hasta que escucho los carraspeos de Elsa tras de mí.
—Parecéis dos gilipollas, ¿puedo llamarte gilipollas o estamos en plan
alcalde y concejala?
—Deberíamos estar en ese plan, pero, viniendo de ti, no me asusta.
—De verdad —bufa—, no os entiendo a ninguno de los dos.
—No nos entiendes porque no hay mucho que entender —me defiendo.
—Ya, claro, solo le mirabas las piernas y lo que no son las piernas a mi
amiga porque no tenías nada mejor que hacer.
—Simplemente, estaba esperando a que saliese para poder hablar
contigo, no la estaba mirando.
—Te la comías con los ojos.
—No podías verme —me defiendo.
—No lo has negado —me acusa sonriendo victoriosa—. Sois una panda
de estúpidos.
—¿Qué sabes que yo no sepa?
—No pienso decirte nada de nada, esa que ha salido por ahí, a la que
mirabas como si fuese la última Coca-Cola del desierto, es mi mejor
amiga, y le debo mucho. No soy quién para darte consejos y puedes
tomarte lo que te voy a decir como quieras, ahora bien, el juego es
divertido y excitante, Sebas, pero lo de vosotros dos dejó de ser un juego
hace mucho…
—Yo nunca he pretendido jugar con ella. —Me siento frente a Elsa, y
ella recorta las distancias, apoya las manos en los codos y me escucha con
atención. ¿Quién me iba a decir que yo terminaría hablando de estas cosas
con la mejor amiga de Greta? Greta. No cualquier mujer, Greta—. No era
mi intención jugar con ella, aun así, las cosas no siempre suceden como
nos gustaría.
—Sebas, te escucho hablar y en mi mente solo resuena una palabra:
excusa. La cagaste, ella también, porque teníais que haber hablado cuando
todo se fue al traste, pero no pasó y ahora la bola se ha hecho más grande.
Tú no sabes qué hacer, y ella tampoco sabe qué hacer y ahí seguís,
haciendo el gilipollas los dos y mareando a todos los que estamos a
vuestro alrededor.
—No estoy de acuerdo.
—Es lo que se ve desde fuera y lo que se interpreta. Insisto, no soy
quién para dar consejos, pero creo que has metido la pata y te has
equivocado. Dicho esto, ¿qué venías a decirme?
Dejo que las palabras de Elsa pasen por mi cabeza sin meditarlas
mucho. ¿Puede ser verdad que me haya equivocado? ¿Que no haya sido
cierto? ¿Que Greta no jugase conmigo y con su mejor amiga? ¿Que le
jodiese a Cayetana la vida por la decisión que tomó?
Intento recomponerme y dejar a un lado el enfado que tengo ahora
mismo, porque recordar todo lo acaecido me hace sentir mal. Hay
personas que han pagado por nuestros errores sin merecerlo.
—¿Es cierto que tienes una relación con el arquitecto Molina?
Elsa abre los ojos como platos y su mirada, enfurecida, se clava en la
puerta de su despacho.
—¿Ya te han ido metiendo mierda? Odio esta clase de cosas, Sebas. Es
mi vida privada y nadie debe meterse en ella, ni siquiera tu querida
prometida —suelta con retintín.
—Ella no me ha dicho…
—¿La defiendes? Después de lo que te acabo de decir, ¿la defiendes?
—Es Cayetana, ¿qué quieres que haga?
—Que abras los ojos de una puta vez, que ni el bueno es tan bueno ni el
malo es tan malo —sentencia—. Y, no, no tengo una relación con él,
aunque sí hemos follado, ¿contento? Ya puedes ir a contárselo a tu
prometida y decirle que siempre tiene que ganar ella, pero que, en esta
vida, las mentiras se pagan. —Me incorporo tras las palabras de Elsa y no
digo nada más—. ¿Sebas?
—¿Sí? —inquiero al girarme. Me siento fatal.
—Las mentiras se pagan caro, pero los errores también —finaliza.
Coge el teléfono y llama a su secretaria mientras me da la espalda.
No sé si prefería quedarme dentro o enfrentarme a lo que me esperaba
fuera.
CAPÍTULO 26
UNA DE SOPAPOS, POR FAVOR

¡Joder! Aún me tiemblan las piernas por su culpa. ¡Dios! Está más
guapo que nunca, ¿he dicho ya lo guapo que es Sebas? Ya, ya, claro, ya sé
lo que piensas: a la boba de Greta le gusta Sebas, pero no sabe cómo
decírselo o cómo enfrentarse a la situación y la realidad es un poco esa.
Creo que llevo tanto tiempo negándome lo que para otros resulta tan
evidente, que enfrentarse a esto es muy complicado. Eso y que no confío
en él. Ya no.
A veces pienso si es cierto eso de que una vez se pierde la confianza en
una persona es imposible recuperarla, como las parejas o los matrimonios
que son infieles y terminan dándose una nueva oportunidad, en realidad,
¿son capaces de confiar nuevamente en la persona? O, sencillamente, ¿es
más fácil correr un tupido velo y hacer como si nada hubiese pasado
porque aceptar lo evidente duele más?
Fijaos en el conocido de mi hermano, ese que supuestamente iba a
celebrar su divorcio y al final, por hache o por be, no lo hizo porque
decidieron apostar por lo que tenían. Los admiro. En serio, los admiro,
porque yo no sé si una vez la confianza se resquebraja sería capaz de
empezar de nuevo, esto no es como una partida de parchís o de la oca y
tiro porque me toca, es más que eso, es cuestión de lo que se siente y de lo
que eres capaz de hacer por alguien a quien amas.
—Mira a quién tenemos aquí.
Dejo la marabunta de pensamientos a un lado y me centro en la voz
chirriante que resuena tras de mí.
—Buenos días.
—Para quien los tenga y está visto que tu día no es muy bueno. Tienes
mala cara.
—Será porque te tengo enfrente. —«Es el asco que me produces», bien
podría decírselo, pero estamos en un sitio público en el que no me apetece
montar una escenita propia de las nuestras.
—Veo que sigues enfadada, el rencor no es bueno, esas arrugas que
tienes demuestran que lo mejor es seguir adelante, no quedarse estancada
en el pasado y saber aceptar las derrotas.
—Las tuyas entonces deben de ser por las mentiras —zanjo.
Me giro con la firme intención de irme o, por lo menos, de poner
distancia entre nosotras porque a la persona que menos me apetece ver en
este momento es a ella. Hasta a mi exjefe soy capaz de perdonarlo, pero a
Cayetana no, definitivamente no.
—Cada cual juega sus cartas como puede o como debe, ya tienes edad
de ir aprendiendo, Greta —me contesta con altanería.
—Me parece estupendo, salvo porque a mí eso de ir aplastando a todo el
que se pone por delante, más si se hace llamar amiga, pues como que no
me mola.
—¿Amiga, dices? Pobrecita, ¿aún no te has dado cuenta de que jamás
has sido mi amiga, Greta?
—Hubo una época…
—Nunca, eso es lo que tú te creías, y lo que yo dejaba que entendieses,
sin embargo, no era real. Sencillamente, debía jugar mis cartas de la mejor
forma.
—Me das asco. —Y, sí, sé que dije todo eso de guardar la compostura
porque estamos en un sitio público, pero ¿no os ha pasado alguna vez que
si no decís lo que pensáis reventáis? Pues tal que así.
—Tú sí que das pena, enamorada hasta las trancas del que será mi
futuro marido.
La reviento. Juro que la cojo de los pelos y la reviento.
Alzo la pierna derecha para dar un par de pasos y darle unos sopapos,
los que tenía que haberle dado hace años, cuando se comportó como una
perra del infierno interfiriendo en mi relación con Sebas e, incluso,
fastidiando la relación que tenía con mi hermano porque, aunque Javier se
empeñe en negarlo, él dejó de confiar un poco en mí cuando la bomba
explotó en nuestras narices.
—No, Greta.
Observo mi brazo y sé sin siquiera mirarle a la cara que es su mano la
que la rodea. Ese maldito cosquilleo solo lo produce él, siempre ha sido
así.
Cayetana sonríe con suficiencia, porque esa es ella la que tiene la sartén
por el mango y la que va a ganar, como siempre ha sido.
—Suelta —le pido moviendo el brazo de forma brusca.
Estoy enfadada, mucho. Con ella y con él. Conmigo misma por ser tan
patética.
—Greta…
—Que te den, Sebastián.
Ese fue mi pensamiento aquel día. El pensamiento que marcó un antes y
un después en nuestras vidas, y él lo sabe tan bien como lo sé yo.
Dejo atrás el edificio y comienzo a caminar sin rumbo fijo,
sencillamente dejando que mis pasos me lleven hasta donde quiera.
No os hacéis una idea de todo lo que ha llovido, la de cosas que han
cambiado y lo que hemos cambiado nosotros mismos con cada
acontecimiento que pasa. A veces, mientras comparto una tapa de
aceitunas con Noa y Greta y un par de cervezas negras —sin hablar sobre
banalidades, cuando nos permitimos ponernos serias y hablar de
sentimientos—, meditamos sobre lo que nos deparará la vida y lo que
acaecerá en ese día que hará que nos cambie con respecto al día anterior
porque es así, lo que eres hoy puede que dejes de serlo mañana.
Me siento en uno de los bancos de madera desvencijada que decoran el
parque. No hay niños, es horario lectivo e imagino a esa panda de
pequeños saltamontes gritones haciendo de las suyas mientras las
profesoras se tiran del poco pelo que debe de quedarles permitiendo que
ahora mismo el silencio ocupe este espacio.
Algún tímido ladrido me hace alzar la vista, pero nada que enturbie mis
pensamientos.
—Eres la hija de Berta, la que organiza los divorcios esos, ¿no?
Una mujer menuda está plantada frente a mí, con los brazos en jarras y
un delantal roído decora su indumentaria. ¿Será una de esas viejas
chismosas que vienen a reprocharme algo y no sé el qué?
—Depende. —Mejor no decir que sí de primeras que me puede caer la
del pulpo.
—Sí, eres tú, me lo ha dicho el chico del perro.
El famoso chico del perro no es otro que un vecino de mi edificio. Odio
a los vecinos, a todos sin excepción, antes no era tan radical, pero hoy no
tengo el chichi para farolillos.
—Vale, soy yo. ¿Qué he hecho ahora?
—¿Ves a ese hombre de ahí?
Dirijo la vista hacia donde me señala su dedo. Un señor de su edad. No,
no me he acostado con él. Si lo ha hecho Elsa, no me responsabilizo de sus
actos.
—Sí —claudico.
—Quiero divorciarme de él —sentencia rotunda. La señora en cuestión
se sienta a mi lado y la escucho hablar, pero no le presto la menor
atención. ¿Esto es en serio? Creo que es una de esas bromas de cámara
oculta, debe de ser eso, seguro—. ¿Me estás escuchando?
—No —me sincero.
La señora bufa exasperada, como si no tuviese paciencia alguna y la
poca que le queda la perdiese conmigo.
—Soy Teresa, pero puedes llamarme Teresita y ese de ahí es mi marido.
Exmarido en breve. —No es por ser mala, pero el señor da la sensación de
que no se percata de nada, y parece buena persona también, que, no es que
Teresita no lo sea, aunque, joder, cómo habla la doña—. Berta dice que
celebras divorcios. Mis amigas todas creen que eres mala persona por
celebrar las desgracias ajenas, aun así, chica, ¿qué quieres que te diga? Yo
creo que haces bien porque cuando se cierra una puerta una ventana se
abre y hay cosas que se deben zanjar y celebrar. El padre Carmelo que no
se entere porque me excomulga, y yo soy una fiel devota que va todos los
domingos a misa, nos ha comentado que, si nos cruzamos contigo, no te
miremos a los ojos porque solo una señora que está poseída por Satán
puede celebrar un divorcio.
¡Mátame, camión! Miro a ambos lados en busca de la cámara y no veo
nada, Teresa me coge de la barbilla y me lleva la vista hacia ella.
—Vale. —Es todo lo que me sale.
—También sé que Soledad no te soporta, pero no le hagas caso, eso es
porque nunca se ha casado y no le han dado mambo. Negaré haber dicho
esto y cierra la boca, niña, que entran moscas y, por mucha proteína que
digan que son, da asco porque se posan en la mierda.
—Vale —repito y dad gracias a que he cerrado la boca.
—Pues me quiero divorciar de ese espécimen y quiero celebrarlo con
mis amigas del club de lectura. Porque son buenas y me apoyan en todo y
me aguantan, que eso es difícil. Soledad también estará, pero no te
preocupes por ella; no eres tú, es ella, ya te lo he dicho.
—A ver, recapitulemos —consigo articular cuando mi mente ha
procesado toda la información que la señora me ha facilitado—. ¿Quieres
celebrar un divorcio?
—Sí. —Menos mal que no ha dicho yes como Elsa.
—Pero sigues casada.
—Sí, aunque por poco tiempo —murmura entre susurros. Alza la mano
y saluda a su marido, el que es su marido, con el mayor cariño del mundo,
no parece siquiera que quiera divorciarse de nadie, os lo juro por Snoopy.
—¿Sabes que para celebrar un divorcio tienes que divorciarte?
—Sí, claro, ¿por quién me tomas?
¿Por una loca chalada? ¿Seré yo así cuando tenga su edad, pero sin
marido y con gatos?
—Pues entonces creo que primero tienes que resolver un pequeño
problema.
—Eso nada, no te preocupes. —El señor en cuestión llega hasta nuestra
altura y se planta frente a nosotras, deja su brazo sobre el hombro de
Teresa, y ella lo mira con devoción. Para querer divorciarse parece que se
quieren—. Pues lo que te decía, bonita, me duele mucho la rodilla y es por
eso por lo que Santiago se dedica a sacar a pasear a Piojo, que es un perro
precioso y encantador.
—Como la dueña —suelta el señor Santiago.
—Te dejo, nos vemos otro día. Gracias por todo —me dice.
La señora esta, a la que parece ser que le duele una pierna, camina
mejor que yo. Va de la mano con su marido y juro que esto se cuenta y no
se cree.
Saco el teléfono y escribo en el grupo:
Greta:
Escena surrealista, de esta escribo un libro. ¿Noche de nachos con
guacamole y cerveza negra?
CAPÍTULO 27
NO TENGO EL CHICHI PARA FAROLILLOS

Las chicas se apuntan a un bombardeo, da igual que sea lunes —el peor
día de la semana por excelencia— o sábado —sábado, sabadete…— y
creo que, por eso solo, son las mejores personas que pisan la faz de la
tierra, y no exagero ni un ápice.
Las estoy esperando en el local de Borja, en principio, las cervezas y los
nachos con guacamole los serviremos en casa, pero les he dicho que, si
vamos a reunirnos las tres allí, tendremos que entrar juntas para que Noa
sea nuestro escudo ante Soledad, que ahora entiendo por qué se llama así,
le viene el nombre al pelo. Sin ironía ni nada, ehh.
—¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este?
Me giro y veo a Borja tras de mí.
—Borjita, Borjita, tienes tú más peligro que un caramelo por fuera de la
puerta del cole.
—Ya quisiera yo ser tu caramelo —me susurra zalamero.
—No estoy de humor —finalizo.
—Eso lo arreglamos, tú te dejas hacer y ya está. La última vez me
comporté, no creo que pase nada porque esta noche no lo haga.
—Es noche de chicas.
—¿Las brujas han salido de caza? ¿Debo temer por mi vida?
—Para nada, tu integridad está a salvo.
—¿A quién le toca ser pasto de vuestras lenguas hoy?
—A todo el que se cruce en nuestro camino —finalizo sonriendo.
—En serio, Greta, sabes que yo…
—Lo sé, ¿vale? Tengo tu número.
—Llámame luego —me pide al ver que Elsa hace acto de presencia en
el local—. Me voy porque confío en ti, pero no en tu amiga.
—Haces bien —le suelta Elsa tras lanzarle un beso volado mientras él
se aleja de la mesa que ocupamos y regresa a la barra—. ¿Qué le pica a
Borja?
—Quiere tema, ya sabes.
—¿Y tú?
—Yo no tengo el chichi para farolillos.
—Pues deberías, por lo menos te desquitas y destensas esos músculos.
Ya me han contado que hoy hubo pelea de gatas en el ayuntamiento. —
Asiento y, antes de defender mi honor ante Elsa, le señalo la puerta porque
Noa está entrando, observando el móvil y sonriendo ampliamente—. Aquí
se cuece algo —finaliza Elsa que ha entendido a la perfección lo que
quería decirle.
—Buenas noches, noches —repite con voz cantarina.
—¿Es necesario hacer gala de tanto empalague? No es el día de los
enamorados ni nada que justifique tanto azúcar en el ambiente, me dan
arcadas —protesta Elsa mirando a Noa. Que Elsa de romántica tiene lo
mismo que de dulce un limón, pero Noa tampoco suele ser muy tierna.
—Estoy contenta —finiquita la susodicha.
—Déjala, que está contenta —la defiendo.
—¿Nos vamos o pedimos algo? —pregunta Noa sin soltar el teléfono.
—Hola, estamos aquí. ¿Con quién chateas?
—Con nadie. —Antes de que Elsa pueda estirar su cuello cual avestruz,
Noa bloquea la pantalla y se guarda el teléfono en el bolsillo trasero de su
vaquero. No se sienta.
—Nos vamos —intercedo—, las cervezas y los nachos con guacamole
están en mi casa, también las aceitunas y las patatas fritas con sabor a
jamón, que me perdone Carlos Ríos porque hoy su real food lo he dejado
en la puerta del edificio.
Alzo la mano para despedirme de Borja, que está atendiendo a un
cliente, pero pendiente de nosotras, creo que tiene veinte ojos porque suele
estar al tanto de quien entra o quien sale.
Me cae bien Borja, siempre me ha caído bien, desde la primera vez que
nos vimos hace ya bastantes años. Es un pueblo y nos conocemos la
mayoría, ya sea por las amistades que se van formando o por ser la hija de
tal o de Pascual, lo típico en los pueblos.
El caso es que Borja apareció en un momento de mi vida en el que yo
estaba hecha una piltrafa andante. Mi corazón seguía roto porque Sebas se
había encargado de ello, y Javier un poco también porque se mantuvo al
margen de todo, y yo hubiese preferido que hubiese sido menos neutral,
aunque, a día de hoy, lo entiendo. Una tarde. El local. Un zumo natural.
Una posterior cerveza. Una combinación pésima que mi estómago no pudo
soportar y un chico que sujetaba mi cabeza en un retrete. Si hay más
intimidad que esa con alguien a quien no conoces, que baje Dios y me lo
diga.
Reímos muchísimo, tras el incidente, obvio, se burló de mí durante
semanas y comenzamos una relación de amistad bastante imprevista, de
esas que surgen cuando menos te lo esperas, pero que te traen un soplo de
aire fresco a tu vida y eso es justamente lo que necesitas.
Recuerdo que lo que más me animaba era estar con Elsa, Noa y con
Borja porque me hacían olvidar lo patética que me sentía. La cosa con
Borja derivó en un beso una noche que achacamos a una pequeña
borrachera, yo me hice la boba porque sabía que yo sí que estaba medio
piripi, pero él no, ya que nunca bebe en el trabajo.
Ese día no pasamos de ahí. Y, a pesar de que me sentí mal luego porque
una pequeña parte de mí pensaba que seguía traicionando a Sebas, la otra
me decía que había vida después de todo. Así que me dejé llevar, sin
pensar en nada más que en mí porque ya había pensado bastante en los
demás, después de todo, Cayetana calentaba la cama de Sebas sin pena ni
gloria y no me guardaban luto alguno.
Y así fue como Borja se convirtió en un amigo con derecho. Fue
sencillo entre nosotros, aunque creo que sabíamos que, en el fondo, no
éramos el uno para el otro porque, al igual que nos besábamos a
hurtadillas en cualquier esquina, también discutíamos por doquier hasta
cansarnos, porque sí, porque los celos en ocasiones me podían y porque él
no era el hombre de una sola mujer, y yo ya había tenido que compartir a
uno y no estaba dispuesta a compartirlo más, lo que provocó que
entrásemos en bucle. Nos reconciliábamos, nos comíamos a besos,
estábamos bien y discutíamos y así hasta que nos dimos cuenta, de la
misma manera que llegó, que se había ido eso que creímos que podíamos
tener y no tuvimos. Pero no dolió, no sentí ese sonido que ocupó todo
cuando Sebas se fue aquella tarde de mi casa, cuando me dejó sin mirar
atrás y la confianza que tenía en él se resquebrajó. Sencillamente, sucedió
lo que tenía que suceder.
A veces, la vida te da una de cal y una de arena, y te enseña que el amor
es bonito mientras se tiene y te mata por dentro cuando parte.
CAPÍTULO 28
NUESTRA PRIMERA CRISIS

Caminamos las tres cogidas por los codos, sin decir nada, cada una en
su mundo y el mío sumergido en los recuerdos de Borja y Sebas. Me da
que papeletas para un sorteo a la que más caca tiene encima tenemos
todas.
—A ver. Ni un solo sonido fuera de lugar, nada de gritos, pellizcos,
patadas, mordidas ni protestas hasta entrar en el apartamento. No quiero
que vuestras voces superen los decibelios establecidos porque la señora
tiene buen oído —les explico mientras señalo hacia arriba ya frente la
puerta—. Estoy segura de que ya sabe que hemos llegado y está llamando
al casero —les cuento.
—No es para tanto —la defiende Noa mientras saca sus llaves para abrir
el portal.
—Claro, eso lo dice porque a ella le da un táper de comida y a mí me
manda mojones en salsa, no literal, ¿vale? Es solo un símil para que
entendáis mi situación y posterior frustración —explico ante la cara de
asco de mis dos amigas.
Entramos y por ahora ni una sola queja porque están cumpliendo su
deber. Mientras subimos las escaleras guardando la compostura, escucho
una puerta que se abre.
—Os lo dije, alguna la ha cagado. Noa, tú delante. —La empujo.
Noa lo hace sin rechistar, normal, sabe que tiene las de ganar frente a
nosotras.
—Buenas noches, Soledad, ¿qué tal su pierna hoy?
—Bien, hija, bien, con algo de dolor, pero las pastillas nuevas que me
ha recetado el traumatólogo que me recomendaste están haciendo efecto
porque hoy ya puedo moverla sin problema.
Elsa hace el amago de colocarse enfrente, y la cojo de la mano en plan:
«Si quieres seguir viviendo mejor será que te quedes tras las trincheras.
Rezaré por ti si mueres». Pero nada, que a ella no hay quien le ponga el
collar y hace lo que le sale del kiwi.
—Buenas noches, señora, me alegra verla tan bien.
—Mira, la concejala. Noa, cielo, no entiendo cómo pueden ser tus
amigas.
—Mejores amigas. —Carraspeo, carraspeo, carraspeo.
—Son buenas niñas, se lo aseguro. —Minipunto para Noa, que ha
intercedido por nosotras. La dejaré entrar en casa gracias a esa respuesta.
—Teresa quería hablar contigo —suelta dirigiéndose en esta ocasión a
mí—. Espero que no le metas ninguna idea de las tuyas en la cabeza
porque ella es una mujer seria y sensata, y no quiero jaleos. Es mi amiga
—le explica a Noa, como si las demás, de nuevo, no estuviésemos delante
y, por ende, no existiésemos.
Ella asiente, ¿qué otra cosa puede hacer si no?
Paso de largo y me encamino hacia la escalera para subir a la última
planta. Noa se queda hablando con la vieja del visillo, y Elsa me sigue
porque escucho el repiqueteo de sus tacones.
Una vez abro la puerta entramos y la dejamos entornada para cuando
llegue Noa; alias, la Traidora.
—A este paso, cuando suba, me habré zampado todas las aceitunas —
murmura Elsa cogiendo varias y metiéndoselas en la boca.
—Tienen pipa —le advierto.
—Tranquila, para otra cosa no, pero para comer aceitunas tengo arte.
¡Qué coño! Para muchas cosas tengo arte.
—Y dime, Elsa, ¿cómo va la labor de deshacerse de tu maromo
morcillón?
—Del arquitecto, ha dejado de tener apelativo porque no me mola su
rollo.
—¿Y eso? Espera, espera, que te gustaba el otro.
—Yes.
—No empieces —le advierto con mi dedo índice—. Me tocan las
narices tus anglicismos afirmativos porque, chica, te quedas en eso,
afirmar.
—No —dice en inglés.
—Y negar —añado bebiendo un trago inmenso de cerveza—. Tú, fuera,
quédate con tu nueva amiga —le digo a Noa cuando llega y se sienta a mi
lado.
—Paso —me suelta sin ponerse ni roja—. La señora Soledad dice que
Teresa quiere divorciarse.
—Ostras, sí —afirmo—. Es una locura total. Eso es lo que os decía en el
mensaje, que creo que voy a poder escribir un diario de una divorce
planner en apuros porque, lo que no me pase a mí, no le pasa a nadie, os lo
juro.
Me detengo a explicarles todo, incluida, ya de paso, la escena del
ayuntamiento porque sé que Elsa ya sabe algo y, ya que me han dejado
hablar, lo mejor es aprovechar la coyuntura.
—Yo le habría dado de hostias a la tía. Encima con amenazas, ¿quién
coño se cree que es?
—La novia de Sebas —matiza Noa tirando por tierra todo el ánimo que
acababa de insuflarme Elsa.
—Eso es lo de menos —suelta Elsa restándole importancia.
—O no —insiste Noa—, ¿es lo de menos, Greta?
—Ay, yo qué sé. —Si se creen que voy a decir algo al respecto, tal y
como me encuentro ahora mismo, la llevan clara las dos.
—Creo que debes tirarte a Borja —intercede Elsa—. Con un poco de
mambo se te va a pasar todo y vas a estar como nueva, tienes la piel
apagada y le falta brillo.
—Eso es porque le falta crema hidratante, solo es eso —matiza Noa.
—A ti también te hace falta correrte. ¿No has usado nada de lo de la
tienda?
—¿Te recuerdo que la única que compró todo un arsenal fuiste tú?
Nosotras solo miramos.
—Cierto y, para vuestra información, no lo he probado todo —nos
explica Elsa.
—Hasta feo estaría —susurra Noa.
—Pero bien que podría —insiste Elsa.
—¿Sigues con el tipo ese que te gusta? —le pregunta Noa.
—No me gusta, ¿vale? Me gusta cómo folla, dejad de malinterpretar las
conversaciones porque aquí puedo empezar yo también a tergiversar
diálogos y entonces la cosa se puede poner fea, pero que muy fea.
—La que utilizó el verbo «gustar» fuiste tú —la acusa Noa.
—¿Y a ti quién te gusta? Porque te veo ahí con el teléfono y risa va y
risa viene y no has dicho nada, estás callada como una puta en misa.
—Bueno…, yo no tengo por qué contar todo. A la que le gusta alguien
es a Greta, que bebe los vientos por Sebas, aunque no se atreve a
confesarlo —declara Noa.
—La discusión era entre vosotras dos, ¿por qué tenéis que meterme a mí
en medio? ¿No os he dicho que no tengo el chichi para farolillos?
—Tú puedes decir lo que quieras, eso es así, pero todas sabemos lo que
hay.
—Fin de la discusión, voy a llamar a Borja —explico. Puede que de esta
forma me dejen tranquila y no me presionen más.
—Ya, claro, como si eso te fuese a salvar de algo —aclara Noa.
—Deberías haber visto el mosqueo que cargaba Cayetana hoy, si te pilla
por la calle te atropella, te lo digo —nos cuenta Elsa mientras sigue
zampando.
—Me dijo cosas muy feas —les explico.
—Ya, decirte que se hizo pasar por tu amiga para que confiases en ella y
luego clavarte el puñal por la espalda no es que fuese demasiado sensato,
creo que está mal de la cabeza —aclara Elsa.
—Yo lo que creo es que te envidia —afirma rotunda Noa.
—¿Envidiarme? ¿A mí? ¿Por qué?
—Puede que ahora no lo haga porque eres una pringada muerta de
hambre apenas sin trabajo.
—Hombre, gracias, Elsa; recuérdame, Noa, que si algún día necesito
clases de autoestima no vaya a dar con Elsa porque lo más probable es que
termine cortándome las venas con un cuchillo oxidado.
—Greta —intercede Elsa antes de que Noa conteste a mi sarcasmo—,
no es que no te queramos, pero ahora mismo estás empezando un negocio
y te apoyamos…
—Te apoyamos —ratifica Noa.
—Pero, cariño, tu vida es un completo desastre y cito datos que son
sujetos de corroborarse. Te gusta Sebas, aunque te niegas que te gusta.
Dejas que Cayetana te tienda una trampa y no has sido capaz en todo este
tiempo de hablar con Sebas y con Javier para decirles que aquello fue todo
mentira. A pesar de eso, sigues poniendo buena cara, resignándote y, no
conforme, dejas que te lo coma en casa de tu madre y, además, se lleva tus
bragas que a saber dónde están. Tu mejor clienta es tu futura cuñada y una
amiga que te ha buscado, sin contar a la Teresa esa que a saber qué quiere.
Y la pared sigue estando llena de pósits. Ahh, y a esto le sumamos que no
quieres nada con Sebas, sin embargo, tampoco te quieres follar a Borja,
que lo tienes ahí mismo, a expensas de un solo clic, no sé tú, pero la
realidad es la que es y ahora mismo eres patética.
—Vaya, pero si aquí mi amiga mira los problemas de los demás, aunque
no es capaz de ver los suyos —la acuso con desdén.
—Te equivocas —me corta—, yo sé perfectamente la vida que tengo y
los errores que he cometido. Sé que hay cosas que no entran dentro de mis
planes y que las que entran es mejor dejarlas de lado porque puede que así
sea menos doloroso, pero la diferencia es que yo no me escondo ni busco
excusas.
—Sí que las buscas porque el trasfondo de todo eso no es otra cosa que
el miedo, Elsa, reconócelo, tienes miedo.
—Lo reconozco, Greta. Ahora, dime algo, ¿no lo tienes tú también? —
Trago, trago con fuerza porque sé que le he hecho daño, he tirado el dardo
a matar y darle donde más le duele, y ella ha respondido con estoicidad, a
pesar de la poca empatía y asertividad de mis palabras, y me siento mal,
ahora me siento fatal—. Se me han quitado las ganas de beber y comer.
Buenas noches —se despide incorporándose.
—No te vayas, Elsa, soy una mala amiga.
—No lo eres, Greta, pero ahora mismo no me apetece nada estar aquí. Y
debes respetarlo, igual que yo te respeto a ti y a tu falta de sinceridad
contigo misma.
Dicho esto, Elsa se incorpora y sale de casa. No he sido consciente de
que estaba de pie hasta que el brazo de Noa tira de mí y me hace caer de
nuevo al sillón.
—Soy lo peor —le confieso abatida.
—No lo eres, pero creo que ni es tu mejor día ni el suyo. Deja que pasen
unos días y luego hablas con ella, ya sabes cómo es Elsa.
Guardamos silencio un rato mientras ambas comemos, damos algún
sorbo a la cerveza, y Noa mira su teléfono sin parar de teclear cada vez
que resuena. No me atrevo a preguntar nada por miedo a incomodarla a
ella también.
—¿Te quedarás a dormir conmigo? No me apetece estar sola —finalizo.
—Por supuesto —murmura—. Déjame ir a por el pijama y vuelvo.
Nos levantamos del sofá y comienzo a recoger las cosas que hay sobre
la mesa. Tengo que ser sincera con lo que siento, por lo menos con lo que
siento por Borja ahora mismo y no darle esperanzas de que vaya a pasar
nada entre nosotros, porque sé que para él esto es lo de siempre y
acabamos cayendo en el bucle de nuevo y lo que menos me apetece son
más problemas en mi vida.
Le escribo un breve y escueto mensaje con una excusa mala sobre un
dolor de cabeza que es real ahora mismo y dejo el teléfono sobre la mesa.
Me meto en la ducha intentando aliviar el malestar que siento. Odio
estar mal con Elsa, en realidad, odio estar mal con cualquier persona, no
me gustan los enfrentamientos ni los problemas, por eso es por lo que
huyo de cualquier situación que pueda provocar uno. Lo de hoy con
Cayetana era de esperar y, a pesar de la incomodidad, creo que actué tal y
como debía hacerlo porque con ella ya he agachado la cabeza en muchas
ocasiones y está bien poner la mejilla una vez, pero, acostumbrarse a
dejarse machacar, como que no.
Cuando sucedió todo lo que sucedió con Sebas, cuando todo explotó y se
hizo pedazos, esa parte de mí, siempre reticente a que un enfrentamiento
pudiese darse, se impuso. Es el mejor amigo de mi hermano y una disputa
con él podría haberse traducido en la pérdida de los dos, casi que lo mejor
era aceptar la situación, a pesar de que mi reputación se hubiese visto
perjudicada y dejar que el tiempo pusiera cada cosa en su lugar, por lo
menos, mi conciencia estaba tranquila y eso no me lo iba a robar nadie.
Salgo de la ducha, y mi amiga Noa está tumbada en la cama con el
teléfono en las manos.
—¿Quieres contarme algo?
Ella me observa perspicaz y sencillamente me dedica una sonrisa.
—Nada que por ahora tenga que ser contado —susurra con voz
conciliadora.
Deja su teléfono sobre la mesa, me arropa y nos colocamos como si
ambas necesitásemos ser la cucharilla de la otra, como el otro día.
—Noa, sabes que te quiero mucho, aunque seamos muy diferentes las
dos, ¿verdad?
—Greta, sabes que yo te quiero mucho también y que, aunque no nos lo
digamos, lo importante es lo que sentimos, ¿cierto?
—Cierto —finalizo con esa sensación de placidez abarcando todo mi
cuerpo.
—Pues ahora duerme, creo que ha sido un día duro para ambas.
—Para unas más que para otras —bromeo.
—Para ambas —matiza—. Porque es complicado aceptar determinadas
cosas, así que, amiga mía, para ambas ha sido un martes de mierda.
CAPÍTULO 29
UNA NOCHE DE MARTES CUALQUIERA…

Abro los ojos cuando la punzada en la sien se hace insoportable. No


recordaba que un dolor de cabeza me despertase desde hace ya bastante
tiempo, la resaca puede que sí; pero, un dolor por un día lleno de
complicaciones, no.
Me incorporo en la cama y tapo a Noa con la colcha. Cada vez que he
dormido con ella es igual, parece mentira que alguien tan tranquilo sea tan
inquieto mientras duerme, siempre termina destapada. Bendito pijama.
Entro en el baño y abro el primer cajón de la derecha, donde guardo las
cajas de todas esas cosas que me salvan la vida cuando estoy jodida,
llámese antigripal, ibuprofeno con arginina y Almax, mis tres
inseparables.
Sobre en mano me encamino hacia la cocina. Me paro frente a la pared
llena de los papelillos amarillos que he ido pegando con celo para que no
se caigan y escribo uno nuevo: «Crecer». Elsa tiene razón, necesito crecer
y expandir mi negocio si es en esto en lo que creo. Debo meditar bien
sobre ello, sobre las razones que me llevaron a arriesgarme y montar un
negocio que me satisface, que me llena y que creo que es necesario, por
muy surrealista que suene en un principio.
El portero resuena en la estancia y separo la vista de la pared. Miro el
pequeño reloj verde que hay en la cocina y son poco más de las dos de la
mañana. Lo primero que pasa por la cabeza humana cuando el portero
resuena a esas horas es que algo malo ha pasado, es normal, no podemos
evitar la negatividad que fluye por nuestras venas, dicho esto, me acerco
con cautela al telefonillo y descuelgo antes de que mi vecina de abajo
llame a la policía y acabe en un calabozo por escándalo público.
—¿Sí?
—Greta…
La voz de Borja al otro lado me sorprende.
—¿Borja?
—Yo… —me suelta con voz trémula.
—¿Qué pasa? ¿Has bebido? —lo pregunto, obvio, pero la realidad es
que no me hace falta demasiado para saber que así es.
—¿Puedo subir? —Otra pequeña punzada hace acto de presencia y miro
el sobre que he dejado sobre la barra de mi cocina.
—No —niego. No puedo permitir que suba, Noa duerme en mi
habitación y no quiero molestarla—. Espera ahí, ahora bajo.
Vierto el sobre en un vaso con agua, lo remuevo con rapidez con una
cucharilla y lo tomo. Mi cara de asco aparece de forma instantánea, odio
estos sobres, no entiendo por qué nos engañan y dicen que tienen sabor
agradable cuando son infumables, ¿acaso no saben que el sabor agradable
es el de la cerveza?
Me enfundo una sudadera sobre la camiseta de asillas y bajo en pijama
y unas zapatillas de andar por casa. Todo glamur ahora mismo, eso es lo
que soy.
Cierro la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido y comienzo a
bajar las escaleras. Una vez llego al piso de abajo, la imagen de Borja
frente al portal me hace sonreír. Siempre con su típica chaqueta de cuero
marrón, desde que lo conozco es así.
—Greta… —me dice nada más verme.
—Borja, ¿estás bien? Te mandé un mensaje antes, Noa está arriba
durmiendo —le explico.
Él se limita a asentir. Me siento en el escalón del portal y le señalo mi
lado para que se coloque junto a él.
—Pensaba que esta noche sí me dirías que sí —me suelta de sopetón.
—La verdad, Borja, es que no me apetece nada…
—Eso no es problema para mí —suelta arrastrando las letras.
—¿Has bebido? ¿Y tu primera norma?
—¿Mi primera norma? —inquiere escrutándome con la mirada. El
brillo de sus ojos lo delata, ha bebido más de lo que debe.
—Esa de no beber en horas de trabajo.
—Hoy me la he saltado, creo que me han roto el corazón con un
rechazo.
Me río al escuchar sus palabras.
—No será para tanto, Borjita, ya sabes…
—Eres la única a la que dejo llamarme Borjita.
—Me alegra, Borjita.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—No lo sé, lo que sí sé es que, si no estoy bien, lo estaré, ya sabes.
—Eres Greta Bover, indestructible.
—Casi, casi como Terminator. —Me río—. ¿A qué has venido, Borja?
—finalizo observándolo con atención.
—A verte. —Lleva sus manos a los ojos y los restriega con fuerza. Me
observa de nuevo con intensidad y el brillo que hay en ellos se ve
eclipsado por sus pupilas dilatadas—. Tenía ganas de esto.
Se lanza a por mis labios sin previo aviso. Los besos de Borja no me son
extraños, hemos compartido muchos, pero no son como los de Sebas. Sus
labios son mucho menos carnosos, su lengua no despierta la misma calidez
entre mis piernas y los temblores de mis rodillas no hacen acto de
presencia.
Me separo cuando me doy cuenta de que los labios que anhelo no son
los del chico que ahora mismo está a mi lado, son los de Sebas, y me
siento horriblemente mal por ello, por desear al hombre que no tengo
enfrente, sino a uno que está muy lejos de aquí y no hablo de la distancia
terrenal.
—Borja… —Le corto poniendo mi mano en su pecho y separándolo.
—Greta… —me dice sujetando mi nuca y atrayéndome con fuerza hacia
él.
Me incorporo cuando veo que Borja no tiene intención de romper el
beso.
—No quiero, Borja, así no —le explico. No siento miedo, Borja es mi
amigo, es un gran amigo y sé que no me hará nada malo.
—¿Por qué? —grita.
Me acerco hasta él y tapo su boca con mi mano.
—Es de noche, has bebido y no es el momento ni el lugar. Tú me
respetas, y yo te respeto, y es así como debe ser, Borja. ¿Lo entiendes?
Retiro mi mano de su boca, y él se limita a asentir. Me sujeta por las
caderas y me pega de nuevo a su cuerpo. Me dejo hacer porque sé que es
Borja, sé que debe estar pasando por algo malo si reacciona de esa manera.
Porque ha bebido cuando no es normal en él que lo haga y porque no se
comporta así, nunca lo ha hecho.
Intenta de nuevo besarme y lo aparto empujándolo.
Lo último que siento es una mano sujetar mis caderas y moverme con
rapidez.
Y el temblor, el maldito temblor que siento cada vez que está cerca.
CAPÍTULO 30
LA ÚLTIMA PALABRA

—Borja, te ha dicho que no. —La voz de Sebas se cuela entre nosotros
de manera perturbable. Su tono es frío, tosco y extremadamente cortante.
—Mira, el señor alcalde ha venido. ¿Nos estabas vigilando? —pregunta
Borja, que no se achanta y da un paso hacia él.
—No quiero problemas, Borja, y tú tampoco.
—Solo estaba hablando con ella —matiza Borja mientras me señala.
Esto es bochornoso.
—Sebas —intercedo—, no pasa nada, Borja ya se iba.
Él asiente, pero no se mueve ni un ápice.
—No es eso lo que parecía desde la distancia —dictamina Sebas con los
puños apretados por la rabia contenida.
—No iba a pasar nada —lo defiendo no por nada en especial, sino
porque sé que Borja no sería capaz de hacerme nada.
—¡Márchate! —le pide Sebas con el mismo tono autoritario de antes.
—¿O qué? —le provoca Borja.
—Se acabó —zanjo. Me coloco entre ambos y los reprendo—. Borja,
vete, por favor, no estás bien y lo sabes. No quiero que terminemos
enfadados, nos llevamos bien.
—Más que bien —añade él con malicia y sin apartar la vista de Sebas.
Sebas bufa ante su comentario y mira en otra dirección, cualquiera diría
que está conteniéndose de veras.
—Vete —le pido.
—¿Y él? —protesta Borja al ver que no le digo nada a Sebas.
—Él también se va —resuelvo observando con fijeza a Sebas.
Ambos se retan con la mirada, no se fían el uno del otro, y yo tampoco
me fío de nadie.
Saco las llaves de la sudadera y abro la puerta de mi portal mientras
observo cómo ambos se marchan por diferentes direcciones.
Es lo que me faltaba, a mi enorme lista de problemas tengo que sumar
que se haya producido un enfrentamiento entre Borja y Sebas bajo mi
portal. No doy una. Pienso en llamar a Elsa y contárselo, pero sé que,
ahora mismo, esas carcajadas que espero por su parte no se producirían.
Escucho la puerta del portal cerrarse tras de mí cuando comienzo a subir
las escaleras del edificio en completa oscuridad.
El temblor regresa antes de que su brazo me rodee y me apriete contra
su cuerpo.
Escucho su respiración agitada y me doy cuenta de que es la mía y no la
suya. Inspira cerca de mi pelo y antes de que pueda reaccionar tira de él
provocando que mi cuello quede a su completa merced.
—¿Qué cojones me pasa contigo, Greta?
El mismo tono firme, la misma seguridad en sus palabras, esa manera
que tiene de controlarme cuando ni yo misma quiero que lo haga se cuelan
en el ambiente.
Me giro y me quedo de frente a él.
Estoy unos peldaños por encima y gracias a eso consigo colocarme a su
altura. Siempre he sabido que Sebas es alto, pero no he sido tan consciente
de ello como ahora, que lo tengo frente a mí y tan cerca que me siento
embriagada por su olor, ni siquiera en nuestro primer beso.
Las palabras se me atascan y no salen, hay tantas cosas que quisiera
decirle, tantas verdades como puños que mencionar y ninguna de ellas se
atreven a salir por mi boca. Un simple gemido escapa de entre mis labios,
reconociendo ante él que no me es indiferente, que soy vulnerable a su
presencia.
Su mano sigue en mi pelo y, a pesar de que intento mantener la mirada
en él, el tirón es tan fuerte que me es imposible y, en cierto modo, lo
agradezco porque, si sigo mirándole, es probable que pierda la poca
contención que me queda.
—Contéstame —me exige—, ¿qué coño me pasa contigo? —repite. Su
voz suena exasperada, impaciente y desesperada.
—No lo sé —murmuro con la poca firmeza que me queda.
Chasquea la lengua contra el paladar y ese sencillo y natural gesto me
excita. Sebas al completo lo hace, la capacidad que tiene de comportarse
de una manera seria y sobria cuando debe hacerlo y la cara opuesta cuando
estamos cerca, cuando me tiene a su lado y no es capaz de controlarse. Es
una sensación agridulce; por una parte, lo necesito y, por otra, lo
aborrezco. Lo admiro y lo odio.
—No me lo pones fácil, ¿verdad? Te gusta complicarme las cosas, no
puedes hacerlo de otra forma.
Lo empujo con fuerza, y Sebas apenas da un paso hacia atrás
sorprendido.
—¿Qué quieres, Sebas? ¿Qué pretendes? ¿Acaso quieres volverme loca
de remate?
—¿Acaso quieres tú volverme loco a mí? Siempre cerca, con ese olor
que me consume por dentro, con esa forma de reír que me vuelve loco, con
el descaro que tienes para hablar y soltar lo primero que se te pasa por la
cabeza, esa boca que te pierde y me hacer perderme a mí también. Dime,
Greta, ¿quieres acabar con mi paciencia?
—¿Con tu paciencia, dices? ¿De qué me hablas, Sebas? Eres tú el
culpable de todo —y lo digo en serio, con todas y cada una de las palabras.
—De culpa mejor no hablemos —matiza.
—No, claro que no, porque es mejor dejar todo como está. Las cosas son
sencillas, Sebas, márchate, vete por donde has venido, mantente alejado de
mí como has hecho hasta ahora y todo será más fácil para los dos.
—¿Alejado, dices? ¿Alejado? —insiste.
—Alejado —finalizo contundente—. Eso se te da bien.
—No entiendes nada, Greta, no lo entiendes.
—¿Qué coño quieres que entienda, Sebas? ¿Que me rompiste por dentro
cuando no lo merecía? ¿Que no fuiste capaz de buscarme? ¿De saber lo
que yo sentía?
Chasquea de nuevo la lengua, mira hacia la pared de su derecha, esa que
está llena de interminables buzones y, cuando clava en mí los ojos de
nuevo, solo veo determinación en ellos.
—Puede que no sea un santo, que me haya equivocado, que lo haya
hecho mal, pero tú tampoco lo has hecho mejor —rebate.
—¿A eso has venido? ¿A romperme más por dentro? Tranquilo, Sebas,
no se puede romper lo que ya está roto. Será mejor que te vayas.
Observo la fina línea en la que se han convertido los mullidos labios
que, a pesar de los reproches, sigo queriendo besar, morder, saborear y
disfrutar, y de nuevo pienso que soy una estúpida porque le he abierto
parte de mi caja de Pandora y le he dicho lo que siento, cómo me siento, y
ahora es más que consciente de que me sigue doliendo todo aquello que
decidí, hace años, guardar bajo llave y desterrar al olvido.
—Te he salvado de él. ¿Sabes lo que podía haber pasado si no hubiese
estado aquí? Estaba borracho, maldita sea —grita.
—No habría pasado nada porque Borja es mi amigo.
—¿Tu amigo? ¡Ja! ¿Crees que no sé lo que pasa entre vosotros?
—¿Tú? ¿Tú tienes el descaro de reprocharme nada cuando haces
exactamente eso con ella? ¡Eres un imbécil! —le insulto.
Me importa un carajo Soledad, me importa un carajo que el resto de los
vecinos se enfade. Todas las formas que he intentado mantener hasta el
momento para evitar problemas han dejado de importarme y la culpa
vuelve a ser suya, solo suya.
—Greta… —Su tono ahora suena a advertencia, y a mí eso me enfurece
más.
—No pienso callarme, no se te ocurra mandarme a callar porque vamos
a tener un serio problema, señor alcalde. —Sí, lo he hecho para fastidiarlo,
para que sepa cuál es su lugar y, cómo no, para que vea que me importa
una mierda todo él ahora mismo.
—Greta… —me insinúa de nuevo.
—Eres, eres…
—¿Qué soy, Greta? Dime, ¿qué soy?
—Un estúpido, un gilipollas, un imbécil que no tiene dos dedos de
frente, un…, un…
—¿Qué más, Greta?
—Un engreído y un arrogante.
—¿Has acabado ya?
—No.
—Siempre quieres tener la última palabra, ¿verdad?
—Siempre que puedo —le suelto con indolencia—. Siempre que la otra
persona me permite hablar, aunque tú, en eso, eres experto, Sebas, en no
dejar hablar por muy alcalde que te hagas llamar.
Sé que le ha dolido mi comentario y sé que, aunque estoy enfadada con
él por todo lo que nos ha pasado en estos últimos años, no siento todo lo
que le he dicho, no de primeras. Lo he insultado en infinidad de ocasiones
y en muchas de ellas con razón y, aunque no entienda que Sebas haya
hecho lo que hizo, y cómo lo hizo, el pasado debe quedar en eso, en
pasado, o por lo menos es lo que quiero que suceda y lo que me repito por
activa y por pasiva cada vez que su nombre sale a la palestra.
—¿Quieres hablar? ¡Habla! —ruge cerca de mí. La distancia ahora
mismo entre los dos es ínfima. Su cara, sus labios están tan jodidamente
cerca que siento de nuevo que las palabras se me atascan en la garganta—.
¿Ahora ya no quieres? Lo haré yo por ti. Éramos amigos, buenos amigos,
los mejores amigos del mundo y sucedió, ¿vale? Pasó lo que pasó y nadie
puede cambiarlo porque, el pasado, pasado está; pero no quiero seguir así,
eres la hermana de mi mejor amigo, Greta, y ahora la amiga de mi
hermana, y Lola se siente bien, se siente mejor desde que comparte tiempo
contigo y con tus amigas. Y no estaba de acuerdo en celebrar ese estúpido
divorcio —murmura—, es más, ni siquiera apostaba porque fuese algo
real, pensaba que era otra de esas cosas que haces sin pensar, esas que te
salen así, porque esa eres tú; impredecible, incapaz de saber cuál será tu
siguiente movimiento. —Su voz suena sincera y me hace estremecer—. Y
lo he intentado, ¿vale? He intentado que nuestra relación sea cordial por
Javier y por Lola, por nosotros, que nos debemos un respeto a aquello que
fuimos en su día y que destrozamos, porque lo hicimos los dos; tú, con tus
errores, y yo, con los míos. Sinceramente, no puedo, Greta, por más que
quiera que nuestra relación sea cordial, no puedo, porque me vuelves
completamente loco.
El shock inicial por sus palabras, por su confesión, me pilla
desprevenida, no esperaba que Sebas hablase con tanta naturalidad de
nosotros, en parte, me duele que no vea que en su momento estuve
enamorada de él hasta el punto de hacer cualquier cosa por estar a su lado,
pero más me duele que no se dé cuenta de que ese sentimiento sigue ahí,
latente, que no se puede apagar porque ese fuego que me invade cada vez
que lo veo, que me mira, que me toca o que lo pienso no merma, al
contrario, esa sensación sigue intacta como el primer día y eso, por más
que quiera negármelo, seguirá ahí siempre. Puede que el fuego haya un
momento en el que pierda la llama y disminuya, que los rescoldos apenas
sean visibles. Sin embargo, si le das algo que lo alimente, crecerá y
crecerá y sé que, mientras Sebas esté cerca, esas llamas seguirán
alimentándose.
—Eso es lo que pasa, ¿cierto? Necesitas sentirte bien porque soy la
hermana de tu mejor amigo y la amiga de tu hermana. Muy bien, Sebas,
muy bien. —Mis palabras suenan a reproche, pero ¿qué esperaba? ¿Que
me dijese que estaba enamorado de mí? ¿Que sabe lo que siento por él?—.
Puedes estar tranquilo, Sebas, porque voy a dejar de volverte
completamente loco —escupo con furia.
Me giro con todo el fuego de la rabia corriendo por mis venas y con la
firme intención de dejarlo ahí, plantado, teniendo de nuevo la última
palabra.
Su mano sujeta mi brazo con fuerza y tira de él. Su pecho es el
encargado de frenar mi golpe. Su dedo me sujeta la barbilla y la alza.
—No, Greta, no, no puedes dejar de volverme completamente loco
porque es el sentimiento más real que tengo y no voy a permitir que me lo
arrebates. Eres una jodida bocazas, lo sé y lo sabes, pero eso es lo que más
me gusta, que no eres como se espera, como yo espero que seas, y esto —
dice colando su mano entre nuestros cuerpos y señalándolos— es lo más
real que tenemos y ninguno de los dos quiere perderlo.
Podría perfectamente decirle que es mentira, que el aleteo de mi
corazón es irreal, que mis gemidos cuando su boca viene en busca de la
mía es una mera invención, que mi cuerpo no responde al suyo y que todo
es un embuste, sin embargo, no vale la pena fingir, no ahora.
—Sebas… —murmuro sin poder apartar la vista de su ojos brillantes y
cargados de promesas.
—Dime, Greta —me responde suavizando el tono de voz a la vez que su
mano acaricia mi mejilla tal y como hacía en el pasado.
—¿Qué hacías tú aquí esta noche?
—No lo sé, Greta, solo sé que necesitaba pasar por tu casa, que mi
cuerpo me pedía venir a verte porque lo de esta mañana…
—Ayer por la mañana —lo corrijo con frescura.
—¿Lo ves? Siempre quieres tener la última palabra.
—Siempre.
—A ver qué respondes a esto…
CAPÍTULO 31
CÓMO DECIR QUE NO CUANDO TU CUERPO DICE QUE SÍ

No es la primera vez que Sebas me besa, ni siquiera es la primera vez


que sus labios poseen los míos y tampoco es la primera vez que siento
cómo la entrega de nuestros cuerpos arrasa con todo porque con él siempre
es así; va devastando allá por donde pasa. Pero sí es la primera vez que lo
siento mío, que el sentimiento de pertenencia se apodera de nosotros y que
este rellano en mi portal se reduce a la nada porque todo el espacio lo
ocupan nuestros gemidos, nuestros suspiros y el sonido de nuestras manos
buscando consuelo en el cuerpo del otro.
Esa es la jodida realidad.
Ahora mismo nada importa salvo él y yo, como siempre quise que
fuese. La quimera hecha realidad.
Sus labios se apoderan de mi aliento, del poco que me queda porque
Sebas siempre ha tenido esa capacidad, innata para él casi que sin saberlo;
siempre ha sido el único capaz de derrumbar mis murallas, romper mis
piedras y trazar el mapa de mi cabeza sin proponérselo. Así de sencillo
resulta para él, y así de complejo termina siendo para mí entenderlo.
—¡Dios! —exclamo entre beso y beso.
La lentitud de sus dedos, colándose por debajo de mi sudadera,
dibujando pequeños círculos alrededor de mi ombligo me desespera.
Mis manos, en cambio, vuelan en todas las direcciones posibles; su
pecho, sus hombros, su nuca, su culo —bendito culo—, y mis caderas
hacen lo propio intentando encontrar esa parte que tanto ansío y, por qué
no, que tanto necesito. Sí, joder, lo necesito dentro con premura.
Decido acelerar la situación yendo directa al grano. Mi mano, nada
tímida, recorre la distancia que la separa de esa zona; la zona. Suelto el
botón de su pantalón y bajo la cremallera mientras le muerdo el labio con
fiereza. Estoy cachonda, ¿vale? En este preciso momento lo que menos
necesito es romanticismo, ni siquiera recuerdo el significado de esa
palabra.
—¡Joder, Greta! Me la pones muy dura.
Un gemido acompaña su confesión y me siento completamente
victoriosa, como si hubiese ganado mi primer partido de baloncesto o
hubiese sido la pichichi de mi equipo de fútbol, no es cualquiera, es Sebas.
—Calla, alcalde —le exijo.
Mi comentario le sonsaca una sonrisa que se corta cuando sujeto su
polla entre mis dedos. Es gorda, muy gorda. Había fantaseado en miles de
ocasiones con cómo sería, pero cierto es que la realidad siempre supera la
ficción y con Sebas no iba a ser de otra manera.
Mi acto resulta ser de su agrado, porque el pantalón de mi pijama está
en el suelo, triste y abandonado, y sus dedos pellizcando mis pezones con
determinación.
—Muero por saber si estás tan mojada como la última vez, esa en la que
te devoré, esa que me ha acompañado varias noches mientras era yo
mismo el que me daba placer y en ellas siempre aparecías tú, ¿qué coño
me pasa contigo, Greta?
Abro los ojos ante su confesión. Me gusta que diga las cosas tal y como
las piensa, me gusta saber que sus palabras son el fiel reflejo de lo que
siente y que no se avergüenza de decirlo.
—¿Qué más? —le interrogo.
—¿Qué más qué? —me rebate aún con su dedo pellizcando mi pezón.
Gimo. Alto y fuerte. Claro.
—¿Qué más has pensado?
—¿Quieres que conversemos en este momento? —inquiere socarrón.
—No —niego—. Quiero que me folles, a lo bestia, sin miramientos,
pero también quiero que me cuentes lo que has hecho, cómo te has tocado,
lo que has sentido en esas ocasiones que pensabas en mí.
—Así que eres de esas…
—¿De esas? —pregunto mientras aprieto su polla robándole un quejido.
Sus pupilas inundan el mar que siempre he visto en sus ojos, la excitación
que no deja de sorprendernos jamás.
—De esas a las que les gusta que les digan guarradas mientras…
—Mientras me follan, sí —admito sin miramientos—. ¿Algún
problema?
—Ninguno. Quítatelas —me pide mientras se separa y señala mis
braguitas.
Hago caso a su petición mientras escucho cómo termina de bajar sus
pantalones.
—¡Joder! —Sí, joder, sí. Me ha tocado el premio gordo.
Sonríe de lado, consciente de lo que he dicho y el motivo por el que lo
he dicho. Observo cómo se quita los pantalones justo antes de arrodillarse
frente a mí y mis piernas comienzan a temblar imaginando la escena que
puede darse, recordando lo que sucedió en casa de mi madre. Mi clítoris
palpita entre mis piernas de anticipación y el vello se eriza por su culpa.
Sujeta las braguitas con su mano y las coloca donde yo pueda verlas, las
pasea por su nariz y aspira mi olor, el olor a mi intimidad, a mi excitación,
el resultado de lo que él ha provocado con apenas unos minutos de su
cercanía, de su contacto, de nuestro jodido juego.
—Estas me las guardo —me suelta con ese brillo en sus ojos que tanto
me gusta. —Sus dedos comienzan a ascender por mis piernas y cierro los
ojos mientras alzo la cabeza, dejándolo hacer, animando al resto de mis
sentidos a que sean los que tomen el mando cuando la vista no los
acompaña. Sus dedos abren mis labios hinchados y su nariz se coloca
sobre mi clítoris—. Mmmm, ahora que lo pienso, resulta que no he
cenado.
Su boca se coloca ávida sobre mis pliegues y su lengua comienza a
hacer movimientos circulares alrededor. Se separa y sopla. Vuelve a la
carga. Está jugando conmigo y sé, lo sé perfectamente, que a este juego
nadie sabe jugar como él.
Abro mis piernas para darle mejor acceso y llevo mis manos hasta su
pelo. Tiro de él con fuerza, y Sebas gime sobre mi clítoris.
¡Madre mía, madre mía, cómo lo come el señor alcalde!
Cesa en sus movimientos y abro los ojos, expectante, esperando a que
continúe y me deje exhausta con su boca. No lo hace. Comienza a ascender
mientras sigue repartiendo besos sobre mi abdomen, mis costillas, mis
pechos, mis pezones erguidos, soy un puto hervidero con piernas en este
momento.
Se coloca a mi altura y lleva mi mano hasta su polla. La aprieta con la
suya encima y comienza a menearla con suavidad.
—Tumbado en el sofá —comienza a decir, y no entiendo nada—.
Tumbado en el sofá, justo cuando acababa de tomarme la segunda cerveza,
mientras meditaba sobre lo que había sucedido en casa de tu madre, se me
puso dura, tan dura como la tengo ahora entre tus dedos. Llevé mi mano
hasta mi polla y reaccionó al instante, imaginando que eran tus dedos los
que la recorrían y tu boca la que ocuparía su lugar después.
»Me bajé los pantalones, ni siquiera llegué a quitármelos y comencé a
moverla mientras sujetaba mis pelotas con esta mano —me dice mientras
lleva mi otra mano hasta ellas. Traga saliva fuerte, ¿o soy yo la que lo
hace?—. Te necesitaba, necesitaba que estuvieses ahí, que sintieses lo
caliente que estaba, lo hinchada que la tenía y lo gorda que se me había
puesto. —Su mano y la mía llevan su polla hasta la entrada de mi coño
empapado, mojado, insatisfecho hasta el momento, y juega conmigo, sin
soltarme, para que sienta todas y cada una de las sensaciones que él me
está trasmitiendo con su voz.
»Me la meneé y pulsaba entre mis dedos, tanto que pensé que me
correría en cuestión de segundos y tenía que parar, parar y respirar fuerte
para no derramarme ahí mismo, como un puto adolescente que descubre lo
que es una paja, así, como contigo, exactamente igual —me dice entrando
dentro de mí con extrema lentitud. Mi cabeza cae hacia atrás, y Sebas
lleva su mano hasta mi nuca para que me incorpore y lo mire.
»Mi mano no estaba tan mojada como lo estás tú ahora, pero me valía,
me valía porque en mi imaginación no era mi mano, sino tu coño el que
me apretaba —me explica mientras me da un empellón y se ensarta dentro
de mí con potencia. Es gordo y largo y me siento tan llena que podría
explotar ahora mismo con una nueva embestida—. La movía con fuerza,
jadeaba, sabía que lo hacía y en mi mente me pedías más: «Más,
Sebas…».
—Ahhh —gimo perdida en su narración—. Más, Sebas, quiero que me
folles más fuerte, con más ganas, sin piedad —le pido.
Lo hace. Comienza a bombear dentro de mí mientras sujeta mis piernas
con fuerza, alzándome y obligándome a enredarlas en sus caderas. La
intensidad de las acometidas me tiene al límite, y él lo sabe porque está
tan cerca como lo estoy yo.
—Cuanto más me pedías que te follara, más fuerte lo hacía, con más
ganas —añade mientras me empuja contra la pared a la vez que me
destroza de un empellón—, y yo más aumentaba la intensidad de mi mano.
Comencé a temblar, mi cuerpo se movía y se retorcía porque el orgasmo
estaba cerca y solo pensaba en sacarla de tu coño y correrme en tus tetas,
en tu cara, dejarte marcada porque me apetecía ver los restos de mi placer
sobre ti, saber que en ese momento solo eras mía y que era yo el que hacía
eso, el único, que nadie más disfrutaba de ese momento salvo yo.
—Ahhh —gimo con fuerza.
—Ahhh. —Me acompaña Sebas mientras se mueve con ímpetu.
—Más —le pido y hablo de todo; de su polla, de su confesión, de su
cuerpo, de su narración.
—Y me derramé, me manché todo, Greta, fue uno de los jodidos
orgasmos más intensos que había tenido en toda mi puta vida y la culpable
habías sido tú, ¿y sabes qué es lo peor? —me pregunta sin detenerse.
—¿Qué? —cuestiono clavando los ojos en él.
—Que aquel orgasmo fue brutal, pero este va a ser épico.
CAPÍTULO 32
POSTORGASMO, POSTCORRIDA, POSTSEXO EN UN RELLANO

Ni siquiera recuerdo el momento exacto en el que su orgasmo y el mío


vinieron a este mundo. No, no lo recuerdo porque estoy tan perdida en las
sensaciones, en el temblor de mis piernas, en sus besos en mi hombro, en
mis caricias en su espalda, en los suspiros que se siguen escapando de
entre los labios de ambos, en la respiración errática que lucha por volver a
la normalidad…, estoy tan perdida en esas sensaciones que no soy
consciente de nada ahora mismo, nada que no sea el momento que hemos
compartido y la intensidad del mismo.
No necesito más que esto; a él, aquí, conmigo, da igual que sea en un
rellano, en una cama o en el vestidor de mi casa, si lo tuviese, da lo mismo
porque tengo claro que Sebas ahora está conmigo y solo conmigo, y yo con
él y solo con él.
—Greta… —murmura en mis labios. Esto… No, joder, que no diga que
ha sido un error, que no va a volver a repetirse, que lo espera Cayetana en
casa…
—Ha sido mejor que en mis sueños —finalizo antes de dejarle que diga
nada y el momento se estropee.
—Si ya habéis acabado, mejor será que cada uno se vista y deje el
rellano libre o tendré que hablar con el casero.
Ambos giramos la cabeza y somos conscientes de que en este rellano
discreción, lo que se dice discreción, no ha habido ninguna y así nos lo
demuestra nuestra amiga Soledad.
—Mierda, me van a echar por tu culpa —le acuso escondiendo mi cara
entre su camiseta.
—Al alcalde no le pidas nada, que estamos ajustándonos el cinturón —
bromea Sebas.
—Es época de elecciones, debería ser al revés.
—Tenemos que hacer las cosas bien y no derrochar porque sí —me
reprende sonriente.
Sebas alza mi barbilla y deposita un suave y tierno beso en mis labios.
—Oye, Sebas —me aventuro a hablar porque hay que hablar las cosas
que luego se enquistan y quedan ahí y mal asunto—. No quiero que te
sientas responsable de nada y no quiero que tengas problemas, esto pasó
porque…
—Porque tenía que pasar desde hace mucho tiempo, Greta, y lo sabes.
Porque llevamos con estas malditas ganas desde hace años. —Con Sebas,
con mi Sebas, el de antes, el de siempre, las cosas solían ser así, él
terminaba diciendo lo que yo pensaba, era una conexión tan extraña e
inteligible que se nos escapaba de las manos siempre.
—Ya —admito con ese nudo en la garganta que no me permite decir
mucho más.
La realidad entre nosotros es que hace tanto tiempo que tenemos tantas
cosas guardadas entre el pecho y la boca, y que no se han dicho porque
fuera quizá pesaban más que dentro, que se nos ha ido de las manos y, al
final, no hay solución posible para lo que no se puede ni quiere solucionar.
—Tengo que irme —me suelta sin más.
Sube sus pantalones y sus calzoncillos comenzando a vestirse. En el
mismo instante en el que se separa de mí, esa sensación de que ahora soy
yo la que piensa y siente que la ha cagado toma peso y no puedo evitar
chasquear la lengua y negar en un par de ocasiones.
Nos vestimos ambos en silencio, cada uno dentro de su burbuja
particular y sin mediar palabra.
—Buenas noches —le digo cuando me he puesto los pantalones—. Que
tengas un buen día mañana.
Cordialidad, ante todo, Greta, que no note nada de esto que acaba de
pasar y mucho menos que perciba que en cierto modo, aunque era
inevitable, debía haberse evitado porque ahora el dolor va a ser peor.
Cuando tocas el cielo con los dedos, de puntillas y descalza, hace que al
volver a pisar la tierra escueza porque no era tan etérea como pensabas,
pero sabes que ese sencillo toque te hace sentir viva y dolida, porque
duele, aunque el dolor es símbolo de eso; de sentir, de vivir y de explorar.
—Buenas noches, Greta. Descansa —susurra antes de guardarse mis
bragas en el bolsillo trasero de su pantalón y abandonar el rellano sin
mirar atrás.
Suspiro con fuerza y comienzo a ascender los escalones que me lleven
de vuelta a casa. Necesito una ducha, como si eso fuese a borrar la
sensación de sus dedos recorriendo mi piel, de sus besos, de sus caricias,
de la fuerza de sus manos alrededor de mis nalgas, presionando contra la
pared.
—Lo tuyo no es el silencio, ¿verdad?
La señora Soledad me espera en el quicio de la puerta, en albornoz, con
un porrón de rulos puestos en su cabeza y unas babuchas que están más
cerca de la jubilación que ella misma.
—Lo siento —me disculpo sonrojándome—. No era mi intención.
—Tranquila —me suelta dejándome fuera de honda—. Todos hemos
tenido momentos como ese que acabas de tener, pero preferiría que fuese
fuera de las zonas comunes y, por supuesto, con menos decibelios en tus
gemidos.
—Lo siento —me disculpo de nuevo. Nunca he sido de sentirme
avergonzada, a pesar de ello, la mirada iracunda de Soledad me hace sentir
más desnuda de lo que estaba hace nada en ese rellano.
—¿Te gusta el alcalde? —me pregunta sin miramientos, directa al
grano.
—¿Qué? ¡No! ¿Cómo me va a gustar el alcalde? Eso que ha pasado no
es porque me guste, es porque…, porque… —¿Qué le ha dado a todo el
mundo por preguntarme si me gusta Sebas? ¿Acaso lo llevo tatuado en la
frente? ¿Tan obvio es?
—Porque estás colada por él. Si no fuese así, no estarías colorada como
estás, apresurada en negarlo y, además, negando con la cabeza, pero
asintiendo con la mirada. —Agacho la cabeza porque ya no sé ni qué decir,
si admitir la realidad y contárselo a esta señora a la que tanto disgusto le
provoco o ser sincera y reconocer abiertamente lo que parece saber todo el
mundo mejor que yo—. Si tuviese más tiempo, te invitaba a entrar para
hablar. Si tuviese más tiempo y si me cayeses mejor, la verdad, aún no sé
si me gustas o no. Deja que lo medite y tendrás noticias mías al respecto.
Asiento. ¿Qué más puedo hacer? Pues eso, que asiento sencillamente.
—Buenas noches —le deseo a ella también.
No me responde y entra en su casa, comienza a pasar pestillos y uno tras
otro cuento siete. Puede que algún día sea así yo también y que me quede
soltera, pero no entera.
En fin, meto las manos en los bolsillos de mi sudadera y entro en casa.
Sigue en silencio por lo que sé que Noa no se ha percatado de mi ausencia.
Mi teléfono tiene una pequeña luz blanca que me indica que tengo alguna
notificación sin leer. Aún de pie, desbloqueo la pantalla y veo un nuevo
wasap sin leer.
Sebas:
Deja de darle vueltas a la cabeza, Greta, que ya nos conocemos bien
los dos. Lo que pasó, pasó, y estoy convencido de que, tras esta noche,
volverá a pasar, por lo menos, en mis sueños. Buenas noches, pervertida.

