Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
—¿Qué tendrán los garitos que me vuelven loca? —me pregunta Elsa
con los ojos cerrados e inspirando como, si en vez de estar sentadas en una
mesa cualquiera de nuestro local favorito, le hubiesen puesto delante un
plato de pasta con salsa boloñesa.
Elsa y yo nos conocimos hace…, pues no lo sé, pero desde que tengo
uso de razón estamos juntas. Fuimos al colegio juntas, jugábamos en la
calle juntas, éramos vecinas e íbamos juntas a la facultad, salíamos de
jueves a domingo juntas…
Ella acabó la carrera de Arquitectura cuando Tutankamón no era una
momia…, es coña, acabó hace unos años y le fue realmente bien, está
claro que las rayas y los números son lo de ella, aunque por su carácter
parezca lo contrario. ¡Qué le gusta a Elsa saltarse las normas! En cambio,
yo dejé de estudiar porque no me llenaba lo que hacía y, de paso, porque
estaba en una etapa de rebeldía total y lo que más me gustaba en el mundo,
aparte de los tíos cachas, era fastidiar a mi madre. Al final, acabé sacando
un máster en la vida y ella, ella terminó siendo la concejala de Urbanismo
del pueblo. Noa y yo nos reímos de ella, porque le decimos que, en
realidad, su puesto no existe —aún— porque, hasta donde sabemos, no hay
ningún cargo en el consistorio que sea el de «concejala de las pollas»,
porque ese, señoras y señores, sí que le iría bien a mi amiga.
Noa es ahora mi vecina. La conocimos hace años, aunque nuestra
relación se intensificó cuando se mudó al edificio en el que vivo ahora.
Elsa tiene una pequeña casa en la zona, cerca de nosotras, así que, al final,
es como si fuese nuestra vecina también; sin embargo, más que vecina, yo
la definiría como «okupa», porque pasa más tiempo en nuestras casas que
en la suya.
Quiero aclarar que, aunque parezca que no estoy del todo bien de la
azotea, soy una tía de lo más normal, una de esas que sale a la calle todos
los días sin necesidad de pegarse cuarenta minutos delante de un espejo
porque necesita estar perfecta para poder ver el mundo —eso ya se lo dejo
a la concejala de las pollas— y me encanta ir con deportivas, soy así de
simple y me contento con poco.
Mis padres dicen que criaron a una mula en vez de a una chica moderna,
aun así, ya me han dado por perdida y se han acostumbrado a mis pintas.
Después de mi etapa de rebeldía en la que ellos se enfadaron porque yo no
había tomado el camino adecuado, llegamos a una especie de calma; ellos
no se metían en mi vida y en cómo debía vivirla —sobre todo, mi madre
—, y yo dejaba de fastidiarles. Eran conscientes de que, cuanto más me
prohibiesen, peor me comportaría y me vestiría, eso también. Yo a eso de
ir en zapatillas y vaqueros lo llamo sencillez. Mi hermano me dice que soy
una zarrapastrosa, pero es que Javier y yo siempre estamos de esa forma:
pinchándonos. A veces pienso que nos odiamos en silencio y ninguno de
los dos se atreve a verbalizarlo por si mi madre se lía a darnos con la
zapatilla para hacernos entrar en razón. Y, otras, creo que lo hacemos
porque es divertido comportarnos así con el otro. Nos queremos, pese a
todo, a pesar de que él me diga que a mí me encontraron en la basura… En
fin, de Javier hablaré más adelante, que tiempo para contar batallitas
tenemos de sobra.
Tampoco soy una tía rara, no sé, supongo que en la variedad está el
gusto y yo varío mucho con todo: de perfume, de color favorito, de cena; a
veces puedo pegarme semanas tomando sopa de sobre y otras puedo comer
lasaña congelada. La cocina no, tampoco es lo mío y, al vivir sola, poco
puedo hacer. Intento colarme en casa de Noa cada vez que puedo porque
cocinar es lo suyo, pero no siempre coincidimos porque tiene turnos raros
en el restaurante en el que trabaja desde hace años. A Elsa poco le puedo
pedir y menos cuando ella llega muerta de algún pleno o de aguantar al
alcalde, que se las trae el muy mamón. Mamón, pero buenorro, ya quisiera
yo que el señor bigote en el cipote fuese un tercio de guapo de lo que es él,
le habría suplicado para quedarme en esa empresa, quizá debería
plantearme lo de entrar en la política.
—No os he contado la última —comenta Elsa levantándose de un salto.
—¡Oh, oh! —exclama Noa que se las ve venir.
Todas sabemos que, cuando Elsa grita emocionada y salta de esa forma,
es que algo gordo se avecina.
—¿Qué te pica? —pregunto acercándome a ella para no perder detalle
de lo que diga; en un pub, complicado escuchar con el alboroto y, si me
gusta la cerveza, los chismes me gustan más.
—No te voy a decir lo que me pica porque no puedes solucionármelo.
—Siempre pensando en lo mismo —la acusa Noa.
Diría que la más sensata de las tres es ella, Noa, quién si no, o por lo
menos la que más cordura le pone a este trío porque, aquí, la concejala de
las pollas y la menda confesamos que a menudo se nos va mucho la cabeza
y terminamos haciendo cosas de las que otro se arrepentiría, otro menos
nosotras, obviamente. A veces pienso que a Elsa y a mí nos separaron al
nacer y que en algún momento nuestros padres nos confesarán que somos
hermanas y que compartimos genética.
—Me han contado que han pillado a mi jefe liándose con la secretaria
en su despacho.
—¿En el despacho? —pregunto atónita—. ¡Qué triste! Ya ni siquiera
esperan a llegar a casa.
—Ya ves —aclara Elsa.
—Sigo sin entenderlo, lo juro —confieso. Cada vez que sale este tema a
la palestra, parece que regreso al pasado de golpe y porrazo.
—Nos da igual lo que hagan —confirma Noa.
—Nos da igual, obvio, pero tenemos que criticarla siempre que
podamos porque la odiamos —matiza Elsa.
—A muerte —admito.
—A muerte —repite Elsa—, es más, si me la encontrase ahora le haría
una llave tal que así. —Elsa comienza a retorcerse de tal manera que
pierdo de vista sus manos y no sé si las tiene en sus piernas o es que de
verdad pretende hacer una llave de judo al aire, por ejemplo—. Y la tiraría
al suelo así. —Y sigue con sus movimientos profesionales y estudiados a
la perfección, fruto de todas esas clases de artes marciales a las que acude
cada día, sí, mentira cochina e ironía pura para no decir que está armando
un espectáculo patético, y que me está dando vergüenza ajena y no suelo
tener mucho de eso—. Y la haría comerse las baldosas así. —Hace como
si lanzara algo al suelo y lo pisoteara.
Ya os he dicho que eso de montarnos películas se nos da tremendamente
bien, salvo a Noa, que ella es más de encontrar los fallos en el guion y
jodernos el rodaje. Como he dicho, ella pone la cordura que nos falta al
resto y a Dios doy gracias de ello porque acabaríamos en el psiquiátrico.
Si tuviese que hablar de mis amigas y definirlas en una sola palabra
diría que Elsa es como ese pequeño demonio que se coloca en el lado
izquierdo de tu hombro y que sabes que no le debes hacer caso, pero te
molan sus propuestas, y Noa, Noa es la prudencia de ese ángel que
necesitas porque acabarías en el infierno de juerga y sin recordar cómo has
terminado en bolas y hay fotos de ello. Aparte de eso, Elsa es rubia, como
yo; tetona, como ella sola —porque Noa y yo de eso poco— y muy alegre.
Siempre está riendo o haciendo bromas. Noa, en cambio, es menudita,
bajita, morena y bromea, claro que bromea y nos sigue el rollo, aunque
suele ser más comedida a la hora de comportarse y medita bien los pros y
los contras de cada decisión. Elsa y yo somos más de lanzarnos al vacío y
ya veremos si el paracaídas funciona.
—En serio, Elsa, es mejor que te dediques a la política porque lo de las
artes marciales se te da de pena.
Sincera, se me había olvidado decir que Noa también es muy sincera,
tanto que a veces duele, pero hemos decidido quererla igual y eso es lo
que, en definitiva, importa.
—Yo no me puedo creer que ese hombre se haya liado con esa mujer y
que se hayan prometido —insisto retomando el tema porque, por más que
hablamos de él, nunca consigo entender las cosas.
—¿La de la cagada de paloma? —inquiere Elsa riendo y poniéndose las
manos en la cabeza como si imitase una cagada de paloma. La explicación
para eso es que Cayetana siempre lleva ese tipo de moño, el pelo estirado
al máximo y uno de esos recogidos en lo alto de la cabeza, por eso, a
veces, nos dirigimos hacia ella de esa forma.
—Es un moño elegante —la defiende Noa.
—¡Es una cagada de paloma! —gritamos Elsa y yo a la par poniéndonos
ambas las manos en la cabeza y haciendo un truño en nuestro pelo.
Todas la conocemos bien. En realidad, nos conocemos todas porque esto
es Chinchón y no es Nueva York, por eso y porque es una sucia traidora.
¡Hala! Se tenía que decir y se dijo.
La gente del pueblo sabe quién eres y nos conocen como a la hija de tal
o de pascual, menos a Elsa porque a ella la conocen por ser la concejala de
Urbanismo, lo de las pollas es cosecha propia.
—Tu rencor tiene nombre propio y eso lo sabemos todas. —Esa es Noa,
que quiere darme en la llaga, la muy…
Sebastián Altamirano, Sebas, es el nombre del alcalde de nuestro
pueblo, el mamón, y la verdad es que desde siempre he bebido los vientos
por él y me habría encantado pasear de la mano por el pueblo con ese
jamelgo… Conforme fue creciendo se puso más cachas, más guapo y esa
barba que tiene perfectamente recortada y su mirada… es como un pack de
yogures indivisible y te llevas los cuatro o los ocho… Con él me llevaría
hasta dieciséis. Lo malo es que la proporción de gilipollas aumentó
conforme su cuerpo lo hizo también y eso ha hecho que pierda su encanto,
¿no? Puede que sea el cargo o la evolución, como si fuese un Pokémon y
haya adquirido otros poderes.
—Eso es mentira —me defiendo.
—No neguemos que es un bombón —nos pide Elsa.
—Lo es —respondemos Noa y yo a la par.
—Pero está con la tipa esa de nombre impronunciable —les comento
con tono picajoso—, ya sabéis, eligió hace años…
—Cayetana —matiza Noa.
—Mimimimimi. —Es lo que resuena en mi cabeza al escuchar su
nombre.
—Es gilipollas —confiesa mi amiga Elsa.
—Lo es —la secundo.
Con Cayetana siempre he tenido problemas, no por nada en especial,
bueno, bah, sí, porque se ha dedicado toda la vida a quitarme todos los
novios que tenía. También estudiábamos juntas y vivía en mi calle, jugaba
en mi jardín y cenaba junto a Elsa y a mí en la casa de alguna porque
éramos inseparables o eso pensábamos. Conocía todos mis secretos y se
permitía el lujo hasta de darme consejos, mientras ella aprovechaba toda
la información para revolcarse con cualquiera de los chicos de los que me
colgaba. Hasta que me la jugó tan sucio que no pude perdonarle más.
A día de hoy, me dan bastante igual ella y su vida, pero, para una
adolescente con las hormonas revolucionadas, enamorada hasta el tuétano
y con la convicción de que, ese chico por el que bebías los vientos era el
amor de tu vida y el padre de tus futuros hijos; pues dolió bastante más
porque, ya no era un amor infantil, era algo real.
—Era mi amiga —les explico recordando todo.
—Las amigas no hacen eso; los novios de nuestras amigas son
intocables, también los chicos que le gustan a tus amigas —zanja Noa, la
sensata.
—Solo espero que el señor alcalde abra los ojos algún día y se dé cuenta
de lo que ha hecho —comenta Elsa para animarme—. Aunque sea tarde…
—susurra con una voz casi imperceptible y agachando la cabeza.
Ellas saben toda la historia, han vivido a mi lado la decepción, las
preguntas sin respuesta, el bucle de inseguridad e incertidumbre y el dolor
por la traición. Lo han vivido todo en primera persona, como si fuese parte
de ellas y no solo de mí. También han intentado sonsacarme sonrisas y
hacer del drama una terapia de choque, donde las cervezas se acompañan
de críticas hacia la susodicha y se adereza con una pizca de rezo en el que
deseamos que al siguiente amanecer sus tetas le toquen el ombligo.
Seguimos a la espera de que llegue el verano para saber si nuestras
plegarias han surtido el efecto deseado.
—¡Brindemos por eso! —grito poniéndome en pie.
El dueño de nuestro local favorito es Borja, mi rollete. Ha sido mi
rollete tantas veces que he perdido la cuenta. Entre nosotros las cosas
siempre funcionan de la misma manera: follamos, nos alejamos, follamos
con otros, discutimos, follamos y lo dejamos. No tenemos nada serio y, en
realidad, no me importa porque no me apetece tenerlo tampoco. Al
principio pensaba que estábamos hechos el uno para el otro o me
empeñaba en que así fuese para olvidar. Era como mi tabla de salvación; si
la cosa con Borja salía bien, me olvidaba de que lo otro seguía picando. A
día de hoy, tengo muy claro que eso no va a pasar, que nos llevamos bien,
somos colegas, pero dudo que él sepa tener su polla guardada por mí y eso
es fundamental en una relación, eso sin tener en cuenta que los
sentimientos son inexistentes por ambas partes. Y Cayetana lo sabe porque
no se ha acercado a él, aún…, por lo menos, que yo me haya enterado.
El amor no forma parte de nuestras vidas. Ninguna de las tres suele
tener una relación estable con nadie. Elsa es más de rolletes. Yo soy de
rolletes selectivos y bastante escasos, y Noa siempre dice que no tiene
tiempo para el amor. Aunque nosotras lo que creemos es que no ha llegado
nadie que le dé un vuelco a su vida.
Noa es cocinera, que quererla la queremos mucho; pero eso de que sepa
hacer comidas y postres ricos, ricos, sumado a que nos ha salvado en más
de una ocasión de morir de inanición o por una ingestión desmesurada de
sopa de sobre y lasaña congelada no tiene precio. Es increíble cómo con
cuatro cosas nos hace unos platos exquisitos y no hablemos de los postres,
que quizá tampoco sea nada del otro mundo; pero, para dos lerdas como
nosotras en cuanto a gastronomía y repostería se refiere, ella es como Dios
y no hay más que hablar.
Borja se acerca a nosotras como ese devorador que es. Pasea su mirada
por las tres y la detiene al llegar a mi altura o a la altura de mi escote.
—Si fuese agua, estaría todo el día rozando ese hermoso canal —me
adula sin apartar la vista de mis pechos.
—Pero, como no lo eres, debes conformarte con mirar y desear —le
pincho como siempre suelo hacer.
Borja es un tío de puta madre, no hay otra forma de definirlo, tiene ese
punto canalla que nos vuelve locas a las mujeres y es muy consciente de
ello porque sabe perfectamente jugar sus cartas para llevarnos al huerto a
todas las que caemos en sus redes.
—Deja de piropear a mi amiga porque esta noche no tienes nada que
hacer, nene —le comenta Elsa riendo.
—Contigo también haría muchas cosas, Elsa, pero taparte la boca sería
lo primero.
—Ja, ja, eso será si yo te dejo. No ha existido hombre que me doblegue.
—Alguno habrá que esté a tu altura, morena.
Giramos la cara en dirección a esa voz que no reconocemos. Parecemos
suricatos alargando el cuello hasta saber a quién pertenece.
—¿Y tú eres…? —pregunta mi amiga asombrada.
Oh, oh.
—Puedes llamarme como quieras —le suelta él con chulería.
—Se me ocurre que «Nadie te ha dado vela en este entierro» es un buen
nombre —contesta Elsa con seriedad.
Uy, uy, uy.
Noa y yo intercambiamos una mirada, pero decidimos callar hasta ver
qué pasa. Si es que Elsa es mucha Elsa, y ese tío no sabe dónde se mete.
—Me gustan los nombres largos, me va de perlas. —La sonrisa del
susodicho se ensancha y nos contagia porque aguantamos una carcajada,
solo porque somos buenas amigas, nada más.
—¿Escucháis algo? Porque solo oigo el sonido de una urraca.
Borja se parte de risa, mientras Noa y yo fingimos hablar de otra cosa
para evitar meternos en terreno pantanoso.
—Tres cervezas —le pido a Borja.
—Cuatro, y a esta ronda invito yo —nos dice el tipo de la vela en el
entierro.
Elsa le da la espalda y hace como si no hubiese ocurrido nada, alzo una
ceja a modo de pregunta, y ella niega un par de veces para restarle
importancia al asunto.
—Gracias, Borja —responde Elsa cuando nos planta las jarras frente a
nosotras.
—Si por delante eras preciosa, por detrás no tienes desperdicio.
¡Ay, madre! ¡Que se lía!
Conozco bien a mi amiga, tan bien como si fuese yo misma y sé que se
está mordiendo la lengua porque no quiere dar un espectáculo. Nos hace
un breve gesto con la cabeza y nuestras miradas se posan en una de las
mesas que está al final del garito. Allí está Sebas con Cayetana, y sé que
Elsa no quiere dar ningún espectáculo porque, si hubiese sido en otro lugar
y con menos ojos avizores, este chico no tendría local por el que correr.
Es una lástima porque me encanta la Elsa peleona.
Borja se sirve otra cerveza y alza la pequeña barra abatible saliendo del
interior para situarse a mi altura.
Sus manos se colocan en mi cintura y me aprieta contra su cuerpo. El
mío siempre reacciona ante su contacto, no sé si es porque Borja sabe
perfectamente lo que me gusta o porque entre nosotros siempre ha existido
esa química propia de dos amantes consumados.
Mi mirada va en busca de Sebas, ese hombre de ojos verdes y pelo
despeinado que fue el amor de mi adolescencia. Cruzo una leve mirada
con él y no logro descifrar su semblante. Sus ojos están fijos en los míos y
en la mano de Borja en la parte baja de mi cintura. Retira su mirada y la
clava en Cayetana, que le está contando algo importante porque gesticula y
mucho; esa es Cayetana, la tía que se cree el ombligo del mundo y no llega
ni a agujero del culo.
CAPÍTULO 2
UNA IDEA LOCA QUE ME LLEVA A LA GLORIA
—Un sentimiento muy normal, todos tenemos miedo, pero yo que tú,
contando con que tenemos diez minutos, me centraría y explicaría a qué le
tienes miedo exactamente.
—A mi madre.
—Normal, hasta yo le tengo miedo a doña Berta, tiene cara de juzgarme
cada vez que me ve.
—Eso es porque cree que me llevas por el camino de la amargura y
puede que, un poco también, porque me haya escuchado alguna vez
llamarte la concejala de las pollas, ya sabes, un detallito sin importancia.
—¿Cómo? ¡No me lo puedo creer! Te acabo de quitar un punto como
amiga, cuando llegues a cero, pasarás al otro bando, con Cayetana —me
suelta mientras me enseña la lengua.
—Te odio.
—Yo también te quiero. Ahora, sigue.
—Llamé a Noa antes y le pregunté, necesitaba la opinión de Noa porque
ya sabes cómo es ella y siempre suele tener razón.
—¿Y?
—Aparte de que está rara, me dijo que se lo soltase tal cual a mi madre
y que a mi hermano ni caso.
—Pues eso, estoy de acuerdo, puedes hacer lo que te ha dicho Noa, le
doy mi aprobación a su consejo. ¡Siguiente! —grita mirando la puerta
como si yo fuese su paciente y ahora le tocase el turno a otro.
—Tenéis razón ambas, pero ¿cómo le discuto a mi madre que lo que ella
piensa no es lo que yo quiero?
—A ver, Greta, ya sabes que tu madre es como es y que le costará
aceptarlo, como todo; aun así, al final cederá y ya está, no pasa nada,
cuando ella se ponga en el plan de siempre, tú tarareas una canción que te
abstraiga y, cuando acabe su perorata, pues vuelves a la tierra como si nada
hubiese pasado.
—¿Eso haces tú?
—No, porque mi madre mola y mi padre también, pero es lo que hago
yo cuando llegan los vecinos, se sientan justo donde tú estás y protestan
por cada cosa que se construye en este pueblo y que no es de su agrado.
Me odian, lo tengo asumido y es lo que hay.
—No te odian, solo es que no puede llover a gusto de todos.
—Juro que intento hacer lo mejor para el pueblo, que crezca, que no sea
solo un municipio enfocado al turismo, sino que de verdad sea el pueblo
más bonito de España y que lo sintamos todos así, pero, en ocasiones,
parece que las cosas se me quedan grandes y solo quiero irme a casa,
meterme en la cama y ver una película ñoña en Netflix.
—Vaya, pues Noa quiere el mismo plan que tú, ¿seguro que no sois
almas gemelas?
—Lo somos —afirma—. Las tres lo somos. —Sonríe. —Tocan en la
puerta y creo que mi tiempo se ha acabado—. ¿Sí? —pregunta Elsa.
La misma chica rubia de antes abre la puerta y nos observa valorando si
hemos acabado y puede interrumpirnos sin problema alguno.
—Ha llegado su siguiente cita.
—Que pase —le pide—. Tengo que seguir. ¿Nos vemos luego?
—Claro.
Elsa se incorpora, me da un beso y un abrazo, y me encamino hacia la
salida.
—Oye, Elsa, lo haces muy bien, ¿vale? No tengas dudas porque te
conozco y sé que te dejas la piel por el pueblo.
