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Asociación libre

La concepción freudiana del inicio del tratamiento se resume en una


metáfora, la del juego de ajedrez, que indica que la apertura de la partida (al
igual que el final) tiene reglas precisas. Dicho de otro modo, el psicoanálisis es
un juego aparentemente sencillo, de una sola regla: la asociación libre. No
obstante, formalizar en qué consiste este principio fundamental del tratamiento
analítico dista de ser una tarea trivial o expeditiva.
No resulta extraño escuchar que el analizante es aquel que debe trabajar
en el análisis, punto que no cuestionamos en tanto que el trabajar
(asociativamente en principio) es una de las ocupaciones que definen a aquel
que ha aceptado tomar la vía analítica. Lo ilustra expresamente Freud en su
libro dedicado al sueño:

“Nadie tiene derecho a esperar que la interpretación de sus


sueños le caiga del cielo. Ya para la percepción de fenómenos
endópticos y otras sensaciones que por lo común escapan a la
atención es preciso ejercitarse […]. Harto más difícil es entrar en
posesión de las ‘representaciones involuntarias’. Quien lo
pretenda deberá hacer suyas las expectativas que se suscitaron
en este tratado y, obedeciendo a las reglas que se han dado aquí,
empeñarse en sofrenar durante el trabajo toda crítica, todo
preconcepto, todo compromiso afectivo o intelectual. Deberá
seguir la norma que Claude Bernard estableció para el
experimentador en el laboratorio de fisiología: ‘Travailler comme
une bête’ (trabajar como una bestia), es decir, con esa tenacidad,
pero también con esa despreocupación por el resultado. El que
siga este consejo ya no encontrará difícil la tarea.”1

1
Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños en Obras completas, Vol. V, Buenos Aires,
Amorrortu, 1988, p. 517.
Más habitual, lamentablemente, es que se suponga que el correlato del
laborar analizante, del lado del analista, sea la ausencia de trabajo y, por ende,
creer que el hacer aplicar la regla fundamental se podría reducir a una
formulación inicial, una especie de directiva que el analista comunica “antes” de
empezar, y luego sólo le quedaría esperar que las asociaciones surjan
espontáneamente.
En esta clase sostendremos que a ninguna concepción de la regla
fundamental cabría oponerse tanto como a aquella que, como en el caso
anterior, supone un analista pasivo y meramente receptivo. De acuerdo con
Lacan, consideramos que el analista cura por lo que “dice y hace” 2 y no por lo
que es. Y, como habremos de desarrollar en lo que sigue, el acto fundamental
del analista es hacer cumplir la regla de la asociación libre. De este modo,
jamás podría creerse que la regla fundamental fuese algo que se imparte en el
comienzo y luego se aplicaría por sí misma. Por el contrario, expondremos que
la regla delimita un inicio, dado que precisa coordenadas estructurales para
definir el discurso del analizante, pero se trata de un inicio cuyo verdadero
estatuto es la apertura de un campo a través de un modo específico de
concebir el uso de la palabra.
Ahora bien, la enunciación de la regla tampoco puede confundirse con un
enunciado estandarizado, que se repetiría una y otra vez, con cada paciente,
de la misma manera. En “La dirección de la cura y los principios su poder”
(1958), Lacan afirma lo siguiente sobre esta cuestión:

“Estas directivas están en una comunicación inicial planteadas


bajo forma de consignas de las cuales, por poco que el analista
las comente, puede sostenerse que hasta en las inflexiones de su
enunciado servirán de vehículo a la doctrina que sobre ellas se ha
hecho el analista en el punto a que han llegado para él.”3