Su mensaje me hace sonreír y, aunque es incapaz de que esa sensación


de miedo y de vacío siga presente, creo que con tan solo unas frases ha
logrado que lo bueno se imponga a lo malo, y malo hay bastante y prefiero
no ponerme a enumerar a estas horas de la madrugada.
Sin desbloquear el teléfono, abro el grupo que tengo con las chicas y
escribo en él.
Greta:
Sé que Noa está durmiendo y sé que Elsa está enfadada, pero os quiero
más que a nada en este mundo y os agradezco todo lo que hacéis por mí.
He perdido otras bragas, se las ha quedado el alcalde tras follarme en el
rellano de mi edificio. Tengo testigos.

No menciono a Soledad; pero sé que, si esto no hace que Elsa me llame


o me escriba, nada lo hará.
Me meto en la cama, paso el brazo de Noa por encima de mi cintura y
me arropo junto a ella.
No sé si será la noche o la compañía, el sexo desenfrenado o el amago
de tregua con la vecina, lo que sí sé es que en mis sueños también aparece
Sebas y son muy, pero que muy húmedos.
CAPÍTULO 33
LAS PACES, QUE NO LOS PECES

Un pequeño golpe en mi cabeza me hace revolverme en la cama.


¿Mosquitos? Imposible, si fuese eso, probablemente estaría siendo presa
de alguno muy grande y me mataría antes de terminar de divagar con esta
soltura que lo hago para haberme despertado hace diez segundos.
Me coloco boca arriba y una sombra me tapa la claridad que entra por la
ventana normalmente.
—Greta.
Unas manos comienzan a zarandearme.
—Apiádate de mí, señor mosquito, necesito dormir como mínimo ocho
horas para ser resolutiva y poder estar en total posesión de mis facultades
lingüísticas.
—Facultades lingüísticas, dice…
Otro golpe, un poco más fuerte que el primero, y abro los ojos. Una
jodida almohada es la causante de que un centro de plagas no invada mi
habitación y sea pasto de sus estudios debido a mi capacidad de
supervivencia.
—Noa… —gimoteo al ver quién es la que me propina porrazos por
doquier.
—¿Usaste protección?
¿Protección? ¿De qué habla? ¿Citronela?
—Einnn —atino a responder.
—Tu mensaje. Anoche. El polvo en el rellano. Responsabilidad con lo
que se hace, Greta. Responsabilidad con lo que se hace —repite cual
mantra.
—Para una campaña de esas de ETS te deberían contratar.
—¿Eso es un sí?
—Eso es un no como un castillo.
—Ah, muy bien, la chica madura que siempre he conocido.
—Noa, es que no esperaba que pasara nada.
—Ya, claro. Y, como no lo esperabas, va la niña y resulta que se tira al
alcalde en el rellano de nuestro edificio y sin protección. He leído tu
mensaje —me dice mientras me tiende el teléfono para mostrarme el
grupo.
—¿Ha contestado Elsa? —pregunto tímida, pero nerviosa.
—Faltaría más, ya sabes cómo es ella.
—¿Se le ha pasado el enfado? —Giro la cabeza y enfoco la mesilla de
noche donde veo el teléfono que parpadea y sonrío.
—Dice que te perdona solo si le cuentas el polvo con detalles y si tu
querido alcalde es un fetichista al que le pone colocar las bragas en la
nariz mientras te folla sin piedad. Ojo, que esto lo he leído y citado
textualmente, ya sabes cómo es Elsa y ninguna palabra que yo pudiese
pronunciar estaría a la altura de sus ocurrencias.
—Jo —gimoteo—. Estaba preocupada por su enfado…
—Levanta, que Elsa llega en un rato y tienes la cara hecha un asco y
hueles a semen. Báñate, señorita, porque tenemos una conversación seria
que mantener —me increpa.
No es una novedad para nadie que Noa es un poco nuestra madre y
siempre ha sido de esa manera. No es la mayor porque todas tenemos la
misma edad, unas más maduras que otras, pero la misma edad, es como el
cuento ese en el que nadie quiere crecer y a los que les gustaría ser niños
toda la vida, pues creo que Elsa y yo tenemos un poco de eso, los miedos,
que nos acechan, puede que de eso también haya un poco, porque aquí
cada una tiene lo suyo, no os lo voy a negar jamás.
La cosa es esa; que Noa siempre ha sido la paz en nuestras locuras y ha
tenido la sabiduría de su mano y, gracias a eso, hemos actuado en
determinadas ocasiones con algo de cordura y muchas broncas que nos han
caído por no tener en cuenta sus palabras también pesan sobre nuestras
espaldas.
Pero esa es ella y no queremos a otra, a pesar de que sé que ahora,
cuando salga de este baño, desde que me vista y me ponga ropa limpia y
me sometan a un tercer grado; Elsa reirá y me animará, no descarto algún
que otro aplauso, y Noa, en cambio, me recriminará haber cometido una
locura como la que cometí.
Cuando salgo y me planto en el salón, un par de cruasanes, unas tazas de
café con leche y un bote de Completa están encima de la mesa, sin
despreciar la mermelada de fresa y la mantequilla que tanto me gusta, esa
que es de lata y no de bote de plástico.
—Vaya, vaya, vaya —me recrimina Elsa al salir.
—No ha utilizado protección —suelta Noa señalándome. Como si ahora
la madre fuese Elsa y la que tuviese que echarme la bronca sea ella.
—Tomo la píldora —confieso. No es una excusa ni nada, pero por lo
menos un embarazo no deseado seguro que se evita.
—Ah, muy bien, ¿quieres un aplauso? —me reprende Noa.
—Greta, explica bien todo esto porque yo sigo sin entender nada.
—¿Ya no estás enfadada? —le pregunto a Elsa.
—Anoche tampoco lo estaba, solo que no me sentía bien, no sé, puede
que tenga una crisis existencial de esas que tiene Noa ahora. Puede que me
lo haya pegado. Tampoco usamos protección —bromea.
—Noa… —lloriqueo.
—Yo no estoy enfadada —me explica entendiendo mi quejido—, pero,
Greta, tienes que hacer las cosas bien.
—Noa, ha sido un calentón —me defiende Elsa, tal y como sabía que
sucedería.
—Ya lo sé, pero hay que pensar un poco las cosas porque… —Hace una
pausa antes de soltar lo primero que se le pasa por la cabeza y sé que me
va a joder, lo sé de antemano—. Sebas está con Cayetana y se acuesta
también con ella.
Dicho y hecho.
Pongo los ojos en blanco y asiento, como anoche con Soledad.
—Vino Borja.
—¿Cuándo? —preguntan al unísono.
—Anoche, mientras dormías —digo mirando a Noa—. Me levanté
porque me dolía la cabeza y necesitaba tomarme un analgésico. Y me di
cuenta de que estaba sonando el portero y era él. Bajé para no despertarte y
estaba borracho.
—¿Y? —inquiere Elsa mientras se zampa medio cruasán de una sola
mordida. Qué capacidad tiene la tía.
—Yo no quería sexo con él, y se puso pesado. Y llegó Sebas.
—Cual ángel de la guarda —añade Noa.
—El alcalde soñado, protegiendo siempre a sus ciudadanos —se mofa
Elsa.
—¿Qué hacía Sebas aquí? —cuestiona Noa obviando el chiste de Elsa,
que hay que reconocer que es bueno.
Alzo los hombros porque ni yo misma puedo responder a eso.
—El resto ya lo sabéis.
—Sin protección. —La Noa sigue erre que erre.
—Tienes que tener cuidado con eso —señala Elsa a Noa para que
entienda a qué se refiere.
—Con eso y con cagarla, Greta, que te va a romper el corazón porque ya
sabes lo que hay y no pienso repetirlo. Luego vienen los llantos.
—Joder, Noa, que no fue premeditado, que surgió, me dejé llevar, y él
también y fue… —Contengo la respiración unos segundos, cierro los ojos
y aguanto con estoicidad las palabras que me queman en la garganta.
—¿Fue? —pregunta Elsa que no puede quedarse con las ganas de
saberlo.
—Fue maravilloso —admito sin remordimientos.
—Nada, que está colada por Sebas y por lo menos ya va siendo más
consciente de ello y va a dejar de negarlo —dice Noa.
Sé que, mientras no lo diga en alto, no será real, o no por lo menos todo
lo real que se espera de mi confesión.
—Me corrí como nunca antes me había corrido. —Eso sí que son sabias
palabras.
—El amor está sobrevalorado y lo único importante en este mundo es el
sexo —vitorea Elsa y ya llegaron las palmaditas esas que tanto esperaba y
que sabía que llegarían porque la conozco desde hace muchos años ya.
—¿Y ahora qué? —pregunta Noa bebiéndose el café solo.
—¿Ahora qué de qué?
—Pues, ¿qué es lo que piensas hacer después de esto? —insiste Noa.
—Nada —me sincero—. No pienso hacer nada.
—No puede hacer nada, ¿acaso os olvidáis de que está con ella? —
interviene Elsa.
—Pues para estar con ella bien que ha restregado cebolleta con mi
amiga —declara Noa que empieza a perder la paciencia.
—Y, no solo eso, le ha robado dos bragas, ni una ni dos, sino dos. —
Chiste malo, ja, ja, esa es Elsa, la que se inventa conversaciones y la que
hace chistes de pena.
—Creo que lo mejor será que nos inventemos una de esas
conversaciones que tan bien se nos dan y que dejemos a un lado la
cebolleta de Sebas, a Cayetana y a nuestra madre Noa —argumento para
cambiar el tema.
Elsa se ríe de Noa mientras le da codazos, y la otra evita que se le
derrame el café y tener que pagarme la tintorería si me mancha el sofá con
ese líquido hecho por el mismísimo Dios.
—¿Qué piensas hacer ahora? —insiste Elsa.
—Irme al Primark el sábado.
—¿Primark?
—La lavadora se ha tragado mis bragas, se ve que le gustan más que
mis inútiles calcetines.
—Por lo menos busca otra tienda, algo más glamuroso, por si viene el
butanero y te empotra en el rellano de nuevo.
—¿El butanero, dices?
—O el jardinero.
—Un bombero, amiga, mínimo un bombero porque, otra cosa no, pero
el fetichista de las bragas calza una manguera que no veas. —Me río al
contarlo.
—¿Esto también es inventado o es real? —pregunta Elsa estupefacta,
que ya no sabe si hablo de coña o no, teniendo en cuenta que nos
estábamos inventando la conversación para cambiar el tema, y que Noa se
descojona de risa en nuestra cara.
—Real, amiga, real, es más, no sé cómo puedo caminar hoy —le suelto
utilizando su mismo chiste, ese que me contó entre tanto «yes» cuando se
tiró al maromo morcillón.
—Vaya con el señor alcalde, cualquiera diría que bajo ese traje y esos
exquisitos modales y la gran capacidad oratoria que tiene… —enumera
Elsa las cualidades.
—Oratoria sobre todas las cosas —admito sin ponerme ni roja.
—Cualquiera lo diría por la cara de pocha que tiene Cayetana.
—Ay, Elsa, Elsa, parece mentira —interviene Noa—, ¿aún no sabes que
Cayetana, por más que quiera, es imposible que florezca? La que está
podrida, está podrida —sentencia mi amiga, la más cuerda de las tres.
No añadimos nada porque las verdades como puños no pueden ser
rebatidas.
CAPÍTULO 34
UNAS VISITAS LA MAR DE INESPERADAS

Creo que eso caliente que noto descender por mi mejilla es la baba que
se escapa de mi boca ante la pedazo de siesta que me he pegado en el sofá
tras la partida de mis amigas.
Me siento bien, siempre me pasa cuando ellas están en casa conmigo y
les cuento cómo me encuentro.
Tuve que prometerle a Noa que compraría preservativos y que los
guardaría en el bolso, en el bolsillo de las sudaderas y hasta dentro del
forro de los sujetadores, porque en las bragas, visto lo visto, casi que
mejor no.
Y gracias a eso se fue, aunque quería irse porque tenía una cita o no sé
qué, no quiso dar demasiados detalles. Muy extraña y reservada la
encuentro, mucho más de lo habitual, pero de ese tema hablaremos el
sábado, cuando nos veamos de nuevo para ir a Madrid a por los vestidos de
novia.
Me han confirmado que la cita está cerrada y que podemos ir, así que
me he tomado la pequeña licencia de confirmar la cita y mandarles un
mensaje a todas antes de dejarme sobar cual jovencita con dientes de leche
en este sillón tan cómodo.
La puerta de nuevo. Esta vez, por lo menos, no ha sido el telefonillo.
Borja es otro tema que tengo pendiente de resolver y lo anoto en mi
memoria interna porque pósits ya no me caben en la pared.
Me incorporo, hago algo la mar de asqueroso y limpio mi baba en el
dorso de la sudadera, tendré que ponerla a lavar, pero eso luego.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —De todas las personas que podían
aparecer frente a mi puerta, esta es la última que esperaba.
—Me ha abierto Soledad —admite con sinceridad.
Me hace a un lado con su brazo y no puedo decirle que no porque:
¿cómo se le dice a una persona mayor que no viole tu intimidad?
—Huele a humanidad aquí dentro. Deberías airear tu casa lo antes
posible porque, si conozco a Soledad como la conozco, en cuestión de
minutos estará aquí, creo que te odia un poco, los comentarios que me ha
hecho sobre ti no son nada halagüeños, ya sabes.
La sinceridad también debería estar sobrevalorada, como el amor, igual.
La señora Teresa, esa que se acercó a mí en el parque y que la conozco
porque es amiga de Soledad y conocida de mi madre y del cura —de esta
me echan del pueblo, os lo advierto—, se toma la licencia de abrir las
cortinas, la ventana y fisgonear mi salón.
—Gracias por su apabullante sinceridad, pero creo que no es necesario
que recoja los platos y las tazas del desayuno.
Su mirada reprobatoria me hace agachar la cabeza, es como si tuviese
en frente a Noa, a mi madre y a la señora Soledad cuando están enfadadas,
enfadadas las tres, quiero aclarar.
—¿Lo siento? —No sé ni qué decir, con mi madre funciona.
—Tenemos que hablar —me dice tomando asiento en mi sillón y
sacudiendo las migas imaginarias que ella detecta con su radar, y yo no
con el mío.
—Usted dirá —la animo mientras tomo asiento a su lado.
—Quiero celebrar mi divorcio. —Madre mía, ¿seguimos con eso? Un
par de golpes en la puerta me hacen dar un brinco—. Es Soledad. Me ha
abierto la puerta, no he ido a su casa, debe de haber tocado en todas y cada
una de las puertas de este edificio para saber dónde me he metido. Voy yo
y así aclaro sus dudas.
Me quedo quieta en el sillón porque, entre que haya venido Teresa a mi
casa, que esté tocando Soledad en mi puerta después de lo de anoche, que
me haya acostado con Sebas, Elsa que me ha perdonado, y que sé que
tengo que ir en busca de Borja porque tenemos que aclarar un par de
términos; pues mi vida ahora mismo es de todo menos aburrida.
Lo que comenzó como un cuchicheo cada vez se hace más eco en casa
hasta que me acerco hasta ellas, parece mentira que esta sea mi casa y me
sienta fuera de lugar.
Cuando Soledad me ve, me escudriña con la mirada y sé que está
mosqueada.
—¿Lo siento? —insisto, que más vale pedir perdón sin saber el motivo
que no hacerlo y que te caiga encima una bronca de campeonato.
—Tú —me suelta nada más verme y con voz acusante.
Teresa la coge de la mano y la mete dentro de casa. Esto es para mear y
no echar gota.
—Ella no ha hecho nada, si ni siquiera nos ha dado tiempo de hablar,
nos interrumpiste antes.
—No lo entiendo —suelta Soledad con determinación—. Está casada, tú
me dirás cómo quiere celebrar una fiesta de divorcio.
—Mujer, es que el pobre Santiago es un pesado y refunfuña a todas
horas, ¿no lo entiendes? Me voy a divorciar de él en cuanto pueda.
Nos sentamos todas en el salón y ahora que veo a Soledad frente a mí le
agradezco a Teresa que haya abierto las ventanas porque esta mujer busca
cualquier excusa para caerme encima y llamar al casero.
—Sigo sin saber si me caes bien o no —me suelta sin pensarlo.
—No pasa nada. —¿Qué otra cosa le puedo decir? ¿Que me da igual
mientras no se meta conmigo?
—Calla, que es buena niña, Berta solo cría buenos hijos y es una mujer
de fe.
—Mira lo que dices, no hables de fe cuando te quieres separar de
Santiago. Toda una vida juntos y ahora te quieres separar de él, quién te ha
visto y quién te ve, Teresa —le reprocha Soledad.
—Yo por lo menos me casé. Tú, en cambio, preferiste olvidarte de ese
hombre a sabiendas de que él también te quería.
Todo esto y sin palomitas.
—Si de verdad me hubiese querido, habría roto su compromiso y me
habría venido a buscar.
—Le dijiste que no lo querías, ¿cómo esperas que alguien rompa un
compromiso cuando la otra persona te dice que no le quieres? —le
reprocha Teresa a Soledad.
—¿Y es mejor casarte sin amor? —Ellas a lo suyo, siento que sobro.
—Los hombres son simples, se casan para no quedarse solos y en mi
caso porque quieren una chacha que les limpie y les cocine.
—La culpa es tuya porque has acostumbrado a Santiago a eso y, si se lo
haces, pues, ¿qué esperas?
—¿Divorciarme?
—Divorciarte, ¿por qué? —intervengo. Ahora que las escucho hablar
tengo muchas preguntas que hacer.
—Porque estoy harta de ser su criada —finaliza con rotundidad Teresa.
—No sé, ¿y no es mejor hablarlo con él?
—Mira, la chica que me cae mal por lo menos da buenos consejos —
suelta Soledad mirándome sin cuestionarme por lo que he dicho.
—¿Y qué le digo? —inquiere mirándonos a una y a otra en busca de
respuestas.
—Pues la verdad —añado—. Que quieres que te ayude en casa.
—Lo has acostumbrado tú —insiste Soledad—, es tu culpa, no puedes
pretender que el hombre sepa nada cuando tú toda la vida le has quitado el
plato de la mesa y no le has permitido ni siquiera recoger unas zapatillas.
—Pues estoy cansada de eso —grita decidida—. Me quiero divorciar y
vivir sola. Irme de viaje con mis amigas, bailar, ir a misa, esas cosas. Y, si
tengo que comer pan de molde con queso para no hacer más de comer,
pues lo haré.
—A ver —intercedo una vez más—. No conozco a su marido, pero
estoy segura de que es un buen hombre y entenderá lo que le dice, es muy
sencillo, salvo…
—¿Salvo qué? —inquiere Soledad mirándome mal de nuevo, supongo
que por si la cago ahora que iba tan bien.
—Salvo que usted ya no lo quiera, entonces… la cosa cambia.
—¿No lo quieres? —le pregunta directamente Soledad a Teresa.
—Claro que lo quiero, pero ¿es el amor suficiente?
—Siempre. —Hablo claro, sin medias tintas y sin pensar, solo diciendo
lo que verdaderamente pienso y lo que he dicho me ha salido de lo más
profundo de mis entrañas—. Siempre —repito.
—Al final me vas a tener que caer bien —me dice Soledad aprobando
mis palabras. Teresa sonríe y nos mira—. Habla con él —le pide Soledad.
—Hable con su marido y, si no le convence, siempre podemos celebrar
su divorcio.
—Yo quiero una fiesta, de lo que sea.
—Pues celebramos una fiesta, sus bodas de oro o de plata, de lo que sea,
pero hable con él y no se precipite en tomar decisiones, que lleváis toda
una vida juntos.
—Y tenemos tres hijos increíbles —me cuenta emocionada.
—Y usted, Soledad, ¿sigue creyendo en el amor?
—Ella sigue enamorada de él, ¿no la ves? Me pide a mí que hable con
Santiago y ella no es capaz de hablar con…
—Ni lo menciones —zanja—. No me quiere.
—No lo sabes.
—No luchó por mí —contrataca.
—No le diste la oportunidad.
—¿Quién es? —pregunto temerosa.
—Carlos.
—¿Qué Carlos?
—El hermano del cura.
Santa Madre de Dios.
CAPÍTULO 35
PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

—Pero…
—Él no ha dedicado su vida a Dios —intercede Teresa.
—Pero ha dedicado su vida a su esposa —resuelve Soledad, remarcando
el pronombre posesivo con demasiado ímpetu.
—A tu hermana, dilo todo —la reprende Teresa.
—¿Se casó con tu hermana? —Mátame, camión.
—Que en paz descanse. —Se santiguan ambas.
—¿Es tu cuñado?
—Mi cuñado Carlos, sí. ¿Qué hago yo contando estas cosas? ¿Y a ti?
Mira lo que me haces, Teresa —farfulla.
La señora Soledad, porque ahora ya no es solo mi vecina —que también,
pero se ha ganado con esta conversación mi respeto, teniendo en cuenta
que tras lo sucedido en estos últimos diez minutos sé más de su vida que
antes y, no solo eso, sé cosas importantes, muy importantes—, pues ella
misma se levanta y se da la vuelta. Teresa la llama en repetidas ocasiones
y le dice que se quede, que vamos a cambiar el tema y que necesita
consejo sobre cómo afrontar el tema con Santiago, sin embargo, la
susodicha no le hace caso, ni siquiera se gira para despedirse, se marcha
como mismo vino, en esta ocasión, sin hacer ruido, solo el que emite la
puerta al cerrarse. Nos quedamos en silencio mirándonos las dos y con
algo de pena.
—Está loca por sus huesos y no quiere reconocerlo.
—Vaya, ¿a qué me suena esto? —hablo en voz alta.
—¿Perdona?
—Nada, nada —me disculpo—. Teresa, retomando el tema y dejando a
un lado lo de Soledad, tiene que hablar con su marido, decirle lo que no le
gusta, ya no está en edad de tener secretos con él, ni tenerlos con nadie,
tiene que hacer lo que usted quiera y le haga feliz.
—Santiago me hace feliz, lo que pasa es que creo que todo esto es culpa
mía, como bien dice Soledad, y yo quiero culparle a él y no es justo
tampoco. El cura nos contó que había una chica en el pueblo que estaba
celebrando divorcios…
—Celebrando, celebrando… Uno, el primero, lo celebraremos en breve,
aunque, si soy sincera, estoy en proceso de poner en marcha mi negocio y
expandirme, crecer, tengo varias propuestas y correos, la gente se anima y
pregunta, y creo que el boca a boca es importante. Creo que todo es
cuestión de empezar, ponerle empeño y ganas…
—Eso, eso —me dice como si estuviese escuchando el discurso de
algún político mentiroso, menos mi Sebas, que él es de los políticos
buenos, ¿a que sí?—. El cura nos dijo eso y ya sabes que aquí, en el
pueblo, otra cosa no, pero un chisme nos gusta más que a un bobo una tiza
y no hizo falta demasiado para saber que eras tú y que le vas a celebrar el
divorcio a la hermana del alcalde.
—Pues sí que sois unas detectives de primera —admito con
vehemencia.
—Las mejores, tenemos mucho tiempo libre. —Sonríe—. Creo que
todas las mujeres casadas, en algún momento de su vida, han pensado eso
de: «Si volviese para atrás sabiendo lo que sé, no me cogen». Es muy
típico, pero lo pensamos, sobre todo, cuando tenemos problemas porque
las relaciones son así y algo que hay que tener muy en cuenta es el respeto,
que a veces parece que pasa de puntillas por nuestras vidas y no debe ser
de esa forma. Si en una relación falta el respeto, no existe relación que se
pueda salvar, ¿entiendes?
—Entiendo. ¿Y dónde queda el amor? —pregunto. La conversación me
está gustando mucho.
—El amor es fundamental, pero creo que, pasado un tiempo, se
convierte en cariño y respeto.
—¿Usted cree? —Teresa parece meditar durante unos segundos sus
propias palabras y pone cara de no estar segura de ello.
—No, en realidad no. Lo que de verdad creo es que el amor está por
encima de todo y que necesita pilares fundamentales que lo apoyen, es
como el tejado de una casa; sin los pilares, sin los bloques, sin el yeso, sin
el suelo, sin todo lo que conforma la estructura; nunca jamás se podría
mantener en pie. Si una pieza falla, el resto cojea y cae en picado.
—Vaya… —atino a decir sorprendida por sus palabras.
—A Soledad lo único que le falla es el valor. Y a Carlos también. Creo
que han estado enamorados el uno del otro toda la vida, pero no han sabido
hacerlo bien, no han construido una base duradera y han dejado que otro
albañil lo termine por ellos.
—¿Y por qué ahora…?
—¿Por qué ahora que no está viva la hermana de Soledad no lo
intentan?
—Eso —confirmo su pregunta.
—Porque si el amor es el tejado de una relación, el miedo es la base y
ellos han decidido empezar la casa por el tejado, queriéndose mucho, pero
dejando que la base no sea firme y de esa forma no se va a sostener
ninguna estructura. Hace muchos, muchos años que Soledad y yo nos
conocemos, más de los que atino a recordar y siempre ha sido su lastre, la
piedra de su mochila o la carga invisible. Imagino que no quieres
decepcionar a nadie y, al final, se ha terminado decepcionando a ella
misma y ahora no sabe cómo solucionarlo.
—Podemos ayudarla —murmuro al escuchar sus palabras.
—No se puede ayudar a quien no quiere ayuda —finaliza—. Me voy,
tengo que hablar con Santiago.
Acompaño a Teresa a la puerta y me da un beso antes de marcharse.
—Oye, Teresa, ¿dónde puedo encontrar a Carlos?
—Probablemente, en la iglesia.
—La Iglesia… Ya…, entiendo. —Abandonando el pueblo en tres, dos,
uno…
Teresa se marcha escaleras abajo, y cierro la puerta. Mientras me apoyo
en la fría madera pienso en Soledad y, ¡para qué mentir!, un poco en mí
también. Pienso en lo jodido que debe de ser querer a alguien con todo tu
corazón y ver cómo se esfuma ante tus ojos ese amor y aparece el respeto,
el respeto de ella por su hermana y su cuñado, y no me hago una idea de lo
difícil que debe de ser tener que ser partícipe del amor de ambos mientras
tú tienes que verlo todo sin poder decir ni hacer nada.
Tengo muchos frentes abiertos ahora mismo y demasiadas cosas en la
cabeza. No sé siquiera por dónde empezar y debería priorizar en mi
elección. Por una parte, tengo que hablar con Borja sobre el asunto de
anoche, pero no sé si es lo mejor. También me gustaría hablar con Elsa
sobre nuestra pequeña discusión que, si bien no es la primera que tenemos,
me ha dejado un poco tocada porque no quiero que haya malos entendidos
entre nosotras y, por otra parte, tengo que afrontar el tema de Sebas con
madurez.
Ya no soy aquella adolescente que no sabía qué hacer en cada situación
y, aunque eso sigue sucediéndome y sigo sin saber bien cómo enfrentarme
a lo que acontece, sé que no quiero que se nos vaya de las manos y sufrir,
sufrir yo, que al final siempre soy la que acaba pagando las consecuencias.
Me meto en la ducha de nuevo y, tras salir de ella, me enfundo unos
vaqueros, una camisa de vestir y unas botas. Me maquillo con sobriedad y
me encamino a matar dos pájaros de un tiro: al ayuntamiento.
Una vez entro, me encuentro de frente con Cayetana y, aunque quizá
debería sentir algo de remordimiento de conciencia por haberme acostado
con su novio anoche, la verdad es que lo que siento es pena. Pena porque
todo haya terminado como ha terminado y por haber considerado en algún
momento de mi vida que entre nosotras existía una amistad de verdad.
Es cierto que ahora que sé lo que comparto con Elsa y con Noa, lo que
tenía con Cayetana era algo mucho más superfluo y carente de
importancia, no sentía que estuviésemos la una para la otra y tampoco me
dolía un enfado con la misma intensidad que me duele el estar enfadada
con Elsa.
Sé que me sigue con la mirada, más ahora, tras lo que sucedió el otro
día entre nosotras. Espero a que me frene y me diga que sin cita no puedo
ser atendida, pero imagino que no quiere montar un espectáculo delante de
todos.
Me planto frente a la puerta de Elsa y toco con suavidad. Un tenue
«¿Sí?» es todo lo que escucho al otro lado y suficiente para tomarlo como
un «puedes pasar».
Abro la puerta con una amplia sonrisa en la cara y observo a Elsa
metida entre papeles con el maromo morcillón que, si bien no me
equivoco, se retira de su lado —excesivamente cerca ya puestos a analizar
— cuando me ve hacer acto de presencia.
—¿Interrumpo algo?
—No te preocupes —se disculpa Elsa.
—Voy a tomarme un café y regreso en diez minutos —suelta el
arquitecto.
Las dos nos quedamos quietas paradas mirando cómo sale del despacho.
—Si tú no lo quieres, me lo puedo pedir yo —finalizo mirando
semejante ejemplar.
—Todo tuyo —me dice sin más.
—¿Te estaba molestando?
—No, bueno, lo normal, intenta arrastrarme a la cama, y yo me hago la
dura.
—Y cuanto más te haces la dura…
—Más dura se le pone a él —me corta Elsa para ser todo finura.
—Puede que no hayas sido lo suficientemente clara.
—O puede que pase de entenderlo. Los hombres son simples.
—Un cojón de pato —le suelto.
—Cierto. De simples nada, pero me mola la frase.
—Los hombres son como nosotras, tienen sus neuras.
—Y piensan con la polla —suelta Elsa retirando los planos de la mesa
para dejar que la madera sea visible de nuevo.
—Y nosotras con el kiwi. Para muestra…
—Ya, ya, no me recuerdes lo de tus bragas que me pongo perraca sin
necesidad. No puedo mirar a la cara a Sebas sin imaginarlo follándote
contra la pared del rellano.
—Ya, pues disimula porque no quiero que sepa que lo sabes.
—Estoy segura de que sabe que lo sé, me mira raro, ¿sabes? Creo que
busca pistas de si me lo has contado o no —cuchichea Elsa.
—Me he encontrado con Cayetana nada más llegar. Me ha mirado mal.
—Nada que me sorprenda —matiza Elsa.
—A mí tampoco. Pero ya no me duele haberla perdido, solo me jode
haberla dejado entrar en mi vida. Ahora mismo venía pensando en eso,
¿sabes? En que lo que comparto contigo o con Noa, la amistad tan fuerte
que tenemos, nunca fue de la misma manera con ella, aunque yo pensaba
que sí. No te niego que me jodiese todo lo que me hizo; las trastadas, la
mentira, robarme a los novios, lo de Sebas…, pero, si no hubiese sido así,
habría vivido engañada toda la vida y eso habría sido peor que haberlo
descubierto a tiempo.
—Aún estás a tiempo de arreglarlo —me consuela Elsa.
—¿Lo de Cayetana?
—No, tonta del culo, lo de Sebas. A la perra esa ni agua.
—Lo de Sebas…
—Le gustas, yo lo sé, y en el fondo tú también.
—No es tan sencillo —admito—. Está Cayetana y todo lo que la rodea;
su compromiso con ella, con el entorno, su hijo…
—No es nada que no se pueda resolver. Al fin y al cabo, hablando se
entiende la gente, ¿o no?
—Cierto, por eso estoy aquí…, contigo.
—Ven aquí, mi pequeña Greta Bover, mira que te quiero yo con lo bicho
que eres —finaliza mientras me abraza.
CAPÍTULO 36
¿SEGUNDO ROUND?

Al final, una de las cosas que nos diferencian de los animales es la


capacidad de razonar o eso dicen, ¿no?, aunque a veces nos cueste más de
lo que debería.
Suspiro con fuerza cuando salgo del despacho de Elsa. Tengo que
enfrentarme a la situación; ser adulta y hacer alarde de la madurez que
caracteriza a una joven de veintilargos años como yo. Vale, veintisiete,
que sé que te mueres de ganas de saberlo.
Camino los pasos que me separan del despacho de Sebas y veo a su
secretaria por fuera. Cayetana también está allí parada, imagino que espera
poder supervisar la situación y, cómo no, enterarse de los motivos que me
traen hasta aquí. Lo de que me cae mal ya lo he dejado claro en otras
ocasiones, ¿verdad?
Carraspeo un par de veces, y la chica que está sentada tras la mesa me
mira, pero no se atreve a pronunciar palabra alguna.
—Quería saber si podía ver a Sebas… Al señor alcalde —rectifico, al
ver su mirada interrogante.
—¿Tienes cita? —responde Cayetana por la susodicha.
—No —confieso alzando los hombros. Obvio que no, pregunta tonta
que hace. Para ser tan lista…
—Sin cita el señor alcalde no atiende.
—Pregúntale, puede que te sorprenda —le respondo con toda la
arrogancia que me cabe en el cuerpo.
Cayetana se yergue y cruza sus brazos sobre el pecho. Está mosqueada,
pero la verdad es que me la pela bastante ella y todo lo que pueda
sucederle.
La secretaria duda entre hacerme caso o hacerle caso a Cayetana.
—¿Podrías, por favor, preguntarle si tiene un minuto para atenderme?
Mi nombre es…
Cayetana se gira y entra en el despacho de Sebas sin siquiera llamar a la
puerta.
—Gilipollas —balbuceo nada más desaparecer—. Ella, no mi nombre,
no vayamos a confundir.
La chica oculta una leve sonrisa, y yo me uno al gesto. Pobre, lo que
tiene que ser aguantarla todo el jodido día.
—Toma asiento —me pide con educación.
Hago caso y me dejo caer sobre uno de los cómodos sillones de piel de
melocotón que adornan la planta. Me dedico a mirar el no parar del resto
de trabajadores que están en la planta. Hay un montón de mesas, imagino
que de técnicos que trabajan como apoyo a las diferentes áreas que hay en
este piso.
Montañas de papeles decoran los lados y el teléfono no cesa en el ratito
que espero.
Cayetana sale del despacho un momento después, hecha un verdadero
basilisco. Camina rápido y con decisión y ni siquiera me mira a la cara
cuando pasa por mi lado.
Sebas sale y se queda parado frente a la puerta. Me sonríe, y yo le
respondo de la misma forma.
—Pasa —me pide.
—Gracias —le digo a la secretaria al pasar por su lado.
Entro en el despacho, y Sebas cierra la puerta. La montaña de papeles
que había en las mesas de fuera no le hace justicia a todas las pilas de
carpetas que hay sobre la suya.
—Para que digan que los alcaldes no trabajan —bromeo.
Sebas se sienta en su sillón y se ríe y esa sonrisa me devuelve al pasado,
a todas y cada una de las ocasiones que, sentados en el jardín de mi casa,
hablábamos sobre la cantidad de locuras que cometeríamos esa noche al
salir o lo que haríamos el siguiente verano, en Navidad o cómo meternos
con mi hermano Javier, que siempre ha sido muy sensible para esas cosas,
y nosotros muy achispados para darle donde más le duele.
—Lo de que en política no se trabaja es un mito —resuelve.
—O puede que el único político que trabaje seas tú.
—También —bromea.
—¿Se ha enfadado? —cuestiono mientras señalo la puerta.
—Se le pasará. Está sensible, creo que la campaña electoral le está
afectando más a ella que a mí.
—O puede que ese no sea el motivo —respondo dejando la acusación en
el aire.
—Puede…
—Oye, Sebas, creo que tenemos que hablar sobre lo que ha pasado entre
nosotros.
Aquí, el señor alcalde se coloca bien en la silla, se acerca a la mesa y
sus codos reposan sobre ella mientras me mira con intensidad. No hay que
ser demasiado avispado para darse cuenta de que piensa lo mismo que yo
ahora mismo: tremendo polvazo que nos marcamos.
—Tú dirás…
—A ver… —Medito un poco sobre la situación y cómo enfrentarme a
ella, por eso de la madurez y tal, ya sabes—. Lo que pasó en el rellano
estuvo bien, muy bien, me atrevo a decir…
—Demasiado bien —me suelta con una mirada que promete y promete
mucho más. Jolín, no sabía yo que lo de interpretar miradas se me podía
dar tan jodidamente bien, la verdad.
—Vale. Fue la hostia…
—¿Pero…?
—Pero ambos sabemos que no puede pasar de nuevo —lo suelto de
sopetón porque, si sigue mirándome de esa manera, me quitaré las bragas
y se las entregaré, para que siga con la colección.
—Lo sé —finaliza.
—¿Lo sabes? —¿Ni una pega? ¿Ni un quiero repetir? O, joder, es que
sigo teniéndola como una piedra por tu culpa y solo quiero que me la
chupes…
—Sabía que me lo dirías, por eso me fui casi sin pensar, no quería que
me lo soltases allí, por eso te dije que no le dieses vueltas en la cabeza y
que eso que pasó tenía que pasar y que, aunque fuese en mi intimidad,
volvería a suceder.
—Ya, ya. —No quiero recordar las palabras exactas ahora porque me
pongo tontorrona y estamos en un despacho, solos, los dos, su traje que me
pone muy perraca, mis piernas que tiemblan, esos labios que me muero
por morder, el deseo sexual que se palpa en el ambiente.., en fin, el
cúmulo de cosas que me haría tirarme a sus brazos sin pensarlo y terminar
galardonada como una gilipollas yo también y no solo la de la cagada de
paloma—. Estás con Cayetana, Sebas, y no quiero sufrir, no quiero ser el
segundo plato y no tengo claro que te haya perdonado —finalizo con total
sinceridad.
—De eso quería hablar yo también, pero creo que tenemos que hacerlo
con calma. No lo hicimos bien, Greta.
—No lo hiciste bien tú —le acuso poniéndome a la defensiva.
—Ninguno de los dos —zanja.
—No —niego—. Me niego en rotundo a sentirme culpable porque no
fui yo la que se limitó a no decir nada y conformarse con una versión de
los hechos. Fuiste tú —le culpo con total conocimiento de causa.
—Greta… —Su voz suena firme y seria y en otra situación, una en la
que quizá doliese menos de lo que duele el recuerdo, pues es muy probable
que cediese, que agachase la cabeza o que le dejase hablar, pero no, en esta
ocasión no.
—Sebas —le corto antes de que pueda continuar—, de aquella chica que
estaba loca por tus huesos ya no queda nada, os encargasteis de que
desapareciera, ahora no soy esa, soy una chica totalmente distinta y no
pienso dejar que una tipeja del tres al cuarto me haga daño y tampoco voy
a permitir que vuelvas a hacérmelo tú porque dolió, ¿vale? Por si no te ha
quedado claro, que no confiases en mí dolió.
—¿Y te sigue doliendo? —me pregunta con la mirada tan fija en mis
ojos que me estremezco porque eso de interpretar miradas se me puede dar
jodidamente bien, pero apostaría todo lo que llevo en la cartera a que a él
se le da igual de bien que a mí.
—Sí —afirmo. ¿De qué me vale mentir? ¿Soluciona algo el no ser
sincera?
—Si sigue doliendo es que te sigue importando —resuelve con
determinación.
Sebas se incorpora y se acerca hasta mí, se coloca de frente a mi silla y
me tiende la mano. Dudo entre hacerle caso o salir cagando leches de este
despacho porque me gusta, ¿vale? Lo admito, ¡joder! Me gusta mucho, me
gusta más de lo que quiero reconocer y eso es muy jodido dadas las
circunstancias.
—No, Sebas, no me hagas esto.
—Ven —me pide como hacía antes.
Me incorporo con el cuerpo haciendo juego al temblor de mi mano y ese
primer contacto de nuestros dedos es capaz de electrizar toda la
habitación. La piel, el vello, las respiraciones, la congoja que se apodera
de mi barriga, las mariposas que aletean sin control dentro de mi cuerpo,
el jodido hormigueo que me persigue cada vez que Sebas está cerca de mí
y el pum, pum, ese maldito pum, pum de mi corazón.
—Sebas… —murmuro y pierdo fuerza conforme su nombre sale de mi
boca.
—Greta, no pasa nada, no te sientas mal si ya no te importa, a mí me
importa y puede importarme lo suficiente por los dos.
Me acuna entre sus brazos, como siempre hacía cuando me sentía mal,
decepcionada o triste, cuando las cosas no iban como esperaba y ahora me
siento igual que aquella joven enamorada del mejor amigo de su hermano,
me siento en el aire, como antes de que todo explotase, porque Sebas cura,
me había olvidado de eso.
CAPÍTULO 37
PUEDES PARTIRME LA BOCA

SEBAS

Segunda cerveza de la noche. Segunda en cuestión en un espacio corto


de tiempo. Dicen que, el que espera, desespera, y yo creo que
desesperación cargo mucha en los hombros.
—Vaya, mira, mi amigo necesita darse al alcohol entre semana.
Cuidado, Sebas que esto no te viene bien con las elecciones tan cerca, un
escándalo y al carajo tu carrera. Ya sabes cómo funciona esto —me
advierte Javier mientras se coloca en el taburete que está vacío a mi
derecha.
—Por eso necesitaba que vinieses, porque beber solo puede dar a
entender ciertas cosas que no las dan si te acompaña tu amigo.
—¿Soy tu excusa?
—Algo así —matizo. Le doy un par de palmadas en el hombro a la vez
que nos abrazamos, como siempre hacemos.
—¿Cómo está tu hermana? —me pregunta Javier—. Últimamente, la
veo muy animada. —Me señala una de las mesas y la veo allí, con Noa y
Elsa, pero Greta no está.
—¿Y la tuya?
—La mía, hasta donde sé, está con mi madre por algo del cura o no sé
qué, una visita a la iglesia iban a hacer hace un rato. Cosa que me
sorprende, espero que no pase nada y en cuestión de unas horas me llame
la policía para decirme que las ha encerrado en un calabozo por escándalo
público porque, conociendo a Greta y a mi madre y el carácter que tienen
las dos cuando se juntan, mal asunto, amigo, mal asunto.
—¿A la iglesia? —¿En serio?—. ¿Qué trama?
—Ni idea, ya sabes cómo es Greta, impredecible como ella sola. Mejor
hablamos de otra cosa, ¿no? Dame un segundo.
Javier se levanta y se dirige a la mesa de las chicas con soltura. Le
planta un par de besos a todas, y Elsa, que suele discutir con él desde que
tengo uso de razón, lo manda a tomar viento fresco.
Sonrío mientras lo veo acercarse mosqueado por el desplante de mi
compañera de trabajo.
—Elsa es lo peor —me cuenta tirándose en la butaca de mala manera.
—Elsa es impredecible —le suelto para pincharlo, tal y como ha hecho
él conmigo.
Javier asiente, alza el brazo y pide dos cervezas.
—Borja no está hoy, qué raro, ¿no crees?
—Mejor, no me apetece nada verlo.
Javier clava su vista en mí y alza una ceja interrogante. Dudo entre
contarle lo que ha pasado o no contarle nada, porque es mi amigo, sí, pero
también es su hermano y no sé hasta qué punto es legal hablar de ciertos
asuntos.
—¿Qué estás pensando? Te conozco lo suficiente como para saber que
le estás dando vueltas a la cabeza. Eso y las dos cervezas que te has
pegado antes de que llegase.
Las pequeñas jarras siguen ahí vacías y son el fiel reflejo de mi estado.
—Es por tu hermana. —Cuanto más directo al grano, mejor.
—¿Qué pasa con mi hermana?
—Será mejor que me preguntes qué no pasa con ella.
—Sebas… —me advierte.
—Necesito hablarlo contigo, Javier, pero también necesito que seas
imparcial porque, si no es así, no puedo ser sincero contigo.
—No me va a gustar, ¿verdad?
—Probablemente —admito.
—¿Voy a querer partirte las piernas en un par de ocasiones?
—En más de un par —concedo.
—Suéltalo ya. ¡No! Espera.
Nos mantenemos en silencio hasta que nos colocan delante dos jarras de
cerveza bien frías. Javier sujeta la suya entre sus dedos y se la lleva a la
boca, bebe tan rápido que creo que se va a atragantar y que no habrá
conversación porque tendremos que ir a urgencias.
Hace una nueva señal al camarero para que le traiga otra.
—Respira, aunque dudo que una cerveza te calme.
—Te la has tirado, ¿verdad? Es eso, ¿cierto? —Suelto todo el aire
contenido, le doy un sorbo yo también a la jarra y afirmo con la cabeza—.
La madre que te parió… —grita mirando hacia los lados como si estuviese
enjaulado.
—No fue premeditado, Javier, ya sabes que tu hermana…
—¿Y Cayetana? Porque a mi hermana la jodiste bien jodida cuando te
posicionaste de su lado. ¿Y ahora qué? ¿Ya queda todo eso olvidado?
¿Sabes lo incómodo que fue para mí ver a mi hermana destrozada por ti?
Eres un pedazo de gilipollas, Sebas, y la estás cagando de nuevo. Déjala en
paz. Ella está bien con su rollo con Borja y sin ti de por medio.
—Borja…, Borja no pinta nada aquí. Tu hermana no tiene nada con él.
—¿Que se acuesten te parece poco?
—Sí —admito—. Me parece una mierda.
—¿Y Cayetana? —insiste dándole otro largo sorbo a la cerveza.
—Cayetana me importa, pero no como piensas —matizo.
—Ya sé que no es tu tipo y que no estás enamorado, lo hemos hablado
en cientos de ocasiones, pero te has metido en su vida hasta el fondo y,
ahora, ¿cómo piensas solucionar esto? Porque es una papeleta muy gorda y
te digo algo, Sebas, si vuelves a joder a mi hermana, tendré que golpearte
mucho más fuerte que la primera vez. Mi puño te saluda de nuevo —me
dice enseñándome su puño que coloca frente a mi cara— y te advierto que
estoy fuerte como un demonio —bromea rompiendo la tensión del
momento.
Siempre he admirado eso de Javier, la manera que tiene de que un
momento de tensión deje de estar cargado de ese sentimiento con alguna
palabra; yo, en cambio, si tengo algo en la mente soy incapaz de hacer
borrón y cuenta nueva.
—Creo que te debo una disculpa a ti también, Javier, por todo lo que
pasó y porque sé que, aunque no volvimos a hablar del tema e hicimos
como si nada hubiese pasado, lo pasaste mal.
—Lo pasé mal por Greta. —Suspira y me mira con intensidad—. Hemos
sido amigos toda la vida, Sebas, y creo que lo hicimos mal los tres, Greta
por no ponerse en su lugar, tú por no darle el sitio a mi hermana que
merece, y yo porque tenía que haberte roto la cara antes de que tú y mi
hermana…, ya sabes —me dice desviando la mirada.
—Creo que Greta me gusta.
—A buenas horas…
—Creo que me gusta más de lo que me atrevo a reconocer.
—Soluciona esto, Sebas, y no jodas a mi hermana porque una vez te
perdoné, la próxima tendrás que ponerte un implante por cada diente.
Ahora… Tomemos un par de cervezas más hasta que me olvide de lo que
le has hecho a mi hermana en su virginal cuerpo.
—Virginal lo que se dice virginal… —bromeo para hacerlo sentir
incómodo.
—Virginal, he dicho; puño, ataca. —Se ríe colocándolo de nuevo
delante de mí.
—Gracias, Javier.
—No me las des, no aún, arregla el embrollo y no lo jodas más.
—Lo intentaré —murmuro antes de darle otro largo sorbo—. Lo
intentaré.
Cogemos nuestras cervezas y terminamos en la mesa con las chicas, y
por primera vez pienso en si esto que tenemos ahora no es lo que me he
perdido todos estos años… ¿Estaré equivocado?
CAPÍTULO 38
DIGNA HIJA DE SATANÁS

Insisto en lo que dije antes: las personas nos diferenciamos de los


animales por nuestro raciocinio, nos diferenciamos, eso dije, hasta que te
toca ir a la iglesia y encontrarte con el señor párroco, ese que sabes que
anda diciendo por ahí que eres la misma reencarnación del demonio y
digna hija de Satanás, entonces toda esa racionalidad se queda aparcada y
vas en busca de tu madre como apoyo moral, básicamente, porque ella se
lleva bien con el cura y sabes que delante de tu progenitora no va a hacerte
un exorcismo, aunque le tiemblen los dedos por ello.
—Greta, por favor, no quiero que me avergüences delante del padre
Carmelo. Soy una fiel devota y quiero seguir yendo a la casa del Señor y
ser recibida de la misma forma que he sido recibida hasta ahora.
—No te preocupes, no diré palabrotas ni mencionaré nada sobre que soy
agnóstica ni que el fantasma de la abuela Carmen se nos aparecía de
pequeños para recordarnos que teníamos que bebernos toda la leche o nos
comería un pato con peluca —le explico para dejarla más tranquila.
—Ay, por favor, lo de tu abuela no lo nombres que se me sigue erizando
el vello —confiesa.
Es cierto, completamente verídico lo que he dicho. Mi abuela, que en
paz descanse, nos decía todos los días a la misma hora que teníamos que
bebernos la leche, a Javier mucho más que a mí porque él era el remilgoso
de la familia, y yo le hincaba el diente a lo que me pusieran delante,
menos por la mañana, por la mañana era harina de otro costal. Odio las
siguientes seis horas —sí, sí, habéis leído bien, he dicho seis horas— a ese
momento en el que suena el despertador y pones el pie derecho en el suelo,
con solo ese gesto, ya estoy de mal humor y no quiero que me hablen, es
más, me molesta que me miren siquiera, y mi abuela hablaba, vaya que si
hablaba, creo que más que mi madre y yo juntas, más incluso que Elsa y
yo juntas, y se dedicaba desde bien temprano a meternos prisa, ¿es que
nadie se da cuenta de que levantarse es muy jodido en esta vida? Dejar las
sábanas calentitas, tocar el pavimento frío, recordar todo lo que se te viene
encima una vez salgas de casa: el ajetreo, la gente que te empuja o te
contesta mal porque comparte el mismo humor de perros que tú misma…
Definitivamente, es horrible para la humanidad, menos para mi abuela,
que a ella le gustaba levantarse solo para amenazarnos con el pato con
peluca y surtía efecto, vaya que sí.
La cosa es que, una vez falleció, en casa pasaban ciertas cosas —
dejémoslo así, mejor—, y mi padre se metía con Javier para decirle que
era la abuela para que se bebiese la leche. Mi madre es bastante creyente,
por lo que para ella todo eso que mi padre decía para asustarnos era real y,
claro, pues luego pasa lo que pasa y no es otra cosa que tener que meternos
con mi madre, y ella mandarnos a callar porque la van a tachar de loca, por
nuestra culpa, obviamente, siempre todo es por nuestra culpa como en
cualquier buena casa normal y corriente.
—Era broma, mamá, ya sabes que todo aquello lo hacía papá para
meterse con Javier y conmigo, un poco contigo también, no nos vayamos a
engañar.
—A Carmelo ni una palabra. Todavía no entiendo qué hago yo
aceptando ir a la iglesia contigo sin explicación alguna.
—Es por una buena causa —me justifico.
—Una buena causa que no me quieres decir, te parecerá bonito —me
recrimina usando eso que tan bien se le da: chantaje emocional.
Tras salir del despacho de Sebas, abandonar sus brazos, permitir que me
acariciase como si nunca nada malo hubiese pasado entre nosotros y
darme un tierno beso en los labios a modo de despedida, decidí que lo
mejor para evitar pensar en que me sentía bien, pero, a la vez, jodidamente
mal por todo lo que entre nosotros ha sucedido en este tiempo y lo mal que
lo hemos hecho, era ir a casa de mi madre y centrarme en Soledad, aunque
fuese por un momento.
—Confía en mí, por una vez, mamá.
Callejeamos un poco, mi madre contándome lo bonito que está el
pueblo y lo mal que le parece el gasto en panfletos electorales para ir a
votar a las urnas.
—La verdad es que las elecciones deberían celebrarse cada año, no por
la publicidad y los retratos que vemos de los políticos, sino porque en
épocas de elecciones siempre se invierte mucho más en el pueblo. Las
flores que decoran las calles están frescas y son preciosas, y siempre está
todo limpio, reluciente, no hablemos de las excursiones que se organizan y
alguna que otra paella que hacen en el centro de la cultura. Espero que el
nuevo centro sea mucho más grande, ¿Elsa te ha dicho cómo quedará?
—No hemos hablado mucho de ese tema, está agobiada con las
elecciones, creo que están todos igual ahora mismo —le explico mientras
doy zancadas más grandes para llegar antes.
—Es momento de eso, aunque Sebas lo ha hecho realmente bien, el
pueblo está contento con su gestión, es un buen alcalde.
—Sí que lo es —atino a decir.
—Espero que no tarde mucho en casarse con Cayetana, es buena niña,
siempre que nos cruzamos me pregunta por ti, no entiendo cómo no hacéis
las paces, con lo bien que os llevabais.
—Eso no va a suceder, mamá. Cayetana me hizo mucho daño —musito
diciendo, pero sin decir.
—No será para tanto.
—Sí que lo es.
—Ella lo hizo bien, se buscó a un hombre de provecho, buena persona y
con un buen cargo…
—¿Quieres decirme algo, mamá? ¿Recriminarme que no lo haya hecho
igual? ¿Que ahora mismo esté apostando por un negocio que no sé si verá
el futuro, pero al que le estoy poniendo muchísimas ganas, aunque os
empeñéis en decirme que es una locura? —grito enfadada—. Siempre es
igual, mamá.
—No quería hacerte enfadar, Greta.
—No, claro que no, pero las cosas duelen y contigo siempre es así,
siempre terminamos de la misma manera, ¿por qué no puedes
entenderme?
—Greta… —Mi madre me sujeta del brazo al darse cuenta de que he
empezado a caminar mucho más rápido y de que el enfado me corre por
las venas ahora mismo—. No quería hacerte enfadar, solo te decía que
Cayetana lo ha hecho bien, eso no quiere decir que no te apoye en lo que
hagas, en cualquier cosa que hagas, porque eres mi hija y, a pesar de que
discutamos cuarenta veces al día y de que terminemos por tirarnos de los
pelos, soy tu madre y te quiero. Sé que te exijo mucho, desde siempre,
desde pequeña, Greta, lo sé, pero lo hago porque quiero que estés bien, que
seas feliz, que todo vaya bien y que no tengas que pelear con uñas y
dientes por conseguir algo, que las cosas sean más sencillas de lo que me
fue a mí o a cualquier otra mujer de nuestra época, por no dejarnos
terminar nuestros estudios, por tener que ocupar nuestro puesto en casa,
casarnos jóvenes y ser mujeres de provecho, tener hijos, mantener a la
familia unida… Ser mujer no es fácil, Greta, por eso te exijo, para que no
sufras, para ayudarte.
Me quedo quieta, no me esperaba para nada esas palabras de mi madre.
Es cierto que discutimos mucho, muchísimo, a pesar de ello, nunca me
había hablado de esta forma o, por lo menos, no lo había hecho cuando
tanto lo necesitaba. Tampoco me había planteado que fuese de esa manera,
que su vida tampoco fuese fácil, es como si mi madre viviese toda la vida
de la forma en la que la conozco y me doy cuenta de que no es así y una
vez más me siento mal porque entre Sebas y yo la cosa no fue bien porque
lo hemos hecho mal durante años, pero puede que con mi madre tampoco
haya sido mucho mejor.
—Quiero ayudar a Soledad porque está enamorada desde hace años de
Carlos, el hermano del cura. Y, hasta donde tengo entendido, Carlos siente
lo mismo por ella y, aunque yo celebro divorcios porque las personas que
se divorcian tienen el mismo derecho a ser felices que los que celebran su
unión y muchas veces se quitan un verdadero lastre de encima, también
considero que las segundas oportunidades son imprescindibles y porque
creo en el amor por encima de todas las cosas, el amor por uno mismo y
hacia los demás, porque para querer bonito hay que empezar por uno
mismo.
Ahora es mi madre la que no se atreve a decir nada, aunque sonríe,
sonríe con fuerza y me mira a los ojos con infinita ternura, me coge del
codo y comienza a caminar en dirección a la iglesia. Puede que no le haya
dicho que yo también la quiero y que le agradezco que piense de esa
manera y que quiera ayudarme, aunque su actitud, en ocasiones, no sea la
mejor forma de hacerlo, pero, por ahora, parece que hemos firmado una
pequeña tregua.
—Te voy a ayudar porque tú crees en el amor, y yo creo en ti, hija mía.
Le cuento durante el resto del camino mi historia —breve, pero intensa
— con Soledad. Le explico cómo me odiaba hasta hace nada y esa forma
que tenía de cuestionarme con la mirada desde que me veía aparecer en el
rellano. También la devoción que siente por Noa y la aparición en escena
de Teresa, que a ella sí que la conoce bien porque son amigas.
—¿Teresita se quiere divorciar? ¿En serio?
—No, en realidad creo que no —le narro—, sencillamente creo que está
harta de determinadas cosas porque me dijo que estaba enamorada de su
marido. Le aconsejé que hablase con él, que las cosas hablando se
solucionan o por lo menos que nadie le pudiese recriminar que no lo ha
intentado y la convencí. Y lo de Soledad…, pues me da pena.
—Pero es su cuñado… Entiendo que tenga reparos —cuestiona mi
madre y con toda la razón del mundo.
—Cierto. Pero llevan toda la vida enamorados, nadie puede reprocharle
que lo intenten ahora.
—Sí que pueden, se casaría con su cuñado y tiene sobrinos…
—Ya. No lo había pensado de esa manera, la verdad —concedo—.
Entonces…, ¿qué crees que debemos hacer?
—Creo que debemos ir a buscar a Carlos, tantear el terreno, yo
entretengo a Carmelo, y tú te encargas de él. A ver qué pasa. —Asentimos
ambas con la cabeza y continuamos el camino—. Me gusta esto, Greta —
dice mi madre rompiendo el silencio—, me gusta que hagamos cosas
juntas —finaliza.
Aprieto su brazo a modo de asentimiento. La verdad es que a mí
también me gusta.
CAPÍTULO 39
EL EQUIPO A

