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Curso Online - Ética Profesional del Abogado

PARTE IV. LAS RELACIONES PROFESIONALES DEL ABOGADO

Módulo 12. RELACIONES DEL ABOGADO CON LOS JUECES, AUTORIDADES,


ARBITROS Y MEDIADORES.

Las relaciones del Abogado con los Juzgadores, Árbitros, Mediadores, Autoridades u otros
funcionarios deben caracterizarse por la lealtad, el respeto y la colaboración. Se trata de
exigencias de la ética profesional que poseen una larga trayectoria histórica. También existe
una abundante doctrina sobre la materia1. Ya Carnelutti puso de relieve, no sólo la utilidad,
sino también la necesidad, del diálogo, y la confianza, entre el Abogado y el Juez, para
poder superar, de la manera más adecuada, las dificultades que puedan surgir en el
proceso2, alcanzando, en la mayor medida posible, la función socialmente atribuida a la
Administración de justicia.

Estos aspectos han sido recogidos, tradicionalmente, en los Códigos de Ética profesional.
Estos han dedicado preceptos específicos a las exigencias de respeto, lealtad, colaboración
y cortesía con los órganos jurisdiccionales y con el resto de autoridades y funcionarios con
los que se relaciona el Abogado. En concreto, el Código de Ética de la BMA establece en su
artículo 2 que en su actuación profesional, el Abogado debe:

“2.3. Conducirse con respeto a (…) a las autoridades, evitando toda alusión ofensiva, directa
o indirecta, por cualquier medio.

2.4. Denunciar, por los medios lícitos y ante las instancias correspondientes, cualquier
conducta reprochable de jueces, autoridades o compañeros de profesión”.

Asimismo, dedica su Capitulo Segundo a las “Relaciones con los Jueces, Autoridades,
Árbitros o Mediadores”. En concreto, los artículos 7, 8 y 9 establecen lo siguiente:

“Artículo 7. El abogado debe guardar respeto a los juzgadores, árbitros, mediadores, otros
funcionarios y autoridades. Por tanto, tiene el deber de:
7.1. Brindar apoyo cuando se les agreda, así como para hacer cumplir las determinaciones
prescritas en la ley o derivadas del acuerdo arbitral o de mediación.

1
En especial, en lo que se refiere a la doctrina italiana, el tema se abordó con sistematicidad hace ya
bastantes décadas. Vid. Calamandrei, P., Elogio dei giudici scritto da un avvocato, Florencia, 1954;
Berri, Giudice e avvocato: una toga sola, Roma, 1960; Lignola, E., La ragnatela strappata, Roma,
1966.
2
Carnelutti, F., "Mortificare la difesa?", en Rivista di Diritto Processuale, 1957, pág. 68 y ss.
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7.2. Defender a su cliente en el marco de la ley de la forma que considere más apropiada.
7.3. Presentar acusación ante las autoridades competentes o ante el Colegio de Abogados
cuando haya fundamento de queja en contra de cualquiera de ellos.
7.4. Colaborar al cumplimiento de los fines de los procedimientos en que intervenga.
7.5. Exhortar a sus patrocinados o clientes a la observancia de una conducta respetuosa
hacia las personas que actúen en los procedimientos.
7.6. Contribuir a la diligente tramitación de los asuntos que se le encomienden y de los
procedimientos en los que intervenga.

Artículo 8. El abogado no debe:


8.1. Intervenir en los asuntos en los que haya participado en el ejercicio de sus funciones,
ya sea como juzgador, árbitro, mediador, autoridad o cualquier otro cargo.
8.2. Desempeñar el papel de árbitro, mediador o alguna otra función en un procedimiento
alternativo de solución de controversias, respecto de asuntos en los que haya participado,
a menos que cuente con el consentimiento expreso e informado de todas las partes.
8.3. Intervenir por sí o por interpósita persona en asuntos que se refieran a materias
específicas o casos concretos en que haya participado, que deban ser analizados,
informados o resueltos por él o por la entidad pública a la cual preste servicios.
8.4. Intervenir por sí o por interpósita persona en asuntos en los que haya asesorado o
representado intereses propios o de terceros cuando se incorpore a una entidad pública.
8.5. Permitir que utilicen sus servicios profesionales o su nombre para facilitar o hacer
posible el ejercicio de la profesión por quienes no estén legalmente autorizados para
ejercerla.
8.6. Influir en las personas que intervienen en los procedimientos, apelando a vínculos
políticos, de amistad o de otra índole, empleando recomendaciones o recurriendo a cualquier
otro medio que no sea el jurídico.

Artículo 9. El abogado debe:

9.1. Hacer su mejor esfuerzo para evitar los conflictos y, en su caso, para solucionarlos.
9.2. Abstenerse de aconsejar o ejecutar maniobras fraudulentas, dolosas o de mala fe.
9.3. Abstenerse de burlar los mecanismos establecidos para la distribución o asignación de
asuntos o de alterar la fecha u hora de presentación o recepción de escritos.
9.4. Abstenerse de interponer recursos o incidentes con propósitos dilatorios, abusando de
su derecho.
9.5. Abstenerse de presentar pruebas a sabiendas de ser falsas u obtenidas de manera
ilícita.
9.6. Abstenerse de realizar conductas impropias ante jueces, autoridades, árbitros o
mediadores, que no correspondan a los fines de los procedimientos seguidos ante los
mismos”.
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4.1. Lealtad y buena fe: manifestaciones prácticas

Como se ha podido advertir, el Código de la BMA EGA se refiere, en relación al fondo de las
actuaciones del Abogado, a las exigencias de lealtad, probidad, veracidad y buena fe.

Ya se ha indicado, por otro lado, que las exigencias de la buena fe y la lealtad presuponen
el respeto de las reglas del “juego limpio” -fair play-, evitando el engaño y la obstaculización
de la actividad judicial, cooperando en el recto cumplimiento de sus fines. Se trata, como
sabemos, de requisitos fundamentales para conseguir un marco de relaciones profesionales
en el que sea posible la confianza y la mutua cooperación entre los Abogados y los miembros
de la Administración de justicia. Es evidente que cualquier jurista (Juez, Fiscal, Secretario
judicial, Abogado, etc.), cuando cumple cabalmente la misión que la sociedad le ha confiado,
lleva a cabo un servicio público de gran trascendencia para la colectividad. El orden social
justo, aquel en el que cada uno tiene y ve respetado lo que le corresponde, es el presupuesto
de la paz social3.

Esta función es clara en relación al ejercicio de la judicatura. Pero no lo es menos en lo que


se refiere a la función del Abogado –aunque socialmente, en ocasiones, no se reconozca-.
El artículo 7.4 del Código de la BMA, ya mencionado, refiriéndose al Abogado, emplea la
expresión “colaborar” al cumplimiento de los fines de los procedimientos en que intervenga.
Con este término se quiere significar, no tanto auxiliar, como cooperar, juntamente con
otros, para alcanzar un mismo fin. El Abogado participa, activamente, en la función
fundamental de la justicia: dar a cada uno lo suyo. En este sentido, podría afirmarse que la
personalidad y el carácter de los Abogados de un país es un factor central para una sana
vida de Derecho.

Por otro lado, ya se ha mencionado que el Código Deontológico de la BBCE establece, en


su artículo 1.1, que el Abogado “debe servir a la Justicia”. Además, el CCPEAE establece:

“Principio (i) – Respeto al Estado de Derecho y a la Administración de Justicia:


Hemos caracterizado parte del papel del abogado como participante en la Administración
de Justicia. La misma idea es a veces expresada cuando se describe al abogado como
“agente de los Tribunales” o como “ministro de Justicia”. Un abogado nunca debe dar falsas
informaciones deliberadamente a los Tribunales, ni debe mentir a terceras partes en el curso
de su actividad profesional. Estas prohibiciones son tomadas en beneficio de los intereses
de los clientes, y en consecuencia, también en el manejo del conflicto entre los intereses
del cliente y los intereses de la Justicia, el abogado debe salir airoso, gracias a su formación.
El abogado puede solicitar ayuda de su Colegio de Abogados para solucionar problemas
como éstos. Pero al final, la representación exitosa de su cliente depende de si los Tribunales

3
Vid. Hervada, J., "El oficio de jurista", en Lecciones Propedéuticas de Filosofía del Derecho, op.
cit., pág. 71 y ss.
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y terceras partes pueden confiar en él como intermediario y como participante dentro de la


justa Administración de la Justicia”.

Como señala Sánchez Steward4, en esa labor de dar a cada uno lo suyo, el Abogado puede
cooperar, fundamentalmente, de dos modos:

-Permitiendo que, efectivamente, los jueces puedan juzgar, función que, en un gran número
de casos, sería imposible sin la colaboración de un Abogado y de los principios y derechos
que él garantiza.

- Asesorando, aconsejando, conciliando y resolviendo extrajudicialmente los asuntos. De


esa manera, se consigue, en ocasiones, una mejor defensa de los intereses del cliente,
evitando, al mismo tiempo, alcanzar un nivel de litigiosidad no asumible por el poder judicial.

Lógicamente, la colaboración con la Administración de justicia conlleva también, como


exigencia práctica, no obstaculizar su actividad. Ello, como ya se ha indicado, implica el no
recurrir a actuaciones ilícitas, en beneficio propio, o del cliente. Aquí podrían incluirse las
actuaciones ya señaladas en el artículo 9 del Código de la BMA: entre otras, el suministrar
al juez informaciones erróneas, que pudieran dificultar el desarrollo del procedimiento (por
ejemplo, obtener la suspensión de una vista bajo pretexto de una supuesta enfermedad o
indisposición, aportar direcciones falsas que compliquen el localizar a los testigos o al propio
cliente…), aportar pruebas falsas, testigos mendaces, referirse a citas erróneas (por
ejemplo, de doctrina o jurisprudencia).
En el mismo sentido, sobre este tema, el Código Deontológico de la BBCE, en su artículo
4.4, se refiere a la prohibición de suministrar informaciones falsas o susceptibles de inducir
a error:
“El Abogado no podrá en ningún momento facilitar, conscientemente, al Juez una
información falsa o que pueda inducirle a error”.

No obstante, conviene insistir en que una cosa es suministrar información errónea al


Tribunal, y otra guardar el secreto sobre un determinado tema (lo cual puede constituir,
incluso, una obligación ética). Así, por ejemplo, la comparecencia personal de un imputado,
-o de un condenado, en su caso-, es un deber del justiciable. Si éste, voluntariamente,
incumple dicha obligación, el Abogado no puede ser obligado por el Tribunal a presentar a
su defendido, o a poner en su conocimiento un domicilio en donde pueda ser encontrado.
El Abogado no puede colaborar a la fuga de un cliente, pero tampoco puede ser obligado a
ponerlo a disposición del Juzgador, ni a revelar información que le haya sido suministrada
de manera confidencial.

4
Sánchez Steward, N., op. cit., pág. 272.
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4.2. El deber de respeto y cortesía

Hemos señalado que el artículo 7 del Código de la BMA se refiere al necesario respeto que
el Abogado debe guardar a los Juzgadores, Árbitros, Mediadores, otros Funcionarios y
Autoridades. Estamos ante un tema muy amplio y complejo. En realidad, el problema de
fondo remite a la cuestión relativa a los límites entre el derecho a la libertad de expresión
del Abogado –requisito imprescindible para una adecuada defensa-, y el respeto a los
órganos jurisdiccionales y al resto de profesionales.

Los criterios generales ya fueron expuestos en un capítulo anterior. No obstante, en esta


sede incidiremos en algunas cuestiones de relevancia referentes a la relación del Abogado
con los miembros de la Administración de justicia y, en especial, con los Jueces.
Como principio fundamental, el Abogado debe cuidar, especialmente, el contenido y la forma
–el tono empleado-, de las expresiones vertidas, tanto de manera oral, como escrita. En
concreto, y con respecto a las manifestaciones críticas, hay que partir de la base de que
pueden ser, no sólo lícitas, sino también necesarias, en la medida en que formen parte del
ejercicio de su función de defensa. La defensa de la libertad de su defendido ha de permitirle
al Letrado una mayor beligerancia en los argumentos empleados, con el solo límite, en la
expresión, del insulto o la descalificación gratuitos. Por ello, como ya se indicó en un capítulo
anterior, dicha libertad de defensa hay que saber conjugarla con un exquisito respeto por
las personas. Así, por ejemplo, en sus actuaciones y escritos, el Letrado debe evitar todo
insulto o alusión personal, ya sea de manera directa o indirecta. Además, deberá abstenerse
de mostrar, mediante gestos, su aprobación o su reproche, al Tribunal.

Lo más adecuado es intentar atenerse a estrictos criterios de objetividad, intentando


separar, tajantemente, el problema jurídico de que se trate, de la persona que ha redactado
o dictado la disposición criticada. Como ya se ha indicado, también es importante tener
presente la gratuidad, o necesidad, de las expresiones vertidas para la defensa.

A pesar de la existencia de estos criterios, los límites entre la conducta aceptable, y la ilícita,
no son completamente nítidos. Por ejemplo, expresiones como “resolución imparcial y
arbitraria”, “la injusticia cometida”, “pudiera tratarse de un delito procesal”, “presunta
prevaricación”, “el juez desconoce la legislación”, etc., han llegado a servir de base a quejas
interpuestas contra Abogados, por entenderlas contrarias a la ética profesional y al respeto
debido a los Juzgadores. Lo que sí parece claro es que el insulto directo a la persona, o la
imputación de una grave negligencia o delito, son actuaciones que pueden dar lugar a
sanción.

Otro aspecto importante a cuidar es el relativo a los denominados “comentarios sobre causa
propia”. Con ello nos referimos a la posibilidad de publicar escritos, o artículos, de carácter
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científico, en revistas jurídicas, con un enfoque crítico e, incluso, con intención de crear
polémica, en relación a una disposición de un juez en una causa en la que el profesional
actuó como Abogado de una de las partes. La licitud del comentario sobre causa propia no
puede ponerse en duda. No obstante, hay que tener en cuenta los criterios, ya referidos,
de objetividad, respeto a la persona y gratuidad, o necesidad, de las expresiones proferidas.
Algunos autores también han señalado la conveniencia de que el artífice del comentario lo
haga público una vez finalizado el proceso en el que ha llevado a cabo su labor de defensa5.
Cuestión distinta a los “comentarios sobre causa propia”, y que podría constituir una falta
de respeto hacia el Juez, sería el hacer manifestaciones críticas, en los medios de
comunicación, en relación a aspectos de su vida personal, costumbres, hábitos de trabajo…
Otro aspecto a tener en cuenta es el relativo a la posibilidad de plantear al Juez
recomendaciones, o bien darle consejos o sugerencias, en relación a un concreto asunto:
así, por ejemplo, la indicación de que se trata de un caso muy trascendental, aconsejando
dedicarle una plena atención. A ello se refiere el ya mencionado artículo 8.6 del Código de
Ética de la BMA.

Esta actitud es del todo improcedente, ya que podría entenderse como una desconsideración
hacia la profesionalidad del Juez. Además, hay que tener en cuenta que el Juzgador puede
considerar la recomendación, o la solicitud de "estudiar con especial detenimiento" un
asunto, como una falta de respeto a su integridad y diligencia6. También resultan muy
inadecuadas las observaciones acerca de la conveniencia social, o política, de resolver en
un determinado sentido, sobre las posibles consecuencias negativas de un determinado
fallo, etc. Tales observaciones pueden llegar a constituirse en verdaderas presiones. Tal
sería el caso, por ejemplo, de los posibles comentarios de Abogados de narcotraficantes o
delincuentes peligrosos, en relación a las consecuencias que podría tener para la sociedad
el dictar sentencias condenatorias para sus patrocinados.

Por otro lado, el respeto y la cortesía del Abogado hacia el Juez deben distinguirse,
claramente, de la adulación servil. El Abogado tiene que saber conjugar dicho respeto y
colaboración, con una exquisita "distancia" con los Magistrados. Se trata,
fundamentalmente, de no buscar relaciones de familiaridad y confianza servil, con la
finalidad de obtener favores o actitudes benévolas en los procesos. Tampoco parece muy
adecuado que, en general, se hagan demostraciones públicas, o en los medios de
comunicación, de estrecha amistad, o de gran familiaridad, entre Jueces y Letrados que
abogan en un mismo Tribunal. También debe quedar excluido, lógicamente, el enviar
regalos o muestras de agradecimiento a un Juez, no sólo durante un procedimiento en
curso, sino también tras haberse dictado una sentencia o resolución recta e imparcial. En
este caso, conviene tener en cuenta que la conducta realizada puede llegar a constituir un
delito de cohecho.

5
Lega, C., Deontología de la profesión de Abogado, op. cit., pág. 202.
6
Gómez Pérez, R., Deontología Jurídica, op. cit., págs. 101-102.
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4.3. El respeto: derecho y deber recíprocos

Se ha señalado anteriormente que las exigencias de cordialidad y respeto son recíprocas.


En consecuencia, también los Jueces y el resto de profesionales que se relacionan con el
Abogado tienen un deber de respeto hacia éstos, y estar dispuestos a la colaboración. La
supremacía y especial posición del Juez en el proceso, demanda, no sólo que su función sea
socialmente respetada, sino también que él mismo esté a la altura ética de la dignidad que
se le atribuye. Ello implica, entre otras cosas, la exigencia de un trato adecuado, una actitud
de cortesía y consideración hacia todos aquellos que, por diversas causas, entran en relación
profesional con él: ya sean Abogados, testigos, peritos, demandantes, encausados, etc. La
educación y el respeto, en el modo de dirigirse a ellos, es una clara muestra de que el
profesional está a la altura de la dignidad de su cargo. Por supuesto, debe quedar totalmente
erradicada cualquier actitud que implique desconsideración o desprecio a las personas7.

Para Carnelutti8, tal obligación recíproca conlleva también, para ambas partes, un deber
adicional: el saber excusar las eventuales salidas de tono causadas, en ocasiones, por la
tensión que implica la misma situación en la que se encuentran los profesionales. Para este
autor, en el proceso, el humanismo de los jueces no es menos necesario que el de los
Abogados. También en esta línea, para Malem Seña9, "a los jueces se les debe exigir cierta
contención en sus acciones para poder ofrecer una imagen de ecuanimidad, objetividad e
imparcialidad”. Ya se ha señalado que el artículo 7.3 establece la necesidad de presentar
acusación ante las autoridades competentes o ante el Colegio de Abogados cuando haya
fundamento de queja.

Por último, también es importante insistir en que el ya mencionado artículo 7.5 obliga a los
Abogados a exhortar a sus patrocinados o clientes a la observancia de una conducta
respetuosa hacia las personas que actúen en los procedimientos.

4.4. Respeto de los horarios

7
Como señala Rojo Urrutia, el ejercicio de la actividad de enjuiciar "tiene siempre el peligro de
suscitar en el ánimo del juez un cierto sentimiento de superioridad, del que algunos no logran, en
ocasiones, desprenderse (Vid. Rojo Urrutia, R., "La justicia penal ante el hombre", op. cit., pág. 911;
Atienza, M., "Virtudes judiciales", en Claves de razón práctica, núm. 86, octubre de 1998).
8
Carnelutti, F., "Mortificare la difesa?", op. cit., pág. 68 y ss.
9
Malem Seña, J., "¿Pueden las malas personas ser buenos jueces?", Doxa, núm. 24, 2001, pág. 379.
Malem Seña, J.F., "La vida privada de los jueces", en Malem, J., Orozco, J., Vázquez, R. (comp.), La
función judicial. Ética y democracia, op. cit., pág. 175.
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Una exigencia tradicional de la ética profesional es es la necesidad de respetar los horarios


en las actuaciones judiciales. Ciertamente, la puntualidad, que es una norma básica de
respeto en la vida social, adquiere especial relevancia cuando se traslada al ámbito de la
Administración de justicia.

Con respecto al Abogado, este deber exige:

-Cumplir los horarios establecidos.

-Informar, con la debida antelación, al Juzgado o Tribunal y a los compañeros que


intervengan, sobre cualquier circunstancia que impida al Abogado, o a su cliente, acudir
puntualmente a una diligencia.

En este punto, podemos matizar que, con carácter general, los Jueces o Tribunales,
siguiendo el orden establecido de los señalamientos, no suelen esperar al Abogado cuando
éste no acude puntualmente10. En esos supuestos, el acto procesal se celebra sin su
concurso. Por ello, en el caso de los Abogados, la puntualidad constituye, no sólo una
exigencia de respeto a los Tribunales, sino también un estricto deber de diligencia frente al
propio cliente.

Con respecto a los Tribunales cabe reseñar que, en la práctica, el retraso es bastante
habitual y el Abogado –por muy diversas razones-, no suele poner en conocimiento de
ninguna instancia esta incidencia. Sin embargo, en España, el artículo 40 del Estatuto
General de la Abogacía establece que:

“Los abogados esperarán un tiempo prudencial sobre la hora señalada por los órganos
judiciales para las actuaciones en que vayan a intervenir, transcurrido el cual podrán
formular la pertinente queja ante el mismo órgano e informar del retraso a la Junta de
Gobierno del correspondiente Colegio para que pueda adoptar las iniciativas pertinentes”.

10
Con ello no se quiere indicar que siempre ocurra así. De hecho, en algunos casos, los Jueces o
Tribunales, tras haber recibido información relativa a cualquier circunstancia que impide al Abogado
acudir puntualmente, retrasan la diligencia para que, efectivamente, pueda estar presente.

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