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Claudio Iglesias ofrece una visión panorámica del decadentismo en Francia, movimiento que engarza la enfermedad, la figura del dandy y los placeres malsanos.
Originaltitel
PRÓLOGO A LA ANTOLOGÍA DEL DECADENTISMO- CLAUDIO IGLESIAS
Claudio Iglesias ofrece una visión panorámica del decadentismo en Francia, movimiento que engarza la enfermedad, la figura del dandy y los placeres malsanos.
Claudio Iglesias ofrece una visión panorámica del decadentismo en Francia, movimiento que engarza la enfermedad, la figura del dandy y los placeres malsanos.
ANTILAIGIH DEL
DECHDENTISME]
PERVERSION, NEURASTENIAY ANARQUIA
EN FRANCIA
1090
1900
JEAN LORRAIN
VILLIERS DE LISLE - ADAM
J.BARBEY D'AUREVILLY
J.RICHEFIN O. MIRBEAC
REMY DE GOURMONT
MARCEL SCHWOB
SELECCION / TRADUCCION / PROLOGO
CLAUDIO IGLESIAS
NUMANCIACz PROLOGO 5La historia de la literatura suele ser injusta con los fenémenos que le
resultan incémodos. En el caso que nos ocupa, el movimiento lite-
rario que aparecié en Francia alrededor de 1880 con el nombre de
decadentismo, numerosos factores han conducido al olvido casi per-
fecto de la constelacién de escritores que eslabonaron el paso de un
siglo a otro y que vivieron en carne propia el desdnimo fértil de nacer
entre dos épocas. Evidentemente el primer problema del decadentis-
mo es curricular: su situacién cronolégica suele dejarlo fuera de los
campos de investigacién y estudio relacionados con la literatura del
siglo XIX y del siglo XX. Su insercién en la primera de estas asigna-
turas es quizas peor, y gran parte de la mala fortuna de los escritores
decadentes (en cuanto a la difusidn selectiva de sus textos, en cuan-
a formas convencionales de interpretar su poética) depende del
10 de haber sido leidos como parte de un capitulo de la historia
ia que se encontraba cerrado en un ctimulo de problemas sufi-
remente articulados con anterioridad. También colaboré, en este
ierro de lo que estaba vivo, el paladar convencional de lectores10
creaciones de Joris-Karl Huysmans y Octave Mirbeau, tan accesibles
para un lector contempordneo, estaban sencillamente mal escritas.
Estas cuestiones de gusto tienen mds peso de lo que se cree
habicualmente a la hora de articular un canon, en la medida en que
el gusto puede investir problemas politicos y culturales muy espj.
nosos. Lo cierto es que, como sefialé recientemente Juan Ritvo, ¢
decadentismo fue suprimido de las historias literarias francesas de
buena parte del siglo XX, en el capfeulo tocante a la segunda ming
del siglo XIX." Lo que ha persistido de este perfodo (que cons
misma desaprensién podrfamos llamar fin de siecle, Belle Epoque,
etc.) es la poesfa, encarnada en Verlaine, Rimbaud y Mallarmé, y
clasificada en bulto como simbolista, mientras los autores vincula-
dos con el decadentismo tendfan a sobresalir en las formas de la
prosa, desde la ficcién hasta la crénica, pasando por la critica y el
ensayo. El simbolismo se convirtié asf en la poética representativa
del fin de siglo francés; el decadentismo fue elidido o sdlo mencio-
nado como la fase negativa de la nueva poesia. El alcance de este
quedan suficientemen-
historiador oficial del
de su obra cen-
atencias doctri-
fusamente y legado
elextranjero. Gustave
de Ua listérarure francaise
o prescinde de todos
“Francia recibiéética decadente, que no pudo pasar la criba de esta filologia sedu-
cida por el misterio de la divinidad? Es necesario que nos sumerja-
mos un poco para llegar a las aristas abisales del concepto de deca-
dencia, demarcar sus lfneas generales, sus implicancias y sus riesgos,
as{ como la problematica transitiva a la creacién literaria de quie-
nes se identificaron con él.
