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Las relaciones del Abogado con los Juzgadores, Árbitros, Mediadores, Autoridades u otros
funcionarios deben caracterizarse por la lealtad, el respeto y la colaboración. Se trata de
exigencias de la ética profesional que poseen una larga trayectoria histórica. También existe
una abundante doctrina sobre la materia1. Ya Carnelutti puso de relieve, no sólo la utilidad,
sino también la necesidad, del diálogo, y la confianza, entre el Abogado y el Juez, para
poder superar, de la manera más adecuada, las dificultades que puedan surgir en el
proceso2, alcanzando, en la mayor medida posible, la función socialmente atribuida a la
Administración de justicia.
Estos aspectos han sido recogidos, tradicionalmente, en los Códigos de Ética profesional.
Estos han dedicado preceptos específicos a las exigencias de respeto, lealtad, colaboración
y cortesía con los órganos jurisdiccionales y con el resto de autoridades y funcionarios con
los que se relaciona el Abogado. En concreto, el Código de Ética de la BMA establece en su
artículo 2 que en su actuación profesional, el Abogado debe:
“2.3. Conducirse con respeto a (…) a las autoridades, evitando toda alusión ofensiva, directa
o indirecta, por cualquier medio.
2.4. Denunciar, por los medios lícitos y ante las instancias correspondientes, cualquier
conducta reprochable de jueces, autoridades o compañeros de profesión”.
Asimismo, dedica su Capitulo Segundo a las “Relaciones con los Jueces, Autoridades,
Árbitros o Mediadores”. En concreto, los artículos 7, 8 y 9 establecen lo siguiente:
“Artículo 7. El abogado debe guardar respeto a los juzgadores, árbitros, mediadores, otros
funcionarios y autoridades. Por tanto, tiene el deber de:
7.1. Brindar apoyo cuando se les agreda, así como para hacer cumplir las determinaciones
prescritas en la ley o derivadas del acuerdo arbitral o de mediación.
1
En especial, en lo que se refiere a la doctrina italiana, el tema se abordó con sistematicidad hace ya
bastantes décadas. Vid. Calamandrei, P., Elogio dei giudici scritto da un avvocato, Florencia, 1954;
Berri, Giudice e avvocato: una toga sola, Roma, 1960; Lignola, E., La ragnatela strappata, Roma,
1966.
2
Carnelutti, F., "Mortificare la difesa?", en Rivista di Diritto Processuale, 1957, pág. 68 y ss.
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7.2. Defender a su cliente en el marco de la ley de la forma que considere más apropiada.
7.3. Presentar acusación ante las autoridades competentes o ante el Colegio de Abogados
cuando haya fundamento de queja en contra de cualquiera de ellos.
7.4. Colaborar al cumplimiento de los fines de los procedimientos en que intervenga.
7.5. Exhortar a sus patrocinados o clientes a la observancia de una conducta respetuosa
hacia las personas que actúen en los procedimientos.
7.6. Contribuir a la diligente tramitación de los asuntos que se le encomienden y de los
procedimientos en los que intervenga.
9.1. Hacer su mejor esfuerzo para evitar los conflictos y, en su caso, para solucionarlos.
9.2. Abstenerse de aconsejar o ejecutar maniobras fraudulentas, dolosas o de mala fe.
9.3. Abstenerse de burlar los mecanismos establecidos para la distribución o asignación de
asuntos o de alterar la fecha u hora de presentación o recepción de escritos.
9.4. Abstenerse de interponer recursos o incidentes con propósitos dilatorios, abusando de
su derecho.
9.5. Abstenerse de presentar pruebas a sabiendas de ser falsas u obtenidas de manera
ilícita.
9.6. Abstenerse de realizar conductas impropias ante jueces, autoridades, árbitros o
mediadores, que no correspondan a los fines de los procedimientos seguidos ante los
mismos”.
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Como se ha podido advertir, el Código de la BMA EGA se refiere, en relación al fondo de las
actuaciones del Abogado, a las exigencias de lealtad, probidad, veracidad y buena fe.
