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PERO YO
OS DIGO

ALESSANDRO PRONZATO

COLECCIÓN HINNENI
ALESSANDRO PRONZATO

PERO YO OS DIGO
HINNENÍ Reflexiones conciliares
para religiosas
80

QUINTA EDICIÓN

EDICIONES SIGÚEME
Apartado 332
SALAMANCA

1969
Tradujeron J. SÁNCHEZ y A. ORTIZ, sobre la 4. a edición del original italiano
...Ma io vi dico, publicada en 1967 por Piero Gríbaudí, de Toríno - Censor:
JUAN S. SÁNCHEZ - Imprímase: MAURO RUBIO, obispo de Salamanca
8 de setiembre de 1967

ÍNDICE

Prólogo 11
1. «...Pero yo os digo» 17
2. «¡Mucho más limpio!» 21
3. Un oficio en crisis 27
4. Prohibido el balbuceo 32
5. Nosotros, Iglesia 39
6. Convertirse al mundo 44
7. Es pecado envejecer 49
8. La pobreza, condición de juventud 53
9. Una nueva edición del evangelio 56
10. Cuando llega la hora de predicar con la vida . . 61
11. ¿Te gusta tu semblante? 64
12. Mi vocación, o sea «un Dios capaz de todo» . . 68
13. ¡Paso a Dios! 70
14. Las dos llamadas 75
15. ¿Tienes fiebre? ¡Estupendo! 78
16. Consagración 82
17. La «función escatológica» de los votos . . . . 84
18. La vida religiosa como «signo» 89
P. Gribaudi, editora, 1966 19. La grandeza 93
Ediciones Sígneme, 1967 20. Las manos libres 97
21. El contratestimonio de los votos 101
22. A él, lo encontramos aún más abajo 106
Núm. edición: ES. 158
23. La pobreza como amor 111
24. Acróbatas de la pobreza 115
25. Fantasía en la pobreza 120
ES PROPIEDAD PRINTED IN SPAIN
26. El rico entra en el convento 125
27. Con el sudor de la frente y del corazón . . . . 131
Depósito legal: B. 36123-1968 - Imp. Altes, s. L.. Caballero, 87, Barcelona-15 28. Los pobres, sacramento de Cristo 137
29. Mensaje de la Virgen: pobreza quiere decir dejar 67. Jesús, nuestro cómplice 309
que el Señor haga «cosas grandes» 142 68. A ambos lados de la puerta 312
30. ¡Soy libre! 146 69. Higiene de la oración 318
31. «Yo escogí la realidad» 152 70. ¡Fuera el paraguas! 322
32. Castidad y cruz 158 71. En el principio era la oración 326
33. La castidad no existe 160 72. El perro con gusanos 331
34. La Iglesia, nuestra hija 165 73. Sólo los fotógrafos saben rezar 335
35. Corazón de piedra y corazón de carne . . . . 170 74. Oración, pedagogía de Dios 339
36. A la escucha 176 75. Prescindir de lo que pedimos 342
37. Haciendo un poco de alquimia 181 76. Una piedra en el zapato 345
38. Los profetas obedientes 186 77. Oxígeno para nuestra oración 348
39. ¿Quieres ser un borrón? 192 78. Bienaventurados los inútiles, porque sólo ellos son
40. «Para ser libre» 198 indispensables 351
41. La autoridad sube... cuando baja 204 79. «¡Que se pongan en marcha!» 354
42. Superior es el que «respeta» 208 80. «A una sola voz» 358
43. Una red muy apretada... que deja escapar a las 81. «Un solo corazón», o sea el pasaporte de la ora-
ballenas 214 ción en común 362
44. Hacerse «prójimo» 219 82. El cielo en la tierra 367
45. No puedes ser malo, porque te amo 221
índice analítico 373
46. Las columnas del universo 226
47. ¡Heme aquí!, ¡helo ahí! 230
48. Conozco a ese hombre 233
49. El paraíso en el calvario 236
50. La gracia del sufrimiento 239
51. ¿Turistas del calvario? 243
52. La tentación de la cruz elegante 247
53. La cabeza en el plato 252
54. El atajo y la tienda de campaña 256
55. Eucaristía, el sacramento de cada día 260
56. Lo contrario de una monja es una monja triste . 265
57. ¿Ha muerto acaso nuestro Dios? 269
58. Tú eres el enemigo de tu alegría 271
59. Nuestra mercancía 276
60. Con nuestras manos 281
61. «Buenos días, alegría» 284
62. Se aprende de rodillas 290
63. Un lugar para el cuerpo en la oración . . . . 293
64. Deja en paz las asnas 298
65. Rezar con nuestros harapos .. 301
66. ¿Capaces de «romperle la cabeza» a Dios? . . . 306
PRÓLOGO
«Bendígame, hermana,
porque he pecado...»

Las páginas de este libro son el fruto de un pecado.


Un pecado muy grande, un pecado de presunción.
El autor de estas líneas se ha visto obligado por diver-
sas circunstancias, en estos últimos años, a «sermonear» a
muchas monjas. Un auténtico ejército de monjas. Han ido
desfilando ante él religiosas de vida activa y monjas con-
templativas. Hábitos, tocas y colores de todas clases. De la
más diversa mentalidad y formación.
Me he encontrado con religiosas catedráticas y con re-
ligiosas enfermeras. Con religiosas cargadas de un montón
de llaves, o una escoba, o una jeringuilla, o un rosario, o
un lapicero rojo. Y religiosas crucificadas en un lecho du-
rante largos años.
He visto a religiosas manejando con la mayor desen-
voltura un estratígrafo, empuñando el volante, ofreciendo
con destreza el bisturí, utilizando el pincel o la aguja, dan-
do conferencias, y religiosas «detenidas» durante algunas
semanas (varias semanas y meses...) en la cama de un
sanatorio.
He conocido a una monja que se pasaba largas horas del
día contando... clavos en un gran almacén. Y otra que se
ocupaba desde la mañana a la noche recorriendo sin cesar...
las estaciones del via-crucis.

11
Me be acercado a jóvenes entusiasmadas con su con- ideas y de corregir matices; que me han sugerido varios
sagración al Señor, y a monjas cargadas de años que veían temas y maneras de enfocarlos; que han ido recogiendo un
ya inminente su gozoso encuentro con el Señor, su divino abundante material de documentación (de primera mano)
esposo. sobre las condiciones reales de la vida religiosa en los
Pues bien, tengo que confesar sinceramente que en to- diferentes institutos femeninos; que han colaborado en
das estas ocasiones, todo lo que he aprendido sobrepujaba la redacción final de estas páginas. Religiosas, sobre todo,
con mucho a cuanto hubiera podido enseñar. Lo que que se han comprometido a ir escribiendo este libro con sus
he recibido es inmensamente más grande que todo lo oraciones. Que se han ofrecido a pagar el precio de cada
que he podido dar. una de sus páginas con sus tremendos dolores de cabeza,
con sus crisis agudas de angina de pecho, con sus tortu-
Me he convencido de que tenía toda la razón un amigo
rantes insomnios.
mío, escritor, cuando decía: «dentro de esta pelota de trapo
y de pecados que da vueltas alrededor del sol existe sin Quizás la única justificación de este libro es precisa-
embargo un grupo de religiosas dispuestas a compensar tan- mente ésta: la pluma se ha visto sostenida continuamente
to horror, tanto egoísmo». por el sufrimiento de criaturas generosas.

Si así es, ¿cómo voy a tener la presunción de escribir Una vez precisadas las responsabilidades de cada uno,
un libro para enseñar alguna cosa a estas criaturas? Me lo indicaré algo sobre el contenido de estas páginas, con el
sigo preguntando incluso en estos mismos momentos, fin de prevenir desagradables malentendidos y disipar peli-
lleno de vergüenza, de dudas y de confusión ante tamaña grosas ilusiones.
arrogancia. Como especifica el subtítulo, se trata de unos «puntos
De verdad. El remordimiento me ha estado pinchando para la reflexión». No son meditaciones en el sentido
muchas veces durante este trabajo. Muchas veces la «voz completo y tradicional del término. Lo único que pretendo
de la conciencia» me ha susurrado al oído que dejase la es ofrecer sencillamente unos puntos, unos motives para
pluma y «el ángel bueno» me ha animado a que tirase en la reflexión.
el cesto de los papeles todas las cuartillas que se habían No existe la división clásica en tres puntos. Los temas
ido acumulando sobre la mesa. Pero precisamente las mon- que se estudian tienen muchas veces una amplitud desigual.
jas han sido las que, vigorosamente, me han impedido... No se encontrará ninguna traza de «coloquio» (el autor
«volver al buen camino», incitándome a que perseverase conserva todavía un poco de «sentido del pudor»). Casi
en el pecado por no sé qué motivos de utilidad pública. siempre falta también el propósito concreto. O sea, estos
Quizás pueda también presentar otro atenuante: este «puntos para la reflexión» exigen una parte bastante
pecado ha tenido varios «cómplices». Además de las per- considerable de trabajo personal (tanto para «completar»,
sonas que, como ya he indicado, han sido la causa de mi como para dividir la materia de cada día). Quien quiera
«impenitencia final», ha habido también otras religiosas utilizarlo, tiene que saber meditar ya de antemano. Pero
más directamente responsable: religiosas que me han dado creo que esto no presentará demasiadas dificultades a las
consejos, que se han encargado de precisar algunas de mis religiosas...

12 13
Tampoco es un libro de ascética y mística. Incluso los Una palabra más. En la compilación del mismo hemos
capítulos que poseen cierto carácter orgánico (los votos tenido presentes las condiciones concretas y las exigencias
religiosos, el sufrimiento, la alegría, la oración) no preten- de las religiosas de vida activa. Vero si las monjas contem-
den ser completos, ni mucho menos. plativas encuentran en estas páginas motivos de reflexión,
Sobre todo la parte que se refiere a los votos exige al- el autor será precisamente el primero en alegrarse cordial-
guna atención. No es un tratado exhaustivo, ni bajo el pun- mente de ello, por motivos fácilmente comprensibles.
to de vista teológico, ni bajo el de derecho canónico, ni Me doy cuenta de que algunas expresiones, algunas ob-
siquiera bajo el aspecto ascético. Sencillamente, he ido des- servaciones, pueden parecer un poco... chocantes. No ha
arrollando unas cuantas consideraciones que me parecían sido ciertamente buscar blancos adonde dirigir mis tiros,
más actuales e importantes. Además, he insistido casi exclu- ni mucho menos bajar al terreno de una fácil polémica. Sen-
sivamente en las virtudes correspondientes al voto, dejando cillamente, el deseo de hablar claro y de desterrar una termi-
de lado, por así decirlo, el aspecto canónico y moral del nología diplomática, que está desgraciadamente muy en
mismo voto (a qué nos obliga, qué es lo que prohibe, a boga en nuestros ambientes, me parece que no estamos
qué nos compromete, presupuestos y características de las de acuerdo con el evangelio. Las mentiras piadosas y los
faltas relativas, etc.), ya que todo esto ha debido ser diagnósticos difuminados no han contribuido nunca a la
estudiado y predicado habitualmente durante los años curación del mal.
de postulantado y del noviciado, y además existen obras Por otro lado, si hay algún gesto que realizo con pleno
que contienen una casuística detallada sobre todos estos convencimiento todos los días, es el de golpearme el pecho
temas. con un sincero «mea culpa» antes de subir al altar. Y me
Quizás parezca que los puntos que se tratan no están a gustaría que el eco de estos golpes sirviese siempre de acom-
veces muy trabados entre sí. Realmente, por lo menos en pañamiento a cada una de las páginas más «duras».
la intención del autor, existe una línea ideológica: se parte Y si alguno de los ideales que presento, si algunas de
de la novedad de Cristo («pero yo os digo») y se llega a las soluciones que sugiero, parece que son a veces dema-
la novedad del concilio. Por consiguiente, se trata de trazar siado arduas, no tengo yo la culpa. La culpa es de algunas
a grandes rasgos un cuadro de la vida religiosa, se subrayan religiosas, con las que me he encontrado en mi camino, y
ciertos momentos críticos, se consideran los votos en su que encarnaban esas soluciones y esos ideales. Creo, por
aspecto general, se insiste en cada uno de ellos; final- consiguiente, que se trata de algo concretamente reali-
mente, la reflexión se dirige hacia algunos elementos esen- zable.
ciales de la vida religiosa (sufrimiento, alegría, oración).
Y no faltan tampoco algunos temas «aislados», pero que Para terminar mi confesión, me creo en la obligación
ocupan una función precisa en todo el plan de la obra. de manifestar que no siento mucho remordimiento por ese
Siempre que ha sido posible, se ha procurado proyectar grave pecado de presunción, del que hablábamos al prin-
sobre el tema la luz de los documentos conciliares. Y ésta cipio. La verdad es que «me doy cuenta» de que no tendré
es la que nos parece (a no ser que seamos un tanto presun- más remedio que caer de nuevo en la tentación de escribir
tuosos) la especial novedad del libro. otros dos libros: uno que sirva de comentario a los evan-

14 15
gelios de los días festivos, y otro relacionado con los temas
de la fe, la caridad, las bases humanas de la religiosa, la vida
comunitaria, la misa..., y los pecados de la religiosa. Siem-
pre, naturalmente, que los «cómplices» sigan todavía acep-
tando el riesgo.

He dicho que me he encontrado con religiosas enfer-


meras, profesoras, conductoras, pintoras, escritoras, coci- 1 «...PERO YO OS DIGO»
neras, porteras... Me doy cuenta de que este libro va a crear
una figura hasta ahora inédita en la historia de la Iglesia:
«la religiosa que absuelve». Por lo menos esta vez tendrán Seis piedras cayeron rodando desde lo alto de la mon-
las monjas el privilegio de poder perdonar los pecados... taña. Duras, inexorables, precisas. Un ruido seco. Dos, tres,
Tengo sobrados motivos para esperar que las religio- seis golpes duros, al zambullirse en el agua estancada del
sas, en cuyas manos caiga este libro, procurarán perdonarme legalismo complaciente.
de este enorme pecado de presunción que he cometido. Las salpicaduras llegaron muy lejos, empapando mate-
Aunque no tenga muchas ganas de prometer que no lo rialmente a un gran número de personas. Se oyeron luego
volveré a cometer más. unos tremendos alaridos. El agua pesada del estanque co-
menzó a encresparse y se puso a hervir.
ALESSANDRO PRONZATO
Siguió una tempestad horrible. Un auténtico desastre,
provocado por aquellas seis piedras duras y toscas.
Pineta di Sortenna, 19 de julio de 1966
Ocurrió hace dos mil años. Desde la montaña de las
Fiesta de san Vicente de Paúl.
bienaventuranzas, Jesús lanzó seis piedras que dieron con
una precisión admirable en el blanco de nuestro bienestar,
de nuestra tranquilidad, de nuestro quieto equilibrio, de
nuestros cómodos egoísmos.
Seis piedras lanzadas con fuerza por la «palabra» he-
cha carne. Seis «pero yo os digo» de un poder irresistible,
que cambiaron para siempre el ritmo de las cosas.
«Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pero yo os
digo...»
«Habéis oído que se dijo... Pero yo os digo...»
«Se dijo... Pero yo os digo...» (Mt 5,21-48).
Estos «pero yo os digo» señalan el paso del Antiguo al
Nuevo Testamento. Del legalismo a la ley del amor. Del sen-
tido humano a la divina locura de la cruz. De la prudencia

17
2
mezquina al riesgo sublime de la aventura cristiana. Del Y los hombres, para librarse de aquella molesta salpi-
orden formalista al escándalo evangélico. cadura, se dieron prisa en abrir un paraguas.
No. No es la abolición de la ley. Sino la suprema per- Luego recurrieron a su atávica vocación de alquimistas.
fección de la misma ley. La perfección de la interioridad, Y se pusieron alegremente a transformar y a «domesticar»
del amor. Un amor cuya única medida es la de no tener aquella tosca e inquietante palabra de Dios. Al «pero yo os
medida. digo» de Cristo opusieron sus propios «peros».
«Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás; el «No matar». Pero... en algunas circunstancias, por cier-
que matare será reo de juicio. Pero yo os digo que todo tos motivos... será lícito matar. Y aquel «pero» suyo, des-
el que se irrita contra su hermano será reo de juicio». carnado, alentó a miles de asesinos y hubo millones y mi-
«Habéis oído que fue dicho: no adulteras. Pero yo os llones de muertos. «Amad a vuestros enemigos».
digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adul- «Amad a vuestros enemigos». Pero... en ciertos ca-
teró con ella en su corazón». sos... habrá que hacerse respetar. Y ese «pero» quiere
Los hombres «buenos» tienen que mirarse las manos. justificar una salvaje caza del hombre, tan sólo porque ese
Y al encontrarlas manchadas con la sangre de sus mismos hombre no tiene el color de nuestra piel. O, peor aún, por-
hermanos, caerán en la cuenta de que también se puede que ese «enemigo» no cree en el Dios que nosotros creemos,
matar a otros con la lengua y entonces comprenderán que Estos ejemplos pudieran multiplicarse indefinidamente.
quien se acerca al altar, sin haber antes perdonado a su Es claro. El «pero» de los hombres se sitúa en una vertiente
hermano, es un verdadero profanador del templo. totalmente contraria al «pero yo os digo» de Cristo. Es el
Y los hombres «honrados», los que observan hasta el «pero» de la humana prudencia, contraria y enemiga de la
detalle las más insignificantes disposiciones de la ley, con- locura divina. Es el «pero» del más retrógrado tradiciona-
vencidos de que para estar «limpios» basta con lavarse las lismo, opuesto al «pero yo os digo» de la novedad hermosa
manos antes de comer, descubrirán de improviso que hay del mensaje cristiano. El «pero» de la mediocridad, opuesto
pensamientos que también pueden manchar. al «pero» de la verdadera santidad.
Aquellos «pero yo os digo» hicieron tambalearse a la
justicia «humana». Levantaron en el aire piedras seculares, Pensemos ahora en nosotros. ¿No hemos intentado mu-
debajo de las cuales no había más que gusanos. Quitaron chas veces neutralizar la fuerza avasalladora del «pero yo
las vendas de la hipocresía, y descubrieron unas llagas he- os digo» de Cristo? ¿No hemos hecho tal vez todo lo posi-
diondas. Tiraron por tierra las máscaras y se vio que ocul- ble para suavizar la dureza de aquellas palabras con la ca-
taban en su triste realidad unas caras horribles. Deshicieron reta del sentido común, de nuestro equilibrio, de lo que nos
miles de preceptos de un moralismo gris y sofocante, para empeñamos en llamar prudencia (que es más bien una peli-
abrir un camino real a la suprema libertad de los hijos de grosa imprudencia) de nuestras tradiciones?
Dios. «Sed perfectos». Y nosotros nos damos prisa en añadir
Los seis «pero yo os digo», uno detrás de otro, fueron un «pero». «Pero seamos realistas, tengamos en cuenta
cayendo con un golpe seco en la charca de la costumbre, nuestra fragilidad humana...» Y así nos colocamos fuera
del tradicionalismo, de la beatería estúpida. del evangelio.
18 19
«Que vuestro lenguaje sea sí si es sí y no si es no». de Cristo. Ha llegado el momento de no tener miedo al
Y nosotros nos agarramos si es preciso a un clavo ardien- evangelio.
do para añadir: «Pero es lícito, por motivos graves... y ¿Que Jesús nos pide demasiado? Puede ser. Pero ¿no
¡claro! siempre para hacer bien..., arreglárselas de manera hemos pensado que podemos mucho más de lo que cree-
que el sí quiere decir no y viceversa». Y nos colocamos mos?
de nuevo fuera del evangelio. Ya está bien. Dejemos de hacer el triste oficio de alqui-
«No andéis preocupados por vuestra vida... Mirad los mistas. No intentemos por más tiempo detener con nues-
pájaros del cielo». Y nosotros comentamos: Pero hemos de tras torpes manos esas seis piedras toscas que bajan rodan-
pisar con los pies en el suelo». Y estamos fuera del evan- do desde la montaña. ¿No nos damos cuenta de que así nos
gelio. Nos obstinamos, por fin, en contraponer al «pero yo estamos desollando las manos... y la cara?
os digo» de Cristo, expresión de la «novedad» evangélica, Porque, de hecho, el detener esas piedras, esos «pero
nuestros propios «peros», expresión de nuestro sentido co- yo os digo», equivale a desfigurarse horriblemente la cara.
mún y de nuestra malicia. Dejémonos alcanzar de lleno por esos «pero yo os digo».
Jesús nos ha enseñado a ir más allá. «Si alguno te abo- Resultará dolorosísimo al principio. Pero tu fisonomía ad-
fetea en la mejilla derecha, dale también la otra; y al que quirirá una belleza deslumbradora.
quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también
el manto; y si alguno te requisara para una milla, vete con
él dos». Ésta es la lógica del Señor. Ir más allá.
Pero nosotros somos siempre anti. Parece como si estu-
viéramos convencidos de que para seguir a Cristo hay que 2 «¡MUCHO MAS LIMPIO!»
ser anti-alguien o anti-algo. Mientras lo que él quiere es
que seamos, no anti, sino que vayamos siempre más allá.
¿Hemos caído en la cuenta de lo que obliga aquel «ven- No es raro encontrarse con personas a las que el concilio
cer al mal con la abundancia del bien» (Rom 12,21) de que ha dejado bastante desconcertadas.
nos habla san Pablo? Fenómeno, sería inútil negarlo, que se viene observan-
«Habéis oído...» Sí, tal vez hemos oído muchas cosas. do en muchos ambientes religiosos.
Hemos aprendido demasiadas artimañas para hacer que el Alguno se pregunta desorientado, casi con miedo: ¿Qué
evangelio no venga a estropear nuestros sueños o nuestras es lo que está sucediendo? Lo han revuelto todo. Ya no hay
digestiones. nada seguro. Nos han cambiado la religión.
Pero ha sonado la hora de que nos decidamos a tomar Otro se afirma en posiciones contrarias:
en serio ese «Pero yo os digo». Ha sonado la hora de poner- — ¡Tranquilidad! El caso no es para preocuparse. Mu-
nos un poco menos a favor de nuestro «razonable» modo cho ruido y pocas nueces. Una cosa es lo que se ha escrito
de ver las cosas y un poco más de parte de Cristo. Ha llegado en los decretos conciliares y otra, muy diversa, la realidad
el momento de tirar por la borda todos nuestros cómodos concreta. Todo viene a quedar poco más o menos como
tradicionalismos y rendirnos sin condiciones a la «novedad» antes. No hay nada especial.

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Naturalmente, unos y otros están equivocados. Los pri- — ¿Os dais cuenta? ¡Mucho más limpio!...
meros, por exceso; los segundos, por defecto. Algo parecido ha ocurrido con la Iglesia. Después del
El concilio no ha sido, ni mucho menos, una máquina concilio presenta un rostro más «limpio», o sea, más autén-
excavadora que se haya llevado por delante todo lo que ha tico, más conforme al modelo divino.
encontrado en su camino, para luego rehacer todas las cosas Éste era precisamente el deseo de Juan XXIII: «Dar un
desde sus cimientos. Pero tampoco ha sido humo de pajas nuevo esplendor al rostro de la Iglesia de Cristo, un repaso
ni una discusión puramente académica. a las líneas más sencillas y más puras de su origen, y presen-
Un episodio nos servirá para comprender de una mane- tarla ante el mundo tal como la hizo su divino fundador:
ra muy aproximada todo cuanto ha sucedido en el concilio. «sin mancha y sin arruga». O sea, ¡el rostro «más limpio»!
Trasladémonos a África. Una docena de misioneros en Van cayendo ciertas incrustaciones, ciertas pegajosas
una misión viva discuten desde hace tiempo un problema adherencias y oropeles que se han ido acumulando en el
importante: el de la barba. Las posturas están en esta línea: curso de los siglos, y aparece su rostro original, más autén-
los jóvenes quieren que se quite de todas, todas. Los viejos tico, más puro, más atrayente.
se oponen a ello con idéntica fuerza. Los de mediana edad, El «aggiornamento», la reforma de la Iglesia, se apoya
40-50 años, están más bien indiferentes, oscilando entre las en dos polos: un retorno a Cristo y una sensibilidad más
dos posturas extremas, y esperan curiosamente la decisión acentuada hacia los problemas de hoy. Una capacidad de
del superior. «mirar hacia atrás», volviendo a las fuentes originales (los
Éste se sale por la tangente, improvisando un «viaje de franceses dicen «ressourcement» y es una expresión estu-
propaganda por Europa». Y, ya se sabe, un misionero con su penda, intraducibie por desgracia; «volver a retornar a las
barba larga hace siempre impacto entre los católicos euro- fuentes, reconstruir las fuentes» suena mal y dice poco) y al
peos (los resultados son siempre positivos bajo todos los mismo tiempo una fina atención a los «signos de los tiem-
aspectos, no excluido... el económico). pos». Fidelidad a Cristo y fidelidad al hombre de hoy. Si se
Pero a su vuelta la discusión sigue candente. Y es nece- descuidase cualquiera de los dos polos, se hundiría uno en
sario decidir. Entonces se deja llevar con violencia por el el más trasnochado tradicionalismo o en la más falsa moder-
grupo de los jóvenes que le cortan la espesa barba que había nidad y no existiría verdadera renovación ni pleno «aggior-
llevado durante tantos años. Después de tal... fechoría, namento». Éste se obtiene solamente integrando, armoni-
le da vergüenza presentarse en público. ¡Quién sabe lo que zando el pasado con el presente, con miras al futuro.
van a decir sus «negritos»! ¿Cómo interpretarán esta nove- ¿Entran en discusión las verdades fundamentales de la
dad? ¿Qué repercusiones, esto le impresionaba sobre todo, fe? Ni mucho menos. Se intenta sencillamente profundizar,
va a tener su nueva cara en la fe de los cristianos?... desarrollar, cotejar la doctrina con los problemas que pre-
Después de mil indecisiones, se decidió por fin a salir. senta la realidad actual, traducirla a una lengua que puedan
El primer negrito que se encuentra le mira de arriba abajo, entenderla los hombres de hoy.
echa una sonrisa enseñando sus hermosos dientes blancos y Lo decía Juan X X I I I : «...Nuestro deber no consiste
exclama: solamente en guardar un precioso tesoro, como si única-
— ¡Padre! ¡Si parece mucho más limpio!... mente nos preocupase la antigüedad; también hemos de

22 23
preocuparnos, con voluntad alegre y sin miedo, de la obra tos años. También aquí el papa Juan dio un buen ejemplo
que nuestra edad exige, continuando de esa manera el cami- y... un precioso estímulo, poniendo el nombre de san José
no que la Iglesia viene recorriendo desde hace veinte si- en el mismo canon de la misa, que estaba considerado como
glos... Una cosa es el fondo y la sustancia de la doctrina intocable.
tradicional del depositum fidei, y otra muy diversa la forma La capacidad de admitir novedades es señal evidente de
de su presentación; a esto es a lo que hoy debemos dar gran que estamos frente a un organismo vivo, que camina, que
importancia». respira, que crece.
¿Desprecio de la tradición? No. Huir de una tradición Por otra parte, nuestro Dios es un Dios que siempre
que entorpece toda marcha, que mira únicamente hacia está haciendo algo nuevo. Basta leer la sagrada Escritura
atrás, que impide comprender las exigencias de hoy. En po- para caer en la cuenta inmediatamente de cómo Dios ha
cas palabras, dar de lado a una tradición que ha llegado a ido proponiendo siempre al hombre cosas nuevas, a veces
constituirse en ídolo. muy molestas.
Decía Pío XI: «Yo amo mucho las tradiciones. Preci- Isaías nos transmite un aviso que conserva aún toda su
samente por eso, procuro crear otras nuevas». fuerza: «Así dice Yavé: ... No os acordéis de las cosas ante-
¿Empobrecimiento? No, por favor. El «aggiornamen- riores, ni prestéis atención a las cosas antiguas. He aquí que
to», lejos de empobrecernos, representa una riqueza inmen- voy a hacer una obra nueva» (Is. 43,18-15).
sa, porque integra en un organismo vivo todas las expe- Y el Apocalipsis: «Y dijo el que estaba sentado en el
riencias, todas las conquistas, todos los problemas, todas trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Apoc
las perspectivas y todos los progresos colosales del mundo 21,5).
presente. Sobre la Iglesia del concilio se ha movido el viento.
¿Una religión más fácil? Todo lo contrario. Una reli- Un viento impetuoso, a veces huracanado, que ha arran-
gión mucho más difícil, porque compromete más profun- cado ramas y hojas secas y otras muchas cosas que eran pos-
damente, se hace más madura, más atenta, más peligrosa, tizas e inútiles. Un viento que ha hecho fecunda la planta
más responsable, menos «protegida». milenaria con el polen de la novedad.
«Ahora, dice el evangelio, el que tenga una capa, que Sobre la Iglesia del concilio ha pasado el soplo potente
la venda y compre una espada». Como si dijera: si sois cons- y renovador del Espíritu: «con la fuerza del evangelio, el Es-
cientes de la hora en que vivimos, para nada debe serviros píritu hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constante-
decir que sí y miraros unos a otros a la cara, satisfechos. mente y la conduce a la unión consumada con su esposo»
Es necesario ir abandonando ya la idea de una religión to- (Lumen gentium, 1,4).
mada como capa que oculte nuestra pereza e ir comprando Los monótonos repetidores de una verdad de museo,
la espada que defienda nuestra entrega y nuestros compro- los fríos y tenaces guardianes de una tradición sin vida, para
misos de cristianos (Balducci). justificar una sorda oposición a la convocatoria del conci-
¿Que hay muchas cosas nuevas? Es cierto. En todos lio se complacían en repetir la frase: «Dejemos hacer a la
los campos. Se ha llegado a poner la mano incluso en la li- providencia».
turgia, que permanecía inamovible desde hace cuatrocien- Querían decir: dejemos las cosas como están.

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La providencia «ha hecho muchas cosas» realmente. Nada de creer que se trata de cosa de poca monta. Al-
Por medio de «un hombre enviado de Dios, cuyo nom- guien puede que diga: bien, pongámonos al día, hagamos
bre era Juan». Este hombre, entre el asombro general, supo este pequeño esfuerzo... y luego basta, no pensemos más
pasar por encima de todas las dudas y convocó el Concilio en ello.
Vaticano II, que iba a renovar la Iglesia y a imprimir un Mira. La renovación interna, el verdadero «aggiorna-
nuevo rumbo a la historia. mento» deseado por Juan XXIII y buscado con ansiedad
Uno de esos casos en los que la providencia actúa pre- por el concilio, constituye disposiciones interiores siempre
cisamente en sentido contrario a aquél en el cual se la válidas, siempre en acto. No nos renovamos de una vez pa-
invoca. ra siempre. Como no nos lavamos la cara de una vez para
La Iglesia ha querido en el concilio «ponerse ella mis- siempre.
ma en discusión», renovarse, ponerse al día confrontándose ¿Estás realmente dispuesta a tener la cara cada día «mu-
con Cristo. cho más limpia»?

¿Y tú? ¿Estás dispuesta a «ponerte en discusión»?,


¿a revisar tu mentalidad?, ¿a controlar tu «seguridad»?,
¿a renovarte?, ¿a llegar a estar «mucho más limpia», o sea, 3 UN OFICIO EN CRISIS
más conforme al original?
La renovación que exige el concilio (porque el concilio
ha terminado, pero el concilio continúa), no debe ser un El concilio debería haber acabado definitivamente con
sacrificio, sino más bien una exigencia interior. un oficio muy extendido entre los cristianos (y los religio-
No hay nada más humillante que una mentalidad que sos) de todos los calibres: el oficio de «encogedores de ho-
tiende a obedecer, a ponerse en línea con el concilio, pero rizontes».
sin sentir la necesidad de sintonizar interiormente, de que Un oficio hacia el que un buen número de cristianos
todas las propias aspiraciones coincidan también con el con- (y de religiosas, repetimos) parece tener una especial pre-
cilio. disposición. Unas tijeras en la mano y a mutilar horizontes,
Sería vergonzoso que intentásemos renovarnos, poner- se ha dicho, sobre el patrón de un corazón pequeño, un pe-
nos al día porque nos mandan, porque así lo quiere el con- cho encogido, ojos miopes, aliento débil, piernas frágiles,
cilio. ¿No sería mejor considerar el concilio como el autén- espaldas delicadas y un cerebro... cuya sustancia cabe toda
tico intérprete de nuestra renovación? entera en un dedal (y aún sobraría sitio).
Y pensemos que no se trata únicamente de reformas, de Cristo nos ha mostrado siempre horizontes inmensos.
disposiciones y decretos nuevos, sino de un cambio de men- Nos enseñó a «mirar largo», a abrir las puertas (y el cora-
talidad (la «metanoia» del evangelio, que hemos traducido zón) y a andar por todos los caminos de la vida humana.
casi siempre por «penitencia», significa propiamente eso, Los «encogedores de horizontes», sin embargo, sienten
un «cambio de mentalidad», una verdadera conversión del vértigo ante los horizontes del evangelio (hay quien se ma-
espíritu). rea y siente el vértigo de la altura... de la montaña de las

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bienaventuranzas). Y entonces echan mano de las tijeras pueblos, el hambre en el mundo). En una palabra: de la
para reducir a proporciones «razonables» aquellos dilatados mesa de Dios a la mesa de los hombres.
horizontes. Y se ensañan en reprimir el soplo potente del El concilio nos ha enseñado a mirar la realidad sin las
Espíritu. Pretenden «aislar» el incendio que Jesús ha veni- gafas ahumadas del pesimismo. Juan XXIII había ya des-
do a traer a la tierra. Insisten en atenuar con el color de un calificado esa «óptica» en su famoso discurso de apertura:
papel cualquiera el resplandor de esa luz que brilla en me- «En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral,
dio de las tinieblas. llegan a veces a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinua-
Su lema parece ser éste: «Ver corto». Quien se anda ciones de almas que, aunque con celo ardiente, carecen del
por los caminos del mundo se llena de polvo. Y por eso sentido de la discreción y de la medida. Tales son quienes
decidieron sentarse tranquilamente en una cátedra, en es- en los tiempos modernos no ven otra cosa que prevarica-
pera de que los hombres viniesen humildemente a aprender ción y ruina. Dicen y repiten que nuestra hora, en compa-
su doctrina. Tener las puertas y el corazón abiertos de par ración con las pasadas, ha empeorado, y así se comportan
en par, resulta molesto y fastidioso. Y se encerraron en como quienes nada tienen que aprender de la historia, la
casa, atrancaron las puertas, taparon con cuidado las ren- cual sigue siendo maestra de la vida, y como si en los tiem-
dijas y hasta «racionaron» prudentemente el corazón. pos de los precedentes concilios ecuménicos todo proce-
Total, que durante mucho tiempo han ejercido el oficio diese próspera y rectamente en torno a la doctrina y a la mo-
de «encogedores de horizontes». ral cristiana, así como en torno a la justa libertad de la
Iglesia.
Ahora, repito, el concilio debería haber acabado defini- »Pero creemos necesario decir que no nos gustan esos
tivamente con este oficio, haciéndolo anacrónico, pasado de profetas de calamidades que siempre están anunciando in-
moda. De hecho, en el concilio se ha respirado el aire puro faustos sucesos, como inminente el fin de los tiempos.
del evangelio. El cristianismo ha encontrado sus dimensio- »En el presente orden de cosas, en el cual parece apre-
nes más amplias, sus horizontes más abiertos. De aquí en ciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso
adelante, quien se obstinase en ejercer ese oficio, estaría reconocer los arcanos designios de la providencia divina,
automáticamente fuera de ley. que a través de los acontecimientos y de las mismas obras
El concilio comenzó en torno al altar (Constitución so- de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se
bre la liturgia) y se clausuró en plena plaza (Constitución llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversi-
sobre la Iglesia en el mundo moderno). Aquí está plástica- dades humanas, redunden en bien para la Iglesia».
mente indicada la amplitud de toda vocación cristiana y re- El concilio ha echado por tierra la fácil distinción geo-
ligiosa: del altar a la calle. El altar nos debe lanzar hacia gráfica del bien y del mal cuya demarcación, con las líneas
todos los caminos del mundo. Así como nos preocupamos de rectas que habíamos trazado, nos resultaba demasiado có-
las «cosas del Padre», debemos también preocuparnos moda: de la parte de acá el bien, de la parte de allá el pe-
de las «cosas de los hombres» (problemas que estudia el cado; hasta aquí la virtud, fuera de la puerta del convento
esquema 13: matrimonio y familia, promoción de la cultura el vicio; en esta isla la salvación, fuera de ella la condena-
humana, vida económico-social, paz y comunidad de los ción.

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Sería lastimoso seguir ignorando que la línea que se- escuchar. No quiere decir, entendámoslo bien, acercarnos
para el bien y el mal no es una línea que atraviesa las na- a los otros con la única misión de dar o de enseñar, sino
ciones o pasa por medio de ciertas categorías de personas, también con una noble disposición para recibir o aprender.
dividiéndolas. No. Es más bien una línea que cruza el cora- El diálogo no tiene, no puede tener una dirección única.
zón de cada uno de nosotros. En nosotros, en cada uno de Es como un cruce, un intercambio, es aceptar la confron-
nosotros, existe el bien y el mal. El trigo y la cizaña. El egoís- tación de los otros, es tratar de enriquecerse mutuamente.
mo y la generosidad. No podré dialogar si adopto desde el principio una pos-
Tengamos mucho cuidado en no juzgar de prisa y co- tura de superioridad, aunque sea con intención más o me-
rriendo. Seamos delicados, seamos cristianos. No condene- nos disimulada: dejo hablar al otro, pero ya sé de ante-
mos a troche y moche a todos cuantos caen a nuestro alre- mano que necesariamente ha de prevalecer mi punto de vis-
dedor. ¡Cuántos de aquellos que creemos que están «fuera» ta. En el fondo esto sería un torpe manejo, un engaño ri-
de la Iglesia, están «dentro», más dentro tal vez q'-.e nos- dículo, al que nos llevaría nuestra soberbia.
otros, que pasamos por ser unos «clientes» privilegiados! Porque el diálogo se funda necesariamente en la humil-
Otra enseñanza del concilio es que Dios habla por me- dad. Reconocer que Dios no ha puesto en nuestras manos
dio de la Escritura, pero habla también a través de los el monopolio de la verdad. Estar convencidos de que nues-
«signos de los tiempos», en los cuales se manifiesta la voz tra «verdad» crece cuando se pone en contacto con la ver-
de Dios. Basta indicar algunos: dignidad de la persona hu- dad de los otros.
mana, promoción social de la mujer, los pueblos de color Esto es muy importante también para nosotros. ¡Saber
que aspiran a la independencia, lucha mundial contra el dialogar! De hecho el diálogo debe comenzar en cada una
hambre, pluralismo (en su significado más positivo, que de nuestras casas. Es muy bonito hablar de diálogo. Pero
reconoce las riquezas de los demás en relación con el bien no basta. Hablar no es dialogar. Y es necesario dialogar de
común), progreso científico. Quien no quisiera leer estos verdad. Aceptando humildemente todos los riesgos que trae
«signos de los tiempos», interpretándolos a la luz del evan- consigo.
gelio, es que no quiere tampoco escuchar la voz de Dios y Especialmente cuando existe el choque entre varias men-
abandona su propia misión en el mundo de hoy. talidades (jóvenes y viejos, por ejemplo), es necesario, es
También el concilio nos ha separado para siempre del urgente el diálogo, con todas las perspectivas y con las dis-
estrecho horizonte del soliloquio para abrirnos el horizonte posiciones a que hemos aludido.
ilimitado del diálogo. Diálogo con los no creyentes. Con Ningún complejo de superioridad y menos de intole-
los hermanos separados. Con los hermanos de las otras rancia, ni de una parte ni de otra. Ninguna postura rígida y
religiones. Con todos los alejados de la casa del Padre. unilateral.
Gracias a Dios, la palabra «diálogo» ha entrado por la Quizá sea aquí oportuno recordar una norma llena de
puerta grande a formar parte de nuestro vocabulario habi- sabiduría, que al papa Juan le gustaba mucho repetir: «Los
tual. Pero tal vez no todos hemos caído en la cuenta de su jóvenes recuerden que el mundo existía antes que ellos.
significado y de sus exigencias. Diálogo no quiere decir úni- Y los viejos por su parte no olviden que el mundo conti-
camente posibilidad de hablar. Sino también capacidad de nuará existiendo después de que ellos mueran».

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Señor, enséñame de verdad a mirar al horizonte inmen- bilidad pontificia. ¿Qué necesidad tenemos ahora de un
so que se abre ante mis ojos. Dame un corazón abierto concilio? Para solucionar los problemas y dificultades y pa-
y grande, mirada penetrante, pulmones sanos, piernas ra toda clase de orientaciones, es suficiente que el papa
robustas para caminar por los caminos del hombre, oídos hable. Nosotros le obedeceremos, porque sabemos que goza
atentos. de la asistencia del Espíritu Santo. No hay razón para mo-
Dame capacidad para oír y entender tu voz en los «sig- ver y molestar a tanta gente, con el riesgo, por otra parte,
nos de los tiempos» que corren, que son los míos. de crear confusiones...»
Haz, Señor, que no me amilane ni me acobarde ante Podríamos afirmar que, por una paradoja, para esta bue-
el inmenso horizonte que tú abres ante mis ojos. na gente se iba a cometer el grave pecado de «abusar» del
Arranca de mis manos las tijeras de la pereza y de la Espíritu Santo. La convocación del concilio y su desarrollo
ruindad con que pretendo a veces recortar tus proyectos habrán deshecho (esperamos que para siempre) esta men-
divinos. talidad. Porque se ha confirmado, con toda claridad ade-
Hazme sentir una repugnancia instintiva ante el oficio más, la fuerza del principio de colaboración. O sea, la ver-
mezquino de encogedora de horizontes. dad como esfuerzo de todos.
Y... que sepa descubrir el oficio que mejor va a tus dis- De este confrontar las ideas, del encuentro entre las di-
cípulos, el que ha de ser su oficio característico: el oficio de versas mentalidades, del paciente trabajo de investigación
católico. O sea, el oficio de saber mirar al infinito, cuyos y de estudio, de la comunicación de diversas experiencias,
horizontes son tan amplios como los brazos de tu cruz. de la discusión de las diferentes tendencias y aun de las
más encendidas controversias y de los momentos de tensión,
de choque, de incertidumbre, se fue abriendo poco a poco
camino la verdad.
Verdad que, como punto final, como suprema garantía,
4 , PROHIBIDO EL BALBUCEO recibiría el sello sagrado del Espíritu Santo.
Y es que el Espíritu Santo no anula nunca, sino más bien
exige el esfuerzo colectivo, la colaboración de todos. Su
El concilio, no sólo en sus decretos, constituciones y de- obra divina se mete en la obra de los hombres, no la excluye
claraciones, sino en su mismo desarrollo interno, nos ha ni la destruye.
indicado con precisión maravillosa los vastos horizontes que Es una soberana lección para nuestra vida religiosa.
deben caracterizar nuestra vocación. La vida de un instituto, sus diversas etapas, su desarro-
Vamos a ver algunas de las lecciones estupendas que llo, su renovación, deben ser fruto hermoso de la colabo-
nos ha dado. ración de todos sus miembros. Las decisiones no caen del
cielo. Deben partir de abajo. Son, deben ser fruto de un
1. Principio de colaboración. —Alguno no llegaba a esfuerzo, de un trabajo profundo de investigación, fruto de
comprender la necesidad de un concilio porque, más o me- las experiencias y de las ideas de todos. Al llegar al final
nos, razonaba de esta manera: «Ya fue definida la infali- es cuando reciben el sello del Espíritu.

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3. Humildad como virtud colectiva. — El concilio ha
2. Libertad en la discusión. — Quien siguió los de- dado a entender con ejemplos muy elocuentes que la hu-
bates conciliares, quedó asombrado por la gran libertad mildad no puede ser una virtud exclusivamente indi-
que reinaba en todas las discusiones. Allí salieron a relucir vidual, que se quede solamente en la práctica de cada
las tesis más atrevidas, las ideas más avanzadas (también, uno. La humildad ha de ser también una virtud colectiva.
naturalmente, las más atrevidas en sentido conservador), Es necesario que la comunidad como tal, ante los ojos
las interpretaciones más valientes, las «aperturas» más in- de todos, dé un verdadero y constante testimonio de hu-
esperadas (y las «clausuras» más sorprendentes). Se tocaron
mildad.
temas apasionados. Hubo momentos de enorme tensión.
Altercados vivísimos. Expresiones casi hirientes... En el aula conciliar se oyeron voces verdaderamente
Al principio alguno llegó a escandalizarse. Y procuró acongojadas, que pedían perdón a los hermanos separados
informar al papa, para que atajase cuanto antes aquel «es- por nuestras culpas, por nuestras incomprensiones, por
cándalo». La reacción de Juan XXIII fue, como de costum- nuestras faltas de caridad.
bre, desconcertante: Y el mismo Pablo VI, en el discurso famoso que tuvo
— Pero <¡es que pensabais que iban a estar como los delante del santo sepulcro, en su viaje a Palestina, afirmó
frailes en el coro, cuando rezan el oficio divino?... (como desmintiendo ciertas falsas apologías que se obsti-
Fue muy frecuente esta escena: un padre se levanta y nan en defender errores del pasado con argumentos tal vez
sin rodeos, sin preámbulos diplomáticos de ninguna clase, hipócritas y ridículos, cuando una confesión pública y abier-
dice muy fuerte: «Este esquema no me gusta». ta como la suya es mucho más eficaz, aun bajo el punto de
Y hasta se dio el caso de un esquema (el de las misiones) vista apologético, que mil defensas «oficiales»):
apoyado, no impuesto, personalmente por el papa, que fue «Recogemos con sincero dolor todos nuestros pecados,
rechazado por la mayoría conciliar. recogemos los de nuestros padres, los de la historia pasada,
El concilio demostró en todos sus documentos un enor- recogemos también todos los de nuestro tiempo... He aquí,
me respeto hacia la libertad de los hombres. Confirmó de-
Señor Jesús, que hemos venido como reos que vuelven al
cididamente el principio de la absoluta superioridad de la
lugar y al cuerpo de su delito, hemos venido como quien te
conciencia individual (la declaración sobre la libertad reli-
ha seguido pero también te ha entregado, como quien
giosa deshizo para siempre el principio del que tanto se
abusó: «empuja a entrar»). Pero ya antes los mismos traba- tantas veces ha sido fiel e infiel...»
jos conciliares se desarrollaron en un clima de libertad abso- Al analizar las causas del ateísmo contemporáneo tam-
luta. bién algún padre (el patriarca Máximos IV) se fijó en la
También en este punto me parece que hay mucho, parte de culpa que nos toca a cada uno: con frecuencia he-
muchísimo que aprender. Aun sin salirse del recinto mos puesto en circulación una imagen inauténtica, más
sagrado de la obediencia, queda espacio abundante para bien una caricatura de Dios. Y es muy natural que muchos
la sinceridad de expresión, para la libertad en la discu- no quieran en manera alguna admitir esta imagen defor-
sión, para la valentía de poder exponer las ideas perso- mada.
nales. También interesa que cada instituto religioso tome bue-
na nota de esta lección del concilio. Humildad, como virtud
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colectiva. Franco y abierto reconocimiento de nuestras cul- dera, la única condición de privilegio es la persecución.
pas pasadas y presentes. Que todo esto no es señal de debi- «Como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la per-
lidad, sino de fuerza. Que es un «escándalo» verdadera- secución, así la Iglesia está llamada a seguir ese mismo ca-
mente evangélico. Recordemos que, como ha dicho Pablo mino para comunicar a los hombres los frutos de la salva-
VI: «la cara más bella y luminosa es una cara en la que ción» (Lumen gentium, 1,8).
brilla una lágrima».
— al iriunfalismo. Queda ya atrás la concepción triun-
4. Pobreza.—Demasiada materia para tratarla en falista de la Iglesia expresada tantas veces con los términos
unas líneas. Porque no podemos hacer otra cosa más que de «conquistas», «triunfos», «victorias», de estadísticas
indicar la idea directriz que señala la orientación de la Igle- relumbrantes, de «iglesias abarrotadas», de «procesiones
sia en este campo de la pobreza. con filas interminables de fieles», etc. Un triunfalismo que
tenía su propio lenguaje, su propia retórica, su estilo, aun
en los mismos periódicos y boletines oficiales.
Pobreza como renuncia:
Caigamos en la cuenta de que nuestra obra, la obra de
— al poder. La Iglesia no está hecha para dominar, sino
la Iglesia, no será nunca tina obra perfectamente geométri-
para servir... «Arrojar bien lejos una forma de vida de la
ca, porque siempre nos encontraremos con la cruz que ven-
Iglesia que la convertía en poderosa entre los poderosos:
drá a trastocar todas las perspectivas, a modificar radical-
forma tal vez necesaria en otros tiempos, pero que hoy se
mente todo equilibrio.
convierte en pobre pantalla de la verdad de Cristo, que na-
Una imagen inolvidable de esta Iglesia «pobre» fue la
ció, vivió y murió en un completo despojo de cualquier
que nos ofreció Pablo VI en su peregrinación a tierra santa,
poder terrenal. Hace un siglo que fenecieron los antiguos
«en aquella tarde de enero de 1964, cuando todo el intrin-
estados pontificios: fue un día imborrable, un gran día en
cado ceremonial, estudiadísimo hasta el último detalle por
la historia cristiana, porque con él terminó un motivo de
el protocolo diplomático para recibir al papa en la puerta
confusión y de duda» (Gozzini).
de Damasco, de Jerusalén, fue roto en un momento por el
«Nos llena de esperanza y de consuelo el ver hoy a la
tumulto de una muchedumbre inacabable, movida por un
Iglesia libre de tantas ataduras profanas de otros tiempos»
resorte humano. Y Pablo VI subió la vía dolorosa con enor-
(Juan XXIII).
me dificultad, materialmente arrastrado por la turba, no
— al lujo. Comienza un nuevo estilo de sobriedad y de obstante su terrestre e inauténtica dignidad de jefe de es-
sencillez. Se va dejando todo oropel llamativo e inútil. «Es tado, pero siendo en aquel momento, con una fuerza inau-
necesario liberar a la Iglesia de ese manto real que desde dita, verdadero testimonio de la divina presencia de Cristo.
hace siglos echaron sobre sus espaldas» (Pablo VI). Sin falsos resplandores, sin distancias, aquel papa «engu-
llido», «comido» materialmente por el pueblo, era una figu-
— a los privilegios. El evangelio no necesita medios ca- ra plenamente profética de sacerdote y de peregrino; la
pitalistas para su difusión, ni el apoyo de los adinerados, antigua figura sacerdotal que volvía a la vida nuevamente»
ni le son propias las «condiciones de privilegio». La verda- (Gozzini).

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5. Unidad. — Otro infinito horizonte abierto por el
concilio. Una orientación decididamente cristocéntrica está 5 NOSOTROS, IGLESIA
permitiendo romper las fronteras, antes infranqueables, de
divisiones arbitrarias y encauzar todos los esfuerzos para
«Hasta hace muy poco tiempo, Iglesia, para la mayor
conseguir la unidad.
parte de los católicos, quería decir: el papa, los obispos, los
Todas las separaciones y los infaustos dualismos que
sacerdotes y... los sacristanes. Aunque la figura de estos úl-
nos venían afligiendo durante siglos, empiezan a caer. No
timos aparecía, a veces, un tanto desdibujada, ocupando
podemos hacer más que citar unos cuantos datos.
un sitio poco claro entre el confín de la Iglesia y el mundo;
por la mañana cantando al lado del cura y por la tarde en
—Escritura en oposición a la tradición. Motivo de
la taberna, bebiendo y cantando con los anticlericales...»
unión creado por el concilio: la palabra de Dios.
Dejando aparte la ironía, no se puede negar que, antes
— El papa por una parte y obispos dispersos y aislados del Vaticano II, muchos de nosotros teníamos de la Iglesia
en el gobierno de una pequeña diócesis por otra. Motivo una idea en la que prevalecía el aspecto jurídico, institucio-
de unión: la colegialidad. nal y jerárquico. Y es que la misma terminología corriente
— Iglesia y hermanos separados. Motivo de unión: el se basaba en una concepción de la Iglesia casi exclusiva-
ecumenismo. mente jerárquica: «Esperemos ver lo que dice la Iglesia
— Iglesia y laicado. Motivo de unión: el pueblo de Dios. sobre tal punto... Quién sabe cuál será la decisión de la
Desterrada la expresión: «Nosotros y la Iglesia», en ade- Iglesia sobre esta otra cuestión...»
lante diremos: «Nosotros, Iglesia». La constitución dogmática Lumen gentium aclara mu-
— Iglesia y mundo. Motivo de unión: la Iglesia en el chas cosas. El punto central en que se apoya es la idea de
mundo. Iglesia como nuevo pueblo de Dios.
* En el mismo concilio se notó un cambio clarísimo de
Un teólogo ha hecho esta observación: «El concilio ha perspectiva y de postura al tratar sobre la Iglesia. En un pri-
sido un milagro respecto al pasado, pero un simple balbuceo mer momento se partía del concepto Iglesia como cuerpo
respecto al futuro». Y así queda abierto un nuevo y vastí- místico de Cristo. Pero muy pronto los padres cayeron en
simo horizonte para ti y para mí. la cuenta de que bajo este solo aspecto no se podía explicar
De mí y de ti dependerá, efectivamente, de nuestra ca- de un modo exhaustivo toda la realidad de la Iglesia. Y es
pacidad para abrazar estos horizontes sin fin, que son, por muy significativo el hecho de que en las discusiones se viera
otra parte, los mismos del evangelio, transformar ese pobre con claridad que no era posible enmarcar toda la esencia y
balbuceo en un lenguaje claro, concreto, vivo y expresivo, las propiedades de la Iglesia en una simple comparación,
de manera que todo el mundo lo entienda. en una sola imagen, en un solo concepto, por profundo que
De ahora en adelante el balbuceo puede ser un pecado. pareciera. Precisamente por eso la Lumen gentium comien-
La frase es de un conferenciante famoso. za con un capítulo que se titula «El misterio de la Iglesia».
Un buen síntoma del cambio a que antes aludíamos es
también el hecho de que en la primera redacción del esque-

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ma, el capítulo de la constitución jerárquica de la Iglesia
estaba delante del que trataba sobre la Iglesia como pue- De todas formas, partiendo de esta idea de pueblo se
blo de Dios. reafirma claramente la preeminencia, sobre cualquier otro
Entre la primera y la segunda sesión se propuso cam- aspecto, del principio de unidad y de igualdad en la Iglesia.
biar el orden (cosa que encerraba una enorme importancia, «Si es cierto que algunos, por voluntad de Cristo, han sido
porque no era cuestión de pura forma, sino un cambio constituidos para los demás como doctores, dispensadores
completo de mentalidad). En el esquema que por fin se de los misterios y pastores, sin embargo, se da una verda-
promulgó viene primero el capítulo sobre el pueblo de dera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a
Dios; luego el de la constitución jerárquica de la Iglesia. la acción común de todos los fieles para la edificación del
Y así resulta que toda la eclesiología elaborada por el cuerpo místico de Cristo» (Lumen gentium, 32).
Vaticano I I se apoya en una primera base fundamental: la La idea de pueblo exige necesariamente también el prin-
idea de la Iglesia como nuevo pueblo de Dios. El P. Con- cipio de solidaridad, según el cual cada uno es responsable
gar, conocidísimo teólogo, ha hecho notar la importancia de todo y de todos. A cada uno se nos encomienda la suerte
del hecho de que en la constitución se haya seguido este de todos los demás. Ningún hecho, ninguna falta, ningún
orden: misterio de la Iglesia-pueblo de Dios-estructura je- triunfo es y pertenece a una sola persona. Interesa a todos.
rárquica. De esta manera va expuesta primero «la cualidad
común de todos los miembros de la Iglesia». Y con ello se 2. Elemento humano. — «Pueblo de Dios sugiere la
ha logrado superar un concepto de la jerarquía que se basa- idea de que la Iglesia no es un acervo de cosas y de ritos,
ba más en las categorías superioridad-subordinación que en ni siquiera de doctrinas y de leyes. Sino que es una comu-
las otras, más reales, servicio-responsabilidad. nidad de hombres vivientes. La Iglesia son los hombres
El capítulo comienza con esta frase: «Quiso el Señor que, por medio de la acción salvífica de Dios y del perdón
santificar y salvar a los hombres no individualmente y ais- que él siempre nos ofrece, llegan a formar una comunidad
lados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera de santos» (Schillebeeckx).
en la verdad y le sirviera santamente» (Lumen gentium, 9).
En la idea de pueblo de Dios está perfectamente expre- 3. Elemento histórico. —Nos encontramos ante otro
sado el aspecto comunitario de la historia de la salvación. componente esencial de la conciencia de nuestro tiempo:
Y con ello se supera una concepción individualista y sen- la historicidad. La idea de Iglesia como nuevo pueblo de
timental de la religión. Dios nos lleva necesariamente a la primera alianza, al pue-
En esta concepción de la Iglesia como nuevo pueblo blo de Dios en el Antiguo Testamento y a su larga peregri-
de Dios destacan los siguientes elementos: nación a través del desierto.
Este continuo peregrinar es también una de las carac-
1. La idea de pueblo. — La conciencia democrática, terísticas de la Iglesia. «Así como el pueblo de Israel según
tan arraigada y profunda en las generaciones de nuestro la carne, el peregrino del desierto, es llamado alguna vez
tiempo, puede haber contribuido en el concilio a acentuar Iglesia de Dios, así el nuevo Israel, que va avanzando en
el aspecto comunitario y social de la Iglesia. este mundo hacia la ciudad futura y permanente, se llama
Iglesia de Cristo» (Lumen gentium, 9).
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Desde esta perspectiva de un pueblo peregrino, de un ser Iglesia. Jerarquía y pueblo son las dos condiciones mí-
pueblo que se mueve, que camina, que va adelante y que, nimas e indispensables.
por tanto, se encuentra ante unas realidades siempre dis- Pero mirando a la Iglesia en su plenitud, es necesario
tintas, ante unas situaciones y unos problemas siempre nue- afirmar que le son esenciales esas vidas consagradas total-
vos, es como se ven, se comprenden y se justifican tantas mente a Dios. La vida religiosa es el signo de plenitud, de
novedades y tantos cambios en la Iglesia. Una concepción completo desarrollo de la comunidad cristiana.
estática e inmutable de la Iglesia no podría nunca explicar
«La experiencia de muchos obispos nos dice que allí
los cambios históricos, exigidos por los diversos tiempos
donde la vida monástica no existe aún, no se puede afirmar
y ante ellos no haría más que provocar el escándalo.
que la Iglesia esté consolidada» (Daniélou).
Pero cuidado, mucho cuidado para no ceder ante la
4. Elemento divino. — La Iglesia no es sólo pueblo. siempre fácil tentación del dualismo, que consiste en crear
Es el pueblo de Dios. Su historia es la historia de la acción una «capillita» al lado de la Iglesia. Sería una desgracia para
salvífica de Dios respecto a los hombres. nuestro instituto el que fuera amigo de ir construyendo
Todo el pueblo de Dios participa de la misión profética, esas «capillitas».
real y sacerdotal de Cristo. Nuestra única razón de ser, aun como instituto, es la
«Los carismas, por medio de los cuales se manifiesta con Iglesia. Existimos gracias a ella, en ella y por ella. Por en-
especial eficacia y muchas veces con una intervención im- cima de todas las cosas, el bien de la Iglesia. Luego, podre-
prevista la presencia de Dios en medio de un pueblo, cierta- mos pensar también en el bien de nuestro instituto. Pero
mente están sometidos al juicio de la jerarquía eclesiástica. nunca a la inversa.
Pero, siendo como son dones de Dios, pueden llegar a to- Quizá en algún tiempo pasado decíamos: «Nosotros y
dos los miembros del pueblo de Dios, sin distinción alguna la Iglesia». Ahora es necesario decir: «Nosotros, Iglesia».
del estado que ocupan en la Iglesia» (Semmelroth). Yo soy Iglesia. Tú eres Iglesia.
Finalmente, el don de la infalibilidad no es un carisma Formamos en las mismas filas del pueblo de Dios. Que
exclusivo del magisterio episcopal. «La universalidad de no exista ninguna separación arbitraria y caprichosa de los
los fieles, que tienen la misión del Espíritu Santo, no puede demás. Fuera toda postura anacrónica de superioridad. Fue-
fallar en su creencia y ejerce esta su peculiar propiedad me- ra toda mentalidad de «privilegio».
diante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo,
Todos corremos la misma suerte.
cuando desde el obispo hasta los últimos fieles seglares ma-
Caminamos por el mismo camino.
nifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de
Tomamos el mismo alimento.
costumbres» (Lumen gentium, 12).
Cada uno es responsable del destino de todos.
* Formamos un pueblo que está unido, no por casualidad
o por costumbre, sino por amor.
¿Cuál es el sitio de la vida religiosa en la Iglesia? El es-
Y una de las más esenciales características del amor es
tado religioso no pertenece, estrictamente hablando, a la
la ley de la complementariedad. Nos tenemos que comple-
esencia de la Iglesia. Un obispo y unos fieles bastarían para tar unos a otros.
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Por lo cual: relaciones entre la Iglesia y el mundo. Horizontes que han
de ir abriéndose cada vez más con el tiempo, en todas sus
— Hay quien es fuerte, por aquellos que son débiles.
direcciones.
— Hay quien va caminando sin cesar, por aquellos que
Gracias a Dios, pasó ya para la Iglesia el tiempo de la
ya se cansaron.
fuga del mundo. Está desapareciendo la imagen de una
— Hay quien es generoso, por aquellos que son ta-
Iglesia, siempre en defensa detrás de sus murallas, con
caños.
centinelas atentos únicamente a espiar los movimientos de
— Hay quien se entrega, por tantos que no acaban de
los enemigos de fuera.
salir de su egoísmo.
Desaparece la imagen de la Iglesia - isla de salvación.
— Hay quien es fiel, por tanto traidor como existe.
La Iglesia no es una isla de salvación, rodeada de un mundo
— Hay quien ora, por aquellos que nunca levantan sus
de perdición. Sus confines son exactamente los mismos con-
ojos al cielo.
fines del mundo. Es puerta de salvación, pero no desde
— Hay quien paga por las deudas de los demás.
fuera, sino desde dentro.
— Hay quien conserva la mirada limpia y pura, por
Y es que la Iglesia cumple su función auténtica siendo
tantos ojos manchados.
levadura metida en la masa. La levadura no se deja a un
Y el pueblo de Dios camina. lado de la harina; se la mete dentro de ella.
El entusiasmo de unos absorbe y tapa la cobardía de los Ciertamente la Iglesia se está convirtiendo al mundo.
otros. La bondad de unos suple la maldad de los otros. Terminaron, por fin, unas separaciones que eran completa-
El esfuerzo de unos contrarresta la pereza y el retraso de mente absurdas. No habrá ya más posturas de defensa, sino
los otros. de apertura. Las fortificaciones resultan ya anacrónicas.
Así, sólo así es como va caminando el pueblo de Dios. Se baja el puente movedizo y la Iglesia sale por los caminos
del mundo. Se hace mundo. Las aspiraciones, las angustias,
los triunfos y los fracasos de los hombres, serán aspiracio-
nes, angustias, triunfos y fracasos de la Iglesia.
Las sombras de la historia del mundo son también som-
6 CONVERTIRSE AL MUNDO bras de la Iglesia. Y el progreso humano es progreso de
la Iglesia.
«Por fin, es menester que la Iglesia se convierta al mun- Seguirá siendo cierto que Jesús ha dicho: «No ruego
do». Tal expresión, en sí, puede parecer totalmente sospe- por el mundo» (Jn 17,9). Pero no confundamos las cosas:
chosa e inadmisible. el mundo por el que no ruega Jesús, es el mundo «cerrado»
Pero, si se piensa y se medita en ella, veremos que de- de la repulsa. Y ¿quién es capaz de asegurar hasta dónde
muestra una exigencia profunda a la que el mismo concilio llegan los límites de este mundo y las personas que a él per-
nos impulsa. tenecen? ¿No es verdad que nosotros, la parte mala que en
No solamente en el esquema 13, sino en todos sus actos todos existe, tenemos también una parte en este «mun-
y palabras, el concilio ha abierto nuevos horizontes a las do»?... Jesús no ruega por el mundo. Y es cierto. Pero

44 45
también lo es que «Dios ha amado tanto al mundo que le La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria
dio a su Hijo unigénito para que quien crea en él no perez- del género humano y de su historia» (Gaudium et spes, 1).
ca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16). » Y se concreta más la misión de la Iglesia en medio del
Y añade: «Nosotros hemos visto, y damos de ello testi- mundo: «No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna.
monio, que el Padre envió a su Hijo por salvador del mun- Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía de Espíritu,
do» (1 Jn 4,14). la obra misma de Cristo, que vino al mundo para dar
La Iglesia se va colocando en la línea de la encarnación. testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para
O sea, de un Dios que se hace historia. El Verbo se hace servir y no para ser servido» (Gaudium et spes, 3).
came. Y «pone su tienda en medio de nosotros». Toma una En ese «su estar en medio del mundo», la Iglesia no
naturaleza humana. Cristo nos trae la salvación encarnán- hace más que imitar a Jesús, su divino modelo: «El Verbo
dose, haciéndose uno más con nosotros, excepto en el pe- encarnado quiso participar de la vida social humana. Asistió
cado. Y paga con su propia carne el precio de esta salvación. a las bodas de Cana, bajó a la casa de Zaqueo, comió con los
publícanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la ex-
«El soportó nuestros sentimientos. celsa vocación del hombre, evocando las relaciones más co-
Él fue traspasado por nuestras iniquidades munes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las
y molido por nuestros pecados. imágenes de la vida corriente.
El castigo de nuestra paz fue sobre él Santificó los vínculos humanos, sobre todo los de la
y en sus llagas todos fuimos curados». familia, fuente de la vida social. Eligió la vida propia de
(Is 53,5-6) un trabajador de su tiempo y de su tierra» (Gaudium et
spes, 32).
La Iglesia, al colocarse en la línea de la encarnación, Todos los cristianos, todos cuantos componemos el pue-
llevando hasta las consecuencias más lógicas todos sus blo de Dios no formamos un mundo aparte, «un mundo al
compromisos, se mete de lleno en el mundo y abraza lado del mundo» (¡cuántos mundos nuestros, cuántas se-
toda su realidad. Nada de lo que hay en el mundo le resulta paraciones, cuántas «castas» nos hemos creado!) Y no es
extraño. misión nuestra juzgar o condenar al mundo. Sino vivir en
Estupendo, en este punto, el comienzo del esquema 13: medio del mundo, entre los hombres, iguales a ellos, lleván-
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angus- doles la salvación y salvándonos con ellos. En fin, tenemos
tias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los que volver a ser «el alma del mundo».
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, *
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su cora- Tal vez no hayamos meditado y profundizado suficien-
zón. La comunidad cristiana está integrada por hombres temente en el misterio de la encarnación, que es el misterio
que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo fundamental del cristianismo. Lo cierto es que no hemos
en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la sacado de él todas las ricas consecuencias que contiene para
buena nueva de la salvación, para comunicarla a todos. nuestra vida personal.

46 47
—Nosotros, los leprosos...
Con demasiada frecuencia, nuestra espiritualidad es una
espiritualidad «desencarnada» y de ahí que nuestro aposto- Y las dijo con un tono tal de alegría y gozo que conmo-
lado resulte también «desencarnado». Tenemos reparo en vió a todo el auditorio. Ya no había ninguna diferencia en-
meter las manos en la realidad humana, por miedo a qué tre él y sus hijos. ¡Todos eran leprosos!
se nos manchen. Para convertir al mundo, primero es necesario «conver-
Se nos podría aplicar la frase terrible de un escritor mo- tirse al mundo». Anular las distancias, llegar a la identifi-
derno: «Viven con la ilusión de tener las manos limpias..., cación.
porque no tienen manos». Al acercarnos a los demás, no todos podremos decir:
Somos un poco víctimas de lo que yo llamaría complejo «Nosotros, los leprosos», «nosotros, los enfermos...»
de torre de marfil. El convento, como un refugio blindado, Pero, siempre, todos podremos decir: «Nosotros, ¡los
como una fortaleza bien armada. Fuera, solamente hay pecadores!»
enemigos que acechan y peligros que amenazan nuestra vir-
tud. Nuestro «mundo del bien», que levanta barricadas y
muros de protección contra el «mundo del mal». Condena-
mos con demasiada facilidad a los otros. Descalificamos un
poco a la ligera los valores terrenos. ¿Cómo puede compa- 7 ES PECADO ENVEJECER
ginarse todo esto con la parábola de la levadura?
Convenzámonos de que hemos de salvar al mundo des- Parecerá raro. Pero uno de nuestros deberes principales
de dentro. Y salvarlo desde dentro significa ponernos en es el de mantenernos siempre jóvenes. De hecho, la vejez
tesitura de semejanza, no de separación. es una desagradable falsificación del cristiano y, sobre todo,
Identificarnos con todos los demás. Sin superioridades de la religiosa.
altaneras e irritantes. Participar, no huir. Disculpar, no juz- Vamos a explicarlo. Que no queremos desorientar a
gar. Ir descubriendo todo cuanto lleva a una común soli- nadie.
daridad, no encastillarnos en nuestra torre de marfil. Hay una juventud que la edad determina; juventud que
Un sacerdote polaco preguntó a un hombre de pueblo pudiéramos llamar «de cuerpo». Y hay una juventud de
si sabía lo que era el evangelio. La respuesta fue rápida: alma. No siempre coinciden la una y la otra. Uno puede ser
Y tú ¿sabes lo que es el dolor? ya muy viejo a los veinte años. Y se puede mantener esplen-
Tal vez el ejemplo más perfecto de lo que debe ser nues- dorosamente joven a los noventa.
tra identificación con los demás (que supone una auténtica
espiritualidad de la encarnación), nos lo dio aquel gran após- Así es el joven. — Evidentemente aquí nos fijamos en
tol que se llamó P. Damián de Veuster. la juventud de alma. Y podemos decir que «se llama joven
Este sacerdote excepcional (frente al que cualquiera se aquel alma que presenta en un plano sobrenatural la misma
siente anodadado), cuando supo con certeza el contagio de fisonomía, los mismos rasgos, que caracterizan a la juven-
la lepra, subió al pulpito y, dirigiéndose a sus fieles, comen- tud según la edad» (Congar).
zó su sermón con estas palabras: ¿Y cuáles son esos rasgos?

