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Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños en Obras completas, Vol. V, Buenos Aires,
Amorrortu, 1988, p. 517.
Más habitual, lamentablemente, es que se suponga que el correlato del
laborar analizante, del lado del analista, sea la ausencia de trabajo y, por ende,
creer que el hacer aplicar la regla fundamental se podría reducir a una
formulación inicial, una especie de directiva que el analista comunica “antes” de
empezar, y luego sólo le quedaría esperar que las asociaciones surjan
espontáneamente.
En esta clase sostendremos que a ninguna concepción de la regla
fundamental cabría oponerse tanto como a aquella que, como en el caso
anterior, supone un analista pasivo y meramente receptivo. De acuerdo con
Lacan, consideramos que el analista cura por lo que “dice y hace” 2 y no por lo
que es. Y, como habremos de desarrollar en lo que sigue, el acto fundamental
del analista es hacer cumplir la regla de la asociación libre. De este modo,
jamás podría creerse que la regla fundamental fuese algo que se imparte en el
comienzo y luego se aplicaría por sí misma. Por el contrario, expondremos que
la regla delimita un inicio, dado que precisa coordenadas estructurales para
definir el discurso del analizante, pero se trata de un inicio cuyo verdadero
estatuto es la apertura de un campo a través de un modo específico de
concebir el uso de la palabra.
Ahora bien, la enunciación de la regla tampoco puede confundirse con un
enunciado estandarizado, que se repetiría una y otra vez, con cada paciente,
de la misma manera. En “La dirección de la cura y los principios su poder”
(1958), Lacan afirma lo siguiente sobre esta cuestión:
2
Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2002, p. 567.
3
Ibid., p. 566.
con respecto a la técnica en su articulación con la ética del psicoanálisis; por lo
tanto, no habría un enunciado fijo –reflejo de una técnica vacía– sino que el
modo en que la regla se hace aplicar (y, por ende, también las modalidades
que redundan en la proliferación de obstáculos al desarrollo de la cura)
dependen de cada analista y de la singularidad del encuentro que se haya
producido entre éste y la premisa que rige el diálogo que tiene lugar en el
dispositivo. En otros términos, no hay un “saber” de la regla, en el sentido de
una formalización que sería aplicable universalmente. No obstante, sí puede
proponerse una reflexión clínica acerca de las condiciones que requieren la
aplicación de la asociación libre.
En un primer apartado nos detendremos en los vínculos entre asociación
libre e inicio de la cura, con el objetivo de cernir el fundamento de la oferta de
un tratamiento analítico; en el segundo de los apartados explicitaremos las
condiciones de la práctica del psicoanálisis, desde el punto de vista de la
asociación libre. En el tercer apartado plantearemos la relación intrínseca que
existe entre asociación libre, síntoma y transferencia.
4
La otra circunstancia capital es que el consultante decida ceder el capital de goce que el
síntoma aporta para que la satisfacción se despliegue en asociaciones y, por ende, se haga
accesible a la intervención. Esta decisión, correlativa de la decisión del analista, es –en sentido
estricto– el “inicio del tratamiento”. Por ejemplo, una referencia freudiana para ubicar este
pasaje es aquella en que expresa que para los neuróticos obsesivos su enfermedad tiene las
características de una religión privada que ocultan y que difícilmente están dispuestos a
desplegar ante un oyente.
la regla fundamental del psicoanálisis: la asociación libre. Dicho de otro modo,
el analista decide tomar a alguien como paciente cuando verifica que puede
responder a la regla analítica.
En este punto, podría contraponerse la siguiente inquietud: ¿acaso no
alcanza con que alguien evidencie un sufrimiento psíquico para que sea
considerado un candidato para analizarse? ¿El pedido de ayuda no podría ser,
a su vez, una condición más imperiosa que la mera atención al principio de la
asociación libre? A esta última pregunta podría responderse con una recensión
mencionada por Lacan en su conferencia “Psicoanálisis y medicina” (1966), la
de aquel enfermo que, luego de demandar con insistencia ser tratado, cuando
fuera citado nuevamente para dos días después, dejó en manos de su madre
ocuparse de que nada de eso ocurriese; es decir, es el caso de aquellos que
vienen a demandar que se los preserve en la enfermedad. 5 Y, podría decirse,
es el caso general de toda demanda, que pide el reconocimiento de una
satisfacción antes de que se la ponga en cuestión. No obstante, para
desarrollar de un modo más exhaustivo esta consideración, tomaremos un
caso paradigmático de la bibliografía freudiana: el caso de la llamada –por
Lacan– “joven homosexual”, que fuera llevada por sus padres a la consulta con
Freud.