Elsa me regala una amplia sonrisa, sonrisa que se corta cuando —de
nuevo, redoble de tambores— el que cruza la puerta, y hace que se nos
seque la boca —solo la boca—, es el maromo morcillón de anoche.
¡Ja! ¿No querías caldo? ¡Pues toma dos tazas!
Creo que debería estar preocupada porque mi amiga, la concejala de
Urbanismo del ayuntamiento, se folló anoche, en repetidas ocasiones, al
que parece ser el arquitecto de algún proyecto de esos que gestiona ella.
Esto me lo guardo como AS en la manga y como asunto importante a
tratar esta noche en mi apartamento, el de Noa o en su casa, me es
indiferente el lugar.
Cojo el teléfono y abro el grupo que tenemos las tres: «Sin pollas no hay
paraíso» y escribo:
Greta:
Chicas, esta noche tenemos que quedar. Noa, vas a flipar en colorines
cuando veas la que ha liado tu amiga, la concejala de las pollas.
Que alguien me diga ahora mismo que no soy una chica de letras. Os
explico: tengo la pared frente al ordenador llena de pósits de color
amarillo, porque eran los únicos que había en el estanco, y en todos ellos
hay algo escrito, parece uno de esos anuncios publicitarios que demuestran
que el pegamento de la nota es eficiente y ha pasado el control de calidad.
Espero la llegada de Noa y de Elsa como agua de mayo porque, lo
primero que hice al llegar de casa de mis padres, fue posar mi pandero en
esta silla, abrir el ordenador y comenzar a buscar información sobre
organizadoras de bodas. Había miles de entradas en Google, un montón de
webs donde se ofrecían servicios de lo más variopintos o como digo yo: al
gusto del consumidor. No me he copiado, no vayáis a pensar en eso porque
no es así, pero sí que tomé unas ideas por aquí y otras ideas por allá sobre
cosas que se pueden hacer en una celebración de este tipo, y eso es lo que
adorna mi pared ahora mismo.
También estuve buscando información sobre organizadoras de
divorcios, y solo encontraba abogados y más abogados en los que no se
exponían tarifas, así que entiendo que, si no se dice, es mejor, aunque yo
preferiría anunciar abiertamente lo que cobro por mis servicios y ser
directos, sin embargo, lo entiendo, y no es mala técnica: no lo dices, haces
que el cliente contacte contigo para luego ejercer como comercial y vender
tu producto, eso siempre y cuando tu labia sea lo suficientemente buena
como para poder ganarte su confianza y su cartera, que esto es un servicio,
sí, está claro, pero también lo que me dará de comer.
La puerta de casa se abre y entra Noa cargada de cervezas, nachos con
guacamole y patatas fritas. Adiós real food —perdóname, Carlos Ríos[2]
—.
—¡Dios! Se supone que la que viene de una jornada laboral de diez
horas soy yo, pero tú no estás mucho mejor. Y tu casa huele a…
—Ya, ya… —Me incorporo y me acerco hasta ella—. Llevo todo el día
emocionada y he tomado muchas notas, necesito que las veas conmigo,
mejor cuando venga Elsa, y que hagamos una criba. Y lo de mi casa…,
cerré todo para que no me molestase el ruido de la calle y, en fin, huele a
humanidad —me excuso.
Me acerco hasta las ventanas y las abro para que el aire fresco de la
noche entre y haga su trabajo.
—Van a entrar mosquitos y soy alérgica —protesta Noa.
—Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Quieres aire fresco o no?
Noa murmura algo mientras se encamina hacia la cocina para dejar
todo. El portero de casa resuena en la estancia y Noa contesta.
—Es Elsa, ya sube.
Asiento mientras comienzo a dar vueltas en la silla de mi ordenador.
Mi casa es pequeña, ya os lo he explicado, pero es cuqui, tiene todo lo
que necesito en un pequeño espacio. No sabéis la de programas de los
gemelos esos que decoran vi para dejarla perfecta. Aprovechar el espacio y
combinar colores. Ellos lo hacen con cosas más caras y elegantes, y yo lo
hice con muebles de segunda mano y algunos que le robé a mi madre de su
casa… Lo que hay, soy pobre y mientras sea pobre no puedo gastar
demasiado en banalidades. Ya me iré a Cancún cuando lo pete con los
divorcios.
El caso es que, a pesar de que mi casa puede parecer una cueva, me
siento muy orgullosa de ella y no necesito mucho más para ser feliz. Tengo
lo indispensable y me basta y me sobra; además, limpiar mola porque es
tan pequeño que con unas cuantas horas tengo más que suficiente.
Elsa toca en la puerta cuando el mareo de dar vueltas en la silla
comienza a causar estragos en mí, es parecido a la resaca cuando bebemos
más de lo recomendado, pero ya sabéis lo que pasa: empiezas con un
chisme, un sorbo, dos, tres, otro chisme y ¡hala! Ya estamos perdidas y ya
sabes lo que se dice: pues de perdidos al río y nos la cogemos con ganas.
—¿Qué haces, Greta? ¿Vas a dejar lo de los divorcios y estás
practicando para astronauta?
Paro la silla, mi cabeza sigue dando vueltas, el estómago se revuelve,
tengo ganas de potar hasta la primera papilla sin haber ingerido nada a lo
que le pueda echar la culpa y, cuando logro enfocar a Elsa —que creía que
la veía doble, pero no—, es Noa que está a su lado, me sale un eructo
como respuesta.
—¡Puaggg! Hueles a ajo y tu casa también apesta. —Y yo que creía que
la sincera era Noa…
—Ya he abierto las ventanas —me defiendo—, y he comido más pan
con ajo que en toda mi vida, así que ese es el resultado —admito sin
sonrojarme—. No te me asustes a estas alturas que te he visto el culo
mientras meabas detrás de un coche.
—Desde eso ha llovido mucho.
—Fue hace dos semanas, la última vez que salimos.
—Pues eso, que ha llovido mucho —resuelve Elsa.
Noa se parte de risa porque sabe que lo mejor es callarse que ella
también lo ha hecho, ahí, la sensata del grupo, que cuando la vejiga aprieta
pierde todo el glamur y la cordura un poco también.
—Centrémonos en lo que nos atañe y es mi nuevo negocio, divorce
planner, ¿quieres celebrar tu divorcio? Ya sé que el eslogan no es el más
elaborado del mundo, sin embargo, poner algo como: «Dale caña al
Satisfayer», «No sabes de la que te has librado», «Libre, como el sol
cuando amanece eres libre, como el mar» o «Soltera, pero no entera»
quedan descartados porque son muy agresivos, ¿a que sí? —Mis amigas,
aparte de descojonarse, asienten—. Pues creo que lo más sencillo es
llamar a las cosas por su nombre.
—Espera, espera —me corta Noa—, ¿y tu madre?
—Mi madre nada, lo ha llevado mejor de lo que esperaba, gracias a
Javier, claro.
—¿Javier? ¿Tu hermano o tu padre? —pregunta Noa.
—Mi hermano.
—¿Se lo has contado? —cuestiona Elsa asombrada.
—Apareció cual poltergeist frente a una invocación de la ouija cuando
se lo estaba contando a mi madre y creo que no quedaba muy bien que me
levantase y le dijese a mi madre que resulta que me iba a ir de allí porque
acababa de aparecer alguien con quien comparto genética y que en
ocasiones, muchas ocasiones, me cae mal, ¿lo pillas?
—Lo pillo, lo pillo.
—Pues eso, que se lo dije y, además de darme su consentimiento, me
dio una idea la hostia de buena.
—¿Y esa idea es…? —pregunta Noa mientras se lleva medio bote de
guacamole en un solo nacho.
—Nena, tranquila, que ninguna quiere guacamole, todo tuyo —le
reprocho con enfado al verla.
Elsa hace lo mismo, y la miro mosqueada.
—Me gusta —se excusa Elsa ante mi mirada quemamigas—, ¿qué
hago? —confiesa con la boca verde.
—¿Mover menos el bigote? —le respondo convencida mirando a Elsa,
pero la respuesta va para las dos.
—Paso, me gusta comer, ya lo bajaré luego —responde alzando las
cejas cual perra del infierno que ya tiene plan para follar mientras las
demás pasamos hambre, mucha hambre.
—Ahora mismo te cae otro punto negativo, por comer pan frente al que
no tiene dientes —replico.
—A ver, a ver… Que se nos va de las manos —interviene Noa, la
pacificadora—, ¿entonces…?
—Pues entonces mi madre aprueba mi plan, mi hermano también,
aunque me ha amenazado con reírse de mí, y no conmigo —especifico—,
cuando me vaya mal, y mi padre, pues ya sabéis que mi padre es como es
y, aunque le diga cualquier barbaridad, asentiría y ya se vería.
—Tu padre mola mucho —suelta Noa.
—Lo sé, te lo presto cuando quieras, pero en el pack van mi madre y mi
hermano.
—Paso —se carcajea—. ¿Y el mensaje de antes? Que no me he olvidado
—añade Noa.
—Eso mejor que lo explique aquí, tu amiga, la que come morcilla —la
acuso entre burlas.
—No sé de qué me hablas —se defiende, pero ríe, vaya que si ríe la
caradura, porque lo de la morcilla le da la pista que le falta para resolver la
incógnita.
—¿El tío de anoche? —inquiere Noa asombrada. Asiento— ¿Qué ha
pasado?
—Que resulta que he tenido una reunión con él esta mañana.
—¿En tu casa? —cuestiona Noa.
—No —contesta.
—Frío, frío —añado.
—¿Entonces?
—En mi despacho.
—Tía, eres lo peor, no me puedo creer que te hayas citado con el tío
para follártelo en el despacho.
—Me estoy poniendo cachonda —admito—. Que a mí los despachos me
ponen toda cerda…
—Obviando a nuestra amiga… Esta mañana el arquitecto con el que
tuve la reunión no era otro que el maromo morcillón de anoche.
Noa deja de comer, intercambia varias miradas entre Elsa y mi persona,
mientras yo afirmo en muchas, muchas ocasiones, y se queda estupefacta,
perpleja, atónita, sin nada que decir…, y no sigo que ya me entendéis a la
perfección y ya he hecho alarde de que soy de letras y que los pósits se me
dan bien y los sinónimos mejor aún.
—¡Ay, madre! —exclama Noa, que flipa en colorines.
—En su defensa diré que ella no sabía nada porque yo estaba allí, de
cuerpo presente, cuando apareció el chiquito en cuestión y casi le da un
patatús aquí a nuestra amiga.
—Elsa, ¿qué has hecho? —le pregunta Noa como la que va a reñir a su
hija por alguna travesura.
—Pues lo que tenía que hacer…
—¡Ay, madre! —suelto yo ahora porque todas sabemos que si Elsa, que
es mucha Elsa, dice eso podemos esperar de todo menos algo bueno.
CAPÍTULO 7
TRES NO BAILAN SI UNA NO QUIERE
SEBAS
SEBAS
Soy una firme defensora del lema: «Si mantienes la mente ocupada, no
piensas en eso que te carcome por dentro». ¿Acaso no os ha pasado? Estar
ahí, dándole vueltas y vueltas a un tema que no tiene salida o que, por lo
menos, no le pillas la solución en ese momento, por más que lo marees
dedicarte a hacer limpieza en el armario, la cocina, la zapatera o todo
junto. Pues así estoy yo ahora mismo. Sin pensar en otra cosa que no sea
sacar adelante mi nuevo —y espero que rentable— negocio.
He enviado algo así como trescientos correos. Exagero. No tantos. He
contactado con varias diseñadoras para el tema del logo y la tarjeta de
presentación, lo de los papelitos amarillos está bien, pero no es una carta
de presentación de lo más adecuada.
Por otra parte, también he contactado con varios cáterin, casas rurales,
hoteles, estríperes y con un distribuidor de succionadores, porque sigo erre
que erre con el tema de regalar uno a cada clienta que contrate mi servicio,
aún estoy estudiando la posibilidad de ponerlo en mi carta de presentación
porque eso puede que llame la atención de mi público.
De todas maneras, creo que el tema del boca a boca es lo que hará que
mi negocio despegue y pienso ponerme las pilas para que eso suceda y que
sea lo antes posible.
Doy un brinco en la silla cuando el portero de mi piso suena. Noa no
puede ser porque ella tiene llave. Pienso en que pueda ser Sebas que haya
dejado a Cayetana plantada y venga a buscarme y culminar lo que
empezamos en el pequeño almacén.
Miro por el hueco del estor de la ventana del salón, pero no atisbo a ver
nada. Vuelve a sonar el portero y, en breve, la vecina de abajo comenzará a
dar golpes con el palo de la fregona porque son horas intempestivas como
para que deje que el sonido atronador del portero retumbe en casa sin más.
Suspiro frente al telefonillo y que sea lo que tenga que ser.
—¿Sí? —pregunto temerosa.
—El repartidor de pizza. —La voz de Elsa retumba al otro lado y me da
una pista de que, tras irme, ella bebió algo más que un daiquiri.
—Anda, sube, bruja.
Presiono el botón y me doy un pequeño golpe —que duele más de lo que
pensaba— en la frente al pensar que pudiese ser él quien tocase el portero
de mi casa. Definitivamente, soy gilipollas.
—Una gilipollas de campeonato, Greta —me reprendo.
Abro la puerta y escucho a la vecina de abajo abrir a la par.
—Estas no son horas de recibir visitas, espero que seas más silenciosa
que la última vez.
—Perdón —musito—, no es mi intención armar escándalo.
—Se lo diré al casero si lo haces, me niego a seguir aguantando vuestras
fiestitas —refunfuña.
—Métase en su casa —grita Elsa al llegar a mi piso y escuchar las
últimas palabras de la vecina de abajo.
—Shhhss —la chisto. Agarro a Elsa por las solapas de su chaqueta y la
meto en casa con rapidez—. Me van a echar de casa por tu culpa y no creo
que tengas a bien recibirme en la tuya.
—Tengo una cama libre, puedes usarla siempre y cuando no me estén
dando mandanga. —Se carcajea tapándose la boca.
—No entiendo cómo puedes ser concejala con esa boquita que te gastas,
te lo prometo.
—El secreto está en contenerse durante el día y soltarlo todo cuando
estoy con vosotras —confiesa. Y ahora la que se parte de risa soy yo
porque tiene razón—. Dicho esto, suelta por esa boquita, porque has salido
pitando del bar y eso no es normal en ti.
Mi amiga deja el bolso encima del sofá, saca el teléfono y comienza a
teclear con todos los dedos, ¡con todos!
—¿Cómo haces eso? —pregunto acojonada al ver la rapidez y la
destreza. Me miro los dedos y los muevo, pero ni en sueños lo hago tan
rápido como ella.
Mi teléfono pita y lo cojo entre las manos. Miro la pantalla inicial.
Wasap de Elsa. Alzo la vista. Sonríe victoriosa.
—¿Has escrito en el grupo estando yo delante?
—Yes —afirma en inglis pitinglis.
—¿Otra vez con el «yes»? —bufo—. ¿Qué has escrito? Miedo me das.
—He puesto que hace una noche preciosa para comprarme algo caro y
lujoso.
—¿En serio?
—Yes —insiste.
Pongo la huella en el hueco y desbloqueo el teléfono. Entro en el grupo.
Flipo en colores.
Elsa:
Noa, me debes cincuenta pavos porque nuestra amiga está en casa y no
hay rastro de Borjita por ningún lado, tiene el pelo bien y las bragas siguen
puestas, no ha follado.
—¿Esto es en serio?
—Yes —insiste—. Por eso lo de mi regalo caro y lujoso. Quería apostar
más dinero porque te conozco como si te hubiese parido, pero Noa dice
que está floja de pasta y que ese era su límite.
—Me conoces como si me hubieses parido porque eres más vieja que yo
—la acuso para joderla, por los cincuenta pavos a mi costa y porque tenga
razón y me conozca bien. Cosa de llevar tantos años juntas, es lo que hay.
—Uy, lo que ha dicho la muy…
Me incorporo y la abrazo. La abrazo con fuerza porque Elsa puede ser
de todo, de todo lo peor: malhablada, directa, sincera, dicharachera y
pesada como un cochino bajo el brazo, pero es la persona que mejor me
conoce y la que más me comprende, también la que se apuntaría a un
bombardeo si yo se lo pidiese, y eso, eso para mí vale más que nada en
este mundo.
—Ay, mi chica deslenguada, ¿qué te pasa? —me pregunta mientras deja
que la abrace sin mediar palabra y me acaricia la cabeza para darme un
consuelo que no le he dicho que necesite, pero que sabe que me hace falta.
—Creo que la he cagado, pero bien cagada —confieso aún en sus
brazos.
—¿Necesitamos alcohol?
—En cantidades ingentes. —Me separo de su abrazo para que Elsa se
haga con el control de todo y traiga un par de copas de lo que sea que haya
por ahí—. ¿Llamamos a Noa?
—Creo que está con Lola en el bar, se han quedado juntas charlando…
—¿Y…?
—Él se ha ido al poco de marcharte tú. —¿Entendéis por qué digo que
me conoce bien?
—¿Cómo sabías que te iba a preguntar por él?
—Porque te conozco mejor que tú misma —añade condescendiente.
—Me ha besado —suelto a bocajarro.
Esperaba que Elsa me mirase, que me escrutase con la mirada, que
intentase descifrar lo que ese beso produjo en mí, en mi cuerpo y en mi
cabeza. Esperaba algún reproche y hasta un «lo sabía» o «te he dicho en
miles de ocasiones que, donde hubo fuego, cenizas quedan». Y nada de eso
sucede, absolutamente nada. Mi amiga sigue tomándose su tiempo
mientras coloca los posavasos en la mesa, las copas encima, la botella de
vino blanco afrutado con el helador ese que lo rodea y que garantizará que
se mantenga fría hasta la última gota y, tras servirnos, toma asiento y dudo
de que esa alegría, que antes interpreté por el telefonillo como un pedo,
fuese real y no una invención de mi cabeza.
—¿Y? —me pregunta finalmente.
—Y ¿qué? —Joder, es que me descoloca.
—Sabes que esconder bajo la alfombra la mierda se te ha dado de vicio
durante años, ¿cuándo piensas reconocer lo evidente?
Miro hacia la ventana, evitando, en esta ocasión de verdad, el escrutinio
de su mirada y me tomo un tiempo antes de responder. Cojo la copa y
vuelvo a mirar hacia el estor porque la calle no se ve, pero no necesito
ningún paisaje para calmarme, solo necesito digerir su pregunta y sus
palabras.
—Sabes que ahora mismo te odio, ¿verdad? —finalizo clavando la vista
en ella.
—No pasa nada, Greta, donde tú dices que me odias, yo solo veo amor.
Me lanzo de nuevo a sus brazos y vuelvo al pasado una vez más, cuando
era ella la que me consolaba al dejar partir a Sebas y mis sentimientos
hacia él en el mismo viaje.
CAPÍTULO 16
UN MARINERO, UN COCINERO Y UN MAROMO MORCILLÓN
Pongo los ojos en blanco y odio a Elsa como nunca antes la había
odiado. En serio.
Mi teléfono suena de nuevo cuando voy a contestarle a Elsa algo de lo
que probablemente me pueda arrepentir después.
—¡Lola! —grito como si me faltara el aire. Ahora que lo pienso, creo
que el café no me sienta bien dadas mis circunstancias. Estoy estresada.
—Greta, mi hermano dice que ya lo ha solucionado él.
—¡Ajá! Entonces, ¿cuál es el equipo?
—Greta, respira, que ya lo ha solucionado él.
—Es que no te entiendo, ¿cómo lo ha solucionado?
—Me ha dicho que te diga varias cosas; la primera, que deberías
haberlo llamado tú y no yo, que no muerde, todavía, me ha dicho que te
remarque el todavía.
—Ay, qué vergüenza, por Dios.
—La segunda, que vayas al cumple que él ya lo ha arreglado.
—¿Tengo que ir a buscar algo a su casa?
—No. Solo que hagas caso a tu madre.
Medito unos segundos sus palabras.
—Vale, pues nada, ya te contaré.
—Oye, Greta.
—¿Sí?
—A ti te gusta mi hermano, ¿verdad?
Cuelgo de nuevo el teléfono y resoplo frustrada. Sí, definitivamente
estoy estresada.
CAPÍTULO 21
OJALÁ FUESE UN DOMINGO CUALQUIERA
SEBAS
¡Joder! Aún me tiemblan las piernas por su culpa. ¡Dios! Está más
guapo que nunca, ¿he dicho ya lo guapo que es Sebas? Ya, ya, claro, ya sé
lo que piensas: a la boba de Greta le gusta Sebas, pero no sabe cómo
decírselo o cómo enfrentarse a la situación y la realidad es un poco esa.
Creo que llevo tanto tiempo negándome lo que para otros resulta tan
evidente, que enfrentarse a esto es muy complicado. Eso y que no confío
en él. Ya no.
A veces pienso si es cierto eso de que una vez se pierde la confianza en
una persona es imposible recuperarla, como las parejas o los matrimonios
que son infieles y terminan dándose una nueva oportunidad, en realidad,
¿son capaces de confiar nuevamente en la persona? O, sencillamente, ¿es
más fácil correr un tupido velo y hacer como si nada hubiese pasado
porque aceptar lo evidente duele más?
Fijaos en el conocido de mi hermano, ese que supuestamente iba a
celebrar su divorcio y al final, por hache o por be, no lo hizo porque
decidieron apostar por lo que tenían. Los admiro. En serio, los admiro,
porque yo no sé si una vez la confianza se resquebraja sería capaz de
empezar de nuevo, esto no es como una partida de parchís o de la oca y
tiro porque me toca, es más que eso, es cuestión de lo que se siente y de lo
que eres capaz de hacer por alguien a quien amas.