48 45»
4
Lozanía. Alegría de vivir. Exuberancia de energías vi- do se ha perdido la visión clara del ideal y no queda el espí-
venciales. El joven prefiere cantar, prefiere chillar en vez de ritu que daba impulsos para sostener en pie la orientación
hablar. Prefiere correr y saltar en vez de pasear. inicial, todo el armazón administrativo. Se mantienen aún
El joven siente de una manera arrolladora el atractivo las estructuras, tal vez mastodónticas y complicadas, mien-
de la aventura. Todos los caminos le ilusionan. Ama el pe- tras el ideal se ha ido perdiendo, se ha sofocado el espíritu,
ligro. No es calculador. Está dispuesto al sacrificio y a la la burocracia ha dominado a la vida y un puro formalismo
entrega. Las metas más avanzadas las encuentra ahí, al al- ha llegado a anular cualquier iniciativa. Unos andamios enor-
cance de la mano. En su diccionario no existe (no existe mes. Pero no hay casa. O está vacía, sin vida auténtica, sin
porque él la ha borrado) la palabra «imposible». movimiento interior.
La juventud no se compagina con las «medias tintas», Hablábamos de la religiosa «vieja». Áspera, amargada,
rechaza el compromiso. Ignora por completo el significado descortés, fría. Con arterias y venas calcificadas, escleroti-
de dos palabras muy propias de la gente mayor: «pruden- zadas. Corazón enmohecido. Un paso cansado, rígido, sin
cia» y «diplomacia». No se fija en los obstáculos. vida. No quisiera que esta descripción pudiera parecer de-
La juventud camina ilusionada hacia la perfección y ha- masiado realista o tal vez ofensiva. Por otra parte, no es
cia la fecundidad. que yo me haya encontrado jamás con una religiosa así.
Se la acusa muchas veces de «falta de realismo». Pero Es una figura «ideal» (mejor, poco ideal), que resulta del
es que en los jóvenes la fuerza del ideal es tan arrolladora conjunto de varios defectos, los cuales, repito, no guardan
que no les permite sentarse tranquilamente en una mesa relación con los años. Se pueden encontrar en una hermana
para calcular las diversas posibilidades de triunfar. Creen de veinte.
que les basta con la pureza de intención. Incapaz de sentir admiración por ninguna cosa, ella mis-
Una mirada limpia y profunda. Un rostro sereno. Una ma es incapaz de entusiasmarse por un ideal.
dosis enorme de sinceridad. Una capacidad inmensa de en- Dispuesta únicamente a juzgar, a criticar, a condenar,
tusiasmo siempre por los ideales más bellos y aventurados, a interpretar (mal) las intenciones de las otras. Tiene un
sin contabilizar los sacrificios. Voluntad de entrega. gusto especial en echar por tierra los proyectos, las inicia-
El joven cree en la verdad. Cree en el amor. tivas más entusiastas (vocación frustrada de auténtico bom-
bero).
...Y así es el viejo. — No hay nada tan desolador y tris- Vive sin ilusión. Ella asegura que es «realista». Tal vez.
te como una monja «vieja». O sea, una religiosa que ya ha Pero el suyo es un realismo que le sirve únicamente para
perdido las características de la juventud «de alma». ocultar sus limitaciones, su incapacidad, su cobardía.
¿La examinamos un poco? Acerquémonos a ella. Es co- Es pesimista. Y el pesimismo es una blasfemia contra
mo un árbol que se va secando. La savia encuentra cada la gracia, y a veces una cómoda justificación de la pereza.
vez mayor dificultad para subir y por eso, cada año, se queda Dice que no la comprenden. Pero, ¿se esfuerza ella por
más abajo. Hasta que llega a regar solamente el tronco. hacer algo para que la comprendan? Se habrá formado la
Y esto puede ocurrir no sólo en los individuos, sino tam- ilusión de que el camino del bien es ancho, llano, libre de
bién en las comunidades, en las instituciones enteras, cuan- peligros.

do 51
Perdió la primera batalla y abandonó la lucha. 8 LA POBREZA, CONDICIÓN
Tal vez partió valiente y estuvo en las líneas de van- DE JUVENTUD
guardia. Pero al oír los primeros tiros, se echó a temblar y
emprendió una vergonzosa retirada. Ahora, mientras la
guerra continúa, ha logrado «enchufarse» cómodamente en «Maestro, todas estas cosas las he guardado desde mi
la retaguardia y vive espléndidamente, mientras las otras juventud.» Entonces Jesús, mirándole de arriba a abajo, le
caen. amó y le dijo: «Una sola cosa te falta: ve, vende cuanto
Con una cara dura imponente la oiréis hablar — ¡hipó- tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo.
critamente! — de «prudencia». Después ven y sigúeme, llevando tu cruz». Pero él, al oir
Como veis, nos hemos topado con la mediocridad en estas palabras, se puso triste y se marchó afligido, porque
persona. La mediocridad en carne y hueso y... un hábito era muy rico» (Me 10,20-22).
sagrado. Y la mediocridad no es un espectáculo que valga ¿Qué cosa fue capaz de parar tan en seco el arrojo de
la pena presenciar. Especialmente en una religiosa. aquel joven? El apego a sus muchos bienes, a sus riquezas,
Pero ¡mucho ojo! La persona que acabamos de descri- a su rico patrimonio. La preocupación de sus posesiones.
bir no tiene necesariamente ochenta años. Puede tener cua- En aquel momento el joven dejó escapar su cita con
renta. Y también puede tener veinticinco. la felicidad. Peor aún. Perdió lo más hermoso que tenía: la
juventud de su alma. De hecho, le vemos que se retira triste.
Un corazón joven. —Decía Rene Bazin: «Con la vejez Y además, tremendamente viejo. Ha envejecido en un mo-
parece que todo se va. Pero Dios viene». Hermosa frase. mento, en el corto espacio de unos instantes, en los breves
Pero ese encuentro con Dios será maravilloso solamente si segundos de su... «negativa». Impresiona esto.
se tiene el alma joven. Sus posesiones le quemaron su juventud.
Y... el corazón también joven. Porque sólo llega a man-
tener un alma joven el que posee un corazón joven. Quiero Un enemigo peligroso: el verbo «tener».—Ya lo he-
decir: el que ha conservado en toda su lozanía la capacidad mos indicado. La juventud del espíritu depende del cora-
de amar y de entregarse. zón. O mejor, de lo que ocupa el corazón. De hecho, hay
«Tenemos la edad de nuestros pecados. Nuestra usura que tener en cuenta el objeto que amamos. De entre estos
es de orden espiritual» (Mauriac). objetos, algunos tienen la fuerza de conservar y garantizar
No lo olvidemos: el corazón tiene la edad de aquello que la juventud del alma. Otros, sin embargo, la destruyen.
ama. El que es «viejo» no puede afirmar que ama a Dios. De todas formas, en el episodio del joven rico conviene
Porque nuestro Dios, a pesar de la barba que le ponen los que veamos cuál es el peligro mayor que existe para esa ju-
pintores, es el Dios de la juventud. ventud. No hay duda. «El enemigo peor de la juventud del
Atención, pues, al corazón. Ése es el problema. Necesi- alma es el verbo tener» (Congar).
tamos una revisión periódica del corazón para evitar el «¡Ay de los ricos!», gritó Cristo. La riqueza en sí no
peligro de que... se haga viejo. es mala. Pero lleva consigo el peligro de invertir la escala
¿Te convences? ¡Es pecado envejecer! de los valores. Y aquello que debe ser un medio termina

52 53
por convertirse en un fin. Además, Jesús condena la riqueza cia, metanoia quiere decir esto mismo, y de ella se habla en
porque conduce a un estado de propia «satisfacción», que el evangelio), de reaccionar, de abrirse a los nuevos hori-
es la postura más antievangélica que existe, porque encierra zontes que se extienden, infinitos, ante sus ojos.
al hombre en sí mismo. No quieren renunciar a su peculio, a su propio capital.
Un clima de bienestar, de opulencia, se traduce con mu- Igual, igual que el joven del evangelio. Es la vejez del es-
cha facilidad en un clima de negativa, de repulsa: «Dios... píritu.
¿para qué me sirve?», se pregunta el rico. Satisfacción. Seguridad (¿o presunción?) Dios no tiene
También en el terreno espiritual hay una riqueza que ya nada que decir. O que ofrecer.
es tremendamente peligrosa. ¡Ay de los ricos, ay de los «No se puede nunca ser cristiano, sino intentar serlo»
saciados, ay de los satisfechos en este campo del espíritu! (Kierkegaard). Muy probablemente ni existe siquiera la
Me da la impresión de que estos ricos, estos capitalistas, religiosa completa, hecha y derecha, prefabricada, que pue-
son muy numerosos en nuestras comunidades. da hacerse la ilusión de vivir de renta. No. No debe existir.
Religiosas que podríamos llamar «prefabricadas». Sa- No se puede nunca ser religiosa sino intentar serlo. Hasta
bemos de antemano lo que piensan sobre tal cosa, cual será el último instante de la vida.
su juicio sobre tal acontecimiento, qué respuesta van a dar No olvidemos la advertencia de Péguy: «Hay una cosa
sobre tal problema, cuál va a ser su postura sobre tal suceso más triste que tener un alma perversa. Es tener un alma
o sobre tal persona. Todo está ya calculado, todo predis- "consolidada" y "perfecta"».
puesto, todo descontado. Una religiosa prefabricada.
Han ido acumulando todo un inmenso capital de nocio- Dudar de sí mismo. — Hay que tener fuerza de volun-
nes, de sabiduría, de experiencia. Y ni por asomo se les ocu- tad para destruir ciertas costras, aunque nos cueste la san-
rre que hay que renovar, que hay que aumentar este capital. gre. Romper ciertas corazas. Desterrar para siempre de nues-
Que algunas monedas pueden estar ya caducadas, reti- tra vida ciertas posturas de autosuficiencia. Dudar, dudar
radas de la circulación. Ellas se han arreglado bien sus cosas. muchas veces de ciertas «seguridades» nuestras. Sobre todo,
Viven de renta. dudar de nosotros mismos. x

Así son los «bien cuidados», los «gruesos», los satisfe- Alma abierta, capacidad para comenzar empresas, plena
chos de espíritu. No llevan más que una dirección. A fuerza disponibilidad. Si no, estamos condenados a envejecer.
de repetir los mismos actos, los mismos juicios, los mismos Por eso dijimos que el peor enemigo de la juventud del
gustos, estas religiosas han llegado a formarse una menta- alma es el verbo tener.
lidad que para ellas se ha convertido en auténtica coraza No nos cansamos de repetir: ¡Ay de los satisfechos,
fuerte y compacta, sin la más pequeña rendija por donde ay de los «bien cuidados» de espíritu!
pueda atravesar un rayo de luz o un poco de aire fresco. En este sentido, sólo aquel que es pobre tiene la posibi-
Si pudieran oler, olerían a moho. Si tuviesen un color, lidad de permanecer joven.
sería el de un objeto oxidado.
Absolutamente incapaces de renovarse, de «reconstruir-
se» día tras día, de cambiar su propia mentalidad (peniten-

54 55
9 UNA NUEVA EDICIÓN to de par en par, o tal vez en un evangelio desfigurado, cerra-
DEL EVANGELIO do o completamente ininteligible.
Nos encontramos en una de esas situaciones delicadas
tan frecuentes en nuestra existencia, en las que nos colo-
El cardenal Suenens ha dicho: «Las religiosas son hoy
can las «invitaciones» de Dios. Por una parte, la belleza
el único evangelio que lee la mayor parte de la gente».
encantadora de una misión sublime y delicada; por otra,
No se trata de una paradoja. Hay muchos hombres que
una tremenda responsabilidad.
no leen el evangelio. Dicen que no tienen tiempo. Y lo que
¿En qué consiste precisamente esta responsabilidad?
no tienen es gana. Sin que ellos mismos lo adviertan, lo
El evangelio que debemos encarnar debe ser:
que les falta es valor para leerlo. Obsesionados como están
solamente por llenar su cartera de billetes, preocupados
1. Un evangelio total. — E n él tienen que figurar to-
porque abunde el bienestar material en su casa, llevados de
das las páginas: desde la primera hasta la última. Aun las
la manía de llenar su cabeza de nuevas impresiones reco-
más exigentes, las más duras, las que más pueden moles-
gidas en revistas y libros extraños, no sienten el menor de-
tarnos. Aun aquellas que tienen poder para quitar el sue-
seo de hojear de vez en cuando el libro de los libros.
ño o cortar la digestión a quienes las meditan en serio.
En muchas casas tienen, sí, el evangelio. Pero más como En ese evangelio vivo, no debe faltar ni una sola página, ni
objeto de adorno que como libro de lectura. un punto, ni una coma tan siquiera.
Y hay también muchos que lo temen, que lo consideran
No se necesita añadir que en esta nueva edición del evan-
como un mal enemigo, capaz de desbaratar todos sus nego-
gelio, que eres tú, no se admiten raspaduras ni borrones.
cios (más o menos limpios), haciendo que un dinero conse-
Piensa un momento: ¿has arrancado de este tu evange-
guido sin demasiada delicadeza de conciencia les queme las
lio alguna página tal vez porque... te resultaba difícil?
manos como brasas encendidas. Por eso para ellos es un
auténtico aguafiestas de la vida.
2. Un evangelio auténtico. — Que contenga la pala-
Y he aquí que, de improviso, esta gente que desconoce bra de Cristo, no tus posibles torcidas interpretaciones.
el evangelio, cae en un hospital, va con su hija a matricu- Sus enseñanzas, no tus ocurrencias. Su divino mensaje, no
larla a un colegio... Y se encuentra con la religiosa. Y así tus propias ideas. Sus horizontes infinitos, no los de tu mi-
ésta, por un admirable juego de la providencia, se convierte rada miope.
en el «único» evangelio que gran parte del mundo lee.
Debes además vivir precavida contra una tentación que
He dicho «se convierte». Digamos mejor: «puede con- es más fuerte de lo que a primera vista parece: la tentación
vertirse». Porque Dios> aun en este campo tan suyo, res- de cambiar el evangelio, de dulcificarlo, de hacerlo dema-
peta siempre la libertad individual. Somos colaboradores siado digerible para estómagos delicados, de dorar algunas
de Dios solamente después de una libre y consciente acep- pildoras amargas que en él se contienen y que son autén-
tación de la misión que se nos confía. ticas de Cristo. No hay empeño más torpe y más bajo que
Por eso precisamente, en el caso que estamos figurán- este de «amañar» la palabra de Jesús con nuestra humana
donos, la religiosa puede convertirse en un evangelio abier- «prudencia», con nuestros sofismas engañosos, con nues-

to 57
tra sutil diplomacia; neutralizar la fuerza explosiva de su mismo el que se preocupe de todo lo demás: buscará un
lenguaje; hacer inofensivas y «fáciles», con nuestras doctas equipaje adecuado, se proveerá de víveres suficientes, estu-
explicaciones y correcciones sus eternas paradojas. diará su itinerario, escogerá un guía seguro. Aceptará los
Si ofrecemos un evangelio «corregido», acaramelado, sacrificios con entusiasmo, estará muy atento a los peligros,
en una síntesis caprichosa y no en su edición íntegra y total, lo arriesgará todo... porque su única ilusión será llegar al
seremos culpables de su traición. pico de la montaña y en esa ilusión ha puesto su felicidad.
Pero dejemos la comparación. Los hombres, al leernos
3. Un evangelio, mensaje de salvación.—Evangelio como evangelio, deben sentirse arrastrados por el encanto
significa «buena nueva». Jesús, al venir a nosotros, hizo re- del ideal cristiano.
sonar y difundirse por el mundo entero la maravillosa no- No es obligación nuestra demostrarles con razones la
ticia de la salvación. fealdad del pecado. Solamente el vernos debe ser suficiente
Jesús vino más a revelarnos lo que somos (hijos de Dios, para que puedan intuir lo hermoso que es vivir en gracia,
objeto de un amor infinito por parte del Padre), que a de- tener un corazón puro, ser humildes, amar y sufrir por la
cirnos lo que debemos hacer. justicia...
O si se quiere: las cosas que debemos hacer están jus- No, no se trata de enmascarar las cruces ni tampoco de
tificadas y orientadas por aquello que somos. Han de ha- presentarles un camino que no tenga dificultades, porque
cerse siempre por un fin, no independientemente de él. entonces no seríamos auténticos. Se trata sencillamente de
¿Es así, una «buena nueva», el evangelio que nosotros hacerles descubrir la sublimidad y grandeza de un ideal.
ofrecemos?, o es más bien una árida y lúgubre lista de pre- Y entonces, al menos los hombres de buena voluntad, se
ceptos y, sobre todo, de prohibiciones? convencerán de que, por un ideal así vale la pena trepar
Si quiero que un joven se arriesgue a escalar el pico hacia arriba, por la montaña del calvario, aun a costa de
más alto de una montaña difícil, he de procurar ante todo romperse las uñas y despellejarse las manos...
hacerle ver claro el significado, la belleza y la grandeza de
esa conquista. He de procurar hacerle intuir la felicidad 4. Un evangelio ilustrado. — Ilustrado, naturalmente,
que encontrará allá arriba. por tu ejemplo. Fíjate bien que digo por tu ejemplo. No por
Sería tonto (y además no tendría ni pizca de delicadeza los ejemplos de los santos o de tus mismas hermanas («¡qué
psicológica) si me empeñase en presentarle antes que nada hermanas más santas tenemos!» —dices—. ¡Muy bien!
todos los peligros, las dificultades y los sacrificios de una tal Pero... ¿y tú?)
empresa, si le espetase sin más una sarta de consejos, si le A muchos hombres hoy no les gusta leer. Prefieren la
llenase la cabeza de advertencias muy severas. Si hiciera imagen. De ahí que las páginas de tu evangelio deben tener
esto, el joven se echaría para atrás inmediatamente y no muchas ilustraciones prácticas, convincentes e indiscuti-
daría ni un solo paso hacia la montaña, cuyo atractivo no bles.
se le ha sabido presentar. Hay por desgracia mucha gente que cree que no es po-
Antes que nada debo meterle en el alma el encanto fas- sible vivir en cristiano, gente que está convencida de que
cinador de una conquista semejante. Después ya será él Cristo pide cosas absurdas, superiores a nuestras fuerzas.

58 59
Y tú debes demostrar, no de palabra, sino con el ejem- 10 CUANDO LLEGA LA HORA DE
plo de tu vida, que es muy posible vivir el evangelio. No sólo
posible, sino hermoso y bello. Y que, al mismo tiempo, es PREDICAR CON LA VIDA
la única fuente de alegría. Que al verte... lo entiendan.
Dispensa si insisto en la idea del evangelio ilustrado y
*
predicado en tu vida.
Diez minutos de sueño. — M e gustaría que esta medita- No puedo ocultarte la profunda tristeza que siento cada
ción te quitara solamente diez minutos de sueño. Esta no- vez que oigo a un párroco predicar los domingos en la misa
che (ahora no, porque te pondrías colorada y te lo iban a mayor. ¡Cuántas caras distraídas, aburridas, en torno al
notar en seguida tus hermanas) pregúntate con sinceridad: pulpito! ¡Qué pena! En verdad... «una voz que grita en el
¿soy un evangelio abierto de par en par para todo el que desierto». El desierto de la indiferencia, de la destrucción,
me ve?, ¿un evangelio total, auténtico, mensajero de sal- de la ausencia.
vación, ilustrado? Y pienso después en todos los que han quedado fuera,
Pero sábete bien claramente que estás aún muy a tiem- que son la mayoría. Jóvenes hacinados en el bar alrededor
po para publicar una nueva edición del mismo. Una edi- de un tocadiscos que no canta precisamente salmos; hom-
ción..., como Dios manda. bres que se quedan en la plaza discutiendo; tanta gente que
¿Por qué no lo intentas? está totalmente absorbida por sus propios intereses terrenos.
Mira. Tal vez alguien, al leer esa nueva edición de tu ¿Cuántos son los que escuchan hoy el evangelio? ¿Cuán-
evangelio, tan ilustrada, tan maravillosa, quedará encan- tos los que oyen la palabra de Dios?
tado. Y descubrirá, quizá sepultada bajo una dura costra Nadie se íía ya de las palabras. Por eso se llega a des-
de pecados y egoísmos —una imagen bellísima de lo que preciar hasta la misma palabra.
debe ser un hijo de Dios. De esa imagen que está esculpida Pero ¿qué hemos de hacer? ¿Lamentar esta situación?
en lo más profundo del corazón aun del pecador más enca- ¿Escandalizarnos? ¿Lanzar anatemas «contra este mundo
llecido. moderno»? ¿Recordar con nostalgia los tiempos pasados,
¿Los derechos de autor?... No te preocupes, estáte tran- maldiciendo esta «generación perdida»? ¿Repetir entre
quila. Ya se encargará él de llevar las cuentas. Y no tendrá, asustados y cobardes: «a este paso, quién sabe dónde ire-
ciertamente, que recurrir a ninguna máquina calculadora. mos a parar»?
No. Eso es muy cómodo. Nuestra misión, como la de
Cristo, no es precisamente la de juzgar, y menos la de con-
denar.
Resulta que la gente ya no va a la iglesia a escuchar el
evangelio. Muy bien. Pues lo predicaremos nosotros fuera
de la iglesia.
La gente no se fía de las palabras. Muy bien. Pues, ¡a
predicar con el ejemplo! A falta de demostraciones raciona-

60 61
les y de silogismos, la convenceremos con el testimonio de ejemplares, tan poco conformes al ideal que dices profesar?
nuestra vida. Seamos sinceros de una vez. Con demasiada frecuencia
«El mundo de hoy desconfía terriblemente de la pala- las obras neutralizan nuestras palabras, desmienten la ver-
bra, tanto hablada como escrita. Y es que se ha abusado dad que predicamos. Es una pena.
mucho de la palabra. El hombre de hoy, al oírla, se pone Y, sin embargo, la señal, el criterio de la verdad de
como en guardia y asume muy pronto ante ella una postura cuanto predicamos tendría que ser nuestra propia virtud.
de indiferencia. *
»Sin embargo ante la palabra que está encarnada en una
vida (esto es, ante el testimonio) se rinde en seguida. Meditemos juntos esta página de Mauriac: «Hemos en-
»La doctrina evangélica es tan alta y sublime que el gañado mucho a los hombres. No son las palabras, sino el
hombre necesita verla encarnada en alguien, para creer que ejemplo, el que hoy estimula y arrastra. No es la palabra
es posible ponerla en práctica en la vida diaria. Ésta es la de Dios comentada o acomodada al gusto actual; es el hijo
misión, ésta es la fuerza del testimonio de quienes pregonan del hombre, es el Verbo de la vida, visto y palpado en la
el evangelio con su vida» (Barra). persona de un pobre ser humano, que vive en medio de los
Pregonar el evangelio con la vida. Ése es el lema que pobres, siendo igual que ellos y que hace brillar en su per-
animó la existencia y las obras del P. Charles de Foucauld. sona aquella presencia, delante de la cual el ciego de naci-
Aquí está todo el problema: ir reflejando, ir traducien- miento cayó de rodillas: "Oyó Jesús que le habían echado
do el evangelio en nuestra conducta, sin que ni siquiera una fuera y, encontrándole, le dijo:
página quede al descubierto. — ¿Crees tú en el hijo del hombre?
«No es posible ser de manera eficaz sacerdote de una Respondió él y dijo:
religión de la que no se ha sabido ser antes un buen fiel» — ¿Quién es, Señor, para que crea en él?
(Bouyer). Lo mismo se puede decir de nosotros: no pode- Dijóle Jesús:
mos pretender ser los predicadores de un evangelio que — Le estás viendo, es el que habla contigo.
antes no hemos practicado. Dijo él:
«Es cuestión de vida; no de palabras, ni de discursos, — Creo, Señor. Y se postró ante él" (Jn 9,35-58).
ni de pruebas silogísticas. Nuestro testimonio ha de situarse »El viento de las palabras no nos hará caer de rodillas.
en un plano vital. Lo único que nos hará arrodillar serán las obras y el dolor
»E1 apostolado verdadero no consiste en hablar, sino buscado y escogido por un hombre que vive en Cristo en
en ser. Hoy está muy de moda el apostolado un poco char- medio de los demás hombres...»
latán. El nuestro no es otro que la santidad. Toda alma que Ésa es precisamente nuestra misión: hacer caer de ro-
se eleva, eleva al mundo» (Sor Genoveva Gallois). dillas. Y para eso debemos limpiar muchas cosas en nos-
Hay un célebre proverbio que dice: «No puedo oír lo otros y hacernos transparentes. ¡Para que él aparezca!
que dices, por el ruido que haces». ¿No has pensado que Un obrero decía a un compañero suyo hablando de un
tal vez muchos hombres permanecen sordos a la palabra sacerdote: «Cada vez que me encontraba con él, me entra-
por el ruido producido por tus obras tan pobres, tan poco ban deseos de arrodillarme».

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Permíteme una pregunta: ¿Piensas que a lo largo de tu es cierto que, en algunas partes del mundo llamado civili-
vida, al menos una vez, alguien al verte haya tenido deseos zado, se odia y se mata a las personas por el único motivo
de arrodillarse? del color de su piel.
Basta con esto. Quiero ignorar tu respuesta. Te daré Mucho se habla de la civilización y del progreso. Pero
la mía. Es una respuesta que me ruboriza... y me humilla. es un hecho innegable que los hombres de hoy están dis-
puestos en cualquier momento a resolver sus diferencias
con la guerra, degollándose entre sí con una crueldad inau-
dita.
Y además... se ha desencadenado un egoísmo brutal
11 ¿TE GUSTA TU SEMBLANTE? entre las gentes. Hace algunos años, R. Follereau, el gran
amigo de los leprosos, pidió a los jefes de estado de las ma-
Un individuo bastante competente en el terreno de las yores potencias mundiales que renunciasen a la construc-
revoluciones ha hecho la observación siguiente: «La expe- ción de dos aparatos supersónicos de bombardeo. Con la
riencia de todos los movimientos libertarios demuestra que cantidad que se ahorraría podrían salvarse millones de le-
el triunfo de una revolución depende del grado de partici- prosos. Aún no ha recibido contestación.
pación que en ella tengan las mujeres» (Lenín). Y luego, la injusticia. «Tres cuartas partes de la huma-
Supongo que el mismo principio podrá aplicarse a la re- nidad mueren de hambre, mientras la otra cuarta parte mue-
volución cristiana, cuya necesidad y urgencia tanto se está re de indigestión» (P. Gauthier). Millones de niños mue-
echando de menos, especialmente hoy. Una revolución en ren de hambre en la India o quedan ciegos por falta de vi-
la cual las mujeres, y con mayor motivo las religiosas, tienen taminas..., y en América una señora deja quince millones
que jugar un papel muy importante. como herencia... a su papagayo (parece que la máquina se
avergüenza de tener que escribir estas cosas). Por la maña-
Espectáculo desolador. — Es el que ofrece el mundo na, al surgir el alba, en algunas grandes ciudades sudameri-
actual si lo miramos con ojos realistas. canas hay verdaderas bandadas de chiquillos medio dor-
La técnica ha hecho ciertamente progresos maravillo- midos que se arrojan con las manos lívidas sobre los cubos
sos. Nunca como ahora se ha visto la grandeza del hombre, de basura a ver si logran encontrar algo que llevar a sus bo-
elevado a un rango de con-creador, de continuador de la cas hambrientas. Mientras en Europa... ¡hay «vedette»
obra divina de la creación. Pero también es cierto que el que cada mañana se baña en 250 litros de leche!
gran descubrimiento que ha caracterizado a nuestro siglo, Y... ¡tanta cochambre, camuflada de amor, por todas
la desintegración del átomo, se ha usado inmediatamente partes!
para exterminar de un solo golpe, alucinante llamarada, a Y también, nuestro mundo cristiano. Tan numeroso y
más de ciento setenta mil personas (Hirosima, 6 de agosto compacto en los registros parroquiales y tan contradictorio
de 1945). luego a la hora de la verdad. Gente cuyo único lema en la
Las distancias se han acortado de manera vertiginosa. vida es «la cartera llena y la conciencia vacía». De este nues-
Dentro de poco el hombre llegará a la luna. Pero también tro mundo se ha hecho un diagnóstico muy duro: «Un pue-

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blo pagano lleno de supersticiones cristianas» (Cardenal tremendamente fácil y tentador, mirar a los lados y descu-
Cardijn). ¡Tremendo! brir defectos y faltas en las otras hermanas y concluir luego
¿No nos convence todo esto de que está siendo cada día tranquilamente: «Menos mal... Yo no soy así. Tendré de-
más urgente una revolución auténticamente cristiana, la re- fectos, pero como esos... Yo no me hubiera portado como
volución de la levadura en la masa? ella... Y habría tenido la fuerza suficiente para... En fin de
No podemos limitarnos a protestar, a gritar, a conde- cuentas, pensándolo bien, debo reconocer que tengo moti-
nar. Hay que hacer algo. Una revolución, sí; una revolución vos más que suficientes para estar bastante satisfecha de mí
cuyo éxito o cuyo fracaso va estrechamente ligado al grado misma... No estoy mal del todo. Si me comparo con otras,
de participación en ella de las mujeres. Y de las religiosas. puedo considerarme incluso...»
Perdona. Te has equivocado de espejo. Tal vez por eso
Un espejo mentiroso y dos sinceros. — ...Pero ¿por te has complacido en tu cara.
dónde hemos de comenzar? Es una cosa muy importante. Quiero hablarte de dos espejos que no te engañan, de
Hay que estudiar bien este punto y asegurar plenamente los que puedes fiarte plenamente. El primero es el que usó
esta posición estratégica. Es indispensable afianzar el pun- Pedro inmediatamente después de su caída. Se dirigió ha-
to de vista bajo el cual nos colocamos de frente a nuestro cia Jesús. Se lo encontró de frente, ensangrentado, el cuer-
•«plan revolucionario». po lleno de señales de los azotes, el rostro cubierto de sali-
Se ha dicho: todo el mundo se disgusta con los demás, vazos. «Y el Señor se volvió hacia Pedro, ¡y le miró!»
nadie consigo mismo. Por eso es por lo que el mundo va (Le 22,62).
mal. ¿Otro espejo? Toma en tus manos la vida de algún
Éste puede ser un buen punto de partida, el punto de santo. Lee algunas páginas..., saltando si quieres los mila-
partida que buscábamos: aprender a sentirnos insatisfechos, gros. Y después, dime si aún te gusta tu cara...
a no complacernos; aún más, a sentir un gran disgusto de Es éste un espejo demasiado fiel. Nos indica con segu-
nosotros mismos. O sea, ponerse delante del espejo, mirarse ridad la distancia que nos separa del ideal. Y señala profun-
la cara y reconocer que francamente es fea y tal vez horri- damente el abismo que existe entre lo que somos y lo que
blemente fea. Y por cara entiendo, claro está, mi fisonomía deberíamos ser.
interior. *
Se necesita una buena dosis de valentía para admitir Y basta ya por hoy. No lo olvides: está siendo urgente
ciertas cosas, es cierto. Estamos muy acostumbrados a men- una revolución cristiana. Sólo ella puede salvar al mundo.
tirnos a nosotros mismos y también a los demás. Se necesita Pero la revolución comienza por ti misma. No basta estar
ser valiente para aplicarse la frase que cierta persona decía disgustados por lo que sucede en el mundo. Esto huele a
de sí misma: «Ignoro lo que es la vida de un bribón; nunca fariseísmo.
lo he sido. Pero la vida de un hombre honesto es realmente Las cosas en el mundo comenzarán a ir mejor cuando tú
abominable». y cuando yo no estemos satisfechos de nosotros mistaos.
En verdad es necesario un gran espejo para mirarse Cambiaremos el semblante del mundo solamente cuan-
bien. Pero ese espejo no son los otros. Porque es muy fácil, do no estemos contentos con el nuestro.

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12 MI VOCACIÓN, O SEA idea con santa Teresa: «Para su mesa el Señor de un agua
turbia puede hacer un agua limpia».
«UN DIOS CAPAZ DE TODO» Así se deshacen inexorablemente todos los equívocos
y todas las ilusiones sobre este punto. No es cuestión de
Pensando en nuestra vocación, un sentimiento brota que nosotros valgamos o no valgamos. Por otra parte, bas-
espontáneo y se agiganta a medida que nos damos cuenta de tará recorrer las páginas del evangelio y detenerse, por ejem-
su grandeza. Este sentimiento es de auténtico asombro. plo, en el episodio de la samaritana, que llega a ser nada me-
Asombro que linda con la locura, al sentirnos escogidos. nos que la «embajadora del mesías» ante sus propios com-
Escogidos, no por nuestra parte ni por nuestros méri- patriotas... «Para su mesa, de un agua turbia puede hacer
tos, sino por parte de Dios. «No me habéis escogido vos- un agua limpia». Realmente no, no es cuestión de dignidad
otros a mí, sino que fui yo quien os ha escogido a vosotros». por nuestra parte. Los motivos de la «elección» hay qiie
La vocación entra a formar parte de esa trama que rea- buscarlos únicamente en la libre iniciativa de parte de Dios,
liza el amor divino y que es absolutamente gratuita. Es cier- en sus «gustos» tan distintos de los nuestros, en la absoluta
to que la llamada de Dios no anula nuestra libertad, por lo gratuidad de su amor.
que somos totalmente libres para corresponder a ella o re- El motivo del amor no está en nosotros, sino en Dios.
chazarla, para rendirnos a ella o para huir. Es verdad que Y ahora llega el momento de sacar alguna conclusión:
a la elección por parte de Dios debe corresponder una deci- no nos ha llamado por haber encontrado en nosotros valor
sión por parte nuestra. Pero, evidentemente, nuestra con- alguno. Sino que adquirimos un gran valor porque él nos
sagración, nuestra «elección» no es más que una respuesta ha llamado.
a una iniciativa personal de Dios. La iniciativa parte siem- No nos ha escogido porque éramos buenos. Sino que
pre de él. somos buenos porque él nos ha llamado y escogido.
Pero volvamos a aquel «asombro» al que nos referimos No queda más que caer de rodillas para agradecer y
al principio. ¿Por qué esta elección cayó precisamente para adorar. Es inútil pedir explicaciones a Dios. Inútil
sobre mí? ¿Por mi inteligencia? ¿Por mi bondad? ¿Por preguntarle por qué puso sobre nosotros sus ojos, a pesar
mis cualidades? ¿Por mi generosidad? No, por favor. de que nada teníamos que pudiera atraer su mirada.
Sería de tontos y de presuntuosos hacernos estas ilusiones. A Dios nunca hay que pedirle explicaciones. El miste-
Si fueran esos los motivos, Dios habría llamado a otras rio de su elección respecto a mí entra de lleno en el inmenso
puertas. misterio de su amor al mundo. «Dios amó tanto al mundo
Pero resulta que ha llamado a la mía. ¿Por qué? Quizá que le dio a su Hijo unigénito».
encontremos la explicación en san Pablo: «Eligió Dios la Por otra parte, un Dios que ha llamado a una criatura
necedad del mundo para confundir a los sabios y eligió Dios tan llena de miseria como yo, indiscutiblemente es un Dios
la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo capaz de todo.
plebeyo, el deshecho del mundo, lo que es nada lo eligió Quizá nosotros mismos, conociéndonos como nos cono-
Dios para destruir lo que es, para que nadie pueda gloriarse cemos, jamás nos hubiéramos elegido. Y sin embargo, él nos
ante Dios» (1 Cor 1,27-29). Y podríamos completar la escogió...

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Gratitud, adoración. Y también un profundo sentimien-
to de seguridad. Seguridad, naturalmente, por el hecho de sin fuerza siquiera para sacudirse el polvo que le va cayen-
que el amor de Dios no disminuye nunca: «Yo he cargado do encima.
con vosotros apenas nacidos, os llevé desde el seno mater- Es una etapa muy común en la vida religiosa. ¿Cuándo
no. Yo mismo os llevaré hasta la vejez y hasta la canicie. se llega a ella? No es fácil precisarlo. Generalmente alre-
Como ya lo hice, os llevaré, os sostendré aún y os salvaré» dedor de los 35-40 años. A veces antes. A veces después.
(Is 46,3-4). Y en algunos casos, nunca.
En verdad, Dios «siempre es el mismo». Dios es fiel. Nos encontramos, como veremos luego, ante un pro-
Dios es tenaz, paciente, obstinado en su amor hacia nos- ceso de maduración espiritual que no siempre coincide con
otros. la edad.
«Aunque los montes se muevan y se retiren los collados, Pero procedamos con orden. Intentemos clasificar las
jamás se apartará de ti mi amor» (Is 54,10). diversas etapas que suelen darse en la vida religiosa.
¡Qué responsabilidad por parte nuestra ante esta increí-
ble «locura» de Dios, que nos escogió y continúa amándo- La etapa del entusiasmo. — Hermosa etapa. Se caracte-
nos ciegamente, a pesar de todo! riza precisamente por eso, por el entusiasmo, por la sublime
Tendríamos que exclamar como Pierre l'Ermite: «Ayu- novedad de la respuesta generosa a la llamada de Jesús.
dadme a pedir que no sea demasiado pequeño para un sacer- Bulle un empeño enorme en el alma por una entrega
docio tan grande». total, por una generosidad sin cálculos, sin medias tintas, a
Sí. Nada podemos hacer más que pedir, pedir para que toda prueba; por una especie de ansia espiritual que no se
no seamos demasiado pequeños, demasiado miserables pa- ve nunca saciada. Castidad, obediencia, pobreza, oración,
ra un amor tan infinito. vida interior, caridad exquisita... Todo está a punto. No
es que estas cosas no cuesten. Pero se superan fácilmente;
se arrollan, si es necesario, cuantos obstáculos se ponen
por delante.
Aunque no lo confesemos abiertamente, tenemos una
13 ¡PASO-A DIOS! confianza ilimitada en nuestras fuerzas, en nuestra genero-
sidad, en nuestros propios recursos.
Y... uno se cansa. No tiene nada de extraño. Es un fe- Estamos ingenuamente convencidos de que somos nos-
nómeno muy natural, aun dentro de la vida religiosa. otros los que damos algo al Señor. No hemos experimen-
Sentado en el borde del camino, con la cabeza entre las tado aún (experiencia dolorosa por cierto, cuando llega) lo
manos, sintiendo solamente un enorme cansancio, un can- imposible que resulta para nuestra naturaleza humana vivir
sancio que penetra hasta los huesos y llega hasta la misma íntegramente las exigencias de nuestra vocación.
voluntad. Y además, una desgana enorme para todo. Como Por otra parte, nos parece todo tan bello, tan ideal en
si el alma estuviera magullada. Y no apetece sino estarse nuestra casa. Hermosa etapa, decíamos. Y es verdad. Pero
allí, sin hacer nada, acurrucada la cabeza entre las manos, pecamos de ingenuas. Nos dejamos llevar por los fáciles
sueños que nos pinta nuestra joven fantasía.
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La etapa del cansancio. — También suele llegar para casi La salvación está en declararnos en quiebra. — Sería
todas. Y se caracteriza por una especie de parón, de estan- un error muy grave considerar que esta última etapa que
camiento, producido por un natural descenso del entusias- acabamos de describir a grandes líneas (y cada una podrá
mo primero, por una especie de difuminación del ideal. añadir algún retoque personal más o menos importante) re-
Es la edad. La pérdida de fuerzas, consecuencia de un presenta un retroceso, significa un humillante volver hacia
activismo altruístico, intenso, febril y, con demasiada fre- atrás. A veces se oye decir: «Hace algunos años era más
cuencia, exagerado... Desilusión, desaliento, una enorme buena, más generosa, más...» Sí. Tal vez ponías más entu-
apatía, un desinterés total. Todo nos parece negro. Nos siasmo en las cosas. Pero el Señor quiere y suele exigir
cuesta, nos resulta hasta difícil soportarnos a nosotros mis- siempre una fidelidad basada en él sufrimiento, que está
mos y, no digamos, a los demás. Se nos clava en el alma, de muy por encima y que a sus divinos ojos vale mucho
manera agudísima, cierto sentido de inutilidad. Y aparece más que aquel entusiasmo de los primeros años. Y ten en
insinuante y pesada la duda de si valdrá la pena luchar y cuenta que entonces, aun en medio de aquel fervor, no
sostenerse por más tiempo, porque estamos enfrentándonos era oro puro todo lo que relucía. Junto a Dios, al que
con cosas muy superiores a nuestras fuerzas. ciertamente se buscaba, había siempre una buena dosis de
Y al mirar nuestras manos, nos da la impresión de que egoísmo.
están vacías. Tremendamente vacías. «Maestro, hemos es- El momento es realmente importante. Y hay que tener-
tado trabajando toda la noche y no hemos cogido nada». lo en cuenta. Se trata de una época de maduración, decisiva
El mismo ideal va perdiendo su fuerza de atracción, por ya para toda la vida. No hay un retroceso. El retroceso pue-
el tiempo que pasa, por la monotonía de las horas, por las de venir luego si no se sabe reaccionar, refugiándonos en
ocupaciones muchas veces no solamente humildes, sino has- continuas evasiones: buscar los intereses humanos, encu-
ta humillantes, por nuestros proyectos tan frecuentemente biertos tal vez bajo la capa de exigencias de apostolado; de-
fracasados, por nuestros sueños quemados por el hielo de seos de medrar y de «hacer carrera»; contentarse con una
la realidad cruda, por el cargo en el que no acabamos de torpe mediocridad, camuflada bajo la máscara de una pru-
encajar, por una actividad que no coincide con nuestras dencia mal entendida... Pero de estas evasiones volvere-
inclinaciones. mos a ocuparnos después.
Y además... vemos, quizá a nuestro lado, tantas mise- ¡Bien! La etapa del cansancio debe concluir con una de-
rias, tanta mezquindad, tantas sobras... Todo se empeña cisión. Sería terrible abandonarse a ella para siempre.
en hundirnos en la mediocridad. Y notamos que para esto Hay que decidirse. No hay más remedio que escoger.
no estábamos preparadas. Jesús o el mundo. La heroicidad de la caridad o la torpe
Total, que venimos a descubrir que las exigencias de mediocridad hecha vida. La «cruz» o un «pasarlo bien».
la vida religiosa están muy por encima de las posibilidades La santidad que brota de dentro o una fidelidad puramente
humanas. Por todas partes brotan dificultades imprevistas. formal y externa al cumplimiento del deber. La generosidad
Nos encontramos frente a situaciones que nos desalientan. total sin regateos, o un simple ir tirando.
Aparecen nuevas tentaciones. Nos encontramos en las circunstancias de un alpinista
¡Y comienzan a pesar los votos! que se ha arrojado con valentía a escalar una roca escarpada

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y difícil. Ha sorteado las principales dificultades. Pero llega hombres pero no para Dios. Para Dios no hay nada impo-
un momento en que se para. No puede más. Le quedan es- sible».
tas soluciones: Y ahí estará precisamente nuestra salvación. Porque de
esa manera quitamos los estorbos de nuestra soberbia, de
Mirar hacia abajo. Pero entonces le entra el vértigo de nuestra presunción, de nuestro egoísmo... ¡y damos paso
la altura y se encuentra atenazado por el miedo. Cae rodan- a Dios!
do hasta abajo. Y muere. Sería el final, triste final de nues-
tra vocación.

Quedarse allí, quieto, pegado a la roca, agarrado a ella 14 LAS DOS LLAMADAS
fuertemente para no caer. Sería la aceptación definitiva de
la mediocridad, que constituye (nunca lo repetiremos bas-
tante) la más horrible caricatura de la vida religiosa. No Recojamos el hilo de la meditación anterior.
hay nada más humillante para una religiosa que ir siguien- Dijimos que nuestra salvación consiste en una atrevida
do o intentando seguir a Cristo cargado con la cruz..., sin declaración de fracaso. Sólo cuando hayamos experimen-
pizca de gana. tado con dolor la inutilidad de nuestras fuerzas para corres-
ponder de lleno a las exigencias de nuestro ideal, será cuan-
Mirar hacia arriba, a lo alto. Convencerse de que es ab- do suene la hora de Dios en el reloj de nuestra vida.
solutamente necesario llegar a la cumbre. Que no podemos, Limpio el terreno (completamente limpio, se entiende)
porque sería vergonzoso, dejar a medias la obra comenzada. de nuestro yo, Dios entra en acción. El entusiasmo cede a la
«Cuando se sale de casa para hacer alguna cosa, no se puede fidelidad, la ingenua confianza en las propias fuerzas deja
volver sin haberla terminado» (Ch. de Foucauld). paso a la gracia. Desaparece el propio yo de la escena y entra
Mirando hacia arriba se descubre en seguida un sitio Dios.
nuevo donde agarrarse, quizá la misma cuerda que nos lleva El evangelio y concretamente la vocación de los após-
hasta el final. toles nos puede iluminar bastante a este respecto.
Pero eso decimos que entonces hemos de declararnos No sé si has caído en la cuenta. Cristo llamó dos veces a
en quiebra, reconociendo con humildad nuestra absoluta los apóstoles.
imposibilidad, nuestra total incapacidad para llegar a la Con la primera llamada los despega de las cosas. Pedro,
cima. Desde esta postura será más fácil descubrir la cuerda Andrés, Santiago y Juan abandonaron sus redes, su oficio,
que Dios nos tira de lo alto. Y sentir la verdad de aquellas sus parientes. «Caminando, pues, junto al mar de Galilea,
palabras: «Imposible para los hombres, pero no para Dios. vio a dos hermanos, Simón que se llama Pedro, y Andrés,
Para Dios nada hay imposible» (Me 10,27). su hermano, los cuales echaban la red en el mar, pues eran
A ese nuestro declararnos en quiebra: «Maestro, hemos pescadores; y les dijo: Venid en pos de mí y os haré pesca-
trabajado durante toda la noche y no hemos cogido nada», dores de hombres. Ellos dejaron al instante las redes y le
responderá clara la voz de lo alto: «Imposible para los siguieron.

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»Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, San- de ti, yo no me escandalizaré... Aunque sea preciso morir
tiago el del Zebedeo y Juan, su hermano, que en la barca, contigo, yo no te negaré» (Mt 26,33-35), de sus entusias-
con Zebedeo, su padre, componían las redes, y los llamó. mos, de sus ingenuas confianzas..., podían ya seguir a Jesús.
Ellos, dejando luego la barca y a su padre, le siguieron»
(Mt 4,18-22). Lo mismo sucede con nosotros. Con la primera llamada
Mateo dejó el banco donde cobraba los impuestos. «Pa- el Señor nos despega de las cosas (un cargo, una familia,
sando Jesús de allí, vio a un hombre sentado al telonio, de nuestros padres, las perspectivas de un porvenir humano).
nombre Mateo, y le dijo: sigúeme. Y él levantándose, le Después llega la prueba de la pasión. La que más arriba
siguió» (Mt 9,9). dijimos que era la etapa del aburrimiento y del cansancio,
Siguieron a Jesús con gran entusiasmo. Fueron testigos sentados al borde del camino. Es la prueba del paso del
de todos sus milagros. Le oyeron hablar del reino, cuando tiempo. La prueba de una vida demasiado fácil, llena de
lanzó su divino mensaje de desconcertante novedad. Y pre- ordinariez y de desgana, en la cual van poco a poco desapa-
senciaron el espectáculo de las multitudes que le oprimían. reciendo los grandes ideales de otros tiempos.
Y la multiplicación de los panes en el desierto. Con la segunda llamada Jesús nos despega de nosotros
Esperaban, soñaban, concebían planes fantásticos y mismos nos hace caer en la cuenta de que si estamos
grandezas de poder. Pensaban que, naturalmente, ya tenían solos, si confiamos en nuestras propias fuerzas, no haremos
asegurado un buen puesto en el reino de que el maestro les nada bueno y llegaremos a encontrarnos, desoladamente,
hablaba. con las manos vacías. Si hacemos caso a esta segunda lla-
Más tarde, Jesús comenzó a tener unos discursos un mada (y no es nada fácil, que conste; resulta más hacedero
poco... raros, en los que hablaba de su muerte como algo despegarnos de las cosas que de nosotros mismos, de nues-
próximo. Se perfilaba un tanto la sombra del calvario. Y los tro yo), si somos capaces de reconocer, sin medias tintas,
apóstoles empezaron a fruncir el ceño. nuestra inutilidad, si comprendemos que no hemos hecho
Y cuando llegó la prueba decisiva de la pasión, todos más que darnos coscorrones una infinidad de veces, si nos
huyeron. Porque aquello no se compaginaba con sus sue- convencemos de verdad que solamente es Dios el que lo
ños, con sus proyectos, con sus ambiciones. «Y volviendo puede todo, entonces comenzaremos a vivir esa maravillosa
otra vez los encontró dormidos; tenían los ojos cargados» aventura que se llama santidad.
(Mt 26,43). «Y abandonándole, huyeron todos» (Me 14, Cuando está por medio nuestro yo, nuestro egoísmo, la
50). Y Pedro: «No conozco a ese hombre que vosotros de- vida religiosa se disuelve pronto o tarde en una triste re-
cís» (Me 14,71). nuncia a los grandes ideales que la sostienen.
Después de la resurrección, el Señor los llamó por se- Solamente si está Dios presente, nos salvaremos de la
segunda vez. Y ésta fue la llamada definitiva. «Después aña- ruina.
dió: sigúeme» (Jn 21,19).
Después de la experiencia de su traición, de su fracaso, Nuestras manos. — Permíteme que termine esta serie
de su desilusión, del caerse por tierra sus aspiraciones hu- de reflexiones trayendo a colación la última etapa de tu
manas, de su presunción: «Aunque todos se escandalizasen vida. Muy probablemente llegará también para ti el mo-

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mentó en el que las fuerzas te abandonarán por completo, Déjame que te grite: ¡No dejes escapar esa tristeza!,
tu cuerpo se irá deshaciendo, tu voluntad te fallará y enton- ¡agárrala con ambas manos! Te digo más: ¡cae ante ella de
ces tendrás que ir retirándote, creyéndote un peso muerto rodillas! No para adorarla, sino para bendecir al Señor que
para la comunidad al no poder ya ofrecer la ayuda eficaz de te la manda, porque es una gracia actual. Tú puedes conver-
otras veces. tirla en una de las mayores gracias de tu vida.
Si en las diversas etapas de tu vida has sabido dar gol- ¿Lo dudas? Un ejemplo: la fiebre. Cuando la tienes,
pes certeros de timón para enderezar las rutas de tu vida te disgusta, te molesta como nos ocurre a todos. Sin embar-
espiritual y dirigirte decididamente hacia Dios; si te en- go, su aparición es para ti providencial. Se convierte en un
tregaste a él exclusivamente, estarás sin duda bien prepa- precioso toque de alarma. Te advierte que hay algo en tu
rada para ofrecerle también serenamente el último testi- organismo que no funciona bien, que no marcha con regu-
monio de amor. laridad. Señala un peligro, un ataque patológico a la vista.
Y tus manos, ahora inútiles, te parecerán mucho más Del mismo modo, esa tristeza, ese descontento, ese dis-
hermosas que cuando te agitabas y pensabas, con secreto gusto que sientes de ti misma, es providencial. Es... como
orgullo, que, a fin de cuentas, tú ocupabas también un pues- la «fiebre» de tu alma. Una señal de alarma que te advierte
to importante. que algo no marcha bien en tu interior.
Y esas manos en el lecho de muerte (¿tienes miedo de Una señal puesta en acción por dos agentes diversos:
que te recuerde estas cosas?) quedarán para siempre entre- Dios y la parte superior de ti misma.
cruzadas. Y alguien las unirá más fuertemente con un ro- Dios te está manifestando de esa manera tan clara que
sario. no está satisfecho de ti, que no le tienes contento, que vas
En aquel momento estarán aún firmemente agarradas aumentando la distancia que te separa de tu ideal, que esa
a un hilo de salvación que sube hacia lo alto. El mismo hilo preciosa imagen, esculpida en lo más íntimo y profundo de
al cual te agarraste desesperadamente aquel día en que te ti misma, que a estas alturas de tu vida deberías presentar
sentiste completamente fracasada y te sentaste, con la ca- a los ojos de todo el mundo limpia y transparente, se va
beza entre las manos, al borde del camino. Y sentías que afeando con la pátina y con el polvo de tus descuidos, de
te dolían hasta los huesos... tus abandonos, de tus faltas de sensibilidad y delicadeza.
La parte superior de ti misma protesta, porque has pues-
to en circulación, desde hace tiempo, un personaje que no
te cae bien porque no es el tuyo, el auténtico (en nosotros
existen diversas «caras», y muchas veces no es precisamen-
15 ¿TIENES FIEBRE? ¡ESTUPENDO! te la mejor la que presentamos...) Protesta y se rebela por-
que no eres la que debes ser. Protesta porque vas rodando
Te ha sucedido, sin duda, muchas veces. Al retirarte por por la vida con una caricatura de ti misma.
la noche a descansar sientes que llevas algo dentro que te Ya lo ves, Dios y tu auténtico «yo» coinciden en darte
muerde el alma. Te encuentras triste, estás descontenta, in- con frecuencia la señal de alarma. La «fiebre del espíritu»
satisfecha de ti misma, tienes ganas de llorar. es un síntoma que no se equivoca. Ni te equivoca.

78 79
Por favor, no interpretes al revés su significado. Porque y proteste. Y que al retirarte a descansar te encuentres con
puede suceder... «fiebre». ¡Es tan lógico!
Verás. Alguna vez, al notarte triste, lo atribuirás a cir- Pero ¿no te das cuenta de que estás hecha para recorrer
cunstancias externas: me han llamado la atención sin mere- distancias inmensas y que tienes el cuerpo aprisionado por
cerlo; aquella incomprensión de los superiores; el choque unos vestidos demasiado estrechos que te impiden moverte
inevitable con la hermana de turno; una palabra, una inter- con holgura?
pretación que deja su pequeña herida. ¿No piensas que tu misión es escalar altas montañas y
No. No te equivoques. Esa tristeza, esa fiebre no la pro- que llevas en tus pies unos zapatos tan estrechos que te los
duce un mal que está fuera de ti... van triturando y a los pocos pasos tienes que quedarte con
Habrá tal vez alguna que atribuya su tristeza al cargo ellos destrozados en el borde del camino?
que ocupa: ella soñaba en algo distinto antes de entrar. ¿No te convences de que tu corazón está hecho de tal
Otra echará la culpa a una actividad que no va de acuerdo manera que sólo Dios puede llenarlo y tú te empeñas en
con sus propias dotes o con sus inclinaciones. Y no faltará meter dentro de él tanta quincalla barata e inútil?
quien piense en su trabajo, humilde siempre, siempre terri- ¿No has entendido aún que esos talentos tuyos, esas
blemente igual. dotes te han sido dadas por Dios, para que escribas con tu
No, por Dios. La fiebre del espíritu nada tiene que ver vida una obra maestra, distinta de la de las demás, que sólo
con el cargo o con el trabajo. No está en la línea del «tener», tú eres capaz de escribir... y que quizá no estás haciendo
sino en la línea del «ser». Brota de lo más íntimo de ti más que llenar tu pobre cuaderno de palotes infantiles, con
misma. borrones y todo?
Mira. Estás triste, no porque te falte algo o porque ocu-
pes un cargo que no te gusta. Estás triste, reconócelo resuel- Bueno, basta. Ahora te toca a ti. Continúa llenando y
tamente, porque no eres la que debieras ser. personificando esas reflexiones. Yo no he hecho más que
Piensa en un alpinista, capaz de escalar las más encres- brindarte la idea.
padas montañas y al que la vida le ha obligado a ser un... Pero, convéncete. Tu vida religiosa, o es una obra maes-
cartero rural en la meseta. Un escritor famoso que no tiene tra o es un negro borrón. O una obra de arte, o una burla.
más remedio que escribir... facturas comerciales para una No hay otra salida. No existe un camino intermedio.
fábrica de jabón. Un joven que tiene una vocación decla- Esa «fiebre», esa tristeza que sientes pegada a tu alma
rada para el pincel, pero no puede pasar de... pintor de cuando por la noche te retiras a descansar, puede proyec-
brocha gorda. Estos tres individuos nunca estarán satisfe- tar una luz esplendorosa sobre tu momento actual.
chos. No pueden estarlo. Ciertamente, tenía razón León Bloy: «En el mundo no
Es lo que a ti te pasa. Cuando te abandonas a una vida hay más que una tristeza que merezca tal nombre: la tris-
mediocre, vulgar y sin esfuerzos, sin generosidad, te ase- teza de no ser santos». Probablemente la frase tenga tam-
mejas bastante a un alpinista, a un escritor, a un pintor... bién que ver con las religiosas... ¡y contigo!
fracasados. Y entonces te parecerá natural que tu «yo»
auténtico, que la parte superior de ti misma levante la voz

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16 CONSAGRACIÓN Sacrificio de comunión. — La esencia más íntima que
constituye esta «realidad social» de la vida religiosa proce-
de de un sacrificio de amor.
La vida religiosa tiene un verdadero apoyo en la consa- El sacrificio representa el acto fundamental y más su-
gración, la cual tiene el poder de colocar a una criatura (que blime de cualquier religión. Es el acto por el cual una cria-
puede ser una cosa o una persona) en un nuevo estado: el tura se «elige», se separa de las demás, se inmola y se re-
estado de una total pertenencia a Dios. serva exclusivamente para la divinidad.
La consagración separa a una criatura del uso profano, En la antigua ley se pueden distinguir dos clases prin-
para destinarla y reservarla a Dios de manera exclusiva. cipales de sacrificio: el holocausto y el sacrificio de comu-
Graba en la criatura un sello especial: «pertenece a Dios». nión.
Una religiosa por su consagración pertenece solamente Holocausto: la víctima se inmolaba en alabanza al crea-
a Dios; es posesión exclusiva de Dios; es «cosa de Dios». dor. Por eso se convertía en una cosa santa. Ninguno podía
Cierto que un cristiano cualquiera es también un con- tocarla, ni usarla para su servicio, ni mucho menos des-
sagrado a Dios mediante el bautismo. La primera y autén- truirla.
tica consagración se realiza con el bautismo. Esto conviene Sacrificio de comunión: la víctima se colocaba sobre el
tenerlo presente para evitar equívocos y posturas necias, altar. Pero Dios mismo, después de haberla aceptado, la
muy frecuentes por desgracia. devolvía a los hombres para que la comieran y participaran
Pero la religiosa se consagra de una manera del todo así en el banquete sagrado.
especial. Podemos afirmar que la vida religiosa actualiza Una fácil interpretación identificará la vida contempla-
con un título nuevo la consagración bautismal. La refuerza, tiva con el holocausto y la activa con el sacrificio-comunión.
la precisa, la especifica con un acto libre que constituye la Pero dejemos estas discusiones para los especialistas.
respuesta a una vocación, a una «elección del cielo». Lo indudable es que la consagración, que es el fun-
Por tanto, todos cuantos han escuchado de labios de damento de la vida religiosa activa, debe identificarse con
Cristo la llamada y se han puesto en camino para seguir- el sacrificio-comunión. O sea: la víctima se coloca en el
le, abrazando la vida religiosa, están consagrados con un altar de Dios. Y Dios la acepta y la restituye a los hom-
título especialísimo. bres.
La característica de la vida religiosa es la «separación», Aunque parezca un contrasentido, se trata de una rea-
es la entrega exclusiva al Señor. Llega a decir san Benito: lidad: la religiosa, sin dejar de pertenecer a Dios de manera
«Aun los objetos más humildes del monasterio deben ser exclusiva (es «cosa de Dios»), pertenece también a los hom-
considerados como vasos sagrados del altar». bres, porque Dios la ofrece a ellos como alimento y así
Una consagración que encuentra toda su justificación, y participen de alguna manera en su divino banquete (esto es
diríamos su propia lengua, en la «grandeza de Dios». «Cuan- lo que llamamos «función de servicio'»).
do comencé a creer que existía Dios, comprendí en seguida «El sacerdote es un hombre comido» (A. Chevrier).
que no podía hacer otra cosa más que vivir para él» (Char- Podríamos aceptar la frase: «la religiosa es una criatura
les de Foucauld). comida».

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Aún más, el sacrificio es un acto de culto público. La Detengámonos en la «función escatológica». La religio-
misma profesión religiosa, sacrificio-comunión, es un acto sa se ha obligado solemnemente, por medio de los votos, a
público. Si no fuese así, no sería válido. tender al más grande amor. Y ya se sabe que el amor, de
El compromiso se acepta públicamente. El sello de total por sí, tiende a la posesión total del objeto amado. Esta
dependencia de Dios y la consiguiente dedicación a los posesión total solamente se realizará en la otra vida, cuando
hombres (¡aquí está la dimensión social de la consagración!) los velos se descorran, las sombras se iluminan y gocemos
se marca delante de todo el mundo. de la visión de Dios.
* Pero, desde ahora, la vida religiosa tiende incesante-
mente hacia aquella posesión; en cierto modo la anticipa,
¿Entiendes ahora la grandeza suma, la belleza y la tre- quiere iniciar en la tierra lo que un día será el reino defi-
menda responsabilidad de tu «consagración»? nitivo.
Perteneces a Dios exclusivamente, eres cosa suya y, al Por eso, la vida religiosa debe mantener esta tensión
mismo tiempo, estás destinada, «restituida» a los demás. escatológica, orientándose del todo hacia el reino.
La única a quien ya nunca perteneces, es a ti misma. Y entonces la consagración se puede interpretar como
Me parece que tienes materia suficiente para llenar toda un echar el ancla en el cielo. El viaje será largo aún, la barca
la jornada de hoy. Y tal vez... toda la vida. está lejos de la meta. Pero ya hemos echado el ancla en el
que ha de ser nuestro punto final. Es una llegada, una po-
sesión anticipada. Ya nos hemos unido fuertemente. La bar-
ca lleva una dirección segura. Aunque estemos en pleno
viaje es como si ya hubiésemos llegado. Contrasentido apa-
17 LA «FUNCIÓN ESCATOLÓGICA» rente de la consagración; un ancla clavada ya en el reino.
DE LOS VOTOS En esta maravillosa perspectiva escatológica, los votos
adquieren un significado muy particular y un profundo sen-
tido. Vamos a verlo.
La vida religiosa, como hemos visto, es una respuesta
totalmente libre al «sigúeme» de Cristo. Con ella contrae- 1. El voto de castidad. —Dentro de esa perspectiva
mos sustancialmente la obligación de seguir a Cristo por escatológica con relación al reino, la castidad es como la
el camino del amor. vida del cielo que ha comenzado ya. Es como un preludio
Pero, según nos dice el evangelio, el amor tiene un do- de lo que será nuestra condición en el paraíso: «... serán
ble objeto: Dios y el prójimo. Gracias a este doble objeto, como ángeles de Dios en el cielo» (Mt 22,30), o como la
podemos destacar la doble función de la vida religiosa: parábola de las vírgenes que esperan al esposo, teniendo en
sus manos las lámparas encendidas (Mt 25,1-13).
— función escatológica (en relación con el reino de El voto de castidad no es una negación del amor. Todo
Dios). lo contrario; supone y representa su afirmación más clara
— función de servicio (en relación con el prójimo). y luminosa. Un amor único, total, definitivo, sin divisiones.

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«La virginidad consagrada es un signo permanente de 3. El voto de obediencia. — Cuando se habla de la
la Iglesia; ella representa y conserva, a través de los siglos, obediencia religiosa, casi espontáneamente se llega a com-
el sentido religioso de espera, de despegue de todas las pararla, e incluso a identificarla y a justificarla, con la obe-
cosas de aquí abajo, en la impaciencia de la inminente ve- diencia que es común a cualquier sociedad. Se tiende a pre-
nida del Señor: mil años son como un día» (Sor Juana de sentar una virtud ordenada exclusivamente al bien común,
Arco). para conseguir el fin propio de una sociedad determinada.
El voto de castidad tiene, por tanto, una relación inme- Pero este aspecto, que es ciertamente real e importante
diata con nuestra última condición; constituye la afirmación (y ya insistiremos en él cuando hablemos de los votos «como
más segura de la venida del esposo; tiene la función precio- función de servicio»), no representa completamente toda la
sa de mantener vigilante la espera... realidad y la inmensa riqueza del voto de obediencia. Y limi-
tándose sólo a este aspecto se corre peligro de empobrecer
2. El voto de pobreza. — El aspecto escatológico del el concepto de obediencia y de vaciarlo de su contenido y
voto de pobreza lo descubrimos en el siguiente hecho: cuan- de su más profundo significado.
do un alma ha sido hecha presa del amor de Cristo, su mi- No hay amor si no hay esfuerzo en imitar y en identifi-
rada se alza derecha hacia arriba, hacia la última y definitiva carse con la persona amada. La religiosa que ha comenzado
realidad. No se detiene ni se distrae en la «figura de este ya a seguir a Cristo, pretende seguirle por el arduo camino
mundo que pasa». No puede quedar en las riquezas terre- de la obediencia, para asemejarse a él, que es obediente
nas «porque no tenemos aquí abajo una morada perma- («mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió»).
nente». Una obediencia que puede llegar al vértice de la opre-
No se trata de despreciar las cosas de abajo (eso cons- sión y de la angustia de Getsemaní, cuando explota en todo
tituiría en el fondo un desprecio del creador), sino de fijar- su dramatismo el contraste entre la voluntad del Padre y
nos en ellas con una mirada penetrante, profunda, capaz de la nuestra: «... que no se haga mi voluntad sino la tuya»
descubrir en ellas la caducidad y pobreza que encierran. (Le 22,42).
No desprecio, sino desinterés, como se ha dicho. Pero En este panorama, lo que menos debe contar a los ojos
yo haría una aclaración: tampoco desinterés, sino un interés de una religiosa es si el superior es bueno o malo, inteligen-
muy alto, un interés compenetrado con las realidades supe- te o «limitado», si manda por motivos serios o por mero
riores. capricho (y con esto no intentamos decir que el superior
Más que mirar a los bienes, mi atención sube como una pueda obrar como le venga en ganas; esto es harina de otro
flecha al autor de estos bienes. costal...) Lo que importa es caer en la cuenta de que el
El reino supone una conquista fatigosa. Hay que man- superior me procura un bien indescriptible: el bien de la
tenerse en forma para subir a la altura. obediencia.
Necesitamos deshacernos de lo que puede pesar y hacer Pero volvamos a la función propiamente escatológica
más lentos nuestros pasos. del voto de obediencia. Consagración religiosa, que equi-
Es necesario desbrozar el camino de todo cuando puede vale a deseos de gozar de antemano de la «ciudad celes-
retrasar la marcha. te». Esfuerzo por hacer realidad, desde ahora, los «cielos

86 87
nuevos y la tierra nueva». Compromiso de dar a nuestra La «ciudad santa» anticipada. Un ancla echada en el cielo.
vida actual la armonía, el orden y la unidad del reino defi- La posesión actualizada de las realidades definitivas.
nitivo. Escogiendo un título de un libro famoso, podríamos
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», afirmar, refiriéndonos a la consagración religiosa: El futuro
decimos en el Padrenuestro. Pues bien, la obediencia reli- ha comenzado.
giosa tiene precisamente la misión de realizar «en la tierra»
lo mismo que está ocurriendo en «el cielo»; establecer la
misma armonía, constituir la supremacía completa de la 18 LA VIDA RELIGIOSA
voluntad del Padre.
Y es una cosa estupenda, pensándolo bien. En este mun-
COMO «SIGNO»
do del desprecio y de la miseria, en el que resuenan tantos
«no» a la voluntad divina, se oye al menos un «sí» generoso La religiosa «ha hecho de su propia existencia el signo
y desprendido. Hay un punto de la tierra en el cual un cora- del abandono perfecto del cristiano en las manos de Dios.
zón frágil busca únicamente, por encima de la pobreza de Para significar que Dios constituye el bien supremo, renun-
la naturaleza humana, cumplir la voluntad del Padre con cia con la pobreza a todos los bienes de la tierra. Para signi-
toda la fuerza de quien sabe amar de verdad (sí, porque ficar que Dios es el tú supremo del amor, realiza el sacrificio
la obediencia no se puede concebir sin amor; le faltaría su de renuncia a la comunidad de amor del matrimonio... y,
apoyo natural). finalmente, renuncia, con un voto, a disponer libremente
«El voto de obediencia expresa así la realidad más pro- de la propia vida, ligándose a una regla y, dentro de ella, a
funda del amor, por la adhesión total e incondicionada al su superior. En la obediencia religiosa todos los actos son
querer del ser amado» (Sor Juana de Arco). signos de su obediencia a Cristo» (A. Müller).
Por medio de la obediencia religiosa adquiere toda su El carácter específico de la vida religiosa está en per-
importancia la petición del Padrenuestro: «como en el cie- feccionar la gracia del bautismo y de la confirmación de
lo». Por ella, efectivamente, el reino de Dios ha dado ya un modo nuevo y diferente de los otros estados existentes
comienzo, está ya presente en nuestra tierra. en la Iglesia.
La «ciudad santa» está ya prefigurada, anticipada, cons- «El religioso es llamado, por un carisma particular y por
truida sobre cimientos que aseguran la solidez y la armo- su estado especial de miembro de la Iglesia, a tender hacia
nía: la voluntad del Padre. Y esto, gracias a unas criaturas la santidad por el camino más ancho {humen gentium, 13),
que han puesto sobre el altar del sacrificio todo cuanto que es la profesión de los tres consejos evangélicos».
tenían de más valor: su voluntad y su libertad. La constitución conciliar Lumen gentium hace hinca-
pié de una manera especial en la función de signo, propia
*
de la vida religiosa.
Nos hemos extendido. Pero no era para menos. El carácter específico del estado religioso, en cuanto
Fijemos bien estas ideas. Función escatológica de los signo, está en el hecho de que vuelve a hacer presente, de
votos: o sea, una relación estrecha con el reino definitivo. una manera muy propia y particular y con una urgencia

88 89
especial, a Cristo sobre la tierra, ya que la religiosa vive El punto de partida, a mi modo de ver, se encuentra en
totalmente para Dios. la afirmación de que el estado religioso imita expresamente
El carácter de signo lo ofrece la misma vida religiosa, y tiene por misión representar en todo tiempo, en la Iglesia
que consiste esencialmente en la imitación de Cristo. Dice y por la Iglesia, la forma de vida adoptada por el Hijo de
la constitución: los religiosos «muestran el rostro de Cristo, Dios cuando vino a la tierra. Y no podría ser de otra mane-
ya entregado a la contemplación en el monte, ya anunciando ra. Porque Cristo, «imagen de Dios invisible» (Col 1,15),
el reino de Dios a las turbas, ya sanando enfermos y heri- luz de las gentes, es el signo por excelencia.
dos, convirtiendo a los pecadores a una vida perfecta, ben- Cada uno de los consejos evangélicos están tratados en
diciendo a los niños o haciendo el bien a todos, siempre obe- la constitución conciliar como imitación de Cristo.
diente a la voluntad del Padre que le envió» (Lumen gen- «La virginidad es imitación de Cristo, que vivió siem-
tium, 46). pre de un modo ejemplar, con un amor absoluto y único
Este signo, por tanto, «puede y debe atraer eficazmente hacia el Padre. La obediencia imita a Cristo, el Hijo que
a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfalleci- responde con obediencia y solicitud a la palabra de amor
miento los deberes de la vocación cristiana. Porque, al no que el Padre le dice. Además, en la obediencia Cristo asu-
tener el pueblo de Dios ciudadanía permanente en este mió el encargo que el Padre le hizo de la redención del mun-
mundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que do, sufriendo en su persona el dolor y la muerte de cruz,
deja más libres a sus seguidores frente a las preocupaciones en el más completo abandono en manos del Padre. La vida
terrenas, manifiesta mejor a todos los presentes los bienes religiosa recoge con precisión este doble aspecto de la obe-
celestiales — presentes incluso en esta vida — y, sobre todo, diencia de Cristo.
da testimonio de la vida nueva y eterna, conseguida por la »Viene luego la pobreza, entendida también en el espí-
redención de Cristo y preanuncia la resurrección futura y ritu de Cristo. La vida religiosa imita y representa en la
la gloria del reino celestial. Y este mismo estado imita más Iglesia este anonadamiento de Cristo de una manera parti-
de cerca y representa perpetuamente en la Iglesia aquella cularmente expresiva e inmediata. Por eso, como estado
forma de vida que el Hijo de Dios escogió al venir al mun- en la Iglesia y por la Iglesia, está más cerca de Cristo y del
do para cumplir la voluntad del Padre y que dejó propuesta fin por el cual Cristo escogió y abrazó durante toda su vida
a los discípulos que quisieran seguirle. Finalmente, pone a el anonadamiento: la gloria eterna. Y puesto que, al mismo
la vista de todos, de manera peculiar, la elevación del reino tiempo imita y representa la virginidad y la obediencia con-
de Dios sobre todo lo terreno y sus grandes exigencias; cebidas y vividas en el sentido de Cristo, una vez más está,
demuestra también a la humanidad entera la maravillosa de manera más íntima e inmediata, cerca de Cristo, y en
grandeza de la virtud de Cristo, que reina, y el infinito poder Cristo, cerca de Dios. Por eso, la vida religiosa es un estado
del Espíritu Santo, que obra maravillas en su Iglesia» {Lu- de perfección en la Iglesia y por la Iglesia» (Schulte).
men gentium, 44). Por tanto, los religiosos, imitando a Cristo mucho más
Es éste un párrafo muy denso y muy rico de contenido, de cerca, cumplen en la Iglesia una misión de ejemplo y de
en el cual están señaladas todas las características de la vida «estímulo». «Muchos, tendiendo a la santidad, en el estado
religiosa en su misión de signo. religioso, por un camino más duro, sirven de estímulo a

90 5»!
los hermanos con su ejemplo» (Lumen gentium, 13). Y aña- párente a los ojos de todos? Tu práctica actual de los votos
de: «Los religiosos, por su estado, dan preclaro y eximio religiosos ¿es tan perfecta que deja traslucir intuitivamen-
testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni te las grandes realidades de que hemos hablado: el reino,
ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas» los bienes que nunca pasan, la voluntad del Padre, el amor,
(Ibid., 31). Cristo pobre, un corazón todo de Cristo?
* Una religiosa fracasada (y se puede ser una religiosa
Como puedes ver, el estado religioso no es un asunto fracasada solamente con no vivir de lleno el propio estado,
tuyo personal, que mira sólo a tus relaciones con Dios y a cuando se está contenta con una observancia formal de las
la salvación de tu alma. propias obligaciones) se convierte en un signo también fra-
Desde el momento que aceptaste el seguimiento de casado o, aún peor, en un signo equivocado.
Cristo «por el camino más duro», te embarcaste en una
función social dentro de la Iglesia. Te has convertido en
una persona pública. Eres una persona al servicio de todos
(no sólo bajo el aspecto de tu actividad específica, sino en 19 LA GRANDEZA
el conjunto todo de tu existencia que, como vimos, ha de
ser un signo). También tú, como la Iglesia, has de ser un
«signo levantado en medio de las naciones». En la última cena, Jesús «se levantó de la mesa, se qui-
El signo tiene valor cuando indica o señala otra realidad tó las vestiduras y tomando una toalla se la ciñó; luego echó
más importante. Debe ser fiel a un principio fundamental: agua en la jofaina, y comenzó a lavar los pies de los discí-
el principio de la transparencia. O sea, el signo cumple su pulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida»
función propia sólo cuando manifiesta la realidad que en- (Jn 13,4-5).
cubre, de una manera clara, fácil, intuitiva, correcta, de Después de la resurrección, Jesús preparó la comida a
modo que todos puedan entenderla sin necesidad de expli- los discípulos que habían estado pescando (Jn 21,1-3).
caciones ni demostraciones complicadas. El signo debe te- Estos dos episodios, Cristo de rodillas lavando los pies
ner un lenguaje que todos entiendan. Debe obedecer, re- a los apóstoles y Cristo junto a unas brasas, asando unos pe-
pito, al principio de la transparencia. cecillos, son el más elocuente comentario, la expresión más
Cuando hay una esquela negra en una puerta, es señal fiel y completa de su programa: «El hijo del hombre... no
de que alguien ha muerto. Si es un lazo azul, es señal de que ha venido para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28).
ha nacido un niño. Si es una caricia, una sonrisa, es señal Quien se decide a seguir a Cristo debe seguirle por este
de afecto y de simpatía. camino del servicio. «Vosotros me llamáis maestro y se-
Al ver estos signos, inmediatamente comprendo lo que ñor, y decís bien, porque de verdad lo soy. Si yo, pues, os
significan. he lavado los pies, siendo vuestro señor y maestro, también
Te dejo con estos pensamientos y, Dios lo quiera, con habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque
cierta intranquilidad. ¿Estás segura de que tu vida religiosa, yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis también
tal y como la estás viviendo al presente, es un signo trans- como yo he hecho» (Jn 13,13-15).

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Y para que nuestro servicio fuese universal sin excluir y de prestigio, en realidad se manifiesta pobre y pequeño,
a nadie y adquiriese una grande2a única nos indicó su ob- muy pequeño e insignificante, aun cuando hablen de él to-
jeto: «En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a dos los periódicos. Es un ser totalmente ridículo. Sin duda
uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» es mucho más grande aquella persona, tal vez desconocida,
(Mt 25,40). pero que concibe su propia existencia como un servicio
Como si dijera: nuestra vida consagrada no es otra cosa prestado a los «más pequeños», y no recibirá jamás recom-
más que un servicio que se hace o se niega a Dios. No hay pensa alguna humana, ninguna medalla. Y cuando muera,
vuelta de hoja. El objeto de este servicio es único: Dios, los periódicos no le dedicarán ni siquiera una línea.
sólo Dios. Voy a hacerte una confesión personal. Cada vez que veo
Ya hemos dicho que desde el momento de la consagra- a una religiosa maniobrar entre las grandes ollas de una co-
ción religiosa, nuestra vida ha de tener una doble mirada: cina, o arrastrarse por los corredores con la escoba o el es-
Dios y el prójimo. El reino de Dios y nuestros hermanos. tropajo entre las manos, o sostener cariñosamente a un en-
El sacrificio que ofrecimos sobre el altar es un «sacrificio- fermo durante una hemoptisis, el pensamiento que brota
comunión». Víctimas inmoladas a Dios, Dios mismo nos espontáneo en mi mente es el siguiente: «Ésa es una per-
devuelve a los hombres para que. estemos a su servicio. sona realmente grande».
La religiosa tiene por ello una doble función: participar No nos cansaremos de repetirlo: desde el punto de vis-
en el banquete de Dios y, al mismo tiempo, servir en la me- ta de Cristo sólo es grande aquel que sirve. Los demás, to-
sa de los hombres para cortar y distribuir el pan del amor. dos son... pequeños.
Se me ocurre que podemos clavar dos clavos seguros.
Segundo. Es siempre muy actual la cuestión de los pues-
Primero. Hoy se habla mucho de grandeza. Hay gran- tos, de los destinos, de los cargos. Un asunto éste que hace
des hombres de estado, grandes sabios, grandes escritores, sufrir mucho y a mucha gente y a veces llega a provocar
grandes atletas, grandes actores, grandes cantantes de can- pequeños dramas.
ciones ridiculas. Procuremos situarnos en la perspectiva justa. Lo esen-
Surge espontáneamente la duda de si la medida que se cial es poder servir. El cómo y el dónde no tiene importan-
emplea para medir tales grandezas no será una medida falsa; cia alguna. Ni mucho menos, importan las personas. Siem-
que esos diplomas de grandeza se conceden con demasiada pre en ellas se sirve a Cristo.
facilidad. Más que nada lo que al fin y al cabo cuenta es el Una vida religiosa es completa sólo cuando desarrolla
triunfo, la popularidad, el puesto que un individuo ocupa. una actividad de «servicio». Hablar de cargos más o menos
Jesús nos ha revelado una medida infalible para medir humildes (alguno tiene la osadía de llamarlos «humillan-
la grandeza: el servicio prestado a los demás. Por lo cual, tes») no tiene sentido. Basta con que esté asegurado el «pri-
según el punto de vista cristiano, según la escala de valorea vilegio de poder servir».
cristiana, existe una sola grandeza que merece tal nombre: La grandeza consiste en el servicio (disposición inte-
la grandeza de aquel que sirve a los otros. Una personalidad rior) no en el tipo de servicio (que depende de circunstan-
de un gobierno, si mira su cargo como una muestra de poder cias externas que no mellan para nada aquella grandeza).

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No existen cargos importantes o humildes. Hay tan sólo ¡Maravilloso! Estoy empeñada con todas mis fuerzas
religiosas «grandes» (aunque pasen su vida manejando la en barrer el corredor de la casa, cuido de aquel pequeño tan
jeringuilla de las inyecciones o planchando la ropa) y reli- «difícil», asisto a aquel anciano «insoportable». Y sobre el
giosas «pequeñas». Y fijémonos bien, estas últimas, por ser limpio pavimento aparece de golpe el rostro de Jesús. Y el
mezquinas, no hacen más que empequeñecer aun los cargos viejo insoportable y el niño difícil... son también Cristo
más elevados. para mí.
*
Comenzamos esta meditación con dos episodios de la
vida de Jesús. Vamos a terminarla con un hecho entresa-
cado de la vida de Jesús que se prolonga en el tiempo a 20 LAS M A N O S LIBRES
través de una religiosa. Se trata de sor Felicitas. Entró muy
joven en su congregación. Después de habernos fijado en los votos bajo el punto
— ¿Qué es lo que sabes hacer? de vista de su función escatológica (en relación con el reino)
— Pues... la comida. Entiendo algo de cocina, madre. y de su carácter de «signo», vamos a verlos en su función
— Es el Señor el que te manda. Te vas a encargar de de servicio (en relación con el prójimo).
la cocina y de la huerta...
Y sor Felicitas estuvo en la cocina algo así como cin- 1. El voto de castidad. — «¿No sabíais que yo debo
cuenta años. Para ella no existía el problema, ¡a veces tan ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Le 2,49). Esta frase,
angustioso!, de los cargos humildes o de los cargos impor- dirigida por Jesús a sus padres, que le habían estado bus-
tantes. Por otra parte, estaba convencida de que aquello cando afanosamente, demuestra la estrecha relación que
era lo que mejor le cuadraba. existe entre el voto de castidad y el servicio.
Un día, un sacerdote que había ido a dar una plática a Podríamos decir: la castidad es una liberación de toda
la comunidad, viendo la casa, entró hasta la cocina. Y se atadura, para entregarnos a una misión importantísima. Por
encontró con sor Felicitas. ella estamos del todo disponibles en las manos de Dios y
— ¿Lleva cincuenta años de vida religiosa y ha estado seguros de emplearnos en un servicio perfecto.
siempre en la cocina? Dice san Pablo: «Yo os querría libres de cuidados. El cé-
— Sí, padre. Y también cincuenta años en la huerta. libe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al
— Pero, ¿cómo ha podido resistir? Señor. El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo... y
— Ah, no lo sé; pero para mí han sido cincuenta años está dividido» (1 Cor 7,32-34).
maravillosos. Siempre me parecía ver el rostro de Jesús La castidad, nótese bien, no es, como alguno quiere
reflejado en el cobre de mis cazuelas y en el surco abierto entenderla, un refugio para criaturas frágiles, que no tienen
de mis tierras. fuerza suficiente para cargar sobre sus débiles espaldas el
Aquella hermana había descubierto la grandeza del ser- peso y la responsabilidad de una familia.
vicio. Porque supo llegar hasta el objeto, hasta el divino La castidad efectivamente libera de las preocupaciones
destinatario de su servicio. peculiares de una casa, de unos hijos, de una profesión;

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pero con vistas a un servicio mucho más eficaz e integral más dispuestos para ocuparse en las «cosas del Padre» y
en relación con los hermanos. en las necesidades del prójimo.
Desde el momento en que el verdadero amor cristiano La pobreza además evita el despilfarro, establece una „
no consiste en «dar una cosa» sino en «darse a sí mismo», necesaria condición de igualdad entre todos los miembros
la castidad es precisamente la que mejor prepara y dispone y asegura el mejor uso de los bienes.
para este don de sí. Finalmente, una congregación, juntando todas sus posi-
Ningún estorbo, ninguna atadura, ningún problema fa- bilidades materiales, podrá a veces emprender obras más
miliar. Una maleta siempre preparada. Y basta cualquier serias, fundar hospitales, escuelas, misiones, etc., cosa que
indicación del superior para ponerse en camino y correr no sería posible realizar por cada uno de los miembros.
o volar allá donde se necesite nuestro «servicio». Pero existe otra exigencia, particularmente sentida hoy,
El voto de castidad es, sobre todo, eso: la gran «libera- en relación con el «servicio». Gracias a Dios se está devol-
ción del corazón». El corazón queda totalmente disponible viendo a los pobres el sitio de privilegio que les pertenece
por un amor completo, absoluto, universal. No hay freno en el derecho de la Iglesia. Los pobres son los primeros
ni barrera que pueda detener el empuje de ese amor. Tiene «clientes» del evangelio, del reino. Y la Iglesia quiere ser
la posibilidad de abarcar horizontes ilimitados. «la Iglesia de todos, pero principalmente de los pobres»
Gracias a esta visión de servicio, una vez más podemos (Juan XXIII).
comprender cómo el voto de castidad no es una renuncia Ahora bien, los pobres están siempre dispuestos a es-
al amor, sino renuncia a un amor limitado. No es una nega- cuchar con gusto el mensaje evangélico, pero con una con-
ción del amor, sino la realización más luminosa del amor. dición: que quien se lo predique sea pobre como ellos.
Sólo aquel que posee una desbordante capacidad de Las únicas cartas credenciales que valen ante los pobres
amor está en disposición de hacer y de vivir en toda su
serán... nuestra misma pobreza. Una pobreza real vivida,
riqueza el voto de castidad.
soportada, querida.
Nosotros y los pobres. Es una frase fea, antipática, que
2. El voto de -pobreza.—Nos libra de toda preocu-
condena inexorablemente nuestra misión, ya desde el prin-
pación por las cosas terrenas. Con él aseguramos también
cipio, al más ruidoso fracaso. Tenemos que poder decir:
un servicio mejor. Bajo este aspecto de «liberación», el voto
nosotros, los pobres.
de pobreza es muy parecido al voto de castidad.
Se ha dicho que solamente las manos que están vacías
Con un equipaje sencillo y limitado se camina con más
rapidez y desenvoltura y podemos estar presentes puntual- pueden juntarse en actitud de plegaria. Podemos comple-
mente en cualquier puesto que nos necesiten. tar la frase diciendo — y no es un contrasentido —: sola-
Hay también para el voto de pobreza razones de con- mente las manos vacías tienen la capacidad y el derecho
veniencia que saltan rápidamente a la vista. En una comu- de dar.
nidad hay siempre alguien que se ocupa de los intereses
materiales. Todos los demás están completamente libres 3. El voto de obediencia. — Bajo esta perspectiva de
de preocupaciones sobre la comida y el vestido y por tanto servicio, la obediencia religiosa se une a la obediencia ordi-
naria, que es una virtud social, ordenada al bien común.
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99
Si de verdad estoy convencida de que mi vida, además
Su misión está en asegurar la mejor distribución de las per-
de pertenecer al Señor, pertenece a los otros, entonces caeré
sonas, de sus cargos, el mejor funcionamiento de una obra,
en seguida en la cuenta de que los tres votos tienen preci-
consintiendo al superior coordinar todas las energías, toda
samente la misión de hacerme del todo disponible en ma-
la capacidad, toda la generosidad en orden a un fin» (Sor
nos de Dios para el bien del prójimo.
Juana de Arco).
Castidad, pobreza, obediencia, o lo que es lo mismo,
Esta faceta de servicio naturalmente está subordinada,
un corazón libre, un equipaje ligero, una voluntad orien-
en el voto de obediencia, a su función escatológica. Una
tada hacia el bien común.
orden equivocada por parte de un jefe de cualquier empre-
sa humana tiene solamente consecuencias negativas. Pero Y mis manos puras, vacías, obedientes podrán así dis-
en una comunidad religiosa, si se obedece a una disposición tribuir el pan del amor en la mesa de la humanidad.
mal dada (siempre, naturalmente, que no se trate de peca-
do), se obtienen las gracias de la virtud de la obediencia
y se da igualmente gloria al Señor con un claro testimonio
de fe y de amor.
Fijada ya esta subordinación (quedando siempre por 21 EL CONTRATESTIMONIO DE
encima la función escatológica), está claro que también la LOS VOTOS
función de servicio, en la obediencia, tiene una importancia
extraordinaria.
Quien obedece no debe considerar el mandato como Hemos meditado en la función escatológica de los vo-
una cosa que se refiere exclusivamente a sus relaciones con tos, en su función de servicio. "Últimamente hemos visto que
el superior. Debe, más bien, colocarlo en la perspectiva del la vida religiosa, en su conjunto, tiene una insustituible
bien común, juntándolo a la trama del «servicio a los de- función de «signo».
más». Un servicio que, para ser eficaz, exige orden, coordi- Esto quiere decir que la vida religiosa, por el solo hecho
nación y colaboración. Por lo cual, un acto de desobedien- de su presencia en el mundo y en la Iglesia, debe dar siem-
cia no afecta solamente a nuestras relaciones personales con pre un testimonio visible y convincente.
Dios y con los superiores, sino que ocasiona roturas en el «Testimonio de santidad en medio del mundo; testimo-
delicado tejido del bien común y compromete la eficacia del nio de vida consagrada, en una civilización cada día más
«servicio». apartada de Dios; testimonio escatológico en medio de las
Y, bajo esta mirada, se comprende también la enorme cosas terrenas. Y, más que todo, testimonio de amor»
responsabilidad de una superiora, la cual, «cuanto más de- (Sor Juana de Arco).
see acertar en su difícil cargo de gobierno, tanto más debe Este último especialmente es decisivo. Una vida reli-
esforzarse en atraer hacia sí a todas las hermanas, con un giosa que no ofreciera este testimonio puro e indiscutible
diálogo abierto y confidencial con ellas, en el cual todas ten- del amor sería una vida religiosa frustrada. San Francisco
gan la posibilidad de aportar la propia experiencia para me- de Sales define a una comunidad religiosa como una «aca-
jor lograr el bien común» (Sor Juana de Arco). demia de amor».