Como grupo literario (de los muchos que surgen en el tar-
dio siglo XIX francés) reunido en torno de una publicacién, Le
Décadent, e\ decadentismo vio la luz en 1886, bajo el mando de
Anatole Baju.* Muchos de los escritores que aqui retomamos co-
laboraban en esa revista dirigida con igual proporcién de capricho
y autoritarismo por quien era por naturaleza un polemista que se
desdoblaba como Jules Villette y bajo ese seudénimo escribia sus
injurias mds picantes y destructivas. Baju, sin embargo, no descu-
brid la decadencia ni fue muy Iticido a la hora de precisar su alcan- «
ce. Ya en 1884 aparecfa una novela que iba a causar un furor du-
radero: A rebours, de Joris-Karl Huysmans, considerada la “biblia
decadente”, muy lefda como decdlogo de bizarrias y poco transi-
tada como ensayo, siendo casi principalmente, sin embargo, un
cuaderno de notas criticas, con un bosquejo narrative minimo y
penetrantes paginas dedicadas a la experiencia estética, la natura-
leza del arte moderno, el desmoronamiento de la civilizacién y el
concepto de decadencia. Precisamente, es a partir de este concep-
to que Huysmans hereda y forja una tradicién susceptible de ser
leida bajo su luz.
Hay una larga historia del término décadence en el siglo XIX
francés; quienes siguieron sus brillantes oscilaciones semanticas
“El sentido misterioso de la existencia”; “La poesfa, cosa sagrada”; “El poeta, emisario de
Dios", etc., ete.
3. De todos los grupos previos, tiene especial relieve la filiacién que va del Cercle Zusique,
de comienzos de la década de 1870, a los Hydropathes (luego Hinutes) desde 1878 y defini-
tivamente al entorno del Chat noir a partir de 1881. La caracteristica central de estos gru-
pos es el afin burlesco tefido de radicalidad politica. En todos los casos, el grupo cuenta con
tun érgano de difusién, una revista de pequefio formato.
it12
constataron como se produjo una mutacién del significado, desde
el juicio desaprobatorio (centrado en los reveses politicos y las con.
) hasta su reivindicacién basada en la aparicién de
un significado nuevo: la modernidad de las formas. Es Baudelaire
quien inaugura este camino en su estudio consagrado a Edgar Poe
y que constituye un manifiesto premonitorio de lo que lama lite.
ratura de decadencia, Dice alli Baudelaire que
vulsiones sociales
-avel sol que golpeaba todo con su luz blanca y derecha pronio
inundaré el horizonte occidental de colores variados. Y en los
arabescos de este sol agonizante, algunos espiritus poéticos en-
contrarén delicias nuevas.*
Esta ligaz6n mitica entre el ocaso de la cultura y la aparicién
de formas artisticas inéditas caracteriza al decadentismo y da la me-
dida de sus contradicciones. En tanto los escritores de aquel fin de
siglo extremaron el juego de este concepto, tocaron limites insospe-
chados, que quizés ni ellos mismos esperaban y de los que dificilmen-
te pudieron volver. Pues la historia de los decadentes esté llena de
conversiones, arrepentimientos, fracasos o finales espantosos y silen-
ciados, muchas veces teftidos de gestos macabros. La modernidad
aparece como el epifendmeno de lo tardio, la época de los que “na-
cieron tarde”, cuando todo fue dicho. Pero este estadio terminal es
también un inicio y una prefiguracién, El decadentismo, incipiente
vanguardia literaria fue un proyecto trunco cuya marca en la vida
intelectual francesa no se agora en su elocuente ausencia de la histo-
ria oficial, pues ya habja dejado su huella en André Gide y Alfred
Jarry, no menos que en el sutrealismo y en Artaud, por limitarnos al
campo francés. La rehabilitacién de la figura del marqués de Sade
como punto cardinal de la reanion literaria moderna que caracteri-
zaa buena parte de la produccién intelectual francesa ulterior su rge
‘Charles Baudelaire, “Notes nouvelles "
oe welles sur Edgar Poe” (1857), en Euores completes, Parts,
de
a
ae
an a
ot MR ee TE ewdel tronco de la erudicién decadente, cuyos representantes mas des-
tacados no se limitaron a leer y comentar a Sade, sino que incluso
avanzaron en el establecimiento de sus textos y en su estudio profun-
do en un momento en que la obra del divino marqués estaba oficial-
mente prohibida. No sorprende de parte de los decadentes el despar-
pajo para entrar en relaciones con un autor proscrito, ya que buscaban
ellos mismos la prohibicién de sus obras como un condimento que
potenciara su goce. Y Sade es s6lo un hito en la historia de sus lectu-
ras; otros, mas difundidos, son Thomas de Quincey, el ya citado Poe
