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Curso Online - Ética Profesional del Abogado

PARTE IV. LAS RELACIONES PROFESIONALES DEL ABOGADO

Módulo 9. LA RELACIÓN ABOGADO - CLIENTE

Hasta ahora se han abordado los principios y virtudes profesionales propios de la ética
profesional del Abogado. En este capítulo se van a tratar las distintas cuestiones, de carácter
más técnico y adjetivo, a las que remiten sus relaciones interprofesionales. Como ya se
indicó, quien ejerce la profesión es una persona, y su trabajo siempre va destinado, más o
menos directamente, a otra u otras personas. Por ello, el concepto mismo de relación es
fundamental en el ámbito de la ética profesional.

En el caso del Abogado esta realidad es, aún si cabe, más patente. El Abogado se relaciona
con su cliente, que habitualmente es quien demanda sus servicios y le encarga una
determinada actividad. Además, está en contacto con la parte contraria, con su Letrado,
con sus compañeros de Despacho y de profesión, con los Tribunales de Justicia, incluyendo
los distintos operadores jurídicos….

Estas relaciones interprofesionales requieren un marco adecuado que las guíe. Al mismo
tiempo, e inevitablemente, son fuente de muchos conflictos. Por ello, en éste último capítulo,
nos vamos a referir a las normas éticas que, a partir de los principios esenciales de la
Abogacía, y como exigencias prácticas de los mismos, regulan las relaciones del Abogado
con su cliente, con la Administración de Justicia y con la parte contraria.

1.1. Inicio de la relación

Las relaciones profesionales Abogado-cliente son la fuente más frecuente de conflictos


éticos. Como ha señalado Pedrol Rius: “…el cliente entrega al letrado su entera confianza y
pone en sus manos la vida, la salud, la libertad y el honor, y la única garantía de que esa
confianza no será convertida en abuso por éste, es su respeto a la deontología propia de su
trabajo” 1.

El Código de Ética de la BMA titula su Capítulo tercero “Relaciones con el cliente”. Dedica
sus artículos 10 a 17 a regular aspectos concretos de las relaciones entre el Abogado y sus
clientes. En lo que se refiere al comienzo de dicha relación, el artículo 10.3 establece que el
Abogado debe: “Actuar por mandato previo, salvo gestión legítima u orden de autoridad

1
Citado en Sánchez Steward, N., op. cit., pág. 211.
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competente”. En consecuencia, existen tres formas a través de las cuales puede surgir la
relación Abogado-cliente: a) el encargo directo o mandato; b) gestión legítima; c) orden de
autoridad competente

Por su parte, el CDAE en su artículo 13.2 establece que: “El Abogado sólo podrá encargarse
de un asunto, por mandato de su cliente, encargo de otro Abogado que represente al cliente,
o por designación colegial”.

También, el Código Deontológico de la CCBE afirma, en esta línea, en su artículo 3.1.1, que:
“El Abogado no actuará sin mandato previo de su cliente, a menos que sea encargado de
ello por otro Abogado que represente al cliente o el caso le sea asignado por una instancia
competente”.
En el primer supuesto, el de encargo directo o mandato, el cliente acude al Abogado y le
solicita que lleve a cabo, en su lugar, una tarea consistente en asesorar, o en asumir, la
responsabilidad de defender, frente a terceros, sus legítimos intereses. Lo característico de
dicha relación es que al Abogado se le solicita que realice tal actividad como si fuera el
cliente mismo o, dicho de otra manera, que lo “sustituya” en la conducción, dirección o
gestión de su propia defensa.
Una vez ha tenido lugar dicho encargo o mandato, sabemos que, de acuerdo con el artículo
4.1 del Código de Ética de la BMA, el Abogado tiene plena libertad para aceptar o rechazar
el asunto en que se solicite su intervención, sin necesidad de justificar su decisión.
Además, desde un punto de vista ético, pueden existir razones que inclinen al profesional a
no hacerse cargo del trabajo solicitado. Entre ellas, estaría la de carecer de los
conocimientos técnicos requeridos para afrontar, con suficiente competencia, el encargo
recibido (artículo 10.6) o, poseyendo dichos conocimientos, no tener la suficiente
disponibilidad de tiempo (por ejemplo, por un exceso de trabajo, circunstancias familiares o
personales limitantes…).