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Pero es que cada uno de los votos, por su parte, debe entrega de toda una persona al Señor, cuyo nombre es amor!
dar un testimonio peculiar y específico. Si se viven en ple- Entonces, ¿qué trágico equívoco o qué error mostruoso
nitud y con todas sus exigencias, ese testimonio será claro han podido ocasionar esta situación?...»
y preciso. Si no, puede convertirse en un peligroso contra- Un corazón abierto, libre, capaz de un amor auténtico
testimonio. y profundo: ése es el mejor testimonio de nuestra castidad.
Vamos a explicarnos. De lo contrario, la castidad, nuestra castidad, será para
muchos un contra-testimonio y un motivo de escándalo.
1. El voto de castidad. —Vivimos en una época de
erotismo. «El sexo se nos ha subido al cerebro» (E. Mou- 2. El voto de pobreza. — Es éste un terreno en el cual
nier). El descubrimiento de la castidad puede por eso resul- están aflorando, especialmente hoy, los problemas más agu-
tar desconcertante para muchos y ejercer en ellos un in- dos, las inquietudes y las tensiones más vivas.
flujo de enorme importancia. Nuestra pobreza exterior, no solamente la individual,
Pero la castidad es una cosa íntima, que no se pregona sino especialmente la colectiva, ¿ofrece de verdad un testi-
a los cuatro vientos, ni es externamente demostrable. Aún monio positivo al mundo de hoy?
más; hay muchos que no creen en ella y muchos también Para dar ese testimonio, se necesitan dos cosas: una
que no le atribuyen valor alguno. pobreza real y una forma de pobreza «que puedan leer»
Y entonces, el único testimonio evidente, la única prue- los hombres de nuestro tiempo.
ba efectiva que podemos dar al mundo es nuestra capaci- Este segundo elemento no debe despreciarse. Cambia
dad de amar. El amor será así la mejor prueba de nuestra según las épocas. Por ejemplo, la mendicidad que constituía
castidad. Un corazón abierto, disponible, puro, profundo, un auténtico «choc» positivo para los hombres del siglo xni,
libre... ahí está el gran testimonio de nuestra castidad. hoy sería un motivo de escándalo para la mayor parte de
Pero precisamente aquí comienza el peligro de ofrecer, la gente. «¿Por qué vienen a pedir limosna? ¿No son capa-
en nombre de una castidad mal entendida, un contra-testi- ces de ganarse la vida trabajando, como todo el mundo?»
monio. «Manifestación de un pudor exagerado, miedo, te- (Siempre, claro, hay excepciones: alargar la mano pidiendo
mores obsesivos, precauciones un tanto ridiculas y anacró- para los otros, para que los ricos especialmente no olviden
nicas... Y peor aún: falta de madurez afectiva, que se su deber de... restitución, de frente a los que tienen ham-
manifiesta en una sensibilidad morbosa, o en un encogi- bre. Pero esto hay que hacerlo también con mucho tacto).
miento total del corazón, o en dureza y a veces en una Hechas estas salvedades, hay que reconocer que el peor
cierta "virilización" de la mujer. de los contra-testimonios de nuestra pobreza lo dan nues-
»Aquellas jóvenes que entraron a los veinte años, llenas tros grandes edificios. Ciertas familias religiosas hacen alar-
de lozanía y dispuestas a la entrega total, se convierten de, en sus casas, de un gasto exagerado e inútil por otra
luego en unas religiosas ásperas y áridas, en las que parece parte. Sucumben fácilmente a la tentación de grandeza, de
que se calcifican y se atrofian los valores más preciosos que lujo, de un falso lujo y de un lujo ramplón y cursi. Ciertos
tiene una mujer. ¿Cómo ha podido ocurrir esto? No. ¡La detalles, ciertas salas, no están de acuerdo ni con la pobreza,
causa no hay que atribuirla al voto de castidad, que es la ni con la sobriedad.

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En todo esto tiene que existir un cierto «pudor» que Hay ciertas maneras de portarse en los colegios o en
brota espontáneamente cuando viven juntas y en armonía los hospitales que son muy bajas y «fiscalizadoras»; ciertas
perfecta la pobreza y la castidad. posturas que llegan a hacerse odiosas y que son un contra-
Y mucho cuidado también con las iglesias y con las ca- testimonio descarado contra la pobreza.
pillas. También aquí, la sobriedad como nota distintiva (y Nuestra pobreza debe poseer una nota muy destacada
ya hablaremos de esto, cuando hablemos de la liturgia). de gozoso abandono, de libertad, de liberalidad, casi di-
Ya es hora de que acabemos de buscar justificaciones tontas ría de «imprevisión» y «despreocupación» (seguridad abso-
a nuestro amor propio, repitiendo la frase: «Para Dios todo luta de que tenemos a alguien que piensa en nosotros...)
es poco», que en el tema de que nos ocupamos suena a va-
cía y a tonta. Me gustaría saber lo que Dios piensa de esto. 3. El voló de obediencia. — Aunque parezca una con-
Pero lo que es cierto es que no le puede gustar, si no pone- tradicción, la obediencia debe aparecer como un gran testi-
mos idéntico empeño en atenderle a él, que está también monio de libertad.
escondido, pero realmente presente, en los pobres. «Para Si la religiosa que obedece no lo hace con libertad, su
Dios todo es poco». ¡Muy bien! Pero esta especie de «slo- obediencia es más bien un contra-testimonio.
gan», que a veces se repite demasiado, tiene una doble mani- En este campo de la obediencia, las pruebas negativas
festación, a la que antes aludíamos. No insistamos en una están continuamente asomando (y volveremos a tratar más
y dejemos la otra abandonada. tarde especialmente de este asunto). Baste, por ahora, in-
Otro contra-testimonio puede venir de aquella pobreza dicar:
que se convierte en verdadera «economía» y que en el fon- — el infantilismo, que está muy lejos de ser el espíritu
do es una virtud burguesa. El ideal de nuestra pobreza no de infancia espiritual, predicado por Jesús;
puede ser el de la hormiga que va almacenando con miras al — el formalismo;
invierno. ¡Jesús habla de los lirios del campo, no de las — la adulación, servilismo e hipocresía en relación con
hormigas! los superiores;
«La pobreza no es economía, como el silencio religioso — la falta de sentido de responsabilidad;
no es solamente ausencia de ruido. Más bien se contrapo- — la falta de iniciativa;
nen: mientras el silencio exterior es siempre un anhelo del — el «pasivismo»;
alma recogida, porque favorece el coloquio con Dios, la — la tendencia a «dejarse arrastrar»;
economía es un acto de prudencia natural que incita a la — el pensar que la llamada «gracia de estado», por el
preocupación por los bienes de la tierra; la pobreza, sin em- mero hecho de obedecer, me capacita para cualquier trabajo
bargo, es una disposición del alma que se despega de estos y me exime de actuar con todas mis fuerzas, todos mis talen-
bienes» (Régamey). tos, mis cualidades, mi inteligencia, mi preparación y... el
No digo que se haya de despilfarrar. Sería un robo a sentido común.
los pobres, que son nuestros «señores». Sino, sencillamente, *
que no entren demasiado la prudencia y los cálculos huma- Una observación final. Damos frecuentemente ante el
nos en la práctica de la pobreza. mundo la impresión de ser unos pobres cireneos que van

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arrastrando una pesadísima cruz: la cruz, precisamente, de específico del seguimiento de Cristo. En la Suma teológica
los tres votos de castidad, pobreza y obediencia. encontramos esta afirmación: «La perfección no consiste
Y no debiera ser así. Deberíamos ser más bien profetas en la pobreza, sino en el seguimiento de Cristo».
que van gritando por doquier: «¡Mirad y ved qué bueno La pobreza de Cristo la encontramos en la misma base
es el Señor!» Y así el mundo vería que los que ha escogido de la encarnación. Nos lo dice san Pablo: «Conocéis la gra-
el Señor viven en la libertad, en la luz, en la paz y en la cia de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo po-
alegría. No una vida disminuida, recortada, sofocada; sino bre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por
una abundancia y plenitud de vida. Ciertamente habrá siem- su pobreza» (2 Cor 8,9).
pre aspectos del estado religioso que constituirán motivo El apóstol habla de la renuncia a las prerrogativas y a
de incomprensión o de contraste o de escándalo para mu- las riquezas divinas. Cristo renuncia a esas prerrogativas
chos. No se puede evitar. Sucedió lo mismo con Cristo. a fin de que nosotros pudiésemos participar en ellas.
Lo esencial es que nuestra vida sea sencilla, sin aderezos San Pablo insiste: «El cual, existiendo en forma de Dios,
inútiles, sin complicaciones engañosas. Que sea un reflejo no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios; antes
fiel a la maravillosa semilla evangélica. «La corteza de los se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose seme-
votos tiene un significado solamente por la pulpa que con- jante a los hombres» (Fil 2,6-7).
tiene y por el sabor a evangelio...»(Sor Juana de Arco). «Se anonadó...» Cristo no se agarró codiciosamente a
sus prerrogativas divinas: se despojó de ellas por completo,
o para usar una expresión más realista, «se vació». Una re-
nuncia tan total, en cierto sentido, le dejaba a las puertas
22 A ÉL, LO ENCONTRAMOS de la nada: «tomando forma de esclavo...» Es la anulación,
el «vacío de sí mismo», la «kénosis» de Cristo.
AÚN MAS ABAJO Pero notemos inmediatamente que Cristo se somete a
todo esto ¡por nosotros! «Por nosotros» se hace pobre. Su
«Como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en pobreza, por tanto, se adentra directamente en su misterio
la persecución, así la Iglesia es llamada a seguir ese mismo de amor.
camino, para comunicar a los hombres los frutos de la sal- También nuestra pobreza, tengámoslo en cuenta, debe
vación» (Lumen gentium, 8). introducirnos en un misterio de amor. Debe ser una pobreza
El problema de la pobreza, en la constitución sobre la «abierta» sobre el mundo. Porque la pobreza «no nos apar-
Iglesia, se estudia exclusivamente bajo una perspectiva cris- ta del mundo, sino que nos obliga, en un primer momento,
tológica. El hecho es muy significativo. a estar como perdidos al mundo, para conseguir luego que
El decreto sobre la renovación de la vida religiosa tam- el mundo se nos devuelva, pero ya como un mundo según
bién insiste en la «pobreza voluntariamente abrazada por Dios, un mundo del Padre» (Congar).
el seguimiento de Cristo» (Perfectae charitatis, 13).
Santo Tomás, al tratar de los consejos evangélicos y, Si a alguno le parecieran duros los dos párrafos citados
en particular, de la pobreza voluntaria, apunta el motivo de san Pablo, en los cuales hay materia abundante para los

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exegetas, que procure no desviarse y no crea que puede Pero la pobreza de Jesús no tiene nada de teatro, ni-de
poner tranquilamente en paz su corazón. Contienen una exhibición. Acepta incluso la invitación de personas acomo-
gran lección para todos. dadas. Tanto que sus enemigos le echan en cara la acusación:
En el evangelio hay una cosa muy sencilla, que está a «Es un comilón y un bebedor» (Mt 11,19).
la mano de todos. Belén, el establo, el pesebre. En realidad, Jesús «es tan radicalmente pobre que para
Aquí no hay excusa posible ni aun para los estudiantes él la misma pobreza no es un valor absoluto: está despega-
más cortos. Belén nos obliga, casi brutalmente, a señalar en do hasta de la misma pobreza» (Régamey).
nuestra agenda particular la gran lección de pobreza de La cruz, sin embargo, representa el vértice de la pobre-
nuestro maestro. za de Cristo. En ella se eleva realmente hasta el grado más
Y no lo olvidemos: Jesús vino a la tierra, escogiéndolo alto. Allí vemos a Jesús reducido a la condición de un escla-
él, en una nación vencida, despreciada, explotada por unos vo y un criminal.
dominadores extranjeros; una nación que había perdido Le vemos hecho un juguete de la soldadesca.
a los ojos del mundo la propia dignidad, el propio prestigio; Pobre en amigos... que le abandonan.
una nación pobre en todos los sentidos. Privado aun de sus mismas ropas, que es la última cosa
Y luego Nazaret, donde está su casa, es un pueblecíto que le queda a un hombre, aunque lo haya perdido todo.
insignificante, cuyo nombre no aparece en la Biblia ni una «Entregado en manos de los hombres» (Mt 17,22).
sola vez. Alguien incluso se siente movido a preguntar con Y nosotros que hemos asistido, no hace mucho todavía, al
cierto deje de ironía: «Pero, ¿es que de Nazaret puede salir desenfreno de la más absurda brutalidad humana, y hemos
algo bueno?» (Jn 1,46). visto con estupor lo que puede hacer un hombre contra
Las casas estaban cavadas en la misma roca y el ambien- otro hombre, estamos en condiciones de valorar mejor que
te que en ellas se respiraba no debía ser muy saludable que nadie toda la tragedia que encierra esa frase: «entregado
digamos. en manos de los hombres».
Jesús permaneció allí treinta años, llevando una vida Y, finalmente, el colmo de la pobreza: «Dios mío, Dios
bien sencilla, sin brillo exterior alguno, trabajando con sus mío... ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Aban-
propias manos. donado ya de los hombres, Jesús ahora siente la angustia
Veamos luego a Cristo durante su vida pública. «El del abandono del cielo. Él, el Verbo, que «estaba delante
hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt de Dios», orientado hacia el Padre desde toda la eternidad,
8,20). pasa por la prueba más terrible de la pobreza. Una prueba
Existe una bolsa común, es cierto. Como es cierto que que le hace lanzar aquel grito: «Dios mío, Dios mío,
en ella debe haber algo, ya que Judas tiene la fea costum- ¿por qué me has abandonado?»
bre de meter en ella las manos de vez en cuando. Pero
De ahora en adelante, nosotros, pobres discípulos, que
también es verdad que en una ocasión, Jesús, ante los recau-
queremos seguirle paso a paso por el camino más difícil,
dadores de Cafarnaún, se vio obligado a obrar un milagro
debemos contar más con aquella pobreza. En nuestra pe-
para poder pagar el tributo por él y por Pedro (Mt 17,24-
queña agenda de pobres alumnos hacemos ya algunas ano-
27).
taciones capaces de quitarnos el sueño.
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En el futuro, aunque realmente vayamos bajando por
cipación en todas las penas, sin un ardiente deseo de igual-
ese camino duro de la pobreza, no olvidaremos que él, el
dad de vida, sin la necesidad de condividir todas las cru-
maestro, descendió aun mucho más abajo.
ces...»
Meditemos una página famosa de Charles de Foucauld:
San Jerónimo sintetiza este hermoso programa en dos
«Dios mío, yo no sé si es posible que haya almas que
frases concisas y sustanciales: «Debes seguir sola y desnu-
al verte pobre, se atrevan a ser ricas, se atrevan a verse más
da a la cruz sola y desnuda». Y la otra: «Seguir desnudo a
importantes que su mismo señor, que el amado de sus al-
Cristo desnudo». No hay más remedio.
mas, y no quieran parecerse a ti en todo, en cuanto de ellas
dependa, principalmente en tus humillaciones. Yo deseo y
pido que te amen, oh Dios mío, pero me parece que aún
falta algo a su amor o, por lo menos, yo no puedo concebir
el amor sin una necesidad imperiosa de conformidad, de 23 LA POBREZA C O M O AMOR
semejanza y, sobre todo, de participación en todas las penas,
en todas las dificultades y en todas las asperezas de la
vida... Es menester que volvamos sobre un punto, al que ya
hemos aludido, para desbrozar definitivamente el camino
»Ser rico, según yo entiendo, vivir dulcemente en me-
de todo posible equívoco.
dio de mis bienes, cuando tú has sido un pobre con estre-
La renuncia a los bienes terrenos, ratificada con el voto
checes, y has vivido penosamente de tu trabajo duro y labo-
de pobreza, no arguye, ni mucho menos, un desprecio hacia
rioso, por lo que a mí toca, no puedo, oh Dios... no puedo
esos bienes. Más bien es lo contrario.
amarte así...
Tal vez no haya habido nadie tan enamorado de la po-
»No está bien que "el siervo sea más que su señor", ni
breza y tan enamorado, al mismo tiempo, de la creación
que la esposa sea rica cuando el esposo es pobre; sobre todo
entera, como san Francisco.
cuando el esposo es voluntariamente pobre y es perfecto...
Pobreza no es, pues, sinónimo de condenación o de des-
Santa Teresa, cansada por la resistencia que tenía que hacer
precio de los bienes de la tierra. Ni se ha de entender que
para no aceptar rentas para su monasterio de Ávila, estuvo
por ella nos está prohibido todo goce de estos bienes. «Las
alguna vez dudosa de consentir. Pero cuando volvía a su
riquezas de la creación son un don espléndido del creador;
oratorio y miraba a la cruz, caía de rodillas a sus pies y su-
si él pone ahí mucha parte de su gloria, es natural que el
plicaba a Jesús, despojado de todo sobre la cruz, que le
corazón humano pueda también encontrar, sin ningún des-
diera la gracia de no admitir nunca rentas para aquella casa
orden, gran parte de su alegría» (T. de Moidrey).
y que la hiciera tan pobre como él...
Quien desprecia las criaturas, termina por despreciar
»Yo no quiero juzgar a nadie, oh Dios mío. Los demás al creador que las ha hecho por amor y que pudo compla-
son tus siervos y hermanos míos y yo no les debo más que cerse en la obra de sus manos: «Y vio Dios todo cuanto
amor, hacerles el mayor bien posible y rogar por ellos. Pero, había hecho y era muy bueno» (Gen 1,31).
por lo que a mí respecta, me es imposible comprender el San Benito, en su regla, dice categóricamente: «Tratad
amor sin buscar la semejanza contigo, el amor sin la parti- todos los utensilios del monasterio como si fuesen vasos
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sagrados». Y comenta M. Zundel: «El espíritu de pobreza Así, el que cree, se deja llevar por otro, se apoya en otro,
encierra un amor inmenso y un respeto infinito. Precisa- pone su confianza en otro. El que cree, «se deja llevar» por
mente porque la realidad material es divina en su origen y Dios, se apoya en Dios.
debe permanecer divina en su uso». La etimología de la palabra aramea mammona según
Si hay algo que los hombres de hoy, habituados ya al algunos tiene la misma raíz ('MN) que el verbo 'aman, que
ritmo de una vida que en su vértigo continuo termina por significa el hecho mismo de creer.
aturdirles, han olvidado y de lo que nosotros hemos de dar Por tanto, la misma etimología de la palabra nos sitúa
verdadero testimonio, es el sentido de la admiración. O sea, frente al dilema evangélico. La vida se resuelve en un «de-
la capacidad de quedar como absortos y sobrecogidos ante jarse llevar». Por Dios o por las riquezas (mammona).
las grandiosas maravillas de la creación. Es una parte no O nos apoyamos en Dios o nos apoyamos en las riquezas.
pequeña por cierto de nuestra fe. En este sentido tiene que entenderse la consigna: «de-
El auténtico espíritu de pobreza lleva a amar las cosas bemos desvalorizar la riqueza y despreciar el dinero» (Per-
creadas, hasta descubrir en ellas su verdad más profunda. roux). Precisamente para sustituir la seguridad en las ri-
Y la verdad que nos descubren es ésta: «No somos nos- quezas, tan extendida en el mundo de hoy, hemos de colo-
otras tu Dios: búscale por encima de nosotras» (san Agus- car nuestra seguridad en el Padre.
tín). Así caemos también en la cuenta de que «nada de todo Esta verdad fue confirmada con un ejemplo admirable.
lo caduco es nuestro» (san Gregorio Nacianceno). Francisco de Asís, delante de su obispo, se despoja de sus
La pobreza no supone, pues, desprecio hacia las cosas propios vestidos y, junto con unas monedas de oro, los pone
creadas. Supone amor. Pide amor. Pero un amor que no a los pies de su padre. Y dice: «Escuchad todos y compren-
nos detiene en ellas, sino que nos hace ir más arriba. Eso ded cuanto os digo. Hasta ahora he llamado padre a Pedro
es precisamente la pobreza: un ir siempre más arriba... has- Bernardone. Pero, como de aquí en adelante he resuelto
ta llegar a Dios. servir exclusivamente a Dios, restituyo a Pedro Bernardo-
ne el dinero que le preocupaba y los vestidos que él me ha
Y con esto llegamos realmente al punto fundamental de dado. En lo sucesivo no podré decir ya mi padre Pedro Ber-
la pobreza. La pobreza tiene su fundamento y su única ex- nardone, sino Padre nuestro que estás en los cielos».
plicación en Dios. Sin la fe y la esperanza, sin una base Ya veis. La pobreza en este caso es la afirmación más
estrictamente religiosa, la pobreza se convierte en una cosa absoluta de la paternidad de Dios. Es el testimonio más cla-
vulgar. ro de que Dios es nuestro Padre y de que todo lo esperamos
Con frecuencia las páginas del evangelio hacen que ten- de él, porque un padre se preocupa y tiene cuidado de sus
gamos que enfrentarnos con una alternativa realmente dra- propios hijos.
mática: o Dios o las riquezas (mamtnona), o se sitúa la pro- «De esta manera la pobreza adquiere, como condición
pia confianza en Dios, o se pone en las riquezas. No puede concreta de la fe y de la esperanza teologales, un carácter
ser una cosa y la otra, sino una cosa o la otra. también teologal. No tiene en cuenta sólo nuestra rectitud
En hebreo, para explicar el hecho de creer, se usa el en el uso de los bienes de este mundo en el plano mera-
verbo 'aman, que significa propiamente «dejarse llevar». mente horizontal de la vida, sino la verdad de nuestra re-

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lación vertical con Dios... Dios es realmente mi Dios, el te en él nos permite decir con pleno derecho: «Padre nues-
Dios de mi salvación, solamente si me someto exclusiva- tro». Y al reconocerle a él como Padre, vemos y amamos a
mente a Dios» (Congar). todos los demás como hermanos.
Pero no es posible que exista un reconocimiento de la La pobreza tiene al amor como punto de partida y como
paternidad de Dios, sin que se reconozca al mismo tiempo lugar de destino. Por eso quizá sea más propio decir que la
una hermandad real entre todas las criaturas. pobreza, más que una renuncia, es... una conquista.
Y entonces, la pobreza se manifiesta (lo veremos luego)
en un mayor acercamiento a Dios y simultáneamente en un
mayor acercamiento a los hermanos.
Por lo cual, una falta contra la pobreza, además de ser
una rotura de nuestra relación filial con el Padre (pues de 24 ACRÓBATAS D E L A P O B R E Z A
hecho es una falta de confianza en él), lleva además consigo
una rotura de nuestras relaciones con los hermanos. Tam- La pobreza entró por su propio pie en el concilio. Iba
bién esta verdad fue maravillosamente entendida y confir- de la mano de un obispo africano. En Florencia hizo un
mada por Francisco de Asís. paquete con sus ropas pontificales y las envió por correo a
Cierto día un fraile pidió a Francisco permiso para te- Roma. Vestido con su pobre sayal de cada día y acompaña-
ner como suyo un salterio. El santo le contestó: «Cuando do de un hermanito de Jesús, se fue a pie y mendigando
tengas el salterio, querrás un breviario. Y cuando tengas hacia Roma.
el breviario, te sentarás en tu sillón, como un gran prelado La primera noche de viaje llamaron a las puertas de un
y dirás a un hermano tuyo: "oye, ¡tráeme mi breviario!"» convento... Pero les dijeron que no había sitio para ellos.
El espíritu de dominio sobre las cosas lleva casi inevi- Y el obispo tuvo que ir a dormir bajo un puente, junto a
tablemente al deseo de dominio sobre las personas y, por un grupo de gitanos. Por el día iba pidiendo limosna y co-
tanto, a la falta de consideración y de respeto a los demás. mía lo que le daban.
Cuando uno no se «deja llevar» por el Padre, no se fía del En el concilio se habló mucho de pobreza. Afortunada-
Padre, tiende a subyugar a los hermanos, a hacerlos meros mente las palabras iban precedidas o acompañadas de he-
instrumentos en sus manos. chos parecidos al que acabamos de citar.
Ünicamente el verdadero espíritu de pobreza garantiza Pero vayamos a lo nuestro. Si existe un peligro para
un profundo respeto y amor a los demás. Ünicamente el nosotros en este punto, es... que hablamos mucho de po-
espíritu de pobreza hace que vayamos a los hermanos con breza y la vivimos poco. Que creemos haber resuelto el pro-
el exclusivo deseo de servirles. blema haciendo un voto de pobreza y tal vez cumpliéndolo
* escrupulosamente, pero de hecho nuestra vida, de pobre
tiene solamente el nombre.
Éste es, pues, el dinamismo de la pobreza: el amor a No hay tal vez campo ninguno como el de la pobreza
las cosas creadas nos empuja a ir más arriba. Nos hace llegar en el que la «letra» esté en tan abierta contradicción con el
a Dios visto como Padre. Nuestra confianza puesta solamen- «espíritu». Por lo cual puede darse una observancia del

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voto muy rigurosa bajo el punto de vista jurídico (una obser- Esta última es el fundamento de la primera (y esto vale
vancia formalista e irreprochable, como la de los fariseos res- tanto para cada miembro como para la comunidad entera;
pecto a la ley) sin que la pobreza aparezca por ninguna parte. habría tal vez que pronunciar aquí una larga conferencia
Vamos a afrontar la cuestión sin preocupaciones diplo- sobre el amor exagerado a la propia tierra de origen o al
máticas. Con la mayor sinceridad. Vamos a hacernos unas «nacionalismo» de algunos institutos...)
preguntas que tal vez nos molesten. Por ejemplo: pensando «La pobreza exterior exige humildad, nace de la humil-
en nuestra vida, ¿podemos asegurar, sin avergonzarnos, dad de espíritu y de corazón. Sin ella, sería una hipocresía»
que seguimos, pobres, a Cristo pobre? Pensando, qué se (Chevrier).
yo, en un Francisco de Asís, en un Vicente de Paúl, en un San Pablo tiene una expresión muy eficaz: «... hemos
Charles de Foucauld, en un cura de Ars, ¿podemos afirmar, venido a ser hasta ahora como desecho del mundo, como
sin que las palabras abrasen nuestros labios, que imitamos estropajo de todos» (1 Cor 4,13). Los exegetas explican
a estos modelos? ¿O tal vez tomamos un poco a broma sus que desecho y estropajo significan el agua sucia que se for-
ejemplos y decimos que son «exageraciones piadosas»? ma al fregar los platos y las sobras que suelen recogerse al
Pensando en los verdaderos pobres, en los que viven levantar la mesa. Nos convendrá ser los primeros en consi-
tal vez muy cerca de nuestras casas suntuosas o en los que derarnos así, si de verdad queremos ser pobres.
pueblan las inmensas regiones de África, de la India, de
América, ¿los consideramos como seres de nuestra misma 2. Pobreza y comodidad son dos palabras que se re-
categoría humana, de nuestra misma raza? pelen. Aunque haya alguien que razone de esta manera:
Sintiendo resonar el eco de la voz de Cristo, que pro- «Con el voto de pobreza he renunciado a poseer, no puedo
nuncia la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los disponer de nada; por tanto... tengo derecho a tenerlo
pobres, porque de ellos es el reino de los cielos» (Le 6,20), todo». Y llega a ser inaguantable por su exigencia en la co-
¿estamos convencidos de que nos toca muy de cerca, de mida, en el vestido, en la habitación, en todos sus utensi-
que nuestra pobreza actual nos hace clientes seguros del lios. Y no se le ocurre pensar que una vida cómoda (aun-
reino de Dios? que lo sea sólo relativamente), una vida en la que no falta
¿Creen en nuestra pobreza las personas que nos ven y nada, no se puede compaginar con el espíritu de pobreza.
que nos tratan? O mejor: ¿les ofrecemos pruebas válidas 3. El voto de pobreza no es cuestión puramente jurí-
y convincentes para que ellas crean en nuestra pobreza? dica. Y sobre esto hay ideas gravemente peligrosas. Un cier-
¿No es tal vez nuestra pobreza «una purísima envol- to legalismo ha puesto la práctica de la pobreza bajo el
tura de una vida rica y opulenta»? (R. Guardini). control de la obediencia. Por eso una religiosa cree ser po-
Basta de preguntas. Pero nos convendría examinar al- bre por el mero hecho de que «los superiores no quieran
gunas «ideas equivocadas» que se han extendido bastante saber nada sobre el uso de algunas cosas e incluso lleguen
sobre esta materia. a autorizarlas por una presión progresiva de la opinión»
(Hayen y Régamey).
1. No existe (ni puede existir) verdadera pobreza ex- Estamos, de hecho, presenciando un fenómeno muy
terior, sin esa otra pobreza interior que se llama humildad. frecuente: algunas religiosas hacen consistir toda la prác-
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tica de la pobreza en la dependencia de los superiores. Yo en el «permiso» obtenido, o en ese «desentenderse» por
puedo pedir todo lo que se me antoje. Si los superiores me parte de los superiores?
lo conceden, allá ellos. Yo continúo pobre. Consigo lo que ¿No tienes, por casualidad, tu pequeño armario, tu
quiero y estoy en perfecta regla con el voto de pobreza. rinconcito, tu florero, tú cómoda en la que solamente
El lema de estas religiosas pudiera ser éste: ¡las manos tú puedes meter las manos, tus libros, tus... ? ¡Pobre de
llenas y la conciencia... vacía! aquella hermana que se atreva a coger aquel tu libro
Una auténtica aberración. Y por desgracia hay herma- de todas...!
nas muy listas para estas cosas. Su habilidad para manejar Sigue tú, si te parece, haciéndote preguntas de esta
el código o las constituciones y para descubrir sofismas e clase.
inventar soluciones «liberadoras» no tiene precio y dan Recuerdo con no pequeña emoción la salida de una her-
ciento y raya a los más célebres abogados del mundo. mana de cierta casa. Llegó la orden de cambio. Tenía que
Andan sobre el hilo más cortante y más delgado de la tenerlo todo arreglado en poco más de una hora. Fui a des-
ley con una seguridad y un descaro desconcertantes. Verda- pedirla. Tenía en su mano una pobre maleta, casi vacía.
deras acróbatas del lujo de la pobreza. — ¿Y qué va a hacer con toda la demás ropa?
Pero queda la duda, bastante fundada por cierto, de que — La tengo toda aquí, en la maleta...
Cristo no sea muy entusiasta de semejante astucia. Él cier- — ¿Pero no tiene más que eso?
tamente no hizo acrobacias sobre la cruz. Se unió del todo — ¡Nada más! Usted comprenderá...
a ella y con clavos muy fuertes. No podía permitirse estas Sí, efectivamente, jamás como en aquel momento, jun-
«astucias». to a aquella hermana, dispuesta en unos minutos para salir
«La distinción principal que hay en la vida espiritual y que hablaba con aquella sencillez, jamás comprendí la
no está entre aquellos que hacen mucho o hacen poco; está, inmensa «disponibilidad» que da la práctica de la pobreza.
más bien, entre aquellos que quieren ponerse en regla (e Caí como nunca en la cuenta de que la pobreza en el fondo
importa muy poco que la regla seaflojao rigurosa) y aque- es la mayor libertad que existe. Me di cuenta de lo que es
llos otros que tienen por norma el atrévete cuanto puedas. la pobreza pura y sencilla, sin acrobacias y sin engaños legu-
Los primeros son, sin que ellos tal vez se den cuenta, los leyos.
fariseos de la mediocridad; los segundos son los verdaderos Pero, al llegar aquí me asalta una terrible duda. Cierta-
pobres de Cristo» (Régamey). mente yo he visto, y las hay a centenares, hermanas como
ésta. Pero ¿no habrá tal vez en alguna parte del mundo
He querido ser sincero hasta lo último. No te habrá alguna hermana que, ante un cambio, necesite una furgo-
parecido mal. Ahora te toca a ti ser sincerísima contigo mis- neta (no digo un camión) para trasladar su «pobrísimo equi-
ma al examinar tu vida y ver si está de acuerdo, no sólo con paje?» #
el voto de pobreza (en el sentido jurídico de que hemos ha-
blado), sino también-con tu seguimiento de Cristo pobre. Quiero dejarte esta advertencia de san Vicente de Paúl,
¿No tiendes también tú a resolver las cuestiones que para que te acompañe siempre. «Cuando nos dan alguna
tratan del voto de pobreza cargando toda la responsabilidad cosa más que a los otros, debiéramos avergonzarnos. Cuan-
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do os veáis vestidas mejor que los pobres, hermanas, de- ¿Qué es lo que debo hacer?, dicen muchas. Señaladme
bierais enrojecer de vergüenza y de confusión, porque los con claridad el camino y me lanzo por él.
pobres son vuestros señores y vosotras sois sus siervas y Pero resulta que con mucha frecuencia ese camino tene-
debéis, por eso, tener menos que ellos». mos que abrírnoslo nosotros con un trabajo fatigoso y pa-
ciente de búsqueda continua.
En el campo espiritual no es suficiente ser fieles ejecu-
tores. Hay que ser también inventores. Y esto, todos. Por-
que el Espíritu no es monopolio de nadie. Es un soplo que
25 FANTASÍA EN LA POBREZA a todos mueve.
Si estoy convencido de que es necesario encontrar nue-
«La pobreza voluntariamente abrazada por el segui- vas formas para dar un verdadero testimonio de pobreza,
miento de Cristo, del cual es signo hoy particularmente me obligaré, con mi vida antes que nada, a ir abriendo esos
muy estimado, ha de ser diligentemente cultivada por los nuevos caminos.
religiosos y, si fuere menester, expresada también de formas
nuevas» (Perfectae charitatis, 13). Otra indicación que nos hace el decreto sobre la reno-
Importante indicación ésta que nos hace el Concilio vación de la vida religiosa: «Los institutos mismos, habida
Vaticano II. Buscar formas nuevas de expresar la caridad. cuenta de cada lugar, esfuércense en dar un testimonio
O sea, se deja un campo abierto a la iniciativa y a la imagi- colectivo de pobreza, contribuyendo de buen grado con sus
nación de los religiosos. En materia de pobreza, como en propios bienes a otras necesidades de la Iglesia y al sustento
la del amor, no basta ser aburridos imitadores o fríos repe- de los menesterosos, a los que todos los religiosos han de
tidores. Hay que ser artistas, capaces de crear algo nuevo, amar en las entrañas de Jesucristo» (Ibid., 13).
personal y original. En una palabra, hay que tener fantasía Testimonio colectivo de pobreza. Se trata de un pro-
en la pobreza. blema muy debatido hoy y para el cual no resulta fácil
Para esto hay que empeñarse a fondo. No cruzarse de encontrar una solución que valga para todos y que se pueda
brazos en espera de una repentina y muy poco probable aplicar en todos los sitios.
inspiración. Si «el genio es una inacabable paciencia», tam- El problema es el siguiente: ¿cómo es posible conciliar
bién en este terreno hay que merecer la inspiración: bus- la pobreza religiosa con una mayor eficacia en el minis-
cando, sufriendo, probando, aceptando las tensiones inevi- terio?
tables, esforzando hasta el máximo el corazón, la inteli- Ciertamente, a los hombres de nuestro tiempo les hace
gencia y la voluntad. más impacto el testimonio de pobreza colectiva. Más que en
No hemos de esperar que se nos vayan abriendo por la pobreza de cada miembro, se fijan en la pobreza del ins-
delante los caminos, así, sin más. Y esta observación vale tituto. Si la pobreza de cada uno sirve para aumentar la
no sólo para la pobreza, ¡sale al paso de una tentación dema- potencia económica, los medios y las riquezas del instituto,
siado frecuente en la vida religiosa, formulada en todos los en eso precisamente es en lo que muchos encuentran motivo
sectores de la actividad! de escándalo.

120 122
Pero también es cierto que para enjuiciar la pobreza de sión... Pero en el fondo, no hay más que orgullo, deseo de
un instituto hay que tener en cuenta el fin principal del poder, manía de superioridad.
mismo, su actividad, sus obras. En este caso, el tener ahoga totalmente al ser. Y se da
Y aquí llegamos al fondo del problema de la existencia en las familias religiosas aquel fenómeno que, refiriéndose
personal, y por tanto el de una comunidad y, con mayor a los animales prehistóricos, describe Tagore: «Estos ani-
motivo, el de una orden. El problema de saber integrar el males, que tenían muchos kilos de carne, poseían un gigan-
«tener» en el ser. Lo que importa es el ser. El «tener» debe tesco esqueleto para poder sostener aquel peso. Lo cual, a
estar siempre en función del ser. su vez, exigía una larguísima cola para sostener el equilibrio.
Hay que huir igualmente de los dos extremos. Es una De esta manera, sus desmesurados cuerpos ocupaban una
equivocación afirmar que cuanto menor sea el tener, mayor superficie enorme que también era necesario proteger con
será el ser. Pero también se equivoca quien piense lo con- una armadura fuerte, grande y pesada. Todo esto no era
trario: que cuanto mayor sea el tener, mayor será también más que un montón de materia muerta, necesitaba una com-
el ser. Si disminuye el tener, por eso no mengua automá- plicada organización de dientes, de uñas, de cuernos, de
ticamente el ser, así como si aumenta el tener no aumenta pezuñas también inertes».
necesariamente el ser. Un buen ejemplo. El tener sofocando el ser. La pesadez.
Si la falta de tener lleva a una perfección del ser, enton- La falta de vida. Un andamiaje mastodóntico... Pero la
ces la pobreza será ciertamente bendita. Pero si impide que vida desaparece. Realmente es un párrafo que merece medi-
el ser vaya «realizándose» a sí mismo y dicha falta le perju- tarse despacio.
dica en su integridad, entonces se daría una disminución y Hay que tener la valentía de preguntarse en serio: esta
una deficiencia que a la larga podría ser mortal y por eso hay familia religiosa ¿cumple realmente la misión para la cual
que reaccionar en contra. Dios la creó? ¿Qué es lo que hay de superfluo y qué es lo
Por tanto: el tener se integra en el ser y le está siempre que hay de verdaderamente necesario en el cumplimiento
subordinado. Todo debe ser asimilado por el principio vital. de esa misión? «Los problemas de la pobreza religiosa se
Sin olvidar que todo (incluidos los preceptos y los consejos) plantean de manera exacta solamente cuando se enfocan a
debe estar a su vez subordinado a la perfección del amor. través de la voluntad de Dios sobre cada una de las familias
En este tema de pobreza colectiva es necesario estar religiosas y sobre cada religiosa en concreto, en relación con
sobre aviso contra el peligro de que la exigencia del «tener» el fin del instituto que debe responder a esta voluntad»
no encubra ni disimule la necesaria pobreza del «ser». (Hayen y Régamey).
Porque, efectivamente, en ciertos casos puede ocurrir lo que La teoría realmente es fácil. Las decisiones prácticas...
solemnemente denunció Gabriel Marcel: «El tener es una no tanto, porque hay que pensar todas las circunstancias de
cierta manera de ser aquello que no se es». ambiente y de mentalidades diversas y, sobre todo, porque
Sin una vista limpia y un corazón puro es muy difícil a suelen darse opiniones y consideraciones que no siempre
un instituto el no dejarse llevar de la tentación de ir siem- están inspiradas en la semilla evangélica.
pre almacenando bienes, por exigencia vital, para mayor Por ejemplo, hay quien ha dicho que rechazar un auto,
eficacia en el servicio, para cumplir mejor la propia mi- siempre que éste sea indispensable para el servicio de Dios,

122 123
admitiendo como motivación el hecho de que los pobres no bienes del mundo. Oh, si Dios nos concediese la gracia de
lo pueden conseguir, es una opinión equivocada. Pero tam- quitarnos la venda que nos oculta tal belleza. Si alzase, por
bién es equivocado pensar que se puede poseer un auto, su bondad, los velos que el mundo y nuestro amor propio
cuando no hay necesidad de él, por el mero hecho de que ponen delante de nuestros ojos..., quedaríamos en seguida
las personas de modesta condición social también lo tienen. prendados del encanto de tal virtud que conquistó el cora-
Los problemas y los conflictos existen. Y el aceptarlos zón y todo el afecto del Hijo de Dios».
en este campo es una buena prueba de pobreza. «No existe ¿Has intentado, de verdad, arrancar de tus ojos esa
un programa completo ni unos esquemas precisos para pre- «venda»?
parar el examen de pobreza. Una pobreza estable, bien defi-
nida, conquistada, es una contradicción: es una adquisición,
una posesión más» (Evely).
*
26 EL RICO ENTRA EN EL
CONVENTO
He preferido intencionadamente provocar un descon-
tento, más que presentar recetas fáciles.
Más que ofrecer soluciones prefabricadas, mi intento Invitados a descubrir «nuevas formas» de presentar la
ha sido suscitar problemas. El problema del rendimiento y pobreza y a ofrecer un testimonio indiscutible, aun desde
el problema del testimonio colectivo de pobreza. el punto de vista colectivo, vamos a fijar algunas ideas que
Las soluciones se han de ir buscando, sufriendo y me- nos guíen en este paciente trabajo «inventivo» que nos he-
reciéndolas día tras día. Pero siempre bien firme el conven- mos impuesto.
cimiento de la belleza y del valor insustituible de la pobreza.
San Vicente de Paúl, gran maestro en este punto, ha- 1. El hombre fue creado a imagen de Dios. Esta ima-
bla de la pobreza con los mismos términos que usaría un gen fue luego desfigurada por el pecado. Pero en el plan
místico para expresar su «arrebato al tercer cielo». divino de salvación, Dios vuelve a «crearlo» a imagen de
«¡Ah!, si pudiésemos encontrarnos con un alma que Cristo, haciéndolo semejante a Cristo que es imagen per-
ama la pobreza, que huye de todo cuando sabe a espíritu fecta de Dios. Según la expresión de san Pablo, es necesa-
mundano, la veríamos más luminosa que el sol... Pensaba rio «revestirse» de esta imagen. Sólo así se realiza el «paso»
para mí si es verdad que la pobreza es tan hermosa y cuál (ésta es nuestra pascua, que quiere decir precisamente
será el grado de belleza de una virtud a la que san Francisco «paso») de una imagen desfigurada a una imagen auténtica,
gustaba llamar su dama preferida. ¡Qué encantador! Me el cambio del hombre viejo al hombre nuevo.
pareció que estaba adornada de cualidades tan eminentes Pero para asemejarnos a Cristo debemos realizar en
que, si por un milagro pudiéramos verla, aunque fuera sólo nuestras vidas aquello que fue para él su «punto de parti-
un momento, quedaríamos tan arrebatados por su amor, da»: despojarse, aniquilarse. La pobreza es, por esto, un
que no querríamos nunca separarnos de ella, nunca la aban- elemento fundamental e insustituible en toda existencia
donaríamos y la amaríamos muchísimo más que a todos los cristiana.

124 125
En cierto sentido se puede afirmar que los demás con- ranzas. Esto significa: bienaventurados aquellos que acep-
sejos evangélicos pueden reducirse a la pobreza. «La virgi- tan que la palabra de Dios les critique; bienaventurados los
nidad y la pobreza parecen esenciales en el plano de la re- que aceptan que se discutan sus propias ideas; bienaventu-
dención para sanar del todo las dos llagas abiertas en la rados los que aceptan creer que hasta ahora no han enten-
humanidad y devolver al hombre la libertad en sus funcio- dido nada, que aceptan dejarse vencer, dejarse derribar,
nes esenciales. El hombre tiende al ser mediante la pose- dejar que les arrojen de las propias posiciones conquistadas
sión, y la mujer tiende igualmente al ser por el amor. La vir- tal vez arduamente, de las propias estructuras, de los pro-
ginidad de María y la pobreza de Cristo son dos signos de pios principios, de todo cuanto para ellos era ya cosa tri-
la incorporación del hombre a la totalidad del ser. San Pa- llada. Bienaventurados aquellos que aceptan pensar de gol-
blo presenta la vida de Cristo principalmente bajo el signo pe que nada sucede porque sí, que Dios es muy dueño de
de la obediencia; pero no hay contradicción, porque la obe- exigir cualquier renuncia» (Evely).
diencia no es otra cosa que la pobreza vivida en el punto
más vital: el punto de la decisión y de la elección: "Yo hago 3. Guardémonos muy bien tanto de una concepción
siempre aquello que agrada a mi Padre" (Jn 8,29)» (A. «materialista», como de una concepción «espiritualista»
Paoli). de la pobreza.
Según la primera, todo consistiría en quitar unos me-
2. Hacerse ilusiones de poseer la verdad puede supo- tros de tela a la cola de los cardenales, alguna docena de
ner una falta grave contra la pobreza. Porque, hablando con pliegues al hábito monacal, recortar algunos vestidos, dis-
propiedad, la verdad es la que nos posee a nosotros, no nos- minuir la ropa, usar un auto menos «llamativo»...
otros a la verdad. Pero ésta es una pobreza totalmente «empobrecida»,
Además, toda la historia sagrada nos hace ver a Dios privada de su dimensión más profunda. Sin una disposición
ocupado de continuo en «remover» al hombre de su quietud. interior de pobreza, todo esto degenera en una «comedia
Porque el hombre tiende a «instalarse», a organizarse un de la pobreza».
plan cómodo de vida, a construirse su caparazón de segu- Existe también una concepción puramente «espiritua-
ridad, a prepararse su mullida almohada de verdades. Y Dios lista». Según ella bastaría tener «un alma pobre» y des-
se obstina en sacudirle, en molestarle, en que se le discuta, pués... permitírselo todo.
en sorprenderle siempre con alguna cosa nueva e impre- No hay ninguna disposición espiritual que no se ma-
vista. nifieste en una postura concreta, especialmente cuando
El que se «instala», el que no acepta revisar ciertas pos- esa disposición se refiere a los bienes de este mundo.
turas, el que pretende que Dios no le moleste (y no olvi- Es consecuencia de nuestra naturaleza «encarnada» y
demos que Dios habla también por medio de los «signos «social».
de los tiempos»), es un rico... aunque haya hecho voto de Según la Escritura, una idea, una disposición interna,
pobreza. tienen valor desde el momento en que se realizan.
«Dichosos aquellos que tienen un alma de pobre», di- Además, convendrá tener muy presente la advertencia
cen hoy las traducciones más recientes de las bienaventu- de Montaigne: los «pensamientos supracelestes» con mu-

126 127
cha frecuencia van del brazo con una «conducta subterrá-
estos hechos escandalosos para mentalidades burguesas,
nea».
que está por encima de todas las exigencias de la benefi-
«No tengo interés por nada, luego lo tengo todo. Ten- cencia.
go un alma pobre. Despójate en seguida, por favor, de al-
guna cosa, para probar si te arrastra. No hay ningún estado
5. Si hay un campo en el cual es más urgente el retor-
de ánimo que pueda perdurar sin repercutir en el gesto de
no a la pobreza evangélica, este campo es el estrictamente
un cuerpo» (Evely).
apostólico. No hay mayor monstruosidad, y he tenido en
El árbol se conoce por sus frutos. El «espíritu de pobre-
cuenta la fuerza de esta palabra, que un apostolado que se
za» se conoce por la pobreza concreta y real.
apoya en los medios más ricos y no tiene en cuenta la cruz
y la pobreza. La obra de Dios por excelencia, su propio men-
4. La pobreza debe ser siempre la mejor guardiana de saje... confiados a medios puramente humanos. Práctica-
nuestra libertad respecto a los demás. A propósito de esto, mente se viene a excluir a Dios, precisamente en aquellos
convendrá tener los ojos bien abiertos sobre ciertos re- que son sus intereses. Repito: no conozco monstruosidad
galos y las consecuencias que pueden traer consigo. más intolerable.
«Aceptar regalos equivale a perder la propia libertad»
Quizás es que hemos olvidado el profundo significado
(Ángela de Foligno). Hay que observar bien a quien se
de las tres tentaciones de Jesús en el desierto. «¡Qué mag-
presenta como u a bienhechor, descubrir y valorar los fines
nífico horizonte presentaba para el cristianismo Satanás a
que persigue con sus obsequios (mejor aún: los segundos
Jesús en el desierto! Pero Jesús prefirió un cristianismo
fines).
crucificado (De Lubac). «No llevéis oro ni plata ni cobre
Hay sobre esto un episodio muy bueno en la vida del en vuestro cinto, ni alforja para el camino, ni dos túnicas,
papa Juan XXIII: «Algunos personajes a quienes recibía ni sandalias, ni bastón...» (Mt 10,9-10). Éstas son las dis-
en audiencia, se dirigían más tarde a algunos de sus cola- posiciones que Cristo exige a los apóstoles para que cum-
boradores para saber "si todo había ido bien". La pregunta plan bien con su misión. Disposiciones, como se ve, que
sorprendía a todos. Hasta que al repetirse el caso con cierta no cuentan con ningún medio de riqueza.
frecuencia y al caer en la cuenta de que casi siempre se tra-
Se da con frecuencia un triste fenómeno: al darnos cuen-
taba de un cierto tipo de personas, se le informó al papa.
ta de que entre la Iglesia y el mundo se ha ido formando
Éste, sonriendo como siempre, abrió un cajón de su despa-
un foso cada vez más profundo que los separa, intentamos
cho y sacó un manojo de cheques de banco: "Justamente,
llenar este foso con cosas puramente terrenales, con la téc-
temen no haber conseguido lo que buscaban porque no los
nica moderna, con medios «ricos». Y nos olvidamos de que
he enviado al cobro..." No los rechazaba rígidamente por-
la solución fundamental del problema está en el retorno a
que procuraba no herir a nadie; pero los hacía... inofen-
las exigencias del evangelio, a la dimensión de la cruz, a
sivos...»
los medios «pobres».
Alguien de mente estrecha podrá pensar: «Podría ha-
No creamos hacer competencia al mundo, usando sus
berlos empleado en obras de beneficencia». Pero es que hay
«pesados medios». Es, en el fondo, una competencia des-
una función profética de la pobreza, que se manifiesta en
leal. Y, sobre todo, es querer sustituir el proyecto de Cristo
128
129
9
por un contraproyecto nuestro. La única competencia que 27 CON EL SUDOR DE LA FRENTE
vale es la de llevar al mundo algo de otro, algo diverso de
lo que él tiene y ofrece. Y DEL CORAZÓN
Si nos sentimos incapaces para hacerlo, terminaremos
admitiendo la fe en mammona, en contraposición con la Vamos a procurar sacar todas las consecuencias teoló-
fe en Dios, en un terreno que es específicamente de Dios. gicas del tema que hasta ahora hemos ido desarrollando
Y no creamos que todo se arreglará construyendo casas. sobre la pobreza. De esta manera podremos dirigir la mira-
da hacia los puntos esenciales, a los que nos tiene que llevar
«Ay de los que añaden casas a casas... el dinamismo de esta virtud.
A mis oídos ha llegado, de parte de Yavé de los ejércitos. Podremos resumirlo todo, siguiendo los diversos estu-
Las muchas casas serán asoladas, dios que sobre este asunto ha hecho el P. Régamey, en cua-
las grandes y magníficas tro puntos:
quedarán sin moradores» (Is 5,8).
1. La pobreza es la afirmación de nuestra verdad de
La lección es clara. El que, queriendo hacer bien a los criaturas. — Cada uno de nosotros es «una criatura salida
hombres, les construye casas, confiando más en los recursos de la nada, que nada tiene por sí mismo, y que se ve como
humanos que en Dios, va multiplicando casas que luego una nada delante de los ojos de Dios. Y como no tenemos
van a quedar, inevitablemente, «sin moradores». O sea: el ser por nosotros mismos, tampoco podemos representar
prácticamente, sin hombres y sin Dios. la comedia de querer tener cualquier cosa que no tengamos
Es la maldición que viene sobre aquel que se olvida de recibida de nuestro creador».
la pobreza en la actuación del plan de la salvación.
2. La pobreza es el testimonio más radical de la espe-
* ranza. — Hijos de Dios, ponemos toda nuestra confianza
en la providencia de un padre que está atento a todas nues-
Tal vez ahora ya voy cayendo en la cuenta de que el
tras necesidades. Con la pobreza abandonamos el régimen
voto de pobreza, si se vive con todas sus exigencias, tiene
de las «seguridades terrenas» para entrar en el régimen de
unos horizontes inacabables. Pero, a pesar del voto, «el
la esperanza y afirmar nuestra pertenencia al reino. De esta
rico» puede aflorar en los campos más diversos. Echado por
manera, conquistamos la verdadera libertad de los hijos
la puerta, vuelve a colarse por centenares de ventanas.
de Dios.
Si no estamos alerta, también sobre los conventos pue-
de bajar la maldición de Cristo: «¡Ay de vosotros, los ri- 3. La pobreza es imitación de Cristo. — La salvación
cos!» depende por completo de nuestra identificación con Cristo.
¡Cuánta razón tenía san Vicente de Paúl cuando daba Con la pobreza seguimos desnudos a Cristo desnudo.
este consejo: «Conservad el amor a la santa pobreza, y ella
os salvará!» 4. La pobreza nos acerca a los pobres. — El manda-
miento supremo de la ley es el amor fraterno. Ahora bien,

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no podemos estar con Cristo sin sentir el grito que se le- Decía Gandhi: «Cuando haga algo, me preguntaré qué
vanta de tantas miserias que están presentes en el mundo. bienes pueden seguirse de ello para el más miserable de los
Nuestra pobreza nos empuja irresistiblemente hacia los hombres».
pobres. El abate Pierre establece esta norma para los traperos
No puede existir una pobreza completa sin esta atrac- de Emaús: «Cuando te encuentres con un sufrimiento hu-
ción, sin este acercamiento a los pobres. mano, esfuérzate según tus posibilidades no solamente en
Jesucristo, pobre, siempre ha tenido su camino «orilla- aliviarlo sin más ni más, sino también en destruir las causas
do» de pobres. Y la expresión «movido de misericordia» del mismo».
es una especie de «leit-motiv» del evangelio. Y Raúl Follereau: «Nadie tiene derecho a ser feliz él
Decía san Vicente de Paúl: «Si alguno le hubiese pre- solo».
guntado a Nuestro Señor: ¿Qué es lo que has venido a hacer Y E. Mounier: «Los hombres se dividen según hayan
a la tierra?, le hubiera respondido: "He venido a asistir a hecho o no acto de presencia en las miserias del mundo de
los pobres". — ¿ Y a qué más? — " P a r a los pobres..." hoy».
— Pero, ¿para qué más?— "Para los pobres..."» En sustancia, nuestra pobreza, signo del reino, testimo-
Los pobres son los clientes privilegiados de su evange- nio de la esperanza, imitación de Cristo, tiene que condu-
lio, los huéspedes de derecho de su reino. cirnos incluso a un compromiso concreto en relación con
Hoy, en esa que la gente llama «civilización de la opu- los pobres.
lencia», en nuestro grandioso «desorden establecido», en Y no debemos olvidar que «solamente es posible estar
un mundo en el que los hombres han aprendido ya a dirigir con los pobres a condición de que estemos contra la pobre-
las naves siderales, peto sin saber todavía vivir como her- za» (P. Tücoeur).
manos, en una sociedad en la que la mayor parte de los Más aún, solamente es posible entender la pobreza cuan-
hombres pagan con su hambre las indigestiones de unos do se lucha contra ella, para eliminarla por completo. Usan-
cuantos, la miseria ha alcanzado unas dimensiones pavo- do una expresión famosa, podríamos decir que «la pobreza
rosas. Existen estadísticas, cifras, que no deberían dejar- se revela exclusivamente a los ojos de aquel que procura
nos dormir. suprimirla».
No podemos cerrar los ojos ante la miseria que nos
rodea. Incluso las miserias más lejanas (los suburbios de Por consiguiente, el voto de pobreza tiene que ayudar-
Calcuta y de Bombay, las favelas de Río de Janeiro, las nos a llegar hasta el don. Un conocido exegeta, el P. Drey-
callampas de Santiago de Chile), ahora, con los actuales fus, ha puesto de relieve cómo en san Lucas, que es por an-
medios de comunicación, están todas al alcance de nues- tonomasia el evangelista de la pobreza, la palabra clave no
tra mano... es abandonar, sino donar. Ya se trate de un don de sí mis-
La postura exacta del cristiano, y con mayor razón la mo, ya de un don de los propios bienes.
de la religiosa, tiene que ser, como expresó Péguy, «colo- El abandono está en función del don. Aunque pueda
carse en el eje de la miseria». Allí es donde está nuestro parecer paradójico, tenemos la misión de «enriquecer a los
puesto. demás con nuestra propia pobreza».

132 133
Inocencio I I I hizo acuñar en sus monedas el siguiente
Tenemos que luchar con todas nuestras fuerzas contra
lema: «Ut detur»; o sea: «Para ser dada». Éste podría ser
la pobreza que nos rodea, porque esta pobreza es el fruto
también el «slogan» de nuestra existencia. «¿Qué valor tie-
del pecado, del egoísmo humano, de la injusticia. Y el amor
ne la vida, si no la damos?», decía P. Claudel.
tiene que restablecer el equilibrio. Existe además una
Nuestra responsabilidad ante los pobres queda maravi-
pobreza, mejor sería que dijésemos una miseria, que le
llosamente señalada por san Basilio con unas expresiones
impide al hombre ser lo que es. O sea, nos encontramos con
que más bien parecen latigazos:
el caso de que el no tener lleva consigo una mengua del
«El que despoja a un hombre de sus vestidos, es lla- ser, constituye un atentado contra la integridad de la per-
mado ladrón; pero el que no cubre al hombre que está sona.
desnudo, cuando puede hacerlo, ¿no merece también este
mismo nombre? Ese pan que tú guardas, le pertenece a
La miseria es antihumana. El hombre se degrada en
quien tiene hambre; esa capa que tú metes en el fondo
ella. «¿A qué se debe esta mutilación del ser a través de
de tu arca, le pertenece a quien está desnudo; esos zapatos
la miseria? A la insatisfacción de las necesidades vitales
que se pudren en tu casa, son propiedad de quien no
(alimento, protección, salud) se añade la falta de seguridad
tiene zapatos... Por eso tú cometes tantas injusticias,
física y moral, la imposibilidad de prever para el futuro y de
cuantas son las personas a las que estás en disposición de
organizar la existencia, la dificultad de expresar las propias
ayudar».
miserias, la incapacidad de ayudarse uno solo a sí mismo,
Y san Gregorio se muestra igualmente explícito: «Cuan- de comunicar con los demás, de ayudarles. Un hombre hun-
do repartimos entre los pobres nuestros bienes, no es que dido en la miseria no puede «ser lo que es». Ese hombre
les regalemos algo nuestro; lo único que hacemos es resti- está «a merced de las circunstancias», sin saber ni poder
tuirles sencillamente algo que es suyo». trazar su propio camino; cualquier época del año, cualquier
Entonces puede presentarse una dificultad. Si estima- día representa para él una aventura que soporta pasiva-
mos la pobreza como valor evangélico, como un valor insus- mente. No domina de ninguna manera su propia vida y se
tituible en la trama de cualquier existencia humana, ¿por da cuenta de que no podrá nunca dominarla. No participa.
qué hemos de luchar por eliminarla? ¿No habrá en ello una Es objeto de su propia miseria. No es sujeto de progreso.
contradicción? Es un ser sin esperanza» (Lecomte).
La respuesta tiene que tener en cuenta varios factores. Por eso nuestra lucha contra la miseria tiende a un «au-
Dice san Agustín: «No debemos alegrarnos de que haya mento del ser».
pobres que nos permitan ejercitar las diversas obras de mi- En este sentido, se realiza otra paradoja de nuestra exis-
sericordia. Tú le das el pan al que tiene hambre. Pero sería tencia: estamos a favor de la pobreza y al mismo tiempo
mucho mejor que nadie tuviese hambre y que tú no supieses contra ella.
a quién ofrecer el pan. Todos los servicios responden a una «Nuestra misión cristiana en el mundo es hacer que los
necesidad. Suprime los pobres: automáticamente tendrás hombres sean hermanos» (Pablo VI, Ecclesiam suam).
que suprimir las obras de misericordia. ¡Es verdad! Pero Por consiguiente, es preciso eliminar ante todo cual-
¿crees que se apagará algún día el fuego del amor?» quier cosa que impida al hombre ser hombre.

134 135
Cristo no nos pide solamente que hagamos reinar en el 28 LOS POBRES, SACRAMENTO
mundo la paz. Lo que tiene que reinar sobre todo es el amor. DE CRISTO
Una última observación. No creamos que se ha agotado
nuestra tarea con los pobres cuando les hayamos dado algo.
Lo más importante es que nos demos a nosotros mismos. Algunos padres conciliares propusieron un texto que
El que se limita a darles cualquier cosa, se coloca en una sonaba más o menos de este modo: «El concilio levanta su
postura de superioridad, cumpliendo al pie de la letra el voz para implorar perdón por todos los pecados cometidos
papel del rico (rico, al menos, en superioridad). Pero el que por olvido o por desprecio de los pobres».
se da a sí mismo, borra todas las diferencias, se pone en un No importa que este texto no haya sido promulgado.
plano de igualdad, asume de veras la pobreza de los otros, Ya es bastante significativo el que haya podido aflorar se-
se identifica con los pobres o, mejor dicho, se coloca por mejante intención y lenguaje.
debajo de ellos. ¿Y nosotros? Nosotros, los que hemos hecho voto de
Dar y darse. Son dos movimientos que se entrecruzan, pobreza, ¿no tendremos por ventura nada de qué pedir
que se identifican y se potencian mutuamente en nuestra perdón a los pobres?
vida. Para poder medir toda la gravedad de nuestras faltas,
Dar (tiempo, salud, aliento, trabajo, bienes...) exige «el es necesario que pongamos de relieve la condición de los
sudor de la frente». pobres y su dignidad; que precisemos el lugar que ocupan
Darse (entregarnos a nosotros mismos) exige «el sudor en el corazón de Cristo y en su mensaje y, por consiguiente,
del corazón». el lugar que deben ocupar en la Iglesia.
También ahora el modelo insuperable sigue siendo él,
1. Dios se ha revelado, ha estrechado una alianza con
el gran pobre, «el que nos reparte su propio ser, su propia
un pueblo pequeño e insignificante: Israel. Los «pobres de
carne, su propia sangre eucarística» (Evdokimov).
Yavé», los anawim, tienen una gran importancia en el Anti-
Tras su ejemplo, todos los verdaderos pobres tienen el
guo Testamento, y se convierten en definitiva en deposita-
deber de repartir lo suyo, de dar con «el sudor del corazón»
rios de la promesa.
su propio ser.
* 2. Jesús, pobre, declara que ha venido para ellos.
Cuando llega la hora de las promesas divinas, resulta que
Señor, para vivir de veras el voto de pobreza, hazme son los pobres los que forman el pueblo mesiánico.
comprender que existe en este mundo algo más y mejor Se realiza la profecía de Isaías:
que poseer. Algo que se llama dar y darse.
«Los humildes y los pobres buscan agua,
pero no hay nada.
La lengua se les secó de sed.
Yo, Yavé, les responderé,
Yo, Dios de Israel, no los desampararé» (Is 41,17).

136 137
Leamos una página estupenda del evangelio: pobres, porque os pertenece a vosotros el reino de los
«Vino a Nazaret, donde se había criado, y según su cielos».
costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se le- Sigue siendo actual aquella frase de Bossuet: «La Igle-
vantó para hacer la lectura. Le entregaron el libro del pro- sia es verdaderamente la ciudad de los pobres. Los ricos,
feta Isaías, y desenrollando el volumen, halló el pasaje don- no tengo miedo de afirmarlo, por pertenecer en su calidad
de estaba escrito: de ricos al séquito del mundo, por haber recibido ya su
premio en él, aquí apenas son tolerados... Los ricos son
El Espíritu del Señor sobre mí, extranjeros, pero el servicio a los pobres les da carta de
porque me ha ungido, naturaleza».
me ha enviado a anunciar a los pobres Esto vale también para nosotros. El servicio a los po-
la buena nueva... bres nos da carta de naturaleza, nos da derecho de ciuda-
danía en la Iglesia. Porque la Iglesia es la Iglesia de los
Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sen- pobres.
tó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comen- Los pobres son nuestros jueces. Efectivamente, el jui-
zó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se cio final y la sentencia definitiva sólo se basarán en el hecho
ha cumplido hoy» (Le 4,16-21). de que hayamos dado a los pobres un vaso de agua, un
Y a los discípulos de Juan que le preguntaban si era él pedazo de pan, o se lo hayamos negado.
el mesías «que tenía que venir», les contesta: «Id y contad Tenía razón san Vicente de Paúl cuando llamaba a
a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los pobres «nuestros amos». Son ellos los amos de nuestra
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos suerte definitiva en el cielo.
resucitan y se anuncia a los pobres la buena nueva; ¡y dicho-
so aquel que no se escandalice de mí!» (Mt 11,4-6). 5. Cristo se identifica con los pobres. Puede ser que
Por tanto, el evangelio anunciado precisamente a los le hayamos dado hasta ahora una interpretación demasiado
pobres constituye una de las señales de la llegada del reino. estrecha, demasiado sofisticada, a aquel célebre texto de
san Mateo (25,31-46): «... tuve hambre, y me disteis de co-
3. Cristo demuestra siempre una particular atención, mer. .. En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos
un cuidado primordial por las necesidades de los pobres. hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis...; que
El P. Gauthier ha observado atinadamente que Jesús cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños,
no le dijo al joven rico del evangelio: «Ven, dame tu di- también conmigo dejasteis de hacerlo».
nero y sigúeme». Sino que le dijo: «Vete, da a los pobres tu Notémoslo bien. Cristo, para empujarnos a la caridad,
dinero, y luego ven y sigúeme». ¡Si nosotros tuviéramos no nos dice: imaginaos que me lo hacéis a mí. Ni tampoco:
siempre presente esta conducta de Jesús!... lo considero como si me lo hubierais hecho a mí, me hago
yo responsable de ese obsequio.
4. Cristo declara que los pobres son los clientes pri- No. No se trata de una sublime ficción divina. Se trata
vilegiados de su reino. «Bienaventurados vosotros, los de una realidad: Jesús se identifica de verdad con los po-

138 139
bres, con los últimos, con los más pequeños. Puede ser que los sufrimientos que nos parecen inútiles, absurdos, total-
no hayamos profundizado todavía lo bastante en el miste- mente infructuosos, no estarán acaso ligados invisiblemen-
rio y en la teología de la encarnación, de esa «bajada» de te a la cruz de Cristo y no participarán de sus méritos, coo-
Jesús hasta el fondo abismal de la realidad humana, hasta perando con ella a la salvación y a la felicidad final de los
llegar a abrazarla, a asumirla en su punto más bajo, más hombres.
abandonado... »No podemos olvidarnos de que este mismo Jesús, den-
Vamos a procurar ser realistas (en la línea de la encar- tro de algunos años, abrirá sus labios sobre la montaña para
nación). Cuando nos encontramos con el pobre, nos encon- proclamar solemnemente: "Bienaventurados los que llo-
tramos de verdad con Jesucristo. ran, bienaventurados los que sufren persecución por la jus-
Que no tengamos que decir más tarde: «Si lo hubiese ticia". Fijaos que nos dice: "Bienaventurados los que llo-
sa"bido...» En cierta ocasión, un sacerdote italiano se mar- ran con resignación"; que no dice: "Bienaventurados los
chó a Francia a buscar fondos para sus obras. Y pidió hos- que sufren piadosamente la persecución"
pitalidad en una parroquia de París. »¿No podremos nosotros, precisamente con ocasión del
Cuando Don Bosco (se trata de él) fue canonizado, el problema que nos proponen los santos Inocentes, pregun-
sacerdote que lo había acogido se dejó escapar esta expre- tarnos si la solución de todo el problema del mal no estará
sión amarga: «Si hubiera sabido entonces que era un santo, acaso, más profundamente y más umversalmente de lo que
le hubiera dado la habitación más hermosa, y no lo hubiera acaso nos imaginamos, en relación real, más o menos estre-
mandado al desván...» cha, de la vinculación que todo sufrimiento tiene con la
¡Estemos atentos a nuestro encuentro con los pobres! obra redentora de Cristo?»
Se trata siempre de nuestro encuentro con Cristo. Porque
el pobre es el signo, el «sacramento» de Cristo. Una última observación. Cuando pensamos en la cari-
dad sin medida de algunos santos con los pobres, nos ima-
6. Los pobres continúan en el mundo los sufrimien- ginamos que a ellos les tocó tratar con pobres buenos, edi-
tos, la pasión, la pobreza real de Cristo. Por tanto, parti- ficantes, piadosos, agradecidos.
cipan directamente de su obra redentora. Aunque a veces No. Eran pobres del mismo estilo que los nuestros.
no sean conscientes de ello. Lo cierto es que ningún sufri- Con los mismos defectos. Con los mismos aspectos repug-
miento es vano. nantes. Con las mismas lacras físicas y morales. Con los
Recordemos aquella página tan interesante del P. Ro- mismos aspectos desagradables.
guet a propósito de los santos Inocentes; nos servirá para También aquí tenemos que acostumbrarnos a ver al
que aclaremos muchas de las ideas «diminutas» que tene- pobre sin adjetivos. Bueno o malo, agradecido o ingrato,
mos en esta materia: rojo o blanco, honrado o sinvergüenza.
«He dicho que ellos dieron testimonio; sé perfectamen- Existe el pobre. Sencillamente. Sin adjetivos.
te que se trata de un testimonio inconsciente, pero preci- Y no tenemos que cerrar la puerta ni el corazón ante
samente por este hecho tan misterioso y tan impresionante nadie. Recordemos a san Agustín: «Procura, cristiano,
no nos queda más remedio que preguntarnos si muchos de ejercitar tu hospitalidad indiferentemente con todos; no

140 141
sea que aquél a quien has cerrado la puerta de tu casa, con tanto tiempo y cuyas dolorosas consecuencias todavía pal-
quien no has querido ser humano, sea precisamente Cristo». pamos, coloca a María dentro de una perspectiva rigurosa-
Mucho menos tenemos que hacer distinciones entre mente bíblica, en un marco claramente eclesial.
ellos, dándoles a unos precedencia indebida sobre los otros. La Virgen señala el tránsito de Israel a la Iglesia, del
La única preferencia que se puede justificar es la que deter- pueblo de las promesas al nuevo pueblo de realización de
minan sus sufrimientos. «Servir primero al que sufre más» la salvación.
(Abbé Pierre). Ya hemos aludido al lugar que ocupan los pobres de
* Yavé, los anawim, en la revelación.
San Vicente de Paúl, al tratarse una vez de un caso de Estos «pobres de Yavé» son ese resto de Israel en quien
necesidad que había que socorrer, prorrumpió en esta ex- tienen que cumplirse las promesas anunciadas en los pro-
presión ardorosa y verdaderamente consoladora: «¡Qué fetas:
ganas tengo de que la Compañía sea en esto santamente «Invocará él mi nombre
pródiga! Me llenaría de alegría si alguno me escribiese des- y yo le atenderé;
de algún sitio que uno de la Compañía había vendido los diré: "¡él, mi pueblo!"
cálices para remediar un caso semejante». y él dirá: "¡Yavé, mi Dios!"» (Zac 13,9).
Ésta es la lógica de los santos. Los pobres son como el
tesoro de que nos habla Cristo en el evangelio. Para conse- Pues bien, la estirpe elegida de los anawim se resume
guirlo, vale la pena darlo todo. y desemboca en María. Las aspiraciones, el hombre de Dios
Para ayudar a los pobres es posible, e incluso obligato- que sienten todos estos humildes, estos pequeños, se con-
rio a veces, vender los cálices. centran en la Virgen.
Lo dice un santo. La Virgen, la última de los anawim, señala de esta ma-
nera el paso del antiguo «pueblo de los pobres» a la «Igle-
sia de los pobres», o sea, al nuevo «pueblo de los pobres».
Nazaret, una aldea insignificante de Galilea, totalmente
29 MENSAJE DE LA VIRGEN: olvidada por el Antiguo Testamento, recibe el anuncio de
la alegría mesiánica «porque había allí un silencio, una dis-
POBREZA QUIERE DECIR DEJAR QUE EL ponibilidad, un vacío, una llamada: allí estaba María»
SEÑOR HAGA «COSAS GRANDES» (A. Gelin).
La Virgen es pobre. Pobre en sentido bíblico. O sea,
una pobreza entendida no solamente en su aspecto negativo
María «sobresale entre los humildes y pobres del Señor, de privación. Sino una pobreza que supone una postura
que de él esperan con confianza la salvación» (Lumen gen- religiosa: confianza y abandono en Dios. Despego de sí mis-
tium, 55). ma y de las cosas, y confianza ilimitada en Dios.
Es notable cómo el concilio, rechazando con decisión Y también su virginidad es pobreza. De hecho, la vir-
toda esa quincalla devocional que nos ha afligido durante ginidad, como privación del gozo de la maternidad, era

142 143
una condición humillante que atraía el desprecio de los dir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha es-
demás. cogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es»
Pero precisamente la Virgen, por ser pobre, se ve enri- (1 Cor 1,27-28).
quecida con el don por excelencia. Acoge en su seno a un En una palabra: Dios se siente atraído por la nada. Ésta
Dios que se hace pobre. Con la venida del Espíritu Santo es también la gran intuición, la gran astucia, podríamos de-
presenciamos el encuentro del Pobre con el pobre. cir, de los santos. Decía Karl Steeb: «No soy más que una
El Magníficat es la explosión del gozo de la pobreza. pobre nada». Es que la Virgen ha hecho escuela...
Canta el milagro que ha obrado la pobreza. Es como si to- María es virgen y, por tanto, pertenece de una manera
dos los anawim de los siglos pasados y todos los pobres de exclusiva a Dios, sin obstáculo alguno, sin divisiones ni
los siglos venideros hubiesen unido sus voces a la voz de limitaciones humanas.
María. Es pobre. Despegada de las cosas y de sí misma.
« . . . H a dirigido sus ojos a la bajeza de su esclava» Está en las manos de Dios. Para lo que sea.
(Le 1,48). Y con esta palabra, la Virgen pone en aprietos a Y en ella se cumple el milagro más estrepitoso: su po-
toda una serie de sabios traductores. Unos la traducen por breza se convierte en riqueza; su virginidad desemboca en
humildad, otros por humillación, otros por pobreza, otros la maternidad divina; su plena disponibilidad la hace entrar
finalmente (quizás con mayor razón) por bajeza. en el plano de la salvación.
Dejemos a los intérpretes. Lo cierto es que su bajeza
ha sido la que ha atraído las miradas de Dios, la que ha he- «Dispersó a los que son soberbios en su propio corazón,
cho que el Señor realice en ella «grandes cosas» y desde derribó a los potentados de sus tronos
entonces todas las generaciones la llamen bienaventurada. y exaltó a los humildes.
Detengámonos unos momentos en la palabra esclava. A los hambrientos colmó de bienes
También aquí nos encontramos con una dimensión más y despidió a los ricos sin nada» (Le 1,51-53).
amplia de la pobreza; se trata de una pobreza convertida en
servicio, en despego de sí misma y en abandono a los pro- En contraposición con la bajeza de María, vemos aquí
yectos de Dios. «Hágase en mí según tu palabra». dibujadas tres grandezas humanas, tres categorías de per-
Esclava quiere decir en síntesis una vida consagrada al sonas encerradas en sí mismas, autosuficientes, totalmente
Señor, una disponibilidad a sus intervenciones, una acep- opuestas al espíritu de los anawim. Tres riquezas que em-
tación de los planes de Dios, una apertura al misterio de pobrecen al hombre, porque lo privan de Dios: el orgullo,
Dios. el poder, las riquezas.
Ahora lo sabemos: el Señor tiene una simpatía especial «Es que Dios les da la vuelta a las situaciones» (A. Ge-
para con los pobres, los humildes, los últimos. Las «reali- lin). «Dios levanta lo que está abajo y derriba lo que está
dades débiles» son precisamente las que el Señor suele es- alto» (Diógenes Laertes). Y la prueba más clara de ello es
coger para manifestar toda su omnipotencia. «Ha escogido la Virgen.
Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sa- El Magníficat, cántico de pobreza, no es más que el pre-
bios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confun- ludio de las bienaventuranzas. La Virgen anticipa en su

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10
propia persona lo que más tarde habrá de proclamar Jesús Un sentido íntimo de liberación. Es la consecuencia na-
ante sus discípulos. Dice con razón el P. Lagrange: «Si se tural de una castidad auténtica.
nos permitiese llegar hasta el fondo del análisis del desarro- El «complejo de castidad» es, por el contrario, la señal
llo humano (de Jesús), podríamos afirmar que hubo en él indiscutible de una castidad falsa, mal interpretada.
una cierta influencia de su Madre». ¿En qué consiste eso que acabamos de llamar «com-
plejo de castidad»? Sus manifestaciones pueden ser muy
variadas. Desde una especie de alteración en el tono de la
«A todos nosotros nos gustaría hacer cosas grandes. voz cuando se habla de esta virtud, hasta esa postura prác-
María se contentó con dejar que el Señor las hiciera en ella» tica en la que la mezquindad ofrece el denominador común,
(Evely). pasarlo por una exaltación artificial, de una casuística fari-
Quizá se encuentre aquí el meollo de la pobreza de Ma- saica, de una concepción sofocante y exclusivista, de un
ría. Quizás sea también éste el meollo de nuestra pobreza, orgullo sutil, de una aridez desoladora, e incluso de una
en su dimensión más auténticamente religiosa. mentalidad antievangélica. En una palabra: todo lo con-
Preparar el terreno, o sea, preparar el «vacío», para que trario de ese «¡soy libre!», al que aludíamos hace poco.
el Señor pueda realizar en nosotros cosas muy grandes. Por eso mismo es preciso que limpiemos el terreno de
toda esa vegetación sospechosa que crece alrededor de esta
virtud. Que eliminemos además ciertas hinchazones injus-
tificadas.
30 ¡SOY LIBRE! Y hacemos esto no para menguar su valor. Sino todo
lo contrario: para restituirle todo su esplendor original.
Es menester que desaparezcan ciertas posturas forzadas.
Hace tiempo una religiosa me contaba lo siguiente r La belleza de una cosa consiste en su equilibrio, su mesura,
«Nunca me olvidaré de un sacerdote francés que, al hablar el respeto debido a las proporciones.
de su propio celibato consagrado al Señor, exclamaba: «Je El canónigo Jacques Leclercq ha escrito una página que
suis libre!... Je suis libre!» ¡Soy libre! Y sus gestos, sus aclara admirablemente estos conceptos: «Es verdad que la
ojos, hacían vislumbrar una intensa alegría interior, acen- castidad es una virtud, pero no es la virtud. Ni tampoco la
tuando profundamente la sugestión viva de sus palabras. virtud más grande. Si hay alguna virtud que merezca llamar-
»Para mí esto fue como un relámpago. En aquel mo- se la virtud más grande, es la caridad. Tiene que ser así, por-
mento comprendí por primera vez, de una manera concreta, que si no, sería falso el evangelio.
la tremenda fuerza liberadora de la castidad, cuando se la »¡Sí! Es necesario practicar la castidad y otras muchas
comprende y se la vive en toda su extensión». virtudes. Pero ¡también se puede ir al infierno practicando
¡Soy libre! No es ninguna exclamación egoísta. Por el la castidad! Por consiguiente, hay que practicar la castidad,
contrario, expresa toda la disponibilidad, la sencillez, la pero colocándola en su puesto. Y la castidad es como las
desenvoltura, la apertura de corazón, la carga de amor de demás virtudes. Lo primero que se necesita es amarla».
que nos hace capaces el voto de castidad. Vamos a intentar dejar en claro algunos puntos.