De este modo, cada analista haría cumplir la regla fundamental de acuerdo


con el punto en que haya avanzado en su propio análisis y en sus interrogantes

2
Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2002, p. 567.
3
Ibid., p. 566.
con respecto a la técnica en su articulación con la ética del psicoanálisis; por lo
tanto, no habría un enunciado fijo –reflejo de una técnica vacía– sino que el
modo en que la regla se hace aplicar (y, por ende, también las modalidades
que redundan en la proliferación de obstáculos al desarrollo de la cura)
dependen de cada analista y de la singularidad del encuentro que se haya
producido entre éste y la premisa que rige el diálogo que tiene lugar en el
dispositivo. En otros términos, no hay un “saber” de la regla, en el sentido de
una formalización que sería aplicable universalmente. No obstante, sí puede
proponerse una reflexión clínica acerca de las condiciones que requieren la
aplicación de la asociación libre.
En un primer apartado nos detendremos en los vínculos entre asociación
libre e inicio de la cura, con el objetivo de cernir el fundamento de la oferta de
un tratamiento analítico; en el segundo de los apartados explicitaremos las
condiciones de la práctica del psicoanálisis, desde el punto de vista de la
asociación libre. En el tercer apartado plantearemos la relación intrínseca que
existe entre asociación libre, síntoma y transferencia.

El comienzo de un tratamiento analítico

En el momento de aprehender clínicamente el comienzo de un tratamiento


analítico cabe formular, al menos, dos preguntas cruciales: por un lado, ¿quién
decide el comienzo del tratamiento? Y, por otro lado, ¿en función de qué
coordenadas? El propósito de este apartado es demostrar que el inicio de un
análisis depende de una decisión del analista; es este último el que elige
aceptar a una persona como paciente y ofertarle el dispositivo analítico como
un modo de elaboración de su padecimiento. No obstante, esta oferta no es
arbitraria, ya que depende de circunstancias específicas. En este apartado
ubicaremos que una coordenada capital 4 es la aptitud para el cumplimiento de

4
La otra circunstancia capital es que el consultante decida ceder el capital de goce que el
síntoma aporta para que la satisfacción se despliegue en asociaciones y, por ende, se haga
accesible a la intervención. Esta decisión, correlativa de la decisión del analista, es –en sentido
estricto– el “inicio del tratamiento”. Por ejemplo, una referencia freudiana para ubicar este
pasaje es aquella en que expresa que para los neuróticos obsesivos su enfermedad tiene las
características de una religión privada que ocultan y que difícilmente están dispuestos a
desplegar ante un oyente.
la regla fundamental del psicoanálisis: la asociación libre. Dicho de otro modo,
el analista decide tomar a alguien como paciente cuando verifica que puede
responder a la regla analítica.
En este punto, podría contraponerse la siguiente inquietud: ¿acaso no
alcanza con que alguien evidencie un sufrimiento psíquico para que sea
considerado un candidato para analizarse? ¿El pedido de ayuda no podría ser,
a su vez, una condición más imperiosa que la mera atención al principio de la
asociación libre? A esta última pregunta podría responderse con una recensión
mencionada por Lacan en su conferencia “Psicoanálisis y medicina” (1966), la
de aquel enfermo que, luego de demandar con insistencia ser tratado, cuando
fuera citado nuevamente para dos días después, dejó en manos de su madre
ocuparse de que nada de eso ocurriese; es decir, es el caso de aquellos que
vienen a demandar que se los preserve en la enfermedad. 5 Y, podría decirse,
es el caso general de toda demanda, que pide el reconocimiento de una
satisfacción antes de que se la ponga en cuestión. No obstante, para
desarrollar de un modo más exhaustivo esta consideración, tomaremos un
caso paradigmático de la bibliografía freudiana: el caso de la llamada –por
Lacan– “joven homosexual”, que fuera llevada por sus padres a la consulta con
Freud.
Una pregunta se desprende desde el comienzo de la lectura del informe
freudiano: ¿por qué Freud la toma en tratamiento si, al mismo tiempo, sostiene
que la muchacha no padece de ningún síntoma ni padecimiento, ni –respecto
de su orientación sexual– concibe otro modo de amar? En este contexto, Freud
formula tres “condiciones ideales” para el inicio de un tratamiento:

“[La muchacha] no estaba frente a la situación que el análisis


demanda, y la única en la cual él puede demostrar su eficacia.
Esta situación, como es sabido, en la plenitud de sus notas
ideales, presente el siguiente aspecto: alguien, en lo demás dueño
de sí mismo, sufre de un conflicto interior al que por sí solo no
puede poner fin; acude entonces al analista, le formula su queja y
le solicita auxilio.”6
5
Lacan, J. (1966) “Psicoanálisis y medicina” en Intervenciones y textos 1, Buenos Aires,
Manantial, 1985, p. 91.
6
Freud, S. (1920) Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina en Obras
completas, Vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1994, p. 143.
Ahora bien, si la muchacha no cumplía con “la situación que el análisis
demanda” y, sin embargo, Freud decidió el inicio del tratamiento, entonces,
cabría pensar que estas “notas” no son condición suficiente. No sólo cabría
objetar la idea de que existe alguien dueño de sí mismo, sino la modalidad en
que alguien puede pedir auxilio por un conflicto. De hecho, en la continuación
de la referencia, Freud menciona dos casos que cabría pensar que permiten
entender por qué estas condiciones no son exhaustivas: el “contratista” y el
“donante piadoso” (a los que podríamos llamar también según sus nombres
lacanianos: el rico y el religioso). El contratista de una obra es alguien que
efectivamente solicita que un conflicto le sea “solucionado”; esto es, demanda
que sea el Otro quien lo resuelva, sin interrogar su posición en dicha coyuntura.
Después de todo, ¡para eso paga! El religioso, en cambio, está siempre
dispuesto a interrogar su posición (su culpa, su “gran” culpa), pero no está
dispuesto a renunciar a ella, y por eso buscar hacerse reconocer como
culpable –con el reaseguro narcisista que eso implica– a través de un
dispositivo como la confesión. Y hay una distancia muy grande entre
confesarse y encarnar la posición de analizante. Por lo tanto, podría pensarse
que estas condiciones ideales –como las de todo ideal– están hechas para no
ser cumplidas; o, mejor dicho, que son meramente descriptivas y no alcanzan a
dar cuenta del motivo que podría decidir el inicio de un análisis.
De acuerdo con lo anterior, entonces, sería más atinado delimitar
condiciones estructurales, e intrínsecas al dispositivo analítico, para dar cuenta
de la decisión del comienzo del tratamiento. El párrafo en que Freud justifica su
elección de aceptar el tratamiento de la joven homosexual se expresa en los
siguientes términos:

“…los motivos genuinos de la muchacha, sobre los cuales tal vez


podría apoyarse el tratamiento analítico. […] quería someterse
honradamente al ensayo terapéutico…”7

En este punto, alguien podría sentirse extrañado por esta apelación a la


“honradez” de la joven homosexual, dado que se podría considerar un rasgo

7
Ibid, p. 147.
yoico. Sin embargo, ya en “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913) Freud
había destacado que la disposición y la expectativa del yo respecto del
tratamiento es algo de lo que analista puede prescindir: por lo general, aquellos
que se presentan como más entusiasmados con la idea de analizarse suelen
ser los que huyen con el primer obstáculo, mientras que aquellos que aducen
cierta desconfianza terminan siendo, ocasionalmente, los que mejor pueden
sostener las condiciones del dispositivo analítico. 8 Asimismo, es en este último
texto que, justamente, Freud presenta la regla fundamental de acuerdo con lo
que llama una “promesa de sinceridad”:

“Diga, pues, todo cuanto se le pase por la mente. Compórtese


como lo haría, por ejemplo, un viajero sentado en el tren del lado
de la ventanilla que describiera para su vecino del pasillo cómo
cambia el paisaje ante su vista. Por último, no olvide nunca que
ha prometido absoluta sinceridad, y nunca omita algo so pretexto
de que por alguna razón le resulta desagradable comunicarlo.”9