Mi madre. Haciendo alarde de su mejor sonrisa, entra en la iglesia y se


persigna ante cada imagen que encuentra a su paso. Omito la necesidad de
poner mis ojos en blanco porque no estaría nada bien hacerlo ni con mi
madre delante ni con el cura por ahí, que lo mismo nos está espiando en su
despacho a través de las cámaras secretas.
Me sitúo al lado de mi progenitora mientras ella se arrodilla ante una
virgen que llora lágrimas de sangre y la veo rezar.
—Espero que alguna de tus plegarias sea por mí, para que todo me salga
bien y eso —le susurro al oído.
Mi madre no responde, ni siquiera se digna a dedicarme una mirada,
pero se le escapa una leve sonrisa y un asentimiento.
Mientras ella se concentra en purgar sus pecados —y, probablemente,
alguno de los míos, como hija descarriada que soy—, yo me dedico a
recorrer el espacio, admirando las imágenes y lo bien cuidado que lo
tienen todo.
—Quien te viese ahora mismo diría que es la primera vez que vienes a
la casa del Señor.
Me giro y me encuentro con un par de ojos que me cuestionan y esperan
ansiosos mi respuesta. La sotana lo dice todo. Este es el señor que me
tiene en tan poca estima.
—No suelo venir muy a menudo, la verdad.
—¿Y qué te trae hoy por aquí? Rezar no, por lo que veo —comenta al
ver a mi madre haciendo lo propio.
—Creo que ella reza por las dos —murmuro con una sonrisa sincera en
los labios. El señor Carmelo, párroco de esta iglesia, me suelta una mirada
reprobatoria y en ese mismo momento me siento mal por haber soltado lo
primero que se me ha pasado por la cabeza—. Perdón —me disculpo—. A
veces hablo sin pensar.
—Te perdono. Sígueme —me pide.
Echo un vistazo hacia donde se encuentra mi madre y la veo
concentrada en lo suyo, vaya momento para ponerse a contarle su vida al
señor. Juro que está feo lo que voy a decir, pero esto parece más un
recorrido hacia el infierno que hacia el cielo, no por la iglesia en sí, sino
por la tensión que se respira en el ambiente.
Carmelo se para frente a una imagen de una mujer con su hijo en brazos.
No soy demasiado creyente, aun así, no hay que ser muy listo para saber lo
que simboliza.
—No me voy a entretener en contarte lo que la imagen representa o no,
porque creo que es bastante evidente, aunque sí que me gustaría saber qué
significado tiene para ti, Greta.
No he tenido duda en ningún momento sobre si Carmelo sabe quién soy
yo y con quién estaba hablando, pero, de tenerla, es indiscutible que lo
tiene claro.
—No quiero ofenderle, señor…, pero lo mío no es la religión —
confieso sin intención de entrar en una polémica, básicamente, porque se
lo he prometido a mi madre y porque quiero seguir viviendo en el pueblo.
—No es necesario saber de religión para poder mostrar tu pensamiento
sobre ella, ¿no crees?
Asiento y, obviamente, claudico.
—Veo a una madre con su hijo muerto en brazos. Veo el dolor en sus
ojos por la pérdida y la tranquilidad de él por haber hecho lo correcto.
—Lo correcto… Buena forma de definirlo. ¿Crees que tú haces lo
correcto? —cuestiona.
—Depende de para quién. Si me pregunta si hago lo correcto para mí
misma, la respuesta es sí. Si, por el contrario, me pregunta si hago lo
correcto para los demás, la respuesta es sí, también, porque, ¿qué es lo
correcto?
El párroco camina unos pasos y toma asiento en uno de los bancos de
madera que se encuentran entre las imágenes y, dando un par de golpes con
su mano izquierda, me invita a sentarme a su lado.
—Lo correcto es lo que está moralmente aceptado, Greta. Lo correcto es
cumplir con los mandamientos que establece la Iglesia católica.
—¿Y si esos mandamientos no son suficientes?
—Siempre son suficientes —zanja sin posibilidad de réplica.
—¿Cree usted que una pareja que no se quiere debe vivir junta toda su
vida porque lo pone un mandamiento?
—El verbo «querer» abarca muchas definiciones. Dame una.
—Creo que si hablamos de su significado en todo su esplendor hace
referencia a amar con el alma hasta ser incapaz de vivir sin la otra
persona. El de sacrificarse por el amor del otro sin importar las
necesidades de uno mismo. Sufrir viendo cómo eres infeliz para que el
otro sí que lo sea —explico pensando en Soledad y entendiendo un poco
más su sufrimiento—. ¿Acaso no es ser un mártir?
—Lo es —resuelve—. ¿Es por eso por lo que celebras divorcios? —me
pregunta yendo directo al grano—. ¿Sabes? Desde que llegó a mis oídos la
absurda idea de que una persona quisiera celebrar algo que no merece
celebración alguna, he meditado mucho sobre ello y la verdad es que lo
menos que esperaba hoy era encontrarme contigo aquí, pero ha sido una
visita de lo más adecuada porque ahora tengo la oportunidad de que seas tú
misma la que me explique lo que piensas al respecto, para aclarar mis
dudas y resolver mis conjeturas, así que adelante, Greta, hazme entender
lo que haces.
—Tengo la sensación de que, diga lo que diga, no lo va a entender
porque usted tiene sus ideas y creencias, y yo tengo las mías, señor.
—Ponme a prueba —me pide.
Alzo la vista cuando veo a mi madre acercándose hasta nosotros con
otro señor. Me sonríe condescendiente, y comienzo a hablar cuando se
colocan al otro lado de Carmelo en completo silencio.
—Las bodas, por excelencia, siempre han sido motivo de unión, la
unión de dos personas que en teoría se quieren, de dos familias que
comparten la unión de dos seres queridos y eso sigue estando ahí, sigue
siendo bien visto. Sin embargo, sucede todo lo contrario con el divorcio;
esas familias que hasta hace nada se querían y compartían momentos
dejan de quererse como por arte de magia porque sus dos seres queridos se
separan y, digo yo, ¿no es un poco hipócrita que hoy se quieran y mañana
no? Porque el amor no está hoy y mañana desaparece, el amor está o no
está y, en todo caso —aclaro—, se va desgastando con el paso del tiempo.
Dicen por ahí que sabes con quien te casas, pero no de quien te divorcias y
creo que no puedo estar más de acuerdo con ese dicho porque es real. Yo
creo en el amor para toda la vida, en la confianza de la pareja y en la
amistad y complicidad que comparten, aunque también creo que, si eso
deja de existir, es mejor darle la oportunidad a la persona de que lo
encuentre porque el amor es uno de los sentimientos con más poder que
existe y el odio también. Y ahí entro yo —matizo.
»Si por un casual, porque se nos acaba el amor de tanto usarlo o de tan
poco uso, si eso sucede, ¿por qué no celebrarlo? ¿Por qué tiene que estar
bien visto que una boda sea motivo de felicidad y un divorcio no? ¿Acaso
no hay personas que se separan y vuelven a reencontrarse consigo
mismas? ¿Con la felicidad de un nuevo comienzo? ¿Acaso no merecen una
celebración las segundas oportunidades? —explico llena de convicción.
Mi madre me mira con admiración, con esa sonrisa que enmarca su cara
y con los ojos anegados en lágrimas, y el señor que se sienta a su lado
trasmite tranquilidad en su mirada.
—Sabía que si me lo explicabas, que si me decías realmente lo que te ha
llevado a celebrar algo que moralmente no está aceptado por la iglesia, me
lo harías entender. No creas que me he sentido confundido con todo esto y
que, lejos de entenderlo, lo he cuestionado, pero concibo lo que quieres
decir y admiro tu explicación, Greta, aunque no la comparta.
—Entonces…, ¿cuento con su beneplácito?
—¿Necesitas mi aprobación?
—No —admito sonriendo—, la verdad es que no, pero pensaba que me
iba a dar su bendición o algo así. —Río por lo bajini.
—Solo necesitaba que me lo explicases y te he dicho que lo entiendo, no
me pidas más, no soy tan moderno como para eso. —Me sonríe él ahora.
Me da un par de palmaditas en el muslo y levanta la mano para
invitarme a irme y quedarse con mi madre. Espero que no le diga que soy
la reencarnación de Satanás ni nada de eso y que debería hacerme un
exorcismo.
Me levanto y salgo de la iglesia. La verdad es que llevo un día de
sentimientos encontrados. Primero, la despedida de Sebas, curioso que se
pueda definir como despedida a algo que ni siquiera tuvo su comienzo.
Pero, lamentablemente, suena así. Ahora que me he abierto un poco en
canal, y que he sido capaz de defender con uñas y dientes lo que quiero,
me siento capaz de pensar en que todo esto se me ha ido de las manos.
Lo de Sebas, por supuesto, ni siquiera tiene explicación. En ese
momento, cuando aún no tenía conocimiento de causa de lo que pasaría y
de lo que haría que me rompiese un poco por dentro, no sabía a ciencia
cierta cómo definir la unión que compartía con él. En un principio fue solo
el amigo de mi hermano y eso era lo lógico dadas las circunstancias, pero
ahora, con algo más de edad encima y un poco más de cordura, puedo
afirmar que los sentimientos y el desconocimiento de los mismos
revoloteaban cual mariposa en primavera. Sin embargo, yo, por aquel
entonces, no lo sabía. Supe que aquel chasco era fruto de la decepción por
la falta de confianza y de credibilidad que Sebas había puesto en mí y,
aunque me empeñé en odiarlo por ello, una parte de mí entendía que
estaba intentando hacer lo correcto y, quizá, ayudar a la persona que en
aquel entonces lo necesitaba y no era otra que ella, aunque me rompiese
por dentro, era ella. Y ahora me doy cuenta de que Sebas es un poco como
Soledad, que ella también antepuso los deseos de su hermana a los suyos
propios y quizá eso hizo que Sebas se situase al lado de Cayetana, que por
aquel entonces ya tenía mal fondo, aunque yo lo desconocía. El tiempo, no
hay nada más sabio que el tiempo y es él quien te enseña que las cosas
duelen, aun así, pasa, todo siempre pasa y lo que crees que hoy te ahoga
mañana ya no lo hace tanto; si fuese de otra forma, es probable que el
dolor acabase con nosotros antes que nuestro propio final.
—Admiro la capacidad con la que le has rebatido a mi hermano ahí
dentro sus propios dogmas.
Me giro, sobresaltada, al escuchar unas palabras que no sé de quién
provienen.
—En realidad, no era mi intención cuestionarle nada, sencillamente,
quería mi opinión y fui sincera al dársela.
—Igualmente, te admiro por ello.
—¿Y lo compartes?
—Lo respeto —finaliza—. Soy Carlos, el hermano de Carmelo, el
párroco.
—Greta Bover, hija de la señora que está dentro con tu hermano y
posible reencarnación de Satanás —bromeo.
—Encantada, hija del maligno —se burla.
—¿Tú qué harías si estuvieses enamorado de alguien, pero no tuvieses
la oportunidad de estar con esa persona? —formulo la pregunta a
sabiendas de su sentimiento por Soledad; sin embargo, más que en
referencia a ellos, hablo por mí, por Sebas, por todo esto que se nos ha ido
de las manos y que me hace sentir tan bien como mal.
—Depende —finaliza mirando al frente—. Es complicado, en cuestión
de amor es complicado.
—Pero… ¿lucharías por conseguir el amor a pesar de que esté todo en
tu contra? —insisto.
Carlos suelta el aire que parece habérsele quedado atascado y por un
momento siento su gesto contrito, intentando aguantar con estoicidad su
propia batalla interna.
—Si es amor verdadero, sí, posiblemente luchase por él.
—¿Y qué diferencia existe entre un amor verdadero y uno de pega?
—Buena pregunta, señorita Greta Bover —se jacta. Intenta colocar una
sonrisa en su rostro, pero se queda en un gesto poco natural. Sé que sufre,
pero él necesita sus propias respuestas, quizá más que yo—. Imagino que
el amor de verdad es el que te sale de las entrañas y te produce vértigo, ese
que, como tú misma has definido anteriormente, hace que antepongas el
bienestar del otro al tuyo propio.
¿Y si ese es el problema? ¿Y si Sebas antepuso los sentimientos de
Cayetana a los suyos propios? ¿Es posible que exista alguien tan correcto
como para sacrificarse por la otra persona? Claro, Soledad lo hizo porque
era su propia hermana, pero ¿lo haría Sebas?
En realidad, nunca hemos hablado de sentimientos, sino de atracción, de
dejarnos llevar, de haber cometido errores que no se sabe hasta qué punto
se pueden subsanar porque el tiempo los ha dejado atrás, pero que
seguimos cargando como piedras en los bolsillos.
—¿Está casado, Carlos?
—Viudo —responde sin mirarme.
—¿Fuiste feliz?
—Muy feliz…, pero también muy desdichado —me explica.
—¿Puede ser el amor desdichado? —inquiero curiosa.
—El amor puede ser como tú quieras que sea —finaliza.
—Yo quiero que el amor sea un todo, que me haga sufrir, y que me
recompense, que me haga volar aun sin tener alas, que me haga reír con
una sola palabra, que me haga sentir con una tenue caricia y que me haga
romperme en mil pedazos con un abrazo.
—¿Has sentido eso alguna vez? —me pregunta.
—Cada vez que estoy a su lado —admito—. ¿Y usted?
—Cada vez que la veo y cada vez que la pienso.
—Pues, búsquela, porque hoy estamos, pero mañana no lo sabemos.
CAPÍTULO 40
LA UNIÓN HACE LA FUERZA

Predicar sin el ejemplo no es lo más aconsejable del mundo, la verdad.


Cierto es que aquel encuentro con Carlos fue bastante insólito. La idea
era que él entendiese que tenía que luchar por lo que quería porque el
tiempo es efímero, pero, por otra parte, creo que la que se llevó una dosis
de humildad con sus propias palabras fui yo.
Vamos en dirección a Madrid. Hace ya varios sábados que hicimos este
mismo recorrido con la intención de que Lola se sintiese bien, que
marcase las pautas de su celebración y de que el resto hiciésemos piña con
ella. Hoy, aunque el trayecto es el mismo, el volumen de nuestros gritos es
bastante parco en comparación con ese día.
Lola y Noa van detrás, como la otra vez, en silencio. Elsa sigue
ensimismada, y yo, yo estoy completamente convencida de que he entrado
en un bucle en el que, cada vez que doy un nuevo paso, más me hundo en
el fango.
—Estoy enamorada de Sebas. En realidad, creo que lo he estado
siempre. Y tengo una conversación pendiente con Borja a la que le he
estado dando largas porque me siento mal por toda la situación y porque
creo que se me está yendo de las manos. Todo se me ha ido de las manos.
—Lo suelto con tanta rapidez y entereza que me sorprende a mí misma.
No las veo, pero sé que Lola y Noa me están observando. Elsa resopla y
sonríe, a ella sí que la veo.
—Por fin lo admites —suelta Elsa.
—Por fin —repite Noa.
—Y tú, Lola, ¿no tienes nada que decirme? —Total, ya de perdidos al
río.
—Bendita sinceridad. —Eso es todo lo que suelta por esa boquita de
piñón.
—Recuerda mis palabras, Lola; ver, oír y callar —le repite Elsa.
—Sobra decirlo, la verdad —le suelta algo dolida.
—No te lo tomes a mal, pero es tu hermano y, ya sabes, la sangre llama
y todas esas mierdas varias.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta Noa obviando la pulla de Elsa.
—Nada. No puedo hacer nada, en realidad. El otro día fui al
ayuntamiento con la intención de decirle que todo esto tenía que quedarse
en nada y que cada uno debía continuar con su vida como siempre hemos
hecho.
—¿Y qué te dijo mi hermano?
—Aceptó.
—¿Sin más? —insiste Lola.
—Sí. ¿Qué otra cosa puede hacer? No hay mucho más. Él está con ella,
y yo sobro en esa ecuación.
—Mi hermano no está enamorado de Cayetana, es el sentimiento ese de
protección.
—Sentimiento o no, es lo que hay. Entre nosotros no hay nada, chicas,
nada de nada.
—Os acostasteis —matiza Noa como si eso fuese motivo de boda.
—¿Y? Es sexo, ya sabes, cosquillas en la entrepierna, fuegos artificiales
y todas esas cosas que cuando llegan te hacen perder la poca cordura que
te queda.
—Sebas no es así —insiste Lola—. No es de los que se tiran a cualquier
tía que encuentran a su paso, estoy segura de que si ha hecho eso contigo
es por algo, en eso él y yo somos iguales.
—No me vengas con esas —le reprocha Elsa con incredulidad—, no
puede ser que sea de esos que solo tienen sexo si hay amor, no me lo creo,
eso no existe, es un bulo, un mito, una mentira, una farsa… —defiende
Elsa con muchos sinónimos para un mismo significado.
—No me refiero a eso —bufa Lola molesta por el tono de Elsa—, lo que
quiero decir es que si mi hermano se ha acostado contigo es porque hay
algo.
—Porque tenía la polla dura, y Cayetana no le da lo suyo —se burla
Elsa sin piedad alguna.
—Gracias por la parte que me toca —le recrimino a esa que dice
llamarse mi amiga.
—A ver —nos dice alzando la voz para que todas le prestemos la debida
atención—, yo estoy convencida de que Sebas siente algo por Greta,
¿vale? Siempre lo he creído y eso no me lo quita nadie de la cabeza,
pero…
—Ya sabía yo que tenía que haber un «pero» —añade Noa.
—Pero… —suelta retomando la conversación Elsa— si no lucháis
ambos por lo que queréis poco más se puede hacer o ¿es que acaso queréis
que os tendamos una trampa y os encerremos en una habitación al más
puro estilo de Hollywood?
—Ni de coña —matizo porque ya me veo en una cárcel.
—Sebas tiene miedo —intercede Lola.
—¿Miedo? ¿A los fantasmas? —se burla Elsa.
—Miedo a lo desconocido, a hacerle daño a Cayetana y a todo lo que la
rodea, ya sabéis, miedo a que el fantasma del pasado vuelva y meter la
pata una vez más.
—Tranquila, cariño, que ya bastante metió la pata en su día —prosigue
Elsa.
—Y estoy segura de que se arrepiente de ello —lo defiende Lola—. No
os puedo decir que sepa mucho del tema porque Sebas se ha negado en
rotundo a decirme nada, supongo que me ve débil y quiere protegerme
haciéndose el fuerte, aunque no lo es, estoy segura de que lo ha pasado mal
porque yo era más pequeña que él, pero veía cómo te miraba, Greta, cómo
hablaba de ti en casa y solo pensaba: ojalá yo pueda tener a alguien en mi
vida así, a alguien que me mire y me vea tal y como soy, con mis virtudes
y mis defectos, con lo bueno y con lo malo y que, a pesar de todo, me
quiera y que mis taras no le hagan salir corriendo a cogerse una borrachera
día sí y día también. —Lola casi susurra cuando pronuncia esta última
frase y todas, absolutamente todas, sentimos esa sensación de congoja al
escucharla—. Que no compartamos colchón desde hace mucho o que no
me toque porque le provoco repulsión —prosigue—. Que los silencios
sean mejores que las conversaciones y que cuando cerraba la puerta y me
quedaba sola en casa, por fin, respiraba tranquila y en paz de nuevo.
—¡Joder! —exclamo entendiendo su explicación—. Eso es lo que te
pasó a ti, ¿verdad? Por eso te divorciaste.
—Nunca debí haberme casado. Nunca. Lo hice porque consideraba que
era lo mejor, porque no estaba segura de que el amor fuese a llegar en otro
momento con otra persona y sencillamente aproveché la oportunidad que
se me planteaba de frente. No soy una chica guapa, una chica llena de
curvas con unos pechos enormes, no tengo una cara que sea digna de
mención y tampoco soy especialmente carismática, así que… era eso o
morir sola.
—No tenía por qué ser así —le rebate Noa ante nuestro total
desconcierto—. Eres guapa, tierna, sencilla, simpática y alegre, tienes una
sonrisa preciosa y cualquiera se quedaría embobado viéndote reír a
carcajadas.
Sujeto con fuerza la mano de Elsa ante lo que está contando Noa.
—Eres mi amiga, es normal que digas eso.
—No, no es solo por ser tu amiga, Lola. Sabes que estoy para ti, pase lo
que pase estaré para ti y nada ni nadie tiene el poder de menospreciarte
porque recuerda que eres la persona más importante para ti misma —
finaliza abrazándola.
Elsa intercambia una mirada incrédula conmigo, y yo le sonrío al darme
cuenta de que eso que hay ahí detrás se llama amor, sea cual sea la forma
en la que se pronuncian esas palabras, se han dicho con amor.
—Vamos a celebrar tu divorcio y lo vamos a pasar tan jodidamente bien
que desearás volver a casarte solo por divorciarte en un par de semanas.
—Si me volviese a casar, lo haría conmigo misma.
—Genial, porque yo también lo haría. Es más, podemos hacerlo porque
todas tenemos vestido —finalizo sonriendo y aplaudiendo.
—Gracias, chicas —nos dice Lola.
—Gracias a vosotras, por aguantarme la chapa —confieso.
—Lucha por lo que quieres, Greta, porque hoy estamos y mañana no.
Y esas fueron las palabras que le dije a Carlos antes de dejarlo en
aquella plaza e irme con mi madre de vuelta a nuestra casa y ahora me las
dice Lola a mí, como si de una cura de realidad se tratase.
CAPÍTULO 41
OJALÁ FUESE UN SÁBADO CUALQUIERA

Las palabras de las chicas me hicieron meditar mucho al respecto y yo,


que nunca he sido de comerme mucho la cabeza, últimamente parece que
lo hago por mí y por todos mis amigos, como en el juego del escondite.
—Odio Madrid, odio los atascos, los semáforos, la escasez de
aparcamientos y los bocadillos de calamares. Ea, se tenía que decir y se
dijo —canturrea Elsa como si en su ofensa no hubiese dañado a nadie.
—Pero nos encantan sus tiendas de novia, su Primark de la Gran Vía y
los macizos que se ven por la calle con pantalones apretados marcando
paquete —contrataco para amenizar así la negatividad que se respira en el
ambiente.
—Mentira, a ti el único macizo que te gusta es el hermano de esa que se
sienta ahí detrás —me rebate.
—Of course —le digo en inglés, tal y como suele hacer ella siempre
conmigo—, pero no se lo digas porque se lo cree y luego empeora la cosa.
—¿A Sebas? Me acabas de fastidiar el plan —ironiza—, ya estaba
marcando su número para contárselo, no te jode —suelta llena de
sarcasmo.
Le pongo morritos, y ella me lanza un beso.
Una vez aparcamos el coche, en el quinto pino —para ser muy precisos
—, caminamos hasta la tienda de novias o eso pensábamos todas…
—Tenemos que ir primero a una cafetería, he quedado con Sandra allí.
¿Te acuerdas de Sandra?
—Sí —afirmo—, pero…
—¿Y cuándo pensabas decir lo de la cafetería? ¿Cuándo? ¿Cuándo? —la
increpa Elsa de malas formas.
—Coño, Elsa, relax, tía —la apaciguo.
—Se me había olvidado, lo siento, es que son muchas cosas encima y
me había despistado —se defiende Lola.
—¿Sabes llegar? —le pregunta Elsa.
—Ni idea.
—Google nos llevará —explico sacando el móvil.
—Ya, pero como no sea en el centro lo vamos a tener jodido —prosigue
Elsa con su mal rollo.
—Da igual —finalizo—. Pasearemos cogidas de la mano como las de
Sexo en Nueva York, pero en Madrid y con menos glamur que ellas, porque
somos pobres como ratas y tal.
—Se llama Pum Pum Café —cuenta Lola después de leerlo en su wasap.
Coloco el nombre de la cafetería en Google y nos indica la ruta más
rápida a pie. Evito sucumbir a la negatividad de mi amiga, la concejala,
porque la verdad es que tiene un poco de razón y teníamos que haber
previsto esto antes, hasta yo pensaba que habíamos quedado directamente
en la tienda. Tampoco menciono los minutos porque seguro que Elsa se
quejará y luego se pegará todo el camino diciendo eso de: «¿Falta mucho?
¿Falta mucho? ¿Falta mucho?». Y tendré que escupirla o dejarla tirada en
Madrid para que se la coman los lobos o los urbanitas o algo de eso que
abunde por estos lares.
—Pum Pum Café es un nombre muy original —menciona Noa,
intentando sosegar el ambiente y mitigar el silencio que se ha instalado
entre nosotras.
Nos dividimos en grupos, nada de las cuatro cogidas de la mano porque
nos puede atropellar un autobús, así que Elsa y yo vamos delante, como
los burros, para que no se espanten, o porque yo llevo el móvil y soy la que
dirige el cotarro, y Noa y Lola van detrás.
—Elsa, te has pasado dos pueblos con Lola, la pobre, se ha despistado.
—Y da gracias a que no he dicho nada de la hora, porque la tía queda
con una tipa y no dice ni el lugar ni la hora hasta que ya estamos aquí.
Manda huevos el asunto —prosigue enfurruñada—. Aparte, estoy
hormonando —finaliza para restarle importancia a mi acusación.
—Vaya mierda de excusa, las he visto mejor elaboradas que esa, las que
le dabas a tu madre para irnos de fiesta encabezan la lista.
—Estoy vieja para inventar excusas —me rebate.
—Pues, entonces, sería conveniente que me dijeses la verdad y
acabaríamos antes porque sabes que algo te pasa.
—No sé, es un cúmulo de cosas, ¡joder! El arquitecto que me presiona.
Sigue con el rollito ese de que quiere más, que si soy la mujer de su vida,
que no ha conocido a otra como yo, no te jode, ¡pues claro! Porque como
yo no hay más, se rompió el molde cuando nací, es obvio.
—¿Te estás inventando la conversación? Avisa para seguirte el rollo,
que ya sabes que me mola nuestro ingenio cuando lo hacemos.
—Ojalá fuese inventado, Greta, pero no lo es. Estoy agobiada por
muchas cosas. Las elecciones, el arquitecto, los problemas que tenemos
nosotras mismas que también me afectan, el chico…
—El chico misterioso que no te gusta…
—Es que creo que sí me gusta —confiesa.
Me quedo parada, y Noa y Lola chocan contra mi espalda.
—¿Qué pasa? ¿Por qué has parado?
—Se ha perdido la conexión —se adelanta Elsa.
La miro patidifusa, mientras coge el teléfono entre sus dedos y sigue
caminando a paso rápido.
Doy unos pequeños brincos hasta situarme de nuevo a su lado.
—Elsa…
—Greta, no, no quiero hablar más del tema, no me apetece pensar más,
quiero disfrutar de la tarde, tomarme un café en el Pum Pum ese y
probarme mi vestido de novia. Sin pensar en lo que va a pasar mañana ni
mierdas de esas, ¿me has entendido?
—Alto y claro —le digo.
—Pues sigue. —Me tiende el móvil para que continúe dirigiendo yo al
grupo.
—¿Nos queda mucho? —pregunta Noa.
—Cinco minutos —le aclaro.
—Bien. Quiero café.
—Créeme, Noa, todas queremos café —suelta Elsa con retintín—. Y lo
que no es café también —suelta alzando el dedo pulgar y llevándoselo a la
boca como si fuese una botella y solo hiciese glub, glub, glub.
—Oye, Elsa…
La susodicha clava la mirada en mí y frunce el ceño por si paso de su
petición y sigo insistiendo en que hable.
—Suéltalo —me apremia.
—Sabes que si necesitas hablar con alguien… Yo… siempre… —
balbuceo.
—Lo sé. Lo sé.
—Siempre —insisto.
Nos damos la mano y caminamos los minutos que nos quedan hasta
llegar al local así. Poco hay que añadir.
CAPÍTULO 42
SANDRA ES MUCHA SANDRA

—No quiero ser la mala de nuevo, pero me veo en la obligación de


decir que, pese a mi pésimo sentido de la orientación, creo que estamos
muy lejos del centro y, por ende, lejos de la tienda de novias y tenemos
una cita, una cita para dentro de poco más de una hora.
—Ya. Se tenía que decir y se ha dicho, ¿verdad, Elsa? —le pregunta Noa
a modo de reproche.
—Yes —suelta con su ya más que habitual inglis pitinglis.
—¿Qué le pasa? —me pregunta Noa colocándose a mi lado.
—Creo que tiene una crisis existencial como la que tuviste tú. ¿Todo
bien? —pregunto de nuevo haciendo referencia a sus días malos.
—Todo muy bien —afirma volviendo al lado de Lola.
—Oye, Lola… —la llamo, y la susodicha se acerca hasta mí.
—¿Sí?
—¿Hay algo que deba saber antes de que veamos a Sandra?
—¿Que está muy loca? —Una pregunta a modo de respuesta,
interesante…
—¿Aparte de eso?
—Nada, está muy contenta con la idea. Ya sabes, lo de organizar bodas
es lo típico, pero celebrar divorcios no tanto. Le gusta tu idea.
—Pues espero que le apasione lo suficiente para que me pague. Desde el
cariño y eso, ya sabes, porque tú también eres mi clienta y, bueno…, creo
que la estoy cagando en vez de arreglarlo.
—A mí la casa rural, con los míos, música, baile, bebida y comida me
va bien.
—Oye, lo de antes me pareció… No sabía nada.
—Normal. No me voy presentando por ahí y contando mi vida a la
primera persona que se me pone delante. Es personal. Sebas me ha
ayudado mucho con todo esto… El pobre, creo que se ha tomado eso de
protegerme tan a pecho que se ha olvidado de él mismo.
—Tu hermano es…
—Maravilloso, lo sé.
—Una caja de sorpresas.
—¿Sexualmente hablando? Porque no quiero saberlo, ¿vale?
—No, no me refería a eso, que también… —bromeo.
—Vale. Paso. No necesito saber más. Es mi hermano y para mí no tiene
sexo.
—Vale, vale —me disculpo.
Lola se marcha con una sonrisa en la cara y regresa al lado de las chicas,
mientras yo me planto frente a la cafetería que han elegido.
Entramos todas y tomamos asiento en una de las mesas más cercanas a
los ventanales que dan a la calle principal.
—Voy al servicio un momento.
Cojo el bolso y me encamino hasta allí. Cada vez que voy a un local, me
acuerdo del primer encuentro que tuvimos Sebas y yo por fuera del baño,
cómo me arrastró hasta el pequeño almacén, esa manera tan suya de
hacerse con el espacio y el pum, pum de mi corazón desbocado cuando sus
labios se posaron sobre los míos. Y la sorpresa…, la sorpresa al darme
cuenta de que, en cuestión de besos, la ficción jamás supera a la realidad.
Cuando dije que Sebas es una caja de sorpresas, lo hice de veras. Desde
siempre, desde que nos conocimos, desde que se convirtió en el mejor
amigo de Javier y comenzaron las asiduas visitas a nuestra casa empecé a
sentirme atraída por él. Al principio, creía que era algo normal, imaginaos
la escena: es el mejor amigo de tu hermano, es guapo a rabiar y no te trata
como si fueses una mocosa más, ni siquiera decía nada cuando lo miraba
de esa manera en la que miran las jóvenes que están locas por esos chicos
que saben que son inalcanzables, pero que ocupan sus pensamientos más
pecaminosos durante días y días y semanas y meses, me explico, ¿verdad?
Pues Sebas era así, era de los que, aun sabiendo que la hermana pequeña
de su mejor amigo bebía los vientos por él, era tierno, hacía que sintiese
que formaba parte de las conversaciones y que, en las risas y comentarios
jocosos que se compartían en la cocina cualquier tarde en la que
merendábamos todos juntos, fuese una más.
Crecí. Lógico. Él también. Lógico de nuevo. Y pasamos a contar chistes
absurdos, a ser algo más mayores. Ellos hablaban de chicas, de los
pechotes de algunas de sus compañeras y ni con esas yo me sentí fuera de
lugar, sigo pensando que esa capacidad es asombrosa.
Nos enfadamos, porque eso ya ha quedado claro y, aunque ahora mismo
estamos en una especie de tregua firmada, sin disputa solventada por
ninguna de las partes, aun con todo eso, él sigue siendo extrañamente
sorprendente.
¿Por qué ahora? Esa pregunta retumba en muchas noches de soledad en
mi mente en las que finjo no comerme la cabeza, pero, en realidad, me la
como y bastante. ¿Por qué ahora? Imagino que todo tiene su momento en
esta vida, pero no deja de trastocar todo lo que me rodea, porque yo creía
—recordad este creía— que todo estaba atado y guardado bajo llave, que
mis sentimientos por él eran inexistentes y que lo que quedaba era el
recelo por todo lo ocurrido y llega él, rompiendo mis esquemas por
completo, y convirtiendo una simple visita al baño en una hecatombe en
un almacén, en fuegos artificiales y en recordar que todo eso que pretendes
esconder sigue latente, porque está muy bien eso de empeñarnos en
guardar las cosas que duelen en un baúl, o en una caja, y tirar la llave para
que no salgan más y te rompan por dentro. Sí, eso queda bien, ahora, la
realidad es muy distinta, la cabeza va por sí sola, pero al corazón no hay
quien lo doblegue y eso es lo que Sebas ha conseguido con un beso. Con el
beso.
Ahora, que tenemos ambos claro que lo mejor es dejar las cosas como
están, vuelvo a tener que hacer de tripas corazón, vuelvo a tener que
encerrar eso que ha despertado bajo llave y a engañarme una vez más
pensando que lo que Sebas consiguió esa noche bastará de nuevo con
dejarlo en el pasado. Qué bonito es el autoengaño. Qué difícil es que tu
conciencia no te lo recuerde.
—¡Greta!
—¡Joder!
La voz de Noa me hace dar un brinco.
—Tardabas mucho y he venido a buscarte. Ya ha llegado Sandra.
—¿Y qué tal?
—No me gusta —se sincera.
—Coño, ¿en serio? ¿Te ha dado tiempo de conocerla en tan pocos
minutos?
—Sabes que tengo esa capacidad y que solo con tratar a una persona un
par de minutos me es suficiente.
—¿Qué tiene de malo?
—Nada —finaliza—. Pero no me cae bien —insiste.
Lo dejo pasar y caminamos juntas hasta la mesa. Veo a una chica, de
pelo ondulado, con unos rizos enormes de esos que hacen que centres la
vista en su cabellera porque es lo que más llama la atención, abrazando sin
cesar a Lola. Noa tuerce el gesto.
—Que tú seas una arisca no quiere decir que al resto no nos guste que
nos abracen cual osos amorosos —ironizo.
—Petarda —me suelta.
Le doy un codazo, y ella me dedica una sonrisa perenne. Sonrisa que se
borra cuando llegamos a la mesa.
—¡Greta! —grita Lola entusiasmada al verme llegar—. Ella es Sandra,
mi amiga, mi compañera de locuras, de clases, de sonrisas y de lágrimas.
—Esa soy yo —aclara la susodicha señalándose a sí misma con ambos
pulgares.
—Encantada —le digo a modo de saludo mientras le tiendo la mano.
—¿La mano? Un abrazo mejor, ¿no crees?
Vaya con la chica y las muestras de cariño.
Me dejo hacer. Soy incapaz de negarme a nada cuando esas dos chicas
que están juntas son mis mejores clientas.
—Ainsss, Sandra, cuánto te he echado de menos, parece mentira que
estemos tan cerca y a la vez nos veamos tan poco.
—Tenemos una cita en breve, os echáis de menos y me parece genial,
pero hay que ponerse manos a la obra —nos recuerda Elsa.
—Vamos a probarnos unos vestidos de novia que hemos comprado —le
cuenta Lola.
—¿Hemos?
—Todas. Es terapéutico —murmura.
—Lo que es terapéutico es comprar zapatos por doquier y no poder
ponértelos todos porque no tienes tiempo suficiente para ello —resuelve.
Noa creo que va a vomitar. Lo veo venir. Y me va a pillar a mí de por
medio.
—¿Tantos zapatos tienes? —cuestiona Elsa a la que le es imposible
evitar la emoción al escuchar sus palabras.
—Me gustan —zanja.
—Anda, y a mí y no tengo tantos.
—Visito a muchas clientas, es importante la presencia. A veces llevo
varios en el maletero del coche y me los cambio.
—¿En qué trabajas? —cuestiono con curiosidad.
—Soy wedding planner.
—¿No jodas? —Se ríe Elsa—. Mira, tu antítesis —se burla.
—¿Es en serio? —interpelo atónita.
—Sí.
No quiero preguntarlo, pero…
—Y, digo yo…, si eres wedding planner, ¿por qué no te celebras tú
misma la fiesta?
No quería preguntarlo yo, pero ya lo hace Elsa por mí, Elsa, sí, esa que
era mi mejor amiga. Era, sí.
—No me fastidies a mis clientes, ¿vale? —le reprocho por lo bajini.
—Me pego todo el día organizando fiestas, ahora quiero que lo hagan
por mí y no hay mejor motivo que mi fiesta de divorcio. Tengo muchas
amigas divorciadas o en proceso a las que les encantará que se lo celebres
—me cuenta sonriendo—. Es una gran idea, no entiendo cómo no se me ha
ocurrido a mí, con lo buena que soy y el arte que tengo.
—Abuela es lo que no tiene —me susurra Noa al oído.
—Quiero ver las ideas que tienes para la fiesta —me dice—, sé que
Lola te habrá dicho que a mí, cuanto más loca y depravada, más me gusta,
¿no? —Afirmo—. Bien, pues vayamos a la tienda de novias y luego, al
salir, vemos todo con calma.
—Es en dos semanas —le suelta Lola.
—Tenemos tiempo —explico por si cunde el pánico—. Tengo la lista de
invitados y el hotel reservado. El cáterin en marcha con lo que hemos
hablado y los Satisfayer en la tienda.
—¿Satisfayer? —inquiere Sandra.
—Es mi regalo de bienvenida al divorcio. Uno para cada una de las
divorciadas, ¿qué mejor que eso para comenzar vuestra nueva vida en esas
noches de soledad que no haya maromo que os caliente?
—Insisto, no entiendo cómo no se me ha ocurrido a mí esta magnífica
idea.
—Porque se me tenía que ocurrir a mí.
—Y te tenían que despedir para ello —aclara Elsa.
—También —admito—. Pero ya no me molesta; cuando pasó, sí, sin
embargo, ahora estoy contenta de haber seguido mi propio instinto y de
dedicarme a esto porque me llena.
—No hay nada como trabajar en lo que una quiere —añade Sandra.
—Estoy de acuerdo —resuelvo.
Tras una ronda de cafés. El ceño más que fruncido de Noa. Las
conversaciones incesantes entre Elsa y Sandra y mi cabeza que no deja de
pensar en Sebas; nos encaminamos hacia la parada de metro para ir a la
tienda de novias.
Y, sí, vamos a llegar tarde.
CAPÍTULO 43
UNA PROPUESTA UN TANTO INDECENTE

El asunto de los vestidos se nos fue un poco —bastante— de las


manos. Teníamos los nuestros elegidos y la verdad es que, al vérnoslos
puestos, casi que nos corremos de gusto —figuradamente— y, como era de
suponer al ver nuestras caritas de muertas de amor, Sandra se apuntó a la
juerga y terminamos todas al más puro estilo Friends: sentadas en un sofá,
con una copa de champán, cortesía de la casa, bebiendo y riendo. Y, sí, este
es uno de los motivos por el cual se nos fue la cosa de las manos.
—No pienso conducir hasta Chinchón, me niego.
—Estás pedo, nadie te dejaría conducir —le contesto a Elsa que sisea
más de lo que debería.
—Este champán está de muerte, necesito saber la marca con urgencia
para pillar varias botellas y llevarlas a nuestra próxima reunión —comenta
Elsa.
—El nombre del champán está en la etiqueta, Elsa, que bebes y no
discurres —se burla Noa, que es la que más decencia tiene de todas ahora
mismo y la que menos bebe también.
—¿Este vestido estará listo para dentro de dos semanas? —insiste
Sandra, que lo ha preguntado como cuatrocientas mil veces, pero va tan
pedo como el resto y me da que se le está olvidando toda la información
que le están dando.
—Sandra, tengo el portátil en el bolso…
—¿El portátil para qué? —me pregunta como si fuese el pececillo azul
de Buscando a Nemo.
—¿Tú que crees? —le reprocha Noa.
Por lo visto, a pesar de haber pasado unas cuantas horas juntas y haber
bebido algo —un poco menos que las demás, la verdad—, sigue odiándola.
—Para la despedida de casada, Sandri.
—Ay, Sandri, quiero tatuarme tu nombre —la remeda Noa que está
sentada a mi lado.
Doy gracias a que bebo como una jodida vikinga porque, de no ser así,
ese champán que estaba en mi boca habría acabado en alguno de los cuatro
preciosos vestidos de novia a los que tanto amor les tenemos.
—Es verdad, a ver, ilumíname como tú solo sabes hacerlo.
Le muestro todos los detalles habidos y por haber, buscando su
aprobación y no sé si es por la bebida, por lo poco exigente que es o
porque le caigo de puta madre, pero todas sus respuestas conllevan un «sí»
rotundo y, qué quieres que te diga, a mí eso me hace sentir satisfecha y
profesional.
—Dame tarjetas de las tuyas, las voy a repartir a todas mis amigas en
proceso de separación, te vas a hacer de oro y seré tu mánager, es más,
deberías asociarte conmigo, venirte a Madrid y montar un negocio
conjunto, yo celebraré las bodas, y tú los divorcios, ¿qué opinas?
Mudas. Todas, entre las que me incluyo, nos quedamos mudas.
—Yo… Bueno… Ehh… Bueno…
—Menos balbuceo y más respuesta afirmativa.
—Para estar pedo, discurres bien —le suelta Elsa con algo de sorna en
su voz—. No puedes irte —me dice al oído con ojos de psicópata.
—No tengo intención de irme.
—Piénsalo bien. Vives en un pueblo, allí la gente se divorcia, pero no
tiende a celebrarlo…
—Por el qué dirán —la corta Lola, que sigue dando buena cuenta a su
bebida.
—Exacto —aclara Sandra antes de proseguir—. Y me parece una idea
muy buena, te vienes a Madrid y te asientas aquí conmigo. Ampliamos mi
negocio y te haces cargo de la parte de los divorcios, seremos como
abogadas, pero con fiestas y grandes beneficios. Yo tengo contactos, tú
tienes los tuyos. —Pocos, la verdad, aunque no lo voy a decir, obviamente
—. Y aquí la gente es más impersonal. Creo que deberías pensártelo.
—Pues yo creo que no deberías hacerlo —resuelve Noa con su habitual
tono cortante que no da lugar a réplica.
Sandra chasquea la lengua y le regala una mirada reprobatoria a mi
amiga, que o bien le resbala o bien no la pilla.
—Es una buena oportunidad y creo que deberías meditar sobre ello.
—Meditar, dice —susurra Noa con ironía.
—Yo no quiero que te vayas del pueblo, y mi hermano tampoco, seguro
—intercede Lola.
—Tu hermano ni pincha ni corta en este asunto —matiza Elsa señalando
a mi clienta—. Pero yo tampoco quiero que te vayas, ya sabes, eres mi
mejor amiga, con nadie puedo inventarme conversaciones como contigo y
a ver quién me va a llamar a media noche para decirme que soy la
concejala de las pollas, nadie, ¿lo entiendes? Nadie —repite.
La idea no es mala, la verdad, no es algo que hubiese pensado o
meditado porque últimamente parece que soy más de vivir el momento o
vivir al día —sí, sí, vale, mentira, que me como la cabeza y me rayo, lo sé
y lo asumo—. Cualquier cosa, cualquier duda, cualquier sentimiento es
impredecible y piensas, le das vueltas a la cabeza y luego resulta que has
perdido tiempo porque, al final, las decisiones las sueles tomar in situ y
todo eso que hiciste es tiempo perdido, aunque también es cierto que no se
pueden controlar los pensamientos. En fin, que es buena idea, aunque no
creo que ahora mismo sea el momento.
—Te lo agradezco, Sandra, pero…
—Sandri… —Se ríe Noa de nuevo.
—Pero no creo que ahora mismo sea algo que quiera hacer —respondo
omitiendo la pulla de Noa.
—Bueno, lo piensas y ya me dices, tampoco tiene por qué ser ahora. La
oficina está lista, solo tendríamos que eliminar esa habitación que tengo
llena de revistas viejas y ponerte un despacho acorde. Creo que eres una
visionaria y también creo que encajarías conmigo.
—A ver, no es por ser de nuevo la nota discordante en todo esto, y que
conste que yo confío más en ti que en mí, Greta, pero, Sandra, ¿cómo
sabes si mi amiga es una excelente organizadora de divorcios si ni siquiera
ha celebrado el tuyo?
Noa me dirige una mirada suplicante, para que la perdone y lo entiendo
y, aunque no creo que ella ahora mismo esté cuestionando mis habilidades
como organizadora de divorcios, es una pregunta de lo más razonable y
muy bien formulada.
—Vale, bien, tienes razón —concede—, celebraremos mi divorcio y el
de Lola y, si la fiesta me resulta abrumadora, hablaremos de nuevo y la
propuesta será una oferta en firme, ¿vale?
—Vale —finalizo. Poco más le puedo decir.
—La fiesta va a ser la leche porque va mi hermano, lo he invitado,
¿sabes?
—¿Tu hermano? Interesante. Siempre me ha gustado.
—Se lo tira Greta —añade Noa solo por fastidiar.
Giro la cabeza y creo que me he roto alguna vértebra en ese pequeño
movimiento y frunzo el ceño mosqueada.
—Eso no es así —me excuso avergonzada.
—¿Te lo tiras o no? —prosigue.
—No.
—Pero lo ha hecho y le gusta —contrataca Noa.
—Jolín, Noa, calla de una vez —le pido.
—Entonces es intocable… Entiendo…, ¿algún otro tío? —interviene
Sandra que nos ha estado mirando pasmada.
—El hermano de ella. —Me señala Lola.
—¿Javier? —pregunta Elsa.
—El mismo, lo invité para que Sebas no se sienta solo.
—¿Está bueno? —pregunta Sandra.
—Buenísimo —añade Noa con descaro.
—Paso de vosotras —matizo extendiendo la copa para que alguna de
ellas deje de hablar y me sirva más champán. Me voy a dar a la bebida.
—¿No creéis que es hora de salir de la tienda? Eso de que nos estamos
probando vestidos como que ya no termina de colar… —anuncia Lola.
—De aquí no se mueve nadie hasta que terminemos con esa botella —
resuelve Elsa.
—Me parece muy sensato —añade Sandra.
—Creo que voy a vomitar —suelta Noa y juraría que no hace referencia
a la bebida, sino a la compañía.
—Te aguantas, tú y yo tenemos una conversación pendiente —le
recrimino haciendo referencia a lo de antes.
—Tengo miedo —indica Noa.
—No me extraña, cuando acabe contigo, te habré hecho papilla —
bromeo.
—Primero tendrás que pillarme.
—Eso será mañana, hoy creo que no tendría fuerza ni sentido de la
orientación ni estómago ni cordura…
—Pues mañana, querida Greta, mañana. Será por días.
Volvemos a Chinchón con Noa al volante, Lola delante, y Elsa sobando
sobre mi hombro y babeándomelo.
«Sí, sí, Madrid y sin remordimientos…»[3], como bien dice la canción.
CAPÍTULO 44
EL MIEDO ES PRIMO HERMANO DE LA INSEGURIDAD

Llegamos al pueblo a horas intempestivas. La madrugada nos pilló


conduciendo y tuvimos que hacer alguna que otra parada por el camino
para echar la pota y recuperarnos del mareo —no diré quién, me llevaré el
secreto a la tumba, venga, va, que me tiráis de la lengua y una es débil.
Solo diré que su nombre empieza por E—, pues eso, que gracias a Elsa —
upsss—, llegamos tarde, y agotadas, para ser mucho más específicas, que
cogerse un lote en el piso mola porque caes inconsciente y ya, pero el
bamboleo del coche no ayuda cuando llevas varias botellas de champán en
tu estómago ni cuando tu vejiga pide a gritos que la vacíes sin un servicio
cerca. En fin, que dejamos a Lola en su casa, tras un leve saludo por parte
de Sebas que salió al escuchar cómo cantábamos a pleno pulmón: «Mi
vida eres tú y solamente tú…», de la famosa telenovela Cristal que nos dio
por ahí cantarla —eso también es culpa de Elsa, que se puso tontorrona—.
Noa, Elsa y yo nos fuimos directas a nuestro bloque de pisos. No
tenemos muchas luces borrachas, pero, vamos, con lo que sí contábamos
era con que la resaca iba a ser alucinante y que pasarla las tres juntas
desayunando sopa de sobre iba a ser mejor si estábamos unidas; una
abriría el sobre, la otra lo vertería en el cazo y la última, que solía ser
siempre yo, removía para que no se rebosara. Ese era nuestro mejor plan
cada vez que nos cogíamos un lote de dimensiones descomunales,
básicamente, como este.
Noa está relativamente bien, ha bebido poco y dejó de beber cuando
Sandra comenzó a contar la cantidad de tíos con los que se había enrollado
desde su divorcio. Creo que eso fue suficiente para ella, no pudo con el
alcohol ni tampoco con las historias de la susodicha y como siempre, para
no variar, cogió el mando y nos llevó a casa dando esquinazo a la amiga de
Lola en cuanto le fue posible.
No recuerdo mucho, ni siquiera de protestar cuando me lanzó al sofá
como si fuese un saco de patatas, no estaba yo para reproches, la verdad,
así que caímos en coma y dadas las circunstancias fue lo mejor.
Atiné a cubrirme con uno de sus cojines de flores cuando abrieron con
maldad las cortinillas que daban a la calle y la claridad del día se coló en
la habitación.
—Ni la resaca puede sobrellevarla una con dignidad —protesto
enfurruñada, pero sin levantar mi protección.
—Levántate ya que son más de las dos de la tarde y tenemos que volver
a la vida.
—¿Y Elsa?
—Se ha marchado temprano, tiene que preparar algo para las elecciones
o no sé qué, ya sabes que, cuando comienza a hablar de ese asunto,
desconecto. Odio la política y a los políticos —afirma contundente.
—¿Y nuestra sopa de sobre? —lloriqueo.
—Soledad nos ha traído una esta mañana. Dice que el caldo es mágico y
que es una receta ancestral que pasará de generación en generación.
—Pues…
—Ya, ni lo digas, me ha pasado su receta para que sea yo la que se
encargue de que siga siendo así, de que siga pasando de generación en
generación.
Me incorporo con tristeza al escuchar sus palabras.
—De todas formas, su hermana habrá pasado la receta a sus hijos.
—Probablemente.
—¿Sabes que hablé con Carlos el otro día y quiero tenderles una trampa
para que se encuentren? ¿Crees que si hago eso que me ha dicho Elsa en el
coche de encerrarlos en algún sitio me castigará muy severamente
Soledad? Ahora que nos llevamos bien no quiero cagarla.
—Bien, bien, lo que se dice bien…
—Mejor que la semana pasada cuando sacaba su bote de agua bendita y
me lanzaba gotas y gotas… —exagero un poco.
—¿Y qué es eso de Carlos?
Le hago un breve resumen de la situación, me he centrado en tantas
cosas esta semana y nos hemos visto tan poco que no saben ni ella ni Elsa
las novedades.
—La pista me la dio Teresa, ya sabes… —finalizo.
—Creo que podríamos hablarlo con Teresa entonces, ella es la que más
conoce a Soledad y la puede sacar de casa, llevarla a algún sitio y
encargarnos nosotras de llevar a Carlos también y, ¡tachán!, ya tienes la
encerrona.
—Entonces…
—Entonces creo que te perdonará si todo sale bien, si sale mal, te va a
odiar hasta que las ranas críen pelos.
—Ya, lo intuyo. Hablaré con Teresa, así, de paso, me cuenta cómo queda
lo de su separación y veremos cómo lo hacemos.
—Guay, cuenta conmigo.
—Oye, Noa, lo de ayer…
—El temible momento de la bronca.
Mi amiga camina unos pasos hasta la cocina y, por primera vez, percibo
el olor a café recién hecho y mi boca se hace agua, como si de un jodido
filete de novillo se tratase.
—No es una bronca, es que ayer…
—Con café mejor.
—Es con alcohol —la corrijo.
—Te cogiste un lote del quince y aún piensas en alcohol.
—No, no, no, ni de risa —me apresuro a negar—, solo repito el famoso
dicho.
—Pues café —me dice mientras me tiende una de sus tazas con
mensajes de esos positivos.
Acepto de buen grado su ofrecimiento y le doy varios sorbos.
—A esto le falta azúcar, casi, casi como a ti —le suelto a modo de
pulla.
Noa pone sus ojos en blanco y me hace una peineta descomunal, pero
bien llevada, debo reconocerlo, porque la hace con el tazón en sus manos y
sin que se le caiga.
—Es el peor símil de la historia.
—Ya, bueno, pero lo de ayer fue… ¿muy poco dulce? —pregunto a ver
si esta forma de decírselo la entiende mejor.
—Ya te dije en el baño que no me caía bien Sandri…
—Y te esforzaste en que todas nos diésemos cuenta.
—Lo que hay —contesta soltando el tazón, poniéndolo al lado de la
mesa de centro en la que está sentada y mirando por la ventana.
—¿Y se puede saber por qué?
Noa parece meditar unos segundos su respuesta, y yo respeto su silencio
porque todas siempre lo hemos hecho así.
—Porque su actitud no va conmigo, esa manera de alardear de lo que
tiene o lo que hace y, para colmo, te ofrece un puesto de trabajo y pretende
que te vayas de aquí —finaliza clavando su mirada en mí con
determinación.
—Ya os dije allí, delante de ella, que no tenía intención de irme.
—Lo sé —resuelve Noa—, lo sé —repite—, pero, lo que más me duele
de todo, es que, en realidad, tiene razón, Greta, ¿lo has pensado? ¿Has
pensado que aquí tu mercado escasea y que al final puede que debas irte?
No con ella, pero…
—Noa… —musito con el corazón compungido.
—Sabes que tiene razón y sabes que, una vez le des vueltas al asunto y
pase esto, no es tan mala idea, y yo… no quiero que te vayas, Greta,
porque estoy muy perdida en la vida y no sé qué quiero o qué debo hacer.
Dejo la taza al lado de la suya mientras me arrodillo a sus pies y dejo
que mis brazos reposen en sus muslos. Noa está llorando, y yo me
emociono al verla de esa guisa.
—Noa, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos? Dime, ¿cuánto? —
insisto.
—No sé… —me responde hipando—. Toda la vida, ¿no?
—Yo tampoco lo sé, te mudaste hace años, pero para mí, es como si
hubieses formado parte de mi vida desde siempre —suelto con total
sinceridad—, ¿qué? No me mires así —respondo ante su mirada
reprobatoria.
—Vaya mierda de discurso si ni siquiera sabes cuánto tiempo hace que
nos conocemos —me suelta.
—No lo sé con exactitud, pero sí sé que hace una vida entera que nos
conocemos, Noa, y que siempre has sido la chica morena, terca, un tanto
huraña, cariñosa con los que más quieres y con unas tetas de escándalo que
conocí hace años y siempre has sabido salir adelante con todo lo que te has
propuesto. Tenemos épocas mejores y épocas peores, míranos, si creo que
nos hemos sincronizado para estar todas pasando por un mal momento…
—¿Elsa?
—Elsa está jodida por algo, pero es como tú, como las tres, en realidad,
de callarnos las cosas hasta que explotamos, como yo exploté ayer en ese
coche y confesé lo que debía haber confesado hace tiempo. Y no pasa
nada, Noa, no tenemos que hablar de algo que no queremos.
—Yo estoy bien… —me aclara—, mejor que bien —recalca—, pero
tengo miedo, miedo al futuro, miedo a todo.
—El amor es un sentimiento muy poderoso, aunque el miedo no se
queda atrás, Noa. Da igual que tengas miedo, hazlo con miedo. Da igual
que tengas dudas, hazlo con dudas. Da igual que tengas incertidumbre,
hazlo con incertidumbre, pero hazlo, Noa, porque no hacerlo nunca ha
estado permitido para nosotras.
—Greta.
—Dime, mi querida Noa.
—Es la bronca más bonita que me han echado nunca.
—Me alegra saberlo, Noa.
—Greta.
—Dime, Noa.
—Hazlo, con miedo, con dudas y con incertidumbre, hazlo porque Sebas
vale la pena.
CAPÍTULO 45
UNA CONVERSACIÓN PENDIENTE

Entro en el local de Borja a poco más de las nueve de la noche. Ya os


he dicho en alguna otra ocasión que Borja, pese a estar atendiendo a sus
clientes, es capaz de controlar todo lo que le rodea, creo que eso es algo
que le ha valido de mucho en este negocio. Dicho esto, una vez abro la
puerta y accedo al local, ya me ha visto. Su sonrisa ladina intenta esconder
el arrepentimiento que su mirada me muestra sin reparos.
—¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este? —me pregunta
nada más tomar asiento en la barra, justo donde se encuentra él ahora
mismo preparando algún cóctel.
—Venía a buscarte, creo que tú y yo…
—Tenemos una conversación pendiente —me interrumpe, terminando la
frase por mí.
—Efectivamente —le respondo tras un par de leves asentimientos.
—Dame un minuto y vamos a mi pequeño despacho. —Alzo una ceja
inquisitiva y sonrío al escuchar sus palabras—. A hablar —me responde
alzando las manos en señal de rendición—. Porque quieres… —finaliza
para no variar.
Creo que en millones de ocasiones os he dicho, también, que Borja es un
tío de puta madre, así que permitidme que os lo diga una vez más porque
de verdad lo pienso. Y, esta forma de intentar que todo siga como siempre
entre nosotros, es una muestra más de ello.
Uno de los camareros coloca frente a mí una bebida de color rojo y le
guiño un ojo en señal de agradecimiento. Borja es un sol.
Como os iba diciendo, me parece encomiable la forma en la que Borja, a
pesar de todo; de lo acaecido el otro día en el portal de mi casa, de la
situación un tanto desagradable que se produjo y de que podría estar
avergonzado porque es normal que se sintiese extraño. A pesar de todo
eso, nada más verme ha actuado con normalidad, tal y como siempre
hemos hecho el uno con el otro.
—Soy todo tuyo —me dice interrumpiendo mis pensamientos y
guiándome con su mano en dirección al pequeño despacho que tiene en la
trastienda. No me preguntéis por qué lo conozco porque sobra decir el
motivo.
Caminamos en silencio, dejando atrás el bullicio de la gente tomándose
algo antes de volver al ajetreo de la semana.
Se adelanta y me abre la puerta con cortesía.
—Las señoritas primero.
Y yo me río porque, de nuevo, me imagino la escena de ayer sábado por
la tarde y lo del burro delante para que no se espante. Ya, bueno, en teoría
he superado la resaca y no queda alcohol en mi cuerpo, estos chistes malos
ya vienen de fábrica conmigo, no hay otra justificación.
Mientras Borja se sienta arrastrando una de las sillas que está frente a su
mesa, yo tomo asiento en el sofá de cuero negro que…, que mola mucho,
no iba a decir nada guarro, que puedo, pero no.
—Borja…
—Déjame hablar a mí —me pide interrumpiendo mis palabras. Asiento
ante su petición—. Greta, no quiero que pienses que soy un cobarde de
mierda, que lo soy, aunque prefiero que no lo pienses, ¿vale? —Hace una
breve pausa para que responda, y hago lo propio.
—Vale.
—No quiero que pienses eso —reitera—, sin embargo, después de lo del
otro día, no sabía cómo enfrentarme a la situación y cómo acercarme a ti
para disculparme después de…, de mi patética actuación —aclara—. Eres
una tía complicada, Greta. —Intento abrir la boca para hablar, pero Borja
me pide con la mirada que me calle—. Por favor… —insiste—, déjame
terminar. —De nuevo, asiento—. Eres una tía complicada, no estoy
acostumbrado a que me digan que no, ya sabes; soltero, apuesto, con
negocio propio y, por norma general, a todas las tías, cuanto más les dices
que no quieres algo serio, más te persiguen.
—Suele pasar —intervengo.
—El caso es que, contigo, esos patrones no funcionan. Hemos ido y
venido en miles de ocasiones, lo típico: nos enrollamos, lo dejamos, lo
intentamos unos días, me canso, te cansas, nos enrollamos, sin embargo,
nunca lo hemos tomado en serio, ni siquiera nos hemos declarado
fidelidad, sino…, pues eso, nuestras idas y venidas. Pero…
—¿Pero…? —musito.
—Pero llevo semanas jodido porque no entendía una mierda lo que me
pasaba contigo. Me gusta lo que tenemos cuando estamos juntos, no me
presionas, hablamos como si nada fuese programado entre nosotros y todo
fluye con naturalidad y el sexo…, el sexo es la polla —finaliza sonriendo
abiertamente—, ¿o no?
—Lo es, pero…
—Pero… —inquiere retomando la conversación—, pero me pasa que no
sé qué me pasa. Necesitaba verte y pensé que, para hablar contigo de lo
que tenía que hablar contigo, lo mejor era tomarme un par de copas y eso
me haría ver las cosas desde otra perspectiva. Y la cagué.
—La cagaste, sí —admito en voz alta.
—Lo hice mal, vale, lo sé, aun así, lo que quería era hablar contigo en
serio, Greta, porque…
Ay, madre; ay, madre, que me la lía parda…
—Borja…, no es necesario que… —Me adelanto.
—Greta, entendí que eso que me sucedía es que no estaba concibiendo
que lo que yo realmente quería, lo que me pedía el cuerpo, era estar
contigo. —Borja se acerca más a mí y sujeta entre sus manos las mías,
mientras comienza a acariciar con el pulgar mi piel. No hay fuegos
artificiales, no hay chispas, no hay mariposas revoloteando, no hay nada
que constriña mi garganta, no es Sebas.
—Borja…
—No tienes por qué decirme nada, Greta, esto te lo he dicho porque
quiero que entiendas los motivos que me llevaron a tocar en la puerta de tu
casa una madrugada y que en ese momento consideré que lo mejor era
hacerlo lo antes posible y respirar con normalidad porque llevaba días
inquieto y sin saber bien qué debía hacer, hasta que lo entendí. Y, por
encima de todo eso, quiero pedirte disculpas porque lo hice mal, no solo
esa noche, sino desde hace tiempo lo he hecho mal, pero no me había dado
cuenta hasta…, hasta hace poco.
Suspiro y giro la cabeza hacia toda esa pared llenas de pósteres de
AC/DC, Metallica, OBÚS y Rosendo que desde siempre decoran su
despacho y me permito un par de minutos antes de decir nada que pueda
herir sus sentimientos.
—Borja…
—Ya te he dicho que no tienes por qué decir nada —me interrumpe.
—Déjame hablar —le pido sujetando yo ahora sus manos entre las mías.
Borja asiente—. Hemos sido amigos, muy buenos amigos durante mucho
tiempo. También hemos sido compañeros de cama y de aventuras, y tienes
razón en que hemos tenido nuestras idas y nuestras venidas y lo hemos
intentado en alguna ocasión, pero no ha salido bien y no ha salido bien
porque no es amor, Borja, no esa clase de amor que te quita la respiración
y te hace volar sin alas, no es eso, es amor de amigos, de hermanos que no
comparten sangre, de esos que se apoyan en momentos y de los que se
divierten cuando nos pica, pero no, Borja, estoy segura de que no es eso y
estás confundido.
—No, Greta, no —gruñe levantándose y dejándome con las palabras en
la boca—. Cuando te vi con Sebastián, cuando vi cómo te miraba, la
manera en la que recorre tu cuerpo como si lo tocase sin pasar su mano por
él, la forma en la que te protege sin que te des cuenta, supe que yo sentía
exactamente eso, que te necesito, Greta, y que estoy seguro de que tú me
necesitas a mí también porque entre nosotros hay complicidad.
—Borja, entre nosotros existe la complicidad que existe entre unos
amigos que se quieren y que se conocen, pero nada más —resuelvo.
—¿No sientes lo mismo por mí? ¿Es eso?
Niego un par de veces mientras miro de nuevo hacia la pared llena de
pósteres.
—No siento eso.
—Es por él, ¿verdad?
—Borja, sea por él o no lo sea, no tengo esos sentimientos. Yo te quiero
mucho, pero como amigo. Hubo una época en la que lo intentamos, en la
que quisimos que funcionase y no pasó porque no había una base sólida,
faltaban los sentimientos y eso sigue faltando. Ahora crees que no es así,
pero con el tiempo conocerás a alguien y te darás cuenta de que lo que te
digo es cierto y que eso que crees que sientes por mí ahora no es más que
un espejismo.
—Greta… —murmura—, eso no va a pasar.
—Pasará, Borja, pasará porque estoy segura de ello.
—¡Joder! —masculla con fiereza revolviendo su pelo ya de por sí
revuelto.
—Creo que será mejor que me vaya —finalizo.
—Greta, lo siento, siento no haberme dado cuenta de esto antes.
—Borja, yo te perdono —le digo con el pomo sujeto entre las manos—,
pero no te disculpes por algo que no debes hacer, discúlpate por lo que
sucedió aquella noche y que no fue del todo apropiado, solo por eso, lo
otro…, lo otro es cuestión de tiempo que me des la razón.
Deposito un suave beso en su mejilla y salgo del despacho cerrando la
puerta tras de mí.
Me siento mal por haber sido tan tajante con él, pero creo que es lo
mejor, no quiero darle esperanzas ni llevarlo a engaños, pese a todo, tengo
claro que Borja siempre será mi amigo, y yo siempre estaré ahí para él.
Hemos sido buenos amigos y estoy segura de que seguiremos siéndolo.
CAPÍTULO 46
UNA COPA CON PASADO DE ADEREZO

Reconozco que salgo de ese despacho con sentimientos encontrados.