146 147
1. Hay que procurar que la castidad no recorte las trar más que este permiso de entrada: «He guardado la cas-
perspectivas de nuestra vocación cristiana y religiosa. Po- tidad, he observado la castidad», se nos cerrarán las puer-
dría suceder que tuviésemos los ojos fijos en el sector de tas. Para poder entrar, se necesita haber hecho algo más,
la castidad y que los cerráramos luego ante otros sectores
no contentarse con guardar la castidad.
no menos importantes.
Hay que procurar no polarizar toda nuestra atención y 3. No es una buena manera de ensalzar la castidad, el
todos nuestros esfuerzos en este solo terreno, descuidando despreciar el matrimonio. El monumento al voto de casti-
los demás. Cuando se habla de «virtud», no hay por qué dad no puede levantarse sobre las ruinas del amor humano.
entender necesaria y exclusivamente la virtud de la casti- Hasta hace algunos años, en nuestros ambientes, no era
dad. Lo mismo, cuando se habla de pecado: no hay por qué raro que se oyeran algunos disparates sobre este asunto.
creer que se trata sola y exclusivamente del pecado contra Si no se llegaba a una descalificación total del amor humano,
el sexto mandamiento. También existen, mientras no se a un despreció total del mismo, poco faltaba para ello. Hasta
pruebe lo contrario, otros nueve mandamientos. Por ejem- el punto de que un conocido escritor ha podido lanzar esta
plo, el primero. Y el octavo (creo que también querrá el observación hiriente: «Algunos sacerdotes y monjas parece
Señor que lo cumplan las religiosas). Y también, ¿por qué como si no le hubieran perdonado a Nuestro Señor el ha-
no?, el quinto (¿estamos convencidos de que también se ber hecho del matrimonio un sacramento».
puede matar al prójimo con la lengua, con el pensamien-
No hay que olvidarse de que el amor conyugal ha
to?...) ¿Quién nos dice que Dios está dispuesto a cerrar
sido escogido como «signo» de la unión de Cristo con su
los ojos ante los demás mandamientos, porque hayamos
Iglesia.
observado con toda fidelidad el sexto?
De todos modos, será conveniente que evitemos en el
Me vas a permitir, a este respecto, una sola pregunta. porvenir ciertas valoraciones arbitrarias y ciertas conside-
Cuando vas a confesarte, manifiestas —con razón, a ve- raciones injustas; que meditemos con atención particular
ces — dudas, incertidumbres, sombras, turbaciones que se los capítulos 48 («santidad del matrimonio y de la familia»)
refieren al «sector de la pureza». Pero, ¿manifiestas esta y 49 («del amor conyugal») de la constitución Gaudium et
misma preocupación, llevada hasta los detalles, hasta los spes.
últimos matices, a propósito de todo lo referente al «sector El matrimonio y la castidad son dos vocaciones. Las dos
de la caridad», que representa el «sector» más delicado, el tienen que conducir al amor de Dios. Ésta es la finalidad de
que determina toda la existencia cristiana? ambos. También el matrimonio es una vocación santa y no
Cuando la castidad absorbe toda nuestra culpabilidad solamente una realidad de orden natural, capaz de ser ben-
y nuestra vida moral, cuando la castidad monopoliza todos decida y santificada.
nuestros pensamientos y esfuerzos, ha dejado de ser cas- Se trata de elegir entre dos vocaciones que son igual-
tidad: no es más que un «complejo de castidad». mente santas. «Cuando no existe para el hombre más que
un camino natural, no puede hablarse de vocación; es pre-
2. Deshagamos toda ilusión. Si, cuando nos presente- ciso que haya una posibilidad de elección, por lo menos en-
mos ante las puertas del paraíso, no somos capaces de mos- tre dos caminos...
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»Los caminos que pueden presentarse ante el cristiano 5. Y una última nota desafinada. Una castidad que
para seguir a Cristo son dos: el matrimonio y el celibato. nos hace orgullosos es una virtud sospechosa, falsa. Entre
Tanto el uno como el otro llevan consigo dificultades, re- el orgullo y la castidad hay una auténtica «incompatibilidad
nuncias, sacrificios, pero también bendiciones y alegrías» de carácter». No pueden coexistir. La presencia del uno
(Max Thurian). denuncia con claridad la ausencia de la otra.
Sería indicio de una mentalidad mezquina el valorar la El orgullo salta a la superficie especialmente con oca-
castidad a base de rebajar el amor humano. No hemos de sión de ciertos escándalos, y es extraño que se trate casi
tener miedo de que, por restituir al matrimonio la dignidad siempre, en los conventos, de escándalos sexuales, que qui-
y la sacralidad que le corresponden, quede ofuscado el brillo zás son únicamente fruto de la fantasía enfermiza de alguno,
de la castidad y se debilite la fuerza de atracción del ideal o que a veces se airean con una especie de encarnizamiento,
religioso. con una expresión hipócrita de disgusto complacido, o de
Sucederá todo lo contrario. Si se le quita valor al ma- complacimiento disgustado, dignos de mejor causa. Ésta es
trimonio, menguará el valor de la castidad. Si se reconoce una nueva señal del «complejo de castidad», unos escán-
la grandeza de la vocación matrimonial, quedará más en dalos en que se ven envueltos ciertos religiosos.
alto la vocación a la castidad.
Este afán por remover las aguas sucias resulta muy sos-
pechoso. Por allí abajo, en el fondo, hay una afirmación y
4. Una nueva manifestación de lo que hemos llamado una exaltación de la propia virtud... «Yo soy más valiente».
«complejo de castidad» se pone de relieve en el ttato con El que se escandaliza por las culpas verdaderas o presuntas
los demás. O sea, hay religiosas que se sienten revestidas de de los demás revela un orgullo desmesurado y denuncia
h vocacián de serias guardranas cíe ía castidad de fas otras inconscientemente la fragilidad de su virtud. «El que de
hermanas. De «guardián» a «policía» el paso es muy sen- verdad es profundamente casto no se escandaliza con faci-
cillo, y se da a veces con la mayor desenvoltura. De ahí vie- lidad» (A. Pié).
nen las sospechas, los juicios temerarios, las indagaciones,
San Juan tiene una expresión que deberían meditar cier-
el clima de desconfianza, los cuchicheos...
tos profesionales del escándalo: «Quien ama a su hermano,
Y el resultado es doblemente negativo: se pec¡i contra permanece en la luz y no tropieza» (1 Jn 2,10).
la virtud principal de la caridad y no se obtiene tampoco el
La misma postura de Jesús es bien elocuente a este res-
fruto deseado, ya que no serán desde luego nuestras «ma-
pecto: «Yo tampoco te condeno; vete y no peques más»
niobras» las que consigan tutelar la virtud de nuestras her-
(Jn 8,11). Y en otra ocasión: «Por eso te digo que quedan
manas.
perdonados sus muchos pecados, porque muestra mucho
Por otra parte, esta especie de postura detectivesca en amor... Y le dijo a la' mujer: Tus pecados quedan perdona-
relación con los demás manifiesta de una manera inequívoca dos... Vete en paz» (Le 7,47-50).
que la castidad no nos ha llevado a la madurez, al equilibrio ¡Nada de remover el fango! ¡Nada de escandalizarse!
personal. No nos ha-llevado a un sentido de liberación. Si nuestra castidad nos coloca encima de un pedestal de des-
Sigue habiendo todavía algo que no funciona en nosotros. precio y de superioridad sobre los demás, si nos hace inca-
Tenemos la obsesión de la castidad, pero no la castidad. paces de una misericordia infinita ante las debilidades de
150
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los demás, no es una virtud. Se convierte en el monumento Finalmente hablábamos del carácter de testimonio que
aborrecible de nuestro orgullo. debe tener esta virtud. O sea, una llamada a los valores esen-
ciales. Y esto precisamente dentro de «un mundo sin Dios,
con el corazón seco, con los oídos cerrados, que tiene nece-
Después de todo lo dicho, no creo que se haya quedado sidad de señales visibles, de señales sorprendentes». La cas-
nadie con la impresión de que hemos querido disminuir el tidad consagrada «tiene el valor objetivo de ser una realidad
valor de la castidad. Hemos pretendido sencillamente de- significativa. Manifiesta a los ojos del mundo que el cristia-
volverle sus rasgos más auténticos, quitando todas las adhe- no puede renunciar a todo por Cristo y por el evangelio»
rencias, los oropeles, los ornamentos postizos que, en vez (R. Schutz).
de acentuar su belleza, no hacían más que esconderla a los Sin embargo, no hemos tocado todavía el motivo esen-
ojos de mucha gente. cial del voto de castidad. Nos encontramos en un terreno en
La castidad, si es auténtica, tiene necesidad de un tono el que no hay más remedio que quedarnos a las puertas de
mesurado; alarga los horizontes, no los recorta jamás. Sabe un misterio.
colocarse en su justo puesto; sabe ser medio, y no fin. Res- Porque se trata de un misterio: el misterio de las
peta y aprecia todas las demás vocaciones. Tiene el paso de relaciones de una persona con alguien. Si se tratase úni-
la humildad y el gesto amplio de la misericordia. camente de analizar un estado, las cosas serían relativa-
Si mi castidad tiene estas características, también yo po- mente sencillas. Pero la castidad es algo muy superior a un
dré decir (pero sólo en este caso) que soy «libre». estado. Es la consagración total, cuerpo y espíritu, a Dios.
Libre, incluso del «complejo de castidad». Es la pertenencia exclusiva a Dios. Y éstas son cosas que,
cuando queremos expresarlas, empezamos a balbucear de
mala manera.

1. La castidad es un don. — L a castidad que los reli-


giosos profesan «por el reino de los cielos» (Mt 19,12) ha
31 «YO ESCOGÍ LA REALIDAD» de considerarse como un don exquisito de la gracia» (Per-
fectae charitatis, 12).
Jesús lo había dicho claramente: «No todos entienden
Hemos aludido ya anteriormente, cuando hablábamos este lenguaje, sino solamente aquellos a quienes se les ha
de los votos en general, al carácter escatólógico de la cas- concedido» (Mt 19,11).
tidad. Esto es, la vida virginal es una anticipación de lo que Y de estas palabras son un eco aquellas otras de san
habrá de ser nuestra condición común en la eternidad, «en Pablo: «Mi deseo sería que todos los hombres fueran como
el reino de los cielos». yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos
Luego subrayábamos el hecho de que la castidad nos de una manera, otros de otra» (1 Cor 7,7).
hacía más libres, más disponibles para el Servicio de los Por consiguiente, estamos en el orden de los «dones»,
demás. de los carismas que Dios concede como quiere y a quien

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quiere. Estamos en el terreno de la absoluta «gratuidad» En la virginidad, gracias al amor de Dios que se le ha
de Dios. dado en el carisma a que ha correspondido con su profesión,
Sin embargo, a propósito de este don observa san Juan la religiosa entra en relación inmediata con Cristo, sin que
Crisóstomo: «Dios no se lo niega a nadie, cuando se le tenga que mediar nadie más, como sucede en el matrimonio.
pide con fervor... Este don se les concede a todos cuantos Esta verdad la manifestaba de una manera admirable,
lo desean y lo piden». dentro de su concisión, una religiosa: «El amor humano es
Naturalmente, para recibirlo, es menester haber sentido hermoso. "Ese sacramento es grande". Pero la realidad
toda su atrayente belleza. Por eso escribe san Jerónimo: es todavía más bella que el sacramento».
«Esto se les ha dado a aquellos que lo han pedido, que lo Con la castidad se va directamente hasta la realidad, sin
han querido, que se han esforzado en recibirlo». tener que pasar a través del signo.
No se trata solamente, como sucede por otra parte con
2. La castidad es una decisión libre y voluntaria. — A la vida religiosa en su conjunto, del camino «más estrecho»,
ese don de Dios le corresponde por nuestra parte una deci- sino del «más directo». O mejor dicho, se trata de ambos
sión personal. Naturalmente, esta elección, para que tenga a la vez.
valor, tiene que comprometer toda nuestra responsabilidad;
esto es, tiene que ser libre y voluntaria. No es preciso gas- 4. Con la castidad no se renuncia, se escoge. — Al ha-
tar muchas palabras a este respecto. «El que pueda enten- blar de este voto, casi por instinto solemos poner el acento
derlo, que lo entienda» (Mt 19,12). en la renuncia que supone. Sería mucho mejor que insistié-
Estamos en el terreno del amor. Y el amor no se impo- ramos en su aspecto de elección.
ne; se propone únicamente. Cuando una mujer se casa, no piensa desde luego que
con su «sí» está renunciando a otros muchos maridos posi-
3. La castidad es un compromiso para llegar hasta bles (¡e imposibles!) De lo que se da perfecta cuenta es de
Dios por el camino más recto.—El matrimonio y la vir- que ha escogido a este hombre.
ginidad son dos vocaciones. Las dos nos llevan hasta Dios. Por otra parte, si subrayamos demasiado el carácter de
Las dos están en función del amor a Cristo. renuncia del voto de castidad, corremos el peligro de dis-
La distinción entre estas dos vocaciones consiste en el minuir el valor del objeto que se escoge: nada menos que
camino que utilizan para llegar hasta la meta final: el amor a Dios. En cierto sentido, corremos el peligro de ultrajar a
a Cristo. En un caso se trata de un camino mediato; en el Dios.
otro, de un camino inmediato, directo. Más aún. Con el voto de castidad no se renuncia al
Expliquémonos. amor, sino que se escoge el amor.
En el matrimonio cristiano, los esposos, siendo el uno El que no sabe amar, no puede comprometerse a ir por
para el otro imagen de Dios, tienen que darse a Dios mutua- este camino. A este propósito, convendrá que recordemos
mente. Tienen que ser el uno para el otro la senda que los la anécdota del abad y del novicio:
lleve a Dios. Ambos son «signo». Por eso, uno llega a Dios — Muchacho, ¿te has enamorado alguna vez?
con la mediación del otro. — ¡Oh, no! ¡Padre mío!

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mutua contemplación y la mutua protección; recogerlo todo
— Entonces, ¿qué has venido a hacer aquí?
esto y transportarlo al plano de Dios y multiplicarlo por lo
Lo que quería decir, evidentemente, era esto: ¿qué has
infinito. He ahí un destello de lo que puede ser la virgini-
venido a hacer aquí, si no sabes amar?
dad: una especie de consagración de un templo nuevo, ha-
La castidad es «una exigencia del amor, una señal del
bitación intacta de la divinidad; su jardín, su claustro, por
amor. Por eso no es el estado de uno que haya renunciado
al amor, no es una amputación, sino una elección del amor donde él se pasea y canta bajo los arcos, como un enamo-
del Señor y del amor a los otros» (Huyghe). rado. Un castillo inaccesible a los profanos, donde resuena
La castidad no disminuye la capacidad de amar, sino una música y se combina una danza que a veces, en los
que la potencia. días de fiesta, cuando la liturgia es solemne, enajena el cora-
Escribe una religiosa: «Antes de hacerme religiosa co- zón que se siente enfermo de alegría».
nocí un amor grande y maravilloso. Pero cuando Dios se me Esta pertenencia total al Señor no tiene nada que ver
reveló, no renuncié al amor humano; cayó por sí solo, como con un «refugio», con una evasión, con un repliegue, con
una fotografía delante de la realidad. Dios es amor. Y todas una fuga. Todo lo contrario, es un compromiso de amor de
las formas de afecto humano están fundadas en Dios que consecuencias incalculables.
es infinitamente más «amor» que cualquiera de las otras Procuremos disipar esta última ilusión. Pertenecer a
formas y más que todas ellas juntas». Cristo con «un corazón sin dividir» no quiere decir que los
demás quedan excluidos de nuestro amor, o que el amor a
5. La castidad y la elección de alguien. — Con la san- los otros no tiene que ser más que algo marginal. El que se
tidad no se escoge un estado, se escoge a alguien. A Dios consagra a Dios no se puede dividir. «Pero esto no significa
mismo. Y aquí tocamos de veras el carácter «nupcial» del que no pueden existir sentimientos de afecto para los de-
voto. Donación total. Pertenencia exclusiva a Dios. Nos más. Por el contrario, su amor a Cristo tomará en él las
convertimos en «propiedad» de Dios. dimensiones de todo el cuerpo de Cristo, hasta abrazar al
Solamente un poeta de la sensibilidad del padre Tu- mundo entero» (Legrand).
roldo podía expresar esta realidad en una página de sor- Pertenecer total y exclusivamente al Señor quiere decir
prendente sugestión: comprometerse a tener un corazón a la medida del suyo.
«Lo que es esta consagración del cuerpo, solamente uno En una palabra, nuestra castidad tiene la amplitud de
que lo haya experimentado será capaz de contarlo. Es un nuestro corazón.
secreto que a duras penas se puede intuir, y que apenas lo La castidad de una religiosa no puede medirse por su
intuimos nos vemos en seguida aturdidos por su abismo, modestia, por su pudor, por su mortificación. Sino única-
presas del vértigo. Sentirse todo de Dios, sólo de Dios. mente por las dimensiones de su amor.
Sentir que Dios mismo sustituye a las exigencias de la
sangre, al hambre de los sentidos, que él los llena como si
fueran cálices repletos. Se trata de verdades inefables. Es
preciso recoger todo lo mejor de nuestros amores, su aspec-
to más dulce, el placer de la entrega, la comprensión de la

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32 CASTIDAD Y CRUZ Vienen luego los temporales, las tempestades. La nube
se desgarra. Y entonces vemos esas cosas a las que hemos
renunciado. Y esas cosas jamás resultan tan atrayentes como
La vida virginal, como hemos visto, consiste en abis- cuando sopla el vendaval. Es la cruz de la castidad. Y eso
marse corporal y espiritualmente en el misterio del amor es lo que quiere decir tener la «carne crucificada».
de Cristo. Pero no podemos olvidar que el amor de Cristo Es cierto que con la virginidad anticipamos la condi-
es un amor crucificado. La cruz se ha convertido en com- ción futura del reino. Pero también es cierto que esta «anti-
pañera inseparable del amor. Por eso, también la virginidad cipación» tiene lugar en esta tierra, en nuestra condición
tiene que insertarse en el misterio de la cruz. de peregrinos, con nuestro pesado fardo de miserias y debi-
La castidad es una elección, más bien que una renuncia. lidades, en la carne herida por el pecado original, con sus
La castidad se traduce en alegría, en libertad, en disponibi- instintos y sentimientos que sienten la atracción de toda
lidad. La castidad no anula, sino que potencia, nuestra clase de «alimentos terrenos». Es natural que haya riesgos,
capacidad de amar. luchas y tensiones tremendamente angustiosas. Es natural
Desde luego, son verdades indiscutibles. Pero también que tengamos que atravesar desiertos de aridez desoladora.
es indiscutible el hecho de que la castidad es sacrificio. Es natural que esta cruz nos deje las espaldas laceradas.
Es participación íntima, en la propia carne, en la propia Por otro lado, Cristo ha venido a inaugurar en esta tie-
naturaleza, del sacrificio de la cruz. rra su reino. Nos ha traído un mensaje de una novedad
Cuando se refieren a este voto es cuando adquieren es- desconcertante. Con el discurso de las bienaventuranzas ha
pecialmente relieve las palabras de Jesús: «Si alguno quie- trastornado todos los valores. Y todo esto lleva consigo una
re venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz ruptura con una lógica, unos valores y una manera de vivir,
cada día, y sígame» (Le 9,23). tal como habían existido hasta entonces. Una ruptura, cuyo
La virginidad, por consiguiente, tiene también este otro «signo» más evidente es la virginidad. Una ruptura que
aspecto: una cruz de cada día. tiene lugar en la intimidad de cada uno de nosotros.
El voto de castidad, efectivamente, no suprime las exi- Por tanto, es justo afirmar dentro de esta perspectiva
gencias de la naturaleza, no destruye el «aguijón de la car- de «novedad de vida», que la virginidad consagrada es «la
ne», no elimina la atracción poderosa de los sentidos. cruz plantada en la vida individual del fiel, la señal de que
En ciertos momentos parece como si la soledad nos la cruz está profundamente arraigada en la carne y en el
aplastase. No debemos extrañarnos. Es que hemos renun- cuerpo (Legrand).
ciado a una forma natural de la existencia humana. Dios Y no resulta exagerada aquella descripción de Metodio
mismo lo ha dicho: «No es bueno que el hombre esté solo. de Olimpo: «Ellas (las vírgenes) sufrieron un martirio; no
Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gen 2,18). es que tuvieran que soportar durante un breve tiempo tor-
Cuando nos consagramos al Señor, nuestra donación mentos físicos, sino que toda la vida tuvieron que realizar
está envuelta en una especie de nube de entusiasmo y de un esfuerzo. No anduvieron remisas en enfrentarse con los
generosidad. Y nos- encontramos como perdidos en medio verdaderos combates olímpicos de la castidad, resistiendo
de esa nube, pasmados de felicidad. tenazmente los violentos asaltos del placer, del miedo, de

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las molestias y de todas las otras formas de debilidad del Debemos tener presente, sin embargo, que esta virtud
hombre». no se conquista de una vez para siempre y que tampoco se
Sin embargo, este martirio tenemos que mirarlo a la la posee en su totalidad. Está sujeta a crecimiento, a des-
luz del de Cristo. No hay que olvidarse de que la cruz es un arrollo, a maduración. Y este dinamismo de crecimiento
preludio de la resurrección, de que las tinieblas del viernes cesa únicamente con la muerte. No existe una medida úni-
santo se disipan en la luz de la mañana de pascua. Del terre- ca, homogénea, de castidad. Como tampoco existe una me-
moto que sacudió el calvario ha nacido un mundo nuevo. dida uniforme para el amor. ¿Quién es capaz de saber qué
La castidad es un combate como la pasión de Cristo. grado de castidad estamos llamados a alcanzar personal-
«Pueden tocar hasta el fondo de la angustia que Cristo ex- mente?
perimentó en la cruz, pero las vírgenes cristianas se ven con- Además, tampoco llega nunca a un nivel de seguridad
fortadas al saber que las penas relacionadas con su estado absoluta. Precisamente porque, como se ha visto, tiene que
de vida no son más que las penas de la muerte de su maes- mantener a raya y dominar todo ese mundo subterráneo
tro, los dolores de parto del mundo nuevo, la progresiva li- sumamente sospechoso — el de nuestra sensualidad, nues-
beración de la carne del hombre viejo, mientras que, poco tras pasiones, nuestros instintos —, que ponen siempre en
a poco, va resurgiendo un nuevo Adán a la nueva vida del peligro nuestra castidad. Todos esos elementos se muestran
Espíritu.» (Legrand) a veces especialmente turbulentos y tienen una tendencia
* continua a la anarquía y al sabotaje.
En los momentos en que sientas con toda su rudeza la De ahí el carácter de pelea que tiene nuestra vida, in-
cruz de la castidad, acuérdate de que el peso de la cruz es cluso bajo este aspecto, y que nos hace participar activa-
el peso (el precio) de un mundo nuevo. Un mundo que nace mente, como indicábamos en la anterior meditación, en el
también de tus laceraciones más dolorosas. misterio de la cruz de Cristo.
Será oportuno dar algunas sugerencias prácticas para
esta lucha cotidiana que tenemos que combatir no sólo en
la juventud, sino también en la edad madura y en la vejez.
33 LA CASTIDAD NO EXISTE 1. Conocer el objetivo final. — ¿ Sabes de veras adon-
de quieres llegar? No te asustes si te planteo esta pregunta.
La virtud de la castidad nos hace superar la naturaleza. Es que resulta fácil confundir la castidad con cosas que son
Sin embargo, nos permite también realizar plenamente nues- completamente marginales a la misma, con elementos que
tra naturaleza humana en todas sus virtualidades. «Movi- son únicamente su preparación o sus etapas intermedias.
liza» nuestra afectividad, orientándola hacia Dios y, en Hay que conocer exactamente el objetivo final de la
Dios, hacia los hermanos. lucha y no cantar victoria demasiado pronto, si no quere-
La castidad consagrada, aunque sea virtud sobrenatu- mos luego padecer los más amargos desengaños.
ral, es al mismo tiempo plenitud de humanidad. No es ni No hay que confundir el pudor con la castidad. El pu-
mucho menos una disminución, una mutilación. dor no es la castidad. Santo Tomás incluso llega a excluir

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que el pudor sea una virtud en el verdadero sentido de la todas las virtudes. Si todos los esfuerzos se concentran en
palabra (S Th 2-2, q. 144): «El pudor está en relación con el frente de la castidad, y se descuidan o se dejan desguar-
la culpabilidad de dos maneras: nos induce a no cometer necidos los otros frentes, e incluso si no se opera de una
el mal por temor a las críticas; o bien, si lo hemos cometido, manera coordinada en todos ellos, puede ser que conquis-
a evitar que sea públicamente conocido por ese mismo temos la castidad. Pero habremos matado a la persona.
temor a las críticas». Las virtudes están relacionadas entre sí y se integran
Estamos muy lejos, como se ve, de aquella lógica del en la persona. Es preciso evitar una concepción atomista
amor, en la que tiene que introducirnos la verdadera casti- (esto es, dividida) de las virtudes; no hay que considerarlas
dad. Aquí estamos todavía en el terreno del miedo. El pu- por separado, sin su recíproca conexión y sin su inserción
dor «no es ese amor espiritual y libre a la castidad, sino en el sujeto. Esto tiene especial importancia cuando se habla
sólo el miedo a la sanción moral en el terreno social» (A. de la castidad. La castidad tiene que armonizarse en el
Pié). concierto de las demás virtudes que están ligadas es-
No tenemos que confundir la castidad con la honradez trechamente a ella, vgr. la fortaleza, la prudencia, la jus-
(amor a la belleza moral) ni con la continencia (que sola- ticia, la humildad, la pobreza, la esperanza, la religión.
mente es cuestión de firmeza de ánimo, pero que no realiza Y además, es menester que la insertemos en la totalidad de
esa integración de la persona en algo superior). El pudor, la persona.
la honradez, la continencia, son etapas hacia la castidad, Hemos hablado de «concierto» a propósito del conjun-
disponen para la castidad, favorecen su desarrollo, son con- to de las virtudes. Tengamos presente que este «concierto»
diciones para su ejercicio, la ayudan a poner orden en medio tiene que dirigirlo siempre la caridad. La armonía depende
de la anarquía de pasiones provocada por el pecado origi- precisamente de la subordinación de todas las otras a esta
nal. Pero no son la esencia de la castidad. virtud «regia».
Por consiguiente, no hemos de engañarnos creyendo
que tenemos castidad cuando solamente tenemos sentido 3. No dejar que nos enreden en guerrillas. — E n la
del pudor, honradez, o cuando somos continentes. lucha por la castidad nuestro enemigo, el demonio, es un
No debemos cantar victoria sólo por el hecho de haber antagonista al que no le falta ciertamente astucia. Procura
llegado a las etapas intermedias. Hay que llegar al objetivo enredarnos en guerrillas, nos tiende continuas emboscadas,
final. No detenernos en éxitos parciales. siembra nuestro camino de numerosas trampas. Pensamien-
tos, tentaciones, dudas, fantasías, deseos, cansancio, año-
2. Atención a las divisiones. — ¡Ay de nosotros, si ranzas; aquella palabra que sigue dando vueltas por la cabe-
queremos combatir por la castidad de una manera aislada, za, aquella mirada, aquella incomprensión que acentúa el
o sea, sin relación con las demás virtudes! sentimiento de soledad, aquella sospecha injustificada que
No nos cansaremos de repetirlo: la castidad no es la nos llena de amargura y que casi nos aplasta con la cruz
virtud, sino una virtud. Y se conquista, se desarrolla y se de la castidad. Se trata de cositas que, todas juntas, llegan
consolida en relación con todas las demás virtudes. La per- a destrozar los nervios del más valiente. ¡Cuidado con evi-
fección de la persona depende del conjunto armónico de tar esta guerrilla! Entendámonos: no se trata de que déje-

162
la
mos de luchar contra las tentaciones, los deseos, los malos Resuelto el problema esencial, ya veréis cómo se resuel-
pensamientos, etc. Tenemos que hacerlo, pero sin descui- ven también automáticamente los problemas y las dificul-
dar otra estrategia más amplia, un combate de mayor cam- tades parciales.
po de acción. La guerrilla acabaría agotando todas nues- Aquí es donde adquieren todo su significado las pala-
tras energías y haciéndonos fracasar lamentablemente. Es bras de san Pablo: «El no casado se preocupa de las cosas
posible ganar todas las batallas y perder la guerra. Se escapa del Señor, de cómo agradar al Señor» (1 Cor 7,32). Ahí
uno de diez, de cien emboscadas. Pero bastan luego unos están dibujadas las orientaciones generales y la estrategia
minutos de cansancio, de distracción, para caer en una tram- suprema de nuestra lucha por la castidad. Una orientación
pa que nos parecía ridicula. hacia el Señor y sus cosas, esto es, el reino y sus exigencias.
Hay que saber salir al campo abierto, alargar los hori- La castidad que no esté orientada con toda' decisión y
zontes de nuestra acción, darle la vuelta al frente, sorpren- limpieza de miras, aun cuando salga victoriosa de todos los
der al enemigo. Volviendo a la comparación de la nube, embates del enemigo, será siempre una castidad en peligro.
más que combatir aisladamente contra todo lo que hemos Escribe monseñor Huyghe: «Es preciso decirlo, aun
dejado, hay que saber abrir los ojos ante aquel que he- cuando parezca paradójico: no existe la castidad, ni la obe-
mos escogido. diencia, ni la pobreza. Solamente existe Cristo».
Una educación en la castidad que se limitase a dar unos De la misma manera paradójica podemos concluir tam-
cuantos consejos sobre el comportamiento (y conste que la bién nosotros: en la lucha por la castidad solamente podre-
«modestia» no es la única arma infalible), revelaría en los mos cantar victoria cuando estemos convencidos de que la
momentos más críticos toda su pavorosa insuficiencia. castidad no existe. De que existe Cristo.
Más que enseñar a comportarse bien, hay que enseñar
a orientarse.
Una castidad que no esté orientada decididamente hacia
el Señor, será siempre frágil, se verá sujeta a todos los pe-
ligros. Si Cristo no llena por completo nuestro corazón sin
34 LA IGLESIA, NUESTRA HIJA
dejar espacio vacío, si no existe en nosotros el gusto por la
contemplación, en una palabra, si no estamos verdadera- Al hablar de las relaciones que existen entre la virgini-
mente enamorados de Cristo, todo el comportamiento, toda dad y la maternidad, no hay más remedio que referirse a la
la modestia, todos los medios de mortificación, todas las Virgen.
normas de prudencia no servirían para nada. En el Antiguo Testamento la virginidad era símbolo
El ir contestando a todos los golpes del enemigo, el de desolación y de envilecimiento. No se le reconocía valor
entretenernos en la guerrilla, nos hará inquietos, asusta- alguno. Incluso era considerada como una maldición. Única-
dizos, suspicaces, replegados sobre nosotros mismos, des- mente el matrimonio fecundo merecía el honor de ser seña-
confiados y cansados. Lo que hay que hacer es orientarnos lado como símbolo de bendición por parte de Dios.
decididamente hacia nuestro objetivo final, esto es, hacia Raquel prorrumpe en aquella exclamación: «¡Dame hi-
el Señor. jos, o si no, me muero!» (Gen 30,1). El Rabbá del Génesis,

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al comentar estas palabras, escribe: «Hay cuatro clases de yó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 9,29);
hombres que están ya muertos: los leprosos, los ciegos, los a saber, los fieles, a cuya generación y educación coopera
que no han tenido hijos y los que se han arruinado». con materno amor» (c. 8,63).
La vergüenza de la virginidad tiene que encuadrarse en La maternidad virginal de María puede ser considerada
la típica mentalidad israelítica, según la cual las promesas como el «tipo» de la vida religiosa. En la Virgen no existe
y los dones de la alianza se trasmiten «según la carne». sombra alguna de egoísmo, no hay repliegue sobre sí mis-
La pertenencia al pueblo escogido es cuestión de sangre. ma. Podemos decir que ella es una pura y total disposición
El «pueblo de Dios» crece por medio de una generación acogedora.
natural. Y por eso la virginidad representa, en cierto sen- La pobreza, la humildad, la virginidad, forman una sola
tido, un atentado contra el «pueblo de Dios». cosa (su bajeza), que la convierte en pura disponibilidad
Con María encuentra su fin el mundo viejo y comienza ante la acción de Dios. Es el vacío que no puede seguir sien-
el mundo nuevo. La primera «célula» de este mundo nuevo do vacío, que no puede ser ausencia, sino que está exigien-
es concebida en el seno virginal de María. do a voces, casi inexorablemente, la presencia de alguien.
Jesús irá inaugurando sucesivamente su propio reino, La «nada» es el terreno en donde se manifiesta, en donde
en el cual la carne y la sangre no tienen nada que decir. se luce, la omnipotencia de Dios.
La virginidad de María no tiene nada que ver con el
«Pero a todos los que la recibieron repliegue sobre sí misma. Es una apertura al soplo del Es-
les dio poder de hacerse hijos de Dios, píritu. De este encuentro entre su «bajeza», su nada y la
a los que creen en su nombre; omnipotencia de Dios, entre su virginidad y la acción fe-
lo cual no nació de sangre, cundante del Espíritu, nace el Verbo. En la Virgen se rea-
ni de deseo de carne, liza la paradoja cristiana: «ser madre en la virginidad».
ni de deseo de hombre, Una virginidad que explota en maternidad.
sino que nació de Dios» (Jn 1,12-13). Ésa es la paradoja que tiene que testimoniar continua-
mente el voto de castidad, llevado hasta sus consecuen-
La constitución Lumen gentium habla de la virginidad cias... naturales.
y de la maternidad de María como «tipo» de la Iglesia. Todo el dinamismo de la virginidad conduce hasta aquí.
«Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón es lla- La parábola de la virginidad comienza con una renuncia, se
mada también madre y virgen, la bienaventurada Virgen traduce en una posesión inmediata y concluye en una ma-
María la precedió, mostrando en forma eminente y singu- ternidad.
lar el modelo de la virgen y de la madre, pues creyendo y
«En la virginidad se impone un esfuerzo verdadera-
obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre,
mente gigantesco, para que todo lo que es puramente ins-
y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espí-
tintivo en el hombre no sea negado ni destruido, ni siquiera
ritu Santo, como una nueva Eva, practicando una fe no
falsamente ignorado, sino que todo quede sublimado y
adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino
transportado a un plano superior... El hombre perfecto no
al mensaje de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constitu-
es la mujer, ni tampoco el hombre; es el hombre y la mujer
ía 167
juntamente. Al hombre le falta la finura, la intuición, la sen- nidad cristiana, si se vive en toda su amplitud, es una virgi-
sibilidad y la delicadeza de la mujer; a la mujer le falta la nidad fecunda.
fuerza, la inteligencia, la voluntad y el apoyo del hombre. Hace que el que la profesa se inserte en el dinamismo
El "hombre" es el que verdaderamente une en el amor al de la vida, o más exactamente en la transmisión de la vida.
uno y a la otra, creando de este modo la unidad. Pero ¿cual, «Éste es precisamente el carisma de las vírgenes: a ellas
es el complemento humano que no realiza la virginidad, si se les ha concedido concebir al Verbo y entregárselo al mun-
lo une realmente a Dios?» (D. Barsotti). do. Su vida es el mejor testimonio de la nueva fecundidad
O sea: la virginidad realiza plenamente a la persona, que el Espíritu comenzó en María, consumó en la cruz y pro-
haciendo desaparecer el «signo» del otro y estableciendo sigue en la Iglesia» (Legrand).
un contacto directo con Dios. Si faltase Dios, la virginidad La Santísima Virgen concibió al Verbo. Y no se encerró
volvería a caer en el vacío, en la desolación, la maldición y en una contemplación egoísta del inmenso don que Dios le
el absurdo. Es posible renunciar a la unión con otra criatura había hecho. Sintió en seguida la ineludible urgencia de dar-
únicamente con la condición de que se viva en una unión lo a luz, de llevárselo a los demás. «Se fue con prontitud a
personal e íntima con Dios. una región montañosa, a una ciudad de Judá» (Le 1,39).
Y esta unión desemboca necesariamente en la fecundi- El que posee a Cristo, no puede aprisionarlo dentro de
dad. La virginidad desemboca en la maternidad. La religio- sí. Tiene que comunicarlo, engendrarlo para los demás. Y si
sa es una hermana. Pero también es una madre; tiene que la virginidad es una manera más íntima y más directa de
ser, sobre todo, una madre. poseer a Cristo, tiene que traducirse necesariamente en una
Y cuando hablamos de esta manera de la maternidad de urgencia más acentuada de hacerlo vivir en los demás.
la religiosa no tenemos que pensar, como muchas veces se Y aquí es donde hemos de colocar también aquella do-
hace, en una vaga maternidad psicológica o en una materni- ble relación que existe entre la religiosa y la Iglesia. Una
dad con un fondo ligeramente sentimental-afectivo («sen- relación de filiación, ya que la religiosa ha sido engendrada
tirse madre» de las personas que le han confiado, en un por la Iglesia. Pero también una relación de maternidad, ya
hospital o en una escuela). Se necesita todavía mucho más. que también la religiosa engendra o, mejor dicho, co-engen-
Si nos contentásemos con eso, estaríamos aún muy lejos de dra juntamente con Cristo. Por eso resulta perfectamente
la realidad. válida para la religiosa aquella expresión aparentemente pa-
Se trata de una verdadera maternidad en el plano de la radójica de Adriana Zarri: «La Iglesia, nuestra hija». La vir-
gracia. Una maternidad de índole espiritual, pero auténti- gen consagrada es al mismo tiempo hija y madre de la
camente real. El P. Sertillanges decía: «Es mejor elevar Iglesia.
la vida que multiplicarla». Pero aquí se trata también de Por consiguiente, tampoco en este aspecto traiciona la
multiplicar la vida en el orden de la gracia, y no sólo de religiosa la vocación íntima de toda mujer, la de ser madre.
elevarla. Más aún, podemos afirmar que una religiosa que no sea ma-
La virginidad no se puede limitar a una unión estrechí- dre tampoco es religiosa.
sima con Dios, que de reflejo sirviese para ejercer cierta La consagración, y especialmente el voto de castidad,
función de testimonio en relación con los demás. La virgi- la convierte en verdadera madre. Y una madre sufre por sus

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hijos, los ama, mira por ellos, los anima, se sacrifica, se mata de amor). Y lo mismo tiene que decirse también de la vida
por ellos. ¡Es madre! ¡Y ahí está dicho todo! religiosa. Por tanto, también la castidad tiene que estar en
A la religiosa se le pueden aplicar perfectamente las pa- función del amor. Y solamente tiene valor en la medida en
labras de Isaías: que logra desarrollar en nosotros el amor.
Una castidad que no condujese a un aumento de amor,
«Grita de júbilo, estéril que no das a luz, faltaría a su misión principal y se convertiría en una virtud
rompe en gritos de júbilo y alegría, falsa.
la que no ha tenido los dolores; Será conveniente que recordemos que, según el men-
que más son los hijos de la abandonada saje cristiano, el amor para con Dios está estrechamente li-
que los hijos de la casada, dice Yavé» (Is 54,1). gado con el amor a los hermanos. El segundo mandamiento
es el mismo que el primero. Por eso, el que dice que ama a
Dios, pero no ama a los hermanos, es un mentiroso. Única-
mente el amor al prójimo es el que nos revela de una manera
infalible si nuestra postura ante Dios es la que debe ser.
35 CORAZÓN DE PIEDRA Y «Si tú me dices: Amo a Dios, no sé qué hacer, no sé si
CORAZÓN DE CARNE canonizarte. ¡Quizás se trate de un humo de pajas, de una
piadosa ilusión! Pero si me dices: Amo a mis vecinos, en-
La expresión «castidad perfecta» está pidiendo otra: tonces sí; entonces empiezo a mirarte en serio: se trata de
«caridad perfecta». Se trata de un binomio que es imposi- una persona extraordinaria, ¡finalmente me he encontrado
ble separar. Una castidad perfecta que no condujese a una con alguien que soporta a Dios!» (Evely).
caridad perfecta no sería más que una horrible deformación. Estemos atentos a no dejar que el amor de Dios se
Una castidad que se desarrollase y se «guardase» a costa nos convierta en una excusa para no amar al prójimo.
de la caridad sería anticristiana. ¡Ay de nosotros si el voto Que no tengamos que oír aquella terrible acusación de
de castidad se convirtiera en la tumba de nuestro corazón! Péguy: «Se engañan al creer que aman a Dios, porque no
La virginidad, cuando se la comprende en todo su sig- aman a nadie».
nificado y se la vive en su lógica de amor, realiza aquel mila- Nuestra castidad no puede tener solamente la transpa-
gro de que nos habla Ezequiel: «Yo les daré un solo cora- rencia del cristal. Sería una castidad «incompleta». Para ser
zón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su cuer- completa, tiene que poseer también la incandescencia de
po el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» un hierro ardiente. Transparente como el cristal más lim-
(Ezll,19). pio e incandescente como el trozo de hierro más al rojo
Ésa es la transformación que realiza Dios en nosotros vivo: ¡he ahí el ideal de la virginidad cristiana! ¡He ahí el
por medio del voto de castidad: un corazón nuevo. difícil equilibrio que tiene que conseguir nuestra vida
Un corazón de carne en lugar de un corazón de piedra. religiosa!
Toda la vida cristiana en su desarrollo tiene que tender La castidad sin la caridad entristece y mata. Es que en-
a la perfección del amor (al final de la vida se nos examinará tonces se desarrolla fuera de su elemento natural. Lo mismo

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que un pez, que no es capaz de vivir fuera de su elemento mente de ellos, porque ya los comentan abundantemente
natural, que es el agua. los manuales de ascética). Pero quizás descuidamos la im-
La virginidad, no debemos olvidarlo, es un vivir «en portancia de una vida comunitaria animada de un verda-
las alturas». Es un anticipar, con nuestro fardo terreno dero amor (y subrayo verdadero, porque no podemos con-
(cuerpo, sentidos, instintos), la condición futura del cielo. tentarnos con un amor raquítico, o con un amor aparente o,
Pues bien, cuanto más alto se sube en la montaña, más se peor aún, con una caricatura del amor, tal como sería el
nota la falta de oxígeno. La virginidad, que es un vivir «en soportarse mutuamente).
las alturas», exige un suplemento de oxígeno, una dosis de Las religiosas que sienten la vocación irresistible de ser
amor superior a la normal. Si llegara a ser insuficiente el guardianas o detectives de la castidad ajena, tendrían que
oxígeno de la caridad, se presentarían consecuencias suma- darse cuenta de que sus esfuerzos serían mucho más fruc-
mente lamentables: tuosos si se encaminasen a crear en la comunidad las condi-
— muerte por asfixia: sería el caso de la religiosa infiel ciones ideales para un clima de auténtica hermandad, que
al voto de castidad; constituiría la garantía más segura para la castidad.
— encogimiento del alma, sequía del corazón: sería el «No está bien que el hombre esté solo» (Gen 2,18).
caso de la religiosa «vieja solterona» (una de las peores de- Esto vale también para la religiosa. Cierta soledad, cierto
formaciones de la figura de la religiosa). desierto de amor, en algunas comunidades, representa la
peor amenaza para la castidad de todos. Las relaciones en-
El amor es, por consiguiente, el elemento y el espacio tre una religiosa y su superiora, entre ella y las demás her-
vital de la castidad. Y el amor a los hermanos es la señal manas, tienen que ser unas relaciones de amor. El amor es
característica de nuestro «ser cristiano». el oxígeno de la vida de comunidad, que permite la «respi-
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a ración» de las personas y la vida de todas las demás virtudes.
la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3,14). Pero ¿y si en una comunidad no se encuentra ese oxí-
Y dentro de este contexto es donde adquiere todo su geno? ¿Si se trata meramente de unas relaciones de conve-
relieve la función de la vida comunitaria, animada de un niencia, de oportunidad, de diplomacia, de ficción? ¿Si hay
verdadero y auténtico espíritu de fraternidad, para la sal- que estrechar el corazón porque los pulmones están respi-
vaguardia y el robustecimiento de la castidad en cada reli-
rando un aire de indiferencia, de cortesía, de frialdad, de
giosa.
sutil malicia? ¿Quién podrá valorar las consecuencias de
Es éste un aspecto importantísimo que también ha pues-
semejante ambiente que mata los impulsos, que apaga los
to de relieve el concilio: «No olviden además, sobre todo
entusiasmos, que sofoca la espontaneidad tan necesaria a
los superiores, que la castidad se guarda con más seguridad
todos?
cuando entre los hermanos reina la verdadera caridad en la
vida común» (Perfectae charitatis, 12). Dejo a cada cual la respuesta a semejantes preguntas...,
Nunca insistiremos bastante en este punto. Conocemos que tienen que preocuparnos.
al dedillo todos los medios sobrenaturales que hay para la Todos tenemos que darnos cuenta de que una comuni-
salvaguardia de la castidad (no hemos tratado explícita- dad carente de serenidad, de amor y de hermandad, puede
crear en algunos cierto sentido de desorientación, cierto
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«vacío» que está pidiendo llenarse con los más peligrosos
una base humana natural. Mientras estemos en este mundo,
sustitutivos.
nuestras actividades seguirán siendo humanas y tenemos
Todos tenemos que darnos cuenta de que una palabra
que compartir en la amistad sentimientos, preocupaciones,
dura, un gesto áspero, una conducta indiferente y una pos-
alegrías y penas que tendrán que ser siempre humanas».
tura fría pueden poner en peligro la castidad de una her-
También aquí, para evitar lo excesivamente humano,
mana.
tenemos que procurar no caer en lo excesivamente poco
Un clima de indiferencia, de atonía y de frío cumpli-
humano.
miento de las constituciones puede agobiar la vida y llevar
*
la desolación al corazón de algunas.
El testimonio que estamos llamados a ofrecer al mundo
En estos momentos sería conveniente tratar el tema de
es un testimonio comunitario, como el de la primera comu-
la amistad, que nos llevaría demasiado lejos. Vamos a limi-
nidad cristiana de Jerusalén. Y esto sirve también para la
tarnos, por tanto, a unas ligeras alusiones. Por desgracia,
castidad. Un testimonio colectivo de amor. El amor es la
en bastantes conventos, gracias a una especie de psicosis y de
prueba de la castidad de toda la comunidad entera.
obsesión ante el fantasma de las amistades particulares, se
Cuando nos vean, los demás tienen que poder decir:
corre el peligro de destrozar brutalmente una posible amis-
«Mira cómo se aman».
tad verdadera entre religiosas, olvidándose de que la amis-
tad sana y fraternal representa un complemento indispen- Recuerdo una excursión a las Dolomitas, al grupo de
sable de la persona, una prueba evidente de madurez afec- las tres cimas de Lavaredo. Al atravesar un pedregal, en
tiva e, indirectamente, una ayuda considerable para la cas- donde el sol golpeaba con terrible violencia creando reflejos
tidad. deslumbradores, vimos, y creíamos que se trataba de un
portento, flores delicadísimas, de los colores más variados
El padre Voillaume, prior de los hermanitos de Jesús,
y de una belleza inefable. Flores que hundían sus raíces
se atreve a escribir: «No puedo creer que una persona sin
quién sabe donde. Flores que se abrían increíblemente en-
amigos pueda ser perfecta».
tre piedras abrasadoras.
Tengamos mucha atención en este terreno, no sea que
Cuando pienso en la virginidad y en su testimonio en
juntamente con la cizaña (las amistades particulares) vaya-
medio de los hombres de nuestro tiempo, recuerdo instinti-
mos a arrancar el buen grano (las amistades auténticas).
vamente aquellas flores «milagrosas» de la morena de La-
Nunca jamás los abusos podrán justificar decisiones drás-
varedo. «
ticas, con el propósito de impedir que surjan y se manifies-
Sobre el pedregal quemado del egoísmo del mundo de
ten amistades espontáneas y legítimas.
hoy, estamos llamados a hacer florecer, milagrosamente, el
Y no vayamos a apelar hipócritamente a una especie de
amor.
falso supernaturalismo. Sigue escribiendo el padre Voi-
Un amor que hunde sus raíces más profundas en los
llaume: «No existe oposición alguna entre una amistad so-
corazones virginales.
brenatural y una amistad natural. Para que pueda ser sobre-
natural, una amistad tiene que tener necesariamente una
base natural. No tengamos miedo de darle a nuestra amistad

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36 A LA ESCUCHA 2. Estar como esposa, «progresando continuamente
en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo
en todas las cosas la divina voluntad» (Lumen gentium, 65).
El consejo evangélico de la obediencia se basa en la imi-
tación específica de Cristo en su calidad de Hijo, que está 3. Estar como el Hijo, que se encuentra siempre escu-
a la escucha del Padre y le obedece con amor, realizando chando siempre junto al Padre. Su comida consiste en cum-
cuanto ha escuchado. Se puede decir con plena razón que su plir la voluntad de su Padre. En cuanto Hijo, hace todo lo
obediencia es «la realización amorosa de su ser de Hijo». que le ve hacer al Padre.
«La obediencia de la Iglesia es la disponibilidad de la La obediencia religiosa, en cuanto imitación, «signo» y
Iglesia de Cristo, que ama a su esposo y se le entrega total- continuación de la obediencia de Cristo, tiene que estar
mente. De este modo, el religioso, en relación con la misión constantemente haciendo referencia a él.
de su estado, tiene que plasmar con su obediencia esta pos- «Obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,
tura de Cristo y de la Iglesia de una manera específica. La 8). Así es como resume san Pablo toda la existencia de
obediencia del religioso mira fundamental y primariamente Jesús.
a la realización de esta disponibilidad y prontitud de entrega Y él mismo explicó de este modo la finalidad de su mi-
que plasmó la forma propia del Verbo de Dios y que Cristo sión: «He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino
llevó a cabo de una manera ejemplar. la voluntad de aquel que me ha enviado» (Jn 6,38). «He
«La vida que ha abrazado el religioso tiene que reali- aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad» (Hech
zarse, pues, concretamente y en primer lugar por medio de 10,7).
su atención especial a escuchar la palabra de Dios, como se «Para Jesús la obediencia constituye siempre un gesto
presenta en la sagrada Escritura, en la predicación "actual", concreto, el gesto que en cada instante le está pidiendo el
en el silencio del corazón y en la apertura del espíritu a la Padre: la palabra que tiene que decir, el gesto que tiene
oración y a la contemplación. Tiene que constituir una par- que realizar, el pecador que ha de buscar o acoger, algo que
te inmediata y esencial de la vida del religioso el dedicar un rehusar, un milagro que hacer, unos pies que lavar, un ros-
cuidado particular, un tiempo concreto y un grande amor a tro que besar» (J. Guillet).
aquello que se conforme con su estado y que constituye un En Jesús no encontramos ninguna traza de aquel aspecto
don de Dios muy superior a todos los demás bienes y el más ascético de la obediencia que con demasiada frecuencia ab-
precioso de todos: estar junto al Señor» (Schulte). sorbe casi por completo nuestra atención y que tiene la
Este «estar junto al Señor» podemos traducirlo en tres finalidad de cortar las últimas raíces de nuestro orgullo, ha-
posturas distintas. cernos dóciles «como un cadáver en manos de quien lo
amortaja» y crear comunidades que funcionen a la perfec-
1. Estar como discípulo, que escucha al maestro y que ción ante el menor gesto del superior (el concepto de la
se forma en su escuela. «Está escrito en los profetas: Serán obediencia como ascética justificaría todos los defectos, to-
todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y das las insuficiencias e incluso todos los caprichos del que
aprende su enseñanza, viene a mí» (Jn 6,45). manda).
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En Jesús la obediencia es algo positivo y concreto: cum- Cristo obedece al Padre. — Hemos subrayado ya que su
plir la voluntad del Padre, realizar el «plan de Dios», llevar comida consistía en cumplir la voluntad de su Padre, aun
hasta su consumación la obra para la que ha sido enviado cuando tuviera que padecer por ello.
a este mundo. Y ¡he aquí el fruto de la obediencia de Jesús!: «Así
como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron
Cristo obedece a los hombres, a las autoridades consti- constituidos pecadores, así también por la obediencia de
tuidas. Y esto reviste un tono dramático en su pasión (aquel uno solo todos serán constituidos justos» (Rom 5,19).
ir pasando de mano en mano... «Entregado en manos», re- Así, pues, tenemos en Cristo el modelo de nuestra obe-
piten los evangelistas: de Judas a los sumos sacerdotes; de diencia. La vida religiosa tiene que ser principalmente el
éstos a Pilato; de Pilato a Herodes; de Herodes a Pilato, «signo» de esa obediencia.
que lo entrega luego a los judíos, para que lo crucifiquen...) La obediencia religiosa podríamos decir que es el cul-
Cristo obedece a los acontecimientos; podríamos decir men de la pobreza. Muchas veces, como ya lo hemos indi-
que se deja llevar por los acontecimientos, que son como cado, se ha reducido el voto de pobreza al ámbito de la obe-
las piedras para edificar su «plan». «Cuando a veces tiene diencia. Tiene que ser al revés: es la obediencia la que debe
que romper el curso normal de las cosas por medio de un entrar en el campo de la pobreza. Con el voto de obedien-
milagro, Jesús no pretende con ello subrayar su indepen- cia, mediante el compromiso de sujetarse a una regla y a
dencia ni levantar las barreras que limitan nuestra libertad; unos superiores, renunciamos a la propiedad de algo suma-
lo hace porque se ha encontrado de pronto frente a una mentemente precioso: nuestra voluntad.
necesidad que lo conmueve o una fe que le maravilla. Sus El Concilio Vaticano II ha trazado en una página admi-
reacciones son las de un Dios, omnipotente y amoroso, pero rable el cuadro de la obediencia religiosa:
siempre reacciones y respuestas a unas situaciones que. ha «Los religiosos, por la profesión de la obediencia, ofre-
querido experimentar este Dios encarnado, para poder vi- cen a Dios la total entrega de su voluntad, como sacrificio
vir plenamente nuestra humanidad. En su manera de acoger de sí mismos, y por ello se unen más firme y tranquilamente
los acontecimientos no hay nada de artificial; lo mismo que a la voluntad salvífica de Dios. Por eso, a ejemplo de Jesu-
a nosotros, también a él lo llenan de estupor, de tristeza o cristo, que vino a cumplir la voluntad del Padre, y tomando
de admiración; se ve desarmado ante sus golpes y afectado forma de siervo aprendió por sus padecimientos la obedien-
por su dulzura. En la desgracia y en la alegría, en las expe- cia, los religiosos, movidos por el Espíritu Santo, se entre-
riencias que pasa y en las emociones que le impresionan, gan confiados a los superiores, representantes de Dios, y
Jesús encuentra siempre la mirada atenta y las manos infa- por ellos son conducidos al servicio de todos los hermanos
tigables del Padre. Se entrega a él con todas sus fuerzas y en Cristo, como el mismo Cristo sirvió a sus hermanos en
le obedece» (J. Guillet). consecuencia de su sumisión al Padre, y entregó su vida
en redención de muchos. De esta forma se unen más es-
Cristo obedece a las Escrituras. — «Es preciso que se trechamente al servicio de la Iglesia y se esfuerzan en lle-
cumplan las Escrituras»: es una frase que encontramos con gar a la medida de la plenitud de Cristo» (Perfectae cha-
mucha frecuencia en sus labios. ritatis, 14).

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Nuestra relación es una relación con Dios, a través de El otro «interlocutor» de este diálogo de la obediencia
nuestra «trabazón» con los superiores, por medio de los es siempre Dios. Y también el superior tiene que someterse
superiores. Aquella frase del Señor: «El que os escucha a a la autoridad de Dios. También el superior tiene que po-
vosotros, a mí me escucha; y el que os rechaza, a mí me nerse a la escucha de la voluntad de Dios.
rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha A veces nos empeñamos en ocultar concretamente, plás-
enviado» (Le 10,16), se puede aplicar realmente a los su- ticamente por así decirlo, la imagen auténtica de la obedien-
periores religiosos, en cuanto que han sido establecidos cia. No se trata de poner al superior en el pedestal y al reli-
auténticamente por la Iglesia, y dentro de los límites de gioso doblando su espalda ante él. No se trata del superior
su autoridad, como es lógico. que manda y del subdito que obedece. Sino de que el supe-
Es verdad que sería mucho más fácil obedecer directa- rior y el subdito se pongan a la escucha. Que los dos miren
mente a Dios. Pero el Señor ha querido que su voluntad para arriba. A la escucha de Dios.
pasase normalmente por medio de esa trabazón con los su-
periores. Y no nos es lícito a nosotros ponerle reglas a la
voluntad divina. Por otra parte, quizás sea éste el aspecto
que mejor pone de relieve las relaciones que hay entre nues-
tra obediencia y la cruz. Someterse a otro hombre que obra 37 HACIENDO UN POCO DE
en nombre de Dios, pero que tiene también sus defectos, y
cuyo juicio no está ni mucho menos garantizado por la ac- ALQUIMIA
ción infalible del Espíritu Santo, representa precisamente
el aspecto más «crucificante» de nuestra obediencia. Más que una meditación, esta vez vamos a hacer una
El plan de Dios sobre cada uno de nosotros se realiza confesión. No tengo ni mucho menos la pretensión de en-
siempre que obedecemos. También en este aspecto podría- señar nada nuevo; por eso no voy a tomar tonos doctorales
mos decir que Dios sabe escribir derecho con renglones tor- ni me voy a dar aires de moralista. Tampoco tengo la in-
cidos. tención de «dar en el blanco», aun cuando en un terreno
* como el de la obediencia, muy apropiado para lanzar
La verdadera relación de la obediencia no es una rela- dardos a diestro y a siniestro, es fácil recoger aplausos de
ción entre subdito y superior *, sino una relación entre una parte o de otra, según la dirección en que vayan los
subdito y superior por una parte y Dios por otra. tiros...
El que escribe es un pecador mucho mayor que vosotras
en materia de obediencia. Nunca me ha resultado fácil obe-
* La misma palabra «subdito», como la palabra «superior» no
no son de las más indicadas para expresar las relaciones evangélicas decer. Siento todo el peso de esa cruz. Por eso me atrevo
de la obediencia y de la autoridad. Suenan demasiado a una especie a hablaros fundado en la común solidaridad que con vos-
de gobierno absoluto. Las hemos adoptado aquí por razones de co- otras siento en «una obediencia que cuesta».
modidad, pero sabemos que son insuficientes. Esperemos que tam-
bién en la terminología se logrará alguna vez descubrir algo nuevo, Voy a deciros algunas palabras de hermano a hermano.
más en consonancia con la mentalidad evangélica. Por eso, voy a ser claro.

180 181
Bien. Habéis hecho voto de obediencia. Por tanto...,
la obediencia de la cruz equivale a quitarle su propia na-
no hay más remedio que obedecer. ¿Es fácil, verdad? Pero
muchas veces, precisamente porque se trata de cosas fáciles, turaleza.
nosotros nos empeñamos en enredarlas tremendamente. Una obediencia fácil, en bajada, sin obstáculos, sin re-
Y vamos creando una problemática complicada, discutimos, pugnancias interiores, es tan absurda como un cristianismo
sutilizamos, agigantamos las dificultades, inventamos otras sin cruz.
nuevas, formamos una gran confusión. Tejemos una tela Perdonadme si insisto demasiado. Obedecer, según la
complejísima de argumentos y damos saltos mortales de definición más popular, quiere decir hacer la voluntad de
lógica. Nos olvidamos de que el problema de la obediencia otro. No quiere decir hacer nuestra voluntad, sino la de
no tiene más que una sola solución: la obediencia. otro. Y tampoco quiere decir hacer la voluntad de otro con
la condición... de que coincida con la mía.
Habéis hecho voto de obediencia. Por tanto, tenéis que
Voy a ser sincero hasta el fondo. Me parece que todos
obedecer. No podéis pretender que vuestro compromiso
tenemos un poco la vocación de alquimistas. ¿Os acordáis
solemne se quede en el campo de los «posibles», sin tradu-
del sueño, de la obsesión de los antiguos alquimistas? Que-
cirse en casos prácticos. Como si dijeseis: nos hemos obli-
rían transformarlo todo en oro. Pues bien, nosotros damos
gado a obedecer a unas reglas y a un superior; pero lo que
la impresión de querer transformarlo todo (voluntad de
cuenta es el espíritu j por consiguiente, preferimos obede-
los superiores, órdenes, reglas) en nuestra voluntad, en
cer en espíritu y lo más raramente posible con actos prác-
nuestros proyectos, en nuestras aspiraciones. Y para ello
ticos.
utilizamos todos los alambiques de la inteligencia, las redo-
Mi padre ha firmado un contrato con su jefe. Y todas mas del ingenio, las mezclas de la fantasía y las destilaciones
las mañanas va ordinariamente a la oficina. de la hipocresía. Añadimos unas gotas de diplomacia, una
Vosotras habéis firmado un «contrato» con el Señor. uña de astucia, dos dedos de legalismo, un par de distincio-
Y lo normal es que tengáis que respetar todas sus cláusulas nes sutiles, un bonito razonamiento capcioso, un pequeño
con hechos y no con intenciones. regate. Y ya está. El juego ha terminado. Pero lo malo es
Por otro lado, me parece que ya lo hemos dicho: no que esto no es... más que un juego.
existe ningún compromiso para el cristiano que se reduzca La obediencia supone un proceso totalmente contrario:
y se circunscribe a una disposición puramente interior, sin transformar nuestra voluntad en la voluntad de otros, re-
que tenga que traducirse en gestos exteriores. nunciar a nuestros proyectos, para entrar de este modo en
Y no tenéis que extrañaros de que la obediencia os el plan de Dios. Y los superiores y la regla son una expre-
cueste mucho. Quizá os cueste más incluso que la pobreza sión de este «proyecto de Dios», en relación con nosotros.
y que la castidad. Todo esto es perfectamente normal, por Una palabra para los superiores. Un amigo mío me de-
poco que conozcamos las arrogancias de nuestro señor «yo» cía en un tono medio en serio y medio en broma: «¡Ay,
y las continuas tentativas de sabotaje de nuestro orgullo. estos superiores! ¡No se contentan con ser "superiores"!
Los votos son una participación en la cruz de Cristo. ¡Quieren incluso mandar!...» Naturalmente. Quieren y tie-
Es lógico que también lo sea la obediencia. La cruz y la nen que mandar. ¿Y cómo no, si tienen que ser los «intér-
obediencia están unidas entre sí... con clavos. Separar pretes» calificados de la voluntad de Dios?
182 183
Será quizá conveniente que los veamos un poco menos
ciones. Tiene necesidad de tu disponibilidad, no de tu ser-
como «superiores» (en el sentido de levantarlos sobre un
vilismo ni de tu adulación. Tiene necesidad de tu palabra
pedestal demasiado humano) y ahorrarnos las inclinaciones,
animosa y leal, no de tus críticas ni de tus murmuraciones.
las sonrisas y las adulaciones, para considerarlos un poco
Tiene necesidad de colaboradores, no de cortesanos.
más como «intérpretes», representantes de una autoridad
de arriba, y que tienen por tanto el derecho de ser escucha- Tienes que saber hablar, con suma franqueza si es nece-
dos y obedecidos. sario (¡y no a tu capricho!); pero tienes que saber callar
también (lo malo es que en los conventos parece que hay
Tenéis que convenceros de que la cruz del mando, para
personas que no saben hablar ni callar, que sólo saben re-
un superior consciente de la propia responsabilidad, es des-
zongar).
de luego mucho más pesada que la cruz de la obediencia.
Y no os olvidéis cuando os quejéis de que es «duro» Los virajes más decisivos en la historia de la Iglesia (y
soportar a un determinado superior, de que ese superior; el concilio puede ofrecernos un buen testimonio de ello.
si queremos permanecer en el mismo plano del aguante, se Me consta de muchos «sucedidos» muy significativos, que
ve obligado a «soportar» a un número considerable de sub- podría referir a este propósito) los han determinado siem-
ditos, entre los cuales también estáis vosotras. pre algunos hombres que han sabido hablar en voz alta,
cuando otros muchos bajaban las orejas como conejos, pero
No tenemos más remedio que reconocer que nosotros,
que también supieron callar, cuando se les mandó, y supie-
los que obedecemos, estamos en una condición privilegiada
ron aguardar, dando un testimonio conmovedor de obe-
sobre aquel que manda. Frente a una orden equivocada (a
diencia, sin rechistar lo más mínimo. No tenían más que el
no ser que se trate de un mal en sí o que vaya contra nuestra
pecado de... tener razón veinte o cincuenta años antes que
conciencia), si obedecemos, adquirimos por lo menos el
los demás. Ellos tuvieron que pagar el plato. Pero su obe-
«mérito de la obediencia». De un mandato sin pies ni ca-
diencia dio sus frutos en el momento establecido por Dios.
beza, nosotros de todas maneras sacamos algún provecho.
Pero ¿y el superior? Él no puede disfrutar de esta ventaja. Las cosas grandes, incluso en nuestra vida personal, se
Con una orden equivocada les procura el bien de la obe- pagan con la obediencia. El único que no sabe obedecer es
diencia a sus subditos, pero para sí lo único que hace es el que tiene la vocación de la mezquindad.
adquirir una grave responsabilidad delante del bien común ¿Queréis que ahora recemos todos juntos una oración?
y delante de Dios. Va a ser ésta precisamente: «Señor, hazme sembrar en la
obediencia para que algún día pueda recoger en la libertad».
Una condición poco envidiable; ¿no os parece?
*
Acuérdate. Tienes derecho a decir la penúltima pa-
labra. Pero la última le pertenece al superior. Y no al
revés.
El superior necesita de tu obediencia, no de tus sonri-
sas. Tiene necesidad de contar contigo, no con tus incliná-

is 185
38 LOS PROFETAS OBEDIENTES entonces ya no pudo predicar, ya no pudo escribir; sola-
mente pudo sufrir y amar» (G. Barra).
Le escribe una carta a su obispo, el obispo de Cremona,
En el tema de la obediencia me parece que los «hechos» que puede considerarse como uno de los textos contempo-
suelen resultar más convincentes que las palabras, que los ráneos más bellos sobre la obediencia:
testimonios vividos tienen más peso que las demostra- «Excelencia. Me hubiera gustado acudir a usted — o
ciones. escribirle al menos—, apenas conocida la notificación de
Y no es necesario que vayamos a sacar estos hechos de Su Eminencia, el cardenal de Milán; pero en la dolorosa
las crónicas de los monjes antiguos. Podemos encontrarlos sorpresa que estas medidas me proporcionaron, el corazón
en la historia reciente de la Iglesia. Me voy a limitar a pre- no me dejaba respirar.
sentaros dos grandes profetas de los «tiempos nuevos». »... Aunque no se trate más que de opiniones libres y
Dos hombres que están muy cerca de nosotros. Don Primo de opciones libres, que no obligan al creyente, me inclino
Mazzolari y el papa Juan. y acepto, sin discutir y sin pedir explicaciones, la obedien-
Dos hombres que han sabido unir un coraje excepcio- cia, que espero, con la ayuda de Dios y vuestra paternal in-
nal a una obediencia total. Dos hombres que han sabido dulgencia, "consumar" alegre y cordialmente.
«gritar desde los techos» y aceptar serenamente los golpes »La revista "Adesso", incluso en su nombre, es poco
más duros. Dos hombres que han sabido primero ver, cami- más que un instante; un instante que se puede detener sin
nar luego hacia adelante, y parar los golpes en su propia asustarse, por lo menos cuando uno cree que el bien es el
persona. Dos hombres muy libres y muy obedientes. Muy bien y que el silencio lo puede fecundar mucho mejor que
libres porque fueron muy obedientes. cualquier palabra... "Adesso" es menos que un instante,
Y notémoslo. Ninguno de los dos había hecho voto de mientras que la Iglesia es guardiana de lo eterno y yo quiero
obediencia. permanecer en lo eterno.
»Me separo de ella lo mismo que el viejo labrador se
Don Mazzolari. — Un sacerdote excepcional. Escritor separa de sus campos apenas sembrados y donde nada ger-
originalísimo y agudo, periodista que parecía tener un lá- mina todavía.
tigo en las manos, predicador apasionado, párroco de un »Pero todo es esperanza, porque todo es fatiga; todo
corazón muy grande. es fe, porque no se ve; todo es gracia, incluso el morir; todo
En 1949 funda la revista «Adesso», una hoja explosiva es testimonio, incluso el silencio, sobre todo el silencio.
que propone ideas atrevidas, destinada a quitarle el sueño »Si el Señor me sigue dando la fuerza de besar las ma-
a mucha gente. Don Mazzolari era con frecuencia objeto de nos que me entierran, "Adesso" se convertirá en el indis-
acusaciones, de ataques, de calumnias;- pero desde que salió pensable nunc para poder concluir luego con confianza:
la revista se intensificaron las pedradas. et in hora mortis nostrae. Amén».
En febrero de 1951 «Adesso» fue prohibido por la auto- Y después de pedirle al obispo que le diga con fran-
ridad eclesiástica. Don Mazzolari decidió suprimir la revis- queza si considera perjudicial su presencia en la parroquia
ta. «Fue quizás el sacrificio más grande de su vida. Desde de Bozzolo, añade:
186 187
«Excelencia, le ruego humildemente que me responda El papa Juan. — El papa Juan, al ser nombrado obispo,
con franqueza, sin echar mano del código. escogió este lema: Oboedientia et pax, Obediencia y paz.
»Antes de oponerme a las disposiciones de la disciplina Ése tenía que ser el motivo y la inspiración de toda su vida.
en estos momentos, aun cuando el pensamiento de tener «Estas palabras son un poco mi historia y mi vida. ¡Ojalá
que dejar a esta pobre gente, que tanto quiero, me desgarra sean ellas la glorificación de mi pobre nombre a través de
el corazón, pondré inmediatamente en manos de V. E. mi los siglos!» Podemos afirmar que la profecía se ha cum-
cargo parroquial, porque no quiero ni puedo oponerme a plido puntualmente.
la disciplina de mi Iglesia ni faltar a mi conciencia de hom- Naturalmente, también a él le costaba la obediencia.
bre y de sacerdote. Beso sus manos y le pido perdón». El hombre de obediencia tenía que luchar continuamente
lo mismo que cualquier otro hombre rebelde. Nos lo mani-
Don Mazzolari murió el 12 de abril de 1959. Sufrió un fiesta él mismo en una carta desde Sofía (25 de noviembre
ataque de hemorragia cerebral el domingo anterior, mien- de 1933): «Ese otro yo que hay siempre en mí, aunque
tras explicaba el evangelio a sus parroquianos. Murió como encadenado, se esfuerza a veces en maltratarme, y agita sus
es natural que mueran los profetas: estallándole el corazón. cadenas y se pone a chillar y a gritar. Que se quede allí, en
Leamos su testamento espiritual: su prisión, usque ad mortem et ultra. Yo mantengo siem-
«Cierro mi jornada como creo que la he vivido siempre, pre en pie, sin que se haya humillado todavía, mi bandera
en plena comunión de fe y de obediencia a la Iglesia y en con su lema: Oboedientia et pax».
sincera y afectuosa devoción al papa y al obispo. Nos manifiesta que su vida había estado siempre diri-
»Sé que la he amado y que la he servido con fidelidad gida por el c. 23, libro 3, de la Imitación de Cristo. «Creo
y desinterés completo. que no he faltado nunca a un solo versículo de ese capítulo.»
»Cuando me advirtieron y me amonestaron por algu- Pues bien, ese capítulo comienza precisamente de este
nas posturas y opiniones no concernientes a la doctrina, modo: «Procura, hijo, hacer más bien la voluntad ajena que
obedecí con prontitud. la tuya».
»Si mi manera de hablar con franqueza en problemas Leemos en el Diario del alma: «¿Qué será de mí el día
de libre discusión ha podido escandalizar a alguien, si mi de mañana? ¿Seré un gran teólogo, un jurista insigne, un
manera de obedecer no ha parecido bastante disciplinada, párroco de pueblo, un sencillo y pobre cura? ¿Qué me im-
pido humildemente perdón por ello, lo mismo que pido porta todo esto?
perdón a mis superiores por haberlos contristado involun- »... Yo soy un esclavo: no puedo moverme sin la vo-
tariamente, y les agradezco que hayan reconocido en todas luntad del Amo. Dios conoce mis talentos, todo lo que pue-
las circunstancias la rectitud de mis intenciones. do o no puedo hacer por su gloria, por el bien de la Iglesia,
»...A1 principio experimenté un poco de amargura; por la salvación de las almas. Por eso no es necesario que
luego encontré pronto la paz en la obediencia y ahora me yo le dé a él consejos en la persona de sus representantes,
parece que puedo, una vez más, antes de morir, besar las que son mis superiores.
manos que me han golpeado con dureza, pero saludable- »... Mi querer hacer y mi querer decir no es más que
mente». amor propio; siguiendo mis maneras de ver, trabajaré

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y sudaré y luego, luego..., todo viento y nada más que Y este hombre alcanzó el vértice de la obediencia acep-
viento. tando precisamente el mando. Elegido papa, no se anduvo
»Si quiero ser verdaderamente grande, un gran sacer- en tiquis-miquis, y comenzó a representar su papel con la
dote, tengo que despojarme de todo, lo mismo que Jesús mayor sencillez y desenvoltura, como si no hubiese hecho
en la cruz; y en todos los sucesos de mi vida juzgar con es- otra cosa en toda su vida.
píritu de fe las disposiciones de mis superiores». En él se ve de una manera evidente cómo la obediencia
Y en otro lugar: camina al compás de la franqueza, de la inventívidad, de
«El pensamiento más hondo que ocupa hoy mi espíritu, la iniciativa más expeditiva. Con razón observaba De Luca:
en el alegre décimo aniversario de mi sacerdocio, es éste: «No soy de aquellos que lo juzgan como hombre fácil, agra-
yo no soy mío ni de los demás; soy del Señor, en la vida y dable, con todo al alcance de la mano, sin complicación al-
en la muerte. guna, como una bonita fiesta en la familia o el colegio. Por el
»... Las aptitudes particulares de mi carácter, las expe- contrario... La primera idea, si tiene que ser una idea suya,
riencias, las circunstancias, me conducen al trabajo pacífico, es suya: y él se levanta cada mañana tan imprevisible como
tranquilo, fuera del campo de batalla, más bien que a la lo fue el día anterior».
actividad combativa, a la polémica, a la lucha. Pues bien, Una obediencia que, en vez de sofocar, procuraba ali-
no quiero hacerme santo a costa de desfigurar un discreto mentar animosamente con su iniciativa personal y que des-
original, para ser una copia desgraciada de otros que tienen embocaba siempre en una paz imperturbable.
una índole distinta de la mía. Pero este espíritu de paz no También estas palabras suyas tienen un tono profético:
tiene que ser condescendencia con mi amor propio, con mi «Esa grandeza me gustaría que fuese la mía algún día: su-
propia comodidad, o pasividad de pensamiento, de princi- bir gozoso por el camino de la obediencia hasta las glorio-
pios, de posturas. La sonrisa habitual que sale a flor de la- sas conquistas de la paz» (diciembre de 1907).
bios tiene que saber ocultar la lucha interna, tal vez tremen-
*
da, del egoísmo, y representar, cuando sea necesario, la
victoria del espíritu sobre las contracciones del sentido y La Iglesia, en estos últimos años, ha dado según la ex-
del amor propio; de forma que Dios y mi prójimo saquen presión del papa Juan XXIII, un prodigioso «paso adelan-
siempre la mejor parte de mí mismo. te». Un «paso adelante», preparado y realizado por estos
»Después de diez años de sacerdocio, ¿qué será lo que profetas obedientes.
me depare el porvenir? ¡Es un misterio! Quizás me quede La obediencia, rectamente entendida y sufrida, no es
poco tiempo para la cuenta final. ¡Oh, Señor Jesús! ¡Ven una prisión. No es un jarro de agua fría sobre toda inicia-
y tómame! Si mi vida ha de prolongarse todavía durante tiva personal y toda idea valiente. No es una cadena para
algunos, durante muchos años, yo quiero que sean años impedir los movimientos. Sino que es más bien la condi-
de trabajo intenso, en los brazos de la santa obediencia, ción indispensable para todo «paso adelante». Incluso en
con una gran línea que señale todo un programa, pero nuestra vida personal.
sin un solo pensamiento que vaya más allá de la obedien-
cia».