Una pregunta se desprende desde el comienzo de la lectura del informe
freudiano: ¿por qué Freud la toma en tratamiento si, al mismo tiempo, sostiene
que la muchacha no padece de ningún síntoma ni padecimiento, ni –respecto
de su orientación sexual– concibe otro modo de amar? En este contexto, Freud
formula tres “condiciones ideales” para el inicio de un tratamiento:
7
Ibid, p. 147.
yoico. Sin embargo, ya en “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913) Freud
había destacado que la disposición y la expectativa del yo respecto del
tratamiento es algo de lo que analista puede prescindir: por lo general, aquellos
que se presentan como más entusiasmados con la idea de analizarse suelen
ser los que huyen con el primer obstáculo, mientras que aquellos que aducen
cierta desconfianza terminan siendo, ocasionalmente, los que mejor pueden
sostener las condiciones del dispositivo analítico. 8 Asimismo, es en este último
texto que, justamente, Freud presenta la regla fundamental de acuerdo con lo
que llama una “promesa de sinceridad”:
8
Cf. Freud, S. (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento” en Obras completas, Vol. XII, op. cit.,
p. 128.
9
Ibid., p. 136. [Cursiva añadida]
10
Freud, S. (1905) Fragmento de análisis de un caso de histeria en Obras completas, Vol. VII,
op. cit., p. 17.
términos como predicados yoicos, dado que la palabra en alemán (Offenheit)
que las reúne denota cierto carácter de “apertura” del ser hablante. En efecto,
el inicio del tratamiento –y el motivo por el cual Freud aceptó las entrevistas
con la joven homosexual– coincide con la capacidad del analista para hacer
cumplir la regla fundamental y conseguir la apertura del discurso más allá de la
conversación ordinaria, más allá de la situación comunicativa corriente de yo a
yo.
De este modo, que alguien padezca no es condición suficiente (sí
necesaria) para invitar a entrar en el dispositivo analítico. Tampoco lo es que
haya un pedido de ayuda, ya que –como hemos visto– esa demanda no suele
ser un pedido de “desembarazarse” del síntoma –como sostuviera Lacan en la
Conferencia de Yale (1975)– y, en todo caso, esta última coordenada ya
implica la puesta en marcha del dispositivo y se revela como un efecto del
mismo (es el analista quien incita a tener otra relación con el síntoma que no
sea padecerlo). Por lo tanto, la única coordenada capital de apertura de un
tratamiento analítico, de acuerdo con la inspiración freudiana, es el
cumplimiento de la regla analítica. Asimismo, de este modo consideramos que
debe ser entendida la sentencia de Lacan en “La dirección de la cura…”
cuando afirma que la orientación del tratamiento “consiste en primer lugar en
hacer aplicar por el sujeto la regla analítica”. 11 Pero, ¿en qué consiste un modo
de hablar de acuerdo con la asociación libre? Para esclarecer este aspecto es
que en el apartado próximo nos detendremos en un análisis pormenorizado de
la definición dada por Freud.
11
Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p.
566.
sino en la paráfrasis y comentario que, luego, Freud enuncia cuando indica que
nada sea omitido –incluso lo que se consideraría nimio, trivial, etc.–. Estas dos
aristas de la concepción de la regla fueron comentadas por Lacan en un
apartado del artículo “Más allá del principio de realidad” (1936), donde
circunscribió el trasfondo de la regla a partir de dos leyes básicas: la “ley no
omisión” y la “ley de no sistematicidad”. No obstante, quisiéramos preguntarnos
si el cumplimiento estricto de estas dos leyes coincide con la puesta en forma
del discurso que requiere el inicio del tratamiento.