Antes de detenernos en el comentario de esta indicación, cabe destacar


que no es esta una mención ocasional de Freud. Ya en el historial de Dora,
Freud se había referido a la “insinceridad” que motiva ciertas lagunas del relato
de un paciente, ya sea que por timidez o vergüenza “se guarde consciente y
deliberadamente una parte de lo que le es bien conocido y debería contar”. 10 Es
interesante notar que, en este último caso, Freud hable de lo que un paciente
“debería” contar, asociado a lo que en la referencia anterior era una “promesa”,
como un modo de apreciar el carácter coactivo que tenía en su formulación el
comienzo del análisis. En el apartado próximo nos detendremos con detalle en
una descripción de esta fundamentación de la puesta en forma de la palabra
analizante a través de la asociación libre, con el propósito de esclarecer qué
tipo de imperativo se pone en juego en la regla analítica. Para concluir este
apartado sólo queda añadir un modo distinto de concebir las indicaciones de
Freud a la “sinceridad”, la “franqueza”, etc., si es que no entendemos estos

8
Cf. Freud, S. (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento” en Obras completas, Vol. XII, op. cit.,
p. 128.
9
Ibid., p. 136. [Cursiva añadida]
10
Freud, S. (1905) Fragmento de análisis de un caso de histeria en Obras completas, Vol. VII,
op. cit., p. 17.
términos como predicados yoicos, dado que la palabra en alemán (Offenheit)
que las reúne denota cierto carácter de “apertura” del ser hablante. En efecto,
el inicio del tratamiento –y el motivo por el cual Freud aceptó las entrevistas
con la joven homosexual– coincide con la capacidad del analista para hacer
cumplir la regla fundamental y conseguir la apertura del discurso más allá de la
conversación ordinaria, más allá de la situación comunicativa corriente de yo a
yo.
De este modo, que alguien padezca no es condición suficiente (sí
necesaria) para invitar a entrar en el dispositivo analítico. Tampoco lo es que
haya un pedido de ayuda, ya que –como hemos visto– esa demanda no suele
ser un pedido de “desembarazarse” del síntoma –como sostuviera Lacan en la
Conferencia de Yale (1975)– y, en todo caso, esta última coordenada ya
implica la puesta en marcha del dispositivo y se revela como un efecto del
mismo (es el analista quien incita a tener otra relación con el síntoma que no
sea padecerlo). Por lo tanto, la única coordenada capital de apertura de un
tratamiento analítico, de acuerdo con la inspiración freudiana, es el
cumplimiento de la regla analítica. Asimismo, de este modo consideramos que
debe ser entendida la sentencia de Lacan en “La dirección de la cura…”
cuando afirma que la orientación del tratamiento “consiste en primer lugar en
hacer aplicar por el sujeto la regla analítica”. 11 Pero, ¿en qué consiste un modo
de hablar de acuerdo con la asociación libre? Para esclarecer este aspecto es
que en el apartado próximo nos detendremos en un análisis pormenorizado de
la definición dada por Freud.

Condiciones de la regla fundamental

De acuerdo con la formulación freudiana de la asociación libre en “Sobre la


iniciación del tratamiento” podría considerarse, en un primer momento, el
alcance de la metáfora del viajero: ¿acaso el cumplimiento de la regla nos
ofrece un discurso tan floreciente y continuo como el de un viajero que mira por
la ventanilla? En este punto, quizás el problema no esté en la metáfora misma,