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39 ¿QUIERES SER UN BORRÓN? (Mt 18,3), no que tengamos que «permanecer niños». El
«hacerse niños» representa el grado más alto de la madurez
humana y cristiana. El infantilismo, por el contrario, re-
Hay una obediencia integral y una obediencia de tama- presenta el punto más alto de la inmadurez.
fio reducido. Únicamente la primera permite el «crecimien- Religiosas de paso incierto, siempre titubeantes, llenas
to» delante de Dios, que es la finalidad de la obediencia. de ansiedad y de temores injustificados, incapaces de ca-
Aclaremos las cosas. Cuando hablamos de obediencia minar solas, de tomar una decisión, de asumir una iniciati-
de tamaño reducido, no nos referimos a las faltas más o me- va, esperando continuamente que las empuje el superior.
nos graves contra esta virtud. Ni hablamos tampoco de las No saben realizar acciones propias porque tampoco tienen
órdenes ejecutadas a medias. En ese caso estamos ya fuera ideas propias. Aguardan y provocan órdenes explícitas, aun
de la obediencia. Y no vamos a gastar muchas palabras. para las cosas más insignificantes.
La obediencia de tamaño reducido, por el contrario, He aquí algunos de los síntomas de esa obediencia in-
está en regla con el voto exteriormente, no se le puede acha- fantil y pasiva. Algunos de los elementos del infantilismo.
car nada en su aspecto formal, respeta con toda perfección Una obediencia integral tiene que ser adulta, responsa-
la «letra» de las reglas y los mandatos de los superiores. ble, activa. El decreto conciliar para la renovación de la vida
Pero es una obediencia parcial, que no parte de un princi- religiosa subraya que los subditos, «al desarrollar sus tareas
pio interior, que no compromete a toda la persona (corazón, y al tomar iniciativas», tienen que cooperar con «una obe-
inteligencia, voluntad, dotes, etc.) Una obediencia de tama- diencia activa y responsable» (Perfectae charitatis, 14).
ño reducido. Ciertas religiosas, con sus ideas pasivas sobre la obediencia,
Y sus consecuencias son verdaderamente desastrosas. se parecen a esos vagones que se limitan a dejarse llevar por
Quizás no hay ningún voto como el de obediencia, cuando la locomotora (¡qué docilidad la suya!) Se olvidan de que la
no se vive en su totalidad y no se comprometen todas las obediencia, y por tanto el bienestar común, exige una cola-
facultades, que produzca unos resultados tan nefastos y boración activa, el espíritu de iniciativa de todos.
haga un daño tan alarmante en la persona. Las inspiraciones del Espíritu Santo no pasan necesaria
Efectivamente, la obediencia tiene, como ya dijimos, la ni exclusivamente por medio de los superiores. El Espíritu
finalidad de favorecer el crecimiento de la persona. Pero ama la novedad. Sopla por donde quiere y como quiere.
cuando se la vive de una manera reducida, en vez de pro- Y comunica los carismas con cierta amplitud, sin darle a
vocar ese crecimiento, determina una disminución y causa nadie su monopolio.
las peores deformaciones en la persona de la religiosa. Un subdito verdaderamente obediente es capaz de suge-
Vamos a examinar algunas de esas deformaciones que rir iniciativas, de proponer ideas nuevas, de indicar proyec-
provoca la obediencia de tamaño reducido. tos, dejando naturalmente la decisión a los superiores.
La inercia no es obediencia. Y la autoridad no excluye,
1. Infantilismo y pasividad. —Estamos muy lejos de sino que pide la colaboración de los subditos.
aquel espíritu de infancia de que nos habla el evangelio. Una religiosa, en su acto de obediencia, no puede renun-
Jesús nos dice que tenemos que «hacernos como niños» ciar a su propia responsabilidad, transfiriéndola a la persona

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de la superiora. Ese acto, para ser humano, tiene que com- El afán de aparentar agota todas las energías interiores.
prometer la responsabilidad de la persona que manda, pero Sería menester iluminar a los superiores sobre ciertas situa-
también la plena responsabilidad de la que obedece. ciones. Y no lo hacemos por cobardía, por no correr riesgos,
La capacidad de hablar forma también parte de una obe- porque somos incapaces de asumir nuestra propia respon-
diencia madura. Creemos que es válido para las religiosas, sabilidad (naturalmente la excusa está siempre a flor de la-
en relación con sus superioras, lo que el Concilio Vatica- bios: «¡Pobredtos! ¡Ya tienen bastantes quebraderos de
no I I dice de los laicos a propósito de sus relaciones con cabeza...!»)
la jerarquía: Está también todo ese lenguaje que se emplea con los
«Los seglares... han de hacerles saber (a sus pastores), superiores, que es el mejor índice de servilismo. Expresio-
con aquella libertad y confianza digna de los hijos de Dios nes melifluas, abuso de «ísimos», frases ceremoniosas, pa-
y de los hermanos en Cristo, sus necesidades y sus deseos. labras impregnadas de falsa humildad, cumplimientos exa-
En la medida de los conocimientos, de la competencia y del gerados, el incensario siempre en acción. Y todo ello con-
prestigio que poseen, tienen el derecho, y en algún caso la dimentado con inclinaciones más o menos profundas y son-
obligación, de manifestar su parecer sobre aquellas cosas risas más o menos espontáneas. En una palabra, un cere-
que dicen relación al bien de la Iglesia. Hágase esto, si las monial más digno de una corte prindpesca que de una fa-
circunstancias lo requieren, mediante instituciones estable- milia.
cidas al efecto por la Iglesia, y siempre con veracidad, forta- No hay duda. Se trata de una obediencia que, en vez
leza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos de conducir a la gozosa libertad de los hijos de Dios, nos
que, por razón de su oficio sagrado, personifican a Cristo» lleva a la esclavitud de los ojos de los superiores.
(Lumen gentium, 37). Y de este modo nos encontramos con una de las mayo-
res deformaciones de la persona, en la que el aparentar tiene
más importancia que el ser.
2. Servilismo. — El servilismo trunca por su base el
fundamento de la obediencia. En vez de agradar a Dios, se
3. Formalismo. — También podríamos llamarlo juri-
preocupa uno de agradar a los superiores. Lo que le importa
dicismo, legaüsmo. Tiene muchos puntos de contacto con
no es lo que Dios ve, sino lo que ve el superior. El ideal no
el servilismo. Pero se diferencia de él, porque aquí el mo-
es «obedecer» con fe y con amor, sino «estar en regla».
tivo no es la complacencia del superior, sino la satisfacción
En resumen, lo único que le importa es el juicio de los su- de la propia conciencia. Nos quedamos en un plano mera-
periores. Y para lograr que sea positivo, hay que procurar mente jurídico. La legalidad sustituye al amor, como moti-
que la «fachada» esté siempre en orden. Lo de dentro no vo inspirador de la obediencia.
interesa. Una atención meticulosa en la observancia de las reglas,
Y entonces se da curso libre a los medios más equívo- una especie de preocupación obsesiva por no dejar que se
cos, a las conductas más subterráneas, a las hipocresías más cuele nada, ni siquiera una coma. Nos aferramos a la «letra»,
larvadas: subterfugios, pequeñas astucias, mezquindad, en vez de fijarnos en el «espíritu». En una palabra, el peca-
ruindad, diplomacia, adulaciones, maniobras desinteresadas, do típico de los fariseos.
deslealtad.
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Y cuando ejecutamos las órdenes, nos limitamos a una La obediencia no puede depender de... la luna, o de de-
acción mecánica, miope, sin ganas, sin creatividad, sobre terminada circunstancia, o de determinado superior. Aun-
todo sin inteligencia. Quizás nos olvidamos de que entre que cambie el superior, aunque cambie la casa, mi conducta
todas las demás cualidades que debe tener la obediencia, tiene que seguir siendo la misma. No tiene que importarme
está también ésta: una obediencia inteligente. O sea, una el que en la nueva casa me hayan precedido juicios poco
obediencia que comprometa todas nuestras dotes, todas buenos o injustos. El juicio de Dios es el único válido e infa-
nuestras capacidades. Hay que desterrar, de una vez para lible.
siempre, el «más o menos», el cerrilismo, la miopía, todas En la obediencia no se admite el «medio servicio». No
esas deficiencias tremendas en el plano de la preparación se puede obedecer «por horas», o según la cara del superior.
humana, que a veces se cubren con el nombre de obedien- La fidelidad es uno de los elementos esenciales de la
cia. obediencia. Una persona que respete los propios compro-
Una obediencia en la que no entre el cerebro es una misos de un modo intermitente, no es una persona. Es un
obediencia reducida, infrahumana. Porque la materia gris, fantoche.
mientras no se demuestre lo contrario, entra también en la *
esencia de la persona. Creo que habréis entendido. Hay una obediencia fácil
No basta con hacer. Hay que hacer con cabeza. Hacer y una obediencia difícil.
de la mejor manera posible. Hacer con inteligencia. Con La primera es una obediencia de tamaño reducido, que
amor. compromete sólo a una parte de la persona.
Una religiosa que es llamada por la superiora mientras La segunda es la obediencia verdadera, total, profunda,
que la caldera está hirviendo, si acude con prontitud, da que compromete a toda la persona.
pruebas de obediencia. Pero dará una prueba mayor de obe- La obediencia «difícil» permite el crecimiento de la per-
diencia (¡y de inteligencia!) si le dice a la superiora que no sona.
puede ir porque en la cocina podría pasar una catástrofe. La obediencia «fácil» no sólo impide dicho crecimiento,
La deformación de esta obediencia legalista consiste en sino que deforma sin remedio a la persona tanto en el aspec-
que «mecaniza» a la persona, la convierte en un robot, en to humano, como en el religioso.
una ejecutadora de órdenes; la empapela en una relación ¿Quieres correr ese riesgo tremendo? ¿El riesgo de
jurídica con las reglas y con los superiores. La obediencia ser una mancha, un borrón, por tu obediencia de tamaño
auténtica, por el contrario, es la de una persona «completa», reducido?
que tiene corazón y cabeza, además de tener manos.

4. Inconstancia. — Puede haber una obediencia de co-


rriente alterna. Personas que obedecen de una manera in-
termitente. Según su humor, según las circunstancias o,
más frecuentemente, según la simpatía más o menos acen-
tuada hacia el superior. No vamos a insistir en ello.

196 197
40 «PARA SER LIBRE» — El que recibe al Espíritu Santo vive en calidad de
ser libre. — Nadie mejor que san Pablo ha subrayado el
hecho de que los que están «animados por el Espíritu» ad-
«Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espí- quieren la libertad. Nadie mejor que él ha sentido toda la
ritu del Señor, allí está la libertad» (2 Cor 3,17). esclavitud de la ley antigua y la fuerza liberadora de la ley
Pero nosotros solemos verlo más fácilmente como se- nueva. El yugo de la ley aplastaba. Los «justos» tenían que
ñor de la ley. Nos cuesta trabajo verlo como señor de la observar 613 preceptos de la «Tora» (248 positivos y 365
libertad. No llegamos a comprender que precisamente en negativos), y además todas las prescripciones y prohibicio-
la ley es el señor de la libertad. nes de la tradición. Había hasta 39 casos diferentes de vio-
Y nuestra vida va tropezando a cada momento con la lación del sábado. El hombre parecía estar creado para la
ley. Las reglas, el directorio, las prescripciones de los supe- ley. Los judíos creían que bastaba la observancia exterior
riores, y luego el derecho canónico y los reglamentos parti- de la ley para dar vida. Realmente, aquella era una ley que
culares, «no hacer esto», «hay que hacer lo otro»... ¿Cómo exteriorizaba al hombre. Y por eso san Pablo exclama:
es posible conciliar todo esto con la libertad? «La letra mata».
Le he hecho al Señor voto de obediencia. Pues bien, Cristo no vino a abolir la ley, sino a presentar una ley
san Pablo me asegura que el Señor es el Espíritu y que don-
hecha para el hombre. Una ley que tiene que ser acogida y
de está el Espíritu, allí está la libertad. Pero yo no consigo
observada interiormente.
ver mi voto más que como renuncia a la libertad.
Ahora el punto de partida no es la ley, sino el hombre.
¿Se puede aplicar también a los religiosos lo que les
Y el principio vivificador no es ya externo, sino interno.
decía san Pablo a los gálatas: «Hermanos, habéis sido lla-
Explica santo Tomás: «El hombre que posee el Espíritu de
mados a la libertad» (5,13).
Dios se declara libre, no porque se niegue a someterse a
Vamos a sentar unos cuantos principios fundamen-
la ley de Dios, sino porque se inclina espontáneamente, ha-
tales.
bitualmente, a hacer por sí mismo todo lo que manda la
ley».
— Ser discípulo de Cristo quiere decir conquistar la li-
Se puede decir, por tanto, que la innovación fundamen-
bertad. — «Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis ver-
daderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la ver- tal de la nueva alianza consiste en esto: en una promoción
dad os hará libres» (Jn 8,31-32). Si leemos la continuación a la libertad.
del párrafo citado, veremos que Jesús establece un parale-
lismo entre la verdad y la libertad por una parte, y la men- — El que ha nacido del Padre se ve libre de toda escla-
tira y la esclavitud por otra. vitud. — «Todo el que ha nacido de Dios no comete peca-
Pues bien, Jesús dice claramente: «Yo soy la verdad» do, porque su germen permanece en él» (1 Jn 3,9). Y pre-
(Jn 14,6). El que sigue a Jesús («discípulo» es precisamen- cisamente porque «hemos nacido» de Dios, somos divina-
te el que sigue a Jesús), «camina en la luz», sigue a la ver- mente libres.
dad y la verdad lo hace libre. San Pablo una vez más contrapone el espíritu de escla-
vo al espíritu de hijos. «En efecto, todos los que son guiá-
198
is
dos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no reci- de la libertad la hace consistir en esto: me encuentro en una
bisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes encrucijada, delante de mí hay cuatro o cinco caminos, y yo
bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que os hace escojo el que me parece. Si la libertad se limitase a esto, no
exclamar: ¡Abbá, Padre!» (Rom 8,14-15). sería una gran cosa.
«... Para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y Ser libre quiere decir tener la posibilidad de ser plena-
para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de mente lo que uno es, de desarrollar integralmente lo que
que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones uno es, de satisfacer todas las exigencias auténticas de nues-
el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Gal 4, tra naturaleza. Esto es, libertad significa tener la posibilidad
5-7). de ser uno mismo.
Las acciones de un esclavo y las de un hijo pueden ser Pues bien, esto se realiza a través de la coincidencia
materialmente iguales. Pero el espíritu es completamen- con una guía, con una luz, con una norma, con una ley. Esta
te distinto. La obediencia del esclavo está en función de ley no es algo exterior a la propia persona, algo postizo,
un Dios amo. La obediencia del hijo está en función de un sino que está precisamente en función del desarrollo de la
Dios padre, de un Dios amor. persona, en relación con la consecución de la plenitud de
«La libertad que caracteriza a la moral cristiana es posi- su ser.
tivamente la libertad de amar» (C. Spicq). En otras palabras: la ley está en relación con la «voca-
El que es hijo de Dios es todo amor, como su Padre. ción» personal de cada uno. Y la libertad consiste en la posi-
Y no hay nada tan espontáneo, tan creador, tan dinámico, bilidad de seguir, con una adhesión interior, las normas de
tan audaz, en una palabra tan libre como el amor. En esta esa ley, para conseguir el fin de la propia vocación.
perspectiva comprendemos la frase de san Agustín: «Ama Un alpinista que ha escogido voluntariamente subir a
y haz lo que quieras». Y santo Tomás dice: «La ley del te- conquistar el Mont-Blanc, no demuestra evidentemente que
mor hace subditos, esclavos; la ley del amor los hace li- es libre si, en vez de dirigirse hacia la cima, se marcha al
bres. El que solamente obra por temor, se porta como un desierto de Sahara.
esclavo. Pero el que obra por amor, obra como ser libre». Yo soy libre, si me encuentro en Roma, de ir a Ñapóles
En resumen: según el Nuevo Testamento, los tres ele- o a Turín. Pero si elijo marcharme a Turín, no soy libre
mentos de la libertad son: la verdad (que es la persona mis- para ir a Ñapóles.
ma de Cristo), la interioridad (dejarse mover por el Espí- Una regla, un superior, se han insertado en el proceso
ritu) y el amor (que se deriva de nuestra cualidad de hijos de desarrollo de una religiosa, para que ésta pueda alcan-
del Padre celestial). zar la «edad adulta» en Cristo. ¿Cómo es posible que se
Pero sigue en pie el problema: ¿cómo es posible con- opongan a su libertad, si precisamente favorecen su des-
ciliar la libertad con el voto de obediencia, o sea, con la arrollo y la realización de su ser y su conformidad con Cris-
sumisión total a una regla y, dentro del marco de la regla, to?, ¿si precisamente ella se adhiere a esa regla con una
a un superior? adhesión interior?
Es preciso que nos entendamos sobre el significado que La solución del problema está aquí: conquistar la pro-
le damos a la palabra «libertad». Una concepción grosera pia libertad interior, que no queda anulada ni mucho me-

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nos, sino potenciada por la sumisión espontánea a una ley, mucho más graves, le tienen sin cuidado. Manifiesta una
con vistas a un ideal. personalidad de domador en lugar de preocuparse e inquie-
La libertad de un religioso no es nunca una «libertad tarse por el crecimiento de la libertad moral del interesado,
de...», sino una «libertad para...» en lugar de entusiasmarse por el bien que sólo se puede
Se comprende, por consiguiente, que una religiosa pu- alcanzar en la libertad. En él habla sólo la ira ante la falta
diese escribir: «Le he dado mi libertad y él me ha dado la de cumplimiento de la voluntad de la autoridad.
libertad». »El éxito de la autoridad de los padres y de la Iglesia
Y Paul Evdokimov sintetiza de esta manera el dinamis- no consiste en el funcionamiento externo, sino en el domi-
mo del voto de obediencia: «La obediencia crucifica la vo- nio de Cristo sobre los corazones, en la vida de gracia y de
luntad propia para resucitar la libertad última: el espíritu amor».
a la escucha del Espíritu». Una ley y una autoridad que miran por un orden inte-
San Agustín había dicho con igual eficacia: «¡Que Dios rior, por un crecimiento del ser en su plenitud. Dentro de
te fascine, y ya estás libre!» esta perspectiva, no puede haber más que libertad. La liber-
También de la obediencia podemos decir que estamos tad de los hijos de Dios.
en el campo de la «pérdida de la propia vida» en sentido
evangélico, para ganarlo todo, para ganarnos y realizarnos «Dame un corazón abierto y deseoso de llevar el peso
a nosotros mismos. de los superiores que me has dado, de modo que mi suje-
Para descubrir el valor profundo de la libertad, dentro ción sea un ejercicio de entrega, de paciencia, de fidelidad.
del voto de obediencia, hay que colocarse en la perspectiva Y dame tu amor, que es la única libertad verdadera, sin la
exacta. Poner de relieve la finalidad de la autoridad y de la que la obediencia humana no es más que exterioridad y
ley, que no puede ser sencillamente la de conseguir un orden esclavitud. Dame un corazón lleno de veneración a todo
exterior. mandato legítimo y a aquella libertad de hijos, en la que me
Creemos que son muy oportunas, a este propósito, las ha colocado tu redención. Venga a nosotros cada vez más
observaciones del padre B. Haering: «Hay desgraciada- tu reino, el reino de tu libertad, el reino de tu amor, en el
mente entre los "educadores", muchos que no son más que cual lograré verme libre de mí mismo y de todo querer
simples domadores, maestros de doma, que se quedan humano. Que yo no sirva al hombre ni por el hombre, sino
tan contentos de sí mismos y de sus subordinados cuando a ti y por ti. Ninguna ley me obliga a someterme a un
han conseguido de ellos un adiestramiento, esto es, cuan- hombre, sino solamente a ti. Y el que te sirve a ti, es libre.
do han llegado a imponer, a base de un método cualquiera, »Te pido esto mismo, como tú quieres que lo pida, para
un orden externo. toda autoridad que tú has establecido sobre mí, para que
»E1 hombre poderoso que se encuentra en un puesto todos sus mandatos no sean más que la forma terrena y
de mando sufre siempre la tentación de convertirse en do- el ejercicio de la ley de tu amor» (Karl Rahner).
mador. Hay que cumplir su voluntad, hay que mantener el
orden. Se enfada por las más pequeñas faltas, por la viola-
ción más insignificante de sus órdenes; sus propias culpas,

202 203
41 LA AUTORIDAD SUBE... tos económicos, por esa sinceridad humilde y valiente que
CUANDO BAJA es la clave de solución de los problemas que están muy por
encima de nuestros «hechos personales».-
Hoy es frecuente oír hablar de la «crisis de obediencia». El diagnóstico será tanto más exacto cuanto más se fije
Los acusados, ordinariamente, son los jóvenes, que se mani- en los diversos factores, cuantos más elementos de juicio
festarían incapaces de soportar cualquier forma de subordi- reúna, cuanto menos se fíe de las cómodas aproximaciones.
nación a una autoridad. Es evidente que en este campo se Vamos a considerar, por tanto, la obediencia por parte
nota un malestar, incluso en los conventos. de los superiores. Y nos vamos a limitar a dos sencillas
Pero la realidad es más complicada. Las simplificacio- observaciones.
nes, las acusaciones fáciles pueden resultar sumamente peli-
grosas. Las crisis se resuelven partiendo de diagnósticos 1. La misma etimología de la palabra «autoridad» in-
precisos y valientes, concretando las responsabilidades de dica claramente la dirección exacta. El término «autoridad»
cada uno, haciendo una cura a fondo de humildad y de sin- se deriva del latín augere, que significa aumentar, crecer.
ceridad, convenciéndose de que el espacio más indicado para La autoridad quiere decir, por consiguiente, «hacer crecer»;
darse golpes en el «confíteor» no es el pecho de los demás, no se trata, en primer lugar, de colocarse en un pedestal ni
sino el nuestro. tampoco de mandar. Se trata de «hacer crecer». Y el man-
Entonces, ¿será crisis de obediencia o crisis de autori- dato tiene que estar siempre y exclusivamente en función
dad? ¿No será más bien crisis de ambas? La crisis de obe- de este «crecimiento».
diencia, ¿no será acaso un efecto de la crisis de autoridad? Hacer crecer a la persona, hacer crecer a la comunidad,
Los jóvenes ¿rechazan la obediencia o rechazan más bien hacer crecer las obras (por favor, no restrinjamos este «cre-
una forma de autoridad que se separa de la línea evangé- cimiento» a su sentido cuantitativo) que representan la ra-
lica?, ¿se muestran intolerantes ante cualquier autoridad, zón de ser de un instituto. Favorecer el crecimiento del
o sólo ante una deformación particular de la autoridad, bienestar común: ésa es la finalidad y el servicio de la auto-
que podría calificarse de autoritarismo? Y ese «afán por ridad.
discutir» que se achaca a los jóvenes, ¿no esconderá más Y no nos olvidemos de que todo crecimiento, en un
bien, bajo una capa que puede tener aspectos antipáticos y organismo humano, siempre tiene como punto de partida
exageraciones, un acentuado sentido de responsabilidad, un principio interior. No se provoca un crecimiento a través
que es uno de los elementos fundamentales de la persona- de una superposición de elementos externos, sino a través
lidad madura humana y cristiana, y un deseo sincero de co- de una asimilación interior de esos elementos externos.
laborar por el bien común de la mejor manera posible? La autoridad tiene la finalidad de urgir, de estimular en
Hemos planteado todas estas preguntas, no por espí- los subditos y en la comunidad el principio interior del cre-
ritu polémico (¡no faltaría más!), sino sencillamente por esa cimiento. Por tanto, la autoridad sube verdaderamente...
honradez que tiene que inspirarnos siempre, por esa justi- cuanto más baja, o sea, cuanto más reconoce su función de
cia que tiene que guiarnos no sólo cuando se trata de asun- servicio y de dependencia frente al bien del crecimiento
de los demás.
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2. «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, no fornicar, no robar —, a la ley nueva, basada en el sermón
porque uno sólo es vuestro maestro; y vosotros sois todos de las bienaventuranzas — ¡ dichosos!... — y sintetizada en
hermanos. Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, un precepto positivo — ¡ama! —. Ésta es la ley perfecta.
porque uno solo es vuestro padre: el del cielo. Ni tampoco ¡Mucho cuidado con ser superiores en la línea del Antiguo
os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro Testamento!
preceptor, Cristo. El mayor entre vosotros sea vuestro ser- Llega incluso a dar la vida por sus ovejas.
vidor» (Mt23,8-11). A sus ojos la oveja perdida vale más que todas las de-
Son palabras de Jesús que debemos tener siempre pre- más. Por eso deja a las noventa y nueve para ir en pos de
sentes. Nos indican, sin lugar a equívocos, que la autoridad la perdida. Toma él la iniciativa. Procura incluso evitarle
es única: cualquier otra autoridad es solamente una partici- el cansancio de la vuelta, cargándosela a las espaldas.
pación de ésta, y tiene valor en tanto en cuanto se inspira El pastor camina por delante de las ovejas. Manda sobre
y sigue la línea de ésta. todo con su ejemplo. No indica el camino. Se hace camino.
Pues bien, la autoridad, tal como nos la manifiesta Je- Todos los superiores deberían poder repetir a sus sub-
sús en el evangelio, tiene dos elementos esenciales: el amor ditos aquello que dijo en cierta ocasión un monje antiguo
y el servicio. a su discípulo: «Haz lo que me vieres hacer».
San Pedro, el primer papa, sintetiza de una manera es-
Hay dos imágenes que nos presenta continuamente la tupenda la lección evangélica de la autoridad a imagen de
Escritura para indicarnos la soberanía que posee el Padre la figura del pastor: «Apacentad la grey de Dios que se os
y que ejercita Jesús: la del pastor y la del siervo. está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntaria-
—Dios se reconoce en esta impresionante descripción: mente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino
«Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar,
por él... Yo velaré por mis ovejas, las recobraré de todos sino siendo modelos de la grey. Y cuando aparezca el mayo-
los lugares donde se habían dispersado..., las pastorearé ral, recibiréis la corona de gloria que no se marchita» (1 Pe
por los montes de Israel..., las apacentaré en buenos pas- 5,2-4).
tos...; yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a
reposar; buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, — La otra imagen que define a Jesús en el ejercicio de
curaré a la herida y sanaré a la enferma...» (Ez 34,11-16). su autoridad es la de «siervo». Él es el siervo obediente del
Más tarde la imagen del pastor adquirirá todo su relieve Padre y el siervo humilde de los discípulos.
y asumirá mil matices diversos en el evangelio. El pastor «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha en-
conoce a sus ovejas, una a una, y ellas lo conocen a él (¡cuán- viado y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34).
to podríamos decir sobre este punto!) «Estoy en medio de vosotros como el que sirve...»
Les da el alimento. Las conduce por medio de buenos (Le 22,27).
pastos (no basta con sembrar el camino de prohibiciones; «.. .De la misma manera que el hijo del hombre no ha
hay que abrir horizontes, pastos nuevos). Jesús señala el venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como res-
paso de la ley antigua, basada en prohibiciones—no matar, cate por muchos» (Mt 20,28).
206 207
Quizás la imagen evangélica de la autoridad se ha ido una autoridad «delegada», tiene que hacer constantes refe-
ofuscando poco a poco, hasta llegar a deformarse por com- rencias a la autoridad única, copiar sus características, su
pleto, por causas que sería demasiado largo analizar. Muchas estilo, su manera de proceder.
veces nos hemos encontrado frente a una autoridad que Por encima de todo está la voluntad del Padre. Está
copiaba las posturas y la mentalidad del derecho romano, o el plan de Dios. El superior es «fiel» solamente en la me-
la del príncipe y el padre según la más rígida tradición ger- dida en que se hace intérprete de esa voluntad, de ese plan,
mánica. en relación con los subditos. Fijémonos bien: el «proyecto
Es preciso que abandonemos estas imágenes anticris- de Dios», no nuestros proyectos.
tianas y que volvamos a la imagen evangélica original. Esto Para esto se necesita mucha humildad, mucha discre-
es, que volvamos a la autoridad concebida como servicio, ción, una acentuada capacidad de escucha.
dentro de la línea de amor a nuestro Padre. El «comportamiento habitual de Dios» es la escuela,
Las virtudes que se requieren en un superior son mu- la universidad de los superiores. Estudiando la manera de
chas y muy difíciles de ejercitar. Pero quizás la más esen- obrar del Padre, se convencerán de que no pueden ni deben
cial, la más cercana al «modelo» original es la de la man- atar a las almas más de lo que las ata Dios mismo. Buscando
sedumbre. La mansedumbre que, según la definición de la voluntad de Dios, experimentando que «Dios no obliga
Romano Guardini, es «la fuerza convertida en suavidad y nunca a las almas, sino que las empuja, las orienta, las llama
capaz de dominar solamente con la verdad». y las ayuda con firmeza, es cierto, pero también con dulzura.
Dios es el amo del tiempo, ha inventado el tiempo — nos
atreveríamos a decir — para poder llevar a cabo la educa-
ción del hombre» (Huyghe).
42 SUPERIOR ES EL QUE Cuanto mayor es la autoridad del padre, más tiene que
procurar «borrarse» ante sus hijos. O sea, desaparecer, re-
«RESPETA» tirarse, hacerse transparente ante la luz divina para no es-
torbar la obra de Dios. Lo que tiene que «filtrar» es la vo-
Respeto. No se me ocurre ninguna otra palabra que re- luntad de Dios, no sus ideas personales, sus caprichos, sus
suma más acertadamente la postura de un superior. Respeto propios puntos de vista, sus prejuicios o, lo que sería peor,
que no tiene nada de convencional, de externo, sino que es sus resentimientos.
un aspecto del amor. Respeto que indica la actitud exacta Sin un contacto continuo, hecho de silencio y de tem-
cuando se entra en relación con el misterio. El superior está blor, con el Padre, sin una dosis de contemplación superior
constantemente en contacto, «traficando» con el misterio: a la normal, los que mandan correrían el peligro de ser
misterio de la obra de Dios, misterio de la persona de los unos «intérpretes» infieles.
subditos. Probablemente el día del juicio, los superiores de todos
los tiempos y de todas las latitudes, tendrán que sufrir un
1. Respeto a Dios. — E s el punto de partida, funda- examen suplementario sobre aquel mandamiento: «No to-
mental. El superior que está convencido de que la suya es marás el nombre de Dios en vano...»

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2. Respeto a los subditos. — Es la consecuencia na- — Convenciéndonos de que el «crecimiento», el des-
tural del respeto a Dios. A los superiores se les podría apli- arrollo normal de la persona, no puede realizarse cuando
car aquella severa advertencia que le hizo Dios a Moisés: falta aquel elemento fundamental que se llama «sentido de
«Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que responsabilidad». Pero para enseñar el sentido de respon-
estás es tierra sagrada» (Ex 3,5). Las personas que se te sabilidad a una religiosa hay que dejarle cierto margen de
han confiado son «tierra sagrada». Corres el peligro de pi- libertad. Un control excesivo y obsesivo perjudicaría el des-
sotear algo sagrado. Y Dios es celosísimo de sus propias arrollo de su carácter.
criaturas. Ciertas órdenes en las que, además de indicar lo que
El respeto se manifiesta de diversas maneras. hay que hacer, se precisa cómo hay que hacerlo con los de-
talles más insignificantes, son antieducativas, porque elimi-
— Recordando que cada persona tiene su itinerario per- nan el espacio de la libertad y de la iniciativa personal.
sonal. Las almas no están construidas en serie. No existe El papa Juan se complacía en repetir una norma muy
una educación en standard, válida para todos. No se puede prudente: «Hacer, hacer hacer, dejar hacer».
crear una imagen «tipo» de monja. Ni se puede para ello
medir a todas por el mismo rasero, eliminando a las que no •—Valorando los carismas subjetivos de cada uno.
se acomoden al tipo prefabricado, o cortándoles para ello Somos los representantes de Dios, pero no vayamos a creer
un trozo de la cabeza. que la acción de Dios tiene que pasar precisamente por nos-
Hay que respetar la capacidad, las dotes, las posibili- otros. Nadie puede negarle a Dios la posibilidad de comuni-
dades y también las limitaciones de cada una. carse directamente con alguna de sus criaturas. Representa-
Hay que «saber discernir, saber callar, saber escuchar» mos la autoridad de Dios, pero no tenemos su monopolio.
(Mazzolari). Cuando no se tienen en cuenta los carismas de cada
uno, se peca de orgullo y se ponen trabas a la obra de Dios.
— Teniendo presente que el reino de Dios se compone La historia reciente de la Iglesia puede presentar varios ca-
de personas que deben estar derechas, en pie, que deben sos significativos a este respecto.
caminar por sí solas. La educación no consiste nunca en
«sustituir», sino en ayudar. La educación religiosa no puede — Haciendo fácil la obediencia. Entendámonos: no se
resolverse en una tutela perpetua. Y tampoco se pueden trata de eliminar el sacrificio que lleva consigo toda obe-
tomar como modelo las actitudes de la madre con el niño, diencia. Se trata más bien de crear las condiciones ideales
porque se trata de adultos que necesitan ser tratados como para que la obediencia sea verdadera y completa.
adultos. También el subordinado tiene que tener la responsabi-
Ciertas personas estarán en disposición de dar sola- lidad de su propia obediencia. Y el que manda tiene que
mente unos cuantos pasos por sí solas; casi no sabrán más facilitarle esa responsabilidad, inspirándole confianza en su
que andar a gatas. Pero a los ojos de Dios solamente tienen competencia y en la equidad de lo que ordena, y hacién-
valor esos pocos pasos, no los que dan con las andaderas dole comprensibles, en cuanto sea posible, las órdenes im-
o con las muletas de los superiores. puestas. Esto supondrá en algunos casos la discusión del

210 211
problema con los subditos y la elaboración en común — Hay que tener mucho cuidado con la timidez. Se tra-
del «plan de acción» que más tarde será objeto de obe- ta de un defecto muy peligroso en el ejercicio de la autori-
diencia. dad, porque conduce a los peores excesos. Una superiora
tímida no tiene la valentía de hacer una observación en el
3. Respeto a sí mismo. — El superior es el instrumen- momento oportuno y la va dejando para una ocasión que
to del encuentro entre Dios y los subditos. Pero no puede nunca llega. Y de este modo acaba acumulando motivos de
cumplir esta función si, además de respetar a Dios y a sus enfado, de resentimiento, de descontento. Y cuando «el
criaturas, no siente también un gran respeto para consigo vaso se llena», explota de una manera completamente des-
mismo y para con su misión. proporcionada a la falta original.
Respeto que quiere decir conocimiento, realismo, sen- Los tímidos suelen ser los más injustos en el ejercicio
tido de los propios límites, conciencia del riesgo. También de la autoridad.
aquí conviene aclarar algunos puntos.
— Evitar el autoritarismo, pero también el maternalis-
— Conciencia de que el ejercicio del poder es peligroso. mo, que es una deformación de los sentimientos materna-
Puede despertar las tendencias más ocultas y variadas del les, una tentación para «colonizar los corazones», un juego
egoísmo. Recordar que en cada uno de nosotros (y por con los elementos afectivos para alcanzar con mayor faci-
tanto también en la mujer) está escondido un tirano. lidad el propio intento, empleando solamente las aparien-
— El ejercicio correcto de la autoridad es más difícil cias de bondad y de mansedumbre.
para la mujer que para el hombre. «No hay lugar a duda, El autoritarismo envilece, deprime, crea un ambiente
tal como enseña la psicología, de que a la mujer revestida de de temor y de hipocresía. El maternalismo es la causa prin-
autoridad le resulta más difícil que al hombre dosificar y cipal del infantilismo de algunas religiosas.
equilibrar con exactitud la severidad y la bondad» (Pío XII).
La mujer se siente más inclinada a tomar terriblemente en — Recordar que las religiosas (especialmente las que
serio las cosas, sin distinguir entre lo esencial y lo marginal, tienen un temperamento pasivo) sienten la tendencia a co-
sin aquella elasticidad necesaria ante el «material huma- piar la conducta de la superiora frente a los demás miem-
no», acentuando la letra en detrimento del espíritu, olvi- bros de la comunidad. Una falta de delicadeza, de lealtad,
dándose de que la regla es un medio y no un fin. de caridad de la superiora, puede multiplicarse por diez y
por ciento, tanto como son las religiosas que tienden a
— No abusemos de las «gracias de estado». «Las supe- «uniformarse».
rioras reciben ciertamente del Espíritu Santo gracias espe- *
cíficas para el ejercicio de su misión. Pero es falso pensar que Hemos aludido a muchas cuestiones. Algunas pedirían
estas gracias les dispensan a las superioras de procurar las un estudio más amplio. De todos modos, el cuadro tiene
cualidades humanas y las virtudes sobrenaturales necesa- que completarse con la reflexión y la meditación de todos.
rias para su ejercicio. Con mucha frecuencia se olvida este No obstante, todos estos puntos creo que se pueden
principio» (Huyghe). resumir en la cuestión fundamental: el superior realiza su
212 213
propia misión únicamente cuando se convierte en signo, en Pero dejemos la metáfora. Vais a permitirme una pre-
«sacramento» del encuentro del Señor con los subditos gunta. ¿Os habéis confesado alguna vez de esta falta: «le
en el amor. he desobedecido a Dios»?
Una última palabra... de aliento para los superiores. Es evidente. Pero no se trata de eso. Me refiero a una
Es verdad que su posición no resulta muy envidiable por desobediencia más radical, aunque muchas veces no la no-
el peso de su responsabilidad. Incluso nosotros, cuando he- temos. Consiste en ignorar, en no darse cuenta de la pala-
mos tenido que ponerles en estas páginas alguna banderilla, bra de Dios.
lo hemos hecho — y quisiéramos que quedara bien claro — Me parece que es ésta la forma más burda de desobede-
sólo por espíritu de comprensión fraterna, y con la con- cer: porque no nos preocupamos siquiera de saber lo que
ciencia de que su tarea es muy difícil y muy complicada. quiere, de buscar qué es lo que desea el Señor de nosotros.
No hemos querido, ni mucho menos, desanimarles. Por Me diréis todavía: pero esto, ¿qué tiene que ver con
otra parte, quizás también puedan aplicarse los superiores el voto de obediencia?
aquellas palabras de Jesús: «Sus pecados les son perdona- Lo sé muy bien; el voto obliga estrictamente a obede-
dos..., porque han demostrado mucho amor». Podrá haber cer a una regla y, dentro del marco de la regla, a un superior.
deficiencias, faltas, errores, insuficiencias. Pero lo impor- Pero, ¿no creéis que en la base de todo tiene que haber
tante, delante del Señor, es poder demostrar que se ha «de- una obediencia fundamental, de importancia primaria, a la
mostrado mucho amor». voluntad de Dios? ¿Y no creéis que, para poder obedecer,
es preciso conocer esa voluntad?
De vez en cuando me encuentro con religiosas que me
suplican:
— ¡Padre! ¡Hágame conocer la voluntad de Dios!
43 UNA RED MUY APRETADA... — ¡Demasiado bonito, hermana! ¿Te has preocupado
QUE DEJA ESCAPAR LAS tú, por tu parte, de descubrir esa voluntad? ¿Sabes que
BALLENAS Dios ha hablado, que sigue hablando por medio de la Escri-
tura? ¿Qué tal está usted, hermana, en relación con la lec-
Es curioso cómo logramos siempre restringir las di- tura de la Biblia? ¿Cree usted que el Génesis, el Eclesias-
mensiones de nuestros votos. Practicamos un extraño ofi- tés, Isaías, Job, los salmos, san Pablo, etc... no tienen que
cio: recortadores de horizontes. decirle nada sobre la voluntad de Dios?
Y esto es evidente, sobre todo cuando se trata de la Es una brasa que quema... Pero no hay más remedio:
obediencia. Nuestro formalismo ha podido arreglárselas. tenemos que aplastarla aunque nos quememos los dedos.
Y ha construido una red muy tupida, muy apretada, capaz Estamos al servicio de Dios. Lo estamos diciendo con-
de aprisionar a los pececillos más diminutos. Pero luego tinuamente. Pero un siervo tiene que conocer, por lo me-
resulta que deja que se escapen... las ballenas. Lo mismo nos, las órdenes del amo...
que las telarañas: atrapan a los mosquitos, y no a los mos- La vida religiosa tiene una función profética. Pero
cardones. ¿cómo será posible cumplir con esta función si no estamos

214 215
familiarÍ2ados de una manera habitual con la Escritura? Tenemos que tener presente esta realidad: cuando se
¿Cómo es posible que una vida religiosa se pueda mantener dice que tenemos el deber de conocer y de leer la Escritura,
en pie sin ese alimento sustancial, que es la palabra de Dios? no hemos de pensar sobre todo en un texto que haya que
¿Cómo es posible hablar de «espiritualidad», si no nos analizar, en una historia que leer, en un razonamiento
agarramos, si no nos metemos dentro de la historia de la que fijar en la memoria, en un complejo de ideas que asi-
salvación? milar. No. Es Dios el que viene a nuestra propia tienda.
Vamos a ser sinceros. Vamos a decírnoslo aunque sólo El que nos habla lo mismo que uno habla con su amigo.
sea en voz baja; pero digámoslo para no parecer hipócritas. ¿Vamos acaso a permitir que Dios se sienta desilu-
Por lo que se refiere a nuestro conocimiento directo de la sionado cuando espera un poco de atención por nuestra
palabra de Dios, somos unos analfabetos, nos encontramos parte? ¿Vamos a permitir que se nos dirija este reproche:
en una zona totalmente subdesarrollada. «Yo me afané en hablaros a vosotros y no me oísteis»?
La constitución dogmática sobre la revelación no nom- (Jer 35,14).
bra a los religiosos más que una sola vez. Y lo hace para Un día, el profeta Ezequíel vio una mano que le tendía
exhortarles «con vehemencia... a que aprendan el sublime un rollo. Y oyó una voz que le ordenaba: «Come este rollo
conocimiento de Jesucristo, con la lectura frecuente de las y ve luego a hablar a la casa de Israel» (Ez 3,1).
divinas Escrituras» (Dei verbum, 25). También nosotros tenemos una misión profética que
Y el decreto sobre la renovación de la vida religiosa es cumplir. También nosotros tenemos que hablarle a alguien.
todavía más explícito: «Los miembros de los institutos... Toda nuestra vida, como hemos visto, tiene que ser un tes-
tengan en primer lugar todos los días entre sus manos la timonio, una predicación. Pero lo primero que tenemos que
sagrada Escritura» (Perfectae charitatis). hacer es tragarnos ese rollo, o sea, la Escritura que contie-
Todos los días quiere decir eso: un día sí y otro tam- ne la palabra de Dios. Si no lo hacemos, no conseguiremos
bién. Y ese «tener entre sus manos» significa, como la mis- más que «sembrar viento».
ma constitución especifica para mayor claridad, «leerla y Vamos a probar tragarnos ese rollo. Experimentaremos
meditarla». la misma sensación de Ezequíel: «Lo comí y fue en mi boca
También para mí, como para ti, sigue siendo válido el dulce como la miel» (Ez 3,3).
consejo insistente de Nuestro Señor: «Escuchad mi voz» Pero, ¿verdad que nos da miedo la palabra de Dios?
(Jer 11,7). Se trata de eso. Dios se empeña en pedirnos un San Pablo nos la describe con unas palabras muy precisas:
poco de atención. Tiene que hablarnos. ¿Y no será quizás «Ciertamente es viva la palabra de Dios y eficaz, y más cor-
conveniente que dejemos de hablar de otras cosas, que ha- tante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fron-
gamos callar otras voces, y que nos pongamos a escuchar teras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médu-
esta voz? En la Biblia leemos cómo Dios, en el desierto, las; y escruta los pensamientos y sentimientos del corazón.
entraba en la tienda de Moisés para hablar con él. Démonos No hay para ella criatura invisible; todo está desnudo y
cuenta de aquella estupenda expresión: «Yavé le hablaba patente a los ojos de aquél a quien hemos de dar cuenta»
a Moisés cara a cara, lo mismo que habla uno con su amigo» (Heb 4, 12-13). ¡Es natural que sea así! Y podemos sentir-
(Ex 33,11). nos afortunados de tener una palabra que nos desconcierte

216 217
hasta ese extremo. Si así no fuera, nos dormiríamos y nues-
tra vida sería un borrón.
44 HACERSE «PRÓJIMO»
Acordémonos de que la palabra de Dios es una palabra
creadora. Ha creado al mundo. Y tiene la capacidad de crear Pero, «¿quién es mi prójimo?» (Le 10,30).
también algo grande en nuestras vidas. Es una palabra siem- Tenemos que agradecerle esta pregunta a aquel doctor
pre eficaz. de la ley, testarudo, pedante y presumido. Con su pregunta,
«Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no aparentemente capciosa, provocó una respuesta que pone
vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la de relieve uno de los aspectos esenciales y originales de la
hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan caridad cristiana.
para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que «¿Quién es mi prójimo?», pregunta el «especialista de
no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me ley». Y Jesús, después de haber contado la parábola del
plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55,10- buen samaritano, le da la vuelta a sus palabras: «¿Quién de
11). estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos
La palabra penetra en nosotros. De momento no perci- de los salteadores?» (Le 10,36).
bimos ningún efecto particular. Pero no importa. Tenga- Esto es muy importante y vale la pena que le dedique-
mos presente que Dios no tiene prisa. Esa palabra germi- mos una atenta consideración. «¿Quién es mi prójimo?», es
nará algún día. Y dará fruto después de muchos años. lo que le interesa saber al doctor de la ley. Pero Jesús no
Lo esencial es que la sepamos guardar en nosotros. Lo le responde a esta pregunta. Sino que le plantea otra
mismo que hizo María cuando «conservaba todas estas co- («¿quién de estos tres te parece que fue prójimo...?»),
sas en su corazón» (Le 2,51). Esa misma tiene que ser después de haberle presentado la situación de un pobre
también nuestra actitud en relación con la palabra de Dios. hombre (se trata incluso de ¡un enemigo!) herido, ensan-
* grentado, atontado por los golpes.
O sea: hay que desplazar el centro de interés. El doc-
Todos los días, antes de comulgar, decimos: «Señor, tor de la ley se coloca en el centro y pone a los demás a su
yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola alrededor: ¿quién es mi prójimo?
palabra y mi alma quedará sana». Pues bien, hay un libro Pero ese centro no soy yo, sino cualquiera que se en-
que contiene miles de palabras del Señor. Pero nosotros cuentra en nuestro camino y que necesita de nuestra ayuda,
no solemos abrirlo. ¡Qué poco lógicos y razonables somos de nuestra comprensión, de nuestro amor.
en nuestra conducta!... El problema fundamental para el cristiano no es el de
Te voy a dejar con un pensamiento de san Jerónimo: saber cuál es su prójimo (esto es, los individuos que le per-
«La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo». miten ejercitar la caridad). El problema esencial es el de ha-
¡Sería el colmo para un alma que se ha puesto a seguir cerse prójimo, desplazando el centro de interés del yo a los
a Jesucristo! otros.
¿No estarás, por ventura, siguiendo a uno que no co- El samaritano no se puso a pensar: «¿Qué me pasará si
noces? ayudo a este desgraciado? Me retrasaré, perderé dinero,
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puede ser que también yo caiga entre salteadores...» Sino 45 NO PUEDES SER MALO,
que se preguntó: «¿Qué le pasará a este hombre si le niego
mi ayuda, si sigo adelante, si cierro los ojos y hago como PORQUE TE AMO
que no lo veo?...» Así es como hay que desplazar el centro
de interés. El samaritano se colocó dentro de la perspectiva Pero ¿de qué manera me puedo hacer prácticamente
exacta: o sea, en la parte del otro. «prójimo»? Cristo lo ha dicho: «Os doy un mandamiento
Por tanto, no se trata de saber a quién tengo que amar, nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os
sino de darme cuenta de que todos tienen derecho a mi he amado, así también os améis vosotros los unos a los
amor. La «necesidad» es un título suficiente para que cual- otros» (Jn 13,34).
quier individuo tenga parte en mi amor. Eso es. Tenemos que descubrir la absoluta originalidad
Tengo que acercarme, hacerme prójimo, próximo a to- del amor cristiano. Un amor que se manifiesta totalmente
dos, especialmente a los que están más lejos. El amor cris- distinto de cualquier sentimiento puramente humano de so-
tiano elimina todas las distancias, porque nos obliga a «apro- lidaridad, de filantropía, de beneficencia.
ximarnos» a todos aquellos con quienes nos encontramos «Os doy un mandamiento nuevo». Y nos encontramos
en el camino. con una novedad determinada por la naturaleza misma de
* ese amor predicado por Jesús. Nos encontramos con una
Hay materia de reflexión, de examen... y de remordi- diferencia de naturaleza respecto a cualquier amor humano.
miento. Nos acusamos muchas veces de «faltas de caridad». En realidad la caridad cristiana tiene su fuente en Dios,
Es muy poco. Nuestras culpas son todavía peores. no en el hombre. Es un amor que viene de arriba; y tendrá
Hay todo un campo en el que nuestras omisiones, nues- tanto mayor autenticidad y originalidad cristiana, cuanto
tras culpas «por no amar», son enormes. más se conforme y se identifique con el amor de Cristo.
Quizás no lo hemos pensado nunca: pero nuestra culpa Todo el problema de la originalidad reside aquí. Se trata
principal es la de «no haber creado caridad». Sí, porque no de descubrir cómo ha amado Cristo. Y saber sacar luego las
podemos contentarnos con «no faltar contra la caridad». consecuencias en nuestra vida. Vamos a verlo.
Tenemos que ser creadores de amor. Hacernos prójimos.
Al empezar nuestra jornada digamos: «Danos hoy el 1. El amor de Cristo es un amor que se hace entre-
amor nuestro de cada día... Haz, ¡oh Señor!, que sea un ga. — Se ha observado, y con razón, que el paso del Antiguo
buen prójimo para con todos los que me encuentre». ¡Ésa al Nuevo Testamento está determinado por este hecho: en
es la cima del cristianismo! la vieja ley los hombres recibían dones de Dios. En el Nuevo
Testamento Dios hace don de sí mismo. Ya no son los do-
nes de Dios, sino Dios hecho don. No ya la palabra de Dios,
oída a través de los profetas, sino la palabra, el Verbo hecho
carne, que planta su tienda en medio de nosotros.
Estamos verdaderamente en el centro del amor cristia-
no. Amar, practicar la caridad, no quiere decir hacer algo

220 221
por los demás, darles algo, sino darnos a nosotros mismos. comprometiendo irremediablemente el sentido auténtico
Más que en dar, el problema está en darse. Más que de una de nuestro amor cristiano.
cuestión de organización, se trata de una cuestión de dona- Hay que aprender a amar «por nada», de una manera
ción, de entrega. totalmente gratuita (¡es difícil, os lo aseguro!), sabiendo
Sin esta entrega total de nosotros mismos, permanece- perder, sin esperar nada, sin pretender nada. Un solo privi-
ríamos al margen del amor auténticamente cristiano. legio, el de Cristo: el privilegio de amar y de servir.

2. La iniciativa en el amor. — Siempre es Cristo el 3. Un amor que crea. — ¡Cuántas excusas estamos
que da el primer paso. Siempre es él el que toma la inicia- continuamente dispuestos a presentar para justificar nues-
tiva. «En esto consiste el amor: no en que nosotros haya- tras «culpas de no amar»! Los defectos de los otros, sus
mos amado a Dios, sino en que él nos amó...» (1 Jn 4,10). faltas, su malicia... Aquel prójimo que se muestra tan poco
«Nosotros amamos, porque él nos amó primero» (1 Jn amable... Aquel otro que parece hacer todo lo posible para
4,19). impedirnos practicar el mandamiento nuevo... Una medio-
Repasemos algunos de los episodios del evangelio. La cridad que nos desanima... Una mezquindad que nos apar-
samaritana, Zaqueo, la viuda de Naín, el paralítico de la ta... Gente perversa... Pobres que apestan en su ropa, en
piscina probática, la turba de la multiplicación de los pa- su aliento... ¡y en su alma!
nes... Siempre es Jesús el que toma la iniciativa, el que Frente a este espectáculo tan poco atrayente, nos sen-
ofrece espontáneamente su don, el que hace la primera pro- timos autorizados a cerrar el corazón y a tirar para ade-
puesta de amor. lante; en busca de personas que sean más dignas de nuestro
No tenemos que esperar que sean los otros los que ven- amor.
gan a llamar a nuestra puerta. Un amor auténticamente ¡Es que nos creemos que nuestro amor no puede des-
cristiano no aguarda a que lo muevan las peticiones explí- preciarse!
citas de los demás. Sino que se anticipa a ellas, sale fuera La culpa es siempre de los demás. Son los otros los que
de sí, toma la iniciativa, va en búsqueda del hermano. nos impiden ejercitar (¡qué palabra tan fea!) la caridad.
La postura de Cristo no es ésa precisamente. Él no se
3. 17» amor gratuito. — Cristo ama gratuitamente, dejó desanimar por el pecado de la adúltera, por el pasado
«por nada». No pone ningún pretexto, no juzga, no con- de la Magdalena, por el presente de la samaritana, por la
dena. Sólo pide el privilegio de amar y de servir. actividad poco ortodoxa de Zaqueo, por la mediocridad de
Nuestra caridad está muchas veces mezclada con un tantos otros.
montón de escorias que la ocultan y que la hacen muy dife- Los amó, sencillamente. Se puso de su parte. Los defen-
rente del modelo divino. La tentación de una especie de dió incluso contra la opinión pública hipócritamente es-
superioridad (circula por ahí un «racismo religioso» nausea- candalizada.
bundo), cierta costumbre inconsciente de juzgar y conde- Los amó y, amándolos, los hizo mejores.
nar, ciertos «intereses» (que llamamos «espirituales»), cier- Ése es el milagro del amor cristiano. Un amor que crea.
tas segundas intenciones en la práctica de la caridad, están Un amor que, negándose a condenar, crea la bondad.

222 223
A nuestro lado hay mucha gente mediocre, muchos sin- dad de ellos, no por una especie de estratagema, por cálcu-
vergüenzas, muchos «malos». Pero muchas veces son así lo refinado, sino para despertar en todos lo mejor que hay
porque nadie los ha amado de verdad. Porque no han teni- en ellos, su corazón, su generosidad. Para hacerles, a su vez,
do su ración de amor. Son pequeños porque la falta de amor capaces de dar» (B. Bro).
les ha impedido crecer. El ejemplo de la samaritana sigue siendo el ejemplo
El amor auténticamente cristiano es un amor que crea. clásico. Cristo, que le daría luego el don supremo, empie-
No se detiene ante la maldad, ante la fealdad, ante las cul- za... por pedirle algo: «Mujer, dame de beber». ¡Una bue-
pas, ante el «mal olor» de los demás. Llega hasta el fondo. na muestra de la pedagogía y del amor cristiano!
Y provoca el milagro. Solamente el que ama de veras es capaz de pedir. Sola-
En una famosa película aparece una muchacha que le mente el que ama mucho está en disposición de pedir mu-
dice a su novio: «Tú no puedes ser malo porque yo te amo». cho. Pedirles, naturalmente, a aquellos a los que se les tiene
Ése es el amor creador. Si hay tanto mal en el mundo, una que dar. Hay que aceptar tener necesidad de ellos...
de las causas es que nosotros no le hemos hecho frente más ¡Mandemos al diablo (perdón) todas las consideraciones
que con las náuseas, con el disgusto, con el asco. ¡Y debe- de conveniencia, de honorabilidad, de dignidad! ¡Mande-
ríamos habernos enfrentado a él con el amor I mos al diablo (perdón) todas las preocupaciones por «no
No amamos a los demás porque son buenos. Los demás exagerar», por «guardar las distancias!»
pueden hacerse buenos por nuestro amor. El ejemplo que hemos de tener continuamente ante
Dice G. Bernanos: «Me ha demostrado la experiencia, nuestra vista es uno solo: Cristo, ceñido de una toalla, la-
demasiado tarde, que es imposible explicar a los seres con vándoles los pies a los discípulos.
sus vicios, sino por el contrario con lo que han conservado Nos entregaremos a nosotros mismos únicamente en
de intacto, de puro, con lo que les queda de su infancia, la medida en que aceptemos tener necesidad de los demás;
aunque sea menester buscarlo muy adentro». en la medida en que estemos dispuestos a «perdernos», a
El amor verdaderamente cristiano pasa por encima de hacernos pequeños, a ser los últimos.
los vicios, por encima del «mal olor» de los otros. Se hunde
en ellos para buscar, para descubrir, para despertar, para 6. No se ama en broma. — Él tampoco nos ha amado
dar vida a lo que haya en el fondo de intacto, de puro, inclu- «en broma». Una vez puesto en el camino del amor, llegó
so en los seres más perversos. Suscita lo mejor que hay hasta dar su vida por nosotros.
en ellos. Lo descubre. ¡Es un amor creador! «En esto hemos conocido lo que es amor: en que él
dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar
4. Tener necesidad de los demás. — «Cristo no sola- la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). Y también: «Éste
mente da, sino que da haciéndose más pequeño que nos- es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros
otros: en navidad, un niño; durante la agonía, un mendigo; como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que
ante la samaritana, ante Zaqueo, ante María Magdalena, en da su vida por sus amigos» (Jn 15,12-13).
el lavatorio de los pies, en todas partes Cristo se hace más No podemos contentarnos con un amor de tamaño re-
pequeño que aquellos a quienes ama. Acepta tener necesi- ducido, con un amor encerrado dentro de unos límites es-

224 225
«Existan lumbreras... Y se hicieron.»
trechos. Si en nuestro corazón no existe esa capacidad de
Con ese ¡hágase! Dios sale de un profundo silencio de
llegar hasta el final, de no detenernos a mitad del camino,
misterio y hace brotar las cosas de la nada.
si no estamos dispuestos a dar la vida, cuando sea necesa-
rio, demostramos que no hemos entendido ni una sola 2. El segundo ¡hágase! fue el pronunciado por la Vir-
palabra de las exigencias de la caridad cristiana. gen: «Hágase en mí según tu palabra». Y apenas resona-
ron estas palabras en Nazaret, Dios bajó a la tierra y se hizo
*
hombre. Al ¡hágase!, a la palabra de la Virgen, el Verbo,
Señor, estoy hablando sin saber lo que digo. Es inútil la palabra, se hizo carne. El Hijo de Dios «plantó su tienda
que me empeñe en disimularlo. Voy a decirte lo que siento entre nosotros».
en estos momentos. Me parece que pides demasiado. No so-
lamente me mandas que ame (como en el Antiguo Testa- 3. El tercero es un ¡hágase! lleno de angustia; es el
mento), sino que llegue a amar como tú amas. La verdad que Cristo murmuró en Getsemaní. Un ¡hágase! nacido del
es que me parece demasiado para mis pobres fuerzas. Una dramático contraste entre la carne y el espíritu. Una pala-
tarea que me hace temblar. bra teñida de sangre: «No se haga mi voluntad, sino la
Sin embargo, si mi caridad tiene que ser genuinamente tuya».
cristiana, tiene que ajustarse perfectamente a la tuya. Y este ¡hágase! ha hecho brotar, en medio de la oscu-
Y entonces no me queda más remedio que pedirte que ridad del huerto, la chispa de nuestra redención. «Un
me prestes tu amor. enemigo de Dios que se convierte en amigo, y una justicia
implacable que cede el paso al perdón y al amor. El hombre,
la criatura perdida, puede volver de nuevo a albergar espe-
ranzas de salvación» (Turoldo).
46 LAS COLUMNAS DEL UNIVERSO 4. El cuarto es el ¡hágase! de nuestra oración. La ora-
ción que nos enseñó Jesucristo: «Cuando oréis, decid de
Un escritor, don Turoldo, observaba que la historia del este modo: ... Hágase tu voluntad así en la tierra como en
mundo estaba sostenida por una palabra la mar de sencilla: el cielo».
¡hágase! Y esta palabra tiene el poder de recomponer la unidad
En la sagrada Escritura nos encontramos con cuatro de mi ser tras el desorden y la disgregación del pecado, de
¡hágase! que constituyen otras tantas columnas del uni- establecer de nuevo la armonía en mi interior, de restituir-
verso. me el rostro más bello y auténtico: «a imagen y semejanza
de Dios».
1. El primero es el que se encuentra en el libro del Con el primer ¡hágase! asistimos al nacimiento del mun-
Génesis. Es la expresión de la palabra creadora de Dios. do. El segundo es el que motiva el nacimiento de Cristo.
«Hágase el firmamento... Y así ocurrió.» El tercero determina el nacimiento de la esperanza. El cuar-
«Hágase la luz. Y la luz se hizo.» to ¡hágase!, el mío, hace que nazca en mí la santidad.

226 227
Entre los dos polos se ha abierto una distancia, un abis-
Estos cuatro ¡hágase! están en estrecha relación entre mo infinito. El hombre no hubiera sido capaz de elevarse de
sí. Están mutuamente trabados, son los anillos de una sola nuevo hasta Dios. Pero Dios toma la iniciativa y baja hasta
cadena, ¡una cadena de liberación! el hombre.
Meditémoslo. Dios ha creado todas las cosas bellas del Llega el día de la encarnación. La hora del ¡hágase! de
universo. Todas las criaturas tienen el sello de la grandeza María, la hora del ¡hágase! de Jesús en el huerto de los oli-
y de la bondad de Dios. vos. Son las dos columnas de la «nueva creación».
Y luego el hombre. La obra maestra de la creación. Un En la tierra ha vuelto a florecer la esperanza, Para el
poco de barro, pero el creador le ha dado su aliento, su hombre se ha abierto la puerta de la salvación. En la cruz
espíritu. Un poco de barro, pero dotado de inteligencia y se han vuelto a juntar los dos polos. El cielo y la tierra se
de libertad. Un poco de barro, pero capaz de amar y de ado- hablan de nuevo. Es la reconciliación. En el rostro del hom-
rar. Un poco de barro, pero plasmado a imagen y semejan- bre asoma otra vez la imagen y la semejanza de Dios. Toda
za de Dios. la creación se recompone de nuevo en la unidad, tras el
Por una parte el hombre, como síntesis de todo lo crea- derrumbamiento del pecado, y está de nuevo en manos del
do, como representante de la tierra: «del barro de la tierra». creador. La redención es una nueva creación. «Cielos nue-
Por otra, el hombre como manifestación, como expre- vos y tierra nueva».
sión del rostro invisible de Dios: «a imagen y semejanza Pero también en esta «segunda creación» hay un lugar
de Dios». insustituible para el hombre. Para ti. Para mí. Para que
Ahora es cuando Dios puede descansar de veras. A tra- esta «nueva creación» sea completa, es menester que al
vés de la obra del hombre, la creación podrá encontrar su ¡hágase! de la Virgen y al ¡hágase! de Jesús se una el último
cumplimiento. eslabón de la cadena: nuestro ¡hágase!
Pero he aquí que el hombre, el representante de todos «Hágase tu voluntad». Esto es: estamos dispuestos a
los seres en el coloquio con Dios, prefiere la blasfemia a la entrar en el orden de Dios, en el plan de Dios.
adoración, la rebelión al amor.
El pecado de Adán y Eva no se reduce a sus personas, a *
su destino, sino que envuelve a toda la creación. Todos Solamente cuando hayas pronunciado sin reservas y
los seres se han visto traicionados por su representante más cuando hayas vivido hasta las últimas consecuencias tu
cualificado. ¡hágase!, será cuando la «nueva creación» podrá conside-
Ha cedido el punto más delicado del edificio de la crea- rarse cumplida. Será entonces cuando toda la creación podrá
ción. Y la caída de la primera pareja humana provocó el volver a las manos de su creador.
derrumbamiento de toda la creación. La creación entera Sin tu ¡hágase!, sin tu sí, sin tu aceptación de la volun-
rompió su unión con Dios y cayó en un abismo de desorden, tad divina, la tierra seguirá siendo un montón de escom-
de disgregación, de desolación y de muerte. bros, un elemento de disgregación, un germen de desorden,
Silencio. Se ha interrumpido bruscamente el coloquio un hilo roto, un coloquio interrumpido, un inquietante
entre la criatura y el creador. Silencio por parte de Dios. silencio.
Silencio por parte del hombre.
229
228
¿No habías pensado nunca en ello? ¡Tienes la posibi- »Volvió a llamar Yavé: ¡Samuel!, Se levantó Samuel y
lidad de dejar incompleta, de hacer que fracase, la «nueva se fue donde Eli diciendo: aquí estoy, porque me has llama-
creación»! do. Pero Eli le contestó: yo no te he llamado, hijo mío; vuél-
vete a acostar. Aún no conocía Samuel a Yavé, pues no le
había sido revelada la palabra de Yavé.
»Tercera vez llamó Yavé a Samuel, y él se levantó y se
fue donde Eli diciendo: aquí estoy, porque me has llamado.
47 ¡HEME AQUÍ! ¡HELO AHÍ! Comprendió entonces Eli que era Yavé quien llamaba al
niño, y dijo a Samuel: vete y acuéstate, y si te llaman, dirás:
En la Biblia nos encontramos también con una palabra Habla, Yavé, que tu siervo escucha. Samuel se fue y se
que aparece con frecuencia y que está llena de significado: acostó en su sitio.
Ecce. »Vino Yavé, se paró y llamó como las veces anteriores:
«Después de estas cosas sucedió que Dios tentó a ¡Samuel, Samuel! Respondió Samuel: Habla, que tu siervo
Abrahán y le dijo: ¡Abrahán, Abrahán! — É l respondió: escucha» (1 Sam 3,1-10).
¡Heme aquí!» (Gen 22,1).
Toda la grandeza de Abrahán puede sintetizarse en Se ha dicho que sobre la tumba de un santo se podría
esta respuesta: «¡Heme aquí!» Por esto Abrahán puede poner este epitafio:
considerarse justamente como «el padre de todos los cre- «Hombre de oído finísimo
yentes». habituado a las divinas confidencias,
¡Heme aquí! expresa la actitud de quien está a la escu- dispuesto siempre a decir:
cha, de quien está dispuesto a acoger la palabra de Dios. ¡Heme aquí! ¡Estoy pronto!»

Recordemos aquella página del Antiguo Testamento: No es posible ser santo, y me atrevería a decir que tam-
«Servía el niño Samuel a Yavé a las órdenes de Eli; poco es posible ser una religiosa completa, si no se tienen los
en aquel tiempo era rara la palabra de Yavé, y no eran oídos en perfecta eficiencia (más tarde volveremos a insistir
corrientes las visiones. en esta idea).
»Cierto día, estaba Eli acostado en su habitación — sus Una vez oída la llamada de Dios, tiene que surgir nues-
ojos iban debilitándose y ya no podía ver. tra respuesta: ¡Heme aquí! El ¡heme aquí! indica una plena
»No estaba aún apagada la lámpara de Dios, y Samuel disponibilidad, una perfecta aceptación de la voluntad de
estaba acostado en el santuario de Yavé, donde se encon- Dios, un ofrecimiento de nuestro servicio a Dios.«¡He aquí
traba el arca de Dios. la esclava del Señor!»
»Llamó Yavé: ¡Samuel, Samuel! El respondió: ¡Aquí Un ofrecimiento, una aceptación libre, responsable.
estoy!, y corrió donde Eli diciendo: aquí estoy, porque me
has llamado. Pero Eli le contestó: yo no te he llamado; Pasemos al Nuevo Testamento. «Al día siguiente se en-
vuélvete a acostar. Él se fue y se acostó. contraba de nuevo allí Juan con dos de sus discípulos. Fiján-

230 231
dose en Jesús que pasaba, dice: He ahí el cordero de Dios» La pantalla más pesada, la más burda, la más fastidiosa
(Jn 1,35-36). es la que representa nuestra voluntad propia. Nosotros en
Al ¡heme aquí! corresponde el ¡helo ahí! Juan, aquel lugar de él.
que había aceptado la misión de precursor, el que había pro- ¡Heme aquí! Transparencia del cristal. Y luego nos será
nunciado por tanto su ¡heme aquí!, ahora se encuentra en mucho más fácil decir: ¡Helo ahí!
disposición de manifestar, de indicar al «cordero de Dios»:
¡helo ahí!
Nuestra misión principal es precisamente la de indicar
a Cristo, la de manifestar a Cristo. En medio de tanta gente
que tiene los ojos pesados de indiferencia, distraídos y aton- 48 CONOZCO A ESE HOMBRE
tados por todos esos «fulgores terrenos», tenemos que repe-
tir el grito de Juan: ¡Helo ahí! El padre Paul Gauthier, un sacerdote-obrero que traba-
Pero, ¡cuidado!, esto será posible únicamente cuando jaba en Nazaret y en Belén como albañil construyendo ca-
hayamos aprendido a decir: ¡heme aquí! sas para los pobres, fue invitado en cierta ocasión a dar una
O sea, cuando nos hayamos rendido sin condiciones a conferencia para explicar el mensaje cristiano. El salón es-
los planes de Dios. Cuando hayamos aceptado sin reservas taba lleno de personas que hacían abierta profesión de ateís-
su voluntad. Cuando hayamos renunciado a nuestros pro- mo o que pertenecían a distintas religiones.
yectos, para entrar por completo en su proyecto. El padre Gauthier les habló de Cristo, de su obra, de su
mensaje; les habló de la Iglesia y de los cristianos, continua-
*
dores de su obra y transmisores de su mensaje.
¡Heme aquí! ¡Helo ahí! El segundo supone al pri- Entonces se levantó un obrero que interrumpiéndole
mero. le dijo:
La vida del cristiano y, con mayor motivo, la vida de la — ¿Y usted? ¿Está dispuesto a ser crucificado como
religiosa, es cuestión de transparencia. O somos transparen- él?... A mí me bastaría con esto. Lo demás no tiene impor-
tes y presentamos la imagen auténtica de Cristo, o todo es tancia...
inútil. Ése es el examen fundamental que se nos plantea tam-
El fracaso en la vida religiosa se llama «opacidad». bién a nosotros: somos discípulos, seguidores de Cristo.
Nadie podrá darse cuenta de la presencia de Cristo, cuando Está bien. Pero, ¿estamos de verdad dispuestos a seguirle
nosotros le servimos de pantalla para ocultarlo. Y por mu- hasta la última etapa, hasta el calvario? Hemos de tener la
cho que nos esforcemos en decir: ¡Helo ahí! ¡Ahí está!, valentía de responder a esta pregunta decisiva.
nadie nos creerá, nadie advertirá su presencia, y acabare-
mos en el más completo ridículo. Está el Cristo de Belén. Delante de él resulta fácil de-
Cuestión de transparencia, repito. Y el problema más rramar lágrimas de ternura, darle rienda suelta a toda nues-
urgente es el de eliminar todas las pantallas. Procuremos tra carga de sentimentalismo y hacer (¿cómo no?) un poco
desaparecer. Lo mismo que el bautista. de poesía.

232 233
Está el Cristo obrero de Nazaret, que maneja el martillo gurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apa-
y la sierra y lleva una vida ordinaria. También éste, aun- riencia era humana» (Is 52,14). «No tenía apariencia ni
que no lo acabemos de comprender del todo (¡treinta años presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos es-
«oscuros»!), nos resulta un Cristo bastante aceptable. timar. Despreciable y deshecho de hombres, varón de dolo-
res y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta
Está el Cristo de los milagros, que transforma el agua
el rostro, despreciable y no le tuvimos en cuenta... Y Yavé
en vino, que da de comer a una gran multitud. Es un Dios descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido,
brillante, que nos llena de orgullo, y a quien nos dan ganas y él se humilló y no abrió la boca: como un cordero al de-
de aplaudir... Tras la multiplicación de los panes, se empe- güello era llevado...» (Is 53,2-7).
ñaron en hacerlo rey.
¿Estamos de veras dispuestos a aceptar y a seguir a
Está el Cristo que habla a las turbas. Nos encanta. En- este Cristo? No es fácil, desde luego. Y tenemos un ejemplo
tusiasmó hasta a sus mismos enemigos. «Nunca jamás ha para convencernos de ello: un ejemplo que nos da nada
hablado nadie como este hombre»... menos que el primer papa.
Pedro en el Tabor: «Señor, es bueno estarnos aquí. Si
Está el Cristo que cura, que se inclina sobre las mise- quieres, haré aquí tres tiendas...» (Mt 17,4).
rias humanas. «Jesús, compadeciéndose, tocó sus ojos, y al Pedro en Getsemaní. Duerme. Mientras tanto, Cristo
instante vieron» (Mt 20,34). «Quiero, sé limpio...» (Me suda sangre.
1,41). «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Le Pedro en el patio del sumo sacerdote. Se está calentan-
5,24). «No llores... Se levantó el muerto y empezó a ha- do las manos junto a la hoguera. Pero hay una esclava entro-
blar; y Jesús se lo entregó a su madre» (Le 7,14-16). Es un metida que lo echa todo a perder: «También tú estabas con
Cristo que nos llena de admiración. Jesús el Nazareno». Y poco más tarde, un grupo de per-
sonas que insisten: «Tú debes de ser uno de ellos». Y la
Está el Cristo que lanza invectivas contra la hipocresía
respuesta de Pedro, acompañada de juramento: «No co-
de los fariseos, que coge el látigo para dejar el templo lim-
nozco a ese hombre de quien habláis» (Me 14,66-72).
pio de mercaderes... Es fácil estar con él, y enardecernos
Pedro, que había conocido a Cristo transfigurado en el
de sagrada indignación en esos momentos.
Tabor, se niega ahora a conocer a Cristo derrotado, humi-
Está el Cristo del Tabor. «Y se tranfiguró delante de llado, golpeado, burlado, cubierto de esputos. No conozco
ellos; su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos a ese hombre.
blancos como la luz» (Mt 17,2). También a nosotros, como Pedro había subido presuroso la cuesta del Tabor. Pero
a los discípulos privilegiados, nos hubiera gustado plantar luego, por el áspero camino de la cruz, sus piernas empeza-
las tiendas para no bajar ya nunca de esa montaña lumi- ron a flaquear.
nosa. *
Volvamos a la pregunta del principio: ¿estamos dis-
Pero está también el Cristo del calvario. El hombre que puestos a ser crucificados como él? ¿A seguirlo también
conoce el sufrimiento. El hombre de dolores... «Tan desfi- por la cuesta del calvario?