y Swinburne; y las hagiografias, las ciencias ocultas y la magia negra,
que disputaban el espacio vacante del Dios cristiano con la Ciencia
positivista que venia a suplantarlo. El clivaje moderno del decaden-
tismo radica no sdlo en la vigencia del enunciado kropotkiniano (“des-
truir para crear”), sino también en el empefio por leer Ia historia li-
teraria a contrapelo, pensando la literatura como vinculo conflictivo
atravesado de tradicién y ruptura. Si ya en el siglo XVIII se veia cier-
to valor contaminante en la novelistica inmediatamente anterior al
apogeo romédntico (las novelas del inglés Richardson, del abate Prévost,
etc.), el decadentismo equipara el texto literario con un téxico, un
discurso cuyo vigor esté en su capacidad de corromper. Des Esseintes,
el héroe de A rebours, ordena su biblioteca en funcién de una tradi-
cién hasta entonces pasada por alto, y en la que no hay lugar para los
clisicos: la de los névrosés los espiritus exangiies y afinados cuyas pa-
tologias nerviosas, llenas de matices individuales y sobresaltos, encar-
nan un estilo, Fl sol agonizante de Baudelaire, de cuya blancura surge
un colorido ocaso, se declina as{ en diferentes redes teraticas cuya
indagacién corresponde a las secciones de nuestra antologla que, més
que clasificar los textos, operan como incisiones quirtirgicas en una
materia sumergida,
El margen enfermizo de la literatura viene dado por la forma,
y toda la batalla con el simbolismo canénico pasard por la significa-
cién de este término, Lo que estd en juego es la lengua y su cardcter
de objeto en la literatura heredera de Baudelaire; el decadentismo
1314
>
encarna este problema y lo define como estilo a partir del con
de lengua-carne al que Huysmans dedica profusas p4ginas ae :
tada novela. El nerviasismo del estilo de De Quincey, por Sete ‘a
remite a un extrafio fundamento fisiolégico del texto, que se cane?
be como tejido vivo en estado de descomposicisn. La reivindicag,
de la lengua faisandée (pasada, casi podrida) del latin posclésica
medieval da la pauta del proyecto decadente: asi como el latin d
César, de una regularidad militar, se trastorné a lo largo del Baj
Imperio y dio lugar a formas variadas y fragmentarias, la literatun
decadente deberd operar sobre la lengua y descomponerla provocan.
do la aparicién de colores nuevos y multiples. Esta programatica his.
t6rica es muy diferente del formalismo vacfo de muchos poetas sim-
bolistas y, mds atin, del platonismo estético que restaura Jean Moréas
al prescribir que la lengua debe “vestir a la Idea” en su manifiesto li-
terario Le symbolisme, publicado poco después de la formacién det
grupo decadente y con el claro objetivo de distanciarse de él?
Si el simbolismo logré extirpar de la literatura el concepto
de decadencia, también depurd suficientemente la misma nocién
de simbolo, esbozada en la filosofia del arte de Baudelaire y signi-
ficativamente configurada en Mallarmé y Huysmans. Releyendo A
rebours encontrarfamos que el simbolo se define por su relacién, no
con la Idea, sino con el lector, segtin una teorfa de la recepcién cuya
pauta central es la incomprensién del arte de avanzada por el gran
puiblico y su comprensién por un lector ideal, en el sentido de se-
Jecto, destinado a una relacién amorosa con el texto que lee, capaz
de interpretarlo y valorarlo en funcién de su propia condicién en-
fermiza: una suerte de afinidad electiva. Esta relacién, de largo alien-
to en el siglo XX, es la de Des Esseintes con su biblioteca, que se |
reduce de relectura en relectura llegando a destilar un tinico libro, |
rilegio en el que se concentra todo el deletéreo néctar de la
alles histricos sobre las polémicas entre el decadent y el simbolismo que tie
‘as{ como los textos que las encarnaron, se encuentran en “Decadencia, simbolismo.
ifiestos y polémicas”, al final de este libro.|
{
eva literatura, con unos pocos textos breves por cada autor. Asi
nu
se reinterpret Ja tradicién filoséfica segiin la cual lo simbélico ocul-
tay revela ala vez su significado: el simbolo suscita es
y rechazo por parte de los burgueses y también, hace tremolar a
Jector exquisito que lo recibe con pasion ylo deshoja. Hay una |6-
gica modernista en esta bidimensionalidad, destructiva ~del buen
sentido, de los lugares comunes, de la comprensién vulgar-, y cons-
tructiva —de otra tradici6n, una tradicién subterranea que vuelve a
escribir la historia de la literatura o la lee al revés-.