—Mira a quién tenemos aquí.
Dejo la marabunta de pensamientos a un lado y me centro en la voz
chirriante que resuena tras de mí.
—Buenos días.
—Para quien los tenga y está visto que tu día no es muy bueno. Tienes
mala cara.
—Será porque te tengo enfrente. —«Es el asco que me produces», bien
podría decírselo, pero estamos en un sitio público en el que no me apetece
montar una escenita propia de las nuestras.
—Veo que sigues enfadada, el rencor no es bueno, esas arrugas que
tienes demuestran que lo mejor es seguir adelante, no quedarse estancada
en el pasado y saber aceptar las derrotas.
—Las tuyas entonces deben de ser por las mentiras —zanjo.
Me giro con la firme intención de irme o, por lo menos, de poner
distancia entre nosotras porque a la persona que menos me apetece ver en
este momento es a ella. Hasta a mi exjefe soy capaz de perdonarlo, pero a
Cayetana no, definitivamente no.
—Cada cual juega sus cartas como puede o como debe, ya tienes edad
de ir aprendiendo, Greta —me contesta con altanería.
—Me parece estupendo, salvo porque a mí eso de ir aplastando a todo el
que se pone por delante, más si se hace llamar amiga, pues como que no
me mola.
—¿Amiga, dices? Pobrecita, ¿aún no te has dado cuenta de que jamás
has sido mi amiga, Greta?
—Hubo una época…
—Nunca, eso es lo que tú te creías, y lo que yo dejaba que entendieses,
sin embargo, no era real. Sencillamente, debía jugar mis cartas de la mejor
forma.
—Me das asco. —Y, sí, sé que dije todo eso de guardar la compostura
porque estamos en un sitio público, pero ¿no os ha pasado alguna vez que
si no decís lo que pensáis reventáis? Pues tal que así.
—Tú sí que das pena, enamorada hasta las trancas del que será mi
futuro marido.
La reviento. Juro que la cojo de los pelos y la reviento.
Alzo la pierna derecha para dar un par de pasos y darle unos sopapos,
los que tenía que haberle dado hace años, cuando se comportó como una
perra del infierno interfiriendo en mi relación con Sebas e, incluso,
fastidiando la relación que tenía con mi hermano porque, aunque Javier se
empeñe en negarlo, él dejó de confiar un poco en mí cuando la bomba
explotó en nuestras narices.
—No, Greta.
Observo mi brazo y sé sin siquiera mirarle a la cara que es su mano la
que la rodea. Ese maldito cosquilleo solo lo produce él, siempre ha sido
así.
Cayetana sonríe con suficiencia, porque esa es ella la que tiene la sartén
por el mango y la que va a ganar, como siempre ha sido.
—Suelta —le pido moviendo el brazo de forma brusca.
Estoy enfadada, mucho. Con ella y con él. Conmigo misma por ser tan
patética.
—Greta…
—Que te den, Sebastián.
Ese fue mi pensamiento aquel día. El pensamiento que marcó un antes y
un después en nuestras vidas, y él lo sabe tan bien como lo sé yo.
Dejo atrás el edificio y comienzo a caminar sin rumbo fijo,
sencillamente dejando que mis pasos me lleven hasta donde quiera.
No os hacéis una idea de todo lo que ha llovido, la de cosas que han
cambiado y lo que hemos cambiado nosotros mismos con cada
acontecimiento que pasa. A veces, mientras comparto una tapa de
aceitunas con Noa y Greta y un par de cervezas negras —sin hablar sobre
banalidades, cuando nos permitimos ponernos serias y hablar de
sentimientos—, meditamos sobre lo que nos deparará la vida y lo que
acaecerá en ese día que hará que nos cambie con respecto al día anterior
porque es así, lo que eres hoy puede que dejes de serlo mañana.
Me siento en uno de los bancos de madera desvencijada que decoran el
parque. No hay niños, es horario lectivo e imagino a esa panda de
pequeños saltamontes gritones haciendo de las suyas mientras las
profesoras se tiran del poco pelo que debe de quedarles permitiendo que
ahora mismo el silencio ocupe este espacio.
Algún tímido ladrido me hace alzar la vista, pero nada que enturbie mis
pensamientos.
—Eres la hija de Berta, la que organiza los divorcios esos, ¿no?
Una mujer menuda está plantada frente a mí, con los brazos en jarras y
un delantal roído decora su indumentaria. ¿Será una de esas viejas
chismosas que vienen a reprocharme algo y no sé el qué?
—Depende. —Mejor no decir que sí de primeras que me puede caer la
del pulpo.
—Sí, eres tú, me lo ha dicho el chico del perro.
El famoso chico del perro no es otro que un vecino de mi edificio. Odio
a los vecinos, a todos sin excepción, antes no era tan radical, pero hoy no
tengo el chichi para farolillos.
—Vale, soy yo. ¿Qué he hecho ahora?
—¿Ves a ese hombre de ahí?
Dirijo la vista hacia donde me señala su dedo. Un señor de su edad. No,
no me he acostado con él. Si lo ha hecho Elsa, no me responsabilizo de sus
actos.
—Sí —claudico.
—Quiero divorciarme de él —sentencia rotunda. La señora en cuestión
se sienta a mi lado y la escucho hablar, pero no le presto la menor
atención. ¿Esto es en serio? Creo que es una de esas bromas de cámara
oculta, debe de ser eso, seguro—. ¿Me estás escuchando?
—No —me sincero.
La señora bufa exasperada, como si no tuviese paciencia alguna y la
poca que le queda la perdiese conmigo.
—Soy Teresa, pero puedes llamarme Teresita y ese de ahí es mi marido.
Exmarido en breve. —No es por ser mala, pero el señor da la sensación de
que no se percata de nada, y parece buena persona también, que, no es que
Teresita no lo sea, aunque, joder, cómo habla la doña—. Berta dice que
celebras divorcios. Mis amigas todas creen que eres mala persona por
celebrar las desgracias ajenas, aun así, chica, ¿qué quieres que te diga? Yo
creo que haces bien porque cuando se cierra una puerta una ventana se
abre y hay cosas que se deben zanjar y celebrar. El padre Carmelo que no
se entere porque me excomulga, y yo soy una fiel devota que va todos los
domingos a misa, nos ha comentado que, si nos cruzamos contigo, no te
miremos a los ojos porque solo una señora que está poseída por Satán
puede celebrar un divorcio.
¡Mátame, camión! Miro a ambos lados en busca de la cámara y no veo
nada, Teresa me coge de la barbilla y me lleva la vista hacia ella.
—Vale. —Es todo lo que me sale.
—También sé que Soledad no te soporta, pero no le hagas caso, eso es
porque nunca se ha casado y no le han dado mambo. Negaré haber dicho
esto y cierra la boca, niña, que entran moscas y, por mucha proteína que
digan que son, da asco porque se posan en la mierda.
—Vale —repito y dad gracias a que he cerrado la boca.
—Pues me quiero divorciar de ese espécimen y quiero celebrarlo con
mis amigas del club de lectura. Porque son buenas y me apoyan en todo y
me aguantan, que eso es difícil. Soledad también estará, pero no te
preocupes por ella; no eres tú, es ella, ya te lo he dicho.
—A ver, recapitulemos —consigo articular cuando mi mente ha
procesado toda la información que la señora me ha facilitado—. ¿Quieres
celebrar un divorcio?
—Sí. —Menos mal que no ha dicho yes como Elsa.
—Pero sigues casada.
—Sí, aunque por poco tiempo —murmura entre susurros. Alza la mano
y saluda a su marido, el que es su marido, con el mayor cariño del mundo,
no parece siquiera que quiera divorciarse de nadie, os lo juro por Snoopy.
—¿Sabes que para celebrar un divorcio tienes que divorciarte?
—Sí, claro, ¿por quién me tomas?
¿Por una loca chalada? ¿Seré yo así cuando tenga su edad, pero sin
marido y con gatos?
—Pues entonces creo que primero tienes que resolver un pequeño
problema.
—Eso nada, no te preocupes. —El señor en cuestión llega hasta nuestra
altura y se planta frente a nosotras, deja su brazo sobre el hombro de
Teresa, y ella lo mira con devoción. Para querer divorciarse parece que se
quieren—. Pues lo que te decía, bonita, me duele mucho la rodilla y es por
eso por lo que Santiago se dedica a sacar a pasear a Piojo, que es un perro
precioso y encantador.
—Como la dueña —suelta el señor Santiago.
—Te dejo, nos vemos otro día. Gracias por todo —me dice.
La señora esta, a la que parece ser que le duele una pierna, camina
mejor que yo. Va de la mano con su marido y juro que esto se cuenta y no
se cree.
Saco el teléfono y escribo en el grupo:
Greta:
Escena surrealista, de esta escribo un libro. ¿Noche de nachos con
guacamole y cerveza negra?
CAPÍTULO 27
NO TENGO EL CHICHI PARA FAROLILLOS
Las chicas se apuntan a un bombardeo, da igual que sea lunes —el peor
día de la semana por excelencia— o sábado —sábado, sabadete…— y
creo que, por eso solo, son las mejores personas que pisan la faz de la
tierra, y no exagero ni un ápice.
Las estoy esperando en el local de Borja, en principio, las cervezas y los
nachos con guacamole los serviremos en casa, pero les he dicho que, si
vamos a reunirnos las tres allí, tendremos que entrar juntas para que Noa
sea nuestro escudo ante Soledad, que ahora entiendo por qué se llama así,
le viene el nombre al pelo. Sin ironía ni nada, ehh.
—¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este?
Me giro y veo a Borja tras de mí.
—Borjita, Borjita, tienes tú más peligro que un caramelo por fuera de la
puerta del cole.
—Ya quisiera yo ser tu caramelo —me susurra zalamero.
—No estoy de humor —finalizo.
—Eso lo arreglamos, tú te dejas hacer y ya está. La última vez me
comporté, no creo que pase nada porque esta noche no lo haga.
—Es noche de chicas.
—¿Las brujas han salido de caza? ¿Debo temer por mi vida?
—Para nada, tu integridad está a salvo.
—¿A quién le toca ser pasto de vuestras lenguas hoy?
—A todo el que se cruce en nuestro camino —finalizo sonriendo.
—En serio, Greta, sabes que yo…
—Lo sé, ¿vale? Tengo tu número.
—Llámame luego —me pide al ver que Elsa hace acto de presencia en
el local—. Me voy porque confío en ti, pero no en tu amiga.
—Haces bien —le suelta Elsa tras lanzarle un beso volado mientras él
se aleja de la mesa que ocupamos y regresa a la barra—. ¿Qué le pica a
Borja?
—Quiere tema, ya sabes.
—¿Y tú?
—Yo no tengo el chichi para farolillos.
—Pues deberías, por lo menos te desquitas y destensas esos músculos.
Ya me han contado que hoy hubo pelea de gatas en el ayuntamiento. —
Asiento y, antes de defender mi honor ante Elsa, le señalo la puerta porque
Noa está entrando, observando el móvil y sonriendo ampliamente—. Aquí
se cuece algo —finaliza Elsa que ha entendido a la perfección lo que
quería decirle.
—Buenas noches, noches —repite con voz cantarina.
—¿Es necesario hacer gala de tanto empalague? No es el día de los
enamorados ni nada que justifique tanto azúcar en el ambiente, me dan
arcadas —protesta Elsa mirando a Noa. Que Elsa de romántica tiene lo
mismo que de dulce un limón, pero Noa tampoco suele ser muy tierna.
—Estoy contenta —finiquita la susodicha.
—Déjala, que está contenta —la defiendo.
—¿Nos vamos o pedimos algo? —pregunta Noa sin soltar el teléfono.
—Hola, estamos aquí. ¿Con quién chateas?
—Con nadie. —Antes de que Elsa pueda estirar su cuello cual avestruz,
Noa bloquea la pantalla y se guarda el teléfono en el bolsillo trasero de su
vaquero. No se sienta.
—Nos vamos —intercedo—, las cervezas y los nachos con guacamole
están en mi casa, también las aceitunas y las patatas fritas con sabor a
jamón, que me perdone Carlos Ríos porque hoy su real food lo he dejado
en la puerta del edificio.
Alzo la mano para despedirme de Borja, que está atendiendo a un
cliente, pero pendiente de nosotras, creo que tiene veinte ojos porque suele
estar al tanto de quien entra o quien sale.
Me cae bien Borja, siempre me ha caído bien, desde la primera vez que
nos vimos hace ya bastantes años. Es un pueblo y nos conocemos la
mayoría, ya sea por las amistades que se van formando o por ser la hija de
tal o de Pascual, lo típico en los pueblos.
El caso es que Borja apareció en un momento de mi vida en el que yo
estaba hecha una piltrafa andante. Mi corazón seguía roto porque Sebas se
había encargado de ello, y Javier un poco también porque se mantuvo al
margen de todo, y yo hubiese preferido que hubiese sido menos neutral,
aunque, a día de hoy, lo entiendo. Una tarde. El local. Un zumo natural.
Una posterior cerveza. Una combinación pésima que mi estómago no pudo
soportar y un chico que sujetaba mi cabeza en un retrete. Si hay más
intimidad que esa con alguien a quien no conoces, que baje Dios y me lo
diga.
Reímos muchísimo, tras el incidente, obvio, se burló de mí durante
semanas y comenzamos una relación de amistad bastante imprevista, de
esas que surgen cuando menos te lo esperas, pero que te traen un soplo de
aire fresco a tu vida y eso es justamente lo que necesitas.
Recuerdo que lo que más me animaba era estar con Elsa, Noa y con
Borja porque me hacían olvidar lo patética que me sentía. La cosa con
Borja derivó en un beso una noche que achacamos a una pequeña
borrachera, yo me hice la boba porque sabía que yo sí que estaba medio
piripi, pero él no, ya que nunca bebe en el trabajo.
Ese día no pasamos de ahí. Y, a pesar de que me sentí mal luego porque
una pequeña parte de mí pensaba que seguía traicionando a Sebas, la otra
me decía que había vida después de todo. Así que me dejé llevar, sin
pensar en nada más que en mí porque ya había pensado bastante en los
demás, después de todo, Cayetana calentaba la cama de Sebas sin pena ni
gloria y no me guardaban luto alguno.
Y así fue como Borja se convirtió en un amigo con derecho. Fue
sencillo entre nosotros, aunque creo que sabíamos que, en el fondo, no
éramos el uno para el otro porque, al igual que nos besábamos a
hurtadillas en cualquier esquina, también discutíamos por doquier hasta
cansarnos, porque sí, porque los celos en ocasiones me podían y porque él
no era el hombre de una sola mujer, y yo ya había tenido que compartir a
uno y no estaba dispuesta a compartirlo más, lo que provocó que
entrásemos en bucle. Nos reconciliábamos, nos comíamos a besos,
estábamos bien y discutíamos y así hasta que nos dimos cuenta, de la
misma manera que llegó, que se había ido eso que creímos que podíamos
tener y no tuvimos. Pero no dolió, no sentí ese sonido que ocupó todo
cuando Sebas se fue aquella tarde de mi casa, cuando me dejó sin mirar
atrás y la confianza que tenía en él se resquebrajó. Sencillamente, sucedió
lo que tenía que suceder.
A veces, la vida te da una de cal y una de arena, y te enseña que el amor
es bonito mientras se tiene y te mata por dentro cuando parte.
CAPÍTULO 28
NUESTRA PRIMERA CRISIS
Caminamos las tres cogidas por los codos, sin decir nada, cada una en
su mundo y el mío sumergido en los recuerdos de Borja y Sebas. Me da
que papeletas para un sorteo a la que más caca tiene encima tenemos
todas.
—A ver. Ni un solo sonido fuera de lugar, nada de gritos, pellizcos,
patadas, mordidas ni protestas hasta entrar en el apartamento. No quiero
que vuestras voces superen los decibelios establecidos porque la señora
tiene buen oído —les explico mientras señalo hacia arriba ya frente la
puerta—. Estoy segura de que ya sabe que hemos llegado y está llamando
al casero —les cuento.
—No es para tanto —la defiende Noa mientras saca sus llaves para abrir
el portal.
—Claro, eso lo dice porque a ella le da un táper de comida y a mí me
manda mojones en salsa, no literal, ¿vale? Es solo un símil para que
entendáis mi situación y posterior frustración —explico ante la cara de
asco de mis dos amigas.
Entramos y por ahora ni una sola queja porque están cumpliendo su
deber. Mientras subimos las escaleras guardando la compostura, escucho
una puerta que se abre.
—Os lo dije, alguna la ha cagado. Noa, tú delante. —La empujo.
Noa lo hace sin rechistar, normal, sabe que tiene las de ganar frente a
nosotras.
—Buenas noches, Soledad, ¿qué tal su pierna hoy?
—Bien, hija, bien, con algo de dolor, pero las pastillas nuevas que me
ha recetado el traumatólogo que me recomendaste están haciendo efecto
porque hoy ya puedo moverla sin problema.
Elsa hace el amago de colocarse enfrente, y la cojo de la mano en plan:
«Si quieres seguir viviendo mejor será que te quedes tras las trincheras.
Rezaré por ti si mueres». Pero nada, que a ella no hay quien le ponga el
collar y hace lo que le sale del kiwi.
—Buenas noches, señora, me alegra verla tan bien.
—Mira, la concejala. Noa, cielo, no entiendo cómo pueden ser tus
amigas.
—Mejores amigas. —Carraspeo, carraspeo, carraspeo.
—Son buenas niñas, se lo aseguro. —Minipunto para Noa, que ha
intercedido por nosotras. La dejaré entrar en casa gracias a esa respuesta.
—Teresa quería hablar contigo —suelta dirigiéndose en esta ocasión a
mí—. Espero que no le metas ninguna idea de las tuyas en la cabeza
porque ella es una mujer seria y sensata, y no quiero jaleos. Es mi amiga
—le explica a Noa, como si las demás, de nuevo, no estuviésemos delante
y, por ende, no existiésemos.
Ella asiente, ¿qué otra cosa puede hacer si no?
Paso de largo y me encamino hacia la escalera para subir a la última
planta. Noa se queda hablando con la vieja del visillo, y Elsa me sigue
porque escucho el repiqueteo de sus tacones.
Una vez abro la puerta entramos y la dejamos entornada para cuando
llegue Noa; alias, la Traidora.
—A este paso, cuando suba, me habré zampado todas las aceitunas —
murmura Elsa cogiendo varias y metiéndoselas en la boca.
—Tienen pipa —le advierto.
—Tranquila, para otra cosa no, pero para comer aceitunas tengo arte.
¡Qué coño! Para muchas cosas tengo arte.
—Y dime, Elsa, ¿cómo va la labor de deshacerse de tu maromo
morcillón?
—Del arquitecto, ha dejado de tener apelativo porque no me mola su
rollo.
—¿Y eso? Espera, espera, que te gustaba el otro.
—Yes.
—No empieces —le advierto con mi dedo índice—. Me tocan las
narices tus anglicismos afirmativos porque, chica, te quedas en eso,
afirmar.
—No —dice en inglés.
—Y negar —añado bebiendo un trago inmenso de cerveza—. Tú, fuera,
quédate con tu nueva amiga —le digo a Noa cuando llega y se sienta a mi
lado.
—Paso —me suelta sin ponerse ni roja—. La señora Soledad dice que
Teresa quiere divorciarse.
—Ostras, sí —afirmo—. Es una locura total. Eso es lo que os decía en el
mensaje, que creo que voy a poder escribir un diario de una divorce
planner en apuros porque, lo que no me pase a mí, no le pasa a nadie, os lo
juro.
Me detengo a explicarles todo, incluida, ya de paso, la escena del
ayuntamiento porque sé que Elsa ya sabe algo y, ya que me han dejado
hablar, lo mejor es aprovechar la coyuntura.
—Yo le habría dado de hostias a la tía. Encima con amenazas, ¿quién
coño se cree que es?
—La novia de Sebas —matiza Noa tirando por tierra todo el ánimo que
acababa de insuflarme Elsa.
—Eso es lo de menos —suelta Elsa restándole importancia.
—O no —insiste Noa—, ¿es lo de menos, Greta?
—Ay, yo qué sé. —Si se creen que voy a decir algo al respecto, tal y
como me encuentro ahora mismo, la llevan clara las dos.
—Creo que debes tirarte a Borja —intercede Elsa—. Con un poco de
mambo se te va a pasar todo y vas a estar como nueva, tienes la piel
apagada y le falta brillo.
—Eso es porque le falta crema hidratante, solo es eso —matiza Noa.
—A ti también te hace falta correrte. ¿No has usado nada de lo de la
tienda?
—¿Te recuerdo que la única que compró todo un arsenal fuiste tú?
Nosotras solo miramos.
—Cierto y, para vuestra información, no lo he probado todo —nos
explica Elsa.
—Hasta feo estaría —susurra Noa.
—Pero bien que podría —insiste Elsa.
—¿Sigues con el tipo ese que te gusta? —le pregunta Noa.
—No me gusta, ¿vale? Me gusta cómo folla, dejad de malinterpretar las
conversaciones porque aquí puedo empezar yo también a tergiversar
diálogos y entonces la cosa se puede poner fea, pero que muy fea.
—La que utilizó el verbo «gustar» fuiste tú —la acusa Noa.
—¿Y a ti quién te gusta? Porque te veo ahí con el teléfono y risa va y
risa viene y no has dicho nada, estás callada como una puta en misa.
—Bueno…, yo no tengo por qué contar todo. A la que le gusta alguien
es a Greta, que bebe los vientos por Sebas, aunque no se atreve a
confesarlo —declara Noa.