234 255
En el atardecer de nuestra vida, cuando nuestras manos Una intuición perfecta. El calvario no es un episodio
cansadas y frías busquen instintivamente un poco de fuego separado, no es la última etapa de la vida de Jesús. Cristo
para calentarse, no habrá para nosotros mayor alegría que comenzó a llevar la cruz desde Belén. Entre el pesebre y
la de poder decir: «¡Sí, también yo estaba con ese hombre! la cruz existe una estrecha relación.
He estado siempre con él. Lo seguí desde el principio. En Toda la vida de Cristo está orientada en esa dirección,
Belén y en Getsemaní. En el Tabor y en el calvario... Sí, hacia el calvario.
conozco a ese hombre de quien habláis». El camino de la cruz, el camino de la muerte, desemboca
Y también él entonces nos «reconocerá». Sus compa- en la vida. Y la cruz plantada allí arriba es como el trono
ñeros de viaje... del cordero. El árbol de la vida plantada en medio del pa-
raíso.
Salí de mi casa,
y buscando en torno
me encontré con un hombre
49 EL PARAÍSO EN EL CALVARIO en el terror de la crucifixión.
«Deja que te separe
de la cruz», le dije.
Durante uno de mis viajes a España, me impresionó en- Quise quitar los clavos
tre otras cosas el ver la mucha frecuencia con que, en las de sus pies y manos.
obras de los artistas (los más célebres y los más humildes), Pero él me contestó:
aparece el tema de la crucifixión. El calvario ocupa un pues- «Déjame donde estoy;
to preponderante sobre todos los demás motivos de la vida no bajaré de la cruz
de Jesús. hasta que todos los hombres,
Tengo todavía ante mis ojos, con una claridad inexo- todas las mujeres, todos los niños,
rable, en todo su dramatismo desgarrador, a ciertos Cristos se unan para desclavarme».
que traducían, con un impresionante realismo, la violencia Le dije entonces:
de la pasión. «Me queman tus lamentos;
Pero me sorprendió sobre todo y me dejó sobrecogido ¿qué puedo hacer por ti?»
una representación que nunca había visto. Viniendo desde Él me respondió:
el norte, y antes de entrar en la quemada planicie, inmensa «Vete por el mundo;
y alucinante, de la meseta castellana, se levanta un gran di a quienes encuentres
monumento de piedra en honor del pastor. A pocos pasos, que hay un hombre clavado en una cruz».
una cueva. Hay un belén. Me acerco. Están los pastores,
José y María, el buey y la muía. Pero el Niño, en vez de (Fulton J. Sheen)
estar colocado en el pesebre, como en todas partes, ¡está En el calvario, alguien lo ha notado, no se razona.
clavado en la cruz! Se contempla. Y se aprende. «El verbo se ha hecho carne

236 237
para manifestarnos a Dios. Él es la palabra de Dios: anun-
En esta tierra existe otro conocimiento de Dios, gracias
cio de Dios, manifestación de Dios. Pero aquí es precisa-
a eso que yo me atrevería a llamar, con permiso de los teó-
mente donde nos habla con más elocuencia. El Cristo de la
logos, «lumen crucis». En el cielo contemplaremos el rostro
cruz nos anuncia en silencio lo que es Dios y lo que él
glorioso de Dios. Su otro rostro, cubierto de sangre y de
hace. En sus milagros se manifiesta el poder de Dios, la
esputos, podemos contemplarlo en esta tierra.
bondad de Dios.
Y nuestro conocimiento será tanto más profundo y
»En sus palabras se manifiesta la sabiduría de Dios, el
completo, cuanto más curvadas estén nuestras espaldas bajo
conocimiento que tiene del secreto de los corazones y de
el peso de la cruz. Cuanto más indiscutible y ostensible sea
la historia, así como su verdad.
la señal de los clavos en nuestras manos y en nuestros pies.
»Pero en la cruz, paradójicamente, no queda nada de
Quizás parezca una paradoja, pero es la realidad del
su poder. No hace ningún milagro. Está abandonado, sin
cristianismo. El paraíso, en esta tierra, solamente podemos
defensa alguna, a las burlas de sus enemigos. Ya no habla
saborearlo en el calvario.
para enseñar a las turbas, para anunciar el porvenir, sino pa-
ra perdonar y para rezar como un hombre que ya no puede
más. Está absolutamente despojado de todo, sin prestigio
alguno, sin poder, sin fuerzas. Es Dios. El Dios trascen-
dente, que está por encima de todo. Pero ahora no tiene 50 LA GRACIA DEL SUFRIMIENTO
nada. Sencillamente es. De él no queda ya más que ese cuer-
po inmolado y esa sangre derramada por nosotros. Sólo
queda el don que ha hecho de sí mismo» (L. Lochet). «Se me ha dado la gracia no sólo de creer, sino también
Por tanto, el calvario es la suprema manifestación de de sufrir» (San Pablo).
Dios. La cruz es la cátedra más excelsa que hay en el Para el apóstol de las gentes el sufrimiento es una gra-
mundo. cia que puede parangonarse con la gracia de la fe.
Es evidente que nuestro conocimiento de Dios será tan- Y un apóstol de nuestros tiempos (sería justo llamarle
to más profundo y completo si vamos al calvario como pro- también un «profeta») escribe: «Me doy cuenta de que su-
tagonistas, no como peregrinos-espectadores, si no nos limi- frir es el gran beneficio que nos puede dar Dios. Podrá
tamos a contemplar la cruz, sino que nos crucificamos en haber diversos grados de mérito según sea el modo como se
ella. La pasión es un drama de muerte y de vida que hay sufra: pero siempre será un bien el sufrir, de cualquier
que vivir personalmente en nuestra propia vida, en nues- modo que se sufra» (Don Mazzolari).
tra propia carne. En todas sus etapas. Vamos a intentar explicar por qué el sufrimiento, en
nuestra vida, representa una gran «gracia», una de las más
* altas manifestaciones de la bondad del Señor para con nos-
Hay un conocimiento glorioso de Dios. Será el que ten- otros.
gamos en el paraíso, gracias a eso que llaman los teólogos 1. Jesús ha querido salvar al mundo con la cruz.
«lumen gloriae». Podríamos utilizar para aclararlo mil palabras, elaborar
238 239
cien teorías, descubrir millares de motivos. Y siempre se- No hay nada más que añadir: «... contentos por haber
ría éste un hecho indiscutible: Cristo ha escogido el camino sido considerados dignos de sufrir...» Nuestra actitud en
del calvario. relación con la cruz tiene que estar en conformidad con la
El mundo se había convertido en una tierra árida, cu- actitud de los apóstoles «contentos» de haber sido tratados
bierta de la costra del pecado, del egoísmo, de la mezquin- con tanto honor.
dad, de la malicia humana. Jesús ha querido que esa costra Cuando nos hayamos dado cuenta de que el sufrimien-
se rompiese, que se ablandase, que fuera regada con su to es una gracia, un enorme beneficio, un honor, enton-
sangre. ces nos convenceremos de que el único puesto exacto,
Y la tierra se «abrió» el viernes santo (¡el terremoto el único lugar indicado para nosotros es precisamente el
que acompañó a la muerte de Jesús!) A través de esa grieta calvario.
penetró la sangre del salvador, como «torrente de agua
viva»: quedó levantada la maldición, fue revocada la con- 2. En nuestra vida hay momentos en los que nos pa-
dena, desapareció la aridez, el egoísmo quedó roto, y sobre rece que todo se hunde. Como si un cataclismo colosal se
la tierra, fecundada de este modo, empezó a despuntar la lo tragara todo, sin dejar nada en pie.
vida. Nos agarramos a una columna, y también ésta se de-
La sangre de Cristo. Pero también nuestra sangre. rrumba. Nos apoyamos en un muro solidísimo, y se nos
Y nuestras lágrimas. Porque Cristo ha querido que nos aso- cae encima.
ciásemos a su obra redentora. Con la condición, como es Oscuridad total. Incluso las certezas más firmes hasta
lógico, de que nos situásemos en el camino que él siguió. entonces se ven atacadas por la duda. Ni una chispa de luz.
«Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por Nos vemos obligados, brutalmente, a comprobar la fra-
vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribula- gilidad de muchas cosas que antes nos ofrecían las mayores
ciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» garantías de robustez, la inutilidad de muchas otras que
(Col 1,24). Los teólogos y los exegetas discuten, explican, antes considerábamos casi como indispensables.
precisan el significado exacto de este pasaje de san Pablo. Todo se somete a discusión. Un vacío tremendo. Un dis-
Por encima de todas las discusiones podemos decir: con gusto rayano en la desesperación.
nuestros sufrimientos continuamos la pasión de Cristo en el ¿Y qué es lo que se salva en medio de este apocalipsis
tiempo y participamos de su obra de salvación y redención. personal? Una sola realidad: la cruz. Nuestro sufrimiento.
Los apóstoles, después de pentecostés, comprendieron La cruz se «mantiene» siempre. Los clavos se «sostie-
perfectamente la grandeza de esta «vocación a la cruz». nen». Todo se ve arrastrado, destrozado. Pero la cruz «sigue
De ellos, en efecto, nos dicen los Hechos que los miembros en pie». Si hemos consentido en extendernos sobre ella, en
del sanedrín «llamaron a los apóstoles, y después de ha- dejarnos clavar, podemos resistir los embates más devasta-
berles azotado, les intimaron que no hablasen en nombre dores.
de Jesús. Y los dejaron libres. Ellos marcharon de la pre- Pueden hundirse las convicciones, pueden desgarrarse
sencia del sanedrín contentos por haber sido considerados las certezas. No queda en pie más que una certidumbre: la
dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús» (5,40-42). certidumbre de nuestro propio sufrimiento.

240 241
La cruz se convierte, por consiguiente, en la certidum- Pues bien, aquí nos encontramos con una paradoja más
bre, la garantía, la prueba de la verdad. Que es además la de la vida cristiana: para adquirir esa ligereza, esa agilidad,
verdad de la salvación... es necesario e indispensable cargar sobre nuestras espaldas
una cruz muy pesada.
3. Una de las mayores alegrías de nuestra vida consis- Es inútil discutir sobre esta realidad. Basta probarlo
te en dar. Lo hemos comprendido en la escuela de Cristo para ver los resultados.
y podemos comprobar su verdad en nuestra experiencia «Cuando algún día sintamos que nuestras espaldas es-
personal. tán llagadas por la cruz, veremos cómo en ellas nacen alas
Pero, si lo pensamos bien, todo eso que le damos a Dios para poder volar» (Don Mazzolari).
y a nuestros hermanos no es muy «nuestro». Si hacemos Una cruz de peso insoportable. Los huesos magullados.
un inventario minucioso, nos daremos cuenta de que nues- Las espaldas llenas de llagas. Entonces ya no se camina.
tros dones no son más que la restitución de algo que nos- Se vuela.
otros mismos hemos recibido anteriormente (de arriba o
de abajo). En ninguna de nuestras obras podemos poner Señor, mis resistencias, mis repugnancias, mis coces,
nuestra patente: «objeto personal y originalmente nuestro». mis repulsas ante la cruz, te son demasiado conocidas. Y con-
El dolor es lo único que de verdad nos pertenece. Es lo tribuyen a aumentar las dimensiones de tu cruz...
único que podemos considerar como nuestro del modo más A pesar de ello, a pesar de todas mis debilidades, tengo
absoluto. * todavía ánimos para pedirte un favor especial: ¡hazme com-
Por consiguiente, sólo cuando le regalamos a Dios o a prender que la cruz es una gracia! ¡Hazme comprender que
los prójimos un poco de nuestro sufrimiento, es cuando en mi vida «todo es gracia», porque todo es sufrimiento!
podemos decir de veras que les hemos regalado algo nuestro.

4. Hay también otro motivo que nos empuja a consi-


derar la cruz como una gracia.
El camino de la vida religiosa, es inútil que nos haga- 51 ¿TURISTAS D E L CALVARIO?
mos ilusiones, es un camino sembrado de dificultades. Se ne-
cesitan piernas robustas, pulmones capaces, espaldas firmes «En Jerusalén, los peregrinos siguen piadosamente su
y un corazón valiente. vía-crucis llevando una cruz simbólica por en medio de los
En nuestra existencia hay pocas jornadas «en bajada». "suks", en donde los mozos de carga, que muchas veces
La mayor parte de los días tenemos que rodar por una su- no son más que unos niños, oprimidos bajo el peso de gran-
bida fatigosa, monótona, tragando cuestas, en donde es fá- des fardos (quizás las maletas de los peregrinos), van lle-
cil que desfallezca el aliento. vando su cruz detrás de Jesús, también ellos, como Simón
Para llegar a la cima, para superar ciertos obstáculos de Cirene» (P. Gauthier).
tremendos, para no quedarnos plantados en mitad de la No son palabras agradables; pero nos obligan a hacer un
carrera, tenemos que ser ligeros. higiénico examen de conciencia. Para evitar equivocaciones

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peligrosas, para limpiar el terreno de piadosas e hipócritas «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os per-
ilusiones, para no dormirnos y echarnos a descansar en un seguirán» (Jn 15,20). Es que «no hay esclavo más grande
trágico orgullo espiritual, conviene que tengamos ante los" que su amo».
ojos aquella imagen: los peregrinos que suben al calvario Y el Señor a Ananías, cuando la conversión de Saulo:
con una cruz simbólica, y esos niños encorvados bajo el peso «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que
de la maleta de los peregrinos, que llevan una cruz verda- lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de
dera. La cruz de Cristo. Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por
¿No será también ése el símbolo de lo que puede pasar mi nombre» (Hechos 9,15-16). ¿Lo habéis entendido?
con nuestra vida «religiosa»? ¿Creer que llevamos a Cristo, La vocación se resuelve en una «revelación» de lo que hay
sin llevar la cruz?... Un caso mucho más frecuente de lo que sufrir por Jesucristo.
que se cree; pero no nos gusta pensar en él... Recuerdo a un compañero mío de seminario. El día de
Centenares de millones de personas llevan en el mundo su ordenación sacerdotal tomó aparte a su madre, la abrazó
una cruz sin Cristo (la geografía del hambre coincide casi y le dijo: «Madre, yo y tú tendremos que sufrir mucho».
siempre con continentes o con naciones adonde no ha lle- Esas palabras sirven para todos los «llamados», aunque no
gado el mensaje cristiano). Y mientras tanto, muchos cris- a todos se les pida que las vivan hasta el fondo, como le
tianos llevan a Cristo sin la cruz. «Llevan» es una palabra pasó a aquel condiscípulo mío, muerto a los tres años sola-
inexacta; hubiera sido mejor escribir: «se imaginan que mente de sus «primicias sacerdotales».
llevan»... Porque lo cierto es que no existe un Cristo^ sin Deberíamos temblar de miedo la noche en que fuéra-
cruz. mos a dormir y nos diéramos cuenta de que, durante el
Entonces surge espontáneamente la. pregunta: ¿están día, todo nos ha salido bien y de que no hemos tenido nin-
más cerca de Cristo los que llevan su cruz sin conocerlo, guna pena. Esto querría decir que el Señor nos tenía un
o los que creen que lo siguen sin la cruz? ¿Es más urgente poco abandonados, que no nos consideraba como a sus dis-
darles a Cristo a los que tienen ya una cruz sobre sus es- cípulos, que no nos juzgaba dignos de parecemos a él.
paldas, o darles una cruz a los que pretenden que siguen a Sí, porque la cuestión consiste en esto precisamente: en
Cristo? que no hay amor sin imitación. Pero Cristo es el hombre
Y, para no ser como el fariseo, hemos de dar un paso de dolores, «el hombre familiarizado con el sufrimiento»
más: algunas religiosas (dejémonos de cifras y de tantos (Isaías). Y nosotros lo amamos, y somos sus discípulos en
por ciento: que cada una se examine) se imaginan que si- la medida en que lo imitamos y llevamos con él su cruz.
guen a Cristo sin la cruz. El hombre «familiarizado con el sufrimiento». Esa «fa-
Es una equivocación trágica... Será conveniente hablar miliaridad» lo dice todo. Expresa una relación estrecha de
claro: una religiosa que emprende la «sequela Christi» y conocimiento, de parentesco entre Cristo y el dolor. El do-
que desea ver sus espaldas libres del peso de la en», puede lor en toda su profundidad y amargura. Un dolor lúcido,
ser cualquier cosa (un muñeco, un comediante, una carica- consciente, al que hemos de mirar cara a cara, como Cristo.
tura de Cristo). Cualquier cosa menos una discípula, una «Las vendas que en la pasión le ocultaron la faz divina, no
esposa de Cristo. sirvieron para ocultarle ni un solo relámpago de odio en

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los ojos de los hombres, ni un solo detalle de su crueldad, También yo te he repetido muchas veces, sin darme
ni una sola de las muestras refinadas de su ferocidad y vi- cuenta, estas mismas palabras. ¡Baja un poco de la cruz,
llanía. Las tinieblas que se extendieron densas en torno a la limita un poco tus pretensiones, no te metas por esa cuesta
cruz, no impidieron a sus ojos que vieran las flechas que tan empinada, y yo... te seguiré fácilmente!
en todo el mundo, en todos los lugares y en todos los tiem- Jesús, aunque mis labios, en esos momentos en que me
pos, lanzaban contra su corazón y contra su reino» (G. Be- siento aplastado por el peso de la cruz y creo que ya no
vilacqua). puedo más, te digan esa oración, te autorizo a que no la
¿Y nosotros? ¿Nosotros, sus discípulos? ¿Pretendere- tomes en consideración.
mos acaso encogernos para limitar lo más posible la super- No quiero romper mi parentesco con el dolor, para que
ficie en donde caigan los golpes? ¿Cederemos a la tentación tampoco se rompa mi parentesco contigo.
de cerrar los ojos para no aumentar nuestro disgusto? ¿Nos
negaremos a «familiarizarnos con el sufrimiento»?
El que se niega a ser familiar del dolor, se niega a ser
familiar de Cristo.
Volvamos a la imagen y a las consideraciones del prin- 52 LA TENTACIÓN DE LA
cipio. Yo que con frecuencia hago el «piadoso ejercicio» CRUZ ELEGANTE
del vía-crucis, no puedo limitarme a llevar una cruz simbó-
lica. No puedo permitirme ser un turista del calvario, y
Sin cruz, me coloco voluntariamente a una distancia Durante los primeros siglos cristianos es raro que apa-
astronómica de Cristo. Y puede ser que muchos de ésos a rezca la imagen de la cruz. Esto se explica por el hecho de
los que clasifico demasiado fácilmente entre los «alejados», que muchos tenían todavía ante los ojos la horrible escena
se encuentren mucho más cerca de él. de los condenados a la muerte por crucifixión, y su agonía
Sin cruz, la vida religiosa se convierte en una farsa. desgarradora; y seguían resonando en sus oídos los gritos
Sin una familiaridad cotidiana con la cruz, una religiosa de los crucificados.
se convierte en extraña a Cristo. La escena de la crucifixión les parecía intolerable, espe-
¡Qué amarga sorpresa! ¡Ponerse a seguir a Cristo, lle- cialmente a aquellos que alguna vez la habían presenciado.
narse la boca con las palabras «esposa de Cristo», y darse Por eso en las catacumbas se suele encontrar con más
cuenta, al final del camino, de que no hay nadie a nuestro frecuencia la imagen dulce y tranquilizante del buen pastor,
lado! Porque Cristo, sin la cruz, no es más que un fantasma. o la representación de Cristo dándoles a los discípulos su
Y los fantasmas, pronto o tarde, acaban por desaparecer... propio cuerpo en la noche del jueves santo.
En las basílicas bizantinas preside normalmente la ima-
*
gen gloriosa de Cristo resucitado, de Cristo victorioso en
Señor, tus enemigos, en el calvario, lanzaron contra la muerte y señor del universo.
ti este desafío: «Sies el rey de Israel, que baje de la cruz y Pero poco a poco se fue introduciendo en el arte cris-
le creeremos» (Mt 27,42). tiano la imagen del crucifijo.

246 247
Y pasando los años llegaron a presentarse algunas des- No. Una cruz elegante no es una cruz, sino un juguete.
viaciones que representaban a un crucificado «demasiado El «sufrir de una manera bonita» no es sufrir, sino dar
bonito», delicado, dulce, poético, refinado. Como sí todo un espectáculo.
el aspecto dramático del viernes santo hubiese quedado Y un calvario donde resuenen los aplausos (los nuestros
sepultado bajo una capa dulzarrona de sentimentalismo. o los de los demás) no es un calvario, sino un teatro.
En este sentido, creo que algunos de esos Cristos que La cruz no puede nunca ser elegante. No es «bonito»
me impresionaron tan hondamente en España y ciertos cru- ver a uno sufrir. Y en el camino del calvario hay gente que
cificados de un gran pintor católico contemporáneo, Geor- empuja, que insulta, que se divierte con un pérfido placer
ges Rouault, estremecidos, dramáticos y atormentados, cum- ante la vista del «condenado», pero que no aplaude jamás.
plen una misión providencial, restituyéndole a la escena del ¡Cuidado, pues, con un sufrimiento que sirviese de in-
calvario su dimensión completa hecha de horror, de tinie- vitación para que Dios, el prójimo, o nosotros mismos, nos
blas, de soledad angustiosa, de desgarrado dolor. admirásemos! ¡Cuidado con los sufrimientos brillantes, so-
Pero dejemos el arte y volvamos a nuestra vida. Es pre- portados con orgullo, sin vacilar!
ciso que nos convenzamos de que no existe una cruz ele- El verdadero dolor está hecho de soledad, de angustia,
gante. de dudas, de debilidad, de conciencia de los propios límites,
Es preciso que sepamos mantenernos alerta contra un de repugnancia, de náuseas casi invencibles.
peligro: el peligro de buscar para nosotros una cruz ele- El que crea que sufre de una manera bonita, no sufre.
gante. Este peligro se nos puede presentar de dos manejas. Está representando una comedia: lo cual no estaría muy
bien visto en el calvario.
1. A nuestro orgullo le gusta colarse por todas partes. Puede ser que a alguno se le ocurra objetar diciendo que
Se manifiesta en los momentos que menos se piensa, en los en algunos libros hay páginas estupendas, «edificantes», so-
menos oportunos. Incluso a veces surge, como mala hierba, bre el sufrimiento. En ellas se presenta y se recomienda un
entre las piedras del calvario. Aparece a la orilla del vía- dolor tranquilo, dulce, delicado, sin cuestas, que fácilmente
crucis. se domina y se encauza. Un dolor perfectamente «domado»,
Esto es: el orgullo puede meternos en la cabeza esta «bonito».
idea absurda: sufrir de una manera bonita. Como si fuera ¿Y entonces? Entonces..., tenéis que tirar esos libros
posible llevar la cruz con un gesto atlético, subir al calvario por la ventana. Es un acto de legítima defensa de nuestra
con un paso firme y seguro, recorrer las etapas del vía-crucis vida espiritual («Yo no consigo sufrir de esa manera...»),
sin caer, sin dar muestras de debilidad, sin pronunciar un y de exquisita caridad para con sus autores.
lamento, luciendo nuestros músculos, comprobando con Quien haya escrito páginas semejantes, evidentemente,
sutil complacencia, a cada paso, nuestra resistencia ante la no ha tenido en toda su vida ni un miserable constipado...
prueba, ofreciendo incluso el «sagrado espectáculo» de nues- Aunque os quedéis con un libro de menos, con ese libro
tra capacidad para encajar los golpes más duros, en medio tirado por la ventana, siempre os quedará el evangelio, en
del aplauso de los transeúntes... ¿En qué cabeza tan torpe el evangelio veréis que se ha escrito a propósito de Jesús:
puede caber semejante concepción del sufrimiento? «... Comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice:

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mi alma está triste hasta el punto de morir... Y adelan- Quizás una calumnia odiosa. Una interpretación completa-
tándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba diciendo: mente al revés de lo que has hecho. Quizás no te encuentras
Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz...» (Mt bien de salud, y las otras hermanas piensan que te gusta la
26,37-39). «Y sumido en angustia, insistía más en su ora- comodidad... Quieres hacer bien las cosas, poniendo todo
ción. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que tu esmero, y las demás murmuran que te gusta sobresalir...
caían en tierra» (Le 22,44). Actúas con abnegación, y sólo recibes muestras de ingra-
Y en el calvario, «Jesús con gran voz exclamó: ¡Dios titud. .. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito.
mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27, Y luego..., los golpes. No sólo los «de lejos», sino los
46). que vienen de personas que te están muy cercanas. Te hacen
¿Es ésta una manera bonita de sufrir? ¿Es una cruz ele- daño, te dejan deshecho, te revuelven, quizás porque du-
gante la de Jesús? rante los años de formación no te han preparado ni robus-
tecido más que contra los golpes de los «enemigos» de fue-
2. Existe otra tentación: la elección de la cruz. Aun- ra, sin haberte puesto en guardia contra los golpes de los
que se trate de una cruz pesada, incómoda, áspera, que la que viven a tu lado.
elijamos nosotros. Pensándolo bien, incluso esa cruz aca- Y también ésta es tu cruz. La que el Señor ha escogido
baría siendo una cruz elegante. Y, por tanto, dejaría de ser para ti. No hay ninguna duda.
una cruz. ¿No has pensado nunca en ese «polvillo cotidiano de
Pero el Señor parece como si se divirtiera dándonos fastidio y de disgustos que cae sobre el que santa Teresa
cualquier cruz, menos ésa... «Jesús escoge para cada uno del Niño Jesús llamaba el camino pequeño»? (F. Mauriac).
el género de sufrimiento que él ve más útil para nuestra Lee con atención la vida de los santos. Verás las gran-
santificación, y muchas veces la cruz que él nos impone es des pruebas, que ordinariamente son más fáciles de sos-
la que nosotros rechazaríamos, escogiendo cualquier otra. tener. Pero sobre todo descubrirás las «pequeñas-enormes»
La que él nos da es la que menos nos gusta. Nos guía por pruebas. Te darás cuenta de que su verdadera cruz era la
buenos pastos, pero a nosotros nos parecen amargos. ¡Po- que les presentaba la realidad circundante, una realidad tan
bres ovejas! ¡Somos nosotros tan ciegos!» (Ch. de Fou- ruin, al menos, como la tuya. Envidias, zancadillas, calum-
cauld). nias, sospechas, mezquindades, incomprensiones...
Así, pues, la elección no está en nuestras manos. Ni si- No tienes más remedio que convencerte de ello: la cruz
quiera se nos permite expresar cualquier preferencia. ¡So- no es la de mañana. Es ésta, la de hoy. Fea, antipática, fabri-
mos tan ciegos!... cada con la ruindad de los demás. ¡Pero es tu cruz!
Otra cosa. La cruz está aquí, muy cerca. No perdamos
el tiempo creyendo que se trata de una cruz lejana. El Señor *
nos presenta precisamente ésta. Hoy. Quizá a ti ni siquiera Y ahora pon en la lista de las tentaciones más peligro-
te parezca una cruz. Pero es la cruz hecha a tu medida. sas, contra las que tienes que luchar con mayor vigilancia,
Un trabajo ingrato. Una corrección absolutamente in- esta otra tentación: la tentación de la cruz elegante.
justificada. Una incomprensión. Una palabra desagradable.

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53 LA CABEZA EN EL PLATO Impaciencia. — Rebelión. Una postura de reformado-
res y demagogos. También esta actitud, que sin duda algu-
«El que no da, es un traidor, sea cual fuere la razón de na es más noble y menos hipócrita que la anterior, se resuel-
su egoísmo. El día en que se acepta un compromiso amo- ve definitivamente en una renuncia al ideal. Es una actitud
roso, hay que aceptarlo sin condiciones... Si no, somos mer- estéril. Porque no acepta la lógica del calvario, la lógica de
cenarios; nos sentimos bien pagados por esa fría satisfac- la semilla destinada a pudrirse en el subsuelo, la paradoja
ción de quedarnos adormecidos por nuestro ensueño. Sólo del fracaso convertido en éxito, de la derrota que se tra-
hay una manera de servir al ideal: perderse, para salvar al duce en victoria.
que se pierde. Lo que hay verdaderamente divino en el amor Es una actitud estéril, porque no tiene la amplitud ni
que se encarna en una realidad pobre: en un niño, en un la hondura de la paciencia, que es una virtud activa y una
enfermo, en un pobre cuerpo que se consume, en una pobre auténtica muestra de fortaleza.
alma que se embrutece..., una Iglesia que no responde a El que renuncia, por tanto, es un traidor emboscado en
nuestros sueños» (Don Mazzolari). la mediocridad. Y también es un traidor el que se limita a
Quizás el día en que asumimos nuestro compromiso la rebelión. En ambos casos se trata de una debilidad.
amoroso, no nos dimos perfecta cuenta de las innumerables Al que tiene un corazón suficientemente grande, al que
pruebas a las que tendríamos que someternos. Especialmen- no resiste ciertos esquemas sofocantes, al que no se conten-
te una prueba muy dolorosa: el sufrimiento por el ideal. ta con ser un guardián cansado y frío de las tradiciones («los
El que no lo haya experimentado, el que no haya pro- repetidores no son fieles más que en apariencia», Sullivan),
bado en su propia carne este sufrimiento, tiene motivos el Señor les presenta una prueba para que demuestren la
para dudar seriamente de su amor al ideal. seriedad de sus compromisos. Podríamos llamarla la «prue-
Todos nosotros, por lo menos en los comienzos de nues- ba de las catacumbas», la de la lógica del calvario, la de la
tra vida religiosa, hemos soñado y creído algunas veces en cruz como fermento necesario de cualquier novedad.
un gran ideal. Luego, con el correr de los años, mirando Procuremos señalar los diversos elementos de esa
a nuestro alrededor llenos de desencanto, hemos visto ese prueba.
ideal encarnado en una realidad muy mezquina y desola- «Las ideas no se miden por lo que rinden, sino por lo
dora. Fue un «choc» brutal. Nuestras reacciones pudieron que cuestan», escribió en una ocasión borrascosa el padre
ser de diversas clases. G. Bevilacqua, que más tarde sería nombrado cardenal.
La grandeza de una idea (la primera condición, como es
Resignación. — Es el rostro enmascarado de la cobar- natural, es tener una idea en la cabeza...) no se mide por
día. Archivamos nuestros sueños (¡cuántos sueños están en el éxito inmediato obtenido o por los aplausos que provoca,
el fondo del archivo de nuestra vida!) y nos agarramos al sino por el precio que hemos pagado por ella. Podríamos
carro que camina arrastrándose. Nos hacemos remolcar. decir que por el daño que nos hace.
Nos hundimos en la mediocridad. Nos perdemos en el con-
formismo. Nos imaginamos que así estamos cubiertos con- En primer lugar, las incomprensiones. Se nos interpreta
tra los posibles golpes... mal, nos consideran como personas imprudentes, arrastra-
252 253
das por el vértigo de la modernidad; se pone en duda nues- De las catacumbas brota la luz.
tra obediencia, nuestra fidelidad al instituto. En algunos ca- El que ama, sabe aguardar.
sos llegan a tacharnos de «locos». No hay nada nuevo bajo El que ama, sabe pagar personalmente.
el sol. También en el evangelio se nos dice, a propósito El que ama, sabe gritar, pero también sabe callar (con
de Jesús, que en cierta ocasión «sus parientes fueron a hacer- tal de que el silencio no sea una cobardía).
se cargo de él, pues decían: Está fuera de sí» (Me 3,21). El que ama, siembra en el sufrimiento, para que los
Luego, las dificultades de todas clases. Parece como si demás puedan recoger en el gozo.
todo se conjurase para hacer naufragar nuestros sueños. La El que ama, siembra en la obediencia, para que los de-
realidad nos falla. Los hechos parecen quitarnos la razón. más puedan recoger en la libertad.
¡Benditas e indispensables esas dificultades! Son la base «Cuando un hombre sueña con una gran obra religiosa
de la carretera que uno quiere construir para que el suelo y se trata de un hombre lleno de sensibilidad, acaricia esta
tenga mayor consistencia. obra como si fuera el fruto de su obra personal. Pues bien,
las obras de Dios no pueden atribuirse al genio humano.
Y, finalmente, los golpes, los bastonazos. Incluso de par- Esta prueba, esta ley de purificación afecta tanto a las ideas
te de los superiores. Hay una fórmula, acuñada hace pocos como a las obras» (H. Clérissac).
años, que expresa maravillosamente esta realidad y que nos
Hay motivos para dudar de una obra, de una idea, cuan-
viene como anillo al dedo: «sufrir por la Iglesia y sufrir de
do alcanzan inmediato éxito y no pasan por la prueba del
parte de la Iglesia». Y sufrir por parte de la Iglesia, por par-
calvario y por la purificación de las catacumbas. Hay moti-
te del instituto, es mucho más doloroso que sufrir por la
vos para dudar de su validez, de su capacidad de resistencia
Iglesia o por el instituto. Pero también es más fecundo.
al tiempo. Y para temer que haya mezclados en ella dema-
La historia reciente de la Iglesia es muy elocuente a este siados elementos humanos, sin esa purificación necesaria de
propósito. Muchos de los más ilustres protagonistas del que hablábamos, y que las convierte en «propiedad exclu-
Concilio Vaticano II tuvieron que atravesar por esta prue- siva de Dios» (de un Dios que, como sabemos, es suma-
ba. Quienes vieron, durante el concilio, atravesar el dintel mente celoso...)
de san Pedro a ciertos teólogos que durante varios años
La única garantía auténtica, porque se trata de una ga-
habían estado reducidos al silencio, objeto de sospechas
rantía divina, está representada por el sufrimiento.
e incluso condenados, pudieron experimentar una honda e
No se trata, por consiguiente, de tener éxito ni de obte-
indecible emoción. Se volvían las tornas... Porque aquellas .
ner aplausos. Sino de pagar personalmente.
personas habían tenido la valentía de la verdad, pero tam-
No se trata de discutir, sino de sufrir.
bién la paciencia de la verdad; grandes en la audacia, pero
Don Mazzolari repetía con frecuencia: «La cabeza de
grandes también en la humildad; grandes en la novedad,
san Juan bautista tenía más razón cuando estaba en el plato,
pero grandes igualmente en la obediencia.
que cuando estaba todavía sobre sus hombros».
Se volvían las tornas. Porque la semilla ya se había po- ¡Ésa es la prueba suprema e indiscutible de nuestra
drido por completo en el subsuelo. Del calvario volvía a
«razón»!
nacer otra vez la vida.
*
254 255
Muchas personas tienen de la vida religiosa un concepto Y empiezo a tomar en serio la posibilidad de dejar el
demasiado cómodo: todo consiste en dejarse remolcar, en camino trillado que conduce hasta el calvario, para seguir
cantar y en recoger. cualquier otra desviación que me lleve más derecho a la
¿Estás dispuesta, tú por lo menos, a caminar en van- cima...
guardia, a llorar y a sembrar? Sí. La idea de correr en la vida religiosa encuentra en
Hay alguien que está aguardando tu respuesta... ciertas cabecitas un terreno apto para germinar: un terreno
bien abonado por el orgullo.
El sillón de la superiora, según algunas informaciones
dignas de respeto, creo que resulta un poco incómodo.
Pero siempre hay algún alma generosa que está dispuesta
54 EL ATAJO Y LA TIENDA a tomar esa cruz y a experimentar los tormentos de ese
sillón.
DE CAMPAÑA Hoy, afortunadamente, las que sueñan con estas cosas
me parece que van disminuyendo. Será quizás porque cada
una tiene experiencia de su propia docilidad, no muy per-
El camino del calvario está estupendamente señalado. fecta, y se imagina que no puede ser muy fácil la tarea de
Es imposible que nos podamos perder. Por otra parte, no la superiora...
hay más que seguir a Jesús y llegaremos con toda seguridad De todos modos, los senderos que se apartan del ver-
a la cima. dadero camino son infinitos, casi tantos como los caminos
Pero hay dos peligros. para llevarnos hasta Dios. A veces uno se irrita y se enfurru-
El primero consiste en que abandonemos el camino ña por un cargo que se le ha dado, y que juzga demasiado
principal y nos empeñemos en seguir algún atajo. humillante (!). Es uno que se ha salido ya del camino ver-
El segundo peligro consiste en que, una vez llegados dadero hacia el calvario.
a la cima, se nos ocurra plantar allí una tienda de campaña. También el estudio, cuando en vez de considerarlo
Vamos a examinarlos. como un medio para «servir» según los talentos que el Se-
ñor nos ha dado, lo elegimos como una cómoda y elegante
1. El atajo. —Empezamos a mirar alrededor. Quizás vía de escape para no combatir en primera línea, se con-
aquel sendero es el que nos va a venir mejor... Éste es un vierte en un camino equivocado.
camino demasiado estrecho y muy trillado. Hay demasiada Finalmente, también hay quien se siente reina.(o presi-
gente que va por aquí. Continuamente siento los codazos denta o generala) en el ámbito de su propio cargo. ¡Esas
que los demás me dan. Me pisotean. A mis narices llega su monjas que parecen el «Padre eterno»! Como si aquella
mal olor. Tengo necesidad de aire libre... sala, aquella escuela, aquel oficio fuesen algo nuestro. El su-
En fin de cuentas, sin pecar de soberbio, creo que ya til orgullo de tener en nuestras manos todos los hijos, de
estoy maduro para asumir ciertas responsabilidades, incluso sentirnos indispensables, de hacer valer nuestra experien-
en relación con los demás... cia o nuestra autoridad o nuestro talento, nos hace creer

256 257
que sin nuestra presencia se derrumbaría todo el tinglado. Siempre con la excusa de la «vida sacrificada», hemos
Nos identificamos totalmente con el puesto (y si los supe- plantado una tienda en el calvario. Nos hemos instalado
riores deciden cambiarnos, lo consideramos como una ofen- cómodamente.
sa personal). Me gustaría que esas religiosas que se colocan a veces
También ésta es una manifestación morbosa de nues- en el pedestal de su «vida de renuncia», vinieran algunas
tro afán por seguir otros vericuetos. Se abandona el camino veces conmigo. Las llevaría, a las cinco de la mañana, a
trillado y se toma cualquier sendero que, en vez de guiarnos ciertos trenes de obreros que transportan a los trabajadores
al calvario, nos conduce hasta el monumento que se ha a una distancia de setenta kilómetros de su aldea. Y les haría
levantado nuestro propio orgullo. O sea, a la nada. ver la cara que traen, por la tarde, cuando vuelven de su
Una religiosa que ha llegado ya a la consagración, ya ha trabajo.
«llegado», ha alcanzado ya la meta de su carrera. Todo lo Las llevaría a algunas familias que conozco.
demás no tiene importancia. Les haría tocar con la mano ciertos dramas, ciertas situa-
Cuando existe la posibilidad de servir (no importa dón- ciones, ciertas dolorosas realidades.
de ni cuándo), se ha obtenido ya el mayor privilegio. Y después de esta cura, estoy seguro de que hablarían
El sillón de la superiora, o el título de directora, o el un poco menos de su «vida de renuncia» y que se esforza-
de vice... (siempre hay algún vice... a disposición), o un rían en vivirla un poco más.
diploma, no le añaden absolutamente nada a la dignidad Conozco a una mujer. Tiene que mantener a su hijo en
o a la grandeza de una «consagrada». * el seminario. Y como no le basta la paga del marido, tiene
que trabajar de bedel en una escuela y hacer recados en las
2. Una tienda en el calvario. — Si no tenemos los ojos horas... libres.
bien abiertos, terminaremos «plantando una tienda confor- Un día sale una ley. Resulta que para trabajar de bedel
table» nada menos que en el calvario. Procuramos instalar- en una escuela se necesita el certificado de enseñanza pri-
nos allí cómodamente. maria. Y ella no lo tiene. Pero su hijo tiene que llegar a
Fácilmente nos llenamos la boca de ciertas frases como sacerdote...
éstas: «nuestra vida de sacrificio», «nuestras renuncias», Y entonces la pobre mujer (a sus 45 años) tiene que
«nuestra pobreza», «nuestro cansancio». Y estas palabras, tomar de nuevo en sus manos la enciclopedia y los libros de
a fuerza de repetirlas, pueden convertirse en la tapadera cuentas (naturalmente, durante las horas libres... de las
de una mentalidad y de una actitud completamente bur- otras horas libres). Y en junio se presenta, con sencillez,
guesa. a la prueba más humillante. Ella, la bedel de 45 años, se
No nos falta nada. No es que nademos en la abundancia, sienta en los bancos junto a los mocosos de doce años, para
pero tampoco pasamos hambre. Tenemos incluso cierto contestar en los exámenes de enseñanza primaria.
«confort». No hay preocupaciones. Y, si no nos fijamos, El episodio es auténtico. Os lo puedo asegurar. Esa mu-
acabaremos olvidándonos de las mortificaciones persona- jer era mi madre.
les, y nos haremos exigentes, gruñones, difíciles de con- Por tanto, ¡cuidado con no poner en el calvario nuestra
tentar. comodidad y nuestro bienestar, mientras que hay tantas

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nuestra historia particular». La palabra del Padre, al asu-
criaturas humildes que no han escogido una «vida de sacri-
mir nuestra carne, se acerca a nosotros, se acerca a mí, y se
ficio», pero que viven realmente de una manera coherente
me entrega. Y yo, en la comunión, puedo recibir el cuerpo
y dolorosa esa vida, sin imaginarse ni mucho menos que son
del Señor. Recibo su luz, su gracia, su perdón, su fuerza.
«almas privilegiadas».
En él, mi vida personal se inserta en la historia de la salva-
ción del mundo entero.
Señor, ciérrame inexorablemente, a la fuerza si es nece-
De esto modo, la comunión se convierte en el acto más
sario, todos los vericuetos que me apartan del calvario.
específicamente religioso de mi vida, en el acto que me une
Y hazme comprender que estoy verdaderamente bien,
a Dios.
cuando estoy mal.
Pero luego... «podéis ir en paz; la misa ha concuido».
Y nos da la impresión de que nos arrancan brutalmente del
santuario para tirarnos al mundo exterior. Todavía tenemos
las manos juntas; y ya va siendo hora de que hundamos
nuestras manos en las habituales ocupaciones, siempre igua-
55 EUCARISTÍA, EL SACRAMENTO les. Y tenemos que abrir nuestros ojos a una realidad muy
DE CADA DÍA * mediocre y muy desoladora.
Arrancados de la intimidad con Dios, para vernos su-
mergidos en lo terreno, en lo profano, en el ajetreo de cada
«Podéis ir en paz. La misa ha concluido.» Y en ese mo- día. Mil ocupaciones, charlas, clases, preocupaciones, cho-
mento, advertimos dolorosamente toda la tensión, todo el ques, incomprensiones, acciones que se interpretan con mu-
drama que domina el tejido de nuestra existencia. cha benevolencia al revés, amigos que traicionan, ruindades
Podríamos llamarlo el drama de la separación. Por una que oprimen, un engranaje que nos destroza, los nervios a
parte, lo sagrado; por otra, el contacto brutal con la realidad flor de piel... Y luego la rutina más exasperante, el trabajo
humana, casi siempre mezquina. Por una parte, el mundo monótono, la repetición de los mismos gestos, la vida gris,
espiritual; por otra, las acostumbradas tareas mediocres de uniforme. Mediocridad por doquier...
la vida ordinaria. Y entre ambas realidades, entre ambos Es el terrible cotidiano. Y sentimos de manera angus-
mundos, un abismo infranqueable. Es el drama de la sepa- tiosa nuestra soledad.
ración. Y nos sentimos profundamente desgarrados. El Dios que hemos recibido en la comunión ¡nos pa-
Este drama se manifiesta de una manera más aguda rece ahora tan lejano! Y nosotros mismos, hundidos en
cuando meditamos en la celebración eucarística. lo cotidiano, nos sentimos lejanos, extraños a nosotros
El sacramento de la eucaristía «representa el punto mismos.
culminante de la historia de la salvación en general y de Pero ese abismo entre la eucaristía, el sacramento del
encuentro más íntimo con Dios, y nuestro «terrible coti-
* Estas reflexiones están inspiradas en un artículo de K. RAH- diano», ¿es verdaderamente un abismo infranqueable? ¿No
NER, aparecido en la revista austríaca «Der grosse Entschluss» (junio- será posible echar un puente entre los dos mundos?
julio 1962). Las citas entre comillas son de dicho teólogo.

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La eucaristía, sacramento de cada día. — Podríamos de-
finir a la eucaristía como el sacramento de cada día, el sacra- El viernes santo, la «síntesis» cotidiana. — Hay más to-
mento de la vida diaria. davía. En la celebración eucarística participamos de la muer-
Al menos, por tres motivos. te del Señor. En la comunión recibimos a Cristo muerto en
la cruz.
1. La eucaristía es el alimento que nutre y fortifica a Dejemos por ahora el otro aspecto también esencial:
las almas. «Animarum cibus quo alantur et confortentur» el de la resurrección.
(Concilio de Trento). Se trata de una comida. Pero no hay Pero ¿qué fue el viernes santo del Señor? Una síntesis
nada tan cotidiano como una comida que hay que tomar de la vida diaria: la falta de lógica, el sufrimiento, las poten-
cada día. La eucaristía es la comida diaria que tomamos nos- cias desencadenadas del mal que nos aplastan, la extrema
otros, pobres y débiles cristianos. «La comida de un hombre pobreza, la traición de los amigos, el odio de los enemigos,
cuya hambre renace continuamente, de un hombre que sigue los cálculos de los poderosos, la insolencia de los grandes
siendo débil, de un hombre que es, por tanto, en su vida de este mundo, la soledad más amarga y angustiosa: aquel
espiritual, un hombre de cada día». grito: ¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandona-
do?...
2. El Concilio de Trento afirma también que la euca- ¿Qué es todo esto sino un resumen de la vida ordinaria
ristía constituye un antídoto de nuestras culpas cotidianas de cada día? ¿Una síntesis del terrible cotidiano?
y que nos preserva del pecado mortal. También en esto es-
tamos en el centro de nuestra vida diaria, con sus debilida- La eucaristía, gracia de cada día. — Cuando recibimos el
des, fragilidades, riesgos y ruindades. La eucaristía está al cuerpo del Señor, al crucificado, recibimos también la «pura
servicio de nuestra debilidad. esencia de lo cotidiano». Cada comunión representa «una
profesión de fe en la cruz del Señor».
3. El Concilio de Trento afirma finalmente que este Por eso la eucaristía, más que darnos la fuerza para
sacramento tiene que estrechar entre nosotros los vínculos enfrentarnos con nuestra vida diaria (éste es uno de los
de la fe, de la esperanza, de la caridad, creando entre los aspectos legítimos, pero no el fundamental), nos da lo coti-
cristianos un corazón unánime y haciendo desaparecer las diano en sí mismo.
divisiones. «Cuando recibimos a Jesucristo, recibimos su vida que
Y aquí nos encontramos de nuevo frente a un aspecto se convierte en la ley interna de nuestra vida; y en esta
de la vida cotidiana, que consiste en «vivir juntos». vida, bajo el velo oscuro de la fe, descubrimos una vida
La eucaristía tiene la finalidad de ayudarnos «a convi- escondida, una vida crucificada, una vida que camina hacia
vir, a soportarnos, a llevar mutuamente nuestras cargas en la muerte, eso que vulgarmente designamos con la expre-
la paz, la paciencia, la esperanza y un poco de amor». sión de vida diaria».
Por tanto, la eucaristía nos da la realidad diaria en la
He aquí por qué es posible definir a la eucaristía como persona de Cristo y, al mismo tiempo, la luz, la gracia y la
el «sacramento cotidiano». fuerza de Cristo para afrontar y darle un significado a esta
realidad diaria.
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La realidad cotidiana, continuación y preparación de la pararse, del mejor modo posible, a recibir la comunión del
comunión. — Al recibir la comunión, recibimos la misma día siguiente, esa comunión que es el sacramento cotidiano.
realidad cotidiana y nos preparamos para la aceptación de «Podéis ir en paz... La misa ha concluido»; esas pala-
esa realidad. Y entonces, después del «podéis ir en paz», bras no pueden ya señalar el abismo que divide dos mundos
ese mismo cotidiano de tono grisáceo, inserto en el tejido opuestos, sino el puente que los une.
real de la existencia, ese cotidiano que veíamos como opues-
*
to a la comunión, resulta que no es más que la continuación
de ella. En nuestra vida de cada día nos encontramos con el Se-
La realidad de cada día puede servir para identificar la ñor solamente a través de velos: los velos del pan y del vino,
comunión de gracia con Dios. o los del prójimo. Los ojos de la fe nos hacen penetrar más
Enfrentarse con la vida diaria es lo mismo que comul- allá de los velos para encontrar al Señor.
gar con Jesucristo. «Si la experiencia espiritual de la realidad cotidiana y
¡He aquí la victoria de la eucaristía sobre lo cotidiano! la celebración eucarística están tan ligadas entre sí, se sos-
¡Lo cotidiano se convierte en una continuación de la comu- tienen, se completan mutuamente y se interpretan a la luz
nión! que cada una da a la otra, entonces, y solamente entonces,
Pero no hay que hacerse ilusiones. Esta victoria no es cuando nos encontraremos con Jesucristo».
anula el rostro de lo cotidiano, un rostro ordinario, con sus' Y nuestra vida habrá descubierto su unidad más pro-
mediocridades, sus ruindades, su soledad. funda.
Los días de la semana siguen siendo días de trabajo, no
se convierten en domingos.
Pero podemos decirle al Señor: «Haz que mi vida coti-
diana sea lo que debe ser. Los pies me hacen daño, mis
nervios siguen a punto de estallar; este día, como todos
56 LO CONTRARIO DE UNA MONJA
los demás, me parece gris y aburrido. Todas las mañanas ES UNA MONJA TRISTE
hay que emprender las mismas tareas... ¡Señor! ¡Quédate
conmigo en este ambiente cotidiano! Ya sé que no tiene «Lo contrario de un pueblo es un pueblo triste». Para-
nada de glorioso tener que soportarlo y aceptarlo. Pero ésa fraseando aquella célebre frase de Bernanos, podríamos afir-
es tu voluntad. De esta manera, y no de otra, es como mi, mar: lo contrario de una monja es una monja triste.
vida cotidiana podrá ser la continuación pura y simple de Mi definición, lo sé perfectamente, no está muy de
la comunión». acuerdo con la teología, con la ascética, ni mucho menos
Si la realidad diaria es la continuación y la «madura- con el derecho canónico. No importa. Lo esencial es que
ción» de la comunión en la monotonía de nuestras jor- exprese una realidad concreta, indiscutible.
nadas, también es su preparación. Religiosa y tristeza son dos términos antitéticos, no pue-
Enfrentarnos victoriosamente con la vida ordinaria, ilu- den estar de acuerdo, se excluyen mutuamente. Admitien-
minándola con la luz de Cristo, quiere decir también pre- do, como es lógico, que se trate de una monja verdadera,

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completa, y no solamente de una religiosa del montón, (Jn 16,22). La despedida de Jesucristo, por tanto, es una
de una cuasi-religiosa, o de una religiosa a medias. despedida de alegría.
La tristeza mata a la religiosa. Mejor dicho: la tristeza
es la cara de la religiosa fallida. Si la alegría es el gigantesco secreto del cristiano, deberá
Escribe Chesterton: «La alegría, que fue una triste ca- ser con mayor razón el secreto, el derecho' y el deber de una
reta del pagano, es el gigantesco secreto del cristiano». religiosa, esto es, de una criatura que lo ha puesto todo en
Y este mismo escritor sostiene que el evangelio es el ma- Jesucristo.
nual de la alegría. Si alguno me preguntase los motivos que obligan a una
«La tristeza entró en el mundo con Satanás» (Berna- religiosa a poseer y a manifestar alegría, podría irle presen-
nos). Con Cristo hizo irrupción el gozo. El Nuevo Testa- tando una lista kilométrica: millares de razones.
mento se abre, precisamente, con un salto (casi me daban Pero si alguno me preguntase los motivos para justificar
ganas de decir: con una cabriola) de alegría por parte de la tristeza de una religiosa, no sabría encontrar ni uno si-
un niño en el seno de su madre, bien entrada en años: «Por- quiera. Mejor dicho, existe uno. Y es un motivo de tristeza
que apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de infinita. Se trata de una religiosa insatisfecha. Se ha equi-
gozo el niño en mi seno» (Le 1,44). vocado de camino. Y ya ha dejado de ser una religiosa, aun
cuando corporalmente siga en el convento. Y yo, fraternal-
Y el mensaje del ángel a los pastores: «No temáis, pues
mente, no podría hacer nada más con ella que ayudarle a
os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pue-
que encuentre de nuevo «su» camino. Si no, tendría que
blo» (Le 2,11).
enfrentarse con un sufrimiento inhumano.
El primer milagro de Jesús, según una lógica ruin y una
interpretación que restringe abusivamente el mensaje evan- No faltaría más... «Nos has hecho, Señor, para ti; y
gélico, sería un milagro «inútil». Sería el realizado por nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti»
Jesús para no estropear la felicidad de dos esposos el día (San Agustín). Pero una criatura que se consagra total-
de sus bodas. mente al Señor, que se convierte en algo suyo, en propie-
«Los tres años de la vida pública no son más que una dad exclusiva de Dios, ¿cómo no ha de tener el corazón
fiesta de alegría humana en torno a Jesús. El agua que se saltando de gozo? Si así no fuera, sería la señal de que el
convierte en vino, las redes que se llenan de peces, los le- Señor es incapaz de llenar el corazón humano... Y esto
prosos que se ven limpios, los ciegos que abren los ojos, los sería una blasfemia.
cojos que empiezan a saltar, los muertos que resucitan, ¿qué «Nos has hecho para ti»... Esto es, estamos «fabrica-
son sus milagros más que un beneficio contingente, una dos» de modo que solamente en Dios podemos encontrar
consagración de la alegría, de nuestro derecho a ser felices la felicidad. Pues bien, lo menos que se puede esperar de
en este mundo, por parte de Dios?» (Santucci) una persona que ha encontrado a Dios, disponiéndose a se-
Pero además resulta que incluso en la pasión aparece guirle, haciéndose esposa de Cristo, es que sea la criatura
la palabra alegría. Al despedirse de sus apóstoles, en la úl- más feliz del mundo.
tima cena, Jesús les dice: «... Volveré a veros y se alegrará Me da la impresión de que el Señor tiene que exigirle
vuestro corazón y nadie os podrá quitar vuestra alegría» por la mañana a una monja que va a emprender su tarea,

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en contacto con los niños, con los enfermos, con los ancia-
nos, con los jóvenes, etc., una promesa explícita: la pro- 51 ¿HA MUERTO ACASO NUESTRO
mesa de la alegría. Como si le dijese: no te atrevas a acer- DIOS?
carte al prójimo, si no estás en disposición de llevarle un
poco de alegría. No puedo aceptar como embajadora, como Cuando digo la misa en algunas comunidades religio-
representante, a una criatura triste. No le daré mis creden- sas, como me suele suceder de ordinario..., se me presen-
ciales a una monja de cara alargada. Podrás representar tan las tentaciones más extrañas. Hay sobre todo una que
cualquier cosa (el humor negro, el hígado fatigado, el dolor no deja de atormentarme.
de muelas), pero no podrás representarme a mí, que soy
— Me acercaré al altar de Dios.
el señor de la vida.
— A Dios que es nuestra alegría.
Nos preocupamos, y con razón, de la modestia de nues- Después de esta respuesta tan clara, me entran ganas
tro comportamiento. de interrumpirme, de volverme a mis piadosas oyentes,
Nos preocupamos, y con razón, de la limpieza en el y de decirles:
vestido. — A ver si me dais una prueba de eso que acabáis
Pero ¿nos preocupamos también de la alegría? de decir: «A Dios que es nuestra alegría». Vamos a ver.
Una mancha en el hábito, un agujero en las medias, un Mirémonos cara a cara. Tenéis que demostrarme que
poco de polvo en los zapatos... Son cosas que se arreglan no habéis mentido, que Dios alegra de veras vuestra ju-
fácilmente. ventud. Quiero ver las «señales» de vuestra juventud y de
Pero ¿y la alegría? La alegría no se improvisa. Ni se vuestra alegría.
puede fingir. Tiene que ser natural, espontánea, habitual, Lo malo es que las rúbricas tienen sus exigencias, y que
profunda, limpia, manifestándose en el rostro, en los ojos, no me queda más remedio que seguir adelante sin caer en
en toda la persona. esa pequeña tentación.
Algo que indique con claridad la belleza del encuentro Pero... Creo que hay por nuestros conventos algunas
y de la fidelidad con el Señor. caras de funeral funcionando libremente. Algunos cuellos
* torcidos, que nos hacen pensar, perdonad la irreverencia,
que Dios, la Virgen y todos los santos están colgando de
Recordemos el pensamiento del principio: la tristeza es una parte solamente. Algunas fachas. Algunas sonrisas...
la cara de una religiosa fallida. macabras. Algunas medio-sonrisas que más bien parecen
muecas...
Al ver las caras tétricas de algunas monjas, me dan
ganas de preguntarles:
— ¡Por favor, hermana! ¿Ha muerto acaso su Dios?
¿A dónde hemos desterrado nuestro gozo? ¿Por qué
tenemos miedo de manifestarlo? ¿No estamos convencidos
de que uno de los mayores testimonios que podemos ofre-
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cerle al mundo de hoy es precisamente un testimonio de Hace tiempo, un ateo declaraba ante un sacerdote ami-
alegría? go mío: «Tengo necesidad de veros siempre con caras esti-
Muchas veces hacemos el vacío a nuestro alrededor por- radas. Entonces me siento tranquilo y me convenzo una
que damos la impresión de no valer más que para echar un vez más de que Dios no existe. El único momento en que
jarro de agua fría sobre todo lo que suena a gozo. me entran dudas, en que empiezo a sospechar que en la
A un hombre importante le preguntaron un día, tras iglesia no siempre cuentan tonterías y que puede existir
de haberse salido del convento, por qué había colgado los Dios, es cuando os veo contentos...»
hábitos después de un breve período de tiempo. Una res- Quizás no habíamos pensado nunca en ello. Pero el tes-
puesta cáustica: «No fueron los ayunos, ni las vigilias, ni timonio de nuestra alegría puede ser para algunos «aleja-
las penitencias las que me asustaron; fueron las recreacio- dos» una prueba de la existencia de Dios, más convincente
nes de aquellos benditos padres...» que todos los razonamientos y que todas las demostra-
Esto nos puede ofrecer un excelente motivo para refle- ciones.
xionar. *
Voy a sugerirte hoy un propósito algo extraño. Vas a
Testigos de la alegría. —Estamos consagrados. Nos He- verlo. Si te das cuenta de que no eres un testimonio lumi-
mos apoyado únicamente en Cristo. Hemos puesto toda noso de alegría (y piensa que no se trata de que te pongas
nuestra vida en sus manos. a hacer su apología, sino de que tu vida y tu persona irra-
Pero si estamos tristes, estamos dando a entender con dien alegría por todos sus poros, vas a tomar una decisión
claridad que Dios no es capaz de calmar la sed del corazón sabia y coherente. Búscate alguna hermana que se encuen-
humano. tre en las mismas condiciones y que tenga la cara tan esti-
Esposas de Cristo. Pero con esas caras lúgubres cual- rada como tú, y funda con ella una nueva orden.
quiera podría pensar que vuestra familiaridad con él no El lema te lo voy a indicar yo: «Servid al Señor con
debe ser precisamente muy agradable... alegría». Pero en lugar de «Señor», convendrá que pongas
Más todavía. La vida religiosa es, como hemos obser- «diablo».
vado, un signo visible, una anticipación del reino. Pero sí
no manifestamos alegría, estamos presentando una imagen
falsa, una burda caricatura del reino de los cielos.
Cualquiera podría sentir la tentación de pensar: ¿Y ten- 58 TÜ ERES EL E N E M I G O D E
dré yo que pasar toda la eternidad en compañía de esos ade- TU ALEGRÍA
fesios? Sería una «felicidad eterna» poco apetecible...
¿Es ésa la atmósfera de la casa del Padre? Si es así, será Sufrimos a veces un error de perspectiva. Un error muy
mejor quedarnos fuera. burdo que se empeña en hacernos ver, en cada rincón de
O somos testigos de la alegría, o terminaremos ponien- nuestra vida, enemigos externos de nuestra alegría. Es una
do en ridículo la vida religiosa y el mismo reino de los equivocación.
cielos. Piensa un poco.

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Realmente, el único enemigo que puede arrebatarnos La humildad hace que coloquemos en él nuestra espe-
y quitarnos la alegría, está dentro de nosotros mismos. ranza, no en nosotros.
Somos nosotros. La humildad hace que no nos tomemos muy en serio a
Los enemigos externos son incapaces de ello. Palabra nosotros mismos, y que tomemos terriblemente en serio
de Cristo: «... Nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn a Dios.
16,22). ¿Entendido? Nadie... Pero nosotros, sí. Decía santa Teresa de Jesús: «¿Qué me importa lo que
Vamos a ver cómo puede a veces suceder esto. a mí se refiere? Para mí, Señor, sólo estás tú». ¡Ése es el
secreto de la verdadera alegría!
1. El egoísta, el soberbio, es un enemigo y un sepul-
turero de su propia alegría. El que «se coloca en el centro», 2. No tomarnos demasiado en serio a nosotros mis-
el que se sube al pedestal, el que tiene un elevado concepto mos. Y no tomar tampoco muy en serio lo que nosotros ha-
de sí mismo, se condena él solo a la infelicidad. Conflictos, cemos.
inquietudes, sospechas, maniobras, tejemanejes... Y la paz Cuando oímos hablar a algunas personas, nos queda-
se va. Y con la paz, se marcha también la alegría. mos con la impresión de que en aquel hospital, en aquella
No puede haber alegría verdadera cuando uno se toma escuela, en aquella oficina, si ellas faltasen, ocurriría una
demasiado en serio a sí mismo. catástrofe, vendría el caos. Sin su apostolado parece como
La base segura, sólida, «sana», de la alegría solamente si el infierno entero se llenara de una infinidad de clientes.
puede ofrecerla una profunda humildad. Por algo una de Deberíamos concluir de sus palabras que Dios mismo
las mayores explosiones de gozo de toda la historia, el cán- creó el mundo con su permiso, que lo mantiene en pie gra-
tico del Magníficat, brotó de la criatura más humilde. «He cias a su ayuda infatigable, y que lo salva gracias a su in-
aquí la esclava del Señor...» trépido apostolado.
La humildad procura alegría, porque restablece el orden, Son criaturas que padecen eso que a mí me gusta llamar
porque respeta las proporciones, porque coloca en su pues- «complejo de Padre eterno».
to la jerarquía de valores. Dios por encima y el primero de Ellas mismas se cierran el camino a una de las alegrías
todos. Y nosotros, al margen. más limpias y difíciles de conseguir: la «alegría de siervos
Él, el protagonista, el personaje principal, adonde hay inútiles».
que enfocar las luces. Y nosotros, tras los bastidores, para «Es verdad que tienes que obedecer y que tienes que
no meter la pata. Él, todo. Y nosotros, nada. trabajar con todas tus energías, en todos los momentos de
El niño se siente sereno, tranquilo, porque no pone tu vida, en la tarea que Dios te ha dado. También es verdad
su seguridad en sí mismo. Sino en su madre. En su padre. que eres un siervo inútil; que lo que Dios hace, podría ha-
Solamente conquistaremos la felicidad con la condición cerlo utilizando la ayuda de otros, o la de ninguno, de cual-
de que pongamos nuestra seguridad en alguien. La humil- quiera que no seas tú; tú eres un siervo inútil. Jesús vivió
dad tiene una función insustituible. Porque nos ayuda a sólo durante 33 años; estuvo callado 30 años; ¿y crees tú
desplazar el centro de atención y de interés lejos de nues- que tu vida, tu salud, tus palabras, pueden ser útiles a Dios?
tra propia vida. Eres un siervo inútil; trabaja con todas tus energías: es un

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18
deber de imitación, de obediencia, de amor; así es como se todo. Y ninguna criatura es más digna de lástima i|uc una
trabaja cuando se ama; es un trabajo inseparable del amor; religiosa para la que Dios es casi todo.
pero Dios no tiene necesidad de tu trabajo. Eres un siervo
inútil» (Ch. de Foucauld). 4. También la miopía representa un peligro paru nues-
Eso es. Hay que experimentar la alegría de los siervos tra alegría. Los que tienen la vista corta, los que no logran
inútiles. O lo que es lo mismo: hacer lo que se debe. Y ha- ver más allá de sus narices, los que son incapaces de exten-
cerlo de la mejor manera posible. Y sentirse «inútiles». der la vista por los horizontes infinitos, se convierten irre-
Y entonces la alegría está asegurada. mediablemente en pesimistas, desilusionados constantemen-
El que hable un lenguaje distinto del de los «siervos te por la realidad mezquina que los rodea.
inútiles», terminará hablando un lenguaje de insensatos. En una película famosa hay un diálogo muy significa-
«... Abre en vano su boca, multiplica a lo tonto las pala- tivo. La escena es en el muelle del puerto:
bras» (Job 35,16). — ¡Qué feo es el fondo del mar! Barro, cascos de bote-
Los que quieran un ejemplo práctico de lo que significa llas, desperdicios, gusanos... ¡Qué horror!
no tomarse demasiado en serio a sí mismo y no tomar de- — Pero el fondo del mar está más allá... ¡A lo lejos!
masiado en serio lo que hacen, pueden acordarse de un ejem-
plo reciente, el del papa Juan. Es el mejor comentario de 5. Una última observación. Puede suceder que alguna
lo que acabamos de decir. Y su sonrisa es la más extraordi- religiosa pierda la alegría, sin culpa suya. Tiene la impresión
naria garantía de la validez de nuestras afirmaciones. de que cumple con su deber. Se entrega sin reservas. Tra-
baja con todas sus fuerzas. Pero... la alegría se ha marchado.
3. Otro peligro para nuestra alegría. También está Pues bien. En ese caso, la pérdida de la alegría repre-
dentro de nosotros. También lo hemos construido con nues- senta un toque de alarma providencial. Nos avisa de que
tras manos. Es como una «bomba» que tenemos dentro. estamos exagerando. De que presumimos demasiado de
Se trata de un peligro que podríamos definir así: «el nuestras fuerzas. De que estamos a punto de derrumbarnos.
corazón con algún rincón libre». Me explicaré. Cuando nos Hace algún tiempo, una revista italiana («II regno», de
consagramos por entero al Señor, cuando nos ponemos por Bolonia), en uno de sus números dedicados a la tristeza y a
completo en sus manos, no nos es lícito reservarnos a nos- la alegría, concluía de este modo sus observaciones:
otros ni un solo rincón, por insignificante que sea. Él tiene «Creemos que el signo más allá del cual no debe pasar
que convertirse en amo indiscutible de todo, ocupándolo la generosidad imprudente, es la alegría. Uno tiene que se-
todo. Si luego le ponemos alguna limitación, si reservamos guir dándose mientras el don no le entristezca, mientras su
algún rincón de nuestro corazón para cualquier criatura, generosidad sea espontánea y dócil, mientras la paz siga
entonces ocurrirá una catástrofe en nuestra vida. Un sufri- siendo el tejido con que teje sus jornadas. La inquietud es
miento inhumano. Porque Dios es celoso. la señal de la exageración. De la inquietud nace la descon-
Vamos a recordar un concepto que ya en otras ocasio- fianza, el disgusto, el pecado, la muerte. No ir nunca más
nes hemos comentado: no existe en el mundo criatura más allá de la propia alegría. La primera y la última palabra del
feliz que una religiosa para la que Dios es verdaderamente cristianismo es, por consiguiente, la alegría».

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59 NUESTRA MERCANCÍA cluso, con la complicidad de su madre, contribuyó milagro-
samente a la alegría de aquella nueva familia.
El mundo se figura que tiene él el monopolio de la ale-
Para que podamos ser de veras testigos de la alegría, gría. Y tenemos que decirle que no, tenemos que arrancar
hemos de bajar a la palestra y aceptar el desafío del mundo de sus manos ese monopolio.
en el terreno concreto de la alegría. Eso es: la alegría aquí, En el mundo hay muchos que consideran el mensaje
ahora, en este mundo. No la felicidad eterna. de Cristo como el enemigo más terrible de su alegría en
El que se refugia inmediatamente en la otra vida, el esta tierra. Los mandamientos no serían más que la tum-
que sólo piensa en el paraíso, renuncia al desafío. Es como ba de los goces humanos. Cristo habría venido a echar
si dijese: renuncio a la alegría en esta tierra, pero tendré un jarro de agua a nuestra alegría. Y nosotros seríamos
una compensación en la felicidad del más allá. sus colaboradores, insoportablemente celosos, en esa tris-
No. La confrontación con el mundo tenemos que acep- te tarea.
tarla incluso en el terreno de boy. Volviendo a una comparación famosa, Jesús sería como
Nuestro reto es ése precisamente: yo poseo la alegría el arado que viene a deshacer la madriguera de los topos.
en esta tierra, me siento la criatura más feliz de este mon- Hay gente que concibe la vida como una madriguera de
do, en cuestión de gozo puedo medirme con cualquiera y, topos. Metidos dentro, atrincherados, ocupados en roer
además, tengo la esperanza fundada de que no me fallará ávidamente sus «alimentos terrenos», dispuestos a defen-
la cita con la felicidad eterna. derlos con las uñas si alguien osa acercar la mano, emplea-
¿Creéis que es demasiado? Me parece que no. Los que dos en chupar sus caramelos y empeñados en consumir,
hayan comprendido el cristianismo en todas sus dimensio- en medio de su magra soledad, su pedazo de alegría. Y que
nes, los que se esfuercen en realizar el ideal de la vida reli- no venga a molestarles Cristo con sus absurdas pretensio-
giosa con todas sus exigencias, no tienen más remedio que nes. Y que en las iglesias los curas sigan contando sus his-
razonar de este modo. torias sobre el más allá a ese puñado de viejas que ya no
¡Hay tanta gente en el mundo que nos considera como tienen dientes para masticar la alegría gorda de esta vida.
enemigos de la alegría! Quizás a veces les hemos dado mo- Pero que a ellos les dejen gozar. Tienen el derecho de que
tivos para ello; tenemos que reconocerlo, aunque sea en se les deje en paz...
voz baja. Nos acusan de haber teñido de negro la creación Pues bien. Nosotros tenemos que demostrar, concreta-
entera. Normalmente nos consideran aguafiestas. En la me- mente, que Cristo no tiene más que una obstinada preten-
jor de las hipótesis, nos aceptan en los momentos de dolor. sión: la pretensión de nuestra alegría. Aquí, en este mundo.
Pero en sus fiestas, nuestra presencia no parece oportuna, Que no es un aguafiestas. Que si viene con su arado a des-
parece como si desentonase, como si molestase a los demás. trozar nuestras madrigueras, es porque nos ama demasiado
También a nosotros nos pasa lo mismo; nos sentimos «en y no puede tolerar que nos contentemos con una alegría tan
nuestro lugar» cuando el dolor ha visitado a una familia; mezquina, con unos goces tan rastreros. Él, que ha fabri-
pero no sabemos qué hacer cuando se celebra algún festejo. cado nuestro corazón, sabe que algunas «cisternas rotas»
No debería ser así. Cristo se encontró a gusto en Cana; in- son totalmente insuficientes para su sed.

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El mundo promete la felicidad. Garantiza que puede Las riquezas como condición de felicidad. Y nosotros
transformar la vida en una fiesta continua y colosal. Y los replicaremos: la pobreza, como condición de perfecta ale-
hombres se precipitan a colgar sus zapatos para ver si algún gría.
mago terreno los llena de felicidad; por la mañana van a El prójimo, los demás, son los enemigos de mi alegría.
verlos; quizás encuentran el regalo del placer de los sen- «El infierno son los otros» (Sartre). Y nosotros demostra-
tidos; o un puñado de billetes de a mil; o un paquete de remos que solamente cuando nos olvidamos de nosotros
cocaína; o un certificado de ascenso. mismos y nos ponemos al servicio de los demás, es cuando
¿Y nosotros? No podemos limitarnos a despreciar podemos gustar la verdadera felicidad.
olímpicamente todos esos pobres regalos. Tenernos que La felicidad en el progreso, en el trabajo (callos en las
abrir nuestros paquetes y aceptar que «se compare nuestra manos), en poder pisar firme sobre la tierra. Y nosotros:
mercancía». No podemos limitarnos a decir que los pro- la felicidad completa consiste en tener callos no sólo en las
ductos de los demás no sirven para nada. Hemos de demos- manos, sino también en las rodillas. La felicidad consiste
trar que nuestros productos ofrecen mayor garantía de feli- en tener los ojos levantados hacia el cielo.
cidad. La felicidad en el vestido, en la elegancia. Y nosotros:
la felicidad en la elegancia interior.
El desafío con el mundo tiene que hacerse en el terre- En una palabra. Tenemos que decir claramente que no
no práctico. Un desafío en el terreno de las bienaventu- estamos en contra de la alegría. Estamos contra esas alegrías
ranzas. demasiado pequeñas, frágiles y delicadas. Estamos contra
La felicidad que proporciona tener una carrera, subir, los sustitutivos de la felicidad. «Tú no eres la felicidad, sino
hacerse camino, conquistar una posición, aunque sea a fuer- que estás en el sitio de la felicidad», le dice el protagonista
za de codazos, o aún peor. Y nosotros demostraremos que de una novela a una mujer.
también podemos ser felices bajando, que existe una alegría «Ya va siendo hora de que le arranquemos a Satanás
superior a ese «hacer carrera»: la alegría de que no nos im- la usurpada prerrogativa de haber inventado y monopoli-
porte la carrera. Que no cambiamos con nadie nuestro úl- zado el gozo y de habernos dejado a nosotros solamente los
timo lugar, que se está bien allí. mendrugos de la renuncia, las cenizas de la cuaresma» (San-
La felicidad sexual, «el sexo se nos ha subido a la ca- tucci).
beza», observa Mounier. Y nosotros, con nuestra vida, de- Y el mismo escritor: «La gracia ha vencido a la ley.
mostraremos que la felicidad está ligada al amor, no al sexo. Ya no se necesitan administradores de la ley, sino propa-
Y que por lo que se refiere a amar, podemos apostarnos con gandistas de la gracia. Y la «gracia» consiste en desear las
cualquiera... cosas que la ley nos presentaba como terribles. La gracia
La felicidad de poseer. Hay manos que parecen tena- consiste en experimentar mayor placer en no pecar que en
zas..., acostumbradas a un solo gesto: atrapar. Y nosotros pecar. Más placer, ¿entendéis? Es inútil que les predique-
demostraremos que las manos pueden emplearse de una mos a los hombres el dolor, porque el dolor es una leyenda
manera opuesta, que puede volvernos locos de felicidad. pasada. Ninguna amenaza detendrá al pecador. Porque sólo
Las manos abiertas, en gesto de donación. hay una cosa más fuerte que el pecado, más fuerte que el

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hambre y que el sexo, más fuerte que el hombre y que el CON NUESTRAS MANOS
ángel: la alegría. Así, pues, ¿qué es lo que tenemos que
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hacer? Deslumhrar a todos con nuestra felicidad...»
Ése tiene que ser nuestro desafío. «La gracia consiste en Uno de los hombres más grandes y discutidos de nues-
experimentar mayor placer en no pecar que en pecar.» tra época, el P. Teilhard de Chardin, dedica unas profun-
No podemos contentarnos con hablar de la fealdad del das reflexiones, que tienen además el timbre de la origina-
pecado. Entre otros motivos, porque siempre nos encon- lidad, al problema de la felicidad.
traremos con alguien a quien el pecado no le resulte tan Vamos a examinar algunas de sus consideraciones, de
feo. Incluso la Biblia, al hablarnos del primer pecado, nos una transparencia cristalina, sin dejarnos intimidar por la
dice: «Vio la mujer que el árbol era bueno para comer, ape- presencia de alguno de sus términos que no pertenecen a
tecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de nuestro lenguaje ordinario.
su fruto y comió». En sustancia, el célebre jesuíta francés elabora este ra-
No hay nadie que peque solamente por hacer daño, sino zonamiento tan sencillo. Para ser feliz hay que ser lo que
porque en el pecado descubre un bien, una belleza, aunque uno es. Y para ser plenamente lo que es, el hombre tiene
sea pequeña y limitada. que:
Tenemos que seguir otro método. No insistir tanto en — centrarse en sí mismo,
la fealdad del pecado, en la que muchos no creen..., y ma- — descentrarse en otro,
nifestar con nuestra vida la hermosura de la gracia. Demos- — supercentrarse en uno mayor que él.
trar con los hechos, con nuestra actitud, que es más agra- Examinemos cada uno de los puntos de esta construc-
dable obrar bien que cometer un pecado; que nos da más ción de nosotros mismos y, por tanto, de nuestra felicidad.
felicidad la fe en las bienaventuranzas de Jesús que en las
del mundo. Que resulta más apreciable darse a los demás 1. Centrarse. — En palabras comunes, se trata de un
que vivir para sí. Que hay valores más grandes y más dig- trabajo de formación personal. Se trata de una fase, hay
nos de nosotros que el dinero, los placeres, la ambición... que tenerlo bien presente, que dura toda la vida. Lo mismo
* que no se puede decir que un hombre está plenamente for-
mado a los veinte años y que puede por tanto desistir de
Que hablen ahora los que han sido redimidos por el todo esfuerzo de trabajo interior, tampoco la religiosa pue-
Señor. de considerarse «hecha» después del noviciado o después
Sí Hasta ahora hemos dejado que los demás hablasen de los primeros años de experiencia; se tiene que «hacer»
de la alegría. Han demostrado la futilidad de sus razones. continuamente, hasta el último instante de su vida. «Nunca
Y ahora que nos dejen hablar a nosotros. podemos ser cristianos, sólo podemos ir haciéndonos»
Se verá cómo los otros no han hecho más que balbu- (Kierkegaard).
cear, que no entienden de alegría. Por consiguiente, hay que luchar contra la tendencia
Y se darán cuenta de que, verdaderamente, «no hay al mínimo esfuerzo, contra la pereza, contra la tentación de
más que una sola tristeza: la de no ser santos». la vejez, del inmovilismo, de la «vida de rentas» espiritual.