Por una parte, tengo claro que he hecho lo correcto con respecto a Borja y
no me siento mal por ello y, por otra, queda reafirmada la teoría, ya no tan
teórica, de que estoy loca por Sebas y de que, en realidad, he estado loca
por Sebas los últimos diez años, quizá algo menos o quizá algo más, pero,
vamos, diría que desde siempre.
Y parece que el destino es tan caprichoso que, cuando piensas en
alguien mucho, ahí aparece, frente a ti, con su traje y chaqueta, con sus
zapatos de vestir y un pequeño pin de esos propios de una campaña
electoral. Guapo a rabiar, la verdad.
—Buenas noches, ¿todo bien? —me pregunta evaluando mi estado.
Frunzo el ceño y entrecierro los ojos.
—¿Acaso me estabas espiando? ¿Nos estabas espiando?
Sebas niega un par de veces con la cabeza y sé que es cierto porque es
político, sí, pero no de los mentirosos y ladrones —que yo sepa, claro—.
—Solo quería asegurarme de que todo estaba bien, ya sabes, la última
vez que te encontraste con Borja, pasó lo que pasó.
—¿Qué pasó? —Aparte de follar como conejos en el rellano de mi
apartamento, claro está.
—Que no fue todo como debió haber sido.
—¿Es una indirecta por…? —le pregunto señalándonos a ambos con el
dedo índice.
—No, no hablo de eso —matiza antes de que acabe la frase—. ¿Te has
tomado la copa?
—¿Era tuya? —cuestiono boquiabierta, creí que…
—Te vi al llegar, aunque tú a mí, por lo visto, no.
—No, lo siento —respondo cabizbaja.
—Tranquila, lo supuse y ahora me lo confirmas. Yo sí, siempre te veo,
Greta, aunque no lo creas, siempre te veo.
Las palabras que Sebas me dedica me dejan un poco perpleja. La
intimidad que crece entre nosotros cada vez que estamos juntos se hace
asfixiante, siempre ha sido así, es el efecto que Sebas causa en mí.
Me he empeñado miles de veces en negar lo evidente y, por supuesto,
después de sentir que mi corazón se fracturaba por su desconfianza y su
poco interés en lo que sucedió, en quedarse con una única versión en esa
pelea, mucho más aún.
Sé que las personas cometemos errores, probablemente, Sebas haya
tenido tanta culpa en todo esto como la he tenido yo y que ni siquiera, en
todo este tiempo, hayamos intentado expiar nuestros pecados, los de cada
uno y los que nos afectan a ambos, porque éramos jóvenes, yo mucho más
que él y probablemente porque Lola tenga razón en esta historia, y Sebas
haya antepuesto los deseos y deberes ajenos a los suyos propios, pero…
¿no se merecen las personas que no actúan de forma correcta, que caen en
errores, una segunda oportunidad? ¿Acaso no nos gustaría que nos la
diesen a nosotros si así fuese? Probablemente, sí.
—Un euro por tus pensamientos —murmura haciéndome volver a la
tierra.
Suspiro intentando tomar un poco de distancia antes de soltar lo primero
que se me pase por la mente. Me aclaro la voz y me envalentono.
—Pensaba en cómo hemos llegado a este punto, Sebas, cómo se nos
pudo ir todo de las manos. Éramos amigos, eres el mejor amigo de mi
hermano Javier, y ella era mi amiga.
—Salgamos de aquí —me pide—, te acompaño a casa.
Hago caso a sus palabras porque necesito poner distancia entre Borja y
yo y porque, esta conversación pendiente, sigue pendiente.
El frío de la noche impacta contra mi rostro haciendo que necesite
apretar la tela de mi chaqueta contra mi cuerpo buscando el consuelo de la
misma para proporcionarme abrigo. Malditas las decisiones que tomas sin
prever el frío, en general, malditas las decisiones que tomas sin prever
absolutamente nada.
La chaqueta de Sebas, con su olor impregnado en ella, cae sobre mis
hombros y le sonrío de soslayo como muestra de agradecimiento.
—¿Todo bien por el ayuntamiento? Ya sabes, apenas quedan un par de
semanas para las elecciones y tú…
—Una jodida locura, como todo, pero saldré de esta, y Elsa también.
—Elsa… —susurro recordando su estado anímico en los últimos días.
—Creo que debe ponerse firme con el arquitecto y no tener miedo a lo
que pase después, no es que yo apruebe que se haya liado…, ya me
entiendes, pero está preocupada por ese pequeño asunto y no me gusta que
lo esté.
—¿Lo sabes? ¿Cómo lo sabes? —inquiero sospechando de Lola. Sin
embargo, Lola no haría eso porque nos lo ha prometido, y confío en ella—.
¿Cayetana? —finalizo.
Sebas tuerce el gesto, pero no dice absolutamente nada al respecto.
—Díselo de mi parte —añade Sebas.
—Parece que todos tenemos secretos que guardar y penas que expiar.
Aprieto con más fuerza la chaqueta de Sebas contra mi cuerpo y sé que
esta conversación o nos hunde más de lo que estamos o nos separa más si
cabe y también sé que su olor quedará impregnado en mí y me romperá
cuando todo termine esta noche.
—Lo hice mal, ¿vale? Lo hice jodidamente mal y llevo mucho tiempo
siendo consciente de ello porque tenía que haberte preguntado, haberme
acercado a ti por la confianza que todos esos años nos habíamos profesado
y no lo hice. Discutimos, ¿sabes?
—¿Quiénes? —cuestiono perdida.
—Javier y yo. Tu hermano y yo, es más, me dio un puñetazo que me
tuvo la nariz roja como un pimiento muchos días —responde sonriendo,
seguro que ahora se ríe, pero en aquel momento no debió de hacerle gracia
alguna.
—¿Por qué? —le interrumpo—, Javier nunca se posicionó.
—Oh, sí, claro que sí, lo hizo, lo que pasa es que intentó que no te
dieses cuenta de ello. Estabas mal, yo lo sabía, y él no dejaba de repetirme
que era un cretino. Estuvimos tiempo sin hablarnos, mucho tiempo, hasta
que bajó la inflamación de mi nariz y se la devolví.
—¿Fuiste tú el que…?
—El mismo. No pensarías que me iba a quedar de brazos cruzados ante
su ataque, aunque la verdad es que, visto con perspectiva, creo que me lo
merecía y con creces. Sé que lo he hecho mal, Greta, no sé hasta qué
punto, pero ponte por un momento en mi lugar. Aparece Cayetana una
noche en casa de mis padres, con la cara bañada en lágrimas y con una foto
en la que apareces con el que es el padre de su hijo, de ese hijo que lleva
en su vientre siendo solo una chica de veinte años y la foto dejaba entrever
que era lo que era, Greta, y ¿qué hubieses hecho tú en eso momento?
Estaba embarazada de treinta y seis semanas. Su estado era deplorable y lo
único que pensaba era en su bebé, en que ese niño no tenía culpa de nada
de lo que había sucedido y que, en ese momento, Cayetana tampoco lo
tenía.
—Yo…
—Déjame acabar —me pide de nuevo. Nos hemos adentrado en el
parque y tomamos asiento en uno de los bancos desgastados de madera, en
otra circunstancia, le haría alguna broma mala sobre que en plenas
elecciones debería cuidar estos detalles, pero ahora mismo lo único que
quiero es que termine de contarme eso que nos ha tenido separados tanto
tiempo y que tanta distancia nos ha interpuesto sin siquiera haber estado
muy lejos el uno del otro—. Pasó esa noche en casa, al cuidado de mi
hermana y mío, y ambos teníamos el temor de que algo pudiese pasar tras
ese disgusto. Mientras Cayetana dormía, yo me dediqué a mirar esa
maldita foto una y otra vez, buscando indicios de que no fueses tú, de que
eso que Cayetana me había contado de que te había pillado a ti, a su mejor
amiga, enrollándose con el que iba a ser su futuro marido y el padre de su
hijo era mentira, pero no, porque la de la foto eras tú.
»Me volví loco y fui al día siguiente a tu casa con la foto en la mano,
pero tu hermano salió, me dio un puñetazo en la nariz y me dijo que no se
me ocurriese pisar esa casa de nuevo hasta que tuviese un buen motivo
para hacerlo sin joderle la vida a su hermana —me cuenta sin apartar sus
ojos de los míos—. Y me fui, me fui convencido de que, si volvía, te iba a
joder la vida de verdad porque estaba enfadado, pero, por encima de todo,
estaba muy decepcionado contigo, Greta, mucho, muchísimo, porque yo
sentía algo por ti, porque Cayetana era tu mejor amiga y porque todo te
importaba una mierda. Y decidí que, una vez se me pasase el enfado,
pondría toda la distancia que pusiese entre nosotros y que enterraría eso,
que me centraría en ayudar a Cayetana puesto que su chico ya no lo era y,
por supuesto, pasó de ella y del niño, y me dediqué a olvidar o, quizá, a
dejar eso atrás —añade.
»Hasta ahora, hasta hace unos meses, que volviste, que regresaste con
fuerza, que te encuentro en cada jodido lugar, que te paseas a tus anchas
por el pueblo y mi mirada no deja de seguirte allá donde vayas, hasta
ahora mismo, que me queman las manos por tocarte a pesar del enfado que
tengo —musita—. Y, sí, antes de que lo preguntes, sí, estoy prometido con
ella, pero no por amor, no, es por responsabilidad, porque sé que le daré a
ese niño que me llama papá toda la seguridad que se merece, y a ella
también porque ahora no sé bien ni qué hacer.
Desnudo. Desnudo en cuerpo y alma, así es como se encuentra Sebas
tras su confesión. Y, a pesar de todo lo que ha narrado, de los motivos que
le llevaron a no buscarme, a no intentar entender mi punto de vista, a hacer
la vista a un lado y dejar que solo fuese Cayetana la que estuviese en su
vida y que le diese su perspectiva; pese a todo eso, yo siento la misma
quemazón en mis manos que él me ha confesado que carga en las suyas.
—La de la foto sí soy yo —confieso abatida—. Soy yo y eso no es
necesario que te lo explique, porque es la realidad, pero quizá no es lo que
crees. Recibí una llamada de Cayetana esa noche diciéndome que se
encontraba mal y, como bien has dicho, su avanzado estado de gestación y
la amistad que nos unía por aquel entonces no me permitieron abandonarla
y no sabes la cantidad de veces que me he repetido por activa y por pasiva
que debí haberlo hecho. No te haces una puta idea —le digo clavando mi
vista en él y conteniendo las lágrimas por todo lo que le estoy contando,
porque sigue doliendo como el primer día y con la misma intensidad.
»Acudí a su encuentro y en la puerta de su casa apareció Tomás,
pregunté por ella y me dijo que estaba descansando, que se encontraba en
la cama y que si quería pasar, le dije que no, que si todo había vuelto a la
normalidad volvía a casa, al fin y al cabo, confiaba en que todo estuviese
bien y en que aún quedaban semanas para que el niño naciera y, tras darle
un par de besos, me giré con la intención de regresar a mi casa —le cuento
—. No pude, me sujetó del brazo con fuerza y choqué contra su pecho.
Recuerdo el latir acelerado de mi corazón ante su contacto y recuerdo
cómo su mano se posó en mi nuca a la vez que las mías se colocaron sobre
su pecho para apartarlo. —No sé si será capaz de descifrar mi gesto, si
verá reflejado el asco, el dolor, el miedo… La decepción.
»Ya había tenido problemas en otras ocasiones con él. Con su actitud
conmigo y había decidido que lo mejor era evitar estar juntos y que se
diesen situaciones en las que estuviésemos solos. Lo evitaba, juro que lo
evitaba —insisto—, pero fue imposible. No tengo la menor idea de quién
sacó la foto. Solo recuerdo que grité, que escupí en el suelo tras su
contacto y que salí corriendo asustada. Me refugié en casa de Elsa porque
no quería que mis padres y mis hermanos me viesen así.
—¿Pero…?
—No pasó nada, no fue nada más que eso, aunque bastó para que mi
mundo se desmoronase porque, no solo perdí a mi amiga ese día, también
te perdí a ti, y yo, Sebas, yo te quería a rabiar, quería que estuvieses a mi
lado, que me vinieses a buscar, que me preguntases lo que había sucedido,
que me hablases con ese tono suave, pero firme, que siempre te
caracteriza, sin embargo, no lo hiciste.
—Sí lo hice, fui a buscarte, y Javier…
—¿Javier qué? Para venir a buscarme, no me buscaste lo suficiente —
respondo rompiendo a llorar.
—No pude hacerlo, todo se precipitó; el niño, Cayetana, no tenía dónde
quedarse…
—Y, claro, por eso no tuviste unos minutos para venir a buscarme y
preguntarme si todo eso era verdad. Déjame que te explique algo, Sebas,
en la vida existen tres versiones: la tuya, la mía y la de verdad. Y tú te
quedaste con una sola, Sebas, y resquebrajaste la confianza que había entre
nosotros, lo que habíamos construido. ¿Acaso no te dabas cuenta de cómo
te miraba? ¿De que lo eras todo para mí? ¿De que no había nadie más que
tú? —le grito perdiendo los papeles.
Dejo caer su chaqueta al suelo mientras corro todo lo rápido que mis
piernas me permiten en dirección a mi casa. No sé si me sigue o si no lo
hace, solo sé que abrir la caja de Pandora y confesar de nuevo todo lo que
sucedió, tanto en su caso como en el mío, no me proporciona alivio
alguno. Solo sé que esto tenía que suceder y que duele, joder si duele,
duele tanto como el primer día.
CAPÍTULO 47
ES HORA DE QUE TODO VUELVA A SU LUGAR

SEBAS

Tengo la extraña sensación de que, a pesar de querer poner las cartas


sobre la mesa, lo único que he conseguido ha sido que nos rompamos un
poco más, ella y yo, los dos. Y la distancia, la distancia se ha hecho
abismal y más patente que nunca desde que hemos vuelto a acercarnos.
En ningún momento, desde que la vi entrar por esa puerta con su pelo
rubio al aire, la forma tan desenfadada que tiene de moverse y su habitual
sonrisa, ya implícita en su gesto, lo que pensé no fue para nada lo que
terminó siendo. Quería invitarla a una copa, la idea no era otra que
mostrarle que, a pesar de haber marcado distancia entre nosotros —una
distancia que no quiero, pero debo marcar dadas las circunstancias—, que
con ese pequeño detalle viese que podíamos ser amigos, volver a serlo
dejando atrás el pasado tal y como habíamos hecho estas últimas semanas.
Intentar olvidar, intentar mitigar, intentar menguar las consecuencias de
nuestros errores, de purgar los míos.
Creía que habíamos firmado una pequeña tregua, en realidad, creo que,
aunque en ese despacho ambos intentamos alejarnos y volver a ver con
perspectiva todo esto que nos estaba transportando al pasado de nuevo, nos
habíamos mantenido alejados durante tiempo, yo observando siempre sus
pasos, intentando saber de ella, que estaba bien y que era feliz, pero con
distancia porque, si no se nombra, si no se habla y no se menciona; duele
menos o eso es lo que creía. Y ella…, ella sintiendo el peso de sus
reproches, porque lo había dejado bien claro en ese parque: «Por eso no
tuviste unos minutos para venir a buscarme y preguntarme si todo eso era
verdad». La había ido a buscar, eso era cierto, pero, de nuevo, lo había
hecho jodidamente mal y eso es lo que ella no me perdona y yo tampoco.
Y, volviendo a la cruda realidad, la había esperado por fuera de ese
despacho con la intención —egoísta intención, por supuesto—, de romper
el momento entre Borja y ella si se diese el caso y, si hubiera tenido que
intervenir porque la conversación se convertía en algo parecido a la última
vez, también lo hubiera hecho, sin dudar. En ese pasillo, frente a esa
puerta, lo único que repetía en mi mente, por activa y por pasiva, era que
no sentía nada, que no iba a volver a sentir nada y que tenía que cumplir
con lo que había prometido, con Cayetana y con Izan. Pero…, pero me es
imposible. Desde hace unos meses todo eso que intento se queda en eso, en
una triste y vil tentativa.
Y, de nuevo, la he cagado por completo. He sido sincero y le he dicho lo
que pasó, lo que sucedió, pero tengo la sensación de que lo hice mal y de
que sigo haciéndolo.
Elsa ya me lo advirtió en aquel despacho, hace unas escasas semanas,
que las cosas no eran como yo pensaba y tiene razón. Ahora bien, ¿qué
debo hacer? ¿Por qué no intenté buscarla y pedirle una explicación de
nuevo? ¿Por qué dejé que Javier me golpease, me echase y no lo volví a
intentar? ¿Por qué he sido un completo gilipollas todo este tiempo?
Quizá debería ir tras ella, explicarle los motivos, el sentido de la
responsabilidad que pesó sobre mí cuando vi a Cayetana aparecer frente a
la puerta de mi casa, con la cara desolada, embarazada y sola, y creí que lo
mejor en ese momento era hacerme cargo de la situación y de ella.
Ayudarla. Consolarla. Y olvidar el resto para que ella lo olvidase también.
Y, con ello, olvidar que era Greta la que había causado todo y que ahora
esto tenía nombre y culpable, también verdugo.
Si algo he aprendido en este tiempo es que las cosas tienen un momento
y que todo sucede por algo, no es cuestión de un destino caprichoso, ni
siquiera de lo que uno quiere o desea, es cuestión de lo que ocurre y de lo
que hacemos una vez sucede. Nos equivocamos, todos lo hacemos,
cometemos errores, no perdonamos, no lo intentamos, no luchamos y
luego, pasado el tiempo y visto con perspectiva, siempre acude a tu cabeza
esa triste frase: «Si lo hubiese sabido…» y, normalmente, cuando esa frase
cruza por tu cabeza sin ser llamada es porque el arrepentimiento te da una
cachetada sin mano, como me sucede a mí ahora.
Y podemos hacer varias cosas: una de ellas es la de volver a hacer la
vista a un lado, dejar que todos esos fantasmas se escondan bajo la
alfombra y que cada vez que el arrepentimiento asome la patita, como en
el cuento de El lobo y los siete cabritillos, no le abras la puerta porque
sabes que, al igual que en la historia, te va a morder y te comerá, quizá sin
poder esconderte en esta ocasión en un triste reloj que cuente las horas
hasta que el olvido haga su trabajo. Pero también podemos intentar
enmendar la situación, puede que sí, que te equivoques de nuevo y que en
verdad no exista el perdón, puede que sea así, claro está, pero también
puede que de verdad hagas lo correcto, pidas perdón con el alma y que te
perdonen con el corazón.
Me sorprendo al tocar con mis nudillos en la puerta y esperar por fuera.
No es una visita nueva, no es una persona desconocida, pero la
conversación sí que lo es porque ambos hemos mantenido esto a un lado
por el bien de nuestra amistad.
El sonido del picaporte al abrir la puerta me hace alzar la cabeza y dejar
a un lado todos esos pensamientos que resuenan sin cesar en mi cabeza.
Recuerdo cómo hace años pasó exactamente lo mismo; yo tocaba en la
puerta, y él me recibía con un merecido puñetazo.
—¿Sebas? ¿Qué coño haces aquí a estas horas de la madrugada?
¿Madrugada?
—¿Puedo pasar? —le pido.
Javier se hace a un lado y me permite la entrada a su casa. Por lo menos,
no ha habido golpe, aún…
Me quedo parado en la entrada, a pesar de la cantidad de veces que he
estado en esta casa, tengo la sensación de que he hecho un viaje de
regresión y de que, esta noche, he viajado al pasado.
Javier camina hasta la cocina, mientras sigo sus pasos. Abre la puerta de
la nevera y de ella saca dos botellines de cerveza fría. No me apetece, pero
tampoco voy a rechazar su ofrecimiento.
—Toma, anda —me dice mientras me tiende el botellín—, tengo la
sensación de que vamos a necesitarla.
Asiento. Javier gira su silla dejando que el respaldo dé hacia la mesa y
apoyando los brazos en él. Yo me siento enfrente. Chasqueo la lengua y le
doy un pequeño sorbo al contenido para intentar envalentonarme.
—Estoy jodido. —Claro y conciso, como siempre hemos sido nosotros.
Alzo la mirada y me encuentro con los ojos entrecerrados de Javier, que
me cuestiona como hace siempre.
—Y… ¿se puede saber el motivo?
Respiro con fuerza, soltando todo el aire contenido y bebo otro sorbo. A
este paso, me quedaré sin bebida antes de que comience la primera escena,
como en el teatro.
—Tu hermana.
Javier se tensa frente a mí. No apartamos la mirada uno del otro y como
si mi instinto hablase por sí solo, y mis gestos hiciesen lo propio, llevo mi
mano hasta la nariz. Acto reflejo, lo llaman.
—Mi hermana… —musita—. Sigue.
—Hemos hablado, esta noche, ¿sabes?
Javier da otro sorbo a la bebida sin apartar la vista de mí.
—Tenía razón, íbamos a necesitar esto y puede que esto también —me
dice enseñándome el puño.
Sonrío con pesadez, porque es su hermana y discuten, pero sé que Javier
la protege por encima de todas las cosas, aunque la insulte a veces o se
meta con ella, es su forma de ser y de actuar, un amor-odio que solo ellos
entienden, y que los demás respetamos y admiramos.
—Lo he hecho mal, Javier, con Greta lo he hecho jodidamente mal y
ahora no tengo la menor idea de cómo solucionarlo. —Suspiro de nuevo y
espero a que el aire vuelva a mis pulmones antes de tomar carrerilla y
soltarlo todo—. He intentado ser sincero, decirle lo que sucedió y pedirle
disculpas, pero no hemos acabado bien.
—¿Greta está bien?
Niego con la cabeza.
—Salió corriendo tras decirme que no intenté con ganas ir a buscarla y
escuchar su versión de los hechos.
—Te voy a tener que romper la nariz… —me amenaza.
Asiento.
—Esta vez te lo devolveré sobre la marcha porque tú también tienes
parte de culpa —le acuso.
—¿Yo? ¿Por qué? ¿Por golpearte cuando viniste a buscar a mi hermana
hecho una furia? ¿Por seguir siendo tu amigo a pesar de que Greta estaba
rota? La escuchaba llorar cada noche, hasta que se fue a estudiar fuera y,
entonces, sé que lloraba también, pero no la oía.
Me incorporo soltando el botellín y coloco ambas manos en la mesa
acercándome a él.
—Tenías que haberme dejado hablar con ella esa noche.
—Tenía que haberte roto las putas piernas por no haber creído a Greta
—me grita colocándose en la misma posición que yo. En posición de
defensa.
—Lo hicimos mal, todos.
—A mí no me metas en tu saco, Sebas, yo lo único que intenté fue
protegerla porque tú esa noche elegiste. ¿Cómo crees que me sentí después
de todo?
—Había una foto, era tu hermana, ella misma me lo confirmó esta
noche.
—Lo sé —matiza—. Y también sé que viniste porque querías juzgarla,
no perdonarla, por eso no te dejé entrar en casa porque la ibas a romper
más por dentro, y ella no merecía eso. Puede que se haya besado con ese
tipo, no te lo niego, pero puede que no lo haya hecho y eso teníais que
haberlo arreglado en ese momento, Sebas. La conocías, era mi hermana,
estaba loca por ti.
—¿Lo sabías?
—¿Cómo cojones quieres que no lo sepa si se le ve en la cara?
—Se le ve…
—¿No te das cuenta de que sigue loca por ti a pesar de todo? ¿De lo que
le hiciste? ¿De cómo te comportaste con ella? Yo te habría borrado de mi
vida, pero está claro que Greta es mucho mejor persona de lo que lo somos
ambos.
—No me lo ha puesto fácil en todo este tiempo.
—No me jodas, Sebas, ¿y qué quieres? ¿Una alfombra roja? Le rompiste
el corazón y te quedaste con Cayetana sin dudar.
—Era responsable de ella —grito fuera de mí, recortando la distancia
que nos separa a los dos.
—No, Sebas. —Javier baja el tono y lo sustituye por uno tan susurrante
que me eriza el vello—. Cayetana no era tu responsabilidad, tú la hiciste
tuya. Podíamos haberla ayudado entre todos, haberle buscado un sitio en el
que quedarse, con su niño, un trabajo, lo que fuese, pero no… Utilizaste
esa maldita excusa para salir huyendo y obviar que tú también estabas
enamorado de mi hermana, que era mutuo, que sentías algo fuerte por ella.
Puedes engañar a Greta, sin embargo, a mí no, y eso que hiciste, y que tú
llamas responsabilidad, yo lo llamo cobardía…
—Javier…
—¿Qué? ¿Las verdades duelen? —se jacta con altanería.
—No te puedo negar que tu hermana me gustaba, pero era eso solo…
—Y una mierda, Sebas. ¿Crees que soy gilipollas y no me di cuenta de
que desapareciste con mi hermana en casa de mis padres el otro día? ¿De
que, cuando regresaste, ella estaba nerviosa e inquieta, y tú también?
¿Crees que no sé lo que acababa de pasar entre vosotros? Seré gilipollas,
Sebas, pero no tanto como crees.
Desvío la mirada de mi amigo, porque siempre hemos sido
completamente sinceros, sin embargo, nunca hemos hablado de Greta, ha
sido nuestro tema tabú y creo que gracias a eso hemos conseguido
mantener nuestra amistad y nuestros miembros sin roturas.
—Yo…
Pienso en alguna excusa que ponerle, algo que le demuestre que se
equivoca en todo, en lo que sucedió entre nosotros y también en lo que
sentía por su hermana, incluso en lo cobarde que he sido y lo que he hecho
y las consecuencias de mis actos, pero todo muere en mi garganta porque
no puedo mentirle; omisión, vale, pero mentir, no.
—¿Cuándo piensas aceptar que, pase lo que pase, estás enamorado de
mi hermana?
Sujeto el botellín con rabia. Las ganas de lanzarlo se hacen patentes,
pero me contengo, porque yo no soy así, y Javier tampoco se merece una
escena de este tipo.
—¡Joder! —mascullo arrodillándome y mesando mi pelo con rabia—.
Lo he hecho jodidamente mal, todo lo he hecho jodidamente mal.
Javier se acerca y veo sus zapatillas frente a mí, en mi campo de visión.
—Para ser el alcalde y pretender contentar a todo el mundo, además de
escuchar a los ciudadanos, sí, Sebas, lo has hecho de pena. Pero…
—¿Pero? —cuestiono alzando la vista y viendo mi reflejo en sus ojos.
—Pero puedes solucionarlo o, por lo menos, intentarlo, nunca es tarde,
¿verdad?
Niego en un par de ocasiones mientras Javier me tiende la mano y me
ayuda a incorporarme.
—¿Qué hago, Javier?
—No te puedo decir lo que debes hacer, aunque sí te puedo decir lo que
yo haría.
—¿Y tú qué harías?
—Poner cada cosa en su lugar, no podemos cambiar el pasado, Sebas,
pero podemos modificar nuestro futuro —matiza.
Tiene razón, debo comenzar por las bases porque ya una vez lo hice por
el tejado, es hora de que todo vuelva a su lugar.
CAPÍTULO 48
A CORAZÓN ABIERTO

Puedo llegar a entender los motivos que me da Sebas para que las
cosas terminaran como terminaron entre nosotros, puedo, incluso, llegar a
concebir que se haya centrado en Cayetana y en su niño, pero no entiendo
y no justifico que no haya intentado buscarme durante todo este tiempo
para hablarlo, para poner las puñeteras cartas sobre la mesa, para pedir mi
opinión al respecto, para contrastar las posturas. Fue mucho más sencillo
eso de quedarse con una imagen ya que vale más que mil palabras. No
niego que Javier le haya golpeado tras lo que sucedió entre nosotros, me
quedé destrozada. Era solo una joven que no tenía ni idea de lo que era que
le rompiesen el corazón y mucho menos de que tu mejor amiga organizara
una treta como la que organizó para conseguir su objetivo: quedarse con
Sebas.
Entro en mi edificio con el cuerpo destrozado, como si hubiese corrido
varias maratones y hubiese tenido que estar empollando durante más de
diez horas seguidas lo que se traduce en un cansancio mental y físico.
Subo la hilera de escalones que me separan de mi puerta y veo la de Noa
cerrada a cal y canto, pero dentro escucho el sonido del televisor, ha vuelto
de trabajar. Medito sobre tocar en su puerta en vez de en la mía y llorar a
moco tendido. Quito la llave de mi puerta con la intención de hacer lo que
me dicta mi cabeza y mi pie choca contra algo. Bajo la vista y encuentro
un táper, me agacho y veo que dentro hay un caldo. Sujeto el táper entre
mis dedos y, con él en la mano, cruzo la distancia que me separa de la casa
de Noa y toco.
No se escucha nada, cosa que es normal teniendo en cuenta que a toda
mecha suena dentro un programa de esos de telebasura.
La puerta se abre y frente a mí aparecen Noa y Elsa.
—¿Greta? No te escuchamos subir, estábamos esperándote. ¿Cómo te
fue con Borja? —Es Noa la que toma la palabra.
—¿Me has dejado un táper de sopa en la puerta? —le pregunto llorando.
Noa niega con la cabeza. A Elsa no le pregunto porque ella no cocina.
—Yo acabo de llegar de trabajar y apenas me ha dado tiempo de
ducharme antes de que llegase Elsa. En el restaurante hoy no hemos hecho
caldo. —Mi amiga alza los hombros a modo de disculpa—. Habrá sido
Soledad. ¿Por qué lloras? —pregunta al percatarse de mi estado.
Me dejo caer sobre ellas hipando con más fuerza. Las lágrimas no cesan
en su empeño de salir y dejo que todo eso que sigue doliendo se revele
como quiera manifestarse, a veces da igual que sea a través de un grito, del
llanto, de una risotada de psicópata, de un cuadro que pintes sobre un
lienzo vacío, de un dibujo sin sentido, de un plato de caldo o de un beso
apasionado, a veces, los sentimientos salen de la única forma que saben,
que conocen y que nos hará sentir en paz.
—Si Borja te ha hecho algo, juro que le rompo las piernas y hablaré con
Sebas para que le cierre el garito —grita Elsa mientras me acuna entre sus
brazos.
—Eso es tráfico de influencias, Elsa, no lo puedes hacer, y Sebas no es
de esos, es un tío demasiado recto —aclara Noa.
—Sebas… —gimoteo.
Mis amigas me acarician la cabeza, cada una por un lado mientras
comienzan a dar pequeños pasos hacia atrás para meterme en casa y dejar
de montar un espectáculo en el rellano, que parece que últimamente se nos
está dando bastante bien.
—Pero ¿qué pasa? —insiste Noa.
—Sebas… —repito como si fuese un mantra.
Percibo que el cuerpo de Elsa deja de servirme como apoyo mientras las
lágrimas corren sin control por mis mejillas, empapándome yo y a mis
amigas a su paso.
—¿Qué pinta Sebas en esto cuando has ido a solucionar lo que tenías
pendiente con Borja? ¿Tú lo entiendes? —le pregunta a Noa. La susodicha
no responde y, si lo hace, yo no la veo—. Explícate, cielo, porque no
podemos ayudarte sin entender lo que ha sucedido.
Mis amigas me acomodan en el sofá mientras dejan que llore lo que
necesito. Noa se marcha del salón y me quedo con Elsa, que no deja de
acariciarme la espalda como consuelo.
—Te juro que los reviento a los dos si es necesario, estoy mosqueada,
los hombres son lo peor que existe en la tierra, ¿quién coño los ha
inventado? Si nosotras podríamos valernos solas, con pollas de goma
vamos servidas, ¡pero no! Claro, era mejor inventar a unos tipos expertos
en tocarnos la moral y con los que tenemos que vivir. Tenía que haberme
hecho homosexual, dime, explícame el motivo por el que no me gustan a
mí las chicas, si lo tenemos todo: las tetas perfectas, astucia, cuerpazo
serrano, inteligencia, ironía para dar y regalar… ¡Explícamelo! Teníamos
que habernos hecho tijeretas —vocifera.
—¿Estás bien? —pregunto al escuchar su discurso, atónita. Noa también
la observa, ahora que ha llegado, sin entender nada de lo que sucede.
—Te dejé llorando a ti. —Me señala—. Y ahora grita ella. —Señala a
Elsa—. ¿Esto es un virus contagioso de cambio de personalidad? Lo
pregunto por si me voy a volver amorosa de repente.
—Solo digo que los hombres son lo peor, que no es justo que siempre
nos hagan sufrir…
—Elsa, no es así —intercede Noa—, nosotras también nos
equivocamos.
—¿Eso es lo que pasó? ¿Yo me equivoqué? —pregunto con temor a la
respuesta.
Lo que acaba de verbalizar Noa, por muy enfadada que esté, por muy
dolida que me sienta, es la verdad; no todo es blanco o negro, aunque a
veces creamos que sí lo es. Los extremos son malos.
—¿Eso es lo que te preocupa? —inquiere Noa, mediando.
—Los hombres son lo peor… —insiste Elsa.
—Elsa… —la reprende Noa—, por favor —le pide.
—Le romperé las piernas o las pollas, que probablemente les tengan
más afecto.
Sonrío con lágrimas en los ojos, porque es que con Elsa es imposible
actuar de otra manera. Noa parece ceder un poco y me imita. Colocamos
las manos haciendo una montaña entre todas.
—Fui a buscar a Borja y hablamos en su despacho.
—Bien —matiza Noa contenta.
—Todo fue bien dentro de lo normal. Borja insiste en que está
enamorado de mí, y ya le expliqué que creo que es un espejismo, que no es
real, que ahora mismo piensa de esa forma, pero que, cuando ponga un
poco de distancia, se dará cuenta de que no es real ese sentimiento.
—¿Y? —demanda Elsa, separando las manos por un momento para
poner las palmas hacia arriba.
—Creo que lo entendió, pero sé que, ahora mismo, necesitamos marcar
un poco de distancia y quizá con el tiempo podamos ser amigos, lo que
está claro es que yo no le puedo dar más porque no siento eso que
debería…
—Lógico, si estás colada por Sebas desde hace mil años. Imposible —
resuelve Elsa con urgencia.
—¿Y qué pinta Sebas en todo esto, además de que ya sabemos que estás
enamorada de él?
—Me estaba esperando fuera del despacho de Borja…
—La hostia, ¿te espía? Tenemos un alcalde psicópata —murmura Elsa.
—¿Y? —pregunta Noa tras reírse del comentario de Elsa.
—Hablamos. Hablamos de lo que sucedió, me contó su versión, y yo le
dije lo que había pasado. No lo entiendo, por más que le doy vueltas a la
cabeza no lo entiendo, ¿vale?
—¿Qué hay que entender? ¿Que la cagó y que Cayetana es una arpía de
mucho cuidado? —resuelve Elsa con su habitual tono que no da lugar a
réplica.
—¿Por qué Cayetana hizo todo eso?
—A ver, Greta, puedo entender que estés dolida porque sabemos que
todo este tiempo has mantenido tus sentimientos por Sebas guardados en
un cajón, que os limitabais a ignoraros todo lo posible y que hace nada
todo ha vuelto a la normalidad; os cruzáis cada poco tiempo, te busca, lo
buscas, os gustáis, te pone cachonda, se la pones dura como una piedra…
Lo lógico, ¿vale? Esto es un pueblo y aquí sabemos lo que sucede… —
matiza Elsa bajo la atenta mirada del resto—, pero os ha salido mal. No
puedes esconder bajo la alfombra, de nuevo —aclara—, lo que sentís, es
mejor que os enfrentéis a esto y que lo resolváis sin follar en un rellano o
en casa de tus padres, tampoco con hurtos de bragas de por medio, sino
como personas maduras porque eso es lo que somos todas y tenemos que
resolver los problemas por muy jodidos que sean o muy existenciales que
sean nuestras crisis. En cuanto a Cayetana… —Elsa hace una pausa y sé
que lo hace de esa manera porque no quiere insultarla en vano—. Insisto
en que es una sinvergüenza que lo único que pretendía era buscar una
excusa para estar con Sebas. Sabía que estabas loca por él, ¿a cuántos
novios te robó antes?
—Varios —sentencia Noa con un deje de reproche en su voz—. Y lo
sabes. Lo sabemos —matiza con solemnidad.
—Lo que sucede es que Sebas no era un noviete cualquiera —aclara
Elsa.
—Puede que estuviese enamorada de él de verdad —intercede Noa.
—Pues, para estar enamorada, bien que estaba preñada de otro. —Lo de
ser políticamente correcta lo dejamos para el ayuntamiento, ya si eso.
—Yo creo que estaba enamorada de Sebas —zanjo—. Y creo que era
bastante consciente de que él no correspondía al sentimiento que ella le
profesaba, pero era muy lista y sabía perfectamente que era un tipo recto y
responsable…
—Que roba bragas —susurra Elsa como añadido.
Pongo los ojos en blanco y sonrío.
—Sí, eso también. Sin embargo, ella era consciente de que, si le sucedía
algo dadas las circunstancias, él no iba a dejarla en la estacada. Y
sencillamente jugó las cartas quitándome de en medio, pero ¿por qué?
—Porque, como bien dices —intercede Noa—, Cayetana no es estúpida
y sabía que Sebas ya sentía algo por ti en aquel entonces.
—Puede que tú no te dieses cuenta. —Toma la palabra Elsa—. Pero los
que estábamos cerca veíamos cómo te miraba, cómo se preocupaba de que
estuvieses bien, de implicarte en lo que hacíamos a pesar de tu edad, que
es la misma que la mía, por cierto —añade— y eso se veía.
—Javier le dio un puñetazo la noche que pasó todo —les cuento
dejándolas atónitas.
—Bien por Javier, si no odiase a los hombres, y a él en especial, puede
que aplaudiese por fuera de su casa —resuelve Elsa.
—Se lo merecía —indica Noa con más prudencia que la concejala de las
pollas.
—Vino a buscarme —admito en voz alta—, no como debía, pero vino a
buscarme, y Javier lo echó.
—Tenía que haber insistido —matiza Elsa.
—Es verdad… Lo sé. Lo hizo mal.
—Tú también lo hiciste mal —intercede Noa en esta ocasión—. No
quiero volver a ser el centro de la discordia, pero… tú también podías
haber ido a buscarlo y explicarle, decirle lo que sentías abiertamente y
dejar de esconderte para mirarlo a hurtadillas.
—Era una puta niña. Tenía veinte años —grito levantándome.
—¿Y? —cuestiona Noa como si le diese igual—. Yo con veinte años ya
vivía sola y tenía que trabajar y compaginar mis estudios en la escuela de
cocina, y ya lo sabes. Eres fuerte, Greta, siempre lo has sido, pero aquí la
culpa es de los dos, no solo de Sebas que, no digo que no lo haya hecho
mal, pero tú sencillamente te hiciste a un lado y dejaste que ella ganase la
partida, y ahora…
—¿Qué hago? —grito con las lágrimas descendiendo de nuevo por mis
mejillas.
—Pues tenemos varias opciones —explica Elsa, que tiene esa mirada de
perdonavidas que siempre se coloca cuando está indignada por algo—. Le
rompemos las piernas a Sebas. Le rompemos las piernas a Sebas y a
Cayetana. La cogemos por la cagada de paloma y la arrastramos por la
plaza del pueblo a la voz de: «Eres una zorra mala y te vas a cagar, por
perra», pagamos a unos matones para que todo eso lo hagan ellos porque
yo quiero seguir siendo la concejala de Urbanismo y tengo una reputación
que mantener, se lo decimos a Javier para que sea él el que le afloje las
hostias, que, total, ya tiene experiencia y, al ser amigos, no va a sospechar
de su ataque o bien…
—¿Algo menos agresivo que no implique acabar en la cárcel? —
interpela Noa riendo por las ocurrencias de Elsa.
—O, bien, aclaramos las cosas, ponemos las cartas sobre la mesa y que
Sebas actúe como quiera, pero sabiendo la realidad —sentencia la
concejala.
—¿Qué propones? —pregunta Noa dando voz a mis pensamientos.
—Que le digas lo que sientes, que seas sincera y dejes de esconder la
verdad en los bolsillos de tus pantalones vaqueros o en la despensa o
dentro de la cisterna del váter, donde quiera que escondas las cosas, Greta
—me recrimina mi amiga, la sensata.
—Si hago eso y me dice que no, que quiere a Cayetana, que se queda
con ella… ¡Están prometidos! —grito de nuevo.
—Si te dice que no, no sucederá nada nuevo, el no ya lo tienes, ¿qué va
a pasar? ¿Que tendrás que olvidarlo? ¿Lo mismo que ahora? —esclarece
Noa.
—Aquí, mi amiga, la que guarda secretos, tiene razón. —La señala Elsa.
—Secretos tenemos todas, ¿o acaso ese problema tuyo con el hombre
ese que no te gusta es irreal?
—No me hables de él…, por lo que más quieras.
—¿Necesitas consejo? Ya puestos…
Elsa niega y tuerce el gesto.
—Necesito poner mis ideas en claro, porque juro que no entiendo nada.
—Te has pillado, Elsa, te has pillado, solo necesitas tiempo para
admitirlo —contrataca Noa—. El mismo consejo para las dos, o para las
tres, porque me voy a tener que incluir; hablemos claro y seamos sinceras
porque estamos perdiendo tiempo para ser felices, chicas.
Volvemos a colocar las manos juntas, las tres, en montaña, pero
guardamos silencio, tenemos mucho que pensar porque de mierda estamos
hasta el cuello.
—Yo solo tengo una pregunta más —dice Elsa rompiendo el momento
de tensión.
—Tú dirás —murmuro.
—¿Crees que se tocará muchas pajas con tus bragas?
Rompemos a reír a la vez que lloriqueamos, somos una verdadera
explosión de sentimientos. Lo mismo nos queremos que nos odiamos, pero
no pasa nada porque lo que sí sé, lo que sabemos todas, es que somos las
mejores amigas del mundo y que, pase lo que pase, estaremos ahí cuando
nos caigamos.
CAPÍTULO 49
UN CALDO CON SABOR A PERDÓN

Pasamos la noche las tres juntas, entre el sofá y el suelo, que


agradezco, ¡no!, mentira, mis lumbares agradecen que Noa tenga una
mullida y calentita alfombra de color naranja en el suelo.
Pasamos la noche las tres juntas. Intentando hablar de todo menos de
hombres, porque ya hemos dejado claro que los hombres son el nuevo
Satanás y el amor es el nuevo demonio en la tierra. Las elecciones están a
la vuelta de la esquina, apenas quedan un par de semanas y entiendo el
nerviosismo de mi amiga, que, aunque extraoficialmente sea la concejala
de las pollas, oficialmente ostenta otro cargo en el consistorio mucho más
importante.
El asuntillo ese del arquitecto sigue ahí y sé que le preocupa, pero,
como bien os he dicho, nada de hombres, nada de rabos, nada de
perversiones por hoy, aunque, siendo sinceras; ninguna, repito, ninguna
tiene el horno para bollos.
Nos levantamos y desayunamos con vistas al patio interior, que es lo
más que se puede ver desde la ventana de la cocina de Noa. Compartimos
crepes, tostadas, cafés con leche y algún sorbo de Cola Cao. Compartimos
sonrisas y algún que otro reproche y, cómo no, alguna que otra pulla
porque, si no, no seríamos nosotras.
—Noa, tenemos que ver lo de Teresa y Soledad —le digo tras coger el
táper que guardé en su nevera para que no se me estropease el contenido.
—¿Teresa? ¿La señora que se quiere divorciar? —inquiere Elsa pasando
el dedo por el plato para dar buena cuenta de las migas que quedan en él.
Puagg.
—Ya no se quiere divorciar o, bueno, eso creo, tengo que hablar con ella
de ese asunto también —explico mientras anoto en mi mente, tipo pósit
como los de la pared de mi salón, que debo hablar con ella para saber
cómo ha quedado el tema de su marido y si han logrado llegar a un
entendimiento.
—Pues mal, debería hacerlo, para que le montes la fiesta del siglo y
tengas más clientela.
—No me va tan mal, en realidad, estoy contenta con mi proyecto —les
esclarezco—. Me han llegado varios correos electrónicos con
presupuestos, el tema de las redes sociales funciona, hace que la gente te
conozca y espero que después de la fiesta de Lola y de Sandra…
—Sandri… —me interrumpe jocosa Noa.
—Sandri —corrijo con burla para apoyar a mi amiga—, espero que
salgan más ofertas. El dinero se acaba, no puedo vivir del aire, si no me
funciona esto, tendré que buscar un nuevo trabajo.
—La propuesta de Sandra era buena —suelta Elsa como quien no quiere
la cosa.
—Lo es —sentencio.
—Dije «era», en pasado, tontorrona.
—Te entendí —le respondo con una sonrisa de suficiencia—, pero la
realidad es que no es mala idea… Salvo…, salvo porque no me quiero ir
del pueblo. Tengo mi vida aquí.
—A nosotras —aclara Noa.
—Y a mi familia —añado—, que, tendremos nuestros más y nuestros
menos, pero los quiero y sé que me protegen. Mi madre, estos días, me ha
hecho sentir genial.
—Porque lo eres, Greta.
—No puedo controlar lo que pasará mañana, no tengo una de esas bolas
que de verdad leen el futuro, nada de eso, pero sí que quiero hacer las
cosas bien y luchar por esto hasta que no pueda más —finalizo llena de
convencimiento.
—Sabes que pase lo que pase, estaremos ahí —susurra Noa.
—Lo sé. Siempre habéis estado ahí —finalizo.
Quedamos en intercambiar unos mensajes para ver cómo nos
organizamos con Carlos y Soledad, también con Teresa porque es obvio
que ese asunto debo arreglarlo, después de todo, Soledad, esa mujer que
parece hecha de hierro, no lo es tanto y sufre como todos lo hacemos.
Cambio de táper el caldo y lo friego con agua caliente para eliminar el
olor. Me meto en la ducha y, tras borrar los restos de una noche pésima con
algo de maquillaje —bendita chapa y pintura—, me pongo algo cómodo y,
antes de coger el recipiente de Soledad y de salir de casa, leo en voz alta
todos los pósits que tengo aún decorando la pared de mi salón.
Añado uno nuevo, porque lo necesito y porque me lo pide el cuerpo, y
quizá nada tiene que ver con mi negocio, con ser divorce planner o con
celebrar lo que para unos significa de nuevo ser libres —«como el sol
cuando amanece yo soy libre, como el mar»—:
«Todo va a salir bien».
Puede que sí, puede que no, puede que quizá, pero sé que, pase lo que
pase, el destino nos tendrá preparado un rumbo y un camino que debemos
coger sin temor porque, eso que hagas, al final te llevará a lo que decidas
ser mañana, solo debemos convencernos de que hacemos lo que queremos,
como queremos y cuando queremos y, si es así, nunca jamás nos
arrepentiremos de ello.
Tras dibujar un par de arcoíris en mi papelito amarillo, me encamino
hasta el piso de abajo con la certeza de que Soledad ha sido la responsable
de que almuerce hoy algo más que pan con embutido —chorizo,
probablemente, chorizo—.
Un par de toques en la puerta, una bajada de volumen y unos pasos
acercándose me indican que mi vecina de abajo, esa por la que siento
amor-odio, viene a abrirme la puerta.
Tras la madera aparece su rostro, sin los rulos de aquella noche y con un
albornoz que parece haber pasado por la lavadora en cientos de ocasiones
y vivido una vida mejor.
Le tiendo el táper con mis dos manos, y ella baja los ojos hasta él.
—No sé si eres la mejor vecina del mundo o la peor, pero gracias por
todo —finalizo—. Y, no, no he organizado el divorcio de tu amiga Teresa,
ni siquiera sé dónde vive para ir a buscarla y obligarla a que se divorcie y
así llevarme yo un pellizco de sus ahorros —lo suelto de carrerilla, para
sacarle una sonrisa, pero esta señora que tengo enfrente no sonríe ni
aunque saque las bolas, una rueda y me ponga a hacer malabares.
—Teresa vive al final de la calle. No se va a divorciar porque es una
locura y, sí, la sopa es mía, espero que te haya gustado. Con respecto a la
vecina de arriba, la loca psicópata a la que le gusta montar fiestas con sus
amigas, tampoco tengo claro si me cae bien o no, por ahora le daré una
oportunidad, pero no se lo digas porque se lo cree y luego hace lo que
quiere.
—¿Eso quiere decir que puedo montar fiestas con mis amigas y no
llamarás al casero? —le pregunto poniendo ojitos.
—Eso quiere decir que, si montas fiestas con tus amigas y no me
invitas, llamaré al casero.
Sonríe. Sonrío y me cede el paso.
—Uhh, voy a entrar en la guarida del tesoro. Seguro que tienes la casa
llena de manteles de croché y de gatos de porcelana.
—Y de gallos de Portugal y cojines bordados a mano, de los que se
miran, pero no se tocan —añade ella condescendiente.
—Uhhh. —Me río.
Para mi sorpresa, la casa de Soledad, además de tener la misma
distribución que la mía, está bastante recogida y ordenada, eso sí que lo
tiene mejor que yo, que soy un puñetero desastre con patas. Pero la
decoración, aparte de ser un tanto austera, es preciosa. Sencilla, en tonos
blancos y bastante luminosa. Si hasta tiene una pantalla de esas planas
para ver el Sálvame a gusto.
—¿Quieres desayunar?
—No, gracias, solo venía a devolverte el táper.
—¿Te gustó?
Miento o le digo la verdad…
—La verdad es que anoche tuve una crisis existencial, de esas que se
llevan ahora y me quedé en casa de Noa.
—Entiendo…, por eso no se escuchaba nada anoche —bromea.
—Así que la guardé en la nevera para almorzar. Cuando le toqué en la
puerta a Noa, creí que había sido ella, que me lo había traído del
restaurante, nunca imaginé…
—Que hubiese sido yo —me confiesa tendiéndome una taza de agua
hirviendo y sacando varias cajas de la despensa repletas de infusiones
varias.
—Exacto.
—Me siento un poco avergonzada por lo que soltó Teresa el otro día en
tu casa, lo de Carlos…, mi cuñado…
—No tiene que explicarme nada, Soledad. No soy quién para juzgar,
cuando yo estoy enamorada del alcalde, y él está prometido con la que era
una de mis mejores amigas.
—De ahí tu crisis existencial, ¿verdad?
—Sí —admito con sinceridad.
—El alcalde es un buen alcalde, pero es gilipollas si no sabe ver lo que
tiene enfrente —me consuela.
—Es su sentido de la responsabilidad —le explico.
—Ya, de qué me sonará eso a mí… —Nos quedamos en silencio,
metiendo y sacando el pequeño sobre en la taza para que coja sabor y color
el agua—. ¿Me lo quieres contar? Prometo no juzgarte.
—Prometo no volverte demasiado loca en el intento —finalizo.
Y así es como le cuento a Soledad que su historia y la mía tienen un
nexo en común y que ella hizo lo que creía correcto, eligió ese camino que
os dije antes, que te lleva al lugar en el que estás hoy, pero, aunque ella no
lo sepa, la vida a veces te da otra oportunidad, y yo espero que a mí mi
camino me lleve directa a la felicidad, sea sola o con Sebas, solo quiero
ser feliz y que no duela, que duela lo menos posible y, si para ello tengo
que dejar todo atrás, lo haré.
CAPÍTULO 50
LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

Noa:
Sé dónde vive Teresa. Stop. Soledad me lo ha contado en medio de un
café. Stop. Te paso la dirección para que vayas a verla. Stop. Tienes que
encargarte de que lleve a Soledad a algún sitio donde podamos encerrarlos.
Stop.
Greta:
¿Encerrarlos? Stop.
Noa:
Encerrarlos. Stop. He dicho. Stop.
Greta:
Me va a odiar de por vida. Stop. Ahora que habíamos hecho las paces.
Stop.
Noa:
¿Quién dijo miedo habiendo hospitales? Stop.
Greta:
La madre que te parió. Stop.
Noa:
Te paso la dirección. Stop. No hay tiempo que perder. Stop.
Elsa:
Estoy del stop hasta la pepitilla. Stop. Entro a una reunión. Stop.
Quedamos esta noche. Stop.

Dos visitas en un mismo día. Estoy que lo peto.


Pues hasta la casa de Teresa que me voy, eso sí, la sopa estaba de vicio y
la conversación con Soledad también me ha sentado de muerte, aunque,
probablemente, la parca venga a visitarme cuando sepa que una de las
artífices del encierro con Carlos soy yo. Que esa es otra, Carlos, a ver
cómo nos las ingeniamos con él, pero ese plan mejor para esta noche, en
casa de Elsa, of course.
La casa de Teresa es tal cual la imaginaba. Paso por delante de ella en
miles de ocasiones, pero, esto de fijarme en las cosas ajenas —sin meter
en el saco a Sebas que ya sé que en cierto modo tiene dueña—. pues como
que no es lo mío.
Los dos pequeños balcones, que apenas se componen por unas
barandillas de esas negras que suelen evitar caídas, están llenas de plantas
de diferentes colores. En las jardineras que de ellas cuelgan se puede ver
pajaritos de esos de plástico y ranas que ya han pasado a mejor vida
porque el sol ha dado buena cuenta de ellas.
Toco el timbre y espero frente a la puerta a que sea la misma Teresa la
que me reciba.
El mismo señor del parque, con la barba enorme y una boina de esas tan
señoriales, me recibe con una sonrisa que no sé si es forzada o natural.
—¿Otra vez tú? No queremos libros, muchacha, ya se lo he dicho a los
otros compañeros tuyos que vienen cada semana con una nueva artimaña
para engatusarnos. Ni siquiera mi mujer, que lee hasta los prospectos del
Termalgin. Gracias —finaliza antes de cerrarme la puerta en las narices.
Y juro que me deja con la boca abierta porque no me esperaba un
recibimiento de tal calibre por parte de…, de ellos.
Toco de nuevo, obviamente, insistiendo, no puedo rendirme a la primera
de cambio y necesito a Teresa.
La puerta se abre, pero, en esta ocasión, el recibimiento no tiene sonrisa
de por medio.
—Disculpe…
—¡No queremos libros! —exclama ofuscado.
—No vendo libros, ¿de dónde saca que vendo libros si no tengo ni
siquiera una triste bolsa?
—Bien pensado. Pues no quiero seguros. ¿Vende seguros?
—No —niego.
—Algo del teléfono.
—Frío, frío —bromeo.
—¿Baterías de cocina?
—No.
—¿Entonces?
—Busco a Teresa.
El señor en cuestión frunce el ceño y me hace gracia porque la barba
espesa y larga se mueve con su frente.
—¿A Teresa para qué?
—Cosas de chicas —le suelto antes de guiñarle un ojo con complicidad.
—Espere aquí. No pienso dejarla entrar en mi casa, no vaya usted a ver
alguna carencia y pretenda endosarme alguna compra de esas que no
sirven para nada. Tampoco queremos joyas —añade como opción no
verbalizada anteriormente, pero con ciertas posibilidades.
La puerta se cierra de nuevo frente a mí y saco mi teléfono móvil.
Greta:
Esto es una jodida locura. Stop. Creo que os mataré esta noche. Stop.
Prepara el testamento, Noa. Stop.