11
Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p.
566.
sino en la paráfrasis y comentario que, luego, Freud enuncia cuando indica que
nada sea omitido –incluso lo que se consideraría nimio, trivial, etc.–. Estas dos
aristas de la concepción de la regla fueron comentadas por Lacan en un
apartado del artículo “Más allá del principio de realidad” (1936), donde
circunscribió el trasfondo de la regla a partir de dos leyes básicas: la “ley no
omisión” y la “ley de no sistematicidad”. No obstante, quisiéramos preguntarnos
si el cumplimiento estricto de estas dos leyes coincide con la puesta en forma
del discurso que requiere el inicio del tratamiento.
Por un lado, consideremos la situación de que alguien no omita nada en el
momento de hablar. El cumplimiento exhaustivo de esta condición podría ser
parafraseado con la idea de que le regla fundamental es un imperativo de
decirlo todo. Sin embargo, ¿puede el psicoanálisis propugnar aquello que
justamente trata de verificar en su experiencia, que la estructura cuenta con un
indecible? Por otro lado, consideremos el caso de que alguien no sistematice
en absoluto su discurso. En este punto, la regla podría ser parafraseada como
un imperativo de decir cualquier cosa. Pero, ¿no es esta la situación que
menos describe al analizante y mejor ejemplifica el goce vacío de la defensa
frente a un decir que importe? De este modo, el cumplimiento de ambas
condiciones –la no omisión y la no sistematicidad– no parece ofrecer una
descripción precisa del uso de la regla en el análisis. Quizá la dificultad radique
en que lo hacen por la negativa, es decir, formulan lo que no hay que hacer.
Sin embargo, ¿no sería más provechoso deslindar qué prescribe
propositivamente la asociación libre?
En este punto, las referencias del apartado anterior a la “promesa de
sinceridad” de la regla y la “insinceridad” inicial de quien consulta, podrían
colaborar con esta formulación: en definitiva, la propuesta freudiana radica en
decir aquello que no quisiera decirse, lo que se preferiría callar (aquí se recorta
el sentido de la omisión), ya sea porque causa vergüenza, timidez, etc., o bien
porque se lo considera dispensable (aquí cobra sentido el valor de la
sistematización), lo que podría marcar un antes y un después a partir de su
comunicación. De este modo, la regla fundamental prescribe el decir como acto
y, antes que una implicación con el padecimiento, una implicación con el acto
como decir. Por eso, de algún modo podría decirse que el propósito de las
entrevistas iniciales en una consulta radica en que el futuro analizante consiga
escucharse y, ocasionalmente, advierta la división subjetiva intrínseca al acto
de hablar.
Por esta vía cobra relevancia también la referencia freudiana –expresada
en “Sobre la iniciación del tratamiento”– a lo “desagradable”. ¿Quiere decir esto
que en un análisis se trata de decir cosas “terribles”, “espantosas”, etc.? En
absoluto. Lo “desagradable”, tal como Freud lo enuncia, es justamente ese
movimiento de discurso que destaca lo que se elegiría sustraer; eventualmente
son nimiedades, pequeños actos y decisiones, casi intrascendentes. Así cobra
valor la ética freudiana de que por eso mismo debería ser dicho, no porque
fuese “terrible”, “grotesco” o “angustiante” –el deseo del analista no es un
deseo de angustiar–, sino porque el analista no puede condescender a la
resistencia del yo. En todo caso, se trata de sustituir la resistencia yoica –que
preserva de la división subjetiva– por la resistencia intrínseca al decir, con los
ocasionales efectos de liberación y verdad que produce este último. Por eso,
en última instancia, si la regla fundamental es un imperativo, no es el
imperativo perverso que apunta a la división subjetiva de la angustia (y que, por
lo general, deja mudo al otro), sino que el imperativo de la ética del
psicoanálisis puede resumirse en la idea de que la travesía del decir puede
producir efectos sobre el síntoma y, como única vía posible, no acepta excusas
ni sucedáneos.
Un modo paradigmático para ejemplificar la forma en que el analista hace
cumplir la regla fundamental se encuentra en el historial de Hombre de las
ratas. A la sesión siguiente de aquella en que Freud le comunicara “la única
condición de la cura”,12 esto es, la regla fundamental, el Hombre de las ratas
relata el famoso tormento que, a su vez, escuchara del capitán cruel: un castigo
particularmente terrorífico que se aplicaba en Oriente… Entonces, el Hombre
de las ratas se detiene y ruega se lo dispense de los detalles. La respuesta de
Freud no se hace esperar:

“Le aseguro que yo mismo no tengo inclinación alguna por la


crueldad, por cierto que no me gusta martirizarlo, pero que
naturalmente no puedo regalarle nada sobre lo cual yo no posea

Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
12

Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 127.


poder de disposición. Lo mismo podía pedirme que le regalara dos
cometas.”13

Distintas inflexiones pueden destacarse de la forma en que Freud hace


cumplir la regla fundamental en este momento: por un lado, es interesante
cómo interviene poniendo en cuestión cualquier suposición de goce en el Otro
de la transferencia (a pesar de que su posterior referencia al empalamiento
demostrase que, quizá, crueldad no le faltara); por otro lado, y más importante,
Freud suscribe que el analista no puede dispensar del cumplimiento de la regla
ya que es condición de la práctica analítica, del dispositivo como tal,
independientemente de cada analista particular. No obstante, por último, es
atractivo el matiz final –casi un chiste, a partir de llevar la cuestión al absurdo–
con que busca sostener el acto. He aquí un rasgo de Freud como analista en
singular, de su propia posición y su saber hacer con el dispositivo.
De este modo, esta breve secuencia del historial del Hombre de las ratas
demuestra que el cumplimiento de la asociación libre, en lo que al analista
respecta, es un acto fundamental, que nada tiene que ver con una recepción
pasiva del discurso del analizante, y mucho menos con un incentivo a que se
diga cualquier cosa o se tenga la pretensión de decirlo todo, sino –como bien lo
demuestra el acto de Freud– que se diga eso que preferiría no decirse, y cuyas
consecuencias –por el mero hecho de hablar– se quisieran evitar. La regla
fundamental, entonces, denota el acto del analista de sostener el decir del
analizante, un decir tenga estatuto de acto e importe en lo real.

Asociación libre, síntoma y transferencia

Como hemos dicho en el primer apartado, la situación inicial de un análisis


ha sido suficientemente subrayada por Lacan en su “Conferencia en Yale”
(1975) de acuerdo con la presencia, en el consultante, de la demanda de
“desembarazarse” de un síntoma. No es vano recordarlo, en tanto que orienta
la clínica psicoanalítica hacia aquello que le da razón de existencia: la de
acoger una demanda hecha desde un real imposible de soportar. Sabemos,
13
Ibid., p. 133.
como luego desarrollaremos en la clase destinada al síntoma, que este último
no está ni por lejos definido por su expresión efectiva en una demanda que
pueda considerarse “de verdad”. Es esperable inclusive que el padecimiento se
encuentre apenas esbozado en la demanda inicial del análisis. Sin embargo, la
demanda que el análisis puede recibir requiere como condición necesaria
provenir de aquello que ha impedido algo, que se ha puesto en cruz, en la vida
del que solicita el análisis.
El sentido común podría inferir, entonces, que al partir de un requerimiento
tan definido como éste, es aconsejable la prescripción de que en adelante el
paciente hable de su síntoma sistemáticamente. ¿Cómo dejar escapar esa
oportunidad de hacer hablar de aquello por lo cual el consultante nos ha
visitado? Es ante esta situación que el análisis realiza su oferta inédita: ir en
contra de todo intento de sistematización del relato. Surge así la pregunta
acerca del modo en que podría el relato –que la regla fundamental propugna–
cernir aquello tan específico que ha comenzado a estorbar la vida del sujeto.
En otras palabras, ¿de qué modo un decir “liberado” de objetivos podría
abordar un real específico que hace sufrir?
En La interpretación de los sueños Freud afirma la virtud de este decir que
intenta prescindir de un amo rector y vectorizar el relato hacia el padecimiento:

“Cuando pido a un paciente que deponga toda reflexión y me


cuente todo lo que se le pase por la cabeza, me atengo a la
premisa de que no puede deponer las representaciones-meta
relativas al tratamiento y me considero con fundamento para inferir
que eso que él me cuenta, en apariencia lo más inofensivo y
arbitrario, tiene relación con su estado patológico. Otra
representación-meta de la que el paciente no tiene sospecha es la
de mi persona.”14

¿Qué asidero tiene la inferencia freudiana? ¿Se sostiene exclusivamente


en una regularidad clínica que Freud halló en la experiencia o existe una
correspondencia lógica entre la dirección a la que lleva la asociación libre y la

Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños en Obras completas, Vol. V, Buenos Aires,
14

Amorrortu, 1988, p. 588. [Cursiva añadida]


estructura íntima del síntoma? En otras palabras, ¿cómo justificar la afirmación
freudiana de que la regla fundamental permitiría abordar el estado patológico?
Adelantamos ya que la asociación libre es un decir que tiene como
correlato una posición activa del analista para que se sostenga como tal. La
regla fundamental reserva una posición para el analista que no puede pensarse
como aquella pretendida por la ciencia positivista. No se lo puede considerar un
observador objetivo de un experimento. Por el contrario, se espera que lleve
adelante lo que Freud llamó “trabajo solicitante de la cura” y haga aplicar al
consultante la regla a partir de la demanda que se le realiza.
Lacan, en su intervención tras el comentario realizado por André Albert (“El
placer y la regla fundamental”), 15 demuestra una vez más hasta que punto su
labor se basa eminentemente en un retorno preciso a la obra de Freud. Afirma
allí que la regla se orienta en oposición al principio del placer, lo cual no implica
llevar al analizante a sufrir más, sino invitarlo a adoptar una modalidad de decir
que se oriente a decir aquello que intenta sustraerse de la formulación, hacia lo
que “displace de ser dicho”.
Estas formulaciones, no únicas en la obra de Lacan, ya habían sido
anticipadas en la “La dirección de la cura…” (1958) donde cuestionaba la
noción de libertad supuesta en la asociación libre –cuestión suficientemente
subrayada por Freud–, pero de tal modo que, en el mismo golpe, enrarece lo
que los hábitos mentales suponen como determinismo inconsciente:

“El sujeto invitado a hablar en el análisis no muestra en lo que


dice, a decir verdad, una gran libertad. No es que esté
encadenado por el rigor de sus asociaciones: sin duda le oprimen,
pero es más bien que desembocan en una palabra libre, en una
palabra plena que le sería penosa.”16

De esta manera puede sostenerse que la regla fundamental va derecho a


estrellarse con la resistencia, aunque no se trata en este caso de una
resistencia que pueda atribuirse a la mala voluntad del enfermo, a sus

15
Lacan, J. (1975) “Intervención tras la exposición de André Albert: ‘El placer y la regla
fundamental’”. Inédito.
16
Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p.
596.
defensas, sino de la resistencia propia de lo que excede al aparato significante
y no permite que la totalidad del afecto se encarrile por la senda del principio
del placer. Podemos, entonces, realizar la siguiente reflexión: ¿qué es aquello
que para el psicoanálisis se encuentra más allá del principio del placer sino es
el síntoma? En el seminario 10 Lacan circunscribe al síntoma a este terreno:

“… lo que descubrimos en el síntoma, en su esencia, no es un


llamado el Otro, no es lo que muestra al Otro; el síntoma, en su
naturaleza, es goce –no lo olviden– no tiene necesidad de ustedes
como el acting out, el síntoma se basta; es del orden de lo que les
enseñé, a distinguir del deseo, el goce, es decir algo que va hacia
la cosa habiendo pasado la barrera del bien, es decir, del principio
del placer, y por eso dicho goce puede traducirse por un Unlust.”17