1.2. Naturaleza de la relación jurídica

Una vez se ha aceptado el encargo, surge la relación contractual. En general, se suele


entender que la relación existente entre un Abogado y su cliente responde a la figura del
contrato de arrendamiento de arrendamiento de servicios- locatio conductio operarum-2.
Como es bien conocido, en dicho contrato, el arrendatario se obliga a prestar al arrendador
una cantidad de trabajo y, como contrapartida, recibe una remuneración.

2
Sobre este tema se puede consultar, entre otros, La Naturaleza jurídica de la relación abogado-
cliente, en Del Rosal García, R., Normas Deontológicas de la Abogacía Española, Civitas, Madrid,
2002.
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No obstante, conviene matizar que el tipo concreto de relación contractual dependerá,


también, de la especialidad del Abogado y del asunto encomendado. Por ejemplo, la defensa
de un asunto penal es, claramente, un arrendamiento de servicios. Sin embargo, la
compraventa de un inmueble, o la realización de un contrato de alquiler de una vivienda, se
integraría mejor en el contrato de mandato

Por otro lado, también hay que tener en cuenta que el trabajo del Abogado puede referirse
a la elaboración de una obra: un informe, un dictamen, etc. En estos supuestos podríamos
estar ante un contrato de obra -locatio conductio operis-. No obstante, tampoco se trata de
un tema pacífico, ni unánimemente aceptado3.

Podemos señalar varios criterios para diferenciar ambas figuras jurídicas. Los principales son
los siguientes:

A. En el contrato de prestación de servicios se debe una actividad, sin tener directamente


en cuenta el resultado del servicio. En el de ejecución de obra, el objeto de la prestación
debida es el resultado final, con independencia del trabajo necesario para lograrlo.

B. En el contrato de servicios la remuneración acostumbrada debe ser proporcional al tiempo


de duración de los servicios contratados. Sin embargo, en el contrato de obra es habitual
fijar la retribución en proporción a la complejidad o extensión de la obra.

C. En el contrato de servicios la prestación de éstos se suele realizar en situación de


dependencia laboral de quien los recibe, en tanto que en el de obra, la actividad dirigida a
lograr el resultado debido es realizada de manera más independiente.

1.3. Contenido

Una vez que el Abogado ha aceptado el mandato del cliente, se formaliza la relación
contractual entre ambas partes. Dicha relación es intuitu personae, por lo que en ella no
puede intervenir un tercero, salvo que esté autorizado por el cliente.

Para que esta relación Abogado-cliente perdure en el tiempo, resulte satisfactoria -en un
marco de mutua confianza entre ambas partes-, es conveniente dotarla de claridad y

3
Y ello, porque el contrato de obra persigue un fin concreto, mejor dicho, un resultado. No obstante,
cuando alguien realiza un dictamen, para algunos, en realidad, arrienda su “saber hacer” –know how-
, sus conocimientos, y no el texto plasmado en un papel
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transparencia; sobre todo, si tenemos en cuenta que el cliente, habitualmente, desconoce


las características de dicha relación y el contexto en el que se va a desarrollar.

Es importante fijar con exactitud las obligaciones recíprocas, y las posibles incidencias que
pudieran presentarse, si es posible por escrito.

En esta línea, ya hemos señalado que el artículo 10.1 establece que su relación con el cliente
el Abogado debe “Fundarla en la confianza recíproca”. Para ello es importante concretar los
siguientes aspectos:

1. Identificación del cliente. En este sentido, el artículo 10.4 del Código de la BMA afirma
que el Abogado debe “Conocer, dentro de límites razonables, la identidad, competencia y
poderes de la persona o autoridad que le haya hecho el encargo”. Para ello, puede exigir
los medios que se utilizan en cualquier otra actividad económica: identificación ordinaria,
pasaporte, poderes, nombramiento de administrador…

En el caso de que el que realiza el encargo no sea el titular de los intereses que se
encomiendan al Abogado, deberá designarse al que verdaderamente lo sea.

2. Descripción del servicio profesional encargado. En este punto, es conveniente que


además se hagan constar expresamente los siguientes aspectos:

a) Que el Abogado nunca puede garantizar el resultado de un futuro proceso (artículo 12


del Código de la BMA).

b) La sincera opinión del profesional sobre las posibilidades de éxito de las pretensiones
planteadas. En este sentido, el artículo 10.10 del Código de la BMA establece que el Abogado
debe “expresar su opinión sobre las posibilidades de alcanzar las pretensiones del cliente y
el resultado previsible del asunto”.

c) Que, salvo pacto de cuota litis, el cliente deberá abonar los honorarios por el servicio
encargado, con independencia del resultado del proceso. De esa manera, se evitarán
posibles problemas cuando, al concluir la prestación del servicio, el cliente deba cumplir con
su obligación de abono.