La clave filoséfica que explora el decadentismo no se agora,
sin embargo, en esta subversion mérbida de la experiencia estéti-
ca. Igualmente importante cs la primacia de las variaciones, y no
de las esencias; de los matices ~citando a Verlaine~y no de los co-
ores. Paul Bourget, otro de los tedricos fundamentales, concibié
la significacion mutante del concepto de decadencia como el pre-
dominio del fragmento:
Un estilo de decadencia es aquel en el que la unidad de la obra se
descompone y deja lugar a la auronomfa de la pagina; la pagina
deja lugar a la autonomfa de la frase; la frase, a la autonomia de
la palabra.*
Bes erring oe y aparece lo singular; los géneros
See ie ores ee €n prosa, anémico y conta-
ae ee anes yagonia confluyen eneste
Howes acon ce gadura trasciende la curiosidad de fi-
Bees “omposicién fisiolégica es propuesta por
mee ee ieee alegérico que puede travestirse con la
aelecen nee a yala sociologta. Festejar la decaden-
‘nid los lazos sociales, la independencia de los
Fespecto al conjunto. Si la sociedad es un organis-
6. Paul Bourget, Esais de, i
Paxchologie contemporaine (1883-1886), Paris, Plon, 1920, t. 1, p.20.
1516
mo -y la episteme de la época no lo discute-, los névrasés son edly
las que enferman y se independizan, agigantadas, poniendo en =
go la vida de la totalidad:
Sila energla de las células deviene independiente, los organisa,
que componen el organismo toral cesan de subordinar su enexg
ala energéa total, y la anarquia que se establece consticuye lade
cadencia del conjunto. El organismo social no escapa a esta ley,
sino que cae en decadencia, por el contrario, tan pronto como k
vida individual crece desproporcionadamente.’
El cardcter tumoral de la decadencia aparece as{ en el centro
de una interrogacién politica sobre el futuro de la sociedad, y el
campo intelectual se dividiria a partir de ella. Asi como Jules Barbey
d’Aurevilly profetizé que al autor de A rebours se le abrfan dos ca-
minos, el del suicidio y el de la religién, puede decirse que la asi
milacién del concepto de decadencia por Ia literatura finisecular
francesa dividic las opciones entre el nacionalismo militarista (cuya
propuesta consistié en reorientar la “energfa” hacia el cuerpo social,
entendido como totalidad organizada) y el anarquismo propiamen-
te dicho, tendiente a la disolucién, no de la sociedad en sf misma,
sino de Ja forma en la que esta se presenta. Precisamente, la opcién
estética por el anarquismo constituyé una opcién por el individuo
frente a la organizacién de los poderes institucionales y su inter-
yencién en lds formas de la vida. En el contexto conceptual del tar-
dio siglo XIX, el discurso anarquista —y el del modernismo estéti-
co, que se le adhiere— tiene la particularidad de asignar al individuo
un valor irreductible a lo social, la clase, la nacién, el tipo, la raza
y el género. En esta medida, el discurso anarquista es, también, uno
de los pocos capaces de enfrentar la ofensiva biopolitica que se or-
ganiza a partir de estas nociones. Si las mentes de inteligencia hi-
Paul Bourget define al névrosé contem;
“espltitu de andliss".