La puerta se abre y escucho la discusión de la pareja.


—¿Por qué siempre eres tan desconfiado? No te das cuenta de que
puede ser alguien que yo conozca.
—Vas a conocer tú, si tiene pinta de vagabunda.
Joder. Me hiere los sentimientos. Es mi chándal de andar por casa
favorito y mis zapatillas más viejas, pero cómodas. Qué triste mi vida de
emprendedora pobre.
—Ya, ya… Viejo gruñón.
Los dos pares de ojos se clavan en mí y veo el rostro del marido de
Teresa mirándola directamente a los ojos, evaluando si conoce a la
vagabunda o si debe darme un paquete de macarrones y una patada en el
culete.
—¿Greta?
—La misma.
—¿La conoces?
—Calla y vete dentro, tenemos cosas de las que hablar, ¿a que sí?
—Sí —contesto no sin cierto miedo porque el señor sigue sin fiarse de
mí ni un pelo.
Lo escucho blasfemar, no sé si por la mujer o por mí, o por las dos,
porque dice algo de que somos el demonio, en fin, casi que mejor no
analizar porque lo de demonio se nos queda pequeño si se entera a lo que
he venido.
—Vamos a la cocina. Tengo un pastel en el horno y haré chocolate.
—Me has convencido.
Todo sea por una buena causa que nada tiene que ver con el hambre que
tengo por la ansiedad de todo esto que tengo encima.
La cocina es exactamente igual que la fachada. Llena de flores de
colores, con gallinas de esas que dentro tienen huevos frescos, alguna que
otra planta colgando del techo y las famosas cortinas con tazas de café y
cafeteras de color azul. Ahora, el olor de la habitación es insuperable, ni
en mis mejores sueños y ya estoy salivando como el perro ese al que le
tocaban la campana.
Teresa se acerca a mí con la taza en la mano. Arde y lo sé, pero no
puedo evitar las ganas que siento por tragarme el contenido sin pensar en
que tengan que llevarme al hospital. Mi madurez, esa que a veces
desaparece —como cuando me dejo robar las bragas, cuando me dejo
comer el… eso en casa de mi madre o en todos esos momentos en los que
sigo siendo amiga de Elsa a pesar de que esté loca como una cabra—, y
hago la taza a un lado.
—¿Todo bien con…? —Señalo en dirección a la puerta de la cocina para
que entienda a qué o quién me refiero.
—Sí, hemos hablado. Le he puesto un ultimátum; o me ayuda en casa o
lo dejo tirado —grita para que la escuche.
Sí, lo grita y no se pone ni roja, en cambio, creo que yo lo hago por las
dos.
—Te estoy escuchando, querida esposa. A ver quién te aguanta —grita
él a modo de respuesta. Agacho la cabeza, qué más puedo hacer, eso o salir
pitando, pero es inviable.
—Ven aquí y dímelo a la cara. ¿Cuánto tengo que ingresarte por mi
fiesta de divorcio? Porque me divorcio, que lo sepas, es insoportable.
—Insoportable eres tú, vieja loca y cotilla.
—Lo que ha dicho, ¿lo has escuchado? Esto es lo que tengo que
aguantar siempre.
—¿Eres la que le mete cosas en la cabeza a mi mujer para que me deje?
¿Eres tú?
Niego. Niego como diez veces seguidas, lo hago tanto y tan
efusivamente que me duele el cuello y temo tener que visitar al
fisioterapeuta nada más salir de aquí. Y, dicho esto —o negado esto—,
agarro la taza y, aun a riesgo de joderme la garganta, bebo para matar el
momento.
—Déjala, que seguro que me entretiene más que tú, viejo gruñón —me
defiende Teresa.
Amén, pienso, pero me callo o la cosa, en vez de ir a mejor, irá a peor…
—Pues me quedaré, para saber qué se cuece porque no me gusta que me
critiquen a mis espaldas. Y no me fío de ti —le dice directamente a Teresa.
—Haz lo que quieras, pero no soy tu criada —le suelta con suficiencia y
alzando la barbilla.
Amén, pienso de nuevo, pero sigo bebiendo y perdiendo la sensibilidad
de mi pobre lengua. No voy a poder volver a chupar… Mejor lo dejo así,
en el aire, y que cada cual piense lo que quiera.
—Es de fiar —me suelta susurrando como si él no estuviese presente.
Total, que acabamos los tres con una taza de chocolate, con un trozo de
pastel en un plato y la mesa presidida por la gallina de los huevos.
—A ver… Me gustaría haber hablado contigo esto…, ¿a solas?
—¿Me dices que molesto?
—No, no, no. —Mi cita con el fisio cada vez está más cerca—. No es
eso, solo que… no quiero que nos tome por locas, a mí, sobre todo, que
soy la desconocida, que ya usted sabe lo que tiene en casa.
—No lo estás arreglando —me consuela Teresa.
—Ya, como oradora no tengo precio… En fin, mejor voy a ir directa al
grano. —Me cago en Elsa, me cago en Noa, me cago en Soledad y me cago
en Carlos—. Necesito tu ayuda para encerrar a Soledad con Carlos en
algún sitio, no sé dónde, pero encerrarlos.
El silencio se apodera de la sala. El marido de Teresa deja la taza
encima de la mesa, y yo trago nudos acojonada.
—Prefería que viniese a vendernos libros antes que acabar en la cárcel
por secuestro.
—¡Me apunto! —grita Teresa eufórica.
—¿Cómo? La cárcel. Teresa, la cárcel.
—¿Qué tenéis pensado? —responde obviando a su marido.
—No sé. Noa quiere que los encerremos en algún sitio para que hablen,
pero a mí eso no me parece viable.
—A vosotras sí que hay que encerraros. ¿Quién es Carlos?
—El hermano de Carmelo.
—¿El cura? —inquiere el señor perplejo.
—Están enamorados —aclara Teresa—. Llevan enamorados toda la
vida, Santiago, por favor, hay que hacer algo por ellos.
—Toda la vida… Carlos ya ha aguantado a una mujer, y ¿ahora tiene
que aguantar a otra?
—Me divorcio, que lo sepas, me voy a divorciar porque eres lo peor.
Carlos es tu amigo, nos podrías ayudar en vez de protestar. Él juega al
dominó contigo, pon de tu parte, si me quisieras, lo harías, si me
quisieras…
—Eso es chantaje, lo sabes, ¿no? Mi mujer me chantajea —me suelta
esta vez mirándome directamente a los ojos—. Lo que tengo que aguantar.
—Así es el amor —balbuceo sonriente.
—Si me quisieras, lo harías —insiste Teresa buscando su apoyo.
—Si la quisiera, lo haría —le digo yo a modo de apoyo.
—Chantaje —insiste él, pero sonríe.
—¡Ya sé! Carlos no va a sospechar si viene a casa porque Santiago y él
son amigos, y Soledad tampoco va a sospechar porque es mi amiga, así
que podemos encerrarlos aquí.
—Ya, para que la loca de tu amiga me rompa la casa cuando se enfade
por la encerrona. Esa mujer tiene un carácter de mil demonios.
—¿Quién dijo miedo habiendo hospitales? —Esa es mi última frase, la
que deja con una sonrisa perpetua a Teresa. La que consigue un leve
asentimiento por parte de Santiago y la misma que me dijo Noa a mí antes
de empezar con todo este plan bastante descabellado.
La merienda se alarga, dando paso a más de un trozo de pastel, pero no
pasa nada, salgo de esa casa en dirección a casa de Elsa con todo
organizado, ahora solo falta comunicárselo a las chicas, eso sí, no sé si
mezclar cerveza con pastel y con chocolate es buena idea, os lo contaré
desde el baño, si se diese el caso.
CAPÍTULO 51
¿TÚ ERES EL CHICO MISTERIOSO?

—¿Entonces? —cuestiona Noa llevándose medio bote de guacamole


en un único nacho. ¡Joder! Cómo come la bastarda y flaca como un palo.
—Pues está todo solucionado. Santiago se encargará de llevar a Carlos a
su casa, y Teresa se encargará, con argucia, de llevar a Soledad a la suya y
sanseacabó. Con cinco minutos de diferencia —matizo para esclarecer la
situación— y entonces sí que sanseacabó. La cosa es que no se pueden
encontrar en ningún momento para que no sospechen que algo pasa.
—Tenemos que preparar algo —prosigue Noa.
—¿Algo como qué? —pregunta Elsa, que parece que se incorpora a la
conversación ahora a pesar de que lleva más de media hora tragando como
una bendita, que digo yo que hablar no habla, pero lo que es comer…
—¿A ti qué te pasa? No es normal que la concejala de las pollas guarde
tanto silencio. No es normal en ti —le reprocho entrecerrando los ojos,
vamos, intentando interpretar alguna señal, lo que sea.
—No me pasa nada, estoy cansada. Las elecciones están a la vuelta de la
esquina y…
—Y no tiene nada que ver ese chico que no te gusta, pero que te gusta,
¿verdad? —rebate Noa para pincharla.
—Nada de nada. Stop —bromea. Pero la broma no suena a broma
porque está más seria de lo normal y, aunque sabemos que intenta fingir
que todo sigue igual, pues no sigue igual.
—Oye, Elsa…
—¡He decidido que ya no me gusta, joder! ¿Cuándo coño pensáis
dejarme en paz? ¿Es que no tengo ya suficiente con todo lo que tengo
encima como para que estéis erre que erre con el asunto? ¡Joder! —
masculla ofendida.
Guardamos silencio. Noa deja a medio camino un nacho lleno de la otra
mitad del bote de guacamole que resta y, con él en la mano,
intercambiamos un par de miradas interrogantes. Noa niega, no sabe nada.
Yo niego, tampoco sé nada.
—Yo solo te iba a decir que Santiago me había pedido a cambio que
arreglases el camino que hay en el parque y el pequeño lugar donde juegan
a la petanca porque me dice que se suele llenar de hierbajos y que, aunque
todos los vecinos ponen de su parte para mantenerlo limpio, a veces les
duele la espalda y que si podíamos hacer algo.
—Grafhfrfrfrfrf —bufa.
—¿Eso significa perdón en lengua de orco? —interpelo con tono suave
y de broma para romper la tensión.
—Díselo a tu querido alcalde, yo soy la concejala de Urbanismo —
resopla.
—Urbanismo, parques, medio ambiente, eso está todo relacionado, ¿no?
—prosigue Noa, haciendo caso omiso a la mirada reprobatoria que Elsa le
dedica.
—Le he prometido que sí —le suelto siguiendo la línea de Noa e
ignorando su cara de mosqueo yo también—. Ahora no puedes echarte
atrás, la vida de dos abueletes está en tus manos y es una gran
responsabilidad porque han estado toda la vida esperándose y, ya sabes,
eso es muy importante para ellos, el amor es fundamental…
—Tú hablas, y yo escucho: bla, bla, bla.
—¡Joder, Elsa! ¿Qué te pasa? —pregunta Noa que ya no puede
aguantarse más.
—¿Y a ti? Porque tú tampoco hablas.
—Bebed —les suelto estirando el brazo con ambas copas en la mano
para que esto no acabe como el puñetero rosario de la aurora.
Mis amigas se retan con la mirada, y yo me siento en medio de toda
disputa.
Había una serie hace tiempo que se llamaba Salvados por la campana,
pues tal cual porque el timbre de Elsa suena, y todas nos miramos.
—¿El marido de Teresa sabe dónde vives y viene a hablarte de la cancha
de petanca? —bromea Noa, a la que le dura el enfado poco, según sube el
alcohol en sangre y tal. Porque resentida es un rato y recta también.
—Joder, ¿será uno de esos espías? —sospecho—. Porque a mí me daba
miedo, lo juro, teníais que haberlo visto.
Empiezo a imitarlo a lo payasa, poniendo mi pelo rubio en el bigote e
intentando formar una barba con el resto. Frunciendo el ceño y
remedándolo.
—«No queremos libros, no queremos seguros, no queremos joyas, no
queremos nada, sino que te vayas por donde has venido, muchacha del
demonio».
El alcohol incrementa mi astucia y la estupidez también un poco, para
qué mentir.
—Mejor voy a abrir, antes de que comiences a hacer malabares y me
pierda cómo te descoyuntas.
—Gracias por tu confianza en mí, concejala de las pollas —la acuso.
Mientras Elsa se pira, Noa y yo guardamos silencio, retándonos por ver
quién de las dos es la primera en acabar con el bote de guacamole, del que
poco contenido queda ya, pero eso no es novedad alguna teniendo a Noa
cerca.
—El guacamole es afrodisíaco —le suelto para distraerla—. Porque tú
estás follando, y yo lo sé. «Se te nota en la mirada que vives bien
follada…» —canturreo inventándome la canción o adaptándola, que suena
mejor.
—Lo dice la que ha perdido dos bragas con el señor alcalde.
—Joder, es que Sebas… tiene pollón, ¿te lo he dicho?
—Deja de beber —me aconseja Noa—. Y, no, a la que le gusta saber
cómo tiene el rabo un tío es a Elsa, te confundes de amiga, yo soy mucho
más discreta.
—¿Por eso no me quieres decir con quién te estás liando? —prosigo con
mi interrogatorio.
—No hay nada que contar, cuando haya algo, os lo diré —resuelve.
—Algo habrá, porque no lo has negado —interpelo.
—No es el momento.
—Vale, vale. Sé que estás bien y con eso me basta y me sobra, pero…,
ya sabes, necesito matar mi curiosidad ahora que mi vida da verdadera
pena y no sé qué hacer con Sebas, si dejarlo pasar o no.
—¿Todavía estás en esas? Pensaba que ya lo tenías claro.
—Tiendo a cambiar de opinión conforme meo, ya sabes…
—Menos con eso de que te gusta Sebas. ¡Ah, no! Mentira, que nos lo
has negado durante años, pero el otro día en el coche lo confesaste hasta
delante de su hermana…
—Fue un arrebato de sinceridad provocado por la falta de aire puro y el
exceso de contaminación —me defiendo echando balones fuera, obvio.
—No habíamos llegado a Madrid —me recrimina para tirar abajo mi
tesis, la muy…
Escuchamos voces, voces altas. Estamos en el salón, la distancia hasta
la puerta no es demasiada y los gritos de Elsa resuenan con claridad.
—Tía, ¿y si es Santiago de verdad y le está zurrando con un bastón? —
pregunto preocupada, pero bebiendo, claro, que la bebida no falte y la
comida tampoco.
—No seas tonta, ¿cómo va a ser Santiago? Pero sí que puede ser un
acosador —contrataca Noa.
—¿Un acosador? ¡Hostias! El arquitecto, fijo. No la deja en paz.
Mierda. Vete tú.
—A valiente no te gana nadie.
—Jolín, que yo tengo que arreglar las cosas con el alcalde antes de
perder la vida y follar en una cama, que somos unos sádicos que lo hemos
hecho en varios sitios menos en ese y dejar que me robe más bragas… —
La mirada reprobatoria de Noa me hace volver a la tierra—. Vale, vale, ya
me callo, si es que no puedo ser perfecta, se me va la lengua y…
—Shhh. Levanta el culo.
Caminamos acojonadas perdidas, mentiría si dijese lo contrario.
Tememos por nuestra vida, Elsa respira porque la escuchamos gritar y
sabemos que no está todo perdido.
—Deberíamos coger un bate de béisbol —aconsejo.
—Claro, espera, lo tengo aquí —dice Noa mientras me enseña el dedo
corazón a modo de peineta.
—Eres la tía menos sensible que he conocido nunca, con un «no» me
habría bastado.
—No —remata.
Me coge del brazo, y yo rehúyo, ¡coño!, que tengo miedo y quiero
mucho al alcalde y quiero hijos por ahí correteando con sus ojazos y mi
inteligencia y saber estar, esto último mejor lo heredan de él, menos
cuando me roba bragas y eso.
Nos asomamos a la puerta y vemos a Elsa gesticular y la escuchamos
decir barbaridades. Especifico: todo insultos.
—A la de tres salimos, ¿entendido? —planea Noa.
—No, no, no, mejor factor sorpresa. Caminamos sin que nos escuchen.
Abrimos la puerta de golpe y enseñamos nuestros puños fuertes como
demonios, ¿vale? —Le enseño mis puños fuertes como demonios, y ella
sonríe asintiendo. Tiene que estar medio pedo porque en un estado normal
hasta una colleja me llevaba, lo juro.
—Hecho —responde Noa convencida.
Total, que seguimos mi plan al pie de la letra. Caminamos cogidas de la
mano, sin hacer ruido y con cuidado de tropezar dado nuestro estado. Noa
me hace una seña para que ponga mis puños a modo de ataque, y ella
sujeta el pomo —porque obviamente es la que más ha tragado y a la que
menos le ha subido el alcohol o eso espero…— y la abre con decisión.
Elsa se está besando, pero besando en plan que le va a comer la cabeza
entera, con un tipo.
—Ese no es… —murmura Noa atónita.
¡Ay, la hostia!
—¿Javier? ¿Eres tú? ¡Javier! —Estupefacta me quedo.
—Hermanita…
—La madre que os parió a los dos…
Si quieres que se te baje el lote de golpe, solo tienes que encontrarte a tu
mejor amiga comiéndose la boca con tu hermano. Adiós al pedo.
Bienvenida la realidad.
CAPÍTULO 52
OS VOY A CORTAR EN CACHITOS

Noa se parte de risa, me da que de mí y no conmigo como me gustaría


creer en este momento. Mi hermano creo que se va a desmayar porque el
sopapo que le voy a dar es descomunal —sí, sigo con los puños en modo
«defensa»—, y Elsa se cubre la cara avergonzada. A buenas horas se
avergüenza, si nunca ha entrado ese adjetivo en su diccionario de la vida.
—Dime que mi hermano no es el chico que no te gusta, pero que sí te
gusta; dímelo, por favor —le imploro a mi nueva peor amiga.
El silencio de Elsa lo dice todo.
—Así que te gusto…
—Calla, patán —le suelta Elsa cuando se recompone—. No me gustas,
es solo sexo.
—Me poto.
—Aguanta —me consuela Noa.
—Me poto de verdad.
—Corre al baño —me pide Elsa.
Corro al baño, que por suerte no me pilla lejos y echo todo, hasta el
medio pastel que me comí en casa de Teresa esta misma tarde. Ya os había
dicho que por algún lado saldría y que os lo contaría, en fin, no he tenido
que hacerlo de forma premeditada, ha salido solo.
Cuando salgo, después de pasarme dentífrico por los dientes usando mi
dedo a modo de cepillo dental y rociar mi cuello de agua fría, los veo a
todos apostados en el sillón.
—Noa, ¿tú lo sabías? —Que una ya no sabe. Hasta hace cinco minutos,
mi amiga estaba ahí, callada como una puta en misa, y mi hermano era
solo mi hermano, no el tonto del culo que se folla a mi no-amiga Elsa.
—¡Qué voy a saber yo! —se defiende mientras sigue jalando como si se
fuese a acabar el mundo.
—Javier…
—Elsa no me dejó decirte nada —se defiende el susodicho.
—Elsa, tía, que soy tu amiga.
—Y ahora su cuñada —añade Noa, que se mea de la risa. De mí, insisto,
sigue riéndose de mí.
—¿Vais en serio?
—No —añade Elsa con rapidez.
—Sí —afirma mi hermano sonriendo.
—¿En qué quedamos? —protesto sin entender nada.
—A mí Elsa me gusta, me gusta mucho; tanto, tanto como a ti Sebas.
Miro a mi hermano con cara de pocos amigos porque sé lo que está
haciendo y es echar balones fuera para que no me enfade con él y que me
enternezca por lo de Sebas.
—No pienso caer en tu trampa.
—A Sebas también le gustas, me lo dijo el otro día.
—¿Te lo dijo? —pregunto con ojitos de oso amoroso.
Todos me miran, y ya sé lo que piensan. He tardado lo mismo en caer en
sus redes que un eyaculador precoz en correrse: nada.
—Greta, céntrate: Matar a Javier. Matar a Elsa. Querer y adorar a Noa
—enumera mi amiga, ya sabéis quién, no hace falta que os lo cuente.
—Gracias —le digo sonriendo—. ¿Qué coño me he perdido? Elsa…
—¿Cómo te iba a decir que era tu hermano? Eres mi amiga, no quería
que te enfadases.
—Fue con él con quien probó todos y cada uno de los juguetes sexuales
del viaje a Madrid.
Javier afirma con una sonrisa que le llega a la raya del pelo.
—Gracias, Noa, por el pequeño detalle que hubiese preferido no
recordar.
—Y seguro que tiene pollón, pero no te lo cuenta porque es tu hermano
—prosigue la susodicha, que es la única que parece estar pasándoselo pipa
en este asuntillo de nada.
Mi hermano, de nuevo, cabecea afirmando y hace algo con la mano que
prefiero no contaros porque es mejor que vosotras también viváis en la
bendita ignorancia.
—Prefiero vivir en la ignorancia. Y ahora, calla, por Dios. ¿Es él el
chico misterioso?
—¿Nos inventamos la conversación? A nuestro estilo —me pide. ¡Qué
digo me pide! Me suplica.
—Ni de coña, Elsa.
Noa hace por hablar, pero le tiendo el bote de guacamole y le dejo el
paquete de nachos encima de las rodillas y todo solucionado.
—Greta… —prosigue Elsa, que en su cara percibo el miedo por todo.
—¿Es él?
—Yes —me suelta cabizbaja.
—Elsa, que somos amigas de siempre.
—Y él es tu hermano.
—¿Pensabas que me iba a mosquear porque…?
—Yes —dice de nuevo.
—A ver. Esto es muy fuerte. —Trago al canto, pero trago nivel baja el
vaso el contenido a la mitad—. ¿Lo saben mamá y papá? —le pregunto a
Javier.
—No.
—¿Y Sebas?
—Tampoco. Sois las primeras. Elsa me dejó hace unos días.
—¿Lo dejaste? Pero no dices que te gusta.
—Tu hermano es un gilipollas.
—Shhh —la corrige—, un gilipollas arrebatador.
Y de nuevo el gesto del brazo que prefiero volver a omitir porque ya
voy a tener que pagar un fisio, para el psicólogo pues como que no me va a
dar. Soy pobre como una rata y tal.
—Gilipollas sí que es —afirmo dándole la razón a Elsa.
—Anda, que tú no. Sebas no me gusta. Sebas me gusta, pero dejo que se
vaya con otra a pesar de haber hablado las cosas… y lloriqueo.
—Te rajo. Te juro que te rajo y te echo a los leones o a los peces o te tiro
al contenedor del que nunca tuviste que haber salido —le grito.
—Me tengo que defender —se disculpa.
—¿Ves que es un gilipollas? —insiste Elsa.
—Joder, Elsa, seré lo que seré, pero yo te quiero así, como eres, con tus
salidas de tono, con tus locuras y con los eructos que te pegas después de
beberte una lata de cerveza de un trago.
—¡Jolín, la conoce bien si sabe eso! —añade Noa después de tragar.
—¿La quieres? —pregunto ojiplática.
—¿Me quieres? ¿Has dicho que…?
—Empezó como un rollo, ya lo sabes, un pedo que acabó en el polvo del
siglo, pero, luego, pues eso; que me molas, aunque seas amiga de mi
hermana, te lo perdono, no me importa —susurra mientras le guiña un ojo
a ella y otro a mí a continuación.
—¿Por eso decías que los hombres son lo peor?
—Es que mi chica es una fiera mala, no hay más que verla.
—¿Y el arquitecto?
—De eso me he encargado yo —añade Javier.
—¿Le has pegado?
—No, que va, si el tío tiene musculitos y paso de llevarme otro
puñetazo, con el de Sebas por tu culpa ya tuve bastante. Fui más listo.
Entré en el despacho, subí a Elsa en la mesa y la besé mientras le
manoseaba las tetonas que tiene. Porque habréis visto las tetonas que se
gasta.
—Estúpido —le suelto.
—Es un canalla —añade Elsa, que sonríe como una boba.
—Me poto toda —interviene Noa.
—¿Y qué pasó?
—¿En serio quieres que te lo explique, Greta Bover?
Soy lenta de reflejos. Es el alcohol o yo qué sé qué es, pero casi que no
quiero saber más del asunto.
—Os doy mi bendición. Espero que el cura os case pronto y eso.
—¿Casarme? ¿Estás loca?
—Loca, dice, saliendo con mi hermano me dices eso…
—Esto no puede salir de aquí hasta que se celebren las elecciones
porque no quiero polémicas.
—¿Y qué polémica va a haber porque salgas con mi hermano?
—¡Yo qué sé! Pero no quiero jaleos, es mejor que guardemos silencio
todos y que hagamos como que nada de esto ha sucedido.
—Y un cojón de pato. Eres mi chica y no pienso esconderme.
—Pareces un jodido cromañón. Solo son un par de semanas, no te cuesta
nada —le pide Elsa. Y, claro, si lo pide Elsa, con su sonrisa amplia, sus
perfectos dientes y sus tetazas, pues todo resuelto.
—Creo que aquí sobramos —añade Noa—. Me piro a mi casa, creo que
me queda algo de comida en la nevera y tengo hambre.
Hambre, dice. La madre que la parió.
Noa sale sin esperarme y se marcha, mientras yo permanezco allí un
rato más, poniéndome al día de las cosas de ellos y golpeándome
mentalmente por no haberme dado cuenta de lo que sucedía.
Al fin y al cabo, lo habían hecho bastante bien porque, si había que
darse cuenta de algo, yo no había pillado nada, en cambio, parece que yo
soy un libro abierto que no esconde nada, absolutamente nada, porque es
voz popular que estoy colada por el señor alcalde.
—Me piro, vampiro —les digo a modo de despedida.
—Ya era hora, Elsa y yo tenemos mucho de qué hablar.
—Y mucho que copular —suelto.
—Joder, es mi hermana por lo lista que es, es como un lince, la muy
jodida.
Peineta. Peineta doble para los chicos.
Los odiaría, pero sería mentira.
En fin, tengo una mejor amiga que ahora también es mi cuñada, ¿se
puede pedir algo más?
CAPÍTULO 53
EL PERDÓN QUE TANTO NECESITAMOS

Tras el abandono de mi amiga, la tragona, paseo bajo la fría noche. En


realidad, en esta ocasión, voy bastante mejor preparada que la última vez
que me dieron horas intempestivas fuera de casa.
Joder, cómo no me di cuenta de que algo gordo pasaba para que Elsa se
cerrase en banda. No es que me sienta mal o me ofenda que no lo haya
dicho antes porque, al final, las cosas siempre caen por su propio peso y yo
no soy quién para obligar a contarme nada de lo que sucede, soy su amiga,
sí; pero, al igual que hago con Noa, lo respeto, de la misma manera que
ellas han respetado todo este tiempo que yo les negase que sentía algo por
Sebas a sabiendas de que mentía como una bellaca. Pero no deja de
sorprenderme, ¿en serio? ¿Elsa y Javier?
A ver, a ver, que es mi mejor amiga y mi hermano, y hemos compartido
miles de momentos juntos, mogollón: fiestas de cumpleaños,
graduaciones, sábados en locales hasta horas intempestivas, borracheras,
Navidades, San Valentín, Semana Santa, puentes… ¡Yo qué sé! Mil cosas y
no había sido capaz de darme cuenta de nada y, ahora…, ahora no tengo ni
idea de lo que va a pasar.
Supongo que mi madre estará contenta porque mi hermano, ese que se
empeñaba en no mostrar sus sentimientos por el sexo opuesto bajo ningún
concepto, ha decidido sentar cabeza, aunque sea con Elsa. Porque Elsa
tiene una reputación que, para mi madre, pues puede que deje mucho que
desear. Casi, casi como la mía, salvo que a mí me parió y se tiene que
fastidiar.
Elsa, Noa, Cayetana, Javier, Sebas y yo fuimos esa chupipandi que no se
separaba para nada, de ahí mi amor platónico por el único chico del grupo
con el que no compartía genética. Y mi madre nos vio crecer a todos.
Obviamente, ella no tiene ni idea de lo que sucedió para que nos
fragmentásemos como un meteorito al contacto con la atmósfera terrestre
y me jode que todavía, a día de hoy, se posicione del lado de Cayetana,
aunque la puedo entender porque desconoce todo lo sucedido y eso, en
parte, también es culpa mía.
Ella, a ojos de mi madre, es la pobrecita que se quedó embarazada con
diecinueve años, el padre de su hijo la abandonó sin siquiera esperar a que
el pequeño naciera, y Sebas fue el único que hizo por hacerse cargo de
ella. ¡Joder! Si hasta visto así, es normal que mi madre pensase que somos
la peor calaña del mundo. Y a todo eso hay que sumarle que sus amigas la
abandonaron cuando más las necesitaba...
Imagino que este es otro de los estigmas que cargo, porque no he sido
capaz de hablar las cosas con mi madre ni con Sebas y me quejo de que
mis amigas no me cuenten sus problemas y las tacho, en ocasiones, de
herméticas. «Consejos vendo…», ya sabéis.
Me paro frente al parque con las manos en los bolsillos y todo ese
batiburrillo de ideas dando vueltas en mi cabeza y haciendo de las suyas.
Me apetece entrar y hasta allí dirijo mis pasos.
Comienzo a caminar por el sendero, dando golpes a una pequeña piedra
que se cruza en mi camino. Quizá eso es lo que debería hacer, dar golpes a
las piedras que se cruzan en medio y apartarlas en vez de pensar y pensar
sin resolver nada de nada.
Me acerco por inercia hasta el banco de madera desvencijada en el que
Sebas y yo hablamos por última vez, ese día en el que salí huyendo sin
hacer nada al respecto, solo reprochando una vez más lo mal que lo había
hecho y sin admitir abiertamente que yo tampoco lo hice mucho mejor que
él.
Una pequeña piedra golpea contra unas deportivas negras y alzo la
cabeza atemorizada. Nunca he sentido miedo al caminar sola por el
pueblo, no es un lugar en el que sucedan cosas problemáticas ni en el que
se respire inseguridad, al contrario. Pero ahora, por unas décimas de
segundo, me siento mal por haber escuchado a mi corazón y no a la razón.
—Buenas noches, Greta.
—¡Joder! Me has dado un susto de muerte —suelto al ver a Sebas ahí
sentado, con ropa deportiva que nada desmerece al traje que se pone
habitualmente y que me hace babear—. Buenas noches, Sebastián.
—¿Qué haces por aquí?
Tuerzo el gesto y pienso en decir alguna tontería que rompa el momento
de tensión que existe entre nosotros dos.
—Recuperarme de todo lo sucedido en el día de hoy y, más
concretamente, en las últimas horas.
—¿Has bebido? —me pregunta al observar que mi lengua está pastosa.
—Un poco. Muy poco para lo que tenía que haber tragado.
—¿Una mala noche?
Niego.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? ¿Te han echado de la cama a patadas?
Sebas sonríe, pero es una sonrisa extraña.
—No, me he ido yo —finaliza. Supongo que esa sonrisa extraña era la
predecesora de una decisión: ser sincero o no serlo, tal y como hice yo.
—¿Quieres hablar? —le pregunto con cordialidad.
—¿Quieres hacerlo tú? —me responde.
Suspiro con fuerza y me siento a su lado. Supongo que hablar es el
camino para eliminar todos esos fantasmas del pasado que nos persiguen.
—Elsa y Javier están juntos, me lo acaban de confesar. En realidad, los
he pillado comiéndose la boca. Flipante, ¿verdad?
—Es… Es…
—Es en serio —le corto—, no es una coña, aunque suene a eso.
—Pero Elsa y el arquitecto…
—Eso nada, uno más de su larga lista de conquistas. Que no te digo que
mi hermano no acabe siendo eso también, pero me da que se han pillado el
uno por el otro porque Elsa lleva días rara, muchos días, nada de dos o
tres, y mi hermano. —Alzo los hombros con indiferencia—. No lo he visto
hasta hoy y es un tío, los tíos sois de piedra, ¿no?
—No todos. Unos más que otros —apostilla.
—No le digas nada, por favor —le pido mirándolo a los ojos. Dios.
Tiene los ojos más bonitos y expresivos que he visto en la vida. Acerco mi
mano hasta su barba por inercia, y Sebas se deja hacer mientras cierra los
párpados.
—La he dejado —me suelta de sopetón. Mi mano se queda parada en la
barbilla y siento que el corazón me va a salir por la boca y hará un triple
mortal en el suelo.
—¿Cómo has dicho?
—La he dejado, Greta. He dejado a Cayetana.
—¿Estás bien?
Sebas sonríe mirándome fijamente. Y asiente.
—De todas las preguntas que podrías hacer, de todos los comentarios
que dan lugar en este momento, ¿solo se te ocurre preguntarme si estoy
bien?
—Sí —finalizo rotunda—. Nunca he querido que estés mal, al contrario,
por mucho que me doliese, solo esperaba que, en el fondo, la decisión que
tomaste te hiciese feliz.
—¿Y si te digo que no es así? ¿Que nunca me ha hecho feliz?
—Pues entonces, Sebas, solo te puedo decir que has tomado la decisión
correcta.
—¿Por qué todo este tiempo hemos jugado tan mal nuestras cartas,
Greta? A mí me gustabas, me gustabas mucho y se nos escapó de las
manos.
—Lo hicimos mal los dos, Sebas; tú, por no confiar y dejarte llevar por
una imagen, y yo, por no intentar que me escuchases. Pero yo era una niña
y solo quería que mi príncipe azul confiase en mí, que me viese y viese la
realidad, esperaba que entendieses que yo no era capaz de hacer nada de
eso porque solo te veía a ti, Sebas, no había cabida para nadie en mi vida
que no fueses tú —respondo mirando al frente.
—¿Y ahora?
—¿Ahora qué? —le contesto con una pregunta.
—¿Ahora qué ves?
—Sigues siendo tú y solo tú, Sebas, como siempre ha sido.
Sebas sujeta mi barbilla y gira mi cara para que quedemos uno frente al
otro. Nos miramos con devoción, con un perdón no pronunciado, pero
sentido, con unas ganas de seguir y no retroceder más, con necesidad de
confiar, de crecer, de avanzar.
—Tenía que haber hecho esto antes, Greta, mucho antes, pero creo que
he estado tan pendiente de los demás que me he olvidado de mí mismo.
—Eso tiene fácil solución —le digo—, solo necesitas volver al punto de
partida.
—El punto de partida siempre fuiste tú, Greta, siempre.
—Entonces es hora de que vuelvas a casa —finalizo.
Nos quedamos un rato en completo y absoluto silencio. Con miedo a
decir algo y que se rompa el momento que acabamos de compartir. Con
miedo a que el otro diga algo que nos vuelva a separar o que nos destroce.
No nos hemos dicho abiertamente cuáles son nuestros sentimientos. Las
palabras mágicas no han sido pronunciadas, pero ambos sabemos que, a
pesar de que así sea, lo que nos une es algo que tiene ese nexo, algo que
está ligado al amor, al perdón y al pasado, a los errores y amores.
—Es hora de que vuelva a casa —me dice, repitiendo la frase con la que
finalicé la conversación. Asiento, mientras él se pone en pie. Me pide la
mano, se la doy y sé que, por más que me muera porque sus labios se
posen sobre los míos, eso no va a suceder ahora, porque es cierto que
ambos tenemos que comenzar la casa por la base y hacer las cosas bien,
por lo menos, en esta ocasión—. Gracias por todo, Greta. Necesitaba esta
conversación.
—No hay de qué —finalizo un poco abatida por el giro de las tornas—.
Cuídate y descansa —le susurro.
Sebas me guiña un ojo y se marcha con las manos en los bolsillos, tal y
como hice yo de camino hasta este banco.
Me permito quedarme un tiempo prudencial en el parque. Imaginando
que las cosas fuesen de otra manera, que, tras mis palabras, Sebas me
hubiese sujetado por la nuca y me hubiese dicho que me quería. Tras esas
palabras, un tórrido beso, uno de esos pasionales, de los que te quitan el
sentido por completo. Puede que él hubiese esperado lo mismo por mi
parte o quizá que le confesara lo que siento, lo que escondo dentro, pero
no, las cosas no siempre son como soñamos o como imaginamos, a veces,
a veces la realidad supera a la ficción y, en otras ocasiones, es al revés.
CAPÍTULO 54
CALLEJÓN SIN SALIDA

Si tuviese que levantarme mañana a una hora determinada,


probablemente, ahora estaría llorando por las esquinas de las calles que
me acogen de vuelta a mi casa.
Puede que sea un buen momento para sentarme frente a mi pared de
pósits y redecorarla, cambiar los que haya que cambiar, conservar los que
valgan la pena y, ¡cómo no!, empaquetar los Satisfayer para mis dos
despedidas de casada.
Tengo todo organizado: el cáterin listo, la mesa con juguetes sexuales y
la chica que se encargará de contar para qué sirve cada cosita, aunque creo
que esto me lo podía haber ahorrado y lo podían haber hecho Elsa y
Javier… La música, los vestidos de divorciada y la barbacoa que Lola se
empeñó en celebrar a pesar de que hay un cáterin contratado, supongo que
eso lo hice por el amor que le profesa a su hermano y un poco también al
mío, ya que imagino que ese se convertirá en su centro neurálgico el
próximo sábado.
El próximo sábado ya… ¡Madre mía! Si parece que hace dos días estaba
hablando con Lola sobre su divorcio, con Noa y Elsa para organizar todo y
llenar mi pared de ideas en forma de papelitos adhesivos amarillos, yendo
a Madrid a probarnos vestidos y sumando a la ecuación a Sandra.
—Ahhh.
Pierdo toda capacidad de razonar cuando una mano tira de mi cuerpo y
entro en un pequeño callejón oscuro del pueblo. ¡Mierda! Si hasta hace
nada yo misma decía que mi pueblo es uno de los más seguros que hay y
ahora estoy acojonada perdida.
Tengo una mano rodeando mi boca, para impedirme que grite. La
respiración está agitada y siento que me voy a desmayar de un momento a
otro y, ojo al dato, que yo no soy de las que se desmayan con facilidad que
aguanto que me saquen sangre y soporto las heridas abiertas —hasta cierto
punto—, pero esto, esto supera con creces cualquier otra situación que se
pueda dar en un jodido centro de salud.
—No grites y todo irá bien. —Cabeceo afirmando. Que no grite, dice.
Sus muertos. Comienza a retirar la mano con suavidad y aprovecho para
morderle los dedos cuando deja de ejercer presión sobre mi boca—. Vaya,
vaya, pero si eres una fierecilla —murmura en mi oído.
Sus manos sujetan las mías y no sé cómo cojones lo ha hecho ahora que
tengo la boca libre, tampoco sé cómo cojones no grito.
Me gira y me quedo frente a él. ¿Cómo un secuestrador es capaz de
girarme y dejar que le vea la cara?
—¿Sebas? —inquiero al observar sus facciones cerca de las mías.
—¿Creías que eso iba a quedar así?
Miro fuera del callejón, donde la luz de la calle ilumina con facilidad y
oteo lo que nos rodea. Es un callejón estrecho y sin iluminación alguna.
—Eres un jodido cabronazo, me has asustado.
—Eso es lo que pretendía, ahora soy tu salvador, deberías
recompensarme.
—Piérdete —le digo mosqueada e intentando salir de nuevo hacia la
luz.
—Shss, shss, shss —chista sujetándome de nuevo del brazo.
En esta ocasión me coloca contra la pared y el frío de la misma me cala
un poco. Sus manos se sitúan en el bajo de mi sudadera y me toca la piel
de la barriga. He dejado de sentir frío.
—¿Se puede saber qué haces? —le pregunto haciendo alarde del poco
raciocinio que me queda en el cuerpo.
—Volver a casa —me suelta—. Pero de forma más discreta, no
pretenderás que hagamos cosas en el parque.
—¿Cosas? ¿Qué cosas? —Pregunta estúpida donde las haya.
—Cosas guarras. Las dos braguitas que te robé se sienten solas y
necesitan de la compañía de otras, el cajón de mi despacho se les queda
grande.
—¿El cajón…? ¿Estás chalado?
—Estoy chalado, sí, pero por ti —murmura en mis labios antes de
morderme.
Sus dientes entran en contacto con mis labios y gimo en respuesta. Me
gusta Sebas, me gusta la capacidad que tiene de comportarse como un tío
serio y comedido y ser un jodido guarro en la intimidad.
Sus labios se acoplan a los míos y abro la boca por inercia. Me besa y le
beso, nos besamos con fiereza, estamos a tono, como siempre que nos
rozamos. Sus manos ascienden por el bajo de mi chaqueta y me alza el
sujetador, dejando que mis pechos queden desprotegidos por mi ropa
interior.
Sus besos siguen siendo arrolladores y me remuevo contra la pared
acercando mi pelvis a la suya. Gimo alto, y Sebas se separa.
—Tendrás que ser silenciosa, como el día que te devoré en casa de tus
padres o el día que te follé en el rellano de tu casa, ¿sabrás hacerlo? —
Niego—. No esperaba menos de ti.
Me vuelve a besar porque sabe que es la única forma de que me calle y
de poseerme. Mis besos son suyos, mis labios son suyos, mi cuerpo entero
es suyo y solo suyo.
Me pellizca un pezón mientras me sujeta por las nalgas y me aprieta
contra su cuerpo. Bajo las manos al notar su erección y comienzo a
desabrochar el pantalón. Los tres botones de su vaquero dan acceso a la
ropa interior. Tiene la polla gorda, dura y caliente, caliente como estoy yo
ahora mismo.
—¡Joder! —mascullo separándome de el—. Nos pueden pillar.
Sebas niega mientras baja la cabeza para morder mis pezones con
rudeza. Gimo de nuevo de puro deleite.
—No nos pillarán si te portas bien, ¿o es que no te gusta el riesgo?
Así que Sebas es de esos, de los que les gusta jugar fuerte y duro.
Bajo los pantalones complacida por el juego. Un juego peligroso. Los
calzoncillos van detrás y mi mano rodea su polla húmeda y henchida.
Sebas gime en mi boca, y yo me trago sus suspiros. La meneo entre mis
dedos con fiereza y sé que le gusta, sé que está cachondo porque la punta
de su polla está empapada de líquido preseminal. Me muero por
comérmela y devolverle el favor que me hizo en casa de mi madre.
—Otro día —me responde intuyendo mis pensamientos.
Mis pechos se sienten solos mientras Sebas baja mi pantalón. Maldito
día para no ponerme falda. Me descalzo, ayudándole en el proceso y una
de mis piernas queda fuera del pantalón. Esto es de todo menos sexi y
elegante.
En medio de un callejón oscuro, con los pantalones bajados,
tragándonos los gemidos del otro, sin florituras, con descaro, con su polla
en mi mano y mi coño en la suya. Empapada. Empapado.
—Abre las piernas —me pide. Hago caso. Me sujeta por las nalgas y me
insta a que las enrede en su cintura—. No seré suave ni seré romántico,
pero ten por seguro, Greta, que esto que estoy haciendo es amor porque me
estoy entregando a ti en cuerpo y alma, aunque no lo creas. He vuelto a
casa —me dice.
Asiento y le beso de nuevo con fuerza. Lo sé. Lo es. Lo somos.
Su polla comienza a tocarme, a moverse y extender mi humedad, a
bordear mis labios y a agasajar mi hinchado clítoris.
Me besa justo en el instante en que me penetra de una estocada, y ambos
abrimos los ojos para encontrarnos la mirada del otro, perdida en lo más
hondo de nuestro ser.
Se queda quieto, esperando, expectante, y me intento mover para que no
cese, para que se mueva con urgencia porque mi sexo palpita con el suyo
dentro.
—Un momento —me pide—, no tengas prisa, lo bueno siempre se hace
esperar y nosotros nos hemos tomado ya nuestro tiempo.
Me da igual lo que me diga.
—Muévete —le pido con urgencia—. Necesito que te muevas.
—¿Así? —me pregunta balanceándose con suavidad—. ¿O mejor así?
—cuestiona cuando mete su polla dentro de mí de golpe y porrazo.
—Como quieras —le digo echando la cabeza hacia atrás—, solo
muévete.
Sebas parece satisfecho con mi petición y lo hace, se mueve y se
balancea. Intercala embestidas rudas con empellones suaves, y yo siento
que con cada una de ellas mi clítoris cada vez más henchido roza contra su
pubis provocando una descarga sublime.
Gimo con fuerza, y Sebas me aprieta contra la pared y me besa. Es
probable que el culo se me magulle contra la piedra, pero este polvo bien
valdrá la pena.
—¡Joder! —masculla perdido en las sensaciones.
Las embestidas son cada vez más firmes y certeras, las lenguas cada vez
se enredan con más fiereza y mi sexo cada vez lo busca con más ansias.
Nos movemos acompasados, uno en busca del otro, y el otro en busca de
las sensaciones.
Percibo las sacudidas que me advierten de que mi orgasmo está cada
vez más cerca.
—Shhhh, en silencio —me pide Sebas, de nuevo averiguando mis
intenciones.
Ni afirmo ni niego, solo siento que voy a explotar, que su polla me llena
al completo y que su pubis roza con mi clítoris haciendo que las
sensaciones se intensifiquen, que crezcan y tomen una magnitud
descomunal.
Comienzo a gemir bajito, intentando hacer caso a su petición y
recordando, o intentando recordar, dónde estamos y qué sucedería si nos
pilla alguien.
El morbo de la vía pública, el sentirnos como dos prófugos que se
esconden para llevar a cabo sus más guarras fechorías, su polla hinchada
en mi interior, sus besos que me encienden, sus acometidas que me
empujan contra la pared y su mirada que me dice que esto significa tanto
para él como para mí, el cúmulo de todo que me hace estallar en un
orgasmo brutal que me roba el aliento.
Percibo, entre mis espasmos, que Sebas apoya su cabeza en mi frente
mientras bombea con mayor lentitud y sé que se ha vaciado dentro, que
esto ha sido tan devastador para él como para mí.
Y, por si os lo preguntáis, sí y mil veces sí, ha valido la pena y con
creces.
—¿Repetimos?
CAPÍTULO 55
SE MONTÓ LA GORDA

SEBAS

Paso por casa de mi hermana Lola, sin apenas haber pegado ojo en toda
la noche, y ella sonríe con altanería al ver que hago uso de su ducha y de
las prendas de repuesto que siempre guardo en el armario de su casa para
emergencias.
—¿Es esta una emergencia? —inquiere tendiéndome la taza de café.
Los ojos le burbujean de la curiosidad que siente y sé que, en el fondo,
quiere saber para saciar ese apetito, pero también sé que espera que eso
que en su imaginación ronda se haga real.
—Yo lo definiría como la gran emergencia —matizo sonriéndole.
Me acerco hasta ella con suficiencia y la sonrisa que enmarca la cara de
Lola es tan contagiosa que termina adornando la mía.
—¿Qué tal ha sido?
—Ha sido la hostia —sentencio.
—Es buena chica, me cae bien, ya sabes; es más, lo sabe todo el pueblo,
que siempre ha estado colada por ti, pero el pasado ha hecho mella en
vosotros.
—El pasado y los errores de ambos —apunto dejándome caer en una
silla, aún con el pelo mojado.
—Lo importante es que las cosas se solucionen y eso se hace hablando.
Asiento con firmeza mientras llevo la taza con esos mensajes que a mi
hermana tanto le gustan a mi boca y le doy un largo sorbo. Creo que voy a
necesitar cinco como estas para afrontar el día tan largo que me espera.
Es la semana previa a las elecciones. Se celebran el próximo domingo y
el trabajo en este momento es prácticamente contra reloj. Reuniones,
mítines, llamadas interminables de personas que apoyan la candidatura y
las visitas de los habitantes del pueblo que, aunque Cayetana se empeñe en
que debo dejar de recibirlos, ellos son los que me han puesto ahí, al frente
de la gestión del gobierno y quiero mantener mi actitud cercana con todos
los habitantes que quieran mantener una charla conmigo.
Soy el alcalde, sí, pero también soy un habitante más de este pequeño
pueblo y, si todo sale bien para ellos, saldrá bien para mí por partida doble.
—Hablamos hace días, ¿sabes? —le explico dejando a un lado el trabajo
hasta pisar de nuevo el consistorio—. Pero no lo hicimos bien, fueron
reproches suyos y míos, de los dos, y se quedó todo igual o peor de lo que
estaba. Hablé con Javier, me atreví a hacerlo porque es su hermana, pero
también es mi mejor amigo y me dijo que tenía que hacer lo correcto.
—Ese es un gran consejo. Es justamente el que me diste a mí cuando te
conté lo que pasaba en esta casa hace meses. Cuando me sentía como un
pequeño pajarillo enjaulado. Tú, mejor que nadie, Sebas, sabes lo que es
vivir en una relación que no es para ti, que el amor se haya acabado o que
nunca haya existido y creo que ya te sacrificas bastante por el pueblo
como para sacrificar también tus sentimientos, porque ambos sabemos,
Sebas, que Greta significa mucho más para ti que Cayetana y que siempre
ha sido así. Te permito corregirme si me equivoco —puntualiza mi
hermana con la vista clavada en mí.
—Lola, yo quiero que seas feliz, papá y mamá quieren que seas feliz y
da igual si es sola o si era con él. Nos da igual el resto. Nos da igual que te
hayas separado, lo que queremos es volver a verte sonreír —finalizo
omitiendo su comentario anterior y evitando que eso que mi hermana me
acaba de decir burbujee como lo hace, porque sí, tiene razón, y Greta no es
un capricho más, no es solo eso y nunca lo ha sido.
—Pues eso mismo es lo que queremos para ti, Sebas, justamente eso.
Asiento y sonrío para infundirle calma.
—¿Eres feliz? —inquiero posando mi mano sobre la suya.
—Soy muy feliz —sentencia.
Y no son sus palabras, sino su lenguaje no verbal el que me dice que es
así, que eso que mi hermana pronuncia es una verdad como un templo y, si
ella es feliz, yo soy más feliz aún.
Recorro a pie la distancia que hay desde casa de Lola hasta el
ayuntamiento. Me cruzo con varios vecinos que me saludan con cortesía y
algunos me preguntan por alguna de las medidas que hemos hecho
públicas en estas semanas, las más transgresoras y con las que ya
partíamos de la base que serían las que quizá más costase que entendiesen,
pero no me importa explicarlas una y otra vez, lo que de verdad cuenta es
que las comprendan para que puedan aceptarlas.
Llego tarde, pero ya contaba con ello. También cuento con que en mi
cara se refleja el cansancio de las últimas semanas y las pocas horas de
sueño, a pesar de ello, la sensación de haber pasado una noche increíble
llena de risas, de caricias, de mimos, de besos y de empellones me hace
sonreír de forma natural. Toco el bolsillo de mi pantalón, donde se
encuentran las últimas bragas que le he arrebatado a la chica que me roba
el sueño y la sensación de estar jugando una partida de black jack y estar
tocando con los dedos la victoria se expande por mi cuerpo. Es Greta.
Greta Bover. La chica que me roba el sueño desde hace años, la misma que
me decepcionó cuando pasó todo aquello con Cayetana y la misma que me
ha hecho entender que la decepción y los errores han sido mutuos.
Doy los buenos días a todo el equipo. Me responden, aunque evitan
mirarme directamente, lo que indica que Cayetana está de mal humor y lo
paga con la gente que la rodea.
Entro en el despacho, y allí se encuentra ella, con la libreta en la mano y
el bolígrafo en la otra, esperando como hace siempre.
—¿Acaso teníamos una reunión a primera hora y no me he acordado de
ello?
—No —niega mirándome directamente a los ojos—. Pero yo cumplo
con mi trabajo y normalmente nos reunimos a primera hora. Sin embargo,
tú hoy llegas tarde.
—He tenido que atender varios asuntos antes de venir.
—¿Un asunto que se llama Greta Bover? —inquiere con ese punto en su
voz que nada me gusta.
—Un asunto con el pueblo, con la gente para la que trabajo, ¿me
explico?
—Vamos, Sebas, no me tomes el pelo, sé que no has pasado la noche en
casa de Lola. Te fuiste y me dejaste, me dijiste que esto no iba a continuar
sin más explicaciones y ¿pretendes que me haga la tonta? ¿Acaso crees
que no sé cómo la miras? —grita perdiendo los papeles.
—Cayetana —respondo con calma, con mi tono más pausado, el que
utilizo siempre que hablo en público, intentando no perder los papeles
porque, al final, esta chica ha significado mucho para mí, y ese niño es de
la familia aun sin que yo sea su padre—, no tengo que darte explicaciones.
—Al contrario —me rebate—, es lo mínimo que me debes.
—¿Y crees que este es el mejor sitio para hablar? —le pregunto
abriendo los brazos para que sea consciente de dónde nos encontramos y
de nuestra función aquí.
—Puede que no lo sea, pero apuesto a que esta noche no vas a venir a
casa. —«A mi casa», pienso. Niego—. ¿Entonces?
—Bien. Hablemos pues; cuanto antes, mejor, ¿no?
—Sí —afirma dejando la libreta y el bolígrafo a un lado.
—Greta me ha contado lo que ha sucedido. —Decido que tomar la
palabra y poner las cartas sobre la mesa es lo mejor—. Siempre he sido
sincero contigo y siempre te he dicho que te tengo cariño, Cayetana, pero
que no estoy enamorado de ti.
Ella chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.
—¿Acaso crees que todo el mundo se casa por amor? Nos llevamos
bien, Izan te quiere como si fueses su padre, y yo te quiero, Sebas, mis
sentimientos por ti son reales. El roce hace el cariño y el cariño hace el
amor.
Ahora el que medita sus palabras soy yo. Hemos compartido mucho
tiempo juntos, muchos años de trabajar codo con codo y de pasar tiempo
fuera de aquí. Hemos educado a Izan de la mejor manera posible y, aunque
ese niño para mí significa mucho, no puedo obviar que no tengo esos
sentimientos por su madre y eso, al fin y al cabo, es un problema.
—Yo no sé si el resto del mundo se casa por amor o no o si comparte su
vida con el primero que se le ponga delante e intente hacerle feliz, pero,
sin duda alguna, eso no es lo que yo quiero, Cayetana. Izan es un niño
increíble, y lo quiero con todo mi corazón, eso no va a cambiar jamás,
pero no puedo permitir, es más, no quiero permitir que eso me condicione
para ser feliz. Seguirás trabajando como siempre ha pasado, seguiré
viendo a Izan cuando me lo permitas y cuando él quiera verme, estaré ahí
para ayudaros, pero no me pidas que sacrifique mi felicidad en pro de la
tuya porque no sería justo si lo hicieras.
—¿Y yo debo sacrificar la mía por ti? ¿Por ella?
—Ella no tiene culpa de nada.
—Tiene toda la culpa —masculla gritando con fuerza. Me incorporo,
intentando que se relaje y que baje la voz.
—Si no eres capaz de hablar con tranquilidad, dejaremos la
conversación aquí —le advierto.
Ella asiente, coloca su falda bien y su pelo y eso le permite tomarse
unos segundos antes de continuar hablando, ahora más tranquila.
—Greta fue la causante de que Izan se quedase sin padre y de que yo me
quedase sin marido.
—Eso no es cierto y lo sabes —murmuro escrutándola con la mirada,
leyendo de nuevo el lenguaje corporal.
—¿Vas a creer lo que ella te diga? ¿Es eso? —me increpa.
—Voy a creer lo que me dicta el corazón, Cayetana. Lo hice mal porque
tenía que haberla ido a buscar esa noche, haber hablado con ella de verdad.
—Omito el momento en el que acudí a su casa en un intento de poner a
Greta en su lugar y sin intención alguna de aclarar nada, solo de
reprocharle lo que había hecho con la que era su amiga y conmigo mismo,
con el chico que estaba loco por ella desde entonces—. E
independientemente de eso, y por encima de todo, no siento por ti lo
mismo que tú sientes por mí, Cayetana; por lo tanto, prefiero no continuar
con esta mentira, no es bueno para ninguno alimentar algo que no va a
llegar a ninguna parte.
—Para ti es fácil, ¿verdad? Cambias a una por otra y ya está —me
reprocha alzando de nuevo la voz.
—No —niego de nuevo con total calma—, no voy a cambiar a nadie por
nadie, Cayetana, porque la realidad es que no he sentido por ti nada más
allá del cariño y del deber ayudar, no ha habido sentimientos románticos
en ningún momento y eso creo que lo sabes. Siempre he sido sincero
contigo y sabías a lo que te atenías. No te he mentido jamás, ¿acaso puedes
tú decir lo mismo? ¿Pretendes tirar la piedra y esconder la mano?
Ella traga con fuerza, asimilando mis palabras. Lo que le he dicho es
totalmente cierto, siempre he sido sincero, Cayetana siempre ha sido
consciente de que no había nada romántico por mi parte, y es imposible
que lo haya cuando siempre he estado pensando en ella, en Greta. Siempre
la he visto, aunque no tuviese los ojos abiertos.
—Entonces…
—Entonces, Cayetana, las cosas están claras, una vez más. No podemos
continuar con nuestra relación porque no es algo real y tangible, es una
mentira, y yo no quiero vivir a medias, yo solo quiero tener la oportunidad
de ser feliz, y de que tú lo seas también.
Cayetana ahoga un gemido y me siento mal por ser yo el motivo de ello.
Me recuerda a ese día en el que llegó a casa, con las mejillas llenas de
lágrimas y perdida en su dolor, un dolor del que ella no era culpable, pero
yo tampoco.
Camina hacia la puerta cuando se recompone. Cayetana siempre ha sido
así, una tía fuerte y con agallas, que guarda el dolor y lo transforma en
fuerza para continuar adelante.
—Espero que te vaya bien —murmura con sarcasmo.
—Te deseo lo mismo —verbalizo de corazón.
Sé que ella ahora mismo no lo ve, que no entiende mis motivos porque
está cegada por el dolor y, hasta cierto punto, por el abandono. Sé que
teníamos unos planes, pero esos planes, tarde o temprano, se habrían
desmoronado como un castillo de naipes que no tiene bien su base.
Sé que es difícil, pero más difícil es vivir en una mentira siempre.
Saco las braguitas que llevo en el bolsillo y las llevo hasta mi nariz.
Cojo la llave que cierra el primer cajón, lo abro y las dejo caer dentro
mientras sonrío rememorando la cara de Greta cuando me las quedé, todas
y cada una de las veces. Recordando sus gemidos la noche anterior con
cada una de mis embestidas llenas de desesperación. «Ay, Greta, Greta,
¿qué has hecho conmigo?».
Y ahora solo pienso: ¿podré seguir ampliando mi colección?
Sí, seguro que sí.
Me dejo caer en el sillón, con la polla dura como una piedra por la
anticipación y respiro con fuerza. No es el momento, primero tengo que
trabajar.
CAPÍTULO 56
LO QUE TENGA QUE SER, SERÁ