3. También es aconsejable que el cliente autorice al Letrado para delegar, a su criterio,


parte de las tareas del encargo profesional en Abogados colaboradores de su Despacho.
Asimismo, resulta conveniente otorgar el consentimiento para que el Letrado pueda valerse
de otros auxiliares o colaboradores, sin que ello incremente, necesariamente, el monto de
sus honorarios.

4. Previsibilidad de los honorarios. Como exigencia de claridad y transparencia en la relación


Abogado-cliente, es fundamental que éste último pueda prever el importe aproximado de
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los honorarios, o bien conozca los criterios que se establecen para determinarlos. En este
sentido, el artículo 10.11 del Código de ética de la BMA afirma que el Abogado debe
“Establecer las bases para la determinación de los honorarios y gastos y, en cuanto sea
posible, su importe aproximado, haciéndole saber la posibilidad de solicitar y obtener los
beneficios de la asistencia jurídica gratuita”.

En esta misma línea se pronunció la Carta de Derechos de los Ciudadanos ante la Justicia
de España4. En su artículo 37, señala que: "El ciudadano tiene derecho a conocer
anticipadamente el coste aproximado de la intervención del profesional elegido y la forma
de pago.
Los Abogados y Procuradores estarán obligados a entregar a su cliente un presupuesto
previo que contenga los anteriores extremos. A estos efectos se regulará adecuadamente y
fomentará el uso de las hojas de encargo profesional”.

Sobre el tema de la transparencia y la previsibilidad de los honorarios se volverá más


adelante.

5.Compromiso de confidencialidad. El Abogado asume, como exigencia ética fundamental,


su compromiso de respetar el deber de secreto, en relación a la información y
documentación recibida. Por su parte, el cliente debe autorizar al Abogado la inclusión, en
sus ficheros, de los datos de carácter personal que le haya suministrado para llevar a término
la relación contractual. Dichos datos estarán sujetos, mediante solicitud escrita del
interesado, a los derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición, de acuerdo con
la legislación vigente.

Si este contrato se redacta por escrito, lo cual es lo más deseable, debe hacerse por
duplicado, entregándose una copia al cliente. De ese modo, se garantiza que éste podrá
tener conocimiento, en todo momento, de lo pactado. También estará en condiciones de
exigir al Abogado que responda de sus compromisos, evitándose futuras complicaciones en
este tema.

Además, el Abogado deberá informar al cliente de los siguientes aspectos:

a) De todas aquellas situaciones que, aparentemente, pudieran afectar a la independencia


del profesional, incluyendo la existencia de relaciones familiares, de amistad, económicas o
financieras, con la parte contraria o sus representantes (artículo 10.12).

b) Explicación accesible relativa al enfoque técnico del asunto. Se deberá suministrar


información sobre las distintas alternativas, y sobre las razones básicas, que apoyan una

4
El 28 de mayo de 2001 se firmó el Pacto de Estado para la Reforma de la Justicia. Una de las
prioridades de este Pacto fue la elaboración de una Carta de Derechos de los Ciudadanos ante la
Justicia, que se aprobó en el Congreso de los Diputados, el 16 de abril de 2002.
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determinada opción. En consecuencia, resultaría gravemente contraria a la ética profesional


la actitud del Abogado que, justificándose en su superioridad técnica, exigiera al cliente una
"fe ciega" en sus decisiones, sintiéndose exonerado de brindarle cualquier explicación. En
esta línea, también se debe rechazar cualquier actitud arrogante, o de desprecio.

c) Información adecuada y accesible sobre el curso del procedimiento: evolución del asunto
encomendado, resoluciones transcendentes, recursos contra las mismas, posibilidades de
transacción, conveniencia de acuerdos extrajudiciales o soluciones alternativas al litigio, etc.
Se trata de una exigencia especialmente relevante y que, en muchos países (por ejemplo,
en el Reino Unido), constituye la causa principal de infracción deontológica por parte de los
Abogados. A ella se refiere el artículo 10.8 del Código de Ética de la BMA.