280 281
Hay que reaccionar igualmente contra la tendencia a Una dimensión que el cristiano ha empujado hasta una am-
una agitación febril, puramente exterior. plitud insospechada. Un cristiano, y naturalmente una reli-
Nuestras raíces están plantadas profundamente en esa giosa, se realiza perfectamente a sí mismo, alcanza su ver-
realidad que nos rodea. dadera vocación y llega, por tanto, a la felicidad, solamente
Se trata, pues, para emplear una fórmula sugestiva, de cuando asume el destino de todos.
«encontrarnos a nosotros mismos». Y aquí «hay que reaccionar contra el egoísmo que se
«Para poder'ser plenamente nosotros mismos, tenemos empeña en encerrarnos dentro de nosotros mismos, o en po-
que trabajar toda la vida, organizándonos, consiguiendo ner a los demás bajo nuestro dominio. Hay una manera de
cada vez más orden y unidad en nuestras ideas, en nues- amar, estéril e inútil, por la que intentamos poseer, y no
tros sentimientos, en nuestra conducta. Ése es todo el pro- darnos».
grama, todo el interés, todo el esfuerzo, de la vida interior. A aquel grito de Sartre, «el infierno son los otros», he-
Cada uno de nosotros, en esta primera fase, tiene que asu- mos de oponer el otro grito del cura de Bernanos, «el in-
mir y repetir por su cuenta aquella fatiga general de la vida. fierno es no amar a nadie».
Ser es ante todo hacerse y encontrarse». «Es imposible que progresemos hasta el máximo de
En una palabra: aceptar la «dura tarea» de ser homBre, nosotros mismos, si no salimos de nosotros para unirnos a
de ser cristiano, de ser religiosa. los demás, desarrollando con esta unión un crecimiento de
conciencia, según la ley de la complejidad. De ahí la urgen-
2. Descentrarse. — Puede parecer paradójico, pero es cia, el sentido profundo del amor que bajo todas sus formas
la realidad: para hacerse, hay que saber despegar, en un de- nos mueve a que asociemos a nuestro centro individual los
terminado momento, nuestra mirada de nosotros mismos demás centros selectos y privilegiados; un amor, cuyas fun-
para dirigir nuestra atención a los demás. Para encontrarse ciones y cuya misión principal es la de completarnos».
hay que encontrar a los demás. Solamente encontrando a En ese «descentrarnos» adquiere todo su relieve la má-
los demás, podremos volver a encontrarnos a nosotros mis- xima del evangelio: «perderse». Me pierdo, cuando me ol-
mos. vido de mí mismo, cuando rompo el cerco de mi egoísmo,
Hay muchos que no quieren dar este segundo paso. cuando me abandono a los demás. Ya no me pertenezco.
Por eso hay tantos hombres fracasados, tantos cristianos Y en ese «perderme» es donde me encuentro de nuevo,
fracasados y, ¿por qué no decirlo?, tantas religiosas fraca- donde vuelvo a abrazarme con mi yo auténtico.
sadas.
Esa tentación de aislarnos de todos para fijarnos en nos- 3. Supercentrarse. — E s el tercer paso. Se trata de la
otros mismos, en un análisis introspectivo exasperante, ex- dimensión vertical, hacia arriba. Tras haber «profundizado»
clusivista y lleno de complacencia, representa una asechan- en nuestro ser (centrarme), tras haber ensanchado la base
za sutilísima contra nuestra propia personalidad. (descentrarme), tengo que ponerme en relación con alguien
Hay que salir de nuestro yo, fijarnos en los otros, dedi- que me supere infinitamente.
carnos a los otros, sentir nuestra responsabilidad por todos No basta con que nos desarrollemos, ni que nos demos
y por todo. Es la dimensión horizontal de nuestra vida. a otros que son iguales a nosotros. Tenemos que someter-

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nos a uno mayor que nosotros. Es la dimensión de la ado- "Somos dos hermanos vuestros", responde él: "No decís
ración, de la contemplación. verdad, sois dos bribones que andáis engañando al mundo
Por tanto: primero ser, después amar, y finalmente y robando la limosna de los pobres; marchaos de aquí" Y
adorar. no nos abre, y nos hace estar fuera a la nieve y a la lluvia,
Y así tendremos la felicidad de ser, la felicidad de amar, sufriendo el frío y el hambre hasta la noche. Si toda esta
la felicidad de adorar. crueldad, injurias y repulsas las sufrimos nosotros pacien-
* temente, sin alterarnos ni murmurar, y pensando humilde
Sigue teniendo plena actualidad la exhortación de san y caritativamente que aquel portero conoce realmente nues-
Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, tra indignidad y que Dios le hace hablar así contra nosotros,
estad alegres» (Fil 4,4). escribe, ¡oh hermano León!, que en esto está la perfecta
Pero esta alegría, hay que repetirlo, no se improvisa. alegría. Y si, perseverando nosotros en llamar, sale él afuera
Es una alegría que vamos construyendo fatigosamente con airado y nos echa de allí con injurias y a bofetadas, como
nuestras manos, construyéndonos a nosotros mismos: la a unos bribones importunos, diciendo: "¡Fuera de aquí,
«dura tarea» humana, la dura tarea de la religiosa. Y en esta ladronzuelos, vilísimos! Id al hospital, que aquí no se os
construcción, además de la dimensión de la profundidad, dará comida ni albergue", si nosotros sufrimos esto pa-
se necesitan otras dos dimensiones: una horizontal, hacia cientemente y con alegría y amor, escribe, ¡oh hermano
nuestros hermanos; y otra vertical, hacia Dios. León!, que en esto está la perfecta alegría. Y si nosotros,
Hay en todo esto una lógica rigurosa: si de veras me obligados por el hambre, el frío y la noche, volvemos a lla-
amo a mí mismo, tengo que amar a mi prójimo y tengo que mar y suplicamos, por amor de Dios y con grande llanto,
amar a Dios. Si así no fuera, no conseguiría más que hacer- que nos abran y metan dentro; y él, más irritado, dice:
me daño, disminuirme. "¡Cuidado si son importunos estos bribones! Yo los trata-
Quizás así comprenderemos que la infelicidad es la cara ré como merecen"; y sale afuera con un palo nudoso, y
del hombre fracasado, del cristiano fracasado, de la reli- asiéndonos por la capucha, nos echa por tierra, nos revuelca
giosa fracasada. entre la nieve y nos golpea con el palo; si nosotros llevamos
todas estas cosas con paciencia y alegría, pensando en las
penas de Cristo bendito, las cuales nosotros debemos su-
frir por su amor, escribe, ¡oh hermano León!, que en esto
está la perfecta alegría».
61 «BUENOS DÍAS, ALEGRÍA» No creo que haya habido nadie como san Francisco en
esta página estupenda de las Floréenlas, que haya sabido
«Figúrate que al llegar nosotros ahora a Santa María expresar mejor una de las más desconcertantes realidades
de los Ángeles, empapados de la lluvia, helados de frío, del cristianismo: el dolor amigo de la alegría, la cruz que
cubiertos de lodo y desfalleciendo de hambre, llamamos engendra el verdadero gozo, el sufrimiento sinónimo de la
a la puerta del convento, y viene el portero incomodado y felicidad. O sea, para hablar en términos franciscanos, la
pregunta: "¿Quiénes sois vosotros?" Y diciendo nosotros: alegría en los palos.

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Hemos dicho que en el tema de la alegría no nos es to del fracaso. La liberación brota del árbol de la cruz que
lícito tener ningún sentimiento de inferioridad, que no he- es el madero de los esclavos. Las tinieblas del viernes santo
mos de tener ninguna competencia. En esta materia, la provocan el estallido de luz del domingo de resurrección.
comparación con todas las demás «mercancías» se vuelve Los instrumentos del suplicio se convierten en un trono de
definitivamente a nuestro favor, y nuestra superioridad es gloria. El madero de la cruz da frutos de vida y de feli-
aplastante. Todos ven en el sufrimiento un obstáculo a la cidad.
alegría, un atentado contra la felicidad. Todos consideran El misterio pascual elimina todas las antinomias, une
el dolor como un enemigo de la dicha. Dolor y alegría pa- el calvario con el sepulcro vacío. El misterio pascual san-
recen dos realidades antitéticas. ciona ese increíble parentesco entre la muerte y la vida,
Pues bien, también Cristo ha realizado este milagro: entre el dolor y la alegría.
ha establecido una relación (estrechísima) de parentesco en-
tre el dolor y la felicidad. Ha resuelto de esta manera la Incluso los palos... Porque Cristo no ha suprimido el
antinomia que los demás creían insoluble. El sufrimiento el dolor. Ha hecho algo más milagroso todavía. Lo ha trans-
es la madre de la dicha. figurado. De ahora en adelante incluso los palos pueden ser
Incluso podríamos decir que a determinada altura el fuente de alegría. ¿Os creéis que se trata de un milagro
dolor y la alegría se juntan, se identifican. de poca monta?
Los palos no pueden quitarnos la alegría. Por el con- Me diréis. Son cosas muy bonitas y brillantes. Pero
trario, nos la dan en abundancia. sólo cuando se ven escritas en las páginas de los libros.
San Pablo declara abiertamente, y sus palabras tienen La realidad es muy distinta. La experiencia de la vida coti-
un tono de desafío contra todos los innumerables «propa- diana desmiente con una crueldad tremenda la fantasía de
gandistas de la felicidad»: «Estoy lleno de consuelo y so- ciertas teorías.
breabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor Pero no es así. El calvario tiene también su lógica, una
7,4). lógica que resiste todos los ataques de la realidad de cada
¿Habéis oído hablar alguna vez de san Romualdo? Era día.
un gran eremita, que murió en 1027 a la tierna edad de Vamos a verlo. Todo eso que para la mayoría de los
120 años. Ayunador empedernido, hombre salvaje, habi- hombres es motivo de tristeza, para nosotros solamente
tuado a tener la boca cerrada durante... años anteros, sus es causa de alegría. Vamos a limitarnos a unas cuantas
penitencias ponen la carne de gallina. pinceladas prácticas.
Pues bien, he aquí cómo nos describe san Pedro Da-
mián a este santo, cuya austeridad es proverbial: «Su ros- El fracaso. — Para muchos es motivo de profunda des-
tro estaba siempre tan sereno y tan lleno de alegría, que ilusión, de infinita tristeza.
alegraba a todos cuantos lo miraban». Para nosotros, no. Según la óptica del calvario, el fraca-
Es éste el punto céntrico del cristianismo, que está so y el éxito están trastornados por completo en su realidad
completamente situado en el eje del misterio pascual. más íntima. Lo que a una mirada superficial puede presen-
La vida nace de la muerte. La victoria de la derrota. El éxi- tarse como un fracaso colosal, para nosotros es el éxito más

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ruidoso. Los demás dirán que nos han derrotado, pero nos- «dejados al margen». Pero también en esto el cristianismo
otros sabemos que esa derrota es precisamente una victoria nos hace descubrir un motivo de alegría. «Dejados al mar-
indiscutible. gen» de todo y de todos, pero no del amor; nunca nos podrá
Nuestro éxito tiene sus raíces en el fracaso aparente. nadie separar del abrazo infinito de esos brazos clavados
Cuando parece como si todo se hubiese acabado (viernes en una cruz.
santo), entonces es cuando nace la esperanza. ¿Preteridos, olvidados, en el último lugar? Muy bien.
La «lista de preferencias» que Dios emplea, es exactamente
La soledad. — No nos asusta. Nos deja sitio para Dios. contraria de la del mundo. «Los últimos serán los prime-
Es un vacío, ciertamente; pero viene a llenarlo nada menos ros».
que el Infinito.
La miseria. — Algunos, especialmente entre los espí-
La vejez, la muerte. — Se trata de pensamientos que ritus más nobles, experimentan una náusea indecible, casi
estorban la alegría de mucha gente. Pero no a nosotros. un sentimiento de desesperación, al comprobar su propia
Porque sabemos que las cosas se van, pero que él viene. miseria, su propia nada.
Para nosotros, el sentimiento de nuestra miseria desem-
La escasez de medios. — No nos desanima. Por el con- boca, no en una tonta desesperación, sino en la más lumi-
trario, nos da un sentimiento de confianza indestructible. nosa certidumbre. Aunque me haya alejado mucho de él,
«Pero él me dijo: Mi gracia te basta, que mi fuerza se mues- aunque me haya degradado y gastado en necedades el patri-
tra perfecta en la flaqueza. Por tanto, con sumo gusto se- monio común, siempre estará abierto ante mis pasos el
guiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que camino del retorno, siempre habrá un padre esperándome
habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en con los brazos abiertos. El abismo de la miseria me hace
mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las encontrar al abismo de la misericordia.
persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, ¿Soy una nada? Pues ahí está el secreto de mi .gran-
cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor deza.
12,9-10). Y Charles de Foucauld: «La debilidad de los Dios, como ya es sabido desde los tiempos de la crea-
medios humanos es una causa de fuerza. Jesús es el dueño ción, siente una atracción irresistible hacia la nada...
de lo imposible». *

Las pruebas. — Son nuestras amigas. Las pruebas son Había un monje ruso que todas las mañanas saludaba
la prueba (no se trata de un juego de palabras) más evi- a cuantos encontraba con estas palabras: ¡Buenos días, mi
dente de que Cristo no se ha olvidado de nosotros, de que alegría!
nos concede el honor de asemejarnos a él. Eso mismo es lo que podemos y tenemos que hacer nos-
otros. Cualquier cosa, cualquier persona con quien nos
Los desengaños. — ¡Qué amargo desaliento provocan encontremos en nuestro camino, puede ser saludada con
ciertos desengaños! El vernos preteridos, puestos aparte, pleno derecho de este modo: ¡Buenos días, mi alegría!

288 289
«9
Incluso cuando a veces llueven los palos sobre nuestras menso. Definiciones, leyes, tiempos, estructuras. Todo ello
pobres espaldas, podremos decir: ¡Buenos días, mí alegría! anotado con millares de citas en lenguas vivas, en lenguas
muertas y en lenguas embalsamadas. No quedaba ya nada
por escrutar: fundamento, posibilidad, necesidad, disposi-
ciones, actitudes, preparación, fin de la oración...
62 SE APRENDE DE RODILLAS Llegué a clasificar hasta 26 leyes principales de la ora-
ción. Me fue posible catalogar nada menos que 37 dificul-
tades para rezar. La lista de los motivos que tenemos para
Al empezar a hablar de la oración, siento la necesidad orar llegaba a ocupar varías docenas de páginas.
de comunicaros una experiencia personal. Me parece que Sí, lo encontré todo. Todo menos la oración. O mejor
podrá serviros de algo. Y aunque seáis un tanto alérgicas a dicho, aquella oración que salía de los laboratorios, aunque
esta clase de confesiones, no creo que os haga mucho daño. fueran laboratorios teológicos, analizada científicamente,
Pero si pasáis por encima, tranquilamente, estas páginas no viviseccionada, puesta despiadadamente ante el microsco-
os perderéis nada importante. Ni creáis que me voy a pio (sus dobleces, sus movimientos, sus estructuras, sus
ofender por ello. Todo lo conrtario. » ímpetus), desinfectada, vacunada, esterilizada a conciencia
Bien. Hubo un período en mi vida en que tuve la arro- en la autoclave de la «sana doctrina». Pero esa oración me
gancia de querer adquirir una cultura completa sobre la inspiraba un respeto imponente, me daba miedo. Literal-
oración. Me empeñé en realizar investigaciones minuciosas. mente: «me dejaba helado».
Me obstiné en descubrir el secreto de la oración. No para ¿Será acaso tan complicada la oración? Es cuestión de
poder lucirme luego con mi erudición (me parece que en especialistas... Me resignaré a permanecer a respetuosa dis-
esta cuestión no tenía nada que ver el orgullo), sino, sen- tancia.
cillamente, por el deseo de aprender a rezar de verdad. Hice una última tentativa. Recogí unos veinte «Ma-
Y me dirigí a los libros. nuales de devoción» y unos cuantos libros de «oraciones
Hojeé primero a santo Tomás. En la Suma teológica en- prefabricadas». Me atreví incluso a desvalijar el venerado
contré con gran placer la cuestión 83 de la 2-2, que estu- y apolillado cajón de artículos religiosos de mi abuela.
diaba el tema que tanto me interesaba. Lo comprendí (casi) Me hundí en aquella lectura, con la última esperanza de
todo. Me quedé impresionado, abrumado, por así decirlo, comprender finalmente lo que era la oración. Repetía en mi
por la solidez de la doctrina, la fuerza de los argumentos, el interior: «Te doy gracias, Padre celestial, porque has teni-
rigor de las demostraciones. do escondidas estas cosas a los doctos y a los sabios y las
Pero, es inútil esconderlo, después de aquel estudio no has revelado a los pequeños». Quién sabe si lo que no en-
aprendí a rezar. Ni tampoco me entraron ganas de rezar contré en santo Tomás, podré descubrirlo en estas páginas
más y mejor. Me quedé tremendamente desilusionado. santificadas por el uso de manos encallecidas y de labios
Entonces me puse a devorar un montón de tratados so- semianalfabetos...
bre la oración. Escritos por especialistas, recopilados por Con estos buenos sentimientos, me sumergí en la lec-
maestros altamente cualificados. Encontré un material in- tura. Me quedé de piedra. Dulzuras, desmayos, deliquios,

290 291
expresiones acarameladas... Echarían para atrás a un ele- extraña. Seguramente haría arrugar el entrecejo a más de
fante; ¡cuánto más al que suscribe!... un especialista. Entre otras cosas, todavía a veces me abu-
Piadosas elevaciones que me sumergían a mil metros rro y me duermo, lo confieso con vergüenza. Si lo mismo
bajo la superficie terrestre. les pasó a los apóstoles que durante tres años estuvieron en
Fervorines capaces de transformar, en diez segundos, la escuela de un maestro insuperable, no es raro que tam-
un trozo de hierro candente en un pedazo de hielo. bién me pase a mí.
Coloquios que daban escalofríos con sus insulsas razo- Pero..., me parece que he comprendido, por fin, qué
nes y sus abstractas sinrazones. es la oración. Y cuando tengo dudas, empleo las rodillas.
Soliloquios que, pronunciados a media voz, hubieran Y cuando surgen dificultades, empleo las rodillas. Y cuan-
bastado para que, si alguien los oyera, hubiera ido corrien- do me da la impresión de que no rezo como debo, empleo
do a que me internaran urgentemente en el manicomio. las rodillas. Y cuando quiero descubrir algo nuevo sobre la
Resultado: un sentimiento de disgusto ante la oración. oración, empleo las rodillas.
Si santo Tomás me había dejado frío y los demás manuales Finalmente, lo he comprendido. Por eso ni siquiera voy
me habían presentado una oración tan complicada, estos a intentar explicarte qué es la oración.
últimos libros habían acabado haciéndomela completa- Te diré sencillamente: reza, y lo comprenderás.
mente indigesta. Para aprender a rezar, hay que rezar.
Afortunadamente, en estos momentos, me encontré con Reza y te convertirás en una gran especialista de la ora-
un sacerdote de mucho sentido común que me cogió del ción.
brazo y me dijo lo siguiente: Quizás no escribirás nunca ningún libro. Pero no im-
«¿Quieres acaso romperte la cabeza en esta investiga- porta. Habrás resuelto uno de los problemas fundamen-
ción? Si te empeñas, sigue adelante... Pero si quieres saber tales de tu vida religiosa. Habrás establecido la conexión
de veras qué es la oración, tira todos los libros por la ven- entre tu miseria y tu cielo.
tana. Hay cosas que no se pueden escribir. Hay realidades
que se resisten a ser aprisionadas por la pluma y por la tinta.
»¿Sabes lo que vas a hacer? Utiliza las rodillas en lugar
del cerebro. Junta las manos, en vez de emplearlas en hojear
grandes mamotretos... 63 UN LUGAR PARA EL CUERPO
»¿Me quieres hacer caso. Si pretendes saber qué es la EN LA ORACIÓN
oración, no tienes más remedio que ponerte a rezar en
serio. La oración no se puede explicar. Se reza, y ya está». Hasta ahora nadie ha logrado darnos una definición
Lo probé. Y los resultados fueron infinitamente supe- aceptable de lo que es la vida. Pero no importa. No conoce-
riores a los de la lectura de la cuestión 83, o a la de los mos la vida por ninguna definición, sino por la experiencia.
tratados especializados y manuales de devoción. Vivimos, y ya está.
No me interpretéis mal, por favor. Mi oración no es Lo mismo sucede con la oración. Sabemos qué es la
desde luego «ejemplar». A veces incluso resulta un poco oración por la experiencia. Porque rezamos.

292 293
Sin embargo, los libros nos presentan muchas defini- decirle cosas a Dios? Dios no se fija en las palabras. Dios
ciones. Todas ellas se muestran, naturalmente, incomple- se fija en el corazón.
tas a cualquier mirada crítica. La oración es una realidad San Ignacio, en sus Ejercicios, al hablar de la oración
tan inmensa que no se deja aprisionar por ninguna defi- mental, afirma que su finalidad consiste en «encontrar a
nición. Dios en la paz». También ésta es una expresión muy her-
No obstante, las definiciones pueden servirnos. Son mosa, a pesar de su concisión.
como reflectores que iluminan las diversas facetas de la ora- Rezar quiere decir encontrar a Dios en la paz. Pero
ción, poniendo de relieve algunos aspectos que a veces se andemos con cuidado: también significa encontrar a Dios
olvidan. en la oscuridad, en la sequedad, en el vacío más espantoso,
Los antiguos padres nos han dejado una definición estu- y no solamente en la paz. Lo esencial es encontrar a Dios.
penda: «La oración es una homilía de la inteligencia con El modo, las circunstancias, no tienen importancia alguna.
Dios». Y la palabra homilía la han traducido los autores por Santo Tomás tiene dos definiciones de la oración. Pero...
«conversación»; pero la palabra griega homilía significa no todo es harina de su costal. Él mismo lo reconoce. La pri-
algo más; se utiliza para señalar la familiaridad con una per- mera la ha sacado de san Juan Damasceno. La segunda la
sona, el hecho de su presencia ante nosotros. Y esta presen- ha pedido prestada a san Agustín.
cia se puede traducir en un intercambio de palabras, o en «Pedirle a Dios cosas convenientes». ¿Y cuáles son esas
una mirada mutua, o sencillamente en un silencio amoroso cosas convenientes? Sencillamente: todo lo que es digno
compartido por ambos. de Dios y de mí.
Y además ese acento que ponen especialmente en la Pero esta petición se refiere únicamente a la oración
inteligencia no me acaba de satisfacer. Si la plegaria es una de petición.
acción, como veremos, que guarda una estrecha relación La otra es: «elevación, ascensión (asunción, preferirían
con la vida, entonces en esa acción tiene que entrar por de- algunos) de la mente hacia Dios».
recho propio toda la persona. No puede tratarse únicamen- Aquí el acento se pone en la palabra «elevación». El que
te de algo que se refiera exclusivamente al entendimiento. reza, se levanta. El que reza, crece. El que reza, se hace
Si así fuera, tendríamos que decir que la oración más per- grande.
fecta es aquella en que hay más inteligencia... Y eso sería Y la vida del hombre transcurre entre estos dos movi-
una mentira. mientos opuestos: o hundirse o elevarse. No es posible que-
San Agustín dice: «tu oración es una conversación con darse allí, en la mitad, en equilibrio. Hay que escoger. O nos
Dios». Como veis, ya no se habla de inteligencia. Sino, sen- ponemos en manos de alguna cosa que nos rebaja, que nos
cillamente, de una conversación con Dios. disminuye, que nos hace menos hombres, menos religiosas.
Y esta definición me parece más aceptable, con la con- O nos dirigimos a alguien, a algo que nos levante a un nivel
dición de que se tenga presente que una conversación puede claramente superior.
también mantenerse sin palabras. En algunos momentos el Louis Veuillot, a un noble que se gloriaba de descender
silencio puede ser más elocuente que los discursos. ¿Quién' de los cruzados, le replicó:
ha dicho jamás que la oración consiste esencialmente en — Pues yo... asciendo de un posadero.

294 29.5
Eso es. Lo importante es ver en qué dirección se va, la oración. Entrevistaron a numerosas personas, muy dife-
hacia dónele se encamina uno. rentes en cultura y en práctica religiosa. Un viejecito, a
Por eso se ha dicho con razón que el hombre vale lo que quien le interrogaron mientras estaba sentado en un banco
adora. Vale lo que el.Dios a quien reza. del parque, respondió:
Pero volvamos a la oración, elevación de la mente hacia — ¿Rezar?... Para mí quiere decir tener un rato de
Dios. Nos seguimos encontrando todavía con la dichosa charla con Dios.
palabra... «mente». Algunos se han apresurado a inter- Nadie le hizo notar que su definición era casi igual que
pretarla como «espíritu». Pero no acaba todavía de gus- la de san Agustín, una conversación con Dios.
tarme. Y esto puede servir para confirmar el hecho de que,
Cuando rezamos, no me cansaré de decirlo, tenemos en materia de oración, todos podemos ser unos genios.
que interesar a toda la persona. Por tanto, también al cuer-
*
po. ¿Por qué ha de estar el cuerpo excluido de esa «eleva-
ción hacia Dios»? Ciertas separaciones arbitrarias entre el Te he presentado algunas definiciones. Quizá no te sa-
alma y el cuerpo han creado, en el transcurso de los siglos, tisfaga ninguna. Tampoco a mí me satisfacen por completo.
demasiados equívocos y han favorecido el nacimiento de Pero esto no tiene importancia.
muchos esplritualismos falsos y el crecimiento de una vege- De todo lo que he dicho podemos sacar estas conclu-
tación mística un tanto sospechosa. No se trata ahora de siones esenciales: en la oración intervienen dos interlocu-
que nos metamos por ese camino (dejémosle a Platón su tores. Dos presencias. Tú, con tu espíritu y con tu cuerpo,
idea del «cuerpo como tumba del alma»; nosotros tenemos con tu mente y con tu corazón, y Dios.
una consideración completamente distinta de la grandeza ¿La distancia es infinita? Desde luego. Pero la oración
del cuerpo). realiza ese milagro de anular las distancias. Cuando rezo,
Por tanto, cuando rezamos, también tiene que rezar llego hasta Dios. Incluso en el silencio. Incluso con el cuer-
nuestro cuerpo. Algunos días, cuando siento los huesos mo- po rendido por la fatiga.
lidos por el cansancio, los ojos cayéndose de sueño, ¿cómo Cuando rezo, me levanto, me hago grande.
podré impedir que rece también mi cuerpo con su cansan- El viejecito del parque, que tenía su rato de charla con
cio y su sueño? Dios, está a la misma altura que santo Tomás.
Vamos a saltar desde santo Tomás a nuestros tiempos.
A un hombre bastante entendido en materia de oración.
Charles de Foucauld ha dado esta definición: «Rezar quiere
decir pensar en Dios amándolo». Por eso la oración más
perfecta es aquella en la que hay más amor. Creo que ya
no hay nada más que añadir.
Me gustaría concluir esta serie de definiciones, con una
cita aparentemente poco «ortodoxa». Hace algún tiempo,
una revista italiana realizó una encuesta sobre el tema de

296 297
drán que quedarse sin emplear todas mis riquezas, dentro
64 DEJA EN PAZ LAS ASNAS de la caja de caudales del cielo?
Somos un poco como Saúl, que va a fastidiar a un pro-
Saúl era «un joven aventajado y apuesto; nadie entre feta del calibre de Samuel por unas asnas perdidas.
los israelitas le superaba en gallardía; de los hombros arri- Y entonces Dios nos toma aparte para decirnos: «Deja
ba aventajaba a todos» (1 Sam 9,2). en paz a las asnas... Tengo que hacerte una propuesta».
Un día se perdieron las asnas de su padre. Son cosas Es el punto decisivo de la oración. Podemos portarnos
que le pueden pasar a cualquiera. Y Saúl se marchó a bus- de dos maneras:
carlas. ¡Era un buen capital que podía esfumarse! Fue de •— Insistir en nuestras peticiones. Empeñarnos en que
acá para allá, pasó las montañas, atravesó regiones enteras. el Señor se ocupe de la lista que le presentamos, sin dejar
Pero de las asnas no aparecía traza alguna. una sola coma. Queremos encontrar nuestras asnas. Y a ve-
Cuando, ya sin esperanzas, se disponía a regresar, le ces Dios, cuando nos obstinamos en ello, nos concede esas
sugirieron que fuera a una ciudad donde había un hombre cosas. Para que experimentemos nuestra limitación, para
de Dios. El «vidente», a quien todo el pueblo tenía en gran hacernos tocar con la mano la angustia y la mezquindad de
consideración, podría indicarle con certeza el camino para nuestros deseos. Y que sigamos sintiéndonos insatisfechos,
encontrar a esas malditas asnas. descontentos, a pesar de las asnas.
Samuel acogió con benevolencia a aquel joven gallardo. —Dejar que el Señor nos coja por su cuenta y escuchar
Y le dirigió en seguida estas palabras: «... No te preocupes sus propuestas, abandonando las nuestras.
por las asnas que perdiste» (1 Sam 9,20). El profeta tenía Esto es: empezamos por pedir algo concreto y limitado,
algo más importante que comunicarle a Saúl. ¡Tenía que y Dios hace que comprendamos que nos va a dar mucho
consagrarlo rey! más. Que quiere concedernos algo en un plano infinita-
mente superior. Que quiere hacernos partícipes de sus se-
Para comprender el dinamismo de la oración, para dar- cretos.
nos cuenta de que la oración es una aventura abierta a todas Partimos con nuestros proyectos tímidos, pequeños, y
las soluciones y a todas las sorpresas, quizás sea conveniente Dios nos hace comprender que tiene un proyecto de una
que partamos precisamente de aquí. De las asnas de Saúl. amplitud inmensa sobre nosotros. «¡Deja en paz las as-
¡Cuántas veces nos ha pasado lo mismo! Ños ponemos nas!... ¡ Quiero hacerte rey!»
en contacto con Dios. Le presentamos una buena lista de
peticiones. Una serie de gracias que deseamos conseguir. La oración, en sustancia, es una aventura. El punto de
Y empezamos a contárselas, una por una. partida es nuestro ángulo visual. Su horizonte, si por ven-
Si pudiésemos mirar a Dios de reojo, descubriríamos en tura tenemos alientos para llegar hasta el fondo de tamaña
su cara una sombra de estupor, de desengaño, de tristeza aventura, está representado por el «punto de vista de Dios».
(perdonadme este lenguaje que indignaría a los teólogos). Ya no se trata de nuestros proyectos, sino de su proyecto.
Como si dijese: ¿con que eso es todo? ¿Te contentas con No de nuestros puntos de vista, sino de su punto de vista.
tan poca cosa? ¿Te diriges a mí para esas ridiculeces? ¿Ten- Y desde el punto de vista de Dios las cosas adquieren un

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relieve muy distinto. La escala de valores se ve sujeta a un La samaritana va al pozo en busca de agua. Y vuelve a
terrible terremoto. su casa con la noticia de la llegada del mesías.
Kierkegaard ha sintetizado acertadamente el dinamis- Zaqueo no quiere más que ver a Jesús. Y Jesús decide
mo de esta aventura: «La verdadera oración es una lucha ir a hospedarse en su casa.
con Dios en la que se triunfa con el triunfo de Dios». El paralítico pretende la curación. Y vuelve con la ca-
¡Cuántas veces nos sentimos alarmados o desilusiona- milla a la espalda... y el alma limpia.
dos ante ciertos retrasos de Dios! Nos gustaría imponerle El hijo pródigo no quiere más que volver a casa de su
nuestro horario, nuestras prisas. Pero Dios llega cuando padre para ser admitido como el último de los siervos. Pero
quiere. Y esos retrasos no son más que un rasgo caracterís- el padre lo admite como a un hijo predilecto. Y manda
tico de su pedagogía. celebrar una gran fiesta...
Los retrasos de Dios tienen la finalidad de hacernos ¡Nosotros acudimos a Dios con unas tímidas listas de
precisar mejor nuestros deseos, de modificarlos, perfeccio- gracias! Y Dios quiere que pongamos nuestra atención en
narlos, rectificarlos, y comprender quizás su necedad. «No algo superior. Dios va siempre más allá. Sólo pide que le
sabéis lo que pedís» (Me 10,37). dejemos hacer.
Dios no anula nuestros deseos. Sencillamente, los trans- Son los imprevistos de esa maravillosa aventura que se
forma. Los mejora. Decía Bernanos: «Es curioso cómo cam- llama oración.
bian mis ideas, cuando me pongo a rezar». ¡Vamos en busca de nuestras asnas! ¡Y volveremos a
Esas impaciencias nuestras por el retraso de Dios... casa siendo reyes!
Nos advierte san Pedro: «Una cosa no podéis ignorar,
queridos: que ante eí Señor un día es como mií años, y mil
años como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimien-
to de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa 65 REZAR CON NUESTROS
de paciencia con vosotros...» (2 Pe 3,8-9). Lo que nos-
otros juzgamos como un retraso, no es realmente más que
HARAPOS
la paciencia de Dios. Tenemos la cabeza dura, nos cuesta
comprender el «plan» divino. Afortunadamente, Dios tiene Uno de los problemas fundamentales de nuestra ora-
paciencia... Leamos el capítulo 18 del Génesis, y todas las ción está en que sepamos encontrar la postura exacta. No
páginas de la historia de Abrahán, y encontraremos una ex- me refiero, como es lógico, a la postura del cuerpo. Ésta
plicación a esos retrasos de Dios. no presenta ninguna dificultad. Pero hay una postura del
espíritu, una actitud interior, que exige toda nuestra aten-
*
ción, si queremos que la oración no falle en su punto de
Lo seguro es esto: que Dios nos escucha. Siempre. «Ya partida. Que no falle por una actitud poco correcta, por
sabía yo que tú siempre me escuchas» (Jn 11,42). Pero me una falta de cortesía delante de Dios.
escucha por encima de mis deseos. Dios va siempre más Puede haber una postura externa irreprensible. Una
allá, va decididamente por encima de lo que le pedimos. estatua plásticamente perfecta. Incluso con las manos sepa-

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radas del banco. Toda la persona parece que está a punto Al presentarse delante del Señor, el fariseo cree conve-
de elevarse hacia unas esferas místicas. Pero, juntamente niente mostrarle sus credenciales, todos sus títulos. Se colo-
con esto, puede haber una postura interna totalmente equi- ca sobre el pedestal de sus propias «buenas obras» para
vocada. Una postura que le impedirá a la oración elevarse que Dios pueda verlo más fácilmente.
un palmo de tierra, y mucho más penetrar las altas esfe- Como si dijese: tiene Ud. algunas pequeñas obligacio-
ras... nes conmigo. Yo he hecho algo por Ud.; ahora le toca a
Ud.; veremos qué tal se porta. Además, al caer sobre mí,
Parecerá extraño, pero es así: tratándose de la oración,
puede Ud. estar seguro de que sus gracias estarán bien
lo que nos debe preocupar no es tanto la pesadez del cuer-
aprovechadas; en cambio, si se tratase de ése...
po, como la pesadez del espíritu.
Pudiera ser que hubiera también algún fariseo escon-
Desde luego. No resulta fácil adivinar la postura exacta
dido en la capilla de un convento. Podría repetirse tam-
delante de Dios. Lo ideal sería que pudiésemos saber lo
bién allí su postura, aunque de una manera más elegante.
que piensa él, que es el más interesado. Conocer su punto
«Ya ves, Señor, lo mucho que he hecho por ti, por
de vista. Descubrir sus preferencias por lo que a posturas
tu gloria. Sabes muy bien que me esfuerzo en guardar
se refiere.
al pie de la letra las constituciones; soy intransigente
La verdad es que, pensándolo bien, podemos obtener
en ello y no voy buscando escapatorias. Hace años que
en el evangelio algunas «indiscreciones» sobre un tema tan
obro de esta manera, porque estoy convencida de que cuan-
importante; y quizás algo más que unas meras «indiscre-
do una se compromete... Sabes que voy recorriendo mi
ciones». Hay una parábola que viene al caso. Podemos
camino un poco sola, porque los ejemplos que hay ante
leerla en san Lucas (18,9-14).
mis ojos no son muy edificantes...; ¡bueno!, ¡dejémoslo
Dos hombres están orando en el templo. Dios los ob-
estar! No todas comprenden las exigencias profundas de
serva. Al final, las simpatías del Señor se vuelcan decidida-
la vida religiosa. Y por lo que atañe a la modestia... Yo afor-
mente sobre uno de ellos. Es el que ha sabido guardar la
tunadamente, gracias a ti, y con un poco de buena voluntad
postura debida.
por mi parte... ¡Mira! Ayer estuve a punto de chocar con
la reverenda madre; pero me detuve a tiempo. Por otro
Credenciales que no sirven. — «El fariseo, de píe, ora- lado, se ve que tiene que ser ésa mi cruz. No comprendo
ba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Te doy gracias por qué. Es que no me entiende; nunca me ha entendido...
porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, Pero lo esencial es que tú te des cuenta de todo...»
adúlteros, ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces
por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias». ¿Qué piensa el Señor de esto? Su pensamiento es claro.
Basta con que leáis la conclusión de la parábola: «Yo os
Se trata, pues, de un hombre que se pone a rezar. Y el
digo...»
preámbulo de su oración es una invitación a Dios para que
No hay duda alguna. Para él se trata de una postura
lo mire... ¡y lo admire! Hace pasar por delante de sus ojos
equivocada. El fariseo está lleno de sí mismo y de sus «bue-
toda su mercancía, todos sus méritos. No sabe uno lo que
nas obras». No queda en él ningún rincón en donde quepa
puede pasar, y por si acaso siempre será conveniente re-
la gracia de Dios.
frescarle a Dios la memoria.

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Esas credenciales de su propia vida irreprochable que veces, si quiere, tiene necesidad de hablar. Quizás también
se ctee en el deber de presentar, no tienen valor alguno a nosotros nos hemos encontrado alguna vez con esos men-
los ojos de Dios. digos. Se han puesto delante de nosotros. No nos han dicho
El fariseo, aunque rece, no goza de las simpatías de una sola palabra. Pero no había más que mirarlos: aquellos
Dids, está en una postura equivocada. harapos, aquellos miembros mutilados, aquellos ojos car-
¡Cuidado con ciertas oraciones que no son más que una gados de una tristeza infinita, nos estaban gritando toda su
burda tentativa para refrescar la memoria de Dios! ¡Cui- miseria, aunque tuvieran la boca cerrada.
dado con ciertas oraciones que no son más que una invita- Lo mismo tiene que suceder con nuestra oración. Delan-
ción al Señor para que nos mire y nos admire! ¡Cuidado te de Dios, no somos más que mendigos. Hacer que hable
con ciertas oraciones que huelen demasiado a trapichondeo nuestra miseria. Hacer que recen nuestros harapos. Sola-
con Dios: me tienes que dar, porque yo te he dado!... mente entonces será cuando Dios tendrá simpatía con nos-
Podrían ser ésas precisamente las oraciones de nuestra otros y nos repartirá a manos llenas sus riquezas para colmar
condenación. (¡como únicamente es él capaz!) el abismo de nuestro vacío.
Hacer que recen nuestros harapos. Puede sernos muy
La postura exacta.—El otro, el publicano, el «exco- fácil, pero también muy difícil, según el concepto que ten-
mulgado», el pecador, supo encontrar en seguida la postura gamos de nosotros mismos.
exterior, y, lo que es más importante, una postura interior. Sólo cuando estemos sinceramente convencidos de que
«...Manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los no tenemos nada presentable, será cuando podremos presen-
ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh tarnos delante de Dios.
Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» Por tanto, no nos preocupemos de encontrar las fór-
Es la postura correcta. Es la actitud propia de la ora- mulas exactas. Basta con que le hablemos a Dios con nuestra
ción. La actitud de pecador, de mendigo, de uno que ni miseria.
siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo. * * *
Toda la simpatía del Señor está a favor del publicano. «No soy más que una pobre mujer». Así se presentó la
«¡Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no!» madre de Samuel. Y leed cómo la enriqueció Dios (1 Sam 1).
Muchas veces decimos: ¡Se necesita tanta humildad en ¿Estás convencida de que la única postura exacta en
la oración! Pero ¿estamos convencidos prácticamente de la oración es la del publicano? ¿De que el único título válido
ello? ¿Sabemos qué es lo que supone esa humildad? para ser escuchado es tu miseria? ¿De que tenemos que
Delante del Señor tenemos que aprender alguna vez dejar sitio en nosotros para que las gracias de Dios encuen-
cuál es la actitud del pobre, del que no tiene nada. Para él, tren dónde posarse?
las únicas credenciales válidas, los únicos títulos merito- ¿Estás convencida de que no resolverás el problema de
rios, son nuestra miseria, nuestro vacío, el reconocimiento la oración más que cuando hayas aprendido a hacer rezar
de nuestra condición de pecadores. a tus harapos?
Se trata de que nos pongamos delante de Dios en la
única postura justa: la del mendigo. El mendigo, muchas

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66 ¿CAPACES DE «ROMPERLE LA Basta con que no os rindáis, con que seáis cabezones e in-
CABEZA» A DIOS? discretos. Dios, de una manera o de otra, acabará siempre
cediendo ante vuestra insistencia.
Y, si resiste, no cejéis. Siempre podréis cercarlo con
«Les decía una parábola para inculcarles que era preciso vuestra obstinación, asecharlo con el aburrimiento. Tenéis
orar siempre sin desfallecer» (Le 18,1). que «aburrir» a Dios, fastidiarle con vuestras peticiones,
Jesús, como es natural, conocía al dedillo los puntos hasta que consigáis que os escuche.
débiles de nuestra oración. Sabía que continuamente nos
Es curioso cómo sabemos importunar tan bien a los
está acechando la tentación del desánimo y del cansan-
demás, cansar a nuestros prójimos, y no nos atrevemos a
cio. Y quiso precavernos contra ellos. De las tres parábolas
importunar y a cansar a Dios. Tras unas tímidas tentati-
dedicadas expresamente a la oración, hay dos que insisten
vas, al no obtener la respuesta deseada, nos desanimamos
particularmente en este punto: ¡tenemos que ser testarudos
y dejamos nuestro empeño. Es increíble: ¡incapaces de
con Dios! No hay que tener miedo de ser importunos o
«aburrir» a Dios nosotros que, cuando nos empeñamos,
indiscretos. Tenemos que saber agarrarnos al aldabón para
aburrimos tan fácilmente a los demás!
llamar hasta que la puerta se abra.
Es también muy significativa la parábola del juez ini-
Inmediatamente después de haberles enseñado a los cuo ante la viuda que le ruega con insistencia:
apóstoles el Padre nuestro, el Señor les contó la parábola «.. .Durante mucho tiempo no quiso hacer justicia, pero
del amigo importuno (Le 11,1-3), como si quisiese unir después se dijo a sí mismo: Aunque no temo a Dios ni
estrechamente la oración con una de sus cualidades esen- respeto a los hombres, como esta viuda me causa moles-
ciales: la insistencia. Casi me entran ganas de decir: la ma- tias, le voy a hacer justicia para que no venga continua-
chaconería. mente a importunarme. Dijo, pues, el Señor: Oíd lo que
Es de noche. Alguien llama a la puerta. Se oye una vo2: dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus ele-
«Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje gidos, que están clamando a él día y noche, y les va a
un amigo mío y no tengo qué ofrecerle». Pero aquél no tiene hacer esperar? Os digo que les hará justicia pronto» (Le
ni pizca de ganas de levantarse de la cama. Por otra parte, 18,4-8).
tiene todas las razones de su lado para justificar su acti-
También aquí la lección es clara. Hay que aprender a
tud egoísta. ¡Qué diablos! ¡No es ésa la hora más opor-
ser «molestos» con el Señor, a «atormentarlo» hasta lograr
tuna! («la medianoche»). Los chavales están durmiendo.
vencer su resistencia y obligarle a que nos conceda lo que
La puerta está apalancada.
le pedimos.
Pero el otro no se da por vencido. Se empeña en su Las enseñanzas de la parábola del juez inicuo podrían
petición importuna. Conclusión: «Os aseguro que si no sintetizarse en esta expresión un tanto atrevida, pero que
se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará nos autoriza el mismo Jesús: hay que aprender a «rom-
por su importunidad, y le dará cuanto necesita». perle la cabeza» a Dios con la insistencia de nuestras ora-
Es como si el Señor les guiñase el ojo a sus apóstoles y ciones. El Señor sólo se cansará por nuestra importunidad,
les dijese: ¿Habéis entendido? ¡Ahí está todo el secreto! por nuestra cabezonería.
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Las posiciones se cambian. ¡Nosotros nos cansamos 67 JESÜS, NUESTRO CÓMPLICE
tan fácilmente!... ¡Cuidado con las equivocaciones! La ora-
ción alcanza su objetivo, no cuando nos cansamos nosotros,
sino cuando hemos conseguido que se canse Dios, Jesús (y no quisiera que la expresión pareciese irreve-
«Yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; rente) nos ha enseñado todos los trucos de la oración.
llamad, y se os abrirá» (Le 11,9-10). ¿Creemos en las pala- Se ha hecho nuestro cómplice en la oración. De ahora en
bras de Cristo? adelante, si tenemos la suficiente picardía, podemos con-
* * * tar con esa «complicidad divina».
A veces oigo que alguna monja me dice lamentándose: En su mismo discurso de despedida, en la última cena,
«¡He rezado tanto! Incluso he hecho una novena... Pero Cristo nos reveló el truco supremo: «...Todo lo que pi-
nada. Dios no me ha escuchado. Y ya lo he dejado; he per- dáis en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14,13).
dido todas las esperanzas». Y poco después vuelve a remachar sobre el mismo
¡Qué ingenuidad! Una novena. Pretender que basta clavo: «Yo os aseguro: lo que pidáis al Padre en mi nom-
con una novena para «cansarle» a Dios y arrancarle alguna bre, os lo dará. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi
gracia... ¡Se necesita mucho más! nombre. Pedid y recibiréis... (Jn 16,23-24).
Te voy a referir un hecho que me parece más elocuente Se trata, por consiguiente, de que recemos en su nom-
que todas las demostraciones. bre. Y podemos tener la certidumbre de que nuestra ora-
En una aldea de Bérgamo, en Sotto il Monte, llegó a ción llegará a su destino y de que obtendremos cuanto
haber durante los siglos pasados hasta cinco monasterios pidamos.
(de hombres y de mujeres). Es imposible hacer un cálculo, Porque Dios no le puede decir que no a su propio
aunque sólo sea aproximado, de todas las oraciones que se Hijo. La seguridad nos la da aquella confidencia que se
levantaron hasta Dios. «De día y de noche». Y al final, dejó escapar el mismo Jesús, cuando se puso a rezar en
después de varios siglos (¡algo más de nueve días!) aquellos voz alta en la resurrección de Lázaro: «Padre, te doy gra-
«especialistas de la oración» lograron forzar la mano de cias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre
Dios. me escuchas» (Jn 11,41-42).
Efectivamente, no hay nada que me impida pensar Ahí es donde está fundamentada nuestra certidumbre,
que aquellas plegarias de los cinco monasterios fueron las cuando rezamos en el nombre de Jesús: «...Tú siempre
que consiguieron que naciera allí «un hombre llamado me escuchas». El Padre no le puede negar nada al Hijo.
Juan»... Y ésa es también la certeza que tenían los apóstoles.
Pedro y Juan no tuvieron ningún reparo en emplear, muy
poco después, el truco que les había enseñado el maestro:
«...Míranos... No tengo plata ni oro; pero lo que tengo,
te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, ponte a andar»
(Hechos 3,4-6). ¡Y sabemos cuál fue el resultado! ¡El truco
funcionaba perfectamente!

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También nosotros en la oración nos sentimos tremen- manera, no estaremos nunca solos ante Dios. Estaremos
damente pobres (ni plata ni oro, ni bondad ni generosi- los dos.
dad). Por eso no nos atrevemos siquiera a abrir la boca, ¿Nos avergüenza la pobreza de nuestras palabras?
seguros de que nuestra oración no sirve para nada. Pero, ¿Nos damos cuenta de que nuestras oraciones no son más
aunque pobres, tenemos un último recurso: «En el nombre que balbuceos, de que nuestras peticiones son tan frági-
de Jesús...» Y nuestra oración puede emprender su vuelo. les? Jesús se convierte en nuestro abogado, sostiene nues-
San Pablo es el que mejor ha sabido captar y expresar tra causa, apoya nuestras súplicas, intercede por nosotros.
esta maravillosa realidad. Me voy a limitar a presentar un Más aún, hace algo todavía más extraordinario: hace su-
ramillete de sus testimonios más luminosos, dejándoos a yas nuestras palabras, nuestras peticiones.
vosotras la tarea de profundizar en ellos y de desarrollar ¿Nos damos cuenta de que nuestra cara está poco pre-
toda su riqueza: sentable? Pues bien, Cristo nos presta, por así decirlo, su
«¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien rostro. Y sabemos que «el único rostro al que Dios no
justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que resiste, es el de su Hijo» (B. Bro).
murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de. No se trata, por tanto, de que pongamos sencillamen-
Dios, y que intercede por nosotros?» (Rom 8,33-34). te el nombre de Jesús como coletilla de nuestra oración.
«...De ahí que pueda también salvar perfectamente Hay que hacer algo más. Tenemos que transformarnos
a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo en Cristo, revestirnos de Cristo. «Todos los bautizados en
para interceder a su favor» (Heb 7,25). Cristo, os habéis revestido de Cristo» (Gal 3,27).
«Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo Hay que poseer los mismos sentimientos de Jesús:
todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo
medio a Dios Padre» (Col 3,17). Cristo» (Fil 2,5).
«...Conforme al previo designio eterno que realizó Sólo cuando nos hayamos convertido en seres habita-
en Cristo Jesús, Señor nuestro, quien, mediante la fe en dos por Cristo, tendremos la seguridad de que no estamos
él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios» solos en nuestra oración.
(Ef 3,11-12). De esta manera, cuando rezamos «en el nombre de
Lo mismo que hay una originalidad del amor cristiano, Jesús», nos pasa algo parecido a lo que pasa en el milagro
también hay una originalidad de la oración cristiana. Y esta' de la santa misa: el pan y el vino se convierten en carne
originalidad consiste en rezar como ha rezado Cristo, en y sangre de Jesús. En la oración que hacemos «en su nom-
rezar en el nombre de Cristo. bre», tiene lugar también una especie de transustanciación.
Si no oramos en el nombre de Jesús, «nuestra oración Nuestras palabras, nuestras peticiones, nuestras aspiracio-
no pasará de ser una oración del Antiguo Testamento que nes, nuestros sufrimientos, se convierten en palabras, peti-
pone casi entre paréntesis la mediación de Cristo, la en- ciones, aspiraciones y sufrimientos de Cristo.
carnación y la cruz» (B. Bro). Rezar en el nombre de Jesús significa convencernos de
¿Tenemos miedo de presentarnos nosotros solos de- esta realidad: solamente el amor de un Dios puede enfren-
lante de Dios? Pues bien, Jesús nos acompañará. De esta tarse al amor de Dios.

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68 A AMBOS LADOS DE LA PUERTA No puede haber una oración verdadera sin un real, un
cruel conocimiento de nosotros mismos. Cuando vamos de
viaje y nos hemos ya situado en nuestro departamento nos
El dinamismo de la oración compromete los dos mun- ponemos a veces a pensar si habremos olvidado algo.
dos, el de aquí y el de allá. Dios y nosotros, nuestra miseria Cuando nos ponemos en viaje hacia Dios, por medio
y la infinita riqueza de Dios, nuestra fe y la omnipotencia de la oración, tenemos que preguntarnos: ¿me habré olvi-
divina, nuestra esperanza, nuestro amor y su amor, nuestra dado de algo, o de alguien? No me habré olvidado por ven-
capacidad de oír y el «proyecto de Dios». tura de mí mismo? ¡Sería el colmo!... ¡Querer llegar a
En este asunto hemos de precavernos contra dos exce- Dios, dejando en casa... el bartulo de mi propio yo! ¡Lle-
sos opuestos. Procurar no hacer demasiado complicada gar a Dios con otro, con un doble de mí mismo! ¡Lo malo
nuestra oración, con el riesgo de deformar su estructura es que no es un caso demasiado insólito!
esencial: una relación filial con Dios, que esté por consi- Encontrarnos a nosotros mismos es la primera condi-
guiente al alcance de todos. Pero tampoco caer en la ram- ción para encontrar a Dios.
plonería: como si la oración pudiera hacerse de cualquier,
manera. Segunda condición. El desierto es el lugar del encuen-
Tengamos cuidado de no complicar demasiado la ora- tro con Dios. — «De madrugada, cuando todavía estaba
ción, pero también de no hacerla demasiado facilona. todo muy oscuro, se levantó, salió, y fue a un lugar solita-
Vamos a ver brevemente su dinamismo. rio, donde se puso a orar» (Me 1,35). Este cuadro de Jesús,
Ordinariamente se cree que el problema fundamental retirándose para rezar en la soledad, contrasta con el otro:
de la oración está en encontrar a Dios. ¿No es verdad? O, «La ciudad entera estaba agolpada a la puerta» (Me 1,33),
mejor dicho: el «encuentro con Dios» representa la meta y con lo que deja entender la exclamación de los apóstoles:
final. Pero antes de llegar allí, hay que encontrar otras «Todos te buscan» (Me 1,37).
cosas. Hay condiciones que no se pueden saltar impune- El desierto era, por así decirlo, el ambiente natural de
mente. Correríamos el peligro de rezar en vano, delante la oración de Jesús. En realidad, el desierto, con sus hori-
de una nada. zontes abiertos, confiere una «dimensión cósmica» a la ora-
ción de Cristo; con su desnudez, su aspereza, su «esencia-
Primera condición. Para encontrar a Dios tenemos que lidad», constituye el lugar privilegiado para cualquier en-
encontrarnos antes a nosotros mismos.—No nos olvide- cuentro con Dios.
demos, a este propósito, de aquella severa advertencia de «He venido al desierto a rezar, a aprender a rezar. Ha
san Cipriano: «¿Cómo queréis que el Señor os oiga, si no sido el gran regalo que me ha hecho el Sahara...» (C. Ca-
os oís a vosotros mismos? ¿Pretendéis que el Señor se rretto). Pero nosotros, que no tenemos ningún Sahara al
acuerde de vosotros y de vuestra oración, si vosotros os alcance de la mano, ¿qué podemos hacer? Muy sencillo.
olvidáis de vosotros mismos?» Construirnos nosotros mismos ese desierto.
En la oración, tenemos que saber encontrarnos. Nuestra Se trata de que amemos la soledad, de que evitemos el
cara auténtica, libre de caretas. El propio yo, sin ficción. ruido, de que nos liberemos de esa turbamulta de activida-

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des que nos persiguen y que se nos pegan a la piel y al pen- aldeas muy apartadas. Durante el día, todo esto resulta im-
samiento, incluso cuando estamos en la iglesia. posible.
Esto es, construir el desierto en medio del mundo. Sola- Ésa es la función que tiene el silencio en la oración.
mente los solitarios son hombres de oración. Pero al decir Cuanto más profundo sea, mejor se pondrá en contacto con
«solitarios», no me refiero exclusivamente a los monjes de las realidades que están fuera de nuestro contacto habitual.
la Tebaida. La soledad es una postura interior, que no está Nos permite oír la voz de Dios con todas sus inflexiones,
ligada necesariamente a un ambiente externo. Se ha dicho: con todos sus matices. Nos concede escuchar las más ínti-
«Hay que estar solos para no quedarnos nunca solos». mas confidencias divinas.
El que ama y busca la soledad, nunca está solo. Se da cuenta Cuanto más silencio haya en nuestra vida, más clara-
de que su soledad la ha ocupado puntualmente una presen- mente percibiremos la voz de Dios.
cia. Y entonces nace la oración. Sin el silencio, la oración podrá ser todo lo más un
«Cuando reces, entra dentro de tu habitación y cierra monólogo. Pero nunca un diálogo. Y lo malo es que es el
la puerta». Se ha hecho notar, y con razón, que en este con- interlocutor principal el que se calla cuando hay jaleo.
sejo de Jesús el acento hay que ponerlo, más que en el lugat,
en la puerta cerrada. El problema fundamental es éste: Tercera condición. Desconfiar de las palabras. —Mejor
cerrar la puerta. Y entonces la oración se hace posible, aun- dicho: desconfiar de las palabras a las que no corresponde
que sea en medio de una plaza. el corazón. Las palabras, ellas solas, pesan y entierran nues-
«Tenemos que saber dejarle sitio al silencio, al recogi- tra oración en vez de elevarla.
miento; sin esos momentos cargados de densidad interior, Muchos son los que viven equivocados. Creen que rezar
la vida espiritual corre el peligro de disolverse en una esté- es esencialmente mover la lengua o los labios, murmurar sin
ril agitación» (Evdokimov). solución de continuidad centenares y centenares de fórmu-
«El Verbo salió del Padre en el silencio» (Ignacio de las. Son unos auténticos «robots» de la oración. Y estable-
Antioquía). El mismo Verbo ha querido hacerse hijo adop- cen records impresionantes. Nadie les puede superar en el
tivo de José, el hombre del silencio, que pasa por todo el plano de la cantidad. Pero les falta el corazón. Y se encuen-
evangelio sin decir una sola palabra. tran entonces con un montón inmenso de oraciones, pero
Así es como la oración tiene que brotar del silencio. sin ninguna oración. Porque la oración, nunca lo repetire-
Gracias al silencio, el hombre se convierte, según una ex- mos bastante, está más en el corazón que en los labios.
presión maravillosa, en el «lugar de Dios». Jesús mismo nos dijo que no multiplicásemos las pa-
No sé si habéis experimentado alguna vez lo que es labras.
el insomnio. Es una experiencia terrible, pero que nos per- Si «el silencio significa que tenemos que dejar hablar a
mite comprender muchas cosas. Durante esas interminables Dios, el hablar demasiado significa que queremos que Dios
horas de vela, en las que el silencio es tan denso que casi nos se calle» (A. Levi).
da impresión de tocarlo con la mano, es posible captar los Ciertas oraciones, hechas de charlatanería, me dan la
más sutiles rumores, se perciben voces muy lejanas, ladridos impresión de que son un chismorreo espiritual, más que
de perros de cortijos perdidos, el tañer de las campanas de una oración.

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El Señor no está dispuesto a aceptar esos chismorreos. todos. Y quiere que cada uno de sus hijos, digno de ese
Se esconde. «Te has arropado en una nube para que no nombre, tome sobre sus espaldas la carga de todos los
pasara la oración» (Lam 3,44). demás.
Un monje del monte Athos comenzaba a recitar las pri- Si renegamos de la hermandad con todos en la oración,
meras palabras del Padrenuestro con las primeras luces de no tenemos más remedio que renegar igualmente de la pa-
la alborada, y llegaba al amén cuando el sol empezaba a ternidad divina. Y «nuestro Padre» no nos escuchará.
ponerse tras la montaña. Todo el mundo tiene que pasar por nuestra oración,
Estaría bien que nos acordáramos del ejemplo de este para que sea auténtica.
monje, que no rezaba más que «Padre nuestro» en todo el Tenemos que prestar de algún modo, y poner a dispo-
día, siempre que fuéramos a rezar. Quizás de este modo sición de todos, nuestra voz, nuestro corazón, para que todo
neutralizaríamos nuestro empeño obstinado en chismorrear el mundo invoque al Padre, a través de nosotros.
con Dios. ¡Vaya con «mis devociones»!...
Nuestra oración no se puede reducir a nosotros, a nues-
Cuarta condición. Encontrar a los otros. — Tras haber-, tra vida, a los sucesos que se desarrollan ante nuestras pro-
nos encontrado a nosotros mismos, al silencio y al corazón, pias narices. Tiene que ensancharse, adquirir una dimensión
sólo nos queda encontrar a los demás. ¿A quiénes? A todos. universal. Tiene que ser, en sustancia, una oración católica.
Sin excepción. A Dios no se va sin los hermanos. Tiene que correr por todos los caminos del mundo. Tiene
Creo que no hay nada tan irritante como una oración que prestar su propia voz a los que no la tienen o no quieren
que adolece de individualismo. Una enfermedad de cuyo emplearla. «Padre nuestro...»
contagio a veces no están libres los conventos... Y que se «Espiritualmente hablando, todos los cristianos tienen
manifiesta incluso en el lenguaje. Mis oraciones. Mi rosario. una familia a su cargo» (Y. M. Congar). Y esto es verdad
Mis ejercicios piadosos (¡qué expresión tan fea!) Mis devo- también cuando oramos.
ciones. Más todavía: mi misa. ¡Qué pena! La mejor res- Por otro lado, encontrar a los demás en la oración equi-
puesta que podría darle Dios a esa oración, sería ésta: «¡Tu vale a encontrarnos a nosotros mismos. Porque no hay
infierno!»; o todo lo más, por generosidad: «¡Tu purgato- ningún «yo» completo sin esta dimensión horizontal hacia
rio!» los hermanos. No puedo ser yo mismo, si excluyo a los de-
El Señor no nos ha enseñado a decir: «Padre mío...; más de mi vida. El egoísta es un hombre fracasado, un in-
el pan mío de cada día dámelo hoy..., perdóname mis deu- frahombre.
das...» La oración que adoleciese de individualismo sería una
No se nos permite rezar el «Padre mío», sino el «Padre oración fracasada. Un borrón.
nuestro». No se nos permite pedir «mi pan de cada día», Sentir los lazos de la solidariedad universal significa
sino «el pan nuestro de cada día». No tienen que aparecer darle a la oración una de sus dimensiones más esenciales.
en la oración mis necesidades, mis ansias, mis aspiraciones, El que reza es un «responsable». De todo y de todos.
sino las necesidades, las ansias, las aspiraciones, los dra-
mas, las angustias de todos. Porque Dios es el Padre de

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Me dirás: tengo que encontrarme a mí mismo, encon- preocupamos de respetar todas las normas higiénicas, sa-
trar el silencio, encontrar el corazón, encontrar a los demás. biendo el riesgo que correríamos si no las tuviésemos en
Muy bien. Pero, al final, todavía no ha salido el personaje cuenta. Con las moscas y mosquitos hemos emprendido
principal. una guerra sin cuartel a base de emanaciones de DDT. Este-
No tengas miedo. Tú procura realizar estas condiciones, rilizamos las jeringuillas, los bisturíes y demás aparatos qui-
asegurarte de que no dejas al otro lado de la puerta a nin- rúrgicos.
guno de los que te he dicho. Y ya verás cómo tampoco él, ¿Y con la oración? ¿No nos mostramos acaso un poco
el interlocutor principal, falta a la cita de tu oración. negligentes, un poco descuidados, con las normas higiénicas
¿Quieres probarlo? que defienden la «salud» de nuestra oración? ¿Sabemos
atacar certeramente a los enemigos que la acechan? ¿Qué
precauciones tomamos para protegerla de la invasión de los
«virus»?
Voy a indicaros, sencillamente, cuál es esa familia de
69 HIGIENE DE LA ORACIÓN bacilos que atentan contra la «salud» de la oración y que
provocan enfermedades difícilmente remediables. Son ba-
Los pasteles de crema, si los dejamos algunas horas al cilos un poco gruesos..., voluminosos, que se pueden per-
aire libre, ofrecen generosamente hospitalidad a un mon- cibir a simple vista, en caso de miopía, con un par de gafas
tón de minúsculos personajes. Si ponemos un trocito de ese sencillas. Se llaman libros. O mejor dicho, ciertos libros de
pastel ante el microscopio, presenciaremos un espectáculo devoción. Me diréis: ¿y cómo distinguirlos de los demás?,
poco agradable: un hormigueo de bacilos. A simple vista cuáles son las señales que caracterizan a los productos genui-
no se ven. Pero con el microscopio, sí. Y seguro que se nos nos de los alterados e infectos?
irá el apetito. La respuesta es fácil. Hay unos cuantos elementos que
El diagnóstico es infalible: ese pastel está infectado. permiten un diagnóstico seguro.
En lugar de ser un alimento precioso para el organismo, Vais a verlo. Un tono general dulzarrón, lánguido, des-
puede perjudicarle seriamente, puede envenenarle. Y las vaído. «Palabras dulces, suspiros..., exclamaciones inter-
intoxicaciones alimenticias no son muy agradables... minables en las que podrían derretirse mil solteronas;
Lo mismo puede ocurrir con ese alimento básico de ausencia total de sentido realista, eclesial y litúrgico; pala-
nuestra vida, que se llama oración. ¿Cuántas oraciones ha- bras ensartadas en el asador del sentimentalismo, pero va-
brá «bacteriológicamente puras»? ¿Cuántas encerrarán to- cías como pompas de jabón y sin consistencia alguna».
da una flora de microbios, que acabarán infectándolas y ha- (Auletta)
ciéndolas perjudiciales? Para darnos cuenta de ello, no es Períodos que no respetan la gramática, ni la sintaxis, ni
necesario- que recurramos al microscopio. Basta con que el sentido común, y mucho menos el buen gusto. Un mon-
utilicemos los ojos y los oídos. tón de señales de interrogación y de admiración, puestos
No os extrañéis de que os hable de higiene de la oración. para llenar el vacío más desolador. Frases que empiezan con
Para la confección y la conservación de los alimentos nos ¡oh!, ¡ah!, ¡ay!, ¡ojalá! Y luego una serie de puntos sus-

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pensivos. Si pusiéramos juntas las exclamaciones, las inte- Perdonadme si insisto. Ciertos libros de oración son
rrogaciones, los puntos suspensivos, etc., superarían el nú- deseducativos. Enseñan una oración abstracta, artificial,
mero de palabras. Una auténtica inflación. falsa, llena de elementos sospechosos. Son libros anti-hi-
Monedas falsas. El Señor no tiene ni siquiera necesidad giénicos.
de esconderse tras la nube. Esas no son oraciones. Son cari- ¿Remedios? ¿Normas higiénicas? Se pueden seguir dos
caturas, todo lo contrario de la oración. ¿Cómo vas a lle- procedimientos distintos. Uno con los libros, otro con la
gar hasta él? oración.
Podríamos hacer un ejercicio muy útil: recitarlas en voz Por lo que se refiere a los libros, con los elementos
alta, probar su tono falso, y nos daríamos cuenta de su indicados, sólo hay un remedio infalible: el fuego. ¡Ánimo
ridiculez. Lo malo es que a veces nos acostumbramos a sus con ellos!
inflexiones desentonadas, lo mismo que nos acostumbra- Por lo que atañe a la oración, tenemos que desinfectarla
mos a las comidas sofisticadas. en la cámara de la sinceridad. Para que salga de allí una
Recuerdo ahora algunos «Piadosos ejercicios del vía-cru- oración «bacteriológicamente pura», esterilizada, segura,
cis». Es increíble ver cuántas tonterías insulsas pueden higiénica, auténtica.
meterse en catorce estaciones. El camino del calvario in- Solamente los anticuerpos de la espontaneidad son los
vadido por una quincalla devocional del peor gusto. El dra- que pueden neutralizar los bacilos que acechan a la salud
ma de nuestra salvación envuelto en una niebla de suspiros, de nuestra oración.
de deliquios y de sentimentalismos. Seguramente Cristo, si Espontaneidad. No hay más remedio. Si las relaciones
no estuviese glorioso, allá «en la derecha del Padre», sufri- entre padre e hijo no son espontáneas, se convierten en
ría con todos esos «piadosos ejercicios» más que con todos pura comedia.
los golpes de sus verdugos. No hay excusas. Soy ignorante, no he estudiado, tengo
Y ya que nos hemos metido por este camino, permitidme que acudir a los libros. El Señor prefiere oírte rezar con tu
que os prevenga contra otra especie de libros devocionales, ignorancia. Aunque sea con las palabras burdas de tu aldea.
los que quieren dar la impresión de que son ellos los que
nos prestan la intimidad con Dios, los que nos la venden ya *
prefabricada. Voy a poneros dos ejemplos de oración espontánea.
Hablemos claramente. La intimidad que se pide presta- La de un niño y la de un hermano lego.
da, es una falsa intimidad. La oración expresa una relación Juaníto, una noche, se va a dormir. La mamá lo está
filial entre Padre e hijo. Pero «esa intimidad no se presta, observando. El pequeño se pone de rodillas:
no es algo que puede conseguirse por medio de un tercero. — Querido Jesús, había una vez una niña que se lla-
O se tiene o no se tiene. Y solamente la tiene el que posee maba Caperucita Roja...
una gran fe, una gran esperanza y una gran caridad. Si no, — Juanito! Te he dicho que reces.
las relaciones con Dios serían solamente legales, puramen- — Mamá, a esta hora Jesús estará ya cansado de oír
te exteriores y privadas de la confianza que es propia de hi- siempre las mismas cosas. Creo que se pondrá más contento
jos» (Auletta). si le cuento el cuento de Caperucita Roja...

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Fray Martín. Lo llaman «el hermano de las vacas». Por eso voy a procurar, en cuanto pueda, ceder a otros
Hace 47 años que está ocupado en el establo. Vive en
la palabra, esto es, a ésos que han demostrado tener cierto
Saulchoir, célebre convento de dominicos, cuna de grandes
hábito de oración.
teólogos. Pero a él, a Fray Martín, le toca cuidar de las
vacas. «Sin pan y sin leche no hay teología», repite.
El encuentro con Dios. La posibilidad de hablarle, de
Se levanta todas las mañanas a las 3,15. Al ir hacia el escucharle. Son cosas de una audacia que hace temblar,
establo, con el paso acompasado de sus zapatones, va re- cuando las pensamos. El sentimiento más espontáneo es
zando el rosario. Mientras distribuye el pienso, su oración aquel de Abrahán: «En verdad es atrevimiento el mío el
prosigue de una manera un poco extraña. Va intercalando hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza» (Gen 18,27).
el «Avemaria» con las palabras cariñosas que le dirige a
Pero allá es precisamente adonde tiende todo mi ser
cada vaca.
más profundo, orientado en esa dirección: «Hacia ti tiendo
¿Una oración poco ortodoxa, poco digna? Ni mucho mis manos, mi alma es como una tierra que tiene sed de
menos. Era una oración higiénicamente perfecta. Fray Mar- ti» (Salmo 143,6).
tín insertaba su oración en el contexto de su existencia, en
El mismo Dios rompe los lazos, vence las deudas, di-
el ambiente (el establo, entre las vacas) donde Dios lo ha-
sipa nuestra cobardía, nos toma de la mano: «Yo la voy a
bía colocado para santificarse. Era una oración ligada es-
seducir: la llevaré al desierto y hablaré a su corazón»
trechamente a la vida.
(Oseas 2,16)
Pues bien. Para aprender la higiene de la oración, para Y entonces «mi corazón y mi carne gritarán de alegría
comprender lo que es la espontaneidad, no estará mal que hacia el Dios vivo» (Salmo 84,3). Fijaos bien: el corazón
nos acordemos de vez en cuando de Juanito y de Fr. Martín. y la carne. Todo mi ser, no sólo mi alma y mi inteligencia,
es el que se dirige a la cita. Dios me espera, me quiere por
entero. No hay en mí nada que sea excluido de ese «en-
cuentro» con el Dios vivo.
70 - ¡FUERA EL PARAGUAS! He dicho que Dios nos tomaba de la mano. No quisiera
que me entendieseis mal. La oración no es pasividad.
El campo de acción que nos está reservado es bastante am-
Me gustaría hablaros de la grandeza de la oración en
plio. Los preparativos para el encuentro son también de
su punto culminante: el encuentro con Dios. Y me doy
nuestra incumbencia. Convendrá que recordemos, a este
cuenta de que incluso la pluma, si fuese capaz, enrojecería
respecto, un consejo de san Bernardo, y así evitaremos bus-
de vergüenza en estos momentos. Evidentemente se ne-
car a Dios inútilmente. Nos dice el santo: para encontrar
cesitaría cualquier otro, particularmente experto (con
a Dios, tenemos que buscarle sólo a él. Y nuestra búsqueda
una experiencia de primera mano, personal y vivida) para
tiene que hacerse con verdad, sin poner a nadie en el pues-
que hablase de estas cosas. Un analfabeto en cuestión
to de Dios; con fidelidad, no admitiendo a nadie juntamen-
de oración, como el que suscribe, no tiene derecho a abrir
te con él; con perseverancia, porque tras haberlo encon-
la boca.
trado, nada tendremos que buscar fuera de él. Ninguna
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equivocación (otra cosa en lugar de él), ninguna cohabita- nos si Dios nos coge la palabra. Es preciso que valoremos
ción (otra cosa con él), ninguna traición (otra cosa después en toda su amplitud el significado de nuestras súplicas.
de él). Más todavía. Para encontrar a Dios, para llegar hasta Pero volvamos al encuentro con Dios. Santa Teresa del
él, es preciso soltar las amarras, dar las velas al viento... y Niño Jesús nos dice: «Tu rostro es mi única patria». Esto
no marearse. es: cuando rezamos nos da la impresión de que nos encon-
«Al empezar vuestra oración, meteos en alta mar; no tramos en nuestra casa. Como si nos libráramos de las du-
os apeguéis ni os arriméis a cualquier cosa. Sentid el deseo ras exigencias de nuestra peregrinación terrena, como si
de encontrar únicamente a Dios, y contentaos exclusiva- nos escapáramos de nuestro destierro y pudiésemos «dar
mente con él... Permaneciendo fieles, vivid, amad y dila- una vuelta» por nuestra patria. Y entonces no nos dan ga-
taos en Dios como si fuese vuestro elemento, mucho más nas de volver. «Sería bueno que nos quedáramos aquí»
espacioso que aquél por donde vuelan los pájaros» (Surín). (Le 9,33).
Y así se encuentra a Dios. Nuestra miseria se pone en Pero no hay más remedio que volver. ¿Qué importa si
contacto con su riqueza infinita; nuestro egoísmo se en- tenemos que bajar de la montaña de la cita con Dios, si
frenta con su bondad. caminamos ya a la luz del rostro de Yavé? (Salmo 89,16).
«Mi alma está pegada al polvo, hazme vivir conforme
a tu palabra» (Salmo 119,25). La oración quita todo ese
polvo que nos sofoca. Nos levanta a la altura de Dios. El aspecto final de la oración consiste en escuchar la
Y Dios nos da nueva vida. voz del Señor y contemplar su rostro. Si para escuchar la
Hay en san Ireneo una expresión maravillosa que de- voz de Dios es necesario el silencio, para contemplar todos
fine con toda perfección a la criatura puesta en oración. los rasgos de su rostro es preciso hacer algo muy importan-
¡Es lástima que la traducción borre en gran parte la hermo- te. Intentaré explicarlo con un ejemplo. Se cuenta que el
sura de la definición! «El hombre es el receptáculo de la emperador de Persia instituyó una vez un premio para
bondad». La luz, las riquezas y las gracias del Señor revis- el artista que le hiciera el mejor retrato.
ten, invaden, arrastran al hombre. Polvo, es verdad. Un Se presentaron en palacio algunos de los pintores y es-
abismo de miseria, es verdad. Pero ese abismo es el que se cultores más célebres de la época, provenientes de todas
convierte en receptáculo de la bondad. Y entonces no nos las partes del mundo. Algunos llegaron cargados de colores
queda más que suplicar: «Señor, llena mi corazón de vida maravillosos (ciertos ocres y ciertos rojos, cuyo secreto
eterna» (Isaac de Nínive). ocultaban celosamente), otros venían armados de escalpe-
Pero ¡cuidado con no intentar defendernos de esta in- los y cinceles y de trozos de mármol precioso. Hubo uno
vasión! ¡Fuera los paraguas!... Eso es lo que nos quiere que llamó la atención y la curiosidad general porque trajo
advertir san Agustín, cuando puntualiza: «Vosotros le de- solamente bajo el brazo un pequeña talega llena de un
cís: venga a nosotros tu reino. Y Dios nos grita: allá voy. polvo misterioso.
¿No tenéis miedo?» Aunque pudiera parecer extraño, tene- Cuando el emperador pasó revista a las diversas obras,
mos que recordar que el que reza no debe sentir miedo por se quedó admirado de tanta belleza. Era un conjunto mara-
lo que le pueda suceder. No tenemos derecho a lamentar- villoso de obras maestras.

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Y llegó, finalmente, a la habitación donde había estado nos que había asumido la naturaleza humana con todo lo
trabajando el hombre del polvo misterioso. Éste no había que eso supone: su sensibilidad, sus pasiones, su afectivi-
hecho más que fregar, pulir, sacar brillo a las paredes de dad, sus emociones. Y rezó con toda esta sensibilidad: una
mármol de la sala. Y éstas se habían quedado tan limpias oración humilde e integralmente humana.
y tersas que reflejaron perfectamente la imagen del empe- «Conmoviéndose hasta derramar lágrimas por la muer-
rador. te de su amigo Lázaro: "Jesús lloró" (Jn 11,35); preocu-
Naturalmente, fue este hombre del polvo misterioso el pado por la debilidad de san Pedro: "Simón..., he rezado
que se llevó el premio. por ti para que no desfallezca tu fe" (Le 22,32); oprimido
¿Estás también tú dispuesta a realizar un trabajo seme- por la angustia ante el cáliz de su pasión: "Cayó rostro en
jante, en tu casa, para poder contemplar el rostro auténtico tierra, y suplicaba así: Padre mío, si es posible, que pase
de Dios? de mí este cáliz" (Mt 26,39). Y, de esta manera, uno de
los fines de su oración era el de tranquilizarnos. "Pero no
sea como yo quiero, sino como quieras tú". Cristo ha que-
71 E N E L PRINCIPIO ERA LA rido enseñarnos que, en determinadas ocasiones, es normal
que el hombre instintivamente quiera lo que Dios no quie-
ORACIÓN re. Nuestro Señor ha querido tranquilizar de veras a todos
los que, después de él, se sentirían turbados ante la debi-
¿Jesús rezaba de verdad? Algunos dicen que no. Él no lidad, ante la muerte, ante el cáliz de la pasión. Les ha de-
tenía, desde luego, necesidad de «elevarse» hacia Dios, ya mostrado que ya él había conocido todo esto, y que había
que estaba siempre viendo al Padre. Por consiguiente, su rezado en las mismas circunstancias» (B. Bro).
oración habría sido únicamente una especie de ficción, de Vamos a contemplar algunos momentos de la oración
espectáculo. Realmente podía prescindir de la oración. de Jesús.
No habría tenido, al rezar, más que una intención pedagó-
gica: enseñarnos, darnos ejemplo de lo que teníamos que 1. La oración del Verbo «en el principio». — Podría
hacer nosotros. decirse que se trata de un preludio celestial de la oración
Pero esto no acaba de satisfacernos. Se dice: Jesús rezó terrena del Hijo de Dios. En el prólogo del evangelio de
no en relación con su condición, sino en relación con lá san Juan leemos: «En el principio era el Verbo, y el Verbo
nuestra. estaba con Dios, y el Verbo era Dios».
Nos repugna una «ficción» semejante. Jesús no adoptó Algunos prefieren traducir: «... Y el Verbo estaba ha-
nunca una postura externa, a la que no le correspondiese cia Dios», poniendo el acento más bien en ese movimiento
la parte más íntima de su espíritu, plenamente comprome- íntimo que llevaba incesantemente al Hijo hacia el Padre.
tido. Todo en él era perfectamente auténtico. Por tanto, Nos encontramos aquí con la primera oración. Real-
también su oración. mente el Hijo es el Verbo, o sea, la palabra. Pues bien, esta
«Nuestro Señor, al rezar delante de sus discípulos, qui- palabra eterna tiene que dirigirse a alguien. Es un home-
so demostrarnos la verdad de su encarnación, manifestar- naje a Dios.