—He perdido otras bragas y ya van tres —confieso recordando el


polvo de la noche anterior. Y los jadeos, ¡joder! Y las embestidas, ¡joder,
otra vez!
—Así que…, ¿estáis juntos? —me pregunta Noa con ese tono que hace
que te cuadres y te pongas firme.
—No tengo ni idea, no definimos nada, solo follamos —resuelvo,
siendo lo más sincera posible—. Y durmió conmigo —añado
sonrojándome un pelín por el recuerdo en sí. Abrazados. Saciados.
Respirando al unísono. Su cuerpo. Su calor. El mío.
—¿Y te quedaste sin bragas antes o después de ese polvo en el callejón?
¡Joder! No pensaba que Sebas fuese así, en el ayuntamiento es tan…
—Ya, ya —intercede Noa para evitar el alarde de expresividad del que
suele hacer galantería nuestra querida Elsa, la concejala de las pollas—.
Todas sabemos que Sebas es un tío recto y serio y profesional y todo eso,
pero cada cual en la intimidad es como es —zanja Noa.
—¿Eso quiere decir que tú también eres una guarrilla en potencia? —la
provoca Elsa con total descaro. Yo me río al escucharlas hablar de esa
manera tan natural y me siento afortunada de tenerlas a mi lado—. Ya
sabes, porque también eres una tía recta y seria y responsable —enumera
con miles de íes siguiendo el ejemplo de Noa.
—Eso quiere decir que Elsa, desde que se ha descubierto el pastel, ha
vuelto a ser ella misma —remata Noa echando balones fuera. En eso
también es una experta aquí mi amiga, la recta y responsable y
profesional…
—No os hacéis una idea de lo bien que me siento ahora que lo sabéis.
No quería ofenderte —explica mirándome con ojitos de cordero degollado
—, pero tampoco sabía bien cómo gestionar la situación y sentía que te
estaba mintiendo —añade—, a ti también, Noa, pero es su hermano —
finaliza señalándome.
—Parece mentira —le reprocho—, sabes que no tienes que pensar así,
¿cuántas cosas hemos vivido en estos años? —pregunto dirigiendo la
mirada alternativamente a ambas.
—Ya, es así —intercede Noa—, pero no deja de ser muy heavy el asunto
en cuestión. Es tu futura cuñada —se burla de Elsa.
—A ver, a ver, tanto como futura cuñada… Solo follamos —intenta
matizar Elsa, tal y como hice yo hace nada ante la pregunta de si Sebas y
yo estamos juntos, pero todas sabemos que no es tan sencillo como eso
porque le gusta Javier y lo sabe.
—¿Y dónde queda eso de «me gusta, pero no me gusta»? —Y voilà. La
he matado con una pregunta, quién lo diría.
—No te tengo mucha estima en este momento, la verdad —me responde
sonriendo. Sé que la he pillado, ella lo sabe, y Noa también, pero ni
confirma ni desmiente.
—El tiempo será el encargado de poner cada cosa en su lugar —añade
Noa—. Es así, ¿para qué darle vueltas a la cabeza si no sabemos qué va a
pasar mañana?
—Esta ha estado leyendo a Kafka o a Nietzsche, a algún filósofo de
esos. O se ha comido un diccionario porque se le ha acabado el guacamole.
Noa, obviamente, utiliza su mejor ataque y es darle un guantazo a Elsa
con el cojín, es como la evolución inteligente de algún Pokémon de esos,
que aprende a utilizar los medios a su alrededor, como los memes esos de
Facebook en los que pones con qué matarías a un zombi si solo puedes
utilizar lo que está a tu derecha, pues un cojín, cómo no.
—Creo que es mejor que dejemos a un lado el tema y nos centremos en
lo que nos atañe. Hoy es el gran día, Soledad y Carlos se van a quedar
encerrados en casa de Teresa. Que levante la mano quien quiera hacerle
unos carteles explicativos que le enseñaremos por la ventana para
exponerles el motivo de su encierro involuntario.
Ni Elsa ni yo estamos por la labor.
—A mí me odia —me defiendo tras la mirada reprobatoria de Noa.
—Y yo quiero conservar mi puesto de trabajo, cosa que no sucederá si
pierdo el apoyo de dos viejetes de nuestro pueblo —explica Elsa con
sinceridad.
—No van a dejar de votar al partido de Sebas por eso.
—No poco, ingenua. Los abuelos son rencorosos. Hazlo tú, como en el
chiste ese, ¿te lo sabes?
—No y no quiero saberlo —la increpa Noa con mala cara—. Greta…
—¿Quieres que siga viviendo en este bloque de edificios? —Noa
asiente, y Elsa también, por pura empatía y tal—. Pues entonces no puede
verme porque la habré cagado y tendré que vivir bajo un puente y lo que
menos me apetece es vivir bajo el puente del Castillo de Chinchón, que no
es que sea gigante y ahí no tengo dónde enchufar la nevera, no me cabe mi
pared de pósits y tendré que dormir cubierta de cajas de cartón para evitar
el frío porque aquí, amiga, hace frío en invierno.
—A ti te quiere —me defiende Elsa. Afirmo, obvio que afirmo, hasta
feo estaría no hacerlo.
—Sois unas ratas —nos insulta Noa.
La susodicha sale del apartamento, de mi apartamento, y se va al suyo.
—Se ha mosqueado de verdad —le digo a Elsa que mira hacia la puerta
perpleja.
—¡Bah! Eso nada, se le pasará, ¿no ves que también está enamorada? El
amor ablanda, mira a tu hermano, está loco por mis huesos.
—Voy a vomitar —la amenazo.
—Ya, ya, ya lo dejo, pero me dijo eso tan bonito…
—Deja que se entere mi madre —susurro—. Va a flipar.
—Después de las elecciones —me advierte mientras me señala con el
dedo índice.
—Chitón —mascullo antes de pasarme la cremallera por la boca.
Noa regresa y se coloca frente a nosotras. Trae un puñado de folios,
unos rotuladores de esos que utilizábamos en el instituto para subrayar lo
importante —es decir, todo—, un lápiz y una goma.
—Para tener esa pared llena de pósits y con ideas muy molonas, no
colaboras, Greta, no colaboras.
—Anda que no, fui yo la que te dijo lo de hacer algo por ellos —le
recuerdo.
—Y yo la que te dije que teníamos que encerrarlos —me rebate.
—Chitón —le digo mientras le quito los papeles y un subrayador de
color violeta—. Ahora bien, no pienso ser yo la que le enseñe estos
papeles porque estamos en proceso de tolerarnos, ella a mí más bien, y no
quiero volver para atrás.
Total, que me dedico a escribir los carteles con colores variados, por
amenizar los folios y también a dibujar caras sonrientes, corazones,
algunas flores, mariposas y un intento de mariquita que parece más bien
una cucaracha con lunares; pero, vamos, que mi función la cumplo a la
perfección y sonrío al finalizar mientras caminamos, calle abajo, hasta
casa de Teresa.
Toco en la puerta y esperamos a que la susodicha salga.
—Es la hora —le digo cual mafiosa.
Teresa asiente y nos sonríe mientras se encamina hasta casa de Soledad.
—Ya me espera, escondeos mientras la traigo. Santiago ha ido a por
Carlos, llegará después de nosotras. Como esto salga mal, soy mujer
muerta.
—Anda, y yo —finalizo para que se sienta menos sola.
Teresa sonríe y comienza a caminar hacia mi bloque de edificios, no
parece nerviosa ni nada, en cambio yo…
Mientras las tres estamos plantadas mirando la espalda de Teresa,
escucho unos carraspeos detrás.
Nos giramos con miedo, por si nos ponen una multa o por si resulta que
es la señora Soledad que sabe todo, porque es más lista que un hacha, o
Carlos, que se quiere reír en nuestras narices. No, definitivamente eso no
puede ser, porque Carlos es buena gente y reírse de los demás es pecado.
Me encuentro a mi madre y al cura detrás. Carmelo me odia, su mirada
lo dice todo, y ahora que está ahí parado frente a nosotras temo ir al
infierno, aunque el calor me encanta, pero tengo miedo, salvo que haya
hombres desnudos, con pectorales llenos de aceite, poca ropa, cuerpos
esculturales, mucha cerveza y comida guarra; ahh, y Netflix; si es así,
entonces creo que casi que prefiero ir al infierno.
—Me he enterado de todo —matiza mi madre.
—Define todo —le pide Elsa, que ya está esperando a que mi hermano
se haya ido de la lengua y ya, total, se haya liado. Yo también me cago un
poco por las patas para abajo, que no quiero ser yo la que lo recuerde, pero
anoche follé con el señor alcalde en un callejón o, lo que es lo mismo, la
vía pública. Infierno, vete preparando mi cama.
—Lo de Carlos y Soledad —finaliza mi madre, a la que se le escapa una
pequeña sonrisilla—. ¿Acaso hay algo más que deba saber? —inquiere
escrutándonos con la mirada.
—No, no, no —repetimos las tres al unísono. Ni ensayando nos habría
quedado tan bien.
—¿Eres experta en meterte en líos, muchacha? —me pregunta el cura.
—No, no, no —repito esta vez yo sola.
—Pues no lo parece.
—¿Y usted? ¿Qué hace aquí? —Entended que pregunte, una cosa es que
sea mi madre la que se plante aquí y otra muy distinta que venga con el
cura, que da la casualidad de que es el hermano de Carlos y concuño de
Soledad. ¿Se dice concuño?
—A mí me lo ha contado tu madre. Y me ha dado un discurso de lo más
esclarecedor.
—¿Y está de acuerdo con esto? —pregunto atónita y agradecida,
agradecida también porque mi madre, al final, está ayudándome mucho.
—No. No lo estoy. Pero entiendo la buena voluntad con la que lo haces.
—Carmelo hará la vista gorda con el asunto —ratifica mi madre.
—Entonces, ha venido de curioso —sentencio. Ya me extrañaba a mí
que viniese a darme la bendición. No doy una con él, madre santa.
—Básicamente —afirma contundente.
Mi amiga Noa, que ha escuchado con atención la conversación y se ha
mantenido en un segundo plano, decide adelantarse y soltar un discurso
sobre la libertad en el amor, sobre el derecho a tener una segunda
oportunidad, sobre el amor de la juventud, sobre no morir solo si se ama a
alguien y, por encima de todo, sobre la capacidad de entender que las
decisiones no tienen por qué ser estáticas, que lo mismo lo que yo quiero
tú no lo compartes, pero a mí me hace feliz. Y Carmelo se cruza de brazos
y la analiza, buscando su puesto en el infierno conmigo, y me sentiré
menos sola cuando veamos You juntas en Netflix.
—Sois unas chicas un tanto atípicas —finaliza Carmelo.
—Te dije que son todas buenas niñas y que tienen buenas intenciones.
Tú le has dedicado la vida al Señor todopoderoso, deja que ellas quieran
hacer de nuestro mundo algo mejor —intercede mi madre sonriendo
emocionada.
—Ainsss, mamá —le digo mientras me acerco y la abrazo.
Elsa también lo hace, porque ella es muy así, de impulsos, y mi madre
se queda de piedra al notar que también la envuelve entre sus brazos.
—Ya, total… —finaliza Noa sumiéndose al abrazo colectivo—. Como
vamos a ser familia y eso… —añade echándole un vistazo a Elsa.
—Calla —le pide.
—¿Pasa algo?
—No, no, no —negamos todas de nuevo, mientras reímos.
CAPÍTULO 57
CAÍSTE EN LA TRAMPA, RATÓN

Definitivamente, esto sería mucho mejor con una cerveza en la mano,


pero temo que Carmelo no lo apruebe, ahora que ha cedido para unirse a
nuestra banda de mafiosas novatas, así que lo que hacemos es básicamente
esperar a que llegue Santiago con Carlos, puesto que Teresa y Soledad ya
están dentro.
Desde fuera se las ve en la cocina. Hablan, de eso no hay duda, y Teresa,
de vez en cuando, asoma la cabecilla por la ventana porque Santiago tarda
más de lo normal.
—Como no lo consiga, voy a sufrir un infarto de miocardio.
—Te daré la extremaunción, hija, por eso no te preocupes —me
consuela Carmelo. Si tiene sentido del humor y todo.
Asiento y continúo mirando hacia la casa.
—¡Ahí vienen! —grita Noa entusiasmada—. ¿Tenéis todo preparado?
Le enseño los folios escritos y colocados por orden y un subrayador por
si hiciera falta escribir algo en última instancia, algo que no se nos haya
ocurrido.
—¿Cómo te enteraste de este asunto? —pregunto mirando hacia mi
madre.
—Tu hermano Javier me lo contó.
—¡Joder, Elsa! Es tu novio, pero tienes que cerrar el pico —la reprendo.
—¿Que es qué? —pregunta mi madre que acaba de escuchar mi
reproche.
—Muy bien, Greta, muy bien. ¿Lo de después de las elecciones no lo
escuchaste?
Mierda.
—Sí, pero tengo memoria selectiva.
—¿Quieres que cuente yo algo que mi memoria selectiva también ha
decidido olvidar?
—Ni de coña —le suelto.
—¿Alguien se va a dignar a responder a mi pregunta?
—Elsa y Javier están juntos. Greta sale con Sebas.
Noa. La hija de fruta de Noa. La que era mi amiga, porque ahora mismo
espero que vaya al infierno sola y que no haya ni guacamole ni nachos ni
Netflix ni tíos con cuerpazo esperándola. Solo calor y más calor. No
descarto un látigo.
—Madre santa —se persigna Carmelo.
—A ver —intercedo intentando mantener la calma—. Lo hablaremos
luego, ¿vale? Primero tenemos que solucionar este pequeño asuntillo —les
digo mientras señalo hacia Teresa y Santiago que están cerrando la puerta
de la casa con llave.
Todos asienten, pero mi madre no está demasiado conforme. Es como
yo. Le gusta saber las cosas cuando pasan, en este caso, cuando se entera y
más siendo algo de tanta importancia como esto. Me imagino el burbujeo
que tiene ahora mismo en la cabeza, porque su hijo parece que por fin se
ha decidido a sentar la cabeza, aunque sea temporalmente, con Elsa que,
aunque Elsa no está muy bien de lo suyo, es un amor y sabe que tiene buen
corazón. Y yo, pues lo mío es más jodido, porque las noticias oficiales son
que Sebas y Cayetana están prometidos, que se van a casar en unos meses
y que se quieren, porque lo suponen, no porque ellos vayan por ahí
gritando a los cuatro vientos nada, pero se entiende que, si hay boda, hay
amor. Lo que me habría gustado a mí celebrar la fiesta de divorcio de
Sebas, me habría pedido el papel de la estríper con final feliz. Porque
Sebas es mucho Sebas en la cama, pero eso ya lo sabéis.
—Lo hemos hecho. Están encerrados. Las ventanas con pestillo y todo,
por si acaso les da por trepar —especifica Teresa.
—Dudo que vayan a hacer eso —cuestiona Elsa.
—Se nota que no conoce a Soledad —rebate Teresa sonriendo.
—¿Qué ha pasado? Cuenta —le pido.
—No sé. Soledad estaba un poco rara cuando estábamos en casa, creo
que sospechaba que algo no iba del todo bien, porque no dejaba de
preguntarme qué sucedía, y yo de echar balones fuera sin cesar, ¿qué le iba
a decir?
—No ayudaba nada que te viese todo el rato mirando por la ventana —
la reprendo.
—Ya, pero es que este marido mío no es más lento porque no puede —le
recrimina Teresa ofuscada.
—Cojeo —le contesta él señalando su pierna—. Por lo menos, yo tengo
mal la pierna y no la cabeza, como alguien que yo me sé.
—¿Se refiere a mí? —pregunto mirando a Noa.
—No, yo diría que era una pulla dedicada a su mujer.
—Ah, vale, vale, me quedo más tranquila.
—¿Entiendes por qué me tengo que divorciar? —inquiere mirándome
con ojitos de cordero degollado.
—¡Ay, madre! —exclamo.
—Las relaciones son difíciles, Teresa, no tienes por qué pecar de
pensamiento —intercede Carmelo.
—Eso lo dice porque no se ha casado nunca —matiza Teresa.
—Amén —suelto yo y me llevo una mirada inquisitiva y reprobatoria
de Carmelo—. Perdón —me disculpo.
—El diálogo, la solución está en el diálogo —insiste Carmelo.
—Mierda, diálogo, los carteles —me pide Noa.
—Pero ¿es que hay más? —pregunta mi madre.
—Claro, vamos a echarles una mano —explica Noa, mientras sujeta los
folios, cruza la calle y se coloca delante de un seto para que se la vea
desde la ventana de la cocina.
Nos quedamos todos mirándola como si no supiésemos ninguno nada,
como si esas mismas frases no las hubiese plasmado yo y como si ellas no
me hubiesen dictado alguna, pero es la emoción, jurado.
Noa da un par de golpes en el cristal de la cocina, y Soledad y Carlos se
acercan hasta ella con mala cara; sobre todo, mi vecina, la de abajo.
No vemos a Noa, pero sé que sonríe y comienza a colocar papel tras
papel, en orden —espero—, en el cristal.
Miran en nuestra dirección, y todos nos damos la vuelta como resortes
para que no nos pillen.
—Teníamos que haber traído pelucas —le digo a Elsa—. Viviré en tu
casa cuando el casero me eche sin piedad de la mía.
—Ni de broma.
—Claro, ahora que sales con mi hermano es momento de olvidarte de tu
amiga, ¿cierto?
—Por supuesto.
—Esto lo hablaremos esta noche, todos —susurra mi madre.
—¿Nosotros también? —pregunta Teresa, a la que ya se le ha pasado el
enfado con Santiago, por lo que veo.
—No —resuelve mi madre.
—A ver cómo salimos de esta porque yo no quiero tener que decir nada
que no sé ni definir yo misma —susurro.
—Después de las elecciones —insiste Elsa, que parece que es lo único
que sabe decir.
Nos giramos una vez más y vemos a Noa, que trae el tocho de folios en
la mano y sonríe victoriosa.
—¿Qué ha pasado? —le pregunto cuando ya se ha unido al grupo.
—No tengo la menor idea, Soledad me ha hecho una peineta y me ha
gritado que me cortará el cuello. Carlos ha colocado su mano sobre la de
Soledad y ha cambiado de humor. Huelo a amor.
—Lo siento —se disculpa Santiago—, he sido yo —confiesa.
—Puagg. —Se provoca Elsa.
Me tapo la nariz. El cura se gira. Teresa insiste en que tiene que
divorciarse porque no quiere aguantar sus pedos ni su actitud, pero, en el
fondo, se ríe y, muy en el fondo, todos los que estamos allí sabemos que no
se quiere divorciar ni mucho menos, solo hay que mirarlos, eso sí, cuando
nos dejen de llorar los ojos por la peste que hay en el ambiente.
—Fabada —resuelve Noa—. Habéis comido fabada.
Y, entre risas, exclamaciones, rezos por nuestra vida y alguna que otra
lágrima; esperamos a que pase un tiempo prudencial antes de abrirles la
puerta, eso sí, lo hemos sorteado a piedra, papel o tijera porque, no lo
decimos en voz alta, pero le tenemos miedo a Soledad y a sus temibles
represalias.
CAPÍTULO 58
LA DIVORCE PLANNER Y EL SEÑOR ALCALDE

Elsa y yo evitamos a toda costa lo que mi madre tanto deseaba: una


conversación para satisfacer su curiosidad y aclarar eso que a mi amiga se
le había escapado. Hacemos todo lo que está en nuestras manos para no
quedarnos a solas con ella bajo ningún concepto, así que lo de
escabullirnos sin ser vistas es nuestra primera y mejor opción. Y lo
conseguimos, ¡qué orgullosa estoy de nosotras mismas! Ahora bien, sé que
es algo momentáneo y que se torna inevitable.
Tengo cierto temor a que le dé por presentarse en casa en un arrebato de
esos que le dan si algo escapa de su control, pero no lo hace, Javier tiene a
bien confesarme que mi madre tiene cierto temor a encontrarse con Sebas
en casa y que eso la frena. Cosa de la que me alegro porque, durante toda
esta semana, el señor alcalde y yo compartimos todas y cada una de las
noches, las compartimos sin control alguno, dejando que lo que sentimos
estando juntos tome fuerza y alimente aún más mis sentimientos hacia él.
La verdad es que, verlo ahí, tan natural y cercano, limpiando la
comisura de mis labios tras haber comido hamburguesas caseras o un bol
de palomitas tras una película que no nos dejaría huella alguna, pero que
nos encantan por lo poco profundas que son y lo amenas que resultan, hace
que mi corazón se retuerza en un triple salto mortal y doble tirabuzón, no
sé si me explico.
Tras esos momentos, sus manos y las mías acababan en el pan, no sé si
me explico de nuevo, y nos dedicamos a gemir en la boca del otro, a
robarnos besos, a humedecer las partes de nuestro cuerpo con la lengua y a
follar como posesos contra todas y cada una de las paredes de mi casa,
menos la de los pósits, que es tachada por Sebas como la pared del
ingenio.
He sonreído tanto, tanto que creo que tendré agujetas en la boca. Y
Sebas…, Sebas es todo lo que había imaginado mientras creaba un mundo
mágico, años atrás, en el que todo era perfecto, tan perfecto como lo es
ahora.
Me pone cachonda, pero eso es algo que no os sorprende. Me gusta la
manera que tiene de contestar las mil y una llamadas de trabajo que recibe
previa campaña electoral; como todas ellas, las responde con una media
sonrisa enigmática y con pura profesionalidad, y eso…, eso me moja la
entrepierna porque sé que, tras colgar, me mirará, alzará una ceja como él
suele hacer, pasará su mano por esa barba recortada y cuidada y se
acercará a mí cual lobo antes de pronunciar esas palabras que algún que
otro sonrojo me sacan: «Ven aquí, Greta, voy a hacerte gozar como nunca
nadie lo ha hecho antes». Y vaya que si lo hace, si ese fuese su lema en la
campaña electoral, ganaría por mayoría absoluta; mi clítoris y yo le
votaríamos con toda seguridad.
—¿Sabes? —La voz de Sebas me hace abrir los ojos, creo que todavía
las piernas me tiemblan y que mi respiración sigue siendo errática tras la
maratón de sexo que hemos tenido esta noche. Espero, con la mirada
puesta en él mientras sigo boca arriba y desnuda, a que continúe hablando.
Sus ojos se clavan en los míos y siento que, si esto acaba de alguna
manera, acabará conmigo por completo y no podré levantar cabeza tan
fácilmente. Eso es una certeza absoluta no una hipótesis—. Cuando supe
que ibas a convertirte en divorce planner, pensé que te habías vuelto
completamente majara. —Río por su comentario y me giro, colocando mi
pierna desnuda sobre la suya que está exactamente igual—. Pero me he
dado cuenta en esta semana que de verdad amas lo que haces —me explica
señalando la pared que tengo cubierta de amarillo—. Respondes los
correos electrónicos con propuestas personalizadas, siempre sonriendo,
aunque el que se encuentre al otro lado de la pantalla no pueda verte, pero
lo haces de forma innata, te gusta lo que haces y eso se refleja en el
resultado.
Asiento mientras le acaricio el vello del pecho con mi dedo índice. Creo
que hemos follado en ocasiones, más de las que pensaba hace unos meses
que pudiesen darse y, a pesar de eso, en ninguna de ellas hemos
compartido tanta intimidad como ahora. Es un cúmulo de cosas: el tono de
su voz, la manera de expresarlo, la naturalidad con la que lo explica, la
convicción de sus palabras… Y la infinita ternura que me dedica al
verbalizarlo.
Carraspeo para que no perciba que me emociona, porque me ve, me ve
de verdad, y yo a él.
—Me defines, pero parece que esa descripción se correspondiese con lo
que tú eres. —Sebas arquea una ceja, inquisitivo, esperando que ahora sea
yo la que le aclare mi afirmación—. Puede que no seas un alcalde al uso,
es más, recuerdo que, cuando supe que te ibas a presentar a las elecciones,
hace cuatro años, tuve ciertas dudas —confieso.
—Todos teníamos dudas, incluso yo —me dice mientras acaricia mi
mejilla sonriendo. Ahora es Sebas el que se coloca de lado y enreda mis
piernas con las suyas. Coloca el brazo bajo la cabeza y sus ojos brillan y sé
que es más que el reflejo de mi mirada en la suya. ¡Joder! Cuánto lo
quiero.
—A pesar de eso —continúo evitando que la congoja se apodere de mí y
de mi voz—. Fuiste elegido, y eres querido y respetado por el pueblo…
—Bueno —dice sonriendo con naturalidad—, no siempre y no tanto.
—La mayor parte de las veces lo eres. Está claro que no puedes
contentar a todo el mundo, es lógico, nadie lo hace, ningún político tenga
la edad que tenga o la carrera profesional más larga de la historia de los
consistorios, pero, aun con todo, la gente te respeta y, lo que es más
importante, tú respetas a las personas de este pueblo. —Sebas guarda
silencio, meditando sus palabras o simplemente asimilando lo que le he
dicho—. Por lo que te admiro, admiro lo que haces y lo que eres, admiro
cómo contestas a todas y cada una de las llamadas, cómo eres capaz de
atender al pueblo cuando quiere acercarse a ti. Eres una gran persona,
Sebas, y estamos todos orgullosos de ti —finalizo.
Sus labios se posan sobre los míos y me besa. Es un beso tierno, nada
carnal ni pasional, un beso que porta sentimientos en él y que deja entrever
lo que sentimos y no hablo solo de admiración.
—Esto solo me hace resarcirme en lo que siento —murmura sobre mis
labios.
—¿Qué sientes? —pregunto sonriendo al percibir su pulgar acariciando
mis labios.
—Que estamos hechos el uno para el otro.
Estoy aquí, a su lado, a pesar de todo lo que ha pasado, dejando atrás el
pasado y el dolor que durante tiempo sentí por su desconfianza y no quiero
pensar en qué sucederá después, cuando acaben las elecciones, cuando
todo vuelva a la normalidad, si nosotros formaremos parte de esas parejas
que pasean cogidas de la mano por el pueblo o que se sientan a plena luz
del día en un banco del parque, de los que disfrutan de un recorrido al aire
libre por el Castillo de los Condes, o los que disfrutan de la gastronomía
de la Feria Medieval, de cualquier cosa, como si fuésemos dos personas
que se quieren.
—Sebas…
—¿Sí, Greta?
—¿Crees que es tarde?
Sebas alza la vista para comprobar la hora y sonríe cuando su mirada se
encuentra de nuevo con la mía.
—Es muy tarde, pero no lo suficiente como para decirte que te quiero.
Permanezco en silencio porque esa era mi intención, la de decirle lo que
de verdad siento por él.
—Siento decirte, señor Sebastián Altamirano, que una servidora no
siente lo mismo.
—¿No?
—No, yo te odio —le digo mientras se me escapa una leve sonrisilla.
—No te preocupes, señorita Greta Bover, ódiame todo lo que quieras
porque yo seré capaz de querer por los dos.
CAPÍTULO 59
LAS DUDAS, LOS MIEDOS Y LOS GEMIDOS

—¿En serio te dijo eso? —pregunta Lola, que se ha reunido con


nosotras en la terraza del hotel rural donde, en unas horas, se celebrará la
despedida de casada de ella y de Sandra.
—Yes —respondo haciendo alarde a las respuestas afirmativas de mi
amiga Elsa.
—¡Madre mía, madre mía! Ya sabía yo que Sebas estaba loco por tus
huesos, solo que no era capaz de verlo por todo lo que tenía a su alrededor
—añade Lola, que aplaude emocionada—. Ahora seremos cuñadas.
—¡Anda, mira! Como Elsa y Greta. La familia crece —se burla Noa
mientras sonríe a Lola por su entusiasmo.
Todas reímos y miramos en dirección a la mesa en la que se encuentran
Sebas y Javier tomando una copa, imagino que poniéndose al día, porque
mi hermano lo tiene cogido por la pechera, intuyo que quiere defender mi
virgo, mi honor o algo así, porque Javier, cuando quiere, es muy burro…,
digo… muy protector.
—He estado pensando un poco en todo este asunto y me da miedo —
confieso volviendo la vista hacia mis amigas.
—¿Miedo? ¿Miedo de qué? —cuestiona Noa con un gesto de
preocupación en la cara.
—No sé, ¿qué va a pasar con ese niño? Lo ha criado él, no quiero que
me tachen en el pueblo de mala persona o de aprovechada o de cualquier
cosa de esas. Lleva muchos años con Cayetana y se iban a casar… —
finalizo apesadumbrada.
Alzo la vista cuando percibo el silencio en la mesa. Todas observan el
ceño fruncido de Sebas, incluida yo.
—Creo que será mejor que los dejemos a solas —les pide Lola al ver el
gesto de su hermano.
Asienten y me guiñan un ojo con un poco de compasión en la mirada, lo
justo para que no deje que el miedo se cuele por una rendija y que sea
capaz de decir las cosas tal y como las pienso. Elsa se aleja un poco,
encaminando los pasos hacia donde se encuentra mi hermano y toma
asiento con él, que sonríe embobado al verla llegar. Se dan un beso, y Elsa
se sienta en sus rodillas. Yo sonrío porque de verdad me alegro mucho por
ellos. Mi hermano merece a una mujer en su vida como mi amiga. Lola y
Noa, en cambio, se marchan juntas en otra dirección.
—Tus dudas son mis dudas y deberías decírmelas, si es ese el problema
—murmura Sebas justo antes de sentarse en la silla de al lado, la que,
hasta hace nada, ocupaba su hermana.
Admito que tiene razón con un triste «sí».
—No quiero cagarla, Sebas. No me gusta tener dudas o inseguridades,
pero dadas las circunstancias, dado lo que ocurrió entre nosotros, es
inevitable que sienta que todo puede suceder. No sé, ¿no has pensado en
ese niño?, ¿en lo que dirá el pueblo cuando sepa que has dejado a
Cayetana, con un niño pequeño, por mí?
Sebas chasquea la lengua y ese gesto me resulta tierno a pesar de que
carece de ese matiz.
—Claro que lo he pensado, soy el alcalde —bromea—, tiendo a pensar
en los pros y los contras de todo.
—¿Y?
—Pues que ese niño seguirá contando con mi apoyo, a pesar de no ser su
padre, el de verdad —apostilla para que lo entienda—. Y Cayetana
exactamente igual, pero en cuestiones de amor no se manda, ¿o esa lección
no la has aprendido?
—Hace años —le respondo.
—No se decide a quién se quiere y a quién no, Greta, eso es de primero
de primaria.
—En tu caso, de primero de EGB —bromeo.
—No soy tan viejo. —Sonríe.
—Tampoco eres un pipiolo —le pincho.
Sebas me tiende la mano y la cojo sin pensarlo. Me alza y me sienta
sobre sus rodillas, miro en la dirección donde se encontraban Javier y Elsa
y no los veo en su sitio.
—No sé qué pasará mañana, ni siquiera el próximo domingo en las
elecciones, no sé si estaremos juntos toda una vida o seremos instantes, no
sé nada, y tú tampoco —murmura en el hueco de mi cuello—. Solo sé que
lo que tenemos ahora es lo más bonito que he tenido nunca y que no quiero
perderlo y eso es suficiente motivo como para que luche.
—Yo también te quiero, señor alcalde —susurro entre sus brazos.
—El señor alcalde quiere que le des un beso antes de celebrar tu
primera fiesta de divorcio.
—¿Solo eso? ¡Bah! ¡Qué fácil me lo pones! —bromeo.
—Por ahora… —matiza como si le hubiese dolido mi comentario—. En
unas horas, la cosa cambiará y te pediré mucho más que un beso, Greta,
pero estoy ante una profesional y no quiero que se escandalice el público
por todas y cada una de las cosas que tengo en mente hacerte esta noche.
—¿Muchas? Terminaré exhausta.
Sebas sonríe ladino ante mi último comentario y me aprieta el culo
contra su prominente erección, demostrándome que alguien se alegra
mucho de tenerme cerca.
—Oh, sí, sí que vas a terminar exhausta, pero no por el trabajo, eso te lo
garantizo.
—¿Sabes que habrá un estríper? —musito para fastidiarlo—. Y seré la
encargada de custodiar su habitación para que ninguna pueda hacerle nada
malo —le explico sonriendo ampliamente.
—¿Debo preocuparme de su profesionalidad, señorita Bover?
—No —niego sin perder la sonrisa—. Soy la chica más profesional que
existe.
Sebas asiente justo antes de besar mis labios y acariciar mi cuerpo. Sus
manos vuelan hacia mi vestido y comienzan a ascender por la parte
interior de mis muslos. Siento una descarga eléctrica cuando su pulgar
roza mi ropa interior y lo que hay debajo de ella clama por sus atenciones.
—Pensaba robarte estas —murmura rozando el encaje de mi ropa
interior—, pero prefiero arrancártelas con la boca más tarde. No estaría
bien que la anfitriona no lleve ropa interior, los invitados pueden pensar lo
que no es. Y puede que uno de ellos en particular pierda los papeles
sabiendo que este coñito está paseándose por ahí húmedo. —Gimo cuando
sus caricias se aceleran. Sus dedos ruedan la tela y uno de ellos se entierra
dentro de mí. Escondo mi cara en su cuello y respiro agitada cuando sale y
continúa acariciándome el clítoris con precisión.
»Te daré un pequeño adelanto de lo que te espera esta noche, con la
variación de que lo que se paseará por encima de tu coño va a ser mi boca
y no mi dedo; pero, teniendo en cuenta la imaginación con la que cuentas
—me dice—, estoy seguro de que ahora mismo sientes que esto no es mi
dedo, sino mi polla dura y que esto —dice prodigando atenciones rápidas y
certeras sobre mi clítoris— no es mi dedo, es mi lengua.
Comienzo a gemir en alto mientras me restriego contra su erección. Si
alguien saliese a esta terraza, sabría exactamente lo que estamos haciendo,
de eso no tengo ninguna duda.
—Ahora, Greta, vas a besarme y vas a correrte, y me tragaré tus
gemidos para que nadie los escuche, para que sean solo míos, porque
siempre, siempre, has sido solo mía —finaliza contundente.
Y, sí, no cabe duda de que sus dedos en mi cabeza se sustituyen por su
polla. Que su pulgar no acaricia mi clítoris, lo hace su lengua, y que ese
gemido que acaba de acallar con sus labios no es sino el primero de
muchos. Porque sí, soy suya y siempre lo he sido, solo que he tardado
muchos años en darme cuenta.
CAPÍTULO 60
UNA DESPEDIDA DE CASADA

Dejo a un lado los pensamientos negativos que volaban y volaban por


mi cabeza hasta justo antes de que Sebas me pillase dándole voz y espero
que no voto. Dejo eso a un lado, porque, ¿de qué me vale preocuparme
ahora por todo ese asunto? Sería un quebradero de cabeza en un momento
en el que no es necesario tenerlo, supongo que es mejor dejar que las cosas
sucedan antes de empezar a tomar una medida contra ellas. Sin embargo, a
pesar de ello, sé que ese miedo sigue estando ahí porque no quiero que
nadie me encasille o me tache de lo que no soy, pero lo que siento por
Sebas y lo que él siente por mí me es suficiente para evitar darle más
vueltas al asunto.
Recibo a Sandra en la entrada del hotel poco más de una hora antes de
que se vaya a servir el desayuno.
—Lo siento —murmura profesándome una disculpa—. He tenido
problemas con una despedida de soltera y ha sido horrible. Nos han
servido una bebida por la que no habíamos pagado y, como comprenderás,
no puedo dejar a mi clienta insatisfecha. Mi ayudante no ha sabido
solucionarlo y me ha tocado trabajar esta noche porque ya no me fiaba de
nada de lo que pudiese suceder. Mi idea era llegar descansada, pero creo
que vengo de amanecida —me confiesa señalando las ojeras que a duras
penas se esconden bajo su corrector.
—Por eso no te preocupes —le respondo sonriente—. Primero, Lola y tú
tomaréis un desayuno en vuestra habitación, en la terraza, para ser más
precisa y en un rato pasará a recogeros alguien del personal del hotel para
llevaros a una zona reservada donde os darán un masaje lleno de aceites,
aromas y música relajante. Todo muy zen, como podrás comprobar. Tras
eso, os harán la manicura y la pedicura, y os maquillarán y peinarán para
poneros más guapas de lo que ya sois.
Sandra sonríe obnubilada ante el plan que le acabo de plantear. Le
entrego la llave de su habitación, le indico la planta y el número y la
acompaño como una buena anfitriona. Me da un abrazo antes de meterse
dentro y cerrar.
—¡Bien! —grito dando pequeños botes. Estoy contenta porque parece
que todo va saliendo según lo previsto.
Punto para la divorce planner.
Las invitadas comienzan a llegar al hotel. Unas más puntuales que otras,
pero todas con ganas de pasárselo bien, los gritos eufóricos que dan
cuando se encuentran con amigas a las que hacía tiempo que no veían me
dan todos los datos que necesito.
También comienza a llegar el resto de personas que amenizarán las
actividades: el DJ, la chica encargada de hacer el tapersex y el personal
que ayudará en el cáterin. El estríper se dejará ver mucho más tarde, a
pesar de que le haya dicho a Sebas que seré yo la que monte guardia frente
a su puerta, pequeñas mentirijillas de nada.
El murmullo alrededor de la piscina empieza a caldear el ambiente.
Habíamos pensado en ponernos el traje de novia todas, pero no sería justo
teniendo en cuenta que es el día de ellas, no el de las demás, y que ellas
son las que pagan también. Pero esta noche haremos algo juntas con el
traje puesto, se lo he prometido a Lola antes de venir.
Sonrío mientras me percato de que todas y cada una de las personas
cumplan su función porque, tras lo que me dijo Sandra del percance que
hubo en su despedida de soltera, no quiero confiarme y meter la pata hasta
el fondo, esto, al fin y al cabo, es trabajo, aunque sea un trabajo muy
divertido.
La cara de las chicas refleja sorpresa cuando entran Sebas y Javier en
escena.
—No somos estríperes, somos invitados de Lola, una de las chicas que
celebra hoy su divorcio —se atreve a decir mi hermano a modo de
justificación.
Imagino que las miradas lobunas le daban una pista de que, o aclaraban
las cosas, o tendrían que empezar a quitarse la ropa y las manos de todas
ellas de encima. Pobre estríper, le espera una buena.
Sebas me guiña un ojo al pasar por mi lado, y yo le sonrío tontorrona.
—Cualquiera diría que estás coladita por el chico ese —finaliza Noa,
que se acaba de colocar a mi lado y le da un largo trago a su bebida.
—Cualquiera que tuviese ojos en la cara se daría cuenta —añado.
—Ya, por eso nosotras te dejábamos hablar y hablar todas y cada una de
las veces que decías que Sebas era un tipo odioso, que no te caía bien y
que no te gustaba ni una pizca. Mentira tras mentira.
—Nuestro pasado, durante un tiempo, ha estado llena de ellas.
Noa asiente mientras me da un pequeño abrazo.
—Disfruta de tu debut, amiga, confiamos todas en ti. Yo la que más, por
supuesto.
Me giro de nuevo y veo a Sebas y a Javier apostados en la barbacoa.
Está apagada porque no es hora de comer, pero creo que estar allí les da
cierto espacio y también porque tienen los pinchos por si temen por su
seguridad sexual o algo de eso.
—Tu hermano está cañón —me dice Elsa al colocarse a mi lado—. Le
haría un traje de saliva ahora mismo, es más, se lo haré en cuanto pueda.
¿Has visto cómo lo miran? A Sebas también, no te creas, no tardarán
mucho en acercarse esas fieras a ellos, y me pondré celosa, celosa y
guarrona porque me pone perra que tu hermano flirtee, pero que sea a mí a
quien se folla.
—Elsa, cariño, ¿has estado bebiendo?
—No me llaman la concejala de las pollas porque me dedique a hacer
repostería creativa con forma de falo. No, mi niña, es porque con las
manos hago más que eso y ya no te cuento con la boc…
—Para —la corto—. Es mi hermano, eres mi amiga y eso es exceso de
información o información innecesaria, como prefiera la concejala de las
pollas definirlo.
—Aburrida. Voy a buscar algo de beber y miraré desde las sombras
cómo intentan cazar a mi ejemplar.
Mi amiga se marcha como si todo eso que me acaba de contar fuese
igual de relevante que la lista de la compra o las películas que tiene
previstas ver este fin de semana. Es muy espontánea y la quieres o no, pero
yo, por suerte, la adoro, y ese que la sigue con la mirada, no me cabe la
menor duda de que también.
Miro el reloj y sé que Lola y Sandra están a punto de llegar, porque
tengo todo perfectamente cronometrado. Dejo la agenda con la
planificación y voy tachando de ella las cosas que se dan por finalizadas y
anoto si ha salido bien o no, lo que puedo mejorar y las posibles ideas que
se me ocurren para el futuro. También les he dejado a todas las invitadas
una carta en sus habitaciones acompañada de un bolígrafo con mi nombre
—ya, ya, publicidad subliminal a tope de power— y en ese sobre les pido
que me digan su opinión sincera sobre la fiesta, sobre las actividades,
sobre las cosas que le han gustado, las que no, lo que han echado en falta y
las actividades que ellas habrían propuesto, algo que me dé una pista de
cómo hacerlo mejor, porque, al final, si deseo que mi negocio prospere
tengo que trabajar en él, día a día, esto es solo una prueba de fuego para
todo lo lejos que espero llegar, y estoy segura de que todas y cada una de
las críticas me servirán de algo.
Sandra y Lola hacen acto de presencia un rato después, vestidas con sus
trajes y preciosas como ellas solas. Entran de la mano y se abrazan
mientras todas aplaudimos.
Carraspeo con fuerza, conteniendo la emoción por todo lo que sé que
ellas se merecen y por haber conseguido hacer realidad mi sueño.
—Señoras, señoritas, caballeros —digo añadiendo a mi hermano y a mi
novio, que están atentos a la llegada—, las nuevas solteras; Lola y Sandra.
Todas las chicas comienzan a aplaudir sonriendo al verlas llegar así.
Ellas se pavonean con sus vestidos y bailan al son de la música. Nunca
había visto a Lola sonreír tanto.
Bajan los escalones que las separan de nosotras y comienzan a repartir
abrazos por doquier a todas las invitadas, algunas son comunes y otras no,
pero ellas educadamente agradecen su presencia.
Hago un breve gesto al personal para que comience a traer los pequeños
entrantes que hemos ido preparando y para que enciendan la barbacoa y
sitúen cerca de los chicos la nevera que contiene la carne que ellos tan
amablemente se han ofrecido a cocinar. Recuerdo que Sebas lo definió
como su medio de escape y lo entiendo, rodeados de mujeres, cuando para
ellos —y un poco para nosotras también— las mujeres juntas somos peor
que el demonio. Es la realidad.
Según mi planning, las actividades se van a ir intercalando unas y otras,
nada de todas de golpe porque la fiesta se acabaría pronto. El DJ sí que va
a estar todo el día con nosotras, hasta que se dé por concluida la fiesta.
Comienzo a pasar por los distintos grupos, saludando y comprobando
que todo está como ellas desean y me siento cada vez más satisfecha.
Veo a Lola, con un grupo de amigas, sonriendo, aplaudiendo y
gesticulando mucho. Sin duda, se lo está pasando bien y eso es lo
importante. Los gritos que da Sandra me indican que es exactamente igual.
Me acerco hasta donde se encuentran Noa, Elsa, Javier y Sebas que se
han reunido en torno a la barbacoa.
—¿Estáis huyendo todos de las chicas?
—Tememos por nuestra vida —me dice Javier—. No dejan de mirarme
como si quisieran comerse mi cuerpo.
—Aquí la única que te va a comer algo soy yo —aclara Elsa.
Javier sonríe satisfecho, y Noa se provoca arcadas. Sebas, en cambio, se
ríe y me contagia su gesto.
—¿Tú también temes por tu vida? —le pregunto chocando mi hombro
contra el suyo.
—Para nada, sé que no se van a acercar a mí.
—¿En serio? ¿Y cómo es que lo tienes tan claro?
—Porque yo tengo dueña, y ellas lo saben.
—Imposible —le digo boquiabierta.
Sebas asiente mientras me sujeta por la cintura y me besa con fuerza.
Las chicas comienzan a aplaudir al darse cuenta de lo teatrero que es el
beso, echando mi cuerpo hacia atrás al más puro estilo Hollywood.
—¿Ves? Ahora todas saben que tengo dueña —susurra en mis labios. Yo
asiento embobada.
—¿Quieres que te cuente un secreto? —le pregunto cuando me
recompongo.
—Claro, soy el mejor guardándolos —murmura lleno de convicción.
—Nadie sabe que no llevo bragas.
Saco la fina tela de encaje del bolsillo de mi pantalón, la sujeto entre
mis dedos y se la guardo en el bolsillo trasero de su vaquero mientras me
alejo de él con picardía.
—Ya te pillaré —me grita.
—Esa es la idea, si no fuese así, no sería tan divertido —le respondo
mientras regreso y me adentro en los grupos.
CAPÍTULO 61
¿NOA?

El resto de la velada discurre según lo previsto. Todas las actividades


son geniales y me alegro mucho de haber contado con la chica que realiza
la actividad del tapersex. Tuve que verme con varias antes de elegir,
porque soy nueva en este sector y, aunque Sandra creyese el día que nos
estábamos probando los vestidos de novia por última vez que yo tenía
contactos en este mundillo, la realidad no podría ser más diferente. Pero
ahora la cosa comienza a ser diferente, por suerte.
Las risas son la melodía que acompaña la jornada y los gritos cuando
comienzan a explicar y a explicar los distintos tipos de juguetes sexuales.
La chica pregunta en ocasiones si saben para qué sirven, y Elsa, haciendo
alarde de su amplio conocimiento de la materia, termina subiendo con ella
al escenario para aportar el punto de vista de la que lo ha probado en sus
propias carnes, algo así como lo que inspira en la vida real cada cosita de
esas.
Si no fuese porque el arsenal de Elsa ya estaba usado, la habría
contratado a ella.
Ese es el momento en el que les hago entrega de su regalo de bienvenida
al mundo de la soltería; creo que nos reímos mucho cuando les dije que
ese marido no molestaba, no se quejaba y no ensuciaba calzoncillos. Y,
vaya, allí hubo tantos asentimientos de golpe que pensé que iban a
coronarme como su nueva gobernanta. Que yo no me he casado, pero
tengo padre y hermano y sé de lo que mi madre se queja.
La parte del estríper confieso que se nos fue un poco —bastante— de
las manos y temí por la vida del chiquito. Era guapo, pero guapo a rabiar y
tenía pollón, aunque fuese de esos que se la estrangulan para subir al
escenario, pero eso era secundario en ese momento, estábamos todas
desatadas. Completamente desatadas, si quiero ser específica. Sandra no
iba a ser menos. Había gritos y hasta Javier le pidió en alguna ocasión que
enseñase la manguera, su disfraz de bombero lo decía todo, y yo me
avergonzaba durante unos segundos porque sabía que Sebas me miraba
cuestionando que esa loca que estaba gritando con el resto del grupo, y que
no sabía mantener la compostura, era su novia y la organizadora de la
fiesta y no una divorciada, soltera o casada más. ¡Qué nos gusta una polla,
señoras y señores!
En fin, que lo de ponernos coloradas no dio a lugar ese día, tampoco lo
de formar grupos reducidos, parecíamos una piña y ahora la idea de
celebrar una despedida de casada conjunta me parecía una idea cojonuda,
aunque mis beneficios no fuesen tan altos como esperaba.
—Debo confesar que no esperaba que esta fiesta fuese tan divertida —
me confiesa Sandra, acercándose a mí con su vaporoso vestido de novia—.
Pero ha sido mejor de lo que me imaginaba.
Asiento agradeciendo de corazón sus palabras porque me reconfortan.
—He contado con un gran equipo y con vosotras, que lo habéis hecho
genial, todas las chicas han colaborado tanto que ha resultado abrumador.
Sandra choca su copa contra la mía y le da un largo sorbo antes de
continuar hablando.
—Lo que te dije en Madrid iba en serio, Greta, creo que allí tendrías
mucho más futuro que aquí. No quiero decir que en el pueblo no lo
consigas porque, por suerte, la ubicación no es mala y te puedes mover con
facilidad, pero sabes tan bien como yo que allí estarías en el centro y que
la gente podría visitarte en tu propio despacho. Te dije que hablaríamos
después de celebrar la fiesta, porque era lógico que viese los resultados, y
mi oferta sigue estando en pie. Seríamos un gran equipo juntas, aunando
fuerzas, una para las bodas y otra para los divorcios.
—Yo…
—Ya. Me vas a decir que tu vida está en Chinchón —me corta antes de
dejarme decirlo—. He visto al hermano de Lola —me dice mientras lo
señala. Sebas no nos mira, está concentrado en algo que le está contando
mi hermano—. Solo piénsalo. Porque, ya sabes, las oportunidades no
suelen presentarse dos veces.
De nuevo, me limito a confirmar sus palabras con un leve cabeceo y sé
que tiene razón, pero que la tenga no quiere decir que sea lo que yo
necesito.
Las oportunidades laborales no se suelen presentar dos veces; pero, lo
que tenemos Sebas y yo ahora mismo, tampoco.
Nos ha costado mucho llegar al punto en el que nos encontramos, a
tener el valor suficiente para afrontar la situación y hasta eso lo hicimos
mal, porque nos dedicamos a recriminarnos el haberlo hecho de forma
errónea y no entender que la culpa estaba ahí y era de todos, de los dos,
principalmente. Lo de la foto de Cayetana fue secundario, pero eso no
quiere decir que no me haya sentado mal y me haya dolido, porque fue una
traición en toda regla, pero lo que de verdad me dolió fue la desconfianza
que hubo desde el primer momento por su parte, aun así, ahora sé que las
cosas no serán como fueron porque ya no somos aquellos chicos que
éramos, hemos cambiado porque todo lo que ha sucedido nos ha cambiado
y el paso del tiempo también lo ha hecho.
Antes de irse, Sandra desliza su tarjeta en el bolsillo de mi camisa de
vestir y se marcha tras darme de nuevo la enhorabuena por la fiesta.
Me adentro en el hotel porque necesito un momento de tranquilidad
para recomponerme por lo que ha sucedido. Porque sé que no debo darles
vueltas a las cosas y disfrutar sencillamente del momento, pero no deja de
ser una oportunidad y de darme pie a crecer en esto.
Cuando me despidieron pensaba que las cosas serían más sencillas, no
sé, que empezar no costaría tanto y que la vida del autónomo, al
gestionarla por ti misma, sería de otra manera, pero la realidad es que no
es tan fácil. No tienes horarios porque necesitas trabajar para poder comer
y tampoco te esperan los clientes por fuera de la puerta y, aunque en mi
bandeja de entrada cuento con unos correos que me indican que en breve
esta será la tónica de mi día a día y que tendré que organizar más
divorcios, el temor a que esto sea temporal y que no salga del todo bien
sigue ahí. Igualmente, insisto en que las cosas hay que solucionarlas
conforme llegan y, si ellas confían en mí, yo también debo confiar en mis
aptitudes y capacidades.
Doy pequeños pasos hasta una de las habitaciones con la intención de
recomponerme. Escucho voces, pero el barullo de fuera es incesante y
hasta aquí dentro escucho los gritos, ya descontrolados por la ingesta de
alcohol, canturreando con bastante poco estilo una de las canciones de
moda. Sonrío porque esa seré yo dentro de un rato también.
Empujo la puerta y me quedo boquiabierta. Me siento como una intrusa
al ver a Noa besando a Lola. O Lola besando a Noa. No parece uno de esos
besos robados, tampoco parece uno de esos primeros besos que tienen un
tinte de torpeza al no saber bien cómo acomodarte a los labios de la otra
persona, parece un beso lleno de necesidad y de amor.
Ambas rompen el beso sin saber que yo sigo allí plantada, frente a ellas,
observando como el que ve una película a cámara lenta y digiere el final
que sucede tras un giro argumental que no te veías venir. Exactamente así.
Lola es la primera en percibir mi presencia y me mira con vergüenza.
Noa sigue su mirada y distingo cierto alivio en sus ojos, como si por fin
hubiese sucedido el milagro y ya no necesitase esconderse tras las
sombras. Me siento como Mecano cantando Mujer contra mujer.
—Os dejo solas.
Lola pasa por mi lado y deposita un tierno beso en mi mejilla. Sigo
parada en el mismo sitio sin poder gesticular, mucho menos hablar.
Noa se acerca hasta mí y me coge de la mano, sonriendo con empatía,
sabiendo exactamente cómo de desconcertada me siento, imagino que ella
debió de sentirse así y lo ocultó. Ahora mismo la empatía hace acto de
presencia y la siento por ella.
La envuelvo entre mis brazos porque seguramente se ha sentido sola,
muy sola, en lo que ella llamaba una crisis existencial.
—Lo siento —le digo entre sus brazos.
Ella, sin soltarme —al contrario, apretándome mucho más contra su
cuerpo—, murmura un:
—Lo que me faltaba.
Me deja sentada en el sofá de la pequeña habitación y sale. Me siento
desconcertada, mucho, pero ese pequeño respiro de soledad es tan
necesario ahora mismo que me hace replantearme todo en lo que creo.
CAPÍTULO 62
MÁS NOSOTRAS QUE NUNCA

Las tres hemos pasado por momentos duros, las tres nos hemos
apoyado cuando nos hemos hecho falta y las tres hemos estado presentes
sin siquiera estarlo. También hemos sabido respetar los silencios cuando
ha sido necesario y decir las verdades a la cara cuando han resultado
precisas, pero, por encima de todo, nos respetamos dentro de nuestra
amistad. Es uno de nuestros pilares fundamentales y seguirá siendo así
pase lo que pase.
Enfoco la vista de nuevo en la puerta cuando Noa entra seguida de Elsa.
Mi amiga se percata de mi gesto, porque se sitúa a mi lado, mientras Noa
se sienta en la mesa que hay enfrente. Esta bien que podría ser una de
nuestras típicas escenas de una noche cualquiera en casa, cambiando la
decoración tan escrupulosamente seleccionada y de diseño de este espacio
por nuestros muebles baratos de Ikea.
—Tenemos que hablar.
Noa rompe el silencio tras un cruce de miradas entre ella y yo.
—Greta parece haber visto un fantasma.
Noa sonríe cómplice, porque el símil le resulta bastante acertado, pero
no, no lo es, es sorpresa, sí; pero también emoción porque por fin sé que
Noa está encontrando su lugar, ese que sé que tanto anhela.
—Tanto como un fantasma no, pero nos ha visto… —Noa hace una
pausa mientras toma aliento y se anima a continuar—. Ha visto un beso.
—¿Un beso con la muerte? —bromea Elsa, que no tiene idea de nada.
—Un beso entre Lola y yo —se apresura a esclarecer Noa.
La miro fijamente mientras desvía la vista hacia la ventana. Desde el
visillo se ve al grupo, las que aún quedan en la pista de baile, haciendo los
coros de La vida es un carnaval y que no se han retirado a sus
habitaciones, girando sobre sí mismas, bailando en pareja o haciendo
pequeños corros donde una está dentro haciendo algún paso de baile y las
demás la imitan. Se lo están pasando bien, realmente bien.
—¿Un beso? —inquiere Elsa, que a pesar de estar un poco
desconcertada quiere resolver las dudas.
—Estoy enamorada de Lola —finaliza para que entendamos el motivo
de todo—. Creo que la quiero desde el mismo momento en el que me
crucé con ella, la quiero pese a lo que digan de nosotras, pese a que nos
tachen de bolleras o de lo que quiera que nos tachen y no me importa si
vosotras dos hacéis exactamente lo mismo, porque eso no hará que mis
sentimientos por ella cambien, porque el amor no se elige, te encuentra, y
yo lo he encontrado con ella.
Permanecemos en silencio, las tres, tras sus palabras. Ahora todo
encaja, sus dudas, sus parcas palabras sobre el tema, las miradas
cómplices que se profesaban ambas y que creíamos que hacían alusión a
una bonita amistad, la cercanía, las conversaciones en susurros, la crisis
existencial y la manera en la que Noa siempre me decía que, llegado el
momento, lo diría a sabiendas de que había alguien especial, pero con el
miedo a decirlo abiertamente y crear una hecatombe, porque entiendo que
para ella debe de ser muy jodido verse en ese lugar, en su posición, con los
prejuicios que, por desgracia, existen en la sociedad y los miedos a ser
tachada de algo, exactamente, mis miedos; pero ella es más valiente que
yo, lo es y siempre lo ha sido.
—Yo… —Elsa no finaliza lo que quiera que vaya a decir, ella, a la que
las palabras le sobran.
—Lo siento mucho —insisto y repito—. Siento mucho no haber podido
estar a tu lado cuando me necesitabas, cuando querías hablar de ello y no
sabías cómo hacerlo y siento mucho que hayas tenido miedo a contarlo.
Estoy aquí y me da exactamente igual contra quién tengamos que pelear,
pero yo, por ti, pelearé con quien haga falta y no dejaré que nadie te tache
de ninguna cosa. Porque eres mi amiga y te quiero y solo quiero que seas
feliz, y Lola, Lola no podría haber encontrado a nadie con el corazón más
grande que el tuyo.
La ternura inunda su mirada y me contagia de ella. Nuestras manos se
entrelazan.
—Quiero dejar de esconderme —finaliza dando voz a esos miedos de
los que os hablo—. Quiero poder ser libre, libre por derecho y elección, y
que nadie tenga poder sobre nosotras.
—Nadie os va a hacer daño —insisto.
Miro a Elsa, que sigue callada. Se levanta y sale de la sala, y Noa y yo
nos quedamos allí. No ha dicho nada al respecto, hemos sido Noa y yo la
que hemos hablado en todo el momento y sé que se siente confusa y que
Elsa es una chica de impulsos.
—Tranquila.
—Le doy asco —finaliza Noa dándole voz a sus pensamientos.
—No, eso no es cierto. Está…, pues está como yo ahora mismo. No sé.
Entiendo tu miedo, pero… ¿con nosotras?
—¿Cómo esperas que os diga algo si ni siquiera sabía lo que yo sentía?
Yo sabía que algo fuerte sentía por ella, pero no he sido capaz de
reconocerlo hasta hoy. Hasta ahora que he abierto los putos ojos porque no
soportaba que Lola estuviese abrazada a Sandra, solo quería que fuese a mí
a la que abrazara. Soy una enferma.
Me río al escuchar sus palabras.
—No me estoy burlando —me apresuro a añadir—, pero es que me hace
gracia. No es una enfermedad, son celos, y los tienes porque no has sido
capaz de darle voz a tus sentimientos y eso también es normal.
Elsa regresa y deja los vestidos de novia encima de un sofá y vuelve a
salir de allí a toda leche y sin mediar palabra.
—Ella sí que se está volviendo loca —bromea Noa para restarle
importancia a lo que ahora mismo debe de sentir—. Yo…, yo nunca he
sido celosa, al contrario, soy una tía con cabeza, de las que meditan todo y
no pensé que jamás esto pudiese sucederme a mí. Los tíos con los que
salía no me llenaban, no sé, siempre había algo que me echaba para atrás,
les faltaba algo y ese algo lo tiene Lola.
—¿Y ella?
—Ella está tan confusa como yo, pero tiene más valor, ¿te puedes creer
que fue ella la que me dijo que si pensaba besarla ya? ¡Ella! Y me quedé
de piedra, quieta, como una estatua y tuvo las agallas de sujetar mi cara
entre sus manos y besarme y todo lo que había probado antes; todos los
labios, los besos, las lenguas, la desesperación se quedaron en nada
comparado al roce de sus labios y al cariño de sus besos. Entonces supe
que mi crisis existencial era real, que ese miedo lo sentía de verdad, pero
porque no tenía agallas para admitir lo que siento, lo que de verdad me
quema por dentro. Estoy enamorada de Lola, Greta, y créeme si te digo
que no he tenido nada tan claro en toda mi vida.
Le aprieto la mano en un gesto involuntario, lleno de apoyo y de cariño.
Elsa entra de nuevo en la habitación, seguida de Lola, Sebas y Javier.
Nadie sabe nada, porque las caras de circunstancias de todos así lo
demuestran. Noa y yo nos quedamos a la expectativa, sin saber qué va a
suceder y tememos que monte alguna escena.
—No os voy a decir que toméis asiento, porque es una estupidez cuando
apenas hay sitio en la habitación —explica Elsa—, pero creo que
deberíamos hablar de todo, de lo que somos juntos, de lo que hemos
conseguido, de adónde hemos llegado unidos y de lo mucho que nos
queremos. Empezaré yo, ¿vale? Concededme ese deseo. —Elsa toma aire
y nos mira a todos con el gesto en paz.
»Estoy enamorada de Javier. Creo que estoy enamorada de él desde hace
mucho, desde la primera vez que te cruzaste en mi camino y usaste esa
expresión tan fea de: «¿Acaso tengo monos en la cara?», ya apuntabas
maneras y eras puro romanticismo, pero yo tampoco era mucho mejor, la
verdad; aun así, me hiciste reír y creo que por eso me conquistaste. No he
querido decir nada abiertamente porque el miedo me puede, porque no sé
bien cómo enfrentarme a esto y puede que la cague muchas veces, pero
haré lo que esté en mi mano para que suceda lo menos posible.
—Ven aquí, morena, porque, si piensas que voy a dejarte escapar, estás
muy, pero que muy equivocada.
Sonreímos al escuchar sus palabras, y yo me emociono muchísimo
porque esos que están ahí, besándose como si nunca antes lo hubiesen
hecho, son mi hermano y mi amiga.
Me pongo de pie y me acerco a Sebas.
—Nuestro pasado está lleno de errores, de meteduras de pata, de
confusiones y de decisiones que son de todo menos acertadas, pero no
importa, porque a veces hay que pasar por muchas tormentas antes de
encontrar tierra y eso es lo que hemos hecho. Te quiero, Sebastián
Altamirano.
—Para ser el señor alcalde, la señorita Greta me deja sin palabras —
bromea mientras entierra su cara en mi cuello—. Te quiero, Greta Bover, y
espero seguir robándote braguitas toda la vida —murmura.
—¿Qué has dicho? —inquiere mi hermano separándose de Elsa con el
ceño fruncido. Creo que ha envejecido veinte años del golpe.
—Nada, nada —se apresura a decir antes de plantarme un beso de
nuevo.
Mientras nos abrazamos, dejando un espacio más que merecido a Lola y
a Noa, nos quedamos en silencio.
Escucho a Noa carraspear antes de tomar la palabra.
—Cuando sales de tu lugar de confort, la sensación que te abarca es
inmensa. Siempre has hecho lo que se espera de ti, lo correcto y lo lógico,
pero llega el día en el que te cruzas casi que por casualidad con una
persona que te llena de ternura, de bonitas palabras, con la que cruzas una
mirada y ya sabes todo lo que tiene que decirte y que sus brazos muchas
veces te sirven de refugio y sientes que eso que sucede se escapa de tu
control. Luego entiendes que el control no existe porque no quieres que
tome el poder nunca más y que tu meta es que esa persona sea feliz y a ser
posible contigo, y esa persona eres tú, Lola. Me gusta el sonido de tu voz,
las pausas antes de hablar, cómo crees en la bondad de las personas, lo
valiente que eres y lo mágicos que son tus besos. Y te quiero, te quiero de
verdad —finaliza.
Puedo ver la sonrisa en la cara de Elsa, la complicidad de su mirada. La
sorpresa en el gesto de mi hermano, que aún digiere sus palabras porque
no se lo esperaba, y puedo sentir el frío en mi espalda cuando Sebas da un
paso y se acerca a Lola que esta justo al lado de Noa. Contengo la
respiración, es lo único que contengo porque mis lágrimas se empeñan en
salir sin pedir permiso alguno.
—¿Lola?
—La quiero más que a nada y mi lugar en el mundo está donde ella esté,
Sebas. —Lola le tiende la mano y coge a Noa, mientras tenues caricias se
dispersan por sus pieles—. Quiero a Noa y tengo la inmensa suerte de que
ella me quiere a mí —finaliza—. Esta vez sí va a salir bien porque esta
vez el sentimiento es real.
Mis lágrimas descienden con más fuerza cuando veo que Sebas abraza a
Lola, pero también a Noa.
—Bienvenida a la familia, Noa.
Me acerco hasta ellos y me sumo a su abrazo. Siento a Elsa tras de mí, y
a mi hermano completando la unión y ahora más que nunca sé que todo
eso que fuimos en el pasado, cuando apenas comenzábamos a conocernos,
ha tomado forma y lugar, y estamos todos donde debemos, el propio
destino se ha encargado de ello.
—No quiero que sigamos llorando, es hora de ponernos nuestros
vestidos de novia y darnos un chapuzón en la piscina. Es hora de que
celebremos que somos una gran familia.
Y hacemos caso a Elsa, juntos, de la mano; nosotras con nuestros
vestidos de novia, mi hermano y Sebas con lo que llevan puesto, nos
lanzamos a la piscina. Húmedos, sonrientes, con el rímel corrido y con
algo de alcohol en el cuerpo, sabemos que lo hemos hecho bien, que
hemos llegado a este punto a pesar de haber tenido que sufrir alguna crisis
existencial, pero ¿quién dijo que la vida fuese fácil? ¿Y el amor?
CAPÍTULO 63
VUELTA A LA REALIDAD