Ya se ha indicado, por otro lado, que las exigencias de la buena fe y la lealtad presuponen
el respeto de las reglas del “juego limpio” -fair play-, evitando el engaño y la obstaculización
de la actividad judicial, cooperando en el recto cumplimiento de sus fines. Se trata, como
sabemos, de requisitos fundamentales para conseguir un marco de relaciones profesionales
en el que sea posible la confianza y la mutua cooperación entre los Abogados y los miembros
de la Administración de justicia. Es evidente que cualquier jurista (Juez, Fiscal, Secretario
judicial, Abogado, etc.), cuando cumple cabalmente la misión que la sociedad le ha confiado,
lleva a cabo un servicio público de gran trascendencia para la colectividad. El orden social
justo, aquel en el que cada uno tiene y ve respetado lo que le corresponde, es el presupuesto
de la paz social3.
3
Vid. Hervada, J., "El oficio de jurista", en Lecciones Propedéuticas de Filosofía del Derecho, op.
cit., pág. 71 y ss.
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Como señala Sánchez Steward4, en esa labor de dar a cada uno lo suyo, el Abogado puede
cooperar, fundamentalmente, de dos modos:
-Permitiendo que, efectivamente, los jueces puedan juzgar, función que, en un gran número
de casos, sería imposible sin la colaboración de un Abogado y de los principios y derechos
que él garantiza.
4
Sánchez Steward, N., op. cit., pág. 272.
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Hemos señalado que el artículo 7 del Código de la BMA se refiere al necesario respeto que
el Abogado debe guardar a los Juzgadores, Árbitros, Mediadores, otros Funcionarios y
Autoridades. Estamos ante un tema muy amplio y complejo. En realidad, el problema de
fondo remite a la cuestión relativa a los límites entre el derecho a la libertad de expresión
del Abogado –requisito imprescindible para una adecuada defensa-, y el respeto a los
órganos jurisdiccionales y al resto de profesionales.
A pesar de la existencia de estos criterios, los límites entre la conducta aceptable, y la ilícita,
no son completamente nítidos. Por ejemplo, expresiones como “resolución imparcial y
arbitraria”, “la injusticia cometida”, “pudiera tratarse de un delito procesal”, “presunta
prevaricación”, “el juez desconoce la legislación”, etc., han llegado a servir de base a quejas
interpuestas contra Abogados, por entenderlas contrarias a la ética profesional y al respeto
debido a los Juzgadores. Lo que sí parece claro es que el insulto directo a la persona, o la
imputación de una grave negligencia o delito, son actuaciones que pueden dar lugar a
sanción.
Otro aspecto importante a cuidar es el relativo a los denominados “comentarios sobre causa
propia”. Con ello nos referimos a la posibilidad de publicar escritos, o artículos, de carácter
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científico, en revistas jurídicas, con un enfoque crítico e, incluso, con intención de crear
polémica, en relación a una disposición de un juez en una causa en la que el profesional
actuó como Abogado de una de las partes. La licitud del comentario sobre causa propia no
puede ponerse en duda. No obstante, hay que tener en cuenta los criterios, ya referidos,
de objetividad, respeto a la persona y gratuidad, o necesidad, de las expresiones proferidas.
Algunos autores también han señalado la conveniencia de que el artífice del comentario lo
haga público una vez finalizado el proceso en el que ha llevado a cabo su labor de defensa5.
Cuestión distinta a los “comentarios sobre causa propia”, y que podría constituir una falta
de respeto hacia el Juez, sería el hacer manifestaciones críticas, en los medios de
comunicación, en relación a aspectos de su vida personal, costumbres, hábitos de trabajo…
Otro aspecto a tener en cuenta es el relativo a la posibilidad de plantear al Juez
recomendaciones, o bien darle consejos o sugerencias, en relación a un concreto asunto:
así, por ejemplo, la indicación de que se trata de un caso muy trascendental, aconsejando
dedicarle una plena atención. A ello se refiere el ya mencionado artículo 8.6 del Código de
Ética de la BMA.
Esta actitud es del todo improcedente, ya que podría entenderse como una desconsideración
hacia la profesionalidad del Juez. Además, hay que tener en cuenta que el Juzgador puede
considerar la recomendación, o la solicitud de "estudiar con especial detenimiento" un
asunto, como una falta de respeto a su integridad y diligencia6. También resultan muy
inadecuadas las observaciones acerca de la conveniencia social, o política, de resolver en
un determinado sentido, sobre las posibles consecuencias negativas de un determinado
fallo, etc. Tales observaciones pueden llegar a constituirse en verdaderas presiones. Tal
sería el caso, por ejemplo, de los posibles comentarios de Abogados de narcotraficantes o
delincuentes peligrosos, en relación a las consecuencias que podría tener para la sociedad
el dictar sentencias condenatorias para sus patrocinados.