El CDAE también refleja estos aspectos en su artículo 13.9. Establece, además, que si el
cliente lo solicita, tal información deberá suministrarse por escrito. En cualquier caso,
conviene insistir en que la explicación deberá ser clara y accesible al cliente, teniendo en
cuenta la formación y conocimientos jurídicos de éste. Por ello, una descripción técnico-
jurídica de la situación, incomprensible para el cliente, implicaría una lesión material de este
deber.

Por otro lado, el contenido de la información no debe extenderse a todos y cada uno de los
documentos que conforman el expediente, sino al contenido esencial de aquellos escritos
de relevancia redactados por el profesional (demanda, contestación…) y a las resoluciones
de trascendencia. Por ello, no existe obligación, por ejemplo, de entregar copia de las
actuaciones, o de los documentos privados del Abogado (correspondencia, etc.)5. El
contenido exigible de la información a suministrar al cliente suele venir establecido por el
principio de proporcionalidad. Además, para que la conducta sea sancionable, se suele exigir
que el Abogado haya sido requerido fehacientemente por el cliente.

1.4. La diligencia debida

Por parte del Abogado, la relación contractual con su cliente debe caracterizarse por la
máxima competencia y diligencia. En consecuencia, el Letrado deberá llevar a cabo todos
los actos que sean necesarios para un adecuado asesoramiento y defensa de los intereses
que le han sido confiados.

El Código de Ética de la BMA establece que el Abogado deberá “ocuparse del asunto con la
debida dedicación y diligencia” (artículo 10.7), actuando “de modo personal o bajo su
responsabilidad (artículo 10.2).

5
Escuredo Hogan, D., "Aproximación práctica a la Deontología de los Abogados", en AAVV., Etica
de las profesiones jurídicas. Estudios de Deontología, op. cit., pág. 1003.
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La aceptación del encargo presupone el compromiso, por parte del profesional, de llevar a
cabo cualquier gestión, o actuación, que pueda resultar fructífera. Dicha actitud no puede
estar subordinada al cobro de los honorarios, o a cualquier otra circunstancia personal,
como, por ejemplo, una excesiva acumulación de trabajo. Como ya se ha indicado, en este
último caso, si dicha acumulación impide una adecuada dedicación, el profesional deberá
comunicarlo a su cliente y plantear una vía alternativa.

Algunas consecuencias prácticas de la diligencia en el actuar cotidiano del Abogado serían,


entre otras, las siguientes:

-la disposición y la paciencia para escuchar al cliente, haciéndose cargo de su situación y de


los motivos y finalidades reales que le han motivado a acudir al profesional, pudiendo
responder así, adecuadamente, a sus solicitudes.

-la celeridad en la tramitación de los asuntos.

-el máximo interés por cada caso concreto, aunque se lleve muchos años en la profesión6.
Dicha actitud se manifestará en la atención y minuciosidad en el estudio de los diversos
aspectos del encargo recibido, y en la búsqueda de la solución más adecuada para el cliente,
teniendo en cuenta la cuantía del asunto. En este sentido, el artículo 3.7.1 del Código
Deontológico de la CCBE establece que:

“El Abogado tratará, en todo momento, de encontrar la solución más adecuada en función
de la relación coste-efectividad, y deberá aconsejar a su cliente en los momentos oportunos
sobre la conveniencia de llegar a un acuerdo o recurrir a soluciones alternativas para poner
fin al litigio”.

-el cuidado y esfuerzo por la mejora constante en la formación (aspectos doctrinales,


jurisprudenciales, legales…).

-la puntualidad en el cumplimiento de los plazos y, en concreto, en la interposición, en


tiempo y forma, de los pertinentes recursos, teniendo en cuenta también la opinión del
cliente.

La diligencia, entendida como virtud profesional, es un hábito de la voluntad. Por ello, es


importante que se trate de una actitud permanente, de un rasgo de carácter del Abogado,
forjado a lo largo del tiempo. También presupone una cierta postura personal ante el trabajo

6
Vid. Escuredo Hogan, D., "Aproximación práctica a la Deontología de los Abogados", en AAVV.,
Ética de las profesiones jurídicas. Estudios de Deontología, op. cit., pág. 997 y ss.
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profesional, en la que concurra una auténtica voluntad de servicio al cliente. Ello repercutirá
en la calidad y en el resultado de su labor y, en definitiva, en su excelencia técnica y ética.