¡Soy feliz! No, no, ¡soy inmensamente feliz! Todo ha salido a pedir de
boca y las chicas, tanto Lola como Sandra y, por supuesto, las invitadas
solo han tenido palabras bonitas hacia mi trabajo y mi esfuerzo.
Después de regresar del hotel rural, cada mochuelo se fue a su casa o a
la casa de quien prefiriese cada uno, la verdad es que, en mi burbuja
personal, me da igual lo que hagan mientras sean felices. Sí, sin duda
alguna estoy en modo happy.
Sebas y yo subimos las escaleras, de la mano, seguidos de Noa y Lola,
que siguen ocultando las muestras de cariño por el qué dirán, pero todo
tiene su tiempo y su momento, y sé que ellas encontrarán el suyo más
pronto que tarde.
Un pequeño paño lleno de cuadrados de colores al pie de mi felpudo
envuelve un detalle y sé bien de quién es. Miro hacia la puerta de Noa y
encuentro otro igual, salvo por el color de sus cuadros.
—Soledad —musito mirando a Noa. Ella asiente y sonríe, iluminando
su gesto.
—Después de todo, creo que se le ha pasado el enfado —masculla Noa.
—Mañana bajamos a desayunar con ella —le explico antes de entrar en
casa.
Nos damos las buenas noches y cada polluelo a su nido.
Tiro las llaves sobre la pequeña mesa junto a la puerta y me planto
delante de la pared llena de pósits con el resumen de lo que iba a ser mi
negocio, mi primera fiesta de las muchas que vendrán y no me puedo
sentir más satisfecha y plena con el resultado.
Percibo la tarjeta que Sandra me colocó con precisión en el bolsillo de
la camisa, la extraigo y la guardo dentro del cajón de la mesa que hace las
veces de escritorio. Suspiro con fuerza y entonces percibo mi sonrisa. Una
sonrisa natural fruto de todo lo que ha sucedido este fin de semana. Y,
entre ellas, él.
Ojeo la habitación en busca de Sebas y lo veo plantado en la puerta,
apoyado en ella, sin hacer ruido, con sus preciosos ojos clavados en mí.
—Ha salido bien —murmuro.
Él se limita a confirmar mis palabras con un leve cabeceo.
—Ha salido todo bien —finaliza—. Mejor que bien —diría.
—¿Te refieres a mi labor como divorce planner o a que ha triunfado el
amor?
—A todo —responde sin separar su cuerpo de la puerta, parece que le
sirviese de anclaje.
—Ahora solo queda que ganes las elecciones y que te coronen como el
nuevo alcalde.
—Nuevo, nuevo… —Sus palabras quedan en el aire.
—Un alcalde consagrado, y yo seré algo así como la primera dama,
¿crees que tendré que dar algún mitin o discurso cuando salgas elegido?
Ronroneo mientras me acerco hasta donde se encuentra él y me coloco
justo enfrente. Mi dedo índice recorre su pecho de arriba abajo con
movimientos cadentes. Los ojos de Sebas se oscurecen, pero el brillo
siempre sigue estando ahí, presente.
—Mi primera dama —finaliza presionando mi cuerpo contra el suyo.
Percibo su dureza en mi abdomen y mi centro palpita de anticipación—.
¿Quieres cenar? —me pregunta socarrón.
—Claro, siempre tengo hambre —finalizo siguiéndole la corriente.
Sus labios se posan sobre los míos y me besa con ansias, con ganas,
como si fuese nuestro último día en la tierra. Respondo, enredando mis
brazos alrededor de sus bíceps y empujando mi cuerpo contra el suyo. No
hay nada más apetitoso que esto.
Sebas separa nuestros cuerpos jadeantes y me escruta con la mirada.
—Iré a calentar la cena —finaliza dejándome plantada en el sitio.
Respiro con fuerza mientras sigo sus pasos. En otra ocasión, disfrutaría
de las vistas, pero ahora estoy muy mosqueada con él.
—Serás… —murmuro ofuscada, con los puños apretados a ambos lados
de mis caderas.
—¿Qué pensabas? —me pregunta burlón.
—Que íbamos a cenar —respondo convencida.
—Y a cenar vamos —finaliza mostrándome el táper que dejó Soledad
frente a mi puerta y que contiene una cantidad considerable de cocido—.
Me muero de hambre —resuelve, pero su mirada me observa al completo,
escudriñándome con ella de arriba abajo, mientras se relame como si la
cena, en realidad, fuese yo.
Me tiende la mano y la sujeto. No soy capaz de estar enfadada con él
cuando me mira así.
Cenamos con calma, recordando todo lo que ha sucedido. Lo de Noa y
Lola, lo mucho que nos sorprendió y lo bien que lo ocultaron, a la vista de
todos nosotros y lo de Elsa y Javier, que tampoco era algo que viésemos
venir.
—Si lo de ellos es algo que nos pilló tan desprevenidos, ¿crees que lo
nuestro fue exactamente igual?
Me llevo la cucharada de cocido a la boca, Soledad cocina como los
ángeles.
—Creo que lo nuestro era algo de lo que siempre han sido conscientes
todos. Creo que éramos como libros abiertos para ellos, para los que nos
conocen —rectifica—, pero nadie decía nada. Mantenían las formas
esperando a que nos diésemos cuenta por nosotros mismos.
—Mentira. Tú no tendrías que aguantar nada —le amonesto—, pero yo
he aguantado pulla tras pulla de mis amigas, por tu culpa, básicamente.
—Por nuestra culpa, querrás decir —me rebate haciendo hincapié en el
pronombre personal que he utilizado.
—Sea como fuere, lo que está claro es que hemos dado vueltas y
vueltas, pero al final hemos acabado en el punto de partida y eso es lo que
importa.
Terminamos de cenar, recogemos los cubiertos, copas y platos que
hemos utilizado y lo limpiamos antes de ducharnos.
—Nos hemos dejado el postre —susurra con voz ronca.
—No hay postre, estoy enfadada porque antes me has dejado sin cena.
—¿Sigues teniendo hambre? —me pregunta—. Porque a mí no me
importaría cenar de nuevo. Soledad es una gran cocinera, pero no se puede
comparar con el plato tan exquisito que tengo delante.
Me giro y me meto en la ducha, intentando contener las ansias de
lanzarme a sus brazos y dejarme hacer de todo, hasta tortilla si hiciese
falta. Pero una tiene un poco de dignidad.
Escucho su risa ronca tras de mí.
—Uno, dos, tres, cuatro…
La puerta se abre de par en par, aparece Sebas completamente desnudo y
más que preparado… para la cena.
—De aquí no te escapas. Tengo que asegurarme de que te alimentas bien
después de un día de trabajo… duro.
Duro está él.
Follamos. Encima del lavabo y en la ducha. Sé que había dicho que me
iba a resistir, pero creo que todo mi esfuerzo por parecer implacable se ve
esfumado por un cuerpo —un escultural cuerpo— y, lo admito, soy débil,
pero es que… me puede la carne.
Dormimos juntos. Una noche más lo hacemos y solo espero que siempre
sea así porque, cuando Sebas está conmigo, me siento como en casa.
CAPÍTULO 64
LA CRUDA REALIDAD

Amanezco mejor que nunca y estiro el brazo para tocar a Sebas que,
durante las últimas noches, duerme a mi izquierda, pero el frío de la cama
me indica que se ha ido. Abro los ojos y observo la hora. Son más de las
nueve de la mañana. Una pequeña nota al lado me confirma que Sebas
salió en dirección al ayuntamiento, se fue hace rato y que nos veremos por
la tarde.
Me incorporo y me quedo apoyada en los codos. Tengo que ponerme en
marcha, aunque el cuerpo me pesa como si en vez de haber celebrado una
fiesta hubiese estado recolectando patatas en una finca.
Observo las notificaciones en la pantalla de mi móvil tras desactivar el
modo avión. En la bandeja de entrada de mi correo electrónico hay cinco
mensajes nuevos. ¡Cinco! En dos de ellos me dicen que Sandra les ha dado
mi contacto y que esperan que podamos hablar para celebrarles sus fiestas
de divorcio. Los otros tres han visto por redes sociales mi publicidad.
¡Joder! ¡Qué subidón para empezar el día!
Me levanto, me ducho, me visto y salgo en dirección a la casa de Noa.
Doy un par de toques y espero a que me abra la puerta.
Los pelos de mi amiga dejan mucho que desear, además de que uno de
sus ojos sigue cerrado.
—Buenos días, para unas más que para otras, pero buenos, al fin y al
cabo.
Gruñe, pero lo justo y necesario para ser Noa y teniendo en cuenta la
hora que es.
—Café… —Le entiendo en su lenguaje cromañón.
—Pon dos… o tres, ¿está Lola?
Noa pone en marcha la cafetera tras añadirle una de esas cápsulas y se
gira para negar.
—Se fue hace rato, tenía cosas que hacer, y yo entro a trabajar a las
doce. Hoy tengo turno hasta las ocho.
—No está mal —la consuelo.
—Podría ser peor.
Permanecemos en silencio hasta que terminamos el café. Lo
necesitamos, es como nuestra gasolina para poder funcionar.
—Tenemos que hablar con Soledad. Después de salir corriendo como
ratas no le hemos dicho nada.
—¿Sabes algo de Teresa? —Noa alza la vista como si ahora, por fin,
fuese capaz de verme. Los dos ojos están abiertos, buena señal.
—No. Me metí de lleno en la fiesta y dejé a un lado todo lo demás.
También he estado evitando las llamadas de mi madre porque no se te
ocurre otra cosa que soltarle todo y ahora soy yo la que tiene que dar la
cara y someterse a un interrogatorio que no me apetece nada —le reprocho
—. No le he devuelto ninguna llamada y sé que tengo que hacerlo, pero
para eso la concejala de las pollas va conmigo como Greta que me llamo,
esta chapa la aguantamos las dos.
—Pues te espera una buena porque tu madre es muy suya.
—No me estás animando, gracias —ironizo.
—No lo pretendía tampoco —admite.
Terminamos de desayunar y decidimos plantarnos en casa de Soledad,
para devolverle los táperes y para ver cómo está y si ya no quiere
asesinarnos.
Bajamos acojonadas, yo más que ella, a pesar de que fue Noa la que dio
la cara y puso los carteles; pero, si algo he aprendido en este tiempo, es
que Soledad no tiene un pelo de tonta.
La empujo para que toque en la puerta y de recibirnos con un sartenazo
que sea a mi amiga y no a mí. Cobardía, lo llaman, pero a mí me suena
mejor llamarlo prudencia.
Tras un par de golpes, aparece Soledad, sin rulos y sin albornoz. Con un
vestido de lo más ochentero y unos zapatos sencillos a la par que
elegantes… y cómodos, eso también.
—Buenos días —murmura mi amiga.
—Gracias por el cocido —le suelto desde detrás de Noa, tendiéndole el
táper vacío y limpio, y ocultando mi cara tras la espalda de mi amiga.
Soledad no habla, tiene las manos alrededor de la cintura y parece que
fuese a mandar a las tropas a atacarnos en cuestión de minutos.
—Pasad —eso es todo lo que dice cuando rompe el silencio.
Entramos y tomamos asiento en el sofá de flores. Soledad se va hacia la
cocina a dejar los recipientes y, mientras tanto, Noa y yo nos ponemos a
cotillear en las fotografías que se ven en las estanterías.
En ellas hay fotos de una boda, la hermana de Soledad y Carlos de
joven. Carmelo también aparece, pero no parece ser el que haya oficiado la
ceremonia. Hay varias fotos de Soledad y Teresa bastante recientes, y
algunas de personas que no distingo disfrazadas de negro, en el entierro de
la sardina.
Hay una que me llama la atención poderosamente y me levanto del sofá
para ir hasta donde se encuentra la imagen en el pequeño y desvencijado
portarretrato. En ella sale Soledad, su hermana y Carlos, los hijos del
matrimonio bastante pequeños y unos señores mayores que sobreentiendo
que son sus padres. Carlos y Soledad están sentados juntos y sus manos se
tocan por encima de la mesa. A la vista de cualquiera parece una caricia de
lo más casual, pero yo sé que no lo es, que es una caricia que refleja el
anhelo que sentían los dos, consumidos por no estar donde y con quien
deseaban estar.
—Nadie sabía nada —musita colocándose a mi altura—. Nadie supo
nunca nada, y mi hermana murió pensando que su marido estaba loco por
ella y que su hermana no amaba a su cuñado en silencio.
Su voz suena como si cargase una losa sobre su espalda y que le
impidiese respirar con total normalidad.
—Estabais enamorados, no era nada malo —me atrevo a decir.
—Sí que lo era. Lo es, de hecho, porque Carlos tiene hijos y esos hijos
son mis sobrinos. Nadie va a entender que nos queramos. Nadie sabe que
ha sido así siempre.
—Pues quizá es hora de que dejéis de ocultaros y que salgáis con la
cabeza alta a la calle. Estoy harta de las etiquetas, de que la gente piense
que tiene la última palabra cuando no saben de la misa la mitad y de que
todo el mundo crea que tiene voz y voto en la vida de los que le rodean o
de cualquiera que se cruce en su camino y no es así, ¿vale? No va a ser así
jamás.
Noa suelta el discurso con la cara roja y las lágrimas haciendo acto de
presencia. Las contiene a duras penas, la conozco lo suficiente para saber
que es así. Sé por qué lo dice, porque ella sigue teniendo ese miedo que la
constriñe, imaginando el qué dirán cuando sepan cuál es su condición
sexual. Y yo, yo también tengo miedo a que me tachen y me coloquen el
cartel de aprovechada o de mala persona, cuando la realidad es distinta a la
que puede mostrarse. Cada uno, en su casa, sabe lo que tiene y, si eso es
así, imaginaos dentro de vuestro corazón.
—Noa está enamorada —suelto a bocajarro—. De la hermana del
alcalde. —Permanezco un par de segundos en silencio, permitiendo que
Soledad analice la frase y la interiorice—. De Lola.
Sé que para Noa esto es una pequeña prueba de fuego, que la reacción
que pueda tener Soledad es la que podrían tener muchas personas, así que
entiendo que contenga la respiración y que no aparte su vista de ella.
También sé que agradece que haya sido yo la que lo haya dicho en voz alta
porque, aunque Noa es valiente y siempre lo ha sido, tiene miedo, y eso la
hace muy humana. Lo somos las tres; las cuatro, si cuento a Soledad,
somos humanos porque sencillamente sentimos, lo que sea, pero lo
hacemos.
Soledad da un par de pasos hacia Noa y coloca la mano sobre su
hombro.
—La próxima vez, dejaré cocido para dos —finaliza sonriendo.
Noa le da un tierno abrazo y sé que puede respirar de nuevo.
—Yo también quiero —gimoteo llamando su atención.
Me incorporo al abrazo sin saltar ni nada, para no hacerle daño a
Soledad. Quiero que disfrute de su nueva amistad con entereza.
—Sigo enfadada por la encerrona, pero… os agradezco que lo hayáis
hecho porque me ha dado la oportunidad de hablar con Carlos y de poner
las cartas sobre la mesa.
—Entonces…
—Si la pregunta es si estamos juntos, la respuesta es no. No estamos
juntos y dudo que lo vayamos a estar, pero no importa, no pasa nada. Yo
me siento bien, hemos hablado y, si algo sucede, me iré en calma, sabiendo
que le he dicho lo que sentía abiertamente y que le he pedido disculpas por
no haber luchado por él y dejar que las cosas sucediesen como lo hicieron.
Pero, por otra parte, es normal; esa mujer —nos dice mientras señala la
foto familiar— es mi hermana, ella lo quería mucho, y yo le hubiese roto
la vida, así que…, puestos a sufrir, mejor yo que ella.
—Soledad… —murmura Noa.
—No quiero que os compadezcáis de mí, no quiero eso, ni siquiera
espero que os sintáis en deuda conmigo por nada, os doy comida porque
sois mis vecinas y, aunque a ella la siga teniendo entre ceja y ceja —le
explica a Noa mientras me señala y sonríe—, no llamaré al casero cuando
se monte las orgías con el alcalde. Que se cree que las paredes son de
hormigón.
Me cubro los ojos con las manos y me río.
—No lo puedo controlar —finalizo excusándome.
—Siento que no haya salido bien —añade Noa.
—No ha salido bien, ha salido mejor que bien —resuelve—. Tengo la
oportunidad de seguir adelante con mi vida y de compartir momentos con
él. Seguiremos con las caricias a escondidas y con las conversaciones que
dicen más de lo que se pronuncia. Y no pasará nada, porque estar con él,
sentirlo cerca, es mucho más de lo que puedo esperar. No quiero que mis
sobrinos piensen mal de mí. En otra época, con otra edad, hubiese actuado
de otra manera, pero ahora no vale la pena. —Soledad me mira y luego
hace lo propio con Noa—. Así que dejad que la gente hable, que digan lo
que quieran y que especulen a vuestras espaldas, ya sabes lo que se dice:
«Ande yo caliente y ríase la gente».
Un par de golpes en la puerta hacen que salgamos de la pequeña burbuja
en la que nos habíamos metido. Soledad sonríe y camina hacia la entrada.
Asomamos la cabeza con curiosidad y vemos que en la puerta se
encuentra Carlos, con su habitual rebeca de color azul marino; su boina
gris, esa que oculta que le falta bastante pelo, y el periódico bajo el brazo.
Soledad le cede el paso, y él entra, sorprendido al encontrarnos allí.
—¿Os ha secuestrado? —pregunta sonriendo.
—No, solo nos ha tirado de las orejas —le explico—, creo que no podré
ponerme aros nunca más —bromeo.
Carlos se sienta frente a nosotras mientras Soledad se dirige de nuevo a
la cocina.
Carlos se comporta tan educado como siempre, guarda silencio mientras
nos dirige una mirada cálida. Deja el periódico sobre la mesa y se disculpa
antes de ir hacia la cocina con Soledad.
Fijo la mirada en el periódico y giro la cabeza cuando algo llama
poderosamente mi atención.
—Noa… —comienzo a hiperventilar—. Noa… —Le toco la pierna
asustada con golpes precisos en su muslo.
—Dime. —Su cara refleja el susto que debe de aparecer en la mía.
—Mira. —Le señalo el periódico, y ella lo coge entre sus manos.
—Greta…

«El señor alcalde colecciona bragas. ¿Se gasta el dinero público en


sus placeres privados? ¿Es eso lo que el pueblo necesita?».
La imagen de mis braguitas sobre la mesa de Sebas, en su despacho,
aparece en primera plana.
—Noa, eso…, esas…
—No digas nada —me corta—. Sé lo que son y sabemos quién es la que
ha hecho esto.
Esta es la cruda realidad, esa en la que en un momento estás arriba y en
el siguiente has tocado fondo.
CAPÍTULO 65
¿QUÉ COJONES…?

SEBAS

—¿Me puedes decir qué coño es esto?


Miro el periódico que ha lanzado Elsa sobre mi escritorio. Tengo el de
ayer también, ese en el que aparecían las braguitas que le había robado a
Greta; las del portal y la del callejón, y que había guardado en el primer
cajón de mi escritorio. Ocultas bajo varias carpetas de papeles. Ocultas,
creía yo…
Ahora, la imagen que hay frente a mí es el reflejo de una foto en la que
aparecemos Greta y yo, tras nuestro encuentro en el callejón, la segunda
noche en la que follamos, mientras íbamos de camino a casa. Es una foto
maravillosa y refleja a la perfección lo que ocurrió entre las sombras…
Lástima que ahora mismo esté en las manos equivocadas y que se haya
hecho público de esta manera.
Alzo la vista, dejando a un lado esos pensamientos, y observo a Elsa,
fuera de sí, dar vueltas alrededor del despacho, mordiéndose la lengua por
no decir nada de lo que se pueda arrepentir luego.
—No pensé que esto pudiese suceder.
Es todo lo que digo, pero es la realidad de lo que pienso. La verdad es
que en todas y cada una de las veces en las que he estado con Greta, en las
que mis instintos más bajos han tomado el control y me he dejado llevar,
no barajé en ningún momento la opción de que esto pudiese suceder jamás.
—Quedan unos días para las elecciones y ambos sabemos que nos
vamos a la oposición de cabeza. Que a mí me la pela, ya me la pela
mucho, lo que me jode es que ambos sabemos que esto es cosa de ella —
grita señalando hacia fuera sin mencionar su nombre, pero estando
implícito en sus palabras— y que no hayas hecho nada. Mi amiga lo está
pasando mal, no quiere que la tachen de nada, y lo han hecho y a ti
también, Sebas.
Me incorporo con el enfado corriendo por mis venas porque sé que tiene
razón en todo lo que me cuenta.
—¿Y qué quieres que haga?
—¿Que la despidas? ¿Que la pongas en su sitio? El que le corresponde
hace muchos años, Sebas. Parece que ella tiene el control de la situación.
Ha sacado las fotos y lo ha hablado con los medios de comunicación, ¿qué
será lo siguiente? ¿Fingir que la has dejado porque ella tiene un hijo?
¿Decir que Greta te sedujo como si fuese una ramera?
—Eso no va a suceder, no voy a permitir que nadie hable de Greta de
esa forma, antes renuncio.
—¿Y qué coño vamos a sacar con tu renuncia? —inquiere colocando sus
brazos en jarras frente a mí.
—Si la despido ahora, solo incrementarán los comentarios.
—Y la dejará como una nueva víctima más —añade Elsa que ha pillado
lo que quiero decirle—. ¿Le has dicho algo? —Niego y desvío la mirada
hacia el enorme ventanal que hay en mi despacho y desde el que se ve
perfectamente el pueblo—. Deberías.
—Ella sabe que sé lo que ha hecho y es consciente de ello, aun así, lo ha
hecho.
—¡Lo ha hecho porque le importa una mierda todo! ¿No te das cuenta
de que siempre ha sido así? El afán de Cayetana ha sido siempre el de
joder a Greta, el de pisotearla, pasarle por encima y robarle lo que es suyo
y esto le ha salido jodidamente bien. Eres el alcalde y ahora sus cartas van
en tu contra, Sebas, esto no ha hecho nada más que empezar y, si no haces
algo, la cosa se va a poner fea, muy fea. A Cayetana le importáis una
mierda, creo que le importa una mierda todo…
Sé que Elsa tiene razón, pero ahora mismo no puedo hacer mucho más
que esto, esperar, aunque también soy consciente de que es absurdo, de
que no voy a ganar nada dejando que pasen los días. Esto supone una
mancha en mi carrera y es complicado hacer que la gente crea que todo ha
sido una jugada planificada para que fuese de esta manera.
—Esto es culpa mía —finalizo—. Si no hubiese escondido lo que Greta
y yo tenemos, no habría acabado de esta manera, pero quería ir despacio,
quería que las cosas fluyesen, que pasaran las elecciones y tampoco pensé
que Cayetana fuese a actuar de esta manera.
—Para Cayetana eres de su propiedad, Sebas. Ya os tendió una trampa
una vez, no me extraña que lo haga en más ocasiones y que siga
haciéndolo.
—Yo no la quiero y se lo he dicho abiertamente.
—Ah, muy bien, y ya está. No pasa nada, que Cayetana se iba a retirar
porque es una persona con tanta cabeza y tanta empatía que ella no iba a
hacer nada al respecto. Lo tenía todo y en un momento lo perdió. Su meta
siempre has sido tú, Sebas, siempre, por lo tanto, esto era de esperar, y
todos lo hemos hecho mal porque teníamos que haber previsto que algo así
podría suceder. Y ahí no acaba la cosa —me dice mientras señala el
periódico en el que aparecemos en primera plana, riendo con naturalidad
mientras mis dedos están enterrados en su melena—. Cayetana ha dicho
que la has dejado a sabiendas de que está embarazada.
Abro los ojos, perplejo, ante su confesión y me quedo descolocado.
—Imposible.
—No lo es, teniendo en cuenta que era tu prometida —resuelve Elsa con
una lógica aplastante.
—Yo no he hecho eso. He sido muy cuidadoso.
—Eso no lo sabe nadie, de puertas para adentro… —murmura de nuevo.
—¡Joder! —mascullo revolviendo mi pelo con fuerza—. ¿Greta lo
sabe?
—A estas alturas, es probable, porque todo el pueblo habla de ello.
—Greta confía en mí, lo sé, no pasa nada, es cuestión de solventar la
situación. Tengo que hablar con Cayetana.
—Tienes que hacerlo, pero, no solo eso, debes hablar con mi amiga y
dejar las cosas claras en el pueblo. Creo que es hora de que comuniques la
situación abiertamente si quieres salvar el culo. Ya no tu cargo, Sebas, el
culo.
—No puedo dejar mi cargo de un día para otro —matizo.
—No es eso lo que te estoy diciendo, no nos vamos a rendir —musita
llena de convicción—. Toda acción tiene una reacción y saldremos a dar la
cara. Hablaremos con firmeza y seremos honestos, no creo que Cayetana
piense que vamos a hacer eso, pero tenemos que guardar la compostura y
hacerlo lo más rápido posible.
—Hablaré con Cayetana.
Alzo el intercomunicador para llamarla, pero Elsa me coloca la mano
encima y me obliga a colgar.
—Habla con ella, pero, primero, piensa bien qué es lo que harás.
—Daremos ese discurso. Seré sincero y diré abiertamente lo que siento.
—No puedes contar que esto viene de atrás —me explica.
—No voy a dejar mal a Cayetana; sencillamente, diré que estoy
enamorado de Greta, que esas imágenes forman parte de mi vida privada y
desmentiré el posible embarazo de Cayetana. No la puedo echar aún, pero
está claro que, tras esto, debe irse de aquí. No ha sido una única traición,
han sido dos y eso no es posible.
—Cayetana debe de haber contado con el apoyo de alguien, no sé quién,
pero en su día, cuando sacó la foto que te hicieron llegar en la que Greta
besaba a su ex, ya contaba con alguien, ahora también, y ambos lo
sabemos.
Asiento porque sé que tiene razón en su afirmación. No es para nada
descabellado que así fuese, es imposible que alguien dejase una cámara a
su suerte en cada una de las escenas para que las fotos se sacasen solas.
—Gracias por todo, Elsa, por tu apoyo y por ayudarme.
—No me des las gracias, no hasta que acabemos con la sucia zorra que
está ahí fuera riéndose de todos. Se ha reído de todos nosotros, Sebas. No
podemos dejarlo pasar. No en esta ocasión.
—No —niego—. No podemos dejarlo pasar.
Elsa enfoca su mirada en el telefonillo y me pide que la llame.
—¿Quieres que me quede?
—No. Esto es cosa mía y soy yo el que tiene que hablar con ella. Zanjar
el asunto.
—Bien —asiente—. Estaré en mi despacho, afilando el cuchillo
jamonero por lo que pueda pasar.
Sale del despacho hecha una tromba y observo cómo golpea a su paso
con el hombro a Cayetana. Hasta poco me parece para la rabia contenida
que tiene Elsa en el cuerpo.
Yo soy más racional, tengo que pensar bien las cosas. Hace años, cuando
todo sucedió, la ira también me invadió y lo que hice fue acabar con la
nariz como un pimiento rojo por no actuar con cabeza, ahora debo hacer lo
contrario. Mantener las formas y guardar la compostura.
—Gabriela, dile a la señorita Cayetana que pase a mi despacho, por
favor.
Mi secretaria actúa con normalidad tras mi petición porque es
profesional, pero sé que, en la hora del café, seré la comidilla de la
empresa.
Ni siquiera se permite tocar en la puerta cuando entra, cerrando de un
portazo. Su sola presencia me produce un gran rechazo, uno que nunca
antes había sentido. Me da pena que todo haya acabado de esta manera,
que esa ayuda que le ofrecí hace días, cuando nada de esto había sucedido,
ahora se haya convertido en un arma de doble filo. Me da pena de ese niño,
al que no pretendo hacer daño porque él no tiene culpa de nada, me da
pena de que Greta haya sufrido por mi culpa y mis malas decisiones y que
lo haga ahora porque está en boca de todo el mundo.
—Toma asiento, por favor —le pido cuando la veo plantada frente a mí.
La actitud de Cayetana siempre ha sido altanera, siempre ha estado llena
de soberbia y de orgullo, pero creo que ahora se hace más latente que
nunca.
—Estoy mejor de pie —finaliza con palabras secas y duras.
—Quiero que me expliques qué es esto. —Me muerdo la lengua para no
soltar algún improperio, por eso que dije de que iba a mantener la
compostura y a actuar con la racionalidad que me caracteriza.
—No tengo ni la más remota idea.
Me incorporo, respirando con fuerza tras su mentira.
—¿En serio? ¿Pretendes que crea que no has tenido nada que ver? ¿De
la misma forma que no tuviste nada que ver en la imagen de Greta
besándose con el padre de Izan?
—No, no tengo nada que ver, ni en una cosa ni en la otra.
—¿Y en el rumor de que te he dejado embarazada? —Sus ojos se abren
con sorpresa, pero el gesto le cambia por completo y sonríe complacida.
—Es la verdad.
—Yo diría que no, y lo sabes, ¿cuánto hace que no te toco?
—No mucho —responde mirándose las uñas—. Siento que no lo
recuerdes, pero yo sí que llevo la cuenta.
—Vale. Bien. Perfecto. No voy a poner en duda tus palabras y llegado el
momento, si ese niño fuese mío, con unas pruebas que lo demuestren, me
haré cargo de él, de eso puedes estar segura, pero, pase lo que pase, no voy
a estar contigo porque no te quiero.
Sus ojos se clavan en los míos y por ellos cruza la sombra de la
decepción.
—Pensaba…
—¿Qué pensabas? ¿Que iba a tropezar dos veces con la misma piedra?
¿Que iba a volver contigo tras esto? —le suelto tirándole el periódico—.
Digas lo que digas, sé que fuiste tú y eso, Cayetana, no te lo voy a
perdonar en la vida. De la misma manera que no te voy a perdonar jamás
lo que hiciste con Greta, que le hayas hecho daño utilizándome a mí para
ello, no puedo, Cayetana. Todo ese cariño que sentía por ti se ha esfumado
con tus malos actos. No te lo voy a perdonar jamás y no quiero que
sigamos teniendo relación alguna.
No menciono que mi intención es la de que deje de prestar servicios
para el consistorio si al final salgo bien parado de todo este jaleo. La
oposición tiene carnaza suficiente para aunar fuerzas y hacerse con mi
cargo; aun así, actuaré como siempre lo he hecho, con sinceridad y siendo
solemne en mis fines.
—No creo que el pueblo vea bien que estés saliendo con otra mujer
habiéndome dejado embarazada. Tampoco creo que Greta lo vea bien —
finaliza con descaro. La mirada fría regresa a sus ojos.
—A ella no la metas en esto, Cayetana, porque no tiene nada que ver.
—Oh, sí, claro que tiene que ver —me suelta con desfachatez mientras
toma asiento y cruza las piernas—. Siempre ha sido ella; la mejor en todo,
la niña comedida, a la que todas apoyan, incluso mis amigas, esas que se
posicionaron de su lado cuando me dejaron embarazada. Tenías que ser tú
el que me quisiera a mí, no a ella. Tenías que ser tú el padre de mi hijo, no
un cualquiera. Pero las cosas no fueron como quisieron; para finales
drásticos, medidas drásticas, así que…
—Eres despreciable —le suelto perdiendo los nervios.
—Lo que opines me da exactamente igual.
—No voy a volver contigo pase lo que pase, Cayetana.
—No me importa, ¿me escuchas? ¡No me importa! —grita—. Porque no
estarás conmigo; pero, por suerte para mí, tampoco estarás con ella.
Se incorpora y sale del despacho, haciendo alarde de su carácter
triunfal, de su altanería en estado puro y me rompo por dentro porque sé
que Cayetana tiene un poco de razón, Greta debe de sentirse traicionada de
nuevo.
CAPÍTULO 66
UNA TARJETA GUÍA MI CAMINO

Sebas ha dado el discurso. El discurso que me había dicho la noche


anterior que iba a dar, salvo que no ha sido tal cual él lo había estructurado
frente a mí, no, ni mucho menos.
—No me puedo creer que el muy bastardo haya hecho eso, no puede ser.
—Elsa da vueltas por la habitación, como si a la que hubiesen tachado
poco más que de fulana aprovechada hubiese sido a ella—. Tu hermano
me las va a pagar porque se las va a tener que ver con este —le dice a Lola
mientras le muestra su puño mortífero.
—No creo que para Greta sea bueno que nos pongamos así, está claro
que algo ha debido de pasar para que él haya tomado la decisión de decir
lo que dijo —resuelve Noa conciliadora, viendo la incomodidad reflejada
en mi rostro y el de Lola, que tampoco está mucho mejor que yo ahora
mismo.
Lo que Sebas dijo abiertamente y de cara al público no fue otra cosa,
sino que no tenía ningún tipo de relación con nadie, excluyendo a
Cayetana también, y que estaba completamente volcado en la política y en
el pueblo y que no tenía que dar más explicaciones sobre su vida privada,
pero que podría, si querían, demostrar que no había malgastado los fondos
del consistorio en sexo, de ninguna clase, matizó mirando fijamente a la
cámara. Sin ponerse colorado ni nada.
No le culpo, en serio, no lo hago; pero que no le culpe no quiere decir
que no me haya decepcionado… una vez más.
Es jodido esto de entregar tu corazón a alguien creyendo que todos esos
malos entendidos son sencillamente eso, confusiones, y que, al final, no
solo tropiezas con la misma piedra una vez, sino dos, como buen ser
humano que se precie, y esa he sido yo, la paleta de turno que está colada
por el chico de siempre y que pone las dos mejillas. Como Jesucristo. No
entiendo cómo me tiene resquemor Carmelo, si al final sigo los pasos del
Señor todopoderoso.
—Yo hablé ayer con él, en su despacho —confiesa Elsa, que hasta ahora
no había dicho nada de eso. Estamos todas en mi piso, en ese mismo piso
en el que anoche Sebas me dijo que iba a dar un discurso en el que
aclararía todo y que no tenía de qué preocuparme, antes, justo antes, de
follarme encima de la mesa del salón—. Y estaba convencido de decir
abiertamente que no tenía nada con Cayetana y que todo era mentira.
—Ya. Pues, técnicamente, eso es lo que ha hecho —respondo llena de
ironía y frustrada, frustrada como nunca antes, o sí, porque ya he pasado
por esto en otra ocasión.
—No me entiendes, pensaba en ti, en lo que haría contigo, en no
permitir que nada te afectase de ninguna forma ni manera posible, es que
no lo entiendo.
—Tiene que haber una explicación —interviene Lola—. No he hablado
con él, pero me consta —enumera—, nos consta —rectifica—, que te
quiere, que está enamorado de ti.
—Pues para estar enamorado de mi amiga la ha dejado en la puta
estacada salvándose el culo. —Elsa está mosqueada, muy mosqueada, por
si no lo habéis notado en la cantidad de improperios que suelta por la boca
cada vez que la abre.
—Elsa —intervengo tomando la palabra—, no pasa nada, no te enfades.
—Mi tono, a pesar del dolor que cargo sobre los hombros, suena suave, es
patético, tanto como lo soy yo.
—Voy a renunciar —añade sin dejarme continuar—, no quiero trabajar
con alguien así, con una persona sin escrúpulos, que hace lo que sea por
seguir al pie del cañón, que solo piensa en su puto culo y que no le importa
dejar a nadie de lado.
—Elsa —insisto con voz dócil. Me estoy muriendo por dentro. Estoy
rota, jodidamente rota, una vez más, y esto no tiene solución alguna, lo
mire por donde lo mire, no veo la salida porque yo ya me he cansado de
luchar por algo que no tiene sentido—. No puedes dejar tu trabajo, no
puedes hacerlo, de hecho, no quiero que lo hagas, porque me sentiría peor
de lo que me siento. Te gusta tu trabajo, te gusta lo que haces, eres feliz,
¿por qué romper todo eso?
—Porque el trabajo es trabajo, Greta, pero, por encima de todo eso,
estás tú y te quiero. No me puedo hacer una idea de por lo que estás
pasando, no puedo, porque ya sabes que en cuestión de sentimientos estoy
muy verde, pero sé que te duele, lo veo en tus ojos, en la ausencia del
brillo que tienes siempre, en el reflejo que nos devuelve tu rostro, en tus
comentarios irónicos, en tus respuestas ingeniosas… No quiero que pases
por esto una vez más, ya tuviste suficiente.
Me alzo de hombros ante su respuesta, sobre todo, ante la parte final de
su reflexión y, si ella piensa que no tengo que pasar por eso de nuevo,
imaginaos lo que siento yo sabiendo que la escena se repite.
—Por lo menos, no ha salido con Cayetana en esta ocasión, la última
vez fue ella la que lo orquestó todo —añade Noa conciliadora.
—¡Y un cojón de pato! ¿Y en esta ocasión quién crees que lo hizo? ¿El
Espíritu Santo como con el embarazo de María? No me toques las palmas,
Noa.
—No quiero decir que no haya sido ella —especifica la susodicha—,
todas sabemos que ha sido ella, pero quiero decir que por lo menos no es
tan descarado como hace años.
—Eso no lo sabemos —insiste Elsa—, puede que ella estuviese
esperándolo para no levantar sospechas o que quedasen luego en su casa o
a saber qué cojones hizo. Da igual, pero lo hizo. A ti te tengo una pelusilla
ahora mismo —le suelta a Lola con el resquemor saliendo por su boca cual
dagas afiladas.
—Lola no tiene la culpa —intercedo para defenderla—. La única
culpable soy yo, está más que claro.
—Odio el victimismo —me suelta Noa.
—Ya. Te conozco lo suficiente como para saber que lo odias, pero, en
realidad, no es victimismo, Noa, es cordura, esa característica de la que tú
siempre presumes. Me he equivocado, he confiado en Sebas de nuevo y no
debí haberlo hecho.
—Hablasteis, pusisteis las cartas sobre la mesa después de tanto tiempo,
es normal —me rebate.
—Normal no es, tenía que haber dudado, haber permanecido con la
mosca detrás de la oreja, no sé… Caí rendida porque lo quería… Porque lo
quiero, aun con todo esto dentro —suelto llevándome la mano al pecho
rendida ante lo que siento y dolida conmigo misma por no ser capaz de
odiarlo, de dejar de quererlo, de tener un puñetero botón que apague los
sentimientos como haces con la luz de la entrada o con el horno cuando
finaliza. ¿Es tanto pedir? ¿Un triste botón?
—Las fotos las sacó Cayetana, estoy segura. Tuvo que ser ella.
Niego con la cabeza.
—No lo creo, ¿y el niño?
—¿Con la abuela? —cuestiona Elsa.
—No, no fue ella, al igual que tampoco fue ella años atrás. Lo que
quiero decir es que seguramente la idea fue de ella, pero la ayudó alguien,
no sé —prosigue Noa con las elucubraciones que ha hecho Elsa.
—¿De qué nos vale todo esto? No vale de nada, lo hecho, hecho está.
Salió, dio la cara y no me tuvo en cuenta, ni siquiera fue capaz de decir
abiertamente sus sentimientos.
—Cayetana dijo en el ayuntamiento que estaba embarazada de Sebas y
que él la había dejado en la estacada por una tía que no tenía
responsabilidades, de las que eran fáciles, porque no tendría que
implicarse como con ella.
—¿Embarazada? —inquieren Lola.
—¿Es una de esas conversaciones que te sueles inventar? Porque ni puta
gracia, chica —musita Noa ofuscada.
Elsa se permite soltar un tenue «no», pero avergonzada porque sé que
ahora mismo le encantaría que fuese cierto lo que Noa dice y que se lo
estuviese inventando todo, de pe a pa.
—¿Embarazada? —repito como una autómata.
—Es un farol, una coña de la tía esta que lo que pretende es salirse con
la suya y, como sabe que Sebas no está enamorado de ella, pretende
tenderle una trampa, no sé, intenta engatusarlo u obligarlo a permanecer a
su lado porque todas sabemos que Sebas se hizo responsable de un hijo
que no era suyo en su día, ¿qué no haría por uno que lo es de veras? —lo
defiende Lola.
—Embarazada —repito de nuevo.
—Sebas me dijo que no era cierto, que llevaba mucho tiempo sin estar
con ella y que él se encargaría de descubrir la verdad —argumenta Elsa.
—Ya, pues la verdad es que está embarazada, y que yo me siento más
sucia que nunca porque puede que Cayetana sea la peor calaña que existe y
que pisa la tierra, pero ese niño no tiene la culpa de nada, y Sebas,
conociéndolo como lo conocemos, hará lo correcto y la apoyará. Es por
eso por lo que hoy ha dicho lo que ha dicho —suelto sin dudar, con
contundencia, porque encaja.
—Eso ya lo sabía desde ayer y anoche estuvo aquí, tú misma lo dijiste.
—Sí, eso es lo único que no entiendo y que no se ajusta a mis conjeturas
—musito con mucha pena y tristeza.
—Da igual, creo que tampoco es momento de suposiciones —añade Noa
—, es momento de tomar decisiones. Tenemos que romperle las piernas, lo
siento, cariño —le dice a Lola mientras le da un tierno beso en los labios
— y seguir adelante.
Me incorporo y camino hacia la ventana que da a la calle,
empapándome de las vistas que muchas veces me han dado los buenos días
y otras tantas las buenas noches, empapándome de todo lo que me rodea.
Desvío mis pasos hacia el escritorio y saco la tarjeta que deposité en el
cajón al volver del hotel rural. Es una oportunidad, lo es.
—Me voy a marchar —murmuro mirando las letras que hay en ese
pequeño papel impreso.
—¿Marcharte? ¿De viaje? ¿Acampada? —cuestiona Elsa, que se ha
puesto en pie nerviosa tras mis palabras.
—Me voy a ir a Madrid. Voy a aceptar la oferta que me hizo Sandra —
les confieso con lágrimas en los ojos.
—¡No puedes irte! —grita Elsa dejando que el brillo de las lágrimas
contenidas la traicione. Dice que es una chica a la que le cuesta mostrar las
emociones, pero conmigo siempre ha sabido hacerlo, y yo interpretarlas,
solo es necesario sentir y empatizar.
—Debo hacerlo. —Me acerco hasta ella y me planto frente a su cuerpo,
que a duras penas contiene la tristeza. Esa tristeza que yo siento y que no
permito que salga para que no sea más duro y difícil de lo que ya lo es
todo—. No tengo nada aquí, Elsa.
—Nos tienes a nosotras —grita fuera de sí.
—Y os voy a tener estando allí también, Elsa. Piénsalo, tú tienes a mi
hermano y te quiere por encima de todo, Noa tiene a Lola. —Me permito
unas décimas de segundo para mirar a mis amigas, sentadas, cogidas de la
mano, ambas con el rostro turbio por la congoja—. Y yo no tengo nada
más que me retenga aquí. Sandra me hizo una oferta que no dudé en
rechazar porque tenía a Sebas y no quería perderlo, pero… ¿ahora qué
tengo? Un puñado de dolor, otro puñado de pena, sumado a una cantidad
de dudas y de inseguridades. Tengo un corazón roto porque se ha vuelto a
repetir la historia y yo… aquí me moriría de pena. Viéndolo todos los días,
con ella, con Javier… Elsa…, entiéndeme.
Mi amiga se limpia las lágrimas con el dorso de la manga y la empapa,
no ha podido contenerse.
—No quiero que te vayas, Greta, has sido, junto a Noa, todo para mí
durante mucho tiempo y, si te vas, me quedaré coja o como al que le quitan
un pulgar…
—Debo hacerlo. Empezar de cero, apostar por esto que tan feliz me
hace y dejar que salga lo malo y entre lo bueno —le explico—. Sé que lo
entiendes, Elsa, porque me quieres y quieres lo mejor para mí, como yo
quiero lo mejor para vosotras tres.
Elsa se apoya contra el cristal por el que hasta hace nada yo estaba
mirando. Noa y Lola se acercan hasta mí y me abrazan por la espalda,
intentando proporcionarme un calor que ahora mismo no siento, que es
inexistente y que será así durante un tiempo.
—Vale —musita—. Quiero que seas feliz —añade—, que seas muy
feliz, pero quiero que esa felicidad siga siendo compartida, que nos llames
mil veces al día, que nos mandes audios, que escribas en el grupo, que nos
cuentes todos los detalles y que no se te olvide que aquí estamos nosotras,
que somos tus raíces y que te queremos como a nadie. Tú te vas a ir, Greta,
pero un pedacito de nosotras se va contigo.
Nos abrazamos y, entonces, me permito llorar, llorar hasta que me
duermo en los brazos de Elsa. No podía haber encontrado unos brazos
mejores para refugiarme.
CAPÍTULO 67
SÍ, SÍ, MADRID

La despedida fue peor de lo que esperaba. Mucho peor.


Mi madre, esa que me parió y que hace de su vida un lema: «A buen
entendedor, pocas palabras bastan», supo en todo momento cuál era el
motivo de mi partida, pero tuvo la entereza de no decirme nada. También
Javier acudió al almuerzo acompañado de un ojo morado y de Elsa. No
quise preguntar, y mi amiga no me dijo absolutamente nada del asunto. Al
final, aunque me muriese de curiosidad, sabía que, cuanto menos supiera
de él, más rápido saldría de dentro. ¡Qué fácil es el autoengaño y qué
rápido he caído en él! Sabré yo que no lo voy a olvidar tan fácil cuando no
lo hice tampoco la última vez.
Le dejé una pequeña nota a Soledad por debajo de la puerta. Cuando fui
a despedirme de ella no estaba y crucé todos los dedos de mi cuerpo,
manos y pies, porque estuviese paseando con Carlos por cualquier sitio del
pueblo, tomando un vermú a mi salud, aunque, en realidad, fuese a la de
ellos. Agradecí no encontrármela, porque me habría roto un poco más por
dentro. Era jodido. Es extremadamente jodido despedirte de todas las
personas que han logrado hacer mella en ti y dejarlo atrás a sabiendas de
que todos y cada uno partirán contigo y te acompañarán en la nueva
andadura.
Hubo algunas lágrimas, no os voy a mentir, porque ninguna es de
piedra, y hubo también muchas risas, más de las que pensé que pudiese
haber. Miles de anécdotas, en las que no aparecía él, solo nosotras. Miles
de planes de futuro que no sabríamos si se llegarían a cumplir, pero que
nos alentaban un poco el espíritu pensando que fuese así y muchas ganas
de que la menda triunfase en la capital.
Me permití el lujo de entrar a la habitación en la que comenzó todo a
tomar forma. Sé que fue en aquel pasillo en la entrada a unos servicios en
el bar de Borja, soy consciente, es más, la realidad me dice que todo
empezó hace años, muchos años, cuando las hormonas porculeras
empezaron a hacer acto de presencia y se revolucionaban sin perder
siquiera permiso al ver a Sebas aparecer por casa.
Me encerré en aquella habitación y me consentí el deseo de pasar mis
manos por aquellos muebles, por las paredes y con cada roce de mi piel los
recuerdos me apuñalaban como finas dagas que se incrustaban dentro para
demostrarme que no era un sueño y que todo lo que había vivido era real.
Como si no fuese suficientemente real lo rota que me siento por dentro.
Partí tras repartir besos, tras pedirles a mis amigas que me visitasen,
que cumpliesen la promesa que nos habíamos hecho en el que era mi
apartamento y que me llamasen cincuenta mil veces si fuese necesario. Le
deseé mucha suerte a Elsa en las elecciones, y a Noa le pedí que, por favor,
se mostrase valiente y sin miedos, con las mismas ganas de comerse el
mundo que lo hace cada día.
No lo nombramos; aunque, en ese último aliento antes de partir, Lola
me dijo que él no estaba mucho mejor que yo y que no quería que me
fuese, que necesitaba hablar conmigo. Y tuve miedo de nuevo, miedo a
que viniese a buscarme y no fuese capaz de decirle que no, que lo odiaba
mucho más que antes, que no confiaba en él y que lo hizo mal y, en esta
ocasión, el único culpable al que señalar era él y solo él por formular
promesas que carecían de veracidad. Y hui antes de que pudiese plantarse
en casa, antes de que supiese que me iba, antes de que todo explotase.
Y, por esto, creo que Madrid me recibió con un tono gris plomizo en su
cielo, con las calles abarrotadas de personas, pero ninguna a la que conocía
y con un incierto futuro por delante. Ahora bien, también sé que el cielo se
volverá azul en algún momento, que habrá gente nueva que me dedicará
sonrisas y que el futuro, tarde o temprano, tendrá un poco más de
estabilidad.
Sandra me recibió con una gran sonrisa enmarcando su cara y me dio un
par de besos antes de llevarme a su piso. A su céntrico y chic piso. Debía
de irle muy bien en este negocio si se podía permitir algo así. Yo me
conformaba con la mitad. La mitad de todo; espacio y mobiliario. Esa
sería mi nueva casa hasta que tuviese la oportunidad de encontrar algo,
esperaba no tardar mucho más de unos días o unas semanas, porque lo de
invadir la intimidad de alguien no se me da nada bien, por eso ni siquiera
compartía piso con Noa, a pesar de que la tenía en la puerta de enfrente.
Sandra lo había dispuesto todo con celeridad. Supuse que Lola había
hablado con ella, aunque no mencionó nada a mi llegada un día después,
supo ser comedida y se lo agradecí, porque si me iba de un lugar para
olvidar, lo que menos me hubiese gustado, sin duda alguna, era que me
recordasen por qué tengo una herida ardiendo bajo la camisa de vestir.
Todo fue muy rápido y casi que lo agradecí. No tenía mucho, lo más
importante lo había dejado en el pueblo. Me había traído la ropa suficiente
para unas semanas y el resto se había quedado a buen recaudo en casa de
Noa, con la idea de que me lo pudiese traer en alguna de sus visitas cuando
ya tuviese un hogar estable o de ir a recogerlas yo misma en uno de mis
viajes relámpago.
Me entretuve pegando mis cientos de pósits en mi nuevo despacho de
color negro. Había dejado la maleta en una esquina y había decidido que lo
mejor era ponerme manos a la obra cuanto antes. Sandra lo había decorado
teniendo en cuenta mis ideas y mi opinión cuando hablamos por teléfono
para decirle que me mudaba y que aceptaba su proposición. Me sorprendía
lo eficaz que era y eso lo envidiaba bastante más que su céntrico y chic
piso. Esperaba estar a la altura y aprender mucho de ella.
Me había propuesto un diseño sencillo; ella organizaba bodas, por lo
que era el ángel de la relación, así que su despacho sería de un blanco
inmaculado. El mío, por el contrario, sería negro, porque simulaba la
separación y un poco al demonio también. Me ofreció el rojo, pero no lo vi
claro y pensé que el negro conjuntaba con la idea y con mi espíritu ahora
mismo.
Y me centré en eso, y solo eso, como una autómata. Me levantaba,
desayunaba mirando hacia la calle, intentando ver pasar a la gente, pero no
viendo nada, ojeando el periódico y cientos de páginas inmobiliarias con
diferentes pisos; unos más céntricos, unos menos, intentando de nuevo
buscar mi sitio en el mundo y no era malo, al contrario, era bueno porque
todo eso me distraía de ese dolor que seguía estando ahí. Y de la
decepción, que casi era peor que el dolor de su pérdida.
Perdí el apetito y parte de mi sonrisa sincera se volatilizó, aunque
intentaba a todas horas que fuese mi mejor complemento sabía que no era
natural y a veces me miraba al espejo y la imagen que me devolvía era
insípida, carente de emociones y sonreía, intentando mostrar algo que
estuvo ahí hace nada y que echaba de menos como nunca. Me esforzaba en
que saliese a la luz cuando tenía que reunirme con una clienta o cuando me
daba cuenta de que Sandra me miraba fijamente desde su despacho, que
estaba justo frente al mío.
Sabía que ella y Lola hablaban, lo tenía claro sin que lo mencionase, lo
sabía por el simple hecho de que yo habría hecho lo mismo en la situación
de ella y que, a su vez, Lola se lo transmitiría a Elsa y a Noa. Y no pasaba
nada, de verdad que no, tenía unos objetivos muy fijos en mente y lucharía
por conseguirlos.
El sonido del teléfono me saca de mi ensoñación y con nerviosismo
miro la pantalla. Parece mentira que siga temblando cuando suena y, peor
aún, cuando espero que sea su nombre el que aparezca en la pantalla del
aparato. Patético. Lo sé. Pero dejará de serlo.
—Amiga…, ¿qué haces? ¿Has comenzado a postular ya para una peli
porno de esas que tanto te gusta disfrutar en la intimidad? Si sabré yo que
te tocas la pepitilla cada noche con los gemidos de alguna rubia de bote
con un gato egipcio entre las piernas.
—En la capital se lleva el pelo, amiga, así que ahora he cambiado y soy
más de gatos negros, no sé si me explico.
Elsa me llama cada día y a cada hora si le es posible, y yo a veces lo
hago con ella, sobre todo, cuando sé que no está en el ayuntamiento y que
no habrá moros en la costa. Y, sí, seguimos inventándonos conversaciones,
hoy le toca el turno a la futura actriz porno, que soy yo, aunque ella me
saque mucha ventaja en el asunto.
—¡Qué asco! Bueno, piénsalo, te ahorras el hilo dental —se carcajea
tras finalizar su broma.
—¡Puaggg! Elsa, eso es asqueroso hasta para mí, que me suelen gustar
las bromas escatológicas y los chistes malos de pedos.
—La verdad es que sí, ha sonado horrible. En fin, actriz porno, ¿qué tal
va todo? ¿Ya tienes nuevo pisito de soltera?
Suspiro con fuerza tras su último adjetivo. En realidad, no tiene nada de
malo, pero ahora mismo me duele todo lo que tenga que ver con mi estado
sentimental.
—Tengo un par de visitas después del trabajo. Sandra se porta muy bien,
pero necesito encontrar mi espacio. —Ese en el que lamerme las heridas
hasta las tantas y atiborrarme de galletas con pepitas de chocolate. O
morder solo las pepitas y dejar la galleta…
—Bueno, seguro que algo encuentras. ¿Están bien ubicados?
—Unos mejor y otros no tanto. Los estoy buscando con una parada de
metro cerca para poder moverme con facilidad, sin necesidad de coche ni
nada de eso que me ponga de los nervios.
—Bien, guay, avísanos cuando lo tengas e iremos a una fiestecilla de
inauguración. Noa cocinará, porque ya sabes que yo…
—Noa traerá nachos con guacamole y será feliz —bromeo.
—Sí, y no dejará que los probemos porque ya sabes que a ella el
guacamole la pone cerda. No en el plan guarro, sino de comer y eso, ya me
entiendes.
—Lo he captado —le digo. Nos quedamos en silencio un momento y
decido romperlo porque entre nosotras los silencios son escasos—. ¿Y por
ahí? ¿Qué tal todo?
—Bien, todo bien, ya sabes, apenas quedan dos días para las elecciones,
mañana es la jornada de reflexión y el domingo veremos qué sucede. Todo
parece estar normal o casi todo —finaliza. Me muero de ganas por
preguntarle qué es lo que va mal o no tan bien como debería, si es por él,
por Cayetana, por el embarazo o por todo a la vez—. Greta, ¿sigues sin
querer saber nada?
Dudo. Me permito dudar unos instantes porque de verdad que me muero
de ganas, pero ¿qué arreglaría con eso? ¿Qué ganaría sabiendo? ¿Dolería
menos?
—Es lo mejor, saber solo haría que doliese más —resuelvo.
—No está bien, Greta. No está bien, me ha gritado por permitirte que te
fueses sin hablar con él. Tiene un ojo morado, el mismo que tu hermano y
me ha contado…
Cuelgo el teléfono antes de que mi amiga siga hablándome del tema. No
tenía que haber dejado siquiera que empezase a hablar del asunto, que me
dijese que estaba mal o que le gritó porque eso solo hace que me duela
más y que crea que hay alguna ínfima esperanza ahí, que no me mintió,
que no salvó su culo y que no dio un discurso sin tenerme en cuenta para
nada a pesar de que la noche anterior me dijo que no sería así.
Entro en el wasap y veo a Elsa escribiendo. Hago lo mismo y le escribo
sin esperar a que su mensaje aparezca en la pantalla.
Greta:
Por favor, no quiero saber nada, no me cuentes nada más de él porque
si lo haces me va a romper por dentro y ya bastante rota estoy. Te quiero y
no te enfades.

Alzo la vista y observo las paredes negras a mi alrededor y me siento


bien, parece que ellas estuviesen mostrando lo que yo no dejo ver, lo que
oculto, mi estado anímico.
Sigo dentro de la aplicación y busco su nombre entre mis contactos.
Desbloqueo su número para ver su foto de perfil. Me permito hacerlo solo
una vez al día. Lo bloqueé la misma tarde en la que salió a dar su discurso
y sucedió lo que sucedió. Y así sigue, pero siempre siento que me pican
los dedos por ver si hay alguna novedad en su estado o si es de esos que
ponen indirectas, pero no, tiene una de esas fotos desenfadadas que tanto
me gustan, mirando al horizonte, con el perfil embelesado, seguro que
observando algo interesante y con gesto despreocupado, es el reflejo de lo
que es Sebas fuera del ayuntamiento. El Sebas que me gusta, que me
enamoró hasta el tuétano.
Un mensaje de Elsa me entra mientras observo su foto y en ese
momento Sebas aparece en línea. Lo bloqueo rápidamente, como si me
fuese a pillar, como si, cada dos por tres, se dedicase a mirar si aparezco y
lo he desbloqueado.
Elsa:
Ya sabes que yo te apoyo a muerte, amiga, y que, si tú me dices (de
corazón) que no quieres saber nada de él, mis labios estarán sellados, pero,
como (creo que) no es de corazón, permíteme decirte que debes hablar con
él. Que debes hacerlo, aunque luego lo mandes a tomar por el chiquito.
Dicho esto, buen día, amiga, y que encuentres ese piso en el que pienso
cogerme una cogorza al inaugurarlo.