Por otro lado, el respeto y la cortesía del Abogado hacia el Juez deben distinguirse,
claramente, de la adulación servil. El Abogado tiene que saber conjugar dicho respeto y
colaboración, con una exquisita "distancia" con los Magistrados. Se trata,
fundamentalmente, de no buscar relaciones de familiaridad y confianza servil, con la
finalidad de obtener favores o actitudes benévolas en los procesos. Tampoco parece muy
adecuado que, en general, se hagan demostraciones públicas, o en los medios de
comunicación, de estrecha amistad, o de gran familiaridad, entre Jueces y Letrados que
abogan en un mismo Tribunal. También debe quedar excluido, lógicamente, el enviar
regalos o muestras de agradecimiento a un Juez, no sólo durante un procedimiento en
curso, sino también tras haberse dictado una sentencia o resolución recta e imparcial. En
este caso, conviene tener en cuenta que la conducta realizada puede llegar a constituir un
delito de cohecho.
5
Lega, C., Deontología de la profesión de Abogado, op. cit., pág. 202.
6
Gómez Pérez, R., Deontología Jurídica, op. cit., págs. 101-102.
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Para Carnelutti8, tal obligación recíproca conlleva también, para ambas partes, un deber
adicional: el saber excusar las eventuales salidas de tono causadas, en ocasiones, por la
tensión que implica la misma situación en la que se encuentran los profesionales. Para este
autor, en el proceso, el humanismo de los jueces no es menos necesario que el de los
Abogados. También en esta línea, para Malem Seña9, "a los jueces se les debe exigir cierta
contención en sus acciones para poder ofrecer una imagen de ecuanimidad, objetividad e
imparcialidad”. Ya se ha señalado que el artículo 7.3 establece la necesidad de presentar
acusación ante las autoridades competentes o ante el Colegio de Abogados cuando haya
fundamento de queja.
Por último, también es importante insistir en que el ya mencionado artículo 7.5 obliga a los
Abogados a exhortar a sus patrocinados o clientes a la observancia de una conducta
respetuosa hacia las personas que actúen en los procedimientos.
7
Como señala Rojo Urrutia, el ejercicio de la actividad de enjuiciar "tiene siempre el peligro de
suscitar en el ánimo del juez un cierto sentimiento de superioridad, del que algunos no logran, en
ocasiones, desprenderse (Vid. Rojo Urrutia, R., "La justicia penal ante el hombre", op. cit., pág. 911;
Atienza, M., "Virtudes judiciales", en Claves de razón práctica, núm. 86, octubre de 1998).
8
Carnelutti, F., "Mortificare la difesa?", op. cit., pág. 68 y ss.
9
Malem Seña, J., "¿Pueden las malas personas ser buenos jueces?", Doxa, núm. 24, 2001, pág. 379.
Malem Seña, J.F., "La vida privada de los jueces", en Malem, J., Orozco, J., Vázquez, R. (comp.), La
función judicial. Ética y democracia, op. cit., pág. 175.
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En este punto, podemos matizar que, con carácter general, los Jueces o Tribunales,
siguiendo el orden establecido de los señalamientos, no suelen esperar al Abogado cuando
éste no acude puntualmente10. En esos supuestos, el acto procesal se celebra sin su
concurso. Por ello, en el caso de los Abogados, la puntualidad constituye, no sólo una
exigencia de respeto a los Tribunales, sino también un estricto deber de diligencia frente al
propio cliente.
Con respecto a los Tribunales cabe reseñar que, en la práctica, el retraso es bastante
habitual y el Abogado –por muy diversas razones-, no suele poner en conocimiento de
ninguna instancia esta incidencia. Sin embargo, en España, el artículo 40 del Estatuto
General de la Abogacía establece que:
“Los abogados esperarán un tiempo prudencial sobre la hora señalada por los órganos
judiciales para las actuaciones en que vayan a intervenir, transcurrido el cual podrán
formular la pertinente queja ante el mismo órgano e informar del retraso a la Junta de
Gobierno del correspondiente Colegio para que pueda adoptar las iniciativas pertinentes”.
10
Con ello no se quiere indicar que siempre ocurra así. De hecho, en algunos casos, los Jueces o
Tribunales, tras haber recibido información relativa a cualquier circunstancia que impide al Abogado
acudir puntualmente, retrasan la diligencia para que, efectivamente, pueda estar presente.