—La discusión era entre vosotras dos, ¿por qué tenéis que meterme a mí
en medio? ¿No os he dicho que no tengo el chichi para farolillos?
—Tú puedes decir lo que quieras, eso es así, pero todas sabemos lo que
hay.
—Fin de la discusión, voy a llamar a Borja —explico. Puede que de esta
forma me dejen tranquila y no me presionen más.
—Ya, claro, como si eso te fuese a salvar de algo —aclara Noa.
—Deberías haber visto el mosqueo que cargaba Cayetana hoy, si te pilla
por la calle te atropella, te lo digo —nos cuenta Elsa mientras sigue
zampando.
—Me dijo cosas muy feas —les explico.
—Ya, decirte que se hizo pasar por tu amiga para que confiases en ella y
luego clavarte el puñal por la espalda no es que fuese demasiado sensato,
creo que está mal de la cabeza —aclara Elsa.
—Yo lo que creo es que te envidia —afirma rotunda Noa.
—¿Envidiarme? ¿A mí? ¿Por qué?
—Puede que ahora no lo haga porque eres una pringada muerta de
hambre apenas sin trabajo.
—Hombre, gracias, Elsa; recuérdame, Noa, que si algún día necesito
clases de autoestima no vaya a dar con Elsa porque lo más probable es que
termine cortándome las venas con un cuchillo oxidado.
—Greta —intercede Elsa antes de que Noa conteste a mi sarcasmo—,
no es que no te queramos, pero ahora mismo estás empezando un negocio
y te apoyamos…
—Te apoyamos —ratifica Noa.
—Pero, cariño, tu vida es un completo desastre y cito datos que son
sujetos de corroborarse. Te gusta Sebas, aunque te niegas que te gusta.
Dejas que Cayetana te tienda una trampa y no has sido capaz en todo este
tiempo de hablar con Sebas y con Javier para decirles que aquello fue todo
mentira. A pesar de eso, sigues poniendo buena cara, resignándote y, no
conforme, dejas que te lo coma en casa de tu madre y, además, se lleva tus
bragas que a saber dónde están. Tu mejor clienta es tu futura cuñada y una
amiga que te ha buscado, sin contar a la Teresa esa que a saber qué quiere.
Y la pared sigue estando llena de pósits. Ahh, y a esto le sumamos que no
quieres nada con Sebas, sin embargo, tampoco te quieres follar a Borja,
que lo tienes ahí mismo, a expensas de un solo clic, no sé tú, pero la
realidad es la que es y ahora mismo eres patética.
—Vaya, pero si aquí mi amiga mira los problemas de los demás, aunque
no es capaz de ver los suyos —la acuso con desdén.
—Te equivocas —me corta—, yo sé perfectamente la vida que tengo y
los errores que he cometido. Sé que hay cosas que no entran dentro de mis
planes y que las que entran es mejor dejarlas de lado porque puede que así
sea menos doloroso, pero la diferencia es que yo no me escondo ni busco
excusas.
—Sí que las buscas porque el trasfondo de todo eso no es otra cosa que
el miedo, Elsa, reconócelo, tienes miedo.
—Lo reconozco, Greta. Ahora, dime algo, ¿no lo tienes tú también? —
Trago, trago con fuerza porque sé que le he hecho daño, he tirado el dardo
a matar y darle donde más le duele, y ella ha respondido con estoicidad, a
pesar de la poca empatía y asertividad de mis palabras, y me siento mal,
ahora me siento fatal—. Se me han quitado las ganas de beber y comer.
Buenas noches —se despide incorporándose.
—No te vayas, Elsa, soy una mala amiga.
—No lo eres, Greta, pero ahora mismo no me apetece nada estar aquí. Y
debes respetarlo, igual que yo te respeto a ti y a tu falta de sinceridad
contigo misma.
Dicho esto, Elsa se incorpora y sale de casa. No he sido consciente de
que estaba de pie hasta que el brazo de Noa tira de mí y me hace caer de
nuevo al sillón.
—Soy lo peor —le confieso abatida.
—No lo eres, pero creo que ni es tu mejor día ni el suyo. Deja que pasen
unos días y luego hablas con ella, ya sabes cómo es Elsa.
Guardamos silencio un rato mientras ambas comemos, damos algún
sorbo a la cerveza, y Noa mira su teléfono sin parar de teclear cada vez
que resuena. No me atrevo a preguntar nada por miedo a incomodarla a
ella también.
—¿Te quedarás a dormir conmigo? No me apetece estar sola —finalizo.
—Por supuesto —murmura—. Déjame ir a por el pijama y vuelvo.
Nos levantamos del sofá y comienzo a recoger las cosas que hay sobre
la mesa. Tengo que ser sincera con lo que siento, por lo menos con lo que
siento por Borja ahora mismo y no darle esperanzas de que vaya a pasar
nada entre nosotros, porque sé que para él esto es lo de siempre y
acabamos cayendo en el bucle de nuevo y lo que menos me apetece son
más problemas en mi vida.
Le escribo un breve y escueto mensaje con una excusa mala sobre un
dolor de cabeza que es real ahora mismo y dejo el teléfono sobre la mesa.
Me meto en la ducha intentando aliviar el malestar que siento. Odio
estar mal con Elsa, en realidad, odio estar mal con cualquier persona, no
me gustan los enfrentamientos ni los problemas, por eso es por lo que
huyo de cualquier situación que pueda provocar uno. Lo de hoy con
Cayetana era de esperar y, a pesar de la incomodidad, creo que actué tal y
como debía hacerlo porque con ella ya he agachado la cabeza en muchas
ocasiones y está bien poner la mejilla una vez, pero, acostumbrarse a
dejarse machacar, como que no.
Cuando sucedió todo lo que sucedió con Sebas, cuando todo explotó y se
hizo pedazos, esa parte de mí, siempre reticente a que un enfrentamiento
pudiese darse, se impuso. Es el mejor amigo de mi hermano y una disputa
con él podría haberse traducido en la pérdida de los dos, casi que lo mejor
era aceptar la situación, a pesar de que mi reputación se hubiese visto
perjudicada y dejar que el tiempo pusiera cada cosa en su lugar, por lo
menos, mi conciencia estaba tranquila y eso no me lo iba a robar nadie.
Salgo de la ducha, y mi amiga Noa está tumbada en la cama con el
teléfono en las manos.
—¿Quieres contarme algo?
Ella me observa perspicaz y sencillamente me dedica una sonrisa.
—Nada que por ahora tenga que ser contado —susurra con voz
conciliadora.
Deja su teléfono sobre la mesa, me arropa y nos colocamos como si
ambas necesitásemos ser la cucharilla de la otra, como el otro día.
—Noa, sabes que te quiero mucho, aunque seamos muy diferentes las
dos, ¿verdad?
—Greta, sabes que yo te quiero mucho también y que, aunque no nos lo
digamos, lo importante es lo que sentimos, ¿cierto?
—Cierto —finalizo con esa sensación de placidez abarcando todo mi
cuerpo.
—Pues ahora duerme, creo que ha sido un día duro para ambas.
—Para unas más que para otras —bromeo.
—Para ambas —matiza—. Porque es complicado aceptar determinadas
cosas, así que, amiga mía, para ambas ha sido un martes de mierda.
CAPÍTULO 29
UNA NOCHE DE MARTES CUALQUIERA…
—Borja, te ha dicho que no. —La voz de Sebas se cuela entre nosotros
de manera perturbable. Su tono es frío, tosco y extremadamente cortante.
—Mira, el señor alcalde ha venido. ¿Nos estabas vigilando? —pregunta
Borja, que no se achanta y da un paso hacia él.
—No quiero problemas, Borja, y tú tampoco.
—Solo estaba hablando con ella —matiza Borja mientras me señala.
Esto es bochornoso.
—Sebas —intercedo—, no pasa nada, Borja ya se iba.
Él asiente, pero no se mueve ni un ápice.
—No es eso lo que parecía desde la distancia —dictamina Sebas con los
puños apretados por la rabia contenida.
—No iba a pasar nada —lo defiendo no por nada en especial, sino
porque sé que Borja no sería capaz de hacerme nada.
—¡Márchate! —le pide Sebas con el mismo tono autoritario de antes.
—¿O qué? —le provoca Borja.
—Se acabó —zanjo. Me coloco entre ambos y los reprendo—. Borja,
vete, por favor, no estás bien y lo sabes. No quiero que terminemos
enfadados, nos llevamos bien.
—Más que bien —añade él con malicia y sin apartar la vista de Sebas.
Sebas bufa ante su comentario y mira en otra dirección, cualquiera diría
que está conteniéndose de veras.
—Vete —le pido.
—¿Y él? —protesta Borja al ver que no le digo nada a Sebas.
—Él también se va —resuelvo observando con fijeza a Sebas.
Ambos se retan con la mirada, no se fían el uno del otro, y yo tampoco
me fío de nadie.
Saco las llaves de la sudadera y abro la puerta de mi portal mientras
observo cómo ambos se marchan por diferentes direcciones.
Es lo que me faltaba, a mi enorme lista de problemas tengo que sumar
que se haya producido un enfrentamiento entre Borja y Sebas bajo mi
portal. No doy una. Pienso en llamar a Elsa y contárselo, pero sé que,
ahora mismo, esas carcajadas que espero por su parte no se producirían.
Escucho la puerta del portal cerrarse tras de mí cuando comienzo a subir
las escaleras del edificio en completa oscuridad.
El temblor regresa antes de que su brazo me rodee y me apriete contra
su cuerpo.
Escucho su respiración agitada y me doy cuenta de que es la mía y no la
suya. Inspira cerca de mi pelo y antes de que pueda reaccionar tira de él
provocando que mi cuello quede a su completa merced.
—¿Qué cojones me pasa contigo, Greta?
El mismo tono firme, la misma seguridad en sus palabras, esa manera
que tiene de controlarme cuando ni yo misma quiero que lo haga se cuelan
en el ambiente.
Me giro y me quedo de frente a él.
Estoy unos peldaños por encima y gracias a eso consigo colocarme a su
altura. Siempre he sabido que Sebas es alto, pero no he sido tan consciente
de ello como ahora, que lo tengo frente a mí y tan cerca que me siento
embriagada por su olor, ni siquiera en nuestro primer beso.
Las palabras se me atascan y no salen, hay tantas cosas que quisiera
decirle, tantas verdades como puños que mencionar y ninguna de ellas se
atreven a salir por mi boca. Un simple gemido escapa de entre mis labios,
reconociendo ante él que no me es indiferente, que soy vulnerable a su
presencia.
Su mano sigue en mi pelo y, a pesar de que intento mantener la mirada
en él, el tirón es tan fuerte que me es imposible y, en cierto modo, lo
agradezco porque, si sigo mirándole, es probable que pierda la poca
contención que me queda.
—Contéstame —me exige—, ¿qué coño me pasa contigo? —repite. Su
voz suena exasperada, impaciente y desesperada.
—No lo sé —murmuro con la poca firmeza que me queda.
Chasquea la lengua contra el paladar y ese sencillo y natural gesto me
excita. Sebas al completo lo hace, la capacidad que tiene de comportarse
de una manera seria y sobria cuando debe hacerlo y la cara opuesta cuando
estamos cerca, cuando me tiene a su lado y no es capaz de controlarse. Es
una sensación agridulce; por una parte, lo necesito y, por otra, lo
aborrezco. Lo admiro y lo odio.
—No me lo pones fácil, ¿verdad? Te gusta complicarme las cosas, no
puedes hacerlo de otra forma.
Lo empujo con fuerza, y Sebas apenas da un paso hacia atrás
sorprendido.
—¿Qué quieres, Sebas? ¿Qué pretendes? ¿Acaso quieres volverme loca
de remate?
—¿Acaso quieres tú volverme loco a mí? Siempre cerca, con ese olor
que me consume por dentro, con esa forma de reír que me vuelve loco, con
el descaro que tienes para hablar y soltar lo primero que se te pasa por la
cabeza, esa boca que te pierde y me hacer perderme a mí también. Dime,
Greta, ¿quieres acabar con mi paciencia?
—¿Con tu paciencia, dices? ¿De qué me hablas, Sebas? Eres tú el
culpable de todo —y lo digo en serio, con todas y cada una de las palabras.
—De culpa mejor no hablemos —matiza.
—No, claro que no, porque es mejor dejar todo como está. Las cosas son
sencillas, Sebas, márchate, vete por donde has venido, mantente alejado de
mí como has hecho hasta ahora y todo será más fácil para los dos.
—¿Alejado, dices? ¿Alejado? —insiste.
—Alejado —finalizo contundente—. Eso se te da bien.
—No entiendes nada, Greta, no lo entiendes.
—¿Qué coño quieres que entienda, Sebas? ¿Que me rompiste por dentro
cuando no lo merecía? ¿Que no fuiste capaz de buscarme? ¿De saber lo
que yo sentía?
Chasquea de nuevo la lengua, mira hacia la pared de su derecha, esa que
está llena de interminables buzones y, cuando clava en mí los ojos de
nuevo, solo veo determinación en ellos.
—Puede que no sea un santo, que me haya equivocado, que lo haya
hecho mal, pero tú tampoco lo has hecho mejor —rebate.
—¿A eso has venido? ¿A romperme más por dentro? Tranquilo, Sebas,
no se puede romper lo que ya está roto. Será mejor que te vayas.
Observo la fina línea en la que se han convertido los mullidos labios
que, a pesar de los reproches, sigo queriendo besar, morder, saborear y
disfrutar, y de nuevo pienso que soy una estúpida porque le he abierto
parte de mi caja de Pandora y le he dicho lo que siento, cómo me siento, y
ahora es más que consciente de que me sigue doliendo todo aquello que
decidí, hace años, guardar bajo llave y desterrar al olvido.
—Te he salvado de él. ¿Sabes lo que podía haber pasado si no hubiese
estado aquí? Estaba borracho, maldita sea —grita.
—No habría pasado nada porque Borja es mi amigo.
—¿Tu amigo? ¡Ja! ¿Crees que no sé lo que pasa entre vosotros?
—¿Tú? ¿Tú tienes el descaro de reprocharme nada cuando haces
exactamente eso con ella? ¡Eres un imbécil! —le insulto.
Me importa un carajo Soledad, me importa un carajo que el resto de los
vecinos se enfade. Todas las formas que he intentado mantener hasta el
momento para evitar problemas han dejado de importarme y la culpa
vuelve a ser suya, solo suya.
—Greta… —Su tono ahora suena a advertencia, y a mí eso me enfurece
más.
—No pienso callarme, no se te ocurra mandarme a callar porque vamos
a tener un serio problema, señor alcalde. —Sí, lo he hecho para fastidiarlo,
para que sepa cuál es su lugar y, cómo no, para que vea que me importa
una mierda todo él ahora mismo.
—Greta… —me insinúa de nuevo.
—Eres, eres…
—¿Qué soy, Greta? Dime, ¿qué soy?
—Un estúpido, un gilipollas, un imbécil que no tiene dos dedos de
frente, un…, un…
—¿Qué más, Greta?
—Un engreído y un arrogante.
—¿Has acabado ya?
—No.
—Siempre quieres tener la última palabra, ¿verdad?
—Siempre que puedo —le suelto con indolencia—. Siempre que la otra
persona me permite hablar, aunque tú, en eso, eres experto, Sebas, en no
dejar hablar por muy alcalde que te hagas llamar.
Sé que le ha dolido mi comentario y sé que, aunque estoy enfadada con
él por todo lo que nos ha pasado en estos últimos años, no siento todo lo
que le he dicho, no de primeras. Lo he insultado en infinidad de ocasiones
y en muchas de ellas con razón y, aunque no entienda que Sebas haya
hecho lo que hizo, y cómo lo hizo, el pasado debe quedar en eso, en
pasado, o por lo menos es lo que quiero que suceda y lo que me repito por
activa y por pasiva cada vez que su nombre sale a la palestra.
—¿Quieres hablar? ¡Habla! —ruge cerca de mí. La distancia ahora
mismo entre los dos es ínfima. Su cara, sus labios están tan jodidamente
cerca que siento de nuevo que las palabras se me atascan en la garganta—.
¿Ahora ya no quieres? Lo haré yo por ti. Éramos amigos, buenos amigos,
los mejores amigos del mundo y sucedió, ¿vale? Pasó lo que pasó y nadie
puede cambiarlo porque, el pasado, pasado está; pero no quiero seguir así,
eres la hermana de mi mejor amigo, Greta, y ahora la amiga de mi
hermana, y Lola se siente bien, se siente mejor desde que comparte tiempo
contigo y con tus amigas. Y no estaba de acuerdo en celebrar ese estúpido
divorcio —murmura—, es más, ni siquiera apostaba porque fuese algo
real, pensaba que era otra de esas cosas que haces sin pensar, esas que te
salen así, porque esa eres tú; impredecible, incapaz de saber cuál será tu
siguiente movimiento. —Su voz suena sincera y me hace estremecer—. Y
lo he intentado, ¿vale? He intentado que nuestra relación sea cordial por
Javier y por Lola, por nosotros, que nos debemos un respeto a aquello que
fuimos en su día y que destrozamos, porque lo hicimos los dos; tú, con tus
errores, y yo, con los míos. Sinceramente, no puedo, Greta, por más que
quiera que nuestra relación sea cordial, no puedo, porque me vuelves
completamente loco.
El shock inicial por sus palabras, por su confesión, me pilla
desprevenida, no esperaba que Sebas hablase con tanta naturalidad de
nosotros, en parte, me duele que no vea que en su momento estuve
enamorada de él hasta el punto de hacer cualquier cosa por estar a su lado,
pero más me duele que no se dé cuenta de que ese sentimiento sigue ahí,
latente, que no se puede apagar porque ese fuego que me invade cada vez
que lo veo, que me mira, que me toca o que lo pienso no merma, al
contrario, esa sensación sigue intacta como el primer día y eso, por más
que quiera negármelo, seguirá ahí siempre. Puede que el fuego haya un
momento en el que pierda la llama y disminuya, que los rescoldos apenas
sean visibles. Sin embargo, si le das algo que lo alimente, crecerá y
crecerá y sé que, mientras Sebas esté cerca, esas llamas seguirán
alimentándose.
—Eso es lo que pasa, ¿cierto? Necesitas sentirte bien porque soy la
hermana de tu mejor amigo y la amiga de tu hermana. Muy bien, Sebas,
muy bien. —Mis palabras suenan a reproche, pero ¿qué esperaba? ¿Que
me dijese que estaba enamorado de mí? ¿Que sabe lo que siento por él?—.
Puedes estar tranquilo, Sebas, porque voy a dejar de volverte
completamente loco —escupo con furia.
Me giro con todo el fuego de la rabia corriendo por mis venas y con la
firme intención de dejarlo ahí, plantado, teniendo de nuevo la última
palabra.
Su mano sujeta mi brazo con fuerza y tira de él. Su pecho es el
encargado de frenar mi golpe. Su dedo me sujeta la barbilla y la alza.
—No, Greta, no, no puedes dejar de volverme completamente loco
porque es el sentimiento más real que tengo y no voy a permitir que me lo
arrebates. Eres una jodida bocazas, lo sé y lo sabes, pero eso es lo que más
me gusta, que no eres como se espera, como yo espero que seas, y esto —
dice colando su mano entre nuestros cuerpos y señalándolos— es lo más
real que tenemos y ninguno de los dos quiere perderlo.
Podría perfectamente decirle que es mentira, que el aleteo de mi
corazón es irreal, que mis gemidos cuando su boca viene en busca de la
mía es una mera invención, que mi cuerpo no responde al suyo y que todo
es un embuste, sin embargo, no vale la pena fingir, no ahora.
—Sebas… —murmuro sin poder apartar la vista de su ojos brillantes y
cargados de promesas.
—Dime, Greta —me responde suavizando el tono de voz a la vez que su
mano acaricia mi mejilla tal y como hacía en el pasado.
—¿Qué hacías tú aquí esta noche?
—No lo sé, Greta, solo sé que necesitaba pasar por tu casa, que mi
cuerpo me pedía venir a verte porque lo de esta mañana…
—Ayer por la mañana —lo corrijo con frescura.
—¿Lo ves? Siempre quieres tener la última palabra.
—Siempre.
—A ver qué respondes a esto…
CAPÍTULO 31
CÓMO DECIR QUE NO CUANDO TU CUERPO DICE QUE SÍ
Creo que eso caliente que noto descender por mi mejilla es la baba que
se escapa de mi boca ante la pedazo de siesta que me he pegado en el sofá
tras la partida de mis amigas.
Me siento bien, siempre me pasa cuando ellas están en casa conmigo y
les cuento cómo me encuentro.
Tuve que prometerle a Noa que compraría preservativos y que los
guardaría en el bolso, en el bolsillo de las sudaderas y hasta dentro del
forro de los sujetadores, porque en las bragas, visto lo visto, casi que
mejor no.
Y gracias a eso se fue, aunque quería irse porque tenía una cita o no sé
qué, no quiso dar demasiados detalles. Muy extraña y reservada la
encuentro, mucho más de lo habitual, pero de ese tema hablaremos el
sábado, cuando nos veamos de nuevo para ir a Madrid a por los vestidos de
novia.
Me han confirmado que la cita está cerrada y que podemos ir, así que
me he tomado la pequeña licencia de confirmar la cita y mandarles un
mensaje a todas antes de dejarme sobar cual jovencita con dientes de leche
en este sillón tan cómodo.
La puerta de nuevo. Esta vez, por lo menos, no ha sido el telefonillo.
Borja es otro tema que tengo pendiente de resolver y lo anoto en mi
memoria interna porque pósits ya no me caben en la pared.