}poraneo como el individuo que sufte un
=perdesarrollada -siguiendo el razonamiento comin a Bourget ya
Remy de Gourmont— son malformaciones de la civilizacién, la ho-
meostasis del cuerpo social lidia, igualmente, con otro tipo de la-
cras producto de la modernidad: criminales, manfacos y perversos
son identificados, clasificados y demonizados por un aparato de
medicalizacién encarnado en la ciencia psiquidtrico-forense y su
sistema carcelario y asilar. La literatura decadente —junto con el
grueso de las principales poéticas europeas del perfodo, incluyen-
do a Wagner, a Dostoievski, a Ibsen, etc.— es contempordnea de
esta ofensiva higienistica, y su inctiminacién es palpable en dos
muy lefdas obras del alienista italiano Césare Lombroso y de su dis-
cipulo aleman Max Nordau, Genio e follia y Entartung, respectiva-
mente. Los escritores modernos, en esta clave de lectura médica,
fueron tomados como ilustraciones de la patologia y la degenera-
cién, superando apenas, en claridad y distincién, a las prostitutas
y ala flora urbana del lumpenproletariado. Se produjo asf una si-
tuacién curiosa, de apropiacién y a la vez de enfrentamiento, entre
psicopatologia criminal y literatura de ficcién, que comenzaron a
leerse y discutirse mutuamente. El decadentismo rompié el huevo!
del naturalismo —cuyo programa legendario consistfa en reducir la
novelistica al método experimental—en la medida en que pudo re-
conocer estructuras de pensamiento mitico en la propia ciencia.*
La incorporacién del discurso psicopatoldgico (y patologizante) en
la literatura de Huysmans, Mirbeau, Villiers de I'Isle-Adam y otros
autores tiende precisamente a lacerar los fundamentos conceptua-
les de la Ciencia, revalorizando sus estigmas y poniendo en ridicu-
lo sus afinidades nigroménticas, sus quimeras y sus crimenes.
8. Muchos de los textos reunidos en ese libro recorren el elocuente vinculo entre el positivs-
mo psiquidtrico y una amplia esfera de supersticiones y fendmenos paranormales. La apoteo-
sis rardia de esta hermandad radica, tal vez, en el libro que Lombroso dedica al espiitisimo
como hecho positivo, Spirisiome et hipnotisme (edicado en Francia, con prélogo de Gustave Le
Bon, en 1910). Alli arrepintiéndose de su anterior escepticismo, el padre del aparato médico-
Jegal moderno avala la evidencia de los fenémenos paranormales y os compara con otros como
la radioactividad, que por la misma época jaqueaban ciertas leyes cientificas tradicionales
17Serfa erréneo, sin embargo, considerar al decadentismo it
mero vehiculo de fomento de la enfermedad y la perversign,
Igualmente preciso es, en este punto, retrotraer la fascinacién de.
cadente por el crimen, la prostitucién y la parafilia a un Paradigm,
de identificacién que trasciende los peregrinos diagnésticos de los
médicos de la época y que se entronca directamente con fenéme-
nos y procesos dispares, entrelazados en la evolucién social del arte
alo largo del siglo XIX. Ocurre que esta identificacién del artista
con las “lacras de la sociedad” est4 insoslayablemente vinculada con
la profesionalizacién de la actividad literaria en el siglo XIX.’ Con
el desarrollo del mercado editorial y de la prensa (contemporaneo
del afianzamiento de la burguesfa en el poder, a partir de la revolu-
cién de 1830), la tradicional discusién sobre la funcién de la lite-
ratura adquirié un matiz nuevo, relacionado con la satisfaccién de
las dudosas demandas estéticas del mercado. La teorfa del arte por *
el arte, que alrededor de 1850 se instalé en Ja discusion intelectual
18 parisina, vino a rechazar tanto la funcién instructiva que la tradi-
cién daba a la literatura como, sobre todo, su valor de entreteni-
miento, su codificacién genérica sesgada de acuerdo con los gustos
del puiblico, dvido de recibir distraccién y consuelo (distraccién que
se verifica intraliterariamente en la primacta de la intriga, del ro-
mance, etc.). Por eso la teoria del arte por el arte fue una doctrina
fundamentalmente provocativa, que del “desinterés” de lo estético
kantiano extrajo la legitimaci6n de un arte inmoral cuya principal
vocacién era hacer temblar al burgués —formulacién esta que seria
retomada tan elocuentemente por el terrorismo anarquista~. El re-
clamo de modernidad artistica que articularon Théophile Gautier,
A diferencia de ots campos de expecializacin, el campo literariosuftié una profesiona-
in frutrada cuyo emergence fue una case marginal, la bohemia, marcada por el des-
plaindolencia y tants ots precepcos dela moral baudelaireana del genio, La identi
al artista con cl arstérata (dos vértices de un wiéngulo identitario cuyo tercer
tsla prostitute criminal ol loco) pare del hecho elocuente de que ambo
son fundamentalmente insiles, con mayor énfasis, eae
que encarnan, desde distintas premisas,
del enfrentamiento con-Baudelaire, Gustave Flaubert y otros adalides del art pour / ‘art cons-
riruy6 en verdad una disrupcién en la relacién de la practica artis-
tica con el cuerpo social basada en la conviccién de que, para ser
moderno, el arte debfa disgustar. El “repliegue” de lo social, el no
compromiso con una causa partidaria, fue la condena del ascenso
de la burguesia, de su forma institucional, la democracia parlamen-
taria, y de su formulacién ideolégica, la idea de progreso.