¡Joder con Elsa! ¡Joder con mi amiga! ¡Joder con el universo que nunca
se pone de mi parte!
CAPÍTULO 68
SI CIERRO LOS OJOS, SOY UN UNICORNIO

Si el sábado de reflexión no fue lo suficientemente reflexivo para mí,


lo está siendo hoy domingo, día de las elecciones. Por suerte, he
encontrado un piso bastante lejos, pero con buenas conexiones y ahora
mismo me encuentro inmersa en la labor de recoger todas mis
pertenencias para trasladarme al lugar que he alquilado temporalmente.
Fue sencillo. Terminé el viernes mentando a los astros y la poca
compasión que demostraban tener conmigo y fue jodido, porque de verdad
que pensaba que todo era una mierda pinchada en un palo y que no tenía
solución, pero… eso de que Dios aprieta, pero nunca ahoga, es una frase la
hostia de buena, porque en el amor me va como un culo, sin embargo, en
el tema laboral y en el asuntillo ese de encontrar casa me ha ido bien.
Mejor que bien.
—Tienes la agenda de la próxima semana llena de citas. Sabía yo que
esto de organizar divorcios iba a ser un filón. Eso sin contar a las chicas
que recomendamos en nuestra despedida y que quieren hacerlo lo antes
posible. He preparado un dosier —me dice mientras recojo mi ropa
interior de unos cajones que Sandra con tan buena intención me ha
prestado.
—No es por ser una arpía, pero yo también he preparado uno —le digo
mientras me giro y saco de uno de los estantes un gran dosier de color
amarillo lleno de anotaciones y, cómo no, de pósits, por eso lo he elegido
amarillo, porque creo que es mi color favorito y que es la antítesis al negro
de mi despacho.
Sandra me mira detenidamente mientras perfila una de las cejas con su
dedo índice. Me he dado cuenta en este tiempo de que ese es un gesto muy
característico suyo cuando está dándole vueltas a algo.
—Me gustas, ¿te lo he dicho ya? Debería subirte el sueldo. O, mejor
aún, debería hacerte socia.
Dejo las cosas que estoy haciendo y alzo de nuevo la mirada,
interpretando sus palabras para saber si es una broma o no, porque Sandra
tiende a bromear sin cambiar su gesto y es bastante complicado de
entender cuando la acabas de conocer.
—Sandra, no, es pronto, yo sé que confías mucho en mí, y te estoy
eternamente agradecida, pero no es lo que quiero.
—Es una oportunidad —resuelve— y mato dos pájaros de un tiro
porque así no te irías con nadie.
—No me quiero ir con nadie. —No me voy a ir a ningún sitio.
—Ya, pero…
—No —niego de nuevo—. No quiero. Quiero trabajar como trabajamos,
tú siendo la jefa, y comiéndote los marrones por los errores que cometa tu
divorce planner, y ya está.
Ella medita de nuevo y la veo poco convencida.
—Ya veremos —finaliza antes de ponerse a hojear mi dosier con
atención.
Me fui del apartamento chic de Sandra, con lo mismo que había traído:
un dosier lleno de ideas que había ido recopilando con todas las cosas que
hice mientras estaba en Chinchón y con la lluvia de ideas que tuvimos
cuando comencé a organizar todo.
No me he permitido mirar hoy el wasap de Sebas, porque no quiero caer
en la tentación de llamarlo o de escribirle. La culpa de que haya estado
barajando la opción es de Elsa, que me había hecho ese comentario y me
tiene en el aire por él.
Llego al apartamento a la hora que había acordado con el chico de la
inmobiliaria. Una de las condiciones que había puesto era la de mudarme
lo antes posible y eso pasaba por hacerlo ya, es decir, daba igual que fuese
sábado, que jueves, que martes, que domingo, y en esas me encuentro. Me
está esperando con su traje y corbata en el portal de mi edificio para
entregarme las llaves. Me hace sentir incómoda cuando me las entrega, no
sé, como si esperase algo más que un gracias por mi parte y una rúbrica en
los papeles que confirman que, durante seis meses, seré la dueña de ese
sitio al que ahora iba a llamar hogar.
Y me siento bien subiendo las escaleras con la maleta. Pensando en si
mis vecinos serán tan agradables como Soledad y Noa o como los demás a
los que no conocía de nada, pero que no se quejaban de nuestras fiestas
hasta altas horas de la mañana.
Es un apartamento sencillo, con los muebles necesarios y con algo que
me resulta muy, pero que muy curioso: tiene una ventana que da al rellano.
No es una ventana, en realidad, es como una especie de puerta enorme que,
en vez de haberla hecho doble, habían puesto un cristal de techo a suelo y
que ahora mismo está cubierta con un visillo de color fucsia que permite
que se vea algo, pero no mucho. Tendré que tener la cocina recogida,
porque hacia esa habitación da nada más entrar. Me la pela ahora mismo.
Si los vecinos cotillean, yo haré los mismo con ellos. Es algo así como un
«ojo por ojo y diente por diente».
Salgo a la calle por la noche, tras colocar la ropa y cuando el hambre ha
comenzado a apretar con la intención de comprar algo de comer y por
encima de todo de beber, y mi teléfono suena en ese momento.
—Greta, cariño, ¿cómo estás?
Mi corazón vuelve a su ritmo normal cuando veo que la que habla es mi
madre y no él. ¿Cuándo dejaré de imaginar que me va a llamar?
—Bien, mamá, muy bien. Acabo de mudarme a mi piso —le cuento.
—¿Y cómo es?
—Es pequeño, pero con encanto —le confieso.
—Vamos, una lata de sardinas —suelta sin pensar.
—Algo así.
Parece mentira. Os lo juro. Mi madre y yo nunca hemos tenido una
relación idílica, de esas que se suelen ver por ahí, llenas de besos y
arrumacos. Tampoco ha sido una relación hostil. Creo que es una relación
normal que ha ido madurando con el tiempo. Yo he madurado y he
entendido la postura de mi madre todo este tiempo, y ella ha hecho lo
propio con la mía. Y creo que todo esto, lo de Teresa y Soledad ha hecho
que mi madre y yo nos hayamos unido muchísimo más si cabe. Y sé que
entiende a la perfección que me haya ido, marcando distancia.
—Javier me lo ha contado todo. Lo de Elsa, lo tuyo, todo, y yo… solo
quería pedirte disculpas porque creo que no he terminado de hacer las
cosas bien contigo. Me posicioné sin saber nada y no actué bien. Lo siento,
Greta, siento haber sido tan dura en ocasiones. Me hubiese gustado que
esta conversación la hubiésemos mantenido en casa, en un almuerzo, una
merienda o sencillamente solas en el salón, pero prefiero hablar contigo a
esperar para hacerlo. Tampoco quise hablarlo contigo el otro día, antes de
irte, no era justo, si algo he aprendido en este tiempo es que cada cosa
contigo tiene su tiempo.
Guardo silencio un par de segundos, el tiempo que tarda en salir todo el
aire de mis pulmones y llenarse de nuevo de algo más que aire, de
determinación.
—Me dolió, obvio que sí, pero eso no hace falta que te lo diga porque
creo que te lo puedes imaginar, pero no te culpo tampoco. Es decir, hubo
un tiempo en el que sí, cuando hablabas de Cayetana como si ella fuese tu
hija, y no yo, y eso me rompió, pero no pasa nada, solo quiero dejar atrás
todo el pasado y eso forma parte de él.
—Tengo que hacer algo, Greta, no quiero que las cosas terminen así,
porque ella lo hizo mal y se ha ganado el respeto del pueblo a base de
mentiras y después de lo del periódico has quedado mal tú de nuevo, como
la aprovechada, y no es así.
—¿Y qué más da, mamá? ¿Qué más da ya? Yo no estoy ahí, ya me da
igual todo; ella, él, lo que piense la gente… Todo.
—¿Sabes que Soledad se presentó en casa de Sebastián y le dio un
guantazo?
Me quedo en silencio de nuevo, pero esta vez conteniendo el aire. Elsa y
Noa saben que no me pueden decir nada, pero mi madre lo ha soltado sin
saber.
—¿Soledad está bien?
—Enfadada contigo por no haberla esperado, pero, entre tú y yo, pasa
mucho tiempo con Carlos, así que ha salido todo bien. Carmelo no ha
dicho nada, pero los mira suspicaz. Es un párroco muy listo y se hace
como que no sabe nada, pero sabe más que todos.
—Sí, sí que es listo y sí que sabe —suelto sonriendo al imaginarlo
rezando por mi alma.
—Yo debería plantarme en su casa y darle a ella una cachetada también,
porque está mal, muy mal. Lo siento, Greta, de verdad que lo siento. No
tenía ni idea de nada.
—Te lo agradezco. Creo que nos hemos unido más que nunca, mamá, y
con eso es con lo que me quedo, con lo que tenemos ahora.
No la veo, pero sé que asiente. Me la imagino sonriendo con nostalgia.
—Greta… —musita.
—Dime —susurro cogiendo un par de latas de cerveza del frigorífico
del supermercado.
—Ha ganado las elecciones.
Cuatro años más. Tiempo suficiente para que nos olvidemos.
CAPÍTULO 69
¡BIENVENIDAS A MI CASA!

He superado la primera semana de trabajo, y ¡no solo eso! Diría —


permitidme que esté tan orgullosa de mí misma que parezca una
egocéntrica—, que he superado la primera semana de trabajo con notable
—alto—.
Ha sido una auténtica locura, pero una de esas que reconfortan, aunque
te quieras morir entre terribles sufrimientos. No he parado de atender cita
tras cita, de llenar pósits con ideas y propuestas que luego he pasado a mi
pared —sí, sí, ahora tengo una pared llenísima de notitas adhesivas
amarillas— y de ponerme en contacto con lugares varios para organizar
las primeras fiestas de divorcio. ¡Las primeras a desconocidas!
He recibido a muchas mujeres, lamentablemente, creo que las mujeres
no tenemos reparo a la hora de decir abiertamente que queremos celebrar
nuestra fiesta de divorcio y me siento orgullosa de esas que tampoco
tienen problema en hacer borrón y cuenta nueva cuando de quitarte un
lastre de encima se trata, tengo varias ideas apuntadas —en la pared, sí—
para intentar atraer a hombres. No lo conseguí con el amigo de mi
hermano, pero os digo, con total certeza, que todo se andará.
De todas esas mujeres, la mayoría estaban tranquilas, ilusionadas y
calmadas, agradecidas también y conscientes de que era lo mejor y de
todas aprendí algo: lo que no te mata, te hace más fuerte, y añado,
celebrarlo por todo lo alto es la hostia de estimulante. Pero hay
excepciones y no podía ser de otra manera. Y esa excepción tiene nombre
y se llama Esther.
Está en mi despacho, sí, como todas, también, pero ella no quiere
celebrar nada. Sus amigas, que también la acompañan, creían que esto
sería una especie de terapia de choque en plan: celebrarlo hará que duela
menos, lamentablemente, no va a ser así, y ella lo sabe tan bien como yo.
Os pongo en situación: su marido la dejó. Por su hermana. Su hermana
más joven. A la que dejó embarazada. Y la pilló por lo típico de siempre:
te confías hasta que te encuentran con la polla metida en el kiwi de tu
hermana, así, para empezar la tarde, y en tu propia casa. Cosas que pasan.
Vamos, que esta tarde me he gozado una buena tanda de insultos,
improperios, malos deseos y promesas sobre el lugar en el que colgarían el
pito del susodicho si lo tuvieran al alcance —al susodicho y al pito, por
supuesto—. Y entonces me doy cuenta de que Esther se siente tan mal
como yo porque ella ha perdido más cosas que a su marido, también ha
perdido a su hermana y, en parte, su familia ha sufrido una fractura. Así
que… la entiendo, ¡vaya que si lo hago! Y lo que yo creo que la calmará
no es una fiesta de divorcio organizada con la mejor de las intenciones por
sus amigas, no, a ella lo que la ayudaría sería salir corriendo, como decía
Amaral en una de sus famosas canciones, exactamente lo que me alivió a
mí.
Y hago lo que tengo que hacer a pesar de que quizá no es lo que marca
el protocolo. Hablar con ella y organizarle una escapada, una de esas que
te llevan a una orilla desconocida, de una costa más desconocida aún y con
ganas de que se reencuentre y que ahonde en sus sentimientos. Que pueda
llorar por las noches cuando nadie la vea, que pueda comer para evitar
pensar, que sus pies se entierren en la fina arena de la playa y que eso le
demuestre, por efímero que sea, que siente algo aparte de dolor, porque las
cosas que nos rodean te hacen sentir que no solo hay oscuridad, es cuestión
del prisma que decidas utilizar.
Y lo organizo todo de una forma tan rápida que me da vértigo hasta a
mí. Pero siento que esa chica, que parte mañana hacia una costa, soy yo,
que he llegado a Madrid para entender que tenía que alejarme de todo
aquello y que el bullicio, las películas malas, las pepitas de chocolate de
las galletas Chips Ahoy, otear el rellano a través del visillo que cubre la
ventana de la puerta, tomar todas las mañanas un Frapuchino de camino al
trabajo y una galleta de avena —para matar la ingesta de chocolate de la
noche anterior—, todo eso conforma mi vía de escape y sabe igual de bien
que los dedos enterrándose en la fina arena de una playa del Algarve.
¡Y joder! ¡qué bien me siento! No es una fiesta al uso, tampoco es eso lo
que quiere ella ni siquiera lo que hubiese querido yo, y eso de renovarse o
morir adquiere tal magnitud en mi cabeza que escribo una nota adhesiva
enorme, una de esas en las que pone en cada papel una letra hasta formar
la palabra que burbujea en mi cabeza: «Serendipia». Lo escribo y lo haré
al llegar a casa de nuevo, porque me he dado cuenta de que he encontrado
algo mientras buscaba otra cosa… Me he encontrado a mí misma sin
buscarme. Y me siento orgullosa de ello, de haber conseguido dar un paso
adelante dejando atrás el pasado que me ha acompañado durante tanto
tiempo y que siempre ha tenido nombre propio y nunca ha sido el mío. Y
está claro que, pase lo que pase, eso no va a volver a suceder más.
Y explicado todo esto, para que entendáis el motivo por el que me
siento tan bien conmigo misma ahora, os diré que he llegado, he tirado los
tacones en la entrada —tras la puerta para que no se vean—, he soltado el
bolso y las llaves encima de la mesa del comedor, he abierto la nevera y
me he servido un bol inmenso de leche con cereales, pero nada de esos de
fibra y proteínas, no, no —una vez más, lo siento Carlos Ríos—, sino esa
caja que tenía llena de cereales cubiertos de chocolate y grasas saturadas y
confieso que he puesto más cereales que leche, así que, si muero a causa
de los ultraprocesados, será con la barriga llena.
El teléfono suena cuando mi boca parece la de una ardilla que tiene los
mofletes llenos.
Miro la pantalla con temor y veo que es una videollamada de Elsa.
Trago y la acepto.
—¡Holaaaaaaaa! —La hilera de vocales que mi amiga suelta me
abruma, así, para empezar.
—¿Elsa? ¿Qué haces? —Hemos hablado en estos días, por supuesto, la
llamé para felicitarla el día en que ganaron las elecciones, pero estaba con
el subidón y tenía que celebrarlo junto al resto del partido político.
Después de eso, alguna que otra conversación, pero nada del otro mundo.
Con Noa he hablado mucho más.
—Pues, mira, resulta que estaba yo aquí con Noa y con Lola, y hemos
pensado que nos aburríamos mucho y que te echábamos de menos y hemos
decidido llamarte para verte la jeta.
Elsa enfoca al grupo y veo que Noa y Lola alzan las manos y tienen los
dedos entrelazados.
—Muy bien, así me gusta, que seáis libres para hacer lo que os venga en
gana, pero lejos de los callejones —ironizo a sabiendas de que lo
entenderán.
—Veo que ya vas bromeando con el asunto, has pasado de fase —añade
Noa.
—No te creas, solo es que he tenido un buen día y estoy positiva.
Renovarse o morir, y paso de morir y menos por un tío que esté tan bueno,
pero que no tenga a mi persona como su prioridad.
La frialdad con la que suelto la frase es pasmosa, creo que las he dejado
calladas incluso a ellas.
—Ya, bueno, me parece bien, pero… ¿podrías darnos tu dirección?
Resulta que hemos llegado a Madrid, pero no sabemos dónde vives y el
guacamole se nos va a estropear y no creo que a Noa le haga ni pizca de
gracia —murmura Elsa.
—No, la verdad es que no —concede Noa antes de que yo diga algo.
—¿Madrid? ¿Habéis venido? ¿Sin avisar?
—Yes. —Ya sabéis, el inglis pitinglis de Elsa.
—Es que no te fijas en los detalles, chica —me reprocha Noa entre
risas.
—¿Qué detalles?
—Buah… ¿El entorno? ¿Te recuerda algo de esto al pueblo? —Elsa, con
el teléfono bien sujeto entre sus dedos, hace un barrido de la ciudad y, sí,
definitivamente, eso no tiene pinta de ser Chinchón ni mucho menos.
—¡Yo qué sé! —me defiendo—. Hace mil años que no os veo y la
verdad… —Comienzo a llorar.
Vale, sí, os he dicho todo eso de que me siento fuerte y valiente y segura
y que he encontrado algo mientras buscaba otra cosa, pero, de todo eso,
solo hay una verdad y nada tiene que ver con la fuerza y la valentía.
—No llores más, ¿vale? Hemos venido para verte y para que te deje de
doler, así que limpia esas lágrimas, pásanos la dirección y cámbiate de
ropa que pareces una vagabunda. En un rato estaremos en tu casa y vamos
a cogernos una cogorza de campeonato —zanja Elsa sin dar pie a réplica
alguna.
Hago lo que me dice y doy un salto del sillón. Recojo los restos de
comida. Los zapatos que tan buenamente adornan la entrada, echo un
vistazo por el visillo, no vaya a ser que haya alguna cosa que merezca
mención alguna y el bolso y las llaves a su lugar. Ducha. Ropa limpia.
Moño alto. Copas limpias. Hielo por doquier y rezo para que el resto lo
traigan ellas porque aquí mucha comida no es que haya.
El portero suena un buen rato después.
—¿Os habéis perdido? —les grito por el telefonillo.
—Yes —dice Elsa riendo.
—Abre y calla —contrataca Noa con voz seria. Algo han hecho.
—Tercer piso. Puerta derecha. La del visillo fucsia.
Lo del visillo se los conté el mismo día que me instalé. Es más, tuve que
hacer una videollamada de emergencia y grupal, porque ninguna se creía
lo que les estaba contando, si es que, ¿a quién se le ocurre tener un cristal
al lado de la puerta de la entrada? A un psicópata, seguro.
Mis amigas suben en el ascensor y escucho los gritos, los de Elsa, por
encima del resto. Abro la puerta y sonrío esperando a que lleguen. Al
abrirse la puerta, guardan la compostura y, ¡joder!, corro hacia sus brazos
como alma que lleva el diablo. Lloro. Lo hago de nuevo, pero es que hasta
ahora no me había dado cuenta de lo mucho que las echaba de menos,
hasta a Lola, que es la última incorporación.
—Venga, venga, que no tengo complejo de oso amoroso —protesta Noa
con su ya habitual acidez, que hasta eso he echado de menos.
—Cállate —le digo antes de tirarme de nuevo a sus brazos.
No me dice nada más, pero me acoge entre ellos y me acaricia la
cabeza, deshaciendo mi moño.
Entramos en casa y lo primero que hacemos es sacarnos un selfie, así,
con los ojos rojos y todo, con el visillo fucsia de fondo, para dejar
constancia.
—Esta, de recuerdo —murmura Elsa mientras da un par de pasos para
adentrarse en mi piso y comenzar a revisar todo de arriba abajo.
—Cotilla —la acusa Lola, que ha sido mucho más comedida y se ha
sentado en el sofá.
Noa se ha ido hacia la cocina, sabemos que es su lugar favorito.
—Dime que no has cenado —me pide Noa—, porque voy a hacer fajitas
y van a quedar tan buenas que querrás mover el culo cagando leches hasta
el pueblo de nuevo. —Me quedo en silencio, y todas hacen lo propio tras
el comentario de Noa—. Lo siento —se excusa.
—No, no he cenado —contesto restándole importancia al comentario,
que sé que no lo ha hecho con mala intención ni nada—. No abras la
papelera, mejor.
—Tarde —responde mientras me muestra un paquete de patatas fritas
jamón jamón, un bote de Pringles, un paquete vacío de Chips Ahoy y un
tarro de helado de vainilla y nueces de macadamia. Vamos; nutritivo,
nutritivo—. Esto todo se va a aquí —me dice mientras me señala el
corazón— y también a aquí —me explica mostrándome las caderas, los
costados y los brazos y todo lo que pueda llevar grasa.
—A mí me gusta cuando eso se me va a las tetas —añade Elsa
descojonada de la risa.
—¿Ha empezado a beber?
—Es su estado natural desde que está con tu hermano. Caga flores y
mea purpurina —matiza Noa burlándose.
—Bueno, nada de eso huele mal, así que… me parece bien. —Sonrío.
Agradezco que la cocina sea abierta y que tenga una barra americana,
porque todas nos apostamos en torno a ella para hablar y hablar sin parar,
como si tuviésemos que ponernos al día de miles de cosas que no nos ha
dado tiempo a confesarnos. Cenamos entre risas y por un momento me
olvido del dolor, toda esa bruma negra que me rodea se disipa y me siento
de nuevo como en casa, como si no hubiese salido de allí nunca y esta
fuese una de nuestras reuniones habituales. Casi que espero que Soledad
me toque en la puerta para decirme que, por favor, dejemos de hacer ruido
porque va a decírselo al casero —y sin el por favor también— y que ahora
Lola forma parte de esta reunión. Casi, casi, siento que es mi futura
cuñada…
Salvo por una cosa. Que no lo será jamás.
CAPÍTULO 70

los pósits
SEBAS

Esperar en un rellano es una de las cosas más patéticas que me ha


pasado. No, ya, estoy exagerando; pero esperar en un rellano, con Javier a
mi lado, sí que es una de las cosas más patéticas que he hecho. Sin
embargo, hay cosas que hay que hacer nos gusten o no nos gusten. Y esta
me gusta y acojona a partes iguales. Ser alcalde es mucho más fácil, os lo
digo ya.
—Te parecerá bien, esas cuatro ahí arriba comiendo fajitas hechas por
Noa, y yo aquí, contigo, aguantándote después de todo.
Javier me enseña el puño de nuevo, y yo doy un paso y marco distancia,
porque soy gilipollas después de todo lo que ha sucedido, pero hay que
serlo de campeonato para no huir cuando alguien que ya te ha dado dos
puñetazos en tu vida te enseñe eso que te ha marcado con saña la piel.
—No tenías que haber venido —le suelto sin mirarle siquiera a la cara.
—Y tú tenías que haber sido menos gilipollas de lo que eres y haber
dejado a mi hermana en paz desde hace años, pero no, claro, era mejor
joderle la vida y propiciar su partida. ¿Te haces una idea de cómo
estamos? ¿De lo que la echa de menos mi madre? ¿O yo?
Lo miro de nuevo y, a pesar de que ya le he contado todo lo que ha
sucedido, sé que le sigue doliendo y este es el fiel reflejo de lo que me voy
a encontrar cuando suba a su piso. Tercero derecha. A ese mismo.
—Me lo va a poner difícil, ¿verdad?
—Espero que te reviente, sin acritud —se burla.
Esperamos un rato más, guardando silencio porque ninguno de los dos
sabe bien qué decir. Desearía transportarme a los años de universidad,
cuando Javier y yo fumábamos a escondidas de nuestros padres, creyendo
que éramos mayores de lo que en realidad éramos y teniendo claro que el
mundo estaba a nuestros pies. Poca humildad teníamos por aquel entonces,
pero crecer y madurar te hace ser de otra manera y darte cuenta del
esfuerzo que implica algo.
—Mataría por un pitillo ahora —le suelto, para calmar un poco la
tensión que se palpa en el ambiente.
—Le voy a pedir a Elsa que se case conmigo.
Giro la cabeza y, aunque estamos refugiados por la oscuridad del
espacio, atisbo un brillo intenso en sus ojos.
—¿Javier casándose? —Coloco mi mano sobre su hombro y le doy un
par de palmadas firmes—. Eso lo vas a tener jodido —le explico mientras
miro hacia arriba—. Apuesto a que no lo consigues y te dice que no. Elsa
es una tía dura de pelar, te lo digo.
—¿Qué te apuestas? —me pregunta sonriendo al escuchar mi pregunta,
sin tener en cuenta para nada las dudas que tengo de que lo consiga—. Si
me dice que sí, serás mi padrino de bodas.
Ahora no lo miro, directamente me coloco de frente a él y apoyo ambas
manos sobre sus hombros.
—¿Es en serio? Porque si es una broma…
—Es en serio, nada de bromas ahora. No creas que te he perdonado,
pero el hecho de que hayas salido públicamente a contar lo sucedido y que
hayas acabado el discurso diciendo: «Ahora tenéis que disculparme,
porque tengo que ir a buscar al amor de mi vida», hace que mi odio hacia
ti sea menor que el que te tenía esta misma mañana.
—Ya…, lo hice mal.
—Jodidamente mal —especifica mi amigo—. Pero lo importante es que
lo has dejado todo claro y que has hecho lo correcto. Te perdonaré si ella te
perdona.
—Me va a perdonar —zanjo.
—Y serás mi padrino —resuelve.
Asentimos ambos, mientras esperamos la señal.
Sentimos la vibración del teléfono. Saco mi aparato del bolsillo trasero
y veo que han escrito en el grupo —temporal— llamado: «Te vamos a
rajar, señor alcalde».
Elsa:
Id subiendo. Ya hemos terminado de recoger.

—¡Qué me pone mi chica cuando se pone mandona! —exclama Javier.


Arrugo el ceño tras sus palabras.
—Estoy acojonado —confieso.
—No es para menos —me dice.
Subimos las escaleras con la resolución haciéndose latente en cada poro
de mi piel. No he preparado ningún discurso, no sé siquiera cómo la voy a
encontrar o qué me dirá. Si sonreirá y veré el brillo en sus ojos. Si la
sorpresa dará paso a un abrazo. Si habrá decepción y dolor. Si lograré que
confíe en mí de nuevo. Todas las cosas a las que me he enfrentado en el
plano laboral quedan eclipsadas por el miedo que siento ante esta
conversación porque, al final, me juego lo que más quiero: a Greta.
Sebas:
Ya estamos aquí fuera.

—Te deseo suerte —me dice Javier apoyando ahora él las palmas de las
manos sobre mis hombros—. Tráela de vuelta a casa o te las verás con este
—me dice mientras me enseña su puño una vez más.
—Sigues siendo un macarra —le acuso.
—Un macarra que la quiere.
—En eso estamos de acuerdo los dos —finalizo.
La puerta se abre y salen a tropel Lola, que me da un abrazo; Elsa, que
me mira mal, y Noa, que me mira peor aún.
—Está en el baño, no se espera nada de nada, así que imagino que le va
a dar un soponcio cuando te vea dentro —explica Elsa de forma
atropellada.
—Le he robado las llaves. Y tengo las notas. Quita ese visillo de mierda
de ahí —me pide Noa.
—Te sigue queriendo —me cuenta Lola—. Lo veo en sus ojos.
Sonrío mientras la abrazo con fuerza.
—Yo la quiero mucho más a ella —finalizo.
Entro en la casa y enseguida escucho el pestillo. Noa me toca en el
cristal de al lado y me hace señas para que quite las barras móviles con las
que está sujeto el visillo. Ahora las veo perfectamente.
No estoy seguro de que nada de esto vaya a funcionar.
Noa me señala el salón con su dedo índice y murmura un vete: «Vete.
Ya».
Doy suaves pasos y me acerco al salón. Escucho una puerta y respiro
con fuerza porque sé cuál será el siguiente paso.
—Chicas, espero que no os hayáis bebido todo sin… —Se queda en
silencio cuando se da cuenta de que soy yo el que está en medio de su
salón. Hace un barrido por la habitación, y yo sigo su mirada; las copas
siguen en su sitio, la bebida también y los frutos secos en el cuenco, pero
no hay rastro de ellas—. Sebas…
Intenta recomponerse y recorre todo el espacio. Se acerca a la cocina y
ve varias sombras fuera.
Da un par de zancadas y observo que está descalza y me recuerda a
nuestras noches juntos, cuando caminaba de esa manera por su piso,
sintiendo el frío del suelo y recuerdo cómo me decía que eso la hacía
sentir viva.
Sujeta el picaporte e intenta abrir. Sin éxito, por supuesto.
—¿Qué coño? —Me mira con furia y entonces Noa comienza con su
plan. Con su segunda parte del plan porque encerrados ya estamos.
Greta percibe el sonido en el cristal y se da cuenta de que el famoso
visillo no está allí, en cambio, hay una hoja. Detrás de esa hoja están Lola,
Elsa, Noa y Javier. Mis jinetes del apocalipsis.

«No entres en pánico, sabíamos que no ibas a querer hablar con él,
por lo que hemos tenido que intervenir».

Greta corre en dirección a vete a saber dónde, y yo sí entro en pánico


porque, si no lee esos papeles, la cosa pinta mal. Regresa con un paquete
de pósits y un bolígrafo y comienza a escribir. Me coloco a su lado, cual
espía, y ojeo lo que pone.

«Traidores».

Niegan todos, mientras señalan a Noa.


—Este plan ya me lo conozco —protesta, pero sin escribir nada.
—Greta… —intervengo por primera vez—. Quiero hablar contigo,
decirte lo que…
—Calla, porque ellas son traidoras, pero tú eres la peor calaña que pisa
la faz de la tierra.
Comienzan a golpear en el cristal cuando se dan cuenta de que,
efectivamente, Greta no está por la labor de hablar conmigo ni de
escucharme.
«Sabes que siempre hemos estado a tu lado, en lo bueno y en lo malo,
siempre».

«Y que, si hay que matar a alguien, seremos las primeras en


apuntarnos».

«Yo no».

Escribe Javier en un papelito amarillo. Veo que aquí todo el mundo se


ha surtido de ellos. Elsa le da una colleja, pero consigue que Greta sonría.
«Pero creemos que hay que aprender de los errores».

«Y que todos merecemos dar nuestra versión de los hechos antes de


juzgar».

«Porque a todas nos hace daño que no nos escuchen cuando tenemos
algo que decir».

«Porque Soledad me ha dicho que lo dejes hablar como hizo ella».

Le muestro mi mejilla, esa en la que se tatuaron los cinco dedos de la


vecina de abajo, y Greta sonríe, por primera vez después de esto me
sonríe.

«Y sabemos que tú lo quieres».

Javier enseña el dibujo de una polla en un pósit, y Greta se tapa los ojos.
Colleja número dos y carcajada conjunta.

«Pero, por encima de todo, sabemos que él te adora».

Todos dibujan un corazón con la mano, menos Javier, que besa su puño
justo antes de enseñármelo. Y, entonces, Greta se gira hacia mí.
—Solo déjame explicarte y, si quieres que me vaya, me iré.
Greta se marcha y no me dice nada. Se encierra en el baño y me dirijo
hacia ellos.

«Puedes hacerlo».
Escribe Elsa en un papel.
—Confiamos en ti —grita Noa.
Me giro con decisión. He venido hasta aquí porque tengo que hablar con
ella y ser sincero.
Cojo el mismo paquete de papeles amarillos que dejó sobre la mesa y el
bolígrafo y me planto sobre la puerta del baño.
Escribo papel por papel, usando la parte de delante y la de detrás.

«Greta, lo hicimos mal una vez y cometimos el error de no hablar las


cosas y sencillamente pensar que lo que habíamos visto era la
realidad y sabes que eso nos mantuvo alejados mucho tiempo, más
del que hubiésemos querido».

«No te haces una idea de la cantidad de veces que soñé con estar a tu
lado, compartir una tarde contigo, comer frente al televisor viendo la
tele y me tuve que conformar con ver cómo te acercabas a Borja y se
convertía en tu compañero de cama y tu confidente, aunque lo de él
fuese una relación esporádica».

«Yo hice lo mismo y me conformé con Cayetana, me hice cargo de


ese niño y de ella pensando en que la habías traicionado, pero nunca
tuve la certeza de que así fuera, porque la Greta que yo conocía no era
la que aparecía en aquella foto, aunque la imagen mostrase otra
cosa».

«Y fui cobarde. No hice nada por solucionar las cosas y dejé que el
tiempo corriese en nuestra contra. Y, ahora…, ahora intento hacer las
cosas bien, aunque parezca que no fuese así».

«Cayetana no está embarazada y, si lo está, no es mío».


La puerta se abre cuando termino de pasarle esa frase por debajo de la
puerta y cuando estaba garabateando la siguiente.
—No es mío —repito. Carraspeo para aclararme la voz antes de
continuar. Greta no sale del baño, se queda plantada en el marco de la
puerta con los pósits pegados en su mano, un montón de papeles amarillos
con mi letra garabateada aparecen entre sus dedos—. La noche que te dije
que iba a dar un discurso aclarando todo, sabía que no podía hacerlo de
forma tan sencilla, porque Cayetana lo que quería, lo que siempre quiso,
fue hacerte daño y en esta ocasión, como en la anterior, su moneda de
cambio fui yo.
»La de las fotos fue ella. Las tenía en el cajón de mi despacho, y ella era
la única que entraba allí. Dudo que la señora de la limpieza fuese a
rebuscar nada. De todas formas, Cayetana me confirmó ayer que había
sido ella, lo hizo cuando la puse entre la espada y la pared, porque ya no
estaba dispuesto a que te desprestigiase más cuando tú no habías hecho
nunca nada malo.
»No sé decirte quién sacó la foto hace años, pero sé que fue Borja el que
sacó la foto del callejón. —La cara de Greta me devuelve un gesto de
sorpresa, de tristeza, esa sensación de que se le ha escapado todo de las
manos y de que, una vez más, alguien la decepciona.
»Lo sé porque hablé con él. Fue una conversación tensa porque me
reprochaba que por mi culpa te había perdido y que, si yo no me hubiese
inmiscuido, él estaría contigo. No lo culpo, ¿sabes? Porque quería a la
mujer más maravillosa que existe.
—Pero ¡Borja era mi amigo! Dijimos que íbamos a ser amigos.
Asiento antes de continuar.
—Sí, y eso es lo que él pretendía, pero Cayetana le dijo que la cosa era
sencilla y que, si todo salía bien, ella conseguiría lo que quería, y él
también. Y cedió, lo que pasa es que, cuando todo sucedió como sucedió,
se arrepintió y vino a buscarme esa mañana a casa. Justo antes de ir al
ayuntamiento, cuando pasé a cambiarme de traje. Hablamos. Me pareció
sincero y decidí que le haría creer a Cayetana que no había nadie. Lo
pusiste fácil porque decidiste marcharte, y a ella eso la convenció mucho
más. Di un discurso y no era mentira, lo que hice fue obviar, no dije nada
de ti ni de nadie, me centré en la parte en la que me acusaban de gastarme
los fondos públicos en prostitución e intentar que la gente confiase en mí.
No por ganar las elecciones, sino porque esa gente, toda, es mi pueblo, mi
gente, con quien me tomo una caña en un bar, que me invita a café o que
veo en la plaza paseando. Y no quería que nadie dudase.
»Soledad me dijo que esperase a que pasaran las elecciones porque
bastantes escándalos teníamos ya en el pueblo, y le hice caso, después de
la bofetada, claro está. Y, tras ganar, reuní a mi equipo y puse las cartas
sobre la mesa. Hablé de lo sucedido, de lo que había pasado y de que ellos
saben que yo no soy así. Cuando todos salieron de allí, Elsa se quedó a mi
lado y me derrumbé, porque te habías ido y sabía que te había hecho
mucho daño, que ibas a desconfiar de mí una vez más y que iba a ser
complicado recuperarte cuando la confianza es inexistente. Y ella me dijo
que solucionase lo que me quedaba pendiente que del resto se encargaba
ella.
»Y mi asunto pendiente era Cayetana —continúo, mientras Greta me
mira expectante—. Y para solucionarlo tenía que hacerlo con la verdad por
delante. Así que fui a su casa y le dije la verdad una vez más. Que te había
perdido, sí, pero que, aun con todo, ella no tenía cabida en mi vida. Me
gritó, me dio una bofetada, me insultó y me acusó de lo peor, me dijo que
me haría la vida imposible y que ya se encargaría ella de que el pueblo
pensase que yo no era esa figura honorable que creían.
»Me mantuve en silencio aguantando los reproches con toda la
estoicidad que tenía, pensando que estaba un paso más cerca de hacer las
cosas bien y de recuperarte, porque te quería más que nunca y estaba roto
por haberte hecho daño.
—Podías habérmelo dicho… —musita Greta con lágrimas en los ojos.
—Te fuiste y pensé que lo mejor era dejar todo solucionado antes de
venir a verte, sin flecos ni cabos sueltos, con todas las cartas sobre la mesa
y la verdad por delante.
»Borja me ayudó. Le agradezco mucho que tuviese el valor de entrar
cuando le pedí que acudiese ese día a casa de Cayetana. Era la única forma
de que ella no pudiese negar más lo que había hecho, ahora había testigos.
Cayetana no contaba con eso, estaba tan segura de que él haría lo mismo
que ella, que la seguiría a cualquier lugar por recuperarte, que no pensó
que de verdad pudiese interceder. Y lo hizo. Y su castillo de naipes se vino
abajo. Estaba todo zanjado.
—¿Y ella? ¿Qué hizo?
Alzo los hombros para restarle importancia.
—Me dio igual lo que hiciera. Yo tenía claro lo que pensaba hacer —le
confieso alzando los ojos—: venir a buscarte.
—Sebas…, yo…
—Shhh —la chisto—, quiero que veas algo.
Desbloqueo mi teléfono y le tiendo un vídeo que tenía preparado. Es el
discurso que di contando la verdad, confesando que en mi vida había
alguien, además de la política y del pueblo, contando que había una chica
preciosa que quería comerse el mundo con solo abrir los ojos, que ella me
había hecho mejor, que me había enseñado a creer en las segundas
oportunidades y en lo bonito que es apostar por lo que uno quiere. Les
explico que, a pesar de que está algo loca, es una compañera increíble, que
ayuda al pueblo, que se preocupa porque estén bien y por regalarles una
sonrisa sincera y que cuando me mira, cuando me mira, es como si
estuviésemos en la luna.
—No hubo aplausos, como en las novelas, aunque esta bien pudiese ser
una escena de ficción. Pero hubo paz. Paz por haber sabido dejar atrás el
pasado y apostar única y exclusivamente por el futuro: tú.
Los ojos de Greta están anegados en lágrimas y me permito el lujo de
acercarme hasta ella y depositar un suave beso en la cabeza. Es como estar
en casa de nuevo.
Le dije que me iría tras haber hablado con ella y, tras ver su silencio,
decido salir y dejarle su espacio para que asimile todo.
—Te quiero —murmuro antes de abrir la puerta.
Veo a los chicos sentados en el suelo del rellano, esperando.
Noa es la primera en alzar la vista.
—He abierto cuando me di cuenta de que ya estabais hablando. ¿Cómo
ha ido?
—Sinceramente, no lo sé.
—¿Has sido sincero? —me pregunta Elsa.
—Me he dejado el alma ahí dentro —musito.
Bajo las escaleras y me encamino hacia la salida, sin rumbo fijo.
Necesito aire. Puede que incluso necesite un pitillo o un trago.
Abro la puerta del rellano y agradezco la brisa de la noche. Cierro la
chaqueta y meto mis manos dentro de ella y mis pies comienzan a caminar
sin destino alguno.
No lo he conseguido. No he conseguido que Greta me perdone, sé que
esa frase que dejó a medias era la frase en la que me iba a decir: «sí, pero
no», la frase típica de «no eres tú, soy yo» y no podría soportarlo, no
ahora, no saber que el daño es tal que no tiene solución.
Puede que vivir en la ignorancia me haga más feliz y que el destino sea
tan caprichoso como para mostrarme lo que es la felicidad de verdad para
después, arrebatármela.
—¡Sebas! ¡Sebas! —Escucho los gritos en medio del barullo de los
coches de un viernes noche. Me quedo parado, esperando a que el sonido
se repita una vez más y que me demuestre que no es fruto de la
imaginación, del deseo que siento de que sea ella la que me llame—.
¡Joder! —grita. Me giro y la veo ahí, descalza, intentando quitarse algo
que se le ha trabado en los pies y señalándome con el dedo a modo
acusatorio—. Esto es tu culpa, si pillo una infección y acabo muerta, te
perseguiré como la niña de la curva esa y no te dejaré vivir en paz.
Me acerco hasta ella raudo y veloz con la puta emoción consumiéndome
por dentro acabando conmigo y ahora entiendo esa mierda que se dice de
las mariposas. Más que mariposas, esto son aves rapaces.
Greta se tira a mis brazos y me besa antes de dejarme hablar.
—Eso es lo que yo quiero, Greta —le digo cuando nuestros labios se
separan.
—¿Qué? —me pregunta sin saber bien a qué me refiero.
—Lo que quiero es que no me dejes vivir en paz nunca más.
EPÍLOGO
Seis meses después…
Parece mentira lo que hace la desesperación, lo que consigue y en lo que
te convierte, el vuelco que le da a tu vida y a la de todo el que te rodea y, lo
más increíble de todo, es lo que pierdes por seguir a pies juntillas a ese vil
sentimiento; principalmente, te pierdes a ti mismo por el camino.
Si el amor es un sentimiento fuerte, vivo, que mueve barreras y que
logra condicionarte, el temor es casi tan potente como este, salvando las
distancias y obviando que todo lo que contenga la palabra temor de por
medio solo consigue que el fin sea triste y carente de vitalidad. Dicen por
ahí que, si tienes miedo, hazlo con miedo y, digo yo; si te sientes
desesperado, no lo hagas, porque no valdrá la pena perderte en ese
sendero, porque el temor y la desesperación se traducen siempre en
pérdida, lo mires por donde lo mires.
—¡Joder! Parece mentira, coñe, mírala —me pide Noa con sus ojos
brillando por la emoción—. No parece ella misma…
Ambas nos fijamos en la imagen que tenemos justo frente a nosotras,
nuestra amiga, nuestra hermana, la chica que siempre ha estado para
nosotras, la que se enfada, pero es capaz de recapacitar, las mejores tetas
del grupo, la concejala de las pollas que ahora tiene un único miembro en
mente y no es otro que el de mi hermano…
—La hemos perdido… —musito sonriendo con emoción.
—Si me dicen esto hace un año, los llamaría mentirosos a todos y los
enviaría a la horca.
—Vaya, está saliendo la Noa victoriana.
—Una victoriana bollera… A la horca yo también.
—O a la hoguera…
Ha habido muchos cambios en este último año. Tantos, que parece
mentira que estemos aquí ahora mismo. Empezamos siendo una familia y
eso no ha cambiado porque seguimos siéndola, pero las cosas han variado.
Hemos dejado atrás momentos malos, momentos tristes, momentos de
dolor y momentos en el que el color negro predominaba, sí, todo eso ha
formado parte de lo que somos hoy. Ahora bien, hemos reído mucho,
muchísimo, ha habido pullas, noches interminables hablando de hombres,
de chismes, de intentar encontrar nuestro sitio en el mundo juntas, seguir
siendo inseparables como hemos sido, hemos crecido como personas y en
número, y la familia ha aumentado. Hemos cumplido sueños, las tres,
incluso mucha más gente que nosotras tres los ha cumplido y cada una, a
su manera, está donde quiere estar ahora mismo y eso…, eso es lo más
bonito que te puede pasar en la vida.
—Chicas…, ¿qué tal estoy?
Elsa se incorpora de la pequeña butaca cubierta que tiene frente a su
espejo, y nos miramos las tres compungidas.
—Estás tan guapa que duele mirarte —le digo tendiéndole mi mano
para que la sujete con la suya. Así es como funcionamos nosotras,
exactamente así, nos damos la mano y nos agarramos con fuerza evitando
caer porque, si una cae, las demás la sujetan y la levantan.
—¿De blanco, Elsa? ¿En serio? ¿Hay algo puro en tu cuerpo?
—Mira, habla la Virgen María en persona, como si tú no estuvieses
haciendo tijereta con Lola, no te jode.
—A vulgar no la gana nadie —murmuro en el oído de Noa.
—Cochina —la insulta Noa—. Lo de tijereta me ha dolido, pero te lo
perdono porque te casas y es tu día y toda esa parafernalia que sucede en
las bodas.
—Normalmente solemos discutir nosotras, no vosotras, me mola la
perspectiva esta de verlo desde fuera. Ya entiendo lo de los nachos y el
guacamole, Noa.
—Ameniza el cotarro, te lo digo yo —me explica.
—A ver, que la que se casa soy yo, ¿podéis decirme el nivel de
buenorra que me veis?
—Estás en el top ten —confieso.
—¿De verdad? —me pregunta poniéndome ojitos de cordero degollado.
—Yes.
Nos damos un abrazo y nos preparamos para salir.
—Es la hora —nos dice Noa mirando su teléfono.
—¡Joder! Estoy cardíaca —confiesa Elsa llevándose las manos a la
barriga por los nervios.
—¿Tienes miedo a la noche de bodas? —le pregunto para destensar el
ambiente.
—He comprado unas cosas la mar de guarras. A tu hermano se le va a
poner tan dura como el palo de un martillo.
—Demasiada información —la corto abriendo la puerta.
A Elsa le falta poco para que se le suelte la lengua, por algo su apodo,
ya me entendéis…
Caminamos delante. Nada de niños. Nada de lo típico. Puede que sea la
boda más atípica que exista, pero es lo que mi amiga quería y es lo que le
organicé yo.
Ya, ya sé que he sido infiel a mis principios de celebrar fiestas de
divorcios, y que este es un reto para mí; pero, si Elsa me llama, yo le
tiendo la mano y el brazo entero si hace falta, exactamente igual que lo
haría con Noa.
Y esta es mi primera y última boda, porque lo mío es más el lado oscuro
de las cosas y eso de celebrar que has dejado atrás una vida que no quieres
y que decides ponerte en el número uno de tu lista de prioridades porque
es lo que quieres hacer.
La verdad es que entiendo esta perspectiva que tiene la novia cuando
camina hacia el altar. La escasez de sonido cuando eres el centro de
atención, las sonrisas condescendientes y el brillo de la envidia
enmarcando la cara de las solteras, el sentimiento de amor que refleja el
rostro del novio cuando te ve yendo hacia él y un poco también el alivio
por ver que no lo has dejado plantado. Todo eso está muy bien, pero esos
detalles quedan relegados al olvido cuando veo a mi chico —sí, sí, mi
chico— al lado del novio, con su vista clavada en mí como si yo fuese la
que camina al altar para unirme con él de por vida, sin saber que, aun sin
traje de novia, ha sido siempre así, unidos por un hilo invisible que nadie
ve, pero que sentimos.
Siempre ha sido Sebas, de cualquier forma, ha sido él.
Las damas de honor/madrinas nos colocamos al otro lado, y Carmelo
nos mira antes de asentir y comenzar la ceremonia. No lloramos, aunque
las emociones floten en el ambiente, pero hemos prometido que no lo
haríamos y, si en algún momento dudamos de poder contener las lágrimas,
pensaríamos en alguna de las chorradas que soltaríamos para romper el
momento de tensión o en alguna de las estupideces que Elsa es experta en
decir y que acaba con toda la emoción; algo de cacas y pedos, fijo.
—¿Bailas con el padrino de la boda? —me pregunta Sebas al oído tras
el convite.
—Por supuesto. ¿Quieres bailar tú con una de las madrinas?
—Quiero —finaliza.
Nos dirigimos a la pista de baile. Apoyo mi cara en su pecho y nos
mecemos al ritmo de la balada que suena, algo menos cañero para que
algunos invitados se sientan cómodos. No veo a Soledad bailando
Saturday Night o La Lambada, aunque todo podría darse porque es una
mujer sorprendente.
—Dicen que, cuando se celebra una boda, normalmente llega alguna
más —musita Sebas en mi pelo.
Alzo la cabeza y lo ojeo, intentando descifrar su rostro.
—Eso lo dicen de los entierros, no de las bodas, te lo acabas de inventar.
—Eres experta en romper el romanticismo —me suelta mientras me
pellizca un costado.
—No me pienso casar, paso de eso, no me va todo este rollo y esta
parafernalia.
—¿En serio? ¿No lo harías ni siquiera por mí? Ya sabes, para nombrarte
la primera dama tiene que ser oficial.
—Me lo puedes decir antes de…, ya sabes.
—¿Quieres que juguemos al señor alcalde y la primera dama luego? ¿Es
eso lo que quieres decirme?
—Me he puesto unas braguitas muy chulas, si te portas bien, puede que
te deje robármelas.
Sebas se carcajea, y yo me río con él. Su risa siempre ha sido
contagiosa.
—¿Qué crees que va a pasar ahora? —me pregunta mientras seguimos
meciéndonos.
—¿Ahora? —inquiero—. ¿Te refieres a después de bailar?
—No, hablo del presente; de tu vuelta al pueblo, de nuestro futuro
juntos, de Elsa y Javier. De Noa y Lola. De Soledad y Carlos. De todo…
Agradezco que Sebas no mencione a Cayetana, aunque sé que, a pesar
de todo lo sucedido, le ha dolido que se haya marchado del pueblo y le ha
dolido en especial por Izan.
También sé que habló con ella y que le propuso quedarse, seguir
trabajando en el ayuntamiento, continuar con las clases de Izan, porque
Sebas es así, siempre intentando hacer lo correcto, a pesar de todo.
Las cosas han cambiado tras su partida, y, aunque Sebas sigue siendo
ese hombre que antepone la felicidad del resto a la suya propia, intenta,
por activa y por pasiva, que todo siga su curso. Izan le duele. ¿Cómo no le
va a doler si estuvo a su lado durante tantos años? Ahora su relación se
limita a alguna visita esporádica, siempre y cuando Cayetana lo permita, y
a incontables llamadas telefónicas. No es lo mismo para nadie y sé que le
duele, pero también entiendo que Cayetana toma sus propias decisiones, y
Sebas hace lo propio. Pero, aun con todo, cada uno busca su lugar, Sebas
está intentando hacerlo lo mejor que puede y sé que Izan lo entenderá
algún día.
Hubo momentos en los que dudé de que ella viniese a buscarme, que me
dijese cuatro cosas y me culpase de sus desdichas, pero yo estaba en
Madrid, y ella no sabía dónde.
Con Borja sí que hablé. Fui yo la que di el primer paso y quedé con él
nada más llegar al pueblo. Me sentí decepcionada con su actitud porque
hemos sido amigos mucho, mucho tiempo y jamás pensé que esa traición
se pudiese dar entre nosotros dos y menos con todo lo vivido. Hemos
marcado distancia; él por vergüenza, y yo por prudencia. Pero, en el fondo,
me dan pena ambos. Borja, por intentar solucionar las cosas de una manera
que poco iba a solventar, y Cayetana…, Cayetana me da pena porque vivir
en una mentira no te hace feliz. Tarde o temprano, hubiese estado yo en
medio o no, Sebas habría tomado otro camino, estoy segura porque, si no
hay amor, no hay base y al final la casa termina por derrumbarse.
—Nadie sabe lo que va a pasar mañana ni lo que sucederá dentro de
cuatro años. Tampoco sabemos qué nos depara la vida, qué seremos y
cómo seremos. Eso es lo bueno de vivir, ir descubriendo las cosas, si no,
¿qué gracia tendría? —Vuelvo a la realidad, dejando atrás el pasado
porque no es más que eso, pasado, y tenemos un futuro por delante que
descubrir… juntos.
—¿Sabes qué es lo que yo tenía claro desde hace mucho, mucho
tiempo?
—No. —Sonrío—. Ilumíname, Aramis Fuster.
Sebas apoya su frente en la mía y nos miramos tan cerca que soy capaz
de distinguir todos los matices de su iris.
—Tenía claro que al final ibas a ser mía —susurra.
—¡Anda ya! De todas las facetas que tienes, esta es la más absurda.
—¿Tú no lo tenías claro? —me pregunta obviando la forma en la que
me he dirigido a él.
—No —niego—, no lo tenía claro. Hemos estado más tiempo huyendo
uno del otro que juntos.
—Eso no me preocupa. No me preocupa en absoluto.
—Vaya, te veo muy seguro de ti mismo. De verdad, me sorprendes,
señor Sebastián Altamirano.
—Ay, Greta, Greta, pues me alegra que te sorprenda porque esto no ha
hecho más que empezar.
Sebas tira de mi mano y acelero el paso para lograr seguirle el ritmo.
—¿A dónde vamos? Somos padrinos de esta boda —le acuso, pero sin
parar de caminar y con ese pequeño nudo en el estómago llamado
anticipación.
—Tengo que ver la clase de bragas que escondes bajo ese vestido de mil
capas, necesito continuar con la colección.
Abandonamos momentáneamente la fiesta, dejando atrás los gritos de
los invitados, que bailan en pareja, en grupos, en solitario. Que ríen de la
misma forma. Que vitorean a Javier cada vez que le da un beso a Elsa o
cuando ella le llama con el dedo índice para que se acerque y cubra la
distancia que los separa.
Hace apenas un año que nadie sabía lo que iba a suceder, ni siquiera
Sebas, que se empeña en decir que tenía claro que íbamos a terminar
juntos. Nadie lo sabía, ni siquiera tú o quizá un poco sí porque, al fin y al
cabo, esta es una historia de amor y las historias de amor de verdad tienen
que acabar como Dios manda, así que no seré yo la que rompa la
dinámica…
Y seguimos quedando para comer nachos con guacamole.
Y las bragas siguieron desapareciendo.
Y Carlos y Soledad seguían paseando cada día juntos.
Y Teresa nunca se separó de Santiago.
Y Javier y Elsa se mataban… a besos.
Y Noa y Lola dejaron de esconder su amor.
Y Carmelo aceptó que la vida es un cambio constante y no nos mandó al
infierno.
Y me convertí en la socia de Sandra, en la distancia, claro.
En definitiva… Y fueron felices y comieron perdices.
EPÍLOGO
SEBAS

No sabíamos lo que iba a pasar mañana, ¿os acordáis? Pues os pondré


al día…
Sábado por la noche.
Tormenta.
Noche de reflexión.
Mañana se celebran las elecciones.
Estoy tirado en el sofá viendo algo en la tele, que más bien me ve la tele
a mí que yo a ella.
Greta está en su despacho, trabajando a pesar de que es sábado.
El móvil suena.
Javier ha cambiado el nombre del grupo. «Regreso al pasado».
Sebas:
¿Qué pasa, Javier? ¿Te dan miedo las tormentas?

Espero a que responda.


Javier:
Las chicas están hablando por el otro chat y seguro que nos están
poniendo finos, algo hemos hecho. ¿Has sido tú?
Sebas:
¿Yo? ¿Por qué? ¿Te das cuenta de que estás hablando en el grupo
general? ¿Y que ellas forman parte de él?
Elsa:
Javier, no me toques las palmas que me conozco y deja de espiarnos.
No todas nuestras conversaciones giran en torno a vosotros, tenemos vida
propia.
Noa:
Y nachos con guacamole.
Greta:
Menudos creídos.
Javier:
Entonces, ¿por qué estáis ahí dale que dale a las teclitas? Que te
escucho, Elsa.
Greta:
Elsa, no lo has domesticado bien, el mío no hace esas cosas.
Lola:
Mi hermano es bastante comedido y no espía.
Sebas:
No me he enterado porque Greta está en el despacho encerrada.
Javier:
Yo tengo a Elsa al lado. Me está poniendo cachondo con las caras que
pone de concentración, enfado, euforia y ahora sonríe.
Elsa:
Gilipollas.
Javier:
También me pone cuando se pone cerda.
Noa:
A Javier le pone todo, por lo que veo.
Lola:
Esta conversación debería ser menos explícita, porque no me interesa
lo que te ponga o deje de ponerte.
Sebas:
Estoy de acuerdo con mi hermana.
Greta:
Aprovechad ahora que los niños duermen.
Sebas:
Eso deberíamos estar haciendo nosotros, aprovechar que Sofía duerme
(guiño, guiño).
Noa:
Me siento como una voyeur, aquí, leyendo lo que quiere hacer cada uno
con sus partes íntimas.
Javier:
Uhhhh, qué erótico, partes íntimas.
Noa:
Las guarradas las dejo para vosotros, panda de cochinos.
Lola:
Eso, cariño, ponlos en su lugar.
Greta:
Sebas, tienes que devolverme las bragas porque no me da el sueldo
para todas las que me robas.
Sebas:
Te compraré las que hagan falta.
Javier:
Exceso de información.
Noa:
Anda, que ahora resulta que a Javier le parece exceso de información,
pero no antes cuando decía lo morcillón que se ponía…
Javier:
Con esas palabras no lo dije, pero si insistes…
Elsa:
Dejen de hablar de morcillas que me dan arcadas.
Lola:
No estarás embarazada de nuevo, ¿no? Porque eso de cogerle asco a las
cosas…
Javier:
Por favor, Elsa, di que no que yo te quiero mucho, pero con dos niños
saltando todo el día por la casa, gritando, pintando las paredes y
metiéndose dentro de la nevera, tenemos bastante.
Elsa:
¡Que no, joder! Que no estoy preñada, ¿a que no, Greta?
Greta:
Calla, concejala de las pollas.
Sebas:
¿Me he perdido algo?
Noa:
No lo sé, dímelo tú.
Javier:
No respondas a eso, macho, suena a trampa.
Sebas:
¿Greta?
Lola:
Eso, eso, ¿Greta?
Greta:

Sebas:
… ¿Qué?
Greta:
Estamos en jornada de reflexión, se supone que no te iba a decir nada
hasta mañana.
Javier:
¡Hostias!
Elsa:

Noa:

Lola:

Greta:
Estoy embarazada…, otra vez.
Sebas:
Abandono el chat y me levanto del tirón del sofá.
Paso por delante de la habitación de Sofía y la veo dormir, con su
pañalito de tela enredado entre los dedos y una sonrisa en su cara. ¡Dios!
No os hacéis una idea del miedo que sentí cuando supe que íbamos a ser
padres por primera vez, hace ya dos años. Pero menos os imagináis cómo
estaba Greta, temerosa de que algo fuese mal, de que ella misma no
supiese hacerlo y me dijo: con miedo o sin él, lo voy a hacer bien.
Dejo la puerta de la habitación entornada y subo las escaleras hasta la
planta superior, donde está el despacho de Greta. Abro la puerta y la
observo moviendo el teléfono con los dedos, nerviosa.
—Lo siento, no quería decirte nada hasta mañana, no pensaba estropear
el momento.
—¿Estropear? Nunca jamás estropearías nada y menos con una noticia
como esta.
Me acerco y me coloco a su lado, apoyado en la mesa, dejándole
espacio.
—No pensé que fuese a suceder… aquella noche… —intenta
disculparse.
—¿Tienes miedo? —le pregunto.
Greta se levanta y se coloca frente a mí. Asiente.
Le tiendo la mano y la aprieto contra mi cuerpo cuando la coge.
—Eres lo más bonito que me ha pasado, lo mejor que tengo y, si tienes
miedo; hazlo, pero con miedo, ¿te acuerdas?
—Me acuerdo.
—Vamos a ser padres. —Greta asiente—. Sofía se va a poner muy
contenta cuando lo sepa.
—Se va a volver loca, ya sabes cómo se pone cuando juega con los
primos.
—Ahora no te va a quedar otra que casarte conmigo.
—Ni de coña.
—Dijiste que, cuando fuésemos mayoría, te casarías conmigo. Ya somos
mayoría —le rebato—. Sofía dice que sí.
—Sofía dice que sí a comerse una cáscara de plátano. Le diría que sí a
cualquier cosa. «Sí» es su palabra favorita.
—Y la mía —le digo—. El problema es que ahora seremos tres contra
uno, y lo sabes.
—Lo veremos —me reta.
—Lo veremos —la provoco.
La giro y la siento sobre la mesa. El cubilete de bolígrafos cae al suelo y
el paquete de pósits que se queda al filo de la mesa sigue los pasos del
lapicero.
—¿Qué haces?
—Reflexionar. Ya sabes, jornada de reflexión —le explico mientras
levanto su falda y paso la mano por encima de sus braguitas blancas de
encaje.
—¿En esto consiste la jornada de reflexión? —inquiere mientras gime
cuando paso el dedo índice por encima de su clítoris.
—Para mí, sí. Además…, tenemos que celebrar la noticia por todo lo
alto —le explico con una mirada llena de hambre.
Bajo sus bragas unos centímetros y paso mis dedos por su abertura. Está
húmeda.
—¡Joder! —musita cuando uno de mis dedos se desliza dentro de ella.
—¿Quieres celebrarlo?
—Quiero.
—Quieres que te folle duro o suave.
—Duro, siempre duro —responde llena de convicción.
—Bien —respondo mientras deslizo las braguitas por sus piernas y me
las guardo en el bolsillo.
Reflexionamos no una, sino dos veces. No importa las veces que
reflexiones, siempre y cuando lo hagas a conciencia.
Sentados en el suelo del despacho, sujeto el teléfono en mis manos, abro
el grupo y escribo con una sonrisa enorme en mi cara. No os hacéis una
idea de lo feliz que soy…
—¿Qué haces? —me pregunta Greta.
—Ahora verás.
Sebas:
Greta se va a casar conmigo. Seremos tres contra uno.
Greta:
Ni lo sueñes, chaval.

Cruzamos una mirada, su boca dice que no, pero sus ojos dicen que sí.
Sebas:
Creo que tendremos que reflexionar de nuevo.
Elsa:
¿Reflexionar?
Javier:
Estos dos han estado follando.
Elsa:
Yes.
Noa:
Yes.
Greta:
Yes, of course.

Y, entonces, sí que fueron felices y comieron nachos con guacamole.


AGRADECIMIENTOS

Para todas las personas que me habéis apoyado desde el principio.


Para las que habéis llegado hace poco.
Para quienes leéis, compartís y recomendáis mis historias.
Para los que os tomáis la molestia de dejar un comentario en
Amazon o una reseña en redes sociales, blogs, etc.
Para los que formáis parte de mi vida y confías en mí más que yo
misma.
Atentamente,
La chica-cactus
BIOGRAFÍA

¿Quién es Yanira García? Soy Canaria, vivo en Santa Cruz de Tenerife,


aunque nací en un pequeño pueblo tinerfeño llamado La Matanza de
Acentejo (tiene historia, sí). Siempre me ha encantado leer... Cuando era
pequeña, sacaba libros de la biblioteca y los devoraba por la noche antes
de dormir. Años después, encontré mi género y supe que me encantaba leer
novelas románticas. En el año 2016 decidí que quería escribir una, tenía
ideas que burbujeaban y me aventuré a ello.
Mis historias (por ahora) se caracterizan por tener personajes de esos
que nos sacan alguna que otra carcajada, tener escenas sensuales y alguna
que otra reflexión sobre la vida, la amistad, el amor, la lucha, los miedos...
En fin, son historias a lo "Yanira Style".
Me encanta leer, hablar —por WhatsApp o teléfono también, jaja—,
comer —cosas que engordan y son poco sanas—, me gusta la ropa
cómoda, la playa y muero por tirarme al sol, y por encima de todo, debéis
saber que resumir no es lo mío.
¡Nos leemos!
[1] Amigos con Derecho, de Maluma y Reik.
[2] Creador del movimiento Realfooding.
[3] Canción Pa Madrid, del grupo El Barrio.

Das könnte Ihnen auch gefallen