Me incorporo, hago algo la mar de asqueroso y limpio mi baba en el
dorso de la sudadera, tendré que ponerla a lavar, pero eso luego.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —De todas las personas que podían
aparecer frente a mi puerta, esta es la última que esperaba.
—Me ha abierto Soledad —admite con sinceridad.
Me hace a un lado con su brazo y no puedo decirle que no porque:
¿cómo se le dice a una persona mayor que no viole tu intimidad?
—Huele a humanidad aquí dentro. Deberías airear tu casa lo antes
posible porque, si conozco a Soledad como la conozco, en cuestión de
minutos estará aquí, creo que te odia un poco, los comentarios que me ha
hecho sobre ti no son nada halagüeños, ya sabes.
La sinceridad también debería estar sobrevalorada, como el amor, igual.
La señora Teresa, esa que se acercó a mí en el parque y que la conozco
porque es amiga de Soledad y conocida de mi madre y del cura —de esta
me echan del pueblo, os lo advierto—, se toma la licencia de abrir las
cortinas, la ventana y fisgonear mi salón.
—Gracias por su apabullante sinceridad, pero creo que no es necesario
que recoja los platos y las tazas del desayuno.
Su mirada reprobatoria me hace agachar la cabeza, es como si tuviese
en frente a Noa, a mi madre y a la señora Soledad cuando están enfadadas,
enfadadas las tres, quiero aclarar.
—¿Lo siento? —No sé ni qué decir, con mi madre funciona.
—Tenemos que hablar —me dice tomando asiento en mi sillón y
sacudiendo las migas imaginarias que ella detecta con su radar, y yo no
con el mío.
—Usted dirá —la animo mientras tomo asiento a su lado.
—Quiero celebrar mi divorcio. —Madre mía, ¿seguimos con eso? Un
par de golpes en la puerta me hacen dar un brinco—. Es Soledad. Me ha
abierto la puerta, no he ido a su casa, debe de haber tocado en todas y cada
una de las puertas de este edificio para saber dónde me he metido. Voy yo
y así aclaro sus dudas.
Me quedo quieta en el sillón porque, entre que haya venido Teresa a mi
casa, que esté tocando Soledad en mi puerta después de lo de anoche, que
me haya acostado con Sebas, Elsa que me ha perdonado, y que sé que
tengo que ir en busca de Borja porque tenemos que aclarar un par de
términos; pues mi vida ahora mismo es de todo menos aburrida.
Lo que comenzó como un cuchicheo cada vez se hace más eco en casa
hasta que me acerco hasta ellas, parece mentira que esta sea mi casa y me
sienta fuera de lugar.
Cuando Soledad me ve, me escudriña con la mirada y sé que está
mosqueada.
—¿Lo siento? —insisto, que más vale pedir perdón sin saber el motivo
que no hacerlo y que te caiga encima una bronca de campeonato.
—Tú —me suelta nada más verme y con voz acusante.
Teresa la coge de la mano y la mete dentro de casa. Esto es para mear y
no echar gota.
—Ella no ha hecho nada, si ni siquiera nos ha dado tiempo de hablar,
nos interrumpiste antes.
—No lo entiendo —suelta Soledad con determinación—. Está casada, tú
me dirás cómo quiere celebrar una fiesta de divorcio.
—Mujer, es que el pobre Santiago es un pesado y refunfuña a todas
horas, ¿no lo entiendes? Me voy a divorciar de él en cuanto pueda.
Nos sentamos todas en el salón y ahora que veo a Soledad frente a mí le
agradezco a Teresa que haya abierto las ventanas porque esta mujer busca
cualquier excusa para caerme encima y llamar al casero.
—Sigo sin saber si me caes bien o no —me suelta sin pensarlo.
—No pasa nada. —¿Qué otra cosa le puedo decir? ¿Que me da igual
mientras no se meta conmigo?
—Calla, que es buena niña, Berta solo cría buenos hijos y es una mujer
de fe.
—Mira lo que dices, no hables de fe cuando te quieres separar de
Santiago. Toda una vida juntos y ahora te quieres separar de él, quién te ha
visto y quién te ve, Teresa —le reprocha Soledad.
—Yo por lo menos me casé. Tú, en cambio, preferiste olvidarte de ese
hombre a sabiendas de que él también te quería.
Todo esto y sin palomitas.
—Si de verdad me hubiese querido, habría roto su compromiso y me
habría venido a buscar.
—Le dijiste que no lo querías, ¿cómo esperas que alguien rompa un
compromiso cuando la otra persona te dice que no le quieres? —le
reprocha Teresa a Soledad.
—¿Y es mejor casarte sin amor? —Ellas a lo suyo, siento que sobro.
—Los hombres son simples, se casan para no quedarse solos y en mi
caso porque quieren una chacha que les limpie y les cocine.
—La culpa es tuya porque has acostumbrado a Santiago a eso y, si se lo
haces, pues, ¿qué esperas?
—¿Divorciarme?
—Divorciarte, ¿por qué? —intervengo. Ahora que las escucho hablar
tengo muchas preguntas que hacer.
—Porque estoy harta de ser su criada —finaliza con rotundidad Teresa.
—No sé, ¿y no es mejor hablarlo con él?
—Mira, la chica que me cae mal por lo menos da buenos consejos —
suelta Soledad mirándome sin cuestionarme por lo que he dicho.
—¿Y qué le digo? —inquiere mirándonos a una y a otra en busca de
respuestas.
—Pues la verdad —añado—. Que quieres que te ayude en casa.
—Lo has acostumbrado tú —insiste Soledad—, es tu culpa, no puedes
pretender que el hombre sepa nada cuando tú toda la vida le has quitado el
plato de la mesa y no le has permitido ni siquiera recoger unas zapatillas.
—Pues estoy cansada de eso —grita decidida—. Me quiero divorciar y
vivir sola. Irme de viaje con mis amigas, bailar, ir a misa, esas cosas. Y, si
tengo que comer pan de molde con queso para no hacer más de comer,
pues lo haré.
—A ver —intercedo una vez más—. No conozco a su marido, pero
estoy segura de que es un buen hombre y entenderá lo que le dice, es muy
sencillo, salvo…
—¿Salvo qué? —inquiere Soledad mirándome mal de nuevo, supongo
que por si la cago ahora que iba tan bien.
—Salvo que usted ya no lo quiera, entonces… la cosa cambia.
—¿No lo quieres? —le pregunta directamente Soledad a Teresa.
—Claro que lo quiero, pero ¿es el amor suficiente?
—Siempre. —Hablo claro, sin medias tintas y sin pensar, solo diciendo
lo que verdaderamente pienso y lo que he dicho me ha salido de lo más
profundo de mis entrañas—. Siempre —repito.
—Al final me vas a tener que caer bien —me dice Soledad aprobando
mis palabras. Teresa sonríe y nos mira—. Habla con él —le pide Soledad.
—Hable con su marido y, si no le convence, siempre podemos celebrar
su divorcio.
—Yo quiero una fiesta, de lo que sea.
—Pues celebramos una fiesta, sus bodas de oro o de plata, de lo que sea,
pero hable con él y no se precipite en tomar decisiones, que lleváis toda
una vida juntos.
—Y tenemos tres hijos increíbles —me cuenta emocionada.
—Y usted, Soledad, ¿sigue creyendo en el amor?
—Ella sigue enamorada de él, ¿no la ves? Me pide a mí que hable con
Santiago y ella no es capaz de hablar con…
—Ni lo menciones —zanja—. No me quiere.
—No lo sabes.
—No luchó por mí —contrataca.
—No le diste la oportunidad.
—¿Quién es? —pregunto temerosa.
—Carlos.
—¿Qué Carlos?
—El hermano del cura.
Santa Madre de Dios.
CAPÍTULO 35
PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS
—Pero…
—Él no ha dedicado su vida a Dios —intercede Teresa.
—Pero ha dedicado su vida a su esposa —resuelve Soledad, remarcando
el pronombre posesivo con demasiado ímpetu.
—A tu hermana, dilo todo —la reprende Teresa.
—¿Se casó con tu hermana? —Mátame, camión.
—Que en paz descanse. —Se santiguan ambas.
—¿Es tu cuñado?
—Mi cuñado Carlos, sí. ¿Qué hago yo contando estas cosas? ¿Y a ti?
Mira lo que me haces, Teresa —farfulla.
La señora Soledad, porque ahora ya no es solo mi vecina —que también,
pero se ha ganado con esta conversación mi respeto, teniendo en cuenta
que tras lo sucedido en estos últimos diez minutos sé más de su vida que
antes y, no solo eso, sé cosas importantes, muy importantes—, pues ella
misma se levanta y se da la vuelta. Teresa la llama en repetidas ocasiones
y le dice que se quede, que vamos a cambiar el tema y que necesita
consejo sobre cómo afrontar el tema con Santiago, sin embargo, la
susodicha no le hace caso, ni siquiera se gira para despedirse, se marcha
como mismo vino, en esta ocasión, sin hacer ruido, solo el que emite la
puerta al cerrarse. Nos quedamos en silencio mirándonos las dos y con
algo de pena.
—Está loca por sus huesos y no quiere reconocerlo.
—Vaya, ¿a qué me suena esto? —hablo en voz alta.
—¿Perdona?
—Nada, nada —me disculpo—. Teresa, retomando el tema y dejando a
un lado lo de Soledad, tiene que hablar con su marido, decirle lo que no le
gusta, ya no está en edad de tener secretos con él, ni tenerlos con nadie,
tiene que hacer lo que usted quiera y le haga feliz.
—Santiago me hace feliz, lo que pasa es que creo que todo esto es culpa
mía, como bien dice Soledad, y yo quiero culparle a él y no es justo
tampoco. El cura nos contó que había una chica en el pueblo que estaba
celebrando divorcios…
—Celebrando, celebrando… Uno, el primero, lo celebraremos en breve,
aunque, si soy sincera, estoy en proceso de poner en marcha mi negocio y
expandirme, crecer, tengo varias propuestas y correos, la gente se anima y
pregunta, y creo que el boca a boca es importante. Creo que todo es
cuestión de empezar, ponerle empeño y ganas…
—Eso, eso —me dice como si estuviese escuchando el discurso de
algún político mentiroso, menos mi Sebas, que él es de los políticos
buenos, ¿a que sí?—. El cura nos dijo eso y ya sabes que aquí, en el
pueblo, otra cosa no, pero un chisme nos gusta más que a un bobo una tiza
y no hizo falta demasiado para saber que eras tú y que le vas a celebrar el
divorcio a la hermana del alcalde.
—Pues sí que sois unas detectives de primera —admito con
vehemencia.
—Las mejores, tenemos mucho tiempo libre. —Sonríe—. Creo que
todas las mujeres casadas, en algún momento de su vida, han pensado eso
de: «Si volviese para atrás sabiendo lo que sé, no me cogen». Es muy
típico, pero lo pensamos, sobre todo, cuando tenemos problemas porque
las relaciones son así y algo que hay que tener muy en cuenta es el respeto,
que a veces parece que pasa de puntillas por nuestras vidas y no debe ser
de esa forma. Si en una relación falta el respeto, no existe relación que se
pueda salvar, ¿entiendes?
—Entiendo. ¿Y dónde queda el amor? —pregunto. La conversación me
está gustando mucho.
—El amor es fundamental, pero creo que, pasado un tiempo, se
convierte en cariño y respeto.
—¿Usted cree? —Teresa parece meditar durante unos segundos sus
propias palabras y pone cara de no estar segura de ello.
—No, en realidad no. Lo que de verdad creo es que el amor está por
encima de todo y que necesita pilares fundamentales que lo apoyen, es
como el tejado de una casa; sin los pilares, sin los bloques, sin el yeso, sin
el suelo, sin todo lo que conforma la estructura; nunca jamás se podría
mantener en pie. Si una pieza falla, el resto cojea y cae en picado.
—Vaya… —atino a decir sorprendida por sus palabras.
—A Soledad lo único que le falla es el valor. Y a Carlos también. Creo
que han estado enamorados el uno del otro toda la vida, pero no han sabido
hacerlo bien, no han construido una base duradera y han dejado que otro
albañil lo termine por ellos.
—¿Y por qué ahora…?
—¿Por qué ahora que no está viva la hermana de Soledad no lo
intentan?
—Eso —confirmo su pregunta.
—Porque si el amor es el tejado de una relación, el miedo es la base y
ellos han decidido empezar la casa por el tejado, queriéndose mucho, pero
dejando que la base no sea firme y de esa forma no se va a sostener
ninguna estructura. Hace muchos, muchos años que Soledad y yo nos
conocemos, más de los que atino a recordar y siempre ha sido su lastre, la
piedra de su mochila o la carga invisible. Imagino que no quieres
decepcionar a nadie y, al final, se ha terminado decepcionando a ella
misma y ahora no sabe cómo solucionarlo.
—Podemos ayudarla —murmuro al escuchar sus palabras.
—No se puede ayudar a quien no quiere ayuda —finaliza—. Me voy,
tengo que hablar con Santiago.
Acompaño a Teresa a la puerta y me da un beso antes de marcharse.
—Oye, Teresa, ¿dónde puedo encontrar a Carlos?
—Probablemente, en la iglesia.
—La Iglesia… Ya…, entiendo. —Abandonando el pueblo en tres, dos,
uno…
Teresa se marcha escaleras abajo, y cierro la puerta. Mientras me apoyo
en la fría madera pienso en Soledad y, ¡para qué mentir!, un poco en mí
también. Pienso en lo jodido que debe de ser querer a alguien con todo tu
corazón y ver cómo se esfuma ante tus ojos ese amor y aparece el respeto,
el respeto de ella por su hermana y su cuñado, y no me hago una idea de lo
difícil que debe de ser tener que ser partícipe del amor de ambos mientras
tú tienes que verlo todo sin poder decir ni hacer nada.
Tengo muchos frentes abiertos ahora mismo y demasiadas cosas en la
cabeza. No sé siquiera por dónde empezar y debería priorizar en mi
elección. Por una parte, tengo que hablar con Borja sobre el asunto de
anoche, pero no sé si es lo mejor. También me gustaría hablar con Elsa
sobre nuestra pequeña discusión que, si bien no es la primera que tenemos,
me ha dejado un poco tocada porque no quiero que haya malos entendidos
entre nosotras y, por otra parte, tengo que afrontar el tema de Sebas con
madurez.
Ya no soy aquella adolescente que no sabía qué hacer en cada situación
y, aunque eso sigue sucediéndome y sigo sin saber bien cómo enfrentarme
a lo que acontece, sé que no quiero que se nos vaya de las manos y sufrir,
sufrir yo, que al final siempre soy la que acaba pagando las consecuencias.
Me meto en la ducha de nuevo y, tras salir de ella, me enfundo unos
vaqueros, una camisa de vestir y unas botas. Me maquillo con sobriedad y
me encamino a matar dos pájaros de un tiro: al ayuntamiento.
Una vez entro, me encuentro de frente con Cayetana y, aunque quizá
debería sentir algo de remordimiento de conciencia por haberme acostado
con su novio anoche, la verdad es que lo que siento es pena. Pena porque
todo haya terminado como ha terminado y por haber considerado en algún
momento de mi vida que entre nosotras existía una amistad de verdad.
Es cierto que ahora que sé lo que comparto con Elsa y con Noa, lo que
tenía con Cayetana era algo mucho más superfluo y carente de
importancia, no sentía que estuviésemos la una para la otra y tampoco me
dolía un enfado con la misma intensidad que me duele el estar enfadada
con Elsa.
Sé que me sigue con la mirada, más ahora, tras lo que sucedió el otro
día entre nosotras. Espero a que me frene y me diga que sin cita no puedo
ser atendida, pero imagino que no quiere montar un espectáculo delante de
todos.
Me planto frente a la puerta de Elsa y toco con suavidad. Un tenue
«¿Sí?» es todo lo que escucho al otro lado y suficiente para tomarlo como
un «puedes pasar».
Abro la puerta con una amplia sonrisa en la cara y observo a Elsa
metida entre papeles con el maromo morcillón que, si bien no me
equivoco, se retira de su lado —excesivamente cerca ya puestos a analizar
— cuando me ve hacer acto de presencia.
—¿Interrumpo algo?
—No te preocupes —se disculpa Elsa.
—Voy a tomarme un café y regreso en diez minutos —suelta el
arquitecto.
Las dos nos quedamos quietas paradas mirando cómo sale del despacho.
—Si tú no lo quieres, me lo puedo pedir yo —finalizo mirando
semejante ejemplar.
—Todo tuyo —me dice sin más.
—¿Te estaba molestando?
—No, bueno, lo normal, intenta arrastrarme a la cama, y yo me hago la
dura.
—Y cuanto más te haces la dura…
—Más dura se le pone a él —me corta Elsa para ser todo finura.
—Puede que no hayas sido lo suficientemente clara.
—O puede que pase de entenderlo. Los hombres son simples.
—Un cojón de pato —le suelto.
—Cierto. De simples nada, pero me mola la frase.
—Los hombres son como nosotras, tienen sus neuras.
—Y piensan con la polla —suelta Elsa retirando los planos de la mesa
para dejar que la madera sea visible de nuevo.
—Y nosotras con el kiwi. Para muestra…
—Ya, ya, no me recuerdes lo de tus bragas que me pongo perraca sin
necesidad. No puedo mirar a la cara a Sebas sin imaginarlo follándote
contra la pared del rellano.
—Ya, pues disimula porque no quiero que sepa que lo sabes.
—Estoy segura de que sabe que lo sé, me mira raro, ¿sabes? Creo que
busca pistas de si me lo has contado o no —cuchichea Elsa.
—Me he encontrado con Cayetana nada más llegar. Me ha mirado mal.
—Nada que me sorprenda —matiza Elsa.
—A mí tampoco. Pero ya no me duele haberla perdido, solo me jode
haberla dejado entrar en mi vida. Ahora mismo venía pensando en eso,
¿sabes? En que lo que comparto contigo o con Noa, la amistad tan fuerte
que tenemos, nunca fue de la misma manera con ella, aunque yo pensaba
que sí. No te niego que me jodiese todo lo que me hizo; las trastadas, la
mentira, robarme a los novios, lo de Sebas…, pero, si no hubiese sido así,
habría vivido engañada toda la vida y eso habría sido peor que haberlo
descubierto a tiempo.
—Aún estás a tiempo de arreglarlo —me consuela Elsa.
—¿Lo de Cayetana?
—No, tonta del culo, lo de Sebas. A la perra esa ni agua.
—Lo de Sebas…
—Le gustas, yo lo sé, y en el fondo tú también.
—No es tan sencillo —admito—. Está Cayetana y todo lo que la rodea;
su compromiso con ella, con el entorno, su hijo…
—No es nada que no se pueda resolver. Al fin y al cabo, hablando se
entiende la gente, ¿o no?
—Cierto, por eso estoy aquí…, contigo.
—Ven aquí, mi pequeña Greta Bover, mira que te quiero yo con lo bicho
que eres —finaliza mientras me abraza.
CAPÍTULO 36
¿SEGUNDO ROUND?
SEBAS
SEBAS
Puedo llegar a entender los motivos que me da Sebas para que las
cosas terminaran como terminaron entre nosotros, puedo, incluso, llegar a
concebir que se haya centrado en Cayetana y en su niño, pero no entiendo
y no justifico que no haya intentado buscarme durante todo este tiempo
para hablarlo, para poner las puñeteras cartas sobre la mesa, para pedir mi
opinión al respecto, para contrastar las posturas. Fue mucho más sencillo
eso de quedarse con una imagen ya que vale más que mil palabras. No
niego que Javier le haya golpeado tras lo que sucedió entre nosotros, me
quedé destrozada. Era solo una joven que no tenía ni idea de lo que era que
le rompiesen el corazón y mucho menos de que tu mejor amiga organizara
una treta como la que organizó para conseguir su objetivo: quedarse con
Sebas.
Entro en mi edificio con el cuerpo destrozado, como si hubiese corrido
varias maratones y hubiese tenido que estar empollando durante más de
diez horas seguidas lo que se traduce en un cansancio mental y físico.
Subo la hilera de escalones que me separan de mi puerta y veo la de Noa
cerrada a cal y canto, pero dentro escucho el sonido del televisor, ha vuelto
de trabajar. Medito sobre tocar en su puerta en vez de en la mía y llorar a
moco tendido. Quito la llave de mi puerta con la intención de hacer lo que
me dicta mi cabeza y mi pie choca contra algo. Bajo la vista y encuentro
un táper, me agacho y veo que dentro hay un caldo. Sujeto el táper entre
mis dedos y, con él en la mano, cruzo la distancia que me separa de la casa
de Noa y toco.
No se escucha nada, cosa que es normal teniendo en cuenta que a toda
mecha suena dentro un programa de esos de telebasura.
La puerta se abre y frente a mí aparecen Noa y Elsa.
—¿Greta? No te escuchamos subir, estábamos esperándote. ¿Cómo te
fue con Borja? —Es Noa la que toma la palabra.
—¿Me has dejado un táper de sopa en la puerta? —le pregunto llorando.
Noa niega con la cabeza. A Elsa no le pregunto porque ella no cocina.
—Yo acabo de llegar de trabajar y apenas me ha dado tiempo de
ducharme antes de que llegase Elsa. En el restaurante hoy no hemos hecho
caldo. —Mi amiga alza los hombros a modo de disculpa—. Habrá sido
Soledad. ¿Por qué lloras? —pregunta al percatarse de mi estado.