Encontramos, entonces, una vía que no sostiene la inferencia freudiana


que mencionamos únicamente de la constatación de una regularidad clínica,
sino también de una articulación metapsicológica precisa. En otros términos, el
decir orientado por la regla de decir libremente lleva a hablar de aquello que
displace, es decir, la definición fundamental de lo que constituye un síntoma.
De esta manera cobra sentido cierta afirmación de Lacan que en un inicio
parece un tanto enigmática

“Es el síntoma lo que está en el corazón de esta regla, a lo que se


apunta en el enunciado de la regla fundamental, es a la cosa de la
que el sujeto está menos dispuesto a hablar, es decir, de su
síntoma, de su particularidad.”18

Como hemos mencionado en un apartado anterior, un ejemplo


paradigmático de esta orientación se encuentra en el caso del Hombre de las
ratas, cuando Freud le indica a éste que complete la descripción del tormento
de las ratas en el punto en que para eso faltan las palabras. Relato cuya
desagradable vestidura no alcanza a disimular la paradójica satisfacción en
juego para el paciente de Freud. ¿Qué sucede a partir este trabajo solicitante
17
Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, op. cit., p. 139.
18
Lacan, J. (1975) “Intervención tras la exposición de André Albert: ‘El placer y la regla
fundamental’”, op. cit.
de decir lo que displace? Justamente, la formulación de una primera
aproximación al gran temor obsesivo: “Inmediatamente me sacudió la idea de
que eso (el castigo) le sucedía a una persona que me es cara”. 19
Llevar a decir lo que displace de ser dicho –espíritu del deseo del analista
encarnado en la acción desprendida de la regla que comanda su dispositivo–, ir
en contra del principio del placer, de lo que cierra en una unidad de sentido
coagulado a un más allá, conduce a hablar del síntoma. De aquello que
displace a lo que es unlust; y es por ello que Freud insta al analista a sostener
la asociación libre.
Enunciamos que el uso singular de la palabra que se promueve en el
diálogo analítico es la vía regia para hablar del síntoma, pero ¿qué otras
consecuencias tiene liberar la palabra de su uso habitual?
La referencia que adelantamos de La interpretación de los sueños contiene
aquella otra consecuencia de la regla fundamental que el psicoanálisis
descubrió por sorpresa. Parafraseemos lo que Freud dice allí: cuando el
analizante depone las representaciones meta conscientes cobran valimiento las
representaciones meta inconscientes referidas al síntoma, pero también: “ otra
representación-meta de la que el paciente no tiene sospecha es la de mi persona” . Se
trata, entonces, de la transferencia, cuestión que abordaremos más
extensamente en una clase posterior, pero destacaremos aquí su vínculo con
la regla fundamental.
La asociación libre conduce, es motor, de la transferencia. En “Sobre la
dinámica de la transferencia” (1912) Freud articula magistralmente las nociones
de síntoma, asociación libre, resistencia y transferencia en los siguientes
términos:

“Si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo


consciente [síntoma] hasta su raíz en lo inconsciente, enseguida
se entrará en una región en donde la resistencia se hace valer con
tanta nitidez que la siguiente ocurrencia no puede menos que dar
razón de ella y aparecer como un compromiso entre sus

Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
19

Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 133.


requerimientos y los del trabajo de investigación [...] en este punto
sobreviene la transferencia.”20

De este modo, la transferencia –al menos en su uso resistencial– brota del


esfuerzo mismo que implica el trabajo solicitante de la cura que sigue los
lineamientos de la regla fundamental. En este sentido, la transferencia no es un
fenómeno espontáneo sino que es una respuesta a la incidencia del deseo del
analista puesto en acto. Asimismo, por esta vía hemos abierto la puerta a las
próximas clases: transferencia y síntoma, como conceptos fundamentales
articulados. No obstante, antes de abocarnos a su estudio, cabe realizar un
rodeo que recupere, una vez, el acto del analista a través de la interpretación –
intervención que es subsidiaria del cumplimiento de la asociación libre y
fundacional del dispositivo analítico–.

20
Freud, S. (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia” en Obras completas, Vol. XII, op. cit.,
p. 144.

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