Lo que esta en juego en la literatura de este periodo (al
menos, en sus voces centrales) es una voluntad, casi una responsa-
bilidad de sacudir al piblico del sopor en que lo envuelven los dis-
cursos dominantes —el de la politica partidaria, el de la religién, el
dela salud-; el decadentismo radicaliza este deseo, plasmandolo en
un uso muy singular de la interyencién polémica y en la semanti-
ca del concepto de mistificacién.
“Es, en verdad, una inmensa mistificacién”, dice Huysmans
de su novela, en una carta a Zola, lamentando que haya sido lefda
en clave ideolégica —ejercicio abstruso cuya meta fue reconocer si
el autor era catélico, anticlerical o conservador—."° Mistificacién,
término que se define como “abuso de la credulidad ajena”, revela
en toda su dimensién el ejercicio decadente del credo estetizante,
que no se limita a proclamar la libertad del arte frente a lo bueno
y lo verdadero, sino que busca la comprensién estética en este pre-
ciso sentido~ de cualquier cuestién dada.
Burlones cuyo arte es el de aparentar seriedad, los mystifica-
feurs van a asumir un tono grave para examinar si el hipnotismo era
mejor antes de ser considerado una ciencia estricta; si una sesién de
“spiritismo puede resolver el problema filolégico de la atribucién de
4una obra de fe; si las tuberculosas son las mejores amantes, dado que
Be tread tenes
: , al magnetizador
Que lo instigé, a los jueces 0 a los verdugos, etc., etc. Cuestiones que,
10.J-K. Huysmans, Lets inédites a File Zola, Génova, Dro2, 1953, p. 104,
1920
en su misma enunciacién, se burlan de los poderes y su uso ge
bere y valores. Si hay una etica del artfcio en los decade
saliente menos conocida quizds sea esta virtud retérica, este sey
polémico por arruinar cualquier problemdcica piblica, discutiend,
con el tinico fin de yencer el hastio del conocimiento Positive y
poner en su lugar el humor, que circula entre los géneros con tox
desparpajo. Pues los decadentes hicieron circular la misma bilis ale.
gre en colecciones de cuentos, novelas y crénicas, sin prestar mayor
atencién a discernir una obra culta de un articulo periodistico, con-
siderando que cualquier medio era bueno para acumular denuncias
por ultraje a la moral ptiblica, Precisamente, esta literatura en cuyo
cielo brillan los poemas en prosa de Baudelaire est orgullosa de no
reconocer fronteras entre los géneros literarios. Gourmont ha escri-
to obras de teatro mudo, protagonizadas por nubes; Lorrain, una
autobiografia en piezas breves y abroqueladas; Huysmans, por su
parte, criticas de arte que son transcripciones oniricas.
La decadencia fue, asf, mucho mds que declive y ocaso. Fue
también un estado animico y literario especial, una ecuacién alqui-
mica que dio forma a lo nuevo en la descomposicidn de lo viejo,
un nihilismo irrepetible y depurado, hecho de desesperanza y sorna.
Esca antologfa intenta recuperar ese humor que caracterizé
al decadentismo y que se valié por igual del monélogo vodeviles-
coy de la prensa. Sus paginas albergan cuentos, nouvelles y distin-
tos textos breves en prosa, regiones inexploradas de la ciudad y del
pensamiento, trajes, vestidos, méscaras, flores, perfumes y especias
de todo tipo, apetitos originales, filosofemas inéditos, nervios in-
déciles, frecuentes invitaciones a la risa y, sobre todo, ese desénimo
corrosivo cuyas ruinas dispersas fueron una referencia insoslayable
para buena parte de la literatura del siglo XX.
Claudio Iglesias