Me dejo caer sobre ellas hipando con más fuerza. Las lágrimas no cesan
en su empeño de salir y dejo que todo eso que sigue doliendo se revele
como quiera manifestarse, a veces da igual que sea a través de un grito, del
llanto, de una risotada de psicópata, de un cuadro que pintes sobre un
lienzo vacío, de un dibujo sin sentido, de un plato de caldo o de un beso
apasionado, a veces, los sentimientos salen de la única forma que saben,
que conocen y que nos hará sentir en paz.
—Si Borja te ha hecho algo, juro que le rompo las piernas y hablaré con
Sebas para que le cierre el garito —grita Elsa mientras me acuna entre sus
brazos.
—Eso es tráfico de influencias, Elsa, no lo puedes hacer, y Sebas no es
de esos, es un tío demasiado recto —aclara Noa.
—Sebas… —gimoteo.
Mis amigas me acarician la cabeza, cada una por un lado mientras
comienzan a dar pequeños pasos hacia atrás para meterme en casa y dejar
de montar un espectáculo en el rellano, que parece que últimamente se nos
está dando bastante bien.
—Pero ¿qué pasa? —insiste Noa.
—Sebas… —repito como si fuese un mantra.
Percibo que el cuerpo de Elsa deja de servirme como apoyo mientras las
lágrimas corren sin control por mis mejillas, empapándome yo y a mis
amigas a su paso.
—¿Qué pinta Sebas en esto cuando has ido a solucionar lo que tenías
pendiente con Borja? ¿Tú lo entiendes? —le pregunta a Noa. La susodicha
no responde y, si lo hace, yo no la veo—. Explícate, cielo, porque no
podemos ayudarte sin entender lo que ha sucedido.
Mis amigas me acomodan en el sofá mientras dejan que llore lo que
necesito. Noa se marcha del salón y me quedo con Elsa, que no deja de
acariciarme la espalda como consuelo.
—Te juro que los reviento a los dos si es necesario, estoy mosqueada,
los hombres son lo peor que existe en la tierra, ¿quién coño los ha
inventado? Si nosotras podríamos valernos solas, con pollas de goma
vamos servidas, ¡pero no! Claro, era mejor inventar a unos tipos expertos
en tocarnos la moral y con los que tenemos que vivir. Tenía que haberme
hecho homosexual, dime, explícame el motivo por el que no me gustan a
mí las chicas, si lo tenemos todo: las tetas perfectas, astucia, cuerpazo
serrano, inteligencia, ironía para dar y regalar… ¡Explícamelo! Teníamos
que habernos hecho tijeretas —vocifera.
—¿Estás bien? —pregunto al escuchar su discurso, atónita. Noa también
la observa, ahora que ha llegado, sin entender nada de lo que sucede.
—Te dejé llorando a ti. —Me señala—. Y ahora grita ella. —Señala a
Elsa—. ¿Esto es un virus contagioso de cambio de personalidad? Lo
pregunto por si me voy a volver amorosa de repente.
—Solo digo que los hombres son lo peor, que no es justo que siempre
nos hagan sufrir…
—Elsa, no es así —intercede Noa—, nosotras también nos
equivocamos.
—¿Eso es lo que pasó? ¿Yo me equivoqué? —pregunto con temor a la
respuesta.
Lo que acaba de verbalizar Noa, por muy enfadada que esté, por muy
dolida que me sienta, es la verdad; no todo es blanco o negro, aunque a
veces creamos que sí lo es. Los extremos son malos.
—¿Eso es lo que te preocupa? —inquiere Noa, mediando.
—Los hombres son lo peor… —insiste Elsa.
—Elsa… —la reprende Noa—, por favor —le pide.
—Le romperé las piernas o las pollas, que probablemente les tengan
más afecto.
Sonrío con lágrimas en los ojos, porque es que con Elsa es imposible
actuar de otra manera. Noa parece ceder un poco y me imita. Colocamos
las manos haciendo una montaña entre todas.
—Fui a buscar a Borja y hablamos en su despacho.
—Bien —matiza Noa contenta.
—Todo fue bien dentro de lo normal. Borja insiste en que está
enamorado de mí, y ya le expliqué que creo que es un espejismo, que no es
real, que ahora mismo piensa de esa forma, pero que, cuando ponga un
poco de distancia, se dará cuenta de que no es real ese sentimiento.
—¿Y? —demanda Elsa, separando las manos por un momento para
poner las palmas hacia arriba.
—Creo que lo entendió, pero sé que, ahora mismo, necesitamos marcar
un poco de distancia y quizá con el tiempo podamos ser amigos, lo que
está claro es que yo no le puedo dar más porque no siento eso que
debería…
—Lógico, si estás colada por Sebas desde hace mil años. Imposible —
resuelve Elsa con urgencia.
—¿Y qué pinta Sebas en todo esto, además de que ya sabemos que estás
enamorada de él?
—Me estaba esperando fuera del despacho de Borja…
—La hostia, ¿te espía? Tenemos un alcalde psicópata —murmura Elsa.
—¿Y? —pregunta Noa tras reírse del comentario de Elsa.
—Hablamos. Hablamos de lo que sucedió, me contó su versión, y yo le
dije lo que había pasado. No lo entiendo, por más que le doy vueltas a la
cabeza no lo entiendo, ¿vale?
—¿Qué hay que entender? ¿Que la cagó y que Cayetana es una arpía de
mucho cuidado? —resuelve Elsa con su habitual tono que no da lugar a
réplica.
—¿Por qué Cayetana hizo todo eso?
—A ver, Greta, puedo entender que estés dolida porque sabemos que
todo este tiempo has mantenido tus sentimientos por Sebas guardados en
un cajón, que os limitabais a ignoraros todo lo posible y que hace nada
todo ha vuelto a la normalidad; os cruzáis cada poco tiempo, te busca, lo
buscas, os gustáis, te pone cachonda, se la pones dura como una piedra…
Lo lógico, ¿vale? Esto es un pueblo y aquí sabemos lo que sucede… —
matiza Elsa bajo la atenta mirada del resto—, pero os ha salido mal. No
puedes esconder bajo la alfombra, de nuevo —aclara—, lo que sentís, es
mejor que os enfrentéis a esto y que lo resolváis sin follar en un rellano o
en casa de tus padres, tampoco con hurtos de bragas de por medio, sino
como personas maduras porque eso es lo que somos todas y tenemos que
resolver los problemas por muy jodidos que sean o muy existenciales que
sean nuestras crisis. En cuanto a Cayetana… —Elsa hace una pausa y sé
que lo hace de esa manera porque no quiere insultarla en vano—. Insisto
en que es una sinvergüenza que lo único que pretendía era buscar una
excusa para estar con Sebas. Sabía que estabas loca por él, ¿a cuántos
novios te robó antes?
—Varios —sentencia Noa con un deje de reproche en su voz—. Y lo
sabes. Lo sabemos —matiza con solemnidad.
—Lo que sucede es que Sebas no era un noviete cualquiera —aclara
Elsa.
—Puede que estuviese enamorada de él de verdad —intercede Noa.
—Pues, para estar enamorada, bien que estaba preñada de otro. —Lo de
ser políticamente correcta lo dejamos para el ayuntamiento, ya si eso.
—Yo creo que estaba enamorada de Sebas —zanjo—. Y creo que era
bastante consciente de que él no correspondía al sentimiento que ella le
profesaba, pero era muy lista y sabía perfectamente que era un tipo recto y
responsable…
—Que roba bragas —susurra Elsa como añadido.
Pongo los ojos en blanco y sonrío.
—Sí, eso también. Sin embargo, ella era consciente de que, si le sucedía
algo dadas las circunstancias, él no iba a dejarla en la estacada. Y
sencillamente jugó las cartas quitándome de en medio, pero ¿por qué?
—Porque, como bien dices —intercede Noa—, Cayetana no es estúpida
y sabía que Sebas ya sentía algo por ti en aquel entonces.
—Puede que tú no te dieses cuenta. —Toma la palabra Elsa—. Pero los
que estábamos cerca veíamos cómo te miraba, cómo se preocupaba de que
estuvieses bien, de implicarte en lo que hacíamos a pesar de tu edad, que
es la misma que la mía, por cierto —añade— y eso se veía.
—Javier le dio un puñetazo la noche que pasó todo —les cuento
dejándolas atónitas.
—Bien por Javier, si no odiase a los hombres, y a él en especial, puede
que aplaudiese por fuera de su casa —resuelve Elsa.
—Se lo merecía —indica Noa con más prudencia que la concejala de las
pollas.
—Vino a buscarme —admito en voz alta—, no como debía, pero vino a
buscarme, y Javier lo echó.
—Tenía que haber insistido —matiza Elsa.
—Es verdad… Lo sé. Lo hizo mal.
—Tú también lo hiciste mal —intercede Noa en esta ocasión—. No
quiero volver a ser el centro de la discordia, pero… tú también podías
haber ido a buscarlo y explicarle, decirle lo que sentías abiertamente y
dejar de esconderte para mirarlo a hurtadillas.
—Era una puta niña. Tenía veinte años —grito levantándome.
—¿Y? —cuestiona Noa como si le diese igual—. Yo con veinte años ya
vivía sola y tenía que trabajar y compaginar mis estudios en la escuela de
cocina, y ya lo sabes. Eres fuerte, Greta, siempre lo has sido, pero aquí la
culpa es de los dos, no solo de Sebas que, no digo que no lo haya hecho
mal, pero tú sencillamente te hiciste a un lado y dejaste que ella ganase la
partida, y ahora…
—¿Qué hago? —grito con las lágrimas descendiendo de nuevo por mis
mejillas.
—Pues tenemos varias opciones —explica Elsa, que tiene esa mirada de
perdonavidas que siempre se coloca cuando está indignada por algo—. Le
rompemos las piernas a Sebas. Le rompemos las piernas a Sebas y a
Cayetana. La cogemos por la cagada de paloma y la arrastramos por la
plaza del pueblo a la voz de: «Eres una zorra mala y te vas a cagar, por
perra», pagamos a unos matones para que todo eso lo hagan ellos porque
yo quiero seguir siendo la concejala de Urbanismo y tengo una reputación
que mantener, se lo decimos a Javier para que sea él el que le afloje las
hostias, que, total, ya tiene experiencia y, al ser amigos, no va a sospechar
de su ataque o bien…
—¿Algo menos agresivo que no implique acabar en la cárcel? —
interpela Noa riendo por las ocurrencias de Elsa.
—O, bien, aclaramos las cosas, ponemos las cartas sobre la mesa y que
Sebas actúe como quiera, pero sabiendo la realidad —sentencia la
concejala.
—¿Qué propones? —pregunta Noa dando voz a mis pensamientos.
—Que le digas lo que sientes, que seas sincera y dejes de esconder la
verdad en los bolsillos de tus pantalones vaqueros o en la despensa o
dentro de la cisterna del váter, donde quiera que escondas las cosas, Greta
—me recrimina mi amiga, la sensata.
—Si hago eso y me dice que no, que quiere a Cayetana, que se queda
con ella… ¡Están prometidos! —grito de nuevo.
—Si te dice que no, no sucederá nada nuevo, el no ya lo tienes, ¿qué va
a pasar? ¿Que tendrás que olvidarlo? ¿Lo mismo que ahora? —esclarece
Noa.
—Aquí, mi amiga, la que guarda secretos, tiene razón. —La señala Elsa.
—Secretos tenemos todas, ¿o acaso ese problema tuyo con el hombre
ese que no te gusta es irreal?
—No me hables de él…, por lo que más quieras.
—¿Necesitas consejo? Ya puestos…
Elsa niega y tuerce el gesto.
—Necesito poner mis ideas en claro, porque juro que no entiendo nada.
—Te has pillado, Elsa, te has pillado, solo necesitas tiempo para
admitirlo —contrataca Noa—. El mismo consejo para las dos, o para las
tres, porque me voy a tener que incluir; hablemos claro y seamos sinceras
porque estamos perdiendo tiempo para ser felices, chicas.
Volvemos a colocar las manos juntas, las tres, en montaña, pero
guardamos silencio, tenemos mucho que pensar porque de mierda estamos
hasta el cuello.
—Yo solo tengo una pregunta más —dice Elsa rompiendo el momento
de tensión.
—Tú dirás —murmuro.
—¿Crees que se tocará muchas pajas con tus bragas?
Rompemos a reír a la vez que lloriqueamos, somos una verdadera
explosión de sentimientos. Lo mismo nos queremos que nos odiamos, pero
no pasa nada porque lo que sí sé, lo que sabemos todas, es que somos las
mejores amigas del mundo y que, pase lo que pase, estaremos ahí cuando
nos caigamos.
CAPÍTULO 49
UN CALDO CON SABOR A PERDÓN
Noa:
Sé dónde vive Teresa. Stop. Soledad me lo ha contado en medio de un
café. Stop. Te paso la dirección para que vayas a verla. Stop. Tienes que
encargarte de que lleve a Soledad a algún sitio donde podamos encerrarlos.
Stop.
Greta:
¿Encerrarlos? Stop.
Noa:
Encerrarlos. Stop. He dicho. Stop.
Greta:
Me va a odiar de por vida. Stop. Ahora que habíamos hecho las paces.
Stop.
Noa:
¿Quién dijo miedo habiendo hospitales? Stop.
Greta:
La madre que te parió. Stop.
Noa:
Te paso la dirección. Stop. No hay tiempo que perder. Stop.
Elsa:
Estoy del stop hasta la pepitilla. Stop. Entro a una reunión. Stop.
Quedamos esta noche. Stop.
SEBAS
Paso por casa de mi hermana Lola, sin apenas haber pegado ojo en toda
la noche, y ella sonríe con altanería al ver que hago uso de su ducha y de
las prendas de repuesto que siempre guardo en el armario de su casa para
emergencias.
—¿Es esta una emergencia? —inquiere tendiéndome la taza de café.
Los ojos le burbujean de la curiosidad que siente y sé que, en el fondo,
quiere saber para saciar ese apetito, pero también sé que espera que eso
que en su imaginación ronda se haga real.
—Yo lo definiría como la gran emergencia —matizo sonriéndole.
Me acerco hasta ella con suficiencia y la sonrisa que enmarca la cara de
Lola es tan contagiosa que termina adornando la mía.
—¿Qué tal ha sido?
—Ha sido la hostia —sentencio.
—Es buena chica, me cae bien, ya sabes; es más, lo sabe todo el pueblo,
que siempre ha estado colada por ti, pero el pasado ha hecho mella en
vosotros.
—El pasado y los errores de ambos —apunto dejándome caer en una
silla, aún con el pelo mojado.
—Lo importante es que las cosas se solucionen y eso se hace hablando.
Asiento con firmeza mientras llevo la taza con esos mensajes que a mi
hermana tanto le gustan a mi boca y le doy un largo sorbo. Creo que voy a
necesitar cinco como estas para afrontar el día tan largo que me espera.
Es la semana previa a las elecciones. Se celebran el próximo domingo y
el trabajo en este momento es prácticamente contra reloj. Reuniones,
mítines, llamadas interminables de personas que apoyan la candidatura y
las visitas de los habitantes del pueblo que, aunque Cayetana se empeñe en
que debo dejar de recibirlos, ellos son los que me han puesto ahí, al frente
de la gestión del gobierno y quiero mantener mi actitud cercana con todos
los habitantes que quieran mantener una charla conmigo.
Soy el alcalde, sí, pero también soy un habitante más de este pequeño
pueblo y, si todo sale bien para ellos, saldrá bien para mí por partida doble.
—Hablamos hace días, ¿sabes? —le explico dejando a un lado el trabajo
hasta pisar de nuevo el consistorio—. Pero no lo hicimos bien, fueron
reproches suyos y míos, de los dos, y se quedó todo igual o peor de lo que
estaba. Hablé con Javier, me atreví a hacerlo porque es su hermana, pero
también es mi mejor amigo y me dijo que tenía que hacer lo correcto.
—Ese es un gran consejo. Es justamente el que me diste a mí cuando te
conté lo que pasaba en esta casa hace meses. Cuando me sentía como un
pequeño pajarillo enjaulado. Tú, mejor que nadie, Sebas, sabes lo que es
vivir en una relación que no es para ti, que el amor se haya acabado o que
nunca haya existido y creo que ya te sacrificas bastante por el pueblo
como para sacrificar también tus sentimientos, porque ambos sabemos,
Sebas, que Greta significa mucho más para ti que Cayetana y que siempre
ha sido así. Te permito corregirme si me equivoco —puntualiza mi
hermana con la vista clavada en mí.
—Lola, yo quiero que seas feliz, papá y mamá quieren que seas feliz y
da igual si es sola o si era con él. Nos da igual el resto. Nos da igual que te
hayas separado, lo que queremos es volver a verte sonreír —finalizo
omitiendo su comentario anterior y evitando que eso que mi hermana me
acaba de decir burbujee como lo hace, porque sí, tiene razón, y Greta no es
un capricho más, no es solo eso y nunca lo ha sido.
—Pues eso mismo es lo que queremos para ti, Sebas, justamente eso.
Asiento y sonrío para infundirle calma.
—¿Eres feliz? —inquiero posando mi mano sobre la suya.
—Soy muy feliz —sentencia.
Y no son sus palabras, sino su lenguaje no verbal el que me dice que es
así, que eso que mi hermana pronuncia es una verdad como un templo y, si
ella es feliz, yo soy más feliz aún.
Recorro a pie la distancia que hay desde casa de Lola hasta el
ayuntamiento. Me cruzo con varios vecinos que me saludan con cortesía y
algunos me preguntan por alguna de las medidas que hemos hecho
públicas en estas semanas, las más transgresoras y con las que ya
partíamos de la base que serían las que quizá más costase que entendiesen,
pero no me importa explicarlas una y otra vez, lo que de verdad cuenta es
que las comprendan para que puedan aceptarlas.
Llego tarde, pero ya contaba con ello. También cuento con que en mi
cara se refleja el cansancio de las últimas semanas y las pocas horas de
sueño, a pesar de ello, la sensación de haber pasado una noche increíble
llena de risas, de caricias, de mimos, de besos y de empellones me hace
sonreír de forma natural. Toco el bolsillo de mi pantalón, donde se
encuentran las últimas bragas que le he arrebatado a la chica que me roba
el sueño y la sensación de estar jugando una partida de black jack y estar
tocando con los dedos la victoria se expande por mi cuerpo. Es Greta.
Greta Bover. La chica que me roba el sueño desde hace años, la misma que
me decepcionó cuando pasó todo aquello con Cayetana y la misma que me
ha hecho entender que la decepción y los errores han sido mutuos.
Doy los buenos días a todo el equipo. Me responden, aunque evitan
mirarme directamente, lo que indica que Cayetana está de mal humor y lo
paga con la gente que la rodea.
Entro en el despacho, y allí se encuentra ella, con la libreta en la mano y
el bolígrafo en la otra, esperando como hace siempre.
—¿Acaso teníamos una reunión a primera hora y no me he acordado de
ello?
—No —niega mirándome directamente a los ojos—. Pero yo cumplo
con mi trabajo y normalmente nos reunimos a primera hora. Sin embargo,
tú hoy llegas tarde.
—He tenido que atender varios asuntos antes de venir.
—¿Un asunto que se llama Greta Bover? —inquiere con ese punto en su
voz que nada me gusta.
—Un asunto con el pueblo, con la gente para la que trabajo, ¿me
explico?
—Vamos, Sebas, no me tomes el pelo, sé que no has pasado la noche en
casa de Lola. Te fuiste y me dejaste, me dijiste que esto no iba a continuar
sin más explicaciones y ¿pretendes que me haga la tonta? ¿Acaso crees
que no sé cómo la miras? —grita perdiendo los papeles.
—Cayetana —respondo con calma, con mi tono más pausado, el que
utilizo siempre que hablo en público, intentando no perder los papeles
porque, al final, esta chica ha significado mucho para mí, y ese niño es de
la familia aun sin que yo sea su padre—, no tengo que darte explicaciones.
—Al contrario —me rebate—, es lo mínimo que me debes.
—¿Y crees que este es el mejor sitio para hablar? —le pregunto
abriendo los brazos para que sea consciente de dónde nos encontramos y
de nuestra función aquí.
—Puede que no lo sea, pero apuesto a que esta noche no vas a venir a
casa. —«A mi casa», pienso. Niego—. ¿Entonces?
—Bien. Hablemos pues; cuanto antes, mejor, ¿no?
—Sí —afirma dejando la libreta y el bolígrafo a un lado.
—Greta me ha contado lo que ha sucedido. —Decido que tomar la
palabra y poner las cartas sobre la mesa es lo mejor—. Siempre he sido
sincero contigo y siempre te he dicho que te tengo cariño, Cayetana, pero
que no estoy enamorado de ti.
Ella chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.
—¿Acaso crees que todo el mundo se casa por amor? Nos llevamos
bien, Izan te quiere como si fueses su padre, y yo te quiero, Sebas, mis
sentimientos por ti son reales. El roce hace el cariño y el cariño hace el
amor.
Ahora el que medita sus palabras soy yo. Hemos compartido mucho
tiempo juntos, muchos años de trabajar codo con codo y de pasar tiempo
fuera de aquí. Hemos educado a Izan de la mejor manera posible y, aunque
ese niño para mí significa mucho, no puedo obviar que no tengo esos
sentimientos por su madre y eso, al fin y al cabo, es un problema.
—Yo no sé si el resto del mundo se casa por amor o no o si comparte su
vida con el primero que se le ponga delante e intente hacerle feliz, pero,
sin duda alguna, eso no es lo que yo quiero, Cayetana. Izan es un niño
increíble, y lo quiero con todo mi corazón, eso no va a cambiar jamás,
pero no puedo permitir, es más, no quiero permitir que eso me condicione
para ser feliz. Seguirás trabajando como siempre ha pasado, seguiré
viendo a Izan cuando me lo permitas y cuando él quiera verme, estaré ahí
para ayudaros, pero no me pidas que sacrifique mi felicidad en pro de la
tuya porque no sería justo si lo hicieras.