1.5. Negligencia profesional

Los comportamientos contrarios al principio de diligencia pueden considerarse, en general,


negligentes. En el lenguaje ordinario, la negligencia remite a actitudes o modos de
comportamiento muy variados: el descuido, la desatención, el retraso injustificado, la falta
de interés por la propia formación y actualización de conocimientos, el desorden, la
impuntualidad, etc. Así, por ejemplo, en España, aproximadamente un 41 por ciento de las
reclamaciones de los clientes por vulneración de la ética del Abogado, se basan en la
presunta negligencia de éste.

El Código de Ética profesional de la BMA establece, en su artículo 13.2 que el Abogado debe
“Reconocer la responsabilidad que le resulte por su negligencia, error inexcusable o dolo”.

Sin ánimo exhaustivo, podemos mencionar, como ejemplos concretos de actuaciones que
no se adecuarían a la diligencia deontológicamente exigible (sin excluir que en dichos casos
concurra, además, responsabilidad civil e, incluso, penal)7, los siguientes:

-No informar al cliente sobre la evolución del asunto encomendado, sobre la conveniencia
de acuerdos extrajudiciales o de vías alternativas al litigio, cuando ésto fuera lo más
favorable para él. Con respecto a esta información, no existe una regla fija establecida. No
obstante, podría afirmarse que la exigencia ética implica que la comunicación Abogado-
cliente esté basada en la confianza y sea fluida.

-Inactividad profesional prolongada, mediando, o sin mediar, entrega cantidades


adelantadas por gastos previsibles, una vez que se ha aceptado el asunto. Por ejemplo,
podría ser un hecho constitutivo de falta ética el haber aceptado un encargo y dejar
transcurrir varios meses sin llevar a cabo ninguna actuación. La desaparición del cliente no
exoneraría del deber de actuar, salvo renuncia en plazo del Abogado. Tampoco cabría
alegar, como justificación, la existencia de desavenencias con el cliente. La razón de ello se
encuentra en que, como ya se ha indicado, desde que se acepta el encargo, hasta la
renuncia, es obligación del Letrado desarrollar una actuación diligente. En esta línea, ya se
ha señalado que el artículo 15 del Código de ética de la BMA establece que: “El abogado
que acepte un asunto profesional debe atenderlo hasta su conclusión, salvo que exista causa
justificada…”.

7
Vid. Lega, C., Deontología de la profesión de Abogado, op. cit., pág. 122.
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-Mantener, durante mucho tiempo, y sin rendir cuentas de ello, grandes sumas de dinero
que el cliente había consignado al Abogado, para que las entregase a la parte contraria.

- No asistir al cliente en situación de prisión preventiva. No constituiría vulneración ética


auxiliarse de un compañero, con la excepción de la actuación personal del Abogado de
oficio.

-Hacerse imposible de localizar, no frecuentando el despacho durante largo tiempo, sin


informar de ello a nadie. Cambiarse de despacho, sin comunicar la nueva dirección a los
clientes.

-Olvidarse de presentarse a una audiencia, con las consecuencias que de ello se deriven.

-El haber dejado transcurrir, por descuido, el plazo perentorio prescrito para ejercitar una
acción, contestar a una demanda o interponer un recurso. También cabe señalar la situación
contraria, el haber interpuesto un recurso sin la conveniente preparación o estudio de las
posibilidades reales de éxito, teniendo como consecuencia la condena en costas del cliente.
Se trata de un tema especialmente complejo y que, en la práctica, suscita muchos
problemas. Sobre ello se volverá más adelante.

-Aceptar con excesiva ligereza un encargo profesional de difícil cumplimiento o que, desde
una postura objetiva, excede los conocimientos y capacidades del Abogado (artículo 10.6
del Código de la BMA).

-No dedicar a una causa el tiempo y estudio requerido por la misma, teniendo, como
consecuencia, por ejemplo, una incorrecta formulación de las pretensiones o una
inadecuada fundamentación de las mismas

-Concurrir a la vista oral en condiciones poco idóneas, o sin haber preparado suficientemente
la intervención, etc.

-Una vez finalizado el procedimiento, no atender debidamente a las consecuencias de la


Sentencia, la tasación de costas, la ejecución…

-Descuidar la formación permanente (evolución doctrinal, legal y jurisprudencial relativa a


las materias a las que se dedica el profesional), con consecuencias negativas para el cliente.
A ello ya nos hemos referido en el epígrafe dedicado a la actuación según ciencia.