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«La primera palabra, modelo de todas las que luego vestidos eran de una blancura fulgurante» (9,29). Fijaos
habrán de pronunciarse en el mundo, es una oración. bien, todo se transforma en Jesús: primero el rostro, lue-
Hablar significa, ante todo, rezar. go incluso los vestidos.
»Esta situación primordial nos abre unos amplios ho- En la oración, Jesús se transforma en lo que de verdad
rizontes sobre el destino de la palabra en el universo. A las es: «resplandor de la gloria del Padre» (Heb 1,3).
criaturas se les ha dado el lenguaje a semejanza de aquel que La transfiguración es el signo sensible de lo que sucede
es palabra. Todos los seres que hablan llevan el reflejo del interiormente, pero realmente, en cada uno de nosotros,
Verbo y tienen que imitarle. Por eso su palabra tiene que cuando oramos.
tender también, por encima de todo, al diálogo con Dios: En la oración se realiza una transformación que reviste
tiene que esforzarse por ser también «hacia Dios». El len- todo nuestro ser. Nos convertimos en luz. Nuestro pobre
guaje humano, cuando se convierte en oración, es cuan- rostro de mendigos empieza de pronto a reflejar el resplan-
do alcanza la finalidad que se le ha dado. Entonces es dor del rostro de aquél a quien dirigimos nuestras súplicas.
cuando la palabra encuentra su plenitud, su perfección: La oración arroja un chorro de luz en medio de las ti-
es la imagen auténtica del Verbo eterno. nieblas de nuestra existencia cotidiana. Somos «polvo y
»Bajo este punto de vista, las primeras palabras del ceniza», es cierto, pero durante la oración ese polvo y esa
prólogo de san Juan adquieren un aspecto nuevo, tan im- ceniza se cubren de resplandor.
presionante como los demás. Significan: «En el principio No hay oración ni transfiguración. Nuestro rostro de
era la oración». Nos hacen descubrir la importancia meta- mendigos toma también el «resplandor de la gloria del Pa-
física de la oración, su lugar esencial en Dios mismo, y por dre». Nuestros harapos se convierten en «vestidos de blan-
consiguiente, en el universo creado a su imagen» (Galot). cura fulgurante».
Muchas veces hemos sido traidores a la palabra, la he- Y nos sentimos envueltos por una voz que manifiesta
mos empobrecido, empequeñecido, arruinado (¡cuántas la complacencia divina: «Éste es mi hijo, mi elegido...»
tonterías y cuántas necedades decimos al cabo de la jorna- (Mtl7,5).
da!); otras veces nos hemos servido de ella para fines poco Por lo que atañe a la belleza, la oración es una de las
honestos (chismorreos, calumnias). Hemos «ensuciado» la obras maestras del mundo entero.
palabra. Pero la oración le devuelve a la palabra su signi-
ficado, su grandeza y su sentido primitivo y original. La ora- 3. Jesús predica con su oración. — Nos dice san Juan:
ción redime toda la mezquindad y la pobreza de nuestras «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único que está
palabras. En la oración toma de nuevo su función caracte- en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). El Verbo,
rística la palabra humana: se dirige «hacia Dios». Como la palabra dirigida al Padre, penetra en lo más profundo
el Verbo. que hay en el Padre; penetra, por así decirlo, en el fondo
de su corazón. Allí contempla el misterio de su amor.
2. En el esplendor de la transfiguración. — San Lu- Y luego «nos lo cuenta».
cas, al hablarnos de la transfiguración del Señor, afirma: La oración posee una fuerza de penetración excepcio-
«Mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus nal. Llega «hasta el seno del Padre».

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San Juan «desea especialmente poner de relieve la re- 72 EL PERRO CON GUSANOS
lación que existe entre la actitud del Hijo único y su ohra
de revelación y de predicación en la tierra. El Hijo único
«nos ha contado» lo que ha llegado a captar su mirada Apenas comienza la vida pública, Jesús se ve literal-
dirigida al seno del Padre. Su oración ha sido siempre la mente avasallado por la gente. No hay un solo instante en
que ha proporcionado el contenido de su predicación: Jesús que deje de sentir los codos de los demás pegados a su
ha predicado lo que rezaba al principio, en su cualidad de costado.
Hijo Unigénito. Así es como nos ha podido manifestar el Cristo ya no se pertenece a sí mismo. Los demás se
misterio de Dios mismo, contemplado en toda su profun- han convertido en sus amos. La muchedumbre, con su ham-
didad» (J. Galot). bre, su sed, sus enfermedades, sus miserias, sus heridas,
Cuando nuestra palabra se dirige a Dios, es cuando sus pecados, sus exigencias, sus problemas, sus preguntas,
adquiere todo su valor, convirtiéndose en oración y pe- sus esperanzas..., se ha adueñado del tiempo, de la voz,
netrando en el misterio de Dios. Luego, esa misma palabra de las fuerzas, de la misericordia, del corazón de Cristo.
adquiere la posibilidad de contar lo que ha contemplacjo. Hay una frase en el evangelio que resume plásticamen-
Por tanto, la palabra, para que sea auténtica, para que te esta realidad: «... Vuelve a casa y se aglomera otra vez
sea plenamente lo que es, tiene que hacerse oración, o sea, la muchedumbre de modo que ni siquiera podían comer»
diálogo con Dios, solamente entonces podrá ser diálogo (Me 3,20).
con los hombres. Estamos sólo a cuatro meses del comienzo de la vida
En resumen: sólo tienen derecho a hablar de Dios los pública. La turba se ha enseñoreado ya de Jesús y de sus
que han hablado con Dios. discípulos. Ha dado un puntapié a todos los horarios y a
Dijo justamente Kierkegaard: «Dios no es uno de quien las exigencias más elementales de una existencia «orde-
se habla, sino uno a quien se habla». nada».
Una palabra sobre Dios, que no brotase de la oración, En algunos momentos el choque de la multitud ha sido
esto es, de la palabra a Dios, sería una palabra falsa, fuera tan violento y apremiante que Jesús tuvo que decir a los
de tono, inaceptable. discípulos «que le prepararan una barca, para que no le
oprimieran» (Me 3,9).
Al examinar y contemplar estos momentos de la ora- En estas escenas descubrimos exactamente el signifi-
ción de Jesús, me doy cuenta verdaderamente de que sólo cado de la vida de Jesús, que es un ser para los demás.
es mezquino y pobre el que no reza. Y de que, entre las Los compromisos de Cristo son verdaderamente apre-
personas con quienes trato, son criaturas luminosas y po- miantes y serios. Y él no se echa para atrás. No falta nunca
seen la palabra auténtica, no aquellas que han acumulado a la cita con los hombres y sus necesidades. Su «ser para
un gran bagaje de cultura, sino aquellas que saben rezar. los demás» lo vive de la manera más radical, hasta verse
«Yo te bendigo, Padre, señor del cielo y de la tierra, acosado y devorado por los demás.
porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y Unos meses más tarde, la situación no ha «mejorado»
se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25). ni mucho menos. «Los que iban y venían era muchos, y no

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les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la bar- Para este «segundo tiempo» que llena también la exis-
ca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse tencia terrena de Jesús, nos vamos a dejar guiar también
y muchos cayeron en la cuenta; y fueron allá corriendo, a del evangelio.
pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al «Su fama se extendía cada vez más y una inmensa
desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermeda-
pues eran como ovejas que no tienen pastor, y se puso a des. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde ora-
instruirles extensamente» (Me 6,31-34). ba» (Le 5,15-16).
Se nos describe aquí la realidad en toda su crudeza con Antes de promulgar la «carta fundamental» del cristia-
unas cuantas palabras: «no les quedaba tiempo ni para nismo, las bienaventuranzas, Jesús «se fue al monte a orar
comer». y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo
Y luego nos encontramos ante dos astucias: la que de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos,
Cristo y sus discípulos utilizan para romper el asedio de la a los que llamó también apóstoles» (Le 6,12-13).
muchedumbre y borrar sus propias huellas; y la de la gente Y quiere que asimismo los discípulos gocen de este
que «comprende» la trampa y adopta inmediatamente las «segundo tiempo». «Él entonces les dice: Venid también
medidas para neutralizarla. Y esta última astucia es la que vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un
prevalece. Al final, la turba es la que vence. Y Jesús se poco».
rinde: «Sintió compasión... y se puso a instruirles exten- He aquí, pues, marcados los dos tiempos que señalan
samente». el ritmo de la vida de Cristo. Son como dos polos. Uno
En el deseo que Pedro expresara en el monte Tabor, está representado por el «ser para los demás»; el otro está
cuando la transfiguración, de «plantar tres tiendas» en la representado por la oración, o por el «estar con Dios».
cima, quizás haya, además del encanto ante el resplandor de Jesús pasa del uno al otro con gran espontaneidad. Y este
Cristo, cierto sentimiento de cansancio por una existen- pasar de un tiempo de actividad a un tiempo de oración no
cia vagabunda, siempre a merced de los demás. Pero Jesús causa ruptura alguna, sino que, por el contrario, realiza la
se cuida de volver con los apóstoles «a la llanura», de em- unidad de su jornada.
pujarles de nuevo por los caminos de los hombres, de me-
Las conclusiones que de aquí podemos sacar son obvias.
terlos otra vez en las miserias cotidianas.
La vida religiosa está articulada por completo en estos dos
«La aceptación del activismo — como presencia entre tiempos: ser para los demás (dimensión horizontal, esen-
los hombres, para comulgar con los hombres, y por amor cial, de nuestra misión, sin la cual nuestra vida no sería
a los hombres — es total y absoluta en Jesús y en los doce. más que la forma refinada de un egoísmo espiritual que nos
No piensan en retirarse y no se retiran. Pero se trata de convertiría en «pequeños burgueses» del espíritu, preocu-
una aceptación y de una oblación a los demás, que no se pados de la salvación personal únicamente) y estar con
olvida del otro polo de la dialéctica de toda existencia. Dios (dimensión vertical).
Si los educa a que estén presentes entre los hombres, Je- O sea: presentes a Dios y presentes al mundo. El equi-
sús les educa también a los doce a que estén presentes a librio y la unidad de la vida religiosa se realizan solamente
Dios» (N. Fabro). en la armonía de estas dos presencias.
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Una armonía que, la mayor parte de las veces, pide para Ese activismo no hace más que cubrir un espantoso
nosotros una especie de ruptura. Porque a veces hay qué vacío interior. Es la vida que ha perdido uno de los tiem-
librarse del asedio de la muchedumbre, romper el cerco pos esenciales de su ritmo: el estar con Dios. Y por eso se
cada vez más socofante de compromisos, para «ir aparte», convierte en muerte.
«a un lugar solitario», a rezar allí. Y entonces también el ser para los demás, al faltar el
Pero esto no significa, notémoslo bien, abandonar a estar con Dios, se transforma en estar contra los otros.
los hombres. Por el contrario, los llevamos juntamente
con nosotros, con todas sus exigencias, a la presencia de ¡Señor! Enséñame a no ser traidor. Ni a ti, ni a los hom-
Dios. bres.
Es en la oración (estar con Dios) donde se realiza nues-
tra plena presencia de Dios.
Es en la oración (estar con Dios) donde se realiza nues- 73 SÓLO LOS FOTÓGRAFOS
tra plena presencia entre los.hombres.
SABEN REZAR
Si de veras vivo para los demás, sentiré la necesidad
de estar con Dios. Y si soy capaz de «estar con Dios», sen-
tiré la necesidad de ir hacia los demás. Un día de la semana era cuando Jesús se veía especial-
El que falta a la cita con Dios, faltará también a la cita mente acechado por los ojos policíacos de escribas y fari-
con los hombres. seos, los inflexibles profesionales de la ley: el sábado.
* El sábado Jesús caminaba sobre un terreno minado.
Permitidme terminar estas notas con una observación Le espiaban por doquier. Gente que estaba ansiosa de ver-
sobre el «activismo», o sea, sobre esa agitación, esa necesi- le resbalar por una coma, por un punto de la ley, para
dad de obrar, que no está sostenida por una adecuada vida echarse encima de él, y que saltase por los aires todo su
de oración. prestigio.
Se presenta al activismo como vida. Pero no es vida. Y Jesús admite abiertamente ese desafío de sus ene-
¿Habéis visto, en alguna ocasión, abandonado en la migos en el terreno resbaladizo del sábado.
carretera, el cadáver de un perro? Superando el asco instin- Había una cosa cierta. Jesús observaba y santificaba el
tivo, acercaos un momento. Veréis qué bullir de gusanos. sábado. Lo vemos en la sinagoga. «Según su costumbre,
¡Qué actividad, qué vida! entró en la sinagoga el día de sábado» (Le 4,16). Se une a
Cierto activismo, de cuyo contagio no estamos inmu- la oración de la comunidad. Quiere que su propia voz se
nes tampoco en los conventos, me recuerda precisamente mezcle con la de toda la asamblea para adorar al Padre.
ese espeso bullir de gusanos en un cadáver. No es vida. También él quiere «rezar con el pueblo». Lee y comenta
Es signo de muerte. los trozos de la Escritura.
La agitación frenética es un símbolo certísimo de muer- Pero aquí es precisamente donde se introduce su gran
te. Puede ser que parezca extraño. Pero es así: se agita..., novedad. No se limita a honrar al Padre con la oración.
luego está muerto. Va más allá. Introduce una nueva orientación, una nueva

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dimensión en el culto. El sábado es el día elegido para cluso llega a excluir la posibilidad de hacer el bien al
realizar sus grandes milagros. Y aquí es donde estalla el prójimo.
contraste con los inflexibles y cicateros guardianes de la Jesús les demuestra con claridad que una oración que
ley antigua. se despreocupe de las necesidades del prójimo, no le puede
Cristo les plantea una pregunta precisa: «¿Está o no gustar a Dios. Porque Dios es un padre sensible, solícito,
está permitido curar en sábado?» Y como no se atreven preocupado de las necesidades de sus hijos.
a abrir la boca, les ofrece él mismo la respuesta. Con los En una palabra, también por lo que se refiere a la ora-
hechos. «...Tomó al enfermo de la mano, lo curó y le ción, Jesús señala el paso del Antiguo al Nuevo Testamen-
despidió» (Le 14,3-6). to, de la ley a la plenitud de la ley. Un homenaje a Dios
Poco antes había ocurrido algo parecido: «Entró Je- que se ciñese a la oración y se cerrase a las miserias de los
sús en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre demás, sería un homenaje limitado y falso. Para que sea
que tenía la mano derecha paralizada. Estaban al acecho un homenaje completo, tiene que «abrirse» a las necesida-
los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para en- des de los otros, inclinarse a remediar las desgracias ajenas.
contrar de qué acusarle. Pero él, conociendo sus pensa- Solamente así será como el Padre quedará «satisfecho».
mientos, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: le- Y la práctica del sábado será perfecta.
vántate y ponte ahí en medio. Él, levantándose, se puso allí.
Entonces Jesús les dijo: Yo os pregunto si en sábado es Conservemos, por tanto, esta enseñanza decisiva de la
lícito hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez oración de Jesús.
de destruirla. Y mirando a todos ellos, le dijo: extiende tu Una oración será auténtica solamente cuando se resuel-
mano. Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se va en caridad.
ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús» (Le El que no ama, demuestra que no es capaz de rezar.
6,6-11). Porque la oración auténtica lleva inevitablemente al amor.
Otro episodio significativo es la curación del ciego de ¿Qué es lo que ocurre en la oración? Vamos a procurar
nacimiento; puede leerse en Jn 9,1-40: una página que explicarlo con una comparación que me parece muy intui-
nunca me canso de releer y que contiene además unas obser- tiva. Cuando rezamos, «estamos delante de Dios». Nuestra
vaciones psicológicas de extraña belleza. alma se ve expuesta a su luz como una película fotográ-
O sea, Jesús «considera el sábado como un día de cura- fica. Dios la «impresiona». Se graban en ese «material
ción, porque es el día consagrado al Padre, y el Padre quie- sensible» los rasgos de su rostro, se graba allí su imagen.
re el bien de sus hijos» (J. Galot). Pero sabemos que «Dios es amor» (san Juan). Por eso en
Cristo hace gala de su poder milagroso el día del sá- la oración no hacemos más que «fotografiar» el amor.
bado, a fin de manifestar así el amor especial que el Padre Luego, en la vida ordinaria, el contacto con los demás
siente para con los que sufren. (comenzando, como es lógico, por los que están más cerca
Los fariseos se ven ligados obstinadamente a una con- de nosotros) tendrá que «desarrollar» la película que he-
cepción jurídica, «restrictiva» del sábado. Se imaginan mos «impresionado» en la oración. Y entonces aparecerá
que honran a Dios con la oración y con un descanso que in- multiplicado, aumentado y engrandecido el rostro del amor.

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Si no sucede como hemos dicho, es inútil que nos haga- 74 ORACIÓN, PEDAGOGÍA DE DIOS
mos ilusiones. Quiere decir que nos hemos equivocado.
Que en la oración no hemos sabido «centrar», que no he-
mos «enfocado» bien a Dios. Nuestra oración ha sido una Quizás piensen lo contrario los pillos de siempre. Pero
oración falsa. tenemos que ser sinceros. Sobre todo, con nosotros mismos.
Es imposible ponerse en contacto con el amor en la ora- Si no lo somos, podemos despedirnos de todo progreso en
ción, y traicionar luego al amor en la vida práctica. la vida espiritual. No tenemos más remedio que reconocer
La oración tiene que darnos una vista aguda, penetran- que en nuestra vida religiosa la oración sigue siendo, lo
te, capaz de descubrir las desgracias y las exigencias de los será siempre, un punto flaco.
demás. Tiene que darnos un corazón grande, inmenso, que Van pasando los años, pero sigue vigente aquella sú-
no excluya a nadie de su abrazo. plica de los apóstoles: «Señor, enséñanos a orar».
Tengamos también presente que los que están lejos no Quisiera haceros reflexionar unos momentos sobre un
entienden nuestra oración. Pero entienden perfectamente refrán. No tenéis que extrañaros. De los refranes podría
nuestro amor. Solamente cuando nos vean practicar el amor, darse la siguiente definición: «Sabiduría en pildoras». Y la
podrán «perdonarnos» nuestra oración. Nos permitirán que verdad es que podemos aprender en ellos muchas cosas.
recemos únicamente con la condición de que de nuestra Éste que voy a proponer a vuestra consideración es un re-
oración nazcan frutos de caridad. frán noruego. Dice así: «El pez empieza a pudrirse por la
cabeza». ¿Lo sabíais ya? Muy bien. Pues vamos a sacar las
*
consecuencias prácticas.
«iHipócritas!», gritó Jesús contra los que le acusaban Creo que podemos razonar de esta manera: nuestras
de haber curado a la mujer encorvada, el día del sábado. existencias pierden su valor, caen en la mediocridad, cuan-
(Le 13,15). do las abandona la nostalgia de Dios. «El pez empieza a
Cuando rezo, me da la impresión de que resuena en pudrirse por la cabeza».
mis oídos esa terrible imprecación: ¡Hipócrita! Es que me Una pequeña mancha en nuestra vida espiritual. Empe-
doy'cuenta de que mi oración se queda muchas veces en zamos por frenar un poquito, casi nada, en nuestro com-
oración del Antiguo Testamento. Tremendamente limitada promiso de la oración; luego encontramos lá excusa del
e incompleta. Una oración que no ha sabido desarrollarse tiempo; más tarde, el trato con Dios empieza a resultarnos
en amor. pesado... ¡Mucho cuidado! Aquella pequeña mancha va
Y son precisamente los demás, aquellos contra los que tomando proporciones alarmantes.
cometo tantas faltas de «no amor», los que se quejan ine-
xorablemente, y justamente, de mi oración. ¿Tara qué la oración?. — Somos capaces de presentar
¡Qué fracaso! ¡Una oración suspendida en el examen mil objeciones contra la oración. Falta de tiempo, cansan-
del amor!... cio, dificultad de una oración que nos parece demasiado
complicada... Y luego el hábito que casi ha terminado por
quitarnos el gusto.

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Pero hay todavía una objeción más radical. ¿No será
Dios), y habernos enseñado cuál es nuestra necesidad más
acaso inútil nuestra oración? Podemos formular esta ob-
auténtica, transforma esta necesidad, esta escasez, esta po-
jeción de la siguiente manera: si Dios es verdaderamente
breza, en reconocimiento de nuestra dependencia dé al-
Dios, en sus perfecciones y en la plenitud de su saber, tie-
guien.
ne que saberlo ya todo por sí mismo. No tiene ninguna
necesidad de que le pongamos al corriente de nuestras nece-
Negarse a ser pobre equivale a impedir que Dios sea
sidades, de que le presentemos nuestras súplicas. Nuestra
Dios par-a nosotros. — Paradójicamente podríamos decir,
oración no le sirve para nada. Es completamente inútil.
por consiguiente, que no es exacto afirmar que Dios no
«Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se tiene necesidad de nuestra oración. La necesita, para po-
figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis, der manifestarse como amor.
pues como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que nece- El amor exige correspondencia. El amor necesita de la
sitáis antes de pedírselo» (Mt 6,7-8). necesidad de otro. Dios necesita de nuestra necesidad. Nece-
Dios sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. sita de nuestra pobreza, para poder ser Dios con nosotros.
Dice Evagrio: «Dios se retrasa al darnos lo que le pe-
Dios necesita de nuestra necesidad.—Es verdad. Dios dimos porque... le gusta oírnos hablar con él».
no tiene necesidad de que le informemos. Somos nosotros Hay una carta de santo Tomás Moro, dirigida a su hija,
los que no sabemos, los que tenemos que aprender. que puede darnos luz en esta materia: «Hija mía, me pides
El adolescente es uno que todavía no ha adquirido ex- dinero con demasiada timidez, casi como si dudases. Sabes
periencia de sus propios límites. Nos hacemos adultos cuan- muy bien que tu padre está dispuesto a dártelo. Y a darte
do adquirimos esta experiencia. La oración tiene esta fina- todavía mucho más de lo que tu carta merece.
lidad: convertirnos en adultos, haciendo que descubramos »Sin embargo, te expido exactamente la cantidad que
nuestros límites. En este sentido puede definirse como la me pides. Me hubiera gustado añadir un poco más. Pero
pedagogía de Dios. si me gusta dar, me gusta más todavía que mi querida hija
Es necesario que pasemos por esta experiencia de la pida con esa gentileza que la caracteriza. Procura gastar
propia pobreza de criaturas. La oración supone de antema- cuanto antes ese dinero (estoy seguro, por lo demás, de
no, exige la pobreza. Solamente las manos vacías, libres, ex- que harás buen uso de él). Cuanto antes vuelvas a la carga,
peditas, pueden unirse en oración. Tenemos que ser po- más contento me pondré».
bres. Sobre todo, pobres de nosotros mismos. Y esto es Dios obra, más o menos, de la misma manera. Date
tremendamente difícil. prisa en gastar. Cuanto antes vuelvas a la carga, más con-
Estamos en la misma línea de demarcación, es la señal tento se pondrá.
distintiva que separa al hombre de la bestia. El hombre es Lo esencial, en nuestra oración, consiste en que apren-
el único ser que puede dirigirse a Dios, para recibir de él damos a presentarnos como pobres.
lo que le falta para su propia perfección. No se trata de que nos alegremos de la necesidad, sino
La oración, tras habernos conducido casi a la fuerza, de que esta necesidad, esta privación, sea una ocasión para
al descubrimiento de nuestras limitaciones (pedagogía de depender de otro.

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Hablar a Dios con nuestra debilidad. ¡Fuera fórmu- La finalidad de la oración no es la de cambiar el orden
las!... «Cuando estoy débil, es cuando estoy fuerte» (2 Cor establecido por Dios, sino la de obtener lo que Dios ha de-
12,9-10). cidido realizar por medio de nuestra oración. Dios ha que-
El fariseo se queda tan convencido de que le ha dicho rido que la realización de ciertas cosas dependa de nuestros
a Dios unas cuantas cosas. El publicano no sabe que le ha deseos, de nuestra intervención, de nuestra insistencia.
hecho a Dios el mejor regalo, al proporcionarle la ocasión Ha querido que en sus designios interviniese también la
de manifestar su bondad. oración de los que ama.
Quiere que le forcemos la mano, en cierto sentido. Será
El propósito que hoy te sugiero, quizás te parezca un conveniente recordar el episodio de la cananea:
poco raro. Pero, si lo piensas bien, tiene una importancia «Una mujer cananea, saliendo de aquellos términos, se
excepcional. Constituye la base de tu vida de oración. puso a gritar: ¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!
¿Quieres que lo hagamos juntos? Mi hija está endemoniada. Pero él no le respondió palabra.
Va a ser éste. No juguemos a ser ricos en la oración. Entonces los discípulos, acercándose, le rogaron: Concéde-
Poder dar y saber que podemos dar, es jugar a ser ricos. selo, que viene gritando detrás de nosotros. Respondió él:
Pero Dios solamente necesita de nuestra pobreza. no he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa
de Israel. Ella, no obstante, fue a postrarse ante él y le dijo:
¡Señor, socórreme! Él respondió: no está bien tomar el
pan de los hijos y echárselo a los perritos. —Sí, Señor
— repuso ella —, que también los perritos comen las miga-
75 PRESCINDIR DE LO QUE jas que caen de la mesa de sus amos. Entonces Jesús le
dijo: mujer, grande es tu fe; que te suceda lo que deseas.
PEDIMOS Y desde aquel momento quedó curada su hija» (Mt 15,
22-28).
Volvamos al punto de partida. No se trata de que le
Vamos a examinar otra objeción, más o menos con- hagamos cambiar a Dios, de que tenga que mudar sus de-
fesada, que solemos poner contra la oración. signios. Dionisio de Siria pone esta comparación: unos
A veces formulamos un razonamiento que más o menos cuantos hombres, subidos a la barca, mueven la barca por
suena de este modo: si Dios es verdaderamente Dios, tiene medio de cuerdas atadas a una roca de la orilla. La roca no
que ser inmutable. No cambia sus propias decisiones. Mu- se mueve, pero los hombres hacen avanzar la barca. Lo mis-
cho menos podemos imaginar que sea un Dios sujeto a du- mo pasa con nosotros: la oración no hace cambiar a Dios.
das y vacilaciones. Por tanto, ¿para qué pedirle que inter- Rezar significa más bien hacer que nuestra barca se acerque
venga, si no puede cambiar? a Dios.
Es cierto. Dios no cambia. Dios es inmutable en sus De esta manera hacemos posible la tremenda paradoja
designios. Pero en sus designios interviene también la ora- de la oración: en vez de cambiar a Dios, la oración nos hace
ción de sus hijos. cambiar a nosotros.
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En realidad, el fin principal de la oración no es obtener Son las sorpresas desconcertantes de la oración.
lo que pedimos, sino el que cambiemos. Con la oración, El que tiene miedo, el que no acepta estas sorpresas,
vamos más allá: el pedirle algo a Dios nos transforma, poco, el que sólo entiende un toma y daca mezquino, el que está
a poco, en personas capaces de poder prescindir de lo que acostumbrado a una contabilidad de usurero, el que se
pedimos. niega a entrar sin condiciones en este «juego de Dios», nun-
«En la relación que se establece en la oración, no se ca aprenderá a rezar. Aunque haya leído muchos volúme-
trata de que Dios escuche lo que se pide, sino de que el nes de mística. Será mejor, incluso, que no se meta por esta
que reza continúe rezando hasta llegar él mismo a escuchar aventura de la oración. Se encontraría con desilusiones sin
lo que Dios quiere» (S. Kierkegaard). cuento.
De este modo la oración se convierte en el encuentro Pero si tú no tienes miedo, entra con decisión en este
de dos deseos: el deseo del hombre y el deseo de Dios. «juego de Dios». Un juego que varía con cada individuo.
O mejor dicho: se realiza la asunción del deseo del hombre Ya verás qué pronto te das cuenta de que, cuando creas ha-
en el deseo de Dios. berlo perdido todo, es cuando lo habrás ganado todo.
En una palabra: con la oración entramos en el plan de
Dios.
Decíamos que era ésta la paradoja de la oración. Más
exacto sería decir que es la sorpresa de la oración. Una es-
pecie de «juego de Dios», abierto a todos los resultados, 76 UNA PIEDRA EN EL ZAPATO
especialmente a los más imprevistos. Una vez entrados en
ese juego, tenemos que estar preparados a todas las sor- Volvamos a los refranes, puesto que no hay nada mejor
presas, a todas las soluciones, a los resultados más descon- para aprender ciertas cosas. Esta vez se trata de un pro-
certantes. verbio árabe. Dice así: «No son las dificultades del camino
Pasa muchas veces. Rezamos para obtener algo. Y si las que hacen daño a los pies, sino la piedra que se ha
llegamos hasta el fondo de nuestra oración, nos damos cuen- metido en el zapato».
ta de que podemos prescindir por completo de lo que está- La oración es difícil. Lo hemos dicho y repetido varias
bamos pidiendo. veces. Hasta el último instante de nuestra vida seguiremos
Queremos que Dios realice nuestros proyectos. Y de siendo muy malos discípulos en esta materia y tendremos
pronto descubrimos los suyos. aún que repetir con convicción: «Señor, enséñanos a orar».
Queremos que se ocupe de nuestras cosas. Y, a fuerza ¿A qué viene, entonces, ese proverbio árabe que aca-
de hablar, nos sorprendemos al ver que le estábamos es- bamos de citar? Pues precisamente a esto: las dificultades
cuchando. no residen en la oración, sino más bien en nosotros mismos.
Teníamos la decisión, en cierto modo, de obligarle a Vamos a pasar lista a algunas de estas dificultades.
Dios a que cambiase. Y al fin, somos nosotros los que cam-
biamos. Intentábamos acercarlo a nuestra barca. Y resulta La ilusión de lo cerebral. — Con frecuencia ponemos
que es nuestra barca la que se ha acercado a él. o intentamos poner mucho cerebro en nuestra oración. Nos

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empeñamos en ir a la caza de fórmulas, de razones com- Vamos a la oración para perdernos, para darnos, para
plicadas, de una problemática (¡hoy está tan en boga esta entrar en un designio de salvación que nos supera.
palabra!) elegante y atormentada. Si vamos a Dios por la euforia interior que sentimos
Y entonces nos salimos del camino. Porque rezar no en la oración, es señal de que no vamos por amor. Mientras
tiene nada que ver con dirigirle al Señor bonitos discur- no amemos «de balde», gratuitamente, no amaremos de
sos; discursos que estén totalmente de acuerdo con las verdad.
reglas de ortografía, de sintaxis, de dogmática y hasta de... Por consiguiente, no tenemos que buscar las satisfac-
mística. ciones interiores. Nuestra actitud deberá ser más bien una
¿Estamos convencidos de que el Señor nos entiende actitud de espera, de deseo. «He venido a ti, porque eras
aunque le hablemos en dialecto? ¿Aun cuando no hagamos un hombre de deseos» (Dan 9,23). Ser criaturas de de-
más que balbucear? ¿Aunque sólo seamos capaces de derra- seos.. . Saber esperar...
mar unas lágrimas? Se puede rezar hasta con el silencio... El silencio es la espera del amor... La religiosa parti-
No se trata de que asistamos a un curso de teología, ni cularmente tiene la obligación de abrirse a la eternidad y,
de que hagamos una docta disertación, sino de que confor- por tanto, de estar siempre en actitud de espera.
memos nuestra voluntad con la suya, de que pongamos Y también tenemos que dejar que Dios nos lo arranque
nuestros proyectos al compás de sus designios amorosos. todo, incluso esas ganas de satisfacción sensible en la ora-
Los salmos deberían ser para nosotros el modelo supre- ción. «Cuando Dios empieza a borrar, es que va a escribir
mo e insuperable de oración. Todos ellos están articulados algo» (Bossuet).
en torno a unos cuantos motivos esenciales: la grandeza di-
vina, la debilidad del hombre, la misericordia del Señor, Basta por hoy. Dos dificultades que tomar en conside-
la confianza humana. ración bastan y sobran para que pensemos un poco.
Para entrar en la oración no necesitamos para nada Antes de quejarnos de que la oración es difícil y ardua,
la aristocracia del espíritu. ¡Fuera esa aristocracia! hemos de ver si la dificultad no está más bien en nosotros.
No vamos a la oración para aumentar nuestro bagaje Quizás metemos demasiado cerebro en nuestra ora-
intelectual, ni para poner a punto nuestra síntesis doctrinal, ción. Y Dios quiere más corazón y menos cabeza. Más es-
ni para acrecentar nuestra cultura, aunque sea una cultura pontaneidad y menos esfuerzo intelectual.
religiosa, sino para repetirle a Dios que lo amamos y que O quizás somos un poco materialistas en la oración.
sabemos que él nos ama; para conformarnos con sus planes En el sentido de que buscamos demasiado las satisfacciones
misericordiosos. sensibles. Nos empeñamos en «sacarle gusto» a la oración.
Y entonces nos desviamos del camino. Rezamos para llegar
La ilusión de lo sensible. — A veces nos creemos que hasta Dios, no para obtener satisfacciones, aunque éstas
nuestra oración solamente tiene valor cuando sentimos sean de orden espiritual.
algo. Por lo que a Dios se refiere, podemos encontrarlo tam-
Pero ¿nos ha dicho alguna vez el Señor que tenemos bién en la oscuridad más profunda y en la aridez más es-
que sentir algo? pantosa.

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77 OXÍGENO PARA NUESTRA «Un día se detuvo un santo en nuestra casa. Mi madre
ORACIÓN lo vio en el patio haciendo cabriolas para divertir a los ni-
ños. "Oh — m e dijo ella—, es un santo de verdad; hijo
mío, puedes irte con él".
Vamos a seguir pasando revista a las dificultades con »É1 me puso la mano en el hombro y me preguntó:
que nos encontramos en la oración. Las que hoy vamos a — Pequeño, ¿y tú que vas a hacer?
presentar, son más bien defectos que dificultades. — No sé. ¿Qué quiere usted que haga?
— No. Tienes que decirme qué es lo que te gusta hacer?
1. Falta de espontaneidad. — N o hay nada tan anti- — Me gusta jugar.
pático como una oración artificial, retórica, que no respon- — Entonces, ¿quieres jugar con el Señor?
de a nuestros sentimientos. La hipocresía también puede, »No supe qué responderle. Y él añadió: "¿No ves? Si
por desgracia, introducirse en nuestra oración. Es el colmo tú pudieses jugar con el Señor, sería lo más grande que
de lo grotesco. Fingir con Dios... Le dan ganas a uno de puede suceder. Todos lo toman tan en serio, cuando tratan
gritar: ¡fuera las caretas, por lo menos cuando se reza! con él, que le aburren soberanamente... Juega con Dios,
La repetición exagerada y mecánica de fórmulas prefa- hijo mío. Ya verás qué buen compañero de juegos es"»
bricadas para orar puede convertirse en una escuela pésima (Gopal Mukerji).
de oración. De esa manera nos desacostumbraríamos a re-
zar. Porque: 2. Falta de preparación. —Estamos totalmente equi-
vocados si creemos que estamos siempre dispuestos para
— correríamos el peligro de mover continuamente los
rezar. Se necesita tener el hábito del silencio, del recogi-
labios, sin que palpitara nuestro corazón;
miento.
— mataríamos la espontaneidad, que es una de las cua-
Abolir las divisiones en nuestra jornada. Dos mundos
lidades esenciales de la oración (coloquio con Dios).
separados. El del trabajo y el de la oración. El de las ocu-
«Una cosa es un largo discurso, y otra muy diferente un paciones «modestas» o «aburridas» y el de la contempla-
largo amor» (San Agustín). ción. Porque no es posible dar saltos bruscos.
Y también es san Agustín el que dice: «No pongamos Especialmente en el mundo actual, con su ritmo vertigi-
en la oración muchas palabras, pero recemos mucho. Por- noso, con sus disipaciones y distracciones, tenemos que
que hablar mucho significa hacer en la oración algo nece- crear nosotros nuestro propio ambiente. Ya que el mundo
sario con palabras superfluas. Pero rezar mucho quiere de- de hoy no nos ofrece un marco adecuado para la oración, ya
cir llamar durante largo tiempo con un piadoso movimiento que no favorece el recogimiento, tenemos que preocupar-
del corazón a las puertas de aquel a quien rezamos. La ora- nos nosotros de formar a nuestro alrededor nuestra propia
ción está hecha de gemidos más que de discursos, de llanto atmósfera.
más que de palabras».
Hay que evitar, pues, las charlas mecánicas y dejar lu- 3. Falta de realismo. — Quizás ni siquiera nos damos
gar a la espontaneidad propia del niño. cuenta. Pero nos estamos negando a la ley de la encarnación.

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A veces aamos la impresión de estar desencarnados, de vivir 78 BIENAVENTURADOS LOS INÜTILES,
en un mundo abstracto. De no estar en contacto con la rea- PORQUE SÓLO ELLOS SON
lidad, especialmente con la realidad dolorosa, trágica, «ne-
gra», de nuestro tiempo. Y de esta actitud se resiente tam- INDISPENSABLES
bién nuestra oración, que se convierte en abstracta, sin san-
gre, sin corazón, etérea, sin peso. Quizás diga alguno que no tengo muy buen gusto, que
Sólo el contacto continuo, crucificante, con la realidad incluso no demuestro ser muy respetuoso con el evangelio.
impedirá que nuestra oración se haga «raquítica». ¡Paciencia! Pero muchas veces me viene la tentación de
Fijaos bien. He hablado de contacto con la realidad. añadir al sermón de la montaña una nueva bienaventuran-
Y por realidad entiendo sobre todo la que tenemos ante la za: «¡Bienaventurados los inútiles!» Y la razón para comple-
vista cada día: una sala del hospital con sus sufrimientos tarla sería ésta: «Porque el mundo tiene necesidad de
y sus dramas, sus tragedias y sus miserias; una escuela con ellos». O bien: «Porque sólo ellos son verdaderamente in-
todo su mundo, sus problemas, sus personajes pequeños y dispensables».
grandes. Pero entiendo además la realidad del mundo en- Vamos a explicar esta bienaventuranza. Estoy conven-
tero. Para una religiosa que quiera ser verdaderamente cido de que uno de los testimonios más elevados que una
«católica», el convento tiene que tener las dimensiones del religiosa puede presentar al mundo de hoy es el de su «in-
mundo. Nada de lo que pasa en el mundo, ninguna de las utilidad». Y la oración es precisamente la que tiene que
angustias y de las aspiraciones de nuestro tiempo, puede desarrollar en nosotros ese «sentimiento de inutilidad».
quedar fuera de nuestra oración. Y no estoy hablando en paradojas.
Tenemos que quemarnos los ojos con la realidad que Uno de los elementos fundamentales del mundo mo-
nos rodea, para poder desarrollar realmente, en la oración, derno es el que le proporciona el materialismo. El hombre,
nuestra función de mediadores entre nuestro mundo y Dios. hoy, se siente inclinado a juzgarlo todo con la medida de la
utilidad práctica, del rendimiento, de la eficacia. Su pre-
* gunta característica es: «¿Cuánto?» La jerarquía de valores
He señalado algunas dificultades, algunos defectos. No coincide con la de utilidades.
he pretendido, ni mucho menos, agotar el tema. Me he li- Este mismo criterio valorativo se adopta también para
mitado a presentar unas cuantas indicaciones para una bús- la vida religiosa. Hay muchas personas que comprenden,
queda profunda, que tenéis que hacer vosotras mismas, que justifican y que hasta se conmueven ante una monja que
para una comprobación valiente que sólo podrá llevar hasta se consume entre leprosos de carnes corrompidas, que se
el fondo cada una de vosotras. prodiga en un asilo de ancianos, que se desgañita en medio
Si me permitís, os voy a sugerir una conclusión. ¿No os de una nube de mocosos, que gasta toda su existencia en
parece que nuestra oración es demasiado raquítica, dema- una fría sala del manicomio; pero no acepta a la monja de
siado grácil? ¿Queréis que le demos un poco de oxígeno? rodillas delante del sagrario.
Hemos de estar muy atentos a no prestarnos al equí-
voco. Un equívoco que se presenta con frecuencia, aunque

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inconscientemente. Y entonces nos metemos de lleno en la a cometer mil tonterías, aunque a veces nos dé la impresión
acción, nos dejamos arrastrar por un trabajo excesivo. Y ter- de que estamos realizando cosas muy importantes.
minamos deshaciéndonos físicamente y, lo que es peor, Debemos tener la valentía de desafiar al mundo en el
espiritualmente. Cierto activismo desenfrenado en el plano terreno de la utilidad; o mejor, de la inutilidad.
individual y cierta elefantiasis de las obras en el plano comu- «¡Bienaventurados los inútiles!...» ¡Ay de nosotros,
nitario, son la mejor prueba de esta desviación. si nuestra vida dejase de ser una incógnita para muchos!
Si cedemos al espíritu del mundo en este punto, si nos Sería la señal de que se ha quedado vacía de contenido, redu-
dejamos llevar por su mentalidad pragmatista, hay motivo cida a algo muy pobre.
para que nos preocupemos, tanto por los individuos como Deberíamos tener miedo de que todos nos compren-
por los institutos. diesen, de que todos nos apreciasen y nos cubriesen el pe-
De acuerdo. Una muchacha no se hace religiosa para cho de medallas... Es necesario que en nuestra existencia
proteger del modo más seguro su propia salvación indivi- haya siempre un margen para el «escándalo».
dual. No nos preocupa la «póliza de seguros». No somos «El día en que no me vuelvan la espalda, empezaré a
pequeños burgueses de la eternidad. Lo hemos dicho, y lo tener miedo», les decía un obispo a sus sacerdotes, refirién-
repetiremos una vez más, para que no quede lugar a con- dose a la postura poco correcta que algunos adoptaban en
fusión. Nuestra vida tiene que estar al servicio de los demás. el tranvía, al verlo subir.
Pero tampoco tenemos que olvidarnos de nuestra condi- Para completar el cuadro de la bienaventuranza que
ción de «consagradas». Y esto supone una referencia abso- acabamos de comentar, voy a añadir una observación a pro-
luta, «preferencial», a Dios. Por tanto, nuestro primer pósito del «tiempo», o mejor dicho, de la «falta de tiempo».
deber es el de la adoración, la oración, la contemplación. A veces la multiplicación de compromisos, la acumula-
Por lo demás, estas dos cosas no son contradictorias, ción de tareas, nos obligan a recortar un poco la «ración»
sino que se completan mutuamente. Traicionaríamos (y vol- diaria de oración. Y a veces nosotros mismos somos los que
veremos a estudiar este punto) nuestro «servicio» a los buscamos mil motivos para justificarlo. Y decimos que «se
demás (dimensión horizontal), si descuidásemos la contem- trata de ganar tiempo»... Y a veces suspiramos: ¡dichosas
plación y el trato con Dios (dimensión vertical). las hermanas que pueden dedicarse tranquilamente a las
Por consiguiente, tenemos que dejar bien sentado, de- prácticas de piedad y a todas sus devociones particulares!
lante de todos, que la oración debe ocupar el primer puesto. ¡Yo en cambio!...
Un conocido predicador decía: si os preguntan qué es No estoy de acuerdo, sino todo lo contrario. Cuanto
lo que ha hecho la Iglesia durante dos mil años de cristia- más aumente el trabajo, más tiene que aumentar la oración.
nismo, decid que ha rezado. Y que ciertos escándalos han A una superactividad tiene que corresponder una supercon-
tenido lugar solamente cuando sus hombres desviaron sus templación. A un aumento de los compromisos prácticos
ojos del rostro de Jesucristo para dirigirlos a las realidades tiene que corresponder un aumento en la oración. Entre
mezquinas de este mundo... ambas cosas hay un equilibrio que hay que respetar por en-
Quizás en nuestra vida pase algo semejante: cuando cima de todo, si no queremos sembrar en vano, hacer el
separamos nuestros ojos del rostro de Cristo, empezamos ridículo y darnos a nosotros mismos en lugar de dar a Dios.

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No sé si habéis oído hablar alguna vez de Michel Fa- De ese modo, podría insinuarse en nuestra vida una
vreau. Era un sacerdote-obrero. Trabajaba como estibador idea equivocada de Dios, que nos conduciría a una idea
en el puerto de Marsella. Una mañana se desprendió una equivocada de la oración.
carga de la grúa y aplastó al sacerdote en el muelle. Todos nos acordamos de ciertas formas desentonadas
Cuando el cuerpo de don Favreau fue conducido a. su de la devoción popular. Personas que, al menor contra-
pobre habitación, encontraron en un cajón de su mesa el tiempo, en vez de trabajar por remediarlo, se ponen a fas-
diario de su vida. En una de sus páginas había escrito: tidiar a Dios con súplicas intempestivas y lamentaciones in-
«El gran medio para ganar tiempo es la oración». soportables. Personas que molestan a Dios por tonterías.
Es una frase que entra dentro, que penetra en la san- Personas que pierden una aguja, y corren en seguida a tirar
gre, que hace daño. Y ésta es la mejor garantía de su del cordón a san Antonio. Personas que, al mínimo inci-
verdad. dente, movilizan a todos los santos... de la clínica de ur-
¿Comprendéis? Ganar tiempo. O sea, cuando el traba- gencia. En estos casos se traspasan impunemente los con-
jo nos sofoca, cuando tenemos la impresión de que no fines entre la devoción y la superstición.
llegamos, cuando parece que hemos perdido la lucha con- Pero también en nuestra vida puede suceder algo seme-
tra el reloj, si queremos ganar tiempo, no tenemos más jante. Podríamos expresarlo de este modo: la idea de «un
que ponernos de rodillas... y quedarnos así el mayor rato Dios a nuestra disposición». Un Dios que puede y debe in-
posible. tervenir en todas las cosas. Un Dios a quien es lícito recu-
rrir para cualquier tontería. Una idea deformada de Dios.
Es hora de concluir. Sí, ¡dichosos los inútiles! ¡Ay de Y, de rechazo, una idea deformada también del hom-
nosotros si no ofrecemos este testimonio de inutilidad! bre. Para ese hombre la única tarea consiste en esperarlo
Nuestra vida será «tanto más útil, cuanto más inútil sea». todo de Dios, sin mover un dedo. Una postura de espera
y de abandono. Frente a cualquier dificultad, cualquier pro-
blema, cualquier trabajo un poco pesado, lo único que hay
que hacer es ponerse a rezar.
79 «¡QUE SE PONGAN EN Si lo pensamos bien, esta postura (que se esconde bajo
MARCHA!» la idea de la grandeza de Dios) tiene como contrapartida un
negro pesimismo, la idea de que el hombre es incapaz de
hacer nada bueno y positivo. Estamos cerca del concepto
La vida espiritual se mantiene a duras penas en un de- calvinista de la corrupción total del hombre.
licado equilibrio continuamente amenazado. Si no pone- Y notemos de paso que a toda deformación de la idea
mos mucha atención, si no controlamos nuestras tendencias de Dios le corresponde una deformación de la idea de
(incluso las más santas, en principio), si no somos dueños hombre. Cuando se empequeñece y se minimiza a Dios, se
de nuestros hábitos, corremos el peligro de alterar ese equi- acaba siempre por disminuir al hombre.
librio. Y entonces tomarían cartas de naturaleza las defor- Pero Dios no está «a nuestra disposición», siempre y en
maciones más burdas. todas partes, para cualquier ridiculez. Dios nunca hace nada
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por sí solo. Obra por medio de causas segundas. No le dis- ser humano con fuerzas y energías, cuya vista ha quedado
pensa a nadie de su «tarea de hombre». ciertamente debilitada por las cataratas del pecado y cuya
Y el hombre, a pesar del pecado original, no está total- alma se ha vuelto anémica por el virus del orgullo; pero
mente corrompido. Existe en él la capacidad de obrar bien. tiene todavía vista suficiente para poder levantar sus ojos
Tiene una inteligencia, una voluntad, unos talentos, que hacia la montaña. En el hombre sigue todavía subsistiendo
debe hacer funcionar. No puede contentarse con una pos- la imagen de Dios, por lo menos con la energía suficiente
tura de espera ni pretender que le esté siempre cayendo el para que pueda dirigir su vida débil y pecadora hacia el
maná del cielo. Tiene la dignidad de cooperador de Dios. gran médico que es capaz de curar los estragos que ha he-
Tiene que ponerse a su disposición. Eso es. No es Dios el cho el pecado» (Martín Lutero King).
que tiene que estar a nuestras órdenes, sino nosotros a las
órdenes de Dios. Volvamos al tema de la oración. La oración tiene que
Finalmente, la oración no puede dispensarnos del es- ser el complemento necesario e indispensable de-nuestra
fuerzo, no puede justificar nuestro pesimismo, no puede acción. No puede eliminar en ningún modo nuestro esfuer-
servir de coartada a nuestra pereza. zo personal. Una oración que no esté agarrada a la acción
personal no sería más que hipocresía y pereza. Lo mismo
«Dijo Yavé a Moisés: ¿Por qué sigues clamando a
que una acción que no desemboque en la oración, o no parta
mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha» (Ex
de la oración, no sería más que presunción y orgullo.
14,15). <¡Entendido? ¡Qué se pongan en marcha!...
¡Ay de nosotros, si la oración nos condujera al inmo- En una palabra: «obrar» como si todo dependiese de
vilismo, nos fijase en la pasividad, nos hiciese olvidar que nosotros, y «rezar» como si todo dependiese de Dios. Es una
las piernas se nos han dado para caminar, y las manos para fórmula vieja, pero que todavía sirve.
trabajar, y los ojos para mirar, y los oídos para escuchar Solamente tenemos derecho a molestar a Dios, cuando
y el corazón para amar! «Que se pongan en marcha», dice hayamos hecho por nuestra parte todo lo posible, cuan-
el Señor. do nos hayamos molestado nosotros mismos.
Podemos acudir a Dios, despertarlo como lo desperta-
Tenemos que procurar metérnoslo bien en la cabeza:
ron los apóstoles en la barca, solamente cuando hayamos
el esperarlo todo de Dios, sin hacer nada por nosotros mis-
utilizado todos nuestros recursos humanos.
mos, no quiere decir que tenemos fe. Lo único que quiere
decir es que estamos engañados y que somos víctimas de «Mira que estoy a la puerta y llamo;, si alguno oye mi
la superstición. voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él
y él conmigo» (Apoc 3,20).
Meditemos también una frase del Antiguo Testamen-
to: «Hijo del hombre, levántate porque quiero hablarte» Dios es demasiado «educado» para echar la puerta aba-
(Ex 2,1). Cuando Dios-habla, tenemos que ponernos en jo. Espera a que le abramos. Si aceptamos su presencia, no
pie, dispuestos a ejecutar sus órdenes. nos eliminará a nosotros, no nos quitará nuestra respon-
sabilidad. Sencillamente, compartirá con nosotros el pan
«El hombre no es un inválido abandonado, sin recursos
del esfuerzo y de la tarea.
de ninguna clase, en un valle de corrupción total, esperando
siempre que Dios lo saque de allí. Por el contrario, es un
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80 «A UNA SOLA VOZ» de esta oración en común, están determinadas por las cons-
tituciones o los directorios.
Y aquí tocamos un punto particularmente delicado y
La vida religiosa es una vida en común. El decreto del sujeto a continuas controversias, señal evidente de que nos
Concilio Vaticano I I sobre la renovación de la vida reli- encontramos con un malestar real y bastante común.
giosa pone un acento especial en este aspecto comunitario. Se trata de que evitemos dos excesos. Por una parte,
«La vida en común, a ejemplo de la Iglesia primitiva, el menosprecio radical de la oración en común en nombre
en que la muchedumbre de los creyentes tenían un corazón de la espontaneidad de la oración individual. Por otra parte,
y un alma sola, nutrida por la doctrina evangélica, la sagra- el ahogo de la vida interior individual en nombre de una
da liturgia y sobre todo la eucaristía, persevere en la ora- oración común, que se ha convertido en regla exclusiva
ción y en la unión del mismo espíritu» (Perfectae chari- (casi despótica).
tatis, 15). Como siempre, el equilibrio consiste en la armonía de
Vemos en estas palabras una mayor profundidad de los dos contrarios, impidiendo que uno se afirme arbitra-
concepción, casi una nueva conciencia de la vida común riamente y prospere indebidamente sobre las ruinas del
de los religiosos. Esa vida en común tiene que orientarse otro.
hacia la imitación de la «Iglesia primitiva». Tiene que ser Vamos a aclarar algunos puntos.
un «signo» de la primera comunidad cristiana, un signo de
la Iglesia. La Iglesia es comunión. Pero con frecuencia los Condiciones para la defensa de la autenticidad en la ora-
hombres no llegan a captar esta dimensión comunitaria de ción comunitaria. — Las más recientes orientaciones de la
la Iglesia en sus confines más amplios. Y le toca entonces Santa Sede nos permiten establecer este criterio: no se de-
a la vida religiosa en común poner al alcance de todas las ben multiplicar inconsideradamente las oraciones vocales
inteligencias ese aspecto comunitario de la Iglesia. y los ejercicios de piedad en común. La excesiva sobrecarga
Podríamos decir que es una micro-Iglesia, modelada de rezos no tiene que sofocar la iniciativa personal en la
según las normas de la primera comunidad cristiana. El tes- oración.
timonio que los religiosos tienen que ofrecer al mundo no
es únicamente un testimonio individual, Cristo presente — Hay que tener la valentía de eliminar todo lo que
en una existencia particular, sino un testimonio colectivo: es puramente formalístico, anacrónico, contrario a la es-
Cristo presente, continuado en una comunidad. pontaneidad; todo lo que corra el peligro de resolverse en
Pues bien, este aspecto comunitario de la vida religiosa una repetición mecánica de fórmulas.
tiene que manifestarse sobre todo en uno de sus momen- — Hay que vigilar con severidad (casi con severidad
tos más elevados: el de la oración. inquisitoria, si se nos permiten alusiones históricas) por el
La oración de una comunidad religiosa no puede ser contenido de la oración vocal, para evitar caer en el senti-
exclusivamente una oración individual, dejada a la inicia- mentalismo, en el infantilismo, en lo vaporoso. Una autén-
tiva y a la inspiración de cada uno. Tiene que ser también tica devoción, incluso a nivel popular, tiene que estar siem-
una oración en común. El tiempo, la manera, las fórmulas pre apoyada en una sólida base teológica, y no en unos
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equívocos subproductos de la espiritualidad. «Los miem- La oración vocal se convierte en la expresión visible de
bros de los institutos han de practicar asiduamente el espí- la orientación radical de la comunidad religiosa: «ser hacia
ritu de oración, e incluso la oración misma, bebiendo en el Padre». Un Padre común al que le hemos consagrado
las límpidas fuentes de la espiritualidad cristiana» (Per- nuestra existencia. Un Padre al que rezamos todos juntos,
fectae charitatis, 6). al mismo tiempo, con las mismas palabras. Y en este colo-
— Hay que poner una atención particular en los ma- quio con el Padre común ponemos todo lo que él mismo
nuales de oración que a veces corren. De esto hablamos ya nos ha dado: el corazón y la voz.
abundantemente a propósito de la higiene en la oración. Y la oración en común se convierte además en la ex-
«Hay que corregir adecuadamente... libros de costumbres, presión sensible del fin específico, del espíritu peculiar y
de preces, de ceremonias y otros semejantes» (Perfectae de la actividad propia de cada instituto religioso. La oración
charitatis, 3). «capta» y expresa las características especiales (los presu-
Si fuera necesario fijar un criterio universal para esta puestos) de cada instituto.
higiene de los manuales de oración, creo que podríamos Por tanto, la oración en común manifiesta no solamen-
sintetizarlo así: el criterio de la incomodidad. Esto es: una te la orientación hacia el Padre, sino también la orientación
oración vocal será tanto más auténtica cuanto más incó- hacia los hermanos, en relación con los cuales se va desarro-
modo resulte su contenido. La maravillosa oración vocal llando la actitud específica de la congregación. Mejor dicho:
que nos enseñó Cristo, es la más «incómoda» que existe. es el punto de encuentro de estas dos orientaciones inse-
Basta con pensar un poco en las exigencias concretas y en parables. El ser hacia el Padre y el ser para los demás se
todo lo que de nosotros pide el «Padrenuestro». encuentran y se funden en la oración comunitaria.
También aquí la comunidad apostólica, reunida en el
— «El elemento vocal tiene que estar subordinado a cenáculo en espera del día de pentecostés, sigue siendo
la vida interior y la uniformidad de las fórmulas tiene que el modelo al que tenemos que referirnos continuamente.
servir de trampolín al espíritu, pero no de prisión. Santo Los apóstoles, enviados por Jesús a todo el mundo para
Tomás... afirma que la finalidad del culto cristiano es la anunciar el mensaje, empiezan ante todo por reunirse en
adoración en espíritu y en verdad. Lo de fuera está hecho una habitación para rezar todos juntos. «Todos ellos perse-
para lo de dentro, el cuerpo tiene que estar sujeto al alma, veraban en la oración con un mismo espíritu, en compañía
el hábito tiene que servirle de ayuda a la libertad: en esto de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús,, y de sus
radica el orden» (M. Nédoncelle). hermanos» (Hechos 1,14).
Incluso después de pentecostés, la asiduidad en la ora-
Significado de la oración comunitaria. — Después de ción comunitaria seguirá siendo una de las características
todas estas observaciones, una vez libre el terreno de in- fundamentales de la Iglesia primitiva.
terpretaciones equívocas, eliminados los peligros y li- Y en determinadas circunstancias, la oración en común
madas las exageraciones, podremos finalmente poner de prorrumpe casi espontáneamente. Por ejemplo, tras la libe-
relieve el significado profundo y la belleza de la oración en ración de Pedro y de Juan. «... Al oírlo, todos a una eleva-
común. ron su voz a Dios y dijeron: Señor, tú que hiciste el cielo

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y la tierra... concede a tus siervos que puedan predicar tu Dos o tres personas se ponen de acuerdo en pedir algu-
palabra con toda valentía» (Hechos 4,24-29). na cosa. Existe la certeza matemática de que Jesús está
Todos los progresos de la Iglesia han estado siempre presente en medio de ellos. Y existe además la certeza ab-
acompañados por la oración hecha «a una sola voz». soluta de que aquella oración será escuchada.
Podríamos decir que es una oración «honrada» con la
*
presencia de Jesucristo y una oración «infalible» en sus
Ya es bastante, ¿no es verdad? efectos.
La oración en común ocupará el justo puesto en tu Pero cuidado. Para que salte el dispositivo de estas dos
vida, y la podrás considerar no ya como una obligación, o garantías, es necesario que se realice una condición funda-
lo que es peor, como un peso, cuando llegues a verla como mental por nuestra parte. No basta con que nos reunamos
una exigencia, como una consecuencia espontánea de la todos juntos. Ni es suficiente que nuestras voces se fundan
vida comunitaria. Como expresión concreta de la orienta- en una sola. La oración en común exige algo más, un com-
ción fundamental de tu comunidad. promiso mucho más importante. Ese «algo más» es lo que
¿Obligación? Podrás responder con Saint-Exupéry: nos expresa con gran claridad y concisión una palabra de
«Mi obligación es un ceremonial de amor». los Hechos de los apóstoles.
«Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo
espíritu» (Hechos 1,14). La expresión «con un mismo es-
píritu» es característica de la primera parte de los Hechos
y no se encuentra en ningún otro libro, más que en un solo
81 «UN SOLO CORAZÓN», O SEA pasaje de san Pablo (Rom 15,6).
EL PASAPORTE DE Los Hechos, al hablarnos de la primera comunidad cris-
tiana unida en oración, nos dan estas tres indicaciones:
LA ORACIÓN EN COMÚN «en el mismo lugar», «una sola voz», «con un mismo es-
píritu». Son los tres elementos de la oración en común:
«Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí unidad de lugar, de palabra, de espíritu. Pero es evidente
estoy en medio de ellos» (Mt 18,20). que este último es el elemento principal y el que condiciona
Son palabras de Jesús. Es la primera garantía que él a los otros dos. Sin ese «mismo espíritu», el «mismo lugar»
mismo le ofrece a la oración en común. no sería más que un elemento exterior, y la «única voz» no
Y la segunda no es menos importante: «Yo os aseguro pasaría de ser más que una simulación intolerable.
también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la Si falta ese «mismo espíritu», el Señor no estará pre-
tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de sente en nuestra oración y ésta será perfectamente inútil.
mí Padre que está en los cielos» (Mt 18,19). Más aún, una oración en la que faltase el «mismo es-
Nos bastaría con estas dos afirmaciones tan explícitas píritu», desencadenaría las iras de Dios. Será oportuno
de Nuestro Señor para superar todas las repugnancias y recordar aquí aquellas terribles palabras que pone el pro-
disipar las dudas que tenemos sobre la oración en común. feta en boca de Yavé:

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«Yo detesto, desprecio vuestras fiestas, cias, de las durezas, de la insensibilidad, de los rencores,
y no gusto el olor de vuestras reuniones... de los chismorreos, de las hipocresías, de las incompren-
Si me ofrecéis holocaustos, siones, de los juicios apresurados, de las condenas injusti-
no me complazco en vuestras oblaciones, ficadas, que caracterizan muchas veces nuestras relaciones
ni miro a vuestros sacrificios de comunión... con los demás.
Aparta de mi lado la multitud de tus canciones» «Aquellos que van acumulando penas y rencores, y se
(Am5,2123). imaginan que rezan, se parecen a las personas que cogen
agua para echarla en un cántaro roto» (Evagrio). Sin un cli-
Vamos a intentar profundizar en el significado de la ma de verdadera hermandad, la oración en común se con-
expresión «un mismo espíritu». Quiere decir algo suma- vierte en un buen ejemplo de tiempo perdido.
mente sencillo, pero muy difícil en su realización práctica; Sería conveniente que repasáramos una vez más el evan-
la oración es inseparable de la caridad. Una oración sin ca- gelio: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar, te acuer-
ridad está condenada al fracaso. das entonces de que un hermano tuyo tiene algo que repro-
Esto es cierto en la oración individual. Dios es caridad charte, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero
(1 Jn 4,16). Solamente podemos conocer a Dios y hablar a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas
con él cuando nos convirtamos también nosotros en «cari- tu ofrenda» (Mt 5,23-24). En resumen: Dios, antes de ad-
dad». No es posible traicionar el amor en la vida práctica mitirnos en su presencia, exige que liquidemos de ante-
y pretender *luego acercarnos a Dios, que es amor, en la mano todas las ofensas, todos los choques.
oración. Sería algo absurdo. La oración en común depende de las constituciones y de
Pero sobre todo resulta esto cierto en la oración comu- los superiores por lo que se refiere al tiempo y al modo
nitaria. Cuando unas cuantas personas juntamente, a una de hacerla. Pero está confiada a la responsabilidad de cada
sola voz, se dirigen hacia el Padre común, su oración única- uno por lo que se refiere a la parte principal: su autentici-
mente podrá llegar hasta su destino cuando sea la expre- dad y, por consiguiente, su eficacia. Un solo miembro de
sión de una hermandad auténtica. Basta que se rompa nada la comunidad tiene el triste privilegio de hacer fracasar la
más que un hilo de conjunción de dos hermanos, de dos oración de todos.
miembros de esa comunidad, para que se interrumpa todo Aquí es donde se comprende de verdad cómo la oración
el armazón. Y entonces la oración no llega hasta el Padre. está unida a la vida, está mezclada íntimamente a nuestras
Por consiguiente, la oración en común puede conver- acciones. No se trata de un momento, de unos instantes de
tirse en un momento muy peligroso para vuestra vida. Es el nuestra jornada. Es la quintaesencia de nuestra vida coti-
momento del juicio de todas nuestras acciones, especial- diana. Un peine terrible que «bloquea» inexorablemente
mente bajo el aspecto del amor. En la oración en común todos los nudos de nuestras acciones.
se paga el precio (¡y vaya precio: el fracaso de la oración, «Este pueblo... me honra con los labios, pero su cora-
la cólera de Dios!) de las faltas contra la caridad. zón está lejos de mí» (Is 29,13).
Se paga el precio de los choques, de las rencillas, de las Y tengámoslo presente: nuestro corazón está lejos de
antipatías, de los celos, de las sospechas, de las maledicen- Dios cuando está lejos del prójimo. Sí, del prójimo. No so-

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lamente de ese prójimo con quien te encuentras fuera del Un ejemplo servirá para aclarar concretamente todo lo
convento, en el desarrollo de tus actividades. Sino también que he dicho. La oración en común parte de nuestro mun-
de ese otro prójimo que está más cerca de ti, de las demás do, para llegar al otro, donde está la casa del Padre.
hermanas que trabajan contigo y rezan a tu lado. También Entre estos dos mundos se levanta una frontera. Para
ese «prójimo» puede estar a veces muy «lejano», si no nos superar esta frontera, la oración en común necesita un pasa-
damos cuenta de ello. Repito: ¿odas las demás hermanas. porte. Si no, no «pasa». Pues bien, en el pasaporte tiene
Sin excluir a ninguna. Se insiste a veces, incluso demasiado, que haber tantos «visados» (sellos) como son los miembros
en las «amistades particulares»; ¿y las «enemistades parti- de la comunidad. O sea, los «visados» de amor fraterno.
culares»? Si falta un solo «visado», las barreras seguirán echadas, y
Muchas veces logramos descubrir uno de los grandes la oración no podrá llegar a su destino.
enemigos de la oración. Las distracciones. Y nos dan bas- ¿Querrás tú acaso ser el responsable de ese contra-
tante que hacer. Pero todavía hay un enemigo más peli- tiempo?
groso que las distracciones en la oración; son las distrac-
ciones en la caridad, que tantas veces vamos sembrando sin
darnos cuenta durante toda la jornada.
Clima de hermandad como preparación insustituible 82 EL CIELO EN LA TIERRA *
para la oración en común.
Clima de hermandad durante la oración. A este respec-
to es muy significativo el episodio que se cuenta sobre los En la vida nos empeñamos en establecer separaciones
padres del desierto. Algunos monjes le habían presentado por todas partes; la peor de todas es la que establecemos
a un gran abad de aquellos tiempos la siguiente cuestión: entre la tierra y el cielo.
— Cuando algún hermano se duerme durante la asam- Si reflexionamos un poco, veremos que esta mentali-
blea litúrgica del domingo (la sinaxis), ¿hay que darle un dad se basa en que descuidamos un hecho de cierta impor-
codazo para despertarlo? tancia: el hecho de que Cristo ha venido a la tierra. ¡Y ya
Respuesta del sabio abad: está bien!
— Cuando veo a algún hermano que se duerme, hago Antes de la encarnación, la tierra y el «cielo» sí que
que ponga su cabeza en mis rodillas, para que descanse a eran dos mundos separados por una distancia infinita, abier-
gusto... ta por el pecado. Pero Cristo ha llenado esa distancia, ha
Y clima de hermandad después de la oración. Es cierto vuelto a establecer la conexión, la «comunión» entre ambos
que la oración presupone la caridad. Pero también es cier- mundos.
to que la aumenta, que refuerza los vínculos de hermandad. «La tierra es el lugar en que se construye el cielo. Dios
Nos hace «crecer» en el amor. no nos invita a que pasemos al otro mundo. Dios se ha

* * Esta meditación está inspirada en un magnífico capítulo de


L. EVELY, Ese hombre eres tú. Las citas entre comillas son del mismo.

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hecho huésped de nuestro mundo. Lo ha rescatado, le ha Por tanto, conocer a Dios, conocer a Jesucristo, equi-
inyectado fuerzas infinitas, que ha puesto en nuestras manos vale a anticipar la vida eterna.
para que lo transformemos. Y algún día él coronará su obra
y nuestras obras, eternizándola». El paraíso es el reino del amor. Pero tenemos ya la posi-
El cielo no hará más que fijar para siempre todo lo que bilidad de iniciar este reino en la tierra, amando a Dios y
hemos construido aquí abajo, en esta tierra, con nuestras amando a los hermanos, que es lo mismo, según el evan-
manos y con los dones que Dios nos ha dado. gelio.
Un hombre «edificante» no es una persona que vive en Dicen que ya no están de moda las excomuniones. ¿De
otro mundo, en una postura despreciativa frente a la reali- veras? Quizás ya no se usan esas excomuniones que caían
dad que pisotea. Es uno que edifica, que construye. Es un desde arriba... Pero nosotros mismos somos los que nos
constructor del cielo. En esta tierra. Con los materiales que «excomulgamos» (excomulgar quiere decir «sacar de la
tiene a su disposición. Todo lo que construya, todo lo que comunión», separar de la comunidad), siempre que nos
ame de veras, será transformado en cielo. negamos a «comulgar» con los hermanos.
Todos nosotros hemos sido quizás un poco víctimas El que no ama, se excomulga. Se separa de la «comu-
de un falso esplritualismo. Creemos en la inmortalidad de nión» con Dios y con los hermanos. Se cierra el paraíso.
las almas. Pensemos un poco. ¿Dónde está el Padre? En medio
Pero no llegamos a captar del todo la maravillosa be- de nosotros.
lleza del dogma de la «resurrección de la carne». La peor Dentro de nosotros.
evasión es la de escaparnos de la tierra, la de rehusar la
realidad humana, la de «desencarnarnos». Dios, por el «Si alguno me ama,
contrario, se encarna. «Dios juzga que la carne puede ser guardará mi palabra,
buena conductora de lo divino... Dios no reside en otro y mi Padre le amará,
mundo. Dios ha entrado en este mundo y no ha salido y vendremos a él,
de él». y haremos morada en él» (Jn 14,23).
No tenemos que imaginarnos el cielo como un lugar,
sino como un estado. Pasar de este mundo al cielo no quiere ¿Dónde está Jesucristo? ¿En el cielo? No. No se ha
decir cambiar de lugar. Quiere decir convertirse, esto es, «retirado» como un jubilado al cielo. «He aquí que yo es-
abrirse a Dios. Y esto no solamente es posible, sino que es toy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»
lo que tenemos que hacer en la tierra. (Mt 28,20).
Con la conversión, ya desde ahora «he pasado a morar ¿Dónde está el Espíritu Santo? «Mora con vosotros y
en el cielo». en vosotros está» (Jn 14,17).
«Ésta es la vida eterna: Por tanto, los personajes del paraíso están presentes
que te conozcan a ti, en esta tierra. Están dentro de mí. Y todos los que viven
el único Dios verdadero, conmigo, todos los hombres con quienes me encuentro, si
y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). los amo, se convierten en «compañeros» del paraíso.

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«En el momento de la ascensión, al ver que Cristo se
levantaba ante sus ojos con un movimiento naturalísimo, Señor, en mi vida te he dicho muchas, demasiadas pa-
como por su propia virtud, como por derecho propio, los labras. He hecho muchos, demasiados propósitos.
apóstoles adquirieron por primera vez conciencia de la ver- Me vas a permitir una vez más que haga un solo pro-
dadera identidad de aquel misterioso compañero. Empe- pósito, pero que los resume todos: quiero vivir el cielo en
zaron a comprender quién era Jesús, qué es lo que había la tierra.
hecho por ellos, y cómo lo habían tratado. Durante tres
años Dios había vivido con ellos, Dios había comido en
su mesa, Dios había dormido en sus casas, Dios les había
confiado todo lo que tenía... Y nunca le habían dado
las gracias. Fue entonces cuando midieron toda su gro-
sería, su negligencia, todo lo que podrían haber hecho por
él, lo que él les podría haber dicho, la alegría que hubie-
ran podido proporcionarle. «Y se quedaron allí mirando
al cielo».
«El cielo había comenzado hacía 33 años, pero ellos no
se habían dado cuenta.
»Y los angeles tuvieron que venir a sacudirles, a des-
pertarles de su nostalgia, para lanzarlos hacia el mundo
en donde el maestro los esperaba. Nada había cambiado.
Podrían hacer con los hombres lo que no supieron hacer
con él.
»VoIverían a comenzar juntos una aventura que no aca-
baría jamás. Vivir el cielo en la tierra».
Tenemos que prescindir de una terminología equivo-
cada. Frases como «ganarse el cielo», «hacer méritos para
el cielo», revelan una mentalidad de mercenarios, y signi-
fican que no hemos comprendido aquella gran verdad de
que antes hablábamos: el paraíso, el reino empieza aquí, en
la tierra.
«No ganamos el cielo, sino que nos familiarizamos con
el cielo, nos habituamos, nos aclimatamos al cielo. Nos
entrenamos. Lo vamos haciendo. Todos juntos».

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371
ÍNDICE ANALÍTICO
(Las cifras indican los capítulos)

ALEGRÍA elección, no renuncia: 31


la religiosa, expresión de ale- ilusiones sobre la castidad:
gría: 56 31
testigos de la alegría: 57 cruz de cada día: 32
egoísmo, enemigo de la ale- plenitud de humanidad: 33
gría: 58 lo que no es la castidad: 33
fuentes de alegría: 58 estrategia de la castidad: 33
alegría en este mundo: 59 existe Cristo, no la castidad:
construir la alegría: 60 33
alegría en el sufrimiento: 61 virginidad y maternidad: 34
motivos de alegría: 61 caridad para con Dios: 35
caridad comunitaria: 35
AMOR CRISTIANO
verdadera amistad: 35
al prójimo, según el evange- CIELO ANTICIPADO
lio: 44
entrega: 27, 45 unidad entre cielo y tierra:
amar quiere decir entregarse: 82
27 estado, no lugar: 82
gratuidad: 45 el que no comulga con los
creador: 45 hermanos, se excomulga:
necesita de los demás: 45 82
difícil: 45 presencia de la Trinidad en
la tierra: 82
CASTIDAD «conseguir méritos» = men-
talidad de mercenarios: 82
equivale a libertad: 30
«complejo de castidad»: 30
y matrimonio: 30 CONCILIO Y SU MENSAJE
guardianes de la castidad de una Iglesia más «limpia»: 2
las hermanas: 30 novedad: 2, 5
y orgullo: 30 los dos poíos de la renova-
don: 31 ción: 2
camino inmediato hacia Dios: ponerse al día no es empobre-
31 cerse: 2

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tradicionalismo y falsa mo- ¿por qué rezar?: 74 antievangelio: 11
cualidades de la obediencia la oración nos cambia: 75 el evangelio, espejo de la re-
dernidad: 2 religiosa: 36
la Iglesia, pueblo de Dios: 5 relación con Dios: 36 ilusiones en la oración: 76 ligiosa: 11
Iglesia y vida religiosa: 5 necesidad de la obediencia: defectos: 77
principio de la colaboración: antídoto del activismo: 78 SUFRIMIENTO
37 oración y acción personal: 79
4 obediencia como cruz: 37 aceptar al Cristo del calva-
diálogo y apertura: 3 oración comunitaria: 80 rio: 48
autoridad como cruz: 37 condiciones de la oración en
libertad en la discusión: 4 relación con los superiores: alegría en el sufrimiento: 49
«conversión al mundo» y en- común: 81 gracia de la cruz: 50
37
carnación: 6 testigos de la obediencia en ¿seguir a Cristo sin cruz?: 51
pobreza: 4 POBREZA no hay Cristo sin cruz: 51
nuestros tiempos: 38
humildad, virtud colectiva: 4 desviaciones de la obedien- de Cristo: 22 tentaciones en tomo a la cruz:
unidad: 4 cia: 39 pobreza y amor a las cosas: 52
obediencia que se resuelve en 23 cruz de cada día: 52,53
CONSAGRACIÓN RELIGIOSA libertad: 40 pobreza y paternidad de la cruz del ideal encarnado
autoridad y autoritarismo: 41 Dios: 23 en una realidad mezquina:
relación entre consagración autoridad como servicio: 41 pobreza y amor a los herma- 53
bautismal y religiosa: 16 Cristo, modelo de superiores: nos: 23 el amor vence al dolor: 53
sacrificio de comunión: 16 pobreza y respeto a los de- la cruz «construida» para
signo transparente: 18 41
autoridad como respeto: 42 más: 23 nosotros: 54
signo de Cristo: 18 pobreza y humildad: 24 la eucaristía transforma lo co~
obediencia a Dios: 43
obediencia y estudio de la sa- pobreza y comodidad: 24 tidiano: 55
DISPONIBILIDAD » grada Escritura: 43 testimonio colectivo de po- la cruz continúa prepara la
el «hágase» de la creación: breza: 25 comunión: 55
46 ORACIÓN
pobreza exterior: 23 castidad como cruz cotidiana:
el «hágase» de la Virgen: 46 ser, no tener: 25 32
se aprende de rodillas: 62 riesgos de la pobreza: 25 obediencia y cruz: 37
el «hágase» de Cristo en Gct- conversación con Dios: 63 pobreza como síntesis de los
semaní: 46 autoridad como cruz: 37
encontrar a Dios en la paz: votos: 26
nuestro «hágase»: 46 63
escuchar la palabra de Dios: tener alma de pobre: 26 VEJEZ ESPIRITUAL
elevación hacia alguien: 63 ideas equivocadas sobre la
47 también del cuerpo: 63 elementos: 7
la oración nos hace entrar en pobreza: 26
demasiadas peticiones a Dios: pobreza en el apostolado: 26
el plan de Dios: 64 64 VOCACIÓN RELIGIOSA
presentar la imagen de Cris- virtud cuasi-teologal: 27
nos hace entrar en los pro- compromisos con los pobres: elección: 12
to: 47 yectos de Dios: 64 27 etapas: 13
oración y humildad: 65 los pobres, sacramento de solución de las crisis: 13, 14
JUVENTUD ESPIRITUAL insistencia: 66 despego del mundo: 14
Cristo: 28
características: 7 en el nombre de Jesús: 67 la Virgen y la pobreza: 29 despego del egoísmo: 14
corazón joven: 7 condiciones esenciales: 68 tristeza espiritual: 15
pobreza, como condición de incluir a los demás: 68 REVOLUCIÓN EVANGÉLICA
juventud: 8 libros y oraciones sofistica- VOTOS
das: 69 del Antiguo al Nuevo Testa-
vejez espiritual: 7, 8 mento: 1 función escatológica: 17
dirección vertical: 69, 70
la oración de Jesús: 71 cristianismo mediocre: 1 grandeza: 19
OBEDIENCIA sus dos dimensiones: 72 cristianismo auténtico: 1 función de servicio: 20
de Cristo: 36 el activismo: 72 la religiosa, evangelio encar- testimonio y contratestimo-
de la religiosa: 36 oración y caridad: 73 nado: 9,10 nio de los votos: 21

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