—¿Y yo debo sacrificar la mía por ti? ¿Por ella?
—Ella no tiene culpa de nada.
—Tiene toda la culpa —masculla gritando con fuerza. Me incorporo,
intentando que se relaje y que baje la voz.
—Si no eres capaz de hablar con tranquilidad, dejaremos la
conversación aquí —le advierto.
Ella asiente, coloca su falda bien y su pelo y eso le permite tomarse
unos segundos antes de continuar hablando, ahora más tranquila.
—Greta fue la causante de que Izan se quedase sin padre y de que yo me
quedase sin marido.
—Eso no es cierto y lo sabes —murmuro escrutándola con la mirada,
leyendo de nuevo el lenguaje corporal.
—¿Vas a creer lo que ella te diga? ¿Es eso? —me increpa.
—Voy a creer lo que me dicta el corazón, Cayetana. Lo hice mal porque
tenía que haberla ido a buscar esa noche, haber hablado con ella de verdad.
—Omito el momento en el que acudí a su casa en un intento de poner a
Greta en su lugar y sin intención alguna de aclarar nada, solo de
reprocharle lo que había hecho con la que era su amiga y conmigo mismo,
con el chico que estaba loco por ella desde entonces—. E
independientemente de eso, y por encima de todo, no siento por ti lo
mismo que tú sientes por mí, Cayetana; por lo tanto, prefiero no continuar
con esta mentira, no es bueno para ninguno alimentar algo que no va a
llegar a ninguna parte.
—Para ti es fácil, ¿verdad? Cambias a una por otra y ya está —me
reprocha alzando de nuevo la voz.
—No —niego de nuevo con total calma—, no voy a cambiar a nadie por
nadie, Cayetana, porque la realidad es que no he sentido por ti nada más
allá del cariño y del deber ayudar, no ha habido sentimientos románticos
en ningún momento y eso creo que lo sabes. Siempre he sido sincero
contigo y sabías a lo que te atenías. No te he mentido jamás, ¿acaso puedes
tú decir lo mismo? ¿Pretendes tirar la piedra y esconder la mano?
Ella traga con fuerza, asimilando mis palabras. Lo que le he dicho es
totalmente cierto, siempre he sido sincero, Cayetana siempre ha sido
consciente de que no había nada romántico por mi parte, y es imposible
que lo haya cuando siempre he estado pensando en ella, en Greta. Siempre
la he visto, aunque no tuviese los ojos abiertos.
—Entonces…
—Entonces, Cayetana, las cosas están claras, una vez más. No podemos
continuar con nuestra relación porque no es algo real y tangible, es una
mentira, y yo no quiero vivir a medias, yo solo quiero tener la oportunidad
de ser feliz, y de que tú lo seas también.
Cayetana ahoga un gemido y me siento mal por ser yo el motivo de ello.
Me recuerda a ese día en el que llegó a casa, con las mejillas llenas de
lágrimas y perdida en su dolor, un dolor del que ella no era culpable, pero
yo tampoco.
Camina hacia la puerta cuando se recompone. Cayetana siempre ha sido
así, una tía fuerte y con agallas, que guarda el dolor y lo transforma en
fuerza para continuar adelante.
—Espero que te vaya bien —murmura con sarcasmo.
—Te deseo lo mismo —verbalizo de corazón.
Sé que ella ahora mismo no lo ve, que no entiende mis motivos porque
está cegada por el dolor y, hasta cierto punto, por el abandono. Sé que
teníamos unos planes, pero esos planes, tarde o temprano, se habrían
desmoronado como un castillo de naipes que no tiene bien su base.
Sé que es difícil, pero más difícil es vivir en una mentira siempre.
Saco las braguitas que llevo en el bolsillo y las llevo hasta mi nariz.
Cojo la llave que cierra el primer cajón, lo abro y las dejo caer dentro
mientras sonrío rememorando la cara de Greta cuando me las quedé, todas
y cada una de las veces. Recordando sus gemidos la noche anterior con
cada una de mis embestidas llenas de desesperación. «Ay, Greta, Greta,
¿qué has hecho conmigo?».
Y ahora solo pienso: ¿podré seguir ampliando mi colección?
Sí, seguro que sí.
Me dejo caer en el sillón, con la polla dura como una piedra por la
anticipación y respiro con fuerza. No es el momento, primero tengo que
trabajar.
CAPÍTULO 56
LO QUE TENGA QUE SER, SERÁ
Las tres hemos pasado por momentos duros, las tres nos hemos
apoyado cuando nos hemos hecho falta y las tres hemos estado presentes
sin siquiera estarlo. También hemos sabido respetar los silencios cuando
ha sido necesario y decir las verdades a la cara cuando han resultado
precisas, pero, por encima de todo, nos respetamos dentro de nuestra
amistad. Es uno de nuestros pilares fundamentales y seguirá siendo así
pase lo que pase.
Enfoco la vista de nuevo en la puerta cuando Noa entra seguida de Elsa.
Mi amiga se percata de mi gesto, porque se sitúa a mi lado, mientras Noa
se sienta en la mesa que hay enfrente. Esta bien que podría ser una de
nuestras típicas escenas de una noche cualquiera en casa, cambiando la
decoración tan escrupulosamente seleccionada y de diseño de este espacio
por nuestros muebles baratos de Ikea.
—Tenemos que hablar.
Noa rompe el silencio tras un cruce de miradas entre ella y yo.
—Greta parece haber visto un fantasma.
Noa sonríe cómplice, porque el símil le resulta bastante acertado, pero
no, no lo es, es sorpresa, sí; pero también emoción porque por fin sé que
Noa está encontrando su lugar, ese que sé que tanto anhela.
—Tanto como un fantasma no, pero nos ha visto… —Noa hace una
pausa mientras toma aliento y se anima a continuar—. Ha visto un beso.
—¿Un beso con la muerte? —bromea Elsa, que no tiene idea de nada.
—Un beso entre Lola y yo —se apresura a esclarecer Noa.
La miro fijamente mientras desvía la vista hacia la ventana. Desde el
visillo se ve al grupo, las que aún quedan en la pista de baile, haciendo los
coros de La vida es un carnaval y que no se han retirado a sus
habitaciones, girando sobre sí mismas, bailando en pareja o haciendo
pequeños corros donde una está dentro haciendo algún paso de baile y las
demás la imitan. Se lo están pasando bien, realmente bien.
—¿Un beso? —inquiere Elsa, que a pesar de estar un poco
desconcertada quiere resolver las dudas.
—Estoy enamorada de Lola —finaliza para que entendamos el motivo
de todo—. Creo que la quiero desde el mismo momento en el que me
crucé con ella, la quiero pese a lo que digan de nosotras, pese a que nos
tachen de bolleras o de lo que quiera que nos tachen y no me importa si
vosotras dos hacéis exactamente lo mismo, porque eso no hará que mis
sentimientos por ella cambien, porque el amor no se elige, te encuentra, y
yo lo he encontrado con ella.
Permanecemos en silencio, las tres, tras sus palabras. Ahora todo
encaja, sus dudas, sus parcas palabras sobre el tema, las miradas
cómplices que se profesaban ambas y que creíamos que hacían alusión a
una bonita amistad, la cercanía, las conversaciones en susurros, la crisis
existencial y la manera en la que Noa siempre me decía que, llegado el
momento, lo diría a sabiendas de que había alguien especial, pero con el
miedo a decirlo abiertamente y crear una hecatombe, porque entiendo que
para ella debe de ser muy jodido verse en ese lugar, en su posición, con los
prejuicios que, por desgracia, existen en la sociedad y los miedos a ser
tachada de algo, exactamente, mis miedos; pero ella es más valiente que
yo, lo es y siempre lo ha sido.
—Yo… —Elsa no finaliza lo que quiera que vaya a decir, ella, a la que
las palabras le sobran.
—Lo siento mucho —insisto y repito—. Siento mucho no haber podido
estar a tu lado cuando me necesitabas, cuando querías hablar de ello y no
sabías cómo hacerlo y siento mucho que hayas tenido miedo a contarlo.
Estoy aquí y me da exactamente igual contra quién tengamos que pelear,
pero yo, por ti, pelearé con quien haga falta y no dejaré que nadie te tache
de ninguna cosa. Porque eres mi amiga y te quiero y solo quiero que seas
feliz, y Lola, Lola no podría haber encontrado a nadie con el corazón más
grande que el tuyo.
La ternura inunda su mirada y me contagia de ella. Nuestras manos se
entrelazan.
—Quiero dejar de esconderme —finaliza dando voz a esos miedos de
los que os hablo—. Quiero poder ser libre, libre por derecho y elección, y
que nadie tenga poder sobre nosotras.
—Nadie os va a hacer daño —insisto.
Miro a Elsa, que sigue callada. Se levanta y sale de la sala, y Noa y yo
nos quedamos allí. No ha dicho nada al respecto, hemos sido Noa y yo la
que hemos hablado en todo el momento y sé que se siente confusa y que
Elsa es una chica de impulsos.
—Tranquila.
—Le doy asco —finaliza Noa dándole voz a sus pensamientos.
—No, eso no es cierto. Está…, pues está como yo ahora mismo. No sé.
Entiendo tu miedo, pero… ¿con nosotras?
—¿Cómo esperas que os diga algo si ni siquiera sabía lo que yo sentía?
Yo sabía que algo fuerte sentía por ella, pero no he sido capaz de
reconocerlo hasta hoy. Hasta ahora que he abierto los putos ojos porque no
soportaba que Lola estuviese abrazada a Sandra, solo quería que fuese a mí
a la que abrazara. Soy una enferma.
Me río al escuchar sus palabras.
—No me estoy burlando —me apresuro a añadir—, pero es que me hace
gracia. No es una enfermedad, son celos, y los tienes porque no has sido
capaz de darle voz a tus sentimientos y eso también es normal.
Elsa regresa y deja los vestidos de novia encima de un sofá y vuelve a
salir de allí a toda leche y sin mediar palabra.
—Ella sí que se está volviendo loca —bromea Noa para restarle
importancia a lo que ahora mismo debe de sentir—. Yo…, yo nunca he
sido celosa, al contrario, soy una tía con cabeza, de las que meditan todo y
no pensé que jamás esto pudiese sucederme a mí. Los tíos con los que
salía no me llenaban, no sé, siempre había algo que me echaba para atrás,
les faltaba algo y ese algo lo tiene Lola.
—¿Y ella?
—Ella está tan confusa como yo, pero tiene más valor, ¿te puedes creer
que fue ella la que me dijo que si pensaba besarla ya? ¡Ella! Y me quedé
de piedra, quieta, como una estatua y tuvo las agallas de sujetar mi cara
entre sus manos y besarme y todo lo que había probado antes; todos los
labios, los besos, las lenguas, la desesperación se quedaron en nada
comparado al roce de sus labios y al cariño de sus besos. Entonces supe
que mi crisis existencial era real, que ese miedo lo sentía de verdad, pero
porque no tenía agallas para admitir lo que siento, lo que de verdad me
quema por dentro. Estoy enamorada de Lola, Greta, y créeme si te digo
que no he tenido nada tan claro en toda mi vida.
Le aprieto la mano en un gesto involuntario, lleno de apoyo y de cariño.
Elsa entra de nuevo en la habitación, seguida de Lola, Sebas y Javier.
Nadie sabe nada, porque las caras de circunstancias de todos así lo
demuestran. Noa y yo nos quedamos a la expectativa, sin saber qué va a
suceder y tememos que monte alguna escena.
—No os voy a decir que toméis asiento, porque es una estupidez cuando
apenas hay sitio en la habitación —explica Elsa—, pero creo que
deberíamos hablar de todo, de lo que somos juntos, de lo que hemos
conseguido, de adónde hemos llegado unidos y de lo mucho que nos
queremos. Empezaré yo, ¿vale? Concededme ese deseo. —Elsa toma aire
y nos mira a todos con el gesto en paz.
»Estoy enamorada de Javier. Creo que estoy enamorada de él desde hace
mucho, desde la primera vez que te cruzaste en mi camino y usaste esa
expresión tan fea de: «¿Acaso tengo monos en la cara?», ya apuntabas
maneras y eras puro romanticismo, pero yo tampoco era mucho mejor, la
verdad; aun así, me hiciste reír y creo que por eso me conquistaste. No he
querido decir nada abiertamente porque el miedo me puede, porque no sé
bien cómo enfrentarme a esto y puede que la cague muchas veces, pero
haré lo que esté en mi mano para que suceda lo menos posible.
—Ven aquí, morena, porque, si piensas que voy a dejarte escapar, estás
muy, pero que muy equivocada.
Sonreímos al escuchar sus palabras, y yo me emociono muchísimo
porque esos que están ahí, besándose como si nunca antes lo hubiesen
hecho, son mi hermano y mi amiga.
Me pongo de pie y me acerco a Sebas.
—Nuestro pasado está lleno de errores, de meteduras de pata, de
confusiones y de decisiones que son de todo menos acertadas, pero no
importa, porque a veces hay que pasar por muchas tormentas antes de
encontrar tierra y eso es lo que hemos hecho. Te quiero, Sebastián
Altamirano.
—Para ser el señor alcalde, la señorita Greta me deja sin palabras —
bromea mientras entierra su cara en mi cuello—. Te quiero, Greta Bover, y
espero seguir robándote braguitas toda la vida —murmura.
—¿Qué has dicho? —inquiere mi hermano separándose de Elsa con el
ceño fruncido. Creo que ha envejecido veinte años del golpe.
—Nada, nada —se apresura a decir antes de plantarme un beso de
nuevo.
Mientras nos abrazamos, dejando un espacio más que merecido a Lola y
a Noa, nos quedamos en silencio.
Escucho a Noa carraspear antes de tomar la palabra.
—Cuando sales de tu lugar de confort, la sensación que te abarca es
inmensa. Siempre has hecho lo que se espera de ti, lo correcto y lo lógico,
pero llega el día en el que te cruzas casi que por casualidad con una
persona que te llena de ternura, de bonitas palabras, con la que cruzas una
mirada y ya sabes todo lo que tiene que decirte y que sus brazos muchas
veces te sirven de refugio y sientes que eso que sucede se escapa de tu
control. Luego entiendes que el control no existe porque no quieres que
tome el poder nunca más y que tu meta es que esa persona sea feliz y a ser
posible contigo, y esa persona eres tú, Lola. Me gusta el sonido de tu voz,
las pausas antes de hablar, cómo crees en la bondad de las personas, lo
valiente que eres y lo mágicos que son tus besos. Y te quiero, te quiero de
verdad —finaliza.
Puedo ver la sonrisa en la cara de Elsa, la complicidad de su mirada. La
sorpresa en el gesto de mi hermano, que aún digiere sus palabras porque
no se lo esperaba, y puedo sentir el frío en mi espalda cuando Sebas da un
paso y se acerca a Lola que esta justo al lado de Noa. Contengo la
respiración, es lo único que contengo porque mis lágrimas se empeñan en
salir sin pedir permiso alguno.
—¿Lola?
—La quiero más que a nada y mi lugar en el mundo está donde ella esté,
Sebas. —Lola le tiende la mano y coge a Noa, mientras tenues caricias se
dispersan por sus pieles—. Quiero a Noa y tengo la inmensa suerte de que
ella me quiere a mí —finaliza—. Esta vez sí va a salir bien porque esta
vez el sentimiento es real.
Mis lágrimas descienden con más fuerza cuando veo que Sebas abraza a
Lola, pero también a Noa.
—Bienvenida a la familia, Noa.
Me acerco hasta ellos y me sumo a su abrazo. Siento a Elsa tras de mí, y
a mi hermano completando la unión y ahora más que nunca sé que todo
eso que fuimos en el pasado, cuando apenas comenzábamos a conocernos,
ha tomado forma y lugar, y estamos todos donde debemos, el propio
destino se ha encargado de ello.
—No quiero que sigamos llorando, es hora de ponernos nuestros
vestidos de novia y darnos un chapuzón en la piscina. Es hora de que
celebremos que somos una gran familia.
Y hacemos caso a Elsa, juntos, de la mano; nosotras con nuestros
vestidos de novia, mi hermano y Sebas con lo que llevan puesto, nos
lanzamos a la piscina. Húmedos, sonrientes, con el rímel corrido y con
algo de alcohol en el cuerpo, sabemos que lo hemos hecho bien, que
hemos llegado a este punto a pesar de haber tenido que sufrir alguna crisis
existencial, pero ¿quién dijo que la vida fuese fácil? ¿Y el amor?
CAPÍTULO 63
VUELTA A LA REALIDAD
¡Soy feliz! No, no, ¡soy inmensamente feliz! Todo ha salido a pedir de
boca y las chicas, tanto Lola como Sandra y, por supuesto, las invitadas
solo han tenido palabras bonitas hacia mi trabajo y mi esfuerzo.
Después de regresar del hotel rural, cada mochuelo se fue a su casa o a
la casa de quien prefiriese cada uno, la verdad es que, en mi burbuja
personal, me da igual lo que hagan mientras sean felices. Sí, sin duda
alguna estoy en modo happy.
Sebas y yo subimos las escaleras, de la mano, seguidos de Noa y Lola,
que siguen ocultando las muestras de cariño por el qué dirán, pero todo
tiene su tiempo y su momento, y sé que ellas encontrarán el suyo más
pronto que tarde.
Un pequeño paño lleno de cuadrados de colores al pie de mi felpudo
envuelve un detalle y sé bien de quién es. Miro hacia la puerta de Noa y
encuentro otro igual, salvo por el color de sus cuadros.
—Soledad —musito mirando a Noa. Ella asiente y sonríe, iluminando
su gesto.
—Después de todo, creo que se le ha pasado el enfado —masculla Noa.
—Mañana bajamos a desayunar con ella —le explico antes de entrar en
casa.
Nos damos las buenas noches y cada polluelo a su nido.
Tiro las llaves sobre la pequeña mesa junto a la puerta y me planto
delante de la pared llena de pósits con el resumen de lo que iba a ser mi
negocio, mi primera fiesta de las muchas que vendrán y no me puedo
sentir más satisfecha y plena con el resultado.
Percibo la tarjeta que Sandra me colocó con precisión en el bolsillo de
la camisa, la extraigo y la guardo dentro del cajón de la mesa que hace las
veces de escritorio. Suspiro con fuerza y entonces percibo mi sonrisa. Una
sonrisa natural fruto de todo lo que ha sucedido este fin de semana. Y,
entre ellas, él.
Ojeo la habitación en busca de Sebas y lo veo plantado en la puerta,
apoyado en ella, sin hacer ruido, con sus preciosos ojos clavados en mí.
—Ha salido bien —murmuro.
Él se limita a confirmar mis palabras con un leve cabeceo.
—Ha salido todo bien —finaliza—. Mejor que bien —diría.
—¿Te refieres a mi labor como divorce planner o a que ha triunfado el
amor?
—A todo —responde sin separar su cuerpo de la puerta, parece que le
sirviese de anclaje.
—Ahora solo queda que ganes las elecciones y que te coronen como el
nuevo alcalde.
—Nuevo, nuevo… —Sus palabras quedan en el aire.
—Un alcalde consagrado, y yo seré algo así como la primera dama,
¿crees que tendré que dar algún mitin o discurso cuando salgas elegido?
Ronroneo mientras me acerco hasta donde se encuentra él y me coloco
justo enfrente. Mi dedo índice recorre su pecho de arriba abajo con
movimientos cadentes. Los ojos de Sebas se oscurecen, pero el brillo
siempre sigue estando ahí, presente.
—Mi primera dama —finaliza presionando mi cuerpo contra el suyo.
Percibo su dureza en mi abdomen y mi centro palpita de anticipación—.
¿Quieres cenar? —me pregunta socarrón.
—Claro, siempre tengo hambre —finalizo siguiéndole la corriente.
Sus labios se posan sobre los míos y me besa con ansias, con ganas,
como si fuese nuestro último día en la tierra. Respondo, enredando mis
brazos alrededor de sus bíceps y empujando mi cuerpo contra el suyo. No
hay nada más apetitoso que esto.
Sebas separa nuestros cuerpos jadeantes y me escruta con la mirada.
—Iré a calentar la cena —finaliza dejándome plantada en el sitio.
Respiro con fuerza mientras sigo sus pasos. En otra ocasión, disfrutaría
de las vistas, pero ahora estoy muy mosqueada con él.
—Serás… —murmuro ofuscada, con los puños apretados a ambos lados
de mis caderas.
—¿Qué pensabas? —me pregunta burlón.
—Que íbamos a cenar —respondo convencida.
—Y a cenar vamos —finaliza mostrándome el táper que dejó Soledad
frente a mi puerta y que contiene una cantidad considerable de cocido—.
Me muero de hambre —resuelve, pero su mirada me observa al completo,
escudriñándome con ella de arriba abajo, mientras se relame como si la
cena, en realidad, fuese yo.
Me tiende la mano y la sujeto. No soy capaz de estar enfadada con él
cuando me mira así.
Cenamos con calma, recordando todo lo que ha sucedido. Lo de Noa y
Lola, lo mucho que nos sorprendió y lo bien que lo ocultaron, a la vista de
todos nosotros y lo de Elsa y Javier, que tampoco era algo que viésemos
venir.
—Si lo de ellos es algo que nos pilló tan desprevenidos, ¿crees que lo
nuestro fue exactamente igual?
Me llevo la cucharada de cocido a la boca, Soledad cocina como los
ángeles.