1.6. Responsabilidad del Abogado ante la interposición de recursos


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Ya nos hemos referido a la posibilidad de que el Letrado actúe negligentemente por haber
dejado transcurrir el plazo para ejercitar una acción, responder a una demanda o interponer
un recurso. Con respecto a éste último supuesto, y sin perjuicio de las consecuencias civiles,
o incluso penales, que puedan conllevar este tipo de actuaciones, haremos una breve
referencia a los aspectos éticos del problema.

En relación a este tema, lo más adecuado es que el Abogado, tras estudiar detalladamente
las probabilidades de éxito de un futuro recurso, transmita, lo más claramente posible, la
situación a su cliente, así como su consejo sobre la vía a seguir. También debe informarle
del costo aproximado de la nueva instancia, explicándole que, en caso de ganar el recurso,
se podría conseguir la condena en costas de la otra parte. El cliente deberá manifestar,
expresamente, su voluntad de encargar al Abogado esa nueva labor. Por otro lado, si el
profesional entiende que, en su opinión, lo mejor es no recurrir, debe también
manifestárselo a su cliente. Es más, en esos casos, si por cualquier razón éste último se
obstinara en recurrir, el Abogado, haciendo uso de su libertad profesional, podría renunciar
a cualquier encargo, invitando a su cliente a buscar otro Abogado que tenga una opinión
distinta sobre el asunto.

Podría surgir un problema cuando, por razones diversas, y no existiendo indicaciones


previas, el Abogado no llegara a poder contactar con su cliente. Si el profesional ha llevado
a cabo las diligencias pertinentes para hacerlo, sin conseguirlo, la situación es compleja. El
Abogado deberá valorar con mucho detalle la situación. Por un lado, si está convencido de
la posibilidad de que el recurso prospere, podría interponerlo ad cautelam. Posteriormente,
podría desistirse de él, si la opinión del cliente se inclinara en este segundo sentido. No
obstante, conviene tener en cuenta que, en ocasiones, no será aconsejable interponer el
recurso, ya que la resolución judicial, aunque sea impugnable, puede no ser del todo
desacertada. También hay supuestos en los que, tras estudiar a fondo la resolución, el
Abogado debe aceptar la imposibilidad, o poca probabilidad, de ganar un recurso. Además,
deberá siempre tenerse en cuenta el riesgo que conlleva interponer un recurso sin
autorización del cliente, ya que las consecuencias desfavorables derivadas de perderlo, entre
ellas la condena en costas, son considerables.

La misma situación puede plantearse en el caso contrario: se gana en primera instancia y


se advierte al cliente que, con probabilidad, la otra parte recurrirá. En este caso, también
habría que recabar el consentimiento expreso del cliente para efectuar el nuevo encargo,
informándole de los costes que, si no hay condena en costas a la otra parte, se deberán
afrontar.

Un problema distinto se plantea cuando el Abogado, ni intenta recabar la opinión del cliente,
ni lleva a cabo ninguna actividad. En estos supuestos, el cliente puede considerar que ha
sido víctima de una negligencia, interponiendo la consiguiente denuncia. Desde un punto
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de vista ético, el profesional debe dar una adecuada explicación, transmitiendo la realidad
de los hechos: bien que “se le pasó” el plazo, que incurrió en un error de cómputo o,
simplemente, que estimó adecuado no interponer un recurso. Si estamos ante cualquiera
de los dos primeros supuestos, descuido o error de plazo, el Abogado puede incurrir en
responsabilidad civil, cubierta generalmente por la póliza de seguros.

Cuestión distinta es que el Abogado denunciado alegue que no recurrió la resolución porque,
en su opinión, no era aconsejable hacerlo, y lo justifique convenientemente. En estas
situaciones, por regla general, se entiende que no existe responsabilidad ética. Dado que el
Letrado es el que dirige el procedimiento, a él compete tomar las decisiones importantes y
adoptar las medidas necesarias para defender, lo mejor posible, los intereses que le han
sido confiados. No obstante, conviene matizar que, en tales casos, en general, puede ser
reprochable al Abogado el haber infringido la obligación de informar detalladamente al
cliente (tal y como indica el ya mencionado artículo 10.8 del Código de la BMA), sobre la
evolución del encargo encomendado, sobre las resoluciones transcendentes y la posibilidad
de recursos contra las mismas. Como ya se ha señalado, dicha falta de información es una
de las causas más frecuentes de infracciones por parte de los Abogados.

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