Por un lado, consideremos la situación de que alguien no omita nada en el
momento de hablar. El cumplimiento exhaustivo de esta condición podría ser
parafraseado con la idea de que le regla fundamental es un imperativo de
decirlo todo. Sin embargo, ¿puede el psicoanálisis propugnar aquello que
justamente trata de verificar en su experiencia, que la estructura cuenta con un
indecible? Por otro lado, consideremos el caso de que alguien no sistematice
en absoluto su discurso. En este punto, la regla podría ser parafraseada como
un imperativo de decir cualquier cosa. Pero, ¿no es esta la situación que
menos describe al analizante y mejor ejemplifica el goce vacío de la defensa
frente a un decir que importe? De este modo, el cumplimiento de ambas
condiciones –la no omisión y la no sistematicidad– no parece ofrecer una
descripción precisa del uso de la regla en el análisis. Quizá la dificultad radique
en que lo hacen por la negativa, es decir, formulan lo que no hay que hacer.
Sin embargo, ¿no sería más provechoso deslindar qué prescribe
propositivamente la asociación libre?
En este punto, las referencias del apartado anterior a la “promesa de
sinceridad” de la regla y la “insinceridad” inicial de quien consulta, podrían
colaborar con esta formulación: en definitiva, la propuesta freudiana radica en
decir aquello que no quisiera decirse, lo que se preferiría callar (aquí se recorta
el sentido de la omisión), ya sea porque causa vergüenza, timidez, etc., o bien
porque se lo considera dispensable (aquí cobra sentido el valor de la
sistematización), lo que podría marcar un antes y un después a partir de su
comunicación. De este modo, la regla fundamental prescribe el decir como acto
y, antes que una implicación con el padecimiento, una implicación con el acto
como decir. Por eso, de algún modo podría decirse que el propósito de las
entrevistas iniciales en una consulta radica en que el futuro analizante consiga
escucharse y, ocasionalmente, advierta la división subjetiva intrínseca al acto
de hablar.
Por esta vía cobra relevancia también la referencia freudiana –expresada
en “Sobre la iniciación del tratamiento”– a lo “desagradable”. ¿Quiere decir esto
que en un análisis se trata de decir cosas “terribles”, “espantosas”, etc.? En
absoluto. Lo “desagradable”, tal como Freud lo enuncia, es justamente ese
movimiento de discurso que destaca lo que se elegiría sustraer; eventualmente
son nimiedades, pequeños actos y decisiones, casi intrascendentes. Así cobra
valor la ética freudiana de que por eso mismo debería ser dicho, no porque
fuese “terrible”, “grotesco” o “angustiante” –el deseo del analista no es un
deseo de angustiar–, sino porque el analista no puede condescender a la
resistencia del yo. En todo caso, se trata de sustituir la resistencia yoica –que
preserva de la división subjetiva– por la resistencia intrínseca al decir, con los
ocasionales efectos de liberación y verdad que produce este último. Por eso,
en última instancia, si la regla fundamental es un imperativo, no es el
imperativo perverso que apunta a la división subjetiva de la angustia (y que, por
lo general, deja mudo al otro), sino que el imperativo de la ética del
psicoanálisis puede resumirse en la idea de que la travesía del decir puede
producir efectos sobre el síntoma y, como única vía posible, no acepta excusas
ni sucedáneos.
Un modo paradigmático para ejemplificar la forma en que el analista hace
cumplir la regla fundamental se encuentra en el historial de Hombre de las
ratas. A la sesión siguiente de aquella en que Freud le comunicara “la única
condición de la cura”,12 esto es, la regla fundamental, el Hombre de las ratas
relata el famoso tormento que, a su vez, escuchara del capitán cruel: un castigo
particularmente terrorífico que se aplicaba en Oriente… Entonces, el Hombre
de las ratas se detiene y ruega se lo dispense de los detalles. La respuesta de
Freud no se hace esperar:
Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
12
Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños en Obras completas, Vol. V, Buenos Aires,
14
15
Lacan, J. (1975) “Intervención tras la exposición de André Albert: ‘El placer y la regla
fundamental’”. Inédito.
16
Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p.
596.
defensas, sino de la resistencia propia de lo que excede al aparato significante
y no permite que la totalidad del afecto se encarrile por la senda del principio
del placer. Podemos, entonces, realizar la siguiente reflexión: ¿qué es aquello
que para el psicoanálisis se encuentra más allá del principio del placer sino es
el síntoma? En el seminario 10 Lacan circunscribe al síntoma a este terreno:
Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
19
20
Freud, S. (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia” en Obras completas, Vol. XII, op. cit.,
p. 144.