—Creo que lo nuestro era algo de lo que siempre han sido conscientes
todos. Creo que éramos como libros abiertos para ellos, para los que nos
conocen —rectifica—, pero nadie decía nada. Mantenían las formas
esperando a que nos diésemos cuenta por nosotros mismos.
—Mentira. Tú no tendrías que aguantar nada —le amonesto—, pero yo
he aguantado pulla tras pulla de mis amigas, por tu culpa, básicamente.
—Por nuestra culpa, querrás decir —me rebate haciendo hincapié en el
pronombre personal que he utilizado.
—Sea como fuere, lo que está claro es que hemos dado vueltas y
vueltas, pero al final hemos acabado en el punto de partida y eso es lo que
importa.
Terminamos de cenar, recogemos los cubiertos, copas y platos que
hemos utilizado y lo limpiamos antes de ducharnos.
—Nos hemos dejado el postre —susurra con voz ronca.
—No hay postre, estoy enfadada porque antes me has dejado sin cena.
—¿Sigues teniendo hambre? —me pregunta—. Porque a mí no me
importaría cenar de nuevo. Soledad es una gran cocinera, pero no se puede
comparar con el plato tan exquisito que tengo delante.
Me giro y me meto en la ducha, intentando contener las ansias de
lanzarme a sus brazos y dejarme hacer de todo, hasta tortilla si hiciese
falta. Pero una tiene un poco de dignidad.
Escucho su risa ronca tras de mí.
—Uno, dos, tres, cuatro…
La puerta se abre de par en par, aparece Sebas completamente desnudo y
más que preparado… para la cena.
—De aquí no te escapas. Tengo que asegurarme de que te alimentas bien
después de un día de trabajo… duro.
Duro está él.
Follamos. Encima del lavabo y en la ducha. Sé que había dicho que me
iba a resistir, pero creo que todo mi esfuerzo por parecer implacable se ve
esfumado por un cuerpo —un escultural cuerpo— y, lo admito, soy débil,
pero es que… me puede la carne.
Dormimos juntos. Una noche más lo hacemos y solo espero que siempre
sea así porque, cuando Sebas está conmigo, me siento como en casa.
CAPÍTULO 64
LA CRUDA REALIDAD
Amanezco mejor que nunca y estiro el brazo para tocar a Sebas que,
durante las últimas noches, duerme a mi izquierda, pero el frío de la cama
me indica que se ha ido. Abro los ojos y observo la hora. Son más de las
nueve de la mañana. Una pequeña nota al lado me confirma que Sebas
salió en dirección al ayuntamiento, se fue hace rato y que nos veremos por
la tarde.
Me incorporo y me quedo apoyada en los codos. Tengo que ponerme en
marcha, aunque el cuerpo me pesa como si en vez de haber celebrado una
fiesta hubiese estado recolectando patatas en una finca.
Observo las notificaciones en la pantalla de mi móvil tras desactivar el
modo avión. En la bandeja de entrada de mi correo electrónico hay cinco
mensajes nuevos. ¡Cinco! En dos de ellos me dicen que Sandra les ha dado
mi contacto y que esperan que podamos hablar para celebrarles sus fiestas
de divorcio. Los otros tres han visto por redes sociales mi publicidad.
¡Joder! ¡Qué subidón para empezar el día!
Me levanto, me ducho, me visto y salgo en dirección a la casa de Noa.
Doy un par de toques y espero a que me abra la puerta.
Los pelos de mi amiga dejan mucho que desear, además de que uno de
sus ojos sigue cerrado.
—Buenos días, para unas más que para otras, pero buenos, al fin y al
cabo.
Gruñe, pero lo justo y necesario para ser Noa y teniendo en cuenta la
hora que es.
—Café… —Le entiendo en su lenguaje cromañón.
—Pon dos… o tres, ¿está Lola?
Noa pone en marcha la cafetera tras añadirle una de esas cápsulas y se
gira para negar.
—Se fue hace rato, tenía cosas que hacer, y yo entro a trabajar a las
doce. Hoy tengo turno hasta las ocho.
—No está mal —la consuelo.
—Podría ser peor.
Permanecemos en silencio hasta que terminamos el café. Lo
necesitamos, es como nuestra gasolina para poder funcionar.
—Tenemos que hablar con Soledad. Después de salir corriendo como
ratas no le hemos dicho nada.
—¿Sabes algo de Teresa? —Noa alza la vista como si ahora, por fin,
fuese capaz de verme. Los dos ojos están abiertos, buena señal.
—No. Me metí de lleno en la fiesta y dejé a un lado todo lo demás.
También he estado evitando las llamadas de mi madre porque no se te
ocurre otra cosa que soltarle todo y ahora soy yo la que tiene que dar la
cara y someterse a un interrogatorio que no me apetece nada —le reprocho
—. No le he devuelto ninguna llamada y sé que tengo que hacerlo, pero
para eso la concejala de las pollas va conmigo como Greta que me llamo,
esta chapa la aguantamos las dos.
—Pues te espera una buena porque tu madre es muy suya.
—No me estás animando, gracias —ironizo.
—No lo pretendía tampoco —admite.
Terminamos de desayunar y decidimos plantarnos en casa de Soledad,
para devolverle los táperes y para ver cómo está y si ya no quiere
asesinarnos.
Bajamos acojonadas, yo más que ella, a pesar de que fue Noa la que dio
la cara y puso los carteles; pero, si algo he aprendido en este tiempo, es
que Soledad no tiene un pelo de tonta.
La empujo para que toque en la puerta y de recibirnos con un sartenazo
que sea a mi amiga y no a mí. Cobardía, lo llaman, pero a mí me suena
mejor llamarlo prudencia.
Tras un par de golpes, aparece Soledad, sin rulos y sin albornoz. Con un
vestido de lo más ochentero y unos zapatos sencillos a la par que
elegantes… y cómodos, eso también.
—Buenos días —murmura mi amiga.
—Gracias por el cocido —le suelto desde detrás de Noa, tendiéndole el
táper vacío y limpio, y ocultando mi cara tras la espalda de mi amiga.
Soledad no habla, tiene las manos alrededor de la cintura y parece que
fuese a mandar a las tropas a atacarnos en cuestión de minutos.
—Pasad —eso es todo lo que dice cuando rompe el silencio.
Entramos y tomamos asiento en el sofá de flores. Soledad se va hacia la
cocina a dejar los recipientes y, mientras tanto, Noa y yo nos ponemos a
cotillear en las fotografías que se ven en las estanterías.
En ellas hay fotos de una boda, la hermana de Soledad y Carlos de
joven. Carmelo también aparece, pero no parece ser el que haya oficiado la
ceremonia. Hay varias fotos de Soledad y Teresa bastante recientes, y
algunas de personas que no distingo disfrazadas de negro, en el entierro de
la sardina.
Hay una que me llama la atención poderosamente y me levanto del sofá
para ir hasta donde se encuentra la imagen en el pequeño y desvencijado
portarretrato. En ella sale Soledad, su hermana y Carlos, los hijos del
matrimonio bastante pequeños y unos señores mayores que sobreentiendo
que son sus padres. Carlos y Soledad están sentados juntos y sus manos se
tocan por encima de la mesa. A la vista de cualquiera parece una caricia de
lo más casual, pero yo sé que no lo es, que es una caricia que refleja el
anhelo que sentían los dos, consumidos por no estar donde y con quien
deseaban estar.
—Nadie sabía nada —musita colocándose a mi altura—. Nadie supo
nunca nada, y mi hermana murió pensando que su marido estaba loco por
ella y que su hermana no amaba a su cuñado en silencio.
Su voz suena como si cargase una losa sobre su espalda y que le
impidiese respirar con total normalidad.
—Estabais enamorados, no era nada malo —me atrevo a decir.
—Sí que lo era. Lo es, de hecho, porque Carlos tiene hijos y esos hijos
son mis sobrinos. Nadie va a entender que nos queramos. Nadie sabe que
ha sido así siempre.
—Pues quizá es hora de que dejéis de ocultaros y que salgáis con la
cabeza alta a la calle. Estoy harta de las etiquetas, de que la gente piense
que tiene la última palabra cuando no saben de la misa la mitad y de que
todo el mundo crea que tiene voz y voto en la vida de los que le rodean o
de cualquiera que se cruce en su camino y no es así, ¿vale? No va a ser así
jamás.
Noa suelta el discurso con la cara roja y las lágrimas haciendo acto de
presencia. Las contiene a duras penas, la conozco lo suficiente para saber
que es así. Sé por qué lo dice, porque ella sigue teniendo ese miedo que la
constriñe, imaginando el qué dirán cuando sepan cuál es su condición
sexual. Y yo, yo también tengo miedo a que me tachen y me coloquen el
cartel de aprovechada o de mala persona, cuando la realidad es distinta a la
que puede mostrarse. Cada uno, en su casa, sabe lo que tiene y, si eso es
así, imaginaos dentro de vuestro corazón.
—Noa está enamorada —suelto a bocajarro—. De la hermana del
alcalde. —Permanezco un par de segundos en silencio, permitiendo que
Soledad analice la frase y la interiorice—. De Lola.
Sé que para Noa esto es una pequeña prueba de fuego, que la reacción
que pueda tener Soledad es la que podrían tener muchas personas, así que
entiendo que contenga la respiración y que no aparte su vista de ella.
También sé que agradece que haya sido yo la que lo haya dicho en voz alta
porque, aunque Noa es valiente y siempre lo ha sido, tiene miedo, y eso la
hace muy humana. Lo somos las tres; las cuatro, si cuento a Soledad,
somos humanos porque sencillamente sentimos, lo que sea, pero lo
hacemos.
Soledad da un par de pasos hacia Noa y coloca la mano sobre su
hombro.
—La próxima vez, dejaré cocido para dos —finaliza sonriendo.
Noa le da un tierno abrazo y sé que puede respirar de nuevo.
—Yo también quiero —gimoteo llamando su atención.
Me incorporo al abrazo sin saltar ni nada, para no hacerle daño a
Soledad. Quiero que disfrute de su nueva amistad con entereza.
—Sigo enfadada por la encerrona, pero… os agradezco que lo hayáis
hecho porque me ha dado la oportunidad de hablar con Carlos y de poner
las cartas sobre la mesa.
—Entonces…
—Si la pregunta es si estamos juntos, la respuesta es no. No estamos
juntos y dudo que lo vayamos a estar, pero no importa, no pasa nada. Yo
me siento bien, hemos hablado y, si algo sucede, me iré en calma, sabiendo
que le he dicho lo que sentía abiertamente y que le he pedido disculpas por
no haber luchado por él y dejar que las cosas sucediesen como lo hicieron.
Pero, por otra parte, es normal; esa mujer —nos dice mientras señala la
foto familiar— es mi hermana, ella lo quería mucho, y yo le hubiese roto
la vida, así que…, puestos a sufrir, mejor yo que ella.
—Soledad… —murmura Noa.
—No quiero que os compadezcáis de mí, no quiero eso, ni siquiera
espero que os sintáis en deuda conmigo por nada, os doy comida porque
sois mis vecinas y, aunque a ella la siga teniendo entre ceja y ceja —le
explica a Noa mientras me señala y sonríe—, no llamaré al casero cuando
se monte las orgías con el alcalde. Que se cree que las paredes son de
hormigón.
Me cubro los ojos con las manos y me río.
—No lo puedo controlar —finalizo excusándome.
—Siento que no haya salido bien —añade Noa.
—No ha salido bien, ha salido mejor que bien —resuelve—. Tengo la
oportunidad de seguir adelante con mi vida y de compartir momentos con
él. Seguiremos con las caricias a escondidas y con las conversaciones que
dicen más de lo que se pronuncia. Y no pasará nada, porque estar con él,
sentirlo cerca, es mucho más de lo que puedo esperar. No quiero que mis
sobrinos piensen mal de mí. En otra época, con otra edad, hubiese actuado
de otra manera, pero ahora no vale la pena. —Soledad me mira y luego
hace lo propio con Noa—. Así que dejad que la gente hable, que digan lo
que quieran y que especulen a vuestras espaldas, ya sabes lo que se dice:
«Ande yo caliente y ríase la gente».
Un par de golpes en la puerta hacen que salgamos de la pequeña burbuja
en la que nos habíamos metido. Soledad sonríe y camina hacia la entrada.
Asomamos la cabeza con curiosidad y vemos que en la puerta se
encuentra Carlos, con su habitual rebeca de color azul marino; su boina
gris, esa que oculta que le falta bastante pelo, y el periódico bajo el brazo.
Soledad le cede el paso, y él entra, sorprendido al encontrarnos allí.
—¿Os ha secuestrado? —pregunta sonriendo.
—No, solo nos ha tirado de las orejas —le explico—, creo que no podré
ponerme aros nunca más —bromeo.
Carlos se sienta frente a nosotras mientras Soledad se dirige de nuevo a
la cocina.
Carlos se comporta tan educado como siempre, guarda silencio mientras
nos dirige una mirada cálida. Deja el periódico sobre la mesa y se disculpa
antes de ir hacia la cocina con Soledad.
Fijo la mirada en el periódico y giro la cabeza cuando algo llama
poderosamente mi atención.
—Noa… —comienzo a hiperventilar—. Noa… —Le toco la pierna
asustada con golpes precisos en su muslo.
—Dime. —Su cara refleja el susto que debe de aparecer en la mía.
—Mira. —Le señalo el periódico, y ella lo coge entre sus manos.
—Greta…
SEBAS
¡Joder con Elsa! ¡Joder con mi amiga! ¡Joder con el universo que nunca
se pone de mi parte!
CAPÍTULO 68
SI CIERRO LOS OJOS, SOY UN UNICORNIO
los pósits
SEBAS
—Te deseo suerte —me dice Javier apoyando ahora él las palmas de las
manos sobre mis hombros—. Tráela de vuelta a casa o te las verás con este
—me dice mientras me enseña su puño una vez más.
—Sigues siendo un macarra —le acuso.
—Un macarra que la quiere.
—En eso estamos de acuerdo los dos —finalizo.
La puerta se abre y salen a tropel Lola, que me da un abrazo; Elsa, que
me mira mal, y Noa, que me mira peor aún.
—Está en el baño, no se espera nada de nada, así que imagino que le va
a dar un soponcio cuando te vea dentro —explica Elsa de forma
atropellada.
—Le he robado las llaves. Y tengo las notas. Quita ese visillo de mierda
de ahí —me pide Noa.
—Te sigue queriendo —me cuenta Lola—. Lo veo en sus ojos.
Sonrío mientras la abrazo con fuerza.
—Yo la quiero mucho más a ella —finalizo.
Entro en la casa y enseguida escucho el pestillo. Noa me toca en el
cristal de al lado y me hace señas para que quite las barras móviles con las
que está sujeto el visillo. Ahora las veo perfectamente.
No estoy seguro de que nada de esto vaya a funcionar.
Noa me señala el salón con su dedo índice y murmura un vete: «Vete.
Ya».
Doy suaves pasos y me acerco al salón. Escucho una puerta y respiro
con fuerza porque sé cuál será el siguiente paso.
—Chicas, espero que no os hayáis bebido todo sin… —Se queda en
silencio cuando se da cuenta de que soy yo el que está en medio de su
salón. Hace un barrido por la habitación, y yo sigo su mirada; las copas
siguen en su sitio, la bebida también y los frutos secos en el cuenco, pero
no hay rastro de ellas—. Sebas…
Intenta recomponerse y recorre todo el espacio. Se acerca a la cocina y
ve varias sombras fuera.
Da un par de zancadas y observo que está descalza y me recuerda a
nuestras noches juntos, cuando caminaba de esa manera por su piso,
sintiendo el frío del suelo y recuerdo cómo me decía que eso la hacía
sentir viva.
Sujeta el picaporte e intenta abrir. Sin éxito, por supuesto.
—¿Qué coño? —Me mira con furia y entonces Noa comienza con su
plan. Con su segunda parte del plan porque encerrados ya estamos.
Greta percibe el sonido en el cristal y se da cuenta de que el famoso
visillo no está allí, en cambio, hay una hoja. Detrás de esa hoja están Lola,
Elsa, Noa y Javier. Mis jinetes del apocalipsis.
«No entres en pánico, sabíamos que no ibas a querer hablar con él,
por lo que hemos tenido que intervenir».
«Traidores».
«Yo no».
«Porque a todas nos hace daño que no nos escuchen cuando tenemos
algo que decir».
Javier enseña el dibujo de una polla en un pósit, y Greta se tapa los ojos.
Colleja número dos y carcajada conjunta.
Todos dibujan un corazón con la mano, menos Javier, que besa su puño
justo antes de enseñármelo. Y, entonces, Greta se gira hacia mí.
—Solo déjame explicarte y, si quieres que me vaya, me iré.
Greta se marcha y no me dice nada. Se encierra en el baño y me dirijo
hacia ellos.
«Puedes hacerlo».
Escribe Elsa en un papel.
—Confiamos en ti —grita Noa.
Me giro con decisión. He venido hasta aquí porque tengo que hablar con
ella y ser sincero.
Cojo el mismo paquete de papeles amarillos que dejó sobre la mesa y el
bolígrafo y me planto sobre la puerta del baño.
Escribo papel por papel, usando la parte de delante y la de detrás.
«No te haces una idea de la cantidad de veces que soñé con estar a tu
lado, compartir una tarde contigo, comer frente al televisor viendo la
tele y me tuve que conformar con ver cómo te acercabas a Borja y se
convertía en tu compañero de cama y tu confidente, aunque lo de él
fuese una relación esporádica».
«Y fui cobarde. No hice nada por solucionar las cosas y dejé que el
tiempo corriese en nuestra contra. Y, ahora…, ahora intento hacer las
cosas bien, aunque parezca que no fuese así».
Noa:
Lola:
Greta:
Estoy embarazada…, otra vez.
Sebas:
Abandono el chat y me levanto del tirón del sofá.
Paso por delante de la habitación de Sofía y la veo dormir, con su
pañalito de tela enredado entre los dedos y una sonrisa en su cara. ¡Dios!
No os hacéis una idea del miedo que sentí cuando supe que íbamos a ser
padres por primera vez, hace ya dos años. Pero menos os imagináis cómo
estaba Greta, temerosa de que algo fuese mal, de que ella misma no
supiese hacerlo y me dijo: con miedo o sin él, lo voy a hacer bien.
Dejo la puerta de la habitación entornada y subo las escaleras hasta la
planta superior, donde está el despacho de Greta. Abro la puerta y la
observo moviendo el teléfono con los dedos, nerviosa.
—Lo siento, no quería decirte nada hasta mañana, no pensaba estropear
el momento.
—¿Estropear? Nunca jamás estropearías nada y menos con una noticia
como esta.
Me acerco y me coloco a su lado, apoyado en la mesa, dejándole
espacio.
—No pensé que fuese a suceder… aquella noche… —intenta
disculparse.
—¿Tienes miedo? —le pregunto.
Greta se levanta y se coloca frente a mí. Asiente.
Le tiendo la mano y la aprieto contra mi cuerpo cuando la coge.
—Eres lo más bonito que me ha pasado, lo mejor que tengo y, si tienes
miedo; hazlo, pero con miedo, ¿te acuerdas?
—Me acuerdo.
—Vamos a ser padres. —Greta asiente—. Sofía se va a poner muy
contenta cuando lo sepa.
—Se va a volver loca, ya sabes cómo se pone cuando juega con los
primos.
—Ahora no te va a quedar otra que casarte conmigo.
—Ni de coña.
—Dijiste que, cuando fuésemos mayoría, te casarías conmigo. Ya somos
mayoría —le rebato—. Sofía dice que sí.
—Sofía dice que sí a comerse una cáscara de plátano. Le diría que sí a
cualquier cosa. «Sí» es su palabra favorita.
—Y la mía —le digo—. El problema es que ahora seremos tres contra
uno, y lo sabes.
—Lo veremos —me reta.
—Lo veremos —la provoco.
La giro y la siento sobre la mesa. El cubilete de bolígrafos cae al suelo y
el paquete de pósits que se queda al filo de la mesa sigue los pasos del
lapicero.
—¿Qué haces?
—Reflexionar. Ya sabes, jornada de reflexión —le explico mientras
levanto su falda y paso la mano por encima de sus braguitas blancas de
encaje.
—¿En esto consiste la jornada de reflexión? —inquiere mientras gime
cuando paso el dedo índice por encima de su clítoris.
—Para mí, sí. Además…, tenemos que celebrar la noticia por todo lo
alto —le explico con una mirada llena de hambre.
Bajo sus bragas unos centímetros y paso mis dedos por su abertura. Está
húmeda.
—¡Joder! —musita cuando uno de mis dedos se desliza dentro de ella.
—¿Quieres celebrarlo?
—Quiero.
—Quieres que te folle duro o suave.
—Duro, siempre duro —responde llena de convicción.
—Bien —respondo mientras deslizo las braguitas por sus piernas y me
las guardo en el bolsillo.
Reflexionamos no una, sino dos veces. No importa las veces que
reflexiones, siempre y cuando lo hagas a conciencia.
Sentados en el suelo del despacho, sujeto el teléfono en mis manos, abro
el grupo y escribo con una sonrisa enorme en mi cara. No os hacéis una
idea de lo feliz que soy…
—¿Qué haces? —me pregunta Greta.
—Ahora verás.
Sebas:
Greta se va a casar conmigo. Seremos tres contra uno.
Greta:
Ni lo sueñes, chaval.
Cruzamos una mirada, su boca dice que no, pero sus ojos dicen que sí.
Sebas:
Creo que tendremos que reflexionar de nuevo.
Elsa:
¿Reflexionar?
Javier:
Estos dos han estado follando.
Elsa:
Yes.
Noa:
Yes.
Greta:
Yes, of course.