0 Bewertungen0% fanden dieses Dokument nützlich (0 Abstimmungen)
46 Ansichten18 Seiten
El documento resume las enseñanzas de la Iglesia católica sobre el problema del mal, indicando que aunque Dios es bueno, el mal existe debido a la libertad del hombre para elegir el pecado. La Iglesia ofrece la fe cristiana como respuesta a esta pregunta, señalando que aunque no entendemos los caminos de Dios, al final veremos que Él puede sacar el bien aun del mal.
Originalbeschreibung:
Originaltitel
6. Enseñanzas de la iglesia católica sobre el problema del mal
El documento resume las enseñanzas de la Iglesia católica sobre el problema del mal, indicando que aunque Dios es bueno, el mal existe debido a la libertad del hombre para elegir el pecado. La Iglesia ofrece la fe cristiana como respuesta a esta pregunta, señalando que aunque no entendemos los caminos de Dios, al final veremos que Él puede sacar el bien aun del mal.
El documento resume las enseñanzas de la Iglesia católica sobre el problema del mal, indicando que aunque Dios es bueno, el mal existe debido a la libertad del hombre para elegir el pecado. La Iglesia ofrece la fe cristiana como respuesta a esta pregunta, señalando que aunque no entendemos los caminos de Dios, al final veremos que Él puede sacar el bien aun del mal.
problema del mal “Si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?” (Catecismo, n. 284). “La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal” (Catecismo, n. 272). “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal?” (Catecismo, n. 309). “El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. Para la Iglesia no hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal” (Catecismo, n. 309). Es cierto que “en su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor’. Sin embargo, ‘en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo en estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección” (Catecismo, n. 310). “Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas”... (Catecismo, n. 312). Uno de los ejemplos que menciona y resalta el Catecismo es la Muerte del Hijo de Dios hecho hombre: Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien”. (Catecismo, n. 312). En conclusión la Iglesia pide a los cristianos profesar su visión de fe en este misterio de la existencia del mal diciendo con el Catecismo: ‘Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios ‘cara a cara’ (1 Co 13,12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra’ (Catecismo, n. 314) “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo...La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su” historia (GS 1). “En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad…(la Iglesia) sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (GS 3). “Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios...Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación…” (GS 13). “... el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado (encadenado) entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo (cf. Jn 12, 31), que le retenía en la esclavitud del pecado. El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud” (GS 13). El hilo conductor de la constitución Gaudium et Spes será la apuesta de la Iglesia para establecer relaciones interhumanas, en todas sus dimensiones, basadas en la paz, la justicia y la solidaridad. Con otras palabras, propone fundamentos evangélicos (o basados en valores evangélicos) para para afrontar y desaparecer el mal que existe en el mundo y que hiere a los seres humanos. “Así como otrora Israel, el primer Pueblo de Dios, experimentaba la presencia salvífica de Dios cuando lo liberaba de la opresión de Egipto, cuando lo hacía pasar el mar y lo conducía hacia la tierra de la promesa, así también nosotros, nuevo pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da "El verdadero desarrollo, que es para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas. Menos humanas: las carencias materiales de los que están privados del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener y del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones” (DM Introducción a las conclusiones). “La Iglesia Latinoamericana tiene un mensaje para todos los hombres que, en este continente, tienen "hambre y sed de justicia". El mismo Dios que crea al hombre a su imagen y semejanza, crea la "tierra y todo lo que en ella se contiene para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados puedan llegar a todos en forma más justa" [GS 69], y le da poder para que solidariamente transforme y perfeccione el mundo [Cf. Gén 1, 26; GS 34]. Es el mismo Dios quien, en la plenitud de los tiempos, envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes a que los tiene sujetos el pecado [Cf. Jn 8, 32-35], la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión, en una palabra, la injusticia y el odio que tienen su origen en el egoísmo humano...El origen de todo menosprecio del hombre, de toda injusticia, debe ser buscado en el desequilibrio interior de la libertad humana, que necesitará siempre, en la historia, una permanente labor de rectificación” (DM 3) “Vemos, a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe. En esta angustia y dolor, la Iglesia discierne una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos y que tienen la capacidad de cambiar: «que se le quiten barreras de explotación... contra las que se estrellan sus mejores esfuerzos de promoción» (Juan Pablo II, Alocución Oaxaca 5: AAS 71 p. 209)” (DP 28). Los documentos conclusivos de las Conferencias Episcopales de Medellín y de Puebla continúan con la lógica del Concilio Vaticano II, en concreto con lo propuesto en la Constitución Gaudium et Spes. El aporte innovador que hacen cada una de las Conferencias es contextualizar en la realidad latinoamericana lo dicho por el CV II e iluminar, a la luz del mismo Concilio y la Palabra, la historia de los pueblos latinoamericanos y el paso de Dios en ellos a través de su devenir histórico, desenmascarando el mal . “